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Gonzalo Román Márquez

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El profeta de su tierra

Capítulo (-4) …Éneric pisó el acelerador. Los caballos rugieron

como leones. Apenas había trafico. El motor alcanzó su máxima potencia. La curva se acercaba. Éneric no pensaba, sintió miedo, cerró los ojos, empezó a notar como la aceleración lo dejaba clavado en el asiento, sentía miedo, abrió los ojos, la curva estaba muy cerca, cerró los ojos, comenzó a pensar, recordó el sabor de un helado de chocolate, los placeres de la vida se presentaron de forma fugaz, se dio cuenta que su vida era mucho más importan-te que cualquier situación amarga por la que pudiera pasar. La vida es lo único que tenemos y si la perdemos todo se va con ella. Tenía que pisar el freno o todo terminaría para siempre, abrió los ojos, levantó el pie del acelerador y se dispuso a frenar, pero fue inútil, un segundo después de abrir los ojos el coche atravesó la curva y volaba por encima del terraplén. Éneric cerró los ojos…pero todo esto aun no había sucedido.

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Capítulo (-3)

La amaba como nunca se había amado y como

nunca se amará, o al menos eso creía él. La recordaba como una princesa de cuentos

infantiles, como un vaso de agua fría en un día caluroso, como la sensación de sacar la mano por la ventanilla de su Audi a gran velocidad o como el primer azul del cielo en el amanecer.

Esa mañana no fue el radio-reloj quien le despertó con su odioso sonido de pitidos desafinados. Éneric no pudo dormir en toda la noche, los latidos de su corazón no se lo permitieron. Habían pasado muchos meses, tal vez los meses más largos que jamás hayan existido, pero Anoa no se le iba de la cabeza.

Éneric encendió la luz de la mesilla situada al lado izquierdo de la cama, miró hacia la parte vacía del colchón durante unos segundos, y un rayo de fuego atravesó su garganta directo hasta el estomago. Se sintió solo.

Era la hora de levantarse. Se incorporó y puso sus pies desnudos en el suelo, estaba frió como una pista de hielo pero le dio igual, últimamente todo le daba igual. Se puso en pie y fue directo al cuarto de baño, se miró en el espejo, sus cabellos morenos estaban enredados unos con otros, sus ojos hinchados y su cara enrojecida, además

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tenía varias marcas en sus mejillas producidas por las arrugas de la almohada. En ese momento sintió asco de sí mismo. Abrió el grifo y metió sus manos bajo él, el agua estaba tan fría como el suelo. Miró el bote de jabón líquido, decidió echarse un poco en las manos pero al apretar el difusor no salió nada, estaba vacío, Anoa siempre se encargaba de rellenarlo. Una nueva punzada para el corazón de Éneric. Todo le recordaba a ella.

Se olvidó del jabón, se lavó las manos y la cara sólo con agua, le dio igual, estaba deseando salir del servicio, los recuerdos lo estaban torturando.

Al terminar de asearse Éneric dudó en que hacer, si quitarse el pijama para ponerse la ropa o ir a la cocina a desayunar. No tuvo que responder a esta cuestión, un rugido lanzado por su estomago le dio la respuesta.

Éneric entró en la cocina y la miró con

desesperación. La cocina tenía un tamaño normal aunque demasiado grande en relación con la casa, una casa pequeña que se hacía eterna frente a la soledad.

Más que una cocina parecía una hecatombe. Los platos y vasos sucios se amontonaban en el fregadero. La placa vitroceramica estaba llena de grasa y sobre ella había un cazo de color azul que acompañaba a una sartén con aceite reseca. A la izquierda, pegada a la pared, se encontraba la nevera con su incombustible sonido semimolesto, tocando a ésta y sobre una estantería de madera aglomerada flotaba el microondas color metálico oxidado. Entre un mueble horrible y el fregadero se estrujaba la lavadora que estaba llena de ropa húmeda y

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apestosa. Junto a la puerta se encontraba la mesa de cocina, que es donde desayunaba y donde comía, lo poco que comía Éneric.

Éneric se acercó a la nevera, la abrió, estaba vacía, tenía dos naranjas, un cartón de leche y algo de comida precocinada. Cogió la leche, miró la fecha de caducidad y se dio cuenta que llevaba dos días caducada, la puso encima de la mesa y se acercó al fregadero. Rebuscó entre los vasos para encontrar el más limpio. Como estaban todos prácticamente igual cogió uno al azar, abrió el grifo y lo metió bajo el escaso chorro de agua para enjuagarlo. Después de esto lo llevó a la mesa, lo puso junto al cartón de leche y lleno el vaso. No tardo en bebérselo. No se levantó de la silla hasta que no quedo el tetra-brick completamente vacío.

De vuelta a su dormitorio se dio cuenta que había

olvidado mirar el teléfono móvil, siempre lo hacía ilusionado por ver si había una llamada perdida de Anoa o algún SMS de arrepentimiento pidiéndole que volviera con ella. Todas las mañanas al despertar es lo primero que hacía pero hoy lo había olvidado. Aceleró el paso y se dirigió hacía la mesilla. La habitación se componía de la cama, que llevaba semanas sin hacerse y sin cambiar de sabanas, el armario y la mesilla donde estaba el teléfono. Se acercó, lo cogió y lo observó con miedo. Efectivamente no había ninguna llamada, Éneric ya lo sabía pues no había dormido en toda la noche y si hubiera sonado se habría dado cuenta. Éneric estaba de pie, mirando el teléfono, su delgado pero atractivo cuerpo

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permanecía inmóvil, estuvo así durante al menos dos minutos, entonces un picor en el cuello le hizo mover la mano que tenía libre para rascarse, justo en ese momento el teléfono comenzó a sonar. Apresuradamente miró la pantalla, se trataba de un número oculto, lo descolgó. Era su jefe.

-Que pasa ¿vas a venir hoy a trabajar a tu hora o te has vuelto a quedar dormido?- Rugió de forma desagradable.

-No te preocupes, ya estoy casi listo, en unos minutos estaré allí.

-Como que no me preocupe, llevas varios meses llegando tarde día si y día no.

-Sabes que he tenido problemas- dijo Éneric con intención de defenderse.

-Eso no es asunto mío, sólo quiero que llegues a tu hora.

-Llegaré. -Eso espero- terminó diciendo con tono amenazante

antes de colgar. Éneric se quitó el pijama y en ropa interior se acercó

al armario, lo abrió y sacó uno de los trajes con los que solía ir a la oficina. Todavía tenía el plástico transparente con el que suelen envolverlos en las lavanderías, quitó el envoltorio y se vistió a toda prisa, abrió un cajón del armario y tuvo suerte, aún le quedaban un par de calcetines negros limpios, los cogió y se los puso.

-Ahora me falta la parte más difícil – habló para sí mismo- ¿Dónde coño habré puesto los putos zapatos?-

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gritaba una y otra vez aumentando su enfado en cada repetición.

Tardó más tiempo en encontrar los zapatos que en hacer todo lo que había hecho desde que se levantó. Para su desgracia no aparecieron los dos zapatos juntos, uno estaba bajo la cama que lo encontró relativamente pronto y el otro que casi lo vuelve loco apareció misteriosamente dentro del armario. Antes de encontrar el último zapato Éneric recorrió la casa veinte veces de arriba abajo, ya que para él no era extraño encontrarlos en la cocina, en el cuarto de baño o encima de la televisión que tenía en el salón-comedor.

-¡joder! Otra vez voy a llegar tarde- se lamentó con enfado.

Buscó su cartera, las llaves de la casa y las del coche, pero esto apenas tardó unos segundos en tenerlas en sus manos, ya que todo lo que estuviese cerca de las llaves de su adorado Audi era fácilmente localizable. Éneric jamás perdía las llaves de su coche porque jamás olvidaba donde las había dejado.

Salió a la calle, el día era nublado pero no hacía frío, rebuscó en su bolsillo derecho hasta encontrar el objetivo y sin sacar la mano presionó uno de los botones. Una especie de “pic-pic” y el destello de cuatro luces anaranjadas le indicaron donde se situaba su flamante Audi, negro y brillante, lujoso y deportivo.

Una vez dentro puso rumbo a las oficinas de la conocida empresa “Ubzsse-Inmobiliaria”.

Las oficinas se encontraban en la cuarta planta de un emblemático y caro edificio de la ciudad, situado a unas

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cuantas manzanas de su casa. Éneric tan sólo conocía este recorrido, ya que su novia Anoa rompió la relación a los pocos días de que se fueran a vivir a esa inmensa ciudad y desde entonces no había salido de casa más que para ir al trabajo. La nueva ciudad en la que vivía Éneric era tan desconocida para él que sólo conocía este recorrido. Ni una calle más.

El Audi entró a gran velocidad en los aparcamientos

subterráneos. Éneric llevó el coche a su plaza y fue corriendo hacía el ascensor –vamos, vamos, por que son tan lentos estos cacharros- se dijo.

Por fin la puerta se abrió, entró dentro y pulsó el botón que marcaba el numero cuatro repetidas veces hasta que se puso en marcha. El viaje en ascensor se le hizo infinito. Salió tan rápido como si de una prueba de clasificación para las olimpiadas se tratara, atravesó el largo pasillo hasta llegar a su despacho, la puerta estaba semiabierta, la empujó y se encontró con algo inesperado.

En su sillón, sentado como un búfalo, con la mirada fija y puesta en él se encontraba su inmenso jefe.

-Has vuelto a llegar tarde- le dijo -Esta vez no tienes excusa valida. Siéntate por favor.

-No sé que me ha pasado, es que los zapatos… -¡Pero que coño de historia intentas venderme!-Cortó

bruscamente- Ya te he dado muchas oportunidades, al principio parecías un hombre responsable, llegabas a tu hora, cumplías con tu trabajo y mantenías en orden tu despacho…pero ahora ¡mírate! No eres ni la mitad de lo que parecías ser.

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-Acaso cree usted que a mí me gusta estar así. -Esta vez has tardado tanto ¡te llamé por teléfono! -Lo se pero… -Déjame terminar, por favor. Has llegado tan tarde

que no sólo me hado tiempo a tomar una decisión, sino que además te he preparado los papeles.

-¿Los papeles?- preguntó algo desconcertado mientras levantaba la cabeza -¿los papeles de que?

-Lo siento Éneric. Estás despedido- contestó mirándole fijamente a los ojos.

Un momento de silencio invadió la habitación, un momento de esos tan incómodos en los que todos desean que ocurra algo para aliviar la situación. Aunque sea un terremoto.

-¿Pero que voy a hacer ahora? dejé mi antigua ciudad y mi empleo por venirme aquí, no conozco a nadie, además tengo un montón de deudas. El coche está sin pagar, el alquiler de mi casa…y las jodidas tetas que le regalé de mi ex y que todavía sigo pagando mientras otro cabrón disfruta de ellas me están asfixiando.

-Te entiendo, de veras que te entiendo, pero compréndeme tú a mí. Las empresas están hechas para ganar dinero. Sabes que hay gente por encima de mí que no para de darme el coñazo y son ellos los que me han presionado. Sencillamente, no eres rentable y eso es lo que buscamos en esta empresa, rentabilidad, dinero, llámalo como quieras. En estos últimos tiempos las empresas inmobiliarias han crecido solas, casi sin ayuda, las casas se venden por sí mismas, y sin embargo tú, no has sido capaz de llegar al mínimo establecido.

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-Yo sé que soy capaz de vender mucho más que cualquier imbécil que tenéis contratados. En mi antigua empresa era el numero uno por ventas.

-Por eso te contratamos. Te hicimos un buen contrato pensando que eras una buena inversión, pero creo… que nos equivocamos.

-Estoy teniendo una mala racha ¡joder! Eso es todo, una puta mala racha.

-Lo siento Éneric, has sido clasificado ineficiente. Éneric miraba a su jefe y buscaba alguna idea en su

cabeza para salir airoso de la situación. Pero no se le ocurrió nada.

-¿Tengo alguna posibilidad de que me deis otra oportunidad?- preguntó al fin.

-No. Esta tarde empezarán las entrevistas para encontrar a quien te sustituya.

-¿Al menos sabrá usted cuanto puedo recibir de indemnización?

-He consultado a los abogados y… -Odio a los abogados- suspiró Éneric. -Sobre todo si van en contra tuya ¿no? Y nos han

dicho que debido a tus faltas en el horario y algunas otras cosas, cabría la posibilidad de no darte nada.

-¡Serán cabrones!- gritó Éneric saltando de la silla. -No te alteres tanto. Ellos sólo hacen lo que tú llevas

tiempo sin hacer, es decir su trabajo. Hemos hecho una excepción, ya que conocíamos tu situación y decidimos darte una especie de ayuda, que espero te sirva hasta que encuentres otro trabajo.

-¿De cuanto estamos hablando?- preguntó Éneric.

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Un cheque sujetado por dos enormes dedos se abalanzó hacia la cara de Éneric para estancarse justo a unos centímetros de sus ojos. Lo miró.

-Debe tratarse de una broma- dijo con una media sonrisa temerosa -Con esto podré aguantar poco tiempo, apenas dos meses.

-Pues aprovecha el tiempo y encuentra otra cosa porque esto es lo máximo que podemos ofrecerte.

-Es muy poco. -Pues es lo que hay- le dirigió el jefe de forma

desafiante- ¿Lo tomas o lo dejas? Éneric sabía por experiencias ajenas que si hubiesen

querido lo podían haber despedido sin ningún tipo de remuneración, así que no le quedó más remedio que aceptar.

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Capítulo (-2)

Durante dos semanas Éneric permaneció encerrado

en su casa de la que sólo salía para comprar algo de comida cuando su estomago le provocaba un malestar insoportable. En esos momentos aprovechaba para tirar la escasa basura que había acumulado y observar su Audi, inmóvil y lleno de polvo, aparcado en la acera de enfrente.

Siempre compraba lo mismo: un paquete de Donuts de seis unidades, dos pizzas precocinadas, media docena de huevos y para desayunar había cambiado la leche, que inevitablemente le traía a la cabeza el recuerdo de dos maravillosos y caros envases de este preciado líquido, por naranjas con las que solía hacer zumo.

Éneric no conocía nada de la nueva ciudad, no podía y no le apetecía salir. Se pasaba todo el día tirado en el sofá del salón frente al televisor, las horas pasaban y él seguía allí, inmóvil como su coche, mirando la televisión sin importarle la programación porque aunque la miraba no la veía, su mente se lo llevaba, lo hacía viajar a lugares desconocidos, mundos paralelos y a sus recuerdos más agradables. Iba de un lado a otro sin parar, desde su pasado hasta un futuro inexistente o desde el sabor de una caricia hasta el frescor del cabello de una mujer pasando

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entre sus dedos. Pero al lugar al que viajaba varias veces al día, donde tenía billete de ida pero no de vuelta, el lugar que lo tenía enganchado como a un yonki la heroína, era un lugar llamado: Anoa.

Recorría la relación fugazmente desde el principio hasta el final, buscando una explicación, engañándose y dándose falsas esperanzas, hasta que abría los ojos de la mente y la luz de la realidad lo deslumbraba con gran intensidad dejando claro una cosa: “Todo ha terminado”. Pero la realidad estaba equivocada, todo no había terminado, aun le quedaban los recuerdos y entonces todo volvía a comenzar:

“Parece que fue ayer cuando la conocí, la sensación de un día eterno tras la ruptura me produce acidez de estomago. Aun puedo oler su perfume, sentir la ternura de sus labios o viajar por su sonrisa. Recuerdo perfectamente la melodía de su cuerpo y el parecido obligado a una jugadora de voley-ball. Jamás olvidaré sus primeras palabras en aquel Pub lleno hasta los topes:

-Oye tú ¿crees que tengo pocas tetas? -Sinceramente creo que estás estupenda- le contesté

sonriendo y mirando su cara sonrosada típica del calor y de algunas copas de más -¿Sueles venir por aquí? Nunca te había visto para ser una chica tan guapa.

-Es la primera vez que vengo a este antro, una de mis amigas se ha empeñado en venir y lo ha conseguido, pero bueno, las copas están muy bien de precio.

-Ya te veo. -Me llamo Anoa ¿y tú?

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Estuvimos toda la noche hablando, las conversaciones iban de lo más serio a lo más disparatado, las palabras fluían y recorrían nuestras vidas. Se creó un micro mundo para los dos y la música era la ideal para un momento así. Por primera vez en mi vida el mundo se puso de acuerdo y entonces comenzó el juego.

-¿Pero estás segura que no tienes novio? -Pues claro – rió a carcajadas –tengo mala memoria

aunque no creo que sea para tanto. -Entonces el mundo debe haber quedado ciego. Tras decir esto nuestros ojos se quedaron fijos, nos

mirábamos con intensidad. Durante un momento encontramos el silencio escondido entre el bullicio y por un instante casi pasa, pero no pasó.

-Tengo que irme- me dijo con tristeza –Mis amigas me llaman.

A unos metros se encontraban cuatro hermosas chicas atrapadas entre el gentío que abarrotaba el Pub. Levantaban los brazos y gritaban con intención de llamar la atención de Anoa.

-Por favor quédate un ratito más- le supliqué. -Me encantaría, te lo prometo, pero tengo que irme. Deseaba tanto que no se fuera que no me importaría

hacer cualquier cosa para mantenerla junto a mí. Entonces hice lo primero que se me pasó por la cabeza. Me puse de rodillas delante de todo el mundo, cogí su mano, la mire a los ojos y cuando quise hablar…comenzamos a reírnos sin parar.

-Eres increíble- me dijo entre carcajadas.

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-Quédate por favor, te necesito para respirar- mis palabras salieron suavemente mientras seguía de rodillas junto a ella –por favor, un ratito más.

Anoa se agachó y acercó su boca hasta mi oído. -Lo que más me apetece en este momento es

quedarme contigo, te lo aseguro, pero no puedo dejar abandonadas a mis amigas- susurró cariñosamente – te prometo que la semana que viene estaré aquí. Ya nos veremos.

Me dio un beso en la cara y se alejó con lentitud, yo seguía de rodillas, y por primera vez desde que la conocí pude ser consciente de su impresionante físico, o tal vez no tan impresionante pero que mi estado emocional me hacía percibir de esa manera. Indudablemente me había enamorado.

Durante toda la semana no hice otra cosa que pensar

en ella, deseaba volver a verla, necesitaba estar con ella tanto como respirar. En el primer pensamiento del día, en la comida y al dormir aparecía esta chica que había tocado mi corazón. Pensé mil y una estrategias para conquistarla, en los ratos libres del trabajo la dibujaba con mi mente, su voz invisible me animaba constantemente.

Los días pasaron rápido aunque no tanto como quería. Tenía la sensación de un niño antes de su cumpleaños impaciente por saber cuales van a ser sus regalos y la incertidumbre añadida de saber si realmente iba a tener algún regalo.

Decidí comprar algo de ropa, odio ir de tiendas tanto como el fútbol, pero aquella tan posible como futura

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situación lo requería, y así lo hice. Fueron dos interminables y odiosas horas que dieron como fruto unos pantalones vaqueros claros, unas botas negras y un polo azul marino casi ajustado de manga corta. Hacía calor, mucho calor y aunque las previsiones del tiempo garantizaban una tormenta yo no les hice caso.

Por fin llegó el gran día, allí estaba yo, en el mismo

lugar y a la misma hora que cuando nos conocimos. Miré hacia todas partes, había la misma cantidad de gente o tal vez más que la última vez, no la veía, mis amigos tampoco estaban, me sentí solo entre tantas almas. El tiempo pasaba y yo seguía allí, con la copa casi vacía y mis esperanzas como la copa, bebí mi último trago y ambas se vaciaron.

Tomé la decisión de irme, mi estancia en ese lugar carecía de sentido, así que me acerqué a la barra para pedir la cuenta.

-Perdone por favor ¿Me dice que le debo?-grité al camarero que estaba en la otra punta de la barra.

El chico se acercó a mí y con una sonrisa forzada me preguntó -¿Cómo has dicho? Es que no te he oído.

-Te he dicho que cuanto te debo por la copa- grité, la música estaba altísima en ese momento y apenas podía entenderse nuestra conversación.

El camarero me dijo algo, pero no lo entendí, entonces me subí un poco en la barra y se acerco –No debes nada, tu copa ya está pagada- me quede sorprendido.

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-¿Como que ya esta pagada? ¿Por quién? -le pregunté.

Levantó la mano y con su dedo índice señaló tras de mí – ¡Por ella!- Y tras decir esto se marchó a otra parte donde lo reclamaban.

Me giré con rapidez y allí estaba ella, frente a mí, como una diosa sonriente. La miré de arriba abajo, tenía una falda negra que le llegaba por encima de las rodillas, una camiseta de tirantes color dorado de algún tejido desconocido para mí y unos zapatos de tacón. Aquella noche salió el Sol.

-Anoa- susurré. -Éneric- gritó emocionada. -Estas preciosa- afirmé -Tú no estas nada mal. La noche se envolvió en un mar de palabras,

pudimos hablar tanto como quisimos, tenía la sensación de conocerla de toda la vida, nuestras confianzas aumentaban en cada segundo tanto como en un año con otra persona. Jamás en mi vida había reído tanto, a veces su voz daba un estupendo masaje a mi mente, su cara lo hacia siempre a mi vista.

Mientras hablaba sus labios se movían de forma hipnotizante, esos labios que me atraían como a un insecto la luz.

-Así que trabajas en una agencia inmobiliaria. -Pues si, además es la que más volumen de negocio

tiene en esta ciudad, estoy muy bien, me encanta mi trabajo, a veces es un poco pesado pero creo que tengo un don y éste es el motivo por el que otras agencias

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importantes me están haciendo interesantes ofertas para que me vaya a trabajar con ellos.

-Bueno y ¿Por qué no lo haces? -Porque tendría que cambiar de ciudad y no me hace

mucha gracia tener que dejar ésta. Aquí es donde he pasado toda mi vida y aquí está todo cuanto conozco. Sinceramente no cambiaría esta ciudad por nada del mundo.

Anoa se llevó las manos a los ojos y comenzó a rascarse -¡uf! Cuanto humo hay aquí.

-¿Quieres que salgamos un momento a la calle? Le propuse.

-Oh si, por favor. Cogí su mano y la llevé hasta la puerta de salida. Su

mano estaba fría a pesar del calor que hacía en ese lugar, pero era tierna, tierna como un bebé.

Mientras yo sujetaba su mano la ilusión sujetaba la mía, y de esa forma íbamos los tres hacia la calle. Llegamos a la puerta de salida y pude ver algo que me sorprendió. Estaba lloviendo.

-¡Oh, mira esta lloviendo!- me dijo. Nos quedamos mirando la lluvia durante un largo

rato desde la puerta, protegiéndonos del agua. Anoa se acercó a mi oído y me dijo de forma mimoseante –me encanta la lluvia- entonces cogí de nuevo su mano y la llevé al centro de la calle. Estaba desierta. Anoa no paraba de reír y poco a poco me contagió la risa.

-El mundo es nuestro-grité mientras me limpiaba las gotas de la cara –Todo nuestro.

¿Qué quieres decir?- me preguntó.

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-Las calles están vacías, somos libres, podemos hacer lo que deseemos – dije, aunque en realidad yo solo deseaba una cosa.

Recorrimos algunas calles, cada vez llovía con más intensidad, saltamos en cada charco que apareció en nuestro camino y corrimos como locos. Nuestras ropas estaban empapadas. Las risas no cesaron nunca.

-Mira ¿Qué es eso?- le pregunté -No, eso no, por favor- rió – Estás loco- siguió

riendo. -¿Como que no?- La cogí de la mano una vez más. Bajo un tejado había un canalón estropeado de donde

salía un enorme y apetitoso chorro de agua que caía desde gran altura. Fuimos directamente a él.

Sin pensarlo dos veces me metí bajo el agua e hice una especie de danza misteriosa improvisada, Anoa casi muere a causa de las carcajadas interminables.

-Anoa ven conmigo. -No, estás loco, me das miedo. -Anda ven, sé que en el fondo lo estás deseando. -Pero como voy a querer…- me miró, se miró –está

bien, lo haré. Se metió bajo el agua, conmigo. Estuvimos haciendo

el tonto hasta quedar agotados, entonces nos quedamos quietos, mirándonos fijamente a los ojos. En ese momento el reloj de arena se detuvo. Mi corazón latía tan rápido que estuvo a punto de pararse, utilicé todas mis energías y saqué fuerzas. Sus labios estaban esperando.

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Mis dos manos fueron a su cintura, la empujé hacia mí, con suavidad, casi sin moverla. Nuestros ojos cada vez más cerca permanecían fijos y sus cuatro lunas dilatadas.

El momento que tanto anhelaba estaba próximo y quería que no llegara para que nunca se acabase, pero ese momento llegó y las mariposas revolotearon libres por nuestros estómagos.

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Capítulo (-1) Fue el comienzo de una era feliz en mi vida, los

meses siguientes fueron maravillosos y la alegría se cosechaba en abundancia. En el trabajo todo marchaba genial y me habían subido el sueldo por tercera vez consecutiva. Anoa y yo decidimos irnos a vivir juntos y así lo hicimos.

Decidimos alquilar una casa en la zona más lujosa de la ciudad, con un enorme jardín y una hermosa piscina. El inmueble por dentro era terriblemente grande. Habilitamos una de las habitaciones para crear un lugar adecuado en el que Anoa pudiera estudiar con tranquilidad y que le fuera lo más cómodo posible terminar sus estudios de Económicas.

Durante todo el día sobraban los abrazos y las caricias, el decirnos “te quiero” se convirtió en algo habitual, hacíamos el amor a todas horas. El amor era el perfume que rodeaba nuestro entorno. Una mirada, una sonrisa o un beso suyo me daban la vida.

-¿Has pensado ya lo del nuevo trabajo?-me preguntó un día.

Yo estaba sentado observando un catalogo de automóviles, pues tenía en mente comprarme uno, levanté mi cabeza y la miré -¿Acaso no estás bien aquí?

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Anoa se acercó por mi espalda, puso sus manos en mis hombros y comenzó a masajearme –Claro que estoy bien aquí, pero el sueldo será mucho más elevado- Tras decir esto me besó en la mejilla.

-Tampoco hay tanta diferencia- le dije. -Pero es que aquí apenas nos queda dinero para salir,

entre el alquiler, el mantenimiento de la piscina y la universidad.

-Si quieres podemos irnos a una casa más pequeña. -No, no te preocupes, aquí estoy muy bien- dijo

mientras se tocaba el pelo. –Pero es que… -Por favor no empieces con lo mismo de siempre. -Sabes que me haría mucha ilusión- su tono era el de

una niña convenciendo a su papá. -A mí me parece una tontería. -Claro, a ti todo lo que yo digo te parece una

tontería- gruñó. -Te he dicho un millón de veces que tienes unos

pechos perfectos ¿Cómo quieres que te lo diga?- le había levantado la voz, siempre me sacaba de quicio con ese tema –Además se trata de una operación, todas las operaciones tienen sus riesgos.

-Sé perfectamente que te gustan mis tetas, me lo repites todos los días.

-¡Pues parece que no te enteras!- le grité –Yo te quiero tal y como eres.

El tono de la conversación era cada vez más tenso, ambos echábamos fuego por la boca.

-No se trata de lo que tú sientas, se trata de mí ¿Por qué coño no piensas más en mí? No te das cuenta que se

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trata de un complejo que tengo desde que tenía quince años. Me parece genial que te gusten, pero tienes que darte cuenta que a la que no le gustan es a mí. Cada vez que me veo desnuda en el espejo me siento fatal.

El ambiente seguía igual de tenso. -Eso son tonterías tuyas- le dije –Creo que

deberíamos contratar a un psiquiatra en lugar de un cirujano.

Anoa comenzó a llorar y salió corriendo hasta nuestra habitación. Fui tras ella. Me la encontré tumbada en la cama, bocabajo y no paraba de llorar. Entonces una punzada atravesó mi corazón y fui a consolarla. Me senté junto a ella y acaricié su pelo.

-Lo siento mi amor, no quería hacerte daño. -Déjame sola. No sabía que hacer, jamás la había visto así, y haría

cualquier cosa por que estuviera bien. -De acuerdo tú ganas. Te prometo que si me surge

alguna oferta de trabajo con mejores condiciones y mejor sueldo la aceptaré, y si es en otra ciudad pues haremos las maletas.

Anoa se giró, ya no tenia lágrimas… y me abrazó. Días después de esta discusión la armonía volvió a

nuestras vidas, el amor volvió a su cauce y todo era como siempre había sido, aunque yo temía una cosa, algo que por mucho que intentara olvidar Anoa siempre se encargaba de recordármelo, día tras día.

-¿Has recibido hoy alguna oferta? -No, todavía no.

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Por suerte y para compensar lo que inevitablemente el futuro me traería, pude elegir un flamante y maravilloso Audi, el coche de mis sueños, cuyo volante no tardaría en tener entre mis manos.

El tiempo voló y el futuro se convirtió en presente.

El día temido había llegado. Por desgracia llegó una interesante oferta de trabajo única y exclusivamente a mi nombre, por lo que Anoa no tardó en enterarse. No tuve más remedio que aceptarla.

El banco, muy amable, al enterarse de la nueva y prometedora oferta no puso ningún inconveniente al conceder el préstamo que necesitaba para pagar el Audi y la operación de Anoa, casi tan cara como el coche.

-Que contenta estoy- repetía una y otra vez –Te ase-guro que vas a hacerme feliz, eres la persona que más quiero, y voy a pasar contigo el resto de mi vida.

Por muy maravillosas que fueran estas palabras, a mí no se me quitaba de la cabeza la enorme deuda que tendría en el bolsillo. Aunque supongo que lo importante era verla feliz.

Poco tiempo después yo tenía el volante de mis sueños en mis manos y los sueños de Anoa cumplidos.

-¿Has visto que bien me quedan? -La verdad es que estás estupenda, pero te recuerdo

que las de antes también me gustaban. Por mucho que no quisiese reconocerlo, lo cierto era

que Anoa se había convertido en una obra de arte. Si antes era perfecta en estos momentos no sabría como describirla.

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Como la deuda era tan grande no tuvimos más

remedio que buscar un pisito pequeño en una ciudad gigante, de donde era originaria la oferta de trabajo.

Tuvimos suerte y logramos encontrar un lugar donde vivir relativamente cerca del edificio donde estaba ubicada la empresa que me había contratado.

Anoa se encargó de la decoración, le encantaban esas cosas y llenó las paredes con cuadros pintados por ella misma. Tenía muy buena mano para la pintura.

-Te quiero- solía decir cada vez que se cruzaba conmigo –No podría vivir sin ti, tú le das sentido a mi vida, si no estuvieras conmigo nada tendría sentido, gracias por existir.

Los días pasaban con normalidad pero mi felicidad iba en aumento. Todos los momentos eran brillantes, nuestro amor estaba en pleno apogeo. Anoa hacía que el pequeño piso se convirtiera en un palacio en donde ella era la princesa.

-Hoy estás muy guapa princesa- le decía todos los días. Yo sabía que le encantaba que la llamara princesa. Cuando lo hacía sus mejillas se convertían en jugosas manzanas y con su ligera sonrisa conseguía uno de mis abrazos. ¡Como la quería!

Un día, en lo mejor de la relación, me dijo que tenía

que irse unos días a nuestra ciudad de origen, para solucionar unos temas de papeleos en la universidad, que estaría en casa de sus padres durante ese periodo y no tardaría mucho en volver.

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-Tardes lo que tardes te echare de menos- la besé con suavidad –Pero no te preocupes, tú soluciona lo que tengas que solucionar, lo mejor para ti será lo mejor para los dos.

-Te quiero mucho- me abrazó –haré tolo lo posible para estar aquí contigo cuanto antes.

Esa noche dormimos abrazados como casi todas las noches pero con la diferencia de que no nos despegamos en ningún momento. Al llegar la mañana se fue.

Durante los siguientes días el silencio parecía más

silencioso que nunca, toda la casa se había quedado muda y tenía la enorme necesidad de llamarla a todas horas.

Sus palabras saliendo del auricular del teléfono tenían en mí un efecto relajante y tranquilizador. Oírla reír ablandaba mi corazón y lo hacia más grande. En cada palabra podía imaginar sus gestos. Su forma de ser alegraba mis momentos y conseguía sacar el sol en mi invierno, mi vida entraba en armonía…No me esperaba en ningún momento lo que iba a pasar.

Poco tiempo antes de regresar Anoa comenzó a mostrarse distante y fría en las conversaciones telefónicas -¿te pasa algo?- solía preguntarle. Ella cambiaba de forma sutil el tema y colgaba el teléfono en cuanto podía –Tengo que irme, mañana hablamos- Las conversaciones de dos horas se redujeron a apenas cinco minutos. Mi corazón ciego se negaba a ver la realidad –Estará cansada, mañana será la de siempre.

La situación fue empeorando, misteriosamente no cogía el teléfono –Perdóname es que no tenia el móvil

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encima- me decía mientras yo me volvía loco intentando localizarla. Fueron días muy malos, la paranoia absorbía mi cerebro –Pero que pasa ¿Cuándo vas a volver? – le preguntaba constantemente. Casi pierdo mi racionalidad, me obsesioné con ella.

Hasta que un día volvió. -¿Por qué no has traído las maletas?- la miraba una y

otra vez. -Éneric, no voy a quedarme- dijo alargando las

palabras Me acerqué a ella e intente besarla, me apartó de un

empujón -¿Pero que haces?- me gritó. -Sólo intento darte un beso ¿Qué está pasando? -Éneric sabes que últimamente la relación no iba

muy bien. -¿Qué? -No es por ti, de verdad, he sido muy feliz contigo

pero las cosas terminan, y cuando terminan no hay nada que hacer. Por favor no insistas. Sé que todo esto puede parecerte muy brusco pero créeme, tú y yo no somos compatibles y es lo mejor para los dos. Por favor no llores, es la primera vez que te veo así. Verás como encuentras a alguien con quien estarás mucho mejor que conmigo. No te eches la culpa. Es una decisión que me ha costado mucho tomar y no hay ningún motivo especial, eres encantador.

Tras una larga conversación me dejó claro que no

quería seguir conmigo pero no me dio una explicación, y entonces aprendí algo muy importante: “cuando una

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relación se rompe por ningún motivo es porque hay algo que no se quiere o no se puede revelar”.

Me dejó con una seguridad y una frialdad tan grande que ni siquiera me parecía la misma persona de la que estaba enamorado. Durante toda la conversación quise decir algo pero no podía, mi lengua era de piedra. En ese momento si hubiera tenido una espada hubiera atravesado su corazón como ella estaba atravesando el mío con sus palabras.

Algún tiempo después me enteré del autentico

motivo de la ruptura. Mi querida Anoa, quien aseguraba querer pasar conmigo el resto de su vida, la que se consideraba la chica más feliz del mundo a mi lado y quien no podía vivir sin mí, había decidido dar un cambiazo y sustituirme nada más y nada menos que por mi antiguo jefe, dueño de la inmobiliaria más importante de mi ciudad natal, ciudad que no pisaré jamás, ya que no tengo ninguna intención de reencontrarme con el pasado. Ni con el pasado ni con nada.”

Éneric abrió los ojos, la realidad lo deslumbró y le

mostró el mensaje de siempre: “Todo ha terminado.” Su corazón ardía tanto que podía notar como

quemaba su pecho y el aire se le hizo tan espeso que apenas le entraba en los pulmones. Sus ojos se convirtieron en un inagotable manantial de agua salada.

Sus pensamientos se desviaron y recrearon la imagen de Anoa riendo, bailando, colocándose el pelo con las manos y lo peor de todo, abrazando a otro hombre de la

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misma manera que lo abrazaba a él. De golpe un enorme dolor le hizo llevarse las manos a la boca, cuando las apartó pudo verlas llenas de sangre, sangre proveniente de uno de sus labios, el inferior concretamente. El hecho de imaginarse a Anoa con otro le había provocado tanta rabia que de forma inconciente se había mordido el labio hasta atravesarlo con sus colmillos. Éneric sonrió. La sangre cubría su mandíbula y goteaba desde ésta sobre la camiseta, una camiseta que unos minutos antes era blanca y en esos momentos parecía un lienzo pintado por algún artista de arte contemporáneo.

Se levantó y se acercó al equipo de música, por el camino dejo una hilera de gotas rojas en el suelo. Con el dedo índice de su mano derecha ensangrentada pulsó el botón de expulsado del reproductor de cd´s. La bandeja salió conteniendo un disco de Tchaikovsky, Éneric extendió su mano y lo cogió por los bordes, lo acercó a su cara y lo utilizó como si fuera un espejo de cristal. Cuando vio su cara se quedo inmóvil como las gotas de sangre en el suelo y comprendió algo. “Si un pequeño dolor como este ha conseguido anestesiarme, otro dolor mucho mayor puede hacerme olvidar para siempre el sufrimiento que llevo dentro” Entonces cogió las llaves de su coche y salió por la puerta.

Éneric estaba siendo llevado por doscientos veinte

caballos desbocados –Necesito encontrar una gran recta- se decía mientras esquivaba asustados conductores que tocaban el claxon a su paso. Siguió buscando, dando vueltas por toda la ciudad pero no encontraba nada. –Voy

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a mirar en el mapa- sacó un mapa de la guantera en el que venían todas las calles de la ciudad –Ésta es perfecta- siguió el camino indicado en el mapa para llegar a una gran recta.

No era la más larga de todas pero tenía algo que las demás no tenían, una bonita y peligrosa curva casi al final. –Ya te tengo, eres mía- gritó en cuanto llegó a ella.

Éneric pisó el acelerador. Los caballos rugieron como leones, apenas había trafico, el motor alcanzó su máxima potencia, la curva se acercaba, Éneric no pensaba, sintió miedo, cerro los ojos, empezó a notar como la aceleración lo dejaba clavado en el asiento, sentía miedo, abrió los ojos, la curva estaba muy cerca, cerró los ojos, comenzó a pensar, recordó el sabor de un helado de chocolate, los placeres de la vida se presentaron de forma fugaz, se dio cuenta que su vida era mucho más importan-te que cualquier situación amarga por la que pudiera pasar. La vida es lo único que tenemos y si la perdemos todo se va con ella. Tenía que pisar el freno o todo terminaría para siempre, abrió los ojos, levantó el pie del acelerador y se dispuso a frenar, pero fue inútil, un segundo después de abrir los ojos el coche atravesó la curva y volaba por encima del terraplén. Éneric cerró los ojos.

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Capítulo Zero

Éneric abrió los ojos, una luz blanca lo cegaba. Podía distinguir ante él la figura de una mujer que le decía algo:

-¿Estás bien? Parecía ser la silueta de Anoa. Éneric se esforzó para

hablar y lo consiguió –Anoa, cariño, he tenido una terrible pesadilla, me

dejabas por otro y yo me volvía loco, al final intenté suicidarme pero antes de morir todo… ya estoy despierto y te aseguro que es un gran alivio- tras decir esto Éneric sonrió y se sintió relajado, maravillosamente relajado. Cerró los ojos.

-Lo siento señor creo que está delirando. Éneric abrió los ojos como nunca y la figura de

mujer se volvió nítida y clara. Era una enfermera y estaba en un hospital.

-Tranquilícese señor acaba usted de despertar de un estado inconsciente y necesita reposo- la enfermera lo sujetaba mientras decía esto. Éneric intentaba levantarse del colchón inútilmente, pues su debilidad lo dejaba tan fuerte como un niño de dos años –por favor relájese- la enfermera tocó el timbre para pedir ayuda –pronto se encontrará mucho mejor.

Al cabo de unos segundos la habitación se llenó de

médicos y enfermeras. Uno de los médicos se le acercó y le hablo al oído: -Señor Éneric, soy el doctor Tomilson, ha

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despertado usted después de un grave accidente, debe dar gracias de seguir con vida, muy pocos sobreviven a un accidente de tal intensidad, pero son muchos menos los que despiertan con tanta energía como usted.

Éneric dudaba si la pesadilla era lo del accidente o lo que le estaba sucediendo en aquella habitación del hospital.

Los días pasaron. La recuperación fue bastante rápida. Gracias a los

sistemas de seguridad del magnifico vehiculo no le quedó ninguna secuela. La verdad es que los médicos estaban muy sorprendidos, no sólo por la supervivencia, sino también por la recuperación tan rápida que tuvo tras el despertar.

-En los treinta años que llevo en este hospital- solía decirle un medico con cara de tortuga a Éneric cada vez que entraba en su habitación –jamás he visto algo semejante. Créame señor si le digo que si ha superado un accidente de esa intensidad con tanta relativa facilidad y se ha recuperado con tanta rapidez es porque debe haber algún motivo que científicamente no se puede demostrar. Me sorprende, créame que me sorprende.

Unos días antes de recibir el alta, un celador del

hospital entró en la habitación de Éneric con un carrito que tenía un ligero ruido a desengrasado.

-Durante tu largo sueño alguien vino y dejó esto para ti- el celador cogió una maleta que había sobre el carrito y la puso sobre la cama de Éneric –me temo que es la única

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visita que recibió. No sé que contiene y tampoco tengo conocimiento de quien la dejó, de lo que estoy seguro es que no contiene nada peligroso, seguramente lo habrán examinado en recepción.

Éneric levantó su cuerpo y colocó la maleta con

lentitud sobre sus piernas. Por un instante pensó que podía tratarse de una bomba que haría saltar todo por los aires “tal vez la muerte ha realizado mal su trabajo y ahora ha venido a buscarme… pero que estoy pensando, esta maleta es demasiado grande para contener un bomba, además se abre con cremallera ¿Que idiota crearía un sistema de explosión activado con una cremallera?”

Abrió la maleta. -¿Pero que es esto? Es mi ropa ¿Cómo ha podido

llegar hasta aquí? ¿que significa esto? Y dices que la persona que la trajo no dejó ningún dato. Es todo tan extraño.

-Tan sólo dejó un papel en el que decía que el contenido era para usted. Nada más.

El día del alta llegó. Éneric estaba totalmente

recuperado y no necesitaba permanecer ingresado más tiempo. Buscó la ropa más cómoda de la maleta para ponérsela. Estaba casi terminando de vestirse cuando un auxiliar abrió la puerta.

-Por favor señor Éneric. El director le espera en su despacho, dice que se dé un poco de prisa. Si quiere le acompaño.

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-Si por favor, no me gustaría perderme en un edificio como este.

El auxiliar guió a Éneric por el inmenso laberinto de

inevitable olor a penicilina y otros medicamentos hasta el lugar que nadie hubiera encontrado por sus propios medios.

-Bien señor, yo le dejo aquí, es esta puerta- dio un par de golpes con sus nudillos y se alejó.

Momentos después la puerta se abrió. -Entre usted por favor señor Éneric y siéntese.

Tenemos que hablar de algunos asuntos. El hombre que abrió la puerta tenía el típico aspecto

de director de hospital, abundante pelo blanco, cara redondita con barba bien recortada del mismo color que el cabello y la típica sonrisa petrificada de la que todos se fían. Y por supuesto estaba bastante gordo.

Al pasar la puerta pudo darse cuenta que había alguien sentado frente a la mesa del director. Éneric no podía verle la cara ya que estaba de espaldas a él, lo que si podía ver era el espeso humo que salía de un cigarro puro que sujetaba con sus largos dedos y se acercaba constantemente a la boca. Sobre la mesa podía verse otro hilo blanco que subía casi hasta el techo desde un cenicero donde yacía otro cigarro casi entero. Éneric supuso que debía pertenecer al director del hospital “vaya ejemplo” pensó.

El misterioso señor hizo girar la silla en la que estaba sentado y se levantó.

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-Encantado de conocerle Señor Éneric, me alegra verle en buen estado, el director Mans me ha contado todo sobre el accidente. Quien iba a decirle que si hubiera permanecido un minuto más en el coche su cuerpo sería ahora un montón de cenizas. Buen trabajo el de los bomberos ¿no cree? Por cierto mi nombre es Solarius.

Solarius estaba de pie frente a él, Éneric no podía

dejar de mirarlo de arriba abajo, era un ser extraño, extremadamente alto y delgado, bien vestido pero dando la apariencia de lagartija anoréxica, en su cara blanquecina podían distinguirse todos los huesos.

-Muy bien pero ¿Qué es lo que realmente quiere de mí?- preguntó Éneric mientras se rascaba la cabeza.

-Pues…he venido a decirle. Bueno más bien he venido ha explicarle que…

-Por favor tomen asiento, hay sitio para todos- cortó bruscamente el director Mans –puede que sea un tema delicado y necesitaremos bastante tiempo ¡oh si Éneric! Puede coger esa silla si cree que va a estar más cómodo, acérquese por favor junto a la mesa.

Un vez que estaban colocados cada uno en su

asiento, en una posición triangular donde cada uno de ellos se convertía en un vértice alrededor de la mesita de cristal que Mans había acercado en el centro y podían verse cara a cara, Solarius decidió iniciar la conversación.

-La verdad no sé como empezar, se trata de algo muy

delicado. Por favor no se distraiga, ya tendrá tiempo de

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mirar por la ventana cuando haya terminado. Soy corresponsal financiero de su banco y tengo la obligación de ponerle al día sobre su situación económica actual. Voy a quitarme la chaqueta, tengo calor- se levantó y dejó la chaqueta en la percha que estaba al lado de la puerta, luego volvió a su sitio- Mire, usted ha sido un buen cliente durante todos estos años pero me temo que la situación ha cambiado. Los préstamos que ha recibido, a un bajo interés tengo que decir, han consumido casi por completo su cuenta, ya sabe que las deudas deben pagarse y los bancos no se preocupan por su estado de salud, por si usted estaba inconciente o muerto, simplemente se preocupan de recuperar el dinero prestado más los intereses. ¡oh claro que no intento darle una lección de Economía! El caso es que los préstamos no estaban pagados totalmente.

-¿No estaban?- preguntó extrañado Éneric queriendo saber realmente “¿es que ahora ya lo están?”

-Déjeme que continúe. Usted tenía un seguro privado de salud, un buen seguro según tengo entendido, que le cubría todo, o más bien casi todo. Verás, el seguro le cubre todo siempre y cuando no sea provocado por intento de suicidio.

Éneric se llevo las manos a la cabeza, empezó a notar

como las realidad se convertía en un infierno, tenía ganas de llorar pero no lo hacía, su pecho sentía la presión de la pisada de un elefante y para colmo Solarius seguía hablando.

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-…como la aseguradora no quiere entrar en juicios para evitar escándalos provocados por esta cláusula desconocida por muchos, ha decidido, tras llegar a un acuerdo con el banco, pagar el resto de la factura emitida por el hospital y de la cual usted no puede hacerse cargo por completo. Para terminar de pagar los prestamos que tenía con nosotros y parte de la factura del hospital hemos decidido obtener el dinero vendiendo sus participaciones del fondo de inversión que usted poseía desde hacia varios años. Comprenda que es lo mejor que hemos podido hacer por usted, si el banco hubiese querido se podría haber adueñado del fondo pues al no disponer de aval usted lo puso como garantía al recibir el préstamo. Lo siento, sé que es muy duro, en estos momentos no dispone de dinero pero verá como sale adelante. Tengo que irme, me espera un día muy largo y no puedo quedarme más tiempo aquí- Solarius cogió su chaqueta y salió por la puerta tan rápido como pudo.

Éneric y el director Mans quedaron frente a frente sin

decir nada, sentados como piedras, silenciosos como la oscuridad, incómodos por la tensión de la situación. En ese momento el director sacó una pequeña caja de cartón de un mueble que tenía justo detrás y se la dio a Éneric.

-Esto es lo que pudimos recuperar del accidente, algunas cosas estaban en tus bolsillos.

Éneric abrió la caja, en ella se encontraban las llaves de su casa, algunas monedas de poco valor, el teléfono móvil completamente destrozado y su cartera con toda la documentación en el interior. Mientras miraba el interior

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vio caer un billete de bastante valor dentro de ésta. El director no pudo aguantar la presión del momento y su corazón se le hizo algodón- Ve a comer algo- le dijo. En realidad Éneric se sintió fatal, nunca antes imaginó que algún día recibiría limosna, sus ojos se encharcaron y todo se le hizo borroso.

Mientras iba de camino a casa en el taxi, sólo

pensaba una cosa, que la vida no cambia poco a poco, sino que cambia de golpe y cuando menos te lo esperas. Miraba unos meses atrás y se veía feliz, miraba el presente y no reconocía su propia vida, no tenía a nadie a quien pedir ayuda y no quería por nada del mundo que sus amigos y sus familiares lo vieran en esta situación tan desastrosa, sobre todo su madre, pensaba en ella y no quería disgustarla por nada. Él era para ella el gran triunfador de la familia, un gran ejemplo a seguir, el hijo perfecto para sentirse orgulloso frente a las vecinas. ¿Estaría preocupada después de todo este tiempo sin saber de él? ¿Debía llamarla para tranquilizarla? Así lo hizo, paró en una cabina y la llamó. Por suerte su madre no se había enterado de nada y no tenía ninguna preocupación por él, Éneric terminó la conversación diciéndole que se iría al extranjero y que estaría algún tiempo sin poder contactar con ella pero que no debía preocuparse por él, que cuando volviera la llamaría. Colgó y lloró como un bebé. Éneric tenía ganas de llegar a casa y meterse en la cama para olvidarse de todo. Esta situación tan dura lo había dejado agotado. Hacía unos días estaba inconciente “ojala me hubiese quedado así” pensó.

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Volvió al taxi y terminó el trayecto, no tuvo que

andar mucho para llegar al portal cuya puerta se encontraba abierta, además el taxista le bajó la maleta del coche. Miró su buzón correspondiente al entrar para ver si tenía alguna carta pero estaba vacío, tan vacío como su vida. Subió las escaleras con lentitud hasta llegar a la puerta de su casa. El taxista ya se había ido. Mientras cogía el manojo del bolsillo Éneric soñaba con soñar pacidamente sobre su cama. Seleccionó la llave correspondiente y se dispuso a abrir la puerta pero algo ocurría, era incapaz de abrirla. Pensó que se había equivocado de llave y probó con todas y cada una de ellas pero no pudo ¿se habría oxidado? Éneric desesperado se acurrucó y adoptó la posición fetal apoyándose en la maldita puerta. Se quedó dormido al instante.

Cuando se encontraba en lo más profundo de su

sueño algo lo despertó, parecía un terremoto, o tal vez el tambor de una lavadora en el periodo de centrifugado. No fue eso, tras espabilarse pudo darse cuenta que alguien lo estaba zarandeando.

-Eh, ¿Qué hace ahí? Va a molestar a los inquilinos, deben estar a punto de llegar.

-Señor casero, que alivio, no se preocupe, el inquilino soy yo, soy Éneric, tengo problemas para entrar, mire…la llave no sé que le pasa pero me ha sido imposible abrir la puerta- Éneric sacó el manojo de llaves mientras decía esto.

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-Evidentemente. No ha podido abrir porque ninguna de esas llaves es la que abre la puerta. Yo personalmente cambié la cerradura.

-¿Cómo dice? ¿que ha cambiado usted el que? ¿acaso no pudo avisarme? Me gustaría recibir una explicación de este cambio- gritó Éneric enojado.

-La explicación es muy rápida y sencilla: ¡usted ya no es el inquilino de este apartamento!- contestó el casero con la voz todavía más elevada que Éneric

-¿Qué? -Como hacía tanto tiempo que usted no me pagaba el

alquiler y me enteré del accidente del que me dijeron los médicos que sería muy difícil que saliera adelante, aunque lo veo estupendamente la verdad, decidí volver a alquilar el apartamento. Los muebles me los he quedado como compensación económica por los atrasos. Cuando estuve en el hospital le llevé una maleta con su ropa ¿se la entregaron? Ya veo que si. Pues me temo que ya no puede quedarse. Mire por ahí viene la familia que vive ahora aquí, no se preocupe seguro que encuentra otro lugar mucho mejor que éste.

-Que hijo de puta- le dijo. Éneric salió a la calle. Sus pertenencias se reducían a

una maleta llena de ropa y a un billete recibido como limosna del que ahora no sabía que hacer, si alquilar una habitación para pasar la noche o ir a comer a un restaurante. El billete era de gran cantidad y le daba de sobra para hacer una de las dos cosas pero por desgracia no llegaba para las dos, así que debía pensarlo muy bien.

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Éneric tenía tanto sueño y estaba tan cansado que

decidió alquilar una habitación en una pensión que había en la misma calle donde estuvo viviendo y que era la única que conocía.

Era demasiado temprano para dormir y demasiado tarde para comer. No tuvo otra opción, entró en la habitación, dejó la maleta en el suelo y se tumbó en la cama sin quitarse la ropa. Antes de que su cabeza tocara la almohada ya estaba en el mundo de los sueños, algo que por desgracia no duró mucho ya que el hambre lo despertó a la media hora.

El estomago de Éneric rugía como lo hacía el motor de su coche antes del accidente, no podía dormir, lo intentó durante unas cuantas horas pero fue imposible. Las imágenes de exquisitos alimentos, dulces y frutas eran una pesadilla fuera del sueño. Éneric no podía más, necesitaba comer algo. Había dado tantas vueltas en la cama que las sabanas estaban tiradas por el suelo. Pensó que con el dinero que le había sobrado podía acercarse a alguna multitienda de las que tienen abierto veinticuatro horas y comprar algo de comida, pues los comercios normales ya estaban cerrados a esas horas. Ya era de noche y bastante tarde.

Éneric recordó que al pagar la estancia de la pensión metió el dinero sobrante dentro de la maleta junto con toda la ropa. Para no perder el tiempo, pues su estomago lo obligaba y volvía loco de hambre, Éneric cogió la maleta y se fue con ella a buscar alguna tienda que estuviese abierta a esas horas. Guiado por el hambre o tal vez por el

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instinto y tras andar mucho, pudo encontrar una maquina expendedora de comida apoyada en la pared de un comercio, ya cerrado, bastante lejos de la pensión, allí vació la maleta para buscar el dinero y compró todo lo que pudo. Instantes después la hiena tenía el estomago sobradamente completo.

Saciada ya su hambre pero no el sueño Éneric decidió volver a la cama pero había un gran problema, no sabía volver a la pensión, estaba perdido como un niño en un centro comercial que se aleja de sus padres. Así que después de dar muchas vueltas, cuando encontró un hueco bajo las escaleras de la entrada de una casa no dudó en meterse. Allí se acurrucó. Hacia frío, por lo que utilizó la maleta como muro o pared para protegerse del aire que soplaba helado como el filo de un cuchillo recién afilado.

Así, en ese triste lugar paso Éneric su primera noche en la calle, hasta que llegaron los primeros rayos del sol. En ese momento le quedó bien claro que cuando la vida se ensaña con alguien lo hace de verdad, pues al despertar pudo ver que la maleta ya no estaba, se la habían robado, y con ella se habían llevado también las migajas de esperanza que tenía de mejorar su situación. Y como un perro manso llevado por su amo, Éneric con resignación se puso el collar y entregó la cadena a las manos del destino.

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Capítulo 1

Las botas de Éneric se seguían sin ganas mientras recorrían una ciudad completamente desconocida para él. El desconcierto hacía que el camino a ninguna parte se hiciera el más largo de cuantos había recorrido en su vida, dando a los segundos el poder de dilatación con el que conseguían ser tan largos como el camino. Un tiempo que no pasa y un camino que no termina. Así era su vida. Como un árbol sembrado en el desierto, se sentía sólo y fuera de lugar.

Cada vez que miraba a sus manos los ojos derramaban agua salada. Tan delgadas, tan limpias, tan finas, tan vacías. No dudaba en meterlas en los bolsillos, unos bolsillos tan vacíos como sus manos.

-Camina, camina, vamos camina -se decía -¿pero a donde? No importa, tú sigue andando.

El sol de la mañana era lo único que tenía. Suave y

amarillo rozaba su cara. Caliente y dulce “si pudiera guardarte para la noche”. La noche lo aterrorizaba desde el inicio del día, su primer día. Prefería no pensar en ello, simplemente pasear y olvidar su vida.

La ciudad parecía más gris que nunca, un gris

subjetivo que podía entristecer unicornios, un gris más

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oscuro que el mismísimo negro. Los edificios parecían titanes dispuestos a luchar unos contra otros, no paraban de mirar a Éneric, que seguía dando vueltas por semejante laberinto infinito donde no existía ni principio ni final.

El suelo que se iba endureciendo a cada paso implicaba que en cierto momento dar uno más suponía sentir dolor. De esta manera era inevitable tener que sentarse en cualquier parte, lo que provocaba, pues todo estaba tan duro como el suelo, ligeros dolores por todo el cuerpo y un fuerte dolor de espalda. Por lo tanto Éneric debía decidir que parte del cuerpo prefería sacrificar, si la espalda o los pies.

El tiempo, aunque despacio, iba pasando. Cuando

quiso darse cuenta ya había pasado el medio día y se acercaba la tarde. Y lo mismo sucede en la vida, cuando nos damos cuenta ya ha pasado el medio día, la tarde y si nos descuidamos la noche.

No había comido y sabía que tarde o temprano tendría hambre. Lo había pensado varias veces a lo largo de su tremenda caminata e intento saber como conseguir algo para llevarse a la boca en el momento que su estomago se lo pidiera. Por supuesto no estaba dispuesto bajo ninguna circunstancia a coger comida de la basura. Lo que ocurrió es que surgió algo que no había tenido en cuenta en todo el día y que nunca se lo hubiera imaginado: La sed.

Había pensado en buscar un albergue donde le dieran comida, un restaurante donde pedir lo que pudiera sobrar o incluso donar sangre para que le regalasen un

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bocadillo. No encontró nada, a excepción de un pequeño bar-comedor en el que las palabras del cocinero-¡si quieres algo lo pagas!- alejaron a Éneric tan rápido como había entrado. Se sintió tan avergonzado que no quiso volver a pedir nada en ningún otro sitio.

Creía que moriría de hambre, pero eso fue antes. Pensaba que quien lo sacaría de este mundo sería un estomago vacío. Eso pensaba, hasta que comenzó a sentir que la boca se le secaba. Le faltaba el agua y en ningún momento la había echado en falta.

-Joder que sed tengo ¿Cuánto tiempo llevo sin beber? más de un día eso seguro ¿tengo que encontrar una fuente?- se dijo.

Éneric sentía como si estuviera mascando algún

tipo de hierba seca. Al separar sus mandíbulas notaba como la lengua se pegaba al cielo de la boca. Nunca había sentido tanta sed, o quizás nunca había dado tanta importancia a no tener agua cerca.

Abrió sus ojos tanto como pudo para buscar una fuente donde beber, donde saciar su necesidad, una necesidad que ha existido durante toda la vida y que se presentaba por primera vez en la suya. Al menos a esos niveles.

A pesar del dolor de pies que lo frenaba otra fuerza

mayor lo impulsaba, el miedo. Corría tanto como su naturaleza le permitía y su corazón acelerado era como un tambor indio.

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Cada vez notaba su pulso más acelerado y su boca más seca. Miraba, miraba y miraba pero no lograba ver nada. Tenía la sensación de haber recorrido más calles en esos minutos que en todo el día. Ahora si que estaba perdido ¡ojala estuviera lloviendo!

Ya no podía más, notaba el latido de su corazón incluso en lo más profundo de sus botas. Tuvo que parar a descansar. No se sentó, simplemente se dobló como una escuadra quedando su espalda en paralelo al suelo. Sus ojos que miraban hacia abajo pudieron ver a tres hormigas ayudándose para llevar una enorme pipa de girasol. Que perfección en el trabajo, que compenetración, que manera de ayudarse unas a otras, que compañerismo, que lección para la humanidad. Por un momento olvidó su sed y deseó ser una hormiga.

Cuando el tambor bajó el ritmo Éneric se enderezó. Frente a él vio a un joven que se acercaba con una lata de refresco en sus manos. –voy a pedirle que me de un trago y cuando la tenga me la beberé entera- pensó.

El poseedor del tesoro se acercó a pasos lentos y agigantados, Éneric ya saboreaba el refresco sin tenerlo entre sus labios.

Cuando el chaval quedó a su altura Éneric estiró su dedo índice y apuntó al refresco dispuesto a hacer su petición. El joven lo miró extrañado, se detuvo unos segundos, sonrió y se alejó.

Éneric estaba inmóvil y seguía con el dedo índice apuntando, esta vez hacia ninguna parte. Su corazón seguía latiendo pero él parecía de piedra.

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No fue capaz de pedir un trago porque sus palabras se habían evaporado. Lo había intentado, de eso estaba seguro, pero no pudo hablar. Abrió la boca pero no salió nada. Estaba muy asustado, nunca le había pasado nada similar -¿Me habré quedado mudo?-se preguntó. Intentó contar en voz alta del uno al diez pero fue imposible -¿y si Dios me ha castigado por intentar quitarle la bebida a ese chico?

La vista comenzó a nublarse y un intenso dolor de

cabeza martilleaba el cerebro de Éneric. Era como una tremenda resaca. Además sentía una especie de vértigo que apenas le dejaba mantenerse en pié –voy a morir, voy a morir de sed-

No se rindió, siguió andando como pudo y cuanto pudo durante horas. Muy de vez en cuando tenía que parar. Intentó explicar a quien se encontraba a su paso que era lo que le ocurría, mediante gestos, como si fuera un mimo. Pero entre el vértigo, la visión borrosa y que nunca había practicado mímica lo único que produjo fue la risa de quienes lo miraban.

Desesperado avanzó por una calle hasta que llegó a una esquina, allí paró otro momento. A lo lejos le pareció ver un pequeño jardín en medio de una plaza. No lo distinguía bien pero las formas de los árboles eran inconfundibles. -Bonito lugar para morir-

Los tristes pasos de Éneric lo acercaron a su imaginado lecho de muerte. Allí estaba, iluminado por unas farolas que anunciaban la noche. Un lugar hermoso en medio de una ciudad gris. Unos grandes árboles que

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rodeaban un suave y bonito césped verde recién regado ¡Recién regado!

Éneric se lanzó sobre el césped como si lo hiciera en una piscina y comenzó a chupar la hierba húmeda. Como un perro buscaba los pequeños charcos que absorbía hasta quedarlos secos. No era suficiente. Encontró un gran charco y se arrodilló ante él, agachó la cabeza y metió sus hocicos en el agua. Parecía que iba a quedarse a vivir allí, en aquel paraíso mojado.

Donde pensó que iba a morir recuperó la vida. Mientras saciaba su ansia de agua notó que alguien

tocaba su espalda. Éneric giró la cabeza y miró de reojo. -¿Qué quieres?- ya podía hablar. El extraño le ofreció una botella de plástico llena de

agua. Éneric se levantó, la cogió y la bebió entera. -Gracias- dijo Éneric bajando la mirada. -Vengo aquí casi todos los días a llenar las botellas.

Suelen encender los aspersores cuando empieza a anochecer. Si hubieras llegado un poco antes lo hubieras visto. Mi nombre es Kórbac ¿Cómo te llamas?

-Éneric. -¿Es tu primer día?- preguntó Kórbac. Éneric simplemente asintió. Kórbac brillaba en esos momentos como un ángel.

No era un ser muy alto, tal vez uno o dos centímetros más que Éneric. La delgadez de su cuerpo podía intuirse en la cara aunque no parecía demacrado. Estaba cubierto por un enorme abrigo grueso de color ocre y sus piernas llevaban

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unos pantalones anchos de pana. Posiblemente los rellenaba de papel de periódico en momentos de mucho frío. Las botas que tenía eran bastas y fuertes como las de Éneric.

Su pelo ondulado, canoso y muy alborotado se movía con el ligero aire que soplaba. Llevaba unas gafas de pasta gruesa, los cristales eran finos y no parecían tener mucho aumento. Tenía una dentadura perfecta y la escasa barba corta, como si se hubiera afeitado el día anterior. La cara parecía ser de alguien interesante, arrugas marcadas pero que no le hacían parecer muy mayor.

Éneric se fijó en que tenía las manos y la cara muy limpias.

Kórbac se alejo unos metros y cogió una mochila

que había en el suelo. No estaba muy vieja y en otra época debió pertenecer a algún niño que la utilizaba para ir al colegio. Parecía estar llena.

-Es donde guardo las botellas de agua. Con esto tengo para dos o tres días, aunque ahora estando tú supongo que tendré que venir más a menudo.

-¿Estas insinuando que quieres que vaya contigo? -Claro. La vida en la calle es muy difícil. Que

mejor que empezar con un buen maestro. -Estoy agotado. Llevo todo el día andando y no he

comido nada. Necesito descansar. -No te preocupes. Te llevaré al lugar donde

solemos pasar las noches los que vivimos en la calle. No está muy lejos. Es una vieja estación de tren abandonada.

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Además allí tengo escondido un buen abrigo, te vendrá bien. Algunas veces el frío puede ser demoledor.

-Lo sé. Ayer dormí bajo una escalera. -Lo de ayer no fue nada.

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CAPÍTULO 2

Éneric no se planteó si el desconocido podía

hacerle algún tipo de daño. No sabía por qué pero se fió de él. Tal vez tenía más miedo a la soledad que a lo que pudiera venir, quizás pensó que alguien que ofrece una botella de agua no debe ser muy malo. Fuera como fuese allí iban los dos, caminando con lentitud por una de las numerosas calles de la ciudad.

-Creí que iba a morir- dijo Éneric muy bajito. -Bueno. Así hubieras terminado con todos tus

problemas ¿no? La muerte es el final. -Pero no es la solución. -¿Tú que sabes? -Intenté suicidarme. Antes de morir supe que es un

error. Hay que luchar por la vida hasta la muerte. -Claro. Por eso estamos aquí. -Nunca le había dado tanta importancia al agua. Es

algo que sabes que es vital desde que naces y sin embargo…

-El agua es lo más valioso de este mundo, al menos para nosotros –cortó Kórbac bruscamente- el oro, los diamantes o las piedras preciosas no tienen otra utilidad que la de ser vendidos. Sin embargo es lo que más valoramos…

Éneric sabía que tanto el oro, como los diamantes y

las piedras preciosas se utilizaban en la industria, ya fuera en la creación de aparatos electrónicos, láser, o en

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medicina. Pero no quiso decir nada, simplemente lo dejó seguir hablando.

-…no nos damos cuenta que sin agua nuestra vida desaparecería. En menos de una semana cogeríamos un vuelo directo en primera clase hasta el otro mundo.

Como todavía queda algo de camino hasta que lleguemos, voy a contarte una historia que puede resultar entretenida:

“En Crabet, un reino muy lejano situado en medio de un gran desierto, el Rey Tross, para celebrar el cumplimiento de un siglo de edad, decidió en su cumpleaños realizar una serie de pruebas en las que el vencedor obtendría un valioso premio.

Fueron muchos los que asistieron al evento, pero solo dos quedarían como finalistas. Tanto hombres y mujeres jóvenes como ancianos y ancianas, niños y niñas podían participar. Las pruebas, aunque desconocidas, se sabía que serian duras y difíciles de superar, pero ninguno quiso desaprovechar la oportunidad.

El día llegó. Todos esperaban el amanecer, que era

cuando el rey alcanzaría en años el número cien y cuando comenzaría la primera prueba. Conocida como “La criba”.

Los gallos ya habían comenzado a cantar hacía tiempo. En las retinas de los participantes aparecía la imagen del palacio real que seguía cerrado ante ellos.

-Ya mismo saldrá el rey a explicarnos en que consiste la primera prueba –decía uno

-Estoy ansioso por que empiece.- contestó otro

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-Espero que salga pronto porque tengo cosas que hacer en casa –protestó una mujer regordeta que se frotaba las manos constantemente.

Al principio nadie estaba pendiente de las puertas y

las ventanas del palacio. Pero cuanto más pasaba el tiempo más envenenadas estaban las venas de impaciencia y más se fijaba la gente en la apertura de las puertas.

El tiempo seguía pasando y allí nadie daba señales de vida. La multitud comenzó a impacientarse y muchos comenzaron a protestar.

-Vaya tomadura de pelo. -Ya decía yo que era muy raro que un rey se

acordara de nosotros. -Seguro que se ha olvidado. -Tal vez se ha ido de viaje. -La que se va ir soy yo –dijo la mujer que se frotaba

las manos- pues anda que no tengo cosas que hacer. -Yo también me voy. Estoy cansado de esperar. La multitud comenzó a desvanecerse. Cuando el sol

se elevaba un palmo del horizonte apenas quedaba la mitad, y cuando se levantó un cuarto más, dos tercios de gente se evaporó.

La zona parecía un reloj de arena, cada segundo se marchaban fielmente un número de personas.

Se acercó la tarde y no quedaron allí más que un

puñado de desesperados que podían ser aplastados todos juntos con el pie de un gigante. Once era su número.

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Entonces en ese momento la puerta principal del palacio se abrió. De ella salieron decenas de niños que portaban cuencos con pétalos de rosas y que iban echando sobre el suelo a su paso. Tras ellos apareció el rey Tross. Cabello y barba blancas brillaban bajo la luz del sol, su sonrisa pura demostraba que nunca fue un tirano y la tranquilidad con que regresaron los súbditos que se habían marchado era la prueba evidente de que fue un gran rey.

-Estos once hombres han superado la primera prueba- dijo Tross- la de la paciencia. Como todos sabíais la prueba comenzaría al amanecer. Y así ha sido. Estos hombres deben descansar y estar preparados para la siguiente, de donde solo quedarán dos.

No dijo más. Se fue. Todos se miraron extrañados. Incluso los once

vencedores no entendían muy bien como lo habían conseguido. Se retiraron a descansar. La prueba comenzaría en un lugar y un momento desconocido, así que debían estar preparados para cualquier cosa. El rey Tross era conocido tanto por tomar decisiones sabias como por lo impredecible que solía ser.

La ligera amistad que germinó entre los once,

mientras esperaban a la salida del rey, desapareció en el momento que supieron que tan solo quedarían dos. Y la hermosa flor que podía haber salido de la amistad se corrompió como solo la rivalidad sabe hacer y surgió una

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horrible zarza llena de espinas largas y fuertes deseando hacer sangrar al primero que se le acercase.

Las miradas sonrientes se transformaron en ojos

semicerrados y dientes apretados. Las manos abiertas se cerraron con fuerza. Los pechos se hincharon como el del gallo que anunciaba la llegada del sol y los pensamientos turbios retorcían las ideas.

“Solo quedarán dos” retumbaba en las cabezas de la

mayoría de los once que intentaban descansar en una de las habitaciones del Hostal Real. Una habitación grande y habilitada para que descansaran estos once hombres todos juntos. Nadie se fiaba de nadie. Nadie sabía que sucedería. Nadie quería morir.

Once espadas había colgadas en la pared en frente de las camas. Afiladas para cortar un ala de mosca puesta de canto. Once hachas sobre las espadas. Fuertes y robustas para partir un árbol de una tocada. Once dagas sobre once cojines bajo las camas. Silenciosas como la oscuridad. Y once llaves colgadas de las muñecas de los once hombres.

Las ventanas se abrieron y se volvieron a cerrar.

Las velas se apagaron de golpe. Los pensamientos se sucedían en las diferentes

mentes. -Si alguien se acerca cogeré la daga y le rebanare el

pescuezo- pensaba el de la cama que estaba más a la derecha y más cerca de la puerta de salida.

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-Ojala no hubiera superado la primera prueba, ahora seguro que moriré de mano de alguno de estos desalmados. – pensó otro de ellos.

-Vaya oscuridad que nos han dejado. Intentaré afinar el oído por si escucho algún ruido de las armas que hay sobre la pared. ¿pero y si se acercan con las dagas?

-Uf, que sueño tengo- pensó otro -Voy a dormir. Ya me da igual superar esta prueba o no. Estas camas son tan cómodas.

La noche avanzaba y la mayoría estaban más

despiertos que antes de entrar en la cama. El miedo y la desconfianza se apoderaban de ellos. Alguno incluso abalanzaba la daga de vez en cuando contra el aire por si alguien se encontraba sobre ellos con malas intenciones.

-¿Qué ha sido eso?- pensó el que tenía el oído más afinado- alguno ha utilizado su daga contra alguien.

La idea de acribillar el aire se extendió como una

moda entre adolescentes. Sin decir palabra alguna las dagas se encontraban en las manos de quienes no podían dormir. El sonido de cortar el aire era como el vuelo constante de un mosquito. Cuanto menos querían oírlo más fuerte sonaba. El miedo hizo que subir y bajar la daga fuera tan rápido como el aleteo de un colibrí. El sonido de las dagas se hizo intenso y perpetuo en la oscuridad.

-La llave, la llave, la llave…me voy. -Ha salido alguien yo también me voy. -No quiero ser el siguiente en morir.

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-¿Cuántos quedaran vivos? No quiero averiguarlo saldré de aquí ahora mismo.

-Por muy importante que sea el premio no creo que lo sea tanto como dormir con mi mujer tranquilamente.

El miedo impulsó a salir a los que estaban

despiertos. Aun quedaban cuatro dormidos, pero dos de ellos despertaron con el ajetreo de los que salieron corriendo.

-¿Qué ha pasado? Habrá llamado el rey, seguro que no lo he oído porque estaba dormido. Saldré de aquí ahora mismo.

-A donde van todos. Iré con ellos. Así, de esta forma, salieron nueve de la habitación

quedando dos en ella. Los dos que quedaron dormidos hubieron superado la prueba. Pues esta era la prueba de “El valor” y los cobardes salieron corriendo.

Esta prueba no fue del todo justa ya que los dos últimos en salir no lo hicieron por temor a nada, sino porque pensaban que el rey los había llamado para realizar la supuesta prueba. Pero bueno, la vida también comete injusticias que más tarde compensa de alguna otra manera, como hizo el rey regalándoles un par de camellos a estos hombres.

A la mañana siguiente el mismo rey fue a

despertarlos a la habitación. Con su voz dulce y fuerte los sacó de los sueños y los trajo a la realidad. Cuando

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abrieron los ojos se encontraron con una mesa repleta de dulces, leche y frutas delante de ellos.

-Habéis superado la prueba de “el valor”, sois los finalistas –les dijo el rey

-¿Pero como? ¿que hemos hecho?- preguntaron ambos.

-Eso ahora no tiene importancia, ya leeréis vuestra historia algún día y os enterareis de todo. De momento solo debéis preocuparos por tomar un buen desayuno y estar en la puerta dentro de una hora. Allí está esperando la gente. Comenzará la última prueba y debo explicaros en que consiste.

Los dos hombres que quedaron, jóvenes y fuertes

ambos, tenían por nombre Jenin y Thaor. Jenin era hijo de un labrador y Thaor hijo de de un

escultor. Las madres de ambos eran costureras, como mayoría de las mujeres del reino. En realidad esto no nos interesa así que continuemos con la historia.

Cuando terminaron el desayuno fueron a las puertas

del Hostal Real. Allí les aclamaban todos los miembros del reino, incluso los nueve con quienes compartieron habitación y parte de la noche.

El rey también andaba por allí, hablando con unos y otros como si de un ciudadano normal se tratase. Y es que así era como le gustaba ser. Como uno más.

Al verlos en la puerta cortó la conversación que mantenía y se acercó hacia ellos. Antes tuvo que buscar a una niña a la que le había dejado la corona para que jugara

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con ella y que no era capaz de encontrar. Por suerte fue la niña quien lo encontró a él.

-Jenin y Thaor. Habéis superado las pruebas anteriores y ha llegado el momento en el que comience la prueba final. Antes voy a explicar en que consiste.

Se trata de una carrera por el desierto. Debéis salir desde aquí y siempre en dirección al Sol. En algún lugar entre las dunas siguiendo esta trayectoria encontraréis dos jaulas de tigres unidas una a la otra. Están abiertas. En cada una de estas jaulas hay una bolsa de cuero. Debéis entrar y cogerlas. No temáis no hay ningún tigre. El contenido de la bolsa será para el que la coja. He de decir que una contiene algo muy valioso y en la otra el contenido carece prácticamente de valor. Esta será la prueba de “La Sabiduría”.

El rey Tross hizo una señal con sus manos y desde

la lejanía se acercó una señora con una pequeña jaula en la que había dentro una paloma. Se la entregó y se alejó.

-Esta jaula -dijo el rey- es más pequeña que la que debéis encontrar. Pero es similar. Dentro hay una paloma, cuando abra la puerta y salga volando, la carrera habrá comenzado. Corred tanto como podáis, encontrad las jaulas y utilizad vuestra sabiduría para salir bien parados.

El rey Tross abrió la jaula. La paloma no hizo esperar. En un par de segundos asomó la cabeza y voló. Jenin y Thaor volaban también, no con alas pero si con las piernas.

El desierto se abrió ante ellos, inmenso, amenazador, seco, doloroso, infinito y desorientador. El

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sol guiaba sus cuerpos y cegaba sus ojos. Tan solo deberían ir hacia él para que el objetivo se postrara ante ellos.

Las piernas parecían caballos amenazantes. Unas

veces Thaor iba delante otras lo hacia Jenin. No había nada que les hiciera parar, ni tan siquiera el sofocante calor. Pensaban que deberían atravesar casi todo el desierto para encontrar lo que ansiaban. Pero no fue así.

Cuando apenas habían recorrido una legua, ante ellos apareció lo que debían encontrar. Las dos jaulas. Unidas una con la otra compartiendo la misma reja como pared, allí enfrente les estaban esperando. Tan cercanas y tan lejanas.

Al verse uno junto al otro no tuvieron más remedio que acelerar la carrera. Ambos deseaban tener lo mejor. No sabían en que jaula entrar pero no dejaban de correr. Jenin que iba a la izquierda entro en la jaula de su lado y Thaor lo hizo en la de la derecha. Las bolsas de cuero se encontraban al fondo en una pequeña plataforma que había sobre el suelo.

Ambos cogieron las bolsas a la vez y un sonido crujió tras sus espaldas. Las puertas se habían cerrado. No le dieron importancia. Tan solo importaba el contenido de la bolsa. Jenin no quiso esperar y la abrió. Una mirada de satisfacción le demostró a Thaor que no hacía falta que abriera la suya.

Jenin metía las manos una y otra vez en la bolsa para sacar y jugar con las pepitas de oro que había dentro. Thaor no quería abrir su bolsa pero lo hizo. En su interior

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se encontraba un recipiente no muy grande de barro, como una ánfora o algo así. Y su contenido no era otro que agua.

El tiempo pasaba y allí no aparecía nadie para

rescatarlos. El sol apretaba con fuerza. Se sentaron en el suelo y comenzaron a dialogar.

-Cuando salga de aquí con todo el oro que tengo comprare una gran casa y me iré a vivir con toda mi familia- decía Jenin mientras ojeaba una pepita de oro del tamaño de una nuez- tendré animales de todas clases y no me faltara de nada.

-Has tenido suerte- le contestó Thaor con lagrimas en sus ojos- yo he corrido tanto como tú. No es justo.

-El destino es algo que no podemos elegir, él nos elige a nosotros. ¿Qué había en tu bolsa?

-Nada importante. -¿Arena, agua o tal vez ceniza? -Agua. -Oh. Es una pena. Si al menos hubiera algo de valor

como un diamante o un rubí. Podríamos haber hecho trueque. Supongo que el destino quiere que sigas con la vida que siempre has llevado.

-Será eso. El sol comenzó a estrujar sus rayos para aumentar

el calor. Ya insoportable. Y los cuerpos comenzaron a chorrear sudor.

-Que calor. Cuando salga de aquí me compraré una fuente, o mejor me comprare diez.

-Yo como no podré comprarme nada tendré que beber esta agua tan rica que me han dejado aquí.

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Jenin miraba con envidia a Thaor mientras éste

saciaba su sed. -Por favor me das un trago- pidió Jenin -Supongo que el destino quiere que sigas con la sed

que siempre has tenido. No te preocupes cuando salgas de aquí podrás beber mucho agua en tus diez fuentes. Si es que sales.

El tiempo siguió pasando y el sol aumentó su

fuerza a un nivel que ninguno de los dos había conocido antes.

-Por favor dame agua. -No. Ya beberás en tus fuentes. -¿Cuánto quieres que te dé? -Dame la mitad de tu oro y te daré la mitad de mi

agua. -¿Estás loco? Has visto todo el oro que hay aquí.

Con una quinta parte podrías arreglarle la vida a toda tu familia. Con una sola pepita podrías comprar toda el agua que beberías en cien vidas. ¿Cómo pretendes que te dé la mitad?

-Está bien. Si no quieres hacer el cambio no tenemos por que seguir hablando de esto. Puedes seguir contando en que vas a gastar todo el oro que tienes cuando salgas. Si es que sales.

-Te daré una pepita de oro si me das un simple trago. No digas que no es un buen trato.

-He dicho la mitad por la mitad. -No.

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Jenin ya no miraba el oro. Thaor bebía de vez en

cuando. Cuando tenía sed. En este momento se comenzaba a ver el autentico valor de los contenidos.

-¡Ya no aguanto más!- gritó Jenin – Dame la mitad del agua y te daré la mitad de mi oro.

-Muy bien. Pásame primero el oro y te llenaré las manos de agua para que puedas beber.

Jenin vació la bolsa en la arena del suelo e hizo dos

montones iguales con el oro -¿Cuál quieres?- preguntó. Thaor señaló con el dedo. Jenin lo fue pasando poco a poco a través de las rejas hasta que cambió de lado. Thaor le llenó las manos de agua y bebió.

-¿Cómo saldremos de aquí?- pregunto Jenin -Esta es la prueba de la sabiduría así que tendremos

que pensar un rato –respondió Thaor mientras ojeaba el oro recién llegado.

Al final la solución no fue tan complicada como les

parecía al principio. Tan solo tuvieron que poner la suficiente arena en las plataformas donde estaban antes las bolsas de cuero para que las puertas se abrieran.

De camino a la ciudad felices los dos por lo que habían conseguido Thaor le dijo a Jenin:

-Has sido tonto. Por mucho menos oro te hubiera dado la misma cantidad de agua.

A lo que Jenin le contesto: -El tonto has sido tú. Por mucha menos agua te

hubiera dado todo el oro.

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Y éste era el autentico premio: Entender el valor

verdadero de lo que es realmente necesario. Un conocimiento más valioso que todo el oro que pudieran conseguir.”

-Ojala hubiera escuchado esta historia antes- dijo Éneric emocionado- me ha encantado.

-Gracias. Ya te contaré más.

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CAPÍTULO 3

Éneric no podía caminar rápido, el dolor de pies lo estaba torturando. La sensación de tener las botas llenas de agujas se hacía más intensa a cada instante. Kórbac se había dado cuenta y le preguntó si quería que se sentasen un momento a descansar. Éneric por supuesto accedió a la petición, necesitaba descalzarse.

Cuando Kórbac vio el color de los pies de Éneric tras quitarse los calcetines se sorprendió bastante.

-¡Dios! Nunca he visto unos pies tan rojos en mi vida. Tienen el mismo color que la luz del semáforo que hay allí en frente- bromeó Kórbac señalando un semáforo que tenía a varios vehículos detenidos con su poderoso destello.

-Yo tampoco. Es un color muy doloroso. Mis pies están ardiendo. Si tienes frío ya sabes donde calentarte. O si tuviéramos algo de comida la podríamos cocinar aquí. ¿por cierto que vamos a comer? Quiero decir ¿crees que comeremos algo?

-No te preocupes por eso ahora- sonrió Kórbac tocándose la barbilla- conozco un montón de sitios donde podremos conseguir comida.

-¿No te referirás a contenedores de basura? -Ésta es una de las pocas ciudades donde todavía no

hay un solo albergue para gente sin hogar así que tenemos que buscarnos la vida de la forma que sea.

-La basura es algo que me da mucho asco. No creo que sea capaz de comer algo sacado de ella.

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-Eso lo dices ahora. Ya verás que hay infinidad de comida en buenas condiciones que podemos aprovechar, sobre todo en los contenedores cercanos a los supermercados. ¿Qué tal están tus pies?

-Mejor pero todavía me duelen. La verdad es que están muy rojos.

-Es curioso ¿verdad?- Kórbac volvió a señalar el semáforo que acababa de ponerse en verde.

-¿El qué?- preguntó Éneric extrañado. -Que una simple luz sea capaz de parar decenas de

vehículos. Es evidente que sí te saltas el semáforo puedes tener un accidente, pero la mayoría de la gente se pararía aunque el semáforo estuviera en medio de una ciudad abandonada. Lo hacen sin cuestionarse el por qué. Es como si el instinto superara la razón, a veces somos más animales de lo que creemos. Mira lo débil y absurda que es la luz y como todos la obedecen. Si algo así puede dominarnos en determinados momentos que puede hacer un ejército. Creemos que somos libres y que tenemos el dominio de nuestras vidas pero ¿Quién se atreve a pasar esa luz?

-Nadie. La gente tiene miedo de que los sancionen económicamente.

-A eso me refiero. No se preocupan por el peligro que correría su vida. En realidad se paran por miedo a ser multados. El miedo frena sus vidas. Así se ha controlado a la humanidad desde el principio de los tiempos. El miedo ajeno es el arma más eficiente utilizada por quienes han estado en el poder.

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Éneric lo miraba asustado. La idea de que la locura dominaba la cabeza de ese desconocido llamado Kórbac se hacía presente. Como podía una persona darle tanta importancia a una luz. Como podía sacar tantas ideas de algo tan simple.

-No pienses que estoy loco- dijo Kórbac de golpe como si le hubiera leído el pensamiento –si estas palabras te las hubiera dicho alguien importante o un famoso filosofo te las hubieras tomado de otra manera, aunque el contenido fuera el mismo. Debes prestar más importancia a las palabras que se dicen y no a quien las dice.

-Lo siento- se lamentó Éneric agachando la cabeza y orientando su vista a los pies- es que no creo que el gobierno nos domine a través de los semáforos.

-¡Ni yo tampoco!- gritó Kórbac enfadado –lo que quiero decir es lo absurdo que es que una simple luz pueda parar decenas de vehículos. Sé perfectamente que un semáforo es una herramienta muy útil para evitar accidentes. Pero lo que me preocupa es saber hasta que punto puede esa luz frenar nuestros pensamientos. De si seriamos capaces de saltarnos esa luz sin pensar en la sanción económica ni en los posibles accidentes. De cómo una luz puede provocarnos un bloqueo total y como automáticamente cuando vemos una luz roja llegamos a parar sin cuestionarnos nada. Y eso se llama en cierto modo “manipulación”. No me refiero a una conspiración mundial de los gobiernos para controlar la humanidad a través de los semáforos- Kórbac seguía enfadado -un idea así sería descabellada. Más bien me refiero al bloqueo personal que tiene cada uno ante una situación así. Y

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como actuaríamos ante algo más grave. Acaso no puedes entender que a veces imponen ciertas leyes que se cumplen porque son leyes y que meses antes no se cumplían porque la ley no decía nada acerca de ello. El mundo es el tablero de un gran juego de mesa en el que aquel que quiere ganar y puede pone las reglas a su conveniencia.

-Da miedo esto que me estas contando. Prefiero no pensar en ello.

-Eso es lo malo. Mientras unos prefieren no pensar son otros los que se aprovechan de la satisfacción que produce la ignorancia propia.

-¿Qué quieres decir?- preguntó Éneric. -Da igual. ¿Qué tal están tus pies? -Mucho mejor. Ya podemos continuar si quieres. -Iremos primero a buscar algo de comida, tienes

que comer algo. Kórbac desvió la trayectoria y comenzó la que el

llamaba ruta de “los contenedores saludables” que consideraba los que contenían comida en mejor estado de todos los que conocía. Estos contenedores se encontraban en barrios más o menos ricos y donde la gente por caprichosa solía tirar comida apenas tocada y en muchos casos, como los precocinados, sin sacar del recipiente, comida recién caducada pero que todavía podía ser ingerida sin peligro para la salud o postres altos en calorías y que tras un ataque de culpabilidad tiraban para no caer en la tentación.

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Esta basura contenía mayor variedad y calidad alimenticia que muchos hoteles y restaurantes de la ciudad. Podía ser considerado como una especie de paraíso para los hambrientos. Aunque no solo era comida lo que tiraban estos caprichosos. También era el lugar más barato para ir de rebajas si uno necesitaba algo de ropa, electrodomésticos, toallas, mantas y juguetes.

-Vaya, vaya. Parece ser que no te da tanto asco la

basura ¿eh?- dijo Kórbac sonriendo mientras a través de los cristales de sus gafas de pasta miraba a Éneric que se había cebado con una tarta de nata y la disfrutaba como un niño el día de su cumpleaños- aquí tienes unos yogures y un pollo asado al que solo le falta un muslo si te apetece. Yo comeré estas costillas asadas.

Mientras Éneric llenaba su estomago hasta reventar

Kórbac sacó una bolsa de plástico que tenía en uno de los bolsillos del abrigo y comenzó a recoger cosas y a guardarlas en ella. Unas maquinillas de afeitar desechables que no habían sido usadas, jabón, un bote de pasta de dientes a medias, rollos enteros de papel higiénico…

-¿Por qué estás cogiendo eso? Preguntó Éneric mientras se limpiaba las manos con la camisa de un pijama infantil que tenía el dibujo de un ratón con sombrero.

-Pues para afeitarme, lavarme. Ya sabes para asearme- respondió Kórbac con rapidez – es algo que suelo hacer a diario- siguió buscando como una urraca.

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-¿Quieres decir que todos los días te lavas y te afeitas?- volvió a preguntar Éneric sorprendido.

-Por supuesto que si. Y tú deberías hacer lo mismo si quieres seguir siendo una persona todo el tiempo que estés en esta situación. Si dejas de actuar como lo que eres no tardaras mucho en ser una rata como la que está dibujada en la camisa que tienes en tus manos.

-No sé. Creo que me daría asco lavarme los dientes con un cepillo usado antes por otra persona.

-Mucho peor seria coger una infección en la boca por no lavártelos. Te recuerdo que ahora eres un vagabundo, un sin techo, un sin hogar o como quieras llamarlo y una simple enfermedad puede llevarte al otro mundo. Has tenido suerte de encontrarte conmigo. Recojo todo lo que considero útil y los medicamentos son nuestras joyas. ¡Mira! una caja de aspirinas. Que casualidad ¡Oh que pena! está vacía.

-Te haré caso- Éneric se agachó y cogió un cepillo de dientes que había en el suelo en una de las muchas bolsas rotas que rodeaban los contenedores. Se veía que no eran los únicos que habían ido ese día a hacer la compra a ese lugar.

Camino a la vieja estación donde Kórbac había

dicho a Éneric que pasarían la noche y que era donde solían pasarla muchos vagabundos, Kórbac no pudo evitar la tentación de preguntarle por que había terminado en esta situación. Éneric al contrario de sentirse molesto se sintió feliz por tener la sensación de que alguien se preocupara por él. Se lo contó todo. Se desahogo. Desde el

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principio hasta el final. La vida de Éneric entró en los conocimientos de Kórbac. Tras contarle su vida la semilla de amistad ya estaba sembrada, el tiempo la haría germinar.

-Y tú Kórbac ¿Cómo has terminado así? Se te ve inteligente y culto ¿Qué fue lo que pasó? ¿una mujer también? ¿un mal negocio? Puedes contarlo si te apetece, a mi me a sentado muy bien hacerlo.

-No es que no me apetezca. La verdad es que todavía no es el momento de que lo sepas. Te prometo que algún día te lo contaré. Entiendo que te moleste pero sé muy bien por que lo hago. Debes confiar en mí.

-Ya lo he hecho. Te he contado mi vida. -Pues entonces debes tener paciencia, nunca viene

mal. Prefiero no hablar de mí. -Debo respetar tu decisión, es tu intimidad. Pero

algún día me gustaría conocer tu historia. -La conocerás. Ten paciencia. Éneric no podía dejar de mirar en los contenedores

que encontraban a su paso. Era como un vicio para él, incluso parecía que ya no le dolían los pies. Se divertía como un niño abriendo cajones en casas desconocidas. Kórbac a veces perdía la paciencia.

-Déjalo ya. Así no vamos a llegar nunca- le dijo -¿Has oído eso?- Éneric señaló el contenedor que

estaba justo al lado –voy a ver que puede ser. El sonido de de un gemido y algo que se retorcía

los aterrorizaba ¿Qué podía ser? Parecía el llanto de un

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bebé. Seguro que estaría hambriento y por eso gemía. “es un bebe” pensaban los dos pero no decían palabra alguna.

Éneric puso la mano en la tapa del contenedor y se dispuso a abrirla. El gemido era cada vez más intenso.

-Me temo que vamos a ser padres- dijo Éneric antes de levantar la tapa.

-Eso me temo, eso me temo. El brazo de Éneric se levantaba y el contenedor se

abría a la vez que los ojos de Kórbac se cerraban. No quería ver. Tenía miedo, mucho miedo.

La tapa se apartó por completo y Éneric se asomó. Introdujo medio cuerpo en el contenedor y extendió sus brazos al fondo. Ahora el gemido era mucho más fuerte y no había duda alguna. Ya casi sabían de qué se trataba. Kórbac seguía con los ojos cerrados. Éneric sacó una caja de cartón cerrada con cinta aislante con el suficiente tamaño para introducir un bebe en ella.

-¡Que cabrones!- gritó Éneric indignado. Comenzó a quitar la cinta aislante con cuidado pero

tan rápido como podía. Debían haber gastado millones de rollos para cerrarla. Kórbac abrió los ojos y lo vio tan atareado que tuvo que ayudarle a cuatro manos.

Por fin habían quitado la suficiente cinta como para poder abrir la caja. Kórbac no quiso mirar cuando Éneric la abrió. Éneric miraba el contenido emocionado, literalmente se le caía la baba.

-Dime ¿es un niño o una niña?- la voz de Kórbac temblaba como el suelo ante un terremoto cuando hizo la pregunta.

-Acabamos de ser padres. Es un perrito.

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-¿Un perrito? -Si. Deberá tener tres o cuatro meses. Algún niño

caprichoso se habrá cansado de su regalo de cumpleaños. Voy a buscarle algo de comida en la basura. Seguro que encuentro algo que le guste.

-¡Un perrito! ¡Un perrito!- repetía una y otra vez Kórbac mientras reía. Se sentía aliviado, muy aliviado. Metió la mano en la caja y lo acarició -¡Un perrito! ¡Un perrito!

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CAPÍTULO 4 Mientras iban llegando a la vieja estación, donde

Kórbac había dicho que pasarían las noches, Éneric que llevaba al perrito en sus brazos le iba dando pan y trozos de carne que había recogido de la basura. El perro no hacía ascos y tragaba casi sin masticar. Parecía una madre con su hijo recién nacido, lo mimaba, lo acariciaba, le sonreía, se emocionaba y no hacía caso a cuanto había a su alrededor. Kórbac, que se sentía ignorado por completo, tenía la sensación de estar viendo a un niño con su osito de peluche. Un peluche color canela, de raza pequeña, de apariencia débil y delicado. El pelo, largo para un cachorro, era rizado y se enredaba en los dedos de Éneric cuando este pasaba la mano por su cuerpecito. Sus grandes ojos, oscuros como esa misma noche, estaban rodeados por dos manchas blancas y su boca parecía estar sonriendo siempre. La cola, del mismo color que las manchas que rodeaban los ojos, parecía no parar nunca. No debía pesar mucho, Éneric no dijo nada de eso. Más que un perro, lo que tenía en sus brazos, era una bola de pelos con patas y boca insaciable. No paraba de comer, pero a veces se quedaba quieto, con la mirada fija en Éneric, como si supiera que le había salvado la vida. Luego meneaba la cola y seguía con la comida.

En una de las pasadas que hizo la mano de Éneric

por el cuerpo del animal los dedos notaron algo extraño. En su cuello, enterrado por la abundante pelambrera, había

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un collar. Éneric lo desenterró y vio que tenía una chapa con una inscripción, en seguida supuso que se trataba del nombre del perro. “Aníbal” leyó. Esto le evitó la horrible tarea de tener que buscar un nombre.

Con una mano desenganchó la hebilla y quitó el collar de su cuello para tirarlo después al suelo. El perro quedó libre de ataduras. –Tú no eres de nadie- le susurró al oído como si pudiera entenderle. El perro giró la cabeza y le dio un lametazo en la cara.

-¡Ya hemos llegado! – gritó Kórbac con ilusión que iba unos metros adelantado.

Éneric, que iba cegado y sólo tenía ojos para Aníbal, levantó la vista y su boca se abrió como los túneles por donde deberían pasar los antiguos trenes que antes paraban en esa vieja estación abandonada. La ubicación no tenía sentido, en medio de una calle del centro, rodeado por edificios lujosos, y como si hubiera existido allí uno antes. No se veía ni una sola vía por los alrededores. En teoría debería de ser la antigua estación de la ciudad que ahora se encontraba en las afueras. La estación no era más que una pared y un trozo de techo a medio caer situado en el fondo de un solar lleno de montañas de escombros. Como si todas las empresas de construcción fueran allí a tirar las sobras de las obras que realizaban.

La extensión era bastante grande, y si no fuera por los montones de escombros la estación parecería como una isla en medio de un océano. La mayoría de las montañas de piedras, azulejos y ladrillos rotos superaban en altura a una persona normal. Impedían ver más allá, y

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eso en parte a Éneric le tranquilizaba. Le gustaba la intimidad y mucho más en este momento de su vida.

-¿Vamos a dormir ahí?- preguntó Éneric señalando el fondo del solar, donde se situaba la pared con techo por no llamarla estación.

-No, eso se derrumbará el día menos pensado y es mejor mantenerse alejado- Kórbac puso su mano en el hombro de Éneric y lo guió entre las montañas –Nosotros dormiremos ahí- le dijo al llegar a donde quería ir.

El lugar donde se encontraban parecía una pequeña

ciudad futurista sacada de una película de serie B. En medio de las montañas de escombros, en lo que sería el valle, había inmensas tuberías de hormigón a medio enterrar, formando un semicírculo cada una cuyo diámetro era el suelo. Todas ellas estaban decoradas con minúsculas roturas y grietas y puestas así parecían invernaderos de cemento. No todas tenían la misma altura, las había que les llegaban por la cintura y en la más alta casi se podrían poner de pie. La profundidad de todas era similar, de unos tres metros, a excepción de las que estaban rotas o enterradas en diagonal cuyo fondo se hundía en el suelo. A pesar de sus pequeños defectos no las derrumbaría ni un terremoto.

-Hay luz ahí- afirmó Éneric tirando de la manga de Kórbac.

-Claro. No pensarías que ibas a estar solo. Eso es un bidón posiblemente lleno de madera y cartón que alguien habrá encendido para calentarse.

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Al decir esto dos hombres y una mujer salieron de la tubería que estaba junto a la hoguera. Se acercaron y pusieron las palmas de las manos sobre el fuego. No hablaban, simplemente miraban las llamas. Ni siquiera giraron la cabeza cuando Kórbac y Éneric pasaron tras ellos, como si les diera igual la gente que hubiera a su alrededor.

-Esa mujer es muy guapa para ser vagabunda- dijo Éneric.

-Si, es muy guapa. Pero que más da que sea vagabunda. Si es guapa lo es en todos los momentos de su vida. Ya sea rica o pobre. Lista o torpe. Buena persona o mala. Aunque en esto último no se que decir. Vayamos a preparar tu cama, tengo mi tubería justo ahí. Recoge todos los cartones que veas. Sí, ese tiene buena pinta, te servirá para ponerlo en el suelo. Tengo unas mantas escondidas voy a cogerlas, mientras ve recogiendo todo lo que consideres útil. Te recomiendo que busques papel de periódico, si hace mucho frío puedes meterlo entre tu ropa para estar más caliente. Creo que tengo un abrigo en el mismo lugar que las mantas, te lo traeré también.

Éneric recogió todo cuanto consideró útil, tal vez

demasiado, cuando no se tiene nada se intenta tener todo. Entró en la tubería, no veía apenas nada, aunque se

podía distinguir lo que Kórbac llamaba cama y en verdad si que lo parecía. Cartones en el suelo, una manta sobre los cartones, una vieja almohada, más cartones, telas arrugadas como si fuera la madriguera de un hámster y más cartones.

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Intentó construir su cama al lado de la de Kórbac. No veía nada y le resultaba difícil andar sin tropezarse, además como no podía ponerse totalmente de pie el cuello comenzó a dolerle. Tenía sueño y no quería parar.

Dio un paso atrás para colocar los cartones y un chillido lo asustó. Aníbal que había estado siguiéndole en todo momento puso una pata bajo la bota de Éneric y éste la pisó. El perro asustado y dolorido no paraba de chillar. Éneric lo cogió en sus brazos e intento calmarlo.

-Al menos podías haber encendido la luz- dijo una voz por su espalda.

Kórbac, que venía cargado con lo que le había dicho, dejó la mercancía en el suelo y se introdujo en el interior. Al lado de la pared, donde el hormigón se clavaba en la tierra, tenía una caja de cerillas y unas velas, las cuales utilizó para iluminar la tubería. Ahora todo era más acogedor.

-Esto ya es otra cosa- dijo Éneric mientras acariciaba al perro.

-Aquí tienes el abrigo y unas cuantas mantas, utilízalas para hacerte la cama. Creo que son más que suficientes, de todas formas si pasas frío esta noche iremos mañana a por más. ¿Qué le ha pasado al perro?

-Nada. Lo he pisado mientras hacía la cama. Estaba tan oscuro que no lo vi. Me siento fatal, pobrecillo. No entiendo como alguien pudo abandonarlo. Me parece mentira que alguien sea capaz de hacerle algo así a un perro tan bonito. Por cierto se llama Aníbal, lo he leído en el collar que tenía.

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-Yo creo que el mismo derecho a la vida tienen los perros feos que los perros bonitos. La belleza sólo es belleza- Kórbac hizo una pausa -Es como la mujer de antes, ¿crees que por ser guapa no debería estar aquí? Me alegra que pienses así, yo también opino que eso es indiferente. Mientras preparamos tu cama voy a contarte otra historia, está relacionada con la belleza.

“En una ciudad muy cercana a ésta y no hace

mucho tiempo vivía y puede que aún viva un señor cuya obsesión y forma de vida estaba basada en la belleza. Era el director ejecutivo de una prestigiosa agencia de modelos que llevaba su nombre. “Agencia Daresty”. Era el representante de las modelos más impresionantes de toda la zona y la gente que se iniciaba en este mundo soñaba en trabajar para él, y a pesar de ser una de las personas más frías y materialistas que haya existido todo el mundo lo adoraba. Había nacido con un don, era capaz de encontrar la belleza que deseaba, y si no la encontraba la creaba. Cuando buscaba a alguna chica para un trabajo especial, como un anuncio de perfumes o ropa cara para alguna marca muy exigente, no se conformaba con ver los books de sus modelos sino que recorría la ciudad buscando la cara y el cuerpo perfecto. Cafeterías, supermercados, paradas de autobuses, centros de ocio, cualquier sitio donde creyera que podía encontrar a su chica de oro era pisado por sus talones y observado meticulosamente con sus entrenados ojos. Muchas veces elegía a chicas no muy bellas pero con su inmenso equipo

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de estilistas, maquilladores y peluqueros conseguía lo que buscaba.

Algunos decían que tenia muy buena suerte, él sin embargo no lo creía así. La razón por la que no se sentía afortunado era por su hija menor Zeka, la tercera en edad y la tercera en belleza en comparación con sus dos preciosas hermanas: Sinea y Lane eran casi gemelas. Morenas, altas y delgadas, con una piel lisa como un cristal, parecía que Dios las había pulido personalmente. Sus bustos desviaban habitualmente la mirada de los hombres y sus sonrisas los atontaba como el canto de una sirena. Su forma de vestir, elegantes y con un estilo muy personal, provocaba cara de envidia y saludos falsos en las mujeres que se acercaban a ellas. Pero eran felices.

Zeka, simple y descuidada, odiaba la moda y todo cuanto la rodeaba. Lo que más le gustaba era la ropa deportiva, decía que se sentía cómoda con ella. Apenas se peinaba, como mucho se sacudía el pelo después de ducharse, a no ser que se le enredara. Era rubia, como su madre. No estaba ni gorda ni delgada, su peso variaba mucho según lo que comiera, podía estar un mes delgada y al siguiente sobrarle un par de kilos. Prefería leer un buen libro antes que ir a una de esas fiestas para guapos que siempre organizaba su padre. De todas formas aunque ella quisiera ir su padre no se lo permitiría, y mucho menos sus dos hermanas, que como hermanas no eran malas pero no les gustaba que las vieran con ella fuera de casa. Es decir que se avergonzaban de la hermana pequeña.

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Daresty lo había intentado todo con su hija menor, cortes de pelo, tintes, maquillaje, incluso gimnasia especial, pero nada. No había forma de convertirla en un hada como sus hermanas –yo me gusto- decía a menudo.

Para la mayoría de la gente, incluidos los allegados a la familia, la existencia de Zeka era desconocida. Su padre y hermanas nunca la mencionaban, y cuando alguien le preguntaba por ella solían desviar el tema. El rey de la belleza no puede tener una hija así. Los que la conocían decían que no era fea, pero su padre obsesionado con la belleza la veía como lo peor. Y esta obsesión es lo que hizo que su esposa y madre de las tres hijas los abandonara. No aguantó la presión de estar con una persona así. Ella, que era bella como las hijas mayores y con una personalidad y el cabello igual que Zeka odiaba ese mundo a pesar de haber sido modelo durante unos cuantos años. Cuando se marchó tan solo dejó una nota:

“No aguanto más. Cuando te conocí eras de otra manera. Debes elegir entre ese mundo y yo. Si te decides por mí puedes venir a buscarme. Ya sabes donde estoy”

Te esperé siempre. Ulah. Zeka siempre miraba la fotografía de su madre, la

única que había en toda la casa, antes de dormir. La tenía sobre la mesilla y muchas veces se quedaba dormida imaginando como debería ser hablar con ella y contarle sus problemas. Lo intentaba con sus hermanas pero o bien la trataban como una tonta o Zeka se daba cuenta que las tontas eran ellas. La echaba de menos, a pesar de que

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cuando se fue todavía era muy pequeña. Ahora era casi una mujer.

Daresty, como todos los años, había organizado una

gran fiesta para celebrar un nuevo aniversario de la agencia, y como todos los años Zeka se quedaría en casa leyendo, dibujando o navegando por Internet. A diferencia de sus hermanas no le gustaba esa mansión que su padre alquilaba para las celebraciones. Una inmensa construcción que más que una casa parecía el palacio donde Cenicienta perdió el zapato. Blanca con imponentes columnas en el centro y unas escaleras imposibles para la gente que se acercaba a la tercera edad y que actuaban como purgatorio de la juventud. Algunos de los invitados no acudían para evitar semejante esfuerzo. Treinta y tres veces tres era el número de escalones. El salón en el que se realizaba la fiesta era grande como un lago y en donde los cisnes eran los cisnes.

Ese día llegó. Las hermanas como siempre estaban allí, en la

entrada, dando la bienvenida a todos los que consideraban personalidades de elite y canteando la cara a quienes no les agradaban. Con sus dos vestidos únicos en el mundo y una belleza deslumbrante pasaron parte de la noche paseando por el porche, esperando supuestamente a que el chico de sus vidas se posara ante ellas sin darse cuenta que el amor se le iba de las manos con su estúpido comportamiento. Eran admiradas, eran envidiadas, eran

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odiadas, eran ridículas, todo el mundo sentía algo hacia ellas, todo excepto amor. No eran amadas.

Daresty este año no estaba muy centrado. Le

faltaba algo, se sentía vacío, como si toda esta parafernalia que tanto le había gustado siempre no le resultara igual de dulce que en años anteriores.

Ni un solo invitado pasó a la fiesta sin dedicarle palabras y gestos de amistad verdaderas –ya sabes que aquí me tienes para lo que necesites, Daresty, un buen amigo lo es para lo bueno y lo malo, siempre puedes contar conmigo- abrazos y abrazos –Sé que contarás siempre conmigo porque yo siempre lo hago contigo- besos y caricias –hoy he comprendido que la amistad es el regalo más preciado que tengo y tú eres parte de ese regalo- estas palabras que decían los invitados provocaban una sonrisa en la boca de Daresty y una lagrima en su corazón. Odiaba a la gente falsa y ese lago estaba lleno de buitres disfrazados de cisnes. Lo que más le dolía era cuando le preguntaban -¿Qué tal?- sobre todo cuando lo hacía gente que no veía desde hacía un año. “si realmente te preocupara que tal estoy me hubieras llamado antes por teléfono” pensaba, y tenía razón.

Zeka que había pasado horas leyendo desde que los

demás se fueron a la mansión ya se sentía cansada de tanta letra, no le apetecía encender el ordenador y decidió ir al salón a tumbarse en uno de los sillones que había para ver la televisión. Normalmente solía llevarse una botella de zumo que se bebía poco a poco mientras cambiaba de

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canal. Esa noche también lo hizo. Sostenía en la mano izquierda el vaso con zumo de piña y con la otra el mando a distancia que no paraba de pulsar los botones casi de forma automática.

El vaso de cristal cayó al suelo y se hizo añicos. El

jugo se derramó por el suelo como un tsunami. ¿Qué veían los ojos de Zeka? Era la mansión. El

periodista que sostenía el micrófono hablaba muy rápido y no se le entendía. La cámara enfocaba una ambulancia y a unos cuantos enfermeros que rodeaban una camilla. ¿Quien podía ser el desafortunado y que le había sucedido? Zeka permanecía inmóvil y no pestañeaba. ¿Quién podía ser tan importante para que hubiera ido la televisión? Zeka se temía lo peor.

El periodista entre jadeos pronuncio algo que los

oídos de Zeka pudieron captar: Daresty. Al parecer Daresty había caído por las escaleras en

un tras pies y rodó hasta la mitad de los escalones. No se sabía que le pasaba pero no se movía, podía estar inconciente o algo peor.

Zeka se levantó del sillón y se acercó al televisor. Sus ojos comenzaron a llorar cuando el zoom de la cámara se acerco hacia él. Era su padre. Los enfermeros hacían todo cuanto podían para reanimarlo. ¿Dónde estaban sus hermanas? Apenas había unos cuantos invitados acompañándolo que más que preocuparse por su estado se dedicaban a flirtear unos con otros. Con su copa de

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champagne en mano brindaban como si allí no pasara nada. Comprendió que su padre estaba tan solo como ella a pesar de haber estado rodeado de tanta gente tanto tiempo. Eso le molestaba, era su padre y lo quería.

Zeka cogió su teléfono y llamó a un taxi para que la llevara a la mansión. Necesitaba estar con él. Por suerte no tardo mucho en llegar. En pocos minutos ya estaba de camino.

Cuando llegaron a la mansión se bajó del coche y salió corriendo hacia la camilla pero los enfermeros no la dejaron acercarse. Se sentía impotente –¡es mi padre!- gritaba. Intentaba correr hacia él, pero los brazos de aquellos hombres la echaban hacia atrás. No se rindió. Cada vez que caía al suelo se sentía más fuerte y con más rabia. Sus pies destrozaron todas las espinillas de aquellos que se ponían delante. Uno de ellos la agarró por los pelos y la tumbó casi sin hacer esfuerzo –estate quietecita- le dijo el grandullón. Zeka ya no veía, las lágrimas la cegaban.

El cuerpo inmóvil de Daresty entró en la ambulancia y se alejó camino del hospital. Zeka tumbada en el suelo se limpió los ojos, miró las escaleras y decidió ir a buscar a sus hermanas.

Las escaleras infinitas se hacían más pesadas

cuanto más avanzaba. Parecía que no iba a llegar. Le atemorizaba la idea de tener que bajarlas después. Casi sin darse cuenta llegó a la puerta de entrada. Estaba abierta. Entró. Desde allí pudo ver a sus dos hermanas riendo al fondo del lago. Corrió hacia ellas evitando chocar con los

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cisnes. Todo el mundo la miraba. Se sentía como Cenicienta pero sin ser guapa. Se miró los pies y vio que tenia ambas zapatillas, eso le tranquilizó.

Cuando llegó a ellas intentaron evitarla –¿que hace ésta aquí?- pregunto una a la otra. Zeka insistía en hablar con sus hermanas pero como siempre la ignoraron. Estaba tan nerviosa que no se le entendía –vete de aquí anda- le dijo Lane dándole la espalda. Sinea la miró a los ojos y la vio llorando. Sintió compasión -¿Qué te pasa?- le preguntó con la voz de hada que solía tener.

Zeka se lo contó. Minutos después las tres hermanas se abrazaban en

la sala de espera del hospital. Las lágrimas de la pequeña se contagiaron a las dos mayores. Por primera vez Zeka se sentía en familia. Nunca sus hermanas la habían tratado tan bien. Lane incluso fue a por un vaso de leche con cacao para que se lo tomara. Sinea le acariciaba el pelo de vez en cuando. Los abrazos eran tan calidos que se sentían protegidas.

Como los médicos dijeron que para saber el diagnostico tendrían que esperar algunas horas Sinea se acercó a casa a por ropa más cómoda para las tres. Era la única vez que estuvieron juntas vestidas con ropa deportiva.

–Tienes razón, esta ropa es mucho más cómoda- dijo Lane lanzando una ligera sonrisa a su hermanita.

-Además os hace más guapas y naturales, en serio si yo fuera un chico ahora mismo me enamoraría de vosotras- dijo Zeka.

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Pasaron algunas horas y todavía no sabían nada.

Durante este tiempo estuvieron hablando, dándose abrazos y besos e incluso rieron juntas de vez en cuando. Sinea cogió la mano de Lane y Zeka y las unió con la suya.

-Creo que Lane y yo te debemos unas disculpas por la forma en que nos hemos portado contigo todos estos años- Lane asintió – eres nuestra hermana y hemos sido como las hermanastras de los cuentos.

-No os preocupéis este momento ha sido tan agradable para mí que puedo perdonar todo el daño que me habéis hecho.

Lane comenzó a llorar como una niña y entre sollozos abrazó a Zeka y le dijo: -No volverás a sentirte sola nunca más, te lo prometo, siempre estaremos contigo.

Sinea no dudó en abrazar a sus dos hermanas formando un núcleo tan fuerte que nunca más volvió a separarse.

Mientras estaban en pleno abrazo un medico llegó a la sala.

-¿La familia de Daresty?- preguntó -Somos nosotras- contestó Lane mientras se

levantaba del asiento. El medico se acercó a ellas y les dijo que tenía que

darles una mala noticia sobre su padre y que era mejor que se mantuviesen unidas para poder llevarlo mejor.

-Vuestro padre está bien pero…-hizo una pausa- ha quedado ciego debido a un golpe en la cabeza, no sabemos si volverá a recuperar la visión.

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Sinea casi se desmaya. Lane lloraba sin parar. Zeka que tenía el corazón roto no dijo nada. No sabían como iban a llevar la ceguera de su padre. Un hombre que siempre había disfrutado de la belleza y que ahora se había quedado ciego. No iban a rendirse, eso lo tenían muy claro y mucho menos en estos momentos que se sentían una familia.

El tiempo pasaba, Daresty ayudó y enseño a Sinea

y Lane a llevar con soltura la agencia de modelos, y la verdad es que no lo hacían nada mal entre los tres. Zeka, que todavía era muy joven, a parte de preocuparse por sus estudios se dedicaba también a cuidar del padre cuando las hermanas estaban trabajando.

Daresty con quien más tiempo pasaba era con Zeka, esto provocó una especie de vinculo padre e hija que nunca habían tenido. Daresty se dio cuenta que su hija pequeña era muy especial, las hermanas mayores lo sabían y en lugar de sentir envidia como hubiera pasado en los cuentos se sintieron muy orgullosa de ella. Cada vez que pasaban por alguna tienda en la que veían algo que pudiera gustarle a su hermana no dudaban en regalárselo. Zeka por fin era feliz. No por los regalos, sino por el hecho de que sus hermanas pensaran y se preocuparan por ella. Por fin después de tantos años tenía hermanas mayores. Las quería y se sentía querida.

De todos los magníficos amigos que tenía Daresty,

esos que decían que siempre estarían ahí pasara lo que pasara, ninguno fue a visitarlo. Los que si acudieron a su

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casa fueron aquellos amigos que nunca iban a las fiestas y que siempre estaban ahí pero nunca lo decían. Esos amigos que pase el tiempo que pase sin verse parece que fue ayer la ultima vez. Esos amigos que en lugar de preguntar una vez al año ¿Qué tal? prefieren coger el teléfono y mantenerse en contacto. Esos amigos que nunca se echan de menos porque siempre están ahí, aunque no los veamos.

Daresty y su hija Zeka se sentían tan unidos que

creían que ningún padre e hija lo estaban tanto. Zeka cuidaba del padre con tanto cariño como un algodón. Una mañana, Daresty, con todo el esfuerzo del mundo preparó el desayuno para llevarlo a su hija menor a la cama. Era la primera vez que lo intentaba y quería darle una sorpresa. No sabía si le había quedado bien o mal, soso, salado o dulce, no tenia ni idea. Pero lo hizo y entró en la habitación con la bandeja y todo un desayuno sobre ella.

-Cariño- dijo con voz suave para despertarla – te he traído el desayuno.

Cuando Zeka abrió los ojos quedó sorprendida. Allí

estaba su padre al lado de la cama con una bandeja que tenía un café con leche y el azúcar por toda la bandeja. Una tostada casi quemada y un zumo de piña, lo único que tenía buena pinta ya que venía en tetra-brick. Zeka sonrió.

-Siéntate aquí conmigo- le dijo la niña – en la cama mientras desayuno.

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El padre le dio la bandeja y se sentó a su lado, la miraba pero no veía nada. Zeka terminó el desayuno mientras hablaban de cosas triviales.

-Sabes una cosa- le dijo Daresty – he tenido que quedar ciego para poder ver quien es realmente la hija más bella que tengo.

En ese momento entraron las dos hermanas que estaban escuchando en la puerta.

-Te hemos oído papá- dijeron. Zeka se puso nerviosa y colorada. El padre no dijo

nada.

-¿Y sabes una cosa?- se acercaron a ellos – estamos totalmente de acuerdo contigo. No solo es la más guapa de las tres, sino que es la más bella de todas las personas que conocemos.

Zeka sonrió. Las hermanas se acercaron y la abrazaron.

-Papá acércate, necesitamos que nos abraces- le pidió Lane. Y así lo hizo.

Mientras se abrazaban el padre saltó fuera de la

cama y dijo: -Ésta es la imagen más bella que he visto. Allí estaban sus hijas juntas, unidas. Y él por lo que

parecía había recuperado la vista de forma casi mágica. Emocionadas ninguna decía nada, imaginaban lo

que sucedía. El padre recorría con su mirada las caras de sus hijas, sus manos, sus cabellos…todo. Así durante un buen rato.

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Daresty giró la cabeza, acercó la mano a la mesilla

y cogió la fotografía que Zeka tenía de su madre. Era como si la hubiera visto por primera vez. Intentó sentir el tacto de la piel de su mujer con sus dedos pero solo sintió el cristal que protegía la imagen.

Una lágrima inundó el retrato. -He tomado una decisión- Daresty recordó la nota

que le dejó su mujer cuando se marchó –quiero que me acompañéis las tres. He de hacer un viaje”

…Y la historia es fácil saber como termina. Los cuatro van en busca de la madre. Ella los recibe con gran entusiasmo, y ahora son una familia muy pero que muy feliz. Y si no recuerdo mal las dos hijas mayores se casaron y tuvieron hijos. La pequeña, Zeka, creo que debe tener novio.

-Es una manera muy extraña de ver la belleza- dijo Éneric –pero me ha gustado.

-Es una forma de decir que la autentica belleza esta en el interior. Aunque es una lastima que para representar la belleza interior tengamos que expresarla con belleza exterior. Es decir comparamos la belleza interior con la belleza exterior lo cual es una contradicción pues es como si utilizáramos lo que intentamos evitar… ¿Éneric?...dulces sueños.

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Éneric ya no podía escuchar porque se había quedado dormido. Aníbal también, se había metido entre las mantas y apoyando la cabecita en las piernas de su salvador durmió hasta el día siguiente. Kórbac apagó las velas y poco a poco viajó al mundo de los sueños.

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CAPÍTULO 5

Un nuevo día llegó. Éneric despertó descansado, como si hubiera dormido en el mejor de los colchones. Quizás su cuerpo estuviera un poco dolorido pero su mente había amanecido totalmente relajada y libre de preocupaciones.

-¿Qué vamos a hacer hoy?- preguntó en voz alta. Miró hacia el otro lado de la tubería pero no había

nadie. Aníbal tampoco estaba. Extrañado salió fuera. El perro, que jugueteaba con un trozo de tela, no le hizo caso cuando lo llamó. A lo lejos pudo ver algo misterioso. Kórbac hablaba con un señor que vestía un elegante traje negro y llevaba un maletín -¿Quién será? – se preguntó –tal vez Kórbac sea un asesino y por eso está aquí escondido. Ese señor quizás venga a traerle información de algún tipo. No puede ser. Como iba a ser un asesino y afeitarse para que se le vea bien la cara.

El señor desconocido le dio un abrazo y se alejó. Kórbac volvió a las tuberías. Cuando llegó, Éneric no se atrevió a preguntar nada acerca de lo que había visto, prefería no meterse en donde no le llaman, aunque por dentro se moría de curiosidad.

-¿Qué vamos a hacer hoy?- preguntó Éneric deseando en el fondo realizar otra pregunta.

-Lo mismo de siempre. Esto es una rutina diaria. Pasear, ir a por agua si vemos que nos queda poca, buscar comida antes de que nos entre hambre por si acaso, hablar,

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descansar. En una palabra “sobrevivir”. –contestó Kórbac enredándose el pelo con el dedo índice.

Éneric miró las demás tuberías, parecían otra cosa

por el día. La ciudad futurista se había convertido en lo que era: el lugar donde habían tirado escombros algunos constructores en otro tiempo. Y la forma tan rara que había adquirido la ciudad futurista lo era por pura casualidad. Ahora se veía que las tuberías habían caído así cuando el camión había vaciado la carga. Unas sin enterrar, otras semi enterradas y otras en diagonal.

Esa mañana Éneric pudo darse cuenta que no tenía tan pocos vecinos como él creía. Por lo menos había gente en cuatro o cinco tuberías. Habían salido todos y no decían nada, ligeros saludos con la cabeza, poco más. Ya no estaba la chica guapa. Nunca más volvió a aparecer.

Los siguientes días mostraron a Éneric la dureza de

vivir en la calle. Aprendió que era mejor no recordar momentos felices en tiempos tristes pues era mucho peor. Kórbac le obligaba a dar las gracias cada mañana al despertar por seguir vivo y también cada vez que conseguían algo que podía ser de vital importancia como mantas, cartones, comida o medicamentos sin caducar.

Éneric encontró en Kórbac un guía, un maestro, un verdadero amigo que hacía que cada día se convirtiera en una lección espiritual y quien le hacía sentir las mejores sensaciones en el peor momento de su vida. Sus extraños ejemplos, sus historias, sus teorías misteriosas, esas ideas tan chocantes. En definitiva esas conversaciones tan

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profundas que nunca antes había tenido y que lo estaban despertando de ese profundo sueño en el que está sumido toda la humanidad hacían que cada día se sintiera más vivo.

Aníbal no creció mucho desde que lo encontraron en el contenedor de basura. Como mucho alcanzó una cuarta y eso que comía tanto como ellos.

El perro resultó ser un animal muy cariñoso. Éneric lo acariciaba constantemente y de vez en cuando le daba un abrazo que hacía temer a Kórbac que lo iba a aplastar. Pero según Éneric daba al perro lo que el perro quería darle a él. Es decir cariño. Aníbal no se despegaba de él en ningún momento.

Una de esas veces en las que solía llover tanto y

que pasaban los tres dentro de la tubería, tumbados sobre los cartones, escuchando como caía la lluvia y pensando cada uno en lo que le apetecía, Kórbac llamó la atención a Éneric.

-¿Estás disfrutando de la música?- preguntó Kórbac con suavidad –es la canción más hermosa que se ha compuesto jamás, su compositor es el cielo. Cada segundo es diferente al anterior y jamás repite una melodía. Es casi imposible aburrirse de la lluvia.

-En realidad imaginaba como estaría ahora mismo si estuviese delante de una chimenea encendida y tirado en un sofá- le dijo Éneric que estaba tumbado en el cartón mientras pasaba sus dedos por la cabeza de Aníbal.

-¿Por qué no intentas disfrutar de este gran momento?- preguntó Kórbac a la vez que se incorporaba.

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Éneric lo miró -Porque no puedo- respondió Kórbac volvió a tumbarse sobre su cartón, colocó

un poco las mantas y se las echó por encima. -Más bien será porque no sabes disfrutarlo. Éste es

un momento hermoso. Todos los momentos lo son, eso es evidente, pero la lluvia es algo maravilloso. Intenta concentrarte en el instante tan pequeño que hay entre gota y gota, en ese silencio tan minúsculo que apenas podemos percibir. Cuando lo hayas encontrado detén el tiempo y siéntelo.

-¿Entre gota y gota?- preguntó Éneric extrañado que seguía manoseando al perro –en ese tiempo tan pequeño no puede suceder nada.

Kórbac quitó las mantas que lo arropaban de un manotazo.

-¿Cómo que no sucede nada? En ese momento casi inapreciable hay muertes, nacimientos, hundimientos de empresas, enamoramientos, aparecen ideas, hay desesperación, ilusión, pasión, todo lo que mueve el mundo lo hace en menos de ese tiempo. La vida es como la lluvia, escuchamos la gota al chocar y no tenemos en cuenta los kilómetros que lleva cayendo desde el cielo. En la vida sucede lo mismo, las parejas se rompen en un instante, la gente se muere en un instante, las empresas se hunden en un instante pero ¿que ha pasado antes? Cada cosa importante que sucede en tu vida es como una gota de agua al caer, por eso debes saber valorar y disfrutar del tiempo que transcurre entre que cae una gota y otra. Disfrutar de tu vida cuando no sucede nada la hará mucho

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más agradable. Debes tener en cuenta que aunque no escuches la lluvia no significa que no vaya a venir una tormenta. Siempre está sucediendo algo que afectará a nuestras vidas, aunque sólo nos demos cuenta en ese instante tan insignificante como lo es el tiempo que hay entre gota y gota. Inténtalo ahora con esta mentalidad.

-Lo intentaré- dijo Éneric cerrando los ojos para concentrarse mejor en el sonido del agua.

Kórbac estuvo en silencio durante un rato para

dejar que Éneric consiguiera disfrutar de la lluvia. -¿Qué te parece ahora?- le pregunto al fin. -Esto es increíble. Nunca había imaginado poder

disfrutar tanto de algo tan simple, pero que razón tienes, es maravilloso. Por favor no me molestes, déjame disfrutar un poco más de esto que me has enseñado.

Kórbac sonrió y lo dejó disfrutar tanto tiempo

como quiso. Le encantaba ver como alguien disfrutaba de sus enseñanzas.

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CAPÍTULO 6 Amor. Éneric solía hablar a menudo de este

sentimiento. A veces parecía que era lo único que le podía interesar en el mundo. En realidad era lo único que echaba en falta. Kórbac conocía la historia de su pasado con Anoa tan bien como él.

Éneric veía el amor como algo mágico, como si el destino fuera el responsable de unirnos, separarnos y jugar con nosotros para que terminemos con esa persona que nos haría feliz. Kórbac sin embargo lo veía de manera muy distinta. Como si todo tuviera una explicación científica y no tuviera otra misión que la del apareamiento humano, procreación y protección de las crías hasta que pudieran valerse o bien por sí mismas o hasta que la mujer no necesitara al hombre para continuar cuidando al hijo de ambos.

-¿Pero cómo puedes pensar eso del amor?- preguntaba Éneric indignado –El amor mueve el mundo, siempre lo ha hecho y siempre lo hará.

-Y no lo dudo. Simplemente creo que el amor tiene sus ciclos.

-¿Sus ciclos? Explícate. Los dos amigos paseaban camino del parque donde

se conocieron. Kórbac que llevaba la mochila con las botellas vacías de agua se la pasó a Éneric. Normalmente se la turnaban, tanto al ir como al venir.

-Lo intentaré –dijo Kórbac mientras se frotaba las manos para calentárselas –en mi opinión el amor es algo

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que no se puede aguantar eternamente. Es muy bonito, es increíble y nos hace sentir la vida de otra manera. Creo que el cerebro debe segregar algún tipo de sustancia, o lo que sea, que nos hace sentir bien. Como si fuera una droga o algo por el estilo. Pues bien, supongo que esta sustancia debe agotarse en algún momento. Es lo que llamo ciclo de amor, pero si hay ciclo de amor debe existir un ciclo de desamor. Un ciclo en el que es imposible enamorarse ya que se deben recargar los depósitos de esta sustancia para volver a bañarnos el cerebro cuando aparezca una persona que merezca la pena. En este periodo de desamor nadie puede hacer que nuestros estómagos sientan el famoso cosquilleo.

-¿Ah sí? ¿y por que hay parejas que duran toda la vida? ¿Y por que nos enamoramos de unas personas y de otras no?- avasalló Éneric.

-Tranquilo amigo. Todavía me queda mucho por contar- le dijo Kórbac volviendo a coger la mochila – los ciclos no sé cuanto pueden durar, años, meses, semanas, supongo que depende de cada persona. Lo que sí sé es que cuanto más próximo sea tu inicio del ciclo con el inicio de otra persona más compatible seréis. Es la predisposición al amor lo que puede hacer que dos personas se enamoren. Imagina dos personas que acaban de iniciar su ciclo después de tres o cuatro años de recarga, cuando se conocen si se atraen mutuamente la explosión que deben sentir puede ser impresionante. Lo llamaríamos amor verdadero. Ese amor también se acaba, pero cuando termina ya se tienen tanto cariño que se necesitan el uno al otro, es como un bajón en la pasión pero un aumento en el

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cariño. Si pueden aguantar el tiempo necesario para que esa sustancia se recargue, el amor volvería a surgir entre ambos al inicio de un nuevo ciclo. Pero si los ciclos no son compatibles, no podrían aguantar. Cuando uno está a mitad de un ciclo el otro lo termina o cuando uno lo inicia la otra persona ya lo ha terminado... Esto puede hacer que sólo sean compatibles una pequeña parte del tiempo que supuestamente deben estar enamorados. Aunque dos personas sean totalmente compatibles es muy difícil continuar juntos en los periodos de desamor. La naturaleza es sabia, no creo que las personas tengan esos ciclos al azar, es decir, casi con seguridad que haya muchas personas que inicien los ciclos al mismo tiempo y es por eso que las rupturas, emparejamientos o incluso embarazos vengan en avalanchas.

El amor no se puede forzar. Si tenemos la adicción de tener pareja y ésta se rompe, no podemos ir a buscar a otra persona para que la sustituya, ya que en el momento que se inicie un nuevo ciclo de amor aparecerá alguien que sea totalmente compatible y entonces, nada se puede evitar.

-No me gusta saber el funcionamiento del amor. Es como si conoces los secretos de un espectáculo de magia. No lo puedes disfrutar.

-Lo conozcas o no, al final todo el mundo se enamora. No sé cuanto duran los ciclos, ni los de amor ni los de desamor pero lo quieras o no, llegarán. Tanto uno como el otro.

-Esto es solo una de tus teorías, no tiene por que ser verdad.

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-Tú has sido quien pidió que me explicara. Si no estas de acuerdo te respeto, pero debes respetar también mis pensamientos.

-Este tema me gustaría hablarlo con un ser humano, no con un científico sin corazón- dijo Éneric mientras lanzaba un trozo de tela a Aníbal para que jugara.

-Está bien. No creas que no me puedo enamorar de nadie por mi forma de pensar. Cuéntame cómo ves tú el amor y coge la mochila que ahora te toca a ti- Kórbac se la pasó.

Éneric se mantuvo en silencio durante unos

minutos, mirando el cielo de vez en cuando, con la mirada perdida y totalmente ensimismado.

-Para mí, muy lejos de lo que tú acabas de decir, el amor es algo divino- comenzó Éneric –es una unión producida por algo que no se puede explicar, únicamente se puede sentir. Es por aquello que vivo y por aquello que moriría. El amor es la esencia de la vida, es la única manera de enfocar la vida hacia el futuro mirando con ilusión. Es la energía que hace que cada mañana muestre un día soleado. Es la electricidad que puede recorrer el cuerpo de célula a célula. Es para mí una enfermedad que puede sanar el organismo.

Cuando alguien se enamora el universo tiembla y se crean nuevas estrellas. Cuando alguien se enamora Dios sonríe. Cuando alguien se enamora el mundo entero nota parte de su felicidad y la paz mundial se acerca un poco más.

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El amor hace que todos los días sean especiales y llenos de magia. Las estrellas, la luna, el sol, las nubes forman parte del decorado donde se encuentra la pareja enamorada. La música, el aire, el tacto y los besos son las palabras utilizadas. Las caricias son la forma de tocar el alma.

La felicidad que produce el amor no lo puede dar nada en el mundo. Es una sensación de autentica alegría infinita.

¡Es tan maravilloso besar a quien amas, sentir su abrazo y ser atravesados a la vez por la misma flecha del amor!

El amor es tan misterioso, tan mágico, tan no sé, único diría yo. Es algo que no se puede explicar, necesitaría mil días para explicarte un minuto de sentimientos.

-No te preocupes, te comprendo perfectamente, yo estoy enamorado- cortó Kórbac las palabras de Éneric

-¿Estas enamorado? ¿pero de quien? ¿no serás…? -No, no te equivoques. No soy homosexual, me

apasionan las mujeres aunque te digo yo que podría enamorarme de un hombre si reuniera los requisitos. Tal vez no me atraería físicamente pero el amor no debe mirar únicamente el físico, cuando alguien se enamora debe hacerlo de la persona que hay dentro. La belleza exterior, en el amor, es lo primero en lo que nos fijamos pero también es lo primero que deja de ser importante.

-Hay personas que se fijan en el dinero, en la posición social, en su fama. Ya sabes esas cosas- dijo Éneric.

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-Las personas superficiales, las que buscan a su pareja fijándose en cosas como su estabilidad económica, su fama, su nivel social, su casa o su coche, son en realidad personas que no se valoran a sí mismas, es decir, que creen que jamás conseguirían esto por sus propios medios y recurren a los bienes de la otra persona, siendo en realidad pareja de los objetos que desean poseer.

-Aun así es tan difícil olvidar el pasado. -El pasado ni se olvida ni se supera, simplemente te

acostumbras a vivir con ello. Sólo nos acordamos del pasado cuando nuestro presente es peor.

-Yo he llorado mucho recordando mi pasado. -No te preocupes. Todas las lágrimas son de

alegría. Jamás llorarás por alguien que te lo ha hecho pasar mal. Si lloras es por los buenos recuerdos que sabes que no se volverán a repetir.

-El amor es una necesidad como el respirar o más. Al menos para mí- dijo Éneric con una voz triste y desgastada.

Cuando llegaron al parque tuvieron que esperar

bastante tiempo sentados, hasta que los aspersores comenzaron a expulsar agua. Un rato en el que permanecieron en silencio hasta que Kórbac recordó una historia que quiso contarle a Éneric y resumía prácticamente todo lo que habían hablado.

“Hace mucho, mucho tiempo, tanto tiempo que por

lo menos faltan doscientos años o más para que llegue ese momento. En un pasado tan lejano que aun le queda

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bastante al futuro para llegar, sucedió o sucederá lo siguiente.

En una ciudad que pudiera ser ésta o cualquier otra

de las que hay en nuestro planeta, el Amor, sustancia universal y atemporal para la humanidad de todas las épocas, existió o existirá una pareja de amantes, que como todas, se sentirá única entre la inmensidad de las personas.

Él, tan enamorado de ella daría su vida por salvarla a ella. Ella, tan enamorada de él daría su vida por salvarlo a él. Sentían que su vida no era suya, sino de la otra persona. Convirtiendo la vida de la otra persona en suya propia.

Paradójicamente, ambos, que estaban dispuestos a dar su vida por la otra persona no serian capaz de dar la vida de la otra persona, que sentían como propia, para que se salvara a sí misma. Es decir necesitaban que la otra persona estuviese ahí, siempre.

Una historia de Amor necesita un nombre para los amantes, y mucho más ésta que será verdad.

Senin y Clana fueron y serán sus nombres. Senin proviene de una marca de chips y Clana de una marca de “trasers”, que no sabemos lo que es porque todavía no está inventado. En el futuro la gente suele poner el nombre a los hijos según las marcas que consideren importantes para el desarrollo humano.

Senin era y será como puede ser cualquier hombre

que haya estado enamorado y haya sentido la magia del

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amor hacia la chica de sus sueños. Queriendo pasar todo el tiempo a su lado.

Clana era y será como pude ser cualquier mujer en el mundo que haya sentido la flor del amor en su corazón cuando recibe un abrazo de su chico. Queriendo que su amante pase todo el tiempo con ella.

Como todas las parejas de enamorados, ésta

también se ocultaba algo. Y eso se veía a la legua. Senin lo notaba pero no decía nada. Clana que era la que lo ocultaba no tenía intención de contar nada.

A Senin no le importaba. Le molestaba y a veces se sentía incomodo pero comprendía que las personas solemos ocultar ciertas cosas que es mejor que no sean desveladas. Por eso no preguntaba.

Clana aunque no tenía la mínima intención de hablar del tema se sentía molesta por que su chico no le preguntaba, y ella sabía que él notaba que pasaba algo.

Los días se sucedían y el Amor aumentaba entre

ellos. La calidez de sus caricias podían incendiar un bosque helado. La suavidad de sus palabras erizaban los pelos de sus nucas. Y sin embargo…algo pasaba. Ya no pasaban tanto tiempo juntos como antes. Senin lo intentaba pero Clana siempre ponía excusas tontas. Sabía que le ocurría algo. No quería preguntar y no era por respetar su intimidad, no preguntaba por miedo. Miedo a que llegara el fin del amor. Miedo a conocer una verdad que ya temía -¿pero entonces por qué es tan cariñosa?- se preguntaba.

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Todo tiene un límite y todos los vasos acaban por

rebosar cuando cae cierta gota. Él la amaba y ya no podía soportar que cada vez se vieran menos. Apenas podía dormir por las noches y la presión que sentía por la incertidumbre le producía todos los dolores que un cuerpo puede soportar.

-¿Qué te pasa conmigo?- le preguntó al fin mientras descansaban sobre una roca después de haber terminado el típico paseo que hacían habitualmente.

-A mí, nada -respondió Clana mirando hacia otro lado.

-¿Pero como puedes decir eso? -Porque contigo no me pasa nada. Es la verdad. -Cada día pasamos menos tiempo juntos. He notado

que siempre pones excusas para evitar mi compañía. Lo estoy pasando muy mal y…

Clana lo cogió por el cuello y acercó sus labios a los suyos.

-Cállate- le dijo Clana. -No me puedo callar- Senin levantó la voz. -Cállate- gritó Clana mientras se ponía en pie. -He dicho que no me puedo callar- gritaba Senin

todavía más fuerte que Clana -¿es que ya no me quieres? -No vuelvas a decir eso. Eres la persona que más

quiero en el mundo. -Entonces ¿Por qué ya no pasas tanto tiempo

conmigo?- Senin parecía perder los nervios. No parecía el mismo de siempre. Nunca había hablando tan fuerte en su vida.

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-¿Estas seguro que quieres saber que me pasa?- le preguntó sin bajar el tono ni la intensidad de la discusión.

-Por supuesto que quiero saberlo. Te exijo que me lo cuentes. Es mi derecho a saberlo.

Clana hizo una pausa silenciosa, lo miró a los ojos, cogió las manos de Senin y las apretó con fuerza. Miró al suelo, lo pensó, volvió a mirarlo a los ojos y entonces se lo dijo:

-Voy a morir. Semanas después, en el hospital, Senin se sentía

como un autentico imbécil. Pero claro, como iba a saber que Clana necesitaba tanta atención médica. Toda la vida había sido una chica muy sana y le encantaba el deporte. Nunca había tenido problemas de salud. Ni la más mínima enfermedad desde que la conocía. Y sin embargo tuvo que llegar aquello.

El Amor por Senin hizo que guardara silencio. No quería hacerle sufrir. Prefería pasar la agonía sin que él lo pasara mal y disfrutar con su amado como si no pasara nada. Pero no pudo ser, al final todo se acaba sabiendo.

La enfermedad de Clana era nueva y desconocida.

Estaba producida por la variación genética de algún tipo de virus o bacteria. Este bichito se encargaba de la destrucción parcial o total de los órganos vitales y de los músculos de su cuerpo. Afectaba a todo a excepción de su cerebro, por lo que Clana era consciente de todo cuanto le ocurriera.

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Senin no podía imaginar una vida sin ella. Una vida tan vacía, tan insípida, tan triste que pensó que si Clana se iba el también lo haría.

Cuando la veía ahí, en aquel tubo transparente, rodeada de maquinas y cables que le atravesaban el cuerpo para alagar su vida, le venia a la cabeza aquella situación en la que ambos corrían porque un perro les perseguía e iba mordiendo las suelas de las zapatillas de Clana. Luego el perro no resultó ser tan grande, pero el miedo lo hizo gigante.

Senin deseaba darle un beso, no sabía si algún día podría volver a dárselo, pero sacarla de aquel tubo de cristal supondría la muerte inmediata.

Clana casi no se movía, no podía. Senin le hablaba porque sabía que su cerebro estaba intacto y podía escucharlo a la perfección. Además los médicos se lo habían recomendado.

No sabían cuanto tiempo le quedaría de vida, podían ser horas o días. Aun así nadie perdía la esperanza, ni los familiares ni su amante. Muchos ofrecieron sus órganos para que se los pusieran a ella, los médicos no lo aceptaron. Un órgano nuevo duraría tanto como los suyos propios, es decir nada. Además tenían órganos artificiales en el laboratorio que hubieran sido una mejor opción pero tenía el cuerpo tan destrozado por dentro que esta posibilidad se hacia imposible.

Cuando las lagrimas de todos los acompañantes

empapaban el suelo del hospital, al ver que el tiempo

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pasaba y no había esperanzas, un medico llegó corriendo a la habitación y expulsó a todas las personas allí presente.

-Tengo que hablar con ella- dijo. Después de hablar con ella, llamó a los familiares

dejando a Senin solo, allí en el pasillo. No paraba de llorar, quería despedirse de ella, darle un último beso, porque imaginaba que los familiares le estaban dando un último adiós y ahora le llamarían a él. Y así fue.

Los familiares salieron de la habitación como el medico ordenó. Senin entró cuando todos estaban fuera. Allí seguía Clana, dentro del tubo de cristal casi tan frágil como ella, y a su lado el doctor.

-¿Quieres mucho a Clana?- preguntó el medico. -Por supuesto que la quiero- respondió Senin. -¿Hasta que punto? -Hasta el punto de dar mi vida por ella si fuera

necesario. -¿Cómo serías capaz de amarla? Quiero decir que si

¿seguirías amándola eternamente si siguiera en este tubo para siempre?

-Sí. La amaría siempre, sin importarme como estuviese. La cuidaría, la mimaría y estaría siempre con ella.

-¿No te gustaría más que pudiera salir de aquí y vivir una vida normal?

-Vaya pregunta más tonta. -Te lo estoy preguntando completamente en serio. -Pues claro que prefiero que salga de este tubo.

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-Quiero que sepas que hay una posibilidad. Pero depende de ti, de cuanto la amas y de cuanto serías capaz de amarla.

-¿Qué…? -Clana me ha pedido que te lo pregunte a ti. Dice

que si vas a estar con ella siempre aceptará la intervención. Pero también ha dicho que si tu no vas a seguir con ella prefiere morir.

-¿Y por que razón no iba a querer seguir yo con ella?-preguntó Senin extrañado.

-Te lo explicaré. No puedo entrar en detalles porque no hay mucho tiempo. Si aceptas nos pondremos manos a la obra ya mismo. Depende de ti.

-Sí, sí. Por favor hable. -Como sabes, la única parte de su cuerpo que no ha

sido y no puede ser dañada es el cerebro. Es decir lo que es ella realmente. Pues bien, hemos descubierto la única solución, que consiste en hacerle un transplante de cuerpo. Ella seguiría siendo ella pero con otro cuerpo.

-No veo ningún problema. -El problema es que…verás…ya no sería una

mujer. El donante es un hombre. Y no puede ser una mujer porque esta enfermedad tan sólo afecta al género femenino. Por lo que será un hombre para toda la vida, no hay marcha atrás. Tú decides. Sólo debes responder a una pregunta ¿hasta que punto la amas?

Senin no sabía que hacer. Quería que se salvase,

pero nunca había sentido atracción por los hombres.

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Sabía que Clana lo seguiría amando. Pues aunque fuera un hombre, lo que tenía por dentro seguiría siendo una mujer. Entonces se vio a sí mismo convertido en mujer y viéndola a ella como siempre había sido. Intentando luchar por ella, intentando besarla y siendo rechazada por ser mujer aunque él siguiera teniendo los sentimientos y los gustos que siempre había tenido. Porque cuando estas enamorado no te ves a ti, sólo ves a la otra persona, y eso es lo que cuenta. Se sintió mal. Pero la quería. La amaba con locura. Y estaba dispuesto a seguir amándola fuera como fuera.

-Quiero que le salvéis la vida. Seguiré con ella para siempre. No me importa el físico, estoy enamorado de la persona que hay dentro y eso no puede cambiar.- dijo Senin emocionado y dispuesto a seguir con Clana para toda la vida.”

-Pues Senin tiene razón. El amor es hacia la

persona no hacia el físico- dijo Éneric. -Ya te lo decía yo. -Una pregunta ¿Por qué dices al comienzo de la

historia “Hace tanto tiempo que todavía no hemos llegado y luego que el pasado es el futuro” o algo así? No lo entiendo.

-Vamos a llenar las botellas de agua y luego te lo explico en el camino de vuelta. Ya están los aspersores en marcha. Mira Aníbal como se baña.

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CAPÍTULO 7 Cuando habían cargado la mochila con las botellas

llenas de agua Éneric se la puso. Camino de vuelta a “casa” Aníbal no paraba de enredar con el trozo de tela que tenía entre sus colmillos. A veces se acercaba a Kórbac para tentarlo a jugar al famoso juego canino de tirar y tirar, para ver quien tenía más fuerza. Cada vez que Kórbac ganaba, que era casi siempre, el perro acudía corriendo a Éneric como para pedirle ayuda y que le devolvieran el preciado trozo de tela. Éneric tuvo que reñir al perro para que lo dejara en paz.

-Kórbac- llamó la atención Éneric. -Dime. -He pensado… -Ay el pensamiento hijo de la cordura y padre de la

locura.- le cortó de pronto Kórbac. -…en lo que decías antes sobre el tiempo. Y no le

encuentro ningún sentido. ¿Cómo puede ser el futuro algo que ya ha pasado?

-Pues mira, para mí resulta que el tiempo tiene forma. Eso es todo.

-¿Qué tiene forma? ¿que clase de forma? -El tiempo es cíclico, es como un bucle, con un

principio y un final, donde el final es el principio y el principio es el final. Es como un anillo, circular. Creo que

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el tiempo es curvo y con forma de muelle. Si pudiéramos viajar en el tiempo hacia delante, al cabo de mucho viajar llegaríamos al pasado, si avanzáramos más, llegaríamos al presente y después al futuro. Y si pudiéramos viajar al pasado y lo hiciéramos hacia el principio cuando pasáramos del principio llegaríamos justo antes del final.

-No te entiendo nada- dijo Éneric con cara de tonto. -Imagina un circuito de carreras. Para ganar hay

que dar cien vueltas, o las que sean, eso lo sabes ¿no? La línea de salida es también la línea del final de la carrera. Cuando los coches están a punto de dar una vuelta llegan casi a la meta. La meta es el inicio. Pues si los coches hubieran ido marcha atrás también hubieran llegado al mismo punto. Lo que quiero decir es que el tiempo es como un circuito cerrado. Y digo que es curvo porque al igual que si viajáramos en un coche por una curva infinita tan sólo veríamos parte de esa curva, que es como si fuera el presente y no veríamos de ninguna manera que hay más allá de lo que ven nuestros ojos. Ni mirando hacia delante ni hacia detrás. Y creo que tiene forma de muelle porque como sólo podemos ir hacia delante de forma natural es como si la carretera de la curva tuviera esa forma y viajamos cuesta abajo y sin frenos. No podemos ni frenar ni retroceder.

-Vaya locura- cacareó Éneric –no me lo creo. -Yo no soy físico, solo tengo una idea propia del

tiempo algo extraña –se excusó Kórbac mientras pasaba su mano por la barbilla.

-Y tan extraña. Yo creo que el tiempo es tiempo. Existe el pasado que es lo que ocurrió antes del presente, y

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existe el futuro que es lo que sucederá después de este momento. No es tan complicado pero es lo que parece más lógico y fácil de comprender- explicó Éneric de esta manera su visión del tiempo.

-Tú crees conocer muy bien el presente, el futuro y el pasado. A ver si me puedes explicar esto.

-Muy bien ¿el qué?- preguntó Éneric. -Pues… Una voz que sonaba a lo lejos cortó la

conversación. Alguien estaba llamando a Kórbac. Éste se giró y vio a un señor muy bien vestido, con un traje negro como el que tenía el que estuvo hablando con él en el solar de la vieja estación. Éneric lo miraba muy extrañado. ¿Un señor igual que el otro? ¿pero quienes son? A diferencia, este señor era mucho mayor que el otro. Tenía todo el pelo de color blanco. Se acercó, lo saludó, le dio un abrazo y se alejó. Aníbal ladró sin parar hasta que desapareció. Éneric ya no quería saber nada acerca del tiempo. Le importaba más saber quien era ese señor. No se atrevió a preguntarlo. ¿Y si es alguien que conocía cuando no era vagabundo y en lugar de ayudarlo le ha saludado como si no pasara nada? Prefirió no preguntar y no meterse donde no le llaman.

-…y bien- dijo Kórbac limpiando los cristales de

sus gafas de pasta con un trozo de papel higiénico que guardaba en el bolsillo –que decíamos del tiempo. Ah si...tú que tanto sabes acerca del pasado, del presente y del futuro dime: ¿Cuánto cuanto tiempo tiene el pasado?

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-Pues no sé. Desde el principio, muchísimo y si todo ha existido siempre, porque yo creo que nunca hubo un principio, pues infinito.

-¿Y el futuro? -El futuro es todo lo que va a pasar así que eso si

que sé que es infinito. -Vale. Entonces dime, si el futuro es todo lo que va

a pasar y el pasado todo lo que ha sucedido ¿cuanto tiempo está durando el presente?

-Pues si todo el tiempo es la suma del pasado, el presente y el futuro…pues hay que restar el futuro y el pasado y queda el presente.

-Es decir nada. -Eso parece. -Pues si no existe el presente entonces no existe

nada. El presente es algo tan pequeño que no se puede medir en tiempo. Cuando quieras pensar en el presente ya se ha convertido en pasado.

-Pero yo sé que algo existe, yo existo. Yo veo el mundo, lo toco. Todo existe porque lo siento.

-¿No será entonces el tiempo una invención del hombre para poder medir algunos cambios? Imagina que hay un tiempo universal. Como podemos saber que hay días o segundos que pueden durar millones de años y para nosotros, para nuestro tiempo subjetivo un segundo siempre será un segundo, un año siempre será un año, ya sabes. ¿Quién nos dice que el tiempo no se para de vez en cuando? Si todo se detiene en nuestro entorno jamás podemos darnos cuenta de que esto ha sucedido. Es como si detenemos una película que estamos viendo. Los

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personajes nunca se darían cuenta que los hemos parado porque sólo viven su vida que es la película, y en la película todo se detiene.

-Pues es algo que jamás podremos saber a no ser que saliéramos de ésta, nuestra vida y nos viéramos desde fuera, algo que es imposible. Será una hipótesis que jamás se podrá demostrar, ni su autenticidad ni su falsedad.

-Supongo entonces que esto se convertiría en cuestión de Fe. Y es algo que aunque sea verdad no afectaría en ningún modo a mi vida. Anda pásame la mochila que llevas todo el tiempo con ella.- quiso terminar Kórbac la conversación alargando la mano para que Éneric le pasara la carga.

-Una cosa más. Si la historia siempre se repite como has dicho antes, es decir que después de llegar al final del futuro comienza otra vez el pasado estaríamos condenados a vivir eternamente las mismas vidas, todas iguales.

-Así es. -Me alegro de no creer en esa hipótesis. -Aunque no creas en ella, como no sabes si ésta es

la primera vez que sucede todo, te recomiendo que intentes vivir esta vida lo mejor que puedas, sin hacer daño a nadie y siendo lo más feliz que puedas. Por si acaso.

-Lo intentaré. Tú lo has dicho. Por si acaso.

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CAPÍTULO 8 Habían pasado varias semanas y no se dio ni

cuenta. Éneric casi no recordaba su pasado y tenía la sensación de haber vivido siempre así. Se había adaptado, y eso que muchas veces se quejaba del frío, sobre todo por las noches cuando tenía que buscar un punto caliente de su cuerpo para concentrarse en él. Ya se había acostumbrado a sentir la cabeza de Aníbal en sus piernas y no podía dormir sin sentir su cabecita. Era como una bolsa de agua caliente viva. Siempre dormía hasta que la luz del sol le molestaba y no le dejaba dormir más.

Aquella forma de despertar fue diferente. -¡Vamos levanta! –gritaba Kórbac- ¡date prisa! -¿Pero que pasa?- preguntó Éneric con la voz

tomada -¿te has vuelto loco? -¡No preguntes tanto y levántate imbécil! Éneric pudo escuchar voces fuera de la tubería y

vio a varios vagabundos corriendo de un lado para otro. Entonces se levantó a toda prisa, cogió a Aníbal en brazos y salió de la tubería. Todavía era de noche, posiblemente de madrugada.

-¿Qué sucede?- preguntó Éneric una vez más -Deprisa, vamos corriendo detrás de aquellos

montones que están a lo lejos. ¡Donde va todo el mundo!

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Éneric divisó la montaña de escombros pero también quiso mirar atrás para ver de qué huían los demás antes de salir a correr. No le gustaba hacer las cosas sin saber por qué lo hacía.

Cuando giró su cuerpo lo único que vio fue como una especie de ráfaga que le rozó el flequillo con un sonido parecido a un “fluuf”. Se echó hacia atrás y entonces lo comprendió. Ante él se encontraba alguien, no sabía si era un chico o un hombre pero su rostro se le quedó grabado en la memoria. En sus manos y tocando el suelo con la punta, sostenía un bate de béisbol. Unos centímetros más y Éneric no tendría cara. Detrás de él pudo ver a más personas que reían a carcajadas y hacían mucho ruido. Los que estaban tras él no tenían las apariencias de los que siempre veía en los informativos. Sino que eran personas que vestían ropas caras y que en ningún momento alguien sospecharía que pudieran hacer algo así.

Éneric salió corriendo tan rápido como pudo, sosteniendo al perro con todas sus fuerzas para que no se le escapara de las manos. Hasta que llegó con los demás. A lo lejos se escuchaba la risa del cabecilla que taladraba sus oídos hasta retumbar en su cabeza. Jamás olvidaría esa forma de reír.

-¿Estás bien?- le preguntaron repetidas veces los vecinos de la ciudad futurista.

Éneric tenía la sensación de no haber visto nunca antes a esos hombres y mujeres, a esos vagabundos. Era como si los hubieran cambiado de un día para otro.

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-Hijos de puta. Algún día nos van a matar- dijo uno de los vagabundos.

-Pues tendremos que hacer algo para defendernos- le siguió otro.

-No podemos hacer nada. Son demasiados. -¿Demasiados? Pero si son la mitad que nosotros. Mientras seguían discutiendo sobre un futuro

incierto Éneric observaba a los que casi lo matan. Allí estaban, sacando las cosas de las tuberías y haciendo un montón en el centro. Allí, depositando todas las mantas, cartones, y las escasas pertenencias que poseían.

-Algún día os cogeremos y entonces ya veréis. Maldita basura humana. Sois nuestro entretenimiento. Sois nuestras presas de caza. Quiero vuestras cabezas puestas en el salón de mi casa como trofeo –gritaba con saña el que tenía el bate de béisbol –algún día os cogeremos y entonces…

Alguien se acercó a él y lo calmó. Ninguno de los otros parecía tener tanto odio como el del bate de béisbol. Debía ser el jefe y los demás el típico grupo que sigue a los líderes sin cuestionarse nada. Los típicos que igual siguen a un violento que a un pacifista.

Éneric que seguía mirando a los violentos pudo ver

como rociaban con una lata de gasolina el montón que habían hecho con las posesiones de todos. Uno de ellos se acercó con una cerilla encendida en la mano y…

-¿Dónde pasaremos la noche hoy?- se preguntó Éneric con lágrimas en los ojos.

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“En ningún sitio” fue la respuesta que le dio el tiempo que pasaba con lentitud.

Kórbac y Éneric fueron juntos a buscar nuevos cartones y mantas por la ciudad.

-No te preocupes- le dijo Kórbac -esto es siempre igual.

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CAPÍTULO 9 Otra vez a empezar de cero. Otra vez a recorrer la

ciudad en busca de cartones, mantas y todo lo que pueda considerarse útil para sobrevivir a unas noches tan frías como esas. Por suerte para ellos Kórbac conocía el camino a los contenedores donde los más derrochadores de la ciudad vaciaban sus casas cada dos por tres.

-Anda que tener que agradecer que haya gente que derroche y no valore lo que tiene para que yo pueda sobrevivir. No se si alegrarme o llorar- comentó Éneric medio indignado pero rebuscando entre la basura.

-A ver si nos da tiempo a preparar otra vez las camas.

-Estás loco ¿Otra vez quieres regresar? ¿No te da miedo pensar que pueden volver?

-A mí lo único que me da miedo es pensar que nunca, nunca, nunca volveré a ser un niño. Cuando lleguemos será por la mañana, no creo que estén allí todavía. No volverán en mucho tiempo. Siempre hacen lo mismo- contestó Kórbac que removía sus manos como una excavadora -Mira han tirado una mesilla totalmente nueva.

-Me da rabia saber que hay gente que no valora la naturaleza. Si seguimos así acabaremos con el planeta ¿no crees?

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-Bueno. La Naturaleza está para servir al hombre y el hombre para cuidarla.

-Es horrible pensar que hay gente que no cuida para nada el planeta- protestó Éneric.

-El mundo lo destruirán aquellos que no merecen ser salvados ¿y tú quieres salvar el mundo?

-¿yo? ¿Cual? ¿Éste? No lo sé. Cuando pienso en el mundo no me viene a la cabeza la clase de gente que ha intentado matarnos- contestó Éneric –solo veo a los niños y ancianos inocentes, pero claro, habrá que ver como serán esos niños cuando crezcan o como fueron esos ancianos cuando eran jóvenes. Si algún día tuviera la oportunidad de salvarlo lo haría antes por Aníbal que por muchas personas de este mundo.

-A veces la destrucción es necesaria- dijo Kórbac mientras limpiaba sus manos en los pantalones – es un paso importante para renacer y mejorar. Los seres humanos a veces sin darnos cuenta provocamos nuestra propia destrucción interior, quedando únicamente trocitos de lo mejor de nosotros, pequeños trozos que harán un “yo” mejor. Evitar la destrucción de cuanto nos rodea es alargar su agonía y alejar su propia mejora. La destrucción es un paso a la perfección que no merece ni ser buscada ni ser olvidada.

Éneric no tenía la cabeza para andar con filosofía, solo sentía rabia en su interior. Había visto pasar el tren de la muerte junto a sus narices en forma de bate de béisbol. Los odiaba porque casi lo matan. Los odiaba porque por su culpa estaba pasando frío. Los odiaba porque tenía que

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volver a construir su cama. Los odiaba sobre todo porque no entendía que pretendían con ese comportamiento.

-Nunca he estado a favor de la pena de muerte- dijo Éneric- pero nunca antes había vivido una situación similar. Es muy fácil respetar la vida cuando nadie ha atentado contra la tuya. Es muy bonito decir que nadie tiene derecho a quitarle la vida a otra persona, aunque éste sea un asesino, porque en ese caso nosotros seriamos iguales. Pero un asesino que mata por placer no es para mí una persona. No es ni siquiera un animal. Un animal se guía por sus instintos y no razona. El asesino lo hace de forma consciente y para mí no merece otra condena que la pena de muerte. Otra cosa es que el asesinato sea cometido por accidente o en una lucha a vida o muerte.

-Eso lo dices ahora porque estas enfadado. Mañana se te pasará- intentó calmarlo Kórbac.

-No lo sé. Al menos podían intentar reeducarlos de alguna manera. Muchos que han estado en la cárcel han salido renovados por completo.

-Los criminales que los son biológicamente o por naturaleza no hay forma de reeducarlos. Lo llevan en la sangre. Necesitan el mal por pura necesidad. Aunque consigan reeducarlos, tarde o temprano volverán a caer en lo mismo de siempre: hacer daño a los demás. El ser humano ha cometido siempre el mismo error.

-¿Cual?- preguntó Éneric. -Creer que todos somos iguales- respondió Kórbac

con lentitud y pesadez en sus palabras. -¿Eres racista?- volvió a preguntar Éneric con

preocupación.

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-No. No puedo ser racista porque ni siquiera creo que existan las razas entre las personas. La diferencia de color y morfología de las personas es evidente y aunque llamemos raza a estas diferencias, no creo que una persona sea peor por este motivo. Lo que ocurre es que cuando cierta persona perteneciente a una “raza” diferente a la nuestra hace algo que nos puede parecer malo, tendemos a juzgar a todos los que pertenecen a su misa cultura, nación, color o lo que sea de forma equivocada. Incluso tratar mejor a otra persona diferente a nosotros es en cierto modo una forma de racismo. Creo que los que insisten en la idea de que todos somos iguales son los que ven más diferencias. Yo nunca podría luchar por la igualdad de las razas por el simple hecho de que soy incapaz de ver las diferencias. Por lo que si lucharía sería para ir en contra de aquellos que se sienten superiores a los demás.

-Pues por lo que veo me estas diciendo que todos somos iguales. Y hace un momento me has dicho que el ser humano ha cometido el error de creer que todos somos iguales. Eres la persona más contradictoria que conozco.

Kórbac rió a carcajadas durante unos segundos.

Cuando se calmó y tras varios intentos pudo seguir hablando.

-Claro que todos somos iguales. Lo que quiero decir es no se puede juzgar a las personas por su color, su cultura, religión o lo que sea. Ahora bien, escucha con atención a lo que voy a decir y no saques conclusiones que yo no he dicho. Como has hecho antes con el tema del racismo.

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-De acuerdo- Éneric asintió con la cabeza. -Las personas, al igual que pasa con el racismo,

creemos que todo lo que se parece a nosotros es mejor, una idea totalmente equivocada. Y el error es que cuando vemos algo que tiene forma humana lo tratamos como una persona. Pues bien como tú has dicho antes, cierto tipo de gente son peores que los animales. Si una ballena demostrara tener conciencia y un comportamiento merecedor de derechos similares a los humanos jamás se los daríamos por el simple hecho de no tener forma humana- Kórbac cambió la expresión de su cara, cuanto más hablaba más enfadado parecía -En serio te digo que hay personas que lo único que tienen de humano es la forma de su cuerpo. El ser humano no debe ser únicamente un trozo de carne con brazos y piernas que es capaz de ponerse de pie. El ser humano debe ser mucho más y como principio debe tener el respeto por la vida y por los demás.

-Esto que dices es muy fuerte. Es como si dijeras que hay personas de primera y segunda categoría.

-No quiero decir eso. Quiero decir que hay personas y “no personas” con forma humana.

-No digas eso- le gritó Éneric que lo notaba ya bastante alterado -creo que tú también estás muy enfadado con lo que nos ha ocurrido. Ya se te pasará. A mí ya se me está pasando la idea de condenar a muerte a los criminales.

-La pena de muerte no sirve de nada. Eso lo sé- dijo Kórbac que parecía enfadado

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-Pues sí. Una muerte no devolvería a la vida al que ha sido asesinado. No arreglaría los daños producidos. No sirve de nada matar a alguien por mucho daño que haya hecho. No se consigue nada con eso.

-¡Exactamente!– gritó Kórbac- con la pena de muerte no se consigue nada- hizo una pausa –en lugar de la pena de muerte deberían enviarlos a un laboratorio y hacer experimentos con ellos para que avance la ciencia y la medicina. Es una manera de salvar vidas y que paguen por las que ellos han quitado. Es una forma de hacer que su muerte sea útil para la sociedad, para la humanidad. No se devolvería la vida de aquella persona a la que ha podido matar, pero se salvarían vidas de otra manera.

-¡Cállate!- gritó Éneric haciendo temblar el asfalto como si hubiera un terremoto -¡estás hablando como un loco!

-Es la rabia que siento- dijo Kórbac que parecía más calmado -A veces la guardo para mí y cuando sale lo hace de esta manera. Ahora no sé si lo que he dicho lo creo de verdad o no.

-Y mira que el que estaba enfadado al principio era yo, pero joder, como se han dado la vuelta las cosas.

-A veces pasa- dijo Kórbac bajando la cabeza y mirando suavemente por encima de las gafas.

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CAPÍTULO 10

Camino de la vieja estación, llevando las mantas y

cartones que habían podido encontrar sobre sus espaldas, Éneric recordó las hormigas que vio en aquella ocasión cargadas con la pipa de girasol y pensó en cómo se debían sentir cuando alguien les destroza el hormiguero.

Kórbac no decía nada. Posiblemente se sentía avergonzado por aquello que había dicho acerca de las personas y lo de hacer experimentos con ellos en lugar de condenarlos a pena de muerte. Posiblemente no pensaba en nada o posiblemente iba pensando en otra cosa.

Aníbal, como siempre, corría de un lado para otro, acercándose a ellos y saltando de vez en cuando como un canguro para llamar la atención con un trozo de tela en la boca que le habían dado para que los dejara en paz.

-¿Crees que existe un Dios?- Preguntó Éneric mirando al cielo y haciendo equilibrio para que no se le cayera la carga.

-No sé a que Dios te refieres. Ahora nos sería mucho más útil un buen carrito donde llevar todo esto.

-¿Cómo dices? -Que da igual si existe o no. Tu vida va a ser la

misma tanto haya existido desde siempre como si no lo ha hecho. Lo que no entiendo es la importancia de su existencia. Sí, es muy probable que exista algo y que haya creado todo esto pero ¿Qué más da?- respondió Kórbac dejando la carga en el suelo para rascarse la cabeza y

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colocarse las gafas que se le habían deslizado hasta la punta de la nariz.

-No lo sé. Es una pregunta que siempre se ha hecho el ser humano- intentó explicar Éneric- todo el mundo ha dudado y se ha preguntado a cerca de la existencia de un ser superior, sin embargo, hay gente que tiene las ideas muy claras y sabe perfectamente si cree o no cree en Dios.

-Nadie cree en Dios ni tan poco como dice, ni tanto como intenta aparentarlo- comentó Kórbac que parecía haber salido de su ensimismamiento para meterse en la conversación.

-Bueno, tal vez los que no crean tengan sus dudas, pero la gente que dedica su vida a Dios debe tener muy clara su existencia. ¿No crees?

-Pues si tan clara tienen su existencia ¿Por qué cuando alguien dice que ha visto a Dios lo toman por loco? Si creyeran tanto y no tuvieran dudas deberían tomar en serio este tipo de afirmaciones ¿no crees tú?

Éneric sonrió. En ese momento entendió que Kórbac era una persona con una visión de la vida muy diferente a todos cuantos había conocido. Sabía que era un loco, pero no un loco de esos que ven a Dios, sino de los otros, de esos a los que todos llamamos locos porque somos incapaces de comprender.

-Siempre he creído en Dios. Unas veces más y otras menos. Además- dijo Éneric- si tanta gente cree será por algo.

-yo tengo mi propia idea de Dios. -Ah si, sorpréndeme. -Pues…-comenzó Kórbac.

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-¿Quieres que nos sentemos para hablar más tranquilos?- Cortó Éneric con la intención de descansar y hablar con más tranquilidad.

-No. Si paramos no llegaremos nunca. Vamos a seguir que ya queda poco recorrido- en lugar de parar, Kórbac aceleró el paso y cruzó un paso de peatones al que se acercaban varios vehículos. Ninguno paró.

-¡Vaya! casi te atropellan –dijo Éneric cuando llegó hasta él

-Es lo malo de ser vagabundo, nuestra vida no vale nada- Hizo una pausa, miró a Éneric y continuó con la conversación de antes – pues acerca de Dios tengo mi propia idea. Para mí, Dios no está más allá de nuestras cabezas, sino dentro de ella. Dios debe ser una sensación o un estado muy superior al amor. Seguramente muchas personas en sus vidas hayan alcanzado El Estado de Dios y por eso estén convencidas de que existe algo. Es posible, incluso, que todos alcancemos El Estado de Dios en algún momento de nuestra vida sin darnos cuenta. Un estado en el que nos sentimos en sintonía con el universo, una sensación que hace que todo se ponga de acuerdo para nuestra mejora personal, un estado que nos haga sentir un amor universal hacia los demás, un estado que cuando llegue a todos los seres humanos habremos traído el paraíso a la Tierra.

-¿Entonces crees en Dios?- le preguntó Éneric -Dios es como el amor, solo existe para el que lo

siente. Está en nuestro interior. -Pero eso es como decir que Dios somos nosotros. -Ni soy Dios ni dejo de serlo.

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-Y en el otro Dios ¿Crees? Ya sabes, en el supuesto ser superior.

-El otro Dios no me importa. Mi vida va a seguir igual exista o no. Me interesa mucho más el Dios interior, el que llevo dentro, el que produce esa magia que me hace ver los milagros que yo mismo produzco.

-¿Milagros?- preguntó Éneric extrañado. -Ya te darás cuenta. Tú también puedes hacer

milagros. Ámate y cree en ti y conseguirás todo lo que te propongas.

-No creo que yo pueda conseguir todo lo que me proponga.

-Si piensas así ten claro que no. Puede que exista algún tipo de conexión universal de todo, pero solo llegarás a todo a través de ti. Cada vez que te insultas, cada vez que dices que no serás capaz, cada vez que piensas que no vales para nada, cada vez que dudas de tus capacidades, tu Dios interior se sentirá ofendido y le quitarás las ganas de trabajar y luchar por tu bien.

-¿Y quien es mi Dios interior?- preguntó Éneric. -Tú mismo. Tú en esencia pura. Esa cosa tan

extraña y a la vez tan familiar que sientes cuando piensas en quien eres tú.

Poco a poco llegaron a la vieja estación. Los otros

habían limpiado las cenizas y restos del incendio y lo habían apartado de la ciudad futurista. Cada uno había preparado su tubería como si no hubiera pasado nada y allí seguían. Muchos dormían, otros paseaban y vigilaban, otros sin embargo no volvieron.

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Ya estaba amaneciendo cuando Kórbac y Éneric comenzaron a reconstruir sus camas. Algunos de los otros les regalaron mantas, cartones e incluso colchones que les habían sobrado. A pesar del cansancio que tenían no pararon ni un minuto y en menos tiempo del que imaginaron ya habían terminado.

-Vaya, ha quedado muy bien- dijo Éneric- mucho mejor que antes. Ahora si que vamos a estar bien ahí dentro.

-Ya te lo dije, a veces la destrucción es necesaria para mejorar. Lo importante es no venirse abajo y seguir luchando- comentaba Kórbac –el ser humano es creador por naturaleza, necesita construir, inventar, imaginar, crear lo que sea. Si no lo hace puede volverse loco y no encontrarse nunca consigo mismo, alejándose del sentido humano y acercándose más a su instinto animal ¿Cuando eres tan sólo una pieza en un tablero de ajedrez en el que te manipulan y te mueven donde otros quieren, dónde esta el sentido de tu vida?

-Eso me pregunto yo muchas veces. ¿Cuál es el sentido de la vida? Y mucho más ahora que casi he perdido la mía. Lucho por mi vida y en el fondo me pregunto… ¿para qué?

-Esa es la primera pregunta que la gente se hace cuando empieza a encontrarse consigo mismo. El sentido de la vida, el misterio más grande ocultado a la humanidad- contestó Kórbac mientras limpiaba los cristales de las gafas con un trozo de papel higiénico que había sacado del bolsillo.

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CAPÍTULO 11 Éneric daba muestras de estar despertando su

conciencia y Kórbac no iba a dejar para el día siguiente un tema tan fascinante y tan importante como lo es el sentido de la vida. Aunque entraron en la tubería y se sentaron sobre los colchones no durmieron, se quedaron hablando.

-¿Has pensado alguna vez como debe ser la línea que separa la vida y la muerte?– preguntó Kórbac –yo a veces pienso que debe ser como la línea que separa los objetos de la nada y a veces, sólo a veces, cuando creo que todo está conectado y somos un todo, que tanto la vida como la muerte son la misma cosa. O que al menos forman parte de lo mismo. Es decir que la muerte forma parte de la vida, y si hay un sentido de la vida debe existir un sentido de la muerte. Pero ¿Cuál es el sentido de la vida?

-Esa pregunta me tortura desde que me la hice por primera vez. No entiendo por que hay que luchar tanto por la vida, que sentido tiene, que hacemos aquí, para qué sirve todo lo que hacemos. La respuesta que he escuchado en más ocasiones es la de: para que sobreviva la especie. Pero ¿para que quiere sobrevivir la especie? Tantos millones de años de vida, tanta perfección, vale, puede deberse a una casualidad del universo y que seamos únicos. Pero entonces ¿que sentido tiene el universo? Y puede que el universo sea también debido a una

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casualidad, pero si quitamos todas esas casualidades ¿Qué nos queda? ¿de donde viene todo esto que no sea una casualidad? El universo como casualidad, el multiverso o lo que quiera que haya por ahí, si se debe a una casualidad ¿que tipo de casualidad será? Si no hubieran existido esas casualidades ¿que habría por ahí? ¿nada? Entonces ¿como es que se produjo una casualidad en la nada?...

Kórbac estaba sorprendido ante la forma que tenía Éneric de retorcer la filosofía. “será una gran persona” se decía cuando lo escuchaba.

-…si no podemos preguntarnos cual es el sentido de la vida porque la vida es debida a una casualidad del universo, pues preguntémonos cual es el sentido de la existencia del universo, y si el universo es otra casualidad preguntémonos por el sentido de la existencia de aquello que creó al universo, y si esto otro es también debido a una casualidad creado por otro algo muy superior… podemos estar haciéndonos preguntas hasta morir para llegar al principio. Y yo me pregunto ¿Qué es el principio y que sentido tiene?

-A lo mejor el principio somos nosotros –respondió Kórbac.

Esta respuesta produjo una especie de shock en la cabeza de Éneric que lo quedó k.o. durante un par de minutos antes de reaccionar.

-Esa respuesta casi me mata- le dijo al fin. -Imagina que nosotros estamos en nuestro planeta,

y nuestro planeta flotando en nuestro universo y nuestro universo forma parte de la parte más pequeña que forma un átomo gigante de algo mayor –intentaba explicar

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Kórbac ante la boca abierta de Éneric- y ese átomo del que formamos parte es a su vez parte por ejemplo de una roca que está en un planeta, que a su vez está en un universo que forma parte de otro átomo mucho más grande, que es a su vez parte de una miga de un trozo de pan que esta sobre la mesa de una casa que esta en un planeta que esta en un universo muchísimo mayor y ese universo forma parte de otro átomo que forma parte de una célula y esa célula está en tu cuerpo y vuelta a empezar. De esta forma el universo entero, el multiverso, incluso tú mismo formaría parte de cualquier átomo que exista en el mundo. Es como si pones un espejo frente a otro, ambos se reflejarían hasta el infinito. Pues igual. Es como decir que puedes observar el universo al completo mirando un átomo por un microscopio ultra potente. Si te das cuenta estamos en todo y todo está en nosotros.

-Ya lo veo. Todo forma parte de algo más grande y ese algo más grande es a su vez parte de algo más grande aún, pero que a su vez todo forma parte de la parte más pequeña inicial. Es como si nunca tuviera ni principio ni fin o como si todo fuera el principio y el final. Es una forma muy compleja de ver la realidad.

-¿La realidad? ¿Cómo sabes tú que es lo real? -Yo sé que esto es la realidad porque lo sé. -¿Cómo sabes que tú que no eres un personaje de

un libro y que ahora te están leyendo? -Venga por favor- dijo Éneric indignado- mira, otra

cosa me la creería, pero que me digas que yo pueda ser un personaje de un libro y que existo porque me están

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leyendo. Eso no te lo crees ni tú. De todas formas nos hemos alejado bastante de la pregunta inicial.

-El sentido de la vida- continuó Kórbac -es un tema muy complejo, tan complejo que podríamos hablar toda la eternidad y no llegaríamos a ninguna conclusión. Tal vez la respuesta la hallemos cuando terminemos nuestra estancia aquí, en la vida. Siempre he creído que esto es un paso más en un mundo lleno de escalones. Dependiendo de lo que aprendamos subiremos de nivel, bajaremos o repetiremos hasta que nuestro espíritu haya crecido lo suficiente para subir un escalón más. ¿Qué hay al final de la escalera o para que hay que subir? Esa respuesta no creo que mi inteligencia sea capaz de responderla, ya que es algo que va mucho más allá de aquello que conocemos. Lo que creo es que la vida nos somete a diferentes situaciones, malas o buenas, con la intención de enseñarnos algo. Si somos capaces de aprender la lección y llegar a alguna conclusión pasaremos a la siguiente situación. Si no aprendemos nada podemos estar condenados a repetir lo experimentado durante toda la vida por muy raro que sea, quejándonos de nuestra mala suerte o no entendiendo por qué estamos así. Estas respuestas que alimentan el alma nos harán subir en la escalera divina. La pena es que no siempre se descubre lo que la vida intenta enseñar.

Éneric que estaba sentado sobre el colchón se tumbó y se arropó con una manta antes de hablar.

-Hablas de la vida como si fuera una persona que hace las cosas a su antojo.

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-Nada puede tener más vida propia que la propia Vida. La Vida en si en un ente- dijo Kórbac tocándose la barbilla.

-De todas formas no me ha quedado muy claro que sentido tiene para ti la vida. ¿Que pretende la vida con enseñarte cosas? ¿Hasta donde quiere llegar?

-El sentido de la vida consiste en aprender a diferenciar el Bien del Mal de forma práctica. Si se consigue pasamos al siguiente nivel. Lo bueno y lo malo, ángeles y demonios…- hizo una pausa -todo esta en nuestro interior. Unas veces somos tentados y otras somos la tentación.

-¿Y que es para ti el Bien?- preguntó Éneric -Obtener lo mejor para mí sin hacer daño a los

demás. Llegar a la felicidad basándola en mi esfuerzo y trabajo- respondió Kórbac

-¿Crees que el dinero es la felicidad? -Vaya tontería. Si intentas alcanzar la felicidad a

través del dinero alejarás tanto el dinero como la felicidad. -Pues hay gente que tiene mucho dinero y parece

feliz. -Ya serían felices antes de hacerse ricos. Es más

fácil atraer el dinero con la felicidad que la felicidad con el dinero. Ya que es algo que no se puede comprar.

-También hay muchos ricos que no gastan nada. Eso es porque lo tienen todo ¿no crees?

-Entonces eso es como ser pobre. Si uno tiene mucho dinero y no lo gasta es igual que si no lo tuviera. Es como tener una buena vista y cerrar los ojos –dijo Kórbac mientras colocaba sus gafas.

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-¿Acaso un rico no puede ser feliz?- preguntó Éneric.

-Claro que si. Pero no utilizando el dinero para ello. Pues si consigue la felicidad a través del dinero tendría una felicidad falsa.

-La felicidad dura poco tiempo- aseguró Éneric. -Te equivocas- contradijo Kórbac -la felicidad dura

siempre, lo que no dura es la conciencia de que somos felices. Si cambias tu conciencia verás la felicidad.

-Hay gente que tiene mejor suerte que otra. -Eso no es así. Lo que le sucede a uno siempre

depende de uno mismo. -Pues yo tengo la sensación de que todo me ha

salido mal- dijo Éneric removiéndose en el colchón. Aníbal ya buscaba la pierna para apoyar su cabeza.

-La Vida todo lo que hace lo hace por algo, todo tiene sentido. Lo normal es que las cosas que no van a terminar bien no empiecen- Kórbac imitó a su amigo y se metió también entre las mantas- cuando no eres capaz de coger algo que tienes al alcance de tu manos es porque la Vida tiene reservado algo mejor para ti, por lo que debes tener las manos vacías hasta ese momento. La Vida insiste en llevarnos a donde vamos a estar mejor. Ella lo sabe, que para eso es la Vida. Y nosotros nos empeñamos en llevarle la contraria. Hay que dejarse llevar.

-Pero es que lo bueno, lo bien hecho o lo mejor sólo se ve cuando no sucede.

-¿Qué quieres decir?- preguntó Kórbac. -Por ejemplo, cuando alguien hace algo mal

siempre suele decir: ¡uy! si lo hubiese hecho de esa

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manera. Ya sabes. Pero cuando hacemos algo bien apenas nos damos cuenta.

-No sé si es que no me explico o que tú no te enteras- dijo Kórbac medio enfadado –eso no tiene nada que ver con lo que yo estaba diciendo.

-Ya lo sé, pero me apetecía decirlo.

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CAPÍTULO 12 Los días y las semanas volaban como pájaros.

Éneric no sabía cuantos meses habían pasado. Había perdido la noción del tiempo. Los hombres de negro seguían apareciendo de vez en cuando para saludar a Kórbac sin apenas decirle nada, luego se iban y no volvían a aparecer. No había cambiado nada, a excepción del pelo que ahora lo tenía un poco más largo.

Las calles de la ciudad eran su hogar. La conocía como nunca hubiera imaginado, y aunque pocas calles no habían sido pisoteadas, pocos contenedores no habían sido abiertos y pocas esquinas no habían sido vistas, el recorrido que más veces transitaban era el camino que iba hacia los contenedores de los derrochadores y hacia el parque donde recogían el agua. Muchas otras veces sencillamente andaban por andar y se dejaban llevar por los antojos de los pies.

Jamás pidieron una sola moneda. Nada de limosna. Ni una sola vez. Kórbac no quería hacerlo –No puedes pedir algo a quien no conoces, además debes liberarte de la esclavitud- decía sin dar explicaciones. Pero nunca les faltó nada. Más bien les sobraba.

El día que Éneric encontró un saco de tela, grande

como para meter un brazo estirado, que en su otra vida fue utilizado para guardar algún tipo de frutas u hortalizas,

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sintió como si hubiera encontrado una camioneta. Todos los días lo arrugaba y hacía como una especie de pelota con él para guardarlo en el bolsillo. Rara vez llegó vacío de vuelta.

Aníbal también se encariñó con el saco, cuando Éneric se despistaba y dejaba un trozo fuera del bolsillo no dudaba en saltar para agarrarlo con sus colmillos. Algunas veces Kórbac se lo tiraba encima para jugar. Al perro le encantaba ese juego, se volvía loco. Éneric reía al ver jugar a su amigo con el perro.

-Soy más feliz ahora que cuando lo tenía todo. -Ahora es cuando lo tienes todo- dijo Kórbac –la

gente se empeña en auto engañarse. Era uno de esos días que habían elegido para

recorrer la ciudad. A grandes pasos llegaban a ninguna parte, rápido iban los tres: Éneric, Kórbac y Aníbal.

-La sensación de felicidad que hay en mí es superior a todo cuanto he vivido- volvió a decir Éneric.

-Eso es porque te sientes libre. Has escapado del sistema que esclaviza al ser humano. Un sistema absurdo que consiste en satisfacer las necesidades de las empresas en lugar de las humanas. Un juego que consiste en ganar dinero sin saber para qué. Antes, los negocios se hacían para satisfacer las necesidades del hombre, hoy es al revés, el hombre debe satisfacer las necesidades de las empresas. Los gobiernos no tienen en cuenta como están los ciudadanos, sino cuanto dinero han ganado, sin importar en que condiciones lo han conseguido. La mentalidad consiste en como conseguir más dinero para ser más felices. El dinero es la felicidad. El dinero es

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salud. El dinero es amor. El dinero lo es todo. Incluso crean necesidades absurdas para manipularnos y que nos veamos obligados a conseguir más dinero. Ellos creen que lo tienen todo y sin embargo sólo tienen cubiertas necesidades que crean más necesidades. Un coche cubre la necesidad de transporte pero crea otras nuevas, como el mantenimiento o el combustible. ¡míralos son zombis y no se dan cuenta!- apuntó con el dedo a un joven que iba hablando por el teléfono móvil- las personas no estudian para aprender, sino para tener un empleo en el que ganar más dinero. Algunos trabajan muchas horas para comprar algo que no van a poder utilizar por falta de tiempo. Muchos consideran que esas pequeñas cosas que hacen disfrutar de la vida es perder el tiempo, y que lo importante es trabajar. ¿trabajar para qué? ¿para ganar dinero y gastarlo después en esas cosas que se consideran perdida de tiempo? No lo entiendo, en serio que no lo entiendo. ¿Cuántos jefes hay que no conocen a sus hijos y que cuando quieren darse cuenta ya han crecido lo suficiente para no tener ningún tipo de relación? Los que se obsesionan con el trabajo y en consecuencia con el dinero no suelen tener ni amigos ni familia.

-El dinero es necesario- dijo Éneric. -¿Necesario? Yo diría que es una obligación. La

esclavitud existe, sólo que hoy se paga y se llama trabajo. -Hay gente que le encanta trabajar. -Sí, pero no respetan a quienes no les gusta, y

cuando son jefes pretenden que los empleados se involucren tanto como ellos. Creen que hacen un favor

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dando trabajo, pero el favor también se lo hacen los empleados a él yendo a trabajar.

-La verdad es que hay gente que moriría por dinero. -Pues ya me dirás de que sirve morir por dinero,

algunos venderían una bomba nuclear a terroristas para que la tiraran en la ciudad donde ellos mismos viven. El dinero es bueno siempre que se consiga de forma ética y de forma que no haga daño a los demás. Es decir sin engañar ni explotar a nadie. Sin aprovecharse de las necesidades de otros. Y siempre que se consiga para algo, no para guardarlo, ya que eso frena la economía. El ahorro es el monstruo que alimenta la escasez.

-No lo creo- dijo Éneric rascándose la cabeza -el consumo en exceso puede acabar con el planeta. Eso sería mucho peor.

-Los Males del mundo y la Escasez es debido a que a todos nos obligan a tener los mismos gustos y necesidades cuando en realidad es mentira. Cada uno debe dedicarse a conseguir lo que realmente quiere, no lo que tiene el vecino. Eso es lo que hace que un bien se acabe, el que todos crean que lo desean- dijo Kórbac enredando el pelo en su dedo índice.

-Pero el dinero es necesario para conseguir lo que quieres. Si no ahorras no lo puedes tener- aseguró Éneric.

-No me refiero a ese tipo de ahorro. Me refiero a que cuando la balanza se inclina hacia un sector donde se va todo el dinero, lo demás se queda arruinado. Si los propietarios de esos sectores que han obtenido todo el dinero no lo gastan, la economía se frena. Si no hay dinero el mundo se para. Otra idea que me parece absurda.

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-No tiene que parecer absurda. Yo la veo lógica. Si no hay dinero no se puede hacer nada.

-Claro, un pueblo sin dinero es un pueblo pobre. -Por supuesto. -Te contaré la historia de una ciudad que creía ser

pobre: “Esta ciudad a pesar de no ser muy grande y estar

prácticamente incomunicada, pues estaba en medio de varios ríos que la rodeaban de forma circular que formaban varios anillos concéntricos de tierra y agua y situada en un lugar que nadie sabrá jamás donde, poseían la mayor abundancia de todas las ciudades que han existido sobre la faz de la tierra.

Los agricultores conseguían la mayor cantidad y calidad de frutas y hortalizas que una boca pueda probar. Los ganaderos y pescadores tenían las mejores carnes y pescados frescos. Los médicos conocían la medicina y técnicas más avanzadas. Los albañiles podían crear y modificar cualquier vivienda de la forma más sólida y original sin faltar a la belleza. Los sastres diseñaban los trajes más cómodos y hermosos que se puedan imaginar. Y los mejores técnicos, que arreglaban cualquier máquina que se averiara en cuestión de minutos.

Allí, todos los habitantes vivían en la abundancia y

no les faltaba nada. Por supuesto el dinero corría por sus manos como ratoncillos por un campo despejado. La pobreza sólo se conocía por relatos traídos de otras ciudades. A ellos eso no les podía pasar, al menos eso pensaban.

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Era posiblemente la única ciudad del mundo en la que a todos los habitantes les sobraba el dinero. Todos tenían cuanto querían cuando lo querían. Pero como el ser humano es hedonista y nunca se cansa de querer más, un avispado comerciante llegado de otras tierras con un barco medio averiado y cargado de algo misterioso vio una tremenda oportunidad.

-Eh, mirad ahí. Es un barco. Y es un barco gigante. La gente de la ciudad acostumbrada a pequeñas

embarcaciones, que utilizaban para navegar por las cercanías del río y para pescar, se sorprendieron al ver semejante embarcación.

-Debe haber alguien dentro- supuso alguien entre la multitud –no es posible que el barco haya llegado solo.

En ese momento una de las puertas del único camarote que había en el centro del barco de madera crujió y comenzó a abrirse con lentitud. Los mayores miraban la puerta, los niños, sin embargo, la inmensidad del barco.

El barco de madera sin pintar y cuyo casco tenía hundido en el agua hasta la mitad podía intuirse arqueado por la curvatura sobresaliente de la popa y la proa. En el centro como una casita en medio de un rancho con sus tejados puntiagudos y rodeado de blancas y gigantes velas se encontraba el camarote que casi todos miraban sin pestañear. De allí salió un señor gordo y barbudo. Calvo y sonriente. Paticorto y mareado. Al que todos recibieron con la más calurosa de las bienvenidas.

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El comerciante había recorrido infinidad de tierras con su barco a lo largo de su vida y jamás había estado en una ciudad tan hermosa y tan rica como esa. Y ni siquiera había oído hablar de ella. Por lo que como no sabia donde estaba, y como el barco no podía navegar, tuvo que quedarse allí a vivir, dentro del camarote.

El señor recién llegado que no quiso dar su nombre

pero sí su profesión, fue conocido por todos como “El Comerciante”. Y este señor que siempre quiso ser rico, cuando llegó a aquella ciudad y paseó por sus limpias y brillantes calles llenas de niños alegres, mujeres guapas y sonrientes, hombres apuestos muy bien vestidos y ancianos que no lo parecían. Pudo ver la inagotable riqueza que por todos lados fluía.

-La quiero toda para mí- se dijo pensando en la riqueza.

Y recordó algo que tenía en los almacenes del barco traído de tierras muy lejanas. Algo que podía ser muy atractivo y desconocido para la gente de la ciudad.

Cuando se le ocurrió la idea se dirigió a toda prisa hacia el barco. Subió hasta la cubierta y miró por las escotillas que daban al almacén. Allí estaban todos los baúles cerrados y repletos de aquello misterioso. Cientos de baúles con aquellas piedras. Aquellas misteriosas piedras verdes a las que llamó “Calcorium”

No le resultó muy difícil vender las primeras

piedras, era una novedad, a la gente le sobraba el dinero y el precio era muy bajo.

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A la semana siguiente dobló el precio de las piedras e hizo correr la voz de que se estaban agotando, en realidad tenía el barco repleto y tan sólo había vendido unas cuantas.

Unos días después triplicó el precio. Los que compraron las piedras al principio se sentían satisfechos por saber que si las vendían ahora obtendrían el triple de lo que les costó. Pero ahí no paró la subida. Los precios siguieron subiendo y subiendo, lo que por la noche costaba dos al amanecer costaba cinco. Muchos abrieron los ojos y vieron una gran oportunidad, gastaron todos sus ahorros en esas piedras llamadas “calcorium”, recordaban como el precio de esas piedras costaba mil veces más de lo que costaba al principio y seguían comprando piedras y más piedras soñando en multiplicar su inversión por dos mil o tres mil.

El Comerciante veía como sus bodegas y

almacenes se llenaban de monedas. La infinidad de piedras no se le agotaba. La gente se amontonaba en la entrada del barco y pagaba lo que se les pidiera por esas piedras verdes. Todo el mundo tenía piedras y todo el mundo quería más. Pensaban que algún día se agotarían. O mejor dicho, no pensaban, simplemente compraban.

Cuando algo se compra para ganar dinero y no para

darle una utilidad tarde o temprano ese algo deja de tener valor. Y eso es lo que ocurrió, porque cuando todo el mundo había gastado su dinero en piedras y ya nadie tenía

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más con que comprar, todos se hicieron la misma pregunta:

-¿Para que sirve y ahora a quien le vendo yo esto? No se podía vender por tres motivos: el primero

porque todo el mundo ya tenía piedras, el segundo porque esas piedras no servían para nada y el tercero porque ya nadie tenía dinero. Aunque “nadie” es un decir, ya que casi todo el dinero esataba en manos de “El comerciante” que como vio que las piedras ya no se vendían lo que hizo fue bajar su precio hasta quedarlo casi al mismo precio que al principio, con lo que los últimos despistados que aun tenían algo de dinero lo gastaron en esa supuesta ganga. Semanas después el precio del Calcorium rozaba casi el cero. La gente, desesperadas, quisieron vender las piedras para obtener algo de dinero, pero como el único que lo tenía era El Comerciante, la gente se dirigió a él para venderle las piedras que le habían comprado a precios desorbitados por un valor ridículo.

El Comerciante cuando hubo recuperado todas las piedras otra vez lo que hizo fue subir de nuevo el precio del calcorium, de esta manera la gente que había recuperado algo de dinero y pensaba que un nuevo boom había comenzado volvió a invertir cayendo de nuevo en la trampa.

De esta manera tan inteligentemente despiadada se hizo con todo el dinero de la ciudad, dejando a todas las personas en la ruina. Convirtiéndose en el único rico de la ciudad. Tras esto cambió su barco por una gigantesca mansión que compró a precio de risa.

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El Calcorium desapareció en el río cuando él mismo incendió su barco.

El Comerciante a pesar de ser muy rico era asquerosamente tacaño y el dinero no salía nunca de sus arcas. Cuando salía para comprar comida o para pagar algún servicio, lo hacía a cuenta gotas y de una forma u otra el dinero siempre volvía a él. Por culpa de esto la ciudad, su gente y el progreso se detuvieron.

Comienza la pobreza. Los utensilios y las maquinas se averían. Los

agricultores no pueden pagar las reparaciones de sus herramientas y maquinas para cultivar la tierra y recoger sus frutos. Los ganaderos no pueden dar de comer a sus animales y no pueden vender porque nadie les pude comprar la carne. Todos llevan ropas viejas y desgastadas. La gente comienza a pasar hambre. La gente enferma pero no pueden llamar a los médicos porque no pueden pagar sus servicios. Los médicos tampoco pueden comer y también pasan hambre. La gente muere de hambre, enfermedad y desesperación.

La ciudad de la abundancia se había transformado en la ciudad de la escasez.

La situación era tan desesperante como agobiante, nunca se había vivido una situación así. Nunca antes alguien había muerto de hambre. Nunca se había visto tanta tristeza en esa ciudad. Y esa situación duró bastante tiempo, mucho tiempo.

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Hasta que alguien, cansada de la situación, una chica joven y guapa, un día se dio cuenta de algo y reunió a toda la gente.

Y les hizo una pregunta: -¿Por qué somos pobres? -Porque no tenemos dinero.- respondieron -¿Acaso es eso la pobreza? -Claro que si, cuando teníamos dinero no nos

faltaba de nada. -Decidme ¿no tenemos ganaderos? ¿no tenemos

médicos? ¿no tenemos sastres y costureros? ¿no tenemos a gente que sabe arreglar todos los aparatos? ¿no tenemos albañiles que puedan reparar las casas?

-Si, claro que si. ¿pero como los pagamos? -¿Habéis imaginado un mundo al revés? ¿Podríais

imaginar esta ciudad en la que todos tuviéramos muchísimo dinero y ninguno supiera hacer nada? ¿Acaso no es eso la verdadera pobreza? No os dais cuenta que lo tenemos todo y lo único que nos falta es el dinero que es en realidad lo menos importante…

La gente murmullaba. Unos entendían la idea y otros no. Los que la comprendieron se la explicaron a los que no la entendían y así poco a poco casi todos captaron la idea.

-¡¡…os prometo!!- gritó la chica- que si hacéis lo que yo os diga saldremos de la pobreza en cuestión de días y el dinero volverá a fluir por nuestros bolsillos.

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La gente desesperada pero con un rayo de ilusión se dejó llevar. No tenían nada que perder, ya que no les quedaba nada, al menos eso pensaban.

La idea que propuso la chica consistía en cambiar recursos por trabajo o trabajo por recursos sin utilizar el dinero para nada. Se firmaban contratos en los que se decía que si alguna vez se necesitaba ayuda de la persona que obtenía el bien, éste debía dársela.

Los primeros en iniciar los trabajos fueron los técnicos, que repararon todas las herramientas y maquinas de los agricultores y ganaderos, obteniendo a cambio carnes y frutas que cambiaban por ropa, salud, otros alimentos o reparaciones de algo que ellos no sabían reparar y tenían en casa. En cuanto se inició el primer cambio todo comenzó a fluir, y en pocos días, como prometió la chica, la mayoría de la gente ya tenía ropa nueva, las casas y sus averías reparadas, la salud recuperada y el estomago lleno.

El dinero seguía en manos de El Comerciante, que

seguía obsesionado por gastar lo menos posible. Aunque a pesar de la escasez económica que sufría la gente de la ciudad poco a poco se pudo recuperar la riqueza sin utilizar una sola moneda.

El Comerciante que salía de vez en cuando de su mansión no entendía como podía suceder aquello, pues el sabía que tenía todo el dinero y por lo tanto todo el poder.

Las calles volvieron a llenarse de niños que jugaban sin parar y los hombres y mujeres salían a divertirse.

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Parecía incluso que en esos momentos eran más ricos que en su mejor momento de abundancia. En realidad lo eran.

Con su bolsillo lleno de monedas se acercó al ganadero que tenía más cerca de la mansión y como siempre le dijo:

-Dame tu mejor cordero, tengo aquí una moneda que te está esperando.

-Lamento decirte que el precio del cordero ha subido- dijo el ganadero.

-¿Ah si? ¿Y cuanto cuesta?- preguntó sonriente -No menos de cinco monedas. -Eso me parece muy caro. Iré a ver a otro ganadero

que me lo deje más barato. El Comerciante se alejó y corriendo fue a ver a el

siguiente ganadero que no estaba muy lejos. -Dame tu mejor cordero- le dijo- tengo aquí una

moneda que te está esperando. -Me temo que el precio del cordero ha subido. -¿Y cuanto cuesta?- preguntó extrañado. -No menos de cincuenta monedas. -¡Cincuenta monedas!- protestó enfadado -Sí- afirmó con solidez el ganadero -ni una moneda

menos. -Pues iré a ver a otro ganadero que me lo deje más

barato. Al siguiente ganadero donde fue el precio casi lo

tira al suelo del susto, pues quinientas monedas era el valor del cordero. Así que decidió volver al primer sitio donde había estado.

-He venido a por el cordero.

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-Aquí lo tienes- dijo el ganadero tirando de un corderito que tenía atado con una cuerda.

-Toma tus cinco monedas. -Lamento decirte que el precio ha subido. -¿Cómo que ha subido? Pero si acabo de venir hace

un momento y me has dicho que el precio era de cinco monedas.

-Pues ahora el precio es de cinco mil monedas. -¡Cinco mil monedas! Te has vuelto loco. Quédate

con el cordero. El Comerciante enfadado volvió de camino a casa.

Como iba muy rápido chocó con un joven que venía frente a él –¡ten cuidado!- gritó. No entendía que pasaba, pero como no era tonto sabía que algo estaba sucediendo.

Al llegar a la puerta de su mansión introdujo las manos en sus bolsillos para sacar las llaves, pero éstas no estaban. Así que no le quedó más remedio que llamar al cerrajero.

-¡Abre la puerta de mi casa!- ordenó muy enfadado. -El precio ha subido- le dijo el cerrajero. -¿Y cuanto cuesta?- pregunto con cierto rín tín tín. -Cincuenta mil monedas- Contestó el cerrajero. -¿Cincuenta mil monedas? Pasaré la noche en la

calle entonces. Ya aparecerán las llaves. La noche se acercaba y con ella el frío. Como veía

que la ropa que llevaba era muy fina decidió ir a ver al sastre para que le vendiera un traje más grueso para pasar la noche en la calle sin pasar frío.

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-Dame tu mejor traje- exigió El Comerciante al sastre.

-Lo haré, pero has de saber que el precio ha subido. -Ya, ya lo imaginaba. ¿y cuanto cuesta? -Quinientas mil monedas- contestó el sastre. -Pero eso es muchísimo por un traje. -También lo era por una piedra y la gente lo pagó. -Pues me temo que te vas a quedar con el traje, no

pienso pagar tanto por un trozo de tela cosida. Y salió de la sastrería. La noche llegó y la pasó en la calle. A la mañana

siguiente, como no había comido y tenía ropa muy fina, se despertó muy enfermo.

Casi sin poder moverse y sin poder hablar pidió a todos cuanto pasaban junto a él que avisaran al medico, que estaba muy enfermo y sentía que iba a morir.

No fue uno, sino varios médicos los que se acercaron a él. Rodeado por la multitud preguntó:

-¿Y esto cuanto me va a costar? -Todo el dinero que tienes y tu mansión- fue la

respuesta de los médicos. -Pues entonces moriré- aseguró El Comerciante. -Muy bien, cuando hayas muerto cogeremos tu

dinero y lo repartiremos. -No podéis hacer eso. El dinero es mío. Es un robo. -Tú nos lo robaste a nosotros. -No, de eso nada. Yo no lo robé. Os vendí piedras.

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-Pues nosotros ahora te vendemos salud. Y si sobrevives no olvides que el precio de cualquier cosa que compres costará la mitad de lo que tienes.

-Como veo que de cualquier manera voy a perder mi dinero os ruego que me salvéis la vida.

Y así lo hicieron. Los médicos lo curaron. Las llaves, que aparecieron “por casualidad”,

abrieron las puertas de la mansión. El dinero se volvió a repartir entre todos los ciudadanos por igual, se puso un tope máximo de ahorro para que no volviera a pasar lo mismo y jamás volvió a suceder. Se puede decir que es la ciudad más rica del mundo. Siempre lo había sido y siempre lo será. Entendieron el verdadero significado de la riqueza.

El Comerciante como no sabía hacer nada, no pudo trabajar, no pudo ganar dinero, sufrió miserias, paso hambre y al final murió. Nadie le ayudó.

Después de todo esto decidieron esconder la ciudad

para que ningún extraño llegara a ella con la maldad y la avaricia que ellos no tienen. Y hasta ahora nadie la ha encontrado aún.”

…y este es el fin de la historia. Lo que quiero decir es que no hay ninguna ciudad pobre en recursos, sólo la pobreza existe en dinero- explicó Kórbac.

Éneric no contestó. Había palidecido. Sus ojos se

perdían a lo lejos. Estaba viendo algo que lo había dejado paralizado.

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CAPÍTULO 13 Lo que Éneric miraba no era otra cosa que la curva

donde intentó suicidarse con el coche. Nunca antes habían llegado ahí y no quería permanecer más tiempo en el lugar donde casi pierde la vida, donde casi se la quita a voluntad propia. Se sentía como un autentico estúpido.

-¡Vámonos! Por favor- pidió Éneric. -¿Por qué?- pregunto Kórbac extrañado. -Coge a Aníbal y vámonos de aquí. Ves esa curva

de ahí- señaló a lo lejos- ese es el lugar en el que casi pierdo la vida. Me siento un poco incomodo en este lugar.

-Te comprendo- dijo Kórbac mientras se acercaba a Aníbal para cogerlo entre sus brazos- ¡suelta eso! –gritó mientras le tiraba del trozo de tela que casi siempre llevaba en la boca cuando no se le antojaba el saco de Éneric.

De camino a la ciudad futurista Kórbac no pudo

resistir la tentación de preguntar por el pasado de Éneric, y eso que ya lo sabía prácticamente todo.

-¿En serio casi haces eso por una mujer? -No sería el primero. -Sí, pero nadie vale tanto como para hacernos

perder la vida. -Eso lo pienso ahora pero en aquel momento las

cosas eran muy diferentes.

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-Tú eres una buena persona- animó Kórbac a Éneric que parecía triste –no entiendo como pudo dejarte para irse con otro ¿Quién me dijiste que era?

-Era el jefe que tuve en la empresa de mi antigua ciudad. Siempre pensé que era un gilipollas y ella compartía mi opinión.

-¿Cómo era, era muy guapo?- preguntó Kórbac. -¡Que va! Era muy peludo, con un cabello muy

abundante y una frente de menos de dos dedos. Una nariz ancha y una barba tan espesa que aunque estuviese recién afeitado se le seguían viendo los pelos de la cara intentado salir. Además no estaba bien proporcionado. Sus dimensiones eran parecidas a las de un enano. Y eso que media casi dos metros.

-Entonces lo definirías como un enano de dos metros- dijo Kórbac sonriendo.

-Sí, exactamente eso es lo que parece, un enano de dos metros.

-Pues yo si veo alguien así te aseguro que me voy corriendo. Pensaría que sería un sueño o una pesadilla.

Con esta definición tan inusual los dos amigos

hicieron el camino de vuelta a la ciudad futurista riendo a carcajadas cada vez que recordaban a lo que para ellos se convirtió en el famoso “Enano de dos metros”

-El ser humano es misterioso, a veces hace cosas

realmente incomprensibles- dijo Kórbac mientras levantaba con un dedo las gafas que se habían resbalado hasta la mitad de la nariz

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-Me lo vas a decir a mí- contestó Éneric como si él lo supiera mejor que nadie.

-Lo digo por ti. Éneric le daba muchas vueltas a las palabras de

Kórbac. ¿Que querría decir con lo de “lo digo por ti”? Tal vez pensaba que era un ignorante. No se pudo resistir.

-Oye ¿Tú piensas que soy un ignorante? Kórbac lo miró y le contestó -Claro que no. -¿Qué significaba ese “lo digo por ti”? -Simplemente que me parece extraño que una

persona que ahora lucha tanto por la vida en otro momento intentara quitársela.

-Pensé que me estabas llamando ignorante o algo por el estilo.

-La ignorancia es de aquellos que no saben lo que tienen, la ignorancia está creada para perpetuar el poder, la ignorancia es el arma de los poderosos. Como le dijo el rey a su hijo:

“-Enseña al pueblo a leer y perderás tu reino. La ignorancia es la base de la monarquía y los pilares de Dios”

Y así fue. Sucedió exactamente lo que dijo el padre. Lo que no sabía el padre es que cuando avanza la sociedad cualquier persona vive mejor que un rey de antaño, incluido nosotros que parece que no tenemos nada pero mira- terminó de decir Kórbac.

-¿Que nosotros tenemos el qué?- preguntó ofendido Éneric.

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-Mira a tu alrededor ¿crees que no tienes nada? El mundo es una gran mansión que tenemos a nuestra disposición. Para mí todo esto es mi casa. Abre un poco más los ojos y mira. Todo esto se ha creado para que tú lo puedas disfrutar. Piensa que las calles son los pasillos de tu casa, los edificios son las habitaciones de tus sirvientes, ellos se encargan de mantener nuestro hogar que es a la vez su hogar. Cada día nuestros sirvientes se levantan temprano para cuidar nuestra mansión. Los bosques son nuestros jardines y el mar nuestra inmensa piscina. Los contenedores es el lugar donde nuestros cocineros llevan la comida que necesitamos, y si te das cuenta siempre nos hacen un menú muy variado. Todos los días intento mirar a lo lejos y disfrutar de la grandeza del ser humano y de todo cuanto ha construido.

-Eres muy positivo- le dijo Éneric. -¿Positivo? ¿Por qué no intentas mirar el mundo

como si fuera la primera vez que lo vieses? Como si fuera la primera vez que pisas este planeta. Tal vez te sorprendas más de lo que crees. Acaso no entiendes que durante todos los segundos que vivas tendrás algo de que disfrutar y algo por lo que dar las gracias. El simple hecho de sentirse vivo es algo maravilloso. Piensa en la sensación de la vida, en lo que tú eres, en lo que sientes cuando tomas conciencia de ti mismo. En el sabor del calor de tu alma. Mira una simple nube, mira el cielo, es un cuadro pintado exclusivamente para la decoración de la gran mansión, es la bóveda mejor pintada que pueda existir. Todo el planeta está lleno de pequeños pero inmensos detalles que quien no sea capaz de disfrutar

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jamás podrá sentir el placer de la vida. ¿y que me dices de la noche? Con sus estrellas y esa luna que nos acompaña.

Éneric levantó la cabeza y miró al cielo. -¿Crees que hay vida más allá?- preguntó Éneric. -Es muy posible. Habrá lugares en los que exista

vida inteligente y otros en los que simplemente exista a nivel microscópico. De todas formas veo imposible que algún día, aun existiendo miles de planetas con vida inteligente, seamos capaces de contactar con otros mundos.

-Puede que ellos, si están más avanzados en tecnología, contacten con nosotros.

-No lo sé ¿has pensado alguna vez como será el siguiente paso de la evolución humana en nuestro planeta?- preguntó Kórbac.

-Dicen que no tendremos dedos en los pies y que el dedo meñique desaparecerá de las manos.

-Pues yo creo que el ser humano dará paso a las maquinas. No de golpe pero si poco a poco. Supongo que al principio seremos mitad humanos y mitad maquinas y después quedaran sólo las maquinas, ya que serán más fuertes y estarán más preparadas para la vida. Vida o lo que quieran llamarle.

-Mitad personas y mitad maquinas. No me parece una idea muy loca. Pero lo veo muy lejano.

-¿Muy lejano? Ven conmigo- Kórbac hizo que Éneric subiera con él a una especie de puente que había en la calle de al lado y desde donde se podía ver una autopista – mira allí ¿puedes ver todos esos automóviles que viajan por el asfalto? Pues todos tienen una persona

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dentro. Ahí tienes un claro ejemplo de mitad humano y mitad maquina.

Éneric abrió la boca y dijo: -¡Es verdad! – después en silencio siguieron andando.

Cuando faltaba poco para llegar a la ciudad

futurista, Éneric que ya había dejado de pensar en las maquinas y se había centrado, sin saber por qué, en temas de política y en los que han estado en el poder, pensó que si el mundo es tan maravilloso como había afirmado Kórbac, la existencia de los males debía ser por culpa de aquellos que gobernaban.

-¡Kórbac!- llamó Éneric la atención a su amigo que iba ensimismado como casi siempre.

-Dime. -¿Puedo hacerte una pregunta? -Claro. Es la pregunta quien ha hecho al hombre y

no sus respuestas. -Es sobre política. ¿Quién crees que debe gobernar

para que la sociedad y el mundo en sí mejore? -Para que la sociedad sea perfecta y libre no debe

gobernar el que más poder tenga, sino el que más conocimientos sea capaz de transmitir. Esa es la prueba de que sería una persona sabia. Y los sabios siempre gobernarán con sabiduría.

-Sí. Supongo que alguien que haya tenido muchas experiencias en la vida gobernaría mejor. Alguien con muchos conocimientos para saber tomar las decisiones más justas. Alguien que gobierne para satisfacer las necesidades del pueblo y no sus intereses personales.

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Alguien que haya sufrido en su vida. De lo malo también se aprende, o al menos eso es lo que se dice.

-Uno no es más sabio por las veces que tropieza, sino por las veces que se levanta.

Éneric notó que algo le tiraba del bolsillo. Aníbal de un salto le había sacado el saco y lo llevaba entre los dientes.

-Lo malo es- dijo Éneric – que aunque apareciera la persona ideal para gobernar no ganaría las elecciones, hay muchos que siempre utilizan su voto para elegir al mismo partido.

-Si- afirmo Kórbac -Hay muchos que toman un partido político como si fuera su equipo de fútbol o baloncesto y son fieles a ellos tanto lo hagan bien como si lo hacen mal. El fanatismo ciega las ideas, ya sea en política, religión o incluso el deporte. Lo que ocurre es que un fanático no ve su fanatismo pero sí el de los demás.

-No entiendo que clase de personas son. -Los seres humanos somos todo lo que comemos,

vemos, oímos, pensamos y en especial aquello que nos sucede.

Tranquilamente llegaron a la ciudad futurista, se

metieron en la tubería y se arroparon. Aníbal se metió bajo las mantas de Éneric y apoyó su cabecita como siempre en la pierna. Minutos después dormían placidamente.

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CAPÍTULO 14 No fue esa noche, sino varias noches después

cuando se repitió la historia, pero esta vez hubo suerte. Éneric y Kórbac hablaban sentados en los

colchones como tantas noches lo hacían. Aníbal jugueteaba con el saco al que tanto cariño había cogido y se acercaba a ellos para que lo tiraran sobre su lomo. Había descubierto un nuevo juego. Si con el trozo de tela consistía en tirar y tirar, con el saco parecía que le gustaba que se lo tiraran encima, como si fuera una capa sobre su cabeza para quedarse a oscuras, buscar la salida y alcanzar la luz.

Éneric llegó a agobiarse en cierto momento y le quitó el saco, lo hizo una pelota y lo guardó en el bolsillo. El pobre Aníbal como ya no tenía con que jugar se acercó a Kórbac y se acurrucó a su lado. Kórbac pasaba la mano por el cuerpecito. El perro no cerró sus ojos negros, los quedó fijos en Éneric. Parecía triste, parecía decepcionado. No entendía nada ¿Qué iba a entender?

De repente, en medio de una conversación sobre las

moscas y la agonía que deben pasar cuando no son capaces de atravesar el cristal que les hace ver la luz, y tan convencidas están que lo pueden atravesar que mueren en el intento, unos ruidos comenzaron a sonar. Los vecinos de las tuberías corrían de un lado para otro.

Uno de ellos asomó la cabeza. -Daos prisa, han vuelto.

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-¿Quienes?- pregunto Éneric -Los de siempre ¿Quiénes crees que van a ser? –le

respondió Kórbac. Los dos amigos se levantaron con rapidez. Kórbac

salió de la tubería y miró a lo lejos. -Date prisa. No tardarán mucho -Ahora voy. Tengo que coger a Aníbal. Éneric llamaba al perro pero éste no le hacia caso.

Nunca hubiera imaginado que un perro pudiera ser tan rencoroso.

-Aníbal, ven, Aníbal- llamaba Éneric, pero el perro seguía acurrucado y no le hacía caso.

Kórbac no paraba de llamar y meter prisa a su amigo. Veía que los violentos estaban cada vez más cerca.

Éneric perdió la paciencia, se acercó al perro, lo cogió con las dos manos y se lo acercó al pecho como una madre con su hijo. Luego salió de la tubería y junto a Kórbac se alejó para esconderse entre las montañas de escombros.

Allí escondidos con los demás vecinos vieron como los enemigos se acercaron a las tuberías. Estaban esperando a que quemaran sus pertenencias.

-Hemos llegado muy pronto- dijo uno de los malvados mirando el reloj.

-O muy tarde. Esta gentuza es impredecible- dijo el cabecilla mientras balanceaba el bate de béisbol para golpearse la mano izquierda.

Uno de los que estaba más adelantado entrecerró los ojos y miró a lo lejos. Parecía haber visto algo entre los escombros.

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-¡Eh! mirad, están ahí ¿vamos a por ellos? -¡No!- contestó el cabecilla –ya volveremos. Éneric ya se imaginaba pasando otra noche

buscando cartones y mantas. No le apetecía nada, hacía mucho frío, las temperaturas habían bajado bastante en los últimos días. No quería ver otra vez arder sus pertenencias. Hubo suerte.

El cabecilla alzó el brazo que sostenía el bate de béisbol, lo elevó como si fuera un guerrero con la espada apuntando hacia el cielo y gritó:

-Esta vez os habéis salvado. La próxima vez volveremos y machacaremos vuestras horribles cabezas. Acabaremos con vuestras vidas tarde o temprano. No valéis nada, sois inferior a cualquier gusano que han pisado mis pies…- cerró la boca con fuerza y separó los labios dejando ver sus dientes apretados y babeantes como un perro rabioso -…os mataremos.

Después de esto se apiñaron y se alejaron con la decepción marcada en sus caras. Esta vez no quemaron nada. Simplemente se fueron. Ni Kórbac ni ninguno de los que estaban allí se fiaba de ese comportamiento, así que tuvieron que hacer guardia durante toda la noche y durante los siguientes tres o cuatro días.

Luego todo volvió a la normalidad, aunque la risa del cabecilla seguiría retumbando en la cabeza de Éneric por mucho más tiempo.

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CAPÍTULO 15 Durante los días siguientes al segundo ataque de

esos desalmados que utilizaban la vida de los demás para diversión propia, la amistad entre Éneric y Kórbac aumentó de forma exponencial. Siempre dos amigos son más amigos cuando comparten el mismo enemigo. Sin embargo Éneric no fue capaz de iniciar la más mínima amistad con ninguno de los otros vecinos. Era incapaz de recordar sus caras, le parecían todos iguales y tenía la sensación de que de un día para otro cambiaban y se convertían en otras personas, o bien pensaba que se iban a otro lugar más seguro donde alejarse de los posibles ataques y que llegaban otros nuevos al dejar libres las tuberías. Los hombres barbudos, las mujeres con el pelo sucio, todos eran una copia de sí mismos. A excepción de Kórbac y Éneric que solían afeitarse cada dos o tres días los demás parecían todos iguales. En lo único que se parecían los dos amigos y los demás era en la totalidad de la dentadura y eso era algo que al principio le extrañaba a Éneric hasta que vio que todos tenían su propio cepillo de dientes – un dolor de muelas en esta situación debe ser terrible- pensaba cada vez que los veía lavándose los dientes, y recordaba que jamás en su vida había comido tanta fruta como ahora que la cogía de los contenedores.

En los últimos días la aparición de los misteriosos hombres trajeados que saludaban a Kórbac aumentó. Muchos de ellos se paraban para hablar con él y luego se alejaban como si nada -¿Quiénes serán y que quieren de

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Kórbac?- se preguntaba Éneric cada vez que los veía, pero todavía no se atrevía a pedir explicaciones a su amigo sobre el tema. Prefería hacer como si no pasara nada y esperar a que algún día él mismo se lo contase. Tal vez en realidad puede tuviera miedo de recibir una respuesta desagradable que mermara la amistad que hasta este momento había sido perfecta. Lo que sí se atrevió a preguntarle fue por su pasado. Nunca le había contado nada y ya era hora de saber un poco sobre la vida de su amigo.

-¡Kórbac!- lo llamó Éneric- quisiera saber un poco más de ti. Durante todo este tiempo que nos conocemos me has hablado mucho sobre el mundo, sobre el comportamiento humano, sobre el tiempo y sobre todo lo que nunca antes había hablado con otra persona, pero nunca me has hablado de tu pasado ¿Por qué?

-Porque no tengo pasado- respondió Kórbac con lentitud mirándolo fijamente a los ojos

-¿Cómo?- preguntó extrañado Éneric. -No tengo pasado porque no existo. En realidad

sólo puedes verme tú. Eres mi creador y sólo existo en tu mente. Soy tu amigo imaginario.

Éneric se echó hacia atrás asustado. ¿y si era verdad que lo había creado con su mente? Pero claro, si Kórbac era imaginario debían serlo también los misteriosos hombres de negro, los demás vagabundos, los enemigos y todo cuanto tuviera relación con él, incluso Aníbal. No, Aníbal no, porque lo estaba tocando y sabía perfectamente que era real. Entonces se dio cuenta que Kórbac estaba bromeando, era una de las estrategias que usaba para

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cambiar de tema cuando no quería hablar de algo. Que estúpido se sentía. Con que facilidad conseguía Kórbac que Éneric dudara incluso de su propia existencia -¿si no quiero preguntarle por esos misteriosos hombres, como me atrevo a preguntarle por su pasado?- pensó

Kórbac le puso una mano en el hombro y le dijo: -No te preocupes por mi pasado. Tarde o temprano

lo conocerás. Yo te lo contaré. Éneric no volvió a preguntar nada sobre su vida. Ya

sabía que no quería hablar de su pasado y entendió que no era asunto suyo investigar sobre las circunstancias que lo habían llevado a vivir en la calle. Aunque no podía evitar que infinidad de preguntas asaltaran el templo de su conciencia.

-Me has hecho dudar de tu existencia- le dijo Éneric con una sonrisa en la boca –claro, como apareciste tan pronto me quedé solo y me ofreciste agua, sabiendo que el ser humano no suele compartir nada en absoluto y mucho menos cuando es poco lo que se posee. Por un instante llegué a pensar que no eras real.

-Cuando uno aprende a compartir aprende a vivir. Compartir es una de las semillas esenciales del ser humano. Quien es incapaz de compartir no puede sentir ni la vida ni la humanidad que debe habitar en sí mismo. El egoísmo es una sensación que nos acerca a lo animal. Sólo tienes que fijarte en la mirada del egoísta, no tiene nada de racional, es puramente instintiva. Esa manera de entrecerrar los ojos mientras aprieta el puño para no compartir mientras se satisface al pensar que todo será para él. Creyendo que así disfrutará más. Esa manera de

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pensar “lo bueno para mi y los demás que se las apañen como puedan” tan característica de los tacaños y que domina sus pensamientos y que para sentirse bien intentan transmitir a quien los rodea contagiándolos con esa misma enfermedad “haz lo que tengas que hacer pero piensa sólo en ti, ya que si tú no lo haces nadie lo hará” cuando en realidad intentan decir “en el momento que pueda lo tuyo será para mí” que es un pensamiento que sólo les lleva a el vacío existencial.

-¿Tú crees que es mejor hacer todo pensando siempre en los demás?

-No- contestó Kórbac con rotundidad -creo que hay que compartir lo que tenemos, no que hay que hacer todo pensando en los demás. Siempre se avanza más intentando mejorar como persona. Un inventor que intenta inventar algo para tener éxito inventa algo mejor y más útil que otro que lo hace para mejorar o ayudar a la humanidad. Mejorándose a uno mismo se mejora el mundo. El inventor que quiere tener el éxito y llevar una vida mejor al final encuentra algo que puede resultar útil a la humanidad. Sin embargo el inventor que desde el principio busca el problema en la humanidad para crear algo que pueda solucionarlo y después tener éxito no consigue ni siquiera ver el problema. En el fondo los dos desean tener éxito en la vida pero la manera de buscarlo es completamente diferente.

-Parece una contradicción. Quieres decir que hay que intentar mejorar siempre nuestras vidas. Luchar por que nuestras vidas sean más felices y la mejor manera es preocuparse por uno mismo.

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-Sí, pero sin llegar al egoísmo. Cuanto más compartas más satisfacción sentirás en tu vida. Parece una contradicción pero no lo es. Una cosa es intentar conseguir lo mejor para ti y olvidarte de los demás y otra es luchar por conseguir lo mejor para ti y que los demás también se vean beneficiados. Lo que ocurre es que si sólo piensas en los demás te estas olvidando de ti que es como si fuera un tipo de egoísmo contrario. Compartir es repartir lo tuyo entre tú y los demás.

Éneric se quedó meditando un momento sobre la conversación y al final le preguntó a Kórbac:

-¿No sabrás alguna de esas historias que me cuentas que esté relacionada con el egoísmo?

-Pues sí, recuerdo una pequeña historia que me contaron hace bastante tiempo:

“Crosteary era un señor mayor pero de edad no muy avanzada, durante toda su vida había trabajado como contable y tras la jubilación encontró su verdadera pasión: Las Tartas. Le encantaban de todos los sabores y colores, tamaños y formas, en definitiva, adoraba todas las tartas.

El peculiar cuerpecillo con esa enorme barriga hacía juego con la cara de mofletes hinchados y boca de cerdito que decoraba la cabeza que siempre llevaba el engominado pelo negro peinado o más bien arado hacia atrás. Su aspecto delataba que había nacido para ser cocinero y no para dedicarse a los números

–¡Uy! Si hubiera realizado el curso de repostería hace treinta o cuarenta años que feliz hubiera sido- se lamentaba por haber conocido su razón de ser a una edad tan tardía.

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Crosteary vivía solo en su casa y no quería que nadie le molestara en ningún momento y mucho menos cuando cocinaba o se sentaba en la mesa para degustar sus exquisitas tartas que según decía él: “son las mejores y más sabrosas tartas que una boca pueda probar” y debía ser cierto porque cada vez que se ponía frente a una de ellas no dejaba ni las más insignificantes migajas. Cuando abría el horno para ojear la tarta salía un olor que recorría todo el edificio y en más de una ocasión alguna que otra vecina había acudido a su puerta con cualquier excusa para ver que era lo que producía semejante perfume.

-Buenos días Señor Crosteary, por casualidad no sabrá usted si se ven todos los canales de televisión. En mi casa sólo vemos uno si y uno no. Tiene que ser cosa de la antena del edificio…uy que bien huele ¿que es ese olor tan maravilloso y de donde sale? parece…

Crosteary no solía ser muy agradable ni cuando cocinaba ni cuando comía.

-¡Yo no tengo televisión! –dijo dando un portazo y dejando a la vecina con la conversación a medio terminar.

Crosteary tenía un problema con sus fabulosas

tartas. Nunca le llenaban. Cada vez las hacía más y más grandes. Eran sabrosas, eso sí, pero nunca le llenaban, ya podía comer diez tartas o una del tamaño de una rueda de tractor, su estomago siempre estaba vació. Al principio le pareció fabuloso –estupendo, puedo comer tanto como desee- pero luego se dio cuenta que nunca se sentía satisfecho y era como no comer. Hizo todo tipo de pruebas: más azúcar, más harina, más mermelada, más

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agua, hacerla más grande, más pequeñas pero más cantidad. Todo cuanto se le ocurría lo ponía en practica. Incluso cambió el horno pensado que así se solucionaría el problema, pero nada de nada, todo seguía igual.

Cierto día recibió una carta que decía que para la

semana siguiente llegaría su buen amigo Resocue. Que hacía mucho tiempo que no se veían y que necesitaba hablar con alguien, pues su esposa había muerto recientemente y se sentía solo y triste.

Cuando llegó el momento, Crosteary lo fue a buscar a la estación con su viejo pero sólido automóvil. Un vehiculo tipo ranchera que podía ser tan anciano como ellos dos.

El tren llegó y de allí salió Resocue. Se parecía bastante a su amigo y si no llega a ser por que era mucho más alto y tenía el cabello blanco seria fácil confundirlos. Cuando eran niños muchas veces se hacían pasar por hermanos. Crosteary se acercó y le dio un caluroso abrazo que duró varios segundos, la cara de Resocue mejoró bastante al ver a su amigo después de tanto tiempo.

-No sabía que habías enviudado. Lo siento mucho por ti- le dijo Crosteary mientras se agachaba para coger una de sus maletas y ayudarlo a llevarlas al maletero del vehiculo.

-Ya hace tres semanas. Nunca he estado tan triste. Y mis hijos tuvieron que irse cuando terminó el funeral, así que todavía no me he desahogado ni he hablado con nadie, estoy fatal, mi vida parece haber terminado y no tengo fuerzas para seguir adelante.

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-Vamos a mi casa. Necesitas descansar. Allí hablaremos con tranquilidad.

Durante el trayecto a la casa no pudieron hablar

porque Resocue no paraba de llorar y lamentar la perdida de su adorada esposa. Crosteary quería animar a su amigo pero no sabía como. Si hubiera sido él quien estuviera triste seria fácil animarlo con una buena tarta –¿y por que no?- pensó. Así que cuando llegaron se puso manos a la obra y decidió preparar la tarta que más le gustaba para dásela a probar a su amigo e intentar animarlo. Hizo la mejor masa posible, utilizó los mejores ingredientes, los unió y cuando la preparó la metió en el horno. De allí salió una exquisita y bonita tarta de la que cualquiera se hubiera enamorado.

Crosteary la llevó a la mesa donde estaba su amigo Resocue, llorando y acurrucado sobre el mantel, que levantó la cabeza al escucharlo llegar. Dividió la tarta en porciones y en dos tazas echó café que también había preparado.

Resocue bebió un trago de café y luego cogió una porción de tarta que se llevó a la boca sin pensar. Luego otro trago y otro mordisco a la porción de tarta. Mientras tanto, Crosteary lo observaba y esperaba a que su amigo le diera la enhorabuena por su trabajo. Pero cuando comenzó ha hablar no lo hizo de la tarta, sino que habló de su esposa y de lo mal que lo había pasado cuando ella murió. Crosteary también se olvidó de la tarta y se centro en la conversación de su amigo, que en realidad le importaba más que el sabor de la tarta.

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Cuando terminó la conversación Resocue le dio las

gracias por haberlo escuchado. -Muchas gracias amigo por haberme escuchado.

Gracias por esta conversación. En serio te lo agradezco de corazón, te aseguro que ahora mis penas son menos de la mitad. Por cierto la tarta está muy buena- miró el plato y vio que todavía quedaba un pedazo de tarta- todavía queda una porción, cométela, tú eres el chef y debe ser tuyo el honor.

-No, no me apetece. Ya estoy lleno- estas palabras resonaron en la cabeza de Crosteary una y otra vez, como si las hubiera gritado en una gruta donde se produce eco y entonces las grito de verdad -¡ya estoy lleno!- y saltando de la silla repitió –¡ya estoy lleno!- una y otra vez.

-¿Pero que te pasa?- peguntó Resocue que no entendía nada y veía a su amigo saltar y gritar.

-¡Que estoy lleno! -Yo también. -Pero yo he aprendido una lección que voy a

compartir contigo, porque eso ha sido todo “compartir”. Cuando compartes algo con alguien ese algo te satisface el doble y cuando intentas disfrutarlo tú solo no llega ni siguiera a la mitad. A excepción de las penas, que sucede justo lo contrario. Por eso tú te sientes mejor y yo estoy totalmente lleno.”

…Y así termina esta historia- dijo Kórbac

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-Como todas las historias que me has contado tengo que decir que esta también me ha encantado. Gracias por la lección.

-Compartir ideas también es compartir. No lo olvides- dijo Kórbac mientras sus mejillas se enrojaban por el halago de Éneric.

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CAPÍTULO 16 El tiempo con su imparable ambición de avanzar

hizo que Éneric y Kórbac llevaran cerca de un año conociéndose. Durante todo ese tiempo apenas cambió algo. Tal vez el cabello de ambos que era más largo y Aníbal que había crecido un palmo desde que lo encontraron. Poco más a excepción de la amistad que casi no podía compararse con ninguna otra que Éneric recordara.

Éneric hacía las cosas como algo rutinario y de forma automática. Se limpiaba los dientes después de comer, lavaba su cara y manos a diario en un barreño que tenían al lado de la tubería y que también utilizaban para darle un refregón a la ropa cuando ya estaba bastante sucia. Y con una esponja se aseaba una vez por semana. Kórbac era muy exigente con la limpieza corporal y no dejaba que Éneric se la saltara por muy perezoso que estuviese.

-Si te comportas como un humano serás siempre un humano- decía constantemente.

Por suerte siempre encontraban en los contenedores cuchillas de afeitar casi sin usar y pastillas de jabón con pocos lavados. Con una botella de lejía desinfectaban los utensilios. Sin embargo el cepillo de dientes lo utilizaban con un escaso lavado. A Kórbac le daba más asco la lejía que la saliva de otra persona.

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Éneric miraba de vez en cuando al pasado y se preguntaba si algún día dejaría de vivir en la calle y volvería a vivir como una persona normal. Ya se había acostumbrado a su situación y eso le daba miedo pues sabía que el ser humano es capaz de adaptarse a todas las circunstancias de la vida, sea cual sea, y acostumbrase por muy mala que fuera, y él no quería vivir en la calle para siempre.

-¿Crees que algún día terminará todo esto y viviremos con dignidad?- preguntó Éneric con un tono triste y desesperado.

-Seguro que sí- aseguró Kórbac que estaba sentado al lado de la tubería, junto al barreño de agua.

-Lo veo muy difícil- le contradijo Éneric desde la entrada de la tubería.

-Nada es imposible. Todo es posible. Sobre tu vida sólo sabes lo que has vivido, lo que sucederá a partir de este momento es desconocido y eso es maravilloso. Sea cual sea tu futuro debes saber y reconocer que el paso que has tenido por esta situación no la ha tenido mucha gente, eso te hace único, intenta aprovechar lo poco o mucho que hayas aprendido durante esta experiencia. Algún día surgirá una oportunidad de la nada y si la aprovechas saldrás de esto si es que lo deseas.

-Cuando salga tendré mi propia casa, viviré con Aníbal y lo llevaré conmigo a todas partes. Es el perro más cariñoso del mundo. Nunca se despega de mí. Lo mimaré como si fuera un niño.

-Ya lo mimas como si fuera un niño- dijo Kórbac y giró su cabeza para mirar a través de sus gafas al perro que

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jugaba con su incansable e inseparable saco a un par de metros.

-Nunca antes había tenido un animal y…- Éneric tuvo que parar, su voz estaba tomada y parecía emocionado –…y nunca pensé que pudiera querer tanto a un perro, joder un puto perro- se abalanzó y levantó con sus manos a Aníbal que protestaba, ya que quería seguir jugando con el saco, lo abrazó, Éneric abrió sus piernas como un compás y lo puso de nuevo en el suelo. No tardó en volver a tener la punta del saco entre sus comillos mientras lo zarandeaba moviendo la cabeza con todas sus fuerzas.

-La verdad es que es un perro increíble. Además de bonito es cariñoso y yo diría hasta inteligente.

Éneric miró al suelo y durante un par de minutos se centro en sus pensamientos.

-Lo veo todo tan nublado- dijo al fin- creo que es imposible. No podré salir jamás de algo así. No encuentro ni un final de esto ni un principio de otra cosa.

-Las cosas extrañas que nublan nuestras vidas, en realidad no existen, solamente están en nuestras cabezas. Algún día se te ocurrirá una idea.

-Una idea no sirve de mucho. -Pues todos los grandes cambios que ha sufrido la

humanidad han surgido en una sola persona con una pequeña idea. No más.

-Cuando vivía en mi casa- dijo Éneric -si se me ocurría alguna idea, casi siempre se me ocurrían en la cama por la noche, salía corriendo y las apuntaba en un papel. Hoy las ideas que se me ocurren no puedo

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apuntarlas en ningún sitio y muchas de ellas, la mayoría se me han olvidado. Es una pena que estas ideas se pierdan para siempre.

-No te preocupes. Las ideas están vivas y están en el aire. Si no las aprovechas tú se irán a otra persona. Entonces llegará el día en el que dirás “eso se me había ocurrido a mí antes” pero ya será demasiado tarde. En la vida hay personas que realizan sus ideas y otras que sólo las mantienen en su cabeza hasta que se les olvidan. Tú puedes ser un protagonista o un simple espectador de la vida. Eso es algo que debe decidir cada uno.

-¿Y si te vienen dos ideas distintas y sólo puedes apostar por una, como sabes cual elegir?

-Tanto en las ideas como en todo lo demás, cuando tengas que elegir entre dos decisiones intenta tomar la mejor, y si son igual de buenas elige cualquiera de ellas, ya que si no tomas ninguna decisión el destino te dará otra mucho peor.

-¿Pero y si te equivocas y sale mal?- preguntó Éneric.

-Las cosas no salen mal, salen de otra manera en tal caso. Hay que aprovechar todo lo que nos da la vida, a veces incluso el fracaso es una oportunidad, disfrútalo y déjalo pasar. Con el tiempo te darás cuenta que fue algo bueno. Todo nos aporta experiencia que es el mejor regalo de la vida.

-Eres de los que piensan: Inténtalo, inténtalo, inténtalo y lo consigues ¿no?

-No exactamente. Pero de esa forma te aproximas más a lo que anhelas.

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-Yo creo muchos no se atreven a llevar sus ideas a cabo por miedo a lo que piensen quienes le rodean.

-Estoy totalmente de acuerdo contigo, pero eso es un pensamiento que frena tu futuro. Y lo que está muy claro es que la gente siempre te va a calificar por el resultado final y no por la idea. Ya sea ésta buena o descabellada, si el final da buen resultado serás un héroe para todo el mundo pero como el resultado sea malo estarás sentenciado de por vida. Ya sabemos que la conciencia humana se mueve en avalancha y uno tiende a pensar lo que pasa por las cabezas de los demás. Y como conozco una historia, supuestamente real, de dos personas similares, te la contaré para que veas que esto que pensamos no es ninguna tontería:

“Las ideas siempre están en el aire y si uno no las aprovecha serán las ideas quienes buscarán a otra persona que las lleve a cabo. Ésta es la historia de una misma idea que surgió en dos cabezas a la vez y las dos personas quisieron llevarla a cabo.

La Idea llegó vagando por el cielo en uno de sus innumerables intentos por hacerse real. En la mayoría de las cabezas en las que entró fue rechazada tanto por absurda como por arriesgada. Y cuando llegó a la comarca de los tres pueblos dos de sus habitantes quedaron envenenados por todo cuanto prometía.

Para que la Idea apareciera debían cumplirse una serie de requisitos en el lugar, y este lugar, la comarca de los tres pueblos, los cumplía a la perfección.

Los tres pueblos estaban situados al borde de una montaña, perfectamente alineados de Este a Oeste. Los

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nombres de estos lugares eran muy simples: Pueblo del Este, Pueblo de Oeste y Pueblo Central. El más grande de todos ellos era Pueblo Central, que era donde se llevaba a cabo todo el movimiento comercial y donde iban a vivir los más ricos, ya que en una zona de Pueblo Central conocida como “La ladera del diamante” se construyeron autenticas mansiones sólo posibles para los que tenían una gran cantidad de dinero. Este lugar fue adornado con un inmenso casino al que iban los ricos a derrochar su dinero y algún que otro vecino trabajador que simplemente iba por curiosidad, por vicio o a pasar el rato. Lo más llamativo y lo que más fama tenía de todo el casino era la ruleta, que en realidad era como otra ruleta de cualquier parte del mundo, y como todas ellas ofrecía la posibilidad de doblar, triplicar, quintuplicar, multiplicar por dieciocho o por treinta y seis. Claro, cuanto más pudieras multiplicar más difícil sería acertar y por lo tanto más fácil perder lo jugado. Es decir, si la apuesta era a doblar lo jugado pues la posibilidad de acertar sería una entre dos, pero si la apuesta era para multiplicar por treinta y seis tan sólo había una posibilidad entre ese numero.

La Idea que llegó a la cabeza de los dos señores

trabajadores, uno de Pueblo del Este y otro de Pueblo del Oeste, consistía ni más ni menos que…primero hay que decir que la gente de Pueblo del Este se dedicaba a la extracción de minerales y recursos de la montaña como madera, piedras y todo cuanto le pudiera ofrecer su naturaleza. Sin embargo la gente de Pueblo del Oeste se

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dedicaba a la ganadería y al cultivo de todo tipo de cereales, hortalizas y lo que la tierra les quisiera dar.

Ambos señores estaban casados con sus preciosas mujeres y tenían dos hijas. Ambos señores tenían sus mejores y peores amigos, sus momentos de diversión y pasión, sus aficiones y sus hábitos. A los dos les encantaban los días soleados y les gustaba mirar al cielo cuando había alguna nube para inventar las formas que su imaginación les quisiera dar. Ambos señores trabajaban muy duro y ambos tenían los ahorros de toda la vida en una cuenta abierta en el Banco de Pueblo Central.

Un día de esos soleados que les gustaban a ellos, cada uno desde su casa situada en sus respectivos pueblos, miraban la única nube que había en el cielo. Al principio no tenía forma pero poco a poco se convirtió en una seta, luego en un gato y poco después en una mujer. Entonces de la nada y cuando la mujer iba desapareciendo para dar paso a “no se que” apareció lo que tantas y tantas leguas había recorrido: La Idea. Y como un rayo atraveso sus cabezas.

Una semana después allí se encontraban los dos,

allí en El Casino, sin conocerse, con las mismas vidas en diferentes lugares, sin haberse visto jamás, con las mismas esperanzas, con los ahorros de sus vidas en la mano y con la misma Idea en la cabeza. Frente a la ruleta.

Guro era el nombre de quien venía del Este y por casualidad Guro era también el nombre de quien venía del Oeste. Ambos no sólo tenían vidas e ideas similares, sino que compartían también el mismo nombre.

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-Hagan juego señores- decía el crupier una y otra vez.

Guro del Este depositó sus ahorros en la mesa de juego y quiso apostar todo al numero dos “como salga este número seré muy rico y disfrutare de la vida en todo momento”

Guro del Oeste depositó sus ahorros en la mesa de juego y quiso apostar todo al numero tres “como salga este numero seré muy rico y disfrutaré de la vida en todo momento”

La bolita saltó de la mano del crupier y a toda velocidad se movía en sentido contrario al que lo hacía la ruleta. El corazón de los dos latía tan rápido como la bola giraba alrededor de los números.

-No va más- gritó el crupier cuando vio que la bola perdía velocidad.

La bola saltaba de número en número como un saltamontes. Primero en quince, luego se iba al diez, parecía que iba a parar en el siete y sin embargo la bola al final se detuvo en el…

-ooohhh- salió de las bocas de los curiosos que miraban la ruleta sin jugar. Alguien había ganado.

El crupier miró la ruleta y luego los miró a ellos. Allí estaban los dos con los ojos cerrados y los puños apretados. No decían nada, sólo escuchaban.

-Enhorabuena señor. Ha salido su número. Puede recoger el dinero cuando lo desee.

Poco a poco abrieron los ojos y miraron la ruleta, en ella se encontraba la bola, quieta y esperando a ser recogida para ser lanzada por la incansable mano del

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crupier. Allí inmóvil se encontraba la bola estancada en la casilla con el número: dos.

Guro del Oeste abrió los ojos y bajó la cabeza hasta

juntar la barbilla con el pecho. Había perdido. Guro del Este abrió los ojos y elevó con fuerza la

cabeza. Había ganado. Cuando volvieron a sus respectivos pueblos las

voces ya se habían extendido y rara era la persona que no conociera la historia de su paisano.

Guro del Oeste, el perdedor, cuando llegó a su pueblo fue considerado la persona más loca. Fue insultado por todos hasta la muerte y vivió en soledad y miseria desde su fracaso. Sus amigos y familia lo abandonaron por haber tenido semejante idea y fue conocido de generación en generación como “Guro el loco”.

Guro del Este, el ganador, cuando llegó a su pueblo fue considerado la persona más valiente. Fue admirado por todos hasta la muerte y siempre hubo gente a su alrededor admirando su logro. Siempre vivió la abundancia en compañía de su familia y sus amigos. Fue conocido de generación en generación como “Guro el valiente”.

No se sabe por qué el destino a unos le da y a otros

le quita. Hay quien dice que Guro del Oeste antes de jugar tuvo miedo y que esa fue la causa. La verdad es que ambos tuvieron mucho miedo a la hora de apostarlo todo a un número entre treinta y seis.

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Es muy probable que todo se debiera a una casualidad y no hay explicación posible. Lo cierto es que aún siendo dos personas iguales y con las mismas ideas, el resultado final, que ni siquiera dependía de ellos, hizo que los demás habitantes de sus pueblos los catalogaran a uno de “loco” y al otro de “valiente” cuando en realidad ambos eran tan locos como valientes”.

-…y esta es la historia del loco y el valiente, que nos enseña hasta donde somos capaces de llegar a la hora de juzgar a alguien basándonos simplemente en los resultados finales sin tener en cuenta nada más.

-Estamos acostumbrados a pensar que si un final es bueno es porque lo que le precede ha tenido que ser igual de bueno- dijo Éneric

-En esta historia hemos podido ver dos finales diferentes pero con un inicio exactamente igual.

-Y ¿tú crees que ha sido una historia real? -No, no lo creo- respondió Kórbac -Pero hay

muchos casos en la vida que son parecidos y no tienen nada que ver con una ruleta.

-Lo tendré en cuenta Kórbac a la hora de juzgar. -Tú no eres quien para juzgar a nadie. -Pero al menos podré tener mi propia opinión.

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CAPÍTULO 17 Podía haber sido una tarde cualquiera. Era una

tarde fría y el sol ya comenzaba a esconder sus rayos en el oeste. Los días así, cuando terminaban, daban paso a tremendas heladas que dejaban el campo y los cristales de los vehículos con una fina capa blanca. Los cartones y mantas se convertían en partes vitales de las tuberías.

Éneric y Kórbac habían comenzado una conversación sumamente profunda y Aníbal jugueteaba con el saco ante ellos, era el único que aguantaba el aire afilado que corría afuera de las tuberías. No parecía tener frío. Su carita de eterna sonrisa y su mirada de peluche infantil parecían inmunes a las bajas temperaturas. Éneric y Kórbac, dentro, habían entrado en un extraño trance que los alejaba de la realidad.

Los demás vecinos tampoco salían de las tuberías. Allí dentro, buscaban el calor como podían y se acurrucaban tanto como su cuerpo les dejaba. Los abrigos, guantes y gorros que algunos llevaban eran lo más parecido que tenían a una buena calefacción. Muchos no hubieran sobrevivido sin ellos, tal vez ninguno, era una suerte que hubiera abrigos para todos.

Hacía tanto frío que ni siquiera apetecía encender el fuego en el viejo bidón para calentarse. En lo único que centraban su mente era en poder aguantar un día más ese tremendo frío.

Lo que todos deseaban, cuando el tiempo intentaba hacerles la vida imposible, era dormir y dejar que llegara

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el día siguiente cuanto antes, y que el Sol iluminara la ciudad futurista para convertirla en lo que realmente era: un lugar donde tiempo atrás los constructores llevaban los escombros provenientes de algunas de las innumerables construcciones que se habían realizado.

El Sol se había convertido en algo mágico y muy valioso para todos ellos. Comprendían que en otra época hubiera sido tan importante para otras culturas, incluso veían lógico rendir culto a este astro si fuera necesario.

Allí estaban todos, acurrucados en sus madrigueras

para protegerse del frío. Medio dormidos. Tranquilos e inmóviles. Nadie hablaba, nadie excepto Kórbac y Éneric que seguían lejos de la realidad.

-¿Has oído eso?- preguntó Éneric volviendo a este mundo.

-¿El qué? Yo no he oído nada- respondió Kórbac tocándose la barbilla.

-No lo sé. He oído algo pero no estoy seguro, era como un sonido metálico.

Los dos amigos agudizaron el oído todo lo que pudieron y sacaron la cabeza para ver si había alguien. Pero no vieron nada.

-Habrá sido mi imaginación- supuso Éneric. No tardaron mucho en retomar la conversación y

tampoco tardaron mucho en volver a cortarla. Éneric volvió a escuchar otra vez un ruido extraño.

-¿Lo has escuchado ahora?- preguntó. -No, no he oído nada. Tal vez haya sido el aire.

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Intentaron volver a la conversación anterior pero esta vez fue imposible. Ninguno de los dos fue capaz de concentrarse en ella. Una especie de hormigueo e incomodidad los mantenía pendiente de todo posible sonido que llegara a sus tímpanos. Permanecían atentos, con sus miradas perdidas y las pupilas inclinadas hacia arriba, como cuando no se mira a ningún sitio.

Algo sonó. -¿Lo has oído ahora?- preguntó Éneric con un

tremendo grito. -¡Si!- contestó Kórbac –¡Vamos fuera! Ambos se levantaron del colchón donde estaban

sentados para salir a la calle. Cuando sus cabezas rozaron el exterior, un ruido como el de un niño absorbiendo las últimas gotas de zumo por una pajita precedió a una luz intensa que cegó sus ojos. Quedaron aturdidos por unos segundos. No sabían que sucedía, no se lo imaginaban.

Los gritos y empujones de los demás vecinos les hicieron volver en sí. Cuando miraron a su alrededor no podían creer lo que estaba sucediendo. Todo estaba en llamas. Todo ardía. El frío se había transformado en un tremendo y sofocante calor que se extendía por el suelo formando círculos y recorría en forma lineal la parte superior de las tuberías.

-¡Salgamos de aquí!- gritaban algunos vecinos mientras buscaban una forma de escapar de las llamas.

El fuerte olor hizo saber que era el causante de semejante infierno. Gasolina. Y el consumo de este hidrocarburo hizo ver a quienes lo habían provocado, pues

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estaban más allá de las llamas y se les adivinaba cuando disminuyó la intensidad y altura de las olas.

Hubo un revoloteo, una persecución y una estampida. La mayoría se llevó más de una patada en el costado. Pero por suerte, quitando algún que otro moratón, todos salieron ilesos una vez más. Y como siempre, se escondieron en las montañas de escombros que siempre les habían protegido. Desde allí podían ver perfectamente al enemigo y si por casualidad quisieran ir a por ellos se darían cuenta tan pronto que podrían salir corriendo dejando sin ninguna posibilidad al enemigo. Desde las montañas pudieron ver como rociaban con gasolina el interior de las tuberías y como les prendían fuego, anulando la posibilidad de poder pasar la noche dentro de ellas, no esa noche sino también las siguientes.

Éneric veía desde allí como se quemaban sus escasas ilusiones, como en sólo unos minutos ardían tantos meses de preparación, como se quedaba sin nada, como volvía al principio, al vacío, a la inexistencia y a la desilusión.

Kórbac agarró la muñeca derecha de Éneric y la apretó con fuerza. De repente otro de los vecinos agarró su otra muñeca y la apretó con más fuerza aún. Desde la espalda otros brazos desconocidos recorrieron su torso y lo sujetaron con tanta fuerza que casi no lo dejaban respirar. Casi todos los que estaban pusieron algo de su parte para mantener a Éneric todo lo inmóvil posible.

-¿Qué ocurre? ¿por qué no me soltáis?- preguntó Éneric enfadado mientras intentaba quitárselos de encima.

Ninguno respondió. Nadie quiso decir nada.

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Éneric giraba de un lado a otro la cabeza, sin entender por que lo estaban sujetando de esa manera. Tenía la sensación de que unos zombis lo estaban atacando. No entendió nada, hasta que volvió a mirar a la ciudad futurista.

Allí lo vio y le quedó todo claro. -¿Pero que hace Aníbal ahí?- se preguntó en voz

alta. El cabecilla enemigo sostenía en una mano el saco

que tanto le gustaba al perro, con la otra sujetaba el bate de béisbol que tenía apoyado en el suelo. Aníbal saltaba con su boca abierta para recuperar su juguete preferido. A pesar de que el perro podía realizar saltos tan elevados que podría confundirse con un canguro, el cabecilla levantaba el saco mucho más alto de lo que Aníbal podía llegar. Éneric lo miraba desde lejos, quería ir a por él, pero ninguno lo consintió –Es demasiado peligroso, si vas te van a matar- le decían.

Aníbal, cuando se cansaba de tanto saltar se sentaba ante el cabecilla y lo miraba con sus ojitos negros y tiernos, con una mirada triste que acompañaba a su eterna sonrisa. Paradójicamente.

Éneric sentía miedo, su cerebro viajaba a toda velocidad para trazar un posible plan e ir a por el perro, sus neuronas se aceleraban a la máxima potencia, sin embargo no se le ocurría nada. Sabía que si cualquiera de ellos se acercaba pasarían por un gran peligro.

-Tenemos que ir a por él- propuso Éneric aun siendo consciente del peligro.

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-De eso nada, es sólo un perro- dijo uno de los otros.

-Es mi perro. Lo necesito. No digas que es sólo un perro, para mí es mucho más que eso.

Éneric se zarandeó e intentó soltarse pero su intención fue en vano. Lo único que consiguió fue que le sujetaran con más fuerza. La impotencia que sentía le recordaba a la debían sentir las moscas de aquella conversación que tuvo con Kórbac, cuando hablaban de la agonía que deben sentir al querer atravesar el cristal, sabiendo que hay luz más allá y siendo atraídas hacia ella pero desconociendo que es lo que les está impidiendo el paso. Éneric sabía perfectamente que era lo que le impedía ir hacia la luz, lo que no entendía era por qué no se lo permitían.

El cabecilla seguía mareando a Aníbal, y éste, tonto

de él, creía que estaban jugando, porque no paraba de menear el rabo.

En poco tiempo todos los enemigos rodeaban al perro y reían las gracias del cabecilla, que acercaba el saco lo suficiente a la boca del perro para que lo sujetara con sus colmillos. Cuando cerraba la boca con fuerza, el cabecilla pegaba un tirón que elevaba a Aníbal del suelo, luego caía por su propio peso propiciando las carcajadas de los que estaban allí. Así una y otra vez.

-¿Te gusta el saco perrito?- decía el cabecilla mientras lo meneaba ante los ojos de Aníbal- pues ahora te voy a dar el saco. ¿Te gustaría morder el saco verdad? ¿quieres morder el saco para comértelo? Pues será el saco

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quien te coma a ti- y diciendo esto sujetó al perro por el cuello y lo introdujo dentro. Todos reían ante ese acto.

Éneric lo miraba todo desde las montañas, estaba temiendo lo peor. Empezó a acumular energía y sus músculos comenzaron a ponerse tensos. Sus mandíbulas ejercían tanta presión que podrían partir el acero.

Aníbal daba vueltas dentro para buscar una salida. Daba tantas vueltas como lo hacía antes de dormir, y cuando asomaba un poco la cabeza alguno tiraba hacia arriba por el borde de la abertura del saco y el perro volvía a quedar dentro.

Éneric no podía soportar aquello, le daba rabia ver como maltrataban al perro. Y lo que más le dolía era pensar que tal vez Aníbal creyera que estaban jugando.

Aníbal asomó una vez más la cabecita por el saco. Uno de los enemigos se acercó para volverlo a meter dentro, pero el cabecilla lo paró. El perro lo miraba con sus ojitos tiernos, lo estaba mirando a él, con su sonrisa perpetua y el saco a la altura de la cabeza. A pesar de estar casi cubierto en la totalidad, podía verse un bulto que se movía dentro del saco, era la cola, Aníbal estaba meneando el rabo y como se había temido Éneric, pensaba que estaban jugando.

-Que carita más tierna tiene este perro- dijo el cabecilla mientras se agachaba para verlo un poco más cerca –es un perro muy bonito, debe ser un buen perro.

Éneric que miraba fijamente, medio pudo entender esas palabras, puede que le llegaran vagamente o quizás leyó un poco los labios, fuera lo que fuera se tranquilizó y cerró los ojos.

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Cuando los abrió de nuevo pudo ver una imagen muy distinta de lo que imaginó. El cabecilla elevaba su brazo, tenso y apuntando al cielo. En la mano sostenía el bate de béisbol y frente a él seguía Aníbal dentro del saco, asomando la cabeza y mirándolo fijamente con su cara sonriente. Su cola seguía meneándose.

Éneric quiso gritar pero una mano le tapó la boca. El bate de béisbol comenzó a descender a gran velocidad. Las risas del cabecilla retumbaban y hacían eco. Éneric con su cuerpo tenso intentó soltarse. El bate de béisbol seguía bajando. La impotencia de Éneric era muy superior a todo cuanto había conocido. El bate de béisbol se acercaba a la cabecita de Aníbal. Éneric abrió los ojos tanto como pudo y su cuerpo se hizo tan duro como una piedra. El imparable bate de béisbol cogió más fuerza y velocidad. Éneric notaba los latidos de su corazón y la sangre recorriéndole el cuerpo. El bate de béisbol alcanzó su destino. Éneric sintió que su cuerpo ardía y en un instante se quedó sin fuerzas. Perdió la conciencia. El cuerpo sujetado por todas aquellas manos se desplomó. El bate de béisbol comenzó a elevarse con lentitud.

Aníbal estaba muerto. Éneric ya no lo vería más. No volvería a jugar con

él. No volvería a sentir su cabecita en la pierna a la hora de dormir. Nunca más volvería a darle un abrazo. Jamás volvería a verlo con un trozo de tela en la boca o peleando con el saco. Ya no podría llevarlo a vivir con él cuando saliera de esta situación porque estaba muerto. Lo habían asesinado.

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Éneric, inconciente, no pudo ver como, después de morir el perro, el cabecilla introdujo el cuerpecito dentro del saco para rociarlo con gasolina y prenderle fuego. Cuando despertó, Kórbac no le contó nada de lo sucedido, no quería que sufriera más -“tardé tres años en aprender a hablar y más de treinta en aprender a callarme”-pensó.

Cuando los enemigos vieron que todo estaba quemado y que sólo quedaban brasas, desaparecieron.

Las brasas se consumieron. Kórbac y Éneric se

alejaron de la vieja estación. Hablaron mucho sobre Aníbal. Éneric comprendía que era un perro pero no podía evitar sentir tristeza y llorar de vez en cuando. Decía que quería más a Aníbal que a muchas personas que había conocido en su vida y que lamentaba más la perdida de este perro que las muertes de algunas personas. Cuando Éneric se tranquilizó, tras un largo paseo y ya habiendo entrado la noche, decidieron, como otras veces, ir a buscar comida y cartones para pasar la noche medianamente bien, pues de momento las tuberías no podían ser utilizadas, ya que esta vez las habían quemado por dentro.

Kórbac intentaba mantener el ánimo elevado de su amigo, por lo que evitó en todo momento recordar al perro, e hizo todo lo posible por distraerle. Decidió hacer el recorrido de siempre pero por un lugar diferente, una gran avenida, un lugar que solían evitar porque casi siempre estaba lleno de gente.

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CAPÍTULO 18

Hacía mucho frío, la noche era tan fría como bella, las estrellas podían verse desde casi cualquier parte de la ciudad y a pesar de las bajas temperaturas la gente había salido a pasear escondidos en sus enormes abrigos, Éneric y Kórbac también lo hacían pero porque no le quedaba más remedio.

-Si hoy el cielo estuviera cubierto de nubes segura-mente caería una buena nevada. Menos mal que está todo despejado- comentó Éneric mientras se frotaba las manos.

-Si hubiera nubes lo más probable es que no hiciera tanto frío- Contestó Kórbac que iba un poco adelantado.

La suave multitud andante se apartaba con descaro al

paso de los dos amigos parlantes, algunos incluso se tapaban la nariz como gesto de desprecio, otros levantaban el pecho y miraban con superioridad, pero lo más duro era ver como las madres impulsadas por el instinto protector agarraban a sus hijos y los levantabas como muñecos dándoles un fuerte abrazo. Éneric se preguntaba si lo hacían para evitar que tuvieran contacto con él o más bien por temor a que su hijo terminara de esta manera en un futuro. Los gestos se repetían como si de un bucle se tratara a lo largo de esta ancha e interminable acera que bordeaba la gran avenida, quizás la más y mejor iluminada de toda la ciudad y por eso la preferida por todos para salir en una noche tan hermosa como ésta.

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-Debe ser estupendo salir en una noche como ésta- Comentaba Éneric mientras miraba al cielo intentando buscar alguna estrella, casi todas ocultas por las potentes luces de las altas farolas- Con tu familia e ir a un lugar menos iluminado para poder disfrutar de este cielo y saber que te espera en el momento que te apetezca un hogar calentito donde disfrutar de una sabrosa cena. Sin embargo- Comenzó a lamentarse –nosotros después de andar por andar varios kilómetros para matar el tiempo, tendremos que ir en busca de cartones, rebuscar en todos los contenedores tentando la suerte y agradecer a los despilfarradores y caprichosos que tiren la comida casi sin tocar, personas a las que siempre he despreciado y ahora les debo mi vida, y me doy cuenta que estoy hecho de eso, de lo que ellos no quieren. Quiero salir de esta situación, lo deseo con toda mi alma-

-Pero esas personas, mientras tú disfrutas de un placentero sueño, tendrán que levantarse de mala gana muy temprano para ir a trabajar, aguantar a los pesados de sus compañeros y soportar las repetidas y absurdas exigencias de sus jefes- Kórbac intentó con estas palabras animar a Éneric. -¿para qué? ¿Para irse a pasar el fin de semana a un centro comercial y gastar dinero tontamente?

-Pues eso es la vida- gritó Éneric enfadado consigo mismo –Posiblemente cuando les suene el despertador desearan poder dormir un poco más o no ir al trabajo, pero harán un esfuerzo y día a día mejoraran sus vidas. ¡Maldita sea! Si pudiera volver atrás sería el mejor en mi empleo.

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Kórbac comenzó a reír sin parar al oír estas palabras –Éneric- le dijo mientras lo sujetaba por un brazo aguantando su sonrisa –Me ha venido a la cabeza una historia muy antigua que me contaron hace muchos años y que me fue muy útil, creo que te vendría bien escucharla y por eso te la voy a contar:

“Hace muchos años, tal vez siglos existió una ciudad llamada Urbala, antiguamente conocida como La Ciudad de los Deseos. Este nombre se le daba porque desde el principio era conocida, tanto por niños como por ancianos, una extraña profecía. Ésta decía que en algún momento llegaría un Gran Mago y concedería cien deseos a una persona que estuviera pisando Urbala. Nadie sabía ni cuando, ni a quien, ni tan siquiera por que lo elegiría, pero todos sabían que algún día llegaría.

El motivo de esta Fe se encontraba en el centro de la ciudad, donde en lugar de tener la típica plaza se encontraba un majestuoso lago de aguas cristalinas donde se veían reflejadas las bonitas casas de madera que componían parte de de La Ciudad de los Deseos, lo llamaban: El Lago Mágico. El agua que siempre estaba limpia, si la bebías no te quitaba la sed, si regabas las plantas con ella éstas se secaban, si alguien echaba un pez a los pocos minutos aparecía flotando y muerto, pero tenía la gran ventaja que se podía respirar bajo ella y los niños del lugar se pasaban horas buceando –Es como volar- decían.

El Gran Mago creó este lago en medio de un bosque virgen para regalárselo a su prometida Dalala, pero un día antes de hacer el regalo ambos discutieron, la relación se

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rompió y el corazón de él crujió tanto como la relación. Torturado por la tristeza fue a la orilla a sentarse, con intención de animarse mirando la deslumbrante belleza del lago, pero tanta belleza sólo le trajo el recuerdo de Dalala, por lo que sus ojos pronto comenzaron a gotear. Las lágrimas al entrar en contacto con el agua dotaron a ésta de las famosas propiedades mágicas.

Mientras el Gran Mago lloraba, una pareja de jóvenes novios montados a caballo que pasaban por allí se detuvieron al verlo tan triste y marchitado para intentar ayudarle.

-¿Podemos ayudarle en algo señor?- preguntó ella. -Me temo que no, el problema que tengo está en lo

más profundo de mi corazón donde ni el ser más poderoso es capaz de llegar.

-Pues si se trata de un problema de amor, que es lo que parece, puede que ningún ser poderoso lo pueda solucionar, pero le aseguro que mi amada le puede dar buenos consejos, en nuestra tierra recibía consultas de todos cuantos la conocían.

-Estaría muy agradecido si pudierais ayudarme, la desesperación está secando mi corazón y mis ojos son dos ríos de agua salada. Por favor bajaos del caballo os invitaré a comer mientras os cuento mi problema.

La pareja se sentó junto a él, improvisaron un mantel

con una camisa abierta y el mago comenzó a sacar cantidades imposibles de comida de una pequeña cesta que tenía a su lado. Un pavo recién asado cuyo olor hacía la boca agua, docenas de pasteles y dulces de todas las

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clases imaginables, frutas exóticas en grandes cantidades, pan, agua y bebidas suaves, frías y calientes de diversos sabores.

-Por lo abierto que están vuestros ojos y vuestras bocas creo que no necesito demostrar que soy mago, soy conocido como El Gran Mago, mi antiguo nombre no tiene importancia, pero me gustaría saber cual es el vuestro.

-Mi nombre es Urbina- dijo ella maravillada y paralizada.

-El mío es Yulón- siguió él tan impresionado como ella.

-Muy bien amigos, os contaré mi problema. Resulta que mi prometida está empeñada en vivir en el Norte y yo en el Sur. Estaba convencido que algún día ella cedería y aceptaría venir al Sur pero no ha sido así. Dalala siempre ha cedido en todo cuanto le he propuesto, pero en este tema soy incapaz de convencerla, hasta el punto que se ha enfadado tanto que se ha marchado y no se a donde. Estoy desesperado y no sé que hacer- El Gran Mago se llevó las manos a la cabeza tras contar esto y se acurrucó como un bebé.

-Pues la solución es muy sencilla- susurró Urbina con un pequeño tono de enfado dirigiéndose al mago que se incorporo con rapidez y se dispuso a escuchar con gran atención. –Es normal que esté enfadada, siempre ha aceptado tus decisiones y para una cosa que te pide le llevas la contraria, ¿Qué importancia tiene el lugar si vas a estar con la persona que amas? Has visto como estamos nosotros dos, no tenemos donde vivir pero no nos importa,

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estamos juntos y eso lo es todo. Deberías buscarla y no parar hasta encontrarla, cuando lo hagas pídele perdón y acepta vivir en el Norte o donde sea. Estoy segura que te perdonará, una tontería tan pequeña no puede acabar con un amor tan grande.

Cuando Urbina terminó de hablar, a El Gran Mago le

brillaban los ojillos, la sonrisa parecía una barca y la esperanza le brillaba desde su corazón –así lo haré- dijo. Como agradecimiento realizó una serie de conjuros y algunos árboles comenzaron a talarse solos, sin hachas ni sierras, simplemente con el aire. Los troncos se iban partiendo y colocando junto al lago y poco a poco se fue formando una bonita casa.

-Este será vuestro hogar- gritó el mago mientras se alejaba –Es un regalo por vuestra ayuda, aquí surgirá una gran ciudad en cuyo centro estará el lago, la ciudad se llamará Urbala, en nombre de Urbina y Dalala. Cuando encuentre a mi amada y le pida perdón volveré y concederé cien deseos a la persona que yo elija y que se encuentre en esta futura ciudad, tened cuidado con el lago pues ahora es mágico y no sé cuales son sus propiedades.

Habían pasado muchas generaciones desde entonces,

la primera casa aún seguía en pie y se conservaba tan bien como el primer día, y desde ese día los habitantes que fueron llegando a Urbala fantaseaban con ser ellos los elegidos, los niños que nacían allí crecían y se imaginaban con alas, echando fuego por la boca o con la casa llena de juguetes. Los deseos de las personas iban cambiando a lo

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largo de sus vidas, o más bien a lo largo de los días. Desde la niñez hasta la vejez los niños deseaban ser hombres y los ancianos ser niños, y así pasaban la vida, pensando en sus deseos hasta que morían donde unos segundos antes deseaban no morir. Los años pasaban y la gente no perdía la esperanza, porque sabían que algún día El Gran Mago llegaría.

Una misteriosa mañana de un día cualquiera cuando

los habitantes de Urbala despertaron y salieron a la calle se encontraron con una extraña sorpresa, el lago había desaparecido, en su lugar se encontraba, ocupando la superficie, una enorme pista de césped en cuyo centro podía verse un bloque de piedra con forma de cubo, y encima de éste, una pequeña cajita de madera del tamaño de la palma de una mano por cada lado.

Pero lo que realmente dejaba a todos los vecinos inmóviles y sin palabras, era la figura que caminaba por allí y que nunca antes nadie había visto. Se trataba de un ser alto y delgado con una cara alargada y una gran barba blanca que le llegaba hasta la cintura, sus ojillos de color verde podían distinguirse desde la lejanía, su pelo canoso se movía con la brisa de la mañana, su túnica y su capa de seda azul delataban quien era, pero nadie se atrevió a decirlo. Nunca antes había existido tanto silencio en un lugar con tanta gente, hasta que:

-¡Soy El Gran Mago!- gritó a la multitud silenciosa. Entonces en sólo un segundo el silencio se convirtió en alboroto y fiesta para todos. El que menos ruido hacía gritaba, el que más quieto estaba era el que bailaba y el

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que más triste estaba no podía cerrar la boca por su sonrisa.

El mago pidió a todos los ciudadanos que se acercaran a él y una vez rodeado por la multitud comenzó a explicar las reglas del juego, cuyo ganador sería el elegido que todos soñaban ser.

-Las reglas son muy sencillas- dijo mientras giraba para que todos pudieran escucharlo –Sobre este bloque de piedra podéis ver una caja de madera, la primera persona que adivine que es lo que hay dentro habrá ganado los cien deseos, cada persona sólo podrá decir una cosa y lo hará en voz alta. Para evitar trampas, una vez que alguien diga algo quedara muda hasta que se resuelva el misterio. Intentar ser el más rápido en acertar es una ventaja, pero otra es escuchar y memorizar que es lo que no hay. ¡Que comience la prueba!

Al principio fueron muchos los que gritaron lo

primero que se les pasó por la cabeza y fue así hasta que la mitad de la población quedó muda. Algunas palabras se repitieron varias veces y otras provocaban las carcajadas de los que aún podían hablar. Se dijo de todo, desde lo más básico y posible como una manzana hasta lo más absurdo y original como un elefante, pero nadie fue capaz de acertar.

Ya muy tarde, casi al anochecer, cuando quedaban muy pocos con posibilidad de hablar, una chica muy segura de sí misma y convencida de que acertaría se acercó a la caja de madera y grito: -¡Dalala!- Poco después

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ella también estaba muda. El Mago bajó su cabeza y comenzó a decir algo:

-Tras todos estos largos años he recorrido cientos de países, he conocido a miles de personas y me he visto envuelto en los mayores peligros que podéis imaginar, siempre usando el corazón como guía en busca de mi amor, y al final siendo ya un anciano, como podéis ver, conseguí lo que deseaba. Encontré a Dalala en su lecho de muerte hace unos días, a pesar de su avanzada edad yo la veía tan bella como siempre. Apenas me dio tiempo a pedirle perdón, abrazarla y darle el último beso porque poco después falleció regalándome su amor eterno en sus últimas palabras.

He venido, como todos sabéis, a cumplir mi promesa y una vez cumplida me iré con mi amada a donde quiera que esté, pues como me dijo en cierta ocasión una gran persona que jamás olvidaré ¿Qué importancia tiene el lugar si vas a estar con la persona que amas?

La noche fue ennegreciendo el cielo y los pocos

habitantes que aún podían hablar seguían acercándose lentamente a la caja de madera para gritar el supuesto y meditado contenido, un grito que los silenciaba de forma temporal pero hasta un momento desconocido.

Nadie parecía descubrir el contenido, apenas quedaba una docena de oportunidades y aún así éstos seguían perdiendo la voz con sus gritos equivocados. Entonces llego la penúltima y más desesperada persona de todas y en un gesto de picardía grito: -¡Algo! – Todos se miraron

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sorprendidos, la situación seguía exactamente igual pero con un mudo más.

Entonces la ultima persona que quedaba por gritar, tal vez la persona más tranquila de Urbala y posiblemente de muchos más lugares, que no se recuerda si era chico o chica, anciano o anciana, dedujo que: si “algo” era una palabra equivocada sólo quedaba una posibilidad, así que llenó sus pulmones completamente de aire y con todas sus fuerzas gritó: -¡Nada!... y la caja se abrió.

La multitud instantáneamente recuperó su voz y el jaleo provocado por todos fue incluso superior a la llegada de El Gran Mago. La alegría los invadía de nuevo, sobre todo porque muchos pensaron que quedarían en silencio para siempre, pero no fue así, el misterio había sido desvelado y la persona que lo había conseguido tenía que elegir sus cien deseos.

El Mago le entregó a esta persona una hoja de papel, una pluma luminosa y suficiente tinta para escribir cuanto se le antojase. Lo llevó hasta una cueva cercana donde debía pasar la noche a solas, meditando y decidiendo sus deseos –Debes pasar la noche en esta cueva, nadie podrá acompañarte, la entrada será tapada con una roca gigante que desaparecerá al amanecer, que es cuando debes entregarme la hoja con los deseos elegidos. He de advertir que cumpliré todos tus deseos y que éstos no podrán ser anulados jamás, todos se harán realidad, todo cuanto pidas excepto uno, el deseo prohibido, pero no puedo decirte cual es, si este deseo aparece mañana en tu lista, sencillamente no podré hacerlo realidad. No temas,

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adéntrate en la cueva y utiliza la pluma para iluminarla, tan sólo tienes que decir “luz” y ella te la dará-

Poco a poco, paso a paso, desapareció en la cueva,

una roca gigantesca apareció en la entrada dejando sorprendidos a la multitud que esperaba fuera hasta el amanecer…”

Kórbac no pudo continuar con el relato, cuando

Éneric miró hacia atrás lo vio en el suelo, tumbado como un muerto, había tropezado con una baldosa levantada, sus gafas habían saltado y rodado un par de metros pero no merecía la pena recogerlas, estaban completamente destrozadas. Uno de sus zapatos, con el que tropezó, había quedado atrás y podía verse el sucio calcetín que cubría el pie de Kórbac.

Éneric fue rápidamente hacia él y le ayudó a incorporarse, al verle la cara se asustó, tenía una brecha en la frente que no paraba de chorrear sangre aunque de lo que realmente se quejaba era del golpe que había recibido en la rodilla y que le hacía retorcerse de dolor. Los transeúntes que pasaban sobre ellos los miraban, se apartaban y comentaban algo casi en silencio. Éneric se acercó a un señor, que vestía un traje rojo, apoyado en una de las inmensas farolas que los miraba como si de un espectáculo se tratara y le pidió un pañuelo para limpiar la herida que no paraba de sangrar, pero éste ni siquiera le dirigió la palabra. Se acercó a una señora de mediana edad, gordita, de cara redonda y mofletes sonrosados y ésta salió corriendo, todos huían de él, se sentía como un

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zombi en una película de terror y fue la desesperación lo que le hizo quitarse el abrigo y limpiar la herida de su amigo con él. En ese momento apareció, quizás, la persona más desagradable que habían conocido en sus vidas. Un señor bajito y pelirrojo que debería pesar mil kilos a simple vista, con un ancho bigote que le llegaba de oreja a oreja pero que no tapaba sus horribles dientes de oro. Su pequeña cabeza se le unía al tronco sin ningún tipo de cuello, como un sapo, su feo e hinchado cuerpo estaba disimulado con ropa de máxima calidad y sobre su pecho hinchado podía verse una cadena de plata de la que colgaba una gran joya que hacía juego con el mango de su bastón.

-Si queréis un pañuelo os lo compráis- les gritó mientras Éneric limpiaba la sangre a su amigo- No puedo entender como la autoridad permite que podáis andar por estos sitios donde hay gente de calidad, gente que trabaja, gente con dinero. Debería daros vergüenza estar cerca de personas de verdad con ese olor a sucio, ese olor a pobre, ese olor tan repugnante. Con vuestra presencia arruináis la belleza de la ciudad. ¡Malditos vagos! Mirad como estáis poniendo el suelo de sangre, una sangre que no vale nada pero que mañana alguien tendrá que limpiar por vuestra culpa. Ojala esa caída provoque en tu cabeza un tumor que te lleve a la muerte y que tu cadáver se pudra en el vertedero donde seguramente pasas las noche– Estas duras palabras dichas con tanta saña provocaron en los ojos de Éneric un goteo continuo, intensificado a ver al hombre del traje rojo, inmóvil en la farola, con una ligera sonrisa

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al escuchar esto. No entendía como podía existir gente así, gente que en apariencia lo tenía todo.

–¿Y tú que haces llorando? ya no eres un niño, si te preocupan tus problemas vete a llorar a la zona de los pobres.

-No lloro por mí, lo hago por ti- dijo Éneric. Entonces el sapo enseño sus dientes de oro como un

perro rabioso, levantó el bastón y con una voz que salía desde sus infiernos gritó: -Si no quieres tener una herida como la del montón de basura que está a tu lado vete ahora mismo o te parto esto en la cabeza-

Éneric miró a lo lejos y pudo ver a alguien, otro señor, que se acercaba a ellos a gran velocidad, llevaba un maletín, estaba a unos cien metros y venía corriendo, de vez en cuando gritaba: -¡Eh vosotros dos no os mováis!- sintieron miedo, se pusieron en pie y se alejaron tan rápido como podían, Kórbac estaba cojeando, le dolía mucho la rodilla, así que se metieron en la entrada de una estación de metro de esa misma calle y se sentaron en las escaleras a descansar, esperando a que sus corazones recuperaran el ritmo normal.

Unos instantes antes, el misterioso señor del maletín

tropezó con la misma baldosa, también cayó al suelo pero no se hizo daño y antes de levantarse se vio rodeado de personas interesadas en ayudarle, entre esta gente se encontraba el tipo del traje rojo que ya había dejado la farola. Se acerco a él.

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-¿Se encuentra usted bien? ¿Puedo ayudarle en algo? Soy medico, si necesita ayuda aquí estoy para lo que necesite.

-Maldito hijo de puta, aléjese de mí, tengo que encontrar a esas dos personas.

Éneric y Kórbac seguían allí, sentados, cansados y

silenciosos, no hablaban, simplemente esperaban, no sabían a que pero esperaban. La sangre había dejado de brotar y ahora la brecha no daba tanto miedo. Kórbac tenía la mano en la rodilla y de vez en cuando se quejaba.

-¿Te duele mucho? -Solamente cuando me toco y un poco al andar,

menos mal que la herida de la cabeza ha dejado de sangrar, muchas gracias por todo ¿tienes frío? Toma ponte mi abrigo, el tuyo esta lleno de mi sangre. Pero te aseguro que mucho más que el golpe me duele ver el comportamiento de algunos.

En ese momento alguien apareció tras ellos, desde la puerta de entrada y bajando las escaleras un señor con un maletín se acercó por detrás. Ninguno de los dos se dio cuenta de su presencia hasta que lo tuvieron justo encima.

-¿Quién eres?- preguntó Kórbac exaltado. -No temáis, he venido a ayudaros, me ha costado

mucho encontraros. Estaba dando un paseo con mi esposa y mis dos hijas cuando alguien me avisó de lo que ocurría unos metros más alante. Soy medico, pero un medico al que le gusta ayudar, no como otros- y recordó al hombre de rojo –Intenté llegar lo antes posible pero cuando logré veros salisteis a correr y no pude alcanzaros, para colmo

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tropecé en el mismo lugar que tú –señaló a Kórbac con el dedo- y allí me contaron todo lo que os pasó. Lamento mucho lo de ese hombre tan grosero. Y ahora por favor déjame que te cure- abrió su maletín y pudo verse un autentico botiquín de primeros auxilios –Siempre lo llevo encima- dijo sonriendo.

El doctor limpió y desinfectó las heridas con cuidado, en la rodilla le puso un vendaje después de untarle con una pomada amarillenta de fuerte olor a menta y le dio unas pastillas, las primeras analgésicas para reducir el dolor y las segundas antibióticas para evitar una infección.

-Tómate estas pastillas cada ocho horas- le indicó el medico a Kórbac –En la rodilla no tienes nada, en un par de días te dejará de doler pero me temo que en la frente debería darte unos puntos y aquí no tengo el instrumental necesario…eeeh yo a ti te conozco- se quedó mirando a Éneric- Tú eres el chico del accidente, no se si te acuerdas de mí.

-Pues lo siento pero ahora mismo no le recuerdo. -Claro que sí, yo soy el director del hospital, nos

sorprendiste a todos con tu misteriosa recuperación, ya veo que el dinero que te di no ayudó en mucho, la verdad es que no era una gran cantidad pero jamás pensé que acabarías así, perdón no pretendo ofenderte.

-No se preocupe, ya nos han ofendido muchas veces y créame si le digo que es muy difícil obtener ayuda cuando realmente se necesita, usted ya me ha ayudado con ésta dos veces, y le aseguro que ha sido la única persona que lo ha hecho, he de agradecerle el dinero que me dio

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pero como puede ver no me sirvió de mucho- Éneric lo cogió de la mano- Estoy harto de estar así, es como un circulo del que no se puede salir, quiero vivir pero no aguanto más esto.

-Creo que os puedo ayudar una vez más. Nuestro hospital está colaborando con un Centro-Albergue que ayuda a gente sin hogar, se ha inaugurado hace unas semanas y tiene como misión proporcionar alojamiento, comida y algo de dinero a los que están como vosotros a cambio de un trabajo en grupo. Consiste en una panadería inmensa en la que cada uno realiza una función determinada, ya sea amasando, metiendo el pan en el horno, vendiendo al publico…no sé, supongo que lo que se hace normalmente en una panadería normal y corriente. Aparte de esto también dispone de un buen número de asistentes, enfermeras y monitores voluntarios que estarán a vuestra disposición si los necesitáis. Podéis estar en este lugar hasta que seáis capaces de valeros por vosotros mismos o encontréis otro trabajo. La verdad es que esta idea está funcionando bastante bien ya que mucha gente de la ciudad viene a comprar lo que aquí se produce, ya sea pan o dulces, que son de muy buena calidad y aunque no lo creáis mucha más gente de la que pensáis está dispuesta a colaborar comprando un simple pan o un pequeño pastel. La panadería está un poco lejos de aquí, si queréis llamo a un taxi y nos acercamos, así aprovecharé y te daré los puntos que necesitas- El doctor lanzó una ligera mirada a la herida de Kórbac- Allí tendré todo lo que necesito. Por favor chico no llores, tu nombre es Éneric ¿verdad? Ya lo recuerdo.

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Cuando llegaron pudieron ver un edificio de tamaño

mediano en cuya planta baja podía leerse un letrero luminoso que decía “Panadería LA ESPERANZA”. Al acercarse y entrar por la puerta una señora gordita, de edad madura y con cara de haber ayudado a mucha gente durante toda su vida fue hasta ellos –Bienvenidos amigos soy la coordinadora de este gran proyecto social y me gustaría que esta panadería os sea tan útil como pretende serlo. Imagino que estaréis muy cansados, así que de momento sólo os tenéis que preocupar de descansar y recuperar fuerzas para que lo antes posible estéis aquí colaborando con todos nosotros-

El doctor puso una mano sobre el hombro de Kórbac y lo guió hacia la puerta de la enfermería que estaba a pocos metros. Antes de entrar se dio la vuelta y miró hacia atrás –Encantado de haberte conocido, espero que tengas un buen viaje- Éneric no entendió que quiso decir y se quedó allí decidido a esperar, pero apareció un asistente que lo llevó hasta el paraíso, un paraíso en forma de habitación con una cama limpia, blandita y cómoda, un paraíso calentito y acogedor, un paraíso con una exquisita ducha donde pasó una maravillosa y revitalizante hora, de donde salió listo para dormir.

Al día siguiente Éneric despertó como en un sueño,

no sabía que hacer y fue a buscar a su amigo, recorrió todo el edificio pero no lo encontró por ningún sitio, entonces preguntó a la coordinadora y le dio la noticia. Kórbac ya

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no estaba, se había ido durante la noche. En ese momento comprendió las palabras que le dijo desde la entrada de la enfermería: “Encantado de haberte conocido, espero que tengas un buen viaje” se trataba de una despedida. Kórbac no quería que Éneric lo frenara y por eso decidió despedirse de aquella manera, con esas palabras que Éneric no pudo entender hasta el día siguiente.

El tiempo, como siempre, imparable y poderoso

avanzó, avanzó y avanzó.

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CAPÍTULO 19 Habían transcurrido dos años, lo intentó durante las

primeras semanas o quizás meses, pero como siempre la desesperación venció a la ilusión. Una mañana cualquiera de un día cualquiera pero mucho tiempo después Éneric caminaba con su elegante traje negro y su maletín de cuero. Falto de esperanza repitió el viaje que tantos disgustos le había provocado últimamente y con el que tantas suelas de zapatos había gastado. Llegó hasta el solar donde se situaba la vieja y destartalada estación que tantos recuerdos le traía y se quedó mirándola como un sediento mira al horizonte en el desierto, como un muerto hacia donde sólo ellos saben y como un iluso que incapacitado en aceptar la realidad siempre mira hacia dentro donde la fabrica de submundos trabaja a pleno rendimiento.

En plena sobredosis de desilusión y cuando la toalla iba camino de tocar la lona, esta vez posiblemente para siempre, apareció a lo lejos una figura que le resultaba familiar.

-No puede ser- se dijo. Había pasado mucho tiempo, pero seguía igual,

misma ropa, el mismo pelo alborotado, la misma cara barbilampiña y sorprendentemente unas gafas iguales a las que rompió el último día que lo vio, el día que tropezó. Kórbac estaba ahí, ojeando una vara de madera que tenía

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en las manos. Éneric había esperado tanto este momento que cuando llegó no sabía que hacer, quería acercarse pero una especie de miedo aliñado con dudas lo frenaba.

-¿Dónde habrá estado tanto tiempo? ¿Por qué se fue sin decir nada?- Como no sabía que hacer lo único que hizo fue limitarse a observar y esperar a su viejo amigo.

Kórbac jugueteaba con la vara, a veces dibujaba algo en la arena humedecida por la lluvia del día anterior con ella, otras la movía como si fuera una autentica majorette. Éneric sonrió, fue entonces cuando el ruido de un motor le hizo mirar hacia atrás. Una enorme limusina blanca había aparcado a su lado, el chofer bajó para abrir la puerta de donde salió una elegante mujer vestida con una falda y una chaqueta, ambos del mismo color que la limusina. Con sus zapatos de tacón clavándose en la arena y haciendo equilibrio con sus manos en una de las cuales llevaba un sobre color beige, llegó hasta Kórbac al que le dio un par de besos.

-Esto es para ti- extendió su brazo y le entrego el sobre -Te lo he traído tan pronto como he podido.

-Oh gracias, hacía tiempo que lo esperaba- lo abrió, leyó el contenido detenidamente y cuando lo hubo leído tomó una pluma que le ofrecía la mujer y lo firmo. –Creo que está todo bien. Aun así te llamará la semana que viene.

-Hasta pronto Kórbac- se despidió y volvió a la limusina tan hermosa como ella.

El lujoso vehiculo desapareció. Éneric seguía

inmóvil pensando en lo extraño del momento y

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observando a su antiguo amigo, cuando éste con un extraño movimiento de la vara se golpeó ligeramente en la oreja.

-¡Maldita sea!- cogió el palo y lo lanzó tan lejos como pudo. El destino con sus misteriosas estrategias hizo que fuera a caer en los pies de Éneric. Ya no había vuelta atrás, ambos se estaban mirando.

Los dos caminaron con timidez uno hacia el otro, lentamente, parecía que no iban a encontrarse nunca. Con sus mentes en blanco y sus miradas fijas se iban acercando y cuando estuvieron a la suficiente distancia se abrazaron como hermanos, sin decir palabra alguna, no hacía falta, cada uno sabía lo que sentía el otro, y en momentos así es difícil explicar con palabras lo que el corazón dice con sentimientos.

Cuando cesaron los abrazos Éneric lo miró como quien visita la casa de su infancia, cada segundo lo llenaba de recuerdos. Se vio a sí mismo sentado en el vagón de un tren, mirando por la ventanilla, donde los paisajes eran los momentos vividos junto a su amigo que tanto le había enseñado. Se sintió como un cristal roto cuando fue consciente de la diferencia social en la que se encontraban, Kórbac con la misma ropa de siempre, aunque misteriosamente limpia, y él con un estúpido y caro traje negro que en ese momento le producía cierta acidez de estomago, pero Éneric no iba a dejar que esa incomodidad estropeara el momento que tanto había esperado, así que hablaron, hablaron y hablaron, tanto como para producir dolor de mandíbula.

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-¿Qué te parece si nos sentamos allí y continuamos con la conversación?- Kórbac señalo el lugar donde solían pasar las frías noches tiempo atrás –Acabo de poner cartones nuevos y estoy ansioso por saber que ha sido de ti durante estos dos años, parece que te ha ido bastante bien, lo digo por el bonito traje que llevas.

-Cuando mi situación mejoró vine a buscarte para ayudarte, al principio varias veces al día, luego varios días a la semana y últimamente sólo venía una o dos veces al mes. Había perdido la esperanza, pensé que estarías muerto o algo peor. Supongo que debo estar enfadado por la forma en que te fuiste de la panadería, pero ya sabes que soy débil de corazón y no me queda más remedio que perdonarte.

Los dos viejos amigos reencontrados caminaron

hasta los cartones donde se sentaron cómodamente. El olor no del todo desagradable le resultó familiar a Éneric y le hizo sonreír, con sus dedos acarició suavemente los cartones y un escalofrío le recorrió el cuerpo –No sé como pude dormir aquí- pensó.

Verse en aquel lugar, junto a Kórbac, sentado sobre los cartones, rodeado por ese olor puntiagudo y vestido con un traje que no encajaba nada, casi lo anularon mentalmente.

-Estoy impaciente por saber que has sido de ti- dijo Kórbac mientras se rascaba la cabeza –así que no pierdas ni un segundo y empieza a hablar. Estoy convencido de que será un relato interesante con un final feliz.

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-Es posible que lo sea. Pero antes de comenzar mi historia creo que deberías terminar algo que dejaste a medias hace mucho tiempo. ¿No lo recuerdas? Ya me lo temía. No te preocupes yo te refrescaré la memoria, si realmente quieres saber que ha sido de mi vida durante estos dos años tienes que contarme el resto de la historia de La Ciudad de los Deseos. Lo dejamos justo cuando la persona elegida se adentró en la cueva y una roca gigantesca apareció en la entrada, luego caíste al suelo.

-Oh, nunca hubiera imaginado que me pedirías el final de la historia- rió con fuerza- lamento haberte hecho esperar tanto tiempo:

“…poco a poco, paso a paso desapareció en la cueva, una roca gigantesca apareció en la entrada dejando sorprendidos a la multitud que esperaba fuera hasta el amanecer.

En el interior de la cueva la oscuridad era tan espesa que casi podía tocarse con las manos, se trataba de ese tipo de oscuridad que deja la mente en blanco pero que agudiza los sentidos. Cuando la persona elegida recupero algo de lucidez gritó “Luz” y en el interior de la cueva se hizo de día. La iluminación alcanzaba todo el interior pero no provenía de ningún sitio, era una luz suave, blanca y ligeramente calida. Una luz tranquilizadora, relajante y con la que sería posible dormir sin cerrar los ojos.

En lo más profundo de aquella gruta podía distinguirse, como tallado en la pared, una roca con forma de mesilla y junto a ella una piedra que bien podía utilizarse como asiento y que la persona allí presente decidió utilizar de buena gana para empezar a redactar sus

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cien deseos. Así que en ese lugar medianamente cómodo, en ese escritorio imaginado apoyó sus codos, bajó la cabeza mirando el papel, apunto con la pluma y comenzó a pensar.

-¿Qué será lo primero que voy a pedir? Tengo tantos deseos en mi cabeza que noto mi cerebro un poco enmarañado…bueno, en principio pensaré en mí y si me sobra alguno desearé algo para los demás. Tal vez al viejo Encitemo le encantaría volver a sus famosos veinte años o quizás Ausoma, la madre de mi amigo Tobeo, podría recuperar su oído, y por supuesto no puedo olvidar a Solisa, la esposa de mi hermano Turex, la pobre mujer tiene un gran complejo de nariguda, aunque con toda seguridad más que un complejo es una realidad…Si, eso haré, pensaré primero mis deseos y cuando los tenga todos escritos pensaré en los demás, pero claro he de tener cuidado con “el deseo prohibido” ya que si pido éste habré desperdiciado uno y sólo me quedaran noventa y nueve. Bueno no importa, serán suficientes, supongo que el deseo prohibido estará relacionado con la muerte… o con el amor, así que evitaré todo lo relacionado con esto, no voy a resucitar a nadie ni seré inmortal, de todas formas debe ser muy triste ver como dejas atrás a todos tus seres queridos, así que nada de inmortalidad. ¿Y el amor? Libre, como debe ser, ¿Quién soy yo para tocar el corazón de las personas? Además si creo un amor a mi antojo inevita-blemente estaré destruyendo otro, por lo tanto el amor que siga su rumbo.

Al parecer pedir deseos es más difícil de lo que yo pensaba, y más sabiendo que una vez estén sobre el papel

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no habrá marcha atrás, por lo tanto debo pensarlo mucho antes de apoyar esta pluma en el papel-

La cabeza embotada de la persona elegida era un

cuenco, en cuyo interior se encontraba una brasa tan caliente como el Sol y donde los pensamientos chocaban unos con otros formando chispas que reavivaban el fuego en su interior.

El tiempo volaba y la pluma seguía lejos del papel. Poco a poco fue surgiendo el miedo, miedo a pedir

un deseo equivocado con el que tendría que cargar durante toda su vida, una vida que por primera vez en la historia podía ser elegida, elegida en cierto modo por un inquilino del cuerpo sin pedir cuentas al destino, destino que estaba en sus manos en forma de pluma inmóvil, inmóvil como la roca que tapaba la entrada de la cueva.

-No sé que pedir para mí- pensaba –así que empezaré por escribir los deseos para los demás y cuando los haya escrito lo intentaré con los míos. Comenzaré con el viejo Encitemo del que según cuentan, en su juventud, no había mujer capaz de resistírsele más de dos palabras mirándole a los ojos sin caer a sus pies, pues dicen que su belleza era similar a la de un ángel y su voz resonaba como un arpa.

A Solisa le cambiaré la trompa por una hermosa nariz que será la envidia de quienes se rieron de ella, será una nariz tan hermosa que ni siquiera los escultores más experimentados podrían haberla imaginado. A partir del cumplimiento de este deseo los artistas de todo el mundo querrán visitarla para recibir inspiración de semejante obra

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de arte. Pintores, músicos y poetas, todos rozaran lo divino cuando vean su nariz.

También le devolveré el magnifico oído que siempre tuvo Ausoma, madre de mi amigo Tobeo, y con el que nos sorprendía donde quiera que estuviésemos escondidos y por muy bajito que hablásemos. No sólo nos encontraba, sino que nos repetía la conversación que habíamos tenido Tobeo y yo como si ella también hubiera estado allí, con nosotros.

Ya está, para empezar voy a escribir estos deseos. Que contento se pondrá mi hermano Turex cuando vea la nueva nariz de su amada…-

La pluma, que en un principio bajaba rápida como

una picadura de abeja acercándose al papel que la llamaba con gritos silenciosos y mirada seca, de pronto comenzó a descender suavemente, con lentitud, el descenso se hizo cada vez más lento, más que un movimiento parecía una agonía, era tan lento que no tuvo más remedio que pararse, apenas le faltaba un empujón… pero no llegó. Algo sucedía en la cabeza de quien manejaba la pluma.

-¿Y si la nueva nariz de Solisa provoca cierta atracción al viejo Encitemo que ya no será viejo sino joven, y no un joven cualquiera, sino el que siempre fue, capaz de conquistar a la amada de mi hermano y a cualquier otra mujer? ¿pero si se enamora de Solisa que pasará con mi hermano? Está tan enamorado que sería incapaz de vivir si ella… me temo que por el bien de mi hermano y por el de muchos otros enamorados el viejo Encitemo seguirá siendo viejo. Pero claro ¿Cuántos

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jóvenes Encitemos habrá por el mundo deseando conquistar a la mujer con la nariz más bella que pueda existir?...me temo que por el bien de mi hermano y por el de los Encitemos la nariz de Solisa no cambiará.

Tan sólo me queda el oído de Ausoma, supongo que la recuperación de su audición no hará mal a nadie… aunque claro, a mí no me gustaba que se enterara de nuestras conversaciones privadas, y tampoco me gustará que revele las discusiones de familias enteras como hacía años atrás, cuando se quedaba apoyada en las puertas de sus vecinos, para ir más tarde a contarlo al primero que se le cruzara en la calle. Lo siento Ausoma.

Cada vez me resulta más difícil pensar en los deseos- La persona elegida se quedó quieta mirando el papel

con la pluma en la mano, imaginó miles de deseos y las situaciones que podrían traer éstos.

El tiempo pasaba y se acercaba el amanecer, pero la hoja seguía tan limpia de tinta como de claridad sus ideas.

Cuando el sol acercaba a despertarse en el exterior, en el interior la luz misteriosa comenzó a desvanecerse.

–¡ya se que pedir!- gritó, y escribió algo en el papel casi a oscuras.

Poco después cuando ya no se veía, la roca de la entrada se fue fundiendo hasta desaparecer. La persona elegida caminó hacia la luz, ya había amanecido, desde fuera pudieron ver como su silueta se acercaba hacia ellos, tenía algo en la mano, era la lista de los deseos.

El Gran Mago estaba allí, junto a la entrada de la cueva, lo saludó con una ligera sonrisa mientras la

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multitud aclamaba a la persona elegida. El Gran Mago pidió silencio y tras varios intentos lo consiguió, ahora todos estaban pendientes de la esperada lista de los cien deseos.

-Muy bien querido amigo, el pueblo está impaciente por conocer tus deseos. Acércate un poco más por favor, cuando estés listo puedes empezar a leer esa lista. Grita tus deseos con todas tus fuerzas y cuando lo hagas se harán realidad.

-La verdad es que tan sólo he escrito uno- comentó la persona elegida con cierta timidez.

Tras decir esto la multitud que escuchaba atentamente se sorprendió -ha dicho que sólo ha pedido uno- decían algunos. –no puede ser, toda la noche y sólo uno– comentaban otros, y por supuesto lo más repetido entre todos –con la de deseos que podía haber elegido yo- Y fuera el comentario que fuera todos estaban decep-cionados y lamentaban no ser ellos los elegidos.

-No temas- le dijo El Gran Mago mientras lo miraba fijamente a los ojos. –llena tus pulmones con este aire tan puro y grita tu deseo con todas tus fuerzas para que pueda escucharlo incluso el que está más lejos.

-Así lo haré- La persona elegida dio un paso al frente, y mirando a la multitud cogió tanto aire como pudo, para gritar: “¡Deseo saber que es lo que quiero!”

Todos quedaron perplejos, incluso El Gran Mago, quien se giró hacia el que gritó para decirle con una voz suave pero tan alta como la que se había lanzado antes:

-Has pedido el deseo más inteligente que se puede pedir, es el llamado “Deseo de los deseos”, jamás pensé

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que pudieras acercarte a él, es increíble, es fantástico, es lo mejor que has podido escribir, pero lo siento, eso no lo puedo cumplir, pues cuando una persona sabe lo que quiere y lo desea con todas sus fuerzas, automáticamente ese deseo se hace realidad. Has conseguido sin saberlo escribir “el deseo prohibido” pero a la vez has descubierto el secreto para hacer realidad todo cuanto desees, algo con quien todos soñamos y nos es muy difícil alcanzar, tal vez por su simpleza o quizás por nuestra complejidad.

Al terminar de hablar, El Gran Mago levantó sus

brazos y su vestimenta cayó al suelo, su cuerpo desnudo estaba cubierto de plumas. Poco a poco y ante la mirada de todos se transformó en un majestuoso águila real que emprendió el vuelo para desaparecer en el cielo. La multitud regresó a sus casas para meditar sobre sus últimas palabras, unas palabras que cambiaron la vida de todos, y por supuesto de la ciudad que se cree que hoy en día puede ser cualquier gran ciudad de cualquier lugar del mundo.”

-Vaya, vaya, vaya. Así que cuando deseas algo con

todas tus fuerzas este deseo se hace realidad- comentó Éneric mientras ataba uno de sus zapatos. –No me parece muy lógico. Creo que los pensamientos están en nuestras cabezas y de ahí no pueden salir.

-Yo tampoco lo creía pero es cierto. Piensa que la vida que has construido es la vida que has deseado, la vida con la que soñaste, la vida por la que has luchado.

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-Nunca en mi vida deseé vivir en la calle pasando frío y comiendo lo que encontraba en los contenedores. Jamás quise sufrir lo que he sufrido y tener…

-Por eso saliste de la miseria- le cortó Kórbac bruscamente con el tono algo elevado –porque deseaste algo mejor. Apostaría cualquier cosa a que ahora tu vida es como la deseaste, como siempre la has imaginado.

-Entonces todo el mundo sería rico. Si fuera tan fácil todos viviríamos en la abundancia, y eso es imposible, alguien tiene que salir perdiendo.

-Olvídate de la lógica, todos podemos vivir en la abundancia, tú eres el creador de tu mundo, tu vida es como la deseas y como eres capaz de imaginarla, parece imposible pero no lo es. Tú eres el protagonista y el escritor de tu vida. Imagina una vida feliz y serás feliz, imagina una vida en la abundancia y la tendrás. Duda de estas palabras y dudaras de tu existencia.

-Y que me dices de la gente que acaba de perder algo y desea con todas sus fuerzas recuperarlo y jamás lo consigue.

-Cuando pierdes algo es porque el destino está jugando, esta manipulando, está conspirando, esta preparándolo todo para que recibas algo mejor de lo que tenías.

-Pero todo esto suena muy extraño y paranoico, típico de un loco y no creo que tú lo seas ¿Cómo puede explicarse todo esto?

-Yo no puedo saber a que se debe todo esto y a mí también me parece una paranoia pero tengo una teoría ¿quieres escucharla?

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-Pues claro que si, parece mentira que me preguntes eso.

-Creo que en nuestra vida no existen los demás, únicamente tú. Sí, ya sé que estoy hablando contigo. Lo que quiero decir es que todos estamos vivos, todos nos influimos pero vivimos vidas independientes en nuestros propios mundos. Es decir, que todo lo que está ahí fuera lo tienes dentro de tu cabeza. Por ejemplo, un policía en tu mundo puede ser un delincuente en el mío y en el suyo tal vez un artista famoso, todos los mundos son reales pero sólo controlas el tuyo. De esta manera todos podemos tener cuanto deseemos y por mucho que deseemos siempre será inagotable.

-¿Quiere decir esto que los ricos no deben ayudar a los pobres porque no están es su mundo?

-A ver, todos estamos en los mundos de todos pero sólo controlamos el nuestro por medio de los deseos y la imaginación. Nuestro cerebro controla nuestro alrededor, no de forma consciente pero lo hace ¿Acaso puedes demostrar que existía algo antes que tú? ¿Como sabes que existe algo si no piensas en ello? ¿Existía yo cuando no pensabas en mí? No lo sabes, yo tampoco, pero sé que en mi mundo siempre existo, también sé que la información puede pasarse de un mundo a otro y lo que suceda en un mundo afectar a otro. Así que si puedes ayudar a un pobre hazlo, ya que en su mundo puede ser alguien importante y toda la ayuda que recibas en otros mundos se verá reflejada en el tuyo. Intenta vivir una vida plena, ayuda y serás ayudado, cuanto más des más recibirás. No tomes a nadie como ejemplo, toma como ejemplo tu propia vida,

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la única. Parece un poco paradójico pero es así, da un poco de lo que deseas y lo conseguirás, da un poco de lo conseguido y tendrás más.

-No sé que decir, estas teorías metafísicas están por encima de mí. Puede que le funcione a quien crea en ellas o tal vez a quien las realiza sin darse cuenta, yo simplemente me limito a luchar por conseguir cuanto deseo y a ayudar a quien lo necesite siempre que este a mi alcance, mucho más ahora cuando recuerdo mi propia experiencia. No puedo limitarme a una extraña teoría que seguro que no funciona.

-Claro que funciona -Tal vez en tu mundo funcione- se burló Éneric –

pero en el mío te garantizo que no. -Por favor dejemos esta discusión que no nos lleva a

ninguna parte, aunque yo sé que funciona, y empieza a contarme que ha sido de ti durante todo este tiempo. Sabes que estoy impaciente, no me hagas esperar.

-De acuerdo, te contaré que ha sido de mí y así terminaremos de una vez por todas con esta discusión de algo que no funciona porque…

-¡Pero quieres empezar ya!- gritó Kórbac a Éneric con una voz mezclada de broma e impaciencia que produjo cierta sonrisa en la cara de ambos amigos.

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CAPÍTULO 20 “Cuando supe que te habías marchado me sentí fatal,

el vacío inundo mi cuerpo, no sabía que hacer y hablé con varios asistentes para que fueran a buscarte. Lo hicieron pero no diste señales de vida por ningún sitio. En una de las “expediciones” yo salí con ellos y recorrimos los posibles sitios donde podías estar, pero hubo la misma mala suerte. La coordinadora, que luego me enteré que se llamaba señora Monset me estuvo dando ánimos durante los siguientes días haciéndome creer que estabas bien –No te preocupes, seguro que tu amigo se encuentra perfectamente y no tardará en volver por aquí- solía decir cuando me veía triste. Evidentemente no acertó, y es posible que ella se imaginara que no ibas a volver pero su intención no era otra que la de alegrarme la vida.

Al poco tiempo comencé a sentirme limpio, sano y

descansado. Y no tardé en empezar a ayudar a mis nuevos compañeros en la panadería. En un principio me pusieron a sacar el pan del horno y más adelante en la zona de venta al público que es donde realmente me sentía útil y donde aguanté hasta el último día. Por suerte para mí era la zona que menos gustaba a los demás, así que no tuve problemas para permanecer ahí.

Los días pasaban con rapidez y era verdaderamente emocionante ver como los compañeros se integraban en la sociedad con cierta facilidad. Ya sabes que por desgracia una buena preparación abre menos puertas que una buena

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imagen, y esto era o que nos proporcionaba en mayor parte la panadería, una buena presencia con la que nos era más fácil conseguir un puesto de trabajo.

Aun recuerdo que cuando recibí la primera paga, esa que nos daban por colaborar en la panadería, una pequeña suma que me hizo sentir la persona más rica del mundo, fui a comprar, como nos habían recomendado, ropa que mejorara mi imagen y me hiciera aparentar cierta seriedad y responsabilidad. Con el dinero que me sobró compré un gran ramo de rosas para la señora Monset por lo bien que se portaba con todos nosotros. Jamás en mi vida había visto llorar tanto a una mujer de emoción, su corazón era más grande que el edificio, separó el inmenso ramo y repartió una rosa por cada habitación –El ramo es grande, muy grande y ahora que lo he compartido se ha hecho mucho más grande, como todo lo que compartimos- esas palabras ya me resultaban familiar. Hay personas que nacen para compartir y la señora Monset era una de ellas.

Puedo acordarme perfectamente de todos mis

compañeros, de las conversaciones y los momentos tan agradables que pasaba junto a ellos. Me encantaba escuchar cuales eran sus sueños para el futuro, algunos simples, otros complejos y más de uno cómico y surreal como el de Yambo, que pretendía convertirse en pirata y saquear los inmensos barcos de los cruceros para repartir el dinero y las joyas entre los pobres, como una especie de Robin Hood acuático. Por suerte para todos encontró trabajo en un taller de coches, como encargado de arreglar pinchazos. Que yo sepa le va muy bien, la última vez que

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le vi me dijo que se había comprado una casita en las afueras de la ciudad.

Otro plan muy interesante fue el de un señor, del que no recuerdo el nombre pues entró un poco antes de salir yo, que tenía la intención de patentar y comercializar el paraguas de usar y tirar. Estaba convencido de que cualquier persona a la que le cogiera una tormenta por sorpresa no dudaría en acercarse a un comercio y comprar uno. Decía que con el cambio climático se iba ha hacer de oro ya que cada vez era más difícil prever el tiempo. No se que tal le irá, de momento no veo ese tipo de paraguas por ningún sitio.

Lo importante no era que tipo de plan tuviéramos, lo

que realmente importaba era el hecho de que todos pensábamos en un futuro. Por fin había luz al final del túnel y no una luz pequeña, sino una luz más grande que la oscuridad, una oscuridad que nos había atrapado tiempo atrás y ahora se desvanecía.

A pesar del tiempo que pasábamos juntos apenas pude hacer grandes amigos, entre otras cosas porque la gente conseguía integrarse en el mundo laboral y rehacer su vida relativamente rápido. Es evidente que a algunos le costaba más que a otros, pero todos tarde o temprano salían de allí con una vida mejorada, convirtiéndose para siempre en clientes potenciales de nuestra panadería.

Una mañana de esas que parecía tan normal, con los

típicos rayos de sol de un domingo a pesar de ser martes y el exquisito olor que salía de los hornos que inundaban

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todo el edificio, vino a comprar como todos los días la amable viuda del profesor Eterol, un gran hombre según decían, una media docena de napolitanas que empezaba a tomar en el desayuno y las terminaba antes de irse a dormir después de cenar. –Estos dulces me devuelven parte de la alegría que se llevó mi marido al morir- solía decir casi todos los días mientras rebuscaba en su monedero el importe justo. Día tras día el mismo comentario, los mismos movimientos y las mismas monedas al pagar, era casi mágico.

Esta vez no es que llegara demasiado temprano, más bien llego a la hora de siempre pero las napolitanas todavía no estaban listas, habíamos tenido problemas con uno de los hornos y por eso llevábamos algo de retraso, no mucho pero se notaba.

-No ponga esa cara- le dije al ver su expresión mientras ojeaba la vitrina –ahora mismo voy a por sus napolitanas y se las traigo, deben estar a punto de salir del horno.

Fui corriendo hacia la sala de elaboración, no me

gustaba hacer esperar a los clientes, busqué algún compañero libre para que sacara las napolitanas del horno pero no lo encontré, estaban todos ocupados, así que decidí sacarlas yo mismo. Me acerqué al horno y abrí la puerta, noté como un soplo de aire caliente chocó contra mi cara. Las napolitanas ya estaban en su punto, cogí un guante especial y me lo puse, agarré una bandeja y tiré de ella para sacarla, el calor llegaba a mi mano a pesar de la protección, la bandeja estaba un poco atascada, no podía

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tirar con las dos manos porque sólo tenía un guante. Hice un poco más de fuerza pero no conseguí nada. Apoyé mis pies sobre la pared del horno y realicé un nuevo esfuerzo, esta vez salió, pero salió tan rápido que la bandeja saltó por los aires, instintivamente me lancé a por ella, no tocó el suelo como si lo hicieron todas las napolitanas, pero en ese momento no me importaban, ni las napolitanas, ni la bandeja, ni la viuda de Eterol. Me había quemado la mano izquierda, la que no llevaba guante, solté la bandeja y grité, grité tanto que en unos segundos todos mis compañeros estaban a mi alrededor, unos intentaban calmarme, otros recogían las napolitanas. Al final me llevaron a la enfermería.

El dolor era tan intenso que no quise verme la mano. Notaba como los nervios transmitían toda la información posible, demasiada para poder soportarla. No sé por qué me vino el recuerdo de un día de campo con toda mi familia, cuando apenas tenía diez años, esas sillas tan incomodas y la mesa llena de comida recién hecha en la barbacoa. Recordaba a mi padre gastándole bromas a mi madre mientras ésta intentaba dar de comer a mis dos hermanas pequeñas y como aquel toldo que intentaba dar sombra salía volando en cuanto se levantaba un poco de viento.

La enfermería a la que me llevaron mis compañeros

no era muy grande pero estaba muy bien equipada para este tipo de accidentes, nunca había entrado, tan sólo había visto la puerta con esa enorme cruz roja pintada en la parte superior y pensaba que nunca llegaría a

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atravesarla. En cierto modo me alegré de estar allí, ya que si hubiera sido algo grave el destino hubiera sido la enfermería del pasillo central, mucho más grande y mejor equipada, que por suerte todavía no había sido estrenada por nadie.

-Este fue el último lugar donde vi a mi amigo Kórbac– les dije a mis compañeros mientras ayudaban a tumbarme en la camilla, luego me entere que no fue éste sino otro –espero que aquí no se coman a nadie- bromeé.

En ese momento una dulce voz femenina salió de la nada –lo siento señor no acostumbramos a comer carne cruda- dijo la nueva voz, tengo varias compañeras y estaba convencido de que ninguna de ellas había venido hasta la enfermería.

-Pues entonces no hay ningún problema, hoy el plato principal es mano asada- le contesté.

Entre risas y carcajadas se abrió paso formando un estrecho pasillo una chica joven de la que adivine ser dueña de la voz, vestida con una impecable bata blanca que me hizo saber que era enfermera, su cabello moreno y su cara brillaban. La veía como una poderosa diosa que iba a quitarme ese terrible dolor, deposité todas mis esperanzas en ella.

-Por favor salgan de aquí- ordenó la diosa –necesito que esté todo despejado, soy incapaz de trabajar con tanta gente.

En unos instantes la enfermería quedó despejada. Tan sólo quedamos ella y yo, y la verdad es que tampoco estoy muy seguro de que yo estuviera ahí pues con ese dolor tan intenso no sabía muy bien donde estaba.

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-Bueno, bueno, bueno.- decía mientras untaba la palma de mi mano con una pomada que producía un efecto refrescante donde antes parecía tener brasas al rojo vivo.

-Supongo que ahora estas echando las especias y el guiso para que te sepa mejor mi mano ¿no?

–Muy gracioso, has tenido suerte, la quemadura no parece grave pero has de venir todos los días hasta que esto se recupere por completo.

La enfermera puso un vendaje en mi mano que

renovaba cada vez que iba a visitarla, y poco a poco pude ver como la quemadura iba desapareciendo, a la vez que iba surgiendo la amistad entre nosotros dos.

Su nombre es Unama y a los pocos días de conocerla sabía tanto de su vida como de la mía. Me contó que ella también había sido abandonada por su pareja de la noche a la mañana y sin recibir explicación alguna. Al enterarme de esto sentí una doble alegría en mi interior, primero porque me hizo saber que no tenía ningún compromiso, que era libre, y segundo porque si alguien había roto una relación con una persona tan maravillosa como ella, con una personalidad y una bondad excelente y con una gran belleza, pero no de esas de a primera vista, sino de las otras, de las que te van gustando más con los días, tal vez yo también fuera como ella y que el problema no fue mío, sino de la otra persona que no me supo valorar. Sentí que para romper una relación con ella hay que ser verdaderamente estúpido.

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Llegó el día en el que mi mano estaba sana por

completo y por una parte sentí pena, pena por saber que ya no tendría esas conversaciones con Unama, unas conversaciones que me aliviaban más que la pomada. Y también sentí miedo, miedo por no saber que hacer con esos sentimientos que en mí habían despertado y ocupaban todo mi ser.

-Pues parece que esto ya está bien- me dijo lanzándome una mirada un poco triste, una mirada ligera y corta, una mirada que me hizo ver más allá de las palabras, una mirada que me dio seguridad. Había visto sus cartas, ahora sólo tenía que disimular y preparar el terreno para el ataque.

-Supongo que tendré que quemarme la otra mano para seguir viéndote y pasar estos momentos tan agradables.

-Que tonto eres. -Dime una cosa -¿El que? -¿Qué somos?-le pregunté -¿Qué somos quienes? ¿tú y yo? -No, me refiero a todos, a las personas. Lo queramos

o no, siempre nos movemos por intereses personales. Como te he contado Anoa me dejó para irse con otro que le convenía más que yo. Tu novio lo hizo por algo que no sabes pero que seguro fue por algo que le interesaba más que tú. Y a mí no me importaría quemar mi otra mano para seguir cerca de ti. Hace un momento he visto en tu mirada algo más que una mirada y casi me aprovecho de

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la situación. No quiero ser como ellos, preferiría no saber nada y conquistarte con mis sentimientos y no con los tuyos. No puedo decir que sea la mejor persona del mundo y es posible que los haya mejor que yo como candidatos a tu amor, no lo sé, pero te aseguro que lo que siento por ti es algo que creí no volver a sentir. Tal vez tu mirada no sea otra cosa que lo que yo he querido ver, quizás la sonrisa de tu cara en este momento se deba al ridículo que estoy haciendo y no porque te gusten mis palabras. Ahora mismo lo único que deseo es darte un abrazo y fundirme contigo. Has conseguido que recupere la confianza en mí mismo, he traspasado el muro que impedía acercarme al amor, no se cuanto tiempo estaré vivo, un día o cien años, sea como sea quiero pasarlo junto a ti. Te aseguro que estoy realmente nervioso, no se lo que hago pero voy a darte un beso…

-Date prisa porque llevas toda mi vida de retraso. Y la besé. Yo era de los que pensaba que era imposible volverse

a enamorar, pero mi experiencia o la vida o lo que quiera que sea me ha enseñado no sólo que es posible volver a encontrar el amor, sino que es posible superar lo que antes parecía insuperable y sentir lo que nunca llegué a imaginar.

Un tiempo después de mi primer beso con Unama,

cuando sentía en mí, fuerza y seguridad suficiente, tomé la decisión con el apoyo de mi amor de crear mi propia

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inmobiliaria. Una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Aunque tanto Unama como yo pensábamos que lo

sabíamos todo el uno del otro no era realmente así, y había cosas que todavía nos sorprendían.

Cuando decidimos irnos a vivir juntos, un poco después de haber creado yo mi propia inmobiliaria y cuando las cosas empezaron a irme económicamente bien se me ocurrió la idea de invitar a cenar a nuestra casa al doctor Mans, el señor que me había ayudado dos veces y que nos hizo conocer la panadería. No quise decirle nada a Unama, quería que fuese una sorpresa por lo que le conté que teníamos un invitado pero nunca le dije quien era.

Unama estaba impaciente por saber quien iba a ser nuestro invitado e intentó en vano averiguarlo por todos lo medios.

El lugar que habíamos tomado por hogar era una

bonita casa unifamiliar que habíamos alquilado en una zona residencial y que más tarde adquiriríamos por un precio bastante asequible. En ese momento apenas teníamos muebles y habíamos hecho un gran esfuerzo por decorar el salón que era donde íbamos a cenar.

El timbre sonó un par de veces, Unama y yo nos acercamos a la entrada, extendí mi mano y giré el pomo, respiré hondo, poco después abrí la puerta.

-¡Director Mans!- exclamo Unama antes de darle un gran abrazo, como el de una hija a su padre.

-¿Os conocéis? Vaya sorpresa me he llevado.

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El invitado quedó petrificado al instante y blanco

como una nube. Lo llevé hacia una silla, lo senté y le di un poco de coñac, al poco tiempo recuperó su color habitual.

-Por favor ¿alguien me puede explicar de que os conocéis?- pregunté intrigado –Yo ni siquiera recordaba su nombre hasta la semana pasada que fui a preguntarlo a la señora Monset para poder hacer la invitación.

-Oh si, yo lo haré con mucho gusto- contestó el director Mans mientras se levantaba de la silla para sentarse en el sillón –es evidente que si yo soy director de hospital y ella es enfermera lo normal es que nuestra relación sea lógicamente profesional.

-La verdad es que hasta ahí todo es normal, pero no logro entender que ha causado ese estado en usted, creí que iba a desmayarse.

-Yo tampoco lo entiendo- dijo Unama -Muy bien. Me explicaré. Como todos sabemos yo

soy director de un hospital, Unama es enfermera y Éneric estuvo inconciente bastante tiempo por culpa de un accidente que tuvo con su automóvil. ¿Cómo os quedaríais vosotros si os digo que tú, Unama, fuiste la enfermera que estaba en la habitación cuando despertó Éneric? De la que saliste asustada porque no sabías que hacer.

Tras contar esto, éramos los tres los que estábamos

tomando coñac. No me gusta su sabor pero esta vez me sentó fenomenal.

-Sé que para vosotros es casi imposible acordaros. Unama, tú tenias muchos pacientes y no puedes recordar

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el nombre de todos, y tú, Éneric, estabas demasiado aturdido como para quedarte con su cara. Fue casi un milagro la forma en la que despertaste de ese estado inconciente, con esa recuperación espontánea, no se hablaba de otra cosa entre los médicos, por eso yo recuerdo tanto el paciente, la enfermera como el número de habitación. Es como si el destino, caprichoso, jugara con vosotros. Meses después, Unama, te enviamos como enfermera a la panadería con la que colabora nuestro hospital.

Esa noche la cena quedó intacta, estuvimos todo el

tiempo hablando y pensando sobre las vueltas que puede hacernos dar la vida para llevarnos a donde a ella se le antoje. Nos sentimos marionetas incapaces de escapar a su control.

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CAPÍTULO 21

A pesar de que las ventas en el sector inmobiliario estaban disminuyendo algunas circunstancias hicieron que no tuviera dudas en crear mi propia empresa. Era lo único que había hecho en toda mi vida y estaba convencido de que tendría éxito. Por primera vez en mi vida había perdido el miedo a todo, por primera vez tenía tanta seguridad en mí que me sentía imparable. Sabía que lo peor que podía pasar era que el destino me enviara al mundo de cartón donde estuve tanto tiempo y donde aprendí tanto, donde la vida adquiere un sabor verdadero y donde cualquiera que no pierda la esperanza puede salir habiendo adquirido los conocimientos necesarios para disfrutar de lo más simple: como saborear del agua insípida por naturaleza o sentir el calor que desprende el cuerpo de la persona que amas mientras duerme a tu lado, saber encontrar el placer en esa parte del cuerpo que no te duele cuando todo esta entumecido y dar gracias a lo que sea cada mañana al despertar por seguir vivo. Si esto era lo peor no lo temía en absoluto.

Al principio de mi aventura empresarial he de

reconocer que todo fue bastante duro, en algunos momentos creí que no podría seguir adelante, pero la perseverancia, árbol de la primavera eterna, dio como siempre sus frutos.

Las viviendas en venta ya tenían asignadas distintas inmobiliarias, y la mía, nueva y sin prestigio difícilmente

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podía abrirse hueco en este mercado saturado, pero las desgracias de unos abonaron mi campo estéril. Por suerte para mí, muchas empresas inmobiliarias entraron en quiebra retirándose del terreno y dejando un suculento trozo de tarta para el primero que llegara, y ahí estaba yo.

Conseguí hacerme con los derechos de venta de un pequeño número de inmuebles medio derruidos y situados en zonas poco atractivas de la ciudad. Cualquier vendedor se hubiera retirado en el primer intento, y más en ese momento de crisis en el sector inmobiliario, pero yo, habiendo dormido tantas frías noches sobre un cartón, veía estas casas como auténticos palacios donde el lujo y la ostentación formaban parte de la inexistente decoración. No hay duda que esta sensación que me producía el estar allí podía transmitirla directamente a quien se encontrara entre sus paredes, por lo que no me costó demasiado hacer que alguien se encariñara de ellas. Hoy en día esa zona que no quería nadie es una urbanización de lujo.

Si antes fui un buen vendedor ahora lo era mucho más, porque había aprendido a valorar lo que era realmente un hogar. Yo no engañaba a nadie, simplemente expresaba lo que sentía y la gente compraba.

Necesitaba crecer de alguna manera, así que no podía

permitir que las casas que quedaran libres cayeran en manos de otras agencias inmobiliarias, por lo que cuando alguna empresa de este sector entraba en quiebra yo la compraba, de esta forma tan arriesgada, pero muy lejos de provocarme miedo, conseguí hacerme con un gran numero

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de contratos que daban oportunidades de venta a mi inmobiliaria, una de las pocas que crecía mientras que la mayoría caían y cerraban.

En relativamente poco tiempo mi inmobiliaria se convirtió en una de las pocas grandes de la ciudad y también de las pocas que sobrevivió a la crisis. He de reconocer que una parte importante de mi éxito se debe a la suerte. Está claro que luché como nadie para que mi empresa no se hundiera y mucho más para que siguiera creciendo, pero nada de esto hubiera sido posible sin el contrato que firme de casualidad con una importante constructora, propiedad del señor Boskat, cuyo nombre es también el de la misma.

Cuando las aguas comenzaron a calmarse podían

verse los restos del naufragio de incontables empresas relacionadas con el sector de la vivienda, ya fueran constructoras, empresas eléctricas, de fontanería, de acristalamiento, pintores, carpinteros, etc. Todo o casi todo lo que tenía que ver con la construcción de viviendas o venta de éstas estaba en crisis. Las más fuertes o las más hábiles sobrevivieron, entre ellas la mía.

A la Economía le costó mucho reactivarse tras esta masacre pero poco a poco y gracias a una buena política comenzó a levantarse. Surgían nuevos puestos de trabajo y las familias empezaban a sentirse desahogadas, inevita-blemente y de forma muy suave la demanda de nuevas viviendas comenzó en todas partes. Los ciclos económicos se repiten siempre, una y otra vez, eso ya lo sabemos.

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Uno de esos días económicamente grises, en los que

mirando atrás podíamos ver familias enteras arruinadas, derrochadores en la miseria y gente pudiente rascándose el bolsillo para llegar a fin de mes, me llegó el extraño pensamiento de que yo iba contracorriente. Cuando la abundancia se regalaba a todo el mundo yo vivía en la miseria y ahora que todo iba mal a mi no me faltaba nada.

Nunca he deseado ni me he alegrado del mal ajeno

pero no puedo negar la satisfacción que sentí cierta noche cuando paseaba abrazando a Unama por la espalda, llevaba la cabeza apoyada en su hombro y le iba diciendo tonterías al oído, cuando noté que alguien tiraba de la parte baja de mi chaqueta hacia abajo. Supuse enseguida que se trataba de algún vagabundo que necesitaba ayuda y yo por supuesto estaría encantado de dársela en todo lo que fuera necesario. La vía estaba bien iluminada, no sé como no lo había visto, estaba acurrucado en una acera y levanto el brazo cuando pasamos a su lado.

-Por favor, necesito comer, tengo hambre. No hace mucho tiempo fui un hombre adinerado y miradme ahora. Por favor dadme algo de dinero, sólo pido lo necesario para no morir de hambre.

Esas palabras tocaron mi alma, metí la mano en el

bolsillo con rapidez y toqué unos billetes que tenía en él. Intente cogerlos todos para dárselos y en ese momento mire sus ojos, más que ojos eran ojillos, los ojillos que en otro tiempo pertenecieron a un sapo, un sapo malo, quizás

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el sapo con la boca que peores cosas haya escupido. Al darme cuenta de quien era aflojé la mano y los billetes volvieron a caer a su sitio.

Saqué del otro bolsillo un pañuelo azul, muy bonito, muy suave y con un tierno olor a “ahora te toca a ti” y se lo di. Lo cogió pensando que era dinero. Cuando vio que se trataba de otra cosa bien distinta se me quedo mirando extrañado sin saber a que venía ese regalo.

-¡Guárdalo!- le dije -nunca sabrás cuando lo vas a necesitar, hay muchos que jamás te lo darían.

No tardó en comprender quien era yo, su memoria traidora lo llevó hasta el momento en el que el sapo, no tan sapo ahora, pues había perdido unos cuantos kilos, nos insultó y humilló hasta el punto de hacerme llorar. Y eso era lo que hizo él cuando supo quien era, llorar, llorar como una fuente.

-Como iba a saber yo que…-intentaba decir entre sollozos.

-Como ibas a saber tú que algún día ibas a estar en esta situación ¿verdad?- le dije mirándole fijamente- has de saber que tu situación no la desea nadie y que cuando alguien acaba así no es por placer ni por gusto. Ahora sufrirás porque te toca sufrir, porque has hecho daño y porque cada uno paga sus deudas con la vida cuando le toca. La vida te está pasando las facturas que tienes pendiente con ella, no puedo ayudarte, ¿acaso crees que yo sé más que Dios?

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Y me fui. Sus lamentos podían escucharse desde bien lejos. No me arrepiento. No merece la pena hablar más de un tipo así.

Cuando la crisis comenzó a desaparecer, tras muchos

disgustos y desgracias, tanto para gente mala como para gente buena, el precio de la vivienda se había reducido bastante. Los que tuvieron la suerte de no comprar antes de la crisis y mantener su puesto de trabajo podían comprar un hogar a un precio bastante más bajo que años antes.

Mi inmobiliaria seguía creciendo pero todavía era pequeña. Antes he dicho que la suerte es importante y eso es lo que tuve, un golpe de suerte que me hizo crecer lo suficiente para estar entre los más grandes.

Un día de esos, en los que la fortuna parecía haber

encontrado nuestra papeleta entre millones, sonó el teléfono, miré en la pantalla para ver si conocía el numero pero no fue así, imaginé que se trataría de algún cazagangas que estaría interesado en comprar alguna casa por un precio bastante interesante, teníamos muchas llamadas por el estilo. No dudé en contestar, cualquier venta sea a quien sea y de lo que sea dejaba importantes comisiones.

-Hola, buenos días.- contestó una suave voz de mujer sin dejar que me presentara.

-Buenos días, ¿Quién es?- pregunté -Oh, lo siento. Le llamo de la Constructora Boskat,

no se si ha oído hablar de ella.

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-Sí, sí. Claro que sí, es una de la más conocidas. -Mire, he cogido la guía y al azar he marcado varios

números de inmobiliarias, ninguna de las anteriores ha contestado al teléfono, no sé si es porque es temprano, porque han desaparecido o por casualidad. Estamos interesados en ofrecerle un contrato por el cual pondríamos a su disposición un numero elevado de viviendas de nueva construcción que usted debe encargarse de vender, sabemos que en el momento actual no será fácil, por ello recibiría importantísimas comisiones por venta. Creemos que la economía se esta recuperando y pronto el sector inmobiliario comenzará a crecer. Si está interesado, mañana nos reuniremos con usted, hablaremos de todos los detalles y llegaríamos a un acuerdo ¿Es usted el jefe verdad? Lamento no haberlo preguntado antes.

-Sí, soy yo y estoy interesado. -Muy bien pues déme los datos y dirección… La conversación se alargó casi una hora, era una

oportunidad única, no podía dejarla escapar, la mujer se mostró simpática y agradable en todo momento, por la voz me la imaginé rubia, alta, delgada y estilizada, guapa, vestida de forma elegante y con un cigarrillo en la mano. Cuando la vi al día siguiente, me di cuenta que era todo lo contrario, en lo único que había acertado era en que fumaba, fumaba tanto que parecía un tren de vapor.

La reunión fue un éxito. Llegamos a un acuerdo

fantástico, ellos estaban contentos y yo también, si conseguía vender todas las casas sería prácticamente rico,

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no podía creer lo que me estaba pasando, mis ojos se encharcaban cada vez que veía el contraste de mi propia vida, de la miseria a la riqueza, me sentía como un misil o como un cohete espacial. Sabía perfectamente que sería capaz de realizar todas las ventas, lo sabía porque ahora valoraba un hogar como nadie lo ha hecho nunca y podía transmitir esa sensación a cualquiera que estuviera interesado en venir a visitar cualquier casa.

No tardé mucho en contárselo a mis empleados que se pusieron muy contentos, ellos también ganarían más. Pasamos de se ser cinco a diecisiete en solo unas semanas.

Me prometí que si conseguía vender todas las viviendas, los beneficios que obtuviera para mí los dividiría en dos y la mitad se la donaría a la panadería que me salvó la vida, se lo debía, ahora lo necesitaban más que nunca, eran más gente y realizaban menos ventas, la crisis también les afecto a ellos. Y así lo hice, conseguí venderlo todo en un tiempo record, hice la donación y obtuve muchísimo dinero para mí a pesar de todo.

La misma dificultad que tiene algo pequeño en

hacerse grande, es igual a la dificultad que tiene algo grande para hacerse pequeño. Eso lo aprendí por experiencia propia, mi pequeña empresa se hizo mayor y no había forma de hacerla bajar de su pedestal. Lo que antes costaba un sobreesfuerzo ahora se realizaba de forma automática, casi por inercia, como si fuera mágico. Parecía que la empresa era un ente con vida propia a la

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que le gustaba hacer las cosas por sí misma. Si hacíamos algo mal ella lo corregía.

El que a nosotros nos fuera bien no significaba que a

todos los que se dedicaran a la venta de viviendas les fuera igual. De hecho una de las mayores inmobiliarias de la ciudad estaba a punto de entrar en quiebra. Yo tenía el punto de mira orientado hacia ella, esperaba como un buitre espera a que su presa caiga indefensa, ¿…y quién me iba a decir a mí que acabaría siendo el propietario de quien me dejó en la calle? Ubzsse inmobiliaria seria mía, la compré en el mejor momento, cuando los directivos estaban desesperados, cuando no podían hacer frente a los pagos, cuando los bancos comenzaban a sacar sus afiladas garras y tocaban con su punta la frente de éstos.

Entré en la sala de juntas, nunca antes había estado allí. Estaban todos los directivos sentados, sudorosos y fingiendo estar tranquilos. Olía a miedo. Todo el mundo sabía que no les quedaba tiempo, era un secreto a voces, si no pagaban las deudas el banco se quedaría con todo y los dejaría en la ruina.

Habían dejado para mí el sillón central, de cuero blanco, todos los demás eran negros, de apariencia cómoda y textura suave, pero ese día no me senté, simplemente paseé por la sala, pensativo y con la cabeza bien alta. Ellos me seguían con la mirada como los espectadores de un partido de tenis, no se atrevían a pronunciar palabra alguna, yo tampoco hablé.

Saqué un cheque del bolsillo y lo puse sobre la mesa, todos los ojos apuntaron hacia él. La mano de uno de ellos

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se abalanzó y lo cogió para mirarlo de cerca, poco a poco se lo fueron pasando entre todos. Por unos instantes aparecieron murmullos, unos murmullos que para mí eran como el silencio, pues no les hice caso.

El que sostenía el cheque en ese momento, de edad madura, con un pelo que en otro tiempo debió ser negro y unas gafas al aire me dijo con voz temblorosa:

-Debe tratarse de una broma. Apenas podremos hacer frente a las deudas externas con esto, todos estamos endeudados en nuestras vidas privadas, con esto podremos aguantar poco tiempo, apenas unos meses.

-Pues aprovechad el tiempo y encontrad otra cosa porque esto es lo máximo que puedo ofreceros.

-Es muy poco- dijeron todos los allí presentes a la vez como si lo tuvieran ensayado.

-Pues es lo que hay- les contesté de forma desafiante- ¿lo tomáis o lo dejáis?

Unas semanas después ya era el propietario de Ubzsse inmobiliaria. Como el nombre era muy conocido decidí conservarlo, algo que no hice con el personal. Todos los prepotentes y los que no parecían buenas personas fueron despedidos, posiblemente ellos eran la causa de la situación por la que pasaba esta empresa, así que no tuve problemas en renovarlos.

Como tenía un don especial para seleccionar personas creí que lo más conveniente era convertirme en el director de recursos humanos, al menos hasta que tuviera completa la plantilla necesaria. Y así lo hice.

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A quien no quise despedir, entre otras cosas porque no lo veía mala persona, fue a mi antiguo jefe. Evidentemente ahora había bajado de escalón y me hacía gracia verle traerme el café todos los días.

Para realizar las entrevistas de trabajo ordené

preparar un despacho amplio y bien amueblado. El lugar elegido fue una sala con grandes ventanales que daban al exterior y por donde podía verse el tráfico aglomerado. En el interior de la sala, bien iluminado, a parte de los sillones donde me sentaba yo y el entrevistado, la pequeña mesa que nos separaba y los muebles que tapaban todas las paredes había dejado tirado por el suelo infinidad de objetos extraños, cuya misión no era otra que la de hacerme ver la reacción de las personas que entraban allí. Todo lo que se encontraba en aquella sala podía ser una herramienta que sentenciaba o premiaba al que se sentaba frente a mí. Entre los extraños objetos se encontraban, un oso de peluche, una soga, un martillo, una escalera de tijera, una cinta adhesiva, un balón de fútbol, un maniquí azul, una bicicleta, un elefante de cartón y muchas otras cosas que ahora no recuerdo.

Me encantaba hablar con la gente, conocerlas y ver como reaccionaban ante situaciones y preguntas extrañas. Con solo un gesto o una expresión podía saber que tipo de persona tenía delante. Algunos duraban en la entrevista tanto como un globo en explotar al ser pinchado con un alfiler.

Era increíble ver que en realidad no hay mucha variedad de personas, yo diría que apenas hay siete u ocho

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patrones o moldes en los que entramos todos, luego dependiendo de lo vivido somos de una manera o forma determinada, a veces tenía la sensación de que entrevistaba varias veces a la misma persona pero con distinto cuerpo. Era algo misterioso y contradictorio porque sabía que no hay dos personas iguales y sin embargo las encontraba muy parecidas, como si las hubieran hecho en la misma fabrica, como si hubieran sido fabricadas en serie. Por muy rara que me pareciera la persona siempre que profundizaba en la conversación lograba encajarla en uno de los grupos que había creado en mi mente.

Supongo que dejé escapar algún talento, no soy adivino, incluso muchos que en principio no los quise para mi empresa, un tiempo después he sido yo quien ha ido a buscarlos para que trabajaran conmigo.

Tengo muy claro que la selección que hice de hombres y mujeres fue espléndida, no puedo quejarme de ninguno de ellos, en eso sí que sé que acerté, de los que seleccioné no me ha fallado ninguno.

En uno de esos días en los que estuve haciendo las

entrevistas de trabajo entró en la sala un joven de menos de treinta años. Abrió la puerta con timidez y se quedo esperando hasta que yo le dije que se sentara.

Cuando lo tuve frente a mí pude ver que llevaba unos pantalones de pinza marrones y un jersey rojo. En el codo y en la manga derecha sobresalían unos penachos, además se notaba que lo había teñido recientemente, la suela de los zapatos se veía muy desgastada y contrastaba con el

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exceso de betún. A pesar de su intento me di cuenta que no debía atravesar muy buen momento. Ya quedaban pocas personas para completar la plantilla y quería reservar las últimas plazas para los más necesitados. Una parte importante de esta gente había venido directamente de la panadería y a muchos los contraté. Este joven parecía necesitado, simplemente por eso quise escucharlo con atención, con pocas cualidades que tuviera lo metería en plantilla sin ninguna duda.

Tomé su currículum y lo ojeé sin darle importancia a lo que ponía en él, nunca le he dado importancia a este tipo de papel, creo que los títulos no sirven para nada. Por muchos estudios que tenga una persona si luego a la hora de la verdad no sabe desarrollarlos es como si no tuviera nada. Recuerdo que una chica a la que quise contratar me exigió que le pusiera un sueldo más elevado que a los demás porque estaba licenciada en varias carreras y tenía un par de masters.

-Me parece genial que tengas tantos conocimientos, pero no entiendo porque has de tener un sueldo más elevado que los demás, se supone que si sabes tanto no tendrás ningún problema con nada y podrás realizar más ventas que te reportaran más beneficios. A mí no me sirve de nada que tengas una licenciatura si luego desarrollas menos que alguien que no sabe leer. Aquí cada uno recibe el sueldo que se merece, y si tú sabes tanto y puedes aplicarlo, créeme que ganaras más dinero, pero no por tus títulos, sino por los conocimientos que has adquirido y que luego vas a aplicar. Imagínate que te subo el sueldo y resulta que has olvidado lo que aprendiste. Te estoy

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pagando por un trozo de papel que no representa nada. Lo siento pero para mí los títulos son cosa del pasado. Es que no puedo entender que es esto de un titulo ¿me lo puedes explicar?

-Un titulo es la prueba de que la persona que lo posee tiene un conocimiento sobre algo. El titulo demuestra que sabes ese algo. Que realizará mejor su trabajo.

-Yo creo que la prueba de que realizará mejor su trabajo es el trabajo en si. En teoría tú debes ser capaz de hacer mejor tu trabajo, si tu trabajo es vender, pues con tus conocimientos venderás más, si vendes más obtendrás más beneficios para la empresa y para ti. Lo que está claro es que no te voy a dar más comisiones a ti cuando quizás vendas menos que nadie. Está claro que tú has estudiado para ganar más dinero, no por adquirir conocimientos que una vez aplicados aparte de producirte cierto placer te darían más beneficios. Creo que no estás preparada para trabajar en un sitio como éste que valora el trabajo de las personas y el esfuerzo más que lo que pone en un simple papel inventado por alguna administración interesada en sacar dinero. ¡No estudies por obtener el titulo, hazlo para aprender! Anda que no hay títulos de esos que han sido regalados. Si realmente crees que vales más que los demás demuéstralo, intenta ser la mejor, respeta, y todo vendrá sólo.

Esta chica se fue y tuve la sensación de que no me

había entendido, es muy difícil hacerle ver a una persona que lleva luchando tanto tiempo por algo que una vez que lo ha conseguido no sirve de mucho. Cada uno miramos

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por nuestro intereses y a ella no le interesaba lo que le estaba diciendo, además seguro que temía que hubiera más sitios en los que se pensara igual que en éste. Pobre chica si piensa que le van a regalar el sueldo, a no ser que se trate de una empresa que quiera venirse abajo.

El joven al que le iba a realizar la entrevista parecía

nervioso -es normal- pensé. A pesar de estar sentado no podía estarse quieto –voy a intentar conversar con él para que se relaje- me dije.

-¿Quieres tomar algo? Tienes la maquina de refrescos justo a tu espalda. Coge uno si quieres.

-Oh, muchas gracias pero no me apetece. -Bueno, bueno. ¿Conoces algo de la empresa? -La verdad es que no. -¿Tienes experiencia en el sector inmobiliario? -Pues no -¿Cuáles han sido tus empleos anteriores? -Ninguno, nunca he trabajado. -Supongo que has estado estudiando hasta ahora y

este va a ser tu primer empleo ¿verdad? -Estás totalmente equivocado. Apenas contestaba a mis preguntas, no sabia como

entablar una conversación con él -Que personaje tan desagradable- pensé. Supuse que tenía algún tipo de problema con la sociedad y que sólo necesitaba algo de tiempo ¿Qué podía decirle para acercarme a su mente?

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-Pues cuéntame entonces como es que si no conocías la empresa has llegado a enviar tu currículum.

-Mis padres lo enviaron por mí. Un día llegue a casa y me dijeron que iban a buscarme un empleo. Supongo que éste es uno de los muchos sitos donde lo enviaron.

-¿Pero quieres trabajar aquí? ¿O no?- le pregunté -Sinceramente no quiero trabajar, ni aquí ni en otro

sitio. He venido a pasar la mañana, cuando mi padre me vea salir por la puerta le diré que todo ha ido fenomenal. Te recomiendo que no intentes ser agradable conmigo, sé perfectamente que estas esforzándote mucho para tener una conversación. No malgastes tus esfuerzos en vano.

-El trabajo nos hace más humanos, nos ayuda a construir un mundo mejor.

-Pues que trabajen los pobres- me dijo -¿Los pobres? No te das cuenta que si no trabajas

algún día tú también serás pobre. -No lo creo, mis padres tienen suficiente dinero como

para mantenerme varias vidas. Y volví a fijarme en los penachos de su jersey teñido

y los zapatos repasados con betún una y otra vez, “ya lo veo” pensé.

-La pobreza es algo que no que no quiere nadie, es algo que no podemos elegir- le dije- tenemos que luchar por alejarnos de ella, pero a veces es como una enfermedad, cuando te toca no tienes más remedio que aguantarla.

-Hay que erradicar la pobreza. -La única manera es trabajar y compartir- le dije. -Yo conozco una manera mucho más rápida.

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- ¿A si? ¿Cual? -La manera más rápida y efectiva de acabar con la

pobreza es erradicar a los pobres. La muerte de estos acabaría con la miseria que los rodea. Imagínate un mundo sin pobres, un mundo en el que sólo haya lugar para el lujo y el placer. Un mundo para nosotros. Los pobres sólo traen enfermedades y frenan el desarrollo económico. A donde pretenden ir esos desgraciados que hagan lo que hagan siempre van racaneando y mirando cuantas monedas le quedan en la cartera. Haciendo cálculos para ver si tienen suficiente para realizar la compras. ¡Que asco dan!

-No quisiera verte yo en esa situación. No quisiera verte en la situación de no poder comprar lo que necesitas. No quisiera verte yo, por ponerte en el peor de los casos, viviendo en la calle y tenerte que arropar con unos cartones en invierno para no morir congelado.

-Queeeeeeeeeeee…en la calle yo. Jamás viviría como uno de esos piojosos, andrajosos y apestosos vagabundos. Me hace gracia verme así, me puede dar un ataque de risa con tu comentario.

Tras esas palabras comenzó a reír a carcajadas, unas

carcajadas que resonaban en la sala y taladraban mis oídos, unas carcajadas cuyo sonido ya me era familiar. Me quede de piedra al reconocer esa risa, una risa que casi me cuesta la vida en otra ocasión y costó la vida de mi perrito Aníbal. Lo reconocí, el caprichoso destino había vuelto a hacer de las suyas y me había puesto delante a la persona que más ganas tenía de encontrarme, en esta ocasión para

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vengarme, porque la venganza es mala, puede que sea lo peor, pero reconozco que es lo más placentero.

En sólo unos segundos ideé un plan. -Ya veo que tienes una sangre privilegiada, una

sangre pura y digna de vivir siempre en la abundancia- le dije mientras paseaba por la sala ojeando los objetos que yacían en el suelo- supongo que conocerás el método de… o si, seguro que lo conoces.

-¿Qué método? ¿De que hablas? -El método conocido por todo los ricos para saber si

pueden atraer el dinero. -La verdad es que nunca he oído hablar de él. ¿En

que consiste? -Da igual, es una prueba que todos los que hemos

conseguido hacernos ricos hemos superado con antelación. Pero seguro que a ti no te interesa.

-¿Eres rico? -Claro, en el momento en el que superé la prueba

secreta el dinero comenzó a llegarme a manos llenas. ¿De quién crees que es esta empresa?

-No creo que todo este imperio sea tuyo. -Muy bien te lo demostraré. Pulsé varios botones del interfono que tenía sobre la

mesa y comencé a llamar a secretarias, vendedores, agentes, un total de once personas subieron a donde estábamos el asesino y yo.

Cuando estaban allí, sólo les hice una pregunta. -¿Quién es el propietario de todo esto? -Tú- respondieron todos extrañados.

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-Muy bien ya podéis volver a vuestros puestos. Cuando hubieron salido por la puerta el joven parecía

hipnotizado, su expresión había cambiado, ansiaba tanto el poder y la riqueza que ahora haría todo lo que yo le pidiera.

-¿En que consiste esa prueba?- preguntó con impaciencia –por favor quiero saberla. Házmela.

-Es una prueba sencilla, en apenas unos minutos ya estarías preparado para atraer el dinero como un imán el hierro. Además con todos los objetos que tenemos aquí podríamos preparar la prueba ahora mismo.

-¿Ahora mismo? ¿Y cuando empezaría a notar los resultados?

-Si, ahora mismo… y los resultados, en el caso de que superes la prueba comenzarían a notarse en apenas una semana.

-¡Una semana!- exclamó emocionado dando un ligero salto sobre la silla- Por favor hazla, por favor.

-No sé. Es una prueba secreta y solo pueden hacerla los que son dignos de realizarla. Tú me has demostrado ser un candidato perfecto, con alma de rico, preparado para tenerlo todo.

-Sí, sí. Claro que estoy preparado. Soy el candidato perfecto.

-De acuerdo, asegúrate de que no nos vea nadie. ¿Puedes decirle a tu padre que se vaya a casa? La prueba no suele tardar mucho pero hay veces, si el candidato es uno de los mejores, que se retrasa.

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-¿No será una prueba de tipo sexual?- bromeo, ahora iba de graciosillo.

-Tú no eres de mi estilo, los prefiero más altos. -Ahora mismo salgo, le digo a mi padre que se vaya

y que no me espere, cuando no haya nadie por la zona de entrada volveré.

Apenas dos minutos después regresó. Se le veía

ilusionado. ¿Cómo se puede ser tan entupido? ¿Cómo puede alguien tragarse una milonga como ésta? Lo que le esperaba seguro que no podía imaginarlo, ni él ni nadie, claro.

-Lamento decirte que mi padre no ha querido irse, ha dicho que esperará todo lo que sea necesario, supongo que es porque no se fía de mí.

-Da igual. Siéntate ahí por favor. Voy a atarte a la silla, no te asustes ni te pongas nervioso, todo forma parte de la prueba. Muy bien, si te hace daño la soga tienes que aguantarlo, todos hemos pasado por esto.

Mientras iba atándolo a la silla no paraban de llegar a

mi mente las imágenes en las que lo veía metiendo a Aníbal en aquel saco de tela. Aníbal pensaba que se trataba de algún juego pues en el escaso tiempo que tuvo de vida nunca conoció la violencia. Casi me saltan las lágrimas al recordar como movía el rabo incluso dentro del saco. No ladró ni una sola vez mi pequeño amigo. La forma en que lo apaleo para llevarlo a la muerte me hizo apretar los dientes hasta chirriar. La venganza estaba a punto de llegar.

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-¿Puedes moverte?- le pregunté. -No puedo mover ni un músculo, incluso agradecería

si pudieras aflojar un poco esta soga, me hace daño en los brazos y en las piernas.

-Sí, pero antes cierra los ojos por favor. En el momento en el que cerró los ojos cogí la cinta

aislante y le tapé la boca. Era una cinta aislante especial para la construcción, pegajosa y resistente como ninguna otra. Además para asegurarme que no pudiera deshacerse de ella le di unas cuantas vueltas a la cabeza pasando por la boca. Por mucho que lo intentase ya no podría gritar.

-Voy a empezar con algo flojo, suave. El joven parecía tranquilo, la expresión de su cara se

mantenía relajada. Me puse por su espalda y deshice el nudo, segundos después lo apreté con todas mis fuerzas, incluso hice presión con las piernas para apretarlas mucho más. Por el movimiento rápido de su cabeza supuse que ahora le molestaba mucho más que antes. Parecía agobiado. Nunca antes había visto unos ojos tan abiertos cuando me vio con la grapadora en la mano, parecía que iban a salirse de las cuencas. -¿Sabes que es esto? Es una grapadora de oficina, como puedes ver es mucho más grande y pesada que una normal, además es de un metal muy resistente, no sé si es acero o hierro, voy a probar su resistencia con tu cabeza. Cuando le di los dos o tres primeros golpes comenzó a ponerse nervioso –vaya una cabeza dura que tienes, ni siquiera te ha salido un chichón ¿te gustaría saber que siente una hoja de papel? Ah, no contestas pues lo tomaré como un “Sí”- Quité la parte baja

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de la grapadora y comencé a clavarle grapas por toda la cabeza. Ahora si que se movía rápido, parecía que estaba sentado en una silla eléctrica. Se le veía con miedo, sus ojos chorreaban lágrimas como cualquier fuente expulsaba agua. –no sé que hacerte ahora, como te habrás dado cuenta todo lo de antes era una historia que me he inventado para tenerte a mi disposición y hacer contigo lo que me de la gana, no pienses que lo hago por diversión, en realidad se trata de una venganza. No voy a darte explicaciones porque seguro que yo he sido uno entre muchos-

Pude ver a lo lejos, bajo la escalera de tijera uno de esos martillos que usan los carpinteros, un martillo grande y posiblemente muy doloroso. Cuando estuve frente a él, le mostré el martillo y pude notar como aumentaba su temperatura en el color de su cara. Su cuerpo comenzó ha sudar como un maratoniano al final de la carrera.

-¿Cuántos martillazos tendré que darte para reventarte la rodilla? ¿Y la cabeza?

Cada vez que me acordaba de Aníbal me hervía la sangre. Sabía que lo que estaba haciendo era de cobardes y que mi comportamiento era típico de un psicópata, de un malo de las películas o de un salvaje como él. Ya era hora que esta gente pagara con su misma moneda, debería haberle pegado martillazos por todo el cuerpo, pero no me atreví, quería una venganza, pero una venganza digna de una persona noble, así que le quité las grapas que le había puesto en la cabeza que no eran menos de veinte y le dije que iba a desatarlo. Supuse que en el momento en el que le quitara los nudos se abalanzaría sobre mí como un

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jabalí herido. Era un riesgo que debía correr si quería sentirme bien conmigo mismo. Le desaté los nudos y me alejé unos metros de la silla.

En cuanto se quitó la soga del cuerpo y se sintió libre lo primero que hizo fue quitarse la cinta aislante que le tapaba la boca.

-¡Voy a matarte!- es lo primero que gritó totalmente enojado, no como un jabalí sino como una manada de búfalos.

Me mantuve quieto frente a él, esperaba a que se

acercara para iniciar la lucha. Fui un autentico estúpido al desatarlo, comprendí que con está gente no hay que tener ningún tipo de piedad, ya era tarde. Lo primero que hizo fue lanzarme la silla en la que estaba sentado, casi me da. Lo segundo fue coger el martillo que yo había dejado y que se veía que no tenía ninguna intención soltar.

-Tú no has sido capaz de usar esto- decía mientras golpeaba con el metal su mano abierta- pero vas a saber la respuesta a la pregunta que me has hecho ¿Cuántos golpes necesito para reventarte la cabeza?

Se abalanzó y dio un martillazo al aire, pude

esquivarlo de milagro, mi cráneo era su objetivo principal. Se comportaba como un tanque en la guerra, no había manera de hacer que retrocediera, yo lo único que podía hacer era recular. –Si lo tuviera otra vez atado- me lamentaba.

Sabía que como me diera un martillazo en donde quería darlo acabaría con mi vida, así que no me quedaba

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más remedio que esquivarlo y huir, y lo estuve haciendo bien hasta que llegue a donde no podía retroceder más, a la pared de enfrente. Creí que había llegado mi hora, lo tenía delante de mí, a escasos centímetros, su brazo se iba levantando velozmente pero yo lo veía a cámara lenta. A pesar de que no paraba de gritar y de asegurarme que me iba a matar, para mí se hizo un silencio sepulcral. Vi como bajaba su brazo en cuyo final se encontraba mi doloroso amigo que se acercaba como la hoja de una guillotina. Otra vez vino el recuerdo de Aníbal, me sentí como él, mi saco era la pared, y el palo de béisbol tenía forma de martillo. Esto no podía terminar así. Me aparté como pude y el golpe fue a parar a mi hombro izquierdo, sentí como si me hubiera caído un rayo. En ese momento supuse lo que luego me confirmaron los médicos, mi clavícula estaba fracturada.

No sé de donde saque la fuerza ni como lo hice. Sentí tanta rabia que salté sobre él y le quité el martillo que tiré tan lejos como pude, tan lejos que atravesó el cristal de un ventanal. De una patada en su rodilla lo caí al suelo, me tumbe sobre él y con el brazo derecho comencé a darle puñetazos hasta dejarlo inconsciente, su nariz chorreaba sangre y la cara se iba deformando, aun así no dejó de patalear hasta perder el conocimiento.

Cuando hubo terminado la pelea no sé por qué miré

hacia la puerta de entrada, allí con la boca abierta y paralizados se encontraban todos los que trabajaban por la zona. Los ruidos y voces los habían atraído. Cuando abrieron la puerta se encontraron con el búfalo intentando

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atacarme con el martillo. Incluso su padre pudo ver el espectáculo.

Un tiempo después se celebró el juicio. Nadie creyó

su versión pero lo que realmente lo sentenció fue que el progenitor declarara a mi favor. Es muy difícil que alguien vaya en contra de su propio hijo pero en este caso era lo que se merecía.

Hubo un error en la justicia humana y se hizo justicia en la otra, en esa tan misteriosa que nos juzga día a día.

Cuando estuve en el hospital, recuperándome de la

rotura de clavícula que tenía, Unama, que estaba trabajando como enfermera allí en el edificio, aunque no le correspondía la planta en la que yo estaba, de vez en cuando sacaba algo de tiempo e iba a mimarme. En una de sus escapadas vino a darme una Buena Noticia, y cuando estábamos celebrándolo apareció por la puerta alguien que pensé que no volvería a ver, alguien que creí que había salido de mi vida para siempre. Se trataba de mi exnovia Anoa. Hacía mucho tiempo que no la veía pero había cambiado muy poco.

-¿Qué haces aquí?- le pregunté extrañado. -He venido a verte, tus padres me dijeron lo que te ha

sucedido. Yo sabía perfectamente que Anoa había hablado con

ellos, mi madre me lo contó todo, y también me contó que su último novio, por el que me dejó a mí, la había abandonado y se había ido a vivir con una rubia de esas

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que sólo se ven en las revistas. También me dijo que tuviera cuidado porque tenía intención de volver a estar conmigo, como si yo fuera un par de zapatos que se los puede poner a su antojo.

-Me alegra mucho que hayas venido a visitarme- le mentí -la verdad es que estoy muy bien, ya no me duele y creo que en pocos días estaré recuperado.

-No sólo he venido a verte, quiero hablar contigo. -¿Ahora? ¿Después de tantos años? -Sí, no paro de echarte de menos, todos los días

pienso en ti, mi vida se está haciendo imposible. -Es demasiado tarde, ahora… -Por favor…- se dirigió Anoa a Unama que estaba en

la habitación vestida de enfermera y no se imaginó que se trataba de mi novia –puedes salir un momento, esto es una conversación privada.

Unama la miró con ojos de fuego pero no dijo nada. -Ella no puede irse- le dije. -¿Por qué? Necesito hablar contigo a solas, es

urgente, ella sobra aquí. -Me temo que la única que sobra aquí eres tú, ya

tuviste la oportunidad de hablar hace mucho tiempo. -Las cosas han cambiado, ahora sé que tú… -Las cosas siempre cambian- le corté -Anoa te

presento a Unama, ella es mi novia, es una chica encantadora, la mejor persona que conozco y con la que quiero pasar el resto de mi vida

Anoa se quedo de piedra apenas pudo decir: -No lo sabía.

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-Sí. Ella es mi novia y estábamos celebrando una gran noticia, la mejor noticia que me han dado en toda mi vida. ¡Vamos a ser padres!

Anoa comenzó a llorar cuando escuchó esas

palabras, se acerco a Unama, le cogió de la mano y la miró a los ojos.

-Unama, hace tiempo cometí el mayor error jamás cometido. Tenía el amor de mi vida y lo dejé escapar por lo que yo suponía que era una vida mejor. Fui una chica caprichosa y ahora estoy pagando por ello. Si puedes ser conciente de lo que tienes serás feliz. Éneric es especial, diferente, único y lo mejor de todo es que… sabe y te hace amar.

-Lo sé- dijo Unama mientras se estiraba la bata con disimulo –lo que siento cuando estoy con Éneric es suficiente para hacerme feliz para siempre. Hasta que no llegó él no comencé a ver la luz de la vida. Soy conciente de que somos una pareja normal y eso nos hace diferente. Yo disfruto de él y el disfruta de mí, lo sé porque lo siento.

Anoa me miró. -Lamento mucho haberme portado tan mal contigo

Éneric- -Te aseguro que me da absolutamente igual. -Ya lo veo, creo que no debería estar aquí. Os deseo

la mayor felicidad que pueda existir en el mundo. Sed felices y criad a vuestro bebé con muchísima alegría.

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Al decir estas palabras se despidió y salió. Cuando estuvimos solos en la habitación nos abrazamos y nos sentimos ya no como dos sino como tres. Fue fantástico.

Dentro de unos meses Unama dará a luz, nos han dicho que será una niña pero todavía no hemos decidido el nombre. Sea como sea seguro que es una niña preciosa”

-…Y esta ha sido mi historia. -¡Emocionante!

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CAPÍTULO 22 Kórbac miraba el cielo y acariciaba la escasa barba

que tenía, Éneric lo observaba y esperaba a que saliera del limbo para retomar la conversación. No tardó mucho, apenas un par de minutos. Los ojos escondidos tras los cristales de las gafas de Kórbac expresaban una emoción humedecida.

-Has aprendido bastante- dijo mientras enredaba su pelo en el dedo índice de la mano izquierda, costumbre que no había perdido y que alternaba con la de acariciarse la barba –va siendo hora de que sepas sobre mí.

-Sí. Ahora soy yo el que está ansioso por saber que ha sido de ti durante todo este tiempo.

-Muy bien, creo que ya estas preparado para saber toda la verdad.

-¿Toda la verdad?- preguntó Éneric -Al menos la que pueda aclararte. Es todo tan

complicado que no sé por donde empezar. -¿Has estado en otro planeta?- bromeó Éneric -Ya me gustaría a mí pero no. Lo único que te pido

es que no te enfades cuando te lo cuente. De acuerdo, si dices que no vas a enfadarte empezaré.

-No creo que sea tan sorprendente como insinúas. -Está bien. Aunque tú no supieras nada de mí yo si

he sabido de ti durante todo este tiempo. En realidad nunca he tenido la necesidad de mendigar y creo que nunca la tendré. Supongo que no lo creerás pero soy el

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propietario de una importante empresa constructora y todo lo que ves, este solar donde has pasado tantas noches y que curiosamente se encuentra en un barrio importante de la ciudad me pertenece, incluida la vieja estación abandonada.

-¿Estás de broma?- preguntó Éneric mientras apoyaba se apoyaba y estiraba sus brazos en el cartón con intención de levantarse. Kórbac puso una mano en su hombro y lo frenó.

-Estoy hablando completamente en serio. ¿Acaso crees que el contrato que firmaste con la constructora Boskat fue pura casualidad?

-¿Tú eres el señor Boskat? No me lo puedo creer. -¿Por qué piensas que nunca llegaste a verlo en

persona? ¿por qué crees que nunca hablaste con él ni tan siquiera al teléfono? Boskat es mi apellido.

Éneric se apartó un poco y no habló ni dejo hablar

hasta pasados unos minutos. -No me lo puedo creer, es más, no me lo creo. -De acuerdo, te contaré algo que sé y que tú no me

has contado. Cuando estabas en la panadería y llegó un asesor de negocios ¿por que crees que insistió tanto en que montaras una inmobiliaria en plena crisis? Al principio tú te negabas hasta que dijo “Seguro que valoras un hogar más que nadie” a partir de ahí todo cambió ¿lo recuerdas?

-¿Pero por qué? No lo entiendo, ¿que necesidad tenias tú de pasar hambre, frío y otras penurias?

-La necesidad de conocerme a mí mismo, yo en estado puro, la necesidad de valorar todo lo que tengo, mi

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familia, mi hogar, mis amigos, la vida en sí. Es la mejor técnica que conozco para poder llevar mejor los negocios, la única manera de superar el estrés, una manera de evitar convertirme en un rico gilipollas. No soy el único que lo hace, infinidad de ejecutivos vienen pasan unos días y vuelven a sus casas.

-Claro, ahora entiendo porque aparecían y desaparecían los mendigos de un día para otro.

-Y yo hubiera desaparecido también si no te hubiera conocido, pero me caíste bien y tenía que ayudarte.

-¿Ayudarme? ¿No hubiera sido más fácil darme algo de dinero? Lo pasé fatal, quería morir.

-Eso no es cierto, tuviste un intento de suicidio antes y fallaste, eso te hizo valorar tu propia vida. No querías morir pero tampoco querías vivir. Eso que hicimos te enseñó a valorarlo todo, a dar las gracias por lo que tienes, a luchar por tus sueños y a perder el miedo al miedo. ¡Mírate ahora! ¿acaso crees que si te hubiera dado dinero estarías como estas ahora? Aunque te hubiera dado todo el dinero del mundo tu vida no seria vida. Aunque tuvieras todo, en realidad no tendrías nada. Si no valoras lo que posees es como si no lo tuvieras. Debes tomarte esto como una experiencia que te ha enseñado todo. Nunca estarás tan cerca de ti mismo como cuando tienes que luchar día a día por sobrevivir. Por suerte o por desgracia vivimos en una sociedad que nos da todo lo necesario para vivir pero nos quita el sentido de vivir. ¿Cuántas veces has vuelto a dar las gracias por la mañana por seguir vivo? Sabes que mañana volverás a despertar cómodamente en tu cama, arropado con tus mantas y abrazado por una hermosa

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mujer. ¿de verdad crees que si no hubieras pasado por esto estarías ahora como estas?

-Supongo que me hubiera suicidado. -No lo creo, pero hubieras sido simplemente una

pieza más del ajedrez de la vida. Tendrías un trabajo que no te gusta, una esposa a la que aguantas por no estar solo, suponiendo que no siguieras llorando por Anoa, disfrutarías un rato antes de irte a dormir viendo la televisión, algún que otro fin de semana yendo a un centro comercial a gastar el dinero que puedas y poco más.

-Tienes razón, ahora valoro cada minuto y soy consciente de mi propia felicidad, además si no hubiera pasado por eso jamás hubiera conocido a Unama. Prefiero pasar cien veces mil penurias iguales que una vida sin ella.

-Ya veo que empiezas a entrar en razón. -Tengo una curiosidad que nunca me atreví a

preguntar ¿Quiénes eran esos misteriosos hombres y mujeres trajeados que venían a visitarte de vez en cuando?

-No hace falta que busques muy lejos la respuesta, simplemente mírate.

Éneric bajó la cabeza y lo comprendió todo, él ahora

era uno de esos hombres trajeados que venían a visitarlo. -¿Todos han sido como yo en otro tiempo? -Algunos si, otros no. La mayoría son colegas a los

que les gusta probar esta forma de vida, pero muy de vez en cuando, claro. Me temo que esta técnica de relajación se está extendiendo cada vez más y ahora la gente normal suele ayudarnos más a menudo. Saben que en realidad no somos mendigos y por eso nos ayudan, creo que buscan

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más ayuda ellos que nosotros. A lo mejor piensan que le vamos a dar dinero por tener buen corazón o algo por el estilo. Hay muchos ejecutivos a los que les gusta pasar un fin de semana que otro en las calles, los hay que prefieren pasar un mes o más. Los más comunes son los que pasan el día a la intemperie pero comen en restaurantes.

-¿Quién era la mujer de la limusina blanca? -Era la chica guapa que viste el primer día. Es mi

mano derecha en los negocios, me ha traído un contrato que tenía que firmar para realizar una obra. El mes que viene este solar que tanto conoces se llenará de maquinas escavadoras y comenzará a transformarse en un gran edificio.

-¿Todo esto va a desaparecer? -No va a desaparecer, se va a transformar. -Que pena me da, voy a echarlo mucho de menos. -¿Por qué no te vienes a pasar unos días para

despedirte? -No sé, me lo pensaré- contestó Éneric -Hay algo más que quiero contarte. - Ah ¿sí? -Verás, un buen amigo mío al que le conté nuestra

historia, bueno de lo poco que me acordaba habiendo vivido tanto, me ha propuesto escribir un libro con nuestras andanzas, me ha dicho que cambiaría nuestros nombres y todo lo que hiciera referencia a nuestras vidas. Yo le he dicho que por mí sí, pero que tendría que preguntárselo a la otra parte, que eres tú. Sabía que algún día me encontraría contigo ¿Qué dices?

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-Claro que sí. Estaría encantado en ver parte de mi vida publicada en un libro, siempre y cuando modifiquen los nombres para que nadie sepa que somos nosotros.

-No te preocupes, eso está hecho. Mañana mismo me pongo en contacto con él. Todo el mundo hablará de nosotros algún día.

-¿Y sabes como se va a llamar el libro?- preguntó Éneric.

-Me ha dicho que elija yo el titulo, pero no se me ocurre ninguno.

-Conociéndote… ¿que te parecería que el libro llevara por titulo “El profeta de su tierra”?

-No sé, me lo pensaré- contestó Kórbac.

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Gonzalo Román Márquez Tef: 677 06 43 56 927 27 51 39 Registrado en La Propiedad Intelectual 27 febrero 2008 Cáceres

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