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Penas y alegrías de la arqueología peruana: Reflexiones a partir de las prácticas arqueológicas de la sierra sur-central del Perú. Por: Edna Quispe Loayza 1 1. Introducción Sin duda una de las mayores preocupaciones de los arqueólogos desde mediados del siglo pasado ha sido y será la producción del saber o conocimiento. Pero, mas allá de exigir la acumulación de un conocimiento empírico siempre se ha buscado incentivar una producción del conocimiento en un contexto eminentemente teórico, pues es indudable que el pensamiento arqueológico (como cualquier otra disciplina científica) se relaciona con la teoría arqueológica en el conjunto de las ciencias humanas y el pensamiento en general. Sin embargo, esta tendencia no siempre ha sido de interés generalizado ni explicito al interior de una comunidad científica, principalmente la arqueológica; motivo por el cual, es tradicional ver una división implícita al interior de las disciplinas donde inconscientemente se constituyen los grupos de “teóricos” y “empíricos”; pues hay quienes, en el peor de los casos, sólo nos preocupamos por la acumulación de datos empíricos o sólo por cumplir con nuestras responsabilidades frente a las exigencias de las instituciones patrocinadoras o de aquellas que requieren de nuestros servicios, esto ultimo a raíz del proceso de profesionalización de la arqueología, dejando de lado la producción teórica; ausencia o “silencio teórico” que en nuestro contexto socio-cultural se ha hecho mucho mas marcado. Pero esa es otra historia. Por otro lado, considero importante reflexionar si efectivamente existe una división tan marcada entre los “teóricos” y “empíricos” pues estos no son exclusivos sino inclusivos pues nadie podrá alegar que la producción teórica sin un referente empírico ni viceversa. Sin duda, la producción teórica está más vinculado con las motivaciones de los que practican la arqueología; así pues, la praxis arqueológica estará influenciada por los intereses de cada 1 Estudiante del Magíster de antropología UTA/UCN, Arica, Chile. Mail to: [email protected] 1

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Penas y alegrías de la arqueología peruana: Reflexiones a partir de las prácticas arqueológicas de la sierra sur-central del Perú.

Por: Edna Quispe Loayza1

1. Introducción

Sin duda una de las mayores preocupaciones de los arqueólogos desde mediados del siglo pasado ha sido y será la producción del saber o conocimiento. Pero, mas allá de exigir la acumulación de un conocimiento empírico siempre se ha buscado incentivar una producción del conocimiento en un contexto eminentemente teórico, pues es indudable que el pensamiento arqueológico (como cualquier otra disciplina científica) se relaciona con la teoría arqueológica en el conjunto de las ciencias humanas y el pensamiento en general.

Sin embargo, esta tendencia no siempre ha sido de interés generalizado ni explicito al interior de una comunidad científica, principalmente la arqueológica; motivo por el cual, es tradicional ver una división implícita al interior de las disciplinas donde inconscientemente se constituyen los grupos de “teóricos” y “empíricos”; pues hay quienes, en el peor de los casos, sólo nos preocupamos por la acumulación de datos empíricos o sólo por cumplir con nuestras responsabilidades frente a las exigencias de las instituciones patrocinadoras o de aquellas que requieren de nuestros servicios, esto ultimo a raíz del proceso de profesionalización de la arqueología, dejando de lado la producción teórica; ausencia o “silencio teórico” que en nuestro contexto socio-cultural se ha hecho mucho mas marcado. Pero esa es otra historia. Por otro lado, considero importante reflexionar si efectivamente existe una división tan marcada entre los “teóricos” y “empíricos” pues estos no son exclusivos sino inclusivos pues nadie podrá alegar que la producción teórica sin un referente empírico ni viceversa. Sin duda, la producción teórica está más vinculado con las motivaciones de los que practican la arqueología; así pues, la praxis arqueológica estará influenciada por los intereses de cada científico y/o comunidad científica al cual representen; así como por las influencias que ejercen sobre ellos el contexto sociocultural y político donde estos de desenvuelven.

De acuerdo con las ideas anteriores, el presente ensayo tiene por objetivo hacer una revisión de la práctica arqueológica peruana tomando como ejemplo específico las investigaciones arqueológicas de la región sur-central2 del Perú

1 Estudiante del Magíster de antropología UTA/UCN, Arica, Chile. Mail to: [email protected] La región sur-central del Perú está constituido por los territorios de los departamentos políticos de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica, una de las regiones más afectadas por la pobreza. Área geográfica que desde la época prehispánica formaron parte de un mismo proceso cultural motivo por el cual algunos preferimos considerarla como un área cultural (e.g. durante las dos ultimas décadas del siglo XX esta área fue el escenario socio-político y

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concentrándonos en aquellas desarrolladas en el departamento de Ayacucho. Para el efecto hemos dividido el presente en dos partes. La primera esta enfocada en hacer un recuento, casi histórico, del desarrollo de la arqueología como disciplina científica en el contexto mundial y latinoamericana. Escenario teórico-metodológico que nos servirá para contextualizar, en la segunda parte, los enfoques arqueológicos que han seguido cada uno de los autores que han contribuido en el desarrollo de la arqueología en la región sur-central peruana (ver mapa).

No obstante, debido a la amplitud temporal y espacial del área cultural e influenciado por nuestros lineamientos de investigación sólo nos concentraremos en aquellos trabajos que involucren los dos últimos periodos de la prehistoria regional, a la que los arqueólogos hemos denominado Periodo Intermedio Tardío/Estados Regionales Tardíos (ca 1000 – 1440 d. C.) y Horizonte Tardío/Imperio Inka (1440-1535). Esto nos permitirá aproximarnos a los planteamientos relacionados al proceso de incorporación Inka en las sociedades locales y de sus mecanismos de dominación impuestos, por sus gobernantes, sobre las poblaciones locales; que sin duda jugaron un rol muy importante y hasta determinante en la toma de decisiones de los líderes cusqueños al momento de planificar la expansión y conquista de nuevos territorios al Tawantinsuyu.

Para tal efecto, hemos revisado, a nuestro juicio, los reportes más representativos en la que hemos procurado identificar los lineamientos teóricos y metodológicos, definidos a partir de sus principales aportes, que primaron en cada uno de sus autores. Para finalmente evaluar los logros (alegrías), desaciertos y limitaciones (penas) que la práctica arqueológica regional ha afrontado desde mediados del siglo pasado hasta hoy en día. De ahí la razón del título del presente ensayo.

2. Desarrollo De La Arqueología como Ciencia

La arqueología desde su aparición hasta la fecha ha progresado tanto en sus lineamientos teóricos y metodológicos con la visión de optimizar la comprensión de las sociedades a partir de su cultura material. Resumiéndose su desarrollo en el contexto global a través de tres paradigmas esenciales: la primera, denominada como la arqueología tradicional o Histórico Cultural o también denominada “vieja arqueología”; la segunda como, arqueología Procesual o “New Archaeology” y la tercera genéricamente conocida como la arqueología Postprocesual (Ver al respecto M. Johnson, 2000; Criado, 1999; Politis, 2003; entre otros. Sin embargo, esta división no parece ser tan simple pues fuera de estas tres existe un cuarto grupo que teóricamente se diferencian de las anteriores, así pues desde la década de los 60´S contamos en el contexto de la comunidad arqueológica latinoamericana la presencia de una “escuela teórica”3 conocida como la Arqueología Social o Marxista, que en

geografico de la mayor violencia desatada, en el Perú, por el grupo terrorista Sendero Luminoso). 3 Concepto tomado de Luis G. Lumbreras (2005: 9).

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las ultimas décadas viene ganando adeptos en la comunidad europea (principalmente España) y norteamericana. El mismo que desde la perspectiva de G. Politis (2003), la variante no tendría un cuerpo teórico unificado ya que las metodologías aplicadas y posiciones intelectuales de sus practicantes disienten ampliamente.

A pesar de esta falta de consenso los cambios de paradigmas de la arqueología son claras evidencias de su desarrollo como disciplina científica; proceso científico que ha “permitido eliminar a dios y la providencia como dispositivos para explicar el mundo y los habría sustituido por la Razón objetiva, síntesis suprema del razonamiento positivo (ie., la posibilidad de predecir científicamente las causas en todo) y la racionalidad técnica (ie., la intención de usar ese saber para doblegar el mundo y maximizar el sistema”… (Criado, 1999: 2).

La anterior propuesta refleja esa búsqueda incesante por parte de los arqueólogos (perspectiva predominantes en los científicos en general), de mejorar y cambiar los fundamentos teóricos y metodológicos de una disciplina científica (en este caso la arqueología) que busca comprender científicamente la interacción de la sociedad y el mundo (dimensión social); que en sus principios tuvo un desarrollo ampliamente empirista y que en la actualidad se encuentra dominado por una lógica positivista. De hecho, esta conjunción epistemológica (teoría de la ciencia) nace en la Modernidad en pos de alcanzar el conocimiento o saber de esta dinámica social (en el caso de la arqueología a través de su cultura material). Tendencia que no fue aceptada con unanimidad motivo por el cual a finales del siglo pasado el Positivismo (búsqueda de la explicación objetiva de los hechos naturales) fue mitigado por la tradición Fenomenológica (búsqueda de la comprensión subjetiva de los fenómenos sociales) que consolidó la ruptura entre las ciencias naturales y las sociales al reconocerse la imposibilidad de dar cuenta de los segundos desde las primeras. A pesar que la fenomenología viene siendo arduamente criticada por sus fundamentos idealistas ha permitido mostrar las limitaciones del razonamiento positivo (parcialmente aceptado por la comunidad científica y en su mayoría por representantes del Postprocesualismo) motivo por el cual hoy en día, una vez más, la comunidad científica en general (incluidos los arqueólogos) se encuentran en la búsqueda de un corpus teórico-metodológico que esta vez intenta aproximarse a los fenómenos que tienen que ver con la sociedad y el ser humano como hechos sociales, desde dentro de su dimensión social, y no sólo como ‘cosas’ externas (medio ambiente, crisis ecológica) con el objetivo de integrar al hombre y la sociedad en sus programas de investigación.

En ese contexto, son muchos los arqueólogos que han discutido y tratado el desarrollo de la arqueología contemporánea en su contexto mundial y de sus implicancias teóricas y metodológicas. Intento de consenso que ha causado confrontaciones o polémicas muy agudas entre los partidarios o representantes de las diversas posiciones teóricas arqueológicas. Al respecto se puede revisar varios volúmenes de sintesis y crítica del desarrollo de la

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arqueología como disciplina científica entre los que destacan los trabajos de Lewis Binford (2004), Bruce G. Trigger (1992), Ian Hodder (1994), Matthew Jonson (2000), Felipe Criado (1999), entre otros de destacada trayectoria. Mientras que en el panorama de la arqueología latinoamericana destacan Luis F. Bate (1998), Manuel Gándara (1993), Gustavo Politis (2003) y Luis G. Lumbreras (2005), entre otros.

Todos ellos convergen en la propuesta de que la arqueología desde sus inicios ha logrado avanzar en el conocimiento de las sociedades (principalmente del pasado) a partir de su cultura material; estos últimos analizados bajo diversas posiciones teóricos y metodológicos cuyo “intento” de consensuarlas en el contexto general ha producido constantes confrontaciones entre ellas. Sin embargo, debemos entender este desarrollo arqueológico como un cambio progresivo y acumulativo pues de ninguna manera la aparición de un paradigma u otro implica la desaparición o el abandono total de las anteriores. Pues desde mi perspectiva, hasta la fecha, se sigue desarrollando arqueología bajo las modalidades arriba mencionadas, al menos en el área regional en el que contextualizaremos la presente discusión.

Para finalizar es importante mencionar que últimamente, hay quienes vienen sugiriendo un nuevo cambio paradigmático de la arqueología. Por ejemplo, Felipe Criado, sugiere que en la actualidad (por lo menos en la comunidad europea, más específicamente la española) la arqueología se preocupa o viene buscando la socialización del “saber” arqueológico producto de una relación existente entre la Arqueología del Paisaje4 (que el practica) con la gestión del Patrimonio. Tal como lo resume en el siguiente párrafo: “Finalmente también podría ser parte importante del curso tratar la relación (podríamos decir que “privilegiada relación”) de la Arqueología del Paisaje con la Gestión del Patrimonio, y por aquí accederíamos, de rondón, al tema del Patrimonio, su gestión y la transformaciones actuales de la Arqueología, dentro de la cual apostamos claramente por una Arqueología Aplicada, planteando de hecho una redefinición del concepto Arqueología, como tecnología o como tecnociencia” (2005. comunicación personal)5.

3. Desarrollo de la Arqueología de la sierra sur-central peruana

Antes de comenzar con la revisión de los diversos trabajos arqueológicos de esta región prefiero detenerme en un tema puntual para realizar una adecuada contextualización de estos estudios en el desarrollo de la arqueología regional y peruana. En ese sentido es necesario establecer cuales fueron los paradigmas arqueológicos que han influenciado en el desarrollo de

4 Es “un Programa de Investigación, con vocación integradora dentro de la Arqueología, de base materialista, imaginaria, y estructural, y con orientación aplicada. Relacionada por lo tanto con los grandes debates, teóricos y prácticos, de la Arqueología en este convulso inicio del nuevo milenio” (Criado, 2005. Comunicación personal).5 Cita extraída del curso “Arqueología del Paisaje y conocimiento arqueológico” dictado por Felipe Criado en la Maestría de la Universidad de Tarapacá y Católica del norte de Chile. Julio, 2005.

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la arqueología peruana y de que manera estos influjos fueron reflejándose en los trabajos de los arqueólogos, principalmente los nacionales.

La arqueología científica en el área andina se dio inicio con los trabajos de Max Uhle. En el Perú, fue el primero en realizar excavaciones para registrar los datos empíricos (Lumbreras, 2005). Pero sin duda, la década de los 30´S del siglo pasado, fue el escenario temporal donde convergieron varias perspectivas arqueológicas entre las que destacan las propuestas del arqueólogo nacional Julio C. Tello y de la “escuelas norteamericanas” como representantes de los Históricos Culturales. Efectivamente en los años en que el Difusionismo y el Historicismo Cultural adquieren importancia en Norteamérica en países latinoamericanos como Perú se desarrolló un movimiento denominado Indigenismo, el mismo que sirvió de marco ha Tello para desarrollar sus investigaciones.

Los partidarios de la escuela norteamericana con sus respectivas variantes introdujeron técnicas sofisticadas para la organización y análisis del material arqueológico principalmente la cerámica. Por un lado, Alfred Kroeber y colegas (procedentes de la universidad de Berkeley, California.), retomando las propuestas de Uhle, introdujeron las excavaciones (pozos de sondeo) por niveles arbitrarios y recolección de material de superficie al proceso de registro arqueológico. Por otro lado, Wendell C. Bennett incorpora el muestreo estadístico al estudio de la cultura material de las sociedades prehispánicas; destacando su amplia preocupación en la búsqueda de muestras de valor estadístico antes que unidades de contexto cualitativamente significativos que los de Berkeley habían introducido. Proceso interpretativo que consistió en establecer asociaciones entre unos elementos y otros (recurrencia de rasgos por presencia –ausencia) con la finalidad de “construir” unidades temporales (e.g. fases), y espaciales (e.g. culturas). En ese sentido la descripción de las formas de los objetos arqueológicos son fundamentales para constituir sus tipologías y seriaciones las mismas que les permitieron ordenar secuencias cronológicas regionales; sumándose a lo anterior el excesivo uso de las fuentes etnohistóricas y lingüísticas.

Por otro lado, paralelo a las anteriores, la propuesta arqueológica de Tello, para su época, causo polémica. Pues a diferencia de los anteriores, él se preocupó por entender el “proceso andino y no de ordenar secuencias” (Lumbreras, 2005: 300), de hecho su mayor inquietud fue esclarecer temáticas como el proceso de “domesticación de plantas” y el “dominio del hombre sobre el medio”; De acuerdo a Lumbreras, sus perspectivas arqueológicas se habrían adelantado algunas décadas, pues recién en los 70´S (con la introducción de la Nueva Arqueología) se retomarían cómo válidas muchas de sus “intuiciones” (op. Cit. 2005: 300) anteriormente tachados de no científicas por no haber sido partidario del “inductivismo” predominante aunque hayan compartidos casi las mismas técnicas de registro.

No obstante, al menos hasta los 70´S aproximadamente, la tendencia de mayor aceptación en el Perú fue la escuela norteamericana, quienes lograron

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varios adeptos peruanos, destacando Ramiro Matos y Duccio Bonavía. Un buen ejemplo de la aceptación de sus propuestas metodológicas en el Perú es que, hasta la actualidad, seguimos utilizando la secuencia matriz establecida por John H. Rowe6 para la época prehispánica de los andes centrales: Horizontes (Temprano, Medio y Tardío) y Periodos Intermedio (ver Rowe, 1961 y 1962). Bajo este criterio el proceso cultural de la región ha sido sintetizado y generalizado sin tomar en cuenta aspectos relevantes e importantes para el entendimiento integral de las diversas sociedades que la habitaron antes de la ocupación española7 (ver nota de pie).

Pero así como ganaron partidarios, hacia los 50´S, comenzaron las críticas a sus procedimientos explicativos utilizados en el razonamiento arqueológico (fundamentos teóricos) más que en sus procedimientos técnicos. Siendo el

6 ? John H. Rowe es uno de los mas destacados representantes de Berkeley quién corrigió y afino los procedimientos metodológicos para obtener un mayor grado de precisión en la construcción de las secuencias cronológicas y culturales.7 Esta región principalmente la ayacuchana se caracteriza por su larga trayectoria cultural que se dio inicio hacia los 10 000 años a.C. etapa en que sus valles son pobladas por sociedades de cazadores y recolectores, principalmente en Pikimachay, etapa que conocemos como el Periodo Lítico (10 000 – ca 5500 a.C.). Seguido por el periodo de los descubrimientos conocido como el Periodo Arcaico (ca 5500 – 1800 a.C.) Cuyas fases finales se caracteriza por el “descubrimiento” de la agricultura y domesticación de animales (principalmente camélidos). Seguido por el Horizonte Temprano o Formativo en la que destaca el complejo arqueológico de Wiqchana contemporáneo a Chavín. Esta tradición cultural va alcanzando diacrónicamente diferentes niveles de complejización social llegando al Periodo Intermedio Temprano (200 a.C. – 550 d.C.) en la que destaca una tradición local denominado Warpa que posteriormente al interaccionar con las sociedades de Tiwanaku (del altiplano) y Nasca (de la costa sur peruana) darían lugar a la emergencia del Imperio Wari (Horizonte Medio/550-1100 años d.C.). Este ultimo considerado como la primera sociedad expansionista de los andes centrales. Al decaer Wari en sus territorios se instalan una confederación multiétnica comúnmente llamada Chanka (Periodo Intermedio Tardío/1100 – 1440 años d.C.), los mismos, que luego de mantener una cruenta “guerra” con sus invasores serían incorporados al dominio del Imperio Inka (Horizonte Tardío/1440-1535), este ultimo considerado como la segunda sociedad expansionista de los andes centrales; desarrollo cultural que sería interrumpida con la invasión europea. En efecto, al ocaso del imperio de los Inka los españoles, luego de resistir cruentos enfrentamientos con los naturales y mitimaes de la zona, asumen la administración de la región mediante la instalación de un centro administrativo asentado en Vilcashuamán.

Este aparente orden secuencial del contínuum cultural de la región, reflejado en las diversas publicaciones arqueológicas presenta muchas ambigüedades y lagunas arqueológicas. Pues desde mí punto de vista sólo aquellos que tratan los periodos más tempranos (del Lítico hasta Horizonte Medio) serían los más verosímiles; pues estas cuentan con una base empírica testeada en el registro arqueológico. Mientras que los planteamientos que fundamentan los hechos de los dos últimos periodos (Intermedio Tardío y Horizonte Tardío) tendrían un sustrato más histórico que arqueológico pues son pocos, por no decir ninguno, los arqueólogos que se han preocupado por testear las fuentes históricas con el registro arqueológico (crónicas, etc.), principalmente aquella información relacionada con el Impacto Inka en la región.

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norteamericano W. Taylor (1948) unos de los primeros en mostrar su insatisfacción frente a la arqueología tradicional, que según él, explicaba la variabilidad de la cultura material en función de influencias de un grupo a otro motivo por el cual abogó por una arqueología más integral.

No obstante, el acontecimiento que marca el inicio del cambio de paradigma en la arqueología mundial y peruana, se produce a mediados del siglo XX, cuando Gordón Willey en 1953 publicó “Prehistoric Settlement Patterns in the Virú Valley, Perú”. Donde muestra los resultados de sus investigaciones en la costa norte peruana, en el que estudia cientos de yacimientos arqueológicos ubicados a lo largo del valle Virú, evidenciando una ocupación precolombina de casi 1500 años. Quién influenciado por J. Steward en su razonamiento arqueológico y la innovación del trabajo de campo explicó los “cambios culturales” de las sociedades del valle a partir de la distribución geográfica de sus yacimientos en distintos periodos de ocupación. Innovación técnica que consistió en el uso de mapas detallados, fotografías aéreas, realización de prospecciones, excavaciones y recolección superficial de cerámica. Convirtiéndose de esta manera en el primer estudio de patrón de asentamiento en la historia de la arqueología.

Este razonamiento arqueológico de base inductiva, posteriormente será retomado y afinado por los arqueólogos de la Nueva Arqueología bajo el enfoque del positivismo lógico; el mismo que en los 30 Julio C. Tello ya había insinuado. Tomando mayor fuerza en los años 70.

Sin duda una de las escuelas teóricas que más adeptos logró durante esta etapa es la denominada Arqueología Social liderada por Lumbreras. Tendencia arqueológica que coge postulados y conceptos del materialismo histórico. Desarrollo teórico que posee ciertos problemas, ya que es una tendencia arqueológica que adopta un discurso más explicativo con fines políticos y en aras de su uso social aunque la verificabilidad, de estos discursos, en el registro arqueológico no ha sido posible hasta la fecha (véase más adelante la problemática de los Chanka). Sin embargo, a pesar de sus intentos de explicar los procesos culturales de cada una de las regiones en que han intervenido no han logrado mayores logros a excepción de acumular una gran base de datos que han sido interpretados bajo modelos teóricos muy eclécticos. Principalmente porque las evidencias materiales sobre las que construyeron sus interpretaciones históricas son recogidas mayoritariamente de investigadores con tendencias teóricas diversas y muchas veces incompatible con el materialismo histórico.

4. Arqueología regional del Periodo Intermedio Tardío (“Chanka”) e Horizonte Inka

Las investigaciones realizadas durante este periodo son eminentemente de carácter histórico, a excepción de algunos reportes sobrevalorados, y así cómo ya lo había sugerido Lumbreras se trataría del periodo más próximo a nosotros pero sin embargo sería el más oscuro o desconocido (1975:195).

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Pues, esta es una etapa de lagunas o silencios arqueológicos del cual poco o casi nada conocemos. Y lo poco que sabemos ha sido reconstruido en base a los escritos de cronistas y viajeros sin muchos intentos de testearlos en el registro arqueológico8 y/o de aquellos trabajos de intelectuales autodidactas aficionados a la arqueología.

Desde nuestra perspectiva son varios los factores que han producido este oscurantismo cultural de la región. Entre los principales estarían: La falta de interés entre la mayoría de arqueólogos nacionales en la producción de un corpus teórico priorizando lo empírico y otorgándole, implícitamente, esta tarea a nuestros colegas extranjeros y por defecto produciéndose un sesgo científico sistemático, por supuesto, esto ultimo, es legítimo a las orientaciones de cada uno de los paradigmas arqueológicos que han influenciado en la practica arqueológica regional y principalmente a problemas de financiamiento. Seguido por la practica de una arqueología impresionista o monumentalista, las consecuencias de la “violencia” socio-política por el cual atravesó el Perú y finalmente el proceso de profesionalización de la arqueología.

Sesgo científico sistemático:En los últimos años, al evaluar la trayectoria de las investigaciones recientes en los andes centrales, específicamente aquellos que abordan la temática inka en la sierra sur central peruana (principalmente Ayacucho), notamos un desinterés entre los arqueólogos, con algunas excepciones, por esclarecer el proceso previo o transición de una organización social menos compleja (Cacicazgos) hacia una más compleja como son las sociedades estatales o imperiales (es decir el proceso de complejización de las sociedades andinas). Pues la mayoría de ellos están concentrados en realzar una historiografía regional sin correlato arqueológico (a la usanza de los Históricos Culturales) y en esclarecer diversos aspectos del proceso expansivo de estados o imperios ya constituidos: específicamente el Inka y Wari, como se viene haciendo en otras partes de nuestro país9. Sin embargo, no han tomado en cuenta cuales son las causas y consecuencias que han producido la emergencia o consolidación de este tipo de sociedades en esta parte del área andina, considerado cómo el núcleo de una de las primeras sociedades prehispánicas expansivas: los Wari. Más aún, que tipo de implicancias socio-culturales tuvo la introducción de un nuevo sistema de organización foránea en las poblaciones locales que habitaron estos territorios luego de colapsar el primer imperio andino (Wari) y previo a la emergencia del segundo: El Inka. Pues apenas en los últimos años el interés por estas problemáticas se ha introducido en el quehacer arqueológico regional.

Arqueología impresionista:

8 A excepción de algunos intentos de Gonzáles-Carré pero consideramos que aún son insuficientes. 9 En Perú los trabajos de B. Bauer (1996) y D´Altroy, et al serían como los estudios tipo que vienen tomando en cuenta este tipo de problemáticas. El primero concentrando sus investigaciones en el área nuclear Inka (Cusco) y el segundo en territorio de los Wanka, sierra central peruana.

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Añadiéndose, al sesgo científico y sistemático, el interés casi generalizado por practicar, en el Perú, una arqueología impresionista o monumentalista que radica básicamente en ejecutar proyectos consecutivos y periódicos en sitios de gran envergadura; como Chavín, Pachacamac, Moche o Wari, entre otros; dejando al margen el estudio de los sitios no monumentales o rurales. Práctica que caracteriza a la arqueología regional desde los años 30.

Ya sea por falta de presupuesto, la facilidad con que se encuentra financiamiento para la investigación de sitios monumentales, la distancia (desde una ciudad próxima) e inaccesibilidad de los sitios, la poca “relevancia” arqueológica que se les otorga o la marginalidad de un sitio o área geográfica para el esclarecimiento de las problemáticas en discusión. Motivo por el cual predomina el estudio de sitios tipos. Hechos que conducen al desconocimiento total o parcial de los procesos culturales regionales o locales produciendo generalizaciones con poco sustento arqueológico pues como ya lo hemos mencionado anteriormente los estudios arqueológicos predominantes son producto de la aceptación de la historiografía regional.

No obstante, estos no serían los únicos motivos que han producido el oscurantismo arqueológico al que hago referencia líneas arriba. Pues, en los últimos tiempos a este listado se habrían agregado dos aspectos vinculados a problemas contemporáneos de nuestro país. Específicamente me refiero al problema de la “violencia” socio-política por el que atravesó el Perú y al proceso de profesionalización de la arqueología directamente vinculado al afán progresista de los diversos países sudamericanos.

“Violencia” socio-política de la región:Nuestro país, en la década de los 80´S y 90´S fue el escenario de la insurgencia del movimiento político Sendero Luminoso. Situación histórica y política que produjo un periodo de inactividad en la práctica arqueológica de la región que no sólo repercutió en la comunidad arqueológica nacional sino también en el contexto internacional. Pues muchos proyectos de investigación extranjera se vieron obligados a suspender sus trabajos de campo (principalmente los dedicados al esclarecimiento de la problemática Wari y de aquellos vinculados a periodos más tempranos) y en el mejor de los casos tan sólo se preocuparon por el procesamiento de datos empíricos obtenidos con anterioridad a los 80´S.

Inestabilidad socio-política que no sólo afecto a la región sur central peruana, centro de operaciones de Sendero Luminoso, sino al país entero. En el contexto arqueológico produjo la cancelación temporal de programas de investigación efectuadas en la región y en otras partes del área andina por falta de garantías a la integridad de sus diversos miembros, tal como sucedió con “The Upper Mantaro Project” dirigido por el norteamericano T. Earle. Quienes estaban preocupados por determinar el tipo de impacto ocasionado por los Inka en la vida cotidiana de los grupos locales: Xauxa y Wanka, de la sierra central peruana. Interrupción que D´Altroy resume en la siguiente frase “desafortunadamente, las investigaciones en el centro de Hatun Xauxa fue

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perturbado por la agitación política” (1997:36; la traducción es mía) que atravesaba la zona de estudio.

Situación de violencia e inseguridad generalizada principalmente en zonas rurales e inhóspitas que caracterizan a las poblaciones de esta región principalmente las más alejadas de las ciudades o centros poblados importantes de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac. Área geográfica, que durante las últimas décadas del siglo pasado ha soportado uno de los problemas sociales más violentos de la historia peruana. “Topografía accidentada”, que según Vivanco (2001), habría sido elegido, por los líderes de Sendero Luminoso, como un espacio apropiado para desarrollar las estrategias de su movimiento armado motivo por el cual se constituyó en uno de los territorios más abandonados por el Estado peruano, declarándolo zona de extrema pobreza por los organismos mundiales y del gobierno central. Todo esto produjo “estancamiento y restricción de su desarrollo” y por ende en la investigación de las zonas arqueológicas de la región que produjo un desconocimiento de las sociedades prehispánicas.

Proceso que interrumpió varios programas de investigación arqueológica cómo es el caso del complejo arqueológico Inka de Vilcashuamán y sus alrededores provocando un retraso en el estado de conocimiento de la prehistoria regional y local donde hasta la fecha continúan vigentes las propuestas arqueológicas de los años 60. A pesar que la zona es y ha sido reconocido por muchos como una zona clave para entender el proceso expansivo Inka así como para rastrear el origen de su formación estatal que más tarde se tornaría en un estado imperial panandino (ver al respecto Hyslop, 1990). Este mismo autor al tratar sobre la importancia del uso de terrazas en el patrón constructivo Inka anota que “Another example of the Inka terracing is at Pomacocha near Vilcas Waman (Luis G. Lumbreras, personal comunication, 1988). The area has been controlled by Peru’s revolutionary movement, the Shining Path, for the last several years, so there are few prospects that this Inka settlement will be invstigated in the future”(Hyslop, 1990:330). Así como esta zona fueron cientos los que no pudieron ser registrados o incluidos en las investigaciones principalmente aquellas que se encuentran emplazadas en zonas de díficil acceso u oteros (ver Vivanco, 2001; Gonzales, 1989, ). Patrón de asentamiento que caracteriza a las poblaciones locales preincaicas que tradicionalmente se vincula con los “Chanka” pero que hasta la fecha no cuenta con un estudio sistemático que discuta la verdadera identidad de los grupos etnicos locales que habitaron la región antes de la introducción Inka.

Un claro ejemplo de esta zozobra generalizada causada por las acciones de este movimiento político dio cómo resultado la muerte del colega ayacuchano, aún estudiante, Pompeyo Ichaccaya, quién “perdió la vida en circunstancias desafortunadas” (Valdez y Vivanco, 1994: 145 y 155) en las alturas de la Cuenca del Pampas cuando llevaba a cabo inspecciones arqueológicas preliminares. Evento que obligó a los arqueólogos L. Valdez y C. Vivanco modificar su programa de prospecciones arqueológicas regionales viéndose obligados a circunscribirse a la micro cuenca del Qaracha, ubicado al sur de la

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ciudad de Ayacucho, el mismo que inicialmente había considerado el registro de la macro cuenca del Pampas, principal sistema hidrográfico de la región.

Profesionalización de la arqueología:Finalmente, un cuarto y casi reciente factor es la profesionalización de la arqueología, evento que ha producido el distanciamiento de los arqueólogos de la investigación arqueológica y por tanto de la producción teórica. Tal como lo sugiere la siguiente cita: “la arqueología del Perú ha tenido evidentemente un distanciamiento de las ciencias sociales y las humanidades. El arqueólogo peruano es cada vez más un profesional interesado en el manejo eficaz de técnicas para estudiar y conservar el patrimonio cultural material del Perú que en un académico o humanista; este ultimo, si bien maneja las técnicas fundamentales, está preocupado por analizar, comprender, explicar y comprometerse con el mensaje de cultura e historia de los antiguos pueblos del Perú en su proceso” (Lumbreras, 2005: 9)

Este alejamiento de la práctica académica se habría producido por el relativo impulso económico de nuestro país, principalmente los últimos 5 años. Mejora que ha permitido la ejecución de múltiples proyectos de desarrollo como son las construcciones de carreteras, mineroductos, gaseoductos, centrales hidroeléctricas, plantas de extracción minera, entre otros; construcciones que han producido la afectación y destrucción de yacimientos arqueológicos. Así como la inclusión en las leyes peruanas de las normas internacionales establecidas para el control del Impacto Ambiental (EIA), estudios donde se ha incluido el impacto arqueológico supervisado por el Instituto Nacional de Cultura (INC). Esto último ha generado un número considerable de puestos de trabajo para los profesionales en arqueología. Quienes necesariamente vienen brindado a sus contratantes sólo servicios técnicos en la ejecución de proyectos arqueológicos sin ningún marco de investigación o problemática alguna pues la mayoría de ellos están orientados al rescate y/o monitoreo de los bienes culturales. Si bien es una labor importante que está vinculado con el rescate y “salvaguarda” del patrimonio arqueológico esta modalidad de trabajo arqueológico no se ha preocupado en la producción teórica sino en la especialización técnica de quienes los practican.

Sumándose al anterior grupo los arqueólogos que forman parte del personal técnico de los museos nacionales o locales y de los programas de Puesta en Valor de los monumentos arqueológicos más representativos de la arqueología peruana (Wari, Caral, Kuelap, Chavín, Pachacamac, entre otros.), modalidad de trabajo arqueológico orientado a la ejecución de labores técnicas (excavación, rotulación y dibujo de cerámica, análisis de material cultural, conservación, inventario, etc.) y en menor grado a la investigación, pues la mayoría está orientado a impulsar el turismo cultural mediante la adecuación de los yacimientos arqueológicos en focos de circuitos turísticos otorgándoles un valor de uso social y por ende económico. Participar en este tipo de actividades ha permitido a los arqueólogos mejorar sus ingresos económicos pues generalmente son actividades bien remuneradas en comparación ha aquellas orientadas a la investigación que casi siempre cuentan con bajos

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presupuestos. Lo anterior no necesariamente refleja la preocupación de todos los arqueólogos de la región, pero sí, el de la mayoría. Pues hay casos en que por más de 20 años de investigación sus propuestas siguen sintetizando o retomando las propuestas de los arqueólogos tradicionales que fundamentaron sus estudios en las fuentes escritas sin ninguna preocupación por testearlos arqueológicamente. Y como consecuencia tenemos contadas publicaciones que edición tras edición nos repiten la misma historia (por ejemplo ver Gonzáles Carré, 1966. 1979, 1981, 1987, 1992, 2002a y 2002b).

Teniendo en cuenta los factores anteriores expuestos, sumados a la influencia de los paradigmas del quehacer arqueológico, continuaremos con la revisión de los trabajos efectuados en la región. Para luego precisar el progreso o retraso de la arqueología sur central peruana. Para ello revisaremos los trabajos siguiendo un orden cronológico (fecha de publicación). Previo a los 60´S: En estos tiempos se producen aportaciones importantes a la arqueología regional, en comparación a fechas anteriores, aunque estas en su mayoría fueron apreciaciones personales alejadas de perspectivas científicas dado que el registro arqueológico no fue obtenido mediante técnicas arqueológicas a excepción de alguna de ellas. De las cuales la mayoría estuvo vinculada al estudio de la sociedad Wari, y no a las sociedades más tardías (Chankas? e Inkas) que son objeto del presente. Revisando los reportes arqueológicos existentes podría generalizar que el periodo anterior a la década de los 60´S se caracteriza por la acumulación del dato empírico las mismas que abundan en descripciones de los restos arqueológicos y en el establecimiento de secuencias cronológicas para el área.

No obstante, frente a este escenario orientado a una arqueología monumentalista de la región destaca los trabajos de Arca Parró (1923) quién hace una revisión de base histórica, etnológica y arqueológica (observaciones directas) de la región donde habitaron los Chankas. En su primera publicación titulada ¿Donde vivían los Chankas? sitúa a este grupo étnico como los habitantes originales de la provincia de Andahuaylas (departamento de Apurímac) y Lucanas-Parinacochas (departamento de Ayacucho). Estableciendo una clara diferencia entre los grupos étnicos denominados Wankas y Pokras; asimismo establece la residencia de los Pokras en la antigua capital del desaparecido imperio Wari. En un posterior trabajo (véase Arca, 1939) sus planteamientos son afinados pues a partir de la revisión de crónicas (e.g. Garcilaso de la Vega, Cabello Balboa, Polo de Ondegardo, Betanzos, Cieza de León, Morúa y Pachacuti Yanqui, Guaman Poma de Ayala, entre otros.), otras fuentes documentales, reportes de trabajos previos y observaciones directas del registro arqueológico combinada con una detallado inventario de términos toponímicos establece que la región de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac habría sido el centro de operaciones de las tribus de “Anko Wallokc”. Estos últimos, desde su perspectiva, conformado por tres tribus: Wankas, Chankas y Pokras; las mismas que habrían estado constituyendo una “confederación tribal unida por vínculos naturales: territorio, lengua, caracteres raciales, parecida religión, costumbres semejantes, etc.”

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(1939:183). Las tres tribus habrían estado asentados en diferentes secciones de la sierra sur-central peruana; ya mas tarde los Wankas serían excluidas de esta confederación y pasarían a ser los principales actores de la cuenca del Mantaro10. Mientras que la nominación Chanka será generalizado para identificar tanto al grupo étnico del mismo nombre, a los Pokras y otros más.

Podríamos decir que intentó hacer una buena confrontación de los datos etnohistóricos con los arqueológicos pero cae en errores como asignar a la ciudad Wari como residencia Chanka (Pokras) que posteriormente es establecido como la capital de una sociedad más temprana (Horizonte Medio). Sin embargo, para el contexto temporal y el estado de conocimiento son aportes sumamente importantes. Así por ejemplo, es uno de los primeros en explicar el tipo de organización política (Jefes o aukikunas), social (clases sociales), ideológica y sustento económico de las sociedades locales (“tribus confederadas”) de la región.

Como puede verse es una etapa donde el trabajo de campo, principalmente las exploraciones arqueológicas, predominan; destacando entre ellos los trabajos de Salazar (1936) donde incluye las descripciones de las ruinas Inkas de Yanaccocha, ubicado en las inmediaciones del pueblo moderno de Quinua. Los reportes inéditos de la expedición arqueológica de la cuenca del río Pampas realizados por Carrera, et al (1945-46). Grupo al cual sumamos los trabajos de Pesse (1942) quien presenta una relación somera de algunas ruinas precolombinas de la provincia Chanca de Andahuaylas y algunos manuscritos con densas descripciones de la historia y arqueología de los Chanka. Tal parece que el ingreso de la escuela norteamericana a la región Ayacuchana, no produjo mayores cambios en el conocimiento de los grupos locales y su posterior incorporación al imperio Inka.

A diferencia de otras partes del Perú es una época en que la región ayacuchana recibe atención por diversas misiones arqueológicas norteamericanas y peruanas. Destacando entre ellos la preocupación por estudiar la capital de los Wari y sus alrededores. En 1931 Julio C. Tello visita algunos lugares ubicados en las cercanías de Huanta y Ayacucho prolongándose (hasta 1942) su interés por el estudio de la sierra central peruana. Destacándose en la región sus excavaciones en Wari y Conchopata.

También es importante resaltar la visita ha Wari por parte de arqueólogos norteamericanos John H Rowe, Donald Collier y Gordon Willey. Quienes a partir de esta visita realizaron la primera publicación sistemática sobre la cronología del área y definición de tipos cerámicos (Rowe et al., 1950). Basados en sus observaciones del registro arqueológico y de las colecciones existentes en Estados Unidos que fue constituida por Lila O´Neal, quién acompañó a Tello durante sus primeras campañas en la región. Ya ha mediados de los 50´S Wendell C. Bennet, de la Universidad de Yale, realiza excavaciones en los sitios de Wari, Conchopata y Acuchimay cuyos resultado fueron publicados en 1953. Constituyéndose en la base y forma de los trabajos sobre Ayacucho, en

10 Ver Terence D´Altroy et al 1992, Costins et al., 1989; etc.

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la medida que fue el primer programa de excavación formulado sistemáticamente. Experiencias que aportaron (al conocimiento de la época Wari) e influyeron en la practica arqueológica de la época pero que ha futuro no obtuvieron mayores logros ni adeptos que continuaran sus labores.

Los 50´S es una etapa en la que se produce un incremento en la acumulación empírica más que en la teórica. Destacándose los trabajos del “joven” arqueólogo Luis G. Lumbreras (1956, 1957, 1958a, 1958b) quién se preocupó por realizar diversas expediciones en la sierra central. La primera estuvo codirigidas con D. Bonavía y F. Caycho (1958). Programa auspiciado por el Instituto de Etnología y Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (actual Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM). Temporada de campo que les permitió realizar excavaciones en “Aya Orqo”. Posteriormente, en compañía de otros colegas peruanos realiza otro Proyecto de Exploración que “dio lugar a la II Expedición a la sierra Central” (Lumbreras, 1975). Esto permitió identificar muchos yacimientos arqueológicos en las zonas de Huancayo, Ayacucho, Vilcashuamán, Cachi-Vinchos, entre otros.

También destaca el aporte de Víctor Álvarez (1951) presentado en el Anuario del Museo Histórico Regional, principal fuente de divulgación regional, donde presenta sus investigaciones en el asentamiento Inka de Vilcashuamán, quién aporta importantes descripciones y comparaciones con las fuentes documentales realzando la importancia de este yacimiento arqueológico. Posteriormente se encuentran los trabajos de Alvizuri (1959) quien presenta fuentes históricas para acentuar la importancia, una vez más, de Vilcashuamán; una propuesta diferente la propone Espinosa (1955) quién establece relaciones con Wari a partir de la arqueología del sitio de Huaytará.

Sin duda el equipo de arqueólogos ayacuchanos que tempranamente aportaron a la arqueología regional fue el dirigido por Lumbreras. Quienes se preocuparon por la acumulación de datos empíricos mediante exploraciones superficiales combinadas con eventuales excavaciones cuyos resultados serían sistematizados y publicados en décadas posteriores.

De los 60´S a los 80´S: Es la época en que se continua desarrollando diversas campañas de trabajo predominando las nacionales pues a diferencia del anterior es un periodo en que la información acumulada es procesada y publicada, reflejándose de cierta manera las influencias o vinculaciones de los arqueólogos nacionales con los de la escuelas norteamericanas. Que sin duda han influenciado en el desarrollo de otros periodos de la arqueología regional. Por ejemplo los aportes de la escuela norteamericana en el estudio de la sociedad Wari (Bennet 1935, Kroeber 1944, Rowe et al. 1950, Rowe y Menzel 1958, Isbell 1971, Menzel 1964 y 1968, entre otros que siguen trabajando hasta la actualidad) y en el estudio de sociedades tempranas vinculadas al tema de los orígenes de la agricultura en Ayacucho (R. Mac Neish 1969 y 1971, Mac Neish et al. 1970a y b) han contribuido excepcionalmente al desarrollo de la arqueología regional. Sin embargo, su preocupación por

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temáticas relacionadas a los periodos tardíos de la región (Preinka e Inka) han sido muy tangenciales hasta la fecha.

En este contexto destacan los trabajos de Lumbreras (1969 y 1975) y de sus seguidores (Gonzáles 1972, Gonzáles y Chahud 1970, Chahud 1966). Al cual se suman los trabajos de Duccio Bonavía (1964 y 1969).

A partir de la evaluación de sus diversos trabajos de campo Lumbreras establece las primeras características arqueológicas de las sociedades que habitaron esta región durante el Periodo Intermedio Tardío. Es el primero que propone una secuencia cronológica basada en la identificación de un patrón de asentamiento y un tipo de alfarería que adjudicaría a los Chanka. El autor basado en fuentes documentales y arqueológicas asume que la cultura material identificada correspondería a una “etnía mas o menos uniforme que bien pudiera ser la que los cronistas identifican con el nombre de Chanka” (Lumbreras 1975: 218). El mismo que según Lumbreras se habría distribuido homogéneamente a lo largo de toda la cuenca del Pampas, que se extiende desde las nacientes de éste hasta su unión con el Apurímac y hacia el Oeste con la confluencia del Apurímac con el Mantaro (ver mapa).

El mismo que habría emergido al desaparecer Wari puesto que las grandes urbes fueron reemplazadas por pequeñas villas o “villorrios”, habitualmente “fortificados, constituidos por construcciones de planta circular o rectangular preferentemente situados en la cima o crestas de los cerros en las que predominan fragmentos del tipo Arqalla, cuya identificación permitió a los arqueólogos la identificación de asentamientos con ocupación Poswari o Preinka.

Los grupos alfareros identificados como Chanka fueron denominados: Tantaorjo, Qachisco, Arqalla y Ayaorjo. Cuyo orden cronológico, Lumbreras (1975) no se atreve ha confirmar ya que cuenta con pocas evidencias y además estos procederían de contextos poco fiables cómo el mismo lo sugiere “ambos tipos (se refiere a Qachisco y Tantaorjo) aparecen en nuestras excavaciones en Ayaorjo pero a su vez aparecen mezclados con el tipo alfarero Ayaorjo en un contexto que no permite establecer ningún tipo de segregación cronológica; de otro lado, el estilo Ayaorjo es tan raro, que es extraño encontrarlo en asociaciones más amplias” (Lumbreras 1975: 204). De acuerdo a las descripciones de Lumbreras (1975) Tantaorjo se caracteriza por estar pintado en tres colores (blanco, gris o negro y rojo) cuyas asociaciones no han sido claramente definidas. Qachisco se caracteriza por ser una cerámica monocroma decorada a base de aplicaciones plásticas, mucho más elaborada que Arqalla la misma que aparece frecuentemente asociado a Tantaorjo y en algunos casos al Arqalla. Mientras que el Arqalla se caracteriza por ser muy tosca, monocroma (generalmente roja) y poco decorada con adornos plásticos o insiciones de acabado muy descuidado y reducido numero de formas. En cambio Ayaorjo es una cerámica de manufactura particular y más fina. Lo distingue la aplicación de pintura blanca o gris sobre una

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superficie roja engobada y pulida que sugiere tener un parentesco con la cerámica Inka. Desde esa perspectiva se deduce que todos corresponden a una manufactura y distribución local, diferenciándose claramente de aquellas que fueron exportadas desde el Cusco tal como Lumbreras sugiere en el siguiente párrafo: “en el sitio de Ayaorjo tuvimos oportunidad de encontrar las únicas piezas decoradas de puro estilo cuzqueño o inka de toda la región de Huamanga” (Lumbreras 1975:210-202). Entendemos que estos estilos alfareros aparecen asociados entre sí aunque los de mayor distribución y popularidad haya sido el denominado Arqalla seguido por Ayaorjo, este último definido como un estilo que adoptó formas y “diseños” propios al estilo Inka sugiriéndonos su producción y uso durante esta época. Sin embargo, Lumbreras fuera de adjudicarlos a grupos Preinka no hace ningún tipo de observación al respecto. Omisión que sería mal interpretado por sus seguidores pues ellos lo clasifican como estilos cerámicos exclusivos a la época Preinka o “Chanka” (Gonzáles et al. 1981 y Gonzáles 1992, 2002, Vivanco 2003, entre otros).

Dándose por válida la propuesta historiográfica de que los Chanka habrían sido reubicados en otras regiones del área andina al incorporarse la región al control Inka en la que se puso en practica el repoblamiento del área mediante el sistema de mitimaes lo que de cierta manera explicaría la contemporaneidad de varios estilos alfareros sin embargo hasta la fecha no ha sido testeada arqueológicamente por falta de mayores investigaciones al respecto. En mi opinión la población local habría continuado habitando la región incluso después de la conquista Inka. No obstante, Bonavía sería uno de los primeros en llamar la atención acerca de esta omisión o silencio arqueológico (1964 y 1969). Durante sus investigaciones efectuadas en la ceja de Selva del departamento de Ayacucho dio como resultado el hallazgo de varios asentamientos, destacando Caballoyuq, ubicados en la ceja de selva ayacuchana (zona de transición ecológica –sierra y selva-) que correspondían al patrón de asentamiento sugerido por Lumbreras, sin embargo, el análisis arquitectónico y de los estilos cerámicos (Arqalla y otros estilos asociados) permitió, al autor, sugerir que no se trataban de asentamientos Preinka (Chanka) sino de asentamientos que “corresponde en realidad a la Época Incaica. Consideramos además, que estas villas representan núcleos de población que formaron parte del sistema de colonización incaica de la ceja de selva” (Bonavía 1991: 520).

De cierta manera las propuestas de Bonavía, desde la perspectiva de la arqueología procesual, nos estarían sugiriendo que el registro arqueológico Preinka y Poswari debería ser tratado con mayor cuidado. Tratando de poner mayor atención en la variabilidad de la cultura material que pudieron haber tenido otro tipo de implicancias pues a simple vista no todo lo fortificado es evidencia de una acción defensiva o conflicto armado ni todo sitio asociado a cerámica del tipo Arqalla o estilos contemporáneos corresponderían exclusivamente a la época Preinka. Pues muchos de ellos pudieron haber correspondido ha establecimientos reutilizados o instalados durante la época

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Inka. Y así como algunos fueron reutilizados otros pudieron haber sido abandonados y en su lugar establecieron asentamientos Inka de singular importancia como es el caso de Vilcashuamán-Pomacocha, en la cuenca del Pampas y Condormarka en el valle de Ayacucho, este ultimo muy cerca de la antigua sede Wari.

En ese sentido es importante tratar de definir la verdadera identidad arqueológica de los denominados Chanka históricos, que habitaron la región de Andahuaylas, para luego tratar de establecer las identidades de las antiguas sociedades vecinas que habitaron la región a la que los arqueólogos calificamos de tribus, nación o confederación Chanka pues de acuerdo con J. Earls “posiblemente la llamada confederación chanca, parece [ser] un organismo político–religioso de naturaleza distinta a la de otros reinos andinos, sobre la que aún sabemos muy poco” (citado por Bonavía 1991: 521. el subrayado es mío). Los mismos que habrían obligado a los Inkas a organizarse y aliarse con sus vecinos y de esta manera los empujaron a iniciar la conquista del territorio andino, una conquista que ya había sido iniciado por los Wari en el siglo VII en este mismo escenario geográfico. En esta etapa también destaca los trabajos iniciales de Gonzáles Carré (1972) y los manuscritos de Chahud, 1966 y 1969. Estos últimos frecuentemente citados para fundamentar la secuencia alfarera Preinka e Inka de la región establecida por Gonzáles (1992), principalmente aquellas investigaciones arqueológicas efectuadas por Chahud en Vilcashuamán que junto a los trabajos de Torres Palomino (1969) en Pillucho, cerca a Vilcashuamán constituyen la base empírica para fundamentar los trabajos posteriores de Gonzáles.

En sintesis es una etapa de producción arqueográfica donde se produce la acumulación de datos empíricos mediante la realización de prospecciones con recolección de material superficial llevados a cabo por profesionales egresados de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, metodologías adoptadas de las llamadas escuelas norteamericanas. Datos que en el caso de Lumbreras y seguidores habrían sido reinterpretados dentro del marco de la llamada Arqueología Social. Actividades que fueron interrumpidas a mediados de los 80´S por el problema de problema de la violencia política por el que atravesó el Perú. Sin embargo, la reestructuración de las universidades peruanas por el estado peruano propició el reinicio de una practica de investigación social que en periodos de conflicto habían sido abandonados.

Ultimas décadas del siglo XX: Etapa muy difícil para el desarrollo de investigaciones arqueológicas principalmente la ejecución de trabajos de campo producto de la inestabilidad social y política causado por las acciones de Sendero Luminoso. No obstante, hubo algunos intentos de continuar y avanzar con la arqueología regional principalmente aquellos efectuados por arqueólogos egresados de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Destacando los trabajos de Gonzáles et la (1981, 1987, 1988), Gonzáles

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(1992), Mendoza (1996), Valdez et al (1990), Valdez y Vivanco (1994), entre otros.

Sumándose a este grupo los trabajos de T. Zuidema (1989), quién introduce al área andina el análisis del área andina una propuesta teórico-metodológica emergida de la antropología estructural que posteriormente influiría en varios estudios principalmente con aquellos tópicos vinculados al esclarecimiento del origen (mítico), sistema de parentesco, organizaciones rituales y astronomía Inka; estudios que servirán de soporte a los arqueólogos que posteriormente se orientarán a la práctica de la arqueoastronomía. Ver al respecto los trabajos de Hyslop 1990, Bauer 1998, Urton 1990. Armazón teórico que tiene sus bases empíricas en la región de Ayacucho; sin embargo, no logra mayor vínculo con los especialistas del área a diferencia de otras partes del Perú (p.e Cuzco y Puno).

Es un periodo que se caracteriza por la sistematización de datos empíricos recopilados en la etapa previa, principalmente los 60´S, pues las diversas publicaciones se caracterizan por contener densas descripciones del registro arqueológico regional. Las mismas que son enmarcados dentro de propuestas de tendencia marxista. Sin embargo, son trabajos que destacan más por sus aportes de datos empíricos pues la ambigüedad de sus interpretaciones apoyadas en las de Lumbreras no permite alcanzar mayores logros que la de su predecesor inclusive el eclecticismo teórico produce una inadecuada y parcial lectura del dato arqueológico.

Cómo había manifestado a pesar de ser una época difícil para practicar la arqueología por la inestabilidad política de nuestro país esta es aprovechada por algunos para procesar los datos empíricos recuperados en décadas anteriores destacando las publicaciones del Gonzáles Carré (1987, 1988, 1992a y 1992b), discípulo de Lumbreras. Con seguridad uno de sus mejores aportes fue intentar proponer una “secuencia estilística” de la alfarería que adjudicó a las poblaciones del Periodo Intermedio Tardío de la región al que identificó como la nación Chanka, el mismo que habría habitado un “área histórica ligada al río Pampas”. En cuyo territorio identificó 4 grupos cerámicos como “Tantaorjo, Qachisco, Arqalla y Ayaorjo y las modalidades del estilo Inka, luego que estos conquistaron la región” (Gonzales1992:52). En la anterior cita podemos observar que el autor no presenta ninguna variación a la propuesta de Lumbreras (1975); sin embargo, ordena los grupos alfareros en un cuadro colocando a los cuatro primeros como estilos de la época Preinka mientras que la alfarería de la época Inka es diferenciada y colocada en un quinto lugar. Pero al revisarse las descripciones y gráficos que adjuntan al texto notamos que en el estilo Ayaorjo, y en menor grado en el Arqalla, predominan formas Inka; caracteristicas que claramente insinuaría su uso en la época Inka. Observaciones que más adelante serán motivo de polémica.

Para finalizar los aportes significativos a esta temporada es importante agregar el trabajo de Mendoza (1996). Desde una perspectiva agronómica y actualística este autor aborda el análisis de los canales y almacenes Inkas de

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Vilcashuamán. A partir del hallazgo de canales y un sector de estructuras de almacenamiento anexo a este centro y mediante cálculos estadísticos aplicados al registro arqueológico propone la capacidad de almacenamiento de la central de colcas y la cantidad de agua que habría abastecido cada uno de los tipos de canales identificados en el mencionado centro estatal. Para luego caracterizarlo como un centro administrativo, económico, político y militar Inka, propuesta que retomado los planteamientos de Gonzáles et al. (1981). A pesar de ser un continuismo teórico presenta una propuesta metodológica muy novedosa que hasta la fecha no había sido aplicada en la región.

Primer lustro del siglo XXI: Estos últimos 5 años el estado de conocimiento de la arqueología regional viene avanzando, progreso que puede verificarse en algunos de estos trabajos, principalmente los trabajos de L. Valdez. Aunque, desde mi perspectiva, estos trabajos son un buen inicio en la reevaluación del estado de conocimiento de la arqueología Chanka e Inka para revertir lo propuesto por Lumbreras: “Nada sabemos de lo que ocurrió entre la caída del Imperio Wari y la época en que los Inkas sometieron a Ayacucho a una situación colonial” (Lumbreras 1975: 195, citado por Valdez 2002: 395). Oscurantismo arqueológico imperante no sólo en Ayacucho sino en toda la región sur central peruana. Los mismos que intentan ser superados por los siguientes trabajos: Valdez y equipo, 2001, 2002; L. Valdez, 2002, 2003 y 2004; C. Vivanco 2001, 2003, 2004; Vivanco et al. 2003; Pérez 2001; Lumbreras 2004; Meddens 2001, Bueno 2003; Amorín y Alarcón 2001.

La arqueología regional, específicamente la ayacuchana, según propias palabras de L. Valdez, (2002: 402) “se ha acostumbrado a identificar a toda cerámica de pobre acabado tecnológico como Chanka y cada sitio arqueológico que exhibe una ubicación estratégica y defensiva, con estructuras circulares a menudo en las cimas más altas de las montañas ha sido continuamente identificados como asentamiento Chanka, ya que cuenta con presencia de cerámica identificada también como Chanka”. En suma es una arqueología construida sobre la base de fuentes históricas que ha logrado determinar que los Chankas fueron pueblos que habitaron en la región de Ayacucho y en toda la cuenca del río Pampas (que recorre casi todo el territorio de Ayacucho y parte de los departamentos de Huancavelica y Apurímac) hasta antes de la emergencia del Estado Inka. Por lo consiguiente, los Chankas, dentro de la literatura especializada, son considerados como un grupo Preinka y Poswari motivo por el cual vienen siendo ubicados temporalmente dentro de este espacio cronológico, propuestas vigentes que a la fecha vienen replanteándose parcialmente.

Por ejemplo Lumbreras en una de sus ultimas publicaciones (2004) donde incluye nuevas evidencias arqueológicas para la región11 retoma su propuesta

11 Se trata una publicación del Instituto Nacional de Cultura del Perú efectuada bajo la dirección de Luis G. Lumbreras, en la que se publica por primera vez el reporte de uno de los proyectos arqueológicos más ambiciosos que se ha realizado en el país en los últimos años. Se trata del “Proyecto Qhapaq Ñan” que tiene por objetivo hacer un registro e identificación

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de que al “declinar Wari en el siglo XI-XII, en muchos de estos valles y cuencas, las estructuras políticas vigentes eran equivalentes a las que los españoles denominaban behetrías en referencia a jefaturas locales generalmente de corte tribal”, que en algunos lugares conservaron una “residencia urbana pueblerina, aunque en estos ya no queda rasgo de modelo de vida urbana y la forma de vida era rural” (op. cit. 2004, el subrayado es mío) evidenciado, principalmente, en la identificación de cambios en el patrón de asentamiento puesto que las poblaciones de los Pocras y otros grupos étnicos locales, como los iquichanos de las tierras altas de Huanta (valle de Ayacucho) posterior a la caída de los Wari habitaron los espacios agrícolas o ganaderos los mismos que habrían estado organizados en poblados permanentemente fortificados con una estructura de base rural. Propuestas claramente enmarcadas dentro del materialismo histórico que caracteriza a al autor. Sin embargo, notamos que ya no habla de los Chankas como una sola entidad política sino de varios grupos étnicos que habrían habitado zonas específicas de la región.

Agregando que la zona de Huamanga y sus alrededores (valle de Ayacucho) durante la época Inka habría estado muy reprimida con la introducción de

del sistema vial Inka y de las instalaciones estatales asociadas a él. En el que se vienen integrando dos componentes muy importantes: el arqueológico y el etnográfico. Bajo esta perspectiva, una de las primeras acciones a tomar fue la ejecución de proyecto integrales dedicados al registro de sitios de primer orden como es el caso del complejo arqueológico de Vilcashuamán-Vischongo (Pomacocha) y el recorrido total de la macro región centro sur de los andes centrales: Ayacucho, Apurímac, Huancavelica y parcialmente Ica. Tramos en el se han registrado caminos longitudinales principales y secundarios, así como caminos transversales, que integraron la sección sur del Chinchaysuyu y sur del Contisuyo a las cuales se encuentran asociados, hasta la fecha, 295 nuevos asentamientos (INC, 2004: 43) casi todos de filiación Inka. Se ha verificado que el camino principal que sale del Cuzco se extiende hasta Quito pasando por “Vilcas, Huanuco Pampa, Cajamarca, Quito y Huacas”, ruta que constituye la sección más importante de la red vial del Chinchaysuyu “en el que se ha registrado varios caminos secundarios y ramales que salen de este o lo cruzan, para unir diferentes pueblos alejados del camino principal” (Ibid. 2004:68). Asimismo, anotan la división de este mismo camino (del Chinchaysuyu que nace desde la plaza del Cusco), en la zona de Andahuaylas, dando origen al camino del Contisuyu al que los cronistas denominaron “Camino Real de los llanos”, pues este fue utilizado por los Inka para acceder desde el Cuzco a la costa sur central peruana. En Huancavelica destaca uno de los tramos longitudinales más importantes de la sierra que habría permitido mantener comunicado a los cusqueños con las poblaciones de la costa peruana (Cusco-Limatambo-Vilcashuamán-Pomacocha-Huaytará-Tambo Colorado).Este mismo camino que parte del Cusco y llega a Vilcashuamán y luego pasa al valle de Ayacucho (Huamanga, Huamanguilla, Huanta, Acobamba, Pucará, Iscuchaca, Acostambo y Ñawinpuquio). Al mismo tiempo, desde Vilcashuamán parten cuatro ramales, hacia al norte llegando a Quito, hacia el sur llegando hasta Santiago, hacia el este hasta el Cusco y por el oeste hasta Acarí (entre Ica y Arequipa). Motivo por el cual Lumbreras destaca el tramo “Vilcashuamán-Pomacocha al relacionar dos centros administrativos importantes en el contexto regional más amplio de vincular como nexo territorial" (INC, 2004). A partir del registro arqueológico Lumbreras (Ibid. 2004: 12-13, el subrayado es mío) ha sugerido que “el camino (Inka) sigue hacia la tierra de los Chancas, los Soras y Rucanas, tierra donde toma como centro focal a Vilcashuamán-Pomacocha”, pues según él, los caminos señalan, desde luego, las rutas de la conquista Inka, en esa secuencia. De allí bajaría hacia Pisco, Chincha, Cañete y también a Nasca (es decir a la costa sur central peruana).

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poblaciones de mitimaes que importaron su lengua y costumbres diferentes a los grupos locales. No obstante, mas adelante añade que la “tradición transmitida por los cronistas españoles era que las tropas Chancas lideradas por Ancoayllo, después de la derrota que sufrieron frente a Pachakuteq se fueron a refugiar a la selva, en las montañas de Moyabamba, sobre la cuenca del Huallaga” (ibid. 2004). A pesar que no explicita en su texto podemos entender que esta vez el término Chanka lo utiliza para referirse a las poblaciones locales de Andahuaylas pues Ancoayllo es un personaje histórico que habría residido en esa zona.

Propuesta de base historiográfica que a la fecha no ha sido contrastada. Por lo contrario, como ya lo sugirieron otros autores (ver Santillana 2002 y Valdez et al. 2002), el registro arqueológico con que se cuenta no es suficiente y en algunos casos ni fiable para mantener las propuestas existente pues contradictoriamente a las fuentes documentales la cultura material asociado a los diversos asentamientos supuestamente preincaicas (Chankas?) parecen haber sido reocupados durante la época Inka e incluso algunos de ellos pareciera que nunca fueron abandonados como si habían sugerido Gonzáles (1981, 1992, 2002) y Lumbreras (1976). Para mayores detalles al respecto ver Valdez y Valdez, 2002.

En realidad durante varias décadas nadie había puesto atención a la variabilidad de la cultural material las mismas que ya vienen siendo reportadas en las publicaciones de los últimos cinco años principalmente aquellos vinculadas a discutir los cambios del patrón de asentamiento y el estilo cerámico al que se encuentran asociados. Sin embargo, la discusión se ha centrado en el valle de Ayacucho. Experiencia que se ha tornado en el punto de partida para destacar falencias que ha arrastrado la arqueología regional por mucho tiempo sobretodo aquellos aspectos vinculados con la filiación cronológica de cada uno de los asentamientos, desaciertos que he podido verificar en mis recientes visitas a sitios Preinka de los alrededores del poblado inka de Pomacocha12, este ultimo ubicado frente ha Vilcashuamán, 12 Se trata de una visita hecha a las pampas de San Lorenzo (setiembre, 2005), ubicado en las alturas del poblado Inka Pomacocha, en el que registramos cuatro sitios “supuestamente” Chanka (Huamaní 1999 y Vivanco, comunicación personal 2005) situados por encima de los 3800 msnm. Los mismos que se caracterizan por la aglutinación de estructuras circulares con los accesos orientados hacia espacio abierto o patios (la mayoría están orientados hacia el Este). En uno de ellos, el de menor altitud, junto a las circulares destaca un conjunto de estructuras cuadrangulares de mampostería rústica, que a simple vista dan la impresión de ser canchones o plazas (?) las mismas que están asociadas a un área funeraria (abrigos rocosos). Y en otro, el de mayor altitud (Maukallaqta), destaca la presencia de un muro que rodea el perímetro del cerro en cuya cima se halla el asentamiento mientras que otros dos, de menores dimensiones, sólo destacan estructuras circulares concentradas en la cima o laderas de pequeños cerros ubicados entre la pampa y el cerro más alto donde se halla Maukallaqta. En cualquiera de los casos, los fragmentos de cerámica dispersos en superficie presentan las mismas caracteristicas; destacando alfarería monocroma de distintas pastas y en menor grado un tipo policromo. Como podemos ver la presencia de un sitio “fortificado” o situado en las crestas de los cerros no sólo estaría afiliado a un periodo Preinka sino da la impresión de que estos estuvieron en uso incluso en la época Inka (si es que no fueron establecidos bajo su administración) evidenciado por la presencia de fragmentos de pasta fina y policroma (?) asociado a fragmentaría de la denominada cerámica “Chanka”. Variabilidad arqueológica que

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emplazado en el valle de Vischongo, principal tributario del Pampas (ver mapa). Variabilidad de la cultura material que necesitan ser analizados y sistematizados dentro de un marco teórico y metodológico que permitirán reevaluar la arqueología regional.

Valdez y equipo parten de la premisa de “que el valle de Ayacucho fue incorporado al dominio Inka corto tiempo después de la conquista de Vilcashuamán, puesto que, por un lado, “Dorothy Menzel (1959:126) estima que la conquista Inka de la costa sur ocurrió alrededor del año 1440, y por otro, Terence D'Altroy (1987:78) sostiene que los Wankas fueron conquistados alrededor del año 1460, es evidente que la incorporación de Vilkas debió haber ocurrido antes de 1440” (Valdez y Valdez, 2002: 80). Por lo mismo, la conquista Inka del valle de Ayacucho debió haberse dado con anterioridad a los Wankas y seguido a la de la región de Vilcashuamán abandonándose la idea de una supuesta marginalidad del valle durante el Tawantinsuyu. De la propuesta anterior se colige la importancia de esclarecer esta fracción de la arqueología regional pues ella está vinculada a los orígenes del Estado Inka y ha su primera etapa expansiva ya insinuado por Lumbreras (INC, 2004). Es el área donde los primeros estrategas políticos Inka pusieron en prueba los diversos mecanismos de control que posteriormente impusieron a las poblaciones locales y, que a su vez, experimentaron la viabilidad o eficacia de cada uno de ellos dependiendo del tipo de resistencia ofrecida por cada uno de los pueblos conquistados e incorporados por los Inka respuesta que dependió del tipo de tipo de organización sociopolítica y económica de una de las sociedades conquistada. Sin embargo, no sólo es la etapa en que se pone a prueba la capacidad del liderazgo de los cusqueños sino también el de los grupos étnicos que habitaron esta sección de los andes centrales previo a la emergencia del Imperio de los cuatro suyos y posterior a la caída de los Wari.

En esencia ellos se han dedicado a realizar una serie de prospecciones y revisitas al valle de Ayacucho13 (ver L. Valdez y J. Valdez 2002, L. Valdez 2002, L. Valdez 2004, J. Valdez, 2003, J. Valdez y 2004, J. Valdez 2003) compuesto por la microcuenca del río Cachi y parcialmente por el Mantaro, área que a su vez constituye las inmediaciones de la actual ciudad de Ayacucho, antigua sede de los Wari. Labor que también viene realizando el arqueólogo Cirilo Vivanco y colegas de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (p.e. Vivanco 2003, 2004 y Huamaní [ms.], 2005). Aunque, en los últimos, todavía

necesita mayor análisis cuyos resultados darán nuevas luces a cerca de la relativa homogeneidad de los sitios Preinka en la región, evidencias que parcialmente contradicen las propuestas vigentes.

13 A partir de evaluaciones superficiales de los sitios identificados a lo largo del valle de Ayacucho identificaron la presencia de un número considerable de asentamientos vinculados a la época Inka, la que hasta hace poco se limitaba a menos de dos sitios, y otro tanto a la época Preinka, estos últimos se caracterizaban por su ubicación defensiva, las mismas que se concentran en la zona de confluencia del Cachi y Mantaro (Valdez y Valdez, 2002). Durante las exploraciones arqueológicas reevaluaron y definieron el tipo de patrón de asentamiento y el estilo cerámico al que se encontraban asociados.

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no apreciamos una claridad en sus discusiones teóricas ni metodológicas por presentar ambigüedades en sus planteamientos (p.e. siguen empleando indiferenciadamente el termino Chanka). Sin embargo, es notable su preocupación por incrementar bases arqueológicas a las propuestas previas que habían sido validadas sólo en fuentes documentales cómo es el caso de la existencia de “conflictos” o “guerra” pero lo que no se establece claramente son los motivos y entre quienes se producen los supuestos enfrentamientos y más aún que tipo de cambios o de que manera se afecta en la vida cotidiana de los habitantes locales al introducirse el gobierno Inka en la región.

Una discusión recientemente incorporada a los textos de la arqueología regional es la naturaleza de los estilos alfareros asociados al Periodo Intermedio Tardío o Preinka. Como ya hemos discutido con anterioridad, los arqueólogos han identificado cuatro estilos de cerámica para este periodo: Cerámica Arqalla, Qachisco, Tantaorqo y Ayaorqo (ver Lumbreras, 1959, 1975 y Gonzáles, 1987, 1992) nombrados sin ningún orden cronológico. “Estos buenos intentos” de sistematizar secuencialmente los grupos alfareros supuestamente Preinka fueron elaborados a partir de materiales recuperados en superficie y en menor grado mezclados con aquellos procedentes de excavaciones (Lumbreras 1975 y Chahud 1966). Ordenamiento estilístico que nunca ha sido demostrado en una secuencia estratigráfica de confianza sumado a la ausencia de fechados de carbono 14 que desacreditan aún más su validez.

Los asentamientos registrados y revisitados en el valle de Ayacucho arrojan claras evidencias de la inexactitud de esta secuencia puesto que la asociación de los tipos alfareros es indistinta. En la mayoría de ellos predomina la presencia de Arqalla que también aparece asociada al estilo Aya Orjo, el mismo que aparece asociado al estilo Qachisco y/o Tantaorjo. Sin embargo, de acuerdo a Valdez 2002, los estilos más recurrentes serían el Arqalla y Ayaorjo pero no necesariamente marcan periodos de ocupación Preinka. El primero calificado cómo un estilo eminentemente Preinka y más popular de los tres grupos alfareros también es recuperado en época inka; mientras que el segundo correspondería a la época Inka pues este adopta formas Inka, el mismo que aparece vinculado al estilo Arqalla. Todo ello nos estaría indicando que la producción de la cerámica Arqalla se habría prolongado hasta la época Inka por motivos que necesitamos esclarecer mientras que otras variantes locales cómo Ayaorjo habría adoptado formas del estilo alfarero Inka. Las mismas que también se diferencian de aquellas del estilo cusqueño o Inka frecuentemente asociado sólo ha aquellos sitios de filiación Inka. Todo lo anterior claramente difiere de lo propuesto por Lumbreras (1975) que los adjudicó a los “Chanka”, el mismo que posteriormente sería refrendado por su entonces estudiante Gonzáles Carré (1992).

Definitivamente esta falencia pudo originarse por tratar de acomodar los datos arqueológicos a la propuesta histórica de que los Chanka después de la conquista Inka habrían sido erradicados y trasladados a otras partes del Tawantinsuyu e incluso de que un grupo de ellos al no resistir el dominio Inka

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se vio obligado a huir a regiones selváticas. Pero las evidencias de acuerdo a Valdez (2000 y 2002) y mis propias observaciones estarían demostrando que luego de la conquista Inka no todos los asentamientos fueron abandonados pues el registro arqueológico indica que algunos asentamientos locales continuaron pobladas inclusive muchos de ellos habrían sido repobladas (por mitimaes?) sólo así podríamos entender la diversidad y contemporaneidad de los estilos alfareros. En este contexto el grupo Arqalla correspondería a un estilo de manufactura local ampliamente difundido en la región mientras que Ayaorjo sería otra variante local que adopta formas Inka. En cambio los dos estilos restantes (Tantaorjo y Qachisco) podría reflejar la presencia de otras variantes locales que no alcanzaron mucha popularidad en comparación al estilo Arqalla y Ayaorjo o que aún necesitan mayores análisis.

A pesar que el lineamiento teórico-metodológico que sigue Valdez y colegas tiene una estructura procesualista que ha futuro aportará mayores evidencias para el entendimiento del proceso cultural de la región creemos que hace falta realizar registros sistemáticos regionales dentro de un programa de investigación y ha largo plazo cuyos resultados nos permitirán contar con datos fehacientes y confiables que permitan el replanteamiento de la arqueografía regional.

Un trabajo de enfoque distinto en la región es la propuesta de Idilio Santillana. Cuyos trabajos están orientados al esclarecimiento de las modalidades de la expansión Inka en la zona de Vilcashuamán-Pomacocha. Para ello propone hacer una cuidadosa lectura de las fuentes documentales pues plantea que estas documentos “presentan informaciones dispares sobre aspectos cronológicos, territoriales y políticos sociales” (Santillana 2002: 553). Pues al revisar la producción historiográfica sobre las épocas tardía prehispánicas existente para la región encuentra “que no son más que una reproducción acrítica de las informaciones coloniales” (ídem.) concluyendo que desde el lado de la historia las investigaciones tampoco han avanzando al encuentro con la arqueología ha excepción de los trabajos de Rostworowski (1997), que trata de un estudio crítico y comparativo de las diversas versiones españolas a cerca del episodio decisivo y triunfal de Pachacuteq Inca Yupanqui sobre los Chanka.

Asimismo, sugiere que una de las razones para el escaso conocimiento de que se tiene en la actualidad sobre este tema, “sea que las investigaciones arqueológicas sobre el Periodo Intermedio Tardío en la región, se han ocupado sobre todo de los Chanka” (Santillana 2002: 553) y para ello han utilizado las fuentes coloniales como textos históricos de valía absoluta pues “la arqueología actual no ha aclarado nada sobre los chancas” (Pease 1995:119, citado por Santillana, ídem).

Planteando una hipótesis alternativa a cerca de los Chanka. Sugiriendo que ellos serían una de las varias sociedades que habitaron en la región, el mismo que habría ocupado una región más reducida (Andahuaylas) de la que se piensa actualmente. El mismo que se habría visto obligado a migrar a estas

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regiones (Vilcashuamán- Pomacocha) producto de una sequía prolongada (cambios climáticos?) que habría afectado los andes centrales a comienzos del Periodo Intermedio Tardío. Considera que su actuación no habría terminado con su derrota frente a los Inkas si no algunos de ellos habrían continuado ejerciendo su tradicional y legendaria función de guerreros incorporados en los ejércitos incaicos en tanto que otros habrían sido asimilados como yanas al servicio, y otros más habrían mantenido una discreta presencia en pequeñas aldeas muchas de ellas quizá albergando mitimaes, otras tal vez sólo a los desplazados. A pesar de no coincidir en su totalidad con la propuesta considero que varias observaciones son más acertadas.

Esta propuesta, basado en la información procedente del valle de Ayacucho sumado ha mis recientes observaciones del registro arqueológico en la zona, estaría más de acorde con la variabilidad de la cultura material registrada. Pues, la diversidad material hallada en los asentamientos “Chanka” sólo explicaría la continuidad cultural local que se produjo en la región al introducirse el gobierno Inka muchos de los cuales supervivieron hasta el impacto hispano. Singularidades que muchas veces fueron obviados por los especialistas (principalmente los arqueólogos) para no contradecir la historia ampliamente difundida que fue construida en un contexto político nacido del indigenismo imperante en las primeras décadas del siglo XX. Sin duda es una propuesta que aún necesita ser validada en el registro arqueológico regional y ha futuro esperemos tener mayores logros.

Otra propuesta diferente a las anteriores es la que sostiene Mendoza (2004), un periodista especialista en temas agrarios, aficionado a la arqueología que viene trabajando en la provincia de Andahuaylas, departamento de Apurímac, núcleo originario del grupo étnico Chanka. A partir de sus múltiples visitas y observaciones arqueo astronómicas del complejo arqueológico de Sondor, ubicado al sureste de Vilcashuamán y al oeste del Cusco, durante los últimos 8 años ha propuesto que se trataría de un “santuario andino” el mismo que habría estado funcionando desde hace 4000 años a. C. Importancia que habría convertido el sitio en un centro ceremonial Chanka (Qanan Chanka). Prestigio que habría motivado a los gobernantes Inka a “reedificarlo” y convertirlo en un centro ceremonial a la usanza y estilo de los cusqueños. Para fundamentar sus planteamientos ha elaborado un detallado análisis de la arquitectura y organización espacial de cada uno de sus componentes, apreciaciones que fue discutiendo con diversos arqueólogos (p.e. Pérez, 1998 y Amorín, 1997). Componentes arquitectónicos que ha ido correlacionando con la información existente en las fuentes documentales y estudios comparativos con la arquitectura de otros establecimientos inka (Mendoza, 2004: 5-8), pero sin duda su mayor aporte han sido sus observaciones arqueo astronómicas que le ha permitido identificar los movimientos solares orientados a cada unos de los elementos arquitectónicos de Sondor las mismas que fue contrastando con las apreciaciones y diálogos que ha mantenido con los comuneros que viven en los alrededores del sitio, principalmente aquellos que siguen practicando la ritualidad andina; tendencias metodológicas enmarcadas dentro de la arqueología experimental y etnoarqueológica.

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En comparación a las propuestas anteriores, muy similar a Santillana (2002), anota que la lectura de las crónicas debe ser muy cuidadosa pues el advierte que la “historia escrita por los cronistas españoles de la Europa medieval fue narrada según la cosmovisión bélica de las mentalidades de aquella vez y esto sigue en el 2004, de ahí los términos de “epopeya”, fortaleza guerrera de Sondor”, “expansionismo Chanka”…” ya que la vivencia andina de los pueblos de los andes no fuimos expertos en guerras (otra cosa es la guerra ceremonial); no hubo imperio Inka ni Chanka. Somos desde siempre uno de los inventores de un tipo de agricultura originaria en el mundo”. (Mendoza, 2004: 2, el subrayado es mío)

La cita anterior la interpreto como una propuesta opuesta a los planteamientos de Gonzáles (1981, 1992, etc.), Lumbreras (1969), Vivanco (2001), entre otros. Quienes, desde la década de los 60´S, vienen proponiendo la existencia de “guerras crónicas”, a principios del Periodo Intermedio Tardío, entre los diversos grupos étnicos, el mismo que habría finalizado con el derrocamiento de los Chankas por los Inkas. Pues, sostiene, apoyado en cronistas, que las “etnias Chanka e Inka ritualizaban juntos si el caso lo ameritaba”, por lo mismo plantea que “no hay evidencias de continúas guerras” (más implícitamente sugiere la practica de guerras rituales?) pues desde su perspectiva los “cronistas habrían distorsionado mirando todo a través de ojos hispanos, interpretando la historia mediante concepciones europeas de dinastías de héroes y reyes bélicos”. Aunque no comparto en su totalidad sus reflexiones considero válido la intención de otorgar mayor valía a la evidencia arqueológica para explicar la prehistoria local impregnado de un nacionalismo muy marcado.

Durante esta etapa las investigaciones vienen discutiendo temáticas que ha simple vista eran cuestionables (me refiero al tema del patrón de asentamiento y la tradición alfarera local) pues a diferencia de los periodos anteriores, ya discutidos con anterioridad, en estas propuestas se nota un claro interés en dar prioridad a la evidencia arqueológica en vez de sólo contrastar en ellos la validez de la información etnohistórica o histórica, destacando los trabajos de Valdez (2004), Valdez y Valdez (2002), Valdez (2002), Santillana 2002, Vivanco (2003), Lumbreras, (2004), Mendoza 2004, entre otros. En los cuatro primeros es evidente la influencia de la arqueología procesual norteamericana, mientras que Vivanco y Lumbreras buscan validar arqueológicamente propuestas ya vigentes que en el caso de Lumbreras siguen reflejadas por los principios de la tradicional “arqueología social” mientras que el último (Mendoza) puede incluirse en el marco de la arqueología del sentido o simbólica (primeras generaciones de la arqueología postprocesual) influenciado por el “renacimiento” de un neoindigenismo que resalta en sus textos.

7. Reflexiones finales

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En las anteriores páginas hemos intentado exponer los diversos problemas por el que viene atravesando la arqueología de la sierra sur central peruana. En ese contexto hemos discutido las principales propuestas de cada uno de los arqueólogos que de alguna manera han contribuido al conocimiento de las sociedades prehispánicas de la región, principalmente aquellas sociedades de las épocas más tardías (Preinka e Inka) del proceso prehispánico del área de estudio.

Para realizar una evaluación homogénea seleccionamos cuatro factores fundamentales que desde nuestra perspectiva vienen afectando al desarrollo de la arqueología peruana principalmente aquellas orientadas a la producción del conocimiento que nos permitiría optimizar nuestra comprensión a cerca de las sociedades prehispánicas, partir de su cultura material, y por ende de nuestra identidad histórica como nación.

Notando claramente el predominio de un oscurantismo arqueológico producto de la ausencia de un adecuado marco teórico-metodológico que guíe la practica de estudios más sistemáticos y rigurosos donde se priorice al registro arqueológico y no otro tipo de fuentes; como es el caso del excesivo uso de las crónicas coloniales. Carencia que se habría acrecentado por factores de índole político, económico y social. Siendo el predominante la falta de presupuestos o incentivos estatales para fomentar programas de investigación, como si lo hay en otros países vecinos (p.e. Fondecyt en Chile, etc.), pues los existentes generalmente están orientados ha financiar proyectos de impacto arqueológico en el que poco o nada se hace por la construcción de conocimiento y más aún por socializar, en términos de Criado (2005), el saber arqueológico. Obligando a los especialistas a practicar una arqueología impresionista y tecnificar su profesión de origen eminentemente científica. Sumándose al anterior el problema sociopolítico que afecto al Perú cerca de 20 años. Situación histórica que habría incidido en detrimento de la práctica arqueológica regional, hecha que limitó su progreso en comparación a otras áreas del Perú.

Para resaltar ese oscurantismo arqueológico de la región me he apoyado en las reflexiones de algunos colegas como D. Bonavía, L. Valdez y I. Santillana. El segundo se destaca por haber retomado un programa de investigación, que había sido interrumpido en los 80´S por el problema de Sendero Luminoso. Quién ha concentrado sus trabajos en el valle de Ayacucho, área olvidada por los diversos especialistas por la carencia de estudios específicos y su supuesta marginalidad en la época Inka. El mismo, que en décadas anteriores sólo había llamado la atención de historiadores como Huertas (1998) y Stern (1982). Por un lado, los estudios de Valdez y equipo vienen demostrando que el valle de Ayacucho tuvo una población multiétnica además de ser muy populosa durante la época Inka. En oposición a propuestas anteriores que sugirieron un parcial “despoblamiento” del valle al introducirse la administración Inka en la zona (Lumbreras 1975: 225, MacNeish et la. 1975: 74). Todo esto en base a una supuesta ausencia de sitios Inka en este valle obligando a Valdez y colegas ha reafirmar lo que nosotros venimos puntualizando que “mucho de

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lo que se conoce acerca de la época Inka en el vaIle de Ayacucho [y de toda la región] esta basado en fuentes etnohistóricas” (Valdez 2002. el subrayado es mío) practica muy generalizada entre los arqueólogos regionales. Mientras que Bonavía (1969) y Santillana (2002) destacan por haber sugerido una hipótesis diferente a las vigentes para entender el proceso expansivo Inka en la región. Propuestas que demuestran mayor coherencia con el registro arqueológico de la sierra sur central peruana.

Por ejemplo los trabajos de Valdez y seguidores han descrito muchos sitios a lo largo del valle de Ayacucho que con anterioridad no habían sido incluidos e incluso salió a luz algunas omisiones o equivocaciones en que estudios anteriores previos en el valle incurrieron. Cuestionando los trabajos de Mac Neish (1981) y Benavides Calle (1976) por haber afiliado ciertos sitios a la época Preinka o Chanka sitios que habrían correspondido al periodo posterior. Errores, que según Valdez y colegas, pudo ser ocasionado por la falta de suficientes evidencias para hacer tal clasificación reduciéndose de esta manera el número de asentamientos vinculados a este periodo. Ya que la asignación a un periodo u ha otro se hizo a partir de la ausencia o presencia de una variedad de alfarería llana, asignación poco fiables por no proceder de una estratigrafía bien controlada ni con fechados de carbono 14. Y esto es factible pues casi toda la información incluso el de los autores, no proceden de excavaciones sino de recolecciones de superficie o de materiales “huaqueados” o disturbados (Valdez 2002).

Hemos visto en las propuestas arqueológicas de las décadas anteriores que la filiación cronológica de los sitios fue establecida a partir de la identificación de ciertos estilos alfareros asociados a la superficie de los sitios que posteriormente fueron correlacionándose con el análisis del patrón de asentamiento. En caso de los asentamientos supuestamente Chanka, digo supuestamente, pues hasta el momento no hay una claridad o consenso, entre los arqueólogos, en el uso del término Chanka para identificar a los grupos étnicos de la región pues en algunos casos este termino sólo es utilizado, por ejemplo Santillana (2002), para identificar al grupo étnico que se asentó en la provincia de Andahuaylas de Apurímac. Mientras que otros como Lumbreras (1975) y Gonzáles (1981, 1992a y 1992b) emplean este término indiferenciadamente para nominar a los Chankas de Andahuaylas o para identificar a la nación multiétnica que se confederó para enfrentar a los Inkas, pero la existencia de este último aún no ha sido demostrado arqueológicamente.

Antes del paréntesis, habíamos manifestado, que los datos para determinar la filiación de un asentamiento a un periodo u otro se hizo a partir del análisis del patrón de asentamiento y el tipo de cerámica presente en cada unos de estos sitios ubicados durante las prospecciones arqueológicas. Bajo esa idea revisamos los trabajos de Valdez y colegas observando que ellos clasificaron el patrón de asentamiento de acuerdo a la ubicación (metros sobre el nivel del mar), accesibilidad, tipo de estructuras y cerámicas que caracterizaban a cada uno de ellos. Identificando de esa perspectiva características comunes entre

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ellos así como ciertas singularidades en otros. Por ejemplo, en más de 3 sitios (Torongana, Toronjana, Vacaorqo) describen la presencia de una estructura rectangular, en medio de centenas de estructuras circulares, ubicado en la parte central y más alta del asentamiento e incluso en una de ellas (Vacaorqo) estaría dotado de estructuras de protección el cual (muros que habrían restringido el acceso hacia este sector). Valdez et al., interpretaron como un lugar que sirvió para garantizar la seguridad de sus visitantes sin dar mayores alcances.

Sin duda el aspecto más importante ha sido definir la filiación cronológica de los sitios fortificados (Preinka o Chanka). El registro arqueológico muestra que el uso de muros perimétricos no es generalizado pues en varios de ellos están ausentes principalmente en aquellos ubicados en zonas flanqueadas naturalmente (Ver Bonavía, 1969) además de contar generalmente con un sólo acceso, rasgo que marcaría una clara intención de controlar el acceso hacia ellas. Sumándose a lo anterior, la ubicación estratégica (principalmente la preferencia de oteros) de cada uno de los sitios, factor, que habría permitido a sus ocupantes tener una buena visibilidad de otros asentamientos vecinos. Lo anterior sintetiza la características generales de los sitios del Periodo Intermedio Tardío de la región (p.e. Bonavía, 1969, Gonzáles 1992, Lumbreras 1975, Vivanco, 2001) y de otras partes del área andina, por ejemplo ver ha Bauer (1996) para el área Cusqueña y para ver el caso de la cuenca del Mantaro, donde se ha reportado “el repliegue de las poblaciones hacia zonas de mayor elevación, de amplia visibilidad y militarmente defensivos” ver los trabajos de Earle, et al. 1978, Matos 1966, Lavalleé y Julien1983, Hyslop, 1990, entre otros. Esta sistemática ubicación de los asentamientos en zonas protegidas y con un control visual amplio del territorio circundante desestimando lugares de fácil acceso y sobre todo el valle, ha permitido a Valdez y su equipo ha sugerir la posibilidad de que estos fueron “establecidos en tiempos de conflicto o, como señala Cobo (1956: 80) para evitar la incursión Inka” retomando una vieja historia que aún necesita mayor verificación.

Considero importante destacar que casi todos los autores incurren en un mismo error que consiste en no poner atención a la variabilidad de la cultura material omisión que ya en los 60´S había sido notado por Bonavía (1964 y 1969). Pues desde mi perspectiva, se debería prestar mayor atención a esta variabilidad del registro arqueológico pues en ellas podremos determinar si cada uno de ellos cumplieron funciones diferentes (administrativa, militar o ceremonial) o tuvieron distintas jerarquías (cabeza de provincia, centro de acopio, etc.) e incluso si fueron contemporáneos. En ese sentido sería recomendable hacer un análisis arquitectónico intra e intersitio cuyos resultados podrían permitirnos identificar etapas constructivas y fases de remodelación (técnicas constructivas, materia prima, etc.) de cada unos de los sitios descartando la contemporaneidad de cada una de sus estructuras (estratigrafía horizontal y vertical) pues la variación en forma de la estructura podría sugerirnos varios aspectos. Por un lado, podrían tratarse de remodelaciones arquitectónicas posteriores del sitio (Inka?) con fines de

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reutilizar ciertos asentamientos preincaicos, que a su juicio les serían útiles, que pudieron no ser abandonados con la introducción Inka en la región, puesto que las construcciones de planta rectangular en la sierra de los andes centrales sólo fue introducido por el estilo arquitectónico Inka (ver Gasparini y Margolies, 1977 y Hyslop 1990). Por otro lado, también, algunas variantes (ausencia o presencia) de algunos elementos arquitectónicos serían un indicador para identificar cambios en el patrón de asentamiento como consecuencia del proceso de complejización social, política y/o económica de las sociedades locales, proceso que habría sido interrumpida por el impacto Inka en la región, tal como se ha sugerido para los grupos étnicos de la sierra central (el caso de los Wankas).

A partir de la identificación de “cambios” en el patrón de asentamiento los arqueólogos pueden inferir a cerca de la organización sociopolítica y económica que podrían rastrearse mediante la identificación de la variabilidad de la cultura material, en ese sentido, en la región requerimos introducir nuevos tópicos de investigación, principalmente aquellos que estén orientados al esclarecimiento de problemáticas relacionados al estudio de la continuidad y cambios producidos en la vida cotidiana de los pobladores locales al ser incluidos en la administración de una sociedad mas compleja (Inka). Por lo mismo se hace necesario entender arqueológicamente la(s) sociedad(es) que habitaron estos territorios antes de la introducción cusqueña tratando de definir el tipo de organización política, económica, social e ideológica que desarrollaron cada una de ellas.

Para finalizar debo agregar que la práctica regional a pesar de sus desaciertos y limitaciones que lo arrastró por casi un siglo durante los últimos cinco años viene superando el oscurantismo en el que se había sumido. Logros que a futuro dará mayores luces para su replanteamiento que sólo podrán darse a través de la ejecución de programas de investigación, dentro de marcos teóricos-metodológicos adecuados, que involucren la resolución de temáticas que estén orientados al esclarecimiento de la identidad de los “Chanka” pues de lo contrario no podremos entender adecuadamente el proceso expansivo Inka hacia la región. Concluyendo que la arqueología regional ha obtenido más alegrías que penas.

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