velada literaria

17

Upload: angel-deniz

Post on 20-Feb-2016

241 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

COMPILADO LITERARIO

TRANSCRIPT

Page 1: Velada Literaria
Page 2: Velada Literaria

A la Juventud Oaxaqueña.

Ser joven significa desafiar al futuro con responsabilidad y ánimo constructivo. Es tener la oportunidad de orientar nuestra vida para abrir senderos de progreso, de imaginar el porvenir que queremos y esforzarnos con rebeldía creadora para hacer realidad nuestros sueños.

La lectura es una herramienta fundamental para el desarrollo de los individuos; es una ac-tividad que permite conocer, comprender y asimilar los nuevos saberes de la humanidad, para que la juventud pueda ser libre, y a través del conocimiento construir una sociedad más justa y convivir en democracia.

El hábito de la lectura es un elemento fundamental y estratégico para el desarrollo de las naciones y el bienestar de los ciudadanos, porque ofrece la posibilidad de conocer, de reflexionar, crear y construir cultura, y sobre todo, aplicar ese conocimiento para trans-formar nuestro entorno.

Un libro es un buen amigo, es consejero y maestro.

Por ello, en el marco del Día Internacional de la Juventud, que se celebra el 12 de agosto de cada año, el Gobierno del Estado de Oaxaca, a través de la Comisión Estatal de la Juventud ha editado este compendio de lecturas, con el propósito de motivar y fortalecer la lectura como hábito de vida, que contribuya a formar jóvenes oaxaqueños, como tú, que incursionen exitosamente en la sociedad del conocimiento y en la construcción de un futuro promisorio para Oaxaca.

Gabino Cué MonteagudoGobernador de Oaxaca

Agosto, 2011.

Page 3: Velada Literaria

EL PRINCIPITO. (1943)

Antoine de Saint-Exupery, Lyon, Francia (1900-1944)

EL PERFUME. (1985) Patrick Süskind, Alemania; (1949)

ARRANCAME LA VIDA. (1985) Angeles Mastreta; Puebla, México (1949)

LAS BATALLAS EN EL DESIERTO. (1981) José Emilio Pacheco, México (1939)

100 AÑOS DE SOLEDAD. (1967) Gabriel García Márquez, Aracataca, Colombia; (1927)

5

10

15

19

23

FRAGMENTOS DE LECTURASSELECCIONADAS

Fomentar el hábito de la lectura entre la juventud oaxaqueña es un compro-

miso del Gobierno del Estado y una responsabilidad para la Comisión Estatal

de la Juventud. Con la selección de las lecturas que tienes en tus manos

damos inicio a nuestro Programa de Fomento a la Lectura Juvenil, el cual

tiene como objetivo acercar los libros a la población joven para que adquiera

y consolide el hábito de la lectura, acreciente su formación cultural y expan-

da su visión del mundo, esto mediante estrategias divertidas en espacios

públicos que deben ser rescatados y reivindicados para la juventud.

Hoy, a pesar de las diversas opciones de información y entretenimiento que

brinda la tecnología, los libros serán siempre una puerta abierta para descu-

brir la cultura y el conocimiento. Pero sobre todo, la lectura te permite cono-

cer otras formas de vida, tiempos y lugares; te acerca a una realidad distinta

y única, la que construyes con tu propia imaginación, la que te permite no

sólo interpretar tu realidad, sino transformarla.

Oaxaca es una tierra de jóvenes, son sus mujeres y hombres su mayor

riqueza. En ello estriba la importancia de fomentar en nosotros el hábito de

la lectura, así como de reconocer en los libros la herramienta ideal para com-

prender mejor los retos que como generación hemos recibido y despertar

nuestra capacidad de imaginar hoy el Oaxaca que queremos para nuestro

futuro.

Francisco Melo VelázquezDirector General de la Comisión

Estatal de la Juventud

Agosto, 2011.

Page 4: Velada Literaria

5

El tema básico de esta obra consiste en subrayar la importancia que encierra el

encontrarnos rigurosamente con las personas que constituyen nuestras raíces,

nuestro entorno vital primario. Cuando todo parece haber fracasado, una voz interior -el «principito» que llevamos

dentro - nos advierte que tenemos todavía una salida airosa: dar el salto a un nivel superior de realización personal, el nivel

de la creatividad.

TRABAJO DE AUTOR:Se imprimió por encargo de la

Comisión Estatal de la Juventudy con el patrocinio del

Instituto Estatal de Educación para los Adultos (I.E.E.A.), en

el mes de agosto del 2011Oaxaca de Juárez, Oax.

LUSTRACIÓN DE PORTADA& DISEÑO EDITORIAL:

Ángel López Deniz

DISTRIBUCIÓN GRATUITA PROHIBIDA SU VENTA

Page 5: Velada Literaria

6 7

“…De esta manera supe una segunda cosa muy importante: su planeta de ori-gen era apenas más grande que una casa. Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los grandes plane-tas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces, que es difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un astró-nomo descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama, por ejemplo, “el asteroide 3251”.Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.Este astrónomo hizo una gran demostra-ción de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para la reputación del asteroi-de B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió

a dar cuenta de su descubrimiento en1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: “¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar maripo-sas?” Pero en cambio preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?”Solamente con estos detalles creen co-nocerle. Si les decimos a las personas mayores: “He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado”, jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: “He visto una casa que vale cien mil pesos”. Entonces exclaman entusias-mados: “¡Oh, qué preciosa es!”De tal manera, si les decimos: “La prueba de que el principito ha existido está en que

era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe”, las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: “el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612”, queda-rán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas ma-yores.Pero nosotros, que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:“Era una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…” Para aquellos que comprenden la vida, esto hu-biera parecido más real.Porque no me gusta que mi libro sea to-mado a la ligera. Siento tanta pena al con-tar estos recuerdos. Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si

intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una caja de lápices de colores. ¡Es muy duro, a mi edad, ponerse a aprender a dibujar, cuando en toda la vida no se ha hecho otra tentativa que la de una boa abierta y una boa cerrada a la edad de seis años! Cierta-mente que yo trataré de hacer retratos lo más parecido posibles, pero no estoy muy seguro de lograrlo. Uno saldrá bien y otro no tiene parecido alguno. En las proporcio-nes me equivoco también un poco. Aquí el principito es demasiado grande y allá es demasiado pequeño. Dudo también sobre el color de su traje. Titubeo sobre esto y lo otro y unas veces sale bien y otras mal. Es posible, en fin, que me equivoque sobre ciertos detalles muy importantes. Pero ha-brá que perdonármelo ya que mi amigo no me daba nunca muchas explicaciones. Me creía semejante a sí mismo y yo, desgra-ciadamente, no sé ver un cordero a través de una caja. Es posible que yo sea un poco

como las personas mayores. He debido envejecer...”

Pág. 4,5 Capítulo IV

***“…Al lado del pozo había una ruina de un viejo muro de piedras. Cuando volví de mi trabajo al día siguiente por la tarde, vi des-de lejos al principito sentado en lo alto con las piernas colgando. Lo oí que hablaba.—¿No te acuerdas? ¡N o es aquí con exactitud!Alguien le respondió sin duda, porque él replicó:—¡Sí, sí; es el día, pero no es este el lugar! Proseguí mi marcha hacia el muro, pero no veía ni oía a nadie. Y sin embargo, el principito replicó de nuevo.—¡Claro! Ya verás dónde comienza mi huella en la arena. No tienes más que es-perarme, que allí estaré yo esta noche.Yo estaba a veinte metros y continuaba sin distinguir nada.El principito, después de un silencio, dijo aún:—¿Tienes un buen veneno? ¿Estás segu-ra de no hacerme sufrir mucho?

Me detuve con el corazón oprimido, siem-pre sin comprender.—¡Ahora vete —dijo el principito—, quie-ro volver a bajarme!Dirigí la mirada hacia el pie del muro e ins-tintivamente di un brinco. Una serpiente de esas amarillas que matan a una per-sona en menos de treinta segundos, se erguía en dirección al principito. Echando mano al bolsillo para sacar mi revólver, apreté el paso, pero, al ruido que hice, la serpiente se dejó deslizar suave-mente por la arena como un surtidor que muere, y, sin apresurarse demasiado, se escurrió entre las piedras con un ligero ruido metálico.Llegué junto al muro a tiempo de recibir en mis brazos a mi principito, que estaba blanco como la nieve. —¿Pero qué historia es ésta? ¿De charla también con las serpientes? Le quité su eterna bufanda de oro, le hu-medecí las sienes y le di de beber, sin atre-verme a hacerle pregunta alguna. Me miró gravemente rodeándome el cuello con sus brazos. Sentí latir su corazón, como el de un pajarillo que muere a tiros de carabina.

Page 6: Velada Literaria

8 9

—Me alegra —dijo el principito— que ha-yas encontrado lo que faltaba a tu máqui-na. Así podrás volver a tu tierra...—¿Cómo lo sabes? Precisamente venía a comunicarle que, a pesar de que no lo esperaba, había logra-do terminar mi trabajo. No respondió a mi pregunta, sino que aña-dió: —También yo vuelvo hoy a mi planeta...Luego, con melancolía:—Es mucho más lejos... y más difícil...Me daba cuenta de que algo extraordinario pasaba en aquellos momentos. Estreché al principito entre mis brazos como sí fue-ra un niño pequeño, y no obstante, me pareció que descendía en picada hacia un abismo sin que fuera posible hacer nada para retenerlo.Su mirada, seria, estaba perdida en la le-janía.—Tengo tu cordero y la caja para el corde-ro. Y tengo también el bozal.Y sonreía melancólicamente.Esperé un buen rato. Sentía que volvía a entrar en calor poco a poco:—Has tenido miedo, muchachito...

Lo había tenido, sin duda, pero sonrió con dulzura:—Esta noche voy a tener más miedo...Me quedé de nuevo helado por un sen-timiento de algo irreparable. Comprendí que no podía soportar la idea de no volver a oír nunca más su risa. Era para mí como una fuente en el desierto.—Muchachito, quiero oír otra vez tu risa...Pero él me dijo:—Esta noche hará un año. Mi estrella se encontrará precisamente encima del lugar donde caí el año pasado...—¿No es cierto —le interrumpí— que toda esta historia de serpientes, de citas y de estrellas es tan sólo una pesadilla?Pero el principito no respondió a mi pre-gunta y dijo:—Lo más importante nunca se ve...—Indudablemente...—Es lo mismo que la flor. Si te gusta una flor que habita en una estrella, es muy dul-ce mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.—Es indudable...—Es como el agua. La que me diste a be-ber, gracias a la roldana y la cuerda, era

como una música ¿te acuerdas? ¡Qué buena era! —Sí, cierto...—Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi estrella será para ti una cual-quiera de ellas. Te gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...Y rió una vez más. —¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa! —Mi regalo será ése precisamente, será como el agua... —¿Qué quieres decir?La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se ca-llan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...30—¿Qué quieres decir? —Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será

para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír!Y rió nuevamente.—Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haber-me conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu venta-na sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: “Las estrellas me hacen reír siempre”. Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada...Y se rió otra vez.—Será como si en vez de estrellas, te hu-biese dado multitud de cascabelitos que saben reír...Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio.—Esta noche ¿sabes? no vengas...—No te dejaré.—Pareceré enfermo... Parecerá un poco que me muero... es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso...!—No te dejaré.Pero estaba preocupado.—Te digo esto por la serpiente; no debe

morderte. Las serpientes son malas. A ve-ces muerden por gusto...—He dicho que no te dejaré.Pero algo lo tranquilizó.—Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda mordedura...Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rá-pido y decidido y me dijo solamente:—¡Ah, estás ahí!Me cogió de la mano y todavía se ator-mentó: —Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.Yo me callaba.—¿Comprendes? Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa dema-siado.Seguí callado.—Será como una corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas...Yo me callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:—Será agradable ¿sabes? Yo miraré tam-bién las estrellas. Todas serán pozos con roldana herrumbrosa. Todas las estrellas

me darán de beber.Yo me callaba.—¡Será tan divertido! Tú tendrás quinien-tos millones de cascabeles y yo quinientos millones de fuentes...El principito se calló también; estaba llo-rando.—Es allí; déjame ir solo.Se sentó porque tenía miedo. Dijo aún: 31—¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tie-ne cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo...Me senté, ya no podía mantenerme en pie.—Ahí está... eso es todo...Vaciló todavía un instante, luego se levan-tó y dio un paso. Yo no pude moverme.Un relámpago amarillo centelleó en su to-billo. Quedó un instante inmóvil, sin exha-lar un grito. Luego cayó lentamente como cae un ár-bol, sin hacer el menor ruido a causa de la arena…”

Pág. 41,42,43 Capítulo XXVI

Page 7: Velada Literaria

10 11

“...El 1 de septiembre de 1753, aniver-sario de la ascensión al trono del rey, en el Pont Royal de la ciudad de París se encendió un castillo de fuegos artificia-les. No fueron tan espectaculares como los de la boda del rey ni como los legen-darios fuegos de artificio con motivo del nacimiento del Delfín, pero no por ello dejaron de ser impresionantes. Se habían montado ruedas solares en los mástiles de los buques y desde el puen-te caían al río lluvias de estrellas proce-dentes de los llamados toros de fuego. Y mientras tanto, en medio de un ruido ensordecedor, estallaban petardos y por el empedrado saltaban los buscapiés y centenares de cohetes se elevaban ha-cia el cielo, pintando lirios blancos en el firmamento negro. Una muchedumbre de muchos miles de personas, congre-gada en el puente y en los “quais” de ambas orillas del río, acompañaba el espectáculo con entusiasmados “ahs”, “ohs”, “bravos” e incluso “vivas”, aun-que el rey ocupaba el trono desde hacía treinta y ocho años y había rebasado ampliamente el punto culminante de su popularidad. Tal era el poder de unos

fuegos artificiales.Grenouille los presenciaba en silencio a la sombra del Pavillon de Flore, en la orilla derecha, frente al Pont Royal. No movió las manos para aplaudir ni miró una sola vez hacia arriba para ver elevarse los cohetes. Había venido con la esperanza de oler algo nuevo, pero pronto descubrió que los fuegos no tenían nada que ofrecer, olfatoriamen-te hablando. Aquel gran despilfarro de chispas, lluvia de fuego, estallidos y sil-bidos dejaba tras de sí una monótona mezcla de olores compuesta de azufre, aceite y salitre.Se disponía ya a alejarse de la aburrida representación para dirigirse a su casa pasando por las Galerías del Louvre, cuando el viento le llevó algo, algo mi-núsculo, apenas perceptible, una miga-ja, un tomo de fragancia, o no, todavía menos, el indicio de una fragancia más que una fragancia en sí, y pese a ello la certeza de que era algo jamás olfateado antes. Retrocedió de nuevo hasta la pa-red, cerró los ojos y esponjó las venta-nas de la nariz. La fragancia era de una sutileza y finura tan excepcionales, que

no podía captarla, escapaba una y otra vez a su percepción, ocultándose bajo el polvo húmedo de los petardos, bloquea-da por las emanaciones de la muche-dumbre y dispersada en mil fragmentos por los otros mil olores de la ciudad. De repente, sin embargo, volvió, pero sólo en diminutos retazos, ofreciendo duran-te un breve segundo una muestra de su magnífico potencial... y desapareció de nuevo. Grenouille sufría un tormento. Por primera vez no era su carácter ávi-do el que se veía contrariado, sino su corazón el que sufría. Tuvo el extraño presentimiento de que aquella fragancia era la clave del ordenamiento de todas las demás fragancias, que no podía en-tender nada de ninguna si no entendía precisamente ésta y que él, Grenouille, habría desperdiciado su vida si no con-seguía poseerla. Tenía que captarla, no sólo por la mera posesión, sino para tranquilidad de su corazón.La excitación casi le produjo malestar. Ni siquiera se había percatado de la di-rección de donde procedía la fragancia. Muchas veces, los intervalos entre un soplo de fraganciay otro duraban minu-

novela contemporánea, que en un principio destaca por las amplias y asombrosas descripciones que contiene, esconde tras de sí la historia de un joven que vive sumergido en la miseria de su propio ser debido a su incapacidad de amar y al profundo rechazo social y familiar que lo ha

acompañado a lo largo de su vida. El vacío existencial, las ansias de poder, la soledad, el proble-ma identitario del sujeto y otros muchos aspectos brotan de la obra de una manera discreta pero a la vez impactante, donde en cualquier caso no es difícil acabar sintiendo cierta compasión por

este asesino en serie tan castigado por la vida.

Page 8: Velada Literaria

12 13

tos y cada vez le sobrecogía el horrible temor de haberla perdido para siempre. Al final se convenció, desesperado, de que la fragancia provenía de la otra ori-lla del río, de alguna parte en dirección sudeste.Se apartó de la pared del Pavillon de Flore para mezclarse con la multitud y abrirse paso hacia el puente. A cada dos pasos se detenía y ponía de puntillas con objeto de olfatear por encima de las cabezas; al principio la emoción no le permitió oler nada, pero por fin logró captar y oliscar la fragancia, más inten-sa incluso que antes y, sabiendo que estaba en el buen camino, volvió a an-dar entre la muchedumbre de mirones y pirotécnicos, que a cada momento alza-ban sus antorchas hacia las mechas de los cohetes; entonces perdió la fragan-cia entre la humareda acre de la pólvora, le dominó el pánico, se abrió paso a co-dazos y empujones, alcanzó tras varios minutos interminables la orilla opuesta, el H4tel de Mailly, el Quai Malaquest, el final de la Rue de Seine...Allí detuvo sus pasos, se concentró y ol-

fateó. Ya lo tenía. Lo retuvo con fuerza. El olor bajaba por la Rue de Seine, cla-ro, inconfundible, pero fino y sutil como antes. Grenouille sintió palpitar su cora-zón y supo que no palpitaba por el es-fuerzo de correr, sino por la excitación de su impotencia en presencia de este aroma. Intentó recordar algo parecido y tuvo que desechar todas las compa-raciones. Esta fragancia tenía frescura, pero no la frescura de las limas olas naranjas amargas, no la de la mirra o la canela o la menta o los abedules o el alcanfor o las agujas de pino, no la de la lluvia de mayo o el viento helado o el agua del manantial... y era a la vez cálido, pero no como la bergamota, el ciprés o el almizcle, no como el jazmín o el narciso, no como el palo de rosa o el lirio... Esta fragancia era una mezcla de dos cosas, lo ligero y lo pesado; no, no una mezcla, sino una unidad y además sutil y débil y sólido y denso al mismo tiempo, como un trozo de seda fina y tornasolada... pero tampoco como la seda, sino como la leche dulce en la que se deshace la galleta... lo cual no era

A los cincuenta metros dobló a la de-recha la esquina de la Rue des Marais, una callejuela todavía más tenebrosa cuya anchura podía medirse con los brazos abiertos. Extrañamente, la fra-gancia no se intensificó, sólo adquirió más pureza y, a causa de esta pureza cada vez mayor, ganó una fuerza de atracción aún más poderosa. Gre-nouille avanzaba como un autómata. En un punto determinado la fragancia le guió bruscamente hacia la dere-cha, al parecer contra la pared de una casa. Apareció un umbral bajo que conducía al patio interior. Como en un sueño, Grenouille cruzó este umbral, dobló un recodo y salió a un segundo patio interior, de menor tamaño que el otro, donde por fin vio arder una luz: el cuadrilátero sólo medía unos cuantos pasos. De la pared sobresa-lía un tejadillo de madera inclinado y debajo de él, sobre una mesa, par-padeaba una vela. Una muchacha se hallaba sentada ante esta mesa, lim-piando ciruelas amarillas. Las cogía de una cesta que tenía a su izquierda,

las despezonaba y deshuesaba con un cuchillo y las dejaba caer en un cubo. Debía tener trece o catorce años. Gre-nouille se detuvo. Supo inmediatamente de dónde procedía la fragancia que ha-bía seguido durante más de media milla desde la otra margen del río: no de este patio sucio ni de las ciruelas amarillas. Procedía de la muchacha.Por un momento se sintió tan confu-so que creyó realmente no haber visto nunca en su vida nada tan hermoso como esta muchacha. Sólo veía su si-lueta desde atrás, a contraluz de la vela. Pensó, naturalmente, que nunca había olido nada tan hermoso. Sin embargo, como conocía los olores humanos, muchos miles de ellos, olores de hom-bres, mujeres y niños, no quería creer que una fragancia tan exquisita pudiera emanar de un ser humano. Casi siem-pre los seres humanos tenían un olor insignificante o detestable. El de los ni-ños era insulso, el de los hombres con-sistía en orina, sudor fuerte y queso, el de las mujeres, en grasa rancia y pesca-do podrido. Todos sus olores carecían

posible, por más que se quisiera: - seda y leche! Una fragancia incomprensible, indescriptible, imposible de clasificar; de hecho, su existencia era imposible. Y no obstante, ahí estaba, en toda su magnífica rotundidad. Grenouille la si-guió con el corazón palpitante porque presentía que no era él quien seguía a la fragancia, sino la fragancia la que le había hecho prisionero y ahora le atraía irrevocablemente hacia sí.Continuó bajando por la Rue de Seine. No había nadie en la calle. Las casas estaban vacías y silenciosas. Todos se habían ido al río a verlos fuegos artifi-ciales. No estorbaba ningún penetrante olor humano, ningún potente tufo de pólvora. La calle olía a la mezcla ha-bitual de agua, excrementos, ratas y verduras en descomposición, pero por encima de todo ello flotaba, clara y sutil, la estela que guiaba a Grenouille. A los pocos pasos desapareció tras los altos edificios la escasa luz nocturna del cielo y Grenouille continuó caminando en la oscuridad. No necesitaba ver; la fragan-cia le conducía sin posibilidad de error.

de interés y eran repugnantes... y por ello ahora ocurrió que Grenouille, por primera vez en su vida, desconfió de su nariz y tuvo que acudir a la ayuda visual para creer lo que olía. La confusión de sus sentidos no duró mucho; en reali-dad, necesitó sólo un momento para cerciorarse ópticamente y entregarse de nuevo, sin reservas, a las percep-ciones de su sentido del olfato. Ahora “olía” que ella era un ser humano, olía el sudor de sus axilas, la grasa de sus cabellos, el olor a pescado de su sexo, y lo olía con el mayor placer. Su sudor era tan fresco como la brisa marina, el sebo de sus cabellos, tan dulce como el aceite de nuez, su sexo olía como un ramo de nenúfares, su piel, como la flor de albaricoque...y la combinación de estos elementos producía un perfume tan rico, tan equi-librado, tan fascinante, que todo cuanto Grenouille había olido hasta entonces en perfumes, todos los edificios odo-ríferos que había creado en su imagi-nación, se le antojaron de repente una mera insensatez. Centenares de miles

Page 9: Velada Literaria

14 15

de fragancias parecieron perder todo su valor ante esta fragancia determinada. Se trataba del principio supremo, del modelo según el cual debía clasificar todos los demás. Era la belleza pura.Grenouille vio con claridad que su vida ya no tenía sentido sin la posesión de esta fragancia. Debía conocerla con to-das sus particularidades, hasta el más íntimo y sutil de sus pormenores; el simple recuerdo de su complejidad no era suficiente para él. Quería grabar el apoteósico perfume como con un tro-quel en la negrura confusa de su alma, investigarlo exhaustivamente y en lo su-cesivo sólo pensar, vivir y oler de acuer-do con las estructuras internas de esta fórmula mágica.Se fue acercando despacio a la mucha-cha, aproximándose más y más hasta que estuvo bajo el tejadillo, a un paso detrás de ella. La muchacha no le oyó.Tenía cabellos rojizos y llevaba un ves-tido gris sin mangas. Sus brazos eran muy blancos y las manos amarillas por el jugo de las ciruelas partidas. Gre-nouille se inclinó sobre ella y aspiró su

fragancia, ahora totalmente desprovista de mezclas, tal como emanaba de su nuca, de sus cabellos y del escote y se dejó invadir por ella como por una ligera brisa. Jamás había sentido un bienes-tar semejante. En cambio, la muchacha sintió frío.No veía a Grenouille, pero experimentó cierta inquietud y un singular estreme-cimiento, como sorprendida de repente por el viejo temor ya olvidado. Le pare-ció sentir una corriente fría en la nuca, como si alguien hubiera abierto la puer-ta de un sótano inmenso y helado. Dejó el cuchillo, se llevó los brazos al pecho y se volvió.El susto de verle la dejó pasmada, por lo que él dispuso de mucho tiempo para rodearle el cuello con las manos. La mu-chacha no intentó gritar, no se movió, no hizo ningún gesto de rechazo y él, por su parte, no la miró. No vio su boni-to rostro salpicado de pecas, los labios rojos, los grandes ojos verdes y cente-lleantes, porque mantuvo bien cerrados los propios mientras la estrangulaba, dominado por una única preocupación:

no perderse absolutamente nada de su fragancia.Cuando estuvo muerta, la tendió en el suelo entre los huesos de ciruela, le desgarró el vestido y la fragancia se convirtió en torrente que le inundó con su aroma. Apretó la cara contrasu piel y la pasó, con las ventanas de la nariz esponjadas, por su vientre, pecho, gar-ganta, rostro, cabellos y otra vez por el vientre hasta el sexo, los muslos y las blancas pantorrillas. La olfateó desde la cabeza hasta la punta de los pies, reco-giendo los últimos restos de su fragan-cia en la barbilla, en el ombligo y en el hueco del codo.Cuando la hubo olido hasta marchitarla por completo, permaneció todavía un rato a su lado en cuclillas para sobrepo-nerse, porque estaba saturado de ella. No quería derramar nada de su perfume y ante todo tenía que dejar bien cerra-dos los mamparos de su interior. Des-pués se levantó y apagó la vela de un soplo...”

La narración es asumida por un personaje protagonista femenino,

hecho poco frecuente en la narrativa mexicana, y por otro lado,

aparece una cantidad importante de personajes femeninos, la autora

hace una crítica virulenta de la política practicada por el poder en

México en los años treinta y cuarenta… La denuncia de la corrupción

del poder en la sociedad mexicana se hace a través de los ojos de

Catalina, muchacha ingenua, casada con un general ex-revolucionario,

pero sobre todo mujer en proceso de formación que pasa por etapas

significativas en su vida como: mujer, esposa, madre, esposa

engañada, esposa adúltera, primera dama de uno de los

Estados de la República Mexicana y finalmente, viuda.

La misma Angeles Mastretta se expresa en torno a esta cuestión

en estos términos: “Arráncame la vida es la historia de una mujer

enamorada y su educación: cómo aprende que no puede ser solamente

una mujer enamorada de su esposo sino que tiene que ser atrevida,

beligerante y, sobre todo, en control de su propia vida.”

Page 10: Velada Literaria

16 17

“...Desde que vi a Fernando Arizmendi me dieron ganas de meter-me a una cama con él. Lo estaba oyendo hablar y estaba pensando en cuánto me gustaría morderle una oreja, tocar su lengua con la mía y ver la parte de atrás de sus rodillas.Se me notaron las ansias, empecé a hablar más de lo acostum-brado y a una velocidad insuperable, acabé siendo el centro de la reunión. Andrés se dio cuenta y terminó con la fiesta. -Mi señora no se siente bien -dijo.-Pero si se ve de maravilla -contestó alguien. -Es el Max Factor, pero hace rato que soporta un dolor de cabeza. Voy a llevarla a la casa y regreso. -Me siento muy bien -dije. -No tienes por qué disimular con esta gente, son mis amigos, entienden. Me tomó del brazo y me llevó al coche. Me acomodó, mandó al chofer al coche de atrás y dio la vuelta para subirse a manejar. Se sentó frente al volante, arrancó, dijo adiós con la mano a quienes salieron a des-pedirnos a la puerta y aceleró despacio. Mantuvo congelada la son-risa que puso al despedirse hasta una calle después. -Qué obvia eres, Catalina, dan ganas de pegarte. -Y tú eres muy disimulado, ¿no? -Yo no tengo por qué disimular, yo soy un señor, tú eres una mujer y las mujeres cuando andan de cabras Locas queriéndose coger a todo el que les pone a temblar el ombligo se llaman putas.Al llegar a la casa, se bajó con mucha parsimonia, me acompañó hasta la puerta, esperó a que saliera el mozo y cuando estuvo se-guro de que ni los eternos acompañantes del coche de atrás se daban cuenta, me dio una nalgada y me empujó para adentro.Entré corriendo, subí las escaleras a brincos, pasé por el cuarto de los niños y no me detuve como otras noches, fui directo a mi

cama. Me metí bajo las sábanas y pensé en Fernando mientras me tocaba como la gitana. Después me dormí. Tres días estuve dur-miendo. Nada más despertaba para comer un pedazo de lechuga, otro de queso y dos huevos cocidos. -¿Qué tendrá usted, señora? -me preguntó Lucina. -Una enferme-dad que me descubrió el general y que no se me quita ni con agua fría. Pero con una semana de dormir me alivio. A la semana tuve que salir de mi cuarto porque ya era mucho tiempo para una calen-tura. ¿Y qué va siendo lo primero que me dice Andrés cuando bajé a desayunar? Que el martes venia a cenar el secretario particular del Presidente, ¿y quién era el secretario particular?, Fernando. El bien planchado y son- riente Arizmendi.Del susto empecé a comer pan con mantequilla y mermelada y a dar grandes tragos de té negro con azúcar y crema. Andrés estaba eufórico con la visita de Arizmendi porque después vendría la del Presidente de la República, y a ése planeaba darle una recepción espectacular con Los niños de los colegios agitando banderitas por la Avenida Reforma, mantas colgando de los edificios y todos los burócratas asomados a las ventanas de sus oficinas aplaudien-do y aventando confeti. Yo tenía que conseguir una niña con un ramo de flores que lo asaltara a media calle y una viejita con una carta pidiéndole algo fácil para que los fotógrafos pudieran re- tra-tarla cinco minutos después con la demanda satisfecha. Ya Espi-nosa y Alarcón habían prestado sus cines para que de ahí colgaran las mantas más grandes. Puebla tendría que darle al Presidente la recepción más cálida y vistosa que hubiera tenido jamás. Todo eso que después se fue volviendo costumbre y que se le dio al más

pendejo de los presidentes municipales, lo inventamos nosotros para la visita del general Aguirre.Tenía que hacer algo con mi calentura y empecé a trabajar como si me pagaran. No una niña con flores, tres niñas cada cuadra y lle-gando al zócalo cincuenta vestidas de chinas poblanas y montadas a caballo. Fui al asilo a escoger a la viejita y encontré una que pare-cía de tarjeta postal, con su pelito recogido, sonrisa de virgen dulce y una historia que, por supuesto, pusimos en la carta. Era la viuda de un soldado viejo y pobre al que habían matado porque se negó a participar en el asesinato de Aquiles Serdán. Estaba orgullosa de su marido y de sí misma y encontró muy digno pedirle al Presiden-te una máquina de coser a cambio de tanto sacrificio por la patria.Puse a trabajar a todas las maestras de primaria. Inventé que sus alumnos hicieran unos plumeros de papel como los que usaban las porristas en Estados Unidos. Sabía que la canción predilecta del Presidente era La Barca de Guaymas, y como es una música sonsa los niños no tu- vieron que excitarse demasiado para mo-ver los plumeros y los pies siguiendo sus compases. Todos los floristas del mercado se comprometieron a llenar La Reforma con flores, como si la avenida fuera una iglesia enorme, y en el piso del zócalo harían una alfombra florida con la imagen de una india atendiendo su mano hacia la del Presidente. Cuando el señor de-jara de pasar frente a ellos, todos los que estuvieran en la valle de Reforma recogerían sus mantas y sus flores y se irían caminando al zócalo que estaría repleto para cuando él entrara con Andrés en el convertible. Tras su discurso desde el balcón toda esa gente cantaría Qué chula es Puebla y el Himno Nacional. Mandé traer a

todas las bandas de los pueblos del estado. Formé una orquesta de 300 músicos que tocarían a cambio del cotón de Santa Ana que se les regaló para que tuvieran algún uniforme.Para cuando el secretario particular del Presidente llegó a ponerse de acuerdo con Andrés, lo sorprendieron nuestros planes.Decidí que comiéramos en el jardín. El menú debía ser el mismo que se le ofrecería al Presidente dos semanas después. Pero ese mediodía sólo comimos Andrés, Fernando y yo. Nos pusimos tan formales que Andrés se sentó a la izquierda de Fernando y me colocó a mi a su derecha en una mesa redonda.Desde el consomé, Fernando empezó a elogiar mis dotes: mi ta-lento, mi inteligencia, mi gentileza, mi delicadeza, mi interés por el país y la política y para colmo que guisara como las monjas de los conventos poblanos. -Además, si me lo permite general, su mujer tiene una risa espléndida. Ya no se ríe así la gente mayor -dijo Fernando.-Qué bueno que le guste, licenciado. Esta es su casa, queremos que esté usted contento -le contestó Andrés. -Eso queremos -dije yo y puse mi mano en su pierna.El no la movió ni cambió de gesto. Andrés empezó a hablar del motín en Jalisco. Lamentó la muerte de un sargento y un soldado, elogió al gobernador que dio la orden de irse sobre los campesinos amotinados. -Hay cosas que no se pueden permitir -le contestó Fernando. Yo, que por esas épocas todavía decía lo que pensa-ba, intervine: -Pero, ¿no hay otra manera de impedirlas más que echándoles encima el ejército y matando a doce indios? Les cobra-ron a seis por uno cada muerto. Y ni siquiera se sabe por qué se

Page 11: Velada Literaria

18

amotinaron esos indios. -Ya te salió lo mujer. Está usted hablando de su inteligencia y luego le sale lo sensiblera -dijo Andrés. -Quizá tenga razón general, debíamos encontrar otras maneras -contestó Femando y puso su mano en mi pierna. La sentí sobre la seda de mi vestido y me olvidé de los doce campesinos. Después la quitó y se puso a comer como si fuera la última vez.Nos hicimos amigos. Cuando iba yo a México lo llamaba con algún recado de Andrés o con algún pretexto, la cosa era oír su voz y si era posible verlo un momento. Después me regresaba las tres horas de carretera repitiendo su nombre.Le pedía al chofer que era muy entonado que me cantara Contigo en la distancia y me acostaba en el asiento del Packard negro a oírlo y a extrañar. Les buscaba varios significados a sus frases más simples y casi llegaba a creer que se me había declarado con disi-mulo por respeto a mi general. Recordaba con precisión cada una de las cosas que me había dicho y de un «espero que nos veamos pronto» sacaba la certidumbre de que él sufría mi ausencia tanto como yo la suya y que se pasaba los días contando el tiempo que le faltaba para verme por casualidad. Me gustaba pensar en su boca, en la sensación que me recorría el cuerpo cuando me besaba la mano como saludo y despedida. Un día no me aguanté. Me había acompañado a la puerta de su oficina tras una conversación extra-ña porque no hablamos de política ni de Andrés ni de Puebla ni del país. Habíamos hablado de la pena que producen los amores no correspondidos y yo creí vérsela en los ojos. Cuando se despidió besándome la mano le ofrecí la boca. No me besó pero me dio un abrazo largo.

Esa noche el pobre chofer cantó tantas veces Contigo en la distan-cia que de ahí salió a ganar la Hora Internacional del Aficionado. Me dio gusto que algo se ganara con mi romance porque el mismo día que Andrés seguía ahí dirimiendo el asunto de unos obreros que querían estallar una huelga en Atlixco. Entré radiante a su ofi-cina, en lugar de cargar el traje lo abrazaba bailando con él.-Estás preciosa, Catalina, ¿qué te hiciste? -dijo al verme entrar. -Me compré tres vestidos, fui al Palacio de Hierro a que me ma-quillaran y volví cantando en el coche. -Pero le llevaste mi recado a Fernando, no nada más anduviste perdiendo el tiempo. -Claro, todo lo demás lo hice después de ver a Fernando -dije. -No cabe duda que los maricones son fuente de inspiración -le comentó An-drés a su secretario particular. A las mujeres les encanta platicar con ellos. Quién sabe qué tienen que les resultan atractivos. Con decirte que cuando conocimos a éste yo hasta me puse celoso y encerré a Catalina. Ahora es el único novio que le permito y me encanta ese noviazgo.

Al día siguiente fui a ver a Pepa para contarle mi desgracia…”

Pág. 57,58,59,60 ,61 Capítulo VIII

Desarrollada durante el año de 1948, cuenta la historia de un niño de clase media

llamado Carlos, habitante de la Colonia Roma, en la Ciudad de México. La novela está

narrada en primera persona, siendo un Carlos adulto el que narra sus experiencias.

La historia de Carlos se ve enmarcada en su contexto social y político; no solo habla

del amor de Carlitos sino que también trata acerca de la corrupción social y política

del país, el inicio del México moderno y la desaparición del tradicional y la

transformación de la ciudadanía ante este cambio del país, describe los problemas

del gobierno de Miguel Alemán, la influencia en la cultura popular proveniente de

Estados Unidos, así como la moral ambivalente del México de los años 40.

Page 12: Velada Literaria

20 21

“…El pleito convenció a Jim de que yo era su amigo. Un vier-nes hizo lo que nunca había hecho: me invitó a merendar en su casa. Qué pena no poder llevarlo a la mía. Subimos al tercer piso y abrió la puerta. Traigo llave porque a mi mamá no le gus-ta tener sirvienta. El departamento olía a perfume, estaba orde-nado y muy limpio. Muebles flamantes de Sears Roebuck. Una foto de la señora por Semo, otra de Jim cuando cumplió un año (al fondo el Golden Gate), varias del Señor con el presidente en ceremonias, en inauguraciones, en el Tren Olivo, en el avión El Mexicano, en fotos de conjunto. “El Cachorro de la Revolución” y su equipo: los primeros universitarios que goberna¬ban el país. Técnicos, no políticos. Personalidades morales intacha-bles, insistía la propaganda.Nunca pensé que la madre de Jim fuera tan joven, tan elegante y sobre todo tan hermosa. No supe qué decirle. No puedo descri-bir lo que sentí cuando ella me dio la mano. Me hubiera gusta-do quedarme allí mirándola. Pasen por favor al cuar¬to de Jim. Voy a terminar de prepararles la merien¬da. Jim me enseñó su colección de plumas atómi¬cas (los bolígrafos apestaban, derramaban tinta viscosa; eran la novedad absoluta aquel año en que por última vez usábamos tintero, manguillo, secante), los juguetes que el Señor le compró en Estados Unidos: cañón que disparaba cohetes de salva, cazabombardero de propul-sión a chorro, soldados con lanzallamas, tanques de cuerda, ametralladoras de plástico (apenas comenzaban los plásticos), tren eléctrico Lionel, radio portátil. No llevo nada de esto a la escuela porque nadie tiene juguetes así en México. No, claro, los niños de la Segunda Guerra Mundial no tuvimos juguetes.

Todo fue producción militar. Hasta la Parker y la Esterbrook, leí en Selecciones, fabricaron en vez de plumas materiales de guerra. Pero no me importaban los juguetes. Oye ¿cómo dijiste que se llama tu mamá? Mariana. Le digo así, no le digo mamá. ¿Y tú? No, pues no, a la mía le hablo de usted; ella también les habla de usted a mis abuelitos. No te burles Jim, no te rías. Pasen a merendar, dijo Mariana. Y nos sentamos. Yo fren-te a ella, mirándola. No sabía qué hacer: no probar bocado o devorarlo todo para halagarla. Si como, pensará que estoy hambriento; si no como, creerá que no me gusta lo que hizo. Mastica despacio, no hables con la boca llena. ¿De qué pode-mos conversar? Por fortuna Mariana rompe el silencio. ¿Qué te parecen? Les dicen Flying Saucers: platos voladores, sándwi-ches asados en este aparato. Me encantan, señora, nunca ha-bía comido nada tan delicioso. Pan Bimbo, jamón, queso Kraft, tocino, mantequilla, ketchup, mayonesa, mostaza. Eran todo lo contrario del pozole, la birria, las tostadas de pata, el chicha-rrón en salsa verde que hacía mi madre. ¿Quieres más platos voladores? Con mucho gusto te los preparo. No, mil gracias, señora. Están riquísimos pero de verdad no se moleste.Ella no tocó nada. Habló, me habló todo el tiempo. Jim callado, comiendo uno tras otro platos voladores. Mariana me pregun-tó: ¿A qué se dedica tu papá? Qué pena contestarle: es dueño de una fábrica, hace jabones de tocador y de lavadero. Lo están arruinando los detergentes. ¿Ah sí? Nunca lo había pensado. Pausas, silencios. ¿Cuántos hermanos tienes? Tres hermanas y un hermano. ¿Son de aquí de la capital? Sólo la más chica y yo, los demás nacieron en Guadalajara. Teníamos una casa muy

grande en la calle de San Francisco. Ya la tumbaron. ¿Te gus-ta la escuela? La escuela no está mal aunque -¿verdad Jim?- nuestros compañeros son muy latosos.Bueno, señora, con su permiso, ya me voy. (¿Cómo aclararle: me matan si regreso después de las ocho?) Un millón de gra-cias, señora. Todo estuvo muy rico. Voy a decirle a mi mamá que compre el asador y me haga platos voladores. No hay en México, intervino por primera vez Jim. Si quieres te lo traigo ahora que vaya a los Estados Unidos. Aquí tienes tu casa. Vuelve pronto. Muchas gracias de nuevo, señora. Gracias Jim. Nos vemos el lunes. Cómo me hubiera gustado permanecer allí para siempre o cuando menos llevar-me la foto de Mariana que estaba en la sala. Caminé por Tabas-co, di vuelta en Córdoba para llegar a mi casa en Zacatecas. Los faroles plateados daban muy poca luz. Ciudad en penum-bra, misteriosa colonia Roma de entonces. Átomo del inmenso mundo, dispuesto muchos años antes de mi nacimiento como una escenografía para mi representación. Una sinfonola tocaba el bolero. Hasta ese momento la música había sido nada más el Himno Nacional, los cánticos de mayo en la iglesia, Cri Cri, sus canciones infantiles -Los caballitos, Marcha de las letras, Negrito sandía, El ratón vaquero, Juan Pestañas- y la melodía circular, envolvente, húmeda de Ravel con que la XEQ iniciaba sus transmisiones a las seis y media, cuando mi padre encen-día el radio para despertarme con el estruendo de La Legión de los Madrugadores. Al escuchar el otro bolero que nada tenía que ver con el de Ravel, me llamó la atención la letra. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo.

Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana. ¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es im-posible que algo suceda. ¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana? ¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silen-cio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza…”

Pág.27,28,29,30,31 Capítulo V Por hondo que sea el mar profundo

***“…Cuánto tardaste. Mamá, le dije que iba a merendar a casa de Jim. Sí pero nadie te dio permiso para volver a estas horas: son ocho y media. Estaba preocupadísima: pensé que te mataron o te secuestró el Hombre del Costal. Qué porquerías habrás comido. Ve tú a saber quiénes serán los padres de tu amiguito. ¿Es ese mismo con el que vas al cine?Sí. Su papá es muy importante. Trabaja en el gobierno. ¿En el gobierno? ¿Y vive en ese mugroso edificio? ¿Por qué nunca me habías contado? ¿Cómo dijiste que se llama? Imposible: Conozco a la esposa. Es íntima amiga de tu tía Elena. No tienen hijos. Es una tragedia en medio de tanto poder y tanta riqueza. Te están tomando el pelo, Carlitos. Quién sabe con qué fines pero te están tomando el pelo. Voy a pedirle a tu profesor que

Page 13: Velada Literaria

2322

Esta novela, considerada la obra maestra del

autor, trata de la historia de una familia durante

100 años, y todo lo que les acontece a lo largo

de seis generaciones, comenzando con un

matrimonio de primos que se casaron llenos de

presagios y temores por su parentesco y el mito

existente en la región que les suponía que sus

herederos nacerían con colas de cerdo.

desenrede tanto misterio. No, por favor, se lo suplico: no le diga nada a Mondragón. ¿Qué pensaría la mamá de Jim si se enterase? La señora fue muy buena conmigo. Ahora sí, sólo eso me faltaba. ¿Qué secreto te traes? Di la verdad: ¿No fuiste a casa del tal Jim?Finalmente convencí a mi madre. De todos modos le quedó la sospecha de que algo extraño había ocurrido. Pasé un fin de semana muy triste. Volví a ser niño y regresé a la plaza Ajusco a jugar solo con mis carritos de madera. La plaza Ajusco adon-de me llevaban recién nacido a tomar sol y en donde aprendí a caminar. Sus casas porfirianas, algunas ya demolidas para construir edificios horribles. Su fuente en forma de trébol, llena de insectos que se deslizaban sobre el agua. Y entre el parque y mi casa vivía doña Sara P. de Madero. Me parecía imposible ver de lejos a una persona de quien hablaban los libros de historia, protagonista de cosas ocurridas cuarenta años atrás. La vieje-cita frágil, dignísima, siempre de luto por su marido asesinado.Jugaba en la plaza Ajusco y una parte de mí razonaba: ¿Cómo puedes haberte enamorado de Mariana si sólo la has visto una vez y por su edad podría ser tu madre? Es idiota y ridículo porque no hay ninguna posibilidad de que te corresponda. Pero otra parte, la más fuerte, no escuchaba razones: sólo repetía su nombre como si el pronunciarlo fuera a acercarla. El lunes resultó peor. Jim dijo: Le caíste muy bien a Mariana. Le gusta que seamos amigos. Pensé: Entonces me registra, se fijó en mí, se dio cuenta -un poco, cuando menos un poco- de en qué forma me ha impresionado.Durante semanas y semanas preguntaba por ella con cualquier

pretexto para que Jim no se extrañase. Trataba de camuflar mi interés y al mismo tiempo sacarle información sobre Mariana. Jim nunca me dijo nada que yo no supiera. Al parecer ignoraba su propia historia. No me imagino cómo podían saberla los demás. Una y otra vez le rogaba que me llevara a su casa para ver los juguetes, los libros ilustrados, los cómics. Jim leía có-mics en inglés que Mariana le compraba en Sanborns. Por lo tanto despreciaba nuestras lecturas: Pepín, Paquín, Chamaco, Cartones; para algunos privilegiados el Billiken argentino o El Peneca chileno.Como siempre nos dejaban mucha tarea sólo podía ir los vier-nes a casa de Jim. A esa hora Mariana se hallaba en el salón de belleza, arreglándose para salir de noche con el Señor. Volvía a las ocho y media o nueve y jamás pude quedarme a esperarla. En el refrigerador estaba lista la merienda: ensalada de pollo, cole-slaw, carnes frías, pay de manzana. Una vez, al abrir Jim un clóset, cayó una foto de Mariana a los seis meses, desnuda sobre una piel de tigre. Sentí una gran ternura al pensar en lo que por obvio nunca se piensa: Mariana también fue niña, tam-bién tuvo mi edad, también sería una mujer como mi madre y después una anciana como mi abuela. Pero en aquel entonces era la más hermosa del mundo y yo pensaba en ella en todo momento. Mariana se había convertido en mi obsesión. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar pro-fundo…”

Pág. 32,33,34,35 Capítulo VI OBSESIÓN

Page 14: Velada Literaria

24 25

“…Muchos años después, frente al pelotón de fusilamien-to, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blan-cas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarra-pados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demos-tración pública de lo que él mismo llamaba la octava mara-villa de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de des-enclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.«Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con ás-

pero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible ser-virse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes iman-tados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio domés-tico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante va-rios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus con-jeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer.En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un tambor, que exhibieron como

el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sen-taron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano.«La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Mel-quíades. «Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocu-rre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa demostra-ción con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus imanes, concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar los dos lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a cambio de la lupa. Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había enterrado debajo de la cama en espera de una buena ocasión para invertirías. José Arcadio Buendía no trató siquiera de consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos sola-

res y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa.Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos expli-cativos, al cuidado de un mensajero que atravesó la sierra, y se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos tor-mentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste, antes de conseguir una ruta de enlace con las mulas del correo. A pesar de que el viaje a la capital era en aquel tiempo poco menos que impo-sible, José Arcadio Buendia prometía intentarlo tan pronto como se lo ordenara el gobierno, con el fin de hacer demos-traciones prácticas de su invento ante los poderes militares, y adiestrarlos personalmente en las complicadas artes de la guerra solar. Durante varios años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se lamentó ante Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio entonces una prueba convincente de honradez: le devolvió los doblones a cam-bio de la lupa, y le dejó además unos mapas portugueses y varios instrumentos de navegación. De su puño y letra es-

Page 15: Velada Literaria

26

cribió una apretada síntesis de los estudios del monje Her-mann, que dejó a su disposición para que pudiera servirse del astrolabio, la brújula y el sextante. José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía. Cuando se hizo experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete. Fue ésa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas, pa-seándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras Úr-sula y los niños se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena. De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fascina-ción. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin, un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su tormento.Los niños habían de recordar por el resto de su vida la au-

gusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolon-gada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento.-La tierra es redonda como una naranja.Úrsula perdió la paciencia. «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo -gritó-. Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano.» José Arcadio Buendía, impasible, no se dejó amedrentar por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el sue-lo. Construyó otro, reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías que para todos resulta-ban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida navegando siempre hacia el Oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio Buendía había per-dido el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido una teoría ya comprobada en la práctica, aunque descono-cida hasta entonces en Macondo, y como una prueba de su admiración le hizo un regalo que había de ejercer una influencia terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia…-

Capítulo I, Pág. 3,4

Page 16: Velada Literaria
Page 17: Velada Literaria