observador semanal del 22/03/2012

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P ara muchos bau- tizados la fe no es más que una car- ga que hay que lle- var disculpándose, excusándose, como si fuera una mancha que en realidad no nos permite disfrutar del paisaje tan lindo que los otros sí están obser- vando, “gracias a su vida sin ata- duras de fe”. Muchos cristianos se avergüenzan de las consecuen- cias prácticas de su fe en Cris- to: ser fieles a sus esposas, ser honestos en el trabajo, afirmar que existen verdades objetivas… pero sobre todo se avergüenzan de eso que saben que llevan co- mo un sello en el corazón pe- ro en lo que no terminan de cre- er: la gratuidad del amor de Di- os manifestado en Cristo que nos amó cuando éramos sus enemi- gos. Ciertamente, para muchos de nosotros la fe es solo una teoría más, una causa que defender, pe- ro no es una experiencia fasci- nante de amor. ¿Cuándo crece la fe?, dice el Papa, como reflexión en el Año de la fe: “Crece cuan- do se vive como experiencia de un amor que se recibe”. Experi- encia de un amor que se recibe, repetimos nosotros. Primero somos amados y lu- ego vienen las consecuencias de nuestra adhesión a este amor que hemos encontrado, con el que casi hemos tropezado porque se nos ha puesto en el camino. So- lo el que experimenta este amor gratuito de Dios puede enfrentar los desafíos del mundo pagano que nos rodea, sin complejo de inferioridad. Dicen las crónicas del martirio de San Policarpo que el procón- sul romano que lo juzgó por su fe cristiana, intentó por todos los medios hacerle apostatar y ren- egar de Cristo. Pero Policarpo le respondió: “Ochenta y seis años ha que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo pue- do odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Sal- vador, de quien espero mi felic- idad?”. Jamás me ha hecho mal, me ha colmado de bienes, y en quien espero mi felicidad, repe- timos nosotros. ¡Qué postura tan cargada de certeza la de Policarpo porque parte de su propia experiencia! Tan diferente de la de muchos de nosotros que ante cualquier escarnio a causa de nuestra fe, estamos prestos para acomo- darnos a la mentalidad común y ya. Es evidente que necesitamos crecer en la fe. Pero ¿cómo? Lo ha dicho el papa: “La fe só- lo crece y se fortalece creyen- do”. Por eso nos estimula a to- dos a redescubrir el Credo y con- fesar nuestra fe sin miedo. Ci- ta a San Agustín, cuando en un sermón sobre la redditio sym- boli, la entrega del Credo a los catecúmenos, decía: «Recibis- teis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra men- te y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tené- is que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporal- mente, vigiléis con el corazón». Es que la fe en Cristo es lo que nos permite entrar en la re- alidad por completo, sin reser- vas. Entregarnos a las circun- stancias de cada día, nos gusten o no. Pero la aceptación comple- ta de nuestra realidad personal y comunitaria como signos del amor de Dios hacia nosotros, só- lo se da a través de ese creer con el corazón y profesarlo pública- mente ¡sin miedo! “El corazón indica que el prim- er acto con el que se llega a la fe es don de Dios que transforma a la persona hasta en lo más ínti- mo”, afirma el Papa y continúa: “El conocimiento de los con- tenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender…”. “Profesar con la boca la fe im- plica un testimonio público. El cristiano no puede pensar nun- ca que creer es un hecho priva- do”. Por eso no podemos seguir avergonzándonos de Cristo. Le pertenecemos y Él también nos pertenece en cierto sentido. Y creer esto es lo que nos fascina y cambia nuestro modo de vivir, nos salva de la esquizofrenia, de la mentira y de la infelicidad. Observador Semanal PALABRAS DE CERTEZA Y ESPERANZA RESPONSABLES: GUILLERMO LESMES - NATHALIA LEMIR - www.sanrafael.org.py - MAIL: [email protected] - AÑO VIII - Nº 350 - JUEVES 22 DE MARZO DE 2012 No me esperaba de vos La claridad de la fe hace que la razón sea razón La posibilidad de vivir la vida como una aventura “Sólo en una compañía el cristianismo se vuelve algo cotidiano y no un esquema” O BSERVADOR SEMANAL PAG. 7 PAG. 6 PAG. 3 PAGS. 4-5 ¿Por qué nos avergonzamos de Cristo?

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Observador Semanal del 22/03/2012

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Page 1: Observador Semanal del 22/03/2012

Para muchos bau-tizados la fe no es más que una car-ga que hay que lle-var disculpándose,

excusándose, como si fuera una mancha que en realidad no nos permite disfrutar del paisaje tan lindo que los otros sí están obser-vando, “gracias a su vida sin ata-duras de fe”.

Muchos cristianos se avergüenzan de las consecuen-cias prácticas de su fe en Cris-to: ser fi eles a sus esposas, ser honestos en el trabajo, afi rmar que existen verdades objetivas… pero sobre todo se avergüenzan de eso que saben que llevan co-mo un sello en el corazón pe-ro en lo que no terminan de cre-er: la gratuidad del amor de Di-os manifestado en Cristo que nos amó cuando éramos sus enemi-gos.

Ciertamente, para muchos de nosotros la fe es solo una teoría más, una causa que defender, pe-ro no es una experiencia fasci-nante de amor. ¿Cuándo crece la fe?, dice el Papa, como refl exión en el Año de la fe: “Crece cuan-do se vive como experiencia de un amor que se recibe”. Experi-encia de un amor que se recibe, repetimos nosotros.

Primero somos amados y lu-ego vienen las consecuencias de nuestra adhesión a este amor que hemos encontrado, con el que casi hemos tropezado porque se nos ha puesto en el camino. So-lo el que experimenta este amor gratuito de Dios puede enfrentar los desafíos del mundo pagano que nos rodea, sin complejo de inferioridad.

Dicen las crónicas del martirio de San Policarpo que el procón-sul romano que lo juzgó por su fe cristiana, intentó por todos los medios hacerle apostatar y ren-egar de Cristo. Pero Policarpo le respondió: “Ochenta y seis años ha que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo pue-do odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Sal-vador, de quien espero mi felic-

idad?”. Jamás me ha hecho mal, me ha colmado de bienes, y en quien espero mi felicidad, repe-timos nosotros.

¡Qué postura tan cargada de certeza la de Policarpo porque parte de su propia experiencia! Tan diferente de la de muchos de nosotros que ante cualquier escarnio a causa de nuestra fe, estamos prestos para acomo-darnos a la mentalidad común y ya.

Es evidente que necesitamos crecer en la fe. Pero ¿cómo? Lo ha dicho el papa: “La fe só-lo crece y se fortalece creyen-do”. Por eso nos estimula a to-

dos a redescubrir el Credo y con-fesar nuestra fe sin miedo. Ci-ta a San Agustín, cuando en un sermón sobre la redditio sym-boli, la entrega del Credo a los catecúmenos, decía: «Recibis-teis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra men-te y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tené-is que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporal-mente, vigiléis con el corazón».

Es que la fe en Cristo es lo que nos permite entrar en la re-alidad por completo, sin reser-

vas. Entregarnos a las circun-stancias de cada día, nos gusten o no. Pero la aceptación comple-ta de nuestra realidad personal y comunitaria como signos del amor de Dios hacia nosotros, só-lo se da a través de ese creer con el corazón y profesarlo pública-mente ¡sin miedo!

“El corazón indica que el prim-er acto con el que se llega a la fe es don de Dios que transforma a la persona hasta en lo más ínti-mo”, afi rma el Papa y continúa:

“El conocimiento de los con-tenidos que se han de creer no es sufi ciente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona,

no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender…”.

“Profesar con la boca la fe im-plica un testimonio público. El cristiano no puede pensar nun-ca que creer es un hecho priva-do”. Por eso no podemos seguir avergonzándonos de Cristo. Le pertenecemos y Él también nos pertenece en cierto sentido. Y creer esto es lo que nos fascina y cambia nuestro modo de vivir, nos salva de la esquizofrenia, de la mentira y de la infelicidad.

Observador Semanal

P A L A B R A S D E C E R T E Z A Y E S P E R A N Z A

RESPONSABLES: GUILLERMO LESMES - NATHALIA LEMIR - www.sanrafael.org.py - MAIL: [email protected] - AÑO VIII - Nº 350 - JUEVES 22 DE MARZO DE 2012

No me esperaba de vos

La claridad de la fe hace que la razón sea razón

La posibilidad de vivir la vida como una aventura

“Sólo en una compañía el cristianismo se vuelve algo cotidiano y no un esquema”

OBSERVADORSEMANALPAG. 7PAG. 6PAG. 3 PAGS. 4-5

¿Por qué nos

avergonzamos de Cristo?

Page 2: Observador Semanal del 22/03/2012

Jueves 22 de marzo de 2012 Jueves 22 de marzo de 20122 3OBSERVADORSEMANAL OBSERVADORSEMANAL

Ana es una chica joven con cáncer, fue operada en la cabeza y nunca sonríe, pe-

ro hace unos días sacó una sonrisa cuando le hablaba yo pidiéndole que preguntara a Dios el porqué de su si-tuación de enferma para así, tal vez, recibir una respuesta de Fe, esa gra-cia de Fe, para entender lo que hoy no puede. El Señor tiene sus cami-nos, le dije, pero estás bendecida, aunque no se pueda esto entender fá-cilmente.

Un día encontré que la cambiaron de habitación y me puso contenta porque pensaba que ya estaría aburri-da en donde estaba. Comió bien y pi-dió dos veces el plato de minestrón y el pan. Dijo la enfermera que esa se-mana estaba mucho mejor. Ana tie-ne dos hijitos, un varón de 12 años y una nena de 2 añitos. Es madre sol-tera y los niños están con una tía. El 30 de enero vi a la madre de Ana que fue a visitarla y ella estaba en la cama siempre pero sonriente. Es la prime-ra vez que la vi algo sonriente. Al día siguiente, 1 de febrero, estaba nueva-mente su madre que le llevó helado y yo también fui con helados para ella, entonces le servimos el que yo traje y el otro se guardó para los días si-guientes. Se la ve mejor rodeada de su familia.

Esto es esencial en el enfermo ter-

minal, encontrar cariño al lado de su solitaria cama y creer en la esperan-za, convencerse que esa esperanza no siempre es salir caminando. Ano-

che 11 de marzo, me contaron que se fue. Ana, falleció. Se fue calladi-ta, sin poder manifestar alguna emo-ción. Sé fue sin sonrisa. Cuando es-

tuvo ya muy mal llamaron a la fami-lia y vino la hermana de Ana con la hijita pequeña de dos añitos a quién ella cuidaba. La sentaron en su cama

al lado de ella ya en estado casi in-consciente y la niña tocaba el cuerpo de su madre y decía mamá, mamá. Luego más tarde su madre, la abue-la de la niñita, se lamentó de no ha-ber podido estar al lado de la hija co-mo también se acordó que yo le de-cía princesita y dijo que a ella le gus-taba esto.

En una oportunidad un familiar le trajo un hermoso catálogo nuevo de la moda europea donde estaba lo úl-timo, el grito de la moda 2012. Ella no podía hojear por sus manitos tan débiles, entonces yo le fui pasan-do una a una las hojas para que vie-ra las ropas hermosas. Ella no ha-cía ningún gesto de agrado ni de in-terés. Creo que su madre es modis-ta y tal vez haya estado familiariza-da con la moda del vestir. Pero en es-tas circunstancias habría que pregun-tarse si ella pensaría sobre ropa para el cuerpo o ropaje para el alma. El úl-timo grito clamando misericordia di-vina y engalanar nuestra alma con el precioso traje de la blancura del Es-píritu Santo.

Estas son las refl exiones vividas a través de esta enfermita que ca-si no emitía sonido, hablaba poqui-to y nunca casi sonrió, pero nos dejó el rostro de Cristo grabado en su do-liente cama y la posibilidad de escri-bir estas líneas.

Aida ya no está…Ella, era una enferma ter-minal de Sida de la clíni-

ca San Rafael donde hago el volun-tariado con inmensa alegría y felici-dad de experimentar la presencia y la realidad. Aida tocó mi alma cuando me dijo: te quiero, luego otro día me dijo: te extraño y el último día antes de su partida me dijo dos veces: voy a morir. Ella ahora desde donde es-tá sabe que tocó mi corazón y segu-

ramente más cerca de Dios, pide por mí, no lo sé, pero me hace sentir bien pensar de esta manera. Tenía siempre una sonrisa en los labios y era ella la enferma no yo, pero ahora ella es la sana y yo aquí en este enfermo mun-do. Estuvo poco tiempo en el trascur-so del 2011.

Bernardino, otro enfermo que partió dejando inmensa ternura en las tantas veces que me tocó darle su ce-na. Le gustaban los helados y me con-taba de épocas anteriores que iba a to-mar helados con un amigo, a una he-ladería de la Avda. Quinta en Asun-ción. Me contaban que cuándo recién llegó a la Clínica Divina Providencia estaba muy enojado, muy nervioso, hasta que con la compañía de algu-nas personas de la Clínica y el cariño y comprensión que se respira allí, fue cambiando y se volvió amable, siem-pre decía gracias, gracias a quienes lo atendían o llevaban alguna atención cariñosa como empanadas o heladi-tos, que se los comía con agrado. Fue larga su estadía allí, más de un año, pero tal vez Dios usó ese tiempo para

lograr ese cambio en su ser.El otro Bernardino, a quién me

tocó en oportunidades llevarle la comida y en sus últimos días darle de comer, me llegó su amabilidad y re-speto por quienes lo atendían. Todo era gracias y está rico, no se quejaba de nada. Estuvo poco tiempo y luego de esa noche que le di su cena, a la madrugada se fue, como de repente, porque no parecía estar tan mal.

Justina, una mujer que me tomó cariño y era también amable conmi-go. Un día me dijo que quería com-er melón y en dos oportunidades le llevé melones que repartieron tam-bién entre otros enfermos. En otra oportunidad gente de su familia le llevó un pollo asado y en su cena le pusieron en la bandeja que yo se la serví, entonces empezó a cortar una pata con pechuga y me dijo toma pa-ra vos. Fue un gesto muy lindo de ella, gesto de desprendimiento que debemos practicar a menudo. Repen-tinamente me dijeron que partió. Es-toy aún dudando si se fue a su casa o partió a la casa del Señor.

Dionisio, era camionero de ruta y lagrimea cuando se le pregunta que hacía antes y se acuerda de su traba-jo, es un enfermo crónico de sida que casi no habla porque tiene muy af-ectada la parte motriz y hay que darle en la boca los alimentos, me conoce y sonríe cada vez que me ve. Conoce muy bien a Elena, la señora de la co-cina que viene y le habla en guaraní y balbucea palabras con ella. Lo ex-traño porque lo llevaron a la casa de ancianos San Joaquín. Fui a visitarlo una vez y ahora me han dicho que le hace mal la comida allí y tiene coli-tis frecuente, por tanto parece que le llevarán la comida desde la Clíni-ca. Cómo desearía que lo trajeran de vuelta para darle de comer,…. Vere-mos que sucede.

Continuará...

Esperando ver como el Misterio acontece

P E R L I T A S D E L A C L I N I C A ( I )

Estos son los relatos de dos me-ses de vivencia de Dea, amable se-ñora, voluntaria de la Clínica Div-ina Providencia San Ricardo Pam-puri. Son pequeñas refl exiones bi-en sencillas y sinceras, nacidas de su corazón atento y conmovido, que todos los días recorre la Clínica con su bata blanca, esperando ser-vir, esperando ver como el Misterio acontece para juzgar con ojos ab-iertos la realidad de Su presencia. Algunas de estas historias ya están siendo leídas desde el cielo, donde el rostro sufriente de Cristo en ca-da paciente se ha transfi gurado para siempre en un rostro glorioso por los siglos de los siglos. Que es-tos santos pacientes nos bendigan desde el Cielo.

T E S T I M O N I O D E L A C L í N I C A

Dafri

Dea F.

Con genialidad, el escritor captó y criticó el moralismo de la sociedad de su tiempo,

a través de personajes jóvenes, aven-tureros y traviesos que experimenta-ban un gran deseo de vivir la vida a fondo y, por tanto, no encajaban pa-ra nada en los esquemas de sus rígi-dos conciudadanos. A través de sus mil aventuras el lector va captando que los personajes de Twain son, en reali-dad, almas nobles e inquietas deseo-sas de encontrar relaciones más autén-ticas con los demás y que simplemen-te no encontraban ninguna fascinación en los adultos de su entorno, los cuales solo estaban preocupados en su buen comportamiento, pero no sabían tras-mitirles la belleza de la vida.

Por supuesto, en su búsqueda soli-taria de la verdad de las cosas y en su rebeldía hacia las normas estableci-das, se metieron en varios líos hasta el punto de encontrarse en peligro de volverse criminales y de morir. Uno termina preguntándose al pensar en ellos qué hubiera ocurrido si hubie-ran encontrado amigos más leales consigo mismos que los ayudaran a canalizar positivamente sus energías sin huir de su realidad.

Creo que es lo que le pasa a mucha gente en el mundo real. Primero el juego de las expectativas familiares que desde la infancia ahoga varias originalidades personales con sus fa-mosos principios reductivos expre-sados en mil frases tales como: “so-

lo de vos podría esperar cosa tan bue-na”, “de vos no esperaría nada ma-lo”, “no me lo esperaba de vos”… etcétera. Además, hay que sumar las supuestas expectativas que genera-mos en los demás, con sus inequívo-cos juicios universales sobre “el qué dirán”, muchos de los cuales no son más que orgullo disfrazado de pru-dencia y potenciadores de más de un complejo grave. También en la Igle-sia mucha gente vive así, como si pa-ra ser verdaderos debiéramos renun-ciar a ser nosotros mismos.

¡Cuántas relaciones enturbiadas, ensombrecidas y apocopadas por el mutuo juego de las expectativas! ¡Cuántas rupturas, cuántos aleja-mientos por no saber aceptar el desa-fío de la realidad!

Entonces, ante una educación así, infantil y reducida en su mirada, ¿qué

podríamos proponer los cristianos, sin caer en el secularista relativismo que invadió luego mucha psicología inútil pero muy aceptada, tratando de dar con la blandura absoluta una alternati-va a la rigidez que critica en la educa-ción tradicional, resumida en el: “ha-cé lo que sentís”? ¿Resultado? Gene-raciones de chicos incapaces de obe-decer, de sufrir, de enfrentar, de servir.

De la incapacidad de vivir la pro-pia condición de “no héroes” de no “superhéroes” hemos pasado a la in-capacidad de vivir la condición de “no instintividad”, de “no animali-dad”. Son solo dos caras de la mis-ma moneda. El juego de las falsas expectativas.

Quizás una lectura meditada del génesis cuando en preciosos pasajes explica la condición de seres libres pero marcados por el pecado original

que somos los hombres y, sobre to-do, poniendo los ojos en Cristo cru-cifi cado, pudiéramos redescubrir la verdad de nuestra naturaleza. Si “ese es el hombre”, como indicaba Pila-tos mirando a Jesús, ¿cómo preten-der hoy cubrir nosotros todas las ex-pectativas, si es evidente que tarde o temprano fallaremos, cometeremos errores, seremos culpables? y ¿cómo no dejarse llevar entonces por las co-rrientes que nos rebajan a la condi-ción de esclavos de los propios gus-tos e instintos? Si no llenaremos las expectativas, ¿estamos condenados a vivir como se nos antoja, sin desear más, vacíos de toda moral? ¡El cora-zón reclama salir del juego perverso de las expectativas, pero también de-manda plenitud!

Sobre todo a la hora de educar, estos interrogantes se nos presen-tan en toda su urgencia. Pues, es ho-ra de retomar el camino que “mues-tra el hombre al propio hombre”, co-mo decía el Concilio. La antropolo-gía más realista, la educación más realista, es la que nace de un encuen-tro personal con aquel que nos mira sin escándalo ni reducciones ni fal-sas expectativas. ¿Es que esto puede ser posible? ¿Es posible que alguien pueda mirarnos así? Es la pregunta que se aclara en la experiencia de la fe en Cristo. ¿Será por eso que el Pa-pa nos pide replantearnos seriamen-te la fe? No la demos por des-contado.

Para San Gregorio Magno el canto sacro puede de hecho preparar el corazón a la ac-

ción de Dios: “A través de la voz de la salmodia, cuando se entona con la fuerza del corazón, está preparado el camino para que el Señor omni-potente actúe, de manera que pueda derramar en la mente atenta los mis-terios de la profecía o la gracia de la compunción. [...]

Cuando le cantamos a Él, abrimos un sendero para que pueda venir a nuestra alma e infl amarnos, por la gracia de su amor”. El primer mon-je Papa también comprendió que de-terminados sonidos musicales pue-den favorecer ese encuentro, en una naturaleza humana tan inclinada a apegarse a los aspectos temporales y

materiales de la existencia. Por ejemplo, una pieza musical

convencional termina en la nota tóni-ca, dándole un sentido de conclusión. La melodía del canto gregoriano, por el contrario, no hace a menudo es-ta resolución fi nal en la última no-ta, al evocar un sentido de lo infi nito, de eternidad. Además, por la extre-ma belleza de su movimiento, el can-to gregoriano es interpretado de la manera más espiritual posible, aun-que permanezca dentro del dominio de los sentidos, pues, como comen-ta el P. Mocquereau, “toma prestado lo mínimo posible del mundo mate-rial. Se mueve, pero invisiblemente; avanza, pero imponderablemente”.

Estas sugerencias de inmateriali-dad y eternidad resuenan en el canto

gregoriano y, cuando son asimiladas a lo largo del tiempo por el alma, pue-den ayudar en la forma-ción de un estado de es-píritu correspondiente y sano.

Para el Prof. Plinio Corrêa de Oli-veira, oír el canto gregoriano “re-cuerda el aspecto penitencial, advier-te contra el vacío de las cosas terre-nas, contra lo mentiroso de los im-pulsos excesivos del propio hombre. Así es el gregoriano. De las alegrías exultantes del Te Deum a los reco-gimientos solemnes del Tantum er-go, es la música la que tiene esa cua-lidad incomparable de expresar la actitud perfecta, el exacto grado de luz del alma recta y verdaderamente

inocente cuando se pone ante Dios”. Tras haber hecho pasear al lector

por los panoramas del canto grego-riano, que pone el alma en la dimen-sión de lo sagrado, tan distinto del mundo en que vivimos, al concluir queremos darle este consejo: “Pro-cure tener su temperamento en el estado de alma del canto gregoria-no, y habrá encontrado un camino seguro para su santifi cación”.

Preparado por GL

“La viuda de Douglas me adoptó por hijo suyo, y decla-ró que pensaba civilizarme; pero la vida en aquella casa era siempre muy dura, por-que la viuda era en todas sus cosas mujer metódica y res-petable hasta dar melanco-lía, y cuando no pude aguan-tar más, tomé el portante. Me vestí otra vez con mis an-tiguos harapos y recurrí de nuevo a mi barrica de azú-car viéndome así libre y satis-fecho”. Así relataba Huckle-berry Finn, el inolvidable va-gabundo, personaje de Mark Twain, parte de sus peripe-cias en el civilizado y calvinis-ta mundo del valle del Mis-sissippi en el siglo XIX, del cual él estaba excluido y a la vez exento… bien?

Expresión de lo sobrenatural:

tónico de las almas

E D U C A C I Ó N

E L C A N T O G R E G O R I A N O ( F I N A L )

No me esperaba de vos

Por Hna. Kyla Mary Anne MacDonald, EP. Tomado de: Heraldos del Evangelio, enero/2012

CASA DIVINA PROVIDENCIA

“SAN RICCARDO PAMPURI”

Tupá Rembiapo Roga

Queridos Ami-gos, Les invita-mos a que se-an una gota de agua para el océano de amor que se vive en la Clínica Casa Divi-na Providencia. Hemos lanza-do un “Progra-ma de Apadri-

namiento a Pacientes de la Clínica”.En promedio un paciente mensual cuesta 7.000.000Gs. Proponemos di-ferentes formas de apadrinamiento desde 100.000Gs. Por tanto pen-samos en esta propuesta como medio de sostenimiento de esta obra que tanto beneficia a nue-stro país. La primera página de nuestro web-site explica de manera detalla-da el programa de apadrinamiento. www.sanrafael.org.pyA aquellos interesados, por favor co-municarse con Andrea: 611-214.“Gracias y nunca olviden que cualquier cosa que se hace en favor de estos herma-nos que más sufren, lo hacen a Jesús. Y la recompensa será grande, ya en la tierra”.

P. Aldo

QugomoanagocéquClínaHedoma

CCL

Dionisio, era camionero de ruta y

La tristeza de una vida

que se tornó paz

Page 3: Observador Semanal del 22/03/2012

Jueves 22 de marzo de 2012 Jueves 22 de marzo de 20124 5OBSERVADORSEMANAL OBSERVADORSEMANALA C T U A L I D A D

Dr. Eugenio Pagani

“Creo que la cosa más importante es construir la personalidad, porque el riesgo que tenemos con la cultura actual es la homologación de la personali-dad”.

P or eso don Giussani nos di-

ce que Cristo ha venido pa-

ra despertar constantemen-

te nuestro sentido religioso, nuestras

exigencias. Recordad lo que dijimos

el 26 de enero, en la presentación

de El sentido religioso: «El corazón

de nuestra propuesta es más bien el

anuncio de un acontecimiento que

sorprende a los hombres del mismo

modo en que, hace dos mil años, el

anuncio de los ángeles en Belén sor-

prendió a los pobres pastores. ¿Por

qué es tan decisivo el acontecimiento

cristiano? Porque este – nos dice don

Giussani – vuelve a suscitar, enciende

de nuevo, despierta nuestro yo, nues-

tras exigencias, nuestro deseo de vi-

vir, de gozar, de amar, de implicar-

nos en las cosas, potencia este senti-

do religioso, este conjunto de exigen-

cias y evidencias que describe la car-

ta que acabo de leer. Releed luego la

carta párrafo a párrafo, porque todo

está allí. Vivir el sentido religioso intro-

duce una alegría y una gratitud infi ni-

tas; mientras que, cuando decae, todo

se vuelve plano.

Sabemos que muchas veces vivi-

mos el asombro frente a las cosas: nos

levantamos con “el pie izquierdo” pe-

ro luego alzamos la mirada y vemos

un cielo estupendo y todo empieza a

mejorar. Pero después decaemos, co-

mo hemos experimentado tantas ve-

ces. Entonces, ¿cómo podemos ayu-

darnos? Don Giussani dice que tene-

mos necesidad de una educación,

porque de otra forma, si no se nos

educa en relacionarnos adecuada-

mente con la realidad, somos como

un canto arrastrado por las circuns-

tancias, llevado de aquí a allá sin dar-

se cuenta del todo; y al fi nal nos harta-

mos. Por eso dice don Giussani: «No-

sotros no estamos acostumbrados a

mirar una hoja presente, una fl or pre-

sente, una persona presente, no esta-

mos acostumbrados a fi jarnos en lo

que está presente como una presen-

cia»

Para aclarar esto, os leo una car-

ta que me escribió un universitario

de Roma: «En noviembre del año pa-

sado sufrí un accidente que me obli-

gó a permanecer en la cama durante

más de tres meses. Me costó muchísi-

mo. No me podía mover, estaba im-

posibilitado para cualquier actividad,

cualquiera, no podía ni siquiera estu-

diar a causa de los analgésicos que to-

maba, que me impedían cualquier ac-

tividad que requiriese un mínimo de

concentración. Tres meses en cama,

quieto, inmóvil. Recuerdo sin embar-

go que un par de meses después de

haber empezado a caminar, mirando

las fotos mías en la cama con mis ami-

gos alrededor, fui a mi madre y le di-

je casi instintivamente: “¡Mira qué fo-

to más chula! Al fi nal ha sido un perio-

do bonito”. Mirando atrás puedo decir

que, a pesar de lo que me costaba es-

tar quieto en la cama, en toda aquella

impaciencia por querer ponerme en

pie enseguida había algo que no me

hacía infeliz; es más, puedo decir que

en cierto modo estaba contento den-

tro de ese sufrimiento.

Por dos motivos. El primero es que

siempre he sido sostenido en el do-

lor, de una forma libre y gratuita […]

Percibía una total dedicación a mí: to-

tal y minuciosa. El segundo motivo es

que las cosas, incluso las más peque-

ñas, ya no eran algo que diera por des-

contado: me sorprendía por un pla-

to de pasta un poco más elaborado,

por la compañía que veía a mi alrede-

dor, por el hecho de que mis herma-

nas, antes de acostarse, ponían junto

a mi cama la cuña por si la necesita-

ba por la noche, sin que yo se lo pidie-

ra. Hasta llegar, una mañana, mientras

me trasladaba una ambulancia al hos-

pital para una revisión, a asombrarme

de ver de nuevo el cielo. Yo ya sabía

que existía el cielo, pero fi nalmente

me había dado cuenta de que existía,

de que estaba ahí. [Cuando uno se da

cuenta de ello una vez en la vida, com-

prende cuántas veces el cielo no ha si-

do algo presente para él] No hacía na-

da, no podía hacer nada, y sin embar-

go, con todo el dolor, con toda la im-

paciencia, no era infeliz. Consideraba

todo por el valor que tenía, ya no da-

ba nada por descontado […]

Ahora, cuatro meses después de

haber vuelto a caminar, me doy cuen-

ta de que esa tensión hacia las cosas

ha disminuido completamente: el pla-

to de pasta más elaborado se ha con-

vertido en un plato de pasta normal,

las cosas están de nuevo bajo la som-

bra de mi medida y de mi complacen-

cia [la vida se ha vuelto de nuevo algo

plano] … ¿Cuál es el camino que pue-

de devolverme esa condición, que

puede permitirme vivir siempre esa

experiencia [de sorprenderme por las

cosas presentes]?».

Don Giussani nos dice que las cau-

sas de esta reducción son dos. Pri-

mera: nuestro uso habitual de la ra-

zón es reducido. Segunda: estamos

sometidos a una división entre el re-

conocimiento y el afecto. Y pone un

ejemplo: «Al comienzo de la edad

moderna, Petrarca admitía perfecta-

mente toda la doctrina cristiana [es-

taba de acuerdo con lo que se le de-

cía en relación a la fe cristiana], la per-

cibía incluso mejor que nosotros, pe-

ro su sensibilidad o afectividad fl uc-

tuaban de forma autónoma». Fi-

jaos, lo que don Giussani dice de Pe-

trarca es lo que pone de manifi esto

la primera carta que hemos leído: en

una mañana se pasa de la belleza más

conmovedora al asco. Esta es nuestra

fl uctuación. Por eso se entiende hasta

qué punto tenemos necesidad – si no

queremos pasar toda la vida como un

canto arrastrado por la corriente, por

la fl uctuación de nuestros estados de

ánimo – de una educación.

Nos dice de nuevo don Giussani:

mirad, chicos, que el problema inte-

resante es darnos cuenta de la reali-

dad; y ¿qué nos ofrece don Giussani

para esta educación? ¿Cómo pode-

mos aprender a usar la razón de un

modo justo para vencer esta fl uctua-

ción que nos lleva constantemen-

te a vivir esos altibajos que nos con-

funden? Ninguna otra cosa nos pue-

de ayudar como el capítulo décimo

de El sentido religioso, que él defi ne

como «la clave de bóveda de nuestra

forma de pensar»

Conti nuará...

EL ESTUPOR POR LA «PRESENCIA»

¿D e dónde parte don Giussani para

ayudarnos? De romper la obviedad.

¿Y qué es la obviedad? Que no nos

damos cuenta, excepto en raras ocasiones, que

el cielo está, que la fl or está, que está mi madre,

que está mi hermana: todo, para nosotros, se

da casi por descontado, como si fuese obvio. Y

para ayudarnos a afrontar este problema, don

Giussani nos dice: imaginaos que ahora os lle-

vase a un mundo que sólo conozco yo, vamos

todos a hacer un viaje, cerráis los ojos, y des-

pués, cuando ya estamos todos allí, los abrís

con la conciencia que tenéis ahora; lo primero

que os encontráis delante es un día espléndi-

do, claro, con el Mont Blanc frente a vosotros.

Dice Giussani: ¿cuál sería la primerísima reac-

ción al acusar esa presencia? Y fi jaos en que

esta imagen no es una fi cción. Os cuento una

cosa que le pasó a un amigo mío de Brasil este

verano: estaba en La Thuile con un grupo de

brasileños, portugueses y mozambiqueños

(todos de lengua portuguesa); fueron a dar un

paseo por el monte San Carlo, cerca de allí; y

mientras caminaban, iba pensando: «Cuando

lleguemos a Belvedere, les haré mirar el Mont

Blanc, cantaremos algún canto, trataré de que

estén en silencio para que puedan disfrutar

del paisaje». Pero mientras estaba preocupa-

do pensando en estas cosas, nada más llegar

delante del Mont Blanc, que muchos veían por

primera vez, todos se quedaron en silencio.

Mientras estaban allí, callados, empezó a lle-

gar un segundo grupo que se había quedado

atrás. Iban caminando y hablando en voz alta

y mi amigo empezó a pensar – como si no hu-

biese aprendido nada de lo que le acababa de

suceder – qué les diría cuando llegaran: «Les

diré que estén en silencio, haré esto, aque-

llo…». Pero mientras pensaba estas cosas, lle-

garon: la imponencia de la presencia del Mont

Blanc, tan sobrecogedor, tan grandioso, era tan

hermoso lo que tenían delante, que también

Apuntes de la intervención de Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso del Grupo de Secundarios

La posibilidad de vivir lavida como una aventura (II)

estos se quedaron en silencio al momento.

Este episodio me hizo entender una vez

más por qué don Giussani nos propone que

supongamos que hemos nacido ahora, con la

conciencia que tenemos. ¿Cuál sería el prime-

rísimo sentimiento frente a la realidad? Sería

un estupor que te deja sin palabras, que te

deja mudo ante tal belleza: «Si yo abriera de

par en par los ojos por primera vez en este ins-

tante, al salir del seno de mi madre, me vería

dominado por el asombro y el estupor que

provocarían en mí las cosas debido a su simple

“presencia”. Me invadiría por entero el asombro

por esa presencia que expresamos en el voca-

bulario corriente con la palabra “cosa”». Mirad

los términos que usa don Giussani: dominado,

invadido por el asombro, lleno de esa maravilla,

de ese asombro que ninguna situación puede

evitar. Como le ha pasado a uno de vuestros

profesores que, viendo a sus alumnos algo

distraídos, pensó: «Lo contrario de estar dis-

traídos no es estar atentos, sino ser atraídos».

La cuestión es si hay algo que nos atraiga,

porque entonces cautiva toda nuestra aten-

ción; y cuando nos encontramos delante de la

realidad atraídos así, estupefactos, dominados,

entonces la vida adquiere un espesor, una in-

tensidad, una potencia que uno quisiera para

siempre, que uno quisiera en cada instante:

que las cosas estuviesen tan presentes, que

las reconociese tan potentemente presentes,

que este atractivo fuese vencedor de mi fl uc-

tuar. Sin esto, seremos siempre como ese canto

arrastrado por la corriente de las circunstan-

cias, de los estados de ánimo, de los cambios.

Por esto don Giussani nos dice que necesita-

mos no dar por descontado ese dato, porque

el primerísimo sentimiento del hombre es el

de estar frente a una realidad que no es suya,

que existe con independencia de él y de la

cual él depende. «Traducido esto en términos

empíricos, se trata de la percepción original

de un dato» : «dado» implica algo que «dé».

Page 4: Observador Semanal del 22/03/2012

Jueves 22 de marzo de 2012 Jueves 22 de marzo de 20126 7OBSERVADORSEMANAL OBSERVADORSEMANAL

Entre los ateos, y también ag-nósticos actuales –aquellos que niegan la existencia de

Dios o que se encojen de hombros sin importarles si existe o no–, anida un desconocimiento de lo que es la fe y la experiencia cristiana. Lo que expli-ca en gran medida, el alcance de su increencia. O tal vez sería mejor decir que esa ‘docta” ignorancia no es nue-va sino que se remonta bien atrás y se pierde en el tiempo de los anticleri-calismos. Pero lo que es mas preocu-pante, y lo decimos con toda inten-ción y seriedad, es el oscurantismo y la pobreza de razones de los propios cristianos y católicos de sus creen-cias: incapaces muchas veces de dar una explicación de las mismas.

Y los achaques al cristianismo son varios; de que es una fe “oscurantis-ta”, de que esta fe pretende tener to-das las respuestas sobre la vida, de que es una fe que somete a la fi loso-fía, tratándola de mera “sirvienta”, y como broche fi nal, de que es una fe que pretende instaurar una forma de gobierno que atenta contra la libertad individual de los ciudadanos negando así el carácter propio del Estado. A fuer de ser sinceros, al leer el tamaño de esas acusaciones –se nos ocurre– que la venida de Aquel Jesús de Na-zaret, trajo más miserias y desastres e instaló más inmadurez en la especie humana que cualquier otra pretensión y fi losofía en la historia. Y eso asusta, por lo históricamente falso. Pero no vayamos tan lejos, y demos una mi-rada rápida a esas críticas.

La primera, la de que la fe es “oscu-rantista”. Si por oscurantismo se en-tiende la negación de las luces de la razón por parte de la fe, entonces eso no es lo que el católico cree. O no de-bería. La razón y la fi losofía apuntan a una relación de conciencia con el mundo y su fundamento, y también, a una vinculación existencial del ser humano con la fe. Por lo que preten-der, como lo hacen algunos, de que la

“religión está contra la fi losofía”, o la razón es falso. Tal vez esa haya sido la postura de algún pensador de los pri-meros siglos como Tertuliano (“creo porque es absurdo”) o, tal vez de otros como Lutero, (“razón es la prostituta del diablo”), pero nada más. La tradi-ción católica ha venerado y defendi-do a la razón. Y hoy se podría afi rmar lo mismo también de los herederos de Lutero para los que, –conozco su fi -losofía y es seria–, la fe es razonable.

Y así como la razón busca el funda-mento último de la condición huma-na, la fe y la revelación vienen a ilu-minar y ayudar a esa razón en solidi-fi car ese fundamento. La gracia y la fe no destruyen la razón ni la naturaleza: solo la ayudan, la “cobijan”, la perfec-cionan. Y lo de perfeccionar ocurre si y solo si una persona la acepta libre-mente, pues de lo contrario, si el ateo no lo quiere reconocer, o el agnósti-co elije ignorar, nadie los obliga a ha-cerlo. ¿Porqué rasgarse las vestiduras entonces? Pero hay más. Se dice y ar-gumenta que la fe no tiene la respues-ta para todos los problemas de la vida como algunos cristianos pretenden. ¿Pero eso, qué signifi ca realmente? ¿Signifi ca que los cristianos se ufa-

nan de tener la solución a todos los problemas de la existencia? Nada de eso. Eso sería un triunfalismo ideoló-gico del signo que fuere, barato, inhu-mano. De nuevo aquí se fi ltra un mal-entendido o bien, el relucir de la ma-lévola docta ignorancia que habíamos mencionado.

La fe cristiana es gracia, es regalo, es elección, ilumina el camino de la razón pero no suprime el esfuerzo del

peregrinar: el cristiano todavía y con más razón, valga la redundancia, de-be utilizar esa razón para caminar, re-correr el camino como todos y con to-dos para aclarar el sentido de las co-sas. ¿O acaso Pasteur o Newton o Mendel, o los contemporáneos Fran-cis Collins o tal vez Michael Behe de-jaron la razón para dar lugar a “su fe ciega” en su peregrinar hacia los se-cretos del universo y de la materia? El punto es claro: ni la fe ni tampo-co la gracia constituyen ni pretenden ser “pura magia”, o una suerte de ta-lismán sobrenatural secreto para tener acceso al misterio último del universo o de la historia.

Por lo que sugeriría al ateo y al ag-nóstico y también a aquellos católicos distraídos, que harían bien en leer y refl exionar lo de San Agustín; de que la fe es un “acicate” para entender, el “creo” del acto de fe “mueve” e in-cita el entender, pues la propuesta de la fe abre a mas preguntas, provoca a la razón para que esta discurra como tal. La fe hace que la razón sea razón y nada más. La fi losofía, por eso, es también autónoma para un católico. Por eso la razón no es “sirvienta” en sentido peyorativo sino servidora, la

que hace posible la realidad de la ver-dad. Y eso es también luz. Y si es an-cilla, fue llamada servidora, es porque es luz y, espero me perdone el lector ateo o agnóstico, que insista que lo de servir no es malo sino al contrario; es solidaridad, es ayuda, es fraterni-dad, lo que impide que un ser huma-no se convierta en una bestia, un ani-mal. Aunque esto último, ciertamen-te, agreda a sus sensibilidades darwi-nistas.

Por último, lo de la supuesta nega-ción del carácter “laico” del Estado. Lo contrario es la verdad; la fe cris-tiana y la católica es la que afi rma la sana laicidad del Estado, y no esa in-sidiosa ideología laicista que obliga a que todos, vía el poder Estatal, a edu-car a los ciudadanos conforme a la ideología ofi cial. Y decimos ideolo-gía en el más puro de las signifi cacio-nes, así como lo entienden sus acóli-tos: como sistema único, exclusivis-ta y cerrado que no ve otra forma de educar que la que enunciar un “mar-co” rígido, totalitario con sus notas salientes: una moral evolutiva, unos signos biológicos y sicológicos irre-levantes, y sobre todo, la imposición de conceptos teórico-artifi ciales co-mo genero por la fuerza de la ley. ¿O acaso ha existido alguna otra ideolo-gía más oscura que esta?

Concedido. Que la Iglesia ya no es la fuerza histórica que alguna lo fue, es un hecho. ¿Pero acaso eso de ser fuerza histórica es en si deseable? ¿Acaso lo de “restaurar” la Cristian-dad sea la meta del Cristianismo? No lo creo. Pero si creo, por el contrario, que el signo de los tiempos es hoy, di-ferente: la fe solo quiere que la razón sea tal, y lo pide, y la Iglesia quiere ser la garantía de la salud de esa razón. Como en los tiempos de San Benito de Nursia cuando los bárbaros agre-dían a la razón. Como ocurre hoy. Na-da más pero también nada menos.

* Mario Ramos-Reyes, Profesor y Filósofo; Director del Centro de Cul-tura, Ética y Desarrollo. Para co-mentarios o preguntas: [email protected]

R E F L E X I O N E S E N T R E V I S T A

¿El motivo que les trajo a Para-

guay?

(LS) En mi caso, he conocido al Padre Aldo y además siempre leía sus escrito sobre lo que pasaba aquí. Desde un principio, me ha-bía impactado su modo de reco-nocer la belleza de Cristo, incluso en las circunstancias más difíciles y duras que le tocaba vivir. En-tonces, cuando surgió la posibili-dad de venir a Paraguay y verlo de cerca, me decidí de inmediato.

¿Cuál es la impresión que les ha

dejado este lugar?

(LS) La primera impresión es que se ve una diferencia entre lo que sucede aquí en la Parroquia y aquello que hay ahí afuera, en la calle. Pero es necesaria una edu-cación que nos ayude a mirar las cosas más simples para poder cambiarlas. Sin una educación, creo que sería imposible un cam-bio hacia algo mejor.

En tu vida cotidiana ¿cómo vives

este acontecimiento?

(LS) Es bien difícil. Aquí, en es-te lugar, la presencia de Cristo se evidencia como una provocación al estar frente a una persona en-ferma o un niño abandonado, sin embargo, a mi me toca vivir una circunstancia bien diferente. Ten-go que levantarme todas las ma-ñanas para ir a trabajar durante to-do el día en un estudio de arqui-tectura, frente a una computadora, junto a varias personas; entonces,

es más difícil reconocer la presen-cia de Cristo. Aquí, como te de-cía, es todo muy evidente, pero para mí no es tan fácil reconocer-lo (a Cristo) en las cosas que debo hacer porque está la computadora, los colegas del trabajo y mi pro-yecto; o sea, es como “abstracto”. Ese es el desafío que tengo aho-ra al volver.

No creo que para nadie sea fácil vi-

vir esto. De hecho, la frase de Dos-

toievski: «Un hombre culto, un eu-

ropeo de nuestros días, ¿puede

creer, realmente creer, en la divini-

dad del Hijo de Dios, Jesucristo?»,

creo que refleja esto.

(LS) Es un desafío, porque en mi opinión, todo el mundo en el cual vivimos, te lleva a no hacer-te esta pregunta, sobre la divini-dad de Cristo. Toda nuestra men-te está ocupada en el trabajo, en el dinero, a cómo seguir adelante en la vida, pero nadie se detiene a pensar en esta pregunta. Pero por fortuna, en mi caso, encontré una compañía que me sostiene y me ayuda desde la época del colegio, después en la universidad y aho-ra en el trabajo. Es una compañía que me educa y me ayuda a es-tar delante de la realidad todos los días. De esta manera, el cristianis-mo se vuelve en algo cotidiano y no a un esquema, o la misa de los domingos, no es algo añadido. El desafío consiste en reconocer que Cristo tiene que ver con todo lo que hago frente a la computadora, con mis compañeros. Por eso di-go que es más difícil reconocerlo

allá, porque debo responder a mi realidad que es una computadora y un montón de proyectos. Pero, yo pienso que para mí esto es co-mo una necesidad porque si no tu-viera esta pregunta o esta provo-cación, la vida sería más compli-cada.

¿Ustedes se conocían desde antes

y comparten la misma experiencia

dentro del movimiento de CL?

(MC) Fuimos compañeras de cole-gio y nos conocíamos muy bien. Luego en la universidad también compartimos las clases. Pero creo que lo que ha permitido profundi-zar más nuestra amistad fue el he-cho de que compartimos el mis-mo departamento cuando estudia-mos en Milán.

¿Qué les ha parecido la expe-

riencia vivida en estos días en

Paraguay?

(MC) Digamos que para mí fue responder a una propuesta que me hizo Lidia. Al inicio, el hecho de estar aquí fue un golpe muy duro, porque es una realidad muy fuer-te, que me impresionó, porque es muy diferente a lo que vivimos en Italia. He venido al Paraguay por un deseo de entender cómo uno puede ser feliz estando en una cir-cunstancia dura. Es una realidad totalmente lejana a lo que se nos propone en nuestro mundo hoy en día, de donde más bien uno quie-re huir. Entonces, una persona que vive en Italia, pudiendo tenerlo todo, nunca está contenta. Eso me impresiona y me impacta mucho

porque es una posición a cual to-dos estamos expuestos.

Hoy se habla mucho de crisis,

especialmente en Europa ¿cómo

ustedes viven esta realidad difí-

cil habiendo tenido un encuen-

tro personal con Cristo?

(MC) Yo vivo esta situación (la crisis) preguntándome en cada momento la razón y el sentido de las cosas que hago. Como por ejemplo, en este momento luego de haberme graduado, encontré un trabajo en Suiza donde me die-ron un contrato de tres meses, no un contrato fi jo, pero si no tuvie-se una razón por la cual hacer ese trabajo, porque no me pagan –es gratis-, para la mentalidad euro-pea, soy una estúpida. Sin embar-go, esta circunstancia es la que me toca vivir y la tomo en serio, aun-que también siga buscando otras opciones, pero en este momento, en medio de esta crisis, creo que en verdad, es una crisis existencial. No-sotros tenemos a quién mirar, es una realidad concreta y no es el fi n de mi vida, aunque estemos en crisis eco-nómica, el dinero no es lo que me de-termina mi vida.

En su caso doctor Sega, no es la pri-

mera vez que visita Paraguay, ¿qué

lo empuja a venir cada tanto?

(RS) He estado varias veces en Pa-raguay y el primer lugar que co-nocí fue Villarrica porque jun-to a unos amigos, ayudamos a construir un Centro Cardiológi-co. Después siempre yendo para el hospital, en modo casual cono-

cí al padre Aldo hace más de 10 años. Esta amistad fue creciendo. Estar aquí es una iniciativa mía y vengo porque me ayuda a vivir en primer lugar, mi vida. Más de lo que yo pueda dar o ayudar, es lo que recibo en este lugar. Yo soy uno de este pueblo que se mueve.

Usted siempre estuvo cerca apo-

yando las obras ¿cómo ve todo es-

to que ha surgido en este lugar?

(RS) Yo diría que para mi esta ex-periencia fue encontrar a Cris-to, porque una cosa es conocer el cristianismo y otra cosa encon-trar a Cristo. Estas obras me die-ron mayor posibilidad de encon-trar en mi vida a Cristo -y yo mi vida no la vivo aquí-, me dio la posibilidad de encontrarlo en las cosas que hago todos los días. Es-te es un lugar que me educa a ver aquello que me ayuda más a ser hombre. Este lugar es fruto de una experiencia que, gracias a Dios, sin que hayamos hecho ninguna inversión, nos ha sido dada. So-bre todo es la posibilidad de vivir una amistad y profundizar una re-lación, mi ganancia está en esto. No se quién ayuda a quién. Es una deuda recíproca. Lo que yo veo es que en este lugar hubo una gracia grande que educó un pueblo, es como los frutos de un árbol que tiene la savia de la raíz que da los frutos y cada uno de nosotros es fruto de este árbol. El problema es que yo encuentre a Cristo y esto es lo que me cambia.

Cantervill

La claridad de la fehace que la razón sea razón

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La cuestión hoy ya no

es más qué es lo que los

hombres deben creer

sino más bien, qué sig-

nifi ca ser un creyente,

un católico/a o ser un

miembro/a de la Iglesia.

Juan Pablo II, (Fuentes de la

Renovación, p. 17)

Revelación del sueño de un patricio al papa Liborio

“Sólo en una compañía el cristianismo se vuelve algo cotidiano y no un esquema”

“¿Por qué una persona que vive en Italia, pudien-do tenerlo todo, nunca está contenta?”. Con es-ta pregunta atravesada en lo más profundo, dos ami-gas de Milán vinieron a Paraguay para conocer de cerca la experiencia que se vive en la Parroquia San Rafael. Ellas son Marta Ma-ria Comaschi (MC) y Lidia María Sega (LS), esta úl-tima, hija del Dr. Roberto Sega, un médico especia-lista que ayudó a construir el Centro Cardiológico en el hospital Espíritu Santo de Villarrica.

Marta Maria Comaschi, Lidia María Sega, Dr. Roberto Sega.

Page 5: Observador Semanal del 22/03/2012

Jueves 22 de marzo de 20128 OBSERVADORSEMANAL

También hay bastantes pare-mias que, habiendo sufri-do pequeñas modifi cacio-

nes, siguen siendo conocidas y fre-cuentemente empleadas, como An-de yo caliente, ríase la gente (án-dome yo caliente y ríase la gente); Quien bien te quiere, te hace llorar(Ese te quiere bien, que te hace llo-rar) ú Ojos que no ven, corazón que no siente (no quiebra).

Y, por último, quedan refranes cuya evolución es más pronuncia-da y afecta a su forma haciéndola más concisa y adaptada al lengua-je de hoy, como sucede en el caso de El muerto a la sepultura y el vi-vo a la hogaza que se transforma en El muerto al hoyo y el vivo al bollo

y en el de La mucha conversación engendra menosprecio que aho-ra es más conocido como La con-fi anza da asco A veces se produ-ce un reforzamiento de la expre-sividad de la paremia, como, por ejemplo, los refranes Bien vengas mal si vienes solo y Un mal lla-ma a otro se han plasmado en la versión más arraigada en el español actual Las desgracias nunca vienen solas.

A pesar de todo lo arriba expues-to se puede sostener que, en gene-ral, el refrán de El Quijote nos de-muestra su gran poder de supervi-

vencia a lo largo de los siglos y su capacidad de conservar la forma y el signifi cado original.

Si los refranes son enunciados que refl ejan la realidad de un país en un momento determinado de su historia, se puede concluir que la actualidad española ha heredado mucho de los personajes inmorta-les de Miguel de Cervantes. Los re-franes son como organismos vivos que se adaptan a la lengua y a los tiempos que atraviesan; podríamos buscar las huellas de su existencia continuada, posiblemente en nue-vas formas y usos.

L A AV E N T U R A H U M A N A D E LO S S A N T O S

San José Oriol

Nacido en Barcelona, en 1650. A pesar de los muchos mi-lagros acontecidos por su valimiento, diversas circuns-tancias azarosas de los tiempos retardaron su glorifi ca-

ción canónica. Fue beatifi cado por Pío VII en 1806 y canoniza-do por San Pío X en 1909. Brilló por su humildad y sencillez. Por su falta de aparatosidad y por su fi delidad en las cosas peque-ñas. Por haber dignifi cado el cargo de benefi ciado de una igle-sia, tarea tan poco vistosa.

Cuando tenía un año y medio, falleció su padre; y habiendo quedado la viuda en suma pobreza, contrajo segundo matri-monio con un hombre muy bueno, zapatero de ofi cio. El cris-tiano zapatero amó al niño como hijo propio, a pesar de te-ner los suyos, y cuando tuvo la edad sufi ciente le hizo entrar de monaguillo en Santa María del Mar, donde aprendió a leer y escribir, y también algo de solfeo. Pasaba muchos ratos arro-dillado ante el altar del Santísimo y tenía un acendrado amor a la Virgen. Llegado a los doce años, los benefi ciados del templo, viendo en él cualidades para los estudios, le enviaron a la Uni-versidad, para que aprendiera la lengua latina y las principales letras humanas que allí se enseñaban. Se hospedaba en un pe-queño desván, muy a propósito para la vida de estudio y ora-ción que llevó siempre. No salía apenas del mismo, más que pa-ra ir a la iglesia o a las aulas. Fue ordenado sacerdote en 1676 y benefi ciado en Santa María del Pino durante más de cuarenta años. Se santifi ca en su silla coral simplemente asistiendo pun-tual al canto de las horas canónicas en las Misas conventuales. Para él el rezo de las horas canónicas era verdadera oración.

Fue profesor particular de dos niños durante diez años. Lue-go, muchas horas de paciente confesonario, ante el que se for-maban grandes colas. Es un santo hecho por Dios para ense-ñar serenidad, efectividad en cualquier puesto, porque los su-yos fueron siempre simplicísimos, algunas incómodos, como la de bolsero, que reparte los ingresos, y la de apuntador de los impuntuales. La tarea de enfermero es la que hacía más a gus-to. Visitaba cárceles y hospitales. Y siendo tan sencillo y sin re-lieve, estaba muy bien preparado. Era muy diestro en la len-gua hebrea. Fue doctor en teología. Leía mucho a San Juan de la Cruz. Su predicación no era muy elocuente, pero el ejemplo de su vida convencía.

Cuatro años antes de su muerte, resolvió partir a Roma y pre-sentarse para que la Santa Sede le destinara a las Misiones de Oriente. Salió de Barcelona el 2 de abril de 1698. Con muchas incomodidades, comiendo de caridad y caminando, siempre a pie, llegó a Marsella, donde enfermó gravemente. Durante su dolencia se le apareció la Santísima Virgen y le mandó que re-gresara a Barcelona. La ciudad se alborozó de alegría a su re-torno. Y desde entonces empezó un nuevo período de su vida —el último—, durante el cual se manifi esta a sus conciudada-nos con un nuevo poder celestial: el de «curar de gracia», como se decía muy teológicamente, es decir, el de sanar a los enfer-mos por don gratuito de Dios, mediante su bendición. Múlti-ples milagros a plena luz. Recordaba, no soy yo sino Dios quien lo hace. Pero aun siendo tan espectaculares, los milagros no son más que el aparato eléctrico del Cielo, rayos y truenos para los ciegos y sordos del alma.

Y no es al taumaturgo a quien se convoca aquí, ni tampoco al asceta, al Doctor Pan y Agua como le llamaba el pueblo por sus mortifi caciones continuas y severísimas, sino al hombre que, con una soberana indiferencia por el qué dirán, pronunció una frase casi escandalosa, como suele serlo la verdad: “Preferiría morir en los brazos de una mujer que con una moneda en el bolsillo». ¡Qué cosas tienen los santos! Antes el pecado de la carne que el del dinero, y esto en un castísimo varón, ejemplo de sacerdotes. La sensualidad es sucia, pero humana, el dinero tal vez diabólico. Por eso no podía conciliar el sueño si tenía en casa alguna monedita, y se precipitaba en plena noche a bus-car un pobre, después de lo cual dormía como un ángel.

El 22 de marzo de 1702 recibe el Sacramento de los enfermos. La escolanía de Nuestra Señora del Pino le acompaña cantan-do a media voz el Stabat Mater. Y al día siguiente muere santa-mente, a sus cincuenta y dos años, con la mirada en el Crucifi jo.

P O E M A S U N I V E R S A L E S

C U L T U R A / L I T E R A T U R A

Sobre los refranes de “El Quijote” (VII)

Yo soy un hombre sinceroDe donde crece la palma. Y antes de morirme quiero Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes, Y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes, En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños De las yerbas y las fl ores, Y de mortales engaños, Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura Llover sobre mi cabeza Los rayos de lumbre pura De la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros De las mujeres hermosas: Y salir de los escombros, Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre Con el puñal al costado,

Sin decir jamás el nombre De aquélla que lo ha matado.

Rápida como un refl ejo, Dos veces vi el alma, dos: Cuando murió el pobre viejo, Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez -en la reja, A la entrada de la viña,- Cuando la bárbara abeja Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte Que gocé cual nunca: cuando La sentencia de mi muerte Leyó el alcalde llorando.

Oigo un suspiro, a través De las tierras y la mar, Y no es un suspiro es Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero Tome la joya mejor, Tomo a un amigo sincero Y pongo a un lado el amor.

En el presente artículo se de-stacan varios puntos de in-terés sobre el refranero de El Quijote, en particular su ac-tualidad, su importancia y su carácter representativo para la lengua española de hoy, datos que tienen sin duda una impor-tante aplicación al ámbito de la enseñanza.

Olga Tarnovska

Yo he visto al águila herida Volar al azul sereno, Y morir en su guarida La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo Cede, lívido, al descanso, Sobre el silencio profundo Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada De horror y júbilo yerta, Sobre la estrella apagada Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo La pena que me lo hiere: El hijo de un pueblo esclavo Vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante, Todo es música y razón, Y todo, como el diamante,

Antes que luz es carbón.

(José Martí, poeta cubano)

(Fragmento)

Preparado por GL