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HISTORIA Y VIDA 47 PRUSIA ENRIQUE F. SICILIA CARDONA, HISTORIADOR Y PERIODISTA BATACAZO EN HOCHKIRCH En mitad de la guerra de los Siete Años, la soberbia llevó a Federico el Grande de Prusia a confiar temerariamente en una posición indefendible frente a los austríacos. La de Hochkirch fue una derrota anunciada, que todos menos el rey prusiano supieron prever. F ederico el Grande se sentía optimista la mañana del 13 de octubre de 1758, a pesar de tener al más numeroso ejército austríaco acampado en sus cercanías desde hacía tres días. Su confianza en la escasa habilidad táctica del adversario y el conocimiento que tenía de él le daban una seguridad absoluta. El rey prusiano se acostó despreocupado, a la espera de retomar las hostilidades en cuanto llegase un convoy de pertrechos y suministros desde la cercana ciu- dad de Bautzen. Sus generales, en cambio, no estaban tan tranquilos. Llevaban días mostrando su preocupación por la situación en que se encontraban, tan cerca de un enemigo al que respetaban bastante más que el Monarca. Prusia contra todos Habían transcurrido ya dos años de luchas en una con- frontación fundamental para la preservación del expan- sivo reino de Prusia. Desde que Federico arrebatara por sorpresa a los austríacos la región de Silesia en la década anterior, la caldera de Centroeuropa no había hecho más que avivarse. La pérdida de esa rica región supuso un grave retroceso en prestigio y territorio para el Austria de la enérgica emperatriz María Teresa I. La Soberana inten- tó revertir esa situación al embarcarse en la guerra de los Siete Años junto a una poderosa alianza. Esta guerra global tenía dos frentes principales: Europa y las posesiones coloniales en América y la India. En el FEDERICO II DE PRUSIA en el campo de batalla. Detalle de un óleo de Emil Hünten, 1858.

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46 H I S T O R I A Y V I D A H I S T O R I A Y V I D A 47

PRUSIA

ENRIQUE F. SICILIA CARDONA, HISTORIADOR Y PERIODISTA

BATACAZO EN HOCHKIRCHEn mitad de la guerra de los Siete Años, la soberbia llevó a Federico el Grande de Prusia a confiar temerariamente en una posición indefendible frente a los austríacos. La de Hochkirch fue una derrota anunciada, que todos menos el rey prusiano supieron prever.

Federico el Grande se sentía optimista la mañana del 13 de octubre de 1758, a pesar de tener al más numeroso ejército austríaco acampado en sus cercanías desde hacía tres días. Su confianza en la escasa habilidad táctica del adversario y el

conocimiento que tenía de él le daban una seguridad absoluta. El rey prusiano se acostó despreocupado, a la espera de retomar las hostilidades en cuanto llegase un convoy de pertrechos y suministros desde la cercana ciu-dad de Bautzen. Sus generales, en cambio, no estaban tan tranquilos. Llevaban días mostrando su preocupación por la situación en que se encontraban, tan cerca de un enemigo al que respetaban bastante más que el Monarca.

Prusia contra todosHabían transcurrido ya dos años de luchas en una con-frontación fundamental para la preservación del expan-sivo reino de Prusia. Desde que Federico arrebatara por sorpresa a los austríacos la región de Silesia en la década anterior, la caldera de Centroeuropa no había hecho más que avivarse. La pérdida de esa rica región supuso un grave retroceso en prestigio y territorio para el Austria de la enérgica emperatriz María Teresa I. La Soberana inten-tó revertir esa situación al embarcarse en la guerra de los Siete Años junto a una poderosa alianza.Esta guerra global tenía dos frentes principales: Europa y las posesiones coloniales en América y la India. En el

FEDERICO II DE PRUSIA en el campo de batalla. Detalle de un óleo de Emil Hünten, 1858.

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48 H I S T O R I A Y V I D A H I S T O R I A Y V I D A 49

PRUSIA

PRUSIA

BRANDEBURGO

POLONIA

SUECIA

DINAMARCA

HOLANDA

HANÓVER

PAÍSES

BAJOS PALATINADO

Berlín

Praga

SAJONIA

BAVIERA

AUSTRIA

HUNGRÍAFRANCIA

Dresde ZittauLöbau

Viena

MAR DEL NORTE

MAR BÁLTICO

Neisse

SILESIA

Rossbach

Kunersdorf

Kolin

Zorndorf

LeuthenHochkirch

Victoria prusiana

Límite del Sacro Imperio Germánico

Victoria austríaca

PRUSIA Y SU LUGAR EN LA GUERRA DE LOS SIETE AÑOSFederico en armas

Viejo Continente, Prusia se enfrentó casi en solitario a la coalición formada por Francia, Austria y Rusia, principalmente. A lo largo de 1757, Federico había deteni-do brillantemente en Rossbach y Leuthen las intentonas de invasión de sus contrin-cantes, aunque también había sufrido pérdidas e incluso un primer revés perso-nal en Kolin, donde fue herido. El rey pru-siano tenía una mente ágil, preconizaba el ataque a ultranza y siempre intentaba mantener la iniciativa en campaña. Gol-peaba con fuerza y celeridad. Se basaba en un entrenado ejército y un competente cuerpo de oficiales, así como en su posición geográfica central frente a sus principales enemigos, que le permitía acometer mu-chas veces a sus rivales por separado. Algo caprichoso, con pocos escrúpulos y muy ambicioso, Napoleón diría de Federico II que llevaba a cabo estrategias ante las que incluso él habría vacilado.Pero, en el otoño de 1758, su atención se centraba en el ejército austríaco de Daun, precisamente el hombre que le había de-rrotado en Kolin rompiendo su racha de victorias. Leopold Joseph von Daun era

un experimentado mariscal de 53 años. Había participado en numerosas batallas desde sus inicios bélicos en Sicilia, vién-doselas con los otomanos, los franceses y, sobre todo, los prusianos en repetidas ocasiones. Tenía fama de cauto en sus decisiones y de meticuloso en sus plan-teamientos. Menos arriesgado que Fede-rico en el campo de batalla y gustoso de mantenerse a la defensiva, quizá no tenía la acometividad de su genial contrario,

pero no desdeñaba una ocasión de ataque cuando esta se le presentaba.

Acción en SajoniaLa corte de Viena, sabiendo que el rey prusiano se enfrentaba más al norte a los rusos, había ideado a finales de verano tomar la estratégica ciudad de Dresde y luego toda Sajonia. Desde allí tendrían la capital enemiga a tiro, o podrían incluso intentar la reconquista de Silesia más ade-

lante. Ese negro panorama estratégico era algo que Federico no podía permitir. Dejó a los golpeados rusos en observación y se dirigió a marchas forzadas hacia Dresde para impedir ese movimiento austríaco. A principios de septiembre concentró un formidable ejército en los alrededores de la ciudad. El prudente Daun no quería aceptar batalla en esas circunstancias, y menos aún con las noticias que le llegaron sobre la retirada de los rusos tras la san-

grienta batalla de Zorndorf de finales de agosto. Se retiró a la fuerte posición de Stolpen a esperar acontecimientos y a de-fender su línea de aprovisionamiento y comunicaciones con su base.Esa calma tensa se rompió tras una ma-niobra de flanqueo con la que los prusia-nos, el 1 de octubre, ocuparon Bautzen. La retirada austríaca estaba cantada. Se produjo unos días después, al amparo de una oscura noche. Los hombres del ma-

riscal Daun se situaron cerca de la ciudad de Löbau, de nuevo un buen lugar, pues-to que podían seguir cubriendo la carre-tera que, a través de Zittau, se adentraba en la disputada región de Silesia y sus propias zonas de partida.Federico siguió presionando, y el día 10 se topó con el grueso austríaco, que le tra-baba el paso hacia la fortaleza cercada de Neisse, en Silesia. En resumen, su precia-da joya territorial estaba bajo asedio, y un enorme ejército de entre 80.000 y 90.000 hombres se interponía en su camino. Acam-pó osadamente (sus fuerzas rondaban los 30.000 efectivos) en un pueblo llamado Hochkirch, algo desperdigado y muy cer-cano a sus rivales. Algunos de sus gene-rales le pidieron cambiar la posición, ante el riesgo de verse atacados en infe-rioridad de condiciones, pero el Monarca, confiando en su estrella y en su destreza, se negó. En 1761 tendría muchísimo más cuidado en la posición y el campo atrin-cherado de Bunzelwitz ante una situación similar de inferioridad de fuerzas.Es más, su mente trabajaba en el siguien-te movimiento ofensivo. Cuando llegaran los refuerzos y los pertrechos solicitados –le habían comunicado que sería al cabo de cuatro días–, acometería una maniobra sobre el flanco derecho austríaco para sobrepasarlo y continuar su avance hacia Silesia. En realidad, su fuerza de vanguar-dia, más de diez mil hombres al mando del general Wolf Friedrich von Retzow, ya ocupaba una posición desbordante por el norte de su dispositivo, aunque estaba unos siete kilómetros alejada del grueso. Todo parecía perfecto, salvo si los contrin-cantes se movían de sus posiciones y le atacaban, una contingencia que el Rey ni siquiera se molestó en contemplar.

Los austríacos se preparanLa sorpresa inicial de los de Daun ante este nuevo y rápido movimiento prusiano se disipó al comprobar la fuerza y las dis-posiciones de Federico. En las jornadas siguientes tuvieron lugar varias escaramu-zas para conquistar una colina llamada Stromberg, que sobresalía en el escenario ocupado entre ambas líneas. El monarca prusiano la deseaba porque desde allí po-día volver a flanquear la posición principal enemiga, y quizá ganar una serie impor-tante de kilómetros sin tener que combatir.

0 2 km

PrusianosAustríacos

Federico IILaudon

Comandantes en Hochkirch

SpittelSteindörfel

a Bautzen

StrombergLauske

Wuischkea Löbau

a Dresde

Federico II

Retzou

Daun

Laudon

D’Arenberg

Dresha

Werßenberg

Plotzen

Kittlitz

SOLO EN EUROPA ter­minó con la vida de alre­dedor de un millón de personas. La guerra de los Siete Años (1756­63) fue una conflagración encarni­zada. La rivalidad entre las potencias del Viejo Conti­nente acabó en choque abierto en todo el mundo. Gran Bretaña pugnaba por

colonias y comercio con Francia y España. Una Pru­sia en ascenso disputaba a Austria el poder tanto den­tro como fuera del Sacro Imperio Germánico. Fede­rico II se alió con los britá­nicos, algunos estados germanos (entre ellos, Ha­nóver, cuyo soberano era el rey inglés) y Portugal,

mientras austríacos y fran­ceses sumaban a su coali­ción a Suecia, Sajonia y España. Los rusos, del lado vienés, dejaron la lucha en 1762, cuando Pedro III, ad­mirador de Federico, firmó con este un tratado de paz.

AUSTRÍACOS Y SAJO-NES firmaron la Paz de Hubertusburgo con los prusianos al año siguiente. Desde un punto de vista territorial, Federico II logró básicamente mantener la situación previa a la con­tienda, pero lo cierto es que Prusia se había hecho ya un hueco entre los grandes de Europa. De todos mo­dos, los principales gana­dores de la guerra de los Siete Años habían sido los británicos, que obtuvieron territorios en América y África a costa de españo­les y, sobre todo, de fran­ceses en el Tratado de París, también de 1763.

DAUN NO TENÍA LA ACOMETIVIDAD DE FEDERICO, PERO NO DESDEÑABA UNA OCASIÓN DE ATAQUE

LA EMPERATRIZ María Teresa de Austria entrega una condecoración, por Martin van Meytens, s. xviii.

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PRUSIA

Pero los austríacos no eran unos princi-piantes, y se anticiparon al plan del Rey colocando tropas en la elevación. No solo eso: probaron, mediante una acción de Ernst Gideon von Laudon, uno de sus más audaces generales, la solidez de la posición prusiana, aunque sin resultados. Todo ello debería haberle advertido de que las intenciones del más numeroso ejército rival eran las de atacarle en Hochkirch. El propio lord James Keith, general escocés al servicio de Federico y su mano derecha en el mando, llegó a decir: “Los austríacos merecen que los ahorquen si no nos atacan aquí”. La posición principal prusiana se extendía en una línea irregular y angulada a lo largo de más de seis kilómetros desde el pueblo de Lauske, al nordeste, hasta las estribaciones de Wuischke, al sudoeste. Los de Federico construyeron áreas para-petadas y resguardadas con artillería al menos en ambos extremos de la línea, y una serie de arroyos cruzaban el campo de batalla. Lo cierto es que casi no contaban con reservas, y la no posesión de Stromberg dificultaba la defensa. Por si fuera poco, al sur de Wuischke, a retaguardia de la línea defendida, tupidos bosques y eleva-ciones no dejaban ver al atacante hasta tenerlo encima. Y, para rematar el sinsen-tido de mantenerse allí, sufrían una des-ventaja numérica de casi tres a uno.

Todas estas desventajas iban a ser explo-tadas hábilmente por Daun y sus generales. ¿Por qué Federico, un experto en materia militar, no esperaba el ataque austríaco? Existen varias razones. La primera, la bo-rrachera de victoria que padecía el Rey por aquellas fechas, tras las magistrales clases tácticas que había impartido al enemigo en sus últimos encuentros. La segunda, el conocimiento que tenía de su cauteloso adversario. En el fondo, no pensaba que

Daun se atreviera a acometer un plan ofen-sivo, y menos poniéndose él mismo al frente de las tropas en el campo de batalla. Su temeraria confianza en la psique del enemigo pronto le costaría un disgusto.

Acercamientos noctámbulosEn la madrugada y el amanecer del 14 de octubre, las fuerzas austríacas arremetie-ron contra sus adversarios desde ¡siete direcciones diferentes! Era algo inaudito en la práctica militar, y evidencia el elabo-rado plan de Daun y Franz Moritz Lacy –otro notable general austríaco que abogó por el ataque desde el principio– para derrotar a los prusianos. Consistía en una

aproximación escalonada y a diferente horario, debido, sobre todo, a la naturale-za táctica de la ofensiva. Daun había esco-gido para la ocasión un ataque en orden oblicuo, aunque en realidad se asemejaba más a un desbordamiento por el flanco derecho enemigo, para luego embestir su centro y su izquierda por fases. El propio Daun y unos 30.000 hombres atacarían Hochkirch por el sur, y Laudon, inadvertido gracias a las colinas y los bos-ques, se ocuparía con sus 5.000 de tomar del revés y por la retaguardia a las fuerzas prusianas del flanco derecho, encabeza-das por lord Keith. Por el norte y hacia la villa de Lauske se dirigiría el duque Char-les Marie d’Arenberg con unos 20.000 efectivos más, y todavía contaban con otros 20.000 en reserva que vigilarían la vanguardia de Retzow.El plan era audaz y difícil de llevar a cabo. Requería una enorme coordinación, al realizarse de noche y basarse en el factor sorpresa. Había que acercarse lo máximo posible a la línea enemiga y asaltar sin riesgo sus reductos y trincheras de ambos extremos. Daun había ordenado cavar fosos y construir algunos parapetos a lo largo de su frente para, en virtud de su fama de previsor y estático, dar la sensa-ción de querer defenderse de una agresión prusiana. El comandante austríaco mos-traba con ello que no era ningún princi-piante y que sabía teatralizar y desinfor-mar diestramente al enemigo.

En el campo prusiano todo era calma. El propio rey hacía tiempo que dormía plá-cidamente. A la señal convenida, en torno a las cinco de la mañana, los austríacos se precipitaron resueltamente hacia Hoch-kirch, y se empezaron a escuchar las pri-meras descargas y a distinguir algunos fogonazos de mosquetes. Al principio, los veteranos prusianos pensaron en sus tien-das de campaña que eran las típicas esca-ramuzas entre las líneas, pero, poco a poco, al ganar intensidad los ruidos de la lucha, las tropas aglomeradas y en descanso se dieron cuenta de que era un ataque en toda regla. Casi una hora después, el flan-co derecho de Federico se tambaleaba. La

gran batería a las afueras de Hochkirch todavía no se había tomado, y Daun pen-só que había llegado el momento de inten-tarlo. El amanecer comenzaba a revelarse, aunque aquel día una persistente niebla iba a dificultar la visión a ambos bandos.

Noche de fogonazosSe desencadenó una fiera lucha por el lugar, en la que los asaltos de conquista y reconquista se sucedían. Hacia las seis y media de la mañana, Keith conseguía ex-pulsar de la gran batería a los austríacos, pero las fuerzas combinadas de Laudon y Daun cambiaban las tornas otra vez. La poderosa caballería de Hans Joachim von Zieten, uno de los más brillantes lugarte-nientes de Federico, casi estabiliza la si-tuación. Al final, sin embargo, los números se impusieron, y los prusianos hubieron de retirarse. El valeroso Keith, ya herido al principio, murió en ese retroceso por un disparo en el pecho. Su vaticinio de ataque

se había cumplido, y el escocés había pa-gado con la vida el insolente desprecio de su patrón por sus enemigos.Federico fue informado de aquellos pri-meros asaltos, pero se los tomó como una simple escaramuza de piquetes o fuegos de campamento. Cuando las noticias del ataque a Hochkirch le llegaron por un en-lace de confianza y una salva de cañón le pasó sobre la cabeza, dijo: “Tienes toda la razón. Muchachos, tomen sus mosquetes. Y que alguien encuentre mi caballo”. Su semblante cambió por completo, conscien-te del grave riesgo que corría todo su ejér-cito. Despachó órdenes para recuperar el pueblo de Hochkirch y se adentró en per-sona en la peligrosa refriega. Aunque los oficiales y los batallones pru-sianos se superaron combatiendo con su acostumbrada eficacia, cuando se despe-jó la niebla, hacia las ocho de la mañana, el panorama era inquietante. Un anillo de austríacos les rodeaba en todo su frente,

EL LETAL BATALLÓN PRUSIANO

MEJORANDO EL LEGADOLa acción prusiana se basaba en un ejérci-to preparado y en un competente cuerpo de oficiales. La clave de sus victorias radi-có en su entrenada infantería, resultado, en buena parte, de las reformas del prín-cipe Leopoldo I de Anhalt-Dessau, que la había modernizado antes de que Federico ascendiera al trono. Heredero de un ejér-cito disciplinado y bien pagado por parte de su padre, el Grande lo dotó de un ma-yor número de efectivos y lo adiestró, so-bre todo en las marchas de aproximación en columnas y en rápidas y complicadas maniobras en orden oblicuo, como la que llevó a cabo en Leuthen en 1757. Cuando los infantes prusianos iban en columna, su cadencia de pasos por minuto se situa-

Un ejército de gran efectividad que dejaba atrás a sus rivalesba en 75, pero podían alcanzar los 120 al desplegarse en un ataque. Los soldados solían ir armados con un mosquete de chispa de avancarga, que cargaban con unas 60 balas de inicio y que acarreaban siempre con la bayoneta calada.

MÁQUINA BIEN ENGRASADACada batallón disparaba una fuerte des-carga coordinada que proporcionaba un nutrido fuego (hasta cinco disparos por minuto), pero en el que la precisión no era lo fundamental. Este fuego masivo resultaba casi siempre eficaz, aunque re-quería de los soldados entrenamiento, una férrea conducta y que municionaran convenientemente (en algunas batallas podían disparar hasta 180 balas).

EL COMANDANTE AUSTRÍACO HIZO CAVAR FOSOS PARA DAR LA SENSACIÓN DE QUERER DEFENDERSE

KEITH, MANO DERECHA DE FEDERICO II EN LA BATALLA, PAGÓ CON LA VIDA EL DESPRECIO DE SU PATRÓN POR EL ENEMIGO

FEDERICO II estudia un mapa durante la guerra de los Siete Años. Cuadro de Arthur Kampf, 1900-03.

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PRUSIA

y los pueblos de Hochkirch y Steindörfel ya no estaban en su poder. Precisamente a esa hora, D’Arenberg ejecutaba su parte del plan y atacaba el flanco izquierdo de Federico en dos fuertes columnas hacia la localidad de Lauske. Al igual que en el otro extremo, y tras una fiera lucha, los números se decantaron del lado austríaco, y el anillo se empezó a cerrar sobre los desventurados prusianos. Antes de pro-seguir, los de Viena hicieron una pausa general para reorganizar sus fuerzas y

preparar el asalto definitivo a las vapulea-das y sorprendidas tropas rivales.

Anillo inconclusoEl plan táctico austríaco estaba funcionan-do, y la batalla estaba prácticamente ga-nada. Daun había golpeado al osado Fe-derico con un ataque preciso, sorpresivo y coordinado. Parecía el mundo al revés, la genialidad marcial había cambiado de bando en unas horas. Quedaba cerrar el círculo. Para ello, D’Arenberg debía seguir presionando en su área para evitar la re-tirada prusiana hacia el noroeste, cosa que no hizo, por sus dudas sobre la posición de Retzow o bien por su escasa información sobre la lucha en el otro flanco. No hay que olvidar que el humo, en aquellas ba-tallas de pólvora, ocultaba gran parte del paisaje, las distancias a cubrir eran de va-rios kilómetros entre un extremo y otro y la niebla aumentaba la confusión. Federico, mientras tanto, no estaba de brazos cruzados. Pedía la intervención de Retzow y su vanguardia para intentar dar la vuelta a la situación, algo complicado, debido a las tropas disponibles y al resul-tado obtenido hasta ese momento. Su subordinado actuó bastante bien. Primero se despegó de la fuerza de reserva austría-ca, y luego apareció en el momento justo para robustecer a los castigados efectivos del centro, a pesar de sufrir algunos ata-ques en su desplazamiento. Serían las diez

cuando el sol despejó la espesa niebla ma-tutina, y, pese a la llegada milagrosa de Retzow, al rey prusiano no le quedó otra opción que emprender una retirada com-batiendo. Lo consiguió gracias a la profe-sionalidad de sus tropas y a la menciona-da falta de presión austríaca por parte de D’Arenberg y otros mandos.Al llegar a las cercanías de Bautzen, los prusianos tuvieron claro que habían sido derrotados. Sus bajas superaban los 9.000 hombres y habían perdido 102 cañones,

junto con 30 banderas y estandartes. Para los austríacos, el ataque no había sido pre-cisamente un desfile militar. Sufrieron entre 5.000 y 8.000 bajas, según las fuen-tes que se consulten. Los combates fueron muy sañudos y confusos, realizados a po-ca distancia (debido a la noche y a la nie-bla posterior), y evidenciaron, sobre todo, que los austríacos también eran capaces de imaginativos esfuerzos en la ofensiva.

Cuentas y perdonesEl día se apagaba, y Federico se pregun-taba cómo había sucedido aquello. Cabiz-bajo y meditabundo, supo que la respon-sabilidad de la derrota era enteramente suya. Un general prusiano apellidado Warnery comentó que Federico nunca habría tolerado una negligencia semejan-te en sus subordinados. Pero el rey ilustra-do se podía permitir aquella enorme pifia.

Mientras, los austríacos, en su inspección en busca de heridos y muertos, daban con el cuerpo del valiente lord Keith, recono-cido por Lacy (su padre había servido con él). En la propia iglesia de Hochkirch se le dio sepultura con todos los honores del guerrero caído. Otra baja de importancia fue la del príncipe Friedrich Franz de Bruns wick, hermano de la reina de Prusia, decapitado por una bala de cañón.La eterna cautela de Daun no le dejó ex-plotar de manera decisiva su gran victo-ria. Al fijar su atención de nuevo en la plaza fortificada de Dresde, proporcionó a Federico el respiro que necesitaba para reconstituir y reorganizar su derrotado ejército. En noviembre, el rey prusiano avanzó hacia la ciudad sajona y provocó la retirada de Daun hacia la actual Chequia. A finales de 1758 todo seguía igual, y la guerra se alargaría otros cuatro años.

Lo significativo de la batalla de Hochkirch fue la brillantez del ataque escalonado, o en orden oblicuo, que propició una victo-ria táctica de relumbrón sobre el maestro Federico II de Prusia. El Monarca conclu-yó diciendo a posteriori: “Esta vez sí, los austríacos han hecho las cosas bien”. Más que eso, habían sorprendido y derrotado con audacia y destreza a un oponente ge-nial. El Grande se vanagloriaba de sus propios movimientos en el campo de ba-talla gracias a una de las fuerzas más or-ganizadas y preparadas de la historia: la infantería prusiana. Federico, en realidad, experimentó en Hochkirch no solo una derrota advertida y presentida por casi todos, sino el mayor golpe a su egolatría. En la batalla de Kunersdorf, librada al año siguiente, sufriría unas bajas muy superio-res, pero jamás volvería a ser vencido con tanta brillantez como aquí.

Los austríacos mostraron conocer el ataque oblicuo tanto como Federico.

LA LECCIÓN DE LOS TEBANOS

PASMO EN ESPARTAFue en la batalla de Leuctra, en el año 371 a. C., donde los tebanos uti­lizaron por primera vez este tipo de ataque. El éxito frente a los esparta­nos fue absoluto. Básicamente, el oblicuo consiste en perforar con su­perioridad de fuerzas un punto de la línea enemiga (un flanco), para luego girar y acompañar el sucesivo ata­que de las demás formaciones en el centro o en otro extremo. Para ello, la formación de ruptura suele ser la más numerosa en hombres, y se adelanta al resto para dar el golpe.

ATAQUE CONCENTRADOCon esa supremacía local consegui­da, la línea enemiga se ve obligada a cambiar su despliegue para en­frentarse a la acometida y a las su­cesivas oleadas, más débiles, que golpean otras partes de la línea del frente siguiendo un orden o tiempo establecidos. Si todo va bien y los contrarios están totalmente deses­tabilizados, las siguientes fuerzas ni siquiera llegan a entrar en combate, tal como sucedió en Leuctra con la retirada espartana. En Hochkirch, en cambio, sí debieron luchar todas las columnas austríacas. En todo caso, el coste en bajas fue notable también para los vencedores: entre 5.300 y 7.300 muertos y heridos.

BIOGRAFÍACARLYLE, Thomas. History of Friedrich II of Prussia, Called Frederick the Great. Londres: Chapman and Hall, 1864. En inglés. E­book disponible en Proyecto Gutenberg.LUVAAS, Jay. Frederick The Great On The Art Of War. Cambridge, Massachusetts: Da Capo Press, 2009. En inglés.

ENSAYOHAYTHORNTHWAITE, Philip y FOSTEN, Bryan. Frederick The Great’s Army (2). Infantry (col. “Men­at­Arms”, n.º 240). Oxford: Os­prey, 1991. En inglés. LIVESEY, Anthony y MOORE, Sir Jeremy. Grandes jefes militares y sus batallas. Barcelona: Folio, 1996.MARSTON, Daniel. The Seven Years’ War (col. “Essential Histories”, n.º 6). Oxford: Os­prey, 2001. En inglés.VV. AA. Técnicas bélicas del mundo mo-derno, 1500-1763. Alcobendas: Libsa, 2011.

PARA SABER MÁSTRAS EMPRENDER UNA RETIRADA COMBATIENDO, CERCA DE BAUTZEN EL REY TUVO CLARO QUE HABÍA SIDO DERROTADO

BATALLA DE HOCHKIRCH, 14 de octubre de 1758. Lienzo de Johann Christoph Brand, siglo xviii.