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1 JESÚS DE AZARET, MÍSTICO Y PROFETA DEL REIO DE DIOS El objetivo de mi intervención es presentar a Jesús como místico y profeta del reino de Dios. No pretendo desarrollar una exposición exhaustiva. El marco de esta Semana nos invita a aproximarnos a Jesús subrayando aquellos aspectos que más pueden interpelar al monacato cristiano en la Iglesia actual y en medio de la sociedad contemporánea. Creo que no hay nada más urgente ni más decisivo para la Iglesia y para el monacato cristiano que volver a Jesús. El itinerario que seguiremos es sencillo. En primer lugar, veremos a Jesús enraizado en la tradición de los místicos y profetas de Israel. Nos acercaremos enseguida a él como místico y profeta del reino de Dios. Ahondaremos, luego, en su pasión por Dios y su compasión por las víctimas, auténtico núcleo de su experiencia mística y de su actividad profética. Por último, nos detendremos en dos dimensiones básicas: la crítica radical y la esperanza nueva que introduce Jesús como místico y profeta del reino de Dios. Concluiré mi ponencia sugiriendo algunas preguntas en torno a la conversión del monacato actual a Jesús. 1. Enraizado en la tradición de los místicos y profetas de Israel Según los evangelios, los campesinos de la Galilea de los años treinta ven en los gestos y las palabras de Jesús la actuación de un

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JESÚS DE �AZARET, MÍSTICO Y PROFETA DEL REI�O DE

DIOS

El objetivo de mi intervención es presentar a Jesús como

místico y profeta del reino de Dios. No pretendo desarrollar una

exposición exhaustiva. El marco de esta Semana nos invita a

aproximarnos a Jesús subrayando aquellos aspectos que más pueden

interpelar al monacato cristiano en la Iglesia actual y en medio de la

sociedad contemporánea. Creo que no hay nada más urgente ni más

decisivo para la Iglesia y para el monacato cristiano que volver a

Jesús.

El itinerario que seguiremos es sencillo. En primer lugar,

veremos a Jesús enraizado en la tradición de los místicos y profetas

de Israel. Nos acercaremos enseguida a él como místico y profeta

del reino de Dios. Ahondaremos, luego, en su pasión por Dios y su

compasión por las víctimas, auténtico núcleo de su experiencia

mística y de su actividad profética. Por último, nos detendremos en

dos dimensiones básicas: la crítica radical y la esperanza nueva que

introduce Jesús como místico y profeta del reino de Dios. Concluiré

mi ponencia sugiriendo algunas preguntas en torno a la conversión

del monacato actual a Jesús.

1. Enraizado en la tradición de los místicos y profetas de

Israel

Según los evangelios, los campesinos de la Galilea de los años

treinta ven en los gestos y las palabras de Jesús la actuación de un

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profeta que los impacta: «Un gran profeta ha surgido entre

nosotros»1. Lo mismo piensan quienes lo siguen de cerca: «fue un

profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el

pueblo»2. El mismo Jesús no duda en identificarse como profeta. Es

y actúa como profeta. Por eso mismo es rechazado en su propia

tierra3.

Jesús es, al mismo tiempo, un «místico». El término no es

bíblico, pero expresa bien la experiencia de amistad íntima con Dios

que viven los profetas de Israel y que los capacita para presentarse

en medio del pueblo como portadores de su Palabra. Jesús es un

contemplativo que vive una experiencia única de intimidad con Dios

su Padre, que lo configura como profeta del reino de Dios. Albert

�olan habla de la «la forma extraordinariamente sencilla en que la

profecía y la mística forman un todo inseparable en la vida y en la

espiritualidad de Jesús»4.

En la tradición bíblica no existe antagonismo entre mística y

profecía. Al contrario, es impensable que alguien pueda ser profeta

y decir al pueblo cómo se ven las cosas desde el corazón de Dios,

sin haber tenido un encuentro especial con él. Y es impensable

también que alguien pueda ser místico con experiencia auténtica del

1 Lucas 7, 16. Ver Marcos 6, 15; 8, 27 – 28. 2 Lucas 24, 19. 3 «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (Lucas 4, 24). Este refrán

popular es anterior a Jesús, pero es casi seguro que fue él quien se lo aplicó a sí mismo. 4 Albert Nolan, Jesús hoy. Una espiritualidad de libertad radical. Sal Terrae. Santander, 2007,

107.

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Dios vivo, sin que su vida se convierta en presencia profética que

llama a la conversión y a la esperanza5.

Recordemos a Moisés, el primer profeta de Israel. Antes de

actuar en medio del pueblo, vive una experiencia fascinante de Dios

en la zarza ardiendo. No sólo queda sobrecogido por el misterio

insondable de Dios: «Yo soy el que soy». Al mismo tiempo, escucha

el corazón de Dios que dice: «He visto la aflicción de mi pueblo en

Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus

sufrimientos. He bajado para liberarlo de la mano de los egipcios y

para subirlo a una tierra buena y espaciosa»6. La tradición lo

recordaba como un gran místico: «El Señor hablaba con él cara a

cara, como habla alguien con su amigo»7, y como un gran profeta:

«�o ha vuelto a surgir en Israel otro profeta como Moisés, con

quien el Señor trataba cara a cara»8. Es el trato amistoso con Dios

el que convierte a Moisés en el profeta que comunica al pueblo la

Ley del Señor, lo libera de la esclavitud de Egipto y lo guía por el

desierto hacia la tierra prometida.

Recordemos también a Elías, un profeta muy querido en

Galilea. La tradición lo describe como amigo de Dios y profeta

audaz. Elías busca a Dios, sube hasta el Horeb, se pone ante la

montaña santa y escucha su presencia, no en el huracán ni en el

terremoto o el fuego, sino «en el susurro de una brisa suave»9. Esta

proximidad al Misterio lo convierte en profeta audaz, con fuerza

5 Es iluminadora la terminología bíblica. El profeta es un «nabí», es decir, alguien que ha sido «llamado» por Dios para escuchar un mensaje que ha de comunicar en su nombre. Pero se le llama también «ro’eh» y «hozeh», es decir, un «vidente» que, desde Dios, ve lo que otros no pueden ver.

6 Éxodo 3, 1 – 15. 7 Éxodo 33, 11. 8 Deuteronomio 34, 10 9 1 Reyes 19, 9 – 14.

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para denunciar la idolatría a los baales y la injusticia, y para

defender a los pobres contra los poderosos10. De él se dice que «su

palabra quemaba como una antorcha»11.

Con ambos profetas, Moisés y Elías, fue relacionado Jesús por

las primeras generaciones cristianas que veían en él un místico y un

profeta más grande que ellos. Según un relato elaborado a la luz de

la Pascua, la intimidad de Jesús con Dios trasforma su rostro y lo

transfigura, mientras los de Moisés y Elías permanecen apagados.

Enseguida, la voz que viene de la nube advierte a los discípulos que

sólo Jesús es el Hijo amado de Dios, no Moisés ni Elías. Han de

escucharle a él: «Éste es mi Hijo amado. Escuchadle»12. En Jesús

culmina la tradición místico-profética de Israel. Es significativo

observar que los profetas utilizan con frecuencia esta expresión:

«Así dice el Señor». Su palabra no nace de su propia iniciativa sino

de la iniciativa de Dios. Ellos sólo son sus portadores. Jesús, por el

contrario, se expresa en un lenguaje que no tiene paralelismos en la

tradición bíblica: «En verdad, en verdad, yo os digo». Su unión con

Dios es total. No necesita hablar en su nombre. En su palabra está

hablando Dios. En él hay algo más que un profeta. Jesús no es una

voz, como puede ser Juan Bautista, el profeta del desierto. Es la

Palabra de Dios hecha carne13.

10 1 Reyes 17 – 19. 11 Jesús ben Sirá 48, 1. 12 Marcos 9, 2 – 8; Mateo 17, 1 – 8; Lucas 9, 28 – 36. Es sabido que Mateo parece presentar a

Jesús como el «nuevo Moisés» prometido en Deuteronomio 18, 15, mientras Lucas dibuja su actuación profética sobre el trasfondo de Elías. El cuarto evangelio, por su parte, afirma: «La ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado de Jesucristo» (Juan 1, 17).

13 Según el cuarto evangelio, el Bautista es «la voz del que grita en el desierto» (1, 23) mientras Jesús es la «Palabra de Dios hecha carne» (1,14).

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Los místicos y profetas no son nombrados por ninguna

autoridad para vivir su misión. Su autoridad proviene y se basa en

su experiencia de Dios. No forman parte de la estructura de la

autoridad social ni de la institución religiosa. A diferencia de los

reyes o los sacerdotes del templo, los profetas y místicos de Yahvé

no son ordenados o ungidos por nadie. Su presencia en medio del

pueblo se debe a la acción de Dios, empeñado en alentar y guiar a su

pueblo con su Espíritu. No es extraño que casi siempre vivan en

tensión y hasta en fuerte conflicto con la autoridad social o

religiosa14. La actuación de Jesús se enmarca en esta tradición

místico-profética de Israel. Jesús no es sacerdote del templo ni

maestro de la ley; no pertenece al entorno de Antipas ni del Sumo

Sacerdote; no es miembro del grupo saduceo ni del Sanedrín. Es un

hombre de pueblo, trabajador de la construcción, oriundo de una

aldea desconocida de la Baja Galilea, que actúa movido por el

Espíritu de Dios, vive en tensión con la autoridad política y

religiosa, y muere crucificado por el representante del imperio y los

sacerdotes del templo.

No es el momento de exponer la actuación de los místicos y

profetas de Israel, pero quiero recordar dos rasgos esenciales que

nos permitirán luego ahondar en la dimensión mística y profética de

Jesús. La presencia de místicos profetas responde a situaciones

socio-políticas y religiosas diferentes, pero se produce de ordinario

en medio de una sociedad injusta que ha olvidado la Alianza con

14 Junto a los «profetas de Yahvé», en la tradición bíblica se habla también de los «profetas de Baal» que no escuchan al Dios de la Alianza sino a los «baales»; se agitan en torno a sus altares, promueven la idolatría y no sirven a los pobres. Se habla también de los profetas de profesión o «hijos de los profetas» que actúan de forma corporativa, como una clase social muy integrada; no viven de una llamada personal de Dios ni hablan desde la pasión por la justicia. Entre ellos destacan los «profetas de la corte» que no defienden la Alianza ni defienden a los pobres, sino que sirven al rey y le dicen lo que desea escuchar.

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Dios, y en el seno de una religión vacía de pasión por Dios, e

indiferente a las víctimas de esa injusticia. Es entonces cuando

aparecen los místicos profetas con una doble misión: ser llamada

audaz al cambio, y anuncio libre y liberador de la novedad de Dios.

Su vida se pude resumir en estos dos rasgos: presencia alternativa

que invita a la conversión a Dios y espíritu dinamizador que rompe

la indiferencia y abre un futuro nuevo a la acción de Dios15.

En medio de una sociedad injusta donde los poderosos y

satisfechos no tienen conciencia de estar arrebatando el pan a los

pobres, donde las gente buscan su propia seguridad silenciando el

sufrimiento de los que lloran, donde se renuncia a la compasión a

cambio de bienestar, el místico profeta ofrece una forma alternativa

de percibir la realidad y se esfuerza para que el pueblo y sus

dirigentes puedan contemplar su propia historia a la luz de la

compasión de Dios y de su deseo de justicia. Más allá de los gestos

espectaculares o de la indignación airada, lo que caracteriza a Isaías

o Jeremías, a Miqueas o Amos es una existencia, una actitud, una

manera de leer y de vivir la realidad desde Dios, una presencia

alternativa que invita al cambio y llama a la conversión.

Por otra parte, cuando la religión se acomoda a un estado de

cosas injusto; cuando los intereses religiosos no coinciden ya con

los intereses de la justicia de Dios; cuando la crítica no puede ser

practicada desde el templo pues ha desaparecido la pasión por el

Dios de los pobres sustituido por el Dios del orden; cuando el culto

de una religión estática, controlada por otros intereses, no promueve

el encuentro místico con el Dios vivo; cuando la religión es

15 Walter Brueggemann, La imaginación profética. Sal Terrae. Santander, 1986, p. 30 – 50.

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utilizada para cerrar el paso a toda novedad considerándola un

peligro y una amenaza para el orden; cuando ya apenas nadie

recuerda que Dios es libre y puede actuar al margen y hasta en

contra de esa religión que lo mantiene «cautivo», aparece el místico

profeta. Su presencia trae un aire nuevo pues vive desde el Espíritu

de Dios; sacude la indiferencia y el autoengaño de casi todos; rompe

esa insensibilidad ante Dios y ante los pobres, que está en el centro

de los corazones y de las instituciones; libera a la religión de la

apatía, la despierta de su ilusión de eternidad y absoluto, recordando

el señorío del único Dios; introduce imaginación y audacia para

pensar el futuro de Dios con libertad. Su vida es una Buena Noticia

pues pone una esperanza nueva buscando con todas sus fuerzas que

la justicia y la compasión de Dios penetren en la historia.

Jesús, como vamos a ver, es la culminación y plenitud de esta

corriente mística y profética que atraviesa la historia de Israel

llamando al cambio y a la conversión, y abriendo caminos a la

novedad de Dios. Sólo él puede ser llamado místico y profeta del

reino de Dios.

2. Místico y profeta del reino de Dios

Jesús no es un maestro que propone una doctrina sobre Dios.

No pretende en ningún momento sustituir la concepción tradicional

de Dios por otra nueva. Su Dios es el Dios de Israel: el único Señor,

creador de los cielos y de la tierra, el Dios de la Alianza, el

liberador de su pueblo querido. Nunca discute sobre Dios con

ningún sector judío. Todos creen en el mismo Dios. Lo peculiar y

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diferente es su experiencia de Dios, su forma de captarlo y de

vivirlo.

El centro de la experiencia mística de Jesús no lo ocupa

propiamente Dios sino «el reino de Dios», pues Jesús no separa

nunca a Dios de su proyecto de trasformar el mundo. No lo

contempla encerrado en su misterio insondable, olvidado del

sufrimiento humano, sordo a los clamores de los pobres. Lo

experimenta comprometido por un mundo más humano. Lo vive

como la presencia buena de un Padre que busca abrirse camino en el

mundo para humanizar la vida. Una presencia de Padre que él acoge

como hijo fiel, dejándose llenar por su Espíritu y dedicándose

enteramente a buscar una vida más digna, más justa, más liberada,

más amable y dichosa para todos, empezando por los últimos.

Por eso, Jesus sorprende a todos afirmando algo que ningún

místico o profeta de Israel se había atrevido a declarar: «Ya está

aquí Dios, con su fuerza creadora de justicia, tratando de reinar

entre nosotros». Éste es el contenido nuclear de su experiencia

mística y de su acción profética. Dios está ya actuando de manera

salvadora. Su reinado ha comenzado a abrirse paso. Su fuerza

liberadora se ha puesto ya en marcha. Jesús la está ya

experimentando y quiere contagiar a todos su experiencia. Todavía

es como un grano insignificante de mostaza, pero su fuerza está

actuando ya de manera secreta en la historia como un trozo de

levadura que, oculto en la masa, la va trasformando desde dentro.

Todo es pequeño y casi imperceptible. Se necesita una

experiencia mística semejante a la de Jesús para captarlo: se

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necesita contemplar el lugar privilegiado que ocupan los últimos en

el corazón de Dios, tener oído para escuchar el sufrimiento humano

como lo escucha él, abrir bien los ojos para mirar el mundo con la

mirada compasiva con que él lo mira, leer con atención los signos de

su presencia liberadora en el mundo. Pero el reino de Dios ya está

aquí. No es un sueño lejano ni una teoría hermosa. Es la presencia

salvadora de Dios que hay que buscar, acoger y promover16.

Esta experiencia mística del reino de Dios lleva a Jesús a

asociar a Dios con la vida. Los dirigentes religiosos de Israel

asocian a Dios con su sistema religioso y no tanto con la vida y la

felicidad de la gente: lo primero y más importante para ellos es dar

gloria a Dios asegurando el culto del templo, observando la ley y

cumpliendo el sábado. Jesús, por el contrario, asocia a Dios con la

vida: lo primero y más importante para él es que los hijos e hijas de

Dios gocen de una vida más digna y más justa. Esto es lo nuevo.

Jesús implica a Dios no con la religión sino con la vida: lo más

importante para Dios es la vida de las personas, no la religión; la

curación de los enfermos, no el sábado. Los sectores más religiosos

de Israel se sienten urgidos por Dios a cuidar la religión del templo

y la observancia de la ley. Jesús, por el contrario, se siente enviado

por Dios a promover su justicia y anunciar la liberación17.

16 Se suele describir la experiencia mística de formas diversas: «Experiencia de la presencia de

Dios en el espíritu por el gozo interior que de ella procura un sentimiento íntimo» (Taulero); «Advertencia amorosa de Dios presente» (Juan de la Cruz); «Experiencia fruitiva de lo Absoluto» (Jacques Maritaine); «Conocimiento de Dios que consiste en una determinada experiencia de unión con lo divino» (Juan Martín Velasco); «Experiencia plena de la Vida» (Raimon Panikkar). Además de señalar la unión con lo divino, la experiencia de la presencia de Dios, su carácter fruitivo o la experiencia plena de la Vida, para aproximarnos a la experiencia mística de Jesús habría que hablar explícitamente de la comunión con el proyecto salvador de Dios para la humanidad.

17 Ch. Duquoc, Dios diferente. Sígueme. Salamanca, 1978, 39 – 55.

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Lucas lo ha captado muy bien cuando presenta a Jesús en la

sinagoga de Nazaret aplicándose a sí mismo estas palabras del

profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha

ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena �oticia, a

proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para

dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del

Señor»18. Jesús, lleno del Espíritu de Dios se siente impulsado a

introducir en el mundo la «Buena �oticia» para los pobres,

«liberación» para los cautivos, «luz» para los ciegos, «libertad»

para los oprimidos, «gracia» para los desgraciados.

Esta experiencia mística del reino de Dios marca y configura la

actividad profética de Jesús. El Dios contemplado por él es una

poderosa fuerza de trasformación. Su presencia es siempre

provocativa e interpeladora: atrae a la conversión. El reino de Dios

no es una fuerza conservadora, sino una llamada al cambio: «El

reino de Dios está cerca: cambiad de manera de pensar y de actuar,

y creed en esta buena noticia»19. Ante la irrupción del reino de Dios

no cabe la pasividad. Dios tiene un gran proyecto: a los que lloran

los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver

comiendo. No es posible vivir encerrados en la búsqueda de la

propia perfección. Hay que construir un mundo nuevo, como lo

quiere Dios. La irrupción de su reino está pidiendo un cambio. Toda

mística o profecía que sea seguimiento de Jesús ha de estar

orientada a «entrar» en el reino de Dios, dejarse trasformar por su

dinámica y contribuir a humanizar la vida haciéndola mejor, más

justa, más digna y dichosa.

18 Lucas 4, 16 – 22. La escena es probablemente una composición de Lucas, pero recoge bien la experiencia de Jesús al aplicarle el texto de Isaías 61, 1 – 2.

19 Así resume Marcos 1, 15 el mensaje de Jesús.

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Jesús, el profeta del reino, no llama simplemente a buscar a

Dios, como se dice de ordinario en las corrientes místicas de las

diversas religiones, sino a «buscar primero el reino de Dios y su

justicia»20. No llama a «convertirse» a Dios sin más, sino que pide

«entrar» en el reino de Dios21. A mi juicio, la cuestión más grave de

la mística y la profecía cristianas es cómo «entrar» primero en el

reino de Dios, considerando que otras cosas que nos parecen y son

importantes, se darán por añadidura.

3. Pasión por Dios, compasión por las víctimas

En el núcleo de esta experiencia del reino de Dios que vive

Jesús está como centro y principio dinamizador su pasión por Dios y

su compasión por los últimos. La compasión que moviliza toda la

actuación profética de Jesús no es sino expresión de su pasión

mística por un Dios compasivo. Un Dios indiferente al sufrimiento

humano, el Dios de la ley, del orden o del culto, no podría generar

la actividad profética que caracteriza a Jesús.

Jesús vive a Dios como compasión. El núcleo de su

experiencia mística no es un Dios encerrado en su propio misterio,

indiferente o desentendido del sufrimiento de sus criaturas,

interesado sólo por su honor, su gloria, su sábado, su culto o su

templo. En su misterio más insondable Dios es compasivo (rahum).

Lo que le define no es el poder o la sabiduría como a las divinidades

paganas del imperio romano. Jesús capta y vive su realidad

20 Mateo 6, 33. 21 Los profetas de Israel llaman a la conversión (teshubá) que consiste en abandonar los caminos

desviados y «volver» (schub) al Dios de la Alianza. Jesús llama a creer en la Buena Noticia del reino de Dios, salir de otros reinos (Dinero, Cesar…) y «entrar» en el reino de Dios.

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insondable como bondad y compasión. La compasión es el modo de

ser de Dios, su primera y última reacción ante sus hijos e hijas, su

manera de ver la vida y de mirar a las personas. Dios lo vive todo

desde la compasión. Y es precisamente esta compasión lo que atrae

su corazón hacia los últimos, los que más sufren, los olvidados por

la injusticia, la indiferencia y el olvido de la naturaleza, la historia,

los imperios y las religiones. Las parábolas más bellas y

conmovedoras que salieron de labios de Jesús fueron las que narró

para comunicar a todos su experiencia de la insondable compasión

de Dios22.

Esta mística de la compasión de Dios está en el origen y

trasfondo de toda su actuación profética. Jesús habla a las gentes

porque «siente compasión» al verlos como ovejas sin pastor23. Cura

a los enfermos, leprosos y desquiciados porque «se le conmueven las

entrañas»24. Él es el primero que «se conmueve» ante el sufrimiento

y abandono de los heridos que encuentra en la cuneta de los

caminos, y se acerca a ellos sin dar rodeos como los sacerdotes del

templo. Él «se conmueve» al ver llegar a los pecadores y prostitutas

y los acoge a su mesa como el «padre bueno» de la parábola25.

Esta experiencia de la compasión de Dios hace de Jesús un

«místico de ojos abiertos» que se siente afectado por el sufrimiento

de la humanidad. Como ha repetido tantas veces Johann Baptist

Metz, la mística de Jesús no es una mística de ojos cerrados, vueltos

22 Lucas 15, 11 – 32; 10, 30 – 36; 18, 9 – 14; Mateo 20, 1 – 15. 23 Marcos 6, 34. 24 Marcos 1, 41; 9, 22; Mateo 9, 36; 14, 14; 15, 32; 20, 34; Lucas 7, 13. 25 Los evangelios emplean el mismo término «splanchnízomai» para hablar de la compasión de

Dios en las parábolas y de la compasión de Jesús en su actuación. En hebreo «compasivo» (rahum) es quien siente el sufrimiento o la desgracia de los demás desde sus entrañas (rahamim).

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hacia otra parte, sino una mística de ojos abiertos al sufrimiento

humano26. Contemplando la mirada de Dios Jesús aprende a mirar el

mundo con compasión. Su primera mirada no es al pecado que hay

en el mundo sino al sufrimiento generado por ese pecado. Su mirada

no se centra en su propio sufrimiento sino en el de las víctimas

inocentes. Para Jesús el mayor pecado, el que más hiere el corazón

de Dios es introducir injustamente sufrimiento en sus hijos e hijas o

contemplarlo con indiferencia. Nada ofende más a Dios que el no

trascender nuestro propio sufrimiento, el vivir encerrados en la

búsqueda del propio bienestar, indiferentes al sufrimiento ajeno.

Desde su experiencia mística, Jesús lanzó este grito profético a

todos sus seguidores: «Sed compasivos como vuestro Padre es

compasivo»27.

Para captar mejor cómo la pasión mística por Dios la vive

Jesús como compasión activa hacia los que sufren, vamos a

considerar brevemente tres aspectos más concretos.

Jesús vive al Dios compasivo como «Amigo» apasionado de la

vida de sus hijos y sufre al ver la distancia enorme que hay entre el

sufrimiento de estos hombres, mujeres y niños hundidos en la

enfermedad y la vida que Dios quiere para sus hijos e hijas.

Experimenta al Espíritu que desciende sobre él en el Jordán como

espíritu de gracia y de vida. Se siente lleno del Espíritu del Padre no

para condenar y destruir sino para curar, liberar de «espíritus

malignos» y potenciar la vida. Para Jesus, Dios es una Presencia

26 Desde los años de 1980, J. B. Metz viene utilizando la expresión «mística de ojos abiertos» para subrayar lo específico de la mística bíblica del sufrimiento frente a otras formas de mística oriental. Ver su última obra: «Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista». Sal Terrae, Santander 2007, sobre todo 160 – 183.

27 Lucas 6, 36.

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buena que bendice la vida y quiere la curación. Por eso bendice a

los enfermos considerados socialmente como malditos. Impone sus

manos sobre ellos porque quiere envolver en la ternura y la

compasión de Dios precisamente a los que no pueden recibir su

bendición ni siquiera en el templo, pues sus puertas les están

cerradas. Y, cuando conmovido hasta sus entrañas, logra

contagiarles su fe en el Dios Amigo de la vida y se produce la

curación, proclama proféticamente que su experiencia de Dios se va

haciendo realidad: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de

Dios, es que está llegando a vosotros el reino de Dios»28. Jesús

contempla, experimenta y hace realidad el reino de Dios curando

vida29.

Jesús experimenta al Dios compasivo como el Dios de los

pobres, los pequeños, los débiles. Así lo vive y así lo proclama:

«Dichosos los que no tenéis nada porque de vosotros es el Dios que

viene a reinar»30; «Dejad que los niños vengan a mí… porque de los

que son como éstos es el reino de Dios»31. Bendito sea el Padre que

se revela a los «pequeños» antes que a los sabios y entendidos32.

Jesús contempla los nombres de todos ellos grabados en el corazón

de Dios. Los que no interesan a nadie le interesan a él. Los que no

tienen a nadie que los defienda le tienen a él como Padre. Los que

sobran en los imperios construidos por los hombres tienen en su

corazón un lugar privilegiado. Por eso, Jesús les hace un sitio

preferente en su vida. Se identifica con los últimos de aquellas

28 Fuente Q (Mateo 12, 28 // Lucas 11, 20). 29 De Jesús quedó el recuerdo de que «ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó la

vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él» (Hechos de los apóstoles 10, 38).

30 Lucas 6, 20. 31 Marcos 10, 14. 32 Fuente Q (Lucas 10, 21 // Mateo 21, 25).

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aldeas pobres de Galilea e invita a sus seguidores a vivir como

ellos. Caminarán descalzos como esos vagabundos que no tienen un

denario para comprarse un par de sandalias de cuero; prescindirán

de la túnica de repuesto, la que sirve para protegerse del frío de la

noche cuando duermen al raso; no llevarán siquiera un zurrón con

provisiones. Vivirán como los más desposeídos sin tener «dónde

reclinar su cabeza»33. Esta vida pobre de Jesús y de los suyos no es

austeridad; es su manera de implicarse en la realidad de los últimos.

Su solidaridad con los pobres no es una vaga «simpatía» vivida ante

Dios desde la oración o la liturgia. Desde su experiencia del Dios de

los pobres, Jesús es incapaz de distanciarse del horror de la realidad

que viven muchos de ellos. Su vida pobre es su forma de participar

de manera realista en la indefensión, la vulnerabilidad y las

amenazas que padecen tantos desgraciados. Jesús, profeta pobre del

Dios de la compasión, vive entre los pobres, conoce su hambre, sus

lágrimas y sufrimiento, estrecha contra su pecho a los niños y niñas

desnutridos de la calle, y, con su actuación, pone a los terratenientes

de Galilea, a las familias herodianas de Tiberíades y a los sacerdotes

del templo mirando hacia los últimos.

Jesús experimenta al Dios compasivo como acogida y perdón

inmerecido a todos. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor

está abierto también a los malos. El «hace salir su sol sobre buenos

y malos. Manda la lluvia sobre justos e injustos»34. Dios ofrece a

todos el sol, la lluvia y la vida como un regalo, rompiendo nuestra

tendencia a discriminar a quienes nos parecen indignos. Jesús capta

33 Lucas 9, 58. 34 Mateo 6, 45; Lucas 6, 35. Así contemplaba probablemente Jesús la salida del sol, cuando

levantándose de madrugada, centraba su corazón en Dios para recitar el Shemá y las dieciocho Bendiciones (Marcos 1, 35).

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en el corazón de Dios un proyecto integrador donde los santos no

condenen a los pecadores, los puros no discriminen a los impuros,

los privilegiados no desprecien a los indeseables, los fuertes no

abusen de los débiles, los varones no sometan a las mujeres. Dios no

bendice la exclusión ni la discriminación, no separa ni excomulga.

Dios abraza, acoge, perdona. Movido por esta experiencia de Dios,

Jesús se presenta como el profeta de la acogida, que se acerca a los

impuros, toca con sus manos a los leprosos, acoge en su entorno a

las mujeres, convive con los olvidados por la religión y se sienta a

comer con pecadores, indeseables y excluidos. El místico que

experimenta a Dios como compasión se convierte en profeta «amigo

de pecadores». Su actuación profética en nombre del Dios de la

compasión, no del Dios de la ley y el orden, va creando comunión,

no separación ni exclusión. Va construyendo fraternidad, igualdad y

acogida mutua. Jesús no crea comunión excomulgando a los

indignos, sino sentándose a la mesa con ellos para comunicarles su

experiencia de un Dios que busca a sus hijos perdidos como un

pastor a sus ovejas descarriadas. Nadie es insignificante para él. A

nadie da por perdido. Nadie vive olvidado por Dios. Sus hijos e

hijas lo deben saber.

4. La crítica radical de Jesús

Su pasión mística por el Dios compasivo y su actuación como

profeta de la compasión hacen de la existencia de Jesús una crítica

radical a la cultura dominante que lo rodea. El profeta del reino de

Dios grita que el dolor de los inocentes ha de ser tomado en serio

por el imperio de Roma y por la religión de Jerusalén. No puede ser

aceptado como algo normal; es inaceptable ante Dios. La

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indiferencia ha de ser reemplazada por la compasión; la atención al

que sufre ha de ocupar el lugar de la insensibilidad: «Sed

compasivos como vuestro Padre del cielo»35. Este es siempre el grito

profético de quien sigue a Jesús. Si no hay este grito, no hay

profecía cristiana.

Los reinos levantados por los hombres no se construyen ni se

sostienen sobre la base de la compasión. De ordinario, la compasión

activa es lo único que no está permitido al estructurar el orden y la

legalidad. Todo se escucha antes que el sufrimiento de las personas.

Lo que no se tolera es la solidaridad con el sufrimiento de las

víctimas del orden establecido. Este orden defendido por el poder

político o religioso pervive gracias a su capacidad para acallar los

gemidos y proseguir normalmente como si no hubiera dolientes, ni

víctimas ni llantos de ninguna clase. Y se siente amenazado cuando

alguien se atreve a expresar y solidarizarse con los gemidos de las

víctimas, cuestionando y anunciado el final de ese orden injusto.

Esto es precisamente lo que hace Jesús: reaccionar ante la

indiferencia. Las cosas no son como las quiere Dios. En Galilea no

reina la compasión ni la justicia. Hace tiempo que la política de

Roma y de sus clientes herodianos viene oprimiendo cruelmente a

los más débiles, mientras que los dirigentes religiosos del templo se

han desentendido de su sufrimiento. ¿Cuál es la dinámica de esta

crítica profética de Jesús?36

Antes que nada, Jesús interioriza en su propia persona y su

propia historia el sufrimiento y la marginación de todas las víctimas

35 Lucas 6, 36. 36 W. Brueggemann, o. c., 95 – 115.

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que la cultura dominante (familias herodianas, poderosos

terratenientes, escribas y maestros de la ley o sacerdotes del templo)

niega, oculta o ignora con su indiferencia. Lo hace a partir de su

experiencia de un Dios compasivo que quiere hacer justicia con su

fuerza salvadora. Dios es Dios. Su compasión ha de ser liberada de

todo concepto de la divinidad distorsionado por el poder político o

religioso. Dios es libre para oír y responder al clamor de los que

sufren. Jesús sintoniza místicamente con este Dios y se pone al

servicio de su irrupción liberadora. Hay que introducir en el mundo

su justicia y compasión como alternativa a cualquier política de

opresión a los débiles. Hay que introducir su libertad y su

compasión en cualquier religión estática, celosa del orden y de la

ley, pero desentendida del sufrimiento de los inocentes.

Desde su comunión íntima con Dios, Jesús hace su lectura

profética de lo que está sucediendo. Lee los signos de los tiempos.

Capta con lucidez la injusticia que se está cometiendo con los

campesinos de Galilea. Ve que si todo sigue así, no hay esperanza

de futuro para los oprimidos ni desde el poder político ni desde la

religión del templo. No se le escapa tampoco el clima de

inseguridad, la crisis religiosa, las reacciones fanáticas y la

tentación de la violencia que se respira en diferentes sectores.

Por eso, alza Jesús su voz mientras otros permanecen callados

por su inconsciencia, ceguera o cobardía. Lo hace identificado con

las víctimas, participando de su aflicción, conmovido por su

sufrimiento, compadecido de un pueblo que vive perdido, como

«ovejas sin pastor», llorando por Jerusalén que «no conoce los

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caminos de la paz porque están ocultos a sus ojos»37. Aquí está la

novedad. Jesús actúa desde la aflicción. No es éste el estilo del

poderoso que pretende mantener el control político o religioso. Es el

estilo del profeta de la compasión. El poderoso no llora. El profeta

sí.

La autoridad profética de Jesús es nueva. No se parece a la de

los escribas y maestros de la ley38. Proviene de Dios y se manifiesta

como autoridad de los que sufren. Nadie la puede discutir. Esta

autoridad «débil» de los que sufren es la única autoridad universal

por encima de cualquier poder político y religioso, el único criterio

insoslayable y exigible a cualquier cultura, cualquier política o

cualquier experiencia religiosa39. Esta autoridad de los que sufren

carga los gestos de bondad que hace Jesús de una fuerza crítica

radical. Cura a los enfermos en sábado porque ni la ley más sagrada

está por encima del sufrimiento de los desgraciados: «Dios creó el

sábado por amor al hombre y no al hombre por amor al sábado»40.

Toca a los leprosos, se acerca a los impuros, acoge a los excluidos

del templo, come con pecadores despreciados por todos porque, a la

hora de practicar la misericordia, el malo y el indigno tienen tanto

derecho como el bueno a ser acogidos con compasión. Jesús vive,

además, como amigo de pecadores. Ofrece el perdón de Dios

gratuitamente a quienes no lo merecen. No les exige bautizarse en el

Jordán ni subir al templo a ofrecer sacrificios de expiación. Nadie

puede controlar el perdón de Dios. Nadie dispone de un sistema

37 Lucas 19, 42. 38 Marcos 1, 22 39 J. B. Metz, o. c., 111, 173 – 174. 40 Marcos 2, 27.

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perdonador que esté por encima de la compasión libre y liberadora

de Dios.

La crítica radical de Jesús alcanza su culminación cuando es

crucificado en una Jerusalén indiferente al reino de Dios y al

sufrimiento de los inocentes. Es ahí donde se revela de manera

definitiva su pasión por el reino de Dios y su compasión por todas

las víctimas cuya aflicción asume hasta el final. Su petición de

perdón al Padre para los verdugos que lo crucifican es, al mismo

tiempo, un gesto de compasión y un acto último de crítica que

afirma la insensatez del poder político y religioso: «Padre,

perdónalos porque no saben lo que hacen»41. Su grito a Dios

pidiendo alguna explicación a tanta injusticia y abandono, y su

entrega confiada al Padre quedan ahí en labios del crucificado

reclamando una respuesta nueva de Dios por encima de la muerte:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¿Por qué nos

has abandonado?; «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»,

Padre en tus manos quedan nuestras vidas42.

5. La esperanza nueva de Jesús

El místico y profeta de Dios ejerce a un tiempo la crítica y la

dinamización de la esperanza. No hay verdadera crítica en nombre

de Dios sin esperanza. Una sociedad sin pasión por Dios y sin

compasión por las víctimas necesita ambas cosas: una crítica que

genere una conciencia alternativa y de cambio, y una dinamización

de la esperanza que abra caminos a la novedad de Dios.

41 Lucas 23, 34. 42 Marcos 15, 34; Lucas 23, 46.

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La esperanza muere para todos cuando las expectativas de

cambio para los pobres son mínimas o no existen. Así sucede en

Galilea. El imperio romano pretende que la «pax romana»,

instaurada por Augusto, es la paz plena y definitiva; la religión del

templo pretende que la «Torá» de Moisés es inmutable y eterna. No

hay lugar para un futuro que cuestione el presente y promueva un

camino diferente. Mientras tanto, los últimos, es decir, los excluidos

del imperio y los olvidados por el templo, están condenados a vivir

sin esperanza. Puede haber alguna mejora en la «pax romana»,

puede cumplirse de manera más escrupulosa la «Torá», pero nada

cambia para los pobres. Las cosas son como son. El presente es para

siempre. Está prohibido introducir cambios radicales porque, si este

presente se viene abajo, no hay nada más. No hay nada nuevo, no

hay otra esperanza.

En esta sociedad y en esta religión no es posible imaginar un

nuevo comienzo. Es inconcebible experimentar algo realmente

nuevo que no sea prolongación o continuidad de lo que existe. Nadie

imagina alternativas reales, y, sobre todo, los dirigentes políticos y

religiosos no están dispuestos a aceptarlas si hacen su aparición. La

cultura dominante no permite novedad alguna. Nadie cree en nuevas

promesas. No se sabe cómo y de dónde podría brotar una esperanza

nueva para los pobres y para esa sociedad indiferente y descreída.

Nadie sabe cómo se podría despertar la pasión por Dios. Entonces,

sin el horizonte de novedad alguna, la vida se convierte en

desesperación para los pobres y en frustración y cinismo para los

demás.

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Lo primero que hace Jesús es contradecir la conciencia

dominante según la cuál no es posible la novedad. El reino de Dios

está ya irrumpiendo. Un mundo cerrado a esta presencia nueva de

Dios es falso. Esta sociedad construida por una política que no

admite una crítica de fondo y por una religión segura de sí misma,

que ni siquiera sospecha la interpelación de Dios desde los pobres,

no responde a la voluntad del Padre. Es el momento de buscar «vino

nuevo en odres nuevos»43. Es posible un nuevo mundo, es posible un

hombre nuevo. Las parábolas de Jesús y sus gestos de bondad no

hacen sino sugerir cómo sería la vida si nos comprometiéramos a

construirla tal como la quiere Dios.

Jesús, además, expresa públicamente las esperanzas y anhelos

de los últimos, que están hasta tal punto negados y reprimidos que

ya ni parece que existen. Se niega a aceptar la interpretación cerrada

de la realidad que se hace desde el poder político y religioso; se

resiste a sumarse al pesimismo o la desesperanza general. Sus

bienaventuranzas son una provocación a una esperanza nueva y

desconcertante: «Dichosos los pobres porque de vosotros es este

Dios que quiere reinar en el mundo; dichosos los que tenéis hambre

porque Dios os quiere ver comiendo; dichosos los que lloráis porque

Dios os quiere ver riendo»44. Sus gritos subversivos introducen una

novedad que nadie es capaz de imaginar: «los últimos serán los

primeros y los primeros últimos»45; «quienes se ensalcen serán

humillados y quienes se humillen serán ensalzados»46. Los

publicanos y las prostitutas entran en el reino de Dios antes que los

43 Marcos 2, 22. 44 Ver Lucas 6, 20 – 21. 45 El dicho de Jesús aparece con pequeñas modificaciones en Marcos 10, 31; Mateo 19,30; 20, 16;

Lucas 13, 30. 46 Lucas 14, 11; 18, 14; Mateo 23, 12.

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dirigentes religiosos47. Hay que crear un mundo nuevo en el que será

grande quien se ponga a servir y será primero quien se haga esclavo

de todos48.

Esta realidad nueva hacia la que apunta Jesús es una verdadera

revolución: el mundo al revés. Exactamente lo contrario de la «pax

romana» y de la religión del templo. En el imperio los últimos son y

serán siempre los últimos; en el templo entrarán siempre antes los

dirigentes religiosos, no los publicanos y las prostitutas. El mensaje

de Jesús sólo lo entienden y acogen los pobres que suspiran por algo

nuevo, pues el presente les resulta insoportable. Lo entienden

también y lo acogen quienes se identifican con ellos, se convierten

al reino de Dios y entran en su dinámica tras las huellas de Jesús.

Esta esperanza nueva que Jesús introduce en el mundo sólo es

posible proclamarla desde un Dios que no abandona a las víctimas.

Un Dios libre para seguir la llamada de su corazón, un Dios que no

tiene por qué acomodarse a las ideas de quienes ostentan el poder, ni

seguir las expectativas y los caminos que le marcan los dirigentes

religiosos. A este Dios le hace presente Jesús cuando parecía ya

olvidado por el poder o domesticado por la religión. Esta novedad

que proviene de Dios es la fuente de energía que puede despertar

nueva esperanza. La novedad de la salvación no viene de nosotros.

Sólo es posible porque Dios es Dios, y Dios es fiel a sus promesas.

La resurrección de Jesús, desautorizando al representante del

imperio romano y a las autoridades del templo, constituye la

intervención definitiva de Dios abriendo un nuevo y definitivo

47 Mateo 21, 31. 48 Marcos 10, 43 – 44.

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futuro para la humanidad. Esta resurrección no puede ser afirmada,

explicada ni celebrada desde nosotros, sino desde una acción nueva

de Dios. La única que puede poner esperanza última en nuestros

corazones porque revela y pone de manifiesto el amor insondable de

Dios hacia Jesús, hacia las víctimas con las que él se identifica e

incluso hacia los verdugos para los que pide perdón al Padre porque

«no saben lo que hacen».

6. La conversión al Jesús místico y profeta del reino de Dios

No es éste el momento ni yo la persona indicada para ahondar

en la interpelación que Jesús, profeta y místico del reino de Dios,

significa hoy para la mística y la profecía del monacato y, menos

aún, para señalar los caminos concretos por los que sería necesario

impulsar la conversión del monacato actual a Jesucristo. Sólo diré

en voz alta algunas de las preguntas que quedan resonando dentro de

mí después de esta reflexión.

* Sin duda, el monacato es uno de los espacios eclesiales

donde con más pasión y sinceridad se busca hoy a Dios. Sin

embargo, la pregunta es inevitable. Esta búsqueda monástica, ¿está

centrada en el reino de Dios y su proyecto de un mundo más justo

para todos, comenzando por los últimos, o tiende, una y otra vez, a

orientarse por inercia tradicional a la unión con Dios y al propio

proyecto de perfección personal y comunitaria?

* Las estructuras, tradiciones y formas del monacato actual,

¿favorecen y desarrollan en las monjas y los monjes la experiencia

del Dios de la compasión y la justicia o, más bien, la del Dios de la

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religión y del orden? Esa pasión por Dios, vivida con tanta

sinceridad por los monjes y monjas, ¿genera en los monasterios una

compasión activa por las víctimas inocentes que sufren en el mundo

de hoy, o más bien, ese rasgo profético supremo de la compasión de

Dios por los pobres queda diluido y como ocultado por la forma de

entender y de vivir el carisma monástico?

* La mística que se cultiva en los monasterios en estos

tiempos de crisis, ¿es una «mística de ojos abiertos» que mira al

mundo moderno con compasión, compartiendo con más verdad que

nunca el sufrimiento, la inseguridad y vulnerabilidad de los últimos,

o es una «mística de ojos cerrados», vueltos hacia nosotros mismos,

incapaces de trascender nuestros propios problemas, preocupaciones

e incertidumbres?

* La estructura actual de la vida monástica, ¿propone de hecho

la apertura a la libertad de Dios, capaz de abrir espacios nuevos a su

reino, o desarrolla más bien un monacato estático e inmutable donde

es difícil dar por terminado lo que ya no genera vida, o imaginar

nuevos comienzos a un seguimiento monástico más fiel a Jesús?

¿Qué puede significar para las actuales generaciones de monjes y

monjas la llamada incesante de Jesús a buscar «vino nuevo en odres

nuevos»?

* ¿Dónde, cómo, desde qué actitudes y en qué clima se ha de ir

preparando de manera humilde y germinal una conversión radical

del monacato actual a Jesús, místico y profeta del reino de Dios?

¿Qué es prioritario promover ahora mismo con lucidez, realismo y

espíritu evangélico en las comunidades, para imaginar, desear y dar

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pasos concretos hacia un monacato más centrado en el servicio al

reino de Dios? ¿Qué necesitamos? ¿Un mayor número de vocaciones

para que este monacato subsista inmutable durante el mayor tiempo

posible, o preparar nuestro corazón y suscitar entre nosotros

vocaciones de místicos profetas que escuchen lo que el Espíritu está

diciendo hoy a las comunidades monásticas?

Una fuente evangélica, anterior a Mateo y Lucas, recoge unas

palabras que se remontan a Jesús: «Pedid y Dios os dará, buscad y

encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide,

recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le

abre»49. No sólo hay que pedir. Además, hay que buscar y llamar a

la puerta. ¿Sabemos qué pedir en estos momentos? ¿Vivimos

buscando? ¿Estamos llamando a alguna puerta?

José Antonio Pagola

Salamanca, 31 de agosto de 2007

49 Fuente Q (Lucas 11, 9 // Mateo 7, 7 – 8)