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    Teodora: Emperatriz de Vizancio Gilliand Bradshaw

    Seleccin de los mejoresl ibros Recopilacin de Romer Ome Riera

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    Gillian BradshawTeodora, Emperatriz De Bizancio

    Gillian Marucha Bradshaw(born May 14, 1956) is an American writer of historical fiction,

    historical fantasy, children's literature, science fiction, and contemporary science-based novels,who currently lives in Britain. Her serious historical novels are often set in classical antiquity

    Ancient Egypt, Ancient Greece, the Byzantine Empire, Saka and the Greco-Bactrian Kingdom,Imperial Rome, Sub-Roman Britain and Roman Britain. She has also written two novels set in the

    English Civil War.

    A JUDY,En agradecimiento por sus consejossobre equitacin y otras cosas ms.

    Aunque morir es la condicin de nacer, es insoportable pasar del poder imperial a lailegalidad. Dios no permita nunca que se me prive de la prpura; no sobreviva yo al da quese me deje de aclamar como emperatriz. Si lo que quieres, emperador, es seguridad, eso esfcil de conseguir. Disponemos de dinero en abundancia; est el mar; estn nuestrosbarcos. Pero cuidado!, no vayas a descubrir, una vez a salvo, que habra sido preferible lamuerte. Prefiero la vieja mxima: La prpura es un bello sudario.(palabras de la emperatriz Teodora)Procopio, B. P. I, XXIV 35-38.

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    LaemperatrizTeodora

    Constantinopla era ms grande de lo que l se haba imaginado.El barco se acercaba lentamente, mecindose sobre el suave oleaje bajo el caluroso sol deseptiembre, impulsado por la suave brisa que empujaba las remendadas velas. El pequeo

    grupo de pasajeros, agarrado a la barandilla en medio del buque, gritaba con entusiasmoy sealaba unos jardines, un prtico de tiendas, el puerto; la cruz dorada que brillabadesde la alta cpula de una iglesia; la estatua del emperador encaramada a una columna.Es como un espejismo en el desierto -susurr Juan, agarrndose con fuerza a la barandillacomo los dems-. Es resplandeciente y demasiado extensa y hermosa para ser real.- Forma parte del Gran Palacio -dijo el capitn, acercndose a Juan al tiempo que sealabaun edificio junto a la orilla. Juan sinti que se le encoga el estmago al contemplarlo.Dos hileras de columnas de mrmol rodeaban un edificio central cubierto por tejas depiedra pulida que brillaba en medio de los jardines como una piedra preciosa envuelta enpapel de seda. Las altas murallas de la ciudad lo rodeaban, separndolo del resto de casas

    comunes a la vez que creaban, con aire protector, una ciudad propia. Juan movi la cabezay mir hacia abajo. Se fij en sus manos agarradas a la barandilla del barco. Manosdelgadas, amarillentas por la enfermedad, las uas negras de suciedad. Intentimaginarlas acariciando los tesoros del palacio enjoyado, pero no pudo.- En realidad, casi toda esta parte de la ciudad pertenece al complejo del palacio -agreg elcapitn, sonriente-. La emperatriz don ese sector a algunos de sus monjes. Tiene un parde casas ms para ella sola, cada una del tamao de una catedral, y el emperador cuatro ocinco ms. Aparte estn las capillas y los cuarteles para los guardias: es enorme el GranPalacio. Con quin dijiste que queras hablar?- Con un funcionario del palacio de la emperatriz -murmur Juan. No haba dicho otra cosaen todo el viaje cada vez que le preguntaban. Ahora deseaba que fuera verdad.- Bueno, tendrs que preguntar a los guardias de la Puerta de Bronce. Es la nica entradaal palacio. Atracaremos en el puerto Neorio en el Cuerno de Oro. Para llegar a palacio,camina hacia el mercado de Constantino, luego tuerce a la izquierda por la Calle Mediahasta el mercado Augusteo; la Puerta de Bronce del palacio est al otro extremo delmercado. Slo tienes que informar a los guardias para qu vas y te dejarn entrar.Dispones de algn lugar donde alojarte mientras ests en la ciudad?Juan baj la cabeza murmurando un s.Supongo que para esta noche ya tendr algn sitio donde quedarme -pens mientras el

    capitn iba a supervisar el barco-. Oh, Seor, cmo deseara que fuera ya de noche! Diosinmortal, qu hacer con mis cosas? No puedo ir al Gran Palacio, a la corte de laemperatriz, con un saco lleno de ropa vieja!Despus de que el barco virara hacia el Cuerno de Oro y atracara, pregunt al capitn sipoda dejar sus pertenencias a bordo por esa noche.- Por qu no las llevas a tu alojamiento? -pregunt el capitn con sensatez.- Yo preferira ir a palacio primero -repuso Juan.El capitn se encogi de hombros.

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    - En ese caso, pero t crees que te admitirn, presentndote as, directamente? A losfuncionarios les encanta hacer esperar a la gente.- No lo s -respondi Juan-. Bien puede ser. De todos modos, por ahora puedo dejar lascosas aqu?- Por supuesto; no hay ningn problema. Pero se har bastante tarde antes de que lleguesa palacio.Primero tendrs que obtener del funcionario de aduanas un permiso para entrar en laciudad.- Por qu? No vengo a vender nada.El capitn se ech a rer socarronamente.- En esta ciudad, todos han de conseguir un permiso. Hasta para mendigar se necesita y noes nada fcil conseguirlo. No se conceden a los que no vivan en la ciudad, si no pagan unabuena cantidad por l. Todo el que llega a Constantinopla debe demostrar que tienenegocios en la ciudad o algn otro medio de subsistencia. Si no, lo envan al instante a sucasa (a no ser que necesiten obreros para alguna obra pblica, en cuyo caso te ofrecern

    trabajo y te inscribirn all mismo en los registros). Aunque seas un caballero y no tengasque preocuparte por eso, tambin tendrs que obtener un permiso.- Ya veo -dijo Juan, mirndose nuevamente las manos. Eran manos suaves, sin los callospropios del trabajo manual. Slo una pequea protuberancia en el dedo medio de la manoderecha delataba sus horas de trabajo de oficina. Soy una especie de caballero -se dijocon amargura-. El bastardo de un caballero. Bueno, espero parecer lo suficientementecaballero como para que el funcionario de aduanas sea amable conmigo; slo tengodinero para una semana y no quiero que acaben reclutndome en una panadera o parareparar cisternas.- Por supuesto, si tanta prisa tienes, yo podra hacer que el funcionario te viera a ti antes

    que la carga o que a los dems -agreg el capitn, mirando a Juan con una sonrisaexpectante.Juan contuvo un suspiro, busc lentamente en su bolsa y entreg al hombre una granmoneda de bronce; despus aadi otra ms. El capitn volvi a sonrer y se las guard enla propia bolsa.- Ver lo que puedo hacer -dijo.Ahora ya no tengo ni siquiera lo suficiente para vivir una semana -pens Juan conamargura-. Qu estupidez acabo de hacer! Podra haber esperado hasta maana.Tambin fui estpido al pedir un camarote privado en el barco, claro que pareca ridculoviajar a la corte de Sus Majestades en una tienda de lona con otros seis pasajeros, untropel de nios, cuatro cabras y no s cuntos camellos! Si lo hubiera soportado y hubieramantenido la boca cerrada, ahora tendra lo suficiente para sobrevivir un mes, tiemposuficiente para encontrar trabajo si no me reciben en palacio.Pero si no me reciben, tampoco querr trabajo.El funcionario de aduanas apareci al poco rato: era un hombre pequeo, de piel oscura,canoso, con tnica corta y manto rojo hasta la rodilla. El capitn pareca conocerlo: seestrecharon las manos y se dieron palmadas en la espalda, intercambiando noticias

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    mientras Juan los observaba desde la barandilla, sin exteriorizar su impaciencia. El capitnhizo una mueca e indic al funcionario:- ste es uno de mis pasajeros; tiene prisa por despachar unos asuntos en palacio; puedeshablar con l primero -dijo. Retrocedi para observarlos con sonrisa de dueo de lasituacin, como el anfitrin que presenta a sus dos invitados ms interesantes en unacena.El funcionario dirigi a Juan una mirada escrutadora, de pocos amigos. Entre veinte yveinticinco aos. -Lo clasific mentalmente, como si fuera a redactar un certificado-. Bajo ydelgado; cabello negro, bien afeitado, ojos oscuros; una dbil cicatriz en el rabillo del ojoizquierdo. Tez plida, algo amarillenta, por cierto. Habr estado enfermo recientemente?La tnica y el manto se supone que son negros, aunque me parece que su color es terroso,ms que otra cosa: lleva luto. Ya s, procede de una de las zonas azotadas por la peste. Suropa es de buena calidad, sin embargo, y el borde de la tnica es de seda de verdad: no espobre. El turbante que porta con el cordn trenzado alrededor es de estilo sarraceno y elbarco viene de Beirut. As que lo que tenemos aqu supongo que es algn tipo de rabe,

    venido para solucionar algn asunto sobre alguna herencia. Sonri secamente a Juan,sacando el estilete y las tablillas de cera.- Tu nombre? -pregunt con amabilidad.- Juan, hijo de Diodoro -contest nerviosamente-. De la ciudad de Bostra, en la provincia deArabia.El funcionario volvi a sonrer, satisfecho.- Qu te trae a Constantinopla?- Vengo a ver a un funcionario de la corte de la emperatriz, para para unos asuntospersonales.- De la corte de la emperatriz? -pregunt el funcionario, bajando el estilete y enarcando

    las cejas.- S -replic Juan tragando saliva-. Esta esta persona lleg a conocer a mi padre; en sulecho de muerte, mi padre me pidi que le hiciera llegar un mensaje, un mensaje personal.-Volvi a sentir que se le encoga el estmago ante tal mentira y record la habitacinoscura y calurosa, el hedor a enfermedad y a descomposicin y la voz cascada de su padrediciendo: Jams se te ocurra ir all. Promteme que no irs. Sinti un escalofro.El funcionario baj las cejas.- Ya veo. Se trata de un asunto personal de tu padre con un viejo amigo.No iba muy desencaminado, pens el funcionario, satisfecho.- Y cundo muri tu padre?- En junio -dijo Juan secamente-. La peste se lo llev.Hubo una breve pausa bajo el clido sol del otoo, y una paralizacin producida por la solapalabra: peste. Aquella sonrisa de dueo de la situacin del capitn se desvaneci y lamirada agria del funcionario se ensombreci. Nadie la menciona jams. Yo tampocodebera haberlo hecho. Demasiada gente ha muerto a causa de ella; los turba hasta or sunombre, pens Juan.

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    - Nosotros tambin la tuvimos aqu en junio -replic el funcionario con suavidad. Mirhacia el norte, hacia el puerto-. No haba espacio para enterrar a tanto muerto. Losapilaban en las atalayas de las murallas. Cuando el viento vena del norte se poda oler lahediondez de la podredumbre. Era como si el mundo entero se desintegrara. Llegu apensar que todos los seres de la tierra estaban murindose aqu. Yo perd un hermano, ycasi pierdo un hijo.- Yo estuve a punto de morir -agreg Juan. Y no se atrevi a decir: Fue mi padre quien meatendi durante la enfermedad hasta el final. Me cuid, y despus fue l quien se muri dela peste.- Entonces has sobrevivido a ella! -El funcionario observ por un momento a Juan conatencin. Y lo has hecho bien, pens con amargura, evocando a su hijo de diez aos, aquien la peste haba dejado medio lisiado y con dificultades para hablar. Pero el nio seest reponiendo -se dijo convencido-. Seguir mejorando; est mejor ahora que hace unmes! Tal vez el mes que viene ya lo vea como a ste, algo amarillento, pero normal.Suspir y mir a Juan con una sonrisa cansada. No haba motivos para rechazarlo. Coloc

    un pedazo de pergamino sobre las tablillas, desliz el estilete dentro del estuche que lecolgaba del cuello, tom una pluma, la moj en el tintero que llevaba junto al estuche yextendi un certificado.- No hay razn para molestarte ms, entonces -le dijo, entregndoselo a Juan-. Esto tesirve de salvoconducto para permanecer en la ciudad hasta que soluciones tus asuntospersonales en la corte. Llvalo constantemente; si lo pierdes, informa a la oficina delcuestor en el Augusteion. Eso es todo. Que disfrutes de tu estancia en la ciudad.

    Era medioda cuando Juan abandon la nave; sus pasos sonaban huecos yvacilantes en la plancha de madera. Recorri los muelles de piedra, ense su permiso alos funcionarios que haba a la entrada del puerto y prosigui su camino a la ciudad. Las

    calles eran estrechas, lo que impeda el paso de la luz, las casas elevadas, y los balconescasi se tocaban. Unas mujeres sentadas en los balcones hilaban y miraban la gente pasarentre la ropa tendida que se agitaba al comps de la brisa. Por lo dems, todo estabaquieto, adormecido en la quietud del medioda. Lentamente fue subiendo la colina desde elpuerto; a medida que avanzaba hacia la cima las casas se volvan ms altas y lucanimponentes fachadas.Cuando lleg al mercado, tras haber pasado por las callejuelas en sombra, la luz del sol leresult casi cegadora. Se detuvo en la esquina para recuperar el aliento. El mercado estabacasi desierto; en el centro, el cao de la fuente se perciba claramente a travs del silencio.Sobre una columna de prfido, una estatua de oro del emperador Constantinocontemplaba las columnas de mrmol, las sirenas e hipogrifos de bronce dorado y lastiendas con postigos que vendan objetos de plata, perfumes y joyas.A la izquierda, haba dicho el capitn. Juan mir hacia la izquierda a travs del mercado.Las columnas de mrmol blanco se abran hacia una calle ancha, como un campo dedesfiles, donde los prticos aparecan coronados de estatuas: emperadores y emperatrices,hroes, senadores y diosas paganas, acomodados en medio de la magnificencia. A lo lejos,

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    una iglesia se ergua como un monte, con su fachada de mrmol rosado y una altsimacpula dorada. Pese al fuerte sol, tuvo fro. Respir hondo y empez a caminar.Las tiendas acababan de abrir cuando lleg al mercado Augusteo. La cpula impresionantede la iglesia se asomaba a su izquierda; a su derecha se elevaba la fachada de columnasencumbradas del hipdromo y, cerca de ste, al otro lado del mercado, un edificioimponente enclavado entre impresionantes murallas, con techumbre de bronce baado enoro y puertas tambin de bronce: la Puerta de Bronce del Gran Palacio. Juan se detuvo alotro lado de la plaza para contemplarla. El escalofro que sinti le entumeci las manos; ledio miedo seguir adelante.Debo de estar loco -pens-. Tena que haber pedido a mis hermanastros que meayudaran a encontrar trabajo: no se habran negado; no lo he hecho por orgullo y tozudez,por no quedar en deuda con ellos. Sin duda habra conseguido un puesto de escriba en elconcejo de la ciudad; el salario no era tan malo; habra podido vivir de eso y quiz, al cabode dos aos, me habran ascendido. Mi padre tena razn: no deb haber venido. Aunquesea verdad, probablemente me matarn y cmo saber si es verdad? Ya deliraba cuando

    me lo dijo. La carta podra ser falsa, o quizs sea una broma. Oh, Dios mo, debera volver,ahora mismo; volver a casaPero se qued donde estaba.Si no sigo, nunca lo sabr -se dijo-. Pasar el resto de mi vida preguntndome quin soyen realidad, demasiado cobarde para averiguarlo. Y no tengo ninguna casa propia a dondevolver, ahora que mi padre ha muerto.Cruz lentamente la amplia plaza pblica.Las enormes puertas de bronce estaban entornadas y un pelotn de guardias, apoyados ensus lanzas, miraban el mercado con expresin de indecible aburrimiento. Por encima desus cabezas, un friso pintado representaba al emperador Constantino, con la corona

    imperial y la cruz cristiana, aplastando a un dragn. Los severos ojos del emperadorparecan fijarse en Juan de un modo acusador a medida que ste se iba acercando, perocasi se dio de narices contra la gran puerta antes de que los guardias repararan en l. Unode ellos le cort el paso con su lanza, escupi y dijo pausadamente:- Algn asunto de palacio?- S -susurr Juan.- Tienes cita?- No, o sea- Bueno, ve al prtico y di a los guardias a dnde quieres ir.La lanza volvi a alzarse y el guardia retrocedi un paso. Juan parpade, lo mir indeciso yfinalmente pas junto a l por la puerta exterior. Tras sta haba un pasadizo empinado encuyo fondo, muy a lo lejos, haba otra puerta de bronce, esta vez cerrada. A mitad decamino, a la derecha, se encontraba otra puerta igualmente cerrada, toda ella de broncepulido. Se detuvo y mir atrs por la puerta entreabierta al mercado. Nadie le prestabaatencin. Sigui adelante; gir el pomo de la puerta y los goznes chirriaron al abrirselentamente.

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    Se encontr ante una sala rectangular abovedada, magnficamente revestida de mosaicos.Unos brbaros cautivos aparecan arrodillados en medio de una tremenda confusinperteneciente a ciudades exticas: Cartago, ley Juan en una pared y Ravena, en otra.En el centro de ambas un rey con manto de prpura ofreca su corona al emperador,triunfante, en la cpula central. Cerca de ste se ergua la figura de una mujer con mantode prpura y diadema, rodeada por el aura sagrada de una emperatriz: su rostro, mscarade dignidad y poder, era el rostro de una mujer real. Era hermoso, esbelto, plido, de larganariz, mejillas y barbilla ligeramente redondeada y labios firmes. Sus ojos de prpadoscados, oscuros y penetrantes, hacan caso omiso de los reyes de los mosaicos y parecanescrutar el interior de Juan. Se ech hacia atrs, como hechizado.- Qu asunto te trae aqu? -pregunt una voz.Juan desvi la mirada del mosaico y vio cmo algunos guardias ms haraganeaban en elotro extremo de la sala y cmo una multitud de hombres y mujeres esperaban en un bancosituado bajo los cautivos brbaros. La voz provena de uno de los guardias: llevaba uncollar de oro y pareca ser el capitn. Ahora miraba a Juan, esperando su respuesta.

    - Yo yo quiero una audiencia con la emperatriz -respondi Juan-. Una audiencia privada -y sbitamente se sinti mal. Lo haba dicho!- Con la emperatriz? -pregunt el soldado, incrdulo.Los otros soldados y los que esperaban en la sala se volvieron para mirarlo. Ellosesperaban al secretario del prefecto pretoro para preguntar por los impuestos que lescorrespondan; al escriba del jefe de las oficinas por un trabajo para un amigo; alchambeln del emperador con un aviso de desalojo en una de las propiedades imperiales;para entrevistarse con alguno de los muchos funcionarios y subordinados imperiales. Noquitaban ojo al joven con tnica de color terroso que peda audiencia con la emperatriz.- Quin eres? -pregunt el capitn de la guardia-. Te ha concedido una cita?

    - Tengo un mensaje para ella -respondi Juan, pasando por alto la primera pregunta yesforzndose por mantener firme la voz- de parte de un amigo suyo, un viejo amigo que hamuerto. -Sin poder mantener quietas sus manos entumecidas, se retorca el borde de sedade la tnica, consciente, eso s, de cunto se haba desteido. Haba sido su mejor tnica,en otro tiempo verde con bordes rojos y blancos, e incluso despus de haberla teido denegro por primera vez le haba quedado muy elegante. Pero ahoraQuit sus manos de ella.De todas maneras, la tnica no hubiera impresionado a nadie aqu -se dijo-. Si yo fuera unpatricio vestido de blanco y prpura, majestuosamente transportado en un carruaje hastala Puerta de Bronce con un grupo de sirvientes, tal vez esperara que los guardias seimpresionaran, pero esta chusma difcilmente presta atencin a nada que sea inferior aeso, y menos aqu, en una ciudad como sta. Con que tenga un aspecto presentable, esodebera bastar. Y creo que lo tengo. Se irgui de hombros e intent pasar por alto los ojosque lo observaban.Es un monje -cort tajante el jefe de los guardias-. De negro, con ese aspecto de fantico,de ojos centelleantes y de aire tan voluntarioso, qu, si no? S, es uno de esos malditosmonjes monofisitas de alguna provincia oriental, algn preferido de la emperatriz que trae

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    noticias de uno de sus padres espirituales de Egipto o Siria. Y si le ponemos obstculos,tendremos problemas: ella protege a esos herejes ms que el emperador a sus guardias.Bueno, tendr que hacerlo entrar. Y si no es uno de sus monjes, los sirvientes seencargarn de l.Se oblig a sonrer, aunque detestaba a los herejes.- Muy bien, mi buen seor. Dionisio! -llam a un guardia-. Haz pasar a este caballero ala corte de la serensima Augusta, en el palacio Dafne.Sorprendido por tan fcil victoria, Juan sigui al guardia hasta el primer patio silenciosodel Gran Palacio.Despus no pudo recordar por dnde haba pasado: cuarteles y jardines, capillas yprticos, cpulas, columnas y fuentes, todo despeda una sola sensacin de majestuosidadante la cual se senta impotente, como un ratn atravesando una iglesia. Por fin seencontr ante una sala revestida con cortinajes de prpura e iluminada con lmparas deoro puro. Un muchacho (no, un hombre, pero delicadamente lampio: un eunuco), sentadoante un escritorio, tomaba notas en un libro. El guardia golpe el extremo de su lanza en el

    suelo de mosaicos y el eunuco levant la vista.- S? -pregunt. El timbre agudo de su voz pausada semejaba al de una mujer.- Este caballero desea una audiencia con la piadossima y sagrada soberana, nuestraAugusta Teodora -dijo el guardia, guardando las formas-. No se le ha concedido audiencia.El eunuco apoy la pluma en los labios y examin a Juan.- Y quin eres t?- Mi nombre es Juan -respondi con voz enronquecida; intent aclararse la garganta-. Yotraigo una noticia para la emperatriz. Una muerte, un viejo amigo de ella ha muerto.- Qu viejo amigo? -pregunt amablemente el eunuco.- Diodoro de Bostra, mi padre. Ella lo conoci hace mucho tiempo. Pens

    - Pensaste que a ella le interesara? Acaso ella lo conoca bien?Juan trag saliva. Busc dentro de su bolsa y sac la carta doblada que llevaba consigodesde la muerte de su padre. Con mano temblorosa se la entreg al eunuco, que la leypara s. Juan no necesitaba or las palabras en voz alta; se las saba de memoria. ADiodoro de Bostra, de parte de Teodora, emperatriz, Augusta, consorte de su SagradaMajestad el emperador Justiniano. S, querido, soy yo. Pero si alguna vez te atreves a venira Constantinopla, o siquiera a pretender que me conoces all en tu agujero de Bostra, juropor Dios, que todo lo oye, que ser el ltimo da o el ltimo alarde que hagas. Eso eratodo.El eunuco frunci el ceo ante la carta y verific el sello. La ley nuevamente.- No parece considerarlo un amigo -dijo por fin, delicadamente-. Yo creo, seor, que seramejor que no la molestaras. Si lo deseas, yo le informar a ella de su muerte en elmomento apropiado.- Tengo que verla.Juan cerraba y abra las entumecidas manos. El eunuco lo observaba, rgido e impasible.Juan trag saliva de nuevo, debilitado y mareado por el miedo, y dijo con voz clara:- Mi padre me asegur que ella es mi madre.

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    La cara delicada del eunuco cambi. Ech un vistazo rpido a la carta y una vez msexamin a Juan. Detrs de l poda or el murmullo de los guardias, intentando vernuevamente aquel rostro para compararlo con el otro, el que lo haba contemplado a ldesde el mosaico.- Espera aqu -dijo el eunuco. Con la carta entre las manos, desapareci tras las cortinas deprpura.Juan se qued en la antesala por un tiempo que le pareci eterno. Se pregunt si deberasentarse; senta que las piernas se le volvan flojas y poco firmes. Pero el nico asiento erael del eunuco frente al escritorio y no se atreva a sentarse all. Mir otra vez a sualrededor. El guardia de la Puerta de Bronce estaba junto a la entrada, sin apartar lamirada de Juan, como fascinado. Juan respondi con una sonrisa forzada yautomticamente el guardia mir para otro lado.Antes de que transcurrieran quince minutos, el eunuco reapareci. Su rostro aparecaligeramente sonrojado y daba la sensacin de faltarle el aliento; dirigi a Juan una sonrisaradiante y le anunci:

    - Ella te recibir en seguida. -Juan se pregunt si se desmayara.El guardia golpe el suelo con la punta de su lanza dispuesto a marcharse, pero el eunucolo retuvo con un gesto rpido.- T qudate aqu esperando rdenes.El guardia pareci alarmarse, pero Juan no tuvo tiempo de preguntarse por qu. El eunucolo cogi del brazo y lo condujo a paso ligero por el pasillo que se extenda tras las cortinas.- Te han concedido audiencia alguna vez? -pregunt a Juan.- No, claro que no! Ella va a recibirme? Ahora? -Es demasiado pronto -pens-. Notengo tiempo- Cuando se te haga pasar, da tres pasos y arrodllate -el eunuco le daba las instrucciones,

    apremindolo. Pasaron por una antecmara con divanes de cedro; varios hombresricamente vestidos, uno de ellos de blanco y prpura, miraron con odio a Juan mientras eramaterialmente arrastrado por la sala-. chate al suelo, como el sacerdote que se postraante el altar durante los misterios sagrados -continu el eunuco, sin prestarles atencin-.Mantn los brazos alrededor de la cabeza. La seora extender su pie hacia ti, momentoque aprovechars para besar la suela de su sandalia; despus, puedes quedarte de pie oarrodillarte, pero no te sientes. No le hables hasta que ella no te d permiso. Y otra cosams, no la llames emperatriz, llmala seora, como un esclavo. Es la costumbre.- S, peroEstaban al final de otro pasillo y a las puertas de otra habitacin. Todo pareca brillar: laspinturas en las paredes, las baldosas doradas en el suelo de mosaico, los tapices rutilantesy, al fondo, la seda prpura de las cortinas. No tard en rodearles un grupo de eunucos,haciendo gestos con la cabeza y cuchicheando con aquellas extraas voces agudas.Advirti que algunos llevaban espadas; uno vesta el blanco y prpura de los patricios. Olaa incienso. El acompaante de Juan le solt el brazo, le hizo un gesto con la cabeza y corrila cortina que estaba al otro extremo del saln. La luz entr sbitamente en la habitacin;era la luz del sol, difusa pero brillante, de alguna ventana escondida, acompaada del

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    aroma a mirra. Ante la vacilacin de Juan, el eunuco patricio le dio un suave empujn. Alborde de las cortinas titube y mir a los ojos de la emperatriz Teodora.Tres pasos adelante -pens, sin ponerse nervioso-. Ya estoy casi.Dio los tres pasos y baj la cabeza hasta el mrmol pulido del suelo. Se qued un instantecon la mejilla apoyada en la fra piedra, sintiendo cmo se le aceleraba el ritmo cardaco;luego una sandalia prpura, tachonada de oro y joyas, apareci ante l. Roz la suela conlos labios (el cuero era nuevo, suave como la lana) y se incorpor de rodillas, mirandonuevamente a los oscuros ojos.El retrato del mosaico era mejor de lo que haba apreciado: arrodillado frente a ella, vioprimero a la emperatriz, luego a la mujer. La diadema imperial, una banda de sedaprpura bordada con oro y joyas, cubra por completo su cabellera y dejaba caer perlasque le llegaban hasta los hombros. El manto prpura, sujeto con un broche de esmeraldas,llevaba un grueso ribete de oro y joyas. Incluso la mitad de la larga tnica que luca bajo elmanto pareca estar hecha de oro. Estaba medio sentada medio reclinada en un elevadodivn de prpura y bano, con cierta gracia indolente. Se haba inclinado hacia adelante

    para observarlo, aferrada con tal fuerza al divn, que las uas se le haban vuelto blancas.Tambin los labios de la emperatriz palidecieron al ver que el joven lo haba advertido; susfulgurantes ojos miraban alternativamente a Juan y a los eunucos, que permanecaninmviles detrs de ste. La carta entregada al eunuco se hallaba sobre un divn junto a laaugusta seora.- Quin eres? -pregunt la emperatriz. Su voz era suave y serena, con el cortante acentode Constantinopla.- Mi nombre es Juan, seora -respondi.Ya no se estremeca de pnico y sinti que su mente se aclaraba a medida que transcurrael tiempo. Ahora que haba llegado el momento, real e irreversible, de poder hablar, hasta

    recordaba las instrucciones del eunuco. Slo una catstrofe poda detenerlo, no todasaquellas fantasas.- Soy el hijo de Diodoro de Bostra. Me dijo mi padre que lo recordaras.La emperatriz suspir.- Por qu has venido hasta aqu?Permaneci un momento arrodillado con la mirada puesta en la soberana. La suave luz dela ventana oculta lo invadi; desde algn lugar detrs de ella llegaba el murmullo de unafuente.- Tambin me dijo que t eras mi madre -exclam por fin.- De verdad te dijo eso? -La voz era spera-. Acaso cont esta historia a mucha gente? Yt, a quin se la has contado?- Seora, l slo me la cont a m y nicamente cuando estaba agonizando. Si deliraba, nolo hagas responsable a l, atribyeselo a la peste. Por mi parte, yo no se lo he contado anadie. Tema creerlo. Los nicos que lo han odo, aparte de ti, son tus propios sirvientes.Se sent nuevamente en su divn y lo observ con detenimiento. Tom la carta doblada yla arroj a los pies de sus sirvientes.

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    - Destruye esto -orden. Luego se dirigi a Juan-: Y t, qu has dicho a los guardias de lapuerta?- Que quera una audiencia contigo, seora, por un asunto personal.- Alguno de ellos te acompa hasta aqu? -Juan asinti y ella volvi a mirar a loseunucos.- Yo le indiqu que aguardara en la antesala esperando rdenes -dijo un sirviente alinstante.- Bien. -La emperatriz sonri.El eunuco patricio tosi, incmodo, y agreg:- Desgraciadamente, haba mucha gente esperando a tu sublime presencia en la segundaantesala. Han visto que hemos hecho pasar en seguida al joven y casi con certeza deben deestar averiguando por qu.Teodora se encogi de hombros.- Preguntarn sin duda al guardia quin es el joven. Dile t al guardia que el joven menta yque yo he ordenado que lo expulsen y castiguen severamente por su insolencia. Di que te

    he ordenado azotarlo, expulsarlo de la ciudad por el puerto privado y embarcarlo rumbo auna mazmorra en Cherson. Di que estoy muy descontenta con el guardia y con su capitnpor haber dejado pasar a un joven aduciendo que es un insulto inadmisible y que ambossern trasladados a otro lugar.Juan sinti que la sangre se le iba del rostro y de las manos.Pero la carta era real -pens-, es evidente que era real. Y parece ser verdad que haconocido a mi padre. Debe de ser ciertoLos eunucos lo miraban, indecisos. Juan oy un ruido metlico cuando uno de ellos afloj laespada dentro de la vaina. No tena escapatoria. Pero eso lo saba desde que traspas laPuerta de Bronce.

    Se clav los dedos en las rodillas. Mi padre me advirti que esta mujer me matara, quecareca de instinto maternal; despus de todo, me abandon cuando yo tena apenas unosmeses. Y por otra parte, no puede presentar a un bastardo de otro hombre ante los ojosdel emperador.Pero -pens, con dolor-, podra al menos admitir que es verdad. Aunque despus memande matar. Simplemente me har azotar por insolente y luego Oh, Dios mo!- Y bien? -prosigui Teodora-. A qu esperas? Ve y habla con el guardia.Uno de los eunucos se inclin.- Llevamos al joven fuera y lo castigamos como has ordenado, seora?Se le qued mirando un instante y acto seguido ech la cabeza atrs prorrumpiendo enuna sonora carcajada.- Santo Dios, Santo Fuerte, Sagrado Inmortal! Qu creis que soy, una malvada? Deninguna manera. Dejadlo aqu; dejadme a solas con l, y no digis una palabra sobre l.No lo digis a nadie, ni siquiera a vuestros amigos en la corte del emperador.Comprendis lo que os digo? Ni una palabra. Un joven se comport con insolencia.Desapareci y nadie lo volver a ver jams. Y otro joven podr desenvolverse muy bien porel mundo con mi ayuda, pero nadie ha de decir que es hijo mo. Podis iros.

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    Atnito, sin poder dar crdito a sus ojos, Juan vio que los eunucos sonrean, no con sonrisasforzadas, sino con miradas de verdadera satisfaccin y afecto. Se prosternaron ante laemperatriz y se fueron.- Y decidles a esos pobres diablos que esperan en la segunda antesala que se vayan a suscasas! -grit la emperatriz mientras salan; se inclinaron de nuevo, an sonrientes, y sealejaron en silencio. Alguien corri la cortina prpura.La emperatriz, recogiendo las piernas, se incorpor y se quit la diadema. Su cabello eraespeso y muy negro. Era ms joven de lo que l haba pensado (cuarenta y cinco comomucho).- Bien, levntate. -Coloc la diadema en su regazo, sostenindola con sus delicadas manos,mientras lo contemplaba-. Cundo muri tu padre?- En junio -dijo tragando saliva, sin saber cmo dirigirse a ella ahora.- Junio. Mi marido tambin tuvo la peste en junio, pero sobrevivi a ella, gracias al cielo. Esextrao que los dos hombres que yo ms he amado hayan estado enfermos al mismotiempo. -Lo mir una vez ms, lade ligeramente la cabeza y orden-: Ven aqu.

    Se acerc, pero se senta inseguro. Le pareca impropio estar de pie al lado de laemperatriz, pero no se atreva a sentarse en el trono imperial. Sin saber qu hacer, se dejcaer de rodillas. Observ cmo la mano de Teodora soltaba la diadema y rpidamente leacariciaba el rostro, bajaba hasta el hombro y volva a caer sobre el oro que brillaba en suregazo.- Juan -dijo ella, sacudiendo la cabeza.- Quiere esto decir que es cierto? -pregunt, deseando desesperadamente or unarespuesta afirmativa.- S, por supuesto. Si no lo fuera, estaras an aqu? Yo no tolero ni la insolencia ni losinsultos. T eres hijo mo. Mi hijo! -La mano veloz de Teodora acarici el rostro y volvi a

    alejarse bruscamente-. Tu padre, antes de decirte la verdad, qu te dijo acerca de tumadre?- Me dijo que era hijo de una prostituta, una actriz cmica de un circo, la hija de uncuidador de osos que conoci cuando estudiaba leyes en Beirut.Ella sonri, complacida.- Eso es absolutamente cierto. Oh, Dios de todas las cosas, eso era tpico de l! Cmopoda mentir, aun diciendo la verdad! Pero para eso estn los jurisconsultos. -Solt unarisita y aadi-: Pero es evidente que no pudo haber sabido que yo haba llegado a serquien soy, hasta que le envi la carta. -Lo mir fijamente, casi ansiosa-. Y supongo que tedijo que cuando me quiso llevar a Bostra con l lo dej a l y a ti te abandon, no escierto?- S -balbuce Juan.Las comisuras de los labios imperiales se fruncieron y su mirada ansiosa se endureci.- Qu ms te cont?Juan pens en todo lo que saba de esa mujer por lo que le haba odo a su padre o a losamigos y conocidos de su padre: conversaciones presenciadas por l y otras odas al pasar,las bromas despiadadas sobre la perra de Diodoro, la madre de su bastardo. Ella se

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    levantaba la tnica en fiestas de mucho alcohol y caminaba sobre las manos bajo la mesa,meneando sus nalgas desnudas. Una puta desvergonzada, pero Dios mo, cmo envidiabaa Diodoro! No me habra importado, lo que se dice nada, dar yo mismo alguna vez en elblanco; despus de todo, ya dieron en l algunos hombres. Rabelo, estando de visita enBeirut, quiso seducirla; como a ella no le gust, se fue directa a l y a punto estuvo dearrancarle las pelotas. Despus haca bromas al respecto delante de su amante. Diodoro selimit a rerse, pero le dijo a Rabelo que como intentara repetir la hazaa, lo matara. Oque cuando ella lo dej, se llev cinco piezas de oro y tres vestidos de seda autntica que lle haba regalado, todas las alhajas y la mayor parte de los muebles, pero dej con l alnio. Una vez me dijo -ste era el relato de su padre, solo y amargado, en respuesta aalguna pregunta lamentablemente audaz de Juan- que en una ocasin represent unaparodia sobre Leda y el cisne ante miles de espectadores en un teatro pblico deConstantinopla. Se esparci granos por todo el cuerpo y tambin bajo la faja de cuero quecubra sus partes ntimas, lo nico que llevaba puesto. Trajeron un ganso, y ste comenz apicotear todos los granos, mientras ella se retorca en el suelo gritando que la violaban.

    Luego dio a luz un huevo. Teodora aseguraba que encant a la multitud. "Rugan!", decacon deleite. Realmente te gustara tenerla aqu? Para que todo el pueblo de Bostra rujaante ella? Yo estuve lo suficientemente loco como para querer traerla aqu. Algrate deque nunca haya venido.Pero ante la mujer sentada en medio de su prpura imperial, que lo miraba con ojosferoces, estas descripciones, que lo haban atormentado durante aos, le parecanfabulaciones locas y sin sentido.- Me cont que habas querido renunciar a una loca carrera cuando os conocisteis, que lefuiste fiel, que te haba prometido que no se casara con nadie mientras estuviera contigo yque lo dejaste al descubrir que haba cometido perjurio y que se iba a desposar con la hija

    de Elthemo -comunic a la emperatriz con cautela.Ella enarc las cejas.- Deba de estar en un momento inusualmente honesto para admitirlo.Juan baj la mirada. La confesin se haba producido tras la historia del ganso, cuandoJuan se haba alejado con ganas de vomitar y zumbndole los odos. Senta el coro que lesusurraba, el coro que siempre le haba perseguido: hijo de una puta, bastardo. Su padrecorri tras l dicindole: No, espera!.- l intentaba ser justo -dijo- pero te odiaba por haberlo abandonado.Ella suspir, entre sonriente y disgustada.- Apostara mi vida a que me odiaba por eso! Crea que estbamos enamorados el uno delotro y que por eso yo deba estar dispuesta a ir a vivir a cualquier casucha sofocante dealgn callejn de Bostra, para criar a su hijo y esperar a que me concediera los escasosmomentos que no pasara con su mujer. Mi esposo -dijo alzando la cabeza- vale muchoms que l, aun dejando de lado el rango. Y no le avergonz casarse conmigo.- Me dijo que te amaba -susurr Juan, confuso y consciente de que intentaba defender a supadre, el funcionario de Bostra, honrado y respetable-. Me dijo que t eras la nica mujer

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    que haba amado de verdad, que slo se haba casado con su mujer por dinero y por lainfluencia de su familia.Ella sonri, pero esta vez le dur poco.- Tambin a m me dijo eso. Y yo le cre. Pero por qu supuso que el hecho de que prefirierael dinero y el poder al amor me convencera de ir a Bostra con l, no lo s. -Se restreg losojos-, Bueno, as que est muerto ahora. Pobre Diodoro! -Dej caer la mano, acariciandolas joyas de la diadema-. Lo am de verdad -agreg al cabo de un rato-. Tanto comohubiera amado a cualquiera. Pero al final no me dio pena dejarlo y no fue difcil hacerlo. -Sacudi la cabeza y volvi a mirar a Juan. Acarici su rostro una vez ms-. Pero s fuedifcil dejarte a ti! Dios, cmo llor por ti!; creo que llor durante todo el trayecto entreBeirut y Constantinopla. Mi pobre hijo, abandonado! Pero ahora, aqu est, veintitrsaos han pasado, y aqu ests t. -Lo mir absorta-. Mi propio hijo. -Entrecerr los ojosrpidamente y pregunt-: Por qu has venido aqu?- Para para verte.- S, por supuesto, pero qu buscas? Dinero? Posicin? Vengarte de alguien?

    - Quera verte!Ella le lanz una mirada cnica.- Y jams se te cruz por la mente que yo podra hacer algo por ti? S sincero conmigo siquieres que te ayude.- Se me ocurri -admiti Juan-. Pero no poda pensar en eso. No lo poda creer. No saba siera verdad, si si te ibas a ofender por mi llegada.- Pensaste que yo poda haber mandado que te mataran? -pregunt, divertida.- T habas amenazado a mi padre.Lo mir pensativa.- Tal vez lo hubiera hecho si yo me hubiera sentido amenazada pero ni siquiera lo has

    intentado. Entonces, si creas que te poda matar y no pensabas sacar provecho de m,por qu has venido?Juan se mordi los labios.- Quera verte -repiti, despus de un largo silencio-. Con mi padre muerto -Trag saliva,y volvi a encontrarse con la fra mirada de Teodora. Con pavor se dio cuenta de quetendra que continuar y decir cosas que sera doloroso slo pensarlas y que no haba dichoa nadie por vergenza.Se detuvo, intentando reunir valor para hablar. La emperatriz, con la diadema en elregazo, esperaba, recostada sobre el brazo del divn, con la barbilla apoyada en una manoaguardando su respuesta. Me est dando una soga para ahorcarme, pens Juan.- Un bastardo vive por la tolerancia de los dems -dijo por fin-. Yo saba que podranhaberme dejado morir al nacer, o abandonado o vendido cuando me dejaste. Muchosdecan que era lo que deban haber hecho. En cambio, mi padre me consigui una niera,me cri en su propia casa, me educ casi tan bien como a sus hijos legtimos. Pero yo erano, no era odiado; ni la esposa de mi padre me odia realmente. No me aceptaban. El hijode una prostituta no deba ser tratado como los hijos legtimos de una mujer respetable. Nicomo persona a su cargo, porque yo no tena ningn derecho en la casa. Nadie puede

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    tener derechos si est vivo gracias a la caridad ajena. Yo trabajaba para mi padre desecretario; siempre me deca que me conseguira un buen trabajo en otro lado con unsueldo y con posibilidades, pero nunca hubo nada. Nunca tuvo el dinero preparado paracomprarme un puesto decente, o si lo tuvo, no pudo prescindir de m justo en esemomento. Yo pensaba bueno, pensaba que no se le poda molestar y que l crea que yofracasara si me consegua un trabajo bueno. Poda ser generoso y amable conmigo, peroen general era impaciente e irritable.Sin embargo, cuando la peste lleg a Bostra y me contagi, mi padre lo abandon todo yme cuid. Nadie ms quera hacerlo: mi vieja niera tambin estaba enferma; nadie en lacasa pens que vala la pena correr el riesgo de contagiarse por mi culpa, ni siquiera losesclavos. Pero mi padre se qued conmigo durante toda mi convalecencia. "T eres mi hijofavorito", me deca. "Al diablo los otros hijos; vive t!" Y eso hice. Apenas me estabareponiendo cuando l cay enfermo. Lo cuid lo mejor que pude, a mi vez, pero t hasvisto la enfermedad, sabes cuntos cuntos han muerto por ella.Cuando se estaba muriendo, me habl de ti y me ense tu carta. Dios inmortal, la

    emperatriz, la sagrada Augusta! Siempre me haban despreciado, por culpa tuya. Pero sit eras Sabes?, eso tambin cambiaba lo que yo era, me converta en algo totalmentediferente de lo que haba sido.Cuando mi padre muri, desapareci tambin la tolerancia con que l me haba tratado.Mis hermanastros habran respetado los deseos de mi padre, al menos para buscarmealgn trabajo, pero su madre no me quera en la casa. Sent que yo mismo haba muertopor la peste. Era como un fantasma en aquella casa. Ya no saba quin era o qu debahacer. Entonces decid dejar Bostra y venir aqu, a esta ciudad, a conocerte.La emperatriz lo observ por un momento; suspir y levant la cabeza.- Pobre hijo mo! As que t tambin sabes lo que es ser despreciado. No importa. -Sus

    ojos se iluminaron-. Ahora podremos repararlo. -Juan advirti un brillo en su sonrisa-.Dentro de unos aos podrs volver a visitar a tus hermanastros y a la puta de su madrellevando la banda prpura en tu manto, con mil sirvientes a tu alrededor. Entonces harsque se arrastren hasta ti. Slo espera un poco! -Se apart el cabello de los ojos, pos lamano en el hombro de Juan y aadi-: Yo me encargar de que as suceda. Confa en m.Juan no saba qu decir. Acaso ella hara que sus hermanastros y su madrastra searrastraran hasta l? Intent imaginrselo, y su mente retrocedi con horror al pensar enla esposa de su padre, con el rostro amargado, rgido, de eterna desaprobacincontrayndose de terror mientras le manoseaban las rodillas. No haba vuelta atrs y notena sentido humillar a los dems y ponerse a s mismo en tal situacin. Pero se encontrcon la mirada brillante de la emperatriz y asinti.- Confiaba en que Diodoro cuidara de ti -dijo despus de un instante-. Conocindolo, tedebe de haber educado en algo til. Hblame de ti. Qu sabes hacer, qu te gustarahacer?Juan se sonroj y baj la mirada.- l no me, o sea, no estudi derecho, como l. Ni retrica, ni filosofa. Fueron mishermanastros los que aprendieron ese tipo de cosas

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    - Al diablo con esas cosas, entonces. Si hay mucho de m en ti, tampoco te gustaran detodos modos. Has dicho que eras secretario de tu padre: debes de saber escribir, entonces,y quizs un poco de contabilidad, no es cierto?- Contabilidad y taquigrafa.- Taquigrafa! Madre de Dios, puedo conseguirte un trabajo maana mismo! Para qudiablos sirve el derecho, comparado con la taquigrafa? -Se ech a rer, saltando del divn;Juan se qued boquiabierto-. Sabes cuntas oficinas estatales hay en esta ciudad? Y lamitad de los altos funcionarios han perdido sus secretarios privados por la peste y nopueden encontrar a alguien lo suficientemente de confianza para reemplazarlos. Ahora,donde puede ser- No s si quiero ser secretario -dijo Juan ponindose en pie, alarmado.- No seas ridculo. Esto no ser como escribir para tu padre cartas sobre impuestos por unaacequia en las provincias o cosas por el estilo. No, te conseguiremos un puesto con alguienimportante y si t destacas Djame ver. -Descorri a un lado la cortina, abri la puertaque daba a la galera y bati las palmas. Al instante entr un eunuco haciendo una

    reverencia. Era el patricio: deba de ser el chambeln principal, el jefe de los sirvientes-.Eusebio -dijo con una sonrisa-, haz preparar una de las habitaciones secretas para estejoven y bscale ropa adecuada. He decidido que ser secretario de un alto funcionario.Preprame una lista de los cortesanos ms importantes que necesiten uno, qu quierecada uno que haga y en el caso de que esperen algo a cambio por el puesto, qu es lo quequieren. Tremela maana por la maana.- Pero -dijo Juan indeciso-. No s si- Confa en m -aadi dirigindole una sonrisa radiante. Tom la diadema y se la volvi acolocar en la cabeza, atusndose el cabello bajo su brillante escudo-. Tengo que cenar conmi esposo esta noche. Ahora no hay ms tiempo para hablar. Maana desayunars

    conmigo y decidiremos a dnde irs.Juan permaneca all quieto, mirndola, nuevamente atemorizado. Se haba puesto en susmanos y tena que confiar en ella, pero senta como si estuviera conduciendo un carro atoda velocidad y se le hubieran soltado las riendas. Ella se qued de pie: una imagen deprpura y oro, con la sonrisa bailndole en los labios. Era hermosa; pareca contenta con lallegada de su hijo. Ella, la Serensima Augusta, cogobernante del mundo. Deba seguircomplacindola. Se inclin haciendo una reverencia.- S, seora. Pero no no s cul es mi posicin aqu. Te lo ruego, explcamelo. No quierohacer nada que no sea lo apropiado.Teodora lo mir con desconfianza, pero tranquilizada al ver la confusin de Juan, se ech arer.- Ah, pobre nio mo! Por ahora no gozas de ninguna posicin aqu. Y si llegara a saberseque eres hijo mo, jams la tendras. Nadie podra matarte; al menos, yo no creo que nadiequisiera hacerlo. Pero yo tuve una hija, una hermanastra tuya. La mantuve como bastardareconocida. Claro, es mucho ms fcil con una nia, porque se espera que una niarespetable se quede en su casa. Pero no slo tuve que mantenerla fuera de la vista detodos para evitar ofender los delicados sentimientos de los senadores, que creen que las

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    putas deben estar en los burdeles, sino que la tuve que casar joven con un muchacho de unrango inferior de lo que yo hubiera deseado. Para que no nos pusiera en aprietos,comprendes? Pero era realmente demasiado joven y muri al dar a luz. Si yo tereconociera pblicamente -Dio un paso hacia l. Juan advirti entonces que era unamujer menuda-. Te enviaran a alguna finca en el campo y estaras escondido all en mediode un lujo oscuro, y sera lo ltimo que se sabra de ti. Y eso porque no est bien que unemperador tenga los bastardos de su esposa en palacio, sobre todo teniendo en cuentaque no tiene hijos propios. No nos busques problemas, te lo advierto -la voz volvi aendurecerse.Juan trag saliva y se inclin. La emperatriz aadi:- Si mantenemos en secreto quin eres en realidad, podrs tener pronto una buenaposicin. Disimular mi inters hacia ti diciendo que eres el primo de un amigo y procurarque tengas de todo para que ests bien aqu. Puedes confiar en mis sirvientes: sabenguardar un secreto. Y hasta que te consigamos un trabajo, t eres un secreto. Olvida todolo que pas antes de atravesar la Puerta de Bronce. Eres un hombre nuevo ahora.

    - Yo dej mis cosas en el barco -replic, inseguro.- No vuelvas por ellas. Recuerda a Orfeo y nunca mires atrs. HEU, NOCTIS PROPTER TERMINOSORPHEUS EURYDICEM SUAM VIDIT, PERDIDIT, OCCIDIT QUIDQUID PRAECIPUUM TRAHIT PERDIT, DUM VIDETINFERES. Eusebio! -El eunuco hizo una reverencia-. Ocpate de este joven.El eunuco volvi a hacer una reverencia mientras la emperatriz sala de la sala con pasomajestuoso.Cuando el eunuco le ense la habitacin secreta, Juan se anim y finalmente lepregunt:- Qu es lo que dijo en latn? Era latn, verdad?- As es -respondi sonriente el eunuco-. Lo aprendi para complacer al Augusto. Deca:

    EN EL LMITE DE LA NOCHEORFEO VIO, PERDI, MAT A SU EURDICE. CUALQUIERA QUE SEA EL HONORQUE SE OBTENGA, L LO PIERDE AL BAJAR LA MIRADA. sta es la habitacin de Su Seora. Lamentoque no est preparada para ti. En un momento vendrn los esclavos.Juan se sent a esperar en la cama an sin hacer. Una "habitacin secreta", pens.Iluminada con la luz indirecta de una claraboya, era lo bastante amplia como para poderdividirla en dos mediante unas cortinas. Una pared estaba cubierta de imgenes de Cristoy de la Virgen. Una de las habitaciones secretas, haba dicho la emperatriz. Cuntas habay quines ms las utilizaban?Se cogi la cabeza entre las manos, se senta dbil a causa del agotamiento y atnito porel desconcierto, adems de estar (tuvo que admitirlo) muy asustado. Sin embargo, lo quel no se haba atrevido a creer era cierto y la emperatriz estaba complacida, queraayudarlo, hasta lo incitaba a que destacara; todo estaba saliendo mucho mejor de loque l se haba imaginado. Entonces, por qu deseaba estar en Bostra?No debo fracasar -se dijo, intentando no pensar en Orfeo-. Teodora es la hija de unhombre que criaba osos para el circo, una actriz, una prostituta que ahora ha llegado aemperatriz. Y yo soy su hijo. Debo ser capaz de lograr alguna clase de gloria. Eso le

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    gustara y yo debo complacerla. Se aferr al recuerdo de su sonrisa y se incorpor. Losesclavos entraron a preparar la habitacin.

    Elsecretariodelchambeln

    Juan no durmi bien aquella noche y se despert antes de que la luz griscea de la maanaentrara por la claraboya. Sin poder conciliar el sueo encendi una luz del portalmparasdorado y deambul por el aposento, sin atreverse a salir. La noche anterior haba visto unestante de libros bajo los iconos y ahora revis el contenido: una coleccin de evangelios,otra de epstolas, un libro de los salmos; los escritos de Basilio de Capadocia, los de Severode Antioqua y los de Juan Filoponos; solamente obras de teologa. Se qued perplejo porun momento, pero luego, al comprender el propsito de la habitacin secreta, se sonri. EnBostra se saba perfectamente que la emperatriz simpatizaba con la teologa monofisita;segn se deca en las provincias orientales, como Arabia, era amante de la piedad y la

    ortodoxia. El emperador, sin embargo, y la mayora de la poblacin de Constantinoplaeran diofisitas y reconocan la verdadera doctrina del concilio de Calcedonia (la herejaatea, como la llamaba el obispo de Bostra, por sostener dos naturalezas en Cristo y negara la madre de nuestro Seor su honor de Madre de Dios). La piedad y la ortodoxia estnproscritas en Constantinopla, gritaban los monjes en las calles de Bostra. Monjespiadosos y santos, obispos devotos, son encerrados y ejecutados por orden del emperadorateo a menos que la venerada emperatriz los proteja. Y as era como la sagradamajestad de la emperatriz los protega: con habitaciones secretas, puertos privados ybarcos para llevarlos a otro lugar y un grupo de servidores de confianza que saba serdiscreto. Y adems (en ese momento se dio cuenta), guardias que saban lo que ocurra

    pero que hacan la vista gorda. Por eso -pens-, me dejaron entrar ayer tan pronto.Sumamente contento por haberse percatado de la situacin, se sent y se puso a leer ellibro de salmos hasta que los esclavos entraron a anunciarle que el bao estaba listo.Cuando lo llamaron a desayunar con la emperatriz, el sol estaba ya alto. Los esclavos lohaban baado y cortado el cabello y le haban dado ropa limpia. Eran ropas suntuosas: lacorta tnica roja llevaba medallones de seda trabajados con figuras de oro y los hombrosdel manto largo eran duros por el brocado, y ambas telas estaban cosidas con seda.Adems, llevaba pantalones. Nadie los usaba en Arabia y se senta torpe e incmodo conellos. Por otro lado, senta la nuca como desnuda sin el turbante al que estaba

    acostumbrado. Pero por fin lleg el anuncio y fue llevado a lo largo de otro pasillo a unasala privada para los desayunos. La emperatriz estaba encantada.- Djame verte! -dijo, saltando de su divn. Tena el cabello suelto, hmedo despus de subao, y la capa de prpura colgaba de su divn, abandonada. En su tnica bordadapareca delgada, joven y hasta ms pequea que el da anterior. Le miraba, risuea. Elsaln de desayunos daba a un jardn donde el agua de una fuente corra bajo una higueray los pjaros trinaban bajo el radiante sol-. Dios Todopoderoso! -dijo Teodora despus decaminar en torno a l con admiracin-. No me salieron tan mal los hijos! Eres mucho ms

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    refinado que el hijo de Passara, esa mujerzuela! Cmo me gustara presentarte a ella! Suhijo es una bestia horrible, con un crneo tan tosco como una vasija, que, segn cree ella,ser el prximo emperador. Ya veremos! Pero sintate aqu, cerca de m, y desayuna.Juan se sent torpemente en el divn. Ella se sent en el otro extremo recogiendo laspiernas bajo su cuerpo. Sobre la mesa dorada haba pan blanco, tortas de ssamo, lechede cabra e higos frescos. Teodora se sirvi un higo y se puso a masticarlo a pequeosmordiscos y con evidente placer.- Quin es Passara? -pregunt Juan, nervioso.A Teodora se le escap una risita.- La esposa de Germano, el primo de mi marido. Has odo hablar de l? Es un perfectopelmazo y su esposa es la ms presumida de Constantinopla. Anicia Passara,descendiente de emperadores! Tambin se imaginaba a s misma esposa de unemperador, cuando el viejo Justiniano fue investido con la prpura imperial. Pero miesposo es el emperador, mientras que Germano hace lo que le dicen. Passara no mesoporta y yo tampoco a ella. Pero cambiemos de tema. Adelante, srvete!

    Juan se sirvi un higo y busc una taza. Una de las jvenes esclavas se precipit a ofrecerleuna taza a l; se la llen con leche de cabra y se la entreg haciendo una reverencia. Juanla miraba, desorientado. Estaba ms acostumbrado a llenarse l mismo las tazas a que losdems se las sirvieran.- He pensado qu decirle a la gente acerca de ti -dijo Teodora, terminando su higo yenjuagando sus dedos en una palangana de agua de rosas. Un esclavo le extendi unatoalla para secarse-. Dir que mi padre, Akakios, tena un hermanastro, personarespetable, que viva en Beirut, y que t eres su nieto. -Tom una torta de ssamo y lamordi.- Cul era el nombre de tu primo? -pregunt Juan cautelosamente.

    Teodora se encogi de hombros.- Qu te parece Diodoro? l no existi, amor mo. Yo no tengo ninguna relacinrespetable, excepto las que he adquirido a partir de mi matrimonio. Pero nadie, salvo mihermana, sabr que eso es mentira, y Komito corroborar esta historia si le explico larazn. -Contuvo una risita burlona-. Komito te podr contar toda la historia de nuestrorespetable to Diodoro cuando la conozcas. -Empuj el resto de la torta de ssamo dentrode su boca y se sacudi las migas de los dedos.Juan tom un pedazo de pan blanco. Mi ta Komito -pens-, mi abuelo, Akakios. l debide ser el cuidador de osos. Qu raro es tener de repente tantos parientes nuevos!- Me gustara conocerla -le dijo a Teodora.La emperatriz sonri, hacindole un gesto con el dedo en alto para que esperara a queterminara de masticar.- A su debido tiempo -dijo despus de tragar ruidosamente-. Primero tenemos queconseguirte un puesto. Pero le enviar a Komito una nota sobre ti hoy por la maana. -Chasque los dedos y los esclavos se precipitaron para atenderla-. Ve corriendo a buscar aEusebio -orden a uno-. Pdele que traiga la lista que le encargu ayer.

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    En unos minutos el eunuco volvi con un rollo de pergamino. Se prostern ante Teodora yle bes el pie. Juan se sonroj al darse cuenta de que se haba olvidado de hacer eso. Peroella se le haba acercado con tanta rapidez! Bueno, al menos no pareca estar molestapor el descuido.Teodora tom el rollo y lo despleg, estudiando la lista de nombres.- Teodatos, no, cielo santo, con l slo aprenderas a estafar. Addaio, no, es curioso einstigador y responde demasiado a mi marido. Psst! -Se interrumpi mientras miraba aJuan y alzaba la cabeza hacia un lado-. Para qu clase de funcionario te gustaratrabajar?Juan se humedeci los labios.- Me me gustara entrar en el ejrcito, en la caballera. S montar y tambin aprend atirar al arco, cuando estaba en BostraTeodora se ri.- Una educacin muy persa: montar, tirar con arco y decir la verdad. Acaso todos losjvenes desean ser vistosos oficiales de caballera? Todos los hombres de menos de treinta

    aos con los que he hablado ltimamente parecen tener una desmedida ambicin pormontar a caballo y esgrimir la espada. Bueno, supongo que impresiona. Y si eres bueno, esun camino de ascenso regio. Eusebio -dijo, volvindose al eunuco-. El secretario deBelisario tuvo la peste, verdad? Ha muerto?Juan se incorpor, con el rostro encendido. Belisario! El general ms grande que hayapodido existir, el conquistador de los vndalos y de los godos, el terror de los persas!Pero el eunuco movi la cabeza.- No, seora. Creo que el del muchacho fue un caso particularmente leve y se repuso.- Qu pena! Ese adulador falso y amargado estara mejor muerto. No entiendo cmoBelisario lo soporta. Supongo que no sabe lo que ese hombre dice de l a sus espaldas. Se

    deja engaar fcilmente; al menos eso es lo que piensa su esposa. -Solt una risamaliciosa-. Sin embargo, me imagino que es para bien. Belisario dice que puede conquistarItalia slo con sus colaboradores ms cercanos y su propio dinero, pero yo eso lo creercuando lo vea hecho; adems, asociarse a una guerra perdida de antemano jams ayud anadie. Encontraremos algn otro. -Examin el papiro nuevamente.Juan se hundi en el asiento, profundamente desilusionado. Record con punzante dolor elcaballo que su padre le haba regalado: una hermosa yegua rabe, un regalo de la tribu deGhassan en Jabiya. Se la regalaron siendo una potranca y la entren y mont siempre quepudo. Todava era joven cuando la llev a Beirut y la vendi para comprar su pasaje aConstantinopla. Record los ejrcitos del duque de Arabia pasando por Bostra hacia elnorte, con la armadura brillante, con sus lanzas iluminadas como una constelacin deestrellas y con sus caballos desfilando por las calles entre la multitud que los miraba.Marchar para combatir a los persas y sus aliados, para defender el imperio. El resto delmundo compraba y venda y esperaba su triunfo. Ellos batallaban, ponan a prueba sucoraje y tranquilizaban a sus compatriotas con una victoria, o con la muerte. Eso era lagloria y no quedarse sentado en un despacho de Constantinopla tomando notastaquigrficas.

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    - Aqu est! -dijo bruscamente Teodora. Empuj el rollo hacia l, sealando un nombre.- Prae. s. cub. Narss -ley Juan-. Slo pide eficiencia. -No tena idea de lo que significabala abreviatura. El nombre, Narss, era extranjero. Persa, o quizs armenio. No le sonabafamiliar.- Yo pensaba que Narss ya haba encontrado a alguien -dijo ella, mirando a Eusebio.Eusebio tosi.- Encontr a un hombre que demostr no valer para el cargo y se le dio otro destino.- S, supongo que es un trabajo muy exigente. Qu hace tu secretario, Eusebio?- Oh, no hay punto de comparacin entre mi trabajo y el de Narss. Yo sirvo a TuSerenidad. l sirve a todo el imperio.- Sera ideal -dijo Teodora. Tom nuevamente el rollo de las manos de Juan y lo miratentamente, entornando los ojos-. Lo intentaremos -aadi al cabo de un rato-. Si creeque t no puedes hacer el trabajo y no te acepta, probaremos con otro. -Devolvi el rollo aEusebio.- Quin es Narss? -pregunt Juan en vano.

    La emperatriz y su asistente lo miraron azorados.- No entend la abreviatura -agreg, ponindose a la defensiva.- Praepositus sacri cubiculi -indic Eusebio rpidamente-. Chambeln mayor. El mismocargo que ocupo yo en realidad, pero en la corte del emperador y con responsabilidadesadicionales.- Supona que habras odo hablar de l -coment Teodora-, pero me imagino que en unlugar como Bostra nadie sabe quin est a cargo del imperio. Me encantara que pudierastener un trabajo con Narss. Estaras bajo la atenta mirada de Pedro tambin, y eso esimportante. Te enviar all tan pronto como tu estancia aqu sea oficial.- Eh -Juan se mordi la lengua para no hablar. Por qu me consulta -se preguntaba-, si

    ya ha decidido que debo redactar cartas para el jefe de eunucos del emperador? No estrabajo para un hombre. Supongo que dentro de un ao ya habr aprendido a sonrerforzadamente a todo el mundo y a recibir sobornos. Sienta el culo y hazte rico, buentrabajo para un eunuco-. Quin es Pedro? -pregunt, ya sin saber qu hacer.- Mi marido. -El chambeln entreg a la emperatriz un libro de citas, que ella hoje.- Tu marido? Pero, yo pensElla levant la cabeza, sonriente.- Pensabas que su nombre es Justiniano Augusto? Augusto es un ttulo; l se llam a smismo Justiniano cuando su to, el emperador Justino, lo adopt como heredero suyo. Sunombre es Pedro Sabatio. Pero t no intentes llamarlo as. Nadie, excepto yo, lo llama deese modo.Se qued mirando a Teodora. Su negro cabello caa sobre otro papel que Eusebio leenseaba. Pendientes de perlas brillaban sobre el cuello. La emperatriz sonri alchambeln y le pregunt algo, para asentir al final. El eunuco le devolvi la sonrisa, sacun plumero y le pidi a un esclavo que trajera pergamino: se iba a responder a unapeticin o se haba tomado una decisin sobre algn asunto. Juan se sinti abrumado derepente, avergonzado por el resentimiento. Aqu estaba l, el hijo bastardo de Diodoro de

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    Bostra, desayunando con la emperatriz, mirando cmo resolva asuntos de estado. l erabastante ignorante e inexperto: poda llegar a ser una molestia para ella. Deba estaragradecido de que quisiera ayudarlo. Deba esforzarse para que le fuera bien en cualquiertrabajo que ella le consiguiera y deba demostrar que era merecedor de tal ayuda.Termin el desayuno, haciendo esfuerzos por or lo que la emperatriz deca y saborear sunuevo trabajo. Pero volvi a verse a s mismo como un auriga que pierde las riendas,asindose desesperadamente a su frgil carro mientras los caballos lo llevaban a suantojo.

    Una semana despus lo llevaron ante el chambeln mayor del emperador para unaentrevista. Haba dedicado todo ese tiempo a urdir una trama de mentiras donde basar larazn de su presencia all. Juan se vio totalmente transformado: haba cambiado denacionalidad, origen, educacin e historia. La emperatriz lleg a pensar en cambiarle elnombre, pero finalmente decidi que el nombre de Juan era lo suficientemente comncomo para no preocuparse. Pero le pidieron que se dejara la barba, para descartar la

    posibilidad de que alguien lo reconociera.- Adems -replic Teodora-, est de moda ahora. Ya ningn joven se afeita enConstantinopla; todos intentan parecerse a Belisario. -Ahora deba ser hijo legtimo de unescriba municipal en Beirut; haba perdido a sus padres por la peste y haba acudido a suprima segunda, a quien la familia haba desairado; Teodora lo haba recibido en su palaciode verano, en Herin; haba llegado desde Herin seis das despus de su verdaderallegada y se le haba dado diligentemente un cuarto de huspedes, con menos esclavosconfidenciales para atenderlo, en otra parte del palacio. A la maana siguiente, Eusebiopas a buscarle temprano y lo acompa a otro edificio dentro del Gran Palacio.- Le hemos explicado tu nueva situacin a Narss -le dijo el eunuco mientras bajaban por

    una escalinata de mrmol veteado a travs de un jardn de rosas marchitas y con suavearoma a tomillo-, y la sagrada Augusta le ha escrito una carta expresando sucomplacencia si te considerara apto para el trabajo. Pero me temo que eso no nos aseguranada. Narss controla personalmente su propia oficina, de ah que insista en un alto nivelde eficiencia. Desde la muerte de su secretario tom dos jvenes a prueba, uno de ellos porrecomendacin de la emperatriz, pero ninguno demostr ser adecuado para la tarea, deah que se les asignara un trabajo en otro lugar. Es una pena que no sepas latn, porqueeso te ayudara.Juan asinti en silencio. Toda aquella trama lo haba dejado desorientado y deprimido y,despus de una semana de observar a Teodora y a sus colaboradores, se senta perdido.Aunque mantena una apariencia de lujo, Teodora no era solamente una dama elegante:era tambin una gobernante real y eficiente, subordinada solamente al emperador. Detodo el imperio le escriban gobernadores para pedirle su apoyo o para someter complejosproblemas administrativos a su sagrada y augusta decisin. Sus respuestas eraninmediatas, sagaces y decisivas. Reciba embajadores, conceda audiencias e impartardenes a las oficinas de Estado. Controlaba grandes propiedades en Asia y Capadocia yempleaba la renta que obtena en mantener un ejrcito de espas y agentes. Sobre sus

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    propios sirvientes su autoridad era suprema; ni el emperador poda entrar en su palacio sinsu permiso. Habra sido mejor -pens Juan- que me hubiera reconocido como su hijo y mehubiera enviado al "oscuro lujo" de alguna finca de provincia. Dios lo sabe, nunca pens enser rico ni poderoso antes de venir aqu. Vine porque quera saber quin era yo realmente;y en vez de averiguarlo, me estoy convirtiendo en una completa ficcin. Por cierto, que eneste trabajo no tengo la mnima oportunidad. Qu s yo que me faculte para sersecretario privado de un ministro de estado? Un hombre tan poderoso como parece sereste Narss puede tener varios secretarios expertos y elocuentes. No me querr y ella, laAugusta, se desilusionar. Con todo, dudan de que yo pueda conseguir el trabajo, as queno se desilusionarn tanto.Mantuvo la cabeza erguida y trat de aparentar seguridad mientras Eusebio lo conduca alala del Gran Palacio denominada el Magnaura.La oficina del chambeln mayor estaba en el centro del palacio: del lado que daba a laPuerta de Bronce estaban las labernticas oficinas de la administracin imperial; del otrolado, hacia el interior, los salones de audiencias y las viviendas privadas del emperador y

    su corte. Todos los asuntos del mundo exterior para el emperador tenan que pasar porall. Los palacios de Teodora, sin embargo, quedaban hacia el interior, por lo que Eusebioense a Juan la mitad de la casa del emperador antes de llegar a la oficina delchambeln. Tras la magnificencia suntuosa de los departamentos privados (las lmparascomo rboles dorados con pjaros adornados con piedras preciosas; las cortinas de sedaprpura; las alfombras diseminadas por el suelo; la inestimable coleccin de estatuas ypinturas), el despacho del chambeln pareca desnudo. Sus paredes presentaban escenaspintadas de la Ilada y el suelo apareca recubierto por un mosaico veteado en rojo y verde.En un rincn se vea una imagen de la Madre de Dios. Debajo, un hombre, vestido con unmanto blanco y prpura a rayas, escriba sentado ante un escritorio. Dos escribas sentados

    a una mesa cerca de la puerta, copiaban algo en un libro.Eusebio dej caer la cortina prpura que ocultaba las habitaciones privadas delemperador; ante el frufr de la seda, todos alzaron la mirada.- Mi querido Eusebio! -exclam el hombre vestido con el manto patricio. Se levant de unsalto, rode su escritorio y tom clidamente la mano de Eusebio. Era un eunuco pequeo,de aspecto frgil, de voz aguda y dulce, como la de un nio. Tena el cabello fino, conmechones blancos, y los ojos oscuros. Poda tener entre treinta y sesenta aos; eraimposible mirar su rostro suave y precisar su edad. Su voz y su aspecto tan poco naturalesincomodaron a Juan: nunca le haba gustado la gente rara-. Y t debes de ser Juan deBeirut -prosigui Narss, sonrindole-. Gracias por venir tan temprano. Me temo que elresto de la maana ya est ocupada con diversos asuntos. Si hay alguien que necesite otroayudante, se soy yo.Uno de los escribas asinti. Juan not aliviado que ni ste ni su compaero eran eunucos,slo jvenes de su misma edad, bien vestidos. Le recordaban un poco a sus hermanastros.- La Serensima Augusta me inform que t eras su primo segundo -le dijo Narss-. Measegur que tenas cierta experiencia como secretario y que podas tomar notas

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    taquigrficas, lo cual es ciertamente algo muy til y muy poco comn en quienes sepresentan a este puesto. Qu idiomas sabes?- No s latn -dijo Juan incmodo.Narss sonri cortsmente.- Quiz sera de ms ayuda que nos dijeras lo que s sabes hacer. Si eres de Beirut, quizsepas algo de sirio.- Un poco -contest Juan. Haba tenido que valerse de esa lengua en los viajes de negociosde su padre a Beirut-. Y un poco de arameo y de persa. Y adems rabe.Narss levant las cejas.- Has dicho persa?- S, mi padre sola tener negocios al otro lado de la frontera, antes de la guerra, porsupuesto! Yo atenda la correspondencia y por eso aprend tambin el arameo. -Comenz asentirse nervioso. Bostra era una ciudad de comercio, y su padre, como la mayora de susconvecinos, haba invertido en las caravanas. Hasta se haba permitido hacer contrabandocon seda y especias, pero eso slo despus de iniciada la guerra con Persia. En aquella

    poca las provisiones autorizadas se haban acabado y con ellas las caravanas de las quesiempre haba vivido Bostra, de ah que el comercio ilegal fuera casi esencial para lasupervivencia de la ciudad. Pero era peligroso admitir que conoca algo de ese comercio,adems de que no se esperaba que l, el hijo de un escriba, hubiera de tener algunaexperiencia en esos lances.Narss permaneci en silencio y finalmente le pregunt en persa:- Se trataba acaso de comercio de seda, joven?- S, excelencia -contest Juan en el mismo idioma, tras un instante de perplejidad-. Slodurante la guerra, por supuesto. Nosotros enviamos seda desde Beirut; las caravanasproceden de Bostra y Damasco, por eso mi padre quera incrementar sus ganancias con

    una pequea inversin en el comercio. -Las frases en persa eran las que haba empleadomuchas veces en la correspondencia con los socios de su padre, por lo que le salan conmucha facilidad.- Me sorprende, sin embargo, tu conocimiento del rabe. -Narss continuaba hablando enpersa. Su acento era diferente del de los persas que Juan haba conocido en Bostra-.Tambin responde eso a razones comerciales?Juan se ruboriz.- S, a veces tenamos que tratar con el rey de Jabiya, comprendes? -El rabe era sulengua verncula, la que haba aprendido de su niera y la que se hablaba en su casa, msque el griego.- Con el rey? -pregunt Narss, un poco perplejo.- Al-Harith ibn-Jabalah de Ghassan -aclar Juan-. El rey de los sarracenos en Jabiya.- El filarca Aretas! -dijo Narss, volviendo al griego con un tono divertido-. Yo no lollamara rey aqu.Juan se inclin en seal de disculpa.- All hay que llamarlo rey.

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    - Estoy seguro de eso. Bueno, un secretario que sabe persa y rabe nos podra ser til sinduda. Siempre se puede aprender latn aqu; hay muchos hombres que puedenensertelo, pero es ms difcil encontrar a alguien que hable persa. Y puedes escribirlo?- No en taquigrafa -dijo Juan apresuradamente-. Puedo tomar notas taquigrficas slo engriego.Narss sonri.- Creo que no hay un sistema de taquigrafa para el persa. Yo no puedo escribir nada enese idioma, aunque aprend a hablarlo antes que el griego. Es una molestia enviar al jefede las oficinas a buscar un traductor cada vez que tengo que mandar una carta. Bien, bien.Qu ms sabes hacer? Quizs aprendiste algo de retrica en la escuela en Beirut?Juan volvi a sonrojarse.- No, Ilustrsima. Mi padre no tena tantas ambiciones para m. Comenc a trabajar cuandotermin la escuela elemental a los quince aos. Me dieron algunas clases particularessobre cartas, pero aparte de eso -Hizo un ademn de rechazo y pens: Aparte de eso, hesido apenas mejor educado que un esclavo domstico. Quizs debera fingir que me han

    enseado lo mismo que a mis hermanos: dos o tres aos de retrica y luego derecho. Perono s ni una cosa ni la otra y jams podra sostener esa mentira.- Aparte de eso? -pregunt Narss, sonriendo.- Aparte de eso, slo aprend lo que sabe un secretario: taquigrafa, trabajo de archivo,algunos idiomas, contabilidadNarss enarc las cejas y dio un largo suspiro. Se volvi hacia Eusebio, que estaba junto ala cortina prpura, sonriendo satisfecho.- Llvale mis mayores saludos a la sagrada Augusta y exprsale mi gratitud por su intersen este asunto. Yo estar encantado de tomar a su pariente, empezando por un perodo deprueba de una semana; tengo la firme confianza de que trabajaremos bien juntos. Y

    gracias por venir tan temprano por la maana.Eusebio se inclin.- Siempre es un placer verte. La seora, anticipndose a tu decisin, te invita a ti y a supariente a cenar con ella esta noche. Te veremos por all entonces?- La invitacin me honra y me complace aceptarla.Los dos eunucos se estrecharon nuevamente las manos y Eusebio se retir detrs de lacortina prpura, para volver a la corte de la emperatriz.Un perodo de prueba de una semana -pens Juan-. Qu significa eso? Qu objeto tieneun perodo de prueba si la emperatriz le ha pedido que me acepte?, pero qu contentopareca Eusebio! Estara impresionado slo por el persa? Y qu pretende Narss? Yo nopodra decir si est satisfecho o irritado conmigo.Narss le sonri inspirndole confianza y le dijo:- Ahora te voy a ensear dnde vas a trabajar.Del lado de la gran oficina que daba a la calle haba otra, ms pequea, con unadecoracin similar, donde Juan y Narss encontraron un escriba saturado de trabajoluchando con un abultado libro de peticionarios de audiencias. De ms edad que los de laoficina interior, Anastasio era un funcionario canoso con mucha experiencia en palacio. En

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    la antesala contigua esperaba una ingente multitud. Narss tom el libro, verific algo yllam a dos personas. Dos distinguidos caballeros se acercaron a toda prisa, cada unoseguido por dos o tres asistentes.- Cuando mi puerta se abra, haz pasar a los dos siguientes del libro -dijo Narss a Juan-.Anastasio te explicar tus otras obligaciones.El escriba saturado de trabajo mir a Juan con desgana. Otro joven tonto -pens,observando el brocado del manto de Juan-. Cundo llegar el da en que mi Ilustrsimoseor consiga un secretario de verdad? Hemos estado haciendo todo el trabajo doshombres solos sin saber nada de esto, pero ya conozco yo el percal. El primero se pasabatodo el tiempo componiendo dsticos elegiacos; era bastante malo, pero al menos notrataba de interferirse en el trabajo. El ltimo, all se pudra cuanto antes!, estrope unao de archivos en una sola tarde con su "racionalizacin". Me pregunto qu intentarste.- Supongo -pregunt a Juan, con un deje de esperanza, porque pese a todo no la habaperdido completamente- que no sabes manejar un archivo.

    - Por supuesto que s. -Juan hoje el abultado libro-. Pero no entiendo ninguna de estasabreviaturas; me las tendrs que explicar.

    Hacia el medioda Juan estaba exhausto, lo que dio pie a que el escriba Anastasio lesonriera.En el libro de entrevistas figuraban los nombres en dos columnas: los que queran unaaudiencia con el emperador y los que slo solicitaban entrevistarse con el chambeln. Aalgunas personas, segn su categora se las reciba directamente sin esta entrevista; aotras se les permita saltar la lista ms o menos turnos. Anastasio no se recat de decirle:Y, si es necesario, puedes dejar que te sobornen y los pones en primer lugar. Al lado de

    cada nombre haba una abreviatura que remita al lector al archivo que contena laocupacin de esa persona. El sistema de archivos era engorroso y complejo y se extendapor todas las sagradas oficinas que regan el imperio. Nunca podr entenderlo, pensJuan asustado. Por su parte, Anastasio pensaba de forma diferente: Dentro de unasemana ya lo sabr manejar. Conoce los principios del sistema, sabe para qu sirve; enrealidad, est realmente preparado para el trabajo. Gracias a Dios! Slo ruego que notenga demasiados pjaros en la cabeza; aunque parece bastante cauto por ahora. Hastacon miedo, como si no estuviera acostumbrado a estar cerca del emperador, me da lasensacin. Gracias a Dios! Ahora podr resolver el dao ocasionado por su predecesor.Juan volvi a mirar el libro de solicitudes de audiencias y se estremeci al ver los nombres:patricios, obispos, senadores, cnsules, enviados de grandes ciudades, gobernadores deprovincias, ministros de estado se agolpaban en la antesala del chambeln.- Es as todos los das? -pregunt a Anastasio.- Oh, la mayora de los das es aun peor -contest el escriba-. Pero el seor no ha recibidoltimamente a tanta gente como sola hacer, porque an est reponindose de suenfermedad. Cuando haya que hacer las listas para nuevas entrevistas, recuerda esto eintenta interceptarles el camino.

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    El seor no era Narss, sino el emperador.- Interceptarles el camino? -pregunt Juan indeciso-. Cmo? Si un senador desea ver alAugusto, de qu manera el secretario del chambeln va a detenerlo?- Bueno, hay varias maneras -respondi el escriba-. Ya aprenders.Fue casi un alivio cuando Narss pidi a Juan que le tomara unas cartas en taquigrafa;una de esas cartas se refera a una enorme suma de dinero prometida a un rey brbaro (elTesoro no haba logrado entregarlo) y la otra a una apelacin contra una sentenciacriminal de un gobernador. Tomar cartas taquigrficamente y transcribirlas a escrituranormal le era tarea familiar; despus los dos escribas de la oficina interior hacan todas lascopias.Alrededor del medioda se dieron por terminadas las audiencias. Finalmente Narss seasom a la puerta de su oficina y vio que no haba nadie esperando. Dirigi una de susenigmticas sonrisas.- Puedes ir a comer ya -dijo a Juan y se hizo a un lado cuando los dos escribas pasarondelante de l entre empellones.

    - Qu maanita! -exclam uno alegremente-. Me duelen los pulgares!El otro sonri a Juan.- Vamos a una taberna del mercado -le dijo-. Preparan unas salchichas maravillosas y elvino tampoco es malo. Quieres venir con nosotros?- Ummm! -respondi Juan, mirando indeciso a Narss y a Anastasio. Ninguno parecapensar que el ofrecimiento fuera inslito y ninguno le ofreci ir con ellos a ningn otrositio. Sin saber qu hacer, acept-. S, gracias. -Puso en el estuche la pluma que habautilizado, dejndolo a guisa de pisapapeles sobre una carta a medio transcribir, y se fuecon los otros dos jvenes a la taberna.Narss regres de nuevo a su oficina. Anastasio estaba sentado en su escritorio con un

    pedazo de pan y una jarra de vino aguado. Pos su mirada en la carta; la cogi y la mir.Bien hecha, ordenada, letra clara, bien dispuesta y con ortografa correcta. Las tablillas decera estaban cubiertas con los garabatos ininteligibles de la escritura taquigrfica. Lepareci bien: un hermoso y complejo sistema de abreviaturas, sumamente erudito y til.Movi de un tirn las tablillas y vio que al dorso el nuevo secretario haba hechoanotaciones sobre el sistema de archivo. Con las tablillas en la mano, se levant y se fue.El chambeln del emperador estaba de rodillas ante el icono de la Madre de Dios.Anastasio se esperaba esto y tosi suavemente para llamar la atencin de su superior. Ladelicada figura vestida de blanco y prpura se puso de pie, se frot la frente y dirigi unamirada inquisitiva aunque apacible al empleado. Anastasio levant las tablillas de cera.- Ya entiende mi sistema de archivo. Lo vas a conservar, verdad?Narss sonri.- Me parece que s. Te parece bien? -Cuando Anastasio asinti, aadi-: Sabe persa.- De veras? Cmo lo has encontrado?- Parece ser un pariente de la sagrada Augusta, que ha decidido ayudarlo en su carrera.- Un pariente de la emperatriz! Bien! Jams lo hubiera imaginado!

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    - Un pariente lejano. -Narss sonri con su sonrisa indescifrable-. En mi opinin, hay unsorprendente parecido entre ambos. Y pienso tambin que tiene algo de la inteligencia dela emperatriz, aunque l no se ha dado cuenta todava. -La sonrisa se distendi y se tornms humana-. Yo en tu lugar estara atento. El jovencito podra tener algunas ideas sobrecmo deben hacerse las cosas.- Espero que no -dijo Anastasio apasionadamente, pero le devolvi la sonrisa. Se inclin ycerr rpidamente la puerta al salir para almorzar.

    La taberna elegida por los compaeros de Juan era un establecimiento pulcro y servicial,parecido a los que haba conocido en compaa de su padre cuando ste le peda quetomara nota de sus encuentros de negocios. Nunca haba tenido mucho dinero, de ah quesintiera la pesada bolsa que Teodora le haba entregado como si se tratara de un objetoextrao. Sin embargo, los dos escribas parecan cmodos en su opulencia y pidieron altabernero lo de siempre con alegre familiaridad. En seguida, Juan se encontr sentado auna mesa de mrmol junto a una ventana con una copa de vino en la mano. Sobre la mesa

    estaban dispuestas una vasija con agua y una jarra de vino para mezclar; una nia trajouna fuente con salchichas, otra con pan y un cuenco con verduras en abundante salsa.- Cmo te gusta el vino, muy fuerte? -le pregunt uno de los escribas, levantando la jarra.Era un joven alto, con aspecto atltico, de cabellos castaos y ojos azules; muy pagados desu belleza.- No muy fuerte -respondi Juan rpidamente-. No puedo trabajar bien si lo tomo con msde la mitad.El joven se encogi de hombros, pero verti diligentemente slo la mitad del vino en lavasija. Su compaero sirvi la mezcla en los tres vasos con un pequeo cazo y, sonriendotmidamente, llen su propia copa con vino.

    - No me gusta flojo -explic. Era de estatura media, rollizo y moreno-. A propsito, elnombre de mi amigo es Diomedes y yo soy Sergio, aunque todo el mundo me llama Baco.Como los mrtires benditos, sabes? -Se rio alegremente.Juan lo mir sin comprender.- Sergio y Baco!, entiendes? La iglesia que est cerca del hipdromo.- Lo lo siento -dijo Juan, incmodo-. Me temo que an no conozco bien Constantinopla.Llegu ayer.Los otros dos suspiraron.- Bueno, qu te parece? -pregunt Diomedes parsimonioso-. Llegar a Constantinopla unda y conseguir un trabajo como el tuyo al da siguiente! Lo que es tenerrecomendaciones!- Dicen que eres el primo segundo de la emperatriz -acot Sergio, tambin llamado Baco-.Sabes cunto pag tu ilustrsima prima por el trabajo? -Se sirvi un poco de pan ysalchichas.- No -respondi Juan, horrorizado al pensar cunto habra podido pagar-. No lo s.- Apostara a que por lo menos quinientos -dijo Sergio en tono autoritario-. Mi padre pagdoscientos cincuenta por mi trabajo, por lo que el tuyo debe de valer por lo menos el doble.

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    - Por lo menos -coincidi Diomedes, asintiendo.Quinientos, doscientos cincuenta qu? Solidi de oro? Dios Todopoderoso, eso es lo queganan todos los funcionarios de Bostra juntos! No pueden ser solidi.- Qu hace tu padre? -pregunt cauteloso, sirvindose un poco de pan.- Es banquero. -Sergio se sirvi con una cuchara un trozo de salchicha sobre el pan y siguihablando con la boca llena-. Demetriano (a quien de broma apodan Pulgar de Oro) segana honradamente su dinero. Me dijo en cierto modo algo muy sensato sobre mi trabajo:que doscientas cincuenta monedas de oro no es tanto si lo ves como una inversin que serecupera con creces.- El problema es que no paga mucho -dijo Diomedes-. A Su Ilustrsima no le importa ganarbajo mano vendiendo puestos como los nuestros, pero le disgusta que nosotros recibamossobornos.- Se molesta mucho si intentamos vender el acceso al seor o alterar un documento alcopiarlo -explic Sergio-, aunque se trate de una alteracin trivial, como algunos cientosde solidi ms para un amigo. Se vuelve distante y formal y nos echa un sermn. Y si a

    alguien se le ocurre hacerlo demasiadas veces, lo despide. Pero todos los eunucos sontacaos.- Y debemos advertirte de algo: siempre se da cuenta de todo. Tiene ojos hasta en la nuca.- Lo que ocurre es que trabaja como un condenado -corrigi Sergio-. Llega a la oficinaantes de que se haga de da y se queda hasta la noche, sin interrupcin apenas.- Eso es lo que est haciendo ahora? Trabajar? -pregunt Juan.- No, a la hora de la comida primero reza un poco y luego trabaja -respondi Diomedes.- De que es devoto, no hay duda. -Sergio pronunci estas palabras con evidente desagrado.- Y no totalmente ortodoxo, aunque supongo que no debera decir esto delante de ti, quevienes del este. Nadie es muy ortodoxo al sur de Antioqua. A m no me importa en

    absoluto. Quin se preocupa por la naturaleza de Dios?Casi todos, pens Juan sorprendido, pero slo pregunt:- Y Anastasio?- Oh, l slo permanece en su oficina rumiando pan seco y admirando sus archivos -replicSergio con desprecio-. Es un don nadie. Durante aos fue un empleado subalterno en lasoficinas del otro extremo del pasillo. Es el bastardo de no s quin; una vez le compraronun puesto subalterno y lo abandon. Nunca pudo comprarse el ascenso por su cuenta. FueSu Ilustrsima quien lo trajo a la corte imperial. l mismo pag el precio, slo para tener aalguien que pudiera manejar archivos. Est satisfecho contigo porque no sabes retrica; lprefiere la taquigrafa. -La voz haba adquirido un deje de malicia; Sergio se detuvosbitamente y tom algo para comer. Pens: No debera haber hablado de eso. Tengoque llevarme bien con el muchacho. Si quiero sacar algn prov