capÍtulo iv la modernidad en entredicho - universidad de...
TRANSCRIPT
92
CAPÍTULO IV
La modernidad en entredicho
A diferencia de los textos narrativos estudiados en el capítulo anterior, la preocupación
fundamental de los relatos que se analizarán ahora no es la problematización de la relación entre
literatura y realidad, sino la indagación en algún aspecto de esa realidad emergente que en la
década de los veinte habitualmente no era representada en la literatura mexicana: la modernidad.
Cabe recordar que la novela colonialista y la novela de la revolución representaban
predominantemente periodos de la historia mexicana: el pasado colonial en el primer caso, y el
conflicto armado de 1910 en el segundo. En estas novelas la modernidad no era un tema de
reflexión, a diferencia de la narrativa vanguardista: “Si hay algo como un imponente deseo y a la
vez un „gran‟ tema de la novela vanguardista hispanoamericana en su primera fase [1922-1928],
éste es, pues, la modernidad” (Niemeyer Subway 154). Los textos vanguardistas buscan,
entonces, “proporcionar nuevos modos de entender y percibir el continente” (Niemeyer Subway
207) que difieran de la concepción hegemónica dictada por la novela regionalista y la novela de
la Revolución. Si dichas corrientes literarias pretendían erigir una identidad estable para
Hispanoamérica basada en nociones como la Naturaleza o la Revolución, la narrativa
vanguardista aporta visiones disidentes que relativizan dichos conceptos totalizadores.
Antes de continuar, es necesario exponer la definición de modernidad que se utilizará en
esta investigación. Para efectos de esta tesis, la modernidad es el producto de la conjunción de
ideas herederas de la Ilustración y una serie de procesos materiales que se iniciaron en la
Revolución Industrial. Entre los procesos que han transformado las estructuras materiales de las
sociedades modernas se encuentran la industrialización, la urbanización, la concretización de la
93
razón en ciencia y tecnología, la profesionalización del trabajo y, en suma, la serie de cambios
impetuosos originados por la expansión del sistema de producción capitalista a nivel mundial.
Por otra parte, las ideas ilustradas que fundamentan la modernidad son resumidas por Matei
Calinescu en el siguiente fragmento:
La doctrina del progreso, la confianza en las benéficas posibilidades de la ciencia y la
tecnología, la preocupación por el tiempo (un tiempo mensurable, un tiempo que puede
comprarse y venderse y tiene por lo tanto, como cualquier otra mercancía, un equivalente
calculable en dinero), el culto a la razón y el ideal de libertad definido dentro del marco de
un humanismo abstracto, además de la orientación hacia el pragmatismo y el culto de la
acción y el éxito, todo ello ha sido asociado en varios niveles con la batalla por lo
moderno y se mantuvo vivo fomentándose como valores esenciales de la civilización
triunfante establecida por la clase media. (55)
La concepción moderna del tiempo resulta de particular interés para esta investigación, ya
que tiene consecuencias específicas en el orden estético. Como sostiene Calinescu, “la idea de
modernidad sólo podría concebirse dentro del marco de una conciencia específica del tiempo, a
saber, el de tiempo histórico, lineal e irreversible, que fluye irresistiblemente hacia delante. La
modernidad como noción carecería completamente de sentido en una sociedad que no utilizara el
concepto de historia temporal y secuencial y organizara sus categorías temporales según un
modelo mítico y recurrente… ” (27). Esta noción del tiempo implica una valoración positiva de
“lo nuevo”, en tanto que representa el progreso hacia un futuro supuestamente mejor. En el
ámbito estético, lo anterior supone la instauración de lo que Octavio Paz ha llamado “la tradición
de la ruptura”, esto es, el afán de renovación constante de las disciplinas artísticas. Las
vanguardias históricas constituyen, pues, uno de los puntos álgidos de esta tradición.
94
Por otro lado, según la modelización clásica de Max Weber, la modernidad implica la
autonomización de las distintas esferas de la racionalidad humana: la cognitiva (ciencia y
técnica), la ética (moral y derecho) y la estético-expresiva (amor y arte). Si durante la Antigüedad
y la Edad Media la teología dominaba los demás campos del conocimiento y de la praxis vital, en
la Época Moderna las diversas esferas constituyen ámbitos autónomos que responden a sus
propias leyes, lo cual conlleva la profesionalización o especialización de las diferentes
actividades humanas. Retomando esta tesis, el sociólogo francés Pierre Bourdieu ha propuesto la
teoría de los campos para dar cuenta del funcionamiento de las sociedades modernas: cada campo
o esfera autónoma establece relaciones variables con las demás, de tal manera que estos ámbitos
no permanecen incomunicados. En consonancia con estas ideas, Calinescu ha planteado la
existencia de “dos modernidades” –la socioeconómica y la estética– que se relacionan de modos
variables.
La modernidad en Hispanoamérica
La relación de Hispanoamérica con la modernidad ha sido siempre conflictiva. A lo largo
de su tradición intelectual se puede atisbar la idea de que Hispanoamérica está imposibilitada
para la modernidad. Algunos se remontan al punto de arranque y sugieren que los países
hispanoamericanos –como fruto de una tradición católica y conservadora– son por naturaleza
incapaces de ser modernos. Otros advierten que el régimen estricto de la Colonia mantuvo a los
países de Hispanoamérica en una burbuja aislada de las ideas renacentistas y, más tarde,
ilustradas. Según esta perspectiva, esas “deficiencias” inauguran el perenne atraso de
95
Hispanoamérica, su permanente llegada tarde a todos los acontecimientos relevantes de la
civilización occidental.
Como haya sido –bien o mal, tarde o temprano–, lo cierto es que el largo proceso de
modernización de las sociedades hispanoamericanas comenzó en la segunda mitad del siglo XIX.
Una vez finalizadas las guerras de independencia, los países hispanoamericanos se dan a la tarea
de modernizarse. Las ciudades capitales se empiezan a industrializar y se crea una nueva
burguesía. Principia, pues, la paulatina integración de Hispanoamérica –en una posición
dependiente y subalterna– al sistema capitalista mundial. Por supuesto, en un principio este
proceso de modernización tuvo una influencia muy poco extendida; los beneficios de la
modernidad se limitaron a los centros metropolitanos y, más aún, a una capa social privilegiada.
Como ha estudiado José Joaquín Brunner, hasta la década de 1950 la mayoría de los países
hispanoamericanos seguían siendo poblaciones rurales y analfabetas.
Los artistas e intelectuales adoptaron una postura crítica ante estos procesos de
modernización. Desde el inicio de la modernidad estética hispanoamericana, el modernismo
inauguró una visión hostil –que se debate entre el rechazo crítico y la evasión– sobre la
modernidad socioeconómica: “…mas he aquí que veréis en mis versos –sentencia Rubén Darío
en la introducción de Prosa profanas (1896)– princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de
países lejanos e imposibles, ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó
nacer…”. Los modernistas concibieron el Arte –con mayúscula– como una especie de bastión de
defensa ante una civilización burguesa degradada y materialista. De ahí que se interesaran por la
indagación de lo exótico, lo esotérico o arcano, esto es, aquellas regiones oscuras que se
mantienen fuera de la vista del burgués utilitarista.
96
Según Saúl Yurkievich, durante la década de 1920 las vanguardias históricas tomaron dos
posturas fundamentales ante los fenómenos de modernización: la optimista o futurista y la
pesimista o agonista. La primera “exalta los logros del siglo mecánico, los avances en la era de
las comunicaciones, las excitaciones de la urbe tecnificada, multitudinaria y babélica, el vértigo y
la pujanza de lo moderno, de una actualidad mundialmente acompasada que ha roto los
confinamientos regionales e idiomáticos para imponerse por doquier” (96). Por su parte, la
pesimista o agonista “es la vanguardia atribulada, la de la angustia existencial, la del hombre que
está solo y espera en medio de la multitud anónima, indiferente a su quebranto, a su orfandad. Es
la vanguardia de la asunción desgarradora de la crisis, la del absurdo como universal negativo…”
(87).
En un afán de mostrar el punto de vista de la narrativa mexicana de vanguardia en esta
cuestión, en el primer apartado del presente capítulo se estudiará la postura que adoptan los
protagonistas de La señorita Etcétera de Arqueles Vela y El joven de Salvador Novo ante los
incipientes resultados de la modernización en México. Más tarde, en el segundo apartado, se
analizará el papel que Panchito Chapopote de Xavier Icaza le reserva a “lo popular” en el marco
de la modernidad. En el último apartado, se examinará la figura del intelectual moderno que
dibujan Margarita de niebla de Jaime Torres Bodet y Dama de corazones de Xavier Villaurrutia.
Así pues, se intentará revelar cómo la narrativa mexicana se hace eco del proyecto vanguardista
de revolucionar las estructuras del pensamiento.
97
1.- La experiencia de la modernidad en La señorita Etcétera (1922) de Arqueles Vela y El
joven (1928) de Salvador Novo
En el año 1922, se publicó La señorita Etcétera de Arqueles Vela en el periódico
mexicano El Universal Ilustrado. Este relato inaugura la narrativa vanguardista hispanoamericana
y, al mismo tiempo, promueve una de sus preocupaciones más asiduas: la representación de la
modernidad. Según Katharina Niemeyer, dicho propósito constituye la tendencia más temprana y
fructífera de la narrativa de vanguardia en Hispanoamérica:
La primera de esas vertientes –primera por razones cronológicas y por ser la más
frecuentemente realizada– es, pues, la de presentar, en un lenguaje y a través de técnicas
narrativas „actualistas‟ y por tanto „adecuadas‟, la experiencia de la modernidad
urbana/suburbana y su impacto sobre el individuo. Es decir, no se trata sólo de comunicar
a través de las experiencias en el plano de la ficción una introspección, necesariamente
fragmentaria y subjetiva, en la precaria (auto)constitución del sujeto bajo las condiciones
de la modernidad y, por tanto, una visión de la realidad extraliteraria nacional
contestataria frente a los discursos hegemónicos. También el texto mismo, en cuanto
objeto de lectura, se convierte en una experiencia (estética) de esta modernidad…
(Subway 151)
Dentro de esta vertiente, Niemeyer ubica otros textos narrativos como El café de nadie y
El Intransferible de Arqueles Vela, El juguete rabioso de Roberto Arlt, La casa de cartón de
Martín Adán y El joven de Salvador Novo. En todos ellos se representan espacios urbanos en los
que aparecen tranvías, marquesinas iluminadas, calles atestadas de personas, entre otros
98
elementos que en los años veinte pasaban por ser expresión de la modernidad extrema. Del
mismo modo, estos relatos despliegan técnicas y procedimientos formales marcadamente
“actuales”, esto es, apropiados con los cánones estéticos de la modernidad occidental. Aun
cuando muestran una intención de ser “modernos”, en muchos casos estos relatos están lejos de
exaltar acríticamente los procesos de modernización que comenzaban a experimentar las
sociedades hispanoamericanas. En el presente ensayo, se intentará mostrar la postura que adoptan
los protagonistas de La señorita Etcétera (1922) de Arqueles Vela y El joven (1928) de Salvador
Novo ante la modernidad.
La señorita Etcétera narra la búsqueda del protagonista-narrador por una mujer
arquetípica. En el primer apartado de los ocho que componen el relato, el protagonista se topa
con una mujer en una ciudad tras un incidente del tranvía que lo obligó a bajarse antes de su
destino final. Por un momento el narrador parece creer que ha logrado definitivamente su
objetivo: “sentado allí junto a ella, en medio de la soledad marina y de la calle, me sentía como
en mi casa” (Vela 319), “Acaso ella, era ELLA” (320). No obstante, “cuando empezó a estilizarse
la decoración imaginista, me di cuenta de que había estado alucinado de un sueño…” (319). De
esta manera, la relación armónica con la mujer ideal es considerada por el protagonista como un
“sueño”, esto es, una acción imposible de realizar que funciona como catalizador de la búsqueda.
Al reflexionar que “ella podría ser un estorbo para mi vida errátil” (320), el narrador decide huir
de esta primer mujer y proseguir su pesquisa por otras ciudades.
Antes de continuar, es necesario señalar que en La señorita Etcétera el momento de
enunciación es posterior al tiempo del enunciado. De esta manera, el personaje-narrador enuncia
sus propias vivencias desde un momento en el que ya cuenta con la información y el aprendizaje
obtenidos en su proceso de búsqueda. Lo anterior le provee de una visión desengañada ante los
99
posibles resultados de su indagación, pues ya conoce el desenlace de su historia. En el último
apartado, el tiempo de la enunciación y el del enunciado se empalman: “Había peregrinado
mucho para encontrar la mujer que una tarde me despertó de un sueño. Y hasta ahora se me
revelaba” (Vela 330, cursivas mías). Así pues, la búsqueda ha dado como resultado una
revelación que condiciona el punto de vista del narrador.
Ahora bien, ¿cuál es esa revelación que se va formando en el transcurso del relato? A lo
largo de los siguientes apartados, el protagonista refiere sus encuentros con diferentes mujeres en
distintos espacios urbanos. La búsqueda por el modelo ideal de lo femenino lo lleva a descubrir la
modernidad: “Bajo el azoramiento de las calles desveladas de anuncios luminosos, me dejaba
estrujar por sus turistas, sus mujeres elegantes, sus „snobs‟ de la moda y del sistemático vagar por
las aceras desenfrenadas” (323). El impacto de la modernidad sobre la sensibilidad del
protagonista es considerable, ya que según asegura “yo era un reflector de revés que prolongaba
las visiones exteriores luminosamente hacia las concavidades desconocidas de mi sensibilidad”
(326). En particular, el mundo moderno tiene una influencia deshumanizante en el protagonista:
“La vida casi mecánica de las ciudades modernas me iba transformando. Mi voluntad ductilizada
giraba en cualquier sentido. Me acostumbraba a no tener las facultades de caminar
conscientemente (…) Me volvía mecánico” (326).
De la misma manera, el efecto de la modernidad se deja ver en el estado de alienación del
protagonista. Dicho estado supone que “la conciencia puede experimentarse como separada de la
realidad a la cual pertenece; siendo esta realidad conciencia de realidad, la separación antedicha
es separación de sí misma. Surge entonces un sentimiento de desgarramiento y desunión, un
sentimiento de alejamiento, alienación, enajenamiento y desposesión” (Ferrater Mora 105,106).
Se puede advertir esta sensación de alejamiento entre el mundo interior del personaje y el mundo
100
exterior en oraciones como la siguiente: “Como no hablo más que mi idioma, nadie podrá
comunicarse conmigo” (320) o “Yo estaba condenado a olvidar todas las cosas. A despegarme de
ellas, con una facilidad torturante” (321). En ese sentido, el protagonista de La señorita Etcétera
experimenta la modernidad como un factor deshumanizante y alienante que le imposibilita una
vida armónica con el mundo (moderno) y los otros hombres, pues existe una inadecuación
esencial entre ambas entidades.
En este punto, resulta pertinente recurrir a la oposición que establece Georg Lukács entre
el mundo premoderno –en particular la antigua cultura griega– y el moderno: mientras el primero
se fundamenta en un “sentido ya previamente dado en existencia cerrada” (300), en el segundo
“la inmanencia del sentido a la vida se ha hecho problema pero que, sin embargo, conserva el
espíritu que busca totalidad, el temple de totalidad” (323). La modernidad supone, entonces, la
ausencia de valores estables y trascendentales que ordenen definitivamente la existencia humana.
Según Lukács, una de las principales consecuencias de esta carencia de fundamentos ontológicos
es que
Hemos hallado en nosotros la única sustancia verdadera: por eso tuvimos que abrir
abismos insalvables entre el conocimiento y la acción, entre el alma y la figura, entre el yo
y el mundo, y permitir que toda sustancialidad situada al otro lado del abismo se disipara
en reflexividad; y por eso nuestra esencia hubo de convertírsenos en postulado, y por eso
tuvimos que poner entre nosotros y nosotros mismos un abismo todavía más profundo y
amenazador. (302)
Así pues, el hombre moderno ha abierto “abismos insalvables” entre los distintos órdenes
de la vida, justo como el protagonista del relato de Arqueles Vela. En este mundo contingente en
101
donde no hay esencias, el hombre emprende una continua búsqueda –una “marcha obsesiva hacia
adelante” (Bauman 31)– para descubrir nuevas formas de organizar la existencia: “la búsqueda no
es más que la expresión, dicho desde el sujeto, de que tanto el objetivo todo de la vida cuanto sus
relaciones con el sujeto carecen totalmente de armonía evidente” (327). En otras palabras, el
hombre moderno debe esforzarse por encontrarle un sentido a la existencia, pues éste no se da de
forma inmanente. Es por esto que, según Lukács, el protagonista de la novela moderna27
es un ser
que busca: “El simple hecho de la búsqueda indica que ni las metas ni los caminos se pueden dar
de modo inmediato, o que su ser dado psicológico, inmediato e inconmovible, no es un
conocimiento evidente de conexiones verdaderas o de necesidades éticas…” (327,328).
El peregrinaje del protagonista de La señorita Etcétera constituye un intento por alcanzar
un Ideal trascendental que ordene la vida y, al mismo tiempo, repare la “desfundamentación del
ser” (Bauman 37) que conlleva la modernidad; representa una tentativa de franquear los “abismos
insalvables” que enajenan a los hombres modernos. Lo que se le revela en el transcurso es que
dicha búsqueda es un proceso ininterrumpido cuyo resultado es un horizonte lejano: “(En la
modernidad) La marcha debe proseguir ya que todo lugar de llegada es una estación provisional.
No existe un lugar privilegiado, no hay uno mejor que otro, desde ningún lugar el horizonte se
encuentra más cercano que desde el otro” (Bauman 31). De ahí que el personaje se considere a sí
mismo como un “vagabundo de las calles y de la vida” (Vela 327), una especie de flâneur
baudeleriano (Escalante 84) que vive en constante movimiento.
27 Tomando en cuenta que las vanguardias literarias se caracterizan por desafiar las definiciones
genéricas establecidas, en el presente ensayo se estudia La señorita Etcétera y El joven como
“relatos” o “textos narrativos” y no como novelas o cuentos. De cualquier manera, las
consideraciones de Lukács en Teoría de la novela resultan enriquecedoras al momento de
analizar estos relatos.
102
Sin embargo, lo anterior no supone que la indagación resulte infructuosa. Según ha
sugerido Lukács, esta búsqueda del sentido de la vida implica también “el camino del individuo
problemático hasta sí mismo, el camino que va desde la oscura prisión en la realidad simplemente
existente, heterogénea en sí, sin sentido para el individuo, hasta el autoconocimiento claro” (347).
Como parte de ese proceso de conocerse a sí mismo, el protagonista retoma sus recuerdos –sus
intentos fallidos de apresar un Ideal trascendental– y los introduce en una narrativa coherente que
explica su situación actual. De este modo se genera una comprensión, así como una valoración,
de lo que ha revelado su peregrinaje en busca de la “señorita Etcétera”, ese nombre que parece
reunir las “apariciones múltiples de una sola mujer, versiones concretas de un arquetipo, de una
idea” (Escalante 86).
Para el protagonista, la señorita Etcétera no es más que el avatar moderno de la idea
Mujer. Como señala el narrador, “ella también se había mecanizado” (Vela 326), “Ahora era otra.
Había seguido las tendencias de las mujeres actuales” (328). Su mismo nombre sugiere
connotaciones de desfundamentación ontológica; su identidad no está fundamentada en una
esencia estable sino en accidentes arbitrarios.: “Presentía sus miradas etc… su sonrisas etc… sus
caricias etc… Estaba formada de todas ellas” (Vela 330). Lo anterior se corresponde con su
carácter elusivo y paradójico: “Compleja de simplicidad, clara de imprecisa, inviolable de tanta
violabilidad…” (330). Se trata, pues, de una mujer que, antes que garantizar la unión plena del
protagonista con la otredad, pone en duda la posibilidad de vivir armónicamente en el mundo
moderno que lo rodea. La señorita Etcétera –como un “fenómeno de esta modernidad” (Niemeyer
79)– promueve la enajenación del protagonista y la reclusión en sí mismo.
103
Ahora bien, es necesario preguntarse cuál es la postura que adopta el narrador ante la
señorita Etcétera y, por lo tanto, ante la modernidad. Su postura se podría calificar de
“ambivalente”. Según ha sugerido Zygmunt Bauman:
La modernización está llena de riesgos, lo que significa gran cantidad de incertidumbre,
un sentimiento creciente de inseguridad y también una suma de confusión llamada
“ambivalencia”. Experimentamos “ambivalencia” cuando nos debatimos en medio de
impulsos contradictorios. Algo, al mismo tiempo, nos atrae y repele; deseamos un objeto
con la misma fuerza que le tememos, ansiamos su posesión tanto como sentimos medio de
poseerlo. (11,12)
El narrador de La señorita Etcétera muestra, entonces, una actitud ambigua respecto a la
modernidad: por un lado, al representar la experiencia de la modernidad por medio de técnicas
reconocidas como “actuales”, reconoce que la modernización tanto estética como
socioeconómica es un proceso irreversible y actuante (algo que no todos los artistas e
intelectuales del México posrevolucionario estaban dispuestos a aceptar); por otro lado, no
desconoce los efectos deshumanizantes y alienantes que la modernidad socioeconómica puede
tener en los individuos. De este modo, “se abraza la modernidad al mismo tiempo que se le teme”
(Escalante 54).
Al igual que el relato de Arqueles Vela, El joven de Salvador Novo también narra un viaje
a través de la ciudad moderna. El protagonista es un joven quien, tras aliviarse de una
enfermedad que lo mantuvo en su cama, redescubre la ciudad en la que vive: “Todo lo conocía.
Sólo que su ciudad le era un libro abierto por segunda vez, en el que reparaba hoy más, en el que
no se había fijado mucho antes” (Novo 164). Su travesía comienza al amanecer, cuando “abrían
104
las tiendas; de las panaderías flotaba un santo olor y había quien ya volviese de misa…” (163), y
termina cuando empieza a oscurecer y el joven regresa a su casa. En el transcurso, el foco de la
narración se dirige no tanto a las acciones del protagonista como a los recuerdos, pensamientos y
percepciones que su viaje le provoca. Para referir el mundo interior del personaje, el narrador
heterodiegético emplea continuamente el estilo indirecto libre, así como una forma de
presentación narrativa cercana al monólogo interior: “Discos Víctor. Ese joven amable es,
realmente, un tipo de cine. En su casa andará en pijamas. Sabe el catálogo reciente. ¿Pero cómo
hará para peinarse tan lisa y llanamente?” (179).
En un principio, el joven muestra una actitud empática y jubilosa ante el espacio urbano:
“Leía con avidez cuanto encontraba. ¡Su ciudad! Estrechábala contra su corazón. Sonreía a sus
cúpulas y prestaba atención a todo” (164). Este primer deslumbramiento se trueca en una serie de
reflexiones sobre las transformaciones que ha sufrido “nuestra moderna sociedad” (165):
“Anteriormente a la Revolución, podía leerse entero el periódico, y se podían atravesar las calles.
Hoy, los diarios dan demasiado papel y los hijos de Ford existen demasiado” (165). Además de
estos cambios materiales, la modernidad ha implicado una “especialización de labores” (165),
pues “antes el físico, que curaba todo, o el brujo, que sabía disecar cuerpos, sabían también
griego y hebreo y astrología. Hoy hemos descubierto un repertorio brillantísimo de muertes…”
(165). Al mismo tiempo, han surgido nuevos sujetos sociales derivados de las nuevas formas de
convivencia, como el “tipo de los ferrocarrileros” (166).
En resumen, como constata el narrador, “en tres años el cambio ha sido verdaderamente
asombroso” (168). Se trata, pues, de una colectividad que ha dejado de ser una sociedad
tradicional para convertirse en una sociedad impulsada por la “marcha obsesiva hacia adelante”,
esto es, el cambio como “modus vivendi”. De hecho, esa forma de organización tradicional
105
todavía persiste en las provincias: “Una vez fue a pasar la Semana Santa casi a Huehuetoca (...)
La casa de su leal amigo, ¡qué amplia, qué entera! Hasta allá no llegaban aún los closets en las
flacas paredes de apartamientos. Los roperos, repletos de ropa dada de azul, se vencían
paternalmente. Los colchones se habían nutrido con la lana de ovejas coterráneas” (170). Por el
contrario, la ciudad en la que vive el protagonista –que por elementos textuales podemos saber
que es la ciudad de México– se caracteriza por una continua innovación en todos los aspectos.
En el relato de Salvador Novo, un modelo prestigioso de la sociedad moderna es el
estadounidense: “Ha de ser de Franklin la fórmula: „No dejes para mañana lo que puedes hacer
hoy‟. Porque para el americano del norte, el ayer es cosa sabida” (177), “¿Y por qué no han de
componer su propio lenguaje los que han fabricado todo lo suyo? Europa inventó ladrillos y ellos
(estadounidenses) alzaron rascacielos. Italia les mandó a Caruso y ellos grabaron discos con sello
rojo” (178). Aparte de este afán de construirse a sí mismos, el protagonista se muestra admirado
ante la accesibilidad de los grandes autores clásicos en Estados Unidos. No se advierte, sin
embargo, un intento de exaltar la cultura estadounidense hasta el punto de proponerla como
fórmula a seguir para la sociedad mexicana. Después de todo, el protagonista exhibe una visión
irónica ante productos culturales estadounidenses como el cine, ya que éste “confía en que el
pueblo –in God we trust– reconocerá a sus muchachos y se conseguirá el keep smiling aun con
los aprietos que pasa Juanita Hansen en la cueva de los pieles rojas (…) y el público tiene la
digestiva seguridad de que todo será fixed up” (177).
De hecho, el protagonista adopta esta misma postura desengañada e irónica ante los
distintos discursos sociales que aparecen: el de los periódicos, de los conductores de tranvías y
automóviles, de los boticarios, de los estudiantes de sociología, medicina y leyes, de los
escritores nacionalistas, del cine mexicano e internacional, de las mujeres que compran en el
106
Sanborn‟s. Estos lenguajes sociales aparecen referidos y, en otros casos, reproducidos por el
narrador. Por ejemplo, “„Nuestra planilla –gritan convincentes (los estudiantes que se dedican a la
política)– ofrece reducir los planes de estudios, tomar parte en los consejos universitarios, ligar
entre sí a las escuelas y ayudar al iberoamericanismo (…) Los norteamericanos son un pueblo sin
educación. La doctrina Monroe, vos lo sabéis, fue un lapsus linguae. Debió formular: América
para los norteamericanos‟” (172, 173).
Si bien en el ejemplo anterior resulta evidente que esa reflexión es atribuible a los
estudiantes que se dedican a la política, existen otros casos en los que no es tan fácil determinar
cuál es la fuente de la enunciación. Tal es el caso del siguiente fragmento: “¿Cuándo será que
pueda haber literatura mexicana, teatro, novela, canción, música? No ser normales es, en los
pueblos, un defecto mayor que en las mujeres ser sietemesinas o gemelas. Que la ontogénesis nos
ayude a descubrir que a esta América mía, que palpo toda en el mapa de relieve de mi corazón, le
ha faltado algo (…) ¿Por qué no tuvimos, como todos los pueblos, primero lo épico y luego lo
lírico?” (175). Estos comentarios no pueden ser considerados como “observaciones
generalizantes del narrador” (Niemeyer Subway 194) ni tampoco deben atribuirse en sentido
literal al protagonista. Se trata, pues, de la parodia de un discurso social muy extendido en los
años veinte mexicanos: el de los escritores nacionalistas o americanistas. Se puede notar un afán
de exagerar sus rasgos –por ejemplo, en “esta América mía, que palpo toda en el mapa de relieve
de mi corazón”– con una intención de ridiculizar o poner en entredicho su verdad.
Una intención semejante se advierte en este fragmento: “Con la Revolución, por fin, hubo
tantos autos –ya rápidos y yanquis– como generales. ¡Qué grandes días aquellos en que la
familia, toda la familia del general Aguado, iba en su auto a admirar las obras del desagüe! ¡Y los
días de campo!” (167). Aquí se ridiculiza el discurso social de los revolucionarios, los
107
beneficiados del nuevo régimen emanado de la Revolución. Más adelante, “Los numerosos
choferes de los generales eran, un poco, revolucionarios también. Por mimetismo se les había
hecho cara de bandidos” (168). La burla y el desenmascaramiento de los revolucionarios tienden
a desacralizar a la Revolución mexicana, la cual en los años veinte ya empezaba a erigirse como
el gran mito fundacional del partido oficial y, por lo tanto, del Estado mexicano.
Así pues, al mismo tiempo que un viaje de descubrimiento de la ciudad moderna, el
peregrinaje del joven representa un reconocimiento de los diversos discursos sociales del México
posrevolucionario. Su enfoque es “crítico-burlón” (Niemeyer Subway 193) e irónico, pues no se
distingue un intento de afiliarse plenamente a ninguno de ellos. En ese sentido, su viaje parece
impulsado por la voluntad de leer, con ojos desprejuiciados y desde una perspectiva inédita, ese
“libro abierto por segunda vez, en el que reparaba hoy más, en el que no se había fijado mucho
antes” (164) que es la ciudad de México y la sociedad posrevolucionaria. El joven percibe el
“presente” de México en ese mundo en continua transformación, una realidad emergente que
buena parte de la cultura mexicana de los años veinte pretendía ignorar: “El pueblo „de Allende
del Bravo‟ descubre el pasado ocasionalmente. Nosotros descubrimos el presente, tan exterior a
nuestra vida, tan casualmente como ellos la historia. Por eso nuestra cultura se detiene en 1900 y
es, sobre todo, francesa” (177).
La postura del joven ante el “presente” de México –la modernidad– se resume en las
últimas líneas del relato, luego de que el peregrinaje le ha permitido ver con nuevos ojos su
realidad:
“Lo que hice hoy –dijo el joven soltando sus zapatos– no tendrá ya objeto mañana. Hay
cosas invariables, que gustan siempre. Tengo sueño. Siempre me gustará dormir. Pero
108
mañana se habrá muerto alguien. Hay estadísticas como leyes –no leyes mexicanas– que
se cumplen siempre. Yo puedo ser alguien y morirme. ¿Qué es un siglo para San Pedro?
Sería divertido que yo resultara objeto de investigaciones. Se me acusa de ser muy alto.
¿Y por qué no habían de equivocarse los eruditos?” (Novo 179,180)
En este párrafo, al igual que el protagonista de La señorita Etcétera, el joven se debate entre
impulsos contrarios: por una parte, acepta que el mundo moderno implica la ausencia de
fundamentos estables y trascendentales –“lo que hice hoy no tendrá ya objeto mañana”, “mañana
se habrá muerto alguien”–; y por otra parte, percibe que pueden existir realidades perdurables que
se opongan a lo contingente –“hay cosas invariables, que gustan siempre”. Su postura
“ambivalente” se compendia, pues, en la siguiente afirmación: “yo puedo ser alguien y morirme”.
Siguiendo esta interpretación, no se puede sostener que el final de El joven “parece
sugerirnos que en medio de aquella vorágine despiadada que se impone sobre las cabezas de los
habitantes de la ciudad existe aún un espacio reducido donde lo propio, lo individual, pueden
salvarse de ser tocados –trocados– por la modernidad que lo mismo impulsa que globaliza”
(Palau 259). Por el contrario, la reflexión final del joven sugiere que la modernidad es un proceso
del que no se puede escapar, aun cuando puedan existir ciertos estratos de la existencia humana
que perduran. Lo anterior, sin embargo, no deviene en una exaltación acrítica de lo moderno, sino
en un reconocimiento de la ambivalencia que conlleva la modernidad. De ahí que las
consideraciones del joven finalicen con una nota de ironía –que ahora toma por objeto a sí
mismo– y de escepticismo: “Sería divertido que yo resultara objeto de investigaciones. Se me
acusa de ser muy alto. ¿Y por qué no habían de equivocarse los eruditos?”
109
Como se ha podido ver, la postura que adoptan los protagonistas de La señorita Etcétera y
El joven ante la modernidad es ambivalente. En ese tenor, sus posiciones ideológicas no
concuerdan con ninguna de las dos tendencias básicas que el crítico Saúl Yurkievich ha
distinguido para las vanguardias hispanoamericanas: la optimista o futurista y la pesimista o
agonista. Si bien La señorita Etcétera se acerca a esta última, se puede decir que tanto el relato de
Arqueles Vela como el de Salvador Novo son textos narrativos que presentan una postura
ambigua ante los fenómenos de modernización que experimentaba Hispanoamérica. Si, por un
lado, son relatos estéticamente modernos en tanto que dialogan con las propuestas innovadoras de
la modernidad estética occidental, por otro lado muestran una visión no panegírica de la
modernidad socioeconómica.
No deja de ser paradójico que, en la Hispanoamérica poco desarrollada de finales del siglo
XIX y principios del XX, los artistas e intelectuales se preocuparan más por los aspectos
problemáticos de la modernización que por extender sus beneficios a un mayor número de
personas. Esta aparente incongruencia representa una particularidad de la cultura en la
modernidad:
Sería fútil determinar si la cultura moderna socava o sirve a la existencia moderna. Hace
ambas cosas. Puede hacer una sólo a la vez que la otra. La negación compulsiva es la
positividad de la cultura moderna. La disfuncionalidad de la cultura moderna es su
funcionalidad (…) La historia de la modernidad es una historia de tensión entre la
existencia social y su cultura. La existencia moderna compele a su cultura a mantener una
oposición con ella misma. Esta conflictividad es precisamente la armonía que necesita la
modernidad. (Bauman 29,30)
110
De esta manera, las vanguardias como movimientos culturales se erigen en agentes que,
desde la esfera estética, buscan tener una influencia en el devenir de la modernidad
socioeconómica. Se trata, pues, de “la dialéctica de la modernidad estética que en su posición
crítico-cultural revolucionaria frente a la modernización (dependiente) se sabe y quiere saberse
parte activa de la modernidad hispanoamericana” (Niemeyer Subway 157). Las vanguardias
literarias representan un intento de cambiar las estructuras tradicionales del pensamiento en
Hispanoamérica; buscan rediseñar el imaginario de sociedades que, estéticamente, todavía
cultivan formas literarias que han perdido valor expresivo y, socioeconómicamente, pertenecen a
los países menos desarrollados del mundo. En ese contexto, las vanguardias literarias pretenden
“poner al día” a las naciones hispanoamericanas, desean demostrar que Hispanoamérica puede y
debe modernizarse. La modernidad, sin embargo, “está llena de riesgos” (Bauman 11) y relatos
como La señorita Etcétera y El joven están dispuestos a revelarlos.
111
2.- La concepción de lo popular en Panchito Chapopote de Xavier Icaza
Panchito Chapopote. Retablo tropical o relación de un extraordinario sucedido de la
Heroica Veracruz (Cvltura, 1928) de Xavier Icaza constituye un caso excepcional en el ámbito de
la narrativa mexicana de los años veinte. La combinación de motivos populares, máquinas
modernas, sátira política, experimentación formal y rasgos metaficcionales es totalmente
inusitada en la época. Para comprender la posición singular que ocupa el relato de Icaza resulta
necesario considerar el contexto sociocultural de México en la década de 1920. Cuando el
escritor mexicano componía Panchito Chapopote existían dos posturas reconocidas ante la
función del quehacer literario en la sociedad posrevolucionaria: por un lado, la de los promotores
de una literatura “viril” y nacionalista y, por otro, la de los que defendían la renovación de la
literatura en sus propios términos.
Según se ha visto en el segundo capítulo, estos dos bandos chocaron en 1925 en una
polémica sobre el “afeminamiento” de la literatura mexicana. Como sostiene Guillermo Sheridan,
se puede resumir dicha polémica en el dictum “el escritor debe ser la conciencia social del pueblo
y el que no lo acepte así es „mariquita‟” (44). De esta manera, los representantes de la “literatura
viril” respondían al surgimiento de textos literarios –como los que publicaba el grupo de los
Contemporáneos– que revelaban una preocupación formal muy marcada y una ausencia de
ideología nacionalista. Por el contrario, en un afán de apuntalar la institucionalización de los
valores emanados de la Revolución, los viriles exigían una literatura que representara
temáticamente “lo nuestro” y que, además, lo hiciera en una forma y estilo accesible para las
masas.
112
Ante este panorama, el proyecto estetico-ideológico de Xavier Icaza propone una “tercera
vía” por medio de la fusión de elementos de ambas posturas.28
En primera instancia, se puede
reconocer en Panchito Chapopote una intención de incorporar las tradiciones populares. A lo
largo del texto se incluyen fragmentos de canciones pertenecientes a géneros vernaculares como
la rumba, el bolero y el son. Un ejemplo de lo anterior es el siguiente: “Este es son de doña/ de
doña vieja Liboria./Liboria escribes muy mal/escribes muy mal, Liboria./Y ai las das,/y ahí te las
doy./Y este es el son,/de la vieja Liboria,/de la maistra Liboria/este es el son.” (17). Asimismo, se
reproduce el habla popular en los diálogos de los personajes: “Señor Presidente, usté´s muy riata,
y estamos de buen humor. Hemos organizado una rumba. Véngase con nosotros porque va a estar
bueno eso, pero, pa qu´esté mejor denos permiso de balaciar los focos, de apagarlos a tiros…”
(21).
Además de la incorporación de rumbas, boleros y demás canciones populares, así como
del habla cotidiana, lo popular se manifiesta en Panchito Chapopote en su configuración
genérica. Como lo señala el subtítulo Retablo tropical o relación de un extraordinario sucedido
de la Heroica Veracruz, la novela aspira a pertenecer al género del “retablo”, esto es,
una pintura anecdótica que se ofrece como símbolo de devoción y agradecimiento a un
santo, virgen o figura sacra a quien se atribuye un milagro (generalmente se realiza al óleo
sobre lámina; sus dimensiones son variables...); en ella se representan los sucesos
acaecidos por la acción de un accidente, enfermedad o situación adversa. La narración se
28 Según ha considerado Elissa J. Rashkin en su libro The Stridentist Movement in Mexico, Xavier
Icaza fue un cultivador distinguido de la “literatura viril” en un primer momento de su carrera
literaria, cuando publica Gente mexicana (1924). Más tarde, seguramente debido a su contacto
con el Estridentismo, Icaza se inclinó hacia la renovación literaria.
113
sitúa en el lugar de los hechos, en el que aparecen de manera simbólica, no como retrato,
la persona o personas afectadas, la imagen del santo o de la virgen a quien se ofrece el
retablo y en algunas ocasiones, los donantes que a favor del afectado suelen hacer el
ofrecimiento [...]. Como parte de la composición se acostumbra incluir un texto para
informar sobre lo esencial de los hechos; en este se pone de manifiesto el agradecimiento
de los devotos por la acción del milagro, que aparece comúnmente al pie de la escena o
dentro de ella, según distintas modalidades (Sánchez Lara 9).
Así pues, el retablo –también llamado exvoto– es una “manifestación de la religiosidad
popular” (Hadatty Mora La ciudad 118) que se caracteriza por la representación de sucesos
adversos mediante la mezcla de los lenguajes pictórico y verbal. Durante la década de 1920,
pintores como Diego Rivera y Dr. Atl se dedicaron a la “divulgación de los retablos mexicanos o
exvotos en exposiciones de arte vernáculo y en las revistas internacionales de arte, como apuesta
de recuperación de lo popular, de la que podía y debía partir la renovación estética de los artistas
contemporáneos” (Hadatty Mora La ciudad 118). Así pues, la reapropiación culta de los retablos
constituía un intento más por rescatar e infundir nueva vida en “lo nuestro”.
Con Panchito Chapopote, Xavier Icaza se adscribe a este interés por recuperar el género
popular del retablo. Atendiendo a la combinación de lenguaje pictórico y verbal que caracteriza al
retablo, las “maderas originales de Ramón Alva de la Canal” que ilustran Panchito Chapopote
deben considerarse como parte constituyente de la novela y no como dibujos prescindibles que
decoran la edición.29
Además, los personajes deben interpretarse “de manera simbólica, no como
retrato” (Sánchez Lara 9), es decir, como arquetipos o representantes de una postura ideológica
29 Al mismo tiempo, como ya se ha visto, la intención de fundir elementos de diversas disciplinas
artísticas en una sola obra de arte era un propósito típicamente vanguardista.
114
establecida. Asimismo, la historia que narra el relato de Icaza puede verse como “los sucesos
acaecidos por la acción de un accidente, enfermedad o situación adversa” (Sánchez Lara 9), esto
es, como la historia de un país aquejado por desgracias de diverso orden: fue arrasado por
extranjeros durante el Porfiriato y, luego del levantamiento armado de 1910, por los caudillos.
Dicha reformulación de un género popular constituye al mismo tiempo una muestra del
afán de experimentación formal de Xavier Icaza, lo cual lo aleja de la posición de la “literatura
viril”. En una conferencia dictada en el Palacio de Bellas Artes en 1934, el propio Icaza teorizó
sobre el proyecto estético de las vanguardias, argumentando que “es un arte que echa al cesto de
las cosas inútiles la complicada utilería realista” (12). Se trataba, pues, según el escritor
mexicano, de encontrar formas de expresión que renovaran los procedimientos realistas de
representación de la realidad. En este sentido apunta la intromisión del “autor” en Panchito
Chapopote. En un pasaje que recuerda a Niebla (1914) de Miguel de Unamuno, el “autor” se
dirige a Panchito Chapopote asegurándole que su misión como personaje ha terminado y, por lo
tanto, debe morir. Esta estrategia metaficcional subvierte la mimesis realista al evidenciar el
carácter ficcional –y, por lo tanto, construido– del relato.
De la misma manera, la estructuración del material narrativo en escenas con diálogos
teatrales sugiere la búsqueda de un nuevo modelo narrativo. Panchito Chapopote se conforma de
frases entrecortadas, las cuales crean a su vez pequeños fragmentos o “escenas” separadas por un
espacio en blanco. La sucesión ininterrumpida de escenas impone un ritmo trepidante a la
narración, al mismo tiempo que genera la ilusión de que se asiste a cuadros inmóviles. Como
sostiene Evodio Escalante, “el lector experimenta la sensación de estar leyendo un guión de cine,
al que sólo faltarían las indicaciones Gran acercamiento, Exterior/Día” (101). Lo anterior se
puede constatar en el inicio del texto:
115
Veracruz. Portal del Hotel Diligencias. Viajeros que se aburren y sudan. Boleros
impertinentes, vagos, cargadores.
En tres mesas, petimetres que beben. Consumen cerveza, mint-julep, limonada,
agua de coco. Charlan, gritan, gesticulan. Invita Panchito Chapopote.
-Conque ¿te vas, Panchito?
-Me voy.
-¿Te vas y nos dejas?
-¡Ay, qué tristor!
-¡Ay, qué guanajo!
-¡Envidia! Me voy al viejo mundo en vapor.
-¿Conque en vapor, Panchito? Já, já, já, já…
-¿Querían que en ferrocarril?
-Eres grande, Panchito… já, já, já, já…
-¡A la salud de Panchito Chapopote!
-¡A su salud, pero que invite sidra! (7, 8)
Esta técnica teatral proviene del llamado Chauve Souris o “teatro ruso de murciélago”,
una modalidad vanguardista del teatro que Luis Quintanilla, otro miembro del Estridentismo,
116
conoció en París y divulgó en México a través del Teatro del Murciélago. En la ya mencionada
conferencia, Icaza declara que “hay que desterrar de la novela ese falso e inútil aparato que no
hace sino inflarla. Hay que quemar toda esa paja. Debe llevarse a ella la técnica rápida y sintética
del Chauve Souris” (44). Asimismo, el propio género del retablo implica el manejo no de un
discurso narrativo complejamente articulado sino de frases cortas que sirvan para expresar las
imágenes.
Como se ha podido ver, el proyecto estético de Xavier Icaza en Panchito Chapopote
conlleva una combinación de motivos populares con técnicas vanguardistas. El texto de Icaza se
ubica, entonces, dentro de la tendencia que Ángel Rama ha llamado “modernización
transculturadora”, la cual “más allá del rechazo de la tradición realista en su aspecto formal,
aspira a recoger de ella su vocación de adentramiento en una comunidad social” (126). En este
sentido, el vanguardismo de Icaza se emparienta con el de César Vallejo y Pablo Neruda en su
intención de “transculturar” las innovaciones de las vanguardias europeas en una nueva versión
americana. Por lo demás, esta tendencia habitualmente involucra un contenido político y
“americanista” más evidente, en tanto que busca ofrecer una imagen de Hispanoamérica que se
fundamente en “lo nuestro” y no en las manifestaciones de la modernidad occidental.
Ahora bien, el relato de Icaza manifiesta una visión desencantada del México
posrevolucionario. Si por una parte censura a los norteamericanos e ingleses que sólo buscaban
ganancias económicas durante el Porfiriato, por otra parte satiriza a los caudillos de la
Revolución que, apoyados por el gobierno estadounidense, desean poder político para
aprovecharse del pueblo. Este enfoque escéptico permea también la concepción de lo popular en
Panchito Chapopote. Por un lado, como ya se ha examinado, la novela manifiesta un anhelo
evidente de reivindicación de las tradiciones populares. El sólo hecho de que se ceda la palabra al
117
pueblo por medio de sus canciones autóctonas implica una legitimación de la voz popular en el
concierto de la sociedad mexicana.
Al mismo tiempo, sin embargo, el pueblo es considerado en Panchito Chapopote como
una entidad que no se involucra en la situación política del país y al que sólo le interesa
“rumbiar”:
Llega un retén.
-¡Prohibidos los grupos de más de una persona!
-¡Ha estallado la revolución! Es orden del día…
-¡No raspen… viva la juerga! ¡que nos dejen rumbiar!
-¡La Revolución es la Revolución! (69).
Más tarde, cuando todos los caudillos pretenden erigirse como portavoces del pueblo, éste
contesta: “¿Hablaban de mí? No me molesten. Déjenme descansar. Yo lo que tengo, amigo, es un
profundo deseo de dormir…” (83). En el mismo sentido, el “autor” decide matar al personaje
Panchito Chapopote porque su pasividad no le permite comprometerse con el curso que han
tomado los acontecimientos después de la Revolución:
PANCHITO CHAPOPOTE
Quiero vivir. ¡Quiero ir al viejo mundo en vapor! Quiero “actuar”. No le hago mal
a nadie. Soy bueno. No molesto. Soy bueno.
118
CORO COMENTARIO
¡Pasivamente bueno!
PANCHITO, insistiendo
Soy bueno, no hago nada.
EL AUTOR
Cabalmente por eso. Lo dicho. Apúrate a morir. Ya no estorbes. (76,77)
Se puede notar, entonces, una concepción ambivalente de lo popular en el texto de Icaza.
Si bien se inserta en una tendencia hacia la reivindicación estética de las formas tradicionales,
Panchito Chapopote postula también la incapacidad de las masas populares para convertirse en
agentes del cambio político. Tan es así que hacia el final del relato, cuando un caudillo ha
conquistado el poder a costa de la destrucción del país, “el pueblo veracruzano rumbea gozoso”
(89) y lanza vivas al gobierno. En este contexto, resulta significativo que el texto termine con una
escena en la que Enrique le dedica una canción popular a Amalia, quien se reúne de nueva cuenta
con él luego de casarse por conveniencia con Panchito Chapopote:
En la Huasteca. Luna de miel. Se olvida el pasado sufrir. Renace el viejo idilio.
Cada vez que cai la tarde,
en vez de llorar me río,
recordando los besitos
119
que me dabas junto al río
con tu boquita temblando,
¡pobrecita, tendrías frío! (94)
Esta canción indica que, aun cuando el país se encuentra en un proceso de cambio
permanente originado por la Revolución y la modernidad, las canciones populares continúan
siendo los medios de expresión de los sentimientos recónditos del pueblo. En ese sentido, el
contenido nostálgico de estos versos parece sugerir un deseo de restituir el “viejo idilio” del
pueblo mexicano, esto es, un pasado en el que las ambiciones económicas y políticas no reinaban
sobre los sentimientos “nobles” como el amor. Si el matrimonio entre Amalia y Panchito
Chapopote respondía a intenciones de orden económico, el amor entre la primera y Enrique
constituye un sentimiento verdadero. Del mismo modo, estableciendo una analogía entre la
historia amorosa de los personajes y la situación de México, los sucesos históricos del país –
desde el Porfiriato hasta la posrevolución– han estado presididos por propósitos económicos y
políticos. El relato parece insinuar, pues, la esperanza de un futuro mejor para el pueblo
mexicano una vez que se guíe por sentimientos “nobles”, justo como la relación entre Amalia y
Enrique.
De este modo, si bien las masas populares se definen por su inactividad ante los
acontecimientos políticos, también poseen un germen utópico que las convierte en un posible
agente de transformación. Según el texto de Icaza, la raíz utópica del pueblo consiste en su
fidelidad a ese pasado “inocente” que es necesario restablecer. Un modo de lograr dicho
cometido es la reivindicación estética de las formas populares, en las que supuestamente se
resguardan las tradiciones ancestrales. Así pues, lo popular en Panchito Chapopote es concebido
120
como la base de un proyecto de nación que, por medio del restablecimiento del “viejo idilio” del
pueblo mexicano, pretende transformar el presente de la sociedad posrevolucionaria de México.
Al respecto, se podría pensar que la idea del pasado como algo que es preciso restituir se
opone a la concepción moderna del tiempo, según la cual es forzoso rechazar el pasado en favor
del progreso. A primera vista, lo “popular” o “tradicional”, por un lado, y lo “moderno”, por otro,
se presentan en el relato de Icaza como términos excluyentes e irreconciliables. Cuando Panchito
Chapopote regresa a Tepetate después de algunos años de ausencia, encuentra que su pueblo natal
se ha transformado visiblemente:
Ya no es el antiguo Tepetate pintoresco y risueño. Lo atraviesa amplia carretera asfaltada.
No más casas de palma, sino casonas galeras de tablón. Hoteles más caros que el Ritz:
veinte dollars cama. Comida yanqui, costumbres ayancadas. Lonches. Quick lunch. Free
lunch. Banana lunch. No se asoman camisolas blancas de mujeres cuando alguien se
asoma. Hay continuo tráfico intenso. Pesados camiones con herramienta y maquinaria se
entrecruzan. Carros tanques. Camiones regaderas. Camiones de carga. Camiones atestados
de obreros. Automóviles con magnates de Nueva York, de California, de Londres, de no
man‟s land. (64)
Tepetate ha dejado de ser un pueblo “pintoresco y risueño” y se ha convertido en una urbe
con una actividad económica pujante. Esta ciudad exhibe todos los signos externos de las
metrópolis modernas: las carreteras, los automóviles, los empresarios. Se trata, además, de una
urbe “ayancada”, es decir, una ciudad dominada por el código de valores de los estadounidenses,
llamados “yanquis” o “gringos”. Este código se resume en el relato de la siguiente manera:
“Business, business and business. Time is money: evangelio sajón impuesto al mundo” (29). De
121
este modo, entroncando con una tradición intelectual hispanoamericana que tiene en Ariel (1900)
de Rodó30
uno de sus puntos más influyentes, en Panchito Chapopote los estadounidenses
encarnan la modernidad en su aspecto utilitarista y pragmatista.
A lo largo del relato de Icaza, los norteamericanos –y también los ingleses– son
configurados como personajes solamente interesados en obtener ganancias económicas. Su
“tentadora huella de oro” (46) se advierte en todos los pueblos a los que arriban. Una vez que han
consumado sus propósitos, “marchan tras nueva caza apetitosa” (53) como depredadores en busca
de comida. En una escena del relato, estadounidenses e ingleses –simbolizados en Uncle Sam y
John Bull, respectivamente– se reparten una ranchería “como quien parte una manzana” (49).
Queda claro que, según la propuesta ideológica del texto, el modelo de modernidad
estadounidense no implica un beneficio para el pueblo mexicano. Lo anterior se dramatiza en el
siguiente fragmento:
-Yes. No. Allright. Very well. No. Jesuchrist!
-¡Cállese gringo malora!
-You stupid, you greeser.
-¡Cállese, gringo malora!
30 En Ariel (1900), José Enrique Rodó desarrolla un ideal aristocrático del cultivo de la
personalidad, en el cual las aptitudes estéticas y espirituales ocupan un lugar privilegiado; se
trata, pues, de una “estetización” de la vida humana que favorece el ocio sobre el trabajo. Rodó
atribuye a Hispanoamérica una tendencia hacia las virtudes espirituales, mientras relega a
Norteamérica a la zafia ocupación de obtener la prosperidad material.
122
-¡You greeser!
-¡Su madre, gringo c…!
¡Paf! ¡paf! ¡paf!
Un yanqui menos y un pasajero más para el viejo Caronte. Después de todo, en los
infiernos quizás no esté tan mal. (64, 65)
No obstante, aun cuando Panchito Chapopote no muestra una valoración positiva de la
modernidad personificada por los estadounidenses, la relación entre lo “tradicional” y lo
“moderno” en el relato de Icaza no se reduce a una oposición irreconciliable. Como ya se ha
visto, lo popular en Panchito Chapopote es considerado una parte esencial de un proyecto de
nación que busca transformar la sociedad posrevolucionaria por medio del restablecimiento del
“viejo idilio” del pueblo mexicano. Así pues, paradójicamente, la restitución de un pasado
“inocente” es un intento de “modernizar” el país, lo cual supone una reformulación de la noción
de modernidad occidental. Según afirma Katharina Niemeyer: “(en las vanguardias
hispanoamericanas) se trataba de crear una apropiación/reivindicación literaria específicamente
„moderna‟ de esta nueva visión de la modernidad a la vez que de fundamentar/orientar tal
apropiación hacia las necesidades y características histórico-culturales del contexto
latinoamericano” (Subway 155).
Se puede advertir, entonces, que Panchito Chapopote de Icaza propone de nueva cuenta
una “tercera vía”, ahora ante la encrucijada que establece el conflicto entre lo tradicional y lo
moderno. Sin decidirse plenamente por ninguno de los dos términos, el relato postula un modo de
modernización que se fundamente en “lo propio”, esto es, en los aspectos más tradicionales de la
123
sociedad mexicana. Esta reapropiación de la noción de modernidad representa una tentativa de
“transculturar” las nociones creadas desde Europa. De esta manera, el relato de Icaza articula una
propuesta estético-ideológica que pretende intervenir activamente en el curso de la modernidad
socioeconómica. Al igual que en el caso de la narrativa vanguardista “actualista”, se trata de “la
dialéctica de la modernidad estética que en su posición crítico-cultural revolucionaria frente a la
modernización (dependiente) se sabe y quiere saber parte activa de la modernidad
hispanoamericana” (Niemeyer Subway 157).
Como se ha podido observar, la concepción de lo popular en Panchito Chapopote tiene
múltiples aristas. En el nivel estético, el relato reivindica las formas tradicionales en un afán de
renovación que se nutre del ambiente generado por las vanguardias. En el nivel ideológico, aun
cuando el pueblo se presente como una entidad pasiva, lo popular constituye la vía que promete
un futuro mejor para la sociedad posrevolucionaria. En última instancia, se puede notar un intento
de sortear las denominaciones unívocas que modelaban el campo cultural de los años veinte: ni
“arte deshumanizado” ni “literatura viril”, ni conservadurismo nacionalista ni exaltación futurista
de la modernidad. Seguramente, esta condición elusiva hizo que John Brushwood –quizás el
primer crítico que se ocupó del texto de Icaza– sostuviera que Panchito Chapopote es “uno de los
fenómenos más extraordinarios que se encuentran en el estudio de la literatura mexicana” (161).
124
3.- La figura del intelectual moderno en Dama de corazones (1928) de Xavier Villaurrutia y
Margarita de niebla (1927) de Jaime Torres Bodet
Desde finales del siglo XIX, la reflexión en torno al papel de los intelectuales en las
sociedades hispanoamericanas ha sido una tarea prioritaria. Como ha sostenido Aníbal González,
“en Hispanoamérica la reflexión acerca del lugar del intelectual en el nuevo esquema político-
social que iba surgiendo a fines del siglo XIX se dio primero de manera sostenida, en la novela, y
sobre todo en la novela modernista” (La novela 31). Desde un autoexilio aristocrático, pasando
por una rebelión existencial, hasta llegar al compromiso efectivo con la realidad circundante, la
novela modernista aportó diferentes imágenes de lo que implicaba ser un intelectual en la
Hispanoamérica moderna. Se trataba, pues, de determinar cuál era la relación que debía entablar
la esfera estética con el ámbito social-político.31
Si durante la etapa de construcción de las
naciones hispanoamericanas el intelectual cumplía con su labor predilectamente desde puestos
oficiales, a finales del siglo XIX y principios del XX empezó a adoptar una posición
independiente y se formó la figura del escritor profesional.
La preocupación por el rol de los intelectuales fue especialmente urgente en el México
posrevolucionario. Según Claude Fell, en el “Congreso de Escritores y Artistas”, celebrado en
mayo de 1923, se discutió principalmente la cuestión del intelectual y se intentó responder a las
preguntas “¿Cuáles deben ser el lugar, el papel y las responsabilidades de un intelectual mexicano
31 Como se ha visto en la introducción de este capítulo, la modernidad supone la autonomización
de las esferas de la racionalidad humana, las cuales pueden establecer relaciones variables entre
sí.
125
en la sociedad postrevolucionaria? y ¿de qué fuentes ha de nutrirse y qué temas debe preferir,
teniendo en cuenta el contexto cultural nacional?” (529). Después del conflicto armado, la
sociedad mexicana se encontraba en un proceso de definición del Estado y de la literatura
nacionales. Según ha considerado Ignacio M. Sánchez Prado, en esta época se presentaron “una
serie de proyectos alternativos que, simultáneamente, permitían al campo literario proponer
opciones ideológicas distintas como forma de articularse al proyecto del Estado” (134). Cada una
de estas posturas ideológicas conllevaba una perspectiva respecto al papel del intelectual en el
Estado: si escritores como Francisco Monterde proponían un tipo de intelectual orgánico, el
grupo de los Contemporáneos postulaban una clase de intelectual crítico ante el poder.
En este contexto, la narrativa de vanguardia –al igual que la novela modernista–tematizó
el papel del artista-intelectual en las sociedades hispanoamericanas. Como han planteado Palou,
García Gutiérrez y más recientemente Niemeyer, los relatos de los Contemporáneos pueden ser
estudiados como “ficciones de intelectual”, esto es, como actos discursivos que reflexionan sobre
la posición del artista-intelectual en el campo cultural de la época. Si bien este tipo de personaje
se encuentra en buena parte de los relatos vanguardistas de México, textos narrativos como
Margarita de niebla (1927) de Jaime Torres Bodet, Dama de corazones (1928) de Xavier
Villaurrutia o Tachas (1928) de Efrén Hernández manifiestan una preocupación más evidente
sobre la condición del intelectual en la sociedad mexicana posrevolucionaria. En el presente
capítulo, se analizarán los primeros dos textos mencionados con el objetivo de mostrar la
concepción del intelectual que configuran.
Tanto Dama de corazones como Margarita de niebla son relatos en los que un personaje
culto, con una concepción del mundo basada en referentes artísticos prestigiados, narra en
primera persona los acontecimientos de un viaje real y simbólico. En el transcurso, los dos
126
personajes se encuentran en una continua oscilación entre la contemplación desinteresada de su
mundo interior y la participación activa en el mundo exterior. Aun más, como ha señalado
Katharina Niemeyer con relación al texto de Villaurrutia, la atención de los protagonistas “no se
dirige a las „cosas en sí‟, sino a las cosas tal como ellas se presentan en sus actos o vivencias de
conciencia” (Subway 104), lo cual supone la “afirmación de la subjetividad como condición
ineludible de toda apropiación de la realidad” (204). En un momento dado, ambos protagonistas
se siente suspendidos en una situación insostenible:
la interrupción del viaje convierte a los protagonistas en hombres estancados, víctimas de
una parálisis existencial que sólo pueden superar a través de las expectativas de un nuevo
viaje; cada protagonista resuelve esa necesidad de partir de manera diferente (…) el
retrato que se dibuja es el mismo: el de un hombre impelido a viajar, a salir de México y
su estancamiento vital, y que sólo en los casos de Dama de corazones y Margarita de
niebla pone en práctica ese impulso que valora como una obligación. (García Gutiérrez
288)
En el relato de Villaurrutia, el protagonista es un estudiante de Harvard que regresa a su
tierra natal, México, para visitar a su tía Mme. Girard y a sus primas Aurora y Susana. Julio, el
protagonista, es un hombre con una sensibilidad afín a las manifestaciones culturales de la
modernidad más reciente, como lo demuestran las múltiples referencias –ya sea para compararse
a sí mismo con ellas o para describir algún acontecimiento u objeto– a artistas y productos
culturales como Picasso, cuadros impresionistas, poetas dadaístas, Apollinaire, Proust, entre
muchas otras. Además, como ha sugerido Niemeyer, su misma actitud autorreflexiva –su “mirada
fenomenológica” (Subway 103)– lo caracteriza como un sujeto moderno, esto es, un sujeto
consciente de la ausencia de fundamentos sólidos que garanticen una percepción unívoca de la
127
realidad. Lo anterior ubica al protagonista como contemporáneo de las tendencias filosóficas de
la modernidad.
En contraste con la sensibilidad moderna de Julio, el entorno familiar se muestra
“atrasado”. Mme Girard, según el protagonista-narrador, “vivió nutriéndose con los recuerdos de
sus deseos” (Villaurrutia 502). Esta “ausencia espiritual” (502) la mantiene viviendo en el país de
su memoria y no en el presente: “un disco de jazz la hace abrir los ojos y temblar de pies a cabeza
despertándola a otro mundo que no es el suyo porque no puede recordar nada” (487). De ahí que,
según Evodio Escalante, Mme. Girard representa “el mundo caduco del porfirismo” (103), un
mundo con el que Julio no se siente identificado. Por su parte, Aurora y Susana tampoco
constituyen ejemplos de actitud moderna: “Ya sé cómo me quieres, Susana. Me atrasas el
corazón, el traje, el peinado, la voz, para llevarme muy cerca de Lamartine y de Musset […]
Piensa, Susana, que no puedo regresar un siglo entero para alcanzarte, que no puedo esperar otro
siglo para que tú me alcances” (492, 493).
Así pues, ¿cuál es la postura que adopta el protagonista ante este panorama estancado y
poco fértil para un hombre moderno? Su actitud se puede resumir en su manera de proceder ante
la “dama de corazones” que da título al relato. Para Julio, Aurora y Susana son tan distintas como
complementarias: “Ahora se sobreponen en mi memoria como dos películas destinadas a formar
una sola fotografía. Diversas, parecen estar unidas por un mismo cuerpo, como la dama de
corazones de la baraja” (487). De este modo, la dama de corazones simboliza la naturaleza
ambivalente y equívoca de sus primas. Esta condición elusiva le impide a Julio decidir a cuál de
las dos ama verdaderamente. Su estado de indefinición permanece irresuelto hasta el último
momento, pues decide marcharse antes que zanjar tajantemente la situación.
128
De hecho, la dama de corazones puede representar la complejidad y plurivocidad de la
realidad. El relato de Villaurrutia se funda en binomios que, al igual que la dama de corazones,
“parecen estar unidos por un mismo cuerpo”. Tal es el caso de la dicotomía pasado/futuro. Julio
se pregunta a sí mismo: “¿Por qué viviré en un mundo sin pasado, presente indeciso, con miedo
del vértigo que pudiera sentir al asomarme al futuro como a un precipicio? (499). De la misma
manera, la oposición muerte/vida es enunciada por el narrador:
No es difícil morir. Yo había muerto ya, en vida, algunas veces. Todo estriba en no hacer
un solo movimiento, en no decir una sola palabra, en fijar los ojos en un punto, cerca,
lejos. Sobre todo, en no distraerse en mil cosas […] Morir equivale a estar desnudo, sobre
un diván de hielo, en un día de calor, con los pensamientos dirigidos a un solo blanco que
no gira como el blanco de los tiradores ingenuos que pierden su fortuna en las ferias.
Por último, de manera paralela al anterior, el binomio sueño/vigilia aparece cuando el
protagonista se dispone a dormir: “Ahora siento que dejo caer la mano… ¿Cuánto tiempo he
estado así, indeciso entre la realidad y el sueño?” (493).
Ante todas estas dicotomías, Julio parece optar por el mismo estado de indefinición que
reservó para la dama de corazones. Esto conlleva un reconocimiento de la complejidad de la
realidad, pues favorecer un polo por sobre el otro significaría eliminar la plurivocidad de las
cosas. De esta manera, ante la oposición pasado/futuro escoge el “presente indeciso”; ante el
binomio muerte/vida prefiere una especie de “muerte en vida” que implica una atención
concentrada; ante la dicotomía sueño/vigilia descubre el momento anterior al umbral del sueño.
Se trata, pues, de estados fronterizos que permiten al protagonista mantener una actitud siempre
escéptica y crítica ante las posturas unívocas.
129
En ese sentido, resulta sumamente significativa la escena que inaugura el texto. El lector
asiste, de entrada, a uno de esos estados fronterizos que el protagonista promueve. Julio se acaba
de despertar y se encuentra en su cama con las luces apagadas, pensando qué le deparará esa
“vida casi olvidada, casi nueva para mí” (481) que es la casa de su tía y su patria. En primer
lugar, aunque ya tiene abiertos los ojos, “la oscuridad de la pieza se empeña en demostrarme que
ello es completamente inútil” (481), lo que genera un estado intermedio entre el día (vigilia, luz)
y la noche (sueño, oscuridad). Durante ese tiempo que permanece a oscuras pero despierto, Julio
trata de recordar a sus primas: “apenas las recuerdo esfumadas en la infancia” (481). Se ubica,
entonces, en ese lugar a medio camino entre el pasado y el presente: la memoria. Además, cabe
recordar que Julio acaba de regresar a México después de una ausencia determinante. Su país ha
sufrido cambios drásticos al igual que su propia persona. En este tenor, se topa ante una
“situación desconocida” (481), como reconoce él mismo, que lo obliga a comportarse de una
manera distinta a sus patrones de costumbre.
Esta primera escena ayuda a establecer la configuración del protagonista que se reforzará
a lo largo del texto. Como ya se ha visto, antes que traicionar ese estado de indecisión crítica que
lo define, Julio decide emprender un viaje de nueva cuenta. En las últimas líneas del relato, el
protagonista se da cuenta que la frase “Los débiles se quedan siempre. Es preciso saber huir” “se
acomoda a mi situación” (506). De esta forma, el viaje le asegura un descubrimiento continuo de
sí mismo y de la realidad. Asimismo, le proporciona una apertura hacia nuevas perspectivas
130
ajenas a las formas de pensar solidificadas. El viaje real y simbólico implica, pues, una actitud
signada por “la curiosidad y la crítica”.32
Así pues, según se ha podido ver, Dama de corazones establece la figura del intelectual
como un sujeto “fuera de lugar”, esto es, situado en las fronteras de lo establecido. El viaje como
concepción del mundo garantiza que esa posición sea perdurable. Al mismo tiempo, el viaje
conlleva un afán de modernización en tanto que busca siempre “lo nuevo”, es decir, los territorios
desconocidos que es preciso conquistar. En este contexto, como ha enfatizado Evodio Escalante,
resulta sintomático que Julio emprenda el viaje final a bordo de un tren: “El tren, que parece
volar para no tener tiempo de arrepentirse, de volverse, me comprende, me ayuda a huir. La
máquina se despide de la ciudad con un silbido largo, afilado, que perfora el norte de la noche”
(506). En estas líneas finales del texto, la máquina –un símbolo de la modernidad extrema en los
años veinte– se personifica y “ayuda” al protagonista a que preserve su condición moderna.
Al igual que Dama de corazones, Margarita de niebla de Jaime Torres Bodet narra los
acontecimientos que conducen al protagonista-narrador a emprender un viaje. Carlos Borja, como
Julio en el relato de Villaurrutia, es un hombre con una actitud moderna ante el arte y ante la
32 En 1930, Villaurrutia manifestaba: “Con Salvador Novo dirigí una revista, Ulises, que llevaba
este subtítulo: „revista de curiosidad y crítica‟. La curiosidad era el veneno y la crítica el antídoto.
Y viceversa. No había en aquella doctrina más doctrina que la que encerraban los epígrafes que
hablaban de la aventura, del viaje alrededor del mundo y alrededor de la alcoba, de la curiosidad
enemiga del tedio, del Simbad que tiene algo de Ulises” (citado en García Gutiérrez, 153). Según
ha considerado Rosa García Gutiérrez, las novelas de los Contemporáneos pueden ser vistas
como materialización del programa estético-ideológico de la revista Ulises, el cual giraba en
torno al personaje de Ulises como símbolo en dos sentidos: “primero como un modo de entender
la literatura –como aventura, como búsqueda crítica en la línea de la tradición occidental
moderna– y segundo, como un modelo de definición del escritor mexicano” (215)
131
vida. En primer lugar, muestra un anhelo de percibir su entorno a través de facultades
especulativas como la imaginación o la memoria: “En un esfuerzo de imaginación, dilato la
distancia que me aleja de ellas, deseoso de agregar a la mirada con que me sonríen la ojera del
tiempo, porque no sé gozar de ningún placer que no se me ofrezca en el cultivo de la memoria. La
realidad de de lo que puedo inmediatamente oler, tocar, sentir, me desagrada como un
compromiso” (358). Incluso, su tendencia reflexiva lo lleva a considerar su propio yo como una
entidad carente de fundamentos sólidos: “Desde el rostro del adolescente que era cuando empecé
a afeitarme los domingos para ir a visitar a María Luisa, hasta el de hoy, ¡cuántos rostros ajenos
he llevado sobre el mío, oculto! Cada hora cambia un accidente de expresión en este paisaje”
(364), “Ser. Continuidad estúpida que nace de una contingencia y desemboca en otra” (338).
Además de las cualidades anteriormente mencionadas, el protagonista se pronuncia a
favor del “arte nuevo” o “arte deshumanizado” en una de las conversaciones sobre música que
sostiene con Margarita y su madre.33
Mientras que a ésta la “música pura” no le pareció “nada
serio” (346), Carlos Borja considera que “no podemos seguir siendo devotos de una música que
corresponde a una manera espiritual que ya no es nuestra, a la sensibilidad de un mundo
desaparecido” (346). Esta declaración de principios demuestra una semejanza sorprendente con
los manifiestos que los distintos movimientos de vanguardia difundían a lo largo de
Hispanoamérica. Más adelante, el protagonista declara una concepción del arte que se aleja de la
mimesis realista que caracterizó al siglo XIX: “el arte no es nunca la expresión de la vida, sino, al
contrario, la realización de las virtudes que la vida no dio al artista” (352).
33 Los conceptos de “arte nuevo” o “arte deshumanizado”, introducidos por José Ortega y Gasset
en su influyente libro La deshumanización del arte (1925), fueron objeto de reflexión y
encarnada discusión entre los escritores mexicanos de la segunda mitad de los años veinte.
132
Así pues, no es raro que se establezca una oposición entre Carlos Borja y Paloma –amiga
de Margarita–, por un lado, y la propia Margarita y su familia, por el otro. Más allá de las
diferencias en cuanto a opiniones estéticas, existe una discrepancia en la noción de cultura que
manejan: “Para Margarita, la cultura es algo adquirido, inesencial, una amiga tan íntima que
puede descuidar su trato sin peligro de perderla. Para Paloma, la cultura es, en cambio, un
propósito, el país no visitado aún que, por esto mismo, desearía terriblemente conquistar […] mi
cultura –como la de Paloma– está fabricándose en mí” (383). En pocas palabras, mientras que
Margarita y su familia representan el valor de la tradición como “algo adquirido”, Carlos y
Paloma encarnan la modernidad en tanto código de valores que privilegia la novedad, ese “país
no visitado”: “A cada conflicto, ella [Margarita] consultará en sí misma el archivo de una raza.
Yo deberé inventar mis soluciones” (383).34
Esta pugna entre tradición y modernidad se fundamenta, pues, en una consideración sobre
diversos grupos étnicos: “Nuestras razas se repugnan” (384), sentencia el protagonista. Margarita
–descendiente de padres alemanes– pertenece a la “raza” sajona, al tiempo que Carlos y Paloma –
hijos de inmigrantes franceses o españoles– son integrantes de la latina. En este punto, el relato
de Torres Bodet entronca con una tradición que va de Ariel (1900) de José Enrique Rodó a La
raza cósmica (1925) de José Vasconcelos, según la cual los sajones se interesan sólo por alcanzar
la prosperidad material –la modernidad socioeconómica–, mientras que los latinos aspiran a
34 De este modo, Hispanoamérica es considerada como un lugar en el que “todo está por
hacerse”, mientras que Europa está en pleno proceso de “decadencia”. La madre de Margarita
enuncia esta idea muy difundida en el ambiente cultural de la época a raíz de la publicación de La
decadencia de Occidente (1918) de Oswald Spengler: “A pesar de lo que digan, en Europa el
porvenir de cada quien es siempre muy limitado –luego añade una frase justa–: Parece como si el
pasado de todos nos hubiera robado muestro porvenir…” (347)
133
cultivar las facultades espirituales –la modernidad cultural–. En ese sentido, Carlos Borja se
configura como un sujeto moderno en su concepción de la cultura como un terreno virgen, en
tanto que desea poseer “esas virtudes de silencio e inteligente modestia que son las de mi raza, las
de Paloma, acaso también las mías” (387).
Ahora bien, es necesario preguntarse cuál es la postura que el protagonista adopta ante el
conflicto entre su actitud moderna y la condición tradicionalista de Margarita. De hecho, Carlos
advierte dicho conflicto una vez que ya se ha casado con Margarita. Su primera reacción consiste
en lamentarse ante la incompatibilidad de sus caracteres. No obstante, logra justificar esta
circunstancia en el siguiente fragmento que cito extensamente:
[…] Cuando la vida se prolonga demasiado en un sitio cualquiera, las costumbres, los
hechos, los seres acaban por irse envenenando para nosotros sin que nos demos clara
cuenta de ello. Besamos la misma boca, recorremos la misma calle y creemos que el
placer de esa boca besada, de esa calle recorrida es igual al que nos proporcionaron la
primera vez. Mentira. Bajo la apariencia amable de una repetición, el descubrimiento ha
ido congelándose en memoria. Éramos los pintores de cada emoción nueva. No nos
resignamos a ser los fotógrafos de nuestra pintura.
Por eso lo que me inquietó de este viaje de bodas –el viaje mismo– es lo que me
consuela ahora del matrimonio y, en cierto modo, lo justifica. Seguramente, haber elegido
a Margarita para compañera de viaje fue un error. Pero ¿me habría decidido a viajar si ella
no me hubiese obligado a hacerlo? Imagino lo que podría ser mi existencia al lado de
Paloma, la absoluta subordinación de ambos a la dulzura equívoca de la costumbre.
134
Cuando dos seres se comprenden tan perfectamente, ¿les queda algo más que callar, o
morir? (386)
Así pues, si bien todo supondría la posibilidad de un matrimonio armónico con Paloma –
ya que pertenecen a la misma “raza”–, Carlos prefiere una vida con Margarita porque le garantiza
una “emoción nueva” permanente. De este modo, el matrimonio le permite “viajar” en el mismo
sentido que toma en el relato de Villaurrutia: apertura de perspectivas inéditas, descubrimiento de
nuevas posibilidades. Este afán de desautomatizar la percepción es un rasgo definitorio de su
configuración como personaje. Al verse al espejo, reconoce que en su mirada está muriendo “el
júbilo de una vida que fue descubrimiento y que no se resigna a ser costumbre” (265). El
protagonista se encuentra, pues, en una lucha constante contra los modos convencionales de
percibir el mundo: “Acostumbro salir a pie durante estas semanas de vacaciones […] Escojo
siempre una calle distinta para no dar al placer que disfruto el aspecto endurecido de la
costumbre. A veces, la ruta elegida me transporta a través de algunos ángulos inéditos y,
entonces, descubro una sorpresa mezclada, en partes iguales, de deleite y de rubor...” (339).
De esta manera, la figura del intelectual que dibuja Margarita de niebla se fundamenta en
el anhelo de desfamiliarizar lo conocido con el propósito de preservar un conocimiento y
emoción renovados. En consonancia con dicho afán, el intelectual se erige como un agente crítico
y escéptico ante las opiniones establecidas: “[Otto, amigo de Margarita] Es uno de esos
individuos que creyeron todavía en la importancia de la radio y de la telegrafía inalámbrica.
Nosotros, que nacimos después, no creímos ya en nada” (372). Esta actitud, incluso, debe
mantenerse aun cuando conlleve la falta de armonía existencial del intelectual: “Pensaba en el
júbilo de los hombres que hallan junto a ellos, al despertar, su dicha, como una fruta recién
cortada, perfecta, anterior a la crítica, superior al conocimiento. Y los envidiaba porque la mía no
135
estaba hecha sino de la impaciencia de una noche estéril. Sólo su fragilidad la sostenía” (377). De
ahí que, según ha considerado Katharina Niemeyer: “[en Margarita de niebla] El dilema del
intelectual moderno es éste: ha de pagar su reflexión crítica sin compromiso con la falta de
seguridad, arraigo y felicidad vital o ha de renunciar a esta su propia condición de intelectual”
(Subway 200)
Como se ha podido ver, tanto Dama de corazones como Margarita de niebla postulan la
figura del intelectual como un sujeto guiado por el doble imperativo de “crítica y curiosidad”. En
ambos relatos el motivo del viaje físico y simbólico funciona como catalizador de dicho
imperativo. Al mismo tiempo, la particular concepción del mundo de ambos protagonistas los
enfrenta a su entorno social –que se manifiesta como “atrasado”– y los ubica en una posición
marginal en el tejido social. Lo anterior implica la negativa de adscribirse a cualquier ideología
establecida, en un intento de salvaguardar su capacidad de crítica y asombro. De esta forma, la
imagen del intelectual que aportan los relatos de Villaurrutia y Torres Bodet supone un sujeto con
una ética profesional incuestionable que le permite estar consciente de su papel activo en la
sociedad.
En ese sentido, los Contemporáneos –y otros escritores afines– plantearon en su narrativa
una metáfora de su propia posición como intelectuales en el concierto de la sociedad
posrevolucionaria. En medio de un ambiente cultural estéril, estos escritores propusieron el
modelo de un intelectual que difundiera la modernización y que mantuviera una postura vital
específica. Según Ignacio M. Sánchez Prado, quien encarnó más fielmente dicho modelo fue
Jorge Cuesta, ya que para éste “cualquier política de la adscripción, llámese nacionalismo,
exotismo, etc., basada en una aproximación acrítica a cierta ideología (no debemos olvidar que en
su argumento el desamparo genera la „actitud crítica‟) es una „misantropía‟, es decir, un
136
antihumanismo” (Sánchez Prado 101). De este modo, inspirado por la lectura de La traición de
los clérigos (1927) de Julien Benda, Jorge Cuesta respondió a los diversos proyectos ideológicos
que formulaban un tipo de intelectual al servicio de conceptos como la nación, la raza, el
Estado.35
Por el contrario, la figura del intelectual que plantean Dama de corazones y Margarita de
niebla se basa en la autonomía relativa del campo cultural ante las otras esferas de la sociedad –
económica, política, religiosa, etc–. Dicha situación le asegura al intelectual una posición
estratégica: ni subordinada a las otras esferas –lo cual supondría una autonomía nula–, ni ajena a
las problemáticas de los demás campos –lo cual indicaría una autonomía absoluta–. Se trata,
pues, de una posición singular que permite al artista-intelectual cumplir con su función crítica y
conquistadora de nuevas posibilidades. En última instancia, este posicionamiento del intelectual
en un lugar influyente de la sociedad constituye una de las manifestaciones del proyecto
revolucionario de las vanguardias, las cuales aspiraban a “mantener la autonomía del arte lograda
en el proceso de diferenciación entre los distintos campos del actuar social y, a la vez, ocupar
desde esta base autónoma los otros ámbitos sociales” (Niemeyer Subway 28).
35 Como sostiene Roderic A. Camp: “En América Latina, el papel del intelectual como crítico
social se ha considerado más importante aún que el papel de interpretador de valores, ideólogo, o
representante de algún grupo o alguna clase” (94). Después de los Contemporáneos, en México el
modelo del intelectual crítico fue defendido activamente por figuras reconocidas como Octavio
Paz o Carlos Monsiváis.