pañol de la historia

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Dirección de Acción Integral Armada Nacional ISSN 1900-3447 Fascículo No. 49

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Fascículo No. 49

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Dirección de Acción IntegralArmada Nacional

ISSN 1900-3447

Fascículo No. 49

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PresentaciónA los marinos de Colombia se dedica este trabajo de investigación sobre la historia naval, plasmado en crónicas que resumen las hazañas de aquellos que combatieron por todas las causas, navegando cargados de ilusiones y tiñendo el mar con su sangre.

Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, con-virtiendo la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.

Agradezco al señor Almirante Roberto García Márquez, Comandante de la Armada Nacional, la deferencia de mantener la edición de estos resúmenes. Este trabajo desea llevar el mensaje de la historia a aquellos hombres de mar y de guerra, que fueron arrullados por las olas y embriagados con su encanto.

JORGE SERPA ERAZOVicepresidente del Consejo de Historia Naval de Colombia

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La presidencia me cayó como una orden

Por: Jorge Serpa Erazo Vicepresidente del Consejo de Historia Naval

Apartes del único reportaje que otorgó el general Gabriel París Gordillo, presidente de la Junta Militar de Gobierno, al retirarse del gobierno el general Rojas Pinilla el 10 de mayo de 1957. Fue entrevistado personalmente por el autor en septiembre de 1992, en su finca de Flandes (Tolima).

J.S.E. ¿Cómo se encontraron Gabriel París y Gustavo Rojas Pinilla?

G.P. Fue en la década del cuarenta, pero no puedo precisar la fecha. Son tantos los años que han pasado que la memoria me está fallando en este caso. Lo que sí recuerdo con nitidez es que tuve un contacto cercano con el general Rojas, cuando hacíamos el curso de Estado Mayor. Allí empezamos una magnífica amistad y pude conocer muy bien a Rojas en sus condiciones de gran oficial.

Era hombre de grande y fuerte personalidad, tenía mucha simpatía y gracia, pero todo ello estaba unido a un profundo sentido de la amistad y respeto. Esas eran las condiciones sobresalientes en él para haber logrado esa preeminencia en las Fuerzas Armadas.

¿A principio de los cincuenta había muchos oficiales con el grado de general. Cómo logró Rojas ge-star un liderazgo dentro de las FF.AA.?

No lo conocí como comandante de cuerpo de tropas, pues el general Rojas era del arma de artillería y yo de caballería. Lo vi actuar únicamente como militar en la Escuela Superior de Guerra, en donde mediante las diferentes tareas de carácter táctico que se asignaban y en la planeación de los asuntos logísticos la forma como concebía las maniobras y como las sustentaba, me hicieron pensar que tenía las condiciones excep-cionales de un gran comandante.

¿Cuáles son los hechos que gestan los acontecimientos del 13 de junio de 1953 y por qué el protago-nismo del general Rojas?

Mayor General Gabriél París Gordillo

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El problema consistía en que un sector mayoritario de la ciudadanía no estaba conforme con el gobierno de Laureano Gómez y Urdaneta Arbeláez. El descontento comenzó a hacerse visible desde las elecciones de 1950, cuando fue electo el doctor Gómez. El partido liberal no presentó candidato y se abstuvo de votar por falta de garantías. No sé si era un movimiento propiciado por el partido liberal o si era clamor general. Se vivía una grave violencia. Estaban enfrentados los partidos. Ese enfrentamiento dejó multitud de víctimas, incendios y exiliados. También por esa época surgió el apoyo popular a las FF.AA., que fueron insuficientes para controlar el movimiento subversivo, lo cual hizo necesario crear las guerrillas de paz que dieron buen resultado. Esa situación de inconformidad y violencia que generaba el gobierno conservador, cuya cabeza invisible era Laureano Gómez pero que a su nombre actuaba el doctor Urdaneta como Designado se con-virtió en propósito nacional, para que el general Rojas alcanzara un cargo en el que pudiera manejar el país.

Al terminar el 52 yo era el comandante de la Segunda Brigada en Barranquilla y recibí orden de trasladarme a Bogotá, para asumir el comando del Ejército. El general Rojas era el jefe del Estado Mayor, que es lo que hoy se denomina Comandante General de las Fuerzas Militares. En ese cargo se estableció una necesaria comunicación, donde él ordenaba las operaciones y yo tenía que ejecutarlas. En esa época que fue como de cuatro meses porque luego me enviaron a E.U., cada vez que tenía que ir al despacho del General veía la gran actividad que tenía con diferentes organismos y estamentos nacionales. Era fácil adivinar que tenía una importante opinión dentro de la población. En sus conversaciones con diferentes líderes y miembros del gobierno, podía yo ver la influencia que él ejercía, hasta el punto que el Ministro de Guerra era un hombre anulado, porque el poder lo ejercía el general, tanto en los asuntos civiles como en el ámbito militar.

La política partidista había logrado dividir a los oficiales entre liberales y conservadores. ¿Cuál fue el papel del general?

El gobierno del doctor Gómez trató de crear esa división y el alto mando afecto al gobierno empezó a marginar del mando a oficiales que tenían algún antecedente familiar, por ejemplo liberal. Pero el General estuvo por encima de esa circunstancia y por eso logró aglutinar a su alrededor a todo el cuerpo de oficiales.

Estalla la guerra de Corea y se envía al Batallón Colombia. ¿Esa fue una estrategia del gobierno con-servador para distraer a los altos mandos?

En ese asunto no hubo nada de política y creo que lo único en que intervino el gobierno fue en adquirir el compromiso de enviar un batallón de infantería y unas unidades de la Armada. En la selección del personal ningún político metió la mano. Es frecuente oír a los oficiales que participaron en Corea hablar elogiosa-mente de las acciones heroicas que allí se realizaron. Pero esas experiencias que ellos tuvieron nunca las he visto aplicadas acá. Tal vez porque el teatro de operaciones en Colombia difiere mucho de lo que fue Corea o porque los medios bélicos que se utilizaron en Corea no se pueden comparar con el material con que cuenta el Ejército. Fue importante la impresión que les causó la forma de pelear y hacer propaganda los comunistas.

Ni antes ni después de la experiencia de Corea el Ejército ha estado capacitado para enfrentar los problemas de orden público, ni tampoco la defensa de su soberanía nacional. Los gobiernos siempre han estado sordos y ciegos en lo que se refiere a mantener unas FF.AA. debidamente dotadas. Siempre han sido mezquinos, siempre ha faltado dinero para alimentación y nunca se ha podido vestir bien a los soldados. Con respecto al armamento, Colombia tradicionalmente ha tenido el más viejo y barato. Por ejemplo, en la guerra con el Perú todo el material bélico tuvo que comprarse porque Colombia no tenía nada diferente de hombres. Maravillosos hombres, soldados extraordinarios, pero no tenía más. Lo único que había era fusiles de los Mil Días. Todo lo que tenía y tiene el Ejército son muy buenos hombres. Nunca ha tenido nada más!

Pero en el gobierno de Rojas esta situación cambió?

Cambió muy poco. El general se cuidó de no hacer grandes inversiones en ese sentido. En primer lugar, no tenía los suficientes recursos para ese gasto, y en segundo creo que no quería aparecer beneficiando espe-cialmente a las FF. AA. Sin embargo, se preocupó mucho por el bienestar de las tropas y su preparación.

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Pero volviendo al 13 de junio de 1953, usted se encontraba en E. U. ¿Cómo vivió esos momentos?

Me enteré el mismo 13, cuando el general tomó el mando. Creo que en minutos se tuvo la noticia en E.U. y comenzó a circular especialmente en la colonia. Me enteré de que Rojas le dijo al presidente encargado, Urdaneta, que siguiera dirigiendo el país como Presidente independi-ente de Laureano y que él lo apoyaba, pero Urdaneta no quiso. Hubo intercambios de opiniones hasta cuando el coronel Manuel Agudelo, le dijo al general: Si usted no toma el mando, entonces lo voy a tomar yo . En aquel momento interviene Lucio Pabón y proclama al general.

Al término de la misión en E.U. regresó al país y el general me nombra Ministro de Justicia. Allí despacho unos pocos meses. Luego me pasa al de Guerra. Era el general más antiguo y como tal me correspondía estar al frente de las FF. AA. El general Berrío Muñoz me parece que fue trasladado a Justicia, a ocupar el cargo que yo tenía. Como Ministro de Justicia presencié, desde mi oficina que daba sobre la séptima, los sucesos del 9 de junio de 1954. Veía la manifestación estudiantil que venía y en el cruce con la calle 13 se encontraba la fuerza pública. Cu-ando los estudiantes llegaron donde estaban los soldados, hubo disparos. A mí me dio la impresión de que muchos salían de la casa que quedaba diagonal al Ministerio. Pero dicen que eso fue una ilusión óptica mía, que tales disparos no provenían de ese lugar.

¿Qué ocurrió a nivel del gobierno y cuál fue la actitud del general?

Permanecí en el Ministerio durante todo ese día. No fui a Palacio, pero el general Rojas, que no tuvo que ver nada con ese asunto, encaró el problema con serenidad. Nombró a Carlos Arango Vélez, suegro del ex presidente Pastrana, para adelantar la investigación. Nunca pude saber cuáles fueron las conclusiones, pero de todos modos, por declaraciones del ministro de Guerra, el general Berrío Muñoz, las tropas fueron las que causaron la muerte de los estudiantes.

¿Como Ministro de Guerra, cuáles fueron sus ejecutorias, realizaciones y problemas?

La verdad es que no era un gobierno militar. El gabinete, a excepción de los ministerios de Guerra, Obras y Justicia, era todo civil. Había militares en cargos medios como gobernadores, intendentes y algunas de-pendencias. Pero en general el gobierno era prácticamente civil. Estaba el problema de orden público en los Llanos y el Tolima, especialmente. El general Rojas y las FF.AA. estaban empeñados por lo menos en acabar con esos focos subversivos. El problema de Villa Rica en realidad estaba directamente manejado por el Presidente y por el general Navas Pardo a través de tropas especiales que constituían una agrupación solo para arreglar el asunto del Sumapaz. De orden público no había más que esos frentes y eran las partes neurálgicas del conflicto. Pero en el resto del país no hubo problemas de relevancia. En los Llanos había un proceso de pacificación que se logró culminar exitosamente cuando el general Alfredo Duarte Blum fue allá, parlamentó con los jefes, recibió armas y se desmovilizaron las guerrillas Así, en menos de un año retornó la paz a esa región.

¿Qué deteriora al gobierno militar y produce la caída de Rojas?

El gobierno del general Rojas empezó con una inmensa popularidad. La gente lo quería y le habían pronos-ticado que duraría veinte años. Pero comenzó a deteriorarse por varias causas: los ingresos del presupuesto que no alcanzaban para cubrir los gastos que requería el país y el gobierno nunca subió ni estableció nuevos tributos; no había dólares y los únicos recursos en moneda extranjera eran los del café. Eso es grave para cualquier gobierno. Pero con tantas limitaciones se hicieron cosas importantes y bien hechas que todavía funcionan como el Aeropuerto Eldorado, el Hospital Militar, el Club Militar, la Escuela Naval de Carta-gena, el Centro Administrativo Nacional y se construyeron muchas vías y aeropuertos. Pero el descontento

Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, Presidente de Colombia 1953-1957.

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crecía y se debió a muchas causas que magnificaban la crisis económica, entre ellas la antipatía que se comenzó a manifestar contra el elemento militar. Y algo que influyó también de manera muy significativa, fue cuando el hombre fuerte del gobierno, que era el general Navas, logró crear una guarnición en Bogotá muy bien dotada y sumamente fuerte. Navas alcanzó preeminencia con esas medidas, pero las líneas de mando se rompieron. Entonces los altos mandos comenzaron a verse desplazados por las disposiciones que tomaba el comandante de la Brigada de Institutos Militares. Después, el general Navas pasó al comando del Ejército, esto significó que en el momento en que cayó el general Rojas no hubo un solo militar que lo quisiera apoyar. Ninguno, porque ya el mal se había producido. Se presentó una fisura dentro del Ejército y esa fisura fue Navas.

¿Por qué esa confianza del general Rojas hacia Navas?

Tenían una amistad muy vieja. El general y Navas estuvieron juntos en E.U. Posteriormente el 13 de junio, en el Batallón Caldas, Navas pone preso a Jorge Leyva, nuevo ministro de Guerra, y a quienes lo acom-pañaban. Hubo gran amistad personal y entendimiento entre ellos, el uno como comandante y el otro como subalterno.

Al general Navas le achacan los sucesos del 8 y 9 de junio de 1954, cuando murieron los estudiantes y los hechos de la plaza de toros que marcaron el principio del fin del gobierno militar. ¿Por qué el general Rojas no tomó cartas contra Navas?

Cuando la muerte de los estudiantes, Navas era el comandante de la Brigada de Institutos Militares y fueron sus tropas las del problema. En los incidentes del circo de toros la gente fue enviada por el general Ordóñez, director del SIC. Pero nunca me podré explicar por qué Rojas se empeñó siempre en sostener a Navas.

El 10 de mayo de 1957 usted estaba donde se tomaron las deci-siones que motivaron al general a dejar el poder. ¿Qué ocurrió en el Palacio de San Carlos?

El ambiente era malo para el gobierno. En esos momentos un hombre muy inteligente y muy capaz, Alberto Lleras Camargo, supo canalizar ese descontento. Fue cuando el país se paralizó, las tiendas se cerraron, los bancos no volvieron a despachar, los colegios se cerraron y eso naturalmente significaba una gran presión contra el Presidente, pero el general indiscutiblemente era un patriota, hubiera podido emplear la fuerza y sostenerse, no sé por cuanto tiempo pero lo hubiera logrado. Al presidente le llegaban unas ver-siones que lo favorecían y otras no. No se podía definir bien la situación ni tampoco conocer cuál iba a ser la decisión del Presidente, hasta que una noche el Ministro de Trabajo, cuyo nombre no recuerdo, le dijo al general: Presidente, usted el único camino que tiene es renunciar... . Estaban todos los ministros y unos oficiales. Ahí terminó la reunión.

Pero antes ocurrió un acto de indisciplina en la base aérea de Palanquero, donde la guardia se declaró en contra del general. Eso lo preocupó mucho porque vio que podría haber un inicio de rebelión en las FF.AA. Se retiró a la casa privada y allí escribió su alocución, diciendo que, fiel a lo que él había prometido, que no quería derramamiento de sangre a nombre de ningún partido, entregaba el mando y dejaba una Junta Militar para que efectuara unas elecciones y el pueblo eligiera el Presidente que quisiera. Y nombró la Junta Militar, designando al general Gabriel París, al almirante Rubén Piedrahita Arango, al general Deogracias Fonseca, al general Luis E. Ordóñez y al general Rafael Navas Pardo. Entonces nos posesionamos del cargo que, en mi caso, no esperaba. El general Rojas duró dos días en Palacio. En esos días los miembros de la Junta tuvimos que hablar con los dirigentes políticos. Hablamos con los doctores Lleras Camargo y Guillermo León Valencia. De modo que arriba estaban el general Rojas y su familia, preparando sus maletas, y abajo estaban los jefes políticos conferenciando con la Junta que había nombrado.

Mayor General Rafaél Navas Pardo.

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¿Qué es lo que determina que Rojas decida nombrar una Junta Militar?

Fue asunto de él. No creo que lo hubiera consultado con nadie, ni nos consultó a nosotros tampoco. El 10 de mayo el general Rojas nos dio la orden, entonces nosotros tomamos el mando y yo quedé como presidente de esa Junta Militar. El general arregló todo lo correspondiente a su viaje. La Junta lo acompañó hasta el aeropuerto de Techo. Subimos al avión donde él estaba con su familia, nos despedimos cordialmente; nos dio un abrazo, nos deseó éxito y nos recordó que debíamos hacer elecciones limpias. El avión despegó y nosotros regresamos a Palacio y comenzó en serio el gobierno de la Junta. Esa fue la última vez que vi al general Rojas. Cuando firmamos el acta, los otros miembros de la Junta quisieron irse, fue cuando dijo el general Ordóñez: Bueno, ahora ya no tenemos nada más que hacer aquí, nosotros nos vamos y quedas tú . Le respondí: No señor, todos nos vamos a quedar y voy a decirles cómo vamos a organizar este gobierno . No podía dejarlos ir porque tenía desconfianza de dos: de Navas y de Ordóñez. Pensé, si los dejo sueltos, van a ser un problema más tarde. Y el problema se vino, porque hubo un conato de golpe, pero afortunada-mente lo pudimos trancar sin que saliera a la luz pública.

¿Cómo ocurrió ese intento de golpe que nunca se conoció?

Como Ministro de Guerra, clausuré una emisora que tenían las FF.AA. porque me parecía que era un gasto inoficioso. Los aparatos se guardaron en un depósito. Con el tiempo, quien iba a dar el golpe comenzó a armar esa estación de radio en un cuarto del Hospital Militar. Además, empezó a establecer contacto con algunos comandantes de tropa y esto nos alertó. Hubo otros detalles que no recuerdo bien, pero logramos debelar el golpe y tapar el asunto.

¿Quién estaba encabezando ese intento de golpe?

El general Rafael Navas Pardo.

¿El general Navas pretendía asumir el poder directamente?

El era un hombre ambicioso y, desde luego, me imagino, el golpe que pretendía dar era para él. No creo que hubiera sido para el general Rojas.

¿Por qué esa desconfianza suya en relación con Navas Pardo y el general Ordóñez?

Relaté que Navas era el hombre fuerte de la guarnición de Bogotá, y estaba en capacidad de haber quitado cualquier gobierno, de haber tumbado al general Rojas y de haber tumbado la Junta. Estaba en capacidad de dar un golpe por la fuerza que tenía bajo su mando, especialmente por el control sobre Bogotá. A eso se unía el servicio de inteligencia, comandado por Ordóñez. Los dos muy amigos, y los hombres de mayor confianza de Rojas; el uno como comandante y el otro en la inteligencia.

¿Al cumplirse el primer aniversario de la Junta, hubo otro intento de golpe, ¿cómo fue ese cuartelazo?

El otro golpe fue el del 2 de mayo de 1958, encabezado por el coronel Forero Gómez. Nunca leí las conclu-siones de ese consejo de guerra, porque quedé herido y desilusionado con esos compañeros. Que unos oficiales nos hubieran puesto presos, me pareció terrible y desleal. Querían apresar a la Junta y conformar una junta de coro-neles para restablecer al general Rojas. El se encontraba en República Dominicana esperando las noticias. Esa no-che sucedieron cosas simpáticas y terribles. En Palacio, por la noche, siempre se quedaba uno de los miembros de la Junta. Yo todas las noches me iba para mi casa, como cualquier hombre de hogar. Esa noche sentí que bajaba gente de un camión y sonaban muy duro fusiles y bayone-tas. Me levanté y pregunté: qué sucede? . Que hay alarma y venimos a reforzar la guardia. Junta Militar de Gobierno 10-V-1957 - 7-VIII-1958.

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La guardia que yo tenía era solo de dos policías. Pasaron unos minutos y escucho los mismos ruidos. Me levanto, pregunto y repiten lo mismo. Como a la cuarta vez, bajé en pijama y abrí la puerta con la esperanza de oír lo que siempre había oído: que era para reforzar la guardia . Pero abro la puerta y lo que me ponen es una ametralladora y me dicen: está preso y suba al camión . Me subieron a empujones a un camión de la Policía Militar; temí mucho por mi vida. Pensé: mañana van a encontrar mi cadáver en un potrero . No sabía para dónde íbamos hasta que llegamos al Batallón Caldas, donde estaba ubicada la Policía Militar. Con ese frío de allá y en pijama, me vienen los deseos de evacuar, y cuando me dirigía al baño un soldado venía detrás de mí. Me sentí tan humillado, tan herido. Cuando llegué, estaba detenido el director de la Escuela Militar, Iván Berrío Jaramillo. Después llegó el general Fonseca en bata. Más tarde llegó Navas, pero él sí llegó correctamente vestido, hasta con los zapatos brillantes. Después llegó Ordóñez. Agarraron a todos, menos a Piedrahita, porque no estaba en Palacio ni en su residencia; estaba por ahí, en una reunión donde unos amigos.

Nos concentraron en una pieza a todos los presos. Teníamos un susto muy grande de que nos fueran a matar. Llegó el coronel Forero con otro tipo cuyo nombre no recuerdo, un civil que era conspirador permanente. Eran los que manejaban ese asunto. Comienzan las negociaciones entre nosotros y aparece un coronel Carvajal, que era amigo de Forero, y aquel convenció a éste de la inutilidad de su absurda pretensión. Ya por la tarde, resolvió soltarnos; entonces vinieron los carros de Palacio a recogernos y cuando nos íbamos llamé al coronel Carvajal y le dije: Mire, es posible que Forero se asile, usted es responsable, no lo vaya a dejar por ningún motivo asilar . Montamos en los carros, cada miembro de la Junta en el suyo, y comenzó el desfile por la Avenida de las Américas. Los andenes estaban llenos de gente y comenzaron a saludar con pañuelos blancos a la Junta. Esta es la parte simpática del asunto: el último carro era un jeep descubierto, y en él venía Forero como una reina, saludando a la multitud. Horas después se asiló.

¿Cómo describe a sus compañeros de la junta?

El almirante Piedrahita, un hombre inteligente, culto, un militar completo, un patriota íntegro, con gran sentido de la lealtad y el deber para las funciones que le tocó desempeñar. Fue un hombre maravilloso. Lo mismo puedo decir del general Fonseca, como militar, como amigo, como compañero, siempre leal y patri-ota. De los otros dos oficiales, Navas y Ordóñez, bueno... no sé quién podría describir su personalidad. No me siento capaz de definirlos. Nunca, pero nunca, pude llegar a ellos para conocerlos bien. Solo puedo decir que era un par de personas que tuve que dejarlas en Palacio, muy cerca de mí, porque tenía mis temores.

¿Cuando regresa a Colombia, la Junta tiene contacto con él?

No, el general Rojas inexplicablemente regresa como enemigo de la Junta y entonces con él no hay ninguna conversación, ningún contacto. Nosotros no lo buscamos, ni él nos buscó. Entonces comenzaron a aparecer los seguidores de él, tal vez fueron los primeros adherentes de lo que más tarde se llamó la Anapo y se mostraron como hombres feroces. Donde veían un miembro de la Junta, lo insultaban. No entiendo la reacción del general Rojas, pero la única explicación sería que esperaba que el Presidente o los otros miembros de la Junta le comunicáramos que lo estábamos esperando para entregarle el mando. Pero la verdad sea dicha, nunca el general se manifestó en ese sentido, pero tal vez pudo haber esperado eso.

¿Dentro de estos recuerdos, cuál es su autorretrato, ¿cómo era usted de Presidente de la Junta Militar?

La sorpresa de ser Presidente de la noche a la mañana fue desconcer-tante y, claro, piensa uno en la responsabilidad tan grande que se tiene, sin tener la preparación suficiente para ser Presidente. Me preciaba de ser un general que dedicó toda su vida a la profesión de las armas, a la caballería y, en ese sentido, me sentía completo. Pero como Presidente

Vicealmirante Rubén Piedrahíta Arango

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no me sentía bien. Sin embargo, con trabajo y deseos de acertar, las cosas fueron más fáciles. Además, se-leccionamos un cuerpo de ministros excelente, con integrantes del partido liberal y de las dos corrientes en que estaba dividido el conservador. Hubo colaboración de los partidos. Entonces les pedimos candidatos, estudiamos las hojas de vida y designamos los que más convenían... de esa forma se formó el gabinete. Tan buenos que entre ellos el ministro de Minas fue el doctor Julio César Turbay.

El doctor Turbay fue un gran amigo de las FF. AA., en una época en donde no teníamos prestaciones de ninguna naturaleza; lo único que teníamos eran las vacaciones y nada más. Turbay, que era congresista, sacó una ley en donde permitió a los oficiales vivir con dignidad, y nunca olvidé eso. Entonces lo llamé y habló conmigo en un carro. No quería aceptar el Ministerio, pero le dije: mire, lo espero hasta tales horas en Palacio para darle posesión , y allá estuvo muy puntual. Después vino esa simpática historia de que lo habíamos nombrado por equivocación, que a quien íbamos a nombrar era al hermano de Gabriel Turbay, Juan José. Que fue un error de la secretaria en el momento de elaborar el decreto. Años después, el Turbay, con mucho humor, manifestaba que esa secretaria se seguía equivocando. Fue un gran ministro y me parece que desde ese momento comenzó su ascenso. El doctor Turbay, tan amigo, es un hombre cordial, que desde aquella ocasión estuvo siempre muy cerca de la Junta, más cerca que ninguno de los otros ministros y era prácticamente el enlace con Lleras Camargo y con otros personajes del partido liberal y del conservador. Por esos días era muy frecuente su presencia en Palacio, porque lo llamábamos para una u otra cosa. Ese fue un papel importante en el gobierno de la Junta.

¿Cómo se definió la candidatura de Lleras Camargo, si el candidato acordado por el Frente Nacional era Guillermo León Valencia?

El doctor Lleras en esa contienda era el vencedor, pero estaba de por medio en el juego la candidatura del Frente Nacional. Aparentemente el candidato era el doctor Valencia, que contaba con la aceptación del mismo Alberto Lleras y del partido liberal, pero cuando llegó al país Laureano Gómez, que no estaba de acuerdo con la candidatura de Valencia, el asunto se volvió a barajar. Conversé varias veces con el doctor Gómez y se manifestaba totalmente contrario a Valencia y en ese ir y venir fueron apareciendo otros candi-datos como Fernando Londoño. Pero esa candidatura no duró, porque tampoco la aceptó Laureano Gómez. Un día entró a mi despacho el doctor Lleras y me dijo: Ya se resolvió el asunto de quién va a ser el candidato . Le respondí: Maravilloso porque estamos en un conflicto sin salida , y le pregunté quién va a ser? . Yo , me respondió. Lo felicité: muy bien, el país gana con un Presidente como usted y tenemos candidato con la venia de Laureano Gómez .

¿Si analizara la gestión de la Junta, cuáles fueron los elementos positivos y ¿cuáles los inconvenientes?

La Junta ejecutó sus labores con una gran opinión. Se lanzaron 14 puntos que fueron desarrollados y entre ellos estaba la convocatoria para el plebiscito a fin de institucionalizar el Frente Nacional. En lo referente al gobierno, a medida que fueron pasando los días hubo más contacto con gente, los políticos, el clero, las cen-trales obreras y los militares. Esos acercamientos nos dieron la pauta para una acertada acción de gobierno. Establecí ese procedimiento para poder orientar el gobierno. Traté de sondear la opinión. Qué era lo que quería el pueblo. Y lo único que supe es que estaban muy contentos con la Junta, hasta el punto que hubo intervención de políticos importantes que sugirieron prorrogar el período. La contestación siempre fue: nos comprometimos a una cosa y la vamos a cumplir . Lo mismo sucedió con los militares que convoqué a una reunión. Les dije: este gobierno se termina y al Presi-dente que elija el pueblo le vamos a entregar el poder. De modo que el que crea que nos vamos a sostener, que pierda las esperanzas, la Presidencia se entrega el 7 de agosto de 1958 a las 3 de la tarde . No hubo ninguna manifestación de inconformidad. Tenían cierto temor de que al venir un gobierno civil se produjeran repre Día de la posesión del Presidente

Alberto Lleras,7 de agosto de 1958.

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salias. Todos éramos conscientes del desgaste que los militares habíamos tenido; pero teníamos que salir por la puerta grande, y lo hicimos. También en esto contribuyó el doctor Lleras, pues ningún Presidente tan apropiado para aquella coyuntura difícil. Dejó una serie de medidas que otros gobiernos han ido desbara-tando y eso ha causado un malestar tremendo en las FF.AA., al punto que se ha tocado la moral de oficiales y soldados.

¿A qué medidas se refiere?

Por ejemplo, el que hubieran quitado el Procurador Militar. Esa persecución de la Procuraduría contra las FF.AA. Siempre he sostenido que las FF.AA. son muy fáciles de manejar, por su disciplina, por el respeto a sus superiores, por los reglamentos. La única política que tienen es la democracia. Son los mejores de-fensores de la democracia colombiana. Pregunto, ¿qué le pasaría al país si por tan solo una hora llegaran a faltar? El estamento militar ha sido el más golpeado en todo sentido. Malos sueldos. El que más muertos ha puesto. Perseguido por la guerrilla, por la Procuraduría y por la prensa.

¿Qué sintió usted cuando llegó el 7 de agosto de 1958, al entregar el poder?

Toda mi carrera fue consagrada a la carrera militar, la Presidencia me cayó como una orden, tenía que cumplirla. Fue un honor muy grande haber manejado el país pero, desde luego, esa no era mi especialidad. Cuando dejé la Presidencia, me quité el peso más grande que haya tenido sobre mis hombros, sobre mi ca-beza, sobre mi conciencia y sobre mi corazón. Me despojé de ese terrible peso y me sentí una persona libre. Pero esa fecha trajo una consecuencia para mí muy molesta. Me dañó mi ascenso a general de tres soles. Nosotros en la Junta nos auto retiramos. Es el único caso en la historia de Colombia: firmamos el decreto, dándonos de baja días antes de entregar el gobierno. Me faltaban uno o dos meses de mayor general, pero me retiré y se frustró mi aspiración de haber sido general.

¿Cuál podría ser el epílogo de este reportaje?

Debe estar dedicado al general Rojas. Hay que destacar su regreso, cuando lo ponen preso, cuando lo juzgan, cuando lo declaran indigno y, después, cuando la misma justicia lo rehabilita y el pueblo, con el voto, lo reivindica. Pasa el tiempo y vienen las elecciones en las que el general compite democráticamente. Estaba Lleras Restrepo de Presidente y el candidato oficial era Pastrana; llegan las elecciones aquel 19 de abril de 1970 y comienzan las radiodifusoras a publicar los datos y la gente lleva las cuentas donde Rojas tiene una ventaja extraordinaria. Pero de un momento a otro el Ministro de Gobierno detiene las noticias y sale electo Pastrana. Entonces el pueblo dice que le robaron la Presidencia al General Gustavo Rojas Pinilla. Ese es el epílogo del General, que me parece maravilloso.

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Hace unos minutos, nos encontrábamos frente a la casa que habitara el ilustre patriota don Manuel Rodríguez Torices, con el propósito de rendirle un sentido homenaje, a su nombre a su vida a sus logros y con ello presentar nuestro reconocimiento a los habitantes de esta siempre heroica y siempre hidalga ciudad de Cartagena de Indias, al conmemo-rarse el bicentenario de la iniciación de la Campaña del Bajo Magdalena y su prolongación, la Campaña Admirable, por el apoyo brindado por esta ciudad al Libertador, para poder realizarlas.

Por estos días, en fecha no precisa, hace doscientos años, Simón Bolívar, apesumbrado y dolorido por la caída de la Primera república de Vene-zuela sucedida el 25 de Julio de 1812, desacreditado como militar por su fracaso en la defensa de Puerto Cabello, repudiado por sus compatriotas venezolanos por su presunta responsabilidad en el apresamiento y de-portación a España del General Francisco de Miranda, cuestionado por el excepcional otorgamiento de pasaporte que recibiera directamente de Monteverde y sin dinero pues al arribar a Curazao, escala a Europa, fue apresado para responder la demanda consular en su contra presentada por los perjuicios económicos causados por la confiscación de mercancía a un mercante de bandera inglesa ocurrido meses atrás cuando comandaba la plaza de Puerto Cabello, demanda, que a cambio de libertad, terminó con la confiscación total de su equipaje y de todos los haberes que llevaba consigo en su precipitada salida de Venezuela. Así las cosas, Bolívar resuelve abando-nar su idea inicial de viajar al viejo continente y como puede se embarca con destino a Cartagena llegando por primera vez en su vida a tierras de la Nueva Granada.

En Cartagena, los sucesos del 22 de mayo y del 14 de junio de 1810 avivaron la rivalidad existente entre las dos corrientes políticas conformadas en el desarrollo de estos acontecimientos independentistas, por una parte, la de José María García de Toledo, y por la otra, la de Antonio de Narváez y de la Torre apoyada por los hermanos momposinos Germán y Gabriel Gutiérrez de Piñeres , antecedentes a la declaración de la Independencia Absoluta de la Provincia de Cartagena del 11 de Noviembre de 1811. La agitación política llevó a la pérdida de autoridad, reflejada en constantes desórdenes y desmanes callejeros. Los negocios en

Manuel Rodríguez Torices

Por: Contralmirante Luis Carlos Jaramillo Peña

Manuel Rodríguez, Torices

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franca decadencia. Las arcas estaban agotadas. Simultáneamente, desde Santa Marta, los españoles, desar-rollaban una acción militar envolvente, con el propósito de recuperar la Provincia.

Bolívar arriba a Cartagena bajo la presidencia de un brillante joven “piñerista”, que trataba de consolidar el orden interno y preparaba la defensa del ataque realista que se avecinaba, Don Manuel Rodríguez Torices, sucesor como Presidente Dictador, del Doctor José María del Real Hidalgo quien solo desempeñó el cargo por un par de meses. Ejercía la Vicepresidencia Gabriel Gutiérrez de Piñeres.

Rodríguez Torices, al asumir la presidencia, había tomado medidas urgentes. En el orden económico; estableció la Ley de Impuesto directo, fomentó la in-migración de extranjeros mediante la concesión de tierras baldías, autorizó la impresión de papel moneda y expidió patente de corso para proteger el comercio propio. Para la defensa del ataque realista organizó tres frentes de guerra, incorporando a las filas patriotas a varios militares venezolanos quienes habían buscado refugio en Cartagena después de la caída de la Primera República. El Coronel Pierre Labatout, antiguo oficial napoleónico y admirador de Miranda le fue encomen-dado atacar directamente a Santa Marta. El Coronel español Manuel Cortés de Campomanes recibió la misión de recobrar el dominio sobre las sabanas de Corozal y finalmente el coronel venezolano Miguel Carabaños recibió la misión de recuperar el Golfo de Morrosquillo y la desembocadura del Río Sinú.

Bolívar en forma discreta se alojó en una casa en la Calle de San Agustín Chiquita, muy cercana a la imprenta de Diego Espinosa de los Monteros en la calle del Tablón y es en esa imprenta donde imprime sus documen-tos, siendo el primero, “el comunicado a los Americanos” un análisis de la capitulación de Miranda y de los incumplimientos de Monteverde. El 27 de Noviembre dirige una comunicación al Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada que sesionaba en Tunja en solicitud de ayuda para recuperar Caracas y el 15 de diciembre bajo el pseudónimo “de un caraqueño” sale publicado su célebre “Manifiesto de Cartagena”, análisis profundo del pensamiento político y militar del Libertador, considerado uno de sus principales documentos.

Durante este tiempo, Bolívar en forma discreta se gana el aprecio y la confianza del gobierno de la Pro-vincia, obtiene el título de “Coronel Vivo” consigue la financiación para iniciar su nueva acción militar y destinado a órdenes de Labatut, parte de Cartagena. Con su inquebrantable voluntad, saliendo de la nada, hecha al olvido su anterior revés, toma vuelo propio, abandona la operación contra Santa Marta y conduce con éxito extraordinario la campaña del Bajo Magdalena, recibiendo el apoyo entusiasta y decisivo de Mompox para continuar cosechando victorias hasta llegar a Puerto Real de Ocaña, desde donde rinde su informe al Congreso de las Provincias Unidas y obtiene autorización y apoyo para que con tropas gra-nadinas, se interne en Venezuela para liberar Caracas, acción que por sus resultados conocemos como la

Campaña Admirable.

Ahora bien, recordemos quién era ese muchacho que con tan solo 24 años de edad dirigía los destinos de la Provincia de Cartagena y tuviera la visión de ver en Bolívar a pesar de las condiciones adversas en que lo cono-ciera, a un hombre de inmensa proyección y brillantez, razón suficiente para brindarle todo su apoyo a pesar de las limitaciones que afrontaba Cartagena. Sin ese apoyo, la suerte del Libertador hubiera sido otra y nuestra historia, bien diferente. Esta condición, se ratificaría cuando posteriormente ignoró la solicitud de Labatut, para llevar a Bolívar ante un consejo de guerra.

Manuel Rodríguez Torices, de noble cuna como lo certifica su fe de bautis-mo, nació en Cartagena el 24 de mayo de 1788 siendo sus padres Matías Rodríguez Torices natural de Burgos España, con títulos de nobleza otor-gados a sus antepasado en 1968 y de Doña María Trinidad Quiroz oriunda

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de Santa Fe de Bogotá. Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal y se trasladó a la Capital del Vir-reinato en donde cursó estudios universitarios graduándose como Doctor en Derecho en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Participó en forma muy activa en la “Tertulia literaria del buen gusto” dirigida por doña Manuela Sanz de Santamaría de Manrique, en donde tuvo oportunidad de conectarse y entablar amistad con destacadas personalidades. Colaboró con Francisco José de Caldas en su “Semanario del Nuevo Reino de Granada“. De regreso a Cartagena en compañía de José Fernández Madrid fundó el periódico “El Argos Americano” donde defendió sus ideas federalistas. Fue promotor directo de de la re-vuelta del 22 de Mayo y signatario del Acta de Independencia del 11 de Noviembre. Presidió la Convención del Estado de Cartagena del 21 de enero de 1812 y como ya se dijo, fue nombrado Presidente Dictador, cargo que ocupaba, al arribo de Bolívar.

El Congreso de las Provincias Unidas el 23 de septiembre de 1814, encargó del poder ejecutivo a un triun-virato conformado por Manuel Rodríguez Torices Presidente de Cartagena, Custodio García Rovira Gob-ernador del Socorro y José Manuel Restrepo Secretario de Gobierno de Antioquia. Para cumplir con este importante encargo Rodríguez Torices, salió de su querida Cartagena en Diciembre de 1814, sin sospechar que a pesar de tan buenos augurios, nunca más podría regresar.

Estando en ejercicio como Presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, a raíz de una con-spiración contra el régimen republicano, en Octubre de 1815, renuncia a su cargo poniéndose a disposición del Congreso para su juzgamiento. El Congreso lo encuentra inocente y concluye en la inefectividad del sistema de Triunvirato por lo que decide implantar la Presidencia única, siendo elegido para ella Camilo Torres con Manuel Rodríguez Torices como Vicepresidente, quien además, debería simultáneamente presidir el Consejo de Estado.

Sobreviene la campaña de pacificación española y ante la decepción y falta de apoyo popular al gobierno por los continuos enfrentamientos entre centralistas y federalistas, las peleas personalistas y la falta de cohesión y visión política que caracterizaron estos años de nuestro primer intento independentista que con razón hemos denominado “la Patria Boba”, fracasa la Primera República Granadina, se disuelve el Con-greso de las Provincias Unidas, los gobernantes abandonan sus puestos y se abre el paso a la reinstalación del Virreinato.

Rodríguez Torices, Camilo Torres, Francisco José de Caldas y José Fernández Madrid salen hacia Bue-naventura con la idea de embarcarse con destino a Buenos Aires. Fracasan en su intento y son capturados por el Capitán Simón Muñoz en la hacienda Paispamba de la familia de Caldas. Traído junto con Camilo Torres a Santafé, son sometidos ante el “Consejo de Guerra Permanente” y sentenciados a pena de muerte y a la confiscación de todos sus bienes. Subieron al patíbulo el 5 de octubre de 1816, sus cabezas fueron exhibidas para escarnio público y solo se permitió sus sepulturas el día 14 por corresponder a la celebración del natalicio de Fernando VII

Que cruel y sanguinaria fue la reconquista, cuánto daño nos hizo y cuántos líderes perdimos. Qué final tan injusto y doloroso el de este brillante joven Manuel Rodríguez Torices que tanto hizo por nuestra patria en sus cortos 28 años de vida. Loor a todos ellos, loor a Carta-gena, loor a su valiente y sacrificado pueblo. La placa que hoy se de-veló, representa el testimonio profundo de admiración y respeto para con este gran cartagenero, pero también nos obliga a pensar en los tremendos males que nos causaran la intransigencia política, la ac-titud, el proceder y las ambiciones personales que caracterizaron el devenir histórico de estos funestos años de la Patria Boba. Es nuestra obligación mirar cuidadosamente nuestra historia, para no reincidir en nuestros errores que aún doscientos años después, podemos estar cometiendo.

Ejecución de los patriotas en el patíbulo 5 de octubre de 1816.

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En la orilla bermeja del Putumayo y en sus playas enarenadas y humeantes se escribe ahora la histo-ria con trazos heroicos.

Entre la selva, bajo el tupido palio verde de sus hojas, en medio del enmarañado cortinaje de be-jucos que cuelgan y se enroscan rabiosamente en el tronco de los árboles hundiéndose en lo hondo de su carne rojiza, a la orilla de las ciénagas de aguas traidoras, grávidas y temblorosas de rep-tiles, sobre la tierra húmeda, cruzada de raíces podridas y alfombrada de hojas crujientes, hun-didos los cuerpos entre el lodo y el agua rojiza de los cananguchales pestilentes, se baten y se mueren heroicamente las nuevas generaciones.

El Capitán de reserva Roberto E. Domínguez, poseído de la obsesión heroica que empuja y arrastra a la frontera a nuestros soldados, abandonó sus bienes y su pequeña hija, y con el machete del soldado raso trazó su nombre con caracteres de bronce en la página resplandeciente de Güepi.

La víspera del combate, a las nueve de la noche, con el sargento boyacense Bouden y veinte soldados, en medio del silencio de la noche, cruzó heroicamente el río y saltó a la trágica orilla peruana, conscientes de su misión de sacrificio, a la sorpresiva luz de un cohete luminoso arrojado por el enemigo, sobre el río, cuya claridad lunar tiñó de una luz lívida y acerada sus rostros. A los pocos minutos caían en sus manos los dos

Héroe olvidado del combate de Güepi

El Capitán Roberto E. Domínguez

Por: J. Del C. Rodríguez Bermúdez MD Médico Jefe del departamento del Putumayo en el conflicto Colombo-Peruano

Doctor J. del C. Rodríguez Bermúdez, Médico Jefe del Departamento del Putumayo, y el Capitán Roberto E. Domínguez, en Güepi.

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primeros prisioneros peruanos, y en la marcha al asalto de la primera posición enemiga, los inmovi-lizó la noche profunda al pie de los troncos, con los ojos vigilantes, en trágica espera de las primeras luces del amanecer. Al día siguiente lo alcanzan las tropas que han desembarcado en la madrugada al mando de los Capitanes Uribe Linares, Velosa, Tenientes Mario García, Fonseca y Manrique, y continúan en desenfrenada carrera, a lo largo de la trocha que los ha de llevar el objetivo y que van es-maltando de coraje y de sangre, arrollando posición por posición. Antes de coronar la altura de Güepi, bruscamente nuestras tropas se ven detenidas por el fuego en cortina, de una ametralladora invisible; tendidos en tierra, pegado el rostro contra el fusil, nuestros soldados disparan sin saber a dónde y se arras-tran hacia adelante bajo la lluvia infernal; nuestros heridos gimen y cierran los ojos sobre el fusil; súbita-mente del grupo humano que se arrastra, se levantan dos hombres: el Capitán Domínguez ha descubierto la ametralladora oculta entre la copa de un árbol bajo, a la orilla del río, emplazada en la horqueta del tronco y manejada por un sargento y dos fusileros enemigos. Rápido se lanza al asalto; en frenética carrera se irgue al pie del tronco y se entabla aquel glorioso y trágico duelo entre la ametralladora y el fusil. El peruano cubre el rostro y el cuerpo tras de la horqueta del árbol y agarrado al disparador hace trazar en el aire a su ametralladora trágicas líneas fosforescentes; los proyectiles del Capitán Domínguez chocan contra el cañón de la ametralladora y la hacen rebotar hacia arriba, contra el palo. Al fin un tiro hace blanco en el pecho del ametrallador; se cubre de sombras su rostro, sueltan sus manos el disparador, dobla la cabeza contra el palo y se desgaja como un pelele, con la ametralladora, a lo largo del tronco, entre el río. El agua chapetea, se traga el pesado cuerpo y se dibujan círculos que se dilatan sobre sus ondas. En este descenso mortal a lo largo del tronco, entre las hondas, le siguen los cuerpos ensangrentados de los dos fusileros.

En los senos oscuros de la selva, antes poblados por el extraño canto gemebundo del cucú, quedan vibrando ahora los gritos guerreros, las imprecaciones y las maldiciones heroicas.

Al pie de este mismo árbol cayó gloriosamente un soldado, después de llevar a cabo la proeza más grande y gloriosa de esta y de todas las guerras que luego hará un capítulo aparte.

Sobre la altura de Güepi estallan los scharnells, de la tierra se levantan torbellinos de llamas y rígidas e in-numerables columnas verticales de humo azul y blanco; por entre este trágico y fantástico laberinto cruzan nuestras tropas y coronan la altura empujados por el aliento de la muerte…….

Artículo publicado en la Revista “Cromos” el 6 de mayo de 1933T

Oficiales colombianos después del combate de Güepí: Teniente Francisco Márquez, comandante de la artillería; doctor Victor Ernesto Rodríguez

Acosta, médico del cañonero “Cartagena”, Tenientes Leiva y Lombana y Capitán Domínguez, sentado el Capitán Ernesto Velosa.

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