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Índice.

Introducción.

Capítulo I: La imagen materna de Dios, desde las Sagradas Escrituras.

Capítulo II: La maternidad de Dios desde los Padres de la Iglesia.

Capítulo III: El Magisterio de la Iglesia.

Capítulo IV: La Misericordia de Dios en Santo Tomás de Aquino.

Capitulo V: La Confianza en la Misericordia de Dios, Santa Teresa de Liseux.

Capítulo VI: La Misericordia de Dios y la Maternidad de María.

Aporte personal.

Conclusión.

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Introducción

En este trabajo monográfico, intentaremos investigar sobre la maternidad de Dios y

cómo esta es atribuida a la mujer. Esto será el punto de partida para conocer en su

profundidad sobre la misericordia y la respuesta del hombre a este regalo Divino.

En primer lugar, partiremos de las Sagradas Escrituras, viendo en ella los términos

misericordia y entrañas de misericordia (propio del amor materno), tanto en el Antiguo,

como en Nuevo Testamento. También, también investigaremos sobre la maternidad de

María.

Luego, intentaremos tener un acercamiento a los mismos términos desde los Padres de

la Iglesia, aquí tendremos en cuenta los comentarios de los Padres a libros bíblicos, en

especial a los pasajes bíblicos citados en el capítulo primero, y las reflexiones acerca de

la Madre de Dios.

De este modo, pasaremos a realizar un recorrido histórico por el Magisterio de la

Iglesia, donde los textos de los concilios y escritos de los Papas, nos brindan una

hermosa reflexión acerca de la misericordia, del amor maternal de Dios y de María.

Así seguiremos, por los autores medievales, uno de ellos es Santo Tomás, quien nos

aportará desde la Suma Teológica, más precisamente del Tratado de la Caridad, sobre el

término de la misericordia. Así mismo, en el Tratado de la vida de Cristo, reflexionará

sobre la Virgen María, a cuyos textos también recurriremos. Luego en Santa Teresa de

Lisieux, conoceremos por sus textos la confianza y el abandono en Dios.

Posteriormente, tomaremos autores contemporáneos, unos de ellos es el Padre Henry

Nouwen, sacerdote holandés, quien en su libro “El Regreso del hijo pródigo” realiza

una hermosa meditación ante el cuadro de Rembrandt, donde muestra la parábola del

hijo pródigo, cuyo camino comenzará con el arrepentimiento del hijo y la intención de

volver a casa, siguiendo por la misericordia del Padre, prestando mucha atención en la

figura del padre plasmada en la pintura. Continuaremos por otros dos autores, uno de

ellos es Ignacio de la Potterie, en su libro “María en el misterio de la Alianza”, y el otro

A. Strada, “María y nosotros”, de los cuales extraeremos lo que se refiere a la

maternidad de María.

Por último, antes de la conclusión presentaremos algunos aportes personales acerca de

este camino recorrido dejando planteado la intención de esta monografía.

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Capítulo I: La imagen materna de Dios, desde las Sagradas

Escrituras

En este primer capítulo intentaremos investigar aquellos datos que se encuentran en

las Sagradas Escrituras, sobre la maternidad de Dios. Ciertamente, nuestro cometido

intenta manifestar todo aquellos términos que se relacionan con un efecto materno de

Dios, como por ejemplo aquella expresión entrañas de misericordia, que cotidianamente

los hombres les conceden a las mujeres como una característica propia.

Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento, se señalan distintas características de la maternidad de

Dios. En el profeta Isaías podemos observar cómo el Señor, se dirige a su pueblo y les

hace recordar que Él es el único Dios que lo vio nacer y lo sostendrá por siempre:

“Escúchenme, casa de Jacob y todo el resto de la casa de Israel, ustedes, que fueron llevados desde el seno materno, cargados por mí desde antes de nacer! Hasta que envejezcan, yo seré siempre el mismo, y hasta que encanezcan, yo los sostendré. Yo he obrado, y me haré cargo de eso: los sostendré y los libraré.” (Is 46, 3-4)

También, hallamos la compasión del Señor a su pueblo, más que de una madre:

“Sión decía: «El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí». ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49, 14-15).

Además de la compasión, encontramos la consolación, comparándola con la de una

madre: “Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré (y por Jerusalén

seréis consolados).” (Is 66, 13).

En el libro de los salmos hay otra característica del amor materno de Dios. Por

ejemplo en el salmo 131:

“Como un niño tranquilo en brazos de su madre,Así está mi alma dentro de Tí.Espere Israel en el Señor,desde ahora y para siempre”.

El profeta Daniel, nos muestra como la misericordia de Dios permanece a pesar de las

miserias humanas: “El Señor Nuestro Dios es compasivo y misericordioso, aunque nos

hayamos rebelado contra él y no hayamos escuchado la voz del Señor nuestro Dios”

(Dn 9, 9-10a).

Así mismo, en el libro de Oseas aparece la llamada del Señor a Israel desde Egipto

expresando el amor maternal para con su hijo:

“Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con

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cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer.” (Os 11, 1-4)

En el mismo capítulo del libro, aparece la conmoción de las entrañas del Señor por su

pueblo:

“¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? ¿Voy a dejarte como a Admá, y hacerte semejante a Seboyim? Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas.” (Os 11, 8).

Así, como el Señor es madre, también la mujer (creatura de Dios) asumió las mismas

características, lo podemos observar en el libro del Génesis: “El hombre dio a su mujer

el nombre de Eva, por ser ella la madre de todo los vivientes.” (Gn 3, 20)

Por haber tentado la serpiente a Eva, el Señor castigó a la serpiente diciéndole:

“Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo.” (Gn 3, 15)

En el libro de los Reyes durante el Juicio de Salomón, donde dos mujeres discutían

quien era la madre del niño; viendo el rey que no llegaban a un acuerdo, dio la orden de

cortar al niño vivo en dos partes y dárselos a cada una, entonces:

“A la mujer de quien era el niño vivo se le conmovieron las entrañas por su hijo y replicó al rey: «por favor, mi señor, que le den a ella el niño vivo, pero ¡no!, ¡no lo matéis!»” (1R 3, 26)

Por otro lado, en el libro del profeta Isaías, el Señor anuncia la salvación, la cual

vendrá por descendencia de una mujer:

“El Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel. El se alimentará de leche cuajada y miel, cuando ya sepa desechar lo malo y elegir lo bueno”. (Is 14-16a)

En el libro de los salmos, también encontramos una profecía de la Madre del

Salvador:

“Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor”. (Sal 44, 11-13)

Nuevo Testamento

Retomando la imagen de Dios, como madre, en el evangelio de San Lucas, más

precisamente en el cántico de Zacarías, encontramos nuevamente la expresión de

entrañas:

“Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. (Lc 1, 78-79)

Asimismo, en la parábola del padre misericordioso, Jesús no sólo lo presenta como tal,

sino que además, demuestra que Dios también tiene entrañas maternas:

“Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le

besó efusivamente”. (Lc 15,20)5

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Así como Dios es madre, también María lo es, ya que no lo podría ser si Dios no lo

era primero; esto lo podemos observar en el Anuncio del Ángel, en el evangelio de san

Lucas:

“El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: « ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo […] María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó”. (Lc 1, 28-38)

Luego María, partió y fue sin demora a visitar a su prima Isabel, donde alabó la

grandeza del Señor:

“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas”. (Lc 1, 46-49a)

María, igual que el Señor en el Antiguo Testamento que estuvo con su pueblo hasta

que encanezcan; así la Madre de Jesús estuvo con su hijo hasta su muerte. Como lo

remarca el Evangelista san Juan: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana

de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena”. (Jn 19, 25)

Por último, acompañará a los apóstoles en la venida del Espíritu Santo, en el día de

Pentecostés:

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”. (Hch 2, 1-4)

Dios además de ser un Padre que ama al pueblo Israel, también es una madre con

entrañas de misericordia, de compasión que acoge a sus hijos; y cómo esta condición es

dada a la mujer, en especial a María.

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Capítulo II: La maternidad desde los Padres de la Iglesia

En este segundo capítulo intentaremos abordar el tema de la maternidad de Dios desde

el comentario y las reflexiones de los Padres de la Iglesia. Así mismo, expondremos lo

que significa para los Padres que María sea la madre de Dios y sus comentarios a este

atributo.

En primer lugar, podemos observar que los Padres realizaron comentarios a distintos

textos bíblicos, uno de ellos corresponde al libro del profeta Oseas (Os 11, 1-4), donde

manifiesta el llamado del Señor a su pueblo Israel desde Egipto. Este pasaje es

comentado por San Jerónimo:

“Mientras era, dice, un niño pequeño y estaba cautivo en Egipto, lo amé tanto que envié a mi siervo Moisés, y Llamé a mi hijo de Egipto y de él dije en otro pasaje: Israel es mi hijo primogénito (Ex 4, 22).”1

Siguiendo el mismo pasaje bíblico, San Jerónimo comenta la desobediencia de Israel

ante el llamado de Dios:

“Los llamó por medio de Moisés y Aarón, quienes lo llamaron para que saliera de Egipto; pero ellos, cuando oyeron la llamada de Moisés y de Aarón, se alejaron de su presencia, dándoles la espalda e indicando la dureza de su entendimiento con un gesto del cuerpo. Y no se contentaron con despreciar a quienes lo llamaban, sino que inmolaron en honor de Baal y de las estatuas, o quemaron incienso en honor de las esculturas.”2

Más adelante muestra, a través de su comentario, a Dios que ama a su pueblo y lo

protege de sus enemigos, perdonándolos de sus faltas y siendo siempre fiel:

“Cuenta ahora el cariño que profesó a Israel, según aquellas palabras del Deuteronomio: Como un hombre suele llevar a su hijo pequeño, así te llevó el Señor tu Dios por todos los caminos por los que anduviste hasta que llegaste a este lugar. (Dt 1, 31). Y en otro lugar dice: Desplegó sus alas y lo levantó y los llevó sobre sus hombros (Dt 32, 11). […] yo mismo llevaba a mi hijo pequeño sobre las palmas de mis manos para que no se hiciera daño en el desierto y, para que no lo asustaran ni el calor del sol ni las tinieblas, durante el día yo era una nube y durante la noche una columna de fuego (Cf. Éx13, 21), para alumbrar y curar con mi luz a quienes había protegido. Y cuando pecaron y se fabricaron una cabeza de becerro, les di la oportunidad de arrepentirse, pero no supieron que yo cuidaba de ellos y que oculté la herida de la idolatría durante cuarenta años y que les estaba devolviendo la primitiva salud. Cuidé de ellos en virtud de los vínculos y lazos de afecto que había estrechado con Abrahán, Isaac y Jacob.”3

A pesar de que Dios mostraba su amor a Israel, este no quiso escuchar y ofendió al

Señor idolatrando a otros dioses, provocando su enojo, pero se arrepintió porque su

amor era más grande:

“Mis entrañas se estremecieron y me arrepentí de destruir para siempre a mi pueblo; por lo cual no voy a obrar según el ardor de mi cólera y no voy a cambiar mi decisión de clemencia, destruyendo a Efraím. Porque yo no castigo para destruir para siempre, sino para corregir, mi

1 SAN JERÓNIMO, Obras completas III a, Comentario a los profetas menores, libro III, 120.2 Ibíd., 3 Ibíd., 122-123

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severidad es ocasión para el arrepentimiento y la piedad. Pues yo soy Dios y no un hombre. El hombre castiga para destruir, Dios lo hace para enmendar.”4

Ya en el Nuevo Testamento, San Ambrosio comenta el pasaje del Evangelista San

Lucas en el que trata la parábola del padre misericordioso o más conocida como la del

hijo pródigo:

“Aquél, que se da perfecta cuenta de cómo tratas de convertirte en lo más íntimo de tu alma, corre a tu encuentro. Y cuando estás todavía lejos, te ve y se dirige rápido hacia ti. El ve dentro de tu corazón y sale a tu encuentro para que nadie le ponga de obstáculo y, tan pronto ha llegado a ti, te abraza. En ese salir a tu encuentro se muestra su paciencia; en el abrazo su clemencia y la demostración de su amor maternal. Se te arroja al cuello para levantarte porque estás caído y para hacerte volver hacia el cielo, con el fin de que allí tú, que estás cargado de pecados e inclinado hacia todo lo terreno, busques a tu Creador.”5

Por otra parte, los Padres escribieron sobre la Virgen María, la que engendró a Cristo.

San Jerónimo, en su comentario, nos habla de la rama de Jesé:

“Brotará una rama de la raíz de Jesé y de la raíz nacerá una flor, y reposará sobre ella el Espíritu… Nosotros entenderemos por la raíz de Jesé a la bienaventurada Virgen María, la cual no tuvo ningún tallo adherido a ella y de quien se nos dice: una virgen concebirá y dará a luz un hijo. Y por la flor entenderemos a nuestro Salvador, que dice en el Cantar de los cantares: “Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles.

Sobre esta flor que brotará de improviso del tronco y de la raíz de Jesé mediante la Virgen María, descansará el Espíritu del Señor.”6

Así mismo, San Irineo de Lyon hace una comparación entre Eva y la Virgen María, en

lo que respecta a su condición de virgen, a su respuesta y a su fe:

“Virgen se nos muestra obediente cuando dice: “He aquí tu sierva, Señor, que se haga en mí según tu palabra”. Eva se nos presenta desobediente: desobedece cuando todavía era virgen. Así como Eva, esposa de Adán, pero virgen todavía, fue desobediente y por eso atrajo la muerte sobre sí y sobre todo el género humano, de igual modo María, desposada pero virgen, procuró por su obediencia la salvación para sí misma y para todo el género humano.

Por eso la Ley da a la desposada (de Adán todavía virgen) el nombre de esposa, para manifestar el ciclo que, desde María se remonta hasta Eva: porque los lazos del pecado no podrían ser desatados sino por un proceso inverso al que habría seguido el pecado.

Del mismo modo el nudo formado por la desobediencia de Eva sólo pudo ser desatado por la obediencia de María. Lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.

Por eso Dios estableció “una enemistad entre la serpiente” (por una parte) y la mujer y su descendencia” (por otra), mientras que ambas partes se observan mutuamente: una mordida en el talón pero bastante fuerte para aplastar la cabeza del adversario; la otra mordiendo y matando e impidiendo al hombre la entrada (a la Vida) hasta que haya llegado el descendiente de antemano para aplastar la cabeza de la serpiente. Este descendiente es el que engendró María y de quién el profeta dijo: Caminarás sobre el áspid y el basilisco, pisotearás al león y al dragón. Lo cual significa que el pecado, que se había erguido contra el hombre, lo iba cercando y lo hacía morir, sería reducido a la nada junto con el imperio de la muerte, y luego, en los últimos tiempos, el enemigo que ataca a la raza humana –el león que es el Anticristo- será aplastado por este (descendiente de la mujer).”7

4 Ibíd., 126-1275 SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas I, 2306 SAN JERÓNIMO, Comentario Isaías IV, 11, 1-3.7 SAN IRENEO DE LYON, Adv. Haereses III, 22, 4; 23, 7.

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También, San Ambrosio comenta sobre María, como la nueva Eva, ya que, al dar a luz

al Mesías venció al demonio:

“¿Qué hiciste, demonio? ¿Escondiste el árbol para ser nuevamente vencido? Te venció María que engendró al triunfador, la cual sin desmedro de su virginidad dio a luz a aquél que crucificado te vencería y muerto te sometería. También hoy eres vencido, cuando la mujer pone al descubierto tus insidias. Ella, la santa, llevó en sí a Dios; yo investigaré su cruz. Ella nos dio a conocer al engendrado; yo al resucitado. Ella hizo que Dios fuera visto entre los hombres; yo elevaré el estandarte divino para remedio de nuestros pecados.”8

Por otro lado, desde el Antiguo Testamento los profetas anunciaban que el Salvador

iba a nacer de una Virgen. Esto lo podemos encontrar en los escritos de San Justino:

“Escuchen cómo fue profetizado por Isaías que Cristo había de ser concebido por una virgen: Una virgen concebirá en su seno, y dará a luz un hijo. Le pondrán por nombre “Dios con nosotros”.

Por medio del Espíritu profético, Dios anunció por anticipado que llegarían a realizarse aquellas cosas que los hombres consideran increíbles e imposibles, para que cuando sucedieran no se negarán a creer, sino que la creyeran justamente por haber sido predichas.

“Una Virgen concebirá” significa que la virgen concebirá sin tener relaciones carnales, pues si éstas se diera ella ya no sería virgen. Pero el Poder de Dios vino sobre la virgen y la cubrió con su sombra para que ella concibiera permaneciendo virgen.”9

Arístides, se refiere a María como la Virgen que engendra a Cristo:

“Los cristianos remontan su genealogía hasta el Señor Jesucristo; se confiesa que éste es el Hijo de Dios Altísimo en el Espíritu Santo, que ha bajado del cielo para la salvación de los hombres. Engendrado de una virgen santa sin germen ni corrupción, tomó carne y se manifestó a los hombres para apartarlos del politeísmo.”10

Similarmente, San Cirilo de Alejandría, nos relata que el Hijo de Dios al nacer de una

Virgen, posee en su persona, tanto la naturaleza divina como la humana:

“El Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.

“Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, […] que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.”11

María, al concebir a Cristo, se le ha regalado una gracia muy especial para imponerse

ante el pecado, así lo considera San Agustín:

“De la Santa Virgen María, por el honor de Cristo, no quiero que sea cuestión cuando se trata de pecados. Sabemos en efecto que una gracia más grande se le ha concedido para vencer el pecado por el mismo hecho de que mereció concebir y dar a luz a aquel del que se está cierto de que no tuvo ningún pecado.”12

María, al ser la madre de Cristo, quien es la Cabeza de la Iglesia, es también la Madre

de sus miembros:

“Ciertamente es madre de sus miembros, que somos nosotros porque cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza de las que es efectivamente madre según el cuerpo. Convenía que nuestra cabeza por extraordinario milagro

8 SAN AMBROSIO, Muerte de Teodosio, 44.9 SAN JUSTINO, Apología I; 33, 1.2.4.10 ARÍSTIDES, Apología I, (frag. gr.) 15.11 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, cartas, 112 San Agustín, De natura et gratia (De la naturaleza y de la gracia), XLVI, P.L., 4, col. 267.

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naciera, según la carne, de una virgen, para significarnos que sus miembros habían de nacer según el Espíritu de la Iglesia virgen. Solamente María, es, por tanto, madre y virgen según el Espíritu: madre de Cristo y virgen también de Cristo. Más la Iglesia, en los santos que han de poseer el Reino de Dios, es, según el Espíritu, toda ella madre y toda ella virgen de Cristo.”13

13 SAN AGUSTÍN, Sobre la santa virginidad, 6, 6.10

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Capítulo III: Magisterio

En este capítulo, continuaremos exponiendo sobre la maternidad de Dios, como

irradiación de su Misericordia. En un primer momento, destacaremos al Papa Juan

Pablo I, quien manifiesta que Dios, es Padre pero también es Madre por la manera de

acercarse a sus hijos:

“El pueblo hebreo pasó momentos difíciles y se dirigió al Señor lamentándose y diciendo: «Nos has abandonado, nos has olvidado». « No», respondió Dios por medio del profeta Isaías: « ¿Puede acaso una madre olvidar a su hijo? Pero si sucediera esto, jamás olvidará Dios a su pueblo».

Los que estamos aquí tenemos los mismos sentimientos; somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal; sólo quiere hacernos bien, a todos. Y los hijos, si están enfermos, tienen más motivo para que la madre los ame. Igualmente nosotros, si acaso estamos enfermos de maldad o fuera de camino, tenemos un título más para ser amados por el Señor.”14

Juan Pablo II, explica el significado del término rahamin, como expresión de

Misericordia, en los libros del Antiguo Testamento:

“Rahamin, en su raíz denota el amor de la madre (rehem = regazo materno). Desde el vínculo más profundo y originario, mejor desde la unidad que liga a la madre con el niño, brota una relación particular con él, un amor particular. Se puede decir que este amor es totalmente gratuito, no fruto de mérito…el término rahamin engendra una escala de sentimientos entre lo que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, es decir la disposición a perdonar.

El Antiguo Testamento atribuye al Señor precisamente estos caracteres, cuando habla de él sirviéndose del término “rahamin”. Leemos en Isaías: “¿Puede acaso una mujer olvidarse de su mamoncillo, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría” (Is 49, 15). Este amor, fiel e invencible gracias a la misteriosa fuerza de la maternidad, se expresa en los textos veterotestamentario de diversos modos: ya sea como salvación de los peligros, especialmente de los enemigos, ya sea también como perdón de los pecados –respecto de cada individuo, así como también de todo Israel- y, finalmente, en la prontitud para cumplir la promesa y la esperanza (escatológica)”15

Más adelante comenta, en la alabanza que realiza Zacarías a Dios por el don recibido

la palabra también se remonta al significado que tiene en el Antiguo Testamento:

“En Lc 1, 66-72 También en este caso se trata de la misericordia en las frases donde Zacarías habla de las “entrañas misericordiosa de nuestro Dios”, se expresa claramente el significado de rahamin, que identifica más bien la misericordia divina con el amor materno.”16

En el capítulo que dedica a la parábola del hijo pródigo, hablará del amor fiel del

padre y cómo se manifiesta en el recibimiento de su hijo:

“El padre del hijo pródigo es fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo. Tal fidelidad se expresa en la parábola no sólo con la inmediata prontitud en acogerlo cuando vuelve a casa después de haber malgastado el patrimonio; se expresa aún más plenamente con aquella alegría, con aquella fiesta tan generosa respecto al disipador después de su vuelta.”17

14 JUAN PABLO I, Ángelus, 10 setiembre de 1978.15 JUAN PABLO II, «Dives in Misericordia», La Misericordia Divina, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, nota al pie nº 52.16 Ibíd., 24.17 Ibíd., 28.

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No podemos pasar por alto, el significado de la conmoción del padre al ver a su hijo

regresar:

“En efecto, cuando el padre divisó desde lejos al hijo pródigo que volvía a casa, “le salió conmovido al encuentro, le echó los brazos al cuello y lo besó”. Está obrando ciertamente a impulso de un profundo afecto, lo cual explica también su generosidad hacia el hijo.”18

Así pues, Dios fue manifestando su misericordia desde Antiguo de diversos modos

(como lo expresamos anteriormente), en final de los tiempos lo hizo por medio de su

Hijo: “En Cristo y por Cristo se hace particularmente visible Dios en su misericordia, es

decir, se pone de relieve el atributo de la divinidad”.19

Esta presencia de Dios conlleva poder verlo cercano al hombre, “sobre todo cuando

sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad”20.

Pero también, esta iniciativa de Dios requiere una respuesta por parte del hombre:

“Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres

que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia.”21

La Maternidad de Dios en María

Después de haber hablado de la misericordia de Dios manifestado de manera maternal,

ahora continuaremos investigando sobre la maternidad de la Virgen María quien

concibió a Cristo, el Hijo de Dios:

“Porque no nació primeramente un hombre cualquiera, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne.... De esta manera ellos [Los santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la santa Virgen, no ciertamente porque la naturaleza del Verbo o su divinidad hubiera tenido origen de la santa Virgen, sino que, porque nació de ella.”22

El magisterio de la Iglesia, manifiesta, que el nacimiento de Jesús provino de una

mujer, considerándola como Madre de Dios:

“Cristo Jesús procedió, o sea, nació, como verdadero Dios y Él mismo como verdadero hombre, conservada la integridad de la virginidad materna: ya que ella lo engendró permaneciendo Virgen, tal como siendo Virgen lo había concebido. Por lo cual profesamos de una manera veracísima que la beata virgen María es madre de Dios: en efecto, engendró al Verbo de Dios encarnado.”23

Al ser la Madre de de Jesucristo, es también Madre de todos los miembros de Cristo,

es decir la Iglesia:

18 Ibíd., 28.19 Ibíd., 8.20 Ibíd., 10.21 Ibíd., 10.22 DH, 251.23 Ibíd., 442.

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“Debido a esta gracia tan extraordinaria, aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra. Al mismo tiempo, sin embargo, se encuentra unida, en la descendencia de Adán, a todos los hombres que necesitan ser salvados. Más aún, «es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo)... porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella Cabeza». Por eso es también saludada como miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia y como su prototipo y modelo destacadísimo. En la fe y en el amor. La Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial.”24

Es importante destacar que la Iglesia tiene como modelo de discipulado a la Virgen, ya

que ella:

“Al aceptar tu Palabra con su corazón inmaculado, mereció concebirla en su seno virginal y al dar a luz a su propio creador

preparó el nacimiento de la Iglesia. Ella, aceptando junto a la cruz

el testamento del amor divino, adoptó como hijos a todos los hombres nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo.Ella, unida a los Apóstoles

En espera del Espíritu Santo prometido,asoció su oración a la de los discípulos y se convirtió en modelo de la Iglesia orante.Elevada a la gloria de los cielos, acompaña a la Iglesia peregrina con amor maternal,y con bondad protege sus pasos hacia la patria del cielo,hasta que llegue el día glorioso del Señor.”25

“La santísima Virgen, predestinada desde la eternidad como Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo de Dios por decisión de la divina Providencia, fue en la tierra la excelsa Madre del Redentor, la compañera más generosa de todas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo que moría en la cruz, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia.

Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta, que lleguen a la patria feliz.”26

Además, al estar unida a Cristo, está también unida a la Iglesia:

“La bienaventurada Virgen, por el don y la función de ser Madre de Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y funciones, está también íntimamente unida a la Iglesia. La Madre de Dios es figura de la Iglesia, como ya enseñaba san Ambrosio: en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo. Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue por delante mostrando en forma eminente y singular el modelo de virgen y madre.”27

24 Ibíd., 4173.25 , Misal Romano, prefacio de la Santísima Virgen María V.26 Ibíd., 4176.27 Ibíd., 4177

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Capítulo IV: La misericordia de Dios en Santo Tomás de Aquino

En este capítulo, continuaremos abordando sobre la misericordia de Dios, teniendo en

cuenta ésta parte como una mirada de amor hacia la miseria del hombre. En primer

lugar, comenzaremos hablando desde un plano humano:

“Según San Agustín en IX De civ. Dei, la misericordia es la compasión que experimenta nuestro corazón ante la miseria del otro, sentimiento que nos compete, en realidad, a socorrer, si podemos. La palabra misericordia significa, efectivamente, tener el corazón compasivo por la miseria de otro.”28

Por otra parte, es importante destacar una distinción entre la culpa y la pena, más

cuando ésta, va unida a algo en contra del hombre:

“La culpa es, por su propia naturaleza, voluntaria. En ese sentido es objeto no de misericordia, sino de castigo. Más dado que la culpa puede ser, en cierto modo, pena, o sea, en cuanto lleva anejo algo que es contra la voluntad del pecador, en ese sentido puede inspirar también misericordia. Bajo este aspecto tenemos sentimientos de piedad y compasión hacia los pecadores, como escribe San Gregorio en una homilía: la verdadera justicia no provoca desdén, sino compasión.”29

En cuanto, se refiere a Dios: “Él no tiene misericordia sino por amor, al amarnos

como algo suyo”30. Por la relación que tiene Dios con el hombre la caridad será distinta

a la que existe entre los hombres:

"Con relación al hombre, que tiene a Dios por encima de sí, la caridad, uniéndole a Él, es más excelente que la misericordia con que socorre al prójimo. Pero entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo, la más excelente es la misericordia, y su acto es también el mejor. Efectivamente, atender a las necesidades del otro es, al menos bajo ese aspecto, lo peculiar del superior y mejor.”31

Además, en cuanto al culto a Dios:

“Los sacrificios y ofrendas, que forman parte del culto divino, no son para Dios en sí mismo,sino para nosotros y para el prójimo. Dios, en efecto, no tiene necesidad de ellos, y quiere que se los ofrezcamos por nuestra devoción y la utilidad del prójimo. Por eso, la misericordia, que acude en ayuda de las necesidades del prójimo, es un sacrificio más acepto a Dios, en cuanto que presta una utilidad más inmediata al prójimo,”32

Por último:

“Toda la vida cristiana se resume en la misericordia en cuanto a las obras exteriores. Pero el sentimiento interno de la caridad que nos une a Dios está por encima tanto del amor como de la misericordia hacia el prójimo.”33

28 TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica II, II q.30 a.1. 29 Ibíd. 30 Ibíd., a.2.31 Ibíd., a. 3.32 Ibíd., a.4.33 Ibíd.

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María, la Madre de Dios

Santo Tomás deja en claro la concepción virginal de la Madre del salvador en contra posesión de las herejías de la época:

“Es absolutamente necesario confesar que la madre de Cristo concibió de modo virginal. Lo contrario es la herejía de los Ebionitas y de Cerinto, quienes tienen a Cristo por un puro hombre, y piensan que nació de la unión de ambos sexos.”34

Para que Cristo fuese concebido como Hijo de Dios, era necesario:

“El Verbo es concebido sin corrupción alguna del corazón; no sólo eso, sino que la corrupción del corazón no permite la concepción de un verbo perfecto. Por consiguiente, como el Verbo tomó la carne para que fuese carne del Verbo, fue conveniente que también fuese concebida sin corrupción de la madre.”35

También podemos decir, por la dignidad que debía tener el Salvador, no convenía dar

lugar al pecado, por eso:

“Fue conveniente a la dignidad de la humanidad de Cristo, en la que no debió haber sitio para el pecado, puesto que por medio de ella era quitado el pecado del mundo […] Por eso dice Agustín en el libro De nuptüs et concupiscentia: Sólo allí no hubo unión sexual, es a saber, en el matrimonio de María y José, porque en carne de pecado no podía realizarse tal unión sin aquella concupiscencia de la carne, que proviene del pecado, sin la que quiso ser concebido aquel que no tendría pecado. Por el mismo fin de la encarnación de Cristo, que se ordenó a que los hombres renaciesen como hijos de Dios no de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios (Jn1, 13), es decir, del poder de Dios. El ejemplar de este acontecimiento debió manifestarse en la misma concepción de Cristo. Por lo que escribe Agustín en el libro De sancta virginitate: Convenía que nuestra Cabeza, por un milagro extraordinario, naciese corporalmente de una virgen, a fin de dar a entender que sus miembros nacerían, espiritualmente, de la Iglesia virgen...”36

Ante las objeciones sobre la virginidad de la Madre de Cristo, Santo Tomás deja en claro:

“Es preciso defender, que la Madre de Cristo fue virgen también en el parto, puesto que el Profeta (Is 7,14) no dice solamente: He aquí que la virgen concebirá, sino que añade: y parirá un hijo. Y esto fue conveniente por tres motivos. Primero, porque correspondía a la propiedad de quien nacía, que es el Verbo de Dios. El Verbo, en efecto, no sólo es concebido en la mente sin corrupción, sino que también procede de ella sin corrupción. Por lo que, a fin de manifestar que aquel cuerpo era el mismo Verbo de Dios, fue conveniente que naciese del seno incorrupto de una virgen […] Segundo, porque esto es conveniente en lo que atañe al efecto de la encarnación de Cristo, pues vino para quitar nuestra corrupción. Por eso no fue oportuno que, al nacer, corrompiese la virginidad de la madre. Debido a esto, dice Agustín en un Sermón De Nativitate Domini: No era justo que con su venida violase la virginidad quien había llegado para sanar lo que estaba corrompido. Tercero. Fue conveniente para que, al nacer, no perjudicase el honor de la madre aquel que había mandado honrar a los padres.”37

También está la postura de que la Madre de Cristo no haya permanecido virgen

después del parto, ya que manifiesta la existencia de otros hijos, después de Jesús. A

esto, también responde Tomás:

34 TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica III, q.28, a.1.35 Ibíd.36 Ibíd.37 Ibíd., a.2.

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“Es preciso detestar, sin duda de ninguna clase, el error de Helvidio, quien osó decir que la Madre de Cristo, después del parto, fue carnalmente conocida por José y que tuvo de él otros hijos. Primero, porque eso rebaja la perfección de Cristo, quien, como según la naturaleza divina es el Unigénito del Padre (cf. Jn 1,4) e Hijo suyo totalmente perfecto (cf. Heb 7,28), así también convino que fuese unigénito de la madre, como hijo suyo perfectísimo. Segundo, porque este error injuria al Espíritu Santo, cuyo sagrario fue el seno virginal, en el que formó el cuerpo de Cristo; por lo que no resultaba decoroso que fuera en adelante violado por la unión carnal. Tercero, porque eso va en detrimento de la dignidad y de la santidad de la Madre de Dios, que daría la impresión de una total ingratitud si no se contentase con un Hijo tan excepcional, y si quisiese perder espontáneamente, mediante la unión carnal, la virginidad que milagrosamente había sido conservada en ella. Cuarto, porque el propio José caería en una suprema presunción en caso de intentar contaminar a aquella cuya concepción por obra del Espíritu Santo había conocido él mediante la revelación de un ángel. Y, por tanto, es absolutamente necesario afirmar que la Madre de Dios, como concibió y dio a luz siendo virgen, así también permaneció virgen para siempre después del parto.”38

El nacimiento de Cristo, de una virgen desposada, fue conveniente por Él mismo, por

María y por nosotros:

“Por Él mismo, por cuatro motivos: Primero, para que no fuese despreciado por los infieles como quien ha nacido de modo ilegítimo […] Segundo: Para establecer su genealogía por la línea del varón, como era la costumbre. Por lo que escribe Ambrosio: El que vino al mundo, conforme a la costumbre del mundo debió ser descrito. Y cuando alguien reivindica la grandeva de su linaje en el senado y en los otros estamentos de las ciudades, es requerida la persona de un varón. También la costumbre de las Escrituras nos instruye en la misma dirección, puesto que siempre buscan el origen del varón. Tercero: Para la tutela del Niño nacido, a fin de que el diablo no hiciese daños contra él con mayor ímpetu. Y por eso dice Ignacio: que fue una virgen desposada, para que su parto quedase oculto al diablo. Cuarto: Para que fuese criado por José. Por eso fue llamado éste, padre suyo, quien lo alimentó.

Fue conveniente también por parte de la Virgen. Primero: Porque de ese modo quedaba exenta de la pena y, como dice Jerónimo "para que no fuese apedreada por los judíos como adúltera. Segundo: Para que así quedase libre de infamia. De donde dice Ambrosio: Fue desposada para no ser quemada por la infamia de una virginidad violada, a la que parecía prestar una señal de violación el embarazo evidente. Tercero: Para que José le prestase sus servicios, como dice Jerónimo.

También fue conveniente por nuestra parte. Primero: Porque mediante este testimonio de José quedó comprobado que Cristo nació de una virgen. Por eso escribe Ambrosio: Se presenta un testigo bien seguro del pudor, el marido, que podría dolerse tanto de la injuria como vengar la afrenta, si no fuese conocedor del misterio. Segundo: Porque así se hacen más dignas de fe las palabras de la Virgen Madre, cuando afirma su virginidad. De donde dice Ambrosio: Se otorga mayor fe a las palabras de María, y se aleja cualquier causa de mentira. Pues daría la impresión de que una soltera encinta había querido ocultar su culpa con una mentira, mientras que, estando desposada, no tuvo motivo para mentir, puesto que el parto de las mujeres casadas es el premio del matrimonio y la grada de las bodas. Y ambas cosas pertenecen a la firmeza de nuestra fe. Tercero: Para quitar una excusa a las doncellas que, por falta de cautela, no evitan su infamia. Por eso escribe Ambrosio: No convino dejar a las vírgenes que viven en mala opinión una sombra de excusa, porque también la Madre de Dios sería devorada por la infamia. Cuarto: Porque en esto está representada toda la Iglesia, que, siendo virgen, está, sin embargo, desposada con un solo varón, Cristo, como dice Agustín en el libro De sancta virginitate. Cabe todavía una quinta razón: La Madre de Dios fue desposada y virgen, para que en su persona fuesen honrados tanto la virginidad como el matrimonio, contra los herejes que denigran uno u otro de esos estados.”39

38 Ibíd., a.3. 39 Ibíd., q.29, a.1.

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Capitulo V: La confianza en la Misericordia de Dios, Santa Teresa de

Lisieux

En los capítulos anteriores hemos investigado sobre la maternidad de Dios, irradiada

en su misericordia. En este capítulo nos aproximaremos desde la respuesta del hombre a

ese amor misericordioso de Dios, la cual consiste en el abandono y la confianza, como

lo manifiesta en sus escritos Santa Teresa de Lisieux.

En primer lugar manifiesta el camino que conduce a esa lumbre divina:

“Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina . Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».”40

A continuación, la santa nos enseña, cómo el alma debe abandonarse a Dios y dar

muestra de gratitud:

“Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud,”41

Este abandono y gratitud a Dios, lo expresaba como testimonio de fe a las personas

que la acompañaban en su camino de formación, en este caso a su priora:

“Y para responder a su deseo, intentaré expresar los sentimientos de mi alma, mi gratitud a Dios y también a usted que lo representa visiblemente a mis ojos. ¿No me entregué toda a El precisamente entre sus manos maternales?”42

Esta confianza implica el dejarse conducir por el Señor por sus caminos, en definitiva

dejar a Dios ser Dios:

“Voy a morir pronto, pero ¿cuándo? Sí, ¿cuándo...? ¡Nunca acaba de llegar! Soy como un niñito al que se le está prometiendo siempre un pastel: se lo enseñan desde lejos, y luego, cuando él se acerca para cogerlo, retiran la mano... Pero, en el fondo, estoy totalmente resignada a vivir, a morir, a recobrar la salud o a ir a Cochinchina, si Dios así lo quiere.”43

Poesía a María

40 TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, capitulo IX Mi vocación: El amor, España, Editorial monte Carmelo, 2003, 254.41 Ibíd.42 Ibíd., cap. X: La prueba de fe, 271.43 Ibíd., Cuaderno amarillo de la madre Inés, del 21 al 26 de mayo, 21/26.5.2, 795.

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En unas de sus poesías, Santa Teresita muestra el gran amor que tiene hacia la

Santísima Madre de Jesús:

“Cantar, Madre, quisierapor qué te amo.

Por qué tu dulce nombreme hace saltar de gozo el corazón,

y por qué el pensamiento de tu suma grandezaa mi alma no puede inspirarle temor.

Si yo te contemplase en tu sublime gloria,muy más brillante sola

que la gloria de todos los elegidos juntos,no podría creer que soy tu hija,

María, en tu presencia bajaría los ojos...

Para que una hija pueda a su madre querer,es necesario que ésta sepa llorar con ella,

que con ella comparta sus penas y dolores.¡Oh dulce Reina mía,

cuántas y amargas lágrimas lloraste en el destierropara ganar mi corazón, ¡oh Reina!

Meditando tu vidatal como la describe el Evangelio,

yo me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti.No me cuesta creer que soy tu hija,

cuando veo que mueres,cuando veo que sufres

como yo.

Cuando un ángel del cielo te ofrece ser la Madrede un Dios que ha de reinar eternamente,

veo que tú prefieres, ¡oh asombroso misterio!,el tesoro inefable de la virginidad.

Comprendo que tu alma, inmaculada Virgen,le sea a Dios más grata

que su propia morada de los cielos.Comprendo que tu alma, humilde y dulce valle,

contenga a mi Jesús, océano de amor.

Te amo cuando proclamasque eres la siervecilla del Señor,

del Señor a quien tú con tu humildad cautivas.Esta es la gran virtud que te hace omnipotente

y a tu corazón lleva la Santa Trinidad.Entonces el Espíritu, Espíritu de amor,

te cubre con su sombra,y el Hijo, igual al Padre,

se encarna en ti...¡Muchos habrán de ser

sus hermanospecadores

para que se le llame: Jesús, tu primogénito!

María, tú lo sabes: como tú,no obstante ser pequeña, poseo y tengo en mí

al todopoderoso.Mas no me asuste mi gran debilidad,

pues todo los tesoros de la madre

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son también de la hija,y yo soy hija tuya, Madre mía querida.

¡Acaso no son mías tus virtudesy tu amor también mío?

Así, cuando la pura y blanca Hostiabaja a mi corazón,

tu Cordero, Jesús, sueña estar reposandoen ti misma, María…”44

Capítulo VI: La Misericordia de Dios y la maternidad de María

44 Ibíd., Poesías 54, 736-742.19

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En este nuevo capítulo, investigaremos el hecho de que el hombre ante sus miserias se

ve necesitado de Dios y acude a su Misericordia para ser salvado y reconocido como

hijo. Para ello citaremos fragmentos del libro “El regreso del Hijo Pródigo…” de Henri

Nouwen.

En primer lugar vemos cómo el hijo al tocar fondo de su realidad, reconoce su

alejamiento del padre y reflexiona:

“En medio de su degradación, se aferró a la realidad de que todavía era hijo de su padre. De otro modo, hubiera vendido la espada tan valiosa, símbolo de su vínculo con el padre. La espada está allí para mostrar que, aunque volvió hablando como un mendigo y un proscrito, no se había olvidado de que todavía era hijo de su padre. Y volvió precisamente cuando recordó y valoró el lazo que les unía.”45

Más adelante, el autor explica cuál es el punto desde el cual podemos descifrar el

regreso del hijo:

“El significado de la vuelta del hijo menor está expresado en las palabras: <<Padre…, ya no merezco llamarme hijo tuyo>>. Por un lado, el hijo menor se da cuenta que ha perdido la dignidad de su vínculo filial pero, al mismo tiempo, en ese mismo sentido de pérdida de dignidad le hace consciente de que, por ser hijo, tenía una dignidad que perder.

El regreso del hijo menor se produce en el preciso momento en que éste reclama su vínculo filial, a pesar de haber perdido toda la dignidad que esto lleva consigo. De hecho, la pérdida de todo fue lo que lo llevó al fondo de su identidad.”46

Reconociendo que no había perdido su relación filial:

“Una vez que había llegado a la verdad de su condición de hijo, pudo oír -aunque muy débilmente- la voz llamándole “el amado” y pudo sentir –aunque desde lejos- el tacto de la bendición. Esta conciencia de la confianza en el amor de su padre, aunque borrosa, le dio la fuerza para reclamar su condición de hijo.”47

Comienza el camino de regreso a casa, aunque con miedo de fiarse totalmente de la

misericordia de su padre:

“Aún está lejos de fiarse del amor de su padre. Sabe que todavía es el hijo, pero se dice a sí mismo que ha perdido la dignidad de ser llamado “hijo”, y se prepara para aceptar la condición de “jornalero” y así poder al menos sobrevivir. Hay arrepentimiento, pero no un arrepentimiento a la luz del inmenso amor de un Dios que perdona. Es un arrepentimiento interesado, que ofrece la posibilidad de sobrevivir.”48

Por otra parte, Jesús nos indica el camino que debemos seguir para llegar a Dios:

“Jesús deja en claro que el camino para llegar a Dios es el camino de la infancia “Os aseguro que no cambiáis y os hacéis como lo niños no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3). Jesús no me pide que siga siendo un niño, sino que llegue a serlo. Convertirse en niño significa vivir de acuerdo con una segunda inocencia… la inocencia que se consigue haciendo opciones conscientes. ¿Cómo podría descubrirse a quienes han llegado a esta segunda infancia, a esta segunda inocencia? Jesús los describe con claridad en las Bienaventuranzas […] por esta ruta

45 H. NOUWEN, El regreso del Hijo Pródigo Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, Madrid, PPC, editorial y distribuidora S.A., 1999, 53.46 Ibíd., 56.47 Ibíd.48 Ibíd., 60.

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descubriré las alegrías de la segunda infancia: comodidad, misericordia, e incluso una visión más clara de Dios. Y cuando llegue a casa y sienta el abrazo de mi Padre, veré que no sólo he de reclamar el cielo, sino que la tierra también será mi herencia, un lugar donde puedo vivir en libertad.”49

Aquí, el autor deja una importante reflexión, después de haber meditado el cuadro de

Rembrandt y con la ayuda de miradas de sus amigos, puede decir:

“Recuerdo muy bien cuando enseñaba la pintura de Rembrant a mis amigos y les preguntaba que veían. Uno de ellos, una mujer joven, se levantó, caminó hacia la gran copia de El hijo pródigo y apoyó su mano en la cabeza del joven. Entonces dijo: “Ésta es la cabeza de un bebé que acaba de salir del vientre de su madre […] Esto me ayuda a comprender mejor el camino que debo seguir para llegar a casa. ¿No es acaso el niño pequeño pobre, manso, y limpio de corazón? ¿Acaso el niño pequeño no llora ante el más mínimo dolor? ¿No está acaso el niño pequeño hambriento y sediento de justicia y no es acaso víctima de persecución? ¿ y qué hay de Jesús, la Palabra de Dios que se hizo carne, vivió nueve meses en el vientre de María y vino a este mundo como un niño pequeño, adorado por lo pastores de aquí y de allá y por los Magos de Oriente? El Hijo eterno se hizo niño para que yo pudiera se niño otra vez y así volver a entrar con él en el Reino del Padre.”50

El padre

En esta parte, nos detendremos en el recibimiento del padre, sobre todo en la postura

de sus manos y en su mirada:

“Parece que las manos que tocan la espalda del hijo recién llegado son las herramientas de la mirada interior del padre […] Su mirada es una mirada eterna, una mirada que alcanza a toda la humanidad. Es una mirada que comprende el extravío de las mujeres y de los hombres de todos los tiempos y lugares, que conoce con inmensa compasión el sufrimiento de aquellos que han decidido marcharse de casa, que han llorado mares de lágrimas al verse atrapados por la angustia y la agonía. El corazón del padre arde con un deseo inmenso de llevar a sus hijos a casa.”51

También, destaca la importancia de la libertad que nos da Dios para amarlo:

“Como Padre, quiere que sus hijos sean libres, libres para amar. Esta libertad incluye la posibilidad de que se marchen de casa, de que vayan a “un país lejano” y de que allí lo pierdan todo. El corazón del Padre conoce todo el dolor que traerá consigo esta elección, pero su amor no deja de impedírselo. Como Padre, quiere que los que estén en casa disfruten de su presencia y de su afecto. Pero sólo quiere ofrecer amor que pueda ser recibido libremente.”52

Al recibir el padre a su hijo, no sólo lo abraza con sus manos paternales, sino también

maternales que acarician y reaniman:

“El Padre no es sólo el gran patriarca. Es madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina. Él sostiene y ella acaricia. Él asegura y ella consuela. Es, sin lugar a dudas, Dios quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes. Esta mano derecha suave y tierna me hace recordar las palabras del profeta Isaías: << ¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Fíjate en mis manos: te llevo tatuada en mis palmas>> (Is 49, 15-16).”53

49 Ibíd., 61.50 Ibíd., 62.51 Ibíd., 105.52 Ibíd., 106.53 Ibíd., 110.

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Pero la mirada no está puesta, sólo en el hijo, sino que a través de él podemos

mirarnos a nosotros mismos que volvemos arrepentidos a los brazos del Padre

Misericordioso:

“Ahora, cuando miro de nuevo al anciano de Rembrandt inclinándose sobre su hijo recién llegado y tocándole los hombros con las manos, empiezo a ver no sólo al padre que “estrecha al hijo en sus brazos”, sino a la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo, y le aprieta contra el vientre del que salió. Así, el <<regreso del hijo pródigo>> se convierte en el regreso al vientre de Dios, el regreso a los orígenes mismos del ser y vuelve a hacerse eco de la exhortación de Jesús a Nicodemo a nacer de nuevo […] El misterio consiste en que Dios en su infinita compasión se ha unido a la vida de sus hijos para la eternidad. Ha elegido libremente depender de sus criaturas, a quienes dio el don de la libertad. Esta elección hace que sienta dolor cundo se marchan; esta elección hace que sienta una alegría inmensa cuando vuelven. Pero no será una alegría plena hasta que hayan vuelto todos y se reúnan en torno a la mesa preparada para ellos.”54

María, Madre de Dios

Después de haber ensayado sobre la búsqueda de perdón del hijo arrepentido y el

recibimiento del padre en los apartados anteriores, es necesario que ahora desarrollemos

sobre la maternidad de María.

Primeramente, hay una exegesis del Evangelio de San Juan, realizada por el biblista

Ignacio de la Potterie explicando la razón, porque el autor del Evangelio utiliza el

término Madre y no la llama por su nombre:

“El concentra toda la atención en la función que ella cumple en relación a Jesús. Quiere hacer hincapié, ante todo en el hecho de que ella es la madre de Aquel que es el hijo de Dios, la Madre del Verbo encarnado. Esta es también la razón de que su maternidad se vea siempre en la perspectiva de la Iglesia, porque su maternidad y su virginidad habían de prolongarse en su maternidad espiritual con respecto a los creyentes. Por consiguiente lo que le interesa a Juan es el papel que ha desempeñado esta mujer, que era la madre de Jesús y que llegaría a ser la madre de los discípulos.”55

El padre de La Potterie, destaca que su maternidad no sólo se aboca a lo biológico,

sino también a lo espiritual y universal, es decir que llega a cada uno de los miembros

de su Hijo:

“La maternidad virginal, tal como se describe en los textos que nos hablan de la Encarnación, tanto en los sinópticos, como en San Juan, tiene sin duda una significación más amplia que la maternidad individual de María con relación a Jesús. Esta última entraña ya una dimensión universal: su maternidad corporal con respecto al Hijo de Dios se dilata en una maternidad espiritual con respecto a todos los hijos de Dios. Así lo vio San Agustín: <<Ella es madre de sus miembros, es decir, de todos nosotros: porque por su amor, contribuyó a que los creyentes nacieran en la Iglesia>> (sobre la virginidad). En las bodas de Caná Jesús llama <<Mujer>> a María porque, a sus ojos, ella representa a la Hija de Sión. Al decir a los servidores: <<Haced lo que él os diga>> (cf. Jn 2,5), María les invita a entrar en la Alianza y ejerce con respecto a ellos una verdadera maternidad espiritual. Y de este modo se hace también, implícitamente, la Madre de Sión, la madre del nuevo pueblo de Dios.”56

54 Ibíd., 111-112.55 I. DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, Madrid, La BAC, 1993, 102.56 Ibíd., 190-191.

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No quisiera pasar por alto, los escritos de los autores contemporáneos a cerca de la

presencia de María al pie de la cruz y como ella se convierte en Madre de todos los hijos

de Dios. En lo personal, aquí, observo un acto de misericordia por parte de la Madre,

que en el dolor abraza la cruz junto al Redentor:

“<<Stabat Mater>> Está acompañando a su Hijo en la redención del mundo. No es por lo tanto una presencia pasiva, externa, simplemente humanitaria. Asociada al Señor, ella está espiritualmente clavada en la cruz, ofreciéndose al Padre junto con su Hijo y por intermedio de Él. María es la Virgen oferente, la que se había entregado por entero en el momento gozoso de la Anunciación y ahora en momentos dolorosos, vuelve a testimoniar su amor total entregándose a sí misma. La espada que le atraviesa el corazón no es resistida. Entrega lo más querido: su propio Hijo, y con Él se inmola como víctima de amor. Ella misma ofrece al Padre el sacrificio de Jesús […] La expresión stabat denota la actitud de María: es un estar de pie, sin claudicación ni desmayo. María está junto a la cruz herida profundamente en su corazón de madre, pero erguida y fuerte en su entrega […] Este amor crucificado de María se vuelve un amor fecundo […] <<Mujer ahí tienes a tu hijo>>: es el testamento del Señor a su Madre y colaboradora. Es el encargo de una maternidad universal. Se dirige a la “Mujer”, no porque sea un hijo que niegue el cariño a su madre, sino porque es un Redentor que genera hijos a la vida nueva y que, muriendo quiere confiarlos al cuidado de una madre […] Las palabras dirigidas a Juan: <<Ahí tienes a tu madre>>, es la manifestación de su voluntad para todos los hombres, representados en la persona de Juan. A cada hombre lo hace participar en su amor a María.”57

57 A. STRADA, María y Nosotros. Buenos Aires, Editorial Claretiana, 1981, 61-63.23

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La Maternidad de Dios y de María

Aporte personal

A lo largo de la investigación, hemos desarrollado el tema de la misericordia de Dios,

en especial hemos hablado de las entrañas de misericordia, que tiene el Señor con su

pueblo. Esto lo podemos entender ya en el primer capítulo, donde vemos desde las

Sagradas Escrituras como el Señor por su infinito amor a Israel, su pueblo elegido, lo

saca de la esclavitud de Egipto y lo guía durante su peregrinar por el desierto, como una

madre que acompaña a sus hijos mientras crecen: “Yo enseñé a caminar a Efraín,

tomándole por los brazos” (Os 11, 3)

Mediante los profetas, marca el camino a Israel, anunciando su Voluntad y

denunciando las infidelidades. Aunque el Señor muestre su ira por el pueblo que le

desobedece: “Pues volverá al país de Egipto y Asur será su rey, porque se han negado a

convertirse” (Os 11,5), Él por su gran amor: “Mi corazón se convulsiona dentro de mí y

al mismo tiempo se estremecen mis entrañas”58, lo perdona volviendo su mano

protectora hacia ellos.

En términos bíblicos, para hablar de “entrañas de misericordia”, se utiliza el término

judío “rahamin”, el cual significa:

“En su raíz denota el amor de la madre (rehem = regazo materno). Desde el vínculo más profundo y originario, mejor desde la unidad que liga a la madre con el niño, brota una relación particular con él. Se puede decir que este amor es totalmente gratuito, no fruto de mérito…el término rahamin engendra una escala de sentimientos entre lo que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, es decir la disposición a perdonar.”59

En el profeta Isaías vemos claramente utilizado este término: “¿Acaso, olvida una

mujer a su niño, sin dolerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas personas se

olvidasen, yo jamás te olvidaría” (Is 49, 15).

Además, este atributo es dado a la mujer, en primer lugar a Eva por ser la madre de

todos los vivientes, y luego, en la plenitud de los tiempos a María, la Madre del

Salvador, quien también acompañó a su Hijo hasta cumplir su misión salvífica.

Después, de que el Señor nos diera a su Madre: “<<Mujer ahí tiene a tu hijo. >> Luego

dijo al discípulo: <<Ahí tienes a tu madre>>”60; ella acompañó a la primera comunidad y

hoy sigue guiando a la Iglesia “con amor maternal, y con bondad protege sus pasos

hacia la patria del cielo, hasta que llegue el día glorioso del Señor.”61

58 Os 11, 8.59 JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, nota al pie de página, 20.60 Jn 19, 26-2761 Misal Romano, prefacio de la Santísima Virgen María V.

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En los Padres de la Iglesia, podemos rescatar los comentarios que realizan a los

distintos textos bíblicos expuestos en el primer capítulo, dejando en claro la

misericordia.

Por éste amor que nos tuvo el Padre envió a su Hijo, “nacido de una mujer, nacido

bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos

por adopción.” (Ga 4,4-5).

Esa mujer, es sin lugar a dudas María, quien recibirá el atributo de ser madre por parte

de Dios, Quien en un principio cobijó en sus brazos al pueblo que había elegido como

heredad y lo condujo a la salvación.

En definitiva, debemos tener presente que gozamos de un Dios que nos ama con

paciencia de Padre y ternura de Madre, que siempre se mantiene fiel, y a pesar de

nuestras faltas, de nuestro alejamiento, Él espera a sus hijos para abrazarlos y llenarlos

de su misericordia: “Es tan lindo rezar, mirar hacia el cielo, mirar nuestro corazón y

saber que tenemos un padre bueno que es Dios” 62

Estamos llamados a tener estas actitudes, con nuestros hermanos, ya que el Señor

Jesús nos exhortó: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del

cielo.” (Mt 5,48)

62 Francisco, Papa. [en línea] http://www.lanacion.com.ar/1564803-el-papa-saludo-a-sus-fieles-argentinos-se-que-estan-rezando-gracias-por-las-oraciones, [consulta: 24 de octubre de 2014]

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Conclusión

A lo largo del trabajo monográfico hemos desarrollado el tema de la Maternidad de

Dios, relacionándolo con la maternidad de María, porque como habíamos dicho al final

del capítulo 1, María no podría ser Madre si Dios no le daba este atributo.

Hicimos un recorrido por las Sagradas Escrituras destacando el amor Misericordioso

de Dios con su Pueblo, en comparación (aunque lo supera) con el amor de una madre

para con su hijo, hasta llegar a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

En los Padres de la Iglesia, hemos comentado los textos bíblicos, con la intención de

dar a conocer la Teología que nos brindaban los Padres acerca de estos términos, en lo

que se refiere a la Virgen pudimos observar, la claridad que se tenía que María era la

Madre de Dios y cómo esa maternidad se traslada a nosotros, como miembros del

Cuerpo Místico de Cristo.

Con respecto, al magisterio, hemos podido seguir profundizando sobre la

misericordia, retomando el tema de la maternidad, en los escritos del Papas Juan Pablo I

y San Juan Pablo II. En relación a la Virgen conocimos que el Magisterio quiere dejar

en claro que el Hijo de Dios nació de una Virgen, y que su maternidad y virginidad se

trasladó a la Iglesia, a los miembros de Cristo, porque colaboró para que naciera la

misma.

En los autores medievales, conocimos cómo la misericordia parte de la compasión

por la miseria del otro, remarcando el amor al prójimo y el amor gratuito de Dios, al

amarnos como algo suyo. En segundo lugar, con Santa Teresa investigamos en qué

consiste este abandono y confianza como niño en los brazos de Dios.

Por último, en los autores contemporáneos, con el libro del padre Henri Nouwen

pudimos reflexionar sobre el hombre, que a pesar de sus faltas, cuando siente que ha

tocado fondo, reconoce su error, recapacita y nace en él el deseo de volver a Dios, a la

casa del Padre, quien lo recibe con un gran abrazo, como una madre que cobija a su

hijo, perdonándolo y realizando una gran fiesta.

Con los otros dos autores, pudimos ver cómo María es Madre del Dios, que se

Encarnó en ella y Ella por su Sí, dio paso a la salvación de los hombres, ella permaneció

fiel hasta el final, acompañando a su hijo hasta el cumplimiento del designio salvífico y

hoy como Madre nuestra continúa acompañando e intercediendo por la Iglesia, hasta la

Jerusalén Celestial.

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Por último, con este trabajo monográfico tuvimos la intención de conocer más

profundamente sobre la maternidad de Dios, cuyo valor poco se tiene. Así mismo,

recordar y valorar la Misericordia de ese Dios que nos acompaña en la historia, ya que:

“El padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo temen y en su entrañable condescendencia reparte sus dones a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez.”63

También, he considerado, que este trabajo puede ayudar mucho a la vida del

sacerdote, porque en primer lugar, como cristianos estamos llamados a tener

misericordia por los demás, así como el Padre tiene con nosotros, y más aun siendo

pastores del rebaño de Dios. Por otro lado, me parece importante tomar estos rasgos

maternos de Dios y ponerlos en práctica en la vida ministerial, en momentos de brindar

consuelo, de mostrar bondad, paciencia, alegría por un hijo que regresa y de cercanía

con una comunidad, brindando misericordia que engendra vida.

63 SAN CLEMENTE PRIMERO, Papa. Carta a los Corintios, Cap. 23, 1-2.27

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Bibliografía

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Madrid, BAC, 2006.

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1978.

JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Dives in Misericordia», La Misericordia

Divina, Buenos Aires, Ediciones Paulinas.

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TERESA DE LISIEUX, Obras completas, España, Editorial monte Carmelo, 2003.

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Rembrandt, Madrid, PPC, editorial y distribuidora S.A., 1999.

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www.vaticam.va .

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