literatura peruana el postmodernismo

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1 Por: Lic. MARIO POMA CURI I.E.T. CARLOS A. VELÁSQUEZ

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El postmodernismo en el Perú

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Por: Lic. MARIO POMA CURI

I.E.T. CARLOS A. VELÁSQUEZ

ILO – PERÚ

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EL POST-MODERNISMO

1. El Postmodernismo. Concepto: Con el nombre de Post-modernismo se ha designado al periodo de transición entre el modernismo y otro movimiento que se estudiará próximamente: El Vanguardismo.

2. El Post-Modernismo en Latinoamérica: A partir de 1910, el modernismo perdió vigencia entre los poetas. Muchos de ellos comenzaron a rechazar el excesivo refinamiento modernista y el gusto por los temas palaciegos y decorativos.

Entre sus mejores cultores figuran Ramón López Velarde (Méjico), Porfirio Barba Jacob (Colombia), Arturo Capdevila (argentina) y poetisas de gran calidad como Alfonsina Storni (argentina), Juana de Ibarbourou (uruguaya) y Gabriela Mistral (chilena), entre otros.

3. Características:

Retorno a la realidad inmediata, Se buscó el retorno de la emoción por las cosas humildes y simples, ya no lo exótico ni lo fantástico.

El sencillismo y la depuración de las formas de expresión artístico; Los escritores utilizan un lenguaje sencillo y claro, el refinamiento del lenguaje modernista con tanta decoración se limpia y se depura. Pero así, todavía se conserva la musicalidad en el verso y por la utilización de imágenes sensoriales.

4. El post- modernismo peruano.- Surge como un movimiento contrario a la generación arielista, crea nuevas expresiones poéticas y resalta el provincialismo. Una de sus manifestaciones fue la revista

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llamada Colonida dirigida por Abraham Valdelomar y animado por un grupo de poetas y escritores, entre los que destacan Federico More.

5. Representantes: Entre lo más representativos están: Abraham Valdelomar, José María Eguren, José de la Riva Agüero, José Gálvez Barrenechea, Alberto Ureta, etc.

Abraham VALDELOMAR PINTO (1888-1919)

Escritor peruano nacido en Ica.

Pese a la brevedad de su vida y obra, está considerado una figura muy influyente en el medio intelectual y artístico del siglo XIX, esa atmósfera (o ilusión) de era refinada y decadente que el crítico Luis Alberto Sánchez ha llamado “la belle époque peruana”. En poco tiempo, Valdelomar hizo de todo: periodismo, poesía, cuento, novela, teatro, ensayo, crítica... Como lo hizo con elegancia y entusiasmo, esa energía se comunicó a gente de su edad y aun menores, que lo vieron como un maestro capaz de guiar sus gustos e inquietudes; entre ellos, alguien de la talla de Vallejo. Aunque adoptó la pose de dandy y snob, supo reflejar también el entorno de la aldea pobre y sus callados ritos de una manera que anuncia las búsquedas del criollismo.

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Este hombre que usó el aristocrático seudónimo de El Conde de Lemos y que gustaba firmar Val-del-omar, era en realidad un provinciano, nacido en Ica y criado en Paracas, en la costa sur del Perú. Sus contactos con el mar y el mundo campesino son experiencias que dejaron huellas en su obra literaria. Como activo periodista, retrató con finura la vida literaria y social de Lima en crónicas publicadas en revistas y periódicos como Los Balnearios, El Comercio, La Prensa, La Crónica y Variedades, entre otros. En 1911, tras hacer vida de cuartel y escribir unas páginas al respecto, publicó dos novelas breves: La ciudad de los muertos y La ciudad de los tísicos, de sabor decadente.

Tras su ingreso en la política, recibió el encargo diplomático que lo llevó a Italia en 1913, etapa durante la cual maduró literariamente. Allí escribió su cuento más famoso “El Caballero Carmelo” que aparecería después (Lima, 1918) en el volumen de cuentos homónimo y por el cual se le considera un innovador del género. De regreso a Perú, prosiguió su labor periodística y en 1916 fundó la revista Colónida, considerada la mejor de su época en Lima, pese a durar sólo cuatro números. Ese mismo año algunas composiciones poéticas suyas aparecieron en una antología colectiva titulada Las voces múltiples (Lima, 1916); el resto de su poesía sólo se conoció póstumamente. Publicó también Belmonte el trágico (Lima, 1918), “ensayo de una estética futura, a través de un arte nuevo”, que él mismo advierte poco tiene que ver con la crítica taurina. En plena actividad política, sufrió un accidente en Ayacucho y murió a los 31 años, dejando una obra dispersa y desigual en la que el impulso hacia la novedad está atemperado por un sabor tradicional.

Obra:

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En Narración:

- Cuentos: Su obra cuentística fue publicada en dos volúmenes: El Caballero Carmelo (1918) y Los Hijos del Sol (1921). Entre los cuentos más difundidos y aplaudidos están: El Caballero Carmelo (1918), El vuelo de los cóndores; El Hipocampo de oro; El Alfarero; Hebaristo, el sauce que murió de amor; los Ojos de Judas, etc.

- Novelas Cortas: Yerbasanta (escrita en su adolescencia) La ciudad muerta (1911), La ciudad de los tísicos (1911).

- Ensayos: La sicología del gallinazo (1917); Belmonte, el trágico (1918), etc.

En Poesía:

Sus poemas más conocidos y elogiados por su sencillez y lirismos son: Tristitia y El hermano ausente en la cena de Pascua, entre otras. Estos poemas y otros, parecieron en el libro Voces Múltiples, con poemas de otros poetas del grupo Colonida (1916).

En Teatro:

- La Mariscala (Teatro, 1914) escrita en colaboración de José Carlos Mariátegui.- La verdolaga (Teatro, 1917).

EL MOVIMIENTO COLONIDA Y VALDELOMAR

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Valdelomar empezó estruendosamente su vida literaria con el movimiento Colonida. Esto fue a raíz de la publicación de la revista Colonida, que tuvo cuatro números. Apareció el primero, el 5 de enero de 1916 (exhibe allí un óleo de Chocano en la portada); el segundo lleva la fecha del 1 de febrero de ese año (cuya portada es un óleo sobre Eguren dibujado por Valdelomar); el tercero aparece el 1 de marzo (estos tres números tuvo como director a Valdelomar) en cuya carátula es un retrato al carbón sobre Percy Gibson. El cuarto aparece el 1 de mayo de 1916, con un retrato de Javier Prado y con este número desaparece Colonida del escenario literario.

El germen de Colonida se gestó en los días del diario La prensa, allá por el año de 1915, y sus contertulios se reunían en el Palais Concert, que era una confitería o café literario muy al estilo francés, que quedaba en la calle Baquíjano, de Lima (hoy Jiron de la Unión; Valdelomar, muy a su estilo decía que el Perú era Lima, Lima era el Jirón de la Unión y el Jirón de la Unión era el Palais Concert, y éste, no era mas que él, así de ególatra era Valdelomar).

El “grupo” o “cenáculo” o “actitud” de Colonida, lo define Alfredo Gonzales Prada (Hijo de Manuel): “Si bien el grupo Colonida comenzó a formarse a mediados en 1915, tomó ‘conciencia de grupo’ durante la polémica con Juan José Reynoso (en diciembre del 15), cobró afirmación plena con la parición de Colonida en enero de 1916 y, culminó en la publicación de Las voces múltiples en julio del mismo”.

Colonida fue un fenómeno poético acaso un movimiento de pocos miembros, casi todos poetas jóvenes que tenían la particularidad de lo novedad y el dandismo iconoclasta. Todo contra el arte estancado y academicista. Colonida es una respuesta contra la chatura y la mediocridad literaria de entonces. Quien mejor para definirla con algunos conceptos de parte, de alguien que conoció a sus miembros como Luis

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Alberto Sánchez: “El nombre Colonida significa la ambición descubridora y pionera de los fundadores de la revista; era una secuela de la obra de Colón, un pie en un mundo nuevo: el de la nueva literatura...”.

Lecturas:

EL CABALLERO CARMELO (Fragmento)

Cuento de Abraham Valdelomar

... Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio. No había podido evitarlo. Le habían dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor que el alcalde, no era un gallo de raza. Moléstose mi padre. Cambiáronse frases y apuestas; y aceptó. Dentro de un mes toparía el Carmelo con el Ajiseco de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El Carmelo iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros, ¿por qué aquella crueldad de hacerlo pelear?...

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La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro: el “Caballero Carmelo”. Un rumor de expectación vibró el circo.

- ¡El Ajiseco y el Carmelo!- ¡Cien soles de apuesta!...

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Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.

En medio de la espectación general salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro Carmelo al lado del otro gallo era viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, con augurio de que nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las apuestas favorecían al adversario. Una vez frente al enemigo, el Carmelo empezó a picotear, agitó las alas y cantó estentóreamente. El otro, que en verdad no parecía ser un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas: miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéronse los ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera envestida; entablóse la lucha; las gentes presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro viejo paladín.

Batíanse él con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a las artes azarosas de la guerra. Cuidaba poner las patas armadas en el enemigo pecho, jamás picaba a su adversario –que tal cosa es cobardía-; mientras que éste bravucón y necio, todo quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes se detuvieron un segundo. Un hilo de sangre corría por la pierna del Carmelo. Estaba herido, más parecía no darse cuenta de su dolor. Cruzáronse nuevas apuestas a favor del Ajiseco y las gentes felicitaban al poseedor del menguado. En un nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordóse de sus tiempos y acometió con tal furia que desbarató al otro de un solo impulso. Levantóse éste y la lucha fue cruel e indecisa, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante.

- ¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! – gritaron sus partidarios, creyendo ganaba la prueba.

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Pero el juez, atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de cánones dijo:

- ¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!

En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acercó a él, sin hacer daño. Nació entonces, en medio del dolor de la caída, todo el coraje de los gallos de Caucato. Incorporado el Carmelo, como un soldado herido acometió de frente y definitivo sobre su rival, con una estocada que lo dejó muerto en el sitio. Fue entonces cuando el Carmelo que se desangraba, se dejó caer, después que el Ajiseco había enterrado el pico. La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó en la cancha. Felicitaron a mi padre por el triunfo, y como ésa era la jugada más interesante, se retiraron del circo, mientras resonaba un grito entusiasta: - ¡Viva el Carmelo!

Yo y mi hermano lo recibimos y lo condujimos a casa, atravesando por la orilla del mar el pesado camino, y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador que desfallecía.

Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jesús y yo le dábamos maíz, se lo poníamos en el pico, pero el pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo día, después del colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que nos hizo llorar. Le dábamos agua con nuestra mano, le acariciábamos, le poníamos en el pico rojos granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde y por la ventana del cuarto donde estaba, entro la luz sangrienta del crepúsculo.

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Poesía:

SONETO DEL HERMANO AUSENTE

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,Y sobre ella la misma blancura del mantelY los cuadros de caza de anónimo pincelY la oscura alacena, todo, todo está igual…

Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cualmi madre tiende a veces su mirada de miely se musita el nombre del ausente; pero élhoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.

La misma criada pone, sin dejarse sentir,la suculenta vianda y el plácido manjar;pero no hay la alegría ni el afán de reir

que animaran antaño la cena familiar;y mi madre que acaso algo quiere decir,ve el lugar del ausente y se pone a llorar…

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TRISTITIA

Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,se deslizó en la paz de una aldea lejana,entre el manso rumor con que muere una olay el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;el cielo, la serena quietud de su belleza;los besos de mi madre, una dulce alegría,y la muerte del sol, una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentíael canto de las olas como una melodíay luego el soplo denso, perfumado, del mar,

y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;mi padre era callado y mi madre era tristey la alegría nadie me la supo enseñar.