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P 1 Dirección de Acción Integral Armada Nacional Fascículo No. 36 P ISSN 1900-3447

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Fascículo No. 36

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1Dirección de Acción Integral

Armada Nacional

Fascículo No. 36

PISSN 1900-3447

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PresentaciónA los marinos de Colombia se dedica este trabajo de

investigación sobre la historia naval, plasmado en crónicas que resumen las hazañas de aquellos que combatieron por todas las causas, navegando cargados de ilusiones y tiñendo el mar con su sangre.

Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo

argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.rememorar la historia, convirtiendo la pluma en espada, los

Agradezco al señor Almirante Guillermo Barrera Hurtado, Comandante de la Armada Nacional, la deferencia de mantener la edición de estos resúmenes. Este trabajo desea llevar el mensaje de la historia a aquellos hombres de mar y de guerra, que fueron arrullados por las olas y embriagados con su encanto.

JORGE SERPA ERAZOVicepresidente del Consejo de Historia Naval de Colombia.

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Es increíble que ya pasaron cuarenta y cinco años, desde la fe-cha en que tuvo lugar la iniciación del Conflicto con el Perú, sin que se hayan recordado suficientemente esos hechos y que mu-chos Colombianos los ignoren: unos por no haber nacido en esa época y otros por que con el tiempo las imágenes y los hechos se van desdibujando hasta casi borrarse totalmente.

Corría el año de 1932, época en que el país estaba sufriendo las terribles consecuencias económicas producidas por la crisis de los años treinta, en el mundo entero.

El Presidente Enrique Olaya Herrera desde el primer día de su Gobierno tuvo la firme vo-luntad de modificar sustancialmente muchas de las prácticas administrativas e infundirle al pueblo colombiano los deseos de transformación y mejoramiento en todos sus aspectos.

Vivíamos una situación de pobreza y el Ejército era un organismo muy pequeño, dedicado casi exclusivamente a darle tranquilidad y paz a las regiones donde las unidades estaban acantonadas; no existían problemas con ninguno de nuestros vecinos, salvo la reacción des-favorable de parte del Perú acerca de los términos del Tratado de Límites Lozano-Salomón.

En la noche del 1º al 2 de septiembre, según rezan todos los comunicados oficiales de la época, un grupo de civiles peruanos al mando del doctor Oscar Ordóñez, se tomó nuestra población de Leticia, ribereña del Amazonas, que se encontraba completamente desguar-necida. Posteriormente el asunto fue tratado internacionalmente como un caso de Policías de Fronteras, pero la ocupación por tropas del Perú dio origen a que este hecho se conside-rara como una típica agresión militar.

El Gobierno del Presidente Olaya Herrera tuvo la mas firme voluntad de no ceder en lo más mínimo ante esta agresión, para la cual solicitó la colaboración generosa del pueblo Colombiano y este respondió con gran espíritu de ayuda, contribuyó no solamente con sus joyas, incluyendo anillos matrimoniales, sino con el dinero que poseía y lo entrego gustosa y patrióticamente al Gobierno.

Recuerdos del Primer Director General de la Marina Colombiana

El conflicto con el Perú

General Hernando Mora AngueyraI

Recuento Socio Político(Artículo escrito en diciembre de 1977)

General Hernando Mora Angueyra

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PLa situación era muy difícil porque para ir al teatro de operaciones, no existían caminos, ni embarcaciones, ni aviones; de manera que toda acción tendiente a recuperar el Puerto de Leticia, tendría que hacerse con inmensos sacrificios y con gran valor personal de las tropas que se destinaran para cumplir esa misión.

La inyección de ánimo del Gobierno infundió verdadera mística en los colombianos y fue así como todas las entidades oficiales y particulares se dedicaron a esta tarea, mientras en la Liga de las Naciones en Ginebra, el Doctor Eduardo Santos con un grupo de colaboradores iniciaba las gestiones diplomáticas para ventilar ese caso.

En poco tiempo se construyeron las carreteras de Popayán a Pasto y de Pasto a Puerto Asís y de Garzón a Florencia. Se improvisaron balsas para los transportes de los primeros con-tingentes, que más tarde fueron reemplazadas por embarcaciones desarmables construidas en la “Unión Industrial” de Barranquilla, y trasladadas en mulas a los ríos del Sur.

La Scadta que fue primera en Suramérica en el servicio de transportes aéreos, puso a disposición del Gobierno el material de que disponía y sirvió de savia asesora para la adquisición de los aviones de transporte y combate, los mejores del mundo en ese momento, para su utilización en el conflicto.

En el Alto Putumayo había solamente dos Cañoneros el Cartagena y Santa Marta, que un año antes habían sido

sabiamente destinados allí, como único medio para vigilar esos ríos, y dar protección y ayu-da a las poblaciones indígenas y a los colonos que quisieran establecerse en esas regiones. (El Coronel Solano, El Capitán Hernando Mora y el Teniente Luís Baquero comandaron el viaje de los cañoneros desde Barranquilla hasta Puerto Leguízamo)

La toma de Leticia, no paró ahí; el General del Ejército peruano Isauro Calderón partió hacia el Putumayo, con una expedición muy numerosa integrada por barcos de transporte, Cañoneros y aviones con el ánimo de tomar a Caucayá y Puerto Asís, en el Putumayo, y la Tagua, en el Caquetá. Se complementaba con proyecciones río arriba, si todo les salía bien, como el mando militar del Perú lo había previsto.

En este caso no solamente la justicia, sino nuestra buena suerte, estuvieron de nuestro lado, porque el 1º de noviembre, día de todos los Santos, la expedición llegó hasta un punto, el cual, el río, no les permitió seguir por su bajo caudal.

Por esos mismos días el General Alfredo Vásquez Cobo, cumplía la misión que le enco-mendó el Gobierno de adquirir una flota de barcos, conseguir las tripulaciones, y marchar hacia el país para reunirse con personal colombiano, constituyendo lo que se llamó la “Ex-pedición Punitiva,” que debía reconquistar Leticia y Tarapacá. Estas actividades fueron

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difundidas ampliamente por medio de artículos de prensa que tuvieron gran repercusión, tanto en Europa como en toda América.

Enterado el General Calderón, de esta nueva situación que podía embotellarlo en el Putu-mayo, resolvió regresar a su Base, dejando guarniciones en Puerto Arturo y Tarapacá.

Por esa misma época se adquirieron los Destroyers “An-tioquia y Caldas”, negociados con los gobiernos de Ingla-terra y Portugal. Estas unidades eran lo más moderno que se había construido hasta entonces de ese tipo de embar-caciones y debían prestar su contingente en el Atlántico y si era necesario en el mismo Amazonas. Dichas unidades fueron pagadas con barras de oro, en las que estaban mu-chas argollas matrimoniales, que representaban el mayor desprendimiento y amor patriótico de las familias colom-

bianas, que desinteresadamente las legaron. (El Capitán Hernando Mora fue miembro prin-cipal de la delegación que recibió los nuevos Destroyers en Londres y Lisboa y los trajo a Colombia).

La lucha demandó actividad tremenda en todos los or-ganismos oficiales, particulares, y gracias a ello, nues-tros mares, nuestros ríos y nuestros cielos, se vieron surcados por los más modernos armamentos de de-fensa y ataque. A pesar de las distancias y dificultades de transporte, de los malos climas, nuestros soldados llegaron a todos aquellos lugares que les habían fijado el Gobierno y los mandos militares. No hubo nunca la más mínima vacilación, ningún reproche, porque el único anhelo era regresar dejando a Leticia en poder de colombianos, como parte de su territorio soberano.

La guerra no tuvo grandes combates pero sí muchos sacrificios, bajas por razones del me-dio. El Conflicto se desarrolló por parte nuestra en la forma mas humanitaria, siguiendo todas las normas internacionales establecidas para esos casos y en especial, lo relativo a los prisioneros de guerra. El Perú, desgraciadamente, no procedió en la misma forma, porque José María Hernández, colono huilense, quien se desempeñaba como Gendarme de Aduanas, en el puerto de Tarapacá, en su condición de civil fue llevado a Iquitos y fusilado públicamente.

La guerra terminó después de haberse obtenido triunfos definitivos en los encuentros con los peruanos, lo mismo en la parte Internacional, por el fallo de la Liga de las Naciones, que tenía sede en Ginebra. También influyó en la terminación del conflicto, la muerte del General Sánchez Cerro, dictador del Perú, hecho acaecido en un atentado en el Campo de Marte en Lima.

No he tratado en este artículo de recordar hechos aislados, ni de describir detalles del con-

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Pflicto, por importantes que sean, ni se trata de resaltar la heroicidad de los Oficiales, Subofi-ciales, Soldados y personal civil, que tan admirablemente se comportaron en esta emergen-cia, se trata solamente que las personas que lean esta narración se unan al clamor de pedir al Gobierno, al Congreso y a quienes tengan también influencia para que este hito histórico que demostró que seguimos siendo los mismos valerosos soldados, los mismos ciudadanos patriotas que contribuimos a la emancipación de las Cinco Repúblicas, liberadas por Bolí-var, se reconozca públicamente.

No hay ni un monumento, ni una placa, ni una piedra que le indique a las actuales y las futuras generaciones esta proeza de colombianos.

Cualquier desprevenido observador podría pensar que los gobiernos que se sucedieron desde esa época, has-ta la presente, han tenido el reato para hacer resaltar las fechas que conmemoran estos hechos. Las Fuerzas Mili-tares, que se organizaron durante el conflicto y que han servido de base para las que hoy tenemos, le han retri-

buido al país por la ayuda tan oportuna y eficiente que le dieron al descubrimiento de las regiones del Caquetá, Putumayo y Amazonas. Las poblaciones que se han desarrollado teniendo como base Florencia, que en la época de 1932 era un pequeño caserío para conver-tirse en una pujante ciudad cuyas perspectivas para el futuro son incalculables; nuestras Escuelas Militares, del Ejército, de Aviación y Armada, son centros de cultura y de técnica cuya acción benéfica llega a todos los rincones del país.

Debemos vivir orgullosos de ese gran acontecimiento sucedido hace ya muchos años. Los colombianos tenemos que mostrar a las futuras generaciones que ni la pobreza, ni la dis-tancia, ni los obstáculos, ni nada, fueron capaces de menguar el espíritu para obtener la victoria.

Quiero para terminar, hacer alto elogio del Doctor Enrique Olaya Herrera, que en su digna calidad de Presidente de la República, y del Doctor Eduardo Santos, jefe de nuestra delega-ción ante la Liga de las Naciones, por la voluntad inquebrantable demostrada de no ceder a la entrega de una parte del territorio. El caso contrario significaría para nosotros un motivo de verdadera vergüenza.

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En reciente fecha tuve la grata oportunidad de visitar el puerto de Leticia y de apreciar sobre el terreno como se ha ido afirman-do con ímpetu patriótico, la preocupación de los colombianos por esa cara porción del territorio. Allí en aguas territoriales, siguen vigilantes los Cañoneros, que en día ya lejano fueron he-roico escenario de acciones en las cuales tuve el gran orgullo de participar como soldado de Colombia.

Precisamente al evocar esa época tan interesante de nuestra historia, no puedo menos de recordar que fue un eminente co-lombiano quien, en las deliberaciones de Ginebra, representó brillantemente al país, hasta concluir con honor para la patria el diferendo de límites con la República del Perú. Fue el Doctor Eduardo Santos el insigne jefe de esa delegación que escribió para la historia tan gloriosa página.

Y mientras en Leticia hacía esas gratísimas reminiscencias, el país celebraba complacido la noticia de que a orillas del Caribe, nuestra Armada Nacional acomete la gran empresa de establecer una nueva base esta vez en el golfo de Morrosquillo, cuya realización tiene una gran importancia estratégica, económica y política de enormes proyecciones, aumentando así el numero de Bases que nuestra Armada tiene distribuidas, con certero propósito de Defensa Nacional, por los mares y ríos colombianos.

Y también aumentan con notable ritmo las unidades a flote, acondicionadas a la época pre-sente en las cuales, para orgullo de Colombia prestan eficaz servicio centenares de jóvenes, prestantes Oficiales, gallardos Comandantes, que rinden culto diario al pabellón patrio y aprestigian en Colombia y en el exterior el nombre de nuestra Armada.

Ante esa gloriosa realidad debo recordar que por circunstancias del servicio tuve la opor-tunidad de ser testigo que fue precisamente el Presidente Santos, quien supo sortear una grave crisis de carácter orgánico y económico que amenazaba la vida de nuestra incipiente Armada. Los embates de esa aguda crisis llegaban hasta el señor Presidente desde diferen-tes frentes para advertirle que en tanto la liquidación de la Misión Naval Inglesa, aparente-mente dejaba al garete la joven institución, de otro lado, los altos costos que para ese enton-ces representaba el sostenimiento de los Destroyers, y de algunas de las pocas unidades a flote, eran una carga económica superior a las posibilidades fiscales de la Nación, y que por tanto resultaba mas recomendable reducir nuestra Armada a muy modestas proporciones,

El Presidente Eduardo Santos y la Armada Nacional

(Artículo escrito en julio de 1974)

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Pmediante la venta de los Destroyers y la disminución de sus cuadros de servicio.

Para esa época yo comandaba el Batallón Guardia Presidencial, circunstancia que me pro-porcionaba el altísimo honor de estar en contacto directo con el Señor Presidente Santos, quien me distinguió desde entonces con su aprecio y confianza. Por esta razón en diversas ocasiones hubimos de analizar la situación alarmante de nuestra Armada a la cual había estado vinculado por mi participación en el conflicto con el Perú y mi conocimiento podía aportar experiencias para la búsqueda de soluciones satisfactorias.

Resultaba inconcebible que los Destroyers, representativos del patriotismo de las gentes y matrimonios colombianos que donaron sus argollas y joyas para propiciar su adquisición tuvieran que ser vendidos diluyéndose así, no solo la contribución económica sino también el hermoso gesto. Y era triste pensar que la juventud que en un momento vio abrirse para ella promisorios horizontes en los mares del mundo, encontrara canceladas sus esperanzas por razones absurdas.

La Guerra mundial era una lucha común para mundo libre, Colombia por su vecindad con el Canal de Panamá, enclave estratégico de ese mundo, y sus costas sobre el Caribe no era ajena a su defensa, ante el embate de submarinos alemanes, como avanzada de la Guerra que se extendía por todos los mares.

Estas y muchas otras consideraciones llevaron al Señor Presidente y a su Ministro de Guerra, Doctor Gonzalo Restrepo a tomar la determinación de hacer un gran esfuerzo para salvar la penosa incertidumbre. En desa-rrollo de esos planes fui comisionado por el Señor Pre-sidente para practicar una minuciosa inspección en las dependencias y unidades de la Armada Nacional, radi-cadas principalmente en Cartagena, a fin de presentar luego las recomendaciones que encontrara conducentes al fin propuesto.

Con el mayor esmero cumplí el honroso y comprometedor encargo y rendí ante el Señor Presidente el informe solicitado, el cual dio origen para que el gobierno dictara una serie de medidas de carácter orgánico, fiscal y económico, encaminadas todas no solo a la conserva-ción del material existente, sino también a permitir su ampliación y su extensión en forma intensa comprometiendo la selección de los efectivos humanos y los recursos del Estado, para conjurar la aguda crisis que se había presentado y darle a nuestra Armada bases es-tables, fundamentales y serias, agilidad en sus operaciones y perspectivas acordes con las exigencias y ambiciones nacionales e internacionales.

El Señor Presidente creyó oportuno solicitarme la colaboración para dirigir y llevar a cabo no solo sus planes de rescate, sino imprimir el dinamismo a la Armada, que el momento internacional requería y tuvo a bien nombrarme Director General de Marina, en esos mo-mentos cruciales.

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Han pasado desde entonces tres décadas, y hoy la Nación cuenta con una Armada Nacio-nal que tiene rumbos ampliamente definidos, que está incorporada a esta época de avances en todos los frentes, asistida por profesionales colombianos que son orgullo de las institu-ciones patrias y de las Fuerzas Armadas, que la Nación entera apoya con sólida confianza.

Cuando se han cumplido tres meses desde la infausta desaparición del Doctor Eduardo Santos, he creído justo y oportuno hacer esta rememoración de una de sus patrióticas ejecu-ciones como uno de las mandatarios mas ilustres de Colombia, cuando le prestó a la Arma-da Nacional un servicio histórico que decidió su destino, permitiendo su cabal desarrollo al cual hoy están vinculados con entusiasmo y devoción los efectivos humanos y las reservas de esta gloriosa arma, que dispone de la admiración y el respeto de la Nación entera.

A los valientes jefes, oficiales y tripulaciones del Destacamento Putumayo.

Amanecer fresco y claro del 29 de Octubre de 1931. El sol comenzaba a filtrase, brillante, desde la lejana silueta de la Sierra Nevada de Santa Marta. Las aguas oscuras del Río Magdalena, permitían que el retumbar de los Motores de 600 caballos, impulsaran suavemente, las 142 Toneladas y 45 metros de eslora, del Cañonero Cartagena. Dando principio al intrépido y secreto viaje de los Cañoneros del Destacamento Putumayo, al Brasil.

En la proa del Cañonero Cartagena al desatracar en el Terminal de Barranquilla, plenos de expectativas y de angustias, pero sobretodo de fe en el éxito, el Capitán (de 25 años de edad), Hernando Mora Angueyra, sus segundos oficiales y condestables, se refugiaban de la fuerte ventisca, en una protección de madera, construida en la proa, siguiendo instrucciones de los astilleros Yarrow de Glasgow, constructores de los Cañoneros, que les permitiría enfrentarse al mar abierto y los temibles vientos Alisios del noreste, que aún soplaban con fuerza la temporada de lluvias que se extendería sobre el norte de Suramérica, hasta bien entrado el mes de diciembre, donde los vientos aún seguirían fuertes y fríos, pero ya secos. Los 32 tripulantes, de cada Cañonero, nerviosos, resueltos, pero en silencio, concientes de sus responsabilidades se acomodan alertas en sus puestos para el viaje a la velocidad de crucero estimada de 10 millas por hora. Unos doscientos metros atrás los escoltaba el gemelo Cañonero Santa Marta, Comandado por el Teniente Luís A Baquero Herrera, con todas sus luces apagadas, de acuerdo con las órdenes estrictas.

Dramático y Heroico Viaje por Mar

Lo Que mi Padre me ContóHernando Mora González (1)

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(1) El Arquitecto Hernando Mora González, es hijo del General Hernando Mora Angueyra, quien posee, recuerdos, archivos y fotos de las

actuaciones de su padre durante su carrera militar y ha escrito estos dos interesantes capítulos poco conocidos de nuestra Marina de Guerra,

en el conflicto Colombo-Peruano de 1933.

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PAsí terminaban meses de preparaciones. Estos Buques que combinaban lo mejor de la Ingeniería Naval Inglesa de la Posguerra en los años finales de 1920, pero tenían inmensa fragilidad para el mar, debían realizar un recorrido que se prolongaría más de seis mil millas hasta llegar al Río Putumayo, frontera Sur de Colombia. Los rápidos y seguros Cañoneros de Río, que poseían inmensa maniobralidad en agua dulce, de casco totalmente plano, con un calado promedio de tres pies, impulsados por dos modernos y poderosos motores independientes para cada hélice, pero para el mar costero, azotado por vientos y traicioneras corrientes, olas inmensas, bajos, arrecifes, por donde debían desplazarse, adolecían de las características que debían estar provistos, para navegar con seguridad. En ese largo viaje por mar tenían todas las probabilidades de naufragar. A la partida, el Capitán Mora Angueyra Comandante de los Cañoneros, les habla a las tripulaciones, en los siguientes términos:

“Marinos de Colombia:

Nuestros amigos, el gobierno y el pueblo Brasileño, nos han permitido en un gesto de solidaridad, llegar hasta el territorio Sur Colombiano, navegando el tramo brasileño del Amazonas. El Gobierno Colombiano y el mando militar han querido que esta partida y su destino sean mantenidos en secreto hasta llegar al Río Putumayo. Para evitar filtraciones realizaremos muy cortas paradas, bajaremos a tierra vestidos de civiles, aparentando tripulantes de buques de cabotaje, mimetizaremos nuestros armamentos y nada nos debe distinguir en insignias y uniformes”.

“Desde las gestas marinas llevadas a cabo en la guerra de la Independencia, la Marina Colombiana no se había enfrentado a una operación, de tanta importancia y tanto riesgo. Nos vamos a encontrar en nuestra frontera Sur con un enemigo implacable, que utilizando demagogia y populismo político militar, que deforma las circunstancias de nuestros países, quiere enfrentar a nuestro pueblo con el pueblo hermano del Perú, leal luchador y amigo al lado de Colombia desde la Guerra de Independencia.”

“A esa circunstancia nos opondremos militarmente con un destacamento conformado principalmente por estos Cañoneros; otras tropas que se nos unirán por tierra.

La aviación que igualmente se está creando con la adquisición de los más modernos Aviones, unidos defenderemos nuestras fronteras del sur, aún a costa de nuestras vidas”.

“En este desplazamiento a través del territorio Brasileño debemos comportarnos con inmenso respeto y reconocimiento con el pueblo amigo del Brasil.

“Esta navegación que vamos a realizar, es un inconmensurable desafío para cualquier Marina del mundo. Y mucho más para nosotros que casi en su totalidad carecemos de experiencia y operación marinera. Somos en su totalidad oficiales de Ejército, pero tenemos con el pueblo de Colombia, y los mandos militares, inmensa responsabilidad, confían en nosotros, en nuestra voluntad de llegar triunfantes con los Cañoneros, que nos permitirán resguardar las sagradas fronteras de la Patria”.

Al terminar, cerca del amanecer, el Capitán hizo otro llamado a la valentía, el arrojo y el sacrificio que siempre ha distinguido los Militares Colombianos en su Pacífica lucha por la libertad e integridad de nuestro pueblo: “Hombres y mujeres Colombianas generosamente, se aprestan a donar sus joyas y bienes para que nuestro destacamento cuente con los

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medios económicos que nos lleven al triunfo. Así se cumple el deseo del Pueblo Colombiano de defender nuestra frontera Sur. El éxito de este viaje contribuirá a hacer un llamado al Patriotismo así como a la solidaridad de países amigos.”

Cuando los Cañoneros cruzaban los tajamares de Bocas de Ceniza, y se encontraron con un mar picado, las tripulaciones comprendieron con brusquedad y sorpresa que las condiciones de la navegación serían más difíciles y tormentosas, que las que habían podido vislumbrar en los intensos entrenamientos recibidos.

El esfuerzo que tenían que realizar para que los buques soportaran los embates del mar sería inmenso. Se requeriría toda su colaboración y mucho trabajo.

A medida que el sol apaga las luces de Barranquilla, el Capitán Mora lleno de nostalgia se despedía en silencio de la mujer que cuatro años mas tarde sería su esposa, Adriana González Salazar de 22 años, que había conocido y amado durante el tiempo de la preparación del viaje. Por ella tenía que regresar con vida.

Inmensas olas se formaban al penetrar él Cañonero en el mar; golpeaban con fuerza la proa, las mamparas, barrían las cubiertas, en pocos minutos los tripulantes que estaban en sus puestos al exterior, quedaron totalmente empapados. Las olas permanentemente y con fuerza imposible de contrarrestar barrían las cubiertas, debido a que la borda del Cañonero es tan baja, que hizo necesario que durante los 16 días de navegación las guardias se prestaran en vestido de baño.

El joven Capitán Mora de temperamento agudo, nervioso e inquieto, valiente, pero a la vez calculador de riesgos, resuelto a cumplir con su misión, había durante el último mes preparado el recorrido sobre mapas, distancias, ángulos y derrotas, reuniendo los pocos informes meteorológicos que se conseguían, planeándolo con la minuciosidad con que preparaba un tiro de Artillería, Arma de Ejército de la cual formaba parte en unión del Teniente Baquero. Esa era la única experiencia real que tenían. De las artes marineras, su ignorancia se compensaba ampliamente con la voluntad inmensa de cruzar el mar, que les imponía llegar con los Cañoneros al Sur.

El Capitán Mora, junto con el Teniente Baquero y El Mayor Solano, quien se les uniría en Manaos, fueron escogidos por el mando entre los oficiales jóvenes, solteros y mejor conceptuados por sus superiores entre los oficiales de Artillería considerados la crema de la oficialidad en el Ejército.

Sumados al esfuerzo y la voluntad de cumplir, soportando todos los sacrificios y las carencias,

EL CAÑONERO CARTAGENA

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Pla responsabilidad se centraba en el deber del Capitán de proteger permanentemente y bajo las más adversas circunstancias a todos y cada uno de los hombres de las tripulaciones.

Transcurrido poco tiempo del recorrido, el Capitán se vio obligado a dar la orden de accionar las bombas de achique, que fue imposible volver a apagar.

Los Cañoneros tomaron rumbo al norte hasta el Cabo de la Vela en la Guajira, luego, rumbo este, a Curacao, y Trinidad, bordeando el Norte de Sudamérica, e hicieron breves atraques, en los modernos y recursivos muelles de Puerto Spain, Georgetown, Panararibo, Isla del Diablo, la célebre prisión Francesa. Luego rumbo sudeste a las Bocas del Amazonas.

De Puerto Spain a las Bocas del Amazonas el trayecto se cubrió en 7 días.

La cocina fue equipo inútil. Imposible cocinar durante la navegación, debido al cabeceo permanente del buque. Sólamente en los atraques que se realizaron, se cocinaba. La alimentación se redujo a galletas, sardinas en lata, y los peces que ocasionalmente se capturaban; asándolos en cubierta. La falta de comida no afecto la moral de las tripulaciones, que sufrieron mucho como era de esperarse con la inexperiencia, debido al mareo.

Se hizo necesario que el médico les inyectara suero debido a la deshidratación a algunos tripulantes. Para contrarrestar en algo esa circunstancia de desconocimiento de las condiciones del mar y el manejo de los Cañoneros, la marinería provenía de Cartagena, y también de la entonces lejanas San Andrés y Providencia. Esa escogencia del personal fue cuidadosa y su desempeño fue exitoso.

Los Cañoneros soportaron tres tempestades de altísima intensidad, acompañadas con vientos huracanados. En dos oportunidades, los empujaron peligrosamente contra islas y arrecifes, que afloraban por miles bajo las olas próximas a la costa.

Mantuvieron los motores a plena potencia, para contrarrestar las furiosas corrientes que los tuvieron prácticamente estrellados y encallados, en innumerables ocasiones. El arrojo del Capitán Mora, en el Cartagena y del Teniente Baquero en el Sana Marta, lograron evitarlos.

Otra tempestad atacó en sentido contrario. Los aprisionaron con violencia corrientes poderosas y rápidas, que los arrastraron mar adentro, en medio de olas gigantescas, más altas que la cofa, que amenazaron escorarlos, dándoles vuelta de campana.

El Capitán durante horas interminables lucha con el timonel y los motores para equilibrar el buque. Eric el Rojo, un contramaestre escocés, prestado por los ingleses, que poco permanecía sobrio debido a su alto consumo de Whisky, fue de inmenso valor en esas horas y días angustiosos. Mantuvo funcionando los motores sin fallas.

El momento de máximo terror y desconcierto, ocurrió en la última tormenta, próximos a cruzar la anhelada frontera Brasileña en el Cabo Orange.

Se soltaron algunas de las canecas de combustible que estaban firmemente aseguradas por medio de amarras. Los movimientos bruscos y continuos, que se mantuvieron día tras día, las aflojaron dejándolas dando tumbos y bandazos, amenazando destrozar el buque con

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los golpes y además estuvieron amenazados por el incendio de inmensas proporciones que se produciría al regarse el combustible. Finalmente toda la tripulación trabajó unida y conjuró la catástrofe, sin que nadie resultara herido, ni cayera al mar.

La comunicación por radio con el Santa Marta era casi imposible. Radios de onda larga, con baja potencia. Esto dio origen a que durante las tempestades, las tripulaciones de los Cañoneros que perdían contacto visual durante días, dieran por descontado, que el otro Cañonero había naufragado.

Desde Isla Maraca, fue posible acercarse a la costa, menos agitada, inmensamente bella del Brasil, reduciendo las obligadas millas náuticas de aguas internacionales.

Los Cañoneros atracaron, en la pujante, inmensa, rica, hermosa, Belem do Para. Para las tripulaciones fue la llegada a la Tierra Prometida. Al país alegre de la Samba. Deteriorados y con algunas averías pero sanos y salvos. Se abrían las puertas de entrada al misterioso e inmenso Amazonas, al embrujo de la selva más grande y desconocida en el mundo.

En dirección a Manaos, por el Río, medio natural a los Cañoneros, se pudieron desarrollar altas velocidades, como nunca pudieron hacerlo en el mar. Las tripulaciones daban muestras de una inmensa alegría y gran compañerismo. Dejando atrás las dudas y las angustias que los acompañaron en la navegación en el mar, donde tuvieron permanentemente en sus mentes y corazones la duda, producida por la inseguridad, de en que momento los sorprendería el naufragio.

En ese caudal inmenso, que todo lo empequeñecía, majestuoso y alegre del Amazonas y su selva impresionante, fueron deslizándose por frente a, Santarem, Obidos, el Río Negro. A su paso los habitantes de las riberas, saludaban las tripulaciones y Cañoneros con calurosas señas de amistad, agitando Banderas Brasileñas.

Manaos ese Paris de la selva, con su deslumbrante edificio de la Ópera toda de piedra, su Palacio de Justicia, y sus calles adoquinadas, amplias y silenciosas, de un intenso comercio, con materiales traídos de Europa, a cambio de caucho, las tripulaciones fueron recibidas como propias tropas. Manaos fue el punto de revituallamiento de víveres y combustible, antes de navegar por el Putumayo. Río que produciría el rompimiento y alejamiento de la civilización, penetrando en esa Colombia misteriosa y conocida sólamente en las páginas de La Vorágine de José Eustasio Ribera.

Se inició la navegación final por el Putumayo Colombiano. El secreto fue total e inmensa la sorpresa del enemigo al ver cruzar frente a sus puestos fronterizos, los poderosos Cañoneros.

Al llegar a Caucayá, se amarraron a unos viejos árboles de mango. Era la victoria. A pesar de circunstancias tan adversas, del desconocimiento tan arriesgado del mar, llegaron sin mayores pérdidas, su conducción de mando fue impecable.

Con su presencia, su movilidad y su poder de fuego, se había salvado la integridad del territorio e hizo corto el conflicto. Logrando mantener la amistad del Pueblo del Perú, que un conflicto largo habría sin duda deteriorado en forma tal vez históricamente irreparable.

El Capitán Mora Angueyra dio el parte: Misión cumplida.

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“Le juro a Usted por mi Honor de Soldado, que el Perú conservará a Leticia contra cualquier oposición, sea ella la que fuere”

Esta desafiante comunicación, dirigida al Comandante de las Tropas peruanas en Loreto, General Fernando Sarmiento bajo cuyo mando directo se encontraba el Teatro de Operaciones del Nor-Oriente, formado por las unidades militares que invadían varias zonas del territorio sur Colombiano.

En otro comunicado, demagógico, refiriéndose a Colombia, decía:” Serenamente la Nación afrontará toda emergencia, luego, ya sabrán nuestros adversarios lo que significa atacar al Perú “. La firmaba un tristemente célebre enemigo de Colombia y de la unión de nuestras pueblos, el General Luís María Sánchez Cerro, Presidente de Facto del Perú.

(Asesinado el 30 de abril de 1933. 34 días posteriores a la derrota de Guepi)

La demagogia patriotera que utilizaba frente al pueblo amigo de Perú, era ofrecer expandir el territorio, a costa de ocupar amplias tierras Colombianas, en cuyo centro se encontraba la ciudad de Leticia.

La reclamación se basaba en el desconocimiento del tratado vigente Salomón-Lozano, suscrito legalmente con Colombia en 1922.

La invasión Peruana, comenzó el 1 de Septiembre de 1932, con la toma de Leticia. Estas comunicaciones tenían fecha de 17 de febrero de 1933. Los invasores Peruanos llevaban cinco meses ocupando nuestro territorio.

Sánchez Cerro había comenzado algún tiempo antes a preparar descaradamente un Ejército de 20.000 hombres, para respaldar su ambición expansionista a costa de los colombianos y continuaría contra los ecuatorianos.

El pueblo colombiano nunca ha sido partidario de acciones armadas, menos aun contra ningún pueblo hermano y vecino.

Este sentir popular de hondo calado político, obligaba al gobierno del Presidente Enrique Olaya Herrera, con la colaboración del eminente colombiano Doctor Eduardo Santos desde la Liga de Las Naciones, soportado por los jefes políticos y militares, a desarrollar una intensa gestión diplomática, con el apoyo del gobierno de Brasil, para dirimir pacíficamente el conflicto, y recuperar a Leticia y sus territorios.

El gobierno popular de Olaya, igualmente desarrolló una inmensa gestión militar.

La Inolvidable Estrategia de Guepi

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Además la amistad de nuestros pueblos, la hemos vivido con generosidad. El Perú desde la independencia es muestro aliado, lo que con inmensa grandeza el Presidente Oscar Benavides, que sucedió a Sánchez, suscribió un texto el 19 de noviembre de 1934, que dice así: “El Perú deplora, sinceramente los acontecimientos a partir del primero de septiembre de 1932.”

A lo largo de su vida el General Hernando Mora Angueyra, expresó repetidas veces, ante militares colombianos y extranjeros, el valor, y el respeto por los oficiales y soldados peruanos durante este conflicto.

Estas líneas de recuerdos, no son nada distinto a resaltar anécdotas históricas del Ejército de Colombia.

El desarrollo militar de la invasión favorecía la iniciativa Peruana. Estaban mejor armados, una preparación militar intensa, y tenían un plan de guerra. Colombia carecía de todo. Pero contaba con una oficialidad brillante,valiente y decidida.

El primer objetivo Peruano era neutralizar el accionar de los Cañoneros Colombianos (Cañoneras los denominaban los Peruanos) que controlaban la navegación y el movimiento de tropas a lo largo del Río Putumayo, cortando la importante comunicación y abastecimientos entre el centro neurálgico en Caucayá (hoy Puerto Leguizamo), los Cañoneros, Cartagena y Santa Marta operaban desde noviembre de 1931, a donde llegaron después de un azaroso viaje desde Barranquilla, a través del Atlántico y el Amazonas.

De la comunicación por el Putumayo, dependía la preparación intensa, la concentración de tropas y abastecimientos que se estaba fortaleciendo en Puerto Asís, base para un próximo ataque a Puerto Arturo.

El Comandante Colombiano, el agudo y activo Coronel Roberto Rico, su Estado Mayor, en unión del Coronel José Dolores Solano, y los Comandantes de los Cañoneros, Capitán Hernando Mora Angueyra y Teniente Luís Baquero Herrera, había desarrollado cuidadosamente un plan de ataque sobre la base militar Peruana de Guepi.

Con esa acción militar no se permitiría que se continuara interrumpiendo el libre tránsito fluvial por los ríos. Por primera vez se utilizarían exitosamente las fuerzas Colombianas combinadas de Ejército, Marina y Aviación.

El Capitán Mora Angueyra, de 26 años, había propuesto e insistido ante el Coronel Solano, que se debía realizar el mayor esfuerzo para que el Cañonero Cartagena, bajo su mando, lograra colocarse Río arriba de Guepi; emplazamiento ideal para el ataque simultáneo con los Cañoneros. La encrucijada se centraba que los dos Cañoneros se encontraban, concentrados río abajo de Guepi.

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PConcebida como una estrategia para el éxito rotundo. Lograrla era enfrentar un movimiento lleno de azarosas dificultades; se tenía la certeza, que los Peruanos impedirían a toda costa que el Cañonero Cartagena cruzara de día o de noche (todas esas posibilidades se estudiaron), enfrente a su guarnición, para quedar prácticamente enrocados por el accionar de los dos Cañoneros, que sin duda los atacarían, uno río arriba y otro río abajo.

Dado el poder de fuego de los Cañoneros estaban condenándose los peruanos a la derrota, al permitir el cruce del Cartagena. Esta circunstancia convertía en un imposible la idea del Capitán Mora Angueyra.

El día 24 de febrero, se sucede un acontecimiento que infunde alegría y esperanza a las tripulaciones de los Cañoneros. Son ascendidos, prácticamente en el honroso campo de batalla, José Dolores Solano, a Teniente Coronel, a Hernando Mora Angueyra a Capitán y a José María Pacheco a Teniente.

La diplomacia Colombiana había obligado en dos oportunidades a detener el ataque cuya ejecución era eminente. Situación que agotaba la paciencia de la tropa y los tripulantes de los Cañoneros, que había repetido una y otra vez los zafarranchos de combate. El día 28 de febrero, se debía iniciar el ataque, pero en un mensaje urgente y perentorio, traído por el Coronel Boy en su avión, ordenan la suspensión desde Bogotá. No solo eso sino ordenan abandonar la Isla Chavaco y las Islas 1 y 2, pertenecientes al Perú, donde se concentran en la orilla colombiana, toda nuestra Infantería y dos piezas de Artillería. (Islas donde más del 50% del personal estaba azotado por la malaria).

(El Capitán Mora Angueyra en el diario de Guerra del Cañonero el día 14 de marzo hace un irónico comentario sobre las decisiones de Bogotá:”…cómo puede ser posible que permanezcamos inactivos mas tiempo, viendo que los vecinos de enfrente no descansan un momento en el arreglo de sus posiciones, en el emplazamiento de piezas que les llegan diariamente desde Pantoja, por la trocha y toda clase de aprestos…Será que en el Perú no hay diplomacia….)

Aprovechando los aplazamientos, la Marina de Guerra del Perú envió al Teniente Mario Mosto, con instrucciones precisas de colocar minas flotantes, en el Río, enfrente de Guepi, actividad que felizmente fracaso, lo que hubiera ocasionado grandes destrozos a los Cañoneros y las lanchas de desembarco desde Chavaco.

En los días previos al dos de marzo los Peruanos insistían en varias oportunidades impedir con disparos el cruce de embarcaciones colombianas; el Capitán Mora Angueyra recibió autorización para llevar a cabo su plan de cruzar por enfrente de Guepi y colocar al Cañonero en las bocas del Río Guepi, donde podían atacar al unísono y por los extremos con los cañones del Santa Marta, y el Cartagena.

Para dar comienzo al plan, día dos de marzo, el Cañonero se desplazó, subiendo por el Río, hasta 800 metros de Guepi.

La circunstancia del cese de hostilidades ordenado por la Sociedad de las Naciones, era la oportunidad única de desplazar el Cañonero río arriba.

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El plan final era anunciar a los peruanos que se iba a proceder a desplazar el Cañonero río arriba afrontando, con ese desplazamiento el inicio de un combate.

En medio de gran ansiedad pero con la decisión absoluta de afrontar circunstancias adversas, el Capitán Mora Angueyra lanzó al Río su lancha gasolinera con el Teniente José María Pacheco y cuatro tripulantes desarmados.

Navegarían portando una bandera blanca, con la misión de entregar una nota del Comandante del Cañonero Cartagena, al Comandante de la guarnición de Guepi, Teniente Domingo Melo. En esa nota se protestaba vehementemente, por el proceder peruano, al impedir el cruce de embarcaciones Colombianas, por medio de disparos de ráfagas de ametralladoras, en momentos que existía un cese de fuego, ordenado por la Liga de las Naciones en Ginebra. Los peruanos en otras ocasiones desconocieron las decisiones diplomáticas, vinieren de donde vinieren.

El Teniente Pacheco, debía entregar la nota y regresar de inmediato.

No fue exactamente así.

El verdadero Comandante de la guarnición de Guepi era por esos días, el Teniente Coronel Gerardo Dianderas, cuyo puesto de mando se encontraba en algún lugar de la larga trocha Pantoja – Guepi..

El Teniente peruano Melo, se negó a responder la nota y trató de comunicarse telegráficamente con su comandante, lo que fue imposible. El intento de esa consulta, demoró un tiempo muy largo el regreso al Teniente Pacheco, lo que hizo suponer, a los colombianos, que los habían hecho prisioneros.

El Teniente Pacheco, regresó 1:20 horas después de haber partido. Tiempo que dejó la sensación de ser inmensamente largo.

El Capitán Mora Angueyra, conciente del inmenso riesgo para el Cañonero y su tripulación así como para todo el dispositivo del combate, le ponía de presente en la nota que se entregó al Comandante Peruano, que iba a cruzar por frente a su guarnición, con el Cañonero y que si este era agredido, se lanzaría con todo el poder de fuego de que era capaz, contra ellos.

El día 3 de marzo, el Capitán Mora Angueyra, él colocándose al frente, formó a su tripulación en cubierta, con uniforme blanco, el armamento está listo, cargado y amunicionado. Para no infundir recelo y darles tranquilidad a los peruanos, las piezas están enfundadas.

El plan era muy osado. El hecho que el Teniente Melo, fuera un oficial subalterno, que dependía de un Coronel, cuya decisión no solo era desconocida sino, podía ser muy agresiva. Convertía el cruce en una acción aún más intrépida y valiente. Los tripulantes arriesgaban sus vidas. Tenía el convencimiento que al cruzar enfrente de los diferentes puestos de ametralladoras Peruanos, 16 contaron ese día, que se extendían en un trecho de dos kilómetros, todos los fusiles, todas las ametralladoras, los lanza granadas y piezas de artillería estarían apuntando al Cañonero que se encontraba en una posición de indefensión

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Ptotal y por su misma naturaleza, un blanco muy fácil.

Todos bajo una gran tensión, en un tiempo que transcurría aún más lentamente que la velocidad del Cañonero, que se desplazaba con lentitud, esperando permanentemente el ataque sorpresivo desde la fuerte y dominante posición de Guepi.

Finalmente cruzaron, superando la encrucijada.

Según lo expresa con picardía, el Capitán Mora Angueyra, en su diario de Guerra, conciente del inmenso engaño que le estaban haciendo a los Peruanos, al cruzar frente a ellos…” Los oficiales y la dotación, de pie, firmes, pero con la sonrisa en los labios…”

Como consecuencia directa de esta audacia, que fortalecía indudablemente el dispositivo del ataque, se decidió definitivamente llevarlo a cabo; a las 3 A .M. del amanecer del día domingo 26 de marzo de 1933.

El Cañonero Cartagena, apagadas todas las luces y moviéndose a media máquina en el mayor silencio posible, en medio de una oscuridad absoluta de la espesa selva, se desplaza Río abajo hasta 1.200 mts de los Peruanos. Dejan en tierra Peruana el pelotón de desembarco.

9. A .M., el Cañonero está asegurado fuertemente por la popa. El telémetro marca 4.000 mts. Se da la esperada orden de disparar el Cañón de proa.. Con esa primera y certera granada se inicia el combate. Aparece la aviación. Bombardea. Con eficacia y valor. Los once aviones que participan bajo el mando del Coronel Herbert Boy, son impactados. Es una muestra de la resistencia intensa peruana.

El Santa Marta también dispara desde su posición Río abajo.

Hubo sorpresa para los peruanos. Algunos se preparan para huir por la trocha que conduce a Pantoja.

Se está cumpliendo exactamente la estrategia feliz del Capitán del Cartagena, a la cual se sumó toda la oficialidad.

A las 11 A .M. inexplicablemente se produce un silencio desesperante.

A las 11:30 A.M. El Capitán Mora y su Cañonero Cartagena viviendo los momentos de mayor ansiedad, se desliza a toda máquina por el Río y hunde su espolón de proa en el barranco de Guepi. La bandera de Guerra ondea desde ya victoriosa en la popa del Cañonero.

Segundos después el Sargento Néstor Ospina, tripulante del Cartagena, clava la bandera Colombiana en lo alto del peñasco de Guepi.

El Teniente, actor y relator épico del combate, Juan Lozano y Lozano, dice así: “Desde nuestra cubierta en el Santa Marta, veíamos claramente al Comandante Solano, al Capitán Mora, al Teniente Pacheco, al pie del cañón, impávidos sobre la proa, en aquella zona de exterminio….”

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* NOTA: El protagonista que origina estos relatos es el General Hernando Mora Angueyra, quien estuvo vinculado a nuestra Marina de Guerra a partir de este heroico viaje. En varios de sus Grados cumplió misiones, como cuando fue a Inglaterra y Portugal a recibir y traer los dos primeros destroyers, Caldas y Antioquia.

Y la más importante de todas cuando durante un largo periodo, fue su Director, el equivalente al Comandante de hoy, durante parte de los gobiernos de Eduardo Santos y López Pumarejo.

Durante tres años y medio participó en el Conflicto con el Perú. En la gloriosa Batalla de Guepi, victoria que puso término al conflicto, al mando de su querido Cañonero Cartagena, tuvo una de sus más destacadas actuaciones de su carrera Militar.

Igualmente el Almirante Luís Baquero Herrera, que se vinculó permanentemente a la Marina de Guerra y fue su Comandante, forman parte de la pequeña fuerza que conforman los verdaderos héroes modernos de nuestra Armada Nacional.

Este par de Artilleros iniciales fueron a partir del heroico viaje de los Cañoneros amigos inseparables durante su carrera así como en los años del retiro.

Heredé de mi Padre, un gran afecto por el Brasil, que ha sido de lejos el mejor amigo de Colombia en Latino América. La actitud de amparo y colaboración durante el conflicto con el Perú es una pequeña muestra de colaboraciones continuadas a lo largo de todos estos años en otros importantes órdenes.

En este rápido relato, basado en conversaciones con mi padre y el Almirante Baquero, quiero continuar rindiendo el homenaje a las tripulaciones del Destacamento del Putumayo a quienes el General Hernando Mora Angueyra dedicó con especial afecto su libro “GUÍA DEL COMANDANTE DE UN CAÑONERO.”

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