una decision valiente

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1 Mariana Falconí Una valiente decisión

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prevencion al abuso sexual infantil

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Mariana Falconí

Unavalientedecisión

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Mariana Falconí

Unavalientedecisión

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© 2011Centro Integral de la Familia (CIF)Ramón Roca E8-73 y Leonidas PlazaTelfs.: (593 2) 2 230 511 (593 2) 2 569 499 (593-2) 2 560 705Quito - EcuadorE-mail: [email protected]: www.cif.org.ec

Autora: Mariana FalconíCorrección de texto: Rita SimonsIlustrador: Patricio Salvador SimonsDiagramación y coordinación editorial: Amparo Salazar Chacón

Derechos de autor: 037735ISBN: 978-9978-91-070-2

Material elaborado gracias al aporte económico del Consejo Latioamericano de Iglesias (CLAI) -UNFPA-Inglaterra N32-113 y Mariana de JesúsTelfs.: (593-2) / 250-4377 / 255-3996Fax: (593-2) 256-8373Quito - EcuadorE-mail: [email protected]: www.claiweb.org

500 ejemplares

Anita era una niña muy alegre que vivía junto a su madre, una mujer que mantenía sola su hogar, pues hace años su padre emigró a España en busca de trabajo y desde entonces no supieron más de él, por lo que la mujer trabajaba desde muy temprano hasta entrada la noche.

Madre e hija vivían en un pequeño departamento situado en el primer piso de una casa antigua ubicada en el centro de la ciudad. Aquella casona estaba habitada por numerosas familias donde todos se conocían entre sí. Anita tenía muchas amigas y era muy querida en el lugar por su carácter risueño y su actitud comedida y educada.

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Al llegar de la escuela, al mediodía, su madre la esperaba con el almuerzo listo pues después tenía que regresar a la fábrica de confecciones donde trabajaba. Entonces Anita le pedía permiso para ir al tercer piso donde vivía Rosita, su mejor amiga y compañera de clases, con el fin de hacer juntas los deberes y acompañarse mutuamente, ya que los papás de Rosita eran comerciantes que tenían un local en un centro comercial donde permanecían mañana y tarde, además Rosita tenía que cuidar a su hermano menor, porque el mayor estudiaba en la universidad y también trabajaba por lo que pasaba fuera de casa la mayor parte del tiempo.

Como eran gente conocida, la mamá de Anita dejaba que su hija vaya a la vivienda de su amiga con toda confianza. Cierta tarde que Anita llegó a la vivienda de Rosita encontró al hermano mayor, quien la miró con curiosidad.

–Buenas tardes– saludó atenta la niña.

–Hola… tú debes ser Anita –dijo el joven– entra que Rosita te está esperando.

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Cuando estuvo con su amiga, ésta le comentó que su hermano mayor había dejado el trabajo por lo que a menudo se quedaba las mañanas en casa, saliendo la tarde a sus estudios en la universidad. En efecto, varias veces que Anita llegaba era el muchacho quien la recibía, y siempre la miraba intensamente. La niña sentía esa mirada como un imán y se ponía nerviosa cuando el hombre le daba la mano apretándola, demasiado fuerte, a manera de despedida.

Cierta tarde, Anita como de costumbre acudió a la vivienda de Rosita para trabajar en la tarea de matemática que tenían que presentar al día siguiente. Ingresó confiadamente cuando el hermano de su amiga le abrió la puerta.

–Siéntate en el sofá, Anita, –dijo el muchacho– Rosita no está porque le empezó un dolor de muela y fue al dentista, dejó la tarea a medio hacer para que la termines en tu casa.

La niña se sentó en el sillón de la sala algo asustada pues sentía la mirada del muchacho clavada en su cuerpo.

–Eres muy bonita –le dijo– acariciándole el rostro, mientras la miraba fijamente.

La niña se removió inquieta en su asiento y quiso ponerse de pie para salir, pero el hombre le extendió un caramelo, envolviéndola con su penetrante mirada.

–Sírvete este dulce, es delicioso, mientras tanto voy a buscar el papel que mi hermana te dejó –dijo, sin dejar de mirarla.

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Anita, se llevó el dulce a la boca y lo saboreó con deleite. Casi al instante empezó a sentir mucho sueño.

El hombre regresó con un papel en la mano, tomó a la niña del brazo y la hizo acostar en el sofá, empezó a quitarle la ropa y acariciar su cuerpo. Anita estaba como sonámbula, con ojos vidriosos miraba lo que ese hombre le hacía, sintió un dolor penetrante en sus partes íntimas y quiso gritar pero una mano como tenaza le cubrió la boca.

Cuando despertó se encontraba a medio vestir sobre el sofá sintió un agudo dolor entre las piernas y miró que había sangre en ellas. Terminó de vestirse apresuradamente y empezó a caminar con dificultad hacia la puerta. De pronto sintió que una mano la sujetaba fuertemente por atrás. ¡era el hermano de su amiga! La niña lanzó un grito.

- ¡Cállate, niña tonta! –dijo el hombre– si cuentas algo a tu madre o a mi hermana, te juro que te mato ¿oíste? Aquí no ha pasado nada, vete pronto que mi madre con Rosita deben estar por llegar.

Con dificultad llegó a su cuarto, se lavó, se puso el pijama y se acostó en la cama, sin darse cuenta con claridad de lo que le había pasado. El hermano de su amiga algo malo le había hecho. ¡Su madre la castigaría! ¿Qué debo hacer? Se preguntaba la niña mientras lloraba. ¡Virgencita, ayúdame! imploraba, mirando con sus ojitos llenos de lágrimas la imagen de la virgen colocada sobre una repisa del cuarto.

A las siete de la noche cuando llegó la madre, la encontró dormida. Miró con ternura a su hija y la arropó con la frazada.

–Pobrecita, debe estar agotada de tanto estudiar. Quisiera pasar más tiempo con ella pero si no trabajo no hay dinero –se dijo a sí misma con tristeza.

A la mañana siguiente, Anita no quiso levantarse de la cama.

–¿Qué te pasa, hijita? ¿estás enferma?

La niña contestó que le dolía la cabeza.

La madre le puso un paño húmedo sobre la frente pues le parecía que estaba un poco afiebrada.

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–Será mejor que no vayas a la escuela hijita, ya llamaré para justificar.

Además es prácticamente fin de semana y será mejor que descanses para que te cures de ese resfrío.

El día lunes, todo volvió aparentemente, a la normalidad. La madre salió al trabajo y Anita a la escuela. Solamente las visitas de las tardes a casa de su amiga Rosita empezaron a espaciarse.

Su amiga la notaba cambiada, la rehuía en el recreo, hasta que se animó a preguntarle.

–¡,Qué te pasa amiga? ¿Por qué ya no vas tan seguido por casa?

–Tengo que hacer algunas cosas que me encarga mi mamita... –balbuceó la niña.

Su madre empezó a notar sutiles cambios que con el paso del tiempo se iban acentuando. Su hija que siempre estaba riendo, contándole todas las travesuras de la escuela, ahora hablaba muy poco, estaba como apagada, triste. A sus preguntas contestaba lo mismo, que no le pasaba nada.

También le llamó la atención que ya no quisiera ir las tardes donde su amiga, supuso que tal vez tuvieron alguna pelea sin importancia.

Se hizo el propósito de que en la primera oportunidad iría a la escuela a hablar con la maestra a ver si ella podía ayudarla. Pensaba que el cambio tal vez se debía a que Anita estaba creciendo, ya pronto entraría en la pubertad, ojalá pudiera llevarla donde un médico pues al ver la palidez de la niña pensaba que a lo mejor tenía anemia o quién sabe qué, en estos tiempos en que había enfermedades tan raras.

En la escuela el cambio de Anita era más notorio pues había dejado de ser la niña estable, afectuosa, alegre. Había días en que se mostraba muy pasiva, callada y otros días en que aparecía agresiva, empujaba a sus compañeros, era brusca en sus juegos, empezó a gustarle subir a los árboles que habían en el huerto de la escuela y se restregaba contra ellos, lo cual causaba asombro en sus amigas.

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Su joven maestra también observaba preocupada estos cambios.

–Anita, por favor quédate unos momentos que deseo hablar contigo –dijo– mientras los demás alumnos salían al recreo.

–Anita, tu sabes que te quiero mucho, que siempre ha sido una de mis alumnas favoritas por tu buen comportamiento, pero últimamente observo cosas que no· me gustan, te has vuelto muy descomedida con tus compañeros, tus notas han bajado, ya no presentas los deberes con la misma pulcritud de antes, quisiera que me cuentes que te pasa.

–Nada señorita, no me pasa nada, solo que a veces me duele la cabeza...

–Entonces mañana mismo te llevaré a la médica de la escuela para que te revise.

–¡No señorita, por favor! no quiero que nadie me revise, me va a doler –gritó la niña– mientras se limpiaba algunas lágrimas.

–No tienes por qué ponerte así criatura dijo la maestra– abrazándola para calmarle.

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Son solo exámenes de rutina que te harán sin causarte ningún dolor.

En la noche, la maestra llamó por teléfono a la madre de la niña y le explicó que debía realizar exámenes de orina, heces y sangre para que la médica de la escuela la revisara pues la niña estaba –ojerosa y demacrada lo cual no era normal. La madre agradeció a la maestra y le manifestó sus inquietudes al respecto manifestándole su preocupación pues en casa también había cambiado y ella no sabía por qué.

Los resultados médicos no arrojaron nada alarmante, apenas unas pocas amebas para lo cual se le dio tratamiento.

A medida que pasaba el tiempo el comportamiento de la niña iba de mal en peor, sus estados de ánimo pasaban de una pasividad exagerada a una inquietud y agresividad alarmantes, algunas de sus compañeras le contaron a la maestra que Anita les preguntaba mucho sobre sexo, si habían visto como lo hacían sus papás, si a ellas alguien se lo había hecho y si eso dolía y otras cosas por el estilo.

La maestra trataba de ganarse la confianza de la niña para averiguar que pasaba con ella, pero Anita respondía con evasivas.

Habían pasado ya casi seis meses del nefasto suceso y Anita no lograba dormir tranquila se sobresaltaba continuamente durante el sueño, tenía terribles pesadillas repetitivas donde le perseguía el hermano de su amiga amenazándola y fulminándola con la mirada. Era como un monstruo con el rostro deforme y echando fuego por los ojos, ¡si hablas te mato!...¡te maatoo!---¡te maatooo! Y lo peor era ver el rostro de su madre, lloroso, decepcionado, acusándola con su dedo índice extendido... ¡tú tienes la culpa, niña mala ...” ¡ niña mala!...

Despertaba sudando, mientras su madre acudía presurosa a tranquilizarla.

Estaba ya por finalizar el año lectivo y la maestra envió a estudiantes un trabajo especial que debían realizarlo en grupos. Anita y Rosita estaban integrando uno de ellos con dos compañeros más. Quedaron de trabajar las tardes, durante una semana, en casa de Rosita. Era viernes y habían

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terminado el trabajo, los dos compañeros se fueron a su casa y Anita bajaba apresurada las gradas para dirigirse a su vivienda.

Estando por el segundo piso se quedó de pronto inmóvil al mirar frente a sí al hermano de Rosita, al hombre malo que le había hecho daño.

–Hola preciosa –le dijo– mientras la abrazaba manoseando su cuerpo.

La niña iba a gritar pero el hombre rápidamente le tapó la boca, ¡si gritas te mato! ¡tú eres mía y puedo hacer contigo lo que me de la gana!

El hombre la sujetaba del cabello obligándola a mirarlo. Anita se sentía hipnotizada por la mirada dura del sujeto.

–Me vas a seguir en silencio a un lugar donde quiero que conversemos, ¿entiendes?

La niña asintió con la cabeza y empezó a caminar tras de él hasta llegar a un terreno baldío donde los fines de semana jugaban fútbol los chicos del sector y en el fondo se alzaba una vivienda abandonada. Allí el sujeto volvió a abusar de Anita.

Las pesadillas se hicieron más frecuentes. La madre, preocupada pidió permiso en el trabajo y se acercó a la escuela para hablar con la maestra.

–Señorita por favor ayúdeme, no sé qué le pasa a mi hija.

–Cálmese señora, yo también estoy preocupada y he hablado con la psicóloga de la escuela para que tome el caso.

La profesional en algunas entrevistas conversó con Anita y le aplicó varios tests. Una vez examinado todo este material, la psicóloga fue en busca de la maestra de la niña.

–Los resultados indican que la niña está perturbada y aterrorizada por algo que le pasó hace ya algún tiempo.

–¿Qué pudo ser?

–Un abuso sexual –contestó la psicóloga. No logré que me contara lo que le pasó pero tú eres su maestra, la ves a diario, puedes conseguir que te lo cuente.

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–Lastimosamente la próxima semana termina el año lectivo, pero voy a tratar de llegar a su casa en vacaciones para conversar con ella. Además el próximo año voy a seguir con el mismo grupo, espero entonces poder ayudarla mejor.

Aquellas vacaciones fueron un infierno para Anita. El mal hombre esperaba el momento en que la niña salía a la tienda a comprar, para acorralada y con un ademán indicarla que lo siguiera.

La pequeña al mirarlo se aterrorizaba, perdía la voluntad y caminaba tras él, hasta la casa abandonada donde era una y otra vez ultrajada.

La madre pidió en su trabajo que le concedieran los quince días de vacaciones a que tenía derecho y llevó a su hija al campo, a la propiedad de una de sus hermanas, donde esperaba que la niña se tranquilizara.

En efecto, en medio de la naturaleza la niña encontró algo de paz. Salía a jugar con sus primos, iba a los establos a ver

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como ordeñaban a las vaquitas, montaba a caballo, se bañaba en el río, volviendo a ser un poco la niña alegre de antes.

La víspera del regreso a la ciudad, Anita volvió a tener pesadillas. Se abrazó a su madre, diciéndole: ¡mamita, no quiero regresar a la ciudad, quedémonos a vivir aquí!

–No es posible hijita, mi trabajo está en la ciudad, allí está tu escuela, ¿por qué no me dices lo que te atormenta?

La niña no dijo nada, lloró hasta quedarse dormida.

Empezó el nuevo año lectivo, Anita llegó a la escuela puntualmente, se reencontró con sus antiguas compañeras, con la misma querida maestra, todo estaba igual, solamente ella no era la misma, su melancolía y pasividad se habían acentuado, parecía más seria y madura para sus cortos años.

La maestra que la había visitado unas pocas veces en vacaciones, se propuso tener mucha paciencia con ella hasta lograr que la niña le confíe todo el sufrimiento que tenía por dentro.

Es así que cada jornada le pedía a la niña se quede 15 minutos para conversar. La madre estaba de acuerdo.

La maestra le contaba algunos relatos sobre los cambios que experimenta el cuerpo de las niñas, sobre sexualidad, sobre el inicio de la menstruación que tal vez pronto le llegaría. Le decía que nuestro cuerpo debemos cuidarlo y no permitir que nadie lo manosee, que si eso ocurre debemos tener confianza en las personas que nos quieren y avisar cualquier cosa que nos pase. De esta manera la maestra trataba muy delicadamente de llevar a la niña a que se sienta segura y le cuente lo que le pasa.

Su método dio resultado algunas semanas después. Cierta mañana que se encontraban realizando un trabajo manual con motivos navideños, la maestra comenzó a hablarles sobre el niño Jesús y su madre la Virgen María, les contaba el milagro de su nacimiento y el mensaje de amor y perdón que trajo al mundo.

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Al final de la clase cuando todos los estudiantes se marcharon Anita se acercó a la profesora y le dijo:

–Maestra, quiero hablar con usted de algo que me pasó el otro año.

–Claro que sí, hijita, ven siéntate, te escucho –respondió la maestra.

La niña narró, entre sollozos, lo que le había pasado en casa de su amiga Rosita, y las siguientes veces que el mal hombre había seguido abusando de ella.

–¿Lo has visto últimamente?

–¡Nol… ¡no... –gritó la niña. Rosita me comentó que sus papás lo habían mandado a Guayaquil para que se haga cargo de un almacén que tienen allí.

La maestra se quedó pensativa mientras abrazaba y acariciaba dulcemente la cabeza de la niña, asimilando el dolor de la pequeña como suyo propio.

–Maestra –exclamó la niña– ¡por favor! No le cuente a mi mami no quiero que me castigue.

–Pero, que dices criatura, tu madre debe saber lo que te ha pasado, ella es una mujer muy buena, no te va a castigar, porque tú no tuviste la culpa.

–¡No, señorita!, no le avise nada, tengo vergüenza y mucho miedo porque ese hombre dijo que me va a matar si le digo algo a mi mami.

–No debes tener miedo ni vergüenza, Anita. Tú eres una víctima de ese mal hombre, él debía respetarte y respetar tu cuerpo, además, si cuentas lo que él te hizo evitarás que lo vuelva a hacer contigo y con otras niñas. Tienes que ser valiente, criatura. Tú siempre has sido una niña muy inteligente y buena y yo voy a apoyarte en todo lo que sea necesario, –aseguró la maestra. Vamos, te llevaré a mi casa a comer algo, hablaré con tu madre para decirle que no se preocupe, que estás conmigo.

Luego del almuerzo, la maestra dijo que tenía que salir un momento y dejó a Anita en su casa al cuidado de su madre que la trató con mucho cariño, además Anita

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estaba encantada jugando con la hermosa bebita, hija de la maestra.

Se dirigió a la fábrica donde trabajaba la mamá de Anita, a quien había advertido que iba para allá porque tenía que hablar con ella sin que la niña esté presente.

Al llegar, la madre la recibió muy preocupada. La maestra la llevó al reservado de la psicóloga del lugar quien era amiga suya y a la que brevemente había hablado para pedirle le facilite su oficina para tratar la situación con la señora.

Una vez instaladas en el interior, la maestra pidió mucha calma a la mujer y le narró la triste historia. La madre de Anita a medida que escuchaba, se hundía más en su asiento, llorando desesperadamente. Cuando la maestra terminó de hablar, la madre se levantó del asiento y gritó.

¡A ese maldito, lo voy a buscar donde esté y lo mato!

–Cálmese, –expresó la maestra– tomando de las manos a la mujer y ayudándole a tranquilizarse. Le indicó que lo que debía

hacer era acudir a la Fiscalía y poner una denuncia, –yo la acompañaré en todo lo necesario. Ahora lo más importante es su actitud frente a la niña.

Ella está temerosa de su reacción, piensa que la ha defraudado y que usted se enojará con ella.

–¡Mi pobre pequeña! Cómo voy a enojarme con ella si yo tengo la culpa por dejarla sola

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tanto tiempo –sollozó la madre. Lléveme con ella, señorita maestra, por favor, y gracias por todo lo que hace por nosotras.

Cuando llegaron a casa de la maestra, la mujer, al ver a la niña, le extendió los brazos diciendo:

¡Hijita! Por qué no tuviste confianza para contarme...

No acabó de hablar porque la pequeña se arrojó en sus brazos llorando desesperadamente.

–Yo no tuve la culpa, mamita ...ese señor me dio un caramelo y la cabeza empezó a darme vueltas ... ese hombre malo, es malo ... dijo la niña entre sollozos entrecortados.

La madre la abrazó tiernamente empezando a llorar con ella.

–No te preocupes, mi amor, tú no tienes la culpa. Mañana mismo iremos a denunciar esto. Ese mal hombre tiene que ser castigado para que no haga a otras niñas lo que a ti te hizo. No tengas miedo, yo estoy contigo.

Al día siguiente, después de pedir permiso en su trabajo, la madre de Anita, junto con la maestra la llevaron a la Fiscalía para hacer la denuncia, una médica examinó a la niña y comprobó el ultraje físico por lo que la remitieron a una institución especializada de apoyo para estos casos donde se les daría tratamiento psicológico tanto a la niña como a su madre.

El abusador fue detenido para las investigaciones pertinentes.

Los empleadores de la madre de Anita tuvieron la sensibilidad suficiente para comprender el problema y concedieron a la mujer unos días de permiso.

Anita y su madre han tenido que sortear muchas dificultades, como enfrentar el prejuicio de sus mismos vecinos que muchas veces condenan a la víctima, pero han contado con gente buena y profesionales idóneos que han estado pendientes de su caso, ayudándoles a superar los problemas.

La maestra de Anita ha ido con frecuencia a la casa de la niña para instruirla porque

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han sido varios días los que no ha ido a la escuela, pero ya se ha integrado a sus actividades e intenta hacer una vida normal.

Hay todavía noches, en que la niña despierta bañada en sudor y gritando de miedo. Su madre le ha permitido hasta que pase la crisis, compartir el dormitorio, la abraza hasta calmarla y logra que vuelva a dormirse.

En el Centro Integral de la Familia, una institución de apoyo para estas situaciones dolorosas y complejas, a la que asiste periódicamente, ha sido su caso tratado con mucho cariño y profesionalismo, los miembros de ésta entidad están seguros que llegará un día en que todo lo ocurrido será como un mal sueño, una pesadilla que se acabará cuando Anita comprenda que fue víctima de una mala circunstancia y que no tiene porque sentirse avergonzada por algo que ella no buscó.

También ha comprendido que no puede confiar en desconocidos, en personas cercanas que le piden hacer cosas que no

le gusta. Que no debe aceptar caramelos o regalos que pueden contener drogas.

Y lo más importante, ha aprendido que hay que ser valiente y no tener temor para denunciar a quienes hacen daño a los niños, niñas o adolescentes, pues la verdad siempre prevalecerá por sobre todas las cosas.

Pronto con mucho amor y paciencia Anita superará esta difícil experiencia.

Fin

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