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4 UNIVERSIDAD HISTORIA DEL PENSAMIE NTO FILOSOFICO Por J o S E V A INTROOt: l.as Vanrras drl P n amirnto Filns6firo Porsía .- Ra: wn -Religión I S 1 c. amin:uno el panorama d 1 p nsami nto u su njunto, hallaremos qu , no ob tant · la va- ri dad innum rabi • el su m, ncra , e il dis- tinguir tr ·s tipo · d • c.·pr ión r urr ·nt - y fun- darn •ntal : ·1 pen ·· miento ¡ 'tic ; el pensa- mi •nt fi1 sófico y el pcn ami nt rcligi o. Lo trc · tipos a í indic. do no de ·cnvuclvcn e- gún rigurosa causalidad hi tórica o jedLrquica, sino que hi n alternan y s mbinan gún el ca- rácter y 1 n e idade · d lo individuo y de la: él>OC."Ls. Hay sin cmbarg , ci rto ritmo de prece- d •ncia . En lo · albore de la hi toria, el pen a- miento poético lo engloba todo; el pensamiento filo ófico se da con o no se da en un gran número de pueblo . El pensamiento religioso, latente de de lo · e mienz · e el remate de una serie de e fuerzo , la ínt sis obrenatural que cie- rra el ciclo de una era, una cultura. La India nos dernue tra la consumación progresiva de los tres período . En Grecia también, la filosofía vuelve a lo religioso con Platón. El pensamiento poético halla sus representantes genuino en la serie de los inspirados que comien- za con el vate y termina en el profeta. El pensa· miento fi losófico se inicia con representaciones en ualistas y física del mundo como Capila en la India y Tales en Grecia, y concluye de por en la sofí tica presocrática, en la lingüística de la escuela Nyaya del Indostán. Para llegar al sis- tema, el intelectuali mo de los sofistas, tiene que combinarse con la ética en Sócrates y en Aristó- teles, con la teología en Santo Tomás. El pensa- miento religioso propiamente tal, comienza en los mismos himnos de la poesía y en los exorcismos, las oraciones de los sacerdotes, para realizarse al fin en la revelación de los grandes videntes. SCONCE LO S Publicamos la introducción que lOSE V ASCON- CEI.OS poue a su reciente y valioso libro "His- toria de l Pensam-iento Filosófico", obra cttyos originales se enwcntran ya en poder de esta Edi- torial y que muy e1t breve entrará en prensa. ada civilización produce su Libro Santo, su rfo i és y sus Budas. Pero propiamente sólo la India, recia y Judea han dado personajes de ca- tegoría universal más que nacional. Y el ciclo de lo Iluminados se cierra con Jesucristo, el anuncia- do de lo s profetas, colocado más alto que toda la tradición indostánica entera y como un pináculo que marca la división de la historia del pensamien- to en dos épocas separadas y definitivas. Al comienzo de las grandes culturas, el poeta re ún e los caracteres del filósofo y del vidente. Co- mo el Valmiki de los vedas o el Orfeo griego. Am- bo explican el mundo por medio de síntesis poé- ticas. E n otros pueblos aparece primero el Vidente místico; tal Moisés que a un tiempo formula la ley in pirada y es poeta de la acción y filósofo mora- li sta. En el caso de Platón tenemos el filósofo que evoluciona hacia el poeta y se asoma al poderío del místico. Ya antes Homero poeta se hacía maes- tro de humanas sabidurías en la Odisea, y vidente del más allá en su excursión al hades. Hay también el poeta menor que no llega a fi- lósofo . ni se asoma a la mística; así como existe el caso de filósofo puramente intelectualista, sin sentido poético, ni preocupación mística, ¡x}r ejem- plo Hegel. T;,unbién en lo religioso se dan casos ciegos, de santón que vive de rezos, sin capacidad filosófica ni gusto artístico. En cambio el hombre religioso cabal es como San Pablo, a un tiempo gran poeta de visiones sublimes, razonador poderoso y descu- bridor, definidor de caminos en lo invisible. Y no es cuestión de épocas ; en pleno siglo catorce, des- pués de Santo Tomás y de San Francisco se da el caso del Dante que vuelve a formular, en tér-

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4 UNIVERSIDAD

HISTORIA DEL

PENSAMIENTO FILOSOFICO Por J o S E V A

INTROOt:

l.as Vanrras drl P n amirnto Filns6firo Porsía.-Ra:wn -Religión

I

S 1 c. amin:uno el panorama d 1 p nsami nto u su njunto, hallaremos qu , no ob tant · la va­ri dad innum rabi • el su m, ncra , e fá il dis­tinguir tr ·s tipo · d • c.·pr ión r urr ·nt - y fun­darn •ntal : ·1 pen ·· miento ¡ 'tic ; el pensa­mi •nt fi1 sófico y el pcn ami nt rcligi o. Lo trc · tipos a í indic. do no de ·cnvuclvcn e­gún rigurosa causalidad hi tórica o jedLrquica, sino que má hi n alternan y s mbinan gún el ca­rácter y 1 n e idade · d lo individuo y de la: él>OC."Ls. Hay sin cmbarg , ci rto ritmo de prece­d •ncia . En lo · albore de la hi toria, el pen a­miento poético lo engloba todo; el pensamiento filo ófico se da con po~lerioridad o no se da en un gran número de pueblo . El pensamiento religioso, latente de de lo · e mienz · e el remate de una serie de e fuerzo , la ínt sis obrenatural que cie­rra el ciclo de una era, una cultura. La India nos dernue tra la consumación progresiva de los tres período . En Grecia también, la filosofía vuelve a lo religioso con Platón.

El pensamiento poético halla sus representantes genuino en la serie de los inspirados que comien­za con el vate y termina en el profeta. El pensa· miento fi losófico se inicia con representaciones en ualistas y física del mundo como Capila en

la India y Tales en Grecia, y concluye de por sí en la sofí tica presocrática, en la lingüística de la escuela Nyaya del Indostán. Para llegar al sis­tema, el intelectuali mo de los sofistas, tiene que combinarse con la ética en Sócrates y en Aristó­teles, con la teología en Santo Tomás. El pensa­miento religioso propiamente tal, comienza en los mismos himnos de la poesía y en los exorcismos, las oraciones de los sacerdotes, para realizarse al fin en la revelación de los grandes videntes.

SCONCE LO S

Publicamos la introducción que lOSE V ASCON­CEI.OS poue a su reciente y valioso libro "His­toria del Pensam-iento Filosófico", obra cttyos originales se enwcntran ya en poder de esta Edi­torial y que muy e1t breve entrará en prensa.

ada civilización produce su Libro Santo, su rfoi és y sus Budas. Pero propiamente sólo la

India, recia y Judea han dado personajes de ca­tegoría universal más que nacional. Y el ciclo de lo Iluminados se cierra con Jesucristo, el anuncia­do de los profetas, colocado más alto que toda la trad ición indostánica entera y como un pináculo que marca la división de la historia del pensamien­to en dos épocas separadas y definitivas.

Al comienzo de las grandes culturas, el poeta reúne los caracteres del filósofo y del vidente. Co­mo el Valmiki de los vedas o el Orfeo griego. Am­bo explican el mundo por medio de síntesis poé­ticas.

E n otros pueblos aparece primero el Vidente místico; tal Moisés que a un tiempo formula la ley in pirada y es poeta de la acción y filósofo mora­lista. En el caso de Platón tenemos el filósofo que evoluciona hacia el poeta y se asoma al poderío del místico. Ya antes Homero poeta se hacía maes­tro de humanas sabidurías en la Odisea, y vidente del más allá en su excursión al hades.

Hay también el poeta menor que no llega a fi­lósofo . ni se asoma a la mística; así como existe el caso de filósofo puramente intelectualista, sin sentido poético, ni preocupación mística, ¡x}r ejem­plo Hegel.

T;,unbién en lo religioso se dan casos ciegos, de santón que vive de rezos, sin capacidad filosófica ni gusto artístico. En cambio el hombre religioso cabal es como San Pablo, a un tiempo gran poeta de visiones sublimes, razonador poderoso y descu­bridor, definidor de caminos en lo invisible. Y no es cuestión de épocas ; en pleno siglo catorce, des­pués de Santo Tomás y de San Francisco se da el caso del Dante que vuelve a formular, en tér-

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minos poéticos, la síntesis de la cultura de una edad.

En lo esencial se caracteriza cada uno de los tipos que venimos examinando por el elemento de que se vale para expresarse. El poeta piensa con imágenes ; el filósofo con ideas, el místico piensa con la fantasía que capta reveléi;ciones y construye arquitectura poético racionales, tras­cendentales.

El pensar poético en ejercicio de una libertad, cuyo ritmo nace de la vida misma, nos da visio­nes atrevidas y esplendorosas, pero fragmenta­rias e ingenuas. El poeta no ha pasado por la prueba de la duda y del discurso y su imagina­ción se deja llevar de las sugestiones irresponsa­bles de la analogía y la metáfora. El hombre de religión, en cambio, es un poeta que fue filósoio y di~;ige su imaginación, exaltada en fantasía; por los can1inos rigurosos del sentido sobrenatural.

El filósofo limitado al ejercicio racional, se ago­taría en las oposiciones sin término de la dialéc­tica, si no llegase en su auxilio, constantemente, el instinto del místico que le señala las intenciones, la finalidad del ejercicio pensante. En todo caso es el místico quien realiza la suprema síntesis, y lo hace por fantasía dominadora que usa el discur­so, tal y como el artista arquitecto aprovecha la ingeniería, únicamente como armadura de una obra que en su consumación supera la mecánica.

El filósofo se queda a menudo en la ingeniería, sin llegar a la arquitectura. Le falta, . por lo co­mún, al filósofo el sentido de la música, el defecto que sutilmente señaló Platón en la doctrina de Sócrates. La sinopsis del filósofo es casi siempre formal. A menos que el filósofo sea también un místico de tipo Platón o Plotino, San Agustín o Bergson; en tales casos el pensamiento se vuelve síntesis dinámica que capta el sentido de la crea­ción.

Pero, en general, el filósofo se queda ocupando el período intermedio de cada cultura, entre la • adivinación poético mística de ' Jos vates y los pro­fetas y la construcción final religiosa de los vi­dentes.

Así, por ejemplo, Aristóteles, colocado entre el mundo antiguo poético y la revelación cristia­na mística. Así también Santo Tomás formulan­do el sistema racional que llegará a expresión poético mística en el poema del Dante.

Y una de las circunstancias más extrañas del panorama filosófico histórico es la comprobación de que, son estúpidas, en su mayoría, las razas y los pueblos, y apenas unas cuantas logran re­velacff>nes totales profundas, como la de los he­breos en religión, como la de los griegos en filo­sofía. Los trechos de sombra son largos y están dominados por la brutalidad de la historia. La

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claridad es privilegio raro. Razón de más para cuidar, cQn esmero, las lenguas escasas del fuego celeste.

Por lo pronto, a nuestra edad le ha correspon­dido alcanzar un mayor acierto en el dominio de lo real, una técnica que no se sospechaba hace dos siglos. Los fundamentos de esa técnica son los de la ciencia positiva y es indispensable se­ñalar el sitio que dicha ciencia ocupa en los cua­dros más amplios de la filosofía.

La filosofía abarca todo lo pensable y todo lo piensa, según principios. La mayor parte de es­tos principios no los da el mundo exterior, no nos vienen de la experiencia; por ejemplo, que una cosa no puede ser y dejar de ser al mismo tiempo, o que dos paralelas no se juntan. Afir­maciones semejantes son parte de un conocimien­to teórico que hallamos ya construido y operante en nuestra conciencia. El hombre antiguo preten­dió hacer ciencia positiva con estos preceptos y fracasó, precisamente porque poseen validez teó­rica, sin aplicación exacta a la práctica.

Y el hombre moderno creó la ciencia positiva desde que comenzó a aplicarle sus métodos pro­pios, la observación y la experiencia viva que repite los procesos de lo natural, o bien la infe­rencia que suma datos y establece generalizacio­nes, como en las ciencias de la naturaleza y en la sociología.

De suerte que, en términos generales, la dis­tinción de ciencia y filosofía se precisa diciendo que la ciencia estudia los fenómenos que caen bajo el dominio de los sentidos, procurando en­globarles el acontecer en alguna de las discipli­nas teóricas formales, la matemática, o la simple regularidad de las leyes que descubre la obser­vación. Por su parte la filosofía se ocupa . de in­vestigar el problema de las condiciones y la vali­dez del ejercicio mismo de la mente y, en seguida, bien sentados los principios teóricos del pensar, la filosofía procurará coordinar las leyes inducti­vas, series de hechos de la ciencia y los preceptos generales y axiomas de la mente dialéctica.

Pero se habrá advertido ya, de inmediato, lo reducido del papel del filósofo que acepta confor­marse con ser un teórico de la epistemología, un simple técnico de la razón raciocinante. A esto redujo la filosofía, la escolástica y a esto preten­den llevarla de nuevo los idealistas del hegelianis­mo y sus sucesores. Pero la filosofía tiene que vol­ver a lo que fuera en la antigüedad; juicio despe­jado y congruente sobre todas las cosas pensables, incluso las cosas que la superan, como los asun­tos religiosos y místicos. Para cumplir esta mi­sión vasta y obligatoria, la filosofía moderna, no se conforma con ser una epistemología, ni una on­tología, sino que usa el aparato entero de la con-

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ciencia y éste se desenvuelve en tres disciplinas fundamentales: Metafísica de las ideas, aplicable más bien a lo físico, en el sentido de Bergson, y su teoría de que la inteligencia se relaciona con la naturaleza de Jos sólidos ; E ti ca -o disciplina de los valores de la conducta; y Estética o cien­cíe de las formas, las leyes del proceso de la be­lleza y sus relaciones con los seres, las existen­cias que nos trascienden. De esta suerte una filo­sofía cabal es aquella que, por una parte, se alía a la ciencia objetiva, se confunde con ella, para darnos razón del mundo sensible; se confunde después con la moral para darnos, no sólo razón discursiva, también el propósito de los actos mo­rales; y filosofía estética que estudia las maneras propias del espíritu en su relación con el arte y lo trascendente. Y lo curioso es que la razón que se acomoda casi con exactitud a las maneras de la física, las leyes de lo sólido, tiene que recurrir a los modos de la imagen, a los modos de la fan­tasía cuando trata de aplicar el juicio a los pro­cesos del orden espiritual superior.

En fin, recapacitando y con las salvedades ya apuntadas y las que se indicarán después, afir­memos que el pensamiento· recorre en las .civi­lizaciones que completan su ciclo, los tres perío­dos ya indicados: I. Poético mítico en que pre­domina la explicación por imágenes y a todo se otorga la divinidad confusa y panteísta de lo in­discriminado. II. El período discursivo o filosófi­co que se empeña en hallar la explicación racio­nal de las cosas, lo que da origen a dos tenden­cias: la sensorial o materialista y la espiritual idealista, y finalmente, III. El período religioso en que un gran inspirado sintetizador, im Buda para la India, un Cristo para la humanidad, formu­la una visión coherente del destino humano en su totalidad, reducido el mundo objetivo a simple marco de la acción trascendente que es la impor­tante.

Surge, desde Juego, el riesgo de incluir en la filosofía lo que es poesía y de confundir religión con dialéctica, etc., etc. Se evitarán fácilmente estos yerros si recordamos que lo esencial de la filosofía, según el plan que nos hemos trazado en la presente obra, es lo que ella tiene de intento de explicación de la totalidad del mundo y el hombre que en él se desenvuelve. Si a este res­pecto nos da una solución la poesía, como suele hacerlo en el mito, esa solución debe ser vista como asunto de filosofía. Y lo mismo ocurrirá con las. soluciones de procedencia religiosa. Se­mejante criterio de amplitud nos librará del par­ticularismo, más odioso en filosofía que en cual­quiera otra materia, y a la vez nos permitirá apreciar mejor los sistemas filosóficos que, en sus

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grandes manifestaciones son producto de todas las facultades superiores de nuestra naturaleza.

En todas las épocas el verdadero filósofo, casi siempre un creador de sistema, tiene que ser un poco poeta y un mucho profeta; un hombre, ade­más, de capacidad religiosa y no un simple con­catenador de silogismos a la antigua, o de ecuacio­nes matemáticas, a la moderna. Lo esencial de la filosofía, la estimación de los valores, sólo se lo­gra con criterio, que, sin separarse del mundo, se coloca por encima de él. Y esto ya es religión.

Hicimos ya notar que el filósofo genuino es un hombre de discurso, más que de himno y ala­banza. Y así se explica que el filósofo empiece por el período intermedio del desarrollo trino que venimos postulando, es decir, el período · racio­nal. Después de los Vedas, vienen los Upani­sadas en la India, y después de los mitos poéti­cos de Hesíodo, aparecen Tales y los físicos en Grecia, dando forma escueta, lógico material al mito. Pero sucede que en los sistemas avanzados de pensamiento, la razón misma devuelve al filó­sofo al terreno de la poesía y -el mito, como en Platón, por ejemplo. La causa es muy sencilla y se nos da en el análisis kantiano. Este análisis será ·otra guía de nuestra investigación en el curso de la presente obra.

Consiste, como se sabe, en distinguir las ope­raciones de la mente raciocinante que piensa, se­gún formas mentales, espacio, tiempo y con ellas construye idea; en seguida usa el juicio práctico que nos sirve para apreciar los valores de la moral y, por último, ejercita las operaciones es­peciales del gusto, o sea el juicio estético.

La razón pura nos da la ciencia, tanto la cien­cia práctica positiva, como la llamada ciencia on­tológica de los metafísicos. La razón práctica nos permite apreciar los actos, juzga la conducta; de este ejercicio se derivan las filosofías morales eles­de Pitágoras y Sócrates y los estoicos a la fecha. En tercer lugar, el juicio estético nos da cuenta de los modos del arte y asimismo en la mística nos enseña el contenido profundo de la idea re­ligiosa.

Y al final del desarrollo filosófico, los términos mentales se invierten para corresponder otra vez a poesía, filosofía, religión y así tenemos en la filosofía estética: poesía y religión como fin; ra­zón práctica como medio, razón teórica como ex­plicación exterior formal de todo el transcurso del proceso.

A partir de los tres sistemas de pensar, ya in­dicados, se desenvuelven todas las filosofías, se producen las artes y se acumula el caudal litera­rio. Y aunque a menudo la abundancia de las

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obras creadas, ocasiona vértigo y desorienta el juicio, siempre será fácil reducir lo esencial de cada expresión nueva, a las directivas centrales acabadas de precisar. Por otra parte, es inútil buscar en ellas, la realización de un progreso ri­guroso del pensamiento histórico. Todo cuanto es consumación espiritual se da en los individuos y según ritmo alternado, contingente, no evoluti­vo. Reconociendo esta vieja verdad Windelband afirma en el prólogo de su "Historia de la Filoso­fía": que las concepciones fundamentales del hom­bre, acerca de su mundo y su vida, son el pro­ducto de una variedad de "momentos individua-­les del pensamiento". Y el estudio, el conocimien­to de estos momentos de síntesis de la reflexión humana, es indispensable a toda persona que de­see obtener una noción consciente de su propia manera de ver las cosas, pues todos pensamos consciente o subconscientemente, según algún sis­tema de filosofía o según la confusión creada por varios sistemas imperfectamente asimilados. Na­die puede pensar en el mundo y su destino sin hacerse un secuaz de alguno de los grandes sis­temas. Todas las ideas que usamos corrientemen­te proceden de alguna de las concepciones gene­rales que la historia de la filosofía registra. En el uso corriente, dichas ideas se gastan, degeneran­hacia el lugar común ; de allí la necesidad d'e in­formarnos acerca de su origen y su enlace con la gran tradición, si queremos salir de la ram­plonería mental, de la vulgaridad conforme al espíritu, si queremos aseamos y organizarnos la mente.

Por eso el estudio de la historia de la filosofía es capítulo esenc~l de toda educación completa. Y en vano ciertas mentalidades perezosas repu­dian estos estudios, con el pretexto de la inesta­bilidad, la imperfección de los sistemas. A es~e respecto, el mismo Windelband observa que los problemas filosóficos son de aquellos a los que no puede escapar la mente en ninguna edad. Las soluciones son temporales, pero los problemas son eternos. La constancia de las necesidades del es­píritu a través de los tiempos, determina la apa­rición de esas explicaciones rítmicas en el proceso filosófico. Por ejemplo, la intermitencia señalada por ¡Víctor Cousin, según la cual los sistemas se producen en el orden obligado que sigue: sensua­lismo, primero, que sólo atiende al dato de los sentidos; idealismo, en la época más avanzada en que la mente se da cuenta de su poder propio ; luego .el escepticismo provocado por la multiplici­dad y divergencia de los sistemas y, por último, misticismo, en las etapas vigorosas y totalitarias.

Sin embargo, advierte Windelband : "Todos los sistemas son creaciones individuales que guardan,

con sus cre¡~,gQrc;s1 1ª -relél<;i9n de IJIH\ obra de arte

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y el éxito de muchos de ellos depende de la poesía de sus ideas".

En todo caso el estudio de la filosofía es de una importancia capital como disciplina del es­píritu. Pues nos educa la filosofía en la tarea de imponer a la realidad exterior normas nacidas de nuestra conciencia. El contraste que en segui­da se produce entre lo que pensamos como orden y lo que la naturaleza realiza en la sucesión me­cánica de sus cambios, nos despierta la convic­ción de que somos una actividad independiente del mundo físico. Y la idea del espíritu se nos aparece ligada con un orden, un sistema que se da en la propia conciencia, más bien que en el universo exterior. Nos acostumbramos, de esta suerte, a separar la acción de la mente, de la ac­dón del mundo y, en consecuencia, a diferenciar nuestra personalidad de la naturaleza de las espe­cies. Se engendra entonces en nuestro ánimo la convicción de que hay algo en nosotros que, por ser, en cierto modo, independiente de las circuns­tancias del mundo físico, bien podría sobrevivirlo. Y la idea de un alma de consistencia mayor que la del cuerpo, se nos aparece como una conse· cuencia obligada de la causalidad lógica que no crea antecedentes que no se resuelvan en las con­secuencias naturales de un desarrollo. Resulta, por lo tanto, ilógico que la extinción del cuerpo, simple caso de la fisiología, arrastre consigo el porvenir de la mente, que ya desde esta vida se mueve en un plano superior al de la acción ordi­naria biológica.

L;: índole peculiar de la mente y la fecundidad de la naturaleza que constantemente inventa for­mas acomodadas a cada nuevo germen activo, determinan en seguida la convicción de que el alma iluminada de filosofía, ejercitada en la au­tónoma consideración de su mundo, será capaz de crearse una estructura más de acuerdo con· sus exigencias latentes, que la estructura del cuer­-po atrasado y perecedero. Esta convicción, que para el vulgo ilustrado es motivo de risa en todas las épocas turbias, reaparece inquebrantable a tra­vés de la historia de la filosofía, en todos los grandes espíritus, desde los Upanisadas hasta Só· crates y de Sócrates a Kant. Renunciando este último a demostrar la inmortalidad del alma por vías de razón, halló, sin embargo, las determina­ciones del imperativo categórico que, por lo mis­mo que no se cumplen en el planeta, están exi­giendo alguna ocasión, algún territorio para rea­lizarse. La intuición de que esta patria del alma ha de existir en algún sitio, se confirma, según se ahonda en el estudio de la naturaleza y se ad· vierte que ella tamp<X.:o realiza trabajo ocioso; .

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al contrario, una v z que

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es cuestión de época, ni siquiera de raza, sino de temperamento, y que la filosofía es esencial­mcltfe el complemento de la cie11cia en la sí11tesis de la sabid!tría" ... "Epistemología, fenomenolo­gía, lógica, son ramas importantes de la cien­cia, pero ha resultado un mal sin alivio que por el predominio de las ciencias filosóficas especiales e haya perdido el sentido de la síntesis viva". ( l)

Y Brehier en su reciente historia de la filoso­fía e pronuncia también contra la idea de la · paración radical del pensamiento filosófico y el poético y el religioso, pues dice, ello equivale a considerar el peusamiento filosófico como 1m

teorema a probar, o sea una tesis de. escuela e1t lugar del pensamiento vivo que es inseparable del cOIJjullto del cual es tmo de los aspectos". Y rn tra on idcración exclama el propio Brehier: " o hay filosofía donde no se manifieste un es­fu rz de ordenación jerárquica de los valores". Y • t "aunque constantemente la filosofía se in ·line, ya ca a la ciencia, ya a la política o a ], religi 'no al arte". (2)

P ro i no es legítimo limitar la disciplina fi­lo · fica a lo problemas de conocimiento racional ímicam ntc, í n cambio, aun para 'el esfuerzo . d aharcar todo los aspectos del pensamiento, e indi pen able distinguir con precisión los ca­ractere del pensamiento poético, el filósofo o ra­ci na! y el religioso. Y dentro de la filosofía · raci na! lo que con tituye la ciencia y lo que cons­tituyen la experiencia y la práctica. El reconoci­miento claro de todas estas diferencias es lo que con tituye el pensamiento culto et}1X>sición del pen­sauuento indeterminado y confuso del vulgo. Mu­cho e· lo que se ha escrito a este respecto, y ten­dremo que conformarnos con señalar algunas de la· di tinciones más generalmente aceptadas.

e ha dicho, por · ejemplo, que la filosofía nos da un saber de inteligencia· pura, saber desitlte­resado; en tanto que la ciencia nos da un saber práctico, saber de dominio sobre las cosas. Esto último es verdad de la ciencia aplicada, pero la ciencia teórica se confunde casi con la filosofía de la tazón, ~uando ·-investiga los principios de u saber, las leyes y c-Ondiciones de su experien­

cia. Y por su parte la religión se distingue de la filo ofía en que nos da un saber de salvación, una mezcla armonizada de ciencia y práctica que sirven al alma para consumar su destino más allá del tiempo. A su vez el arte nos da un saber de disfrute; ya no conocimiento desinteresado, sino

( l) Crea ti ve Undesrtanding.-New York 192 9, P.ig. 125. '

(2) )3rehier. Histoire de la Philosopbie. Opus cit.

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conocimiento de goce pleno de todas las poten­cialidades del alma y su mundo.

Pero constantemente reaparece la interpreta­ción más amplia de la filosofía en el sentido de ciencia del conjunto y de explicación de la tota­lidad del conocimiento. La relación recíproca de las diversas ciencias y de las ramas todas del saber, las artes, la historia, las lenguas, todo es en cierto sentido, parte del material del filósofo. En estos casos, lo que distingue la síntesis fi­losófica de la síntesis religio a es que la filosofía busca la unidad en el terreno simplemente racio­nal. l\Iás allá, la unidad místico estética ya no se da propiamente en la fibsofía, sino en el prin­cipio sobreracional que el arte o la religión pos­tulen.

Desde el comienzo han subsistido ciertas opo­siciones, inadaptaciones del pensamiento filosó­fico entendido como ejercicio racional puro, y el pensamiento derivado de la impresión artís­tica y de la revelación, la experiencia místico religiosa. En la actualidad es más fácil resol­ver estas diferencias de posición, gracias a la diferenciación consumada por Kant, ya señalada anteriormente como la base de nuestras propias clasificaciones, la separación de juicio formal, juicio ético y juicio estético. La filosofía estéti­ca, descubrimiento de los últimos tiempos, y to­davía no del todo aprovechado, nos proporciona los medios ele cohonestar el pensamiento racio­nal con el pensamiento religioso a través de pro­cesos que están en nuestra propia índole, y que constantemente elevan el pensamiento formal a la categoría viva del pensamiento artístico. De esta suerte el arte representa el comienzo de lo religioso.

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Se sabe hoy que el pensamiento formalista te­nido por algunos como tipo de pensamiento exacto es no sólo artificial, también es inexacto a tal punto que no halla su réplica, ni en la realidad de la materia ni en la realidad del espíritu. En el exte­rior la materia no se desenvuelve según geometría formal de líneas y planos sino por momentos de vibración dinámica, por procesos que plasman en estructuras regulares y aún típicas, pero tempora­les e imperfectamente delimitadas, dispuestas siem­pre a vertirse en otro momento estructural aná­logo. Y también en el mundo del espíritu, la forma no es otra cosa que esquema directivo '/ aproximado de un proceso inestable, capaz de cambio y mejoría.

Todo esto obliga a ensanchar los cuadros de la filosofía a objeto ele que alnrquen la ley que rige el vibrar periódico que lhmamn!l cuerpos y las tendencias conscientes de la voluntad, las inquietudes y las esperanzas melodiosas del alma. Por eso también hemos preferido llamar nues­tro libro Historia de1 Pensflmiento Filosófico y no simplemente Historia de la Filosofía, para que pueda ocuparse de las hipótesis de los poe­tas, sin las cuales, el filósofo no pasaría de ser un lógico y de la verdad religiosa, sin la cual, el hombre estaría, en lo espiritual, como los ena­nos de. raza que se han quedado perdidos en t>l centro del Africa.

Colocados nosotros en estatura reafirmamos que son tres las maneras fundamentales del pen­samiento filosófico : poesía, discurso y religión ; imágenes incoherentes ; dialéctica ordenadora y fantasía que construye la verdad según las do­tes más elevadas de la conciencia.

LA VISITA DEL ESPECTRO Po~

JOSE Ma. SALAVERR1A

A Q CI está Don Quijote ele la Mancha, tal co­mo salió por primera vez al mundo. Con su mis­mo traje original. Es decir, con las erratas de imprenta, la composición un poco torpe y las letras borrosas con que abandonó el taller del impresor Juan de la Cuesta en el año 1605, dispuesto a combatir contra el más fiero y poderoso de los gi­gantes: el Público. y lo venció. Fue la única vez que Don Quijote derrotó a un terrible enemigo, y casualmente con ólo las armas de la fantasía.

Con Baroja, Unamun·o, Maeztu, Basterra, etc., es lOSE MARIA SALAVERRIA uno de los escri­tores vascos que, a partir de las proximidades del 98, vinieron q, dar nuevo interés y enjundia a la literatura castellana. Su segundo libro ((Vieja Es­paña'', alcanzó a ser prologado por don Benito Pérez Galdós, e~t quien, por cierto, hunde una de sus más fuertes raíces toda aquella generación neo­romántica y realista.

¿Cuántos ejemplares quedan en el mundo de aquella primera edición? Para contemplarlos es preciso ir a unas pocas bibliotecas privilegiadas que guardan, naturalmente, sus preciosos volúme­nes con una avaricia y reserva bien justificables. Pero hoy, no hace falta molestarse. El arte de la