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Grupo de Comunicaciones Estratégicas ISSN 1900-3447 Fascículo No. 55

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Fascículo No. 55

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Grupo de Comunicaciones EstratégicasISSN 1900-3447

Fascículo No. 55

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A los marinos de Colombia se dedica este trabajo de investigación sobre la historia naval, plasmado en crónicas que resumen las hazañas de aquellos que combatieron por todas las causas, navegando cargados de ilusiones y tiñendo el mar con su sangre.

Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, convirtiendo la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.

Agradezco al señor Almirante Hernándo Wills Vélez, Comandante de la Ar-mada Nacional, la deferencia de mantener la edición de estos resúmenes. Este trabajo desea llevar el mensaje de la historia a aquellos hombres de mar y de guerra, que fueron arrullados por las olas y embriagados con su encanto.

JORGE SERPA ERAZO Vicepresidente del Consejo de Historia Naval de Colombia

Presentación

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Historia de la Fundación del Club Naval “Santa Cruz de Castillo Grande”

El Club Naval fue erigido sobre las ruinas del des-truido Fuerte de SANTA CRUZ DE CASTILLO GRANDE y de ahí tomó su nombre. El Fuerte sirvió de Polvorín para la munición y pólvora de los nuevos y recién adquiridos destructores MC Caldas y MC Antioquia y la de los Buques Auxi-liares, adquiridos todos, en los años de 1933 y 34, con motivo del Conflicto con el Perú, hasta el mes de diciembre de 1936, cuando se produjo la gran explosión que hizo “volar en pedazos” el Fuerte, causando la muerte del celador del lugar, y la rotu-ra de vidrios de las casas del barrio de Manga, que daban su frente a la Bahía. No existían los barrios de Boca Grande y Castillo Grande. Por qué un Club Naval?. Los motivos se remonten a los años 34 y 35, cuando con la recién creada Base Naval comenzó a llegar del interior, un numeroso perso-

nal a ocupar los cargos administrativos, como intendentes, auditores, contadores, algunos de ellos, con palas navales, así como también, médicos y odontólogos y de comunicaciones que ostentaba palas de capitán de corbeta, fragata y de navío.

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Estaban también los oficiales del Batallón Cartagena y más tarde, los oficiales y cadetes que vinieron a la Escuela Naval. Entre los primeros vino el Capitán de Corbeta de Administración José Clement, padre de Dora Clement, futura esposa del quién fuera Almirante y Presidente de la República, Rubén Piedrahita Arango, también mi amigo, el Capitán de Corbeta Odon-tólogo Luis Carlos Cajiao, quién se casara con la dama cartagenera, Doña Ana Elvira Gómez Navarro, padres del Capitán de Fragata ®) Ernesto Cajiao Gómez.

Ya en el año 38, con la graduación de los primeros Guardiamarinas, eran muchos los oficiales que empezaban a tratarse con la sociedad de Cartagena siempre pequeña, y no muy conven-cida de los que llamaron desde esas épocas los “cachacos”. De allí vino la discriminación por la competencia con las muchachas y fue así cuando en el año 1939 el Teniente de Navío Demetrio Salamanca, en esa época cortejando a la que posteriormente sería su esposa, doña Margoth Llach, presentó su nombre a consideración de la Junta Directiva del Club Popa para ser admitido como Socio Activo.

Existían dos clubes: Club Cartagena que estaba frente al Parque Centenario y el Club Popa, detrás de la Ermita del barrio Pie de la Popa, en la plaza que hoy existe, y era el club más popular dijéramos así, menos estirado que el Club Cartagena. También nos presentamos para socios del Club, los entonces guardiamarinas Porto y Lemaitre, resultando la votación en que admitieron a Porto y a Lemaitre y no admitieron a Salamanca. Nosotros no acepta-mos. Entonces de allí vino la inquietud, como reacción contra el Club apoyo y solidaridad para con el compañero y amigo Tte de Navío Demetrio Salamanca, y cristalizó esto en una reunión a bordo del Destroyer Caldas. Esa reunión tenía como objeto principal ver que de-terminación se tomaba respecto a los oficiales y respecto a la sociedad. En ella se habló que lo mejor sería tener una sede, un punto de reunión, tener nuestro propio Club, que no fuera en las instalaciones oficiales. Se habló mucho del club y del lugar donde sería, que si en Manga, que si en el Pie de la Popa, se buscaron casas, se buscaron locales adecuados, pero eso costaba dinero, y el grupo de oficiales en esa época, era muy pequeño, no alcanzábamos a los ochenta, y el sueldo de un Guardiamarina era de $108.oo (CIENTO OCHO PESOS), el de un Subteniente era de $ 124.00 mensuales.

Algún oficial, que no he podido recordar quién fue, propuso “tomar posesión de Castillo-grande, del destruido Fuerte, el Fuerte de Santa Cruz”, la idea fue acogida y aprobada con entusiasmo. El Acta de la reunión fue comunicada al resto de los Oficiales y la totalidad de ellos no solamente los de Cartagena sino los que se encontraban en otras guarniciones e inclusive en el exterior se solidarizaron, estuvieron de acuerdo en que debíamos tener nuestro propio Club y tomar la sede en Castillogrande.

Ya en posesión material del terreno, hay que afrontar la realidad de ese sueño y manos a la obra: El terreno se encontró completamente enmontado y las ruinas hechas una cueva de cule-bras… Se procedió enseguida al desmonte y a emparejar el terreno, removiendo y picando las piedras, se contrató un cuidandero-machetero, y el resto fue producto del trabajo y la voluntad de los OFICIALES. Tan sólo el recordarlo, me emociona fuertemente. Todos contribuíamos, todos en la medida, de nuestras posibilidades, los comandantes, los instructores mandaban gente a trabajar: marineros voluntarios, inclusive, yo llevaba a los cadetes en la mañana, en sus horas de remo, a colaborar en la limpieza de las extensas playas.

Los días de fiesta nos llevábamos la palas y los picos a sacar las piedras y a emparejar el sue-

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lo, fue una ardua y dura tarea que duró varios años, al fin cuando ya se pudo efectuar la obra, fue el relleno de la rotonda en donde hoy está la piscina, ese fue el primer objetivo poner allí, instalar allí, un techo que se hizo de tejas de barro, construcción de madera, obviamente con lo más importante: el bar y la rotonda que quedó de piedra, en donde se hicieron primero los muros para sentarse.

Desde el principio tuvimos que pensar en cómo íbamos a sostener esa entidad, entonces te-níamos un solo empleado, el cuidandero, que se le construyó una casita muy modesta y se determinó que entonces que los Oficiales debíamos contribuir con una acción por un valor de $80 pesos, que debía pagarse en 12 cuotas, y mensualmente con una cuota de $5.00. Así, que esos son los pequeños detalles con que iniciamos el Club Naval.

Vino la obra material, que fue la contribución de todos los oficiales, de todos los cadetes, del ejército que tenía el batallón Cartagena allá en la plaza de la aduana y la sede era pues en donde está hoy día el Museo Naval. Eso se fue haciendo poco a poco con mucha dificultad; el 1er presidente del club fue el señor Capitán de Navío médico Víctor Rodríguez Acosta, quien cuando ya hubo forma de vivir allá se pasó a la casa del cuidandero con su esposa e hija y allá permanecía, allá lo íbamos a visitar casi a diario los que podían darse la escapada, el trans-porte era difícil por la comunicación entre la Base y Castillogrande, el barrio Bocagrande no existía sino hasta el Hotel Caribe era hasta donde se expandió inicialmente Bocagrande; toda la parte que quedó de la carrera sexta hacia el Club Naval quedó en arena. La arena extraída de la bahía cuando se construyeron los muelles el Terminal Marítimo en el año 1933 con esa arena se rellenó todo Bocagrande, y allí se construyó, sobre esa arena, la urbanización de Bocagrande.

En el Club Naval vamos poco a poco desarrollándolo, crea cuerpo y al fin hacemos la rotonda que ya mencioné, se efectúan las fiestas hasta cuando viene ya el año 1941 principios del año 42 y ya se completan los trabajos, queda la terraza embaldosada y además de sus muros para sentarse se le instalan mesas y sillas y se acondiciona el bar con agua y luz. En la parte exte-rior se construyen los sanitarios con una pequeña bodega (cuarto) para guardar los elementos de aseo y de trabajo, ya tiene instalada la corriente eléctrica.

La primera fiesta grande y elegante fue para el matrimonio de quién?. Pues del Capitán Salamanca, el mismo a quien había rechazado como aspirante a socio el Club Popa, años atrás. Fue la respuesta social que le dio la Oficialidad a ese club. El Club continua su desarrollo normal por allá hasta los años 58, cuando siendo mi persona el Presidente del Club resolvimos que debíamos no solo edificar el comedor y la cocina ya que hasta entonces no se disponía de ellas, sino armar el Club, con piscina, pista de baile, etc. y así fue como entramos en conversaciones con la firma Cívico (Dres. Rafael Cepeda Torres, arquitecto y Antonio Lequerica Martínez, Ingeniero) quienes se mostraron entusiasmados con la idea y en efecto nos presentaron los pre-planos y quedamos satisfechos y como ellos, entusiasmados y nuevamente tuvimos que afrontar la falta de dinero. Ellos con tal de realizar la obra nos ofrecieron facilidades, tales como cobrar la mitad de los ho-norarios, por los planos, puede decirse, apenas para cubrir los costos del papel y de los empleados que trabajaban en la elaboración de ellos. Con este planteamiento invitamos al comandante de la Armada Contraalmirante Augusto Porto, a quién ellos le hicieron la presentación. También este quedó de acuerdo con el plan presentado y aprobó, prometió el dinero para los planos, que fueron elaborados en poco tiempo.

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Los planos presentados consistían en la construcción de dos grandes bloques, el prime-ro consistió en, aprovechando la rotonda, construirle un techo espectacular en forma de “corneta” de monja, de la que ellas usaban sobre sus cabezas o también como un pañuelo que se curva y sostiene sobre sus dos puntas opuestas. Su nombre profesional es la forma “paraboloide-hiperbólico”. Quedó como un lugar espléndido para reuniones bajo techo y completamente al aire libre. Allí se hizo la recepción al Príncipe Felipe de Inglaterra cuando su visita a Cartagena. Desafortunadamente se pudrieron la guayas que sostenían la estructura y un mal día se vino al suelo. Quedaba el edificio de los comedores y cocinas que hoy existe, pero ya varias veces reformado y mejorado. Debo mencionar como dato curioso que el lugar en donde hoy está el “Cabrestante”, fue construido en esa forma y ese lugar porque le aparecía en los planos, como el “Puente” del edificio viéndolo de frente y además porque hasta allí llegaban las aguas de la bahía que prácticamente lamían las ba-ses de la estructura. Se pensó que ese lugar sería dedicado a sala de lectura y música para “solaz” de los Oficiales.

Ahora toca hablar de la financiación de la obra. Para comenzar quiero dejar claro que la firma Civilco, Doctores Cepeda Torres y Lequerica Martínez, no cobraron un solo centavo como honorarios, ni para los planos, ni posteriormente para la Dirección de la obra. El Club Naval está en mora de hacerles un reconocimiento. El interventor y representante del Club, fue el Dr. William Ceballos, Jefe de la oficina de Ingeniería Civil en BN1.

Por otra parte para iniciar los trabajos hubo que recurrir a préstamos personales, pues el club carecía de Personería Jurídica y mientras el Dr. Gonzalo Zúñiga asesor jurídico de CFNA, voluntariamente se dedicó a tramitar la solicitud de la personería jurídica, fue necesario recurrir a préstamos bancarios los que se realizaron a nombre de las señoras del Presidente y Vicepresidente del Club. Posteriormente en la mitad de los años 60, fue construida la piscina, cuya financiación, al igual que la olímpica de la Base Naval y Es-cuela Naval, fue conseguida por el Representante a la Cámara y entonces Presidente de la comisión V, el Dr. Joaquín Franco Burgos. Los fondos correspondientes fueron mane-jados por el Fondo Rotario. Esta obra significó un vuelco total a la vida social del Club Naval, que con sus kioscos, arreglos de playas, marina y muelles para las embarcaciones a vela y motor, junto con sus magníficas y alumbradas canchas de tenis y además con su discoteca “La Iguana”, conforman hoy el muy grato y querido CLUB DEPORTIVO NAVAL DE OFICIALES.

(Resumen de una entrevista realizada por el CN Francisco Chacón al Sr Almirante Orlando Lemaitre Torres en 1999)

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La verdadera historia de los

comuneros y el primer acuerdo de paz

Por: Jorge Serpa Erazo Vicepresidente del Consejo de Historia Naval

El principal propósito de este artículo es ofrecer un relato diferente sobre una época de nuestra Patria, pretendiendo mostrar sin apasionamiento, y con el mayor respeto por nuestra historia, algunos hechos olvidados, marginados o pretermitidos. No se proyecta descalificar a nuestros próceres, héroes y mártires.Se trata de resumir con la mayor fi-delidad, para que no se apolillen en el baúl del olvido, algunas afirmaciones de carácter histórico realizadas hace varios años por José Fulgencio Gutiérrez, Arturo Abella y En-rique Caballero, notables historiadores, cronistas y escritores.También en estas líneas se pretende mostrar que muchas peculiaridades e historias falsas y amañadas se continúan repitiendo a diario en los acontecimientos del pasado y presente colombiano.

Como todas las cosas que han sucedido en nuestra querida Colombia, la independencia también nació o surgió de la rivalidad entre dos corrientes que se disputaban el poder: “criollos” y “chapetones”. Valga la pena acotar que esta tendencia pendenciera entre dos fracciones se ha mantenido desde entonces: Años más tarde, en lo que se denomina “Patria Boba”, la división fue entre centralistas y federalistas; en los primeros años de la República, el país se enfrentó entre Santanderistas y Bolivarianos; años más tarde la jo-

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ven nación se fraccionó entre “radicales” y “regeneradores”; el siguiente conflicto estalló entre “nacionalistas” e “históricos”. Así, con enfrentamientos y desavenencias entre dos grupos, muere el siglo XIX y nace el XX, con una guerra donde lucharon los liberales (que a su vez, estaban divididos entre los “pacifistas” de Miguel Samper y los “guerre-ristas” de Uribe Uribe y Benjamín Herrera) con los conservadores de Caro, Sanclemente y Marroquín.

Luego de la guerra de los “Mil días”, la contienda política se torna sangrienta al final de la hegemonía conservadora en 1930, cuando se enfrentan en los campos y ciudades, los libera-les inspirados por López Pumarejo y los conservadores orientados por Laureano Gómez, es decir un conflicto interno, que terminó cuando se firmó el pacto de Sitges que creó el Frente Nacional.

El enfrentamiento y rivalidad entre Criollos y Chapetones, nació y fue creciendo por la disputa y competencia generada entre ellos por la vinculación a los cargos burocráticos que tenía el virreinato. Vale la pena anotar, como lo manifestó Laureano Gómez en un escrito titulado “Una cultura conquistadora”, el 20 de julio de 1810, empezó el 6 de agosto de 1538, cuando se fundó a Santa Fe, ya que con Jiménez de Quesada llegaron los insospechados creadores de una oligarquía, que dos siglos y medio, más tarde, se revelaría contra sus antepasados a quie-nes debía sangre, religión y estilo. Cuando esta oligarquía creyó estar madura y se consideró poderosa, hizo la revolución.

La abundante historia escrita sobre los antecedentes del 20 de julio, en algunos aspectos se ha falseado, para presentar como la principal causa que motivó nuestra indepen-dencia, el argumento altruista de la Libertad. Pero, además de la buro-cracia hubo otras cosas que también originaron la gestación de la inde-pendencia, como la prohibición de matrimonio entre los funcionarios de la corona y de sus hijos con las criollas, por encumbradas que fue-ran. Esta causa, quizás, fue el primer enfrentamiento entre realistas y crio-llos, cuando en 1729, el oidor Jorge Miguel Lozano de Peralta se opuso al matrimonio de su hijo José Anto-nio con la distinguida criolla María Josefa Caicedo y Villacís, hija y heredera única del distinguido crio-llo Francisco de Caicedo y Pastrana (heredero del mayorazgo fundado en el siglo XVI por Francisco Maldona-do de Mendoza, de 45 mil hectáreas,

El señor D´Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varaes Maldonado de Mendoza y Olaya I´ y Marques de S* Jorge de Bogotá VIII. Poseedor de Mayorasgo de Este Nombre Ha Servido los Empleos De Sargento Mayor Alferez R´ y Otros Varios de República en esta Corte De S” Fe. Su Patria.

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las cuales sirvieron de dehesa a la capital del virreinato para alojar el ganado que subía desde el valle del Magdalena), quien se había casado con la quiteña Josefa de Villacís, hija del presidente, gobernador y capitán general del Nuevo Reino Dionisio Pérez Manrique.

José Antonio, el frustrado pretendiente, fue desterrado por su padre, el oidor, a Honda, donde fue incomunicado en un colegio religioso y María Josefa ingresó a un convento en Santa Fe, donde tuvo que vestir los hábitos religiosos con el nombre de Sor María Josefa de San Joaquín. Aunque el matrimonio se realizó contra viento y marea, intervinieron, el poder de la corona española con la potestad del mando, la rebeldía de los criollos con las herramientas del poderío económico y las influencias del mayorazgo y la iglesia que terciaron a favor de los novios frustrados, debido a que el cura de la catedral Francisco Javier Beltrán Caicedo los unió por medio de un poder tramitado secretamente, cuya validez fue cuestionada por el oidor Lozano de Peralta, pero en últimas, el arzobispado decidió este impasse ratificando la bendición del cura Caicedo.

Este frustrado matrimonio fue el verdadero “Florero” de la Independencia, dio inicio al enfrentamiento en la colonia, de dos fuerzas, que entonces empezaron una rivalidad pen-denciera: chapetones y criollos.

Años más tarde, en 1768 el hijo de esta pareja, Jorge Miguel Lozano de Peralta, con el mismo nombre de su discriminador abuelo, se enfrentó con el español José Groot de Var-gas, porque éste, en pleno cabildo, cuando se discutía un asunto del virreinato, le gritó que “tenía mancha de la tierra” y era “enemigo de los chapetones”. De inmediato, para acusar al oidor Groot ante la corte y obtener una justa reparación, el oidor Lozano de Peralta solicitó permiso para viajar a España, pero se le negó. Sin embargo, en septiembre de 1772, de la corona española le llega una compensación muy espe-cial, el título nobiliario de Marques de San Jorge y se compromete a consignar el tributo correspon-diente, bastante oneroso. Pero Lo-zano de Peralta, utiliza el título que le permite llegar a ser alcalde de Santa Fe y no cancela el impuesto nobiliario. La Real Audiencia, le notifica que si no pagaba no podía ser Marqués, a lo cual, Lozano de Peralta responde que él no tenía por qué pagar lo que se merecía. Sin embargo, el Marqués de San Jorge, demandado por el pago de tales de-rechos, siguió usando el título.

Manuela Beltrán de su vida se sabe muy poco ya que sólo hay indicios de en Charalá (Santander, Colombia), en el siglo XVIII, y que pertenecía a una modesta familia descendiente de españoles, que manufacturaba tabacos y poseía una tienda de efectos de Castilla. Era “una mujer del pueblo”.

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Con el fin de atender asuntos relacionados con la imposición de nuevos tributos reales, es decir, lo que ahora, en nuestros tiempos, se llama reforma tributaria y para estudiar el caso del Marqués de San Jorge, la corona española envió al regente-visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres. La inclemente actuación alcabalera de Gutiérrez de Piñeres fue la gestora, en las breñas de Santander del movimiento Comunero, cuando Manuela Beltrán y el Zarco Ardila rompen el edicto con los nuevos impuestos gritando: ¡Viva el rey, muera el mal gobierno! Este grito fue estimulado desde Santa Fe, por el propio Marqués de San Jorge, principal afec-tado con la visita del Regidor por los nuevos tributos que gravarían sus propiedades e ingre-sos y la seria y grave amenaza sobre su marquesado que estaba en entredicho. Así las cosas, envió a los revolucionarios del Socorro, a través de Manuel García Olano, administrador de correos y cuñado de su hija Josefa Lozano, noticias, pasquines e instrucciones para iniciar la incipiente revolución.

Cuando quince mil Comuneros marchan hacia Santa Fe, liderados por Berbeo y Galán, el Regidor Gutiérrez de Piñeres, protagonista de la revuelta, parte presuroso hacia España. Ante la gravedad de los hechos, el gobierno del virreinato, para detener la protesta marchante envió al oidor Osorio con cien soldados, que fueron hechos prisioneros sin disparar un solo tiro. Solo el ayudante del oidor Osorio logró escapar y llevar a la capital la noticia.

Amenazada Santa Fe, se logra por acuerdo dialogar en Zipaquirá, donde el 14 de mayo de 1781, se dieron cita las autoridades del Nuevo Reino y la “chusma” revolucionaria. El Ar-zobispo Caballero y Góngora con su comitiva partió hacia aquel lugar, consagrado como la primera “zona de distensión” para atender también la primera “mesa de diálogo” ubi-cada en la casa cural, llevando como asesores al Marqués de San Jorge y al cuñado de su hija, el famoso administrador de correos. En otras palabras, Lozano de Peralta y García Olano, estaban jugando en los dos bandos; por un lado asesoraban al Arzobispo y, por el otro, en entrevistas secretas, realizadas en el campamento de los Comuneros, aconsejaban a Ber-beo y Galán. Como las conversaciones no llegaban a ningún acuerdo, por in-sinuación de los dos asesores, se llegó a las famosas Capitulaciones. Después de una espera dilatoria, el 6 de junio, la Real Audiencia, aceptó y aprobó el texto, pero en acta secreta se declaró su nulidad, aunque con misa solemne y juramento de las partes, fue ratificado el acuerdo en Zipaquirá. Ese fue también el primer “acuerdo de paz”.

Al término de las conversaciones Lo-zano de Peralta fue ovacionado por los Comuneros. Meses después cuando Ca-ballero y Góngora es designado Virrey,

Jose Antonio Galán

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ató varios cabos que tenía sueltos en su memoria e inició un proceso contra su ex asesor García Olano; para tal efecto envió en 1773, una carta al Conde de Floridablanca, donde manifestó entre otras cosas: “…procuro desde mi ingreso en este mando ratificarme más y más en los crímenes que acusaban a don Manuel García Olano administrador de Correos de esta ciudad, cuya conducta en aquel desgraciado tiempo siempre me fue sos-pechosa, por sus producciones, correspondencia y descubierta parcialidad que manifes-taba con los sediciosos del Socorro…” El 22 de agosto de 1786, luego de varias quejas y acusaciones que llegaron a la corte española para investigar y aclarar su participación en la revolución comunera, el Rey, de manera directa, ordenó al Arzobispo y Virrey pro-ceder a juzgar al Marqués de San Jorge, quien fue detenido en el ayuntamiento durante el proceso. Tres años más tarde, la corte ordenó que el reo fuera trasladado a España, pero estando en Cartagena, le decretaron libertad incondicional y allí se quedó a vivir hasta su muerte en 1793, ocurrida en el convento de la Recolección de San Diego, sin familiares y amigos, pues su hijo mayor José María se encontraba en Santa Fe y Jorge Tadeo, el me-nor, estaba en España desde 1786, donde ingresó como cadete al Real Cuerpo de Guardias y más tarde, obtuvo el grado de Alférez de Fusileros y fue vinculado a la sexta compañía del Regimiento de la Guardia Real Española, allí prestó servicios hasta el 21 de junio de 1794. Durante tres años, Jorge Tadeo Lozano, reside en París, aprende el idioma francés y visita algunos países europeos, para regresar a la Nueva Granada en 1797.

El final de la gesta comunera es bien conocido. Para calmar los ánimos y terminar la insurrec-ción y alzamiento comunero fueron aceptadas en Zipaquirá e incumplidas posteriormente, las capitulaciones, con las 35 demandas que contemplaban principalmente la extinción y rebaja de los impuestos, la prelación a los criollos para ciertos empleos, el indulto para todos los participantes en el movimiento revolucionario, el libre cultivo y comercio del tabaco, la res-titución de los resguardos a los indígenas y el mejoramiento de los puentes y caminos (temas que tres siglos después aún tienen vigencia). Ante el engaño y burla de los realistas con lo pactado, Galán decide revivir la sublevación popular pero en octubre de 1782 es arrestado en Onzaga, trasladado a Santa Fe, juzgado y sentenciado a muerte. Fue ejecutado en el hoy Parque de Santander, el 1° de febrero de 1782 con sus compañeros Lorenzo Alcantuz, Isidro Molina y Manuel Ortiz.

Aunque la llamada revolución comunera, no se hizo para conseguir la independencia a través de una protesta armada y alteración del orden social, el movimiento comunero, a parte de la manipuladora intervención de Jorge Miguel Lozano de Peralta, Marqués de San Jorge, tiene el significado de haber sido la primera sacudida con apasionado y patriótico idealismo que preparó la semilla revolucionaria que 28 años más tarde, el 20 de julio de 1810, con el famoso florero del español José Gonzalez Llorente, hecho que también fue motivado y planeado con antelación. La estampa de los comuneros tiene el encanto señorial de la historia que convier-te a Santander en el fogón de un sentimiento nacional, que se ha nutrido con tradiciones y hazañas, manteniendo incólume el afecto por libertad.

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Me hallaba prestando servicios en la Real Armada Británica donde había sido enviado por la Armada colombiana, a bordo del porta-aviones HMS Theseus surto en el puerto de Weymouth en la costa sur de Inglaterra. En Inglaterra la Armada es Real – the Royal Navy - y el ejército no lo es, no existe the Royal Army desde cuando el dictador Cromwell, uno de sus miembros, decapitó al rey por allá en el siglo 17. Simplemente es the Army, así como despectivamente. Además es el único país del mun-do donde la Armada posee una

jerarquía superior al ejército, una mayor antigüedad se dice en la jerga, lo cual implicaba que cuando teníamos formaciones mixtas ellos debían colocarse detrás o después de nosotros. Como en Colombia estaba acostumbrado a algo diferente, cuando en una ceremonia en honor de la Reina me coloqué en la fila detrás de alguien del ejército casi me decapitan como al rey, aún recuerdo la vaciada que me pegaron por cometer tal delito de lesa majestad. Mejor,

El Almirante de la Flota Británica y

la Lengua Gallega

Por Teniente de Navío Pablo Edgard Zapata S. / 20-002

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de lesa marina. Un miembro de la Real Armada detrás de alguien del ejército... no hay dere-cho! Nuestro buque integraba una Escuadra con otros destructores y el porta-aviones gemelo HMS Ocean, juntos constituíamos el Home Fleet Trainning Squadron. HMS es el comodín de la Royal Navy para nominarlo todo: Her Majesty Ship (buque de su Majestad) si es un buque, Her Majesty Stablishment o Station si son bases navales o instalaciones terrestres, Her Majesty School parta las escuelas de formación. Y cuando gobierna un rey, significa His en lugar de Her.

La rivalidad entre ambos porta-aviones de la Escuadra era una constante: en los ejercicios y operaciones, en las revistas navales, en los enfrentamientos deportivos de fútbol y rugby. O en el curioso y feroz hockey sobre cubierta, deporte exclusivo de los buques jugado con un aro de cabo o lazo y unos rústicos bastones de madera, el que a veces se practica en los muelles. Usualmente ganábamos, pero en algo sí nos tenían pordebajiados los del antipático HMS Ocean: a bordo de ellos estaba la sede del Comandante de la Escuadra, el Almirante Biggs, por tanto eran el buque insignia. Qué rabia. Cuando en una ocasión el Almirante nos visitó fue el despiporre, algo así como la llegada del Papa o del Presidente de los EE.UU. Desde unas semanas antes del magno acontecimiento y durante 24 horas solo tuvimos vida para alistar el porta-aviones y los aviones, para limpiar cada rincón y armamento de la nave.

Llegado el imponente día, la tripulación de 1500 hombres de mi HMS Theseus en uniforme de gala estaba formada a las 11 de la mañana sobre la inmensa cubierta de vuelo. Impactante espectáculo con el buque engalanado de coloridas banderas, o empavesado como se dice en la jerga náutica. Los cañones disparaban salvas en honor del gran jefe naval, los músicos esco-ceses hacían sonar sus gaitas y la banda de los Royal Marines, los Reales Infantes de Marina, tocaba sus acordes marciales. En el aire las escuadrillas de aviones realzaban el momento. Como se dice poéticamente en inglés, era un acto de Pomp and circunstances

El personaje pasó como a un metro mío y por primera vez en mi vida tuve la oportunidad de ver a un almirante de carne y hueso, de verdad-verdad, un acontecimiento inolvidable para un ínfimo guardiamarina ubicado en el extremo inferior de la escala jerárquica y del escalafón naval. Quien pasaba al frente mío estaba en el tope superior, a años luz de mis sueños, lu-ciendo en las mangas los dorados galones de cuatro dedos de ancho propios de un Almirante. De rostro adusto reflejaba una cierta simpatía, en todo caso me causó muy buena impresión y pensé lo interesante que sería algún día poder conversar con él. Finalizado el evento nos dieron la tarde libre como premio por los conceptos favorables del Almirante Biggs sobre la revista y honores que le presentamos.

UN CAPITÁN BRITÁNICO Y CATÓLICO

El comandante de nuestro porta-aviones era el Capitán de Navío Anthony Miers, portador nada menos que de la Cruz Victoria ganada en Corea, la máxima condecoración británica, una que se otorga exclusivamente por actos de heroísmo en combate. Era escocés y católico, algo inusual en Inglaterra donde escasamente el 5% de su población profesa la religión católica, contra 10% de la Iglesia de Escocia. Y el resto son anglicanos de la Church of England fun-dada por Enrique VIII, cuando formó rancho aparte con un protestantismo sui generis y bien diferente al luterano, ya que su culto, liturgia y doctrina son bien parecidos a los católicos. Caso muy diferente a los protestantes de las otras variantes.

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En puerto diariamente a las ocho de la mañana, o más tarde según la estación del año, se realizaba sobre la cubierta de vuelo del porta-aviones la imponente ceremonia de izada del pabellón, presidida por el Comandante del buque. Los ingleses son especiales en ceremonias, creo nadie les gana en el cuidado, realce y sobre todo entusiasmo con que las realizan, es algo que llevan en la sangre. No solo Sucede en la Armada, es similar en la universidad, la inauguración de un campeonato de tenis o cricket, la cena en una casa, en cualquier parte y evento. Cada día toda la tripulación en uniforme de trabajo diario formaba por divisiones y departamentos excepto los pilotos navales, unos consentidos a quienes jubilan a los 12 años.... si alcanzan a durar tanto. Resaltaban los oficiales indios singh que siguiendo su religión usaban un turbante blanco o rojo, sobre el cual colocaban las cucardas o insignias distintivas que de otro modo irían en la usual gorra blanca. De hecho había gente de múltiples países del imperio británico y ni para qué les cuento los problemas con las comidas derivados de las distintas religiones, sus prohibiciones y tabúes. Para disfrutar doble ración de carne, pronto aprendí a situarme en la mesa al lado de algún árabe si el menú era de cerdo o de un indio si de res. Lo que ayudaba a llenar mejor mi estómago, bienvenido con 17 años y una vida tan agitada como la de un marino de su Graciosa Majestad.

Después de la diaria revista militar entonábamos la Oración del Marino, de hermosísimas palabras. Rompíamos filas y durante quince minutos nos agrupábamos por religiones, para una ceremonia de oraciones presididas por los respectivos capellanes. El nuestro era el padre O’Connor, un bonachón y simpático irlandés. Los católicos sumábamos acaso 30 feligreses a bordo, pero contábamos entre ellos al Comandante del buque quien se comportaba en los oficios como uno más, como un sencillo practicante de nuestra fe.

En el buque decían que los católicos éramos sus consentidos, la verdad es que podíamos hablar con él con relativa facilidad, especialmente los domingos o festivos religiosos cuando se celebraba la misa y a continuación teníamos una amena reunión amenizada por tazas de té y bizcochitos. Recién llegado me hizo un reporte completo sobre Colombia y Sudamérica, lugares exóticos para él y me invitó a almorzar a su camarote. Pocos de los tripulantes podían contarlo.

Un buen día el Teniente de Navío Anthony Malone – mi jefe directo - me ordenó presentarme a las 11 de la mañana al camarote del Comandante del porta-aviones. Quedé intrigado pero me imaginé se trataba de algo relacionado con el catolicismo, como alguna invitación externa a una iglesia de la ciudad. Al llegar nos hizo servir té por su ayudante de cámara, pues los ingleses siempre lo reciben a uno con un té. Sus oficinas huelen a té y el aroma esparcido en el aire denota las preferencias del anfitrión, la variedad y categoría.

El aire tenía aroma del tipo Darjeeling cultivado en las laderas del Himalaya, el más fino de todos y el champaña de los tés. Estaba sonriente sin la seriedad propia de su mando, parecía más bien el usual compañero de oraciones que el Comandante del buque. Casi me voy de para atrás con lo que me comunicó: A las seis de la tarde el Almirante Biggs me esperaba en el otro porta-aviones, el HMS Ocean y debía ir en uniforme formal, no de trabajo. El no tenía ni la más remota idea de qué se trataba, procediendo a mostrarme el mensaje escrito que había recibido. A las cinco y media de la tarde me recogería un bote pues estábamos anclados en mitad de la bahía de Weymouth. Me dio algunas recomendaciones de cómo tratarlo, del pro-tocolo que debía observar, de cómo comportarme, aspectos de la personalidad del Almirante, recordándome que en todo momento debería ser un digno representante del HMS Theseus.

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Quería asegurarse de tener todo bajo control, por fortuna para mí el Teniente Malone me acompañaría.

ENTREVISTA CON EL ALMIRANTE

A las cinco y treinta en punto llegó el bote personal del Almirante a recogernos. En la Marina y en Inglaterra siempre suceden las cosas en punto, no hay forma que se retrasen ni un minuto. Los almirantes cuentan con exclusivos y vistosos botes personales, son como los Rolls Roy-ce de los botes. Mientras subía escaleras hacia su camarote-oficina, sentí que las piernas me temblaban. De súbito me afloró el temor de tener problemas con mi inglés, que no le enten-diera o mi pronunciación fuera defectuosa. Con nadie me había sucedido y hasta conversaba normalmente por teléfono con Stella Blewet mi novia de Cornwell - prueba eximia de hablar un idioma - pero ahora era diferente. Y en la clase de gramática inglesa sacaba buenas notas. Traté de mentalizarme que todo marcharía bien con el idioma de Shakespeare, mientras seguía ascendiendo por escalas y cubiertas.

Hicimos antesala, para ingresar al camarote a las seis en punto. El Almirante nos recibió amablemente sentado en un sillón de cuero, fumaba pipa y el aroma era delicioso, con más confianza le habría preguntado cual picadura usaba. Lo acompañaba un Capitán de Fragata jefe de su Staff. La decoración del camarote era sobria, los ingleses no son rimbombantes ni ostentosos como los americanos quienes suelen forrar los mamparos o paredes de sus oficinas con fotos, decretos y placas. Incluso los británicos en el pecho y a la izquierda del uniforme solo lucen sobriamente cinco distintivos de condecoraciones, dos arriba y tres abajo, así ten-gan cien escogen las cinco más sobresalientes. Tan diferente de los americanos cuyos unifor-mes parecen un crucigrama con tantas cintas de condecoraciones, amén de múltiples avisos metálicos de los cursos que han tomado de estado mayor, submarinista, torpedista, artillero, lancero, que se yo. Súmele una placa con el nombre, eso parece el uniforme de un ciclista o un corredor de Fórmula 1 en el cual no queda un centímetro vacío. Todo un monumento al mal gusto, con lo sobrio y hermoso que es el vestuario naval. Lo triste es que en Colombia, cuyos uniformes fueron tomados de la marina inglesa, hayamos copiado últimamente el mo-delo americano de tanta parafernalia colgada al pecho. Manes de la influencia gringa, quizás en los últimos años sobra gente que haya estudiado en USA y faltan más especializados en la rubia Albión, quienes me imagino no hubieran permitido tal cambio.

El Almirante nos ofreció un scotch, pues los ingleses nunca le dicen whisky. Sí, un whisky! En la Real Armada el licor es algo normal que no causa sobresaltos ni constituye un mito diabólico, como sucede en la Armada de EE.UU. donde está prohibido tenerlo a bordo. Se-gún los ingleses es cuestión de madurez, la que les sobra... Las tiendas internas de los buques venden licores incluso libre de los onerosos impuestos que se cobran en tierra, e igualmente los sirven en los bares de las Cámaras de Oficiales. Eso sí, como en todo el imperio británico, solo expenden licor entre las 12 y 2 de la tarde o entre las 6 y 11 de la noche. Fuera de esas horas no hay ni peligro de poder conseguir una mísera cerveza, porque allí las normas y leyes son para cumplirlas.

Para romper el hielo, el Almirante hizo un chiste con la mezcla de agua o soda del scotch. Ni pensar agregarle algo diferente pues sería un sacrilegio para el agua bendita, que tal es el significado en el gaélico celta de la palabra whisky, o whiskey como lo escriben ellos. Licor creado entre otras por monjes. Le pedí al camarero dos dedos de whisky y dos de agua, es el

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tipo usual de medida y se entiende como tal el ancho en dedos del licor en el vaso. Al llegarle el turno al Almirante pidió también dos dedos de scotch, aclarando que no eran dos dedos de ancho sino... de alto! Risas, brindis y con el primer sorbo la conversación fue más fácil. Me preguntó por Colombia y Sudamérica, él nunca había estado por estos lados y de Latinoamé-rica apenas si recordaba haber tratado en el pasado algunos argentinos que cursaban estudios en la Real Armada. Aproveché para algunos chistes de argentinos y la mirada de aprobación de mi jefe el Teniente Malone indicaba que lo estaba haciendo bien. Lo cual me infundió confianza, aunque estaba a la espera de que surgiera el verdadero motivo de la reunión.

De pronto el Almirante me preguntó si mi idioma era el español. Claro que sí, le dije. Repli-có entonces, quiero decir el mismo español de España y en cual porcentaje son iguales los idiomas hablados en Europa y Latinoamérica, específicamente en Colombia. Le comenté que eran las mismas lenguas con sutiles diferencias, similares al caso del inglés de EE.UU. y el de Inglaterra. Me sentí brillante con el ejemplo puesto. Pero el almirante protestó con toda la prosopopeya y seriedad que solo un inglés puede poner en ciertos casos como este. Porque según él los gringos hablan un idioma totalmente diferente al de los ingleses, apenas si se les puede entender algo. Reímos todos pues sabíamos que estaba ironizando. Continuó. Si era parecida a la del inglés la diferencia del español hablado a ambos lados del Atlántico, entonces Uds. se deben entender muy poco con los hispanos... quizás un 10% en el mejor de los casos! Volví a la carga con mi explicación, ampliada con las diferencias idiomáticas entre los países desde México hasta la Argentina. Aproveché para comentarle que el español de Colombia según los especialistas era considerado el mejor de todos y le hablé sobre el Instituto Caro y Cuervo, máxima autoridad gramatical después de la Real Academia de la Lengua Española. Me dio la impresión de haberlo dejado satisfecho.

Fue cuando sacó de la manga el as de oros que tenía guardado. Resulta que como en un par de semanas dos destructores y el antipático portaviones HMS Ocean irían en misión oficial y diplomática a España, él había considerado llevarme como intérprete. Ah de eso se trataba! Mi emoción subió a su punto máximo, conocer España? Se realizaría al fin ese sueño que todos los latinoamericanos tenemos. Con la Armada de Colombia había viajado por el Caribe, sur y Norteamérica pero esto era diferente, bien diferente, lo máximo. Quise responderle que aceptaba irrevocablemente, pero en mi mente no pude encontrar tal expresión del inglés.

Tanta dicha fue enfriada por el siguiente comentario. Vamos a efectuar un crucero a Vigo y leyendo libros sobre España he visto que esta ciudad pertenece a Galicia, donde no se habla español sino el idioma gallego. A mis 17 años era la primera vez que oía hablar de esto, creía que excepto los vascos todos los hispanos hablaban español. Gallego? Me sentí inseguro, caminando por arenas movedizas y desconocidas. Veía que se alejaba la maravillosa oportu-nidad vislumbrada momentos antes y como un odioso fantasma aparecía la tal lengua gallega para acabar con mi dicha. Pero no, ni pensar en dejar escapar tan esplendorosa oportunidad, mi padre dice que las oportunidades en la vida son únicas y uno no puede dejarlas pasar de largo. Para ganar tiempo apuré un sorbo de whisky, mientras las ideas y palabras bullían en mi cerebro.

Y me lancé! Señor Almirante, coincidencialmente mis abuelos son gallegos y en mi casa además del español se habla gallego. No sé cómo, pero la inspiración me afloró y sin siquie-ra pensarlo me salió la mentira. El Almirante sonrió y opinó era una coyuntura afortunada que el único hombre de su Flota español-parlante también entendiera el gallego. Confirmó

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mi asignación de carácter temporal y le indicó al Teniente Malone que en una semana debía quedar trasladado al Ocean, a órdenes del Capitán jefe de su Staff. Un último scotch y nos despedimos. Durante el viaje de regreso la euforia de los tres whiskys y la emoción de ir a conocer España fueron mis acompañantes. No había espacio para nada diferente.

DEL TEMOR, AL SUSTO Y AL PÁNICO

Como dicen las muchachas, después del gusto viene el susto. Navegábamos hacia España y ya instalado a bordo de mi nuevo porta-aviones, en la Cámara de Oficiales reflexionaba sobre mi situación y las posibles implicaciones negativas de mi asignación. El temor me rondaba. El Capitán del Staff me informó que mi trabajo empezaba al llegar a Vigo y por lo pronto po-día dedicarme a conocer el buque y su gente, como los encargados de compras y suministros a quienes apoyaría al llegar. Realmente nada tenía para hacer y disfrutaba de una vagancia inusitada, la primera desde cuando formaba parte de la Real Armada. Siempre faltando y ahora me sobraba todo el tiempo del mundo, con razón Einstein pregonaba que el tiempo es relativo. Qué tal! Yo con mis temores y pensando ahora en teorías de la relatividad.... No tenía conocidos a bordo y los antipáticos del Ocean me seguían tratando como un extraño, discri-minándome como alguien de la competencia, esto es del Theseus. Vivía un vacío, llenado por un solo pensamiento: el gallego!

Me puse a escarbar en la biblioteca del buque y encontré tres libros sobre España, uno en es-pañol sobre Historia y dos guías turísticas en inglés. Muy claramente decían que en Galicia se hablaba el idioma gallego y que además en España se hablaban otras lenguas como el catalán, valenciano, vasco. Conque esas tenemos.... Qué ironía, cuando debía encontrarme desbordado de la emoción por dirigirme hacia la Madre Patria, heme acá sudando frío con cada milla que el buque avanzaba por el Canal de la Mancha al que los ingleses llaman diferente, the British Channel, el Canal Británico. Cruzábamos por el Mar Cantábrico y el oleaje era fuerte, muy fuerte. No soy propicio a marearme, pero estaba sintiendo como cierta indisposición. Qué vergüenza si llegan a darse cuenta que me mareo, seguro algún día lo sabrían en mi buque el Theseus y ni hablar de las burlas. Por los alto-parlantes se escuchó la orden usual cuando hay mar pesado, de asegurar especialmente los objetos y cosas.

El Capitán del Staff me citó a su camarote 24 ho-ras antes de arribar. Du-rante una hora estuvo pre-cisándome mis obligacio-nes y responsabilidades en los 7 días de la visita a Vigo. Debería actuar como intérprete en tres campos, en las relaciones del día a día que se ten-

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drían con las diferentes autoridades portuarias o los proveedores de alimentos, combustibles, elementos y similares. Enlace con los miembros de la Marina de España, con quienes habría un estrecho contacto. Y ser uno de los attaché del Almirante en las diferentes reuniones, recepciones y ceremonias oficiales que tendrían lugar, para lo cual me entregó el programa detallado. Y el cordón símbolo del attaché, que luciría en el hombro. Habría una recepción a bordo ofrecida por el gobierno de Su Majestad y para tal ocasión llegaría de Madrid el Em-bajador británico, además de otras recepciones dadas por el gobierno ejecutivo de España, el gobierno local y la Marina española. A las 10 de la mañana del día siguiente arribaríamos y yo entraría en acción.

Quedé pálido al leer el programa, dejé de experimentar temor para empezar a sentir miedo. Apreciaba que la situación no podía ser más grave, si llegaba a fallar como intérprete. Ni pensar en el daño que le ocasionaría al Almirante y a los buques, sería como dicen los ingleses algo very, very disgusting. Una embarrada monumental. Indudablemente mi futura carrera naval sería no solo afectada sino acabada, me devolverían a Colombia y de allí me despacha-rían a la calle. Esa noche no pude conciliar el sueño en mi hamaca, pues en la Real Armada se duerme en hamacas y no en coys o camas. Me daba vueltas y más vueltas el tal idioma gallego, la cabeza me dolía bastante pero a esas horas ni pensar en conseguir una aspirina.

Llegó el gran día. Por los altoparlantes a las cinco y quince de la mañana sonó la orden general de levantarse, el Alza arriba! Tenía los ojos pesados y los párpados como cortinas metálicas. Casi no pude desayunar los usuales cornflakes con tajadas de banano, el té y los huevos con jamón. Cuando subí a la cubierta y vi al frente mío la acantilada línea de la costa española, mis sentimientos pasaron del miedo al pánico.

BRAVO CERVANTES!

Había una actividad frenética por todas partes, los aviones estaban siendo cuidadosamente alistados y la nave estaba vistosamente empavesada de coloridas banderas. Cuando los buques de la Real Armada llegan a puerto extranjero, deben causar una impresión impactante con la tripulación hermosamente alineada sobre la cubierta de vuelo y luciendo su uniforme azul. Acudí a rezar a la pequeña capilla, pocas veces lo hice con tanta fe y devoción. Necesitaba ayuda del Señor y de corazón le pedí perdón por estar de mentiroso diciendo que entendía el gallego. Pero Señor, ayúdame! Después subí al puente de mando a ponerme a órdenes del Almirante Biggs quien observaba la maniobra de aproximación a la ría de Vigo dirigida por el Comandante del HMS Ocean, que ni recuerdo como se llamaba. A nuestros costados navegaban en formación los otros dos destructores, por los aires el avión de patrullaje y re-conocimiento. Mi jefe el Capitán del Staff me dijo que a las diez de la mañana se esperaba la llegada del bote con un oficial de enlace de la Marina española y el Práctico. Este es un piloto experto que toma el control de la nave para hacer su entrada a Vigo, algo mandatorio en todos los puertos del mundo. O en el cruce de canales, como el de Panamá.

Allá vienen! Vi los tres botes que en lontananza se dirigían a la flotilla británica. Yo cada vez estaba más pálido y mi jefe de staff que debió notarlo me preguntó si me sentía mal, o estaba mareado. Irónica pregunta pues el mar no estaba tan pesado, al menos no tanto para afectar a un lobezno de mar de la talla del midshipman (guardiamarina) Zapata. Me ordenó dirigirme al portalón, varias cubiertas más abajo por donde subirían los funcionarios españoles, los prime-ros de ese país que trataría en mi vida. Españoles o gallegos? Me pregunté para mis adentros.

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Las catapultas empezaron a lanzar al vuelo los aviones. El bote del Práctico se aproximaba ondeando la bandera española, cabeceaba como cabalgando sobre las olas, aparecía y desapa-recía rítmicamente entre la espuma del mar. A medida que estaba más cerca pasé del miedo al pánico y este aumentaba, sentía un nudo en la garganta y otro en el estómago, mi resignación era total ya decidido a lo peor. Se acercaron por la banda de estribor y les lanzaron una escala para que subieran, el primero en hacerlo fue un Capitán de Corbeta español según lo identifi-qué por los galones que lucía en las mangas. Le seguía el Práctico. Con dificultad ascendieron hasta la cubierta, donde los aguardábamos los integrantes del comité de recepción. Entre los 1.500 hombres de a bordo, yo sería el primero en hablarles. Convertido en el representante oficial de la Real Armada Británica, me parecía que desde el más allá me estaban observando Lord Nelson, Lord Howard, Drake, Hawkins y toda esa pléyade de históricos lobos de mar de la Royal Navy. Yo, un imberbe guardiamarina colombiano de 17 años, de vocero oficial de su Majestad Isabel II y su gobierno!

El Capitán hispano ya estaba frente a mí, tendría unos 32 años, el pelo rubio pero no tanto, la cara cuadrada tan usual en los españoles y trazas de tener una poblada barba. Me era difícil pronunciarle palabra alguna, no me salía ni la primera pues hacía meses que no hablaba en es-pañol ya que en los buques ingleses no había con quien hacerlo. Sentía una confusión mental sobre lo que debía decir: según las instrucciones recibidas daría un saludo oficial de bienve-nida, luego me pondría a las ordenes como traductor y los conduciría donde el Comandante del buque y el señor Almirante. El ibérico me miraba intrigado, pasaron escasos segundos de silencio que parecían siglos. Creo más bien que pronunciar, le balbuceé:

- Señor, habla Usted español?

El Capitán hispano arqueó los ojos, me miró de arriba a abajo y tronó:

- Coño! A donde crees que has llegado, a Ceilán, Arabia o a la China? Si estás en España!

Casi me desmayo de la emoción al escucharlo hablar en mi idioma, sentí el impulso de darle un abrazo. Sí, me había hablado en español!

- Entonces ustedes no hablan aquí en gallego?

- Coño! Si llegaste a España. Y tú de dónde eres?

- Colombiano.

- Coño! Qué haces disfrazado con ese uniforme inglés? Y es que no sabes que en España hablamos español?

Pocas veces he sentido tal emoción al escuchar hablar mi idioma. Ay don Miguel de Cervan-tes y Saavedra! Que vivan el Quijote y el Míocid, que vivan Jorge Manrique, Lope de Vega, Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo! Que vivan los 500 millones hispanohablantes!

Mi alma ocupó de nuevo su lugar en el cuerpo. Sí, volví a nacer en Vigo, Provincia de Gali-cia. Donde incidentalmente supe después que sí hablaban gallego, pero... además de español.

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