huellas o cicatrices

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¿Huellas ¿Huellas o o cicatrice cicatrice s? s?

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¿Huellas¿Huellaso o

cicatricescicatrices??

Dicen que las personas somos lo que comemos, pero también somos el resultado

del tipo de educación que hemos recibido. Las buenas

prácticas educativas dejan huella, dejan la impronta necesaria

para que las personas podamos desarrollarnos de forma

autónoma a la largo de nuestra vida. En cambio, las malas prácticas educativas

dejan cicatrices que impiden que las personas

alcancemos nuestra máxima plenitud, limitándonos e impidiéndonos

la adaptación a situaciones cambiantes.

Todos tenemos en nuestro interior huellas y cicatrices educativas. Eso es inevitable en un proceso tan complejo como es el aprendizaje. Por ello, es necesario que tratemos de identificarlas: las huellas para seguirlas y encontrar el camino correcto; las cicatrices para intentar curarlas y que no nos impidan avanzar.El problema para los educadores es saber si nuestra acción educativa deja huellas o cicatrices (entendamos educadores en sentido amplio ya sea desde la familia, la escuela o la sociedad).Porque partamos de la premisa de que ningún educador pretende dejar cicatrices de forma consciente, sino más bien al contrario, todo educador pretende dejar huella.

Hay varios hechos educativos escolares que, sin ser conscientes, pueden causar cicatrices:

El silencio, la quietud y la soledad son condiciones inherentes al aprendizaje.

Estudiar, como se ha entendido tradicionalmente, tiene un punto de postración donde todo el esfuerzo requerido es mental

el cuerpo debe permanecer inmóvil. Se premia la quietud y se castiga el

movimiento. En realidad, el aprendizaje puede y debe ser compartido, colaborativo

y puede y debe requerir de diferentes acciones simultáneas para que resulte significativo para el alumno.

La acción lleva al conocimiento.

Aprender en la escuela es necesariamente aburrido

y necesita obligatoriamente

de un punto de sacrificio por parte del alumno, que debe

disciplinarse para sobrellevar el aburrimiento. Quizás sea este el motivo por el que a los alumnos no les guste la escuela. La diversión, la sorpresa,

el entretenimiento no están reñidos con el aprendizaje, al contrario,

son elementos indispensables para alcanzarlo, pues predisponen y motivan al alumno y lo hacen

significativo.

Todos debemos aprender lo mismo y de la misma forma (“porque lo dice el currículum”. Se tiene miedo a lo diferente, a buscar soluciones personales y creativas, se castiga lo que se escapa de la norma, de lo estipulado. En la educación tradicional se te juzga como bueno si eres mejor que otros y como malo, si eres peor. El referente del éxito educativo nunca es uno mismo. Enseñar a cada alumno para que desarrolle su talento individual y le saque el máximo provecho es lo mejor para el individuo y para la sociedad.

Los alumnos tienen la mente en blanco, vacía si se entiende como un recipiente, y debemos llenarla de datos. Si las cosas no se saben de memoria, l os alumnos no saben nada. La

memoria es importante y debe trabajarse en la escuela pero como una capacidad más,

no como la única capacidad para

alcanzar el aprendizaje. Pero hoy, con la intoxicación de

datos existentes y su volatilidad, es más importante

disponer de las competencias necesarias para manejarse con ellos

que no el tenerlos almacenados en nuestra mente.

Los niños sueñan con dragones y pelotas, las niñas con princesas y muñecas. Reforzar estos estereotipos

limita el desarrollo, el potencial de los alumnos. Limitar la educación

de nuestros niños y niñas a causa de estereotipos sexistas es hacerle un flaco favor a la sociedad,

ya que impide que desarrollen su

máximo potencial como personas. Dejemos que cada cual desarrolle sus potencialidades en función de sus intereses y no las limitemos a

causa de nuestra miopía.

La única forma de cambiar nuestra manera de educar es

desmontando lo que sabemos, ponerlo en tela de juicio, construir nuestra práctica docente para poder hacer las cosas de forma distinta,

quizás un poco mejor.