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EL REY DE CASTILLA Y EL FECHO DEL IMPERIO EN 1257 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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EL REY DE CASTILLA Y EL FECHO DEL IMPERIO EN 1257

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

RECONOCIMIENTO HISTÓRICO A ROBERT DE SORBÓN

Empezó siendo lunes este año 1257 (MCCLVII) del que en las siguientes páginas

ofreceremos pertinentes relatos históricos de hechos o asuntos que pudimos recabar.

En este a modo de prólogo nos detenemos en dos de esos asuntos, atendiéndolos y

considerándolos someramente. Se trata de la Universidad de París, que da en llamarse

La Sorbona, y de la batalla de Cadfan.

Que la Universidad de París venga a llamarse La Sorbona se debe a su propulsor y

realmente fundador, el canónigo Robert de Sorbón. Este sabio y erudito francés fue ca-

pellán y confesor del rey Luis IX de Francia (San Luis). En 1251, siendo canónigo de

Cambray, Robert se propuso fundar una sociedad de eclesiásticos seglares dedicados al

estudio y a la enseñanza gratuita. En 1252, quedó autorizada dicha sociedad por la apro-

bación de la reina regente (Blanca de Castilla, madre de Luis IX que se hallaba entonces

en la séptima cruzada). La institución se estableció legalmente como “Congregación de

los muy pobres maestros (domus magistrorum pauperrima) de La Sorbona”, llamada sí

por carta del rey en 1255 y del Papa Alejandro IV en 1259, que la declaró útil para la

religión. En 1257, fecha históricamente aceptada como de su fundación, consolidó su

rodaje La Sorbona, la Universidad de París, que ya tenía cierto recorrido. El rey de

Francia le concedió un lugar privilegiado en el corazón del barrio latino.1 En su tes-

tamento de 1270, Robert de Sorbón legó todos sus bienes a La Sorbona, y eran bienes

muy cuantiosos. Pero ya fueron siempre muy considerables sus ayudas a estudiantes ne-

cesitados, habiendo sido en sus comienzos 16 los estudiantes sin recursos que tuvieron

en La Sorbona su oportunidad, sin ser descartados por ser pobres. Mostremos nuestro

reconocimiento histórico a Robert de Sorbón.

Muerto en 1274, quedan de Robert de Sorbón algunos pequeños tratados: De Cons-

cientia, De Confessione, Iter Paradisi y Sermones, entre otros escritos, además de los

Estatutos de la Casa de la Sorbona, que perduraron sin cambios hasta 1792.

En otro orden de cosas, al menos como mención medianamente destacada, digamos

que en este año 1257 hubo una batalla entre ingleses y galeses en Coed Llathen y Cy-

merau.2 Fueron miles los combatientes y también miles los que murieron.

1 El denominado barrio latino de París debe su nombre a cuando fue poblado en la Edad Media por es-

tudiantes que iban creciendo en número, estudiantes que utilizaban el latín para aprender y comunicarse.

Siempre fue lugar de mucha vida estudiantil, con mucha repercusión social, cultural y política. Fue muy

relevante en mayo del 68 (siglo XX).

Tras una travesía por la Plaza de Saint Michel, en la que se encuentra una enorme fuente con la figura

de San Miguel combatiendo al Maligno, se entra en un entramado de pequeñas y encantadoras calle-

juelas que son las que componen el Barrio Latino de París.

2 Lugares que pueden corresponderse con Broad Oak, alrededor del caserío de Cadfan, en el valle de

Towy, siendo el objetivo inicial de las fuerzas inglesas el castillo de Dinefwr.

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Robert de Sorbón

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AÑO 1257

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DEL REINO DE CASTILLA AL NORTE DE ÁFRICA

ASALTO Y OCUPACIÓN

En el mes de enero de este año 1257, saliendo de Alicante una flotilla castellana,

acabó ocupando en el norte de África el “castiello de Tagunt”, lugar que ya le había

sido ofrecido al rey Alfonso X.3

3 El mencionado “castiello de Tagunt” pudiera ser Tánger (Marruecos), pero tal vez fuera más bien

Taount, que actualmente es un castillo ruinoso junto al puerto de Ghazaouet, al oeste de Orán (Argelia).

Está pasando, desde los comienzos del reinado de Alfonso X, que este monarca fue retomando ense-

guida un viejo proyecto de su padre Fernando III, el proyecto y plan de continuar la Reconquista allende

el estrecho de Gibraltar. Finalizó las grandes atarazanas de Sevilla para construir la flota necesaria con la

que invadir África, nombró un almirante mayor de la mar y consiguió de Roma la autorización para pre-

dicar la correspondiente cruzada en Castilla, lo que significaba poder recaudar dinero a cambio de be-

neficios espirituales. Se nombraron incluso cargos episcopales para las futuras diócesis magrebíes, y se

iniciaron contactos diplomáticos con distintos reyes o sultanes del norte de África.

No obstante todos esos preparativos, no se emprendió la invasión a gran escala del Magreb. Todo se re-

dujo a unas cuantas expediciones de rapiña y a la captura de alguna que otra plaza costera aislada. La in-

cursión más conocida fue la del puerto marroquí de Salé, saqueado en el verano de 1260 por la flota del

almirante Juan García de Villamayor (hijo del ayo de Alfonso X, García Fernández de Villamayor,

muerto hacia 1241). Pero Ceuta, objetivo principal de la emprendida como cruzada, permaneció aún por

mucho tiempo en poder musulmán.

A Salé llegarán en el siglo XVII muchos moriscos expulsados y voluntariamente desde Hornachos (Ba-

dajoz). Lo dejamos esto para entonces, Dios mediante.

De momento, para completar más esta nota, puede ir el lector al epílogo I, con relato que ofrecemos

siguiendo un trabajo de José Manuel Rodríguez García (Universidad de Salamanca), publicado en 2004:

Revista de Historia Naval, 85, pp. 27-55.

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SULTANATO MAMELUCO DE EGIPTO

ASESINATO DE AIBEK Y DE SHAJAR AL-DURR

En marzo de este año 1257 muere asesinado el primer sultán mameluco de Egipto. Lo

contamos, pero previamente nos referimos a la identidad y orígenes de los así llamados

mamelucos.

Mameluco significa en árabe “poseído”, en el sentido de ser tenido como esclavo en

propiedad. Hablemos de sus orígenes y de cómo han dado origen a un considerable ré-

gimen político.

Los mamelucos provienen de ser esclavos sobre todo guerreros, aunque también cor-

tesanos o palaciegos y guardianes, sirvientes cualificados en califatos y sultanatos de

Oriente, siendo en su mayoría de varias razas eslavas, caucásicas y túrquicas u otras.

Constituyen (y constituirán) diversas dinastías.4

Como régimen mameluco tenemos el dominante en el sultanato egipcio desde 1250,

como bien podemos recordar, un sultanato que está ahí con aires de expandirse.5 Provie-

nen estos mamelucos egipcios de las tierras rusas meridionales y ucranianas, siendo an-

teriormente del pueblo turco conocido como kipchak o cumano. En su expansión, no

falta la actividad comercial.

Cuando un esclavo o cautivo destinado a mameluco o poseído llegaba a Egipto, era

admitido en una característica escuela estando bajo un instructor especial que destaca

también como responsable de su formación militar, una formación muy disciplinar o de

adiestramiento especialmente riguroso.

Los mamelucos vivían dentro de sus guarniciones y pasaban su tiempo entre ellos. Sus

entretenimientos incluían eventos deportivos como competiciones de tiro con arco y

presentaciones de habilidades de combate montadas por lo menos una vez a la semana.

El entrenamiento intensivo y riguroso de cada nuevo recluta ayudó a asegurar la conti-

nuidad de las prácticas mamelucas.

Una vez recibida la instrucción militar por el sultán o sus jefes, pasaban de ser es-

clavos a hombres libres, si bien sujetos por lazos que recuerdan las fórmulas de servi-

4 Sucediéndose principalmente: Gaznavíes o del Gran Jorasán (975-1187), Jorezmitas de Corasmia

(1077-1231), Mamelucos de varias dinastías de Delhi o por la India (1206-1290) y Mamelucos de Egipto,

de 1250 a 1517, destacando las dinastías Bahrí (1250-1382) y Buryí (1382-1517), siendo reseñable tam-

bién la dinastía de Mamelucos de Irak entre los años 1704-1831.

5 Cuando los otomanos (otra poderosa dinastía en auge) conquisten Egipto, en 1517, el sultanato egipcio

de los mamelucos se extendía por Palestina, Heyaz (noroeste arábigo) y Siria.

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lismo del sistema feudal europeo. Entre los mamelucos estaban los pertenecientes a una

elite especial, la del cuerpo de mamelucos reales, quienes habían sido comprados, ins-

truidos y liberados por el propio sultán, teniendo una guarnición en la ciudad egipcia de

El Cairo. Evolucionaron y progresaron tanto en el sultanato, desde sus mismas inte-

rioridades y ámbitos de poder, que llegaron a ser sultanes, como es el caso del ahora

difunto Aibek.6

Como bien podemos recordar, bajo el sultán Saladino (muerto en 1193) y sus suce-

sores de la dinastía ayubí en Egipto, el poder de los mamelucos de origen turco fue pau-

latinamente aumentando. Para el año 1200, el hermano de Saladino, Al-Adil I (muerto

en 1218), consiguió controlar todo el sultanato, derrotando y matando o encarcelando a

sus hermanos y sobrinos. Con cada victoria, Al-Adil I incorporó el séquito de mame-

lucos derrotado al suyo propio. Este proceso se repitió a la muerte del sultán y también a

la muerte de su hijo y sucesor Al-Kamil en 1238. Los ayubíes se encontraron cada vez

más acorralados por el creciente poder de los emires mamelucos, que actuaban de ma-

nera casi autónoma, a modo de atabegs o grandes gobernadores regionales; y pronto es-

tuvieron involucrados de lleno en los entresijos cortesanos del sultanato.

En 1240, As-Salih7 (hijo de Al-Kamil), tras deponer a su hermano Al-Adil II,

8 se dis-

puso a utilizar masivamente mamelucos de origen turco provenientes del mar Negro,

tras fracasar utilizando como mercenarios al exiliado ejército del Imperio Corasmio, y

ante la amenaza latente de los cruzados cristianos y de los mongoles. En junio de 1249,

la séptima cruzada, encabezada por el rey Luis IX de Francia, desembarcó en Egipto y

conquistó Damieta, mientras As-Salih estaba combatiendo a sus primos en Siria. Las

tropas egipcias al principio se retiraron, motivando al sultán a condenar colgados a más

de cincuenta emires que delinquieron como desertores.

Cuando el sultán egipcio As-Salih murió en Mansura (noviembre de 1249), el poder

pasó a su hijo Turanshah (que se encontraba en el norte de Siria por orden paterna) y,

como regente en Egipto (hasta la llegada del hijo), a su esposa favorita, la armenia

Shajar al-Durr. Ésta tomó el control del sultanato y, con el apoyo mameluco, lanzó un

contraataque contra los cruzados. Las tropas de los emires mamelucos bahríes Saif-ad-

Din Qutuz, Fajr-ad-Din Yusuf, Rukn-al-Din Baibars al-Bunduqdari y Faris-ad-Din Aq-

6 En efecto, los sultanes poseían el mayor número de mamelucos, pero los emires o señores también

podían tener su propia fuerza de mamelucos. Muchos mamelucos subieron a muy altas posiciones de

poder, incluyendo el comando del ejército. Al principio su estatus permaneció como no hereditario y se

les impidió estrictamente seguir el papel de vida de su padre. Sin embargo, con el tiempo, en lugares

como Egipto, las fuerzas mamelucas se vincularon con las estructuras existentes de poder y obtuvieron

una significativa cantidad de influencia sobre esas estructuras.

En Egipto, los mamelucos georgianos conservaban su lengua materna. Eran conscientes de la política

caucásica y recibían frecuentes visitas de sus padres u otros parientes. También enviaban regalos a sus

familiares o dinero para construir estructuras útiles (una torre defensiva o, incluso, una iglesia) en sus

aldeas nativas de Georgia.

7 Muerto en 1249.

8 Murió preso en 1248.

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tai al-Jemdar derrotaron a las tropas de Luis IX. El rey francés retrasó su retirada de-

masiado tiempo y fue capturado (junto a sus hombres) por los mamelucos en marzo de

1250. Finalmente, Luis IX accedió a un rescate de 400.000 livres tournois (no siendo

pagadas 150.000) y emprendió la retirada a su reino.

Con el asesinato del sultán Turanshah en 1250, llegó totalmente al poder, instigadora

del crimen, la viuda de As-Salih, Shajar al-Durr, con el apoyo de los generales mamelu-

cos, entre ellos los mencionados Aqtai, Qutuz y Baibars. Poco después, la presión polí-

tica de generales y emires hizo que Shajar se casara con uno de ellos, recayendo esto en

el emir Izz-al-Din Aybak, el ahora difundo Aibek. De esta manera se proclamó Aibek

primer sultán mameluco de Egipto, fundándose con él la dinastía Bahrí.9 Para legitimar

su poder frente a los ayubíes de Siria, el sultán Aibek envió hacia allá al emir Aqtai, que

derrotó al ejército del sultán ayubí de Siria An-Nasir Yusuf10

en Gaza (Palestina), en oc-

tubre de 1250. Como general de Aibek, Aqtai desempeñó su función crucial en la de-

rrota final de An-Nasir Yusuf en la batalla de Karak. En 1253, a través de la mediación

de algunos emires, se llegó a un acuerdo entre Aibek y An-Nasir Yusuf, que dio a los

egipcios el control sobre Gaza, Jerusalén, Naplusa (Nablus) y la costa de Al-Sham o del

Mediterráneo en Oriente. En 1254 sobrevino otro cambio de poder en Egipto, cuando

Aibek mató al emir Faris-ad-Din Aqtai, el líder natural de los mamelucos bahríes. Al-

gunos de estos mamelucos, entre ellos Baibars al-Bunduqdari y Saif-ad-Din Qalawun

al-Alfi, huyeron hacia Siria con An-Nasir Yusuf, persuadiéndolo a romper el acuerdo e

invadir Egipto. Aibek escribió a An-Nasir Yusuf advirtiéndole del peligro de estos ma-

melucos que se refugiaron en Siria, y accedió a concederle dominios territoriales en la

costa, pero An-Nasir Yusuf se negó a expulsarlos y les devolvió los dominios que Aibek

le había concedido. Más tarde, en este año 1257, Aibek fue asesinado por instigación de

Shajar al-Durr, y en la lucha por el poder que siguió, el emir vice-regente Qutuz depuso

al hijo y sucesor de Aibek, el joven Alí,11

ejecutó a Shajar ad-Durr y asumió el poder.12

9 La dinastía bahrí o mamelucos bahriyya, de origen cumano o kipchak, gobernó el sultanato mameluco

de Egipto entre los años 1250-1382, imponiéndose o sustituyendo a la anterior dinastía ayubí. Después de

la dinastía bahrí vendrá a sustituirla la también mameluca dinastía buryí, hasta que se impongan los oto-

manos en 1517.

El nombre o denominación bahrí o bahriyya significa “del río”, en referencia a la ubicación de su asen-

tamiento original en la isla Roda, a orillas del Nilo, en El Cairo Antiguo, donde había un castillo cons-

truido por el sultán ayubí As-Salih.

10

Bisnieto de Saladino.

11

Reinó tan sólo algunos días de marzo y abril de este año 1257, también posteriormente, entre noviem-

bre y diciembre de 1259, pero sin poder real, siendo meramente un títere en manos de los jefes militares

que intrigaban y se disputaban el poder.

12

Estos momentos fueron de gran peligro en Oriente Medio, entre otras cosas invadido por los mongoles

del kan Möngke (1251-1259) y de su hermano menor Hulagu. Como Bagdad y Damasco fueron tomadas,

el centro del poder islámico en tan amplia zona se transfirió a los mamelucos egipcios de El Cairo.

Sin duda nos queda mucho por desentrañar, ver y considerar acerca de los mamelucos en adelante.

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CONVENTO TRINITARIO DE CERFROID

(REINO DE FRANCIA)

MUERTE Y SEPULTURA DE NICOLÁS GALLUS

El 11 de marzo de este año 1257, en el convento trinitario de Cerfroid,13

murió Ni-

colás Gallus (o de Galia),14

sexto Ministro General de la que conocemos como Orden de

la Santísima Trinidad y de los Cautivos, redentor general de dicha Orden.15

Tuvo su re-

levancia acompañando al rey Luis IX de Francia en la séptima cruzada, siendo su ca-

pellán. Fue también16

cofundador junto a Constanza de Aragón del primer monasterio

de monjas trinitarias en Avingaña.17

13

No lejos de París, en Brumetz (Francia).

14

Sin que sepamos su edad, pues desconocemos el año y circunstancias de su nacimiento.

15

El primero y fundador fue San Juan de Mata (muerto en 1213), siguiendo luego Juan Anglicus (muerto

en 1217), Guillermo Escoto (muerto en 1222), Rogerio Deres (muerto en 1227) y Miguel Hispano (muer-

to en 1230), predecesor inmediato de Nicolás Gallus, a quien sucede Santiago (o Hugo) el Flamenco,

cuya muerte será en 1262.

16

Probablemente.

17

En el municipio leridano de Serós, al sur de la provincia y en sus límites con Aragón. Avingaña se

convirtió desde su fundación en 1250 en la única rama de monjas trinitarias por entonces, precediendo a

otros monasterios posteriores, a partir del siglo XVI. El convento se dedicó a la Virgen María bajo la

advocación de Nuestra Señora de los Ángeles.

El mismo San Juan de Mata, fundador de la Orden Trinitaria, fue quien aceptó la donación de tierras

que el noble Pedro de Bellvís le hizo en 1201 en Avingaña, movido por su agradecimiento al haber sido

liberado por los trinitarios. Así surgió el primero de los conventos trinitarios en la Península Ibérica,

siendo un convento que recibió importantes donaciones de la nobleza local.

Pero las donaciones no fueron suficientes para el mantenimiento de la casa y convento, de modo que en

1236 las deudas de Avingaña eran muy altas. Vino entonces a solucionar el problema la infanta Cons-

tanza de Aragón, hija natural o ilegítima del rey Pedro II de Aragón y viuda de Guillem Ramón II de

Montcada, senescal de Cataluña y señor de Serós. Al enviudar, en 1228, quiso entrar en vida religiosa. Y

entonces su hermano el rey Jaime I le aconsejó que fundara una comunidad amparada en el convento de

Avingaña, inviable a la sazón para los trinitarios, debido a las deudas contraídas y a otros problemas por

ejemplo jurisdiccionales o canónicos y económicos. Los terrenos del monasterio formaban parte de los

propios dominios trinitarios. El 3 de abril de 1236, Nicolás Gallus, ministro general de la Orden Trini-

taria, cedió la casa a la infanta, con todos los bienes y tierras que poseía en su entorno, a cambio del pago

de la deuda y de que la comunidad siguiera la Regla y Constituciones de la Orden de la Trinidad, sua-

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Nicolás Gallus fue elegido Ministro General de la Orden Trinitaria en Cerfroid, en el

Capítulo General celebrado en la Solemnidad de la Santísima Trinidad del año 1231.

Durante su generalato, podemos destacar que construyó la nueva iglesia de Cerfroid,

cuna de la Orden y casa general de la misma; también señalamos que amplió la casa

trinitaria de San Maturino en París18

y se hicieron nuevas fundaciones, como la del

convento de La Veuve, la de Fontaineblau (ambas en Francia), el hospital de Vianden19

y otras creaciones. De 1248 a 1254 estuvo en Oriente junto al rey de Francia y desempe-

ñando su ministerio en la séptima cruzada. A su regreso, se celebró la consagración de

la iglesia de Cerfroid presidida por el obispo Anselmo de Meaux.

Al término de su mandato, la Orden Trinitaria se halla presente por casi toda Europa,

contando incluso con algunos adecuados centros norteafricanos. Son 35 las bulas ponti-

ficias que juntó en su gobierno. La Orden de la Santísima Trinidad para los Cautivos se

encuentra a la sazón, como es su carisma, empeñada activamente en la obra de la reden-

ción, no habiendo casa trinitaria carente de su hospital cuidando de pobres, transeúntes

y enfermos. A nadie se desatiende.

Nicolás Gallus recibió cristiana sepultura en el coro de la iglesia de Cerfroid, junto al

altar mayor.

vizando el rigor de la rama masculina excepto en las reglas relativas al vestido interior y la cama. Ade-

más, viviendo en pobreza, las monjas tenían que reservar la tercera parte de las rentas y beneficios con

destino a la redención de cautivos, objetivo fundamental de la Orden. La comunidad estaría bajo la juris-

dicción de los frailes trinitarios.

De este modo, el convento se convirtió en monasterio femenino, destinado a la profesión monástica de

hijas de nobles, siendo servidas por frailes trinitarios en la liturgia, de modo que la primera comunidad

fue mixta. Constanza se instaló con doce mujeres más y el 24 de octubre de 1250 empezaron a hacer vida

trinitaria contemplativa.

Se nombró primera priora vitalicia a Guillema de Villalta, a pesar de que se había decidido en 1236 que

lo fuera la infanta aragonesa; probablemente la avanzada edad de la misma pesara como impedimento.

Constanza murió hacia el año 1252, y fue sepultada en la iglesia del convento. La comunidad continuó su

actividad, siempre bajo la jurisdicción y dirección de los trinitarios, y con mucha presencia de monjas de

los linajes de Montcada y Foix. Al enriquecimiento del monasterio en los siglos XIII y XIV, siguió un

rápido declive hacia el siglo XV, en parte por la mala administración de las tierras y las rentas. La comu-

nidad, siempre de doce monjas, fue luego menguando, hasta que en 1529 quedaron sólo dos. Se decidió

entonces devolver el convento a los frailes, que se instalaron allí el mismo año, extinguiéndose así la

comunidad femenina de Avingaña.

18

De San Maturino, conmemorado en el santoral el 1 de noviembre, no se sabe gran qué con certeza, pues

todo es más bien legendario, contándose que nació en Larchant, en el territorio francés de Sens, y que sus

padres eran paganos. A diferencia de su padre, perseguidor de los cristianos, Maturino abrió su corazón al

Evangelio y a su edad de 12 años recibió el bautismo. Sus primeros convertidos fueron sus propios

padres. Con 20 años recibió las órdenes sagradas y destacó por su carisma de exorcista, siendo de total

confianza de su obispo.

19

Luxemburgo.

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LÉRIDA (REINO DE ARAGÓN)

ELEGIDO OBISPO GUILLEM DE MONTCADA

A 4 de abril de este año 1257 fue elegido obispo de Lérida Guillem de Montcada,

sucesor de Berenguer de Peralta (muerto a 2 de octubre de 1256).20

Guillem (Guillermo)

es hijo de Guillem Ramón II de Montcada y de la infanta Constanza de Aragón, hija ile-

gítima del rey Pedro II de Aragón y primera monja trinitaria al enviudar, como recién-

temente hemos considerado al tratar de la muerte de Nicolás Gallus.

El nuevo obispo de Lérida no tardó en convocar un concilio o sínodo en su diócesis, al

objeto de ratificar los privilegios e inmunidades de los clérigos e iglesias de la ciudad y

su término, en contra de pretensiones que el obispo y su clero consideran perjudicia-

les.21

Pasó también en Lérida durante este año 1257 que el rey Jaime I hizo valer su protec-

ción hacia los judíos, amparándolos en su aljama contra lo que años atrás había decre-

tado el Papa Gregorio IX (1227-1241) de que se quemasen sus libros considerados erró-

neos.

20

Beatificado, celebrándose en el santoral el 2 de octubre.

El pontificado episcopal de Guillem de Montcada será hasta su muerte en 1278. Será entonces sucesor

suyo, tras sede vacante, Guillem Bernat de Fluvià (1282-1286).

21

Era deán catedralicio y el hecho de su ascendencia real tuvo consideración y peso en su vida y minis-

terio. Como obispo electo asistió a las Cortes celebradas en Lérida y ya consagrado reordenó su Cabildo

catedralicio.

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FRANKFURT Y AQUISGRÁN (SACRO IMPERIO ROMANO GERMÁNICO)

DOBLE ELECCIÓN ENTRE LOS CANDIDATOS

ALFONSO X DE CASTILLA Y RICARDO DE CORNUALLES

Hubo en el transcurso de este año 1257 una doble elección de cara a encaminar a un

candidato como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, elegido previamente

como rey de romanos. Ya sabemos que la cosa es así.

Convocados los electores en Frankfurt, los partidarios de Alfonso X de Castilla no

dejaron entrar a los tres electores que se inclinaban por Ricardo de Cornualles, hermano

del rey Enrique III de Inglaterra, siendo esos tres electores el conde palatino del Rin y

los arzobispos de Maguncia y Colonia. De todos modos, los tres procedieron a la vo-

tación, extramuros de la ciudad, teniendo el visto bueno del rey Otakar II de Bohemia

(otro de los electores, el cuarto, interesado en mantener la vacante, que votó –digamos

que tramposamente– dos veces, provocando empate). Resultó elegido Ricardo de Cor-

nualles como rey de romanos, el 13 de enero. Pero los otros cuatro electores (el duque

de Sajonia, el margrave de Brandeburgo, el arzobispo de Tréveris y, de nuevo, el rey

Otakar II de Bohemia, con su segundo voto) eligieron a Alfonso X, el 1 de abril. Pasó

luego, con toda rapidez y celeridad, que Ricardo de Cornualles viajó corriendo a Aquis-

grán y se hizo coronar allí como rey de romanos, el 27 de mayo. Y Roma (la Santa Se-

de), interesada y deseosa de debilitar al Imperio, no acepta para nada al rey Alfonso X

de Castilla, alegando que sus votos fueron comprados (también los de Ricardo).22

Aun-

que el rey Alfonso quiere declarar y financiar la guerra contra Ricardo y frente a cuanto

se le interponga, la gente de Castilla se opone y se niega a entrar en guerra.23

22

Que tampoco fue encaminado a la coronación imperial.

23

No obstante, el rey Alfonso X se mantendrá en su pertinaz empeño al respecto hasta 1275, todo para

nada y suponiendo mucho gasto en su reino. Ir a Epílogo II.

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~ 16 ~

CUENCA (REINO DE CASTILLA)

DECLARACIÓN DE CIUDAD

En este año 1257 le concedió el rey Alfonso X a la villa de Cuenca el título de ciudad.

Ampliamos aquí históricamente la noticia.

Aunque nos perdemos un tanto sobre su fundación, se sabe que ya existía este lugar,

como Qunka, en el año 784. Su florecimiento se debió a la construcción, por parte de

los Banu Di-l-Nun, una dinastía bereber de cuando la taifa toledana (1035-1085), de una

base aprovechando las condiciones geográficas defensivas de las hoces del lugar. Era

una base integrada en la que podemos recordar como cora de Santaver, cuya capitalidad

coincidía con la antigua ciudad romana de Ercávica.24

Se había construido en su momento una plaza dependiente del califato de Córdoba al

más puro estilo andalusí, con una alcazaba en la zona más elevada, una medina con su

mezquita mayor o aljama25

y un alcázar, separados todos estos elementos por fosos la-

brados en la roca viva y fortificados con murallas. Asimismo, se propició en la desem-

bocadura del río Huécar26

un gran estanque que mejoró el sistema defensivo.

Planta aproximada de Cuenca en el siglo XII, antes de la conquista cristiana

24

Localizable en Cañaveruelas (Cuenca).

25

Donde hoy se ubica la catedral.

26

Afluente del Júcar.

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En 1031, desaparecido ya el califato de Córdoba, fueron surgiendo los reinos de taifa,

entre ellos el de Toledo, que fue de Al-Mamún (muerto en 1075) y comprendió mucho

territorio, incluyendo los dominios de Córdoba y de Valencia. A Al-Mamún le sucedió

su hijo Ismail al-Qádir, muy destacado o principal en Cuenca. En 1076, el aragonés

Sancho Ramírez (muerto en 1094) puso cerco a Cuenca sin lograr conquistarla. En 1080

Ismail al-Qádir (muerto en 1092) perdió Toledo y luego fue recibido en Cuenca por el

valí Saíd ibn al-Farach, cuando el Pacto de Cuenca por el que el rey Alfonso VI (muerto

en 1109) recibió Zorita27

y otros castillos a cambio de ayuda militar. También podemos

destacar que en Cuenca hubo acuñación de monedas. En 1088, Ibn Zennun, mando mi-

litar conquense, hizo algún que otro pacto o negociación con el rey Al-Mustain II de Za-

ragoza (1085-1110).

Como consecuencia de la derrota de Alfonso VI en Sagrajas (año 1086), el emir sevi-

llano Al-Mutamid28

aprovechó para adueñarse de Cuenca, pero en 1091 los almorávides

atacaron Sevilla, y el rey Al-Mutamid envió a su nuera, la princesa Zaida, pidiendo ayu-

da al rey Alfonso VI, ofreciéndole a cambio, para su guarda y custodia, la ciudad de

Cuenca.29

El caso fue que, en 1093, entró en Cuenca un destacamento de tropas cristia-

nas. Pasó luego, en el verano de 1098, que en las inmediaciones de Cuenca fue derro-

tado Álvar Fáñez,30

vencido por el general y gobernador almorávide Muhammad ibn

Aisa.31

En 1108 Cuenca pasó a manos almorávides tras la batalla de Uclés,32

que supuso

importante derrota cristiana, siguiéndose aún algunas otras vicisitudes adversas para los

cristianos.

En 1147 Muhammad ibn Mardanish, el también conocido como rey Lobo,33

dominó el

Levante peninsular queriendo afianzarse también en Cuenca, siempre enfrentado a los

almohades, pero sus hijos hubieron de pactar con estos moros integristas.

Capítulo siguiente fue el que correspondió ya al rey Alfonso VIII de Castilla (1158-

1214). Cuando tenía tan sólo 17 años de edad cercó la ciudad de Cuenca, durando el

asedio 5 meses. El sitio acabó frustrado, pues el califa Abu Yaqub Yusuf (1163-1184)

acudió en ayuda de los sitiados, de modo que Alfonso VIII hubo de largarse de allí.

Abu Yaqub Yusuf y Alfonso VIII firmaron una tregua de 7 años, pero en el verano de

1176 hubo algaradas de Cuenca y otras poblaciones34

irrumpiendo en Huete y Uclés35

27

Zorita de los Canes (Guadalajara).

28

Muerto en 1095.

29

Y tal vez algunos otros lugares.

30

Históricamente conocido como Minaya, uno de los principales capitanes del rey Alfonso VI.

31

Hijo del emir Yusuf ibn Tasufin, muerto en 1106.

32

Provincia de Cuenca.

33

Muerto en 1172.

34

Las conquenses Alarcón y Moya.

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rompiendo así lo pactado. Alfonso VIII convocó y juntó entonces su buen operativo mi-

litar, resultando de todo ello la conquista de Cuenca, que empezó a sitiarse en la Epi-

fanía (6 de enero) de 1177.36

El 27 de julio de aquel año hicieron los moros de Cuenca una salida de ataque al cam-

pamento cristiano, pretendiendo atentar contra el rey. No lo consiguieron, pero sí lo-

graron matar al conde Nuño Pérez de Lara.37

El hambre, las enfermedades y los muertos

por los continuos ataques de manganas y trabucos hicieron mella en los sitiados. Se vie-

ron obligados a la rendición, cuando mediaba el mes de septiembre. El rey Alfonso

VIII, con su triunfal y numeroso séquito, entró en Cuenca el 21 de septiembre, fiesta de

San Mateo.38

La conquista pasó así a pertenecer al reino de Castilla, remodelándose la

población y reordenándose allí todo como requiere la costumbre, los cristianos en lo

más relevante, los musulmanes en lo más relegado y los judíos en los sitios más conve-

nientes y controlados, pero muy a gusto de ellos. Sobre la mezquita se pensó la catedral,

dividiéndose todo en parroquias que serían atendidas por la entidad eclesiástica dioce-

sana.

Poco a poco se fue constituyendo en Cuenca su concejo y hubo repoblación. Au-

mentaron los habitantes y surgieron pueblos, aldeas, lugares de interés, todo ello favore-

cido por el Fuero de Cuenca, prototípico de otros muchos que se han venido sucediendo

después en muchos lugares, incluso de fuera de Castilla.39

Dicho Fuero coloca en una

categoría especial a quienes poseen caballo de guerra, hecho que propició enseguida la

creación de un peculiar y propio Cabildo de Caballeros y Escuderos de Cuenca, venido

a ser poco a poco el grupo progresivamente más poderoso de la ciudad, el que ocupa los

principales cargos. Nada tiene de extraño que el rey Alfonso X le haya dado rimbom-

bantemente a Cuenca el título de ciudad en este año 1257.

35

También en la provincia de Cuenca.

36

Por eso el escudo de Cuenca tiene una estrella.

37

Fue regente de Alfonso VIII durante su minoría de edad.

38

Así lo considera la tradición, celebrándose mucho esta fiesta por los conquenses, y apareciendo un

cáliz en su escudo.

39

Ir a epílogo III.

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REQUENA (REINO DE CASTILLA)

ADUANA DE CASTILLA ENTRE MESETA Y LITORAL

El castellano rey Alfonso X, a 4 de agosto de este año 1257, otorgó carta puebla y

Fuero de Cuenca a la ciudad de Requena,40

convertida en aduana de Castilla. Así, como

ciudad de realengo, Requena tendrá su gobierno libre y autónomo, constituyéndose

también como Comunidad de Villa y Tierra (según ya conocemos). En lo eclesiástico

quedó adscrita Requena a la diócesis de Cuenca.41

Los musulmanes la denominaron Rakka’na, cuyo significado es “La fuerte, la segu-

ra”. Ya en el siglo XIII, desde 1201, la bien fortificada Requena marcó la divisoria o

frontera entre los reinos de Valencia y Toledo. Su estructura respondió perfectamente al

prototipo de ciudad hispana-musulmana.42

El rey Fernando III de Castilla y León conquistó Requena en 1238,43

el mismo año en

el que Jaime I de Aragón hizo su entrada triunfal en Valencia. En Requena tuvieron un

encuentro por entonces los dos monarcas. Fue uno de los varios encuentros habidos allí

con motivo de los litigios de frontera que se registran entre ambos reinos, y que aca-

baron con la cesión de Jaime I a su yerno Alfonso X de la plaza de Requena a la que nos

estamos refiriendo, al igual que hizo con Cartagena y Murcia.

40

Provincia de Valencia, aunque históricamente fue ciudad castellana. Ocupa la parte oriental de la co-

marca Requena-Utiel, de interesante riqueza vitivinícola. Su término municipal se extiende por una gran

parte de la cuenca superior del río Magro, afluente del Júcar, y es uno de los términos más extensos de

España, con una superficie de 814 km², siendo el mayor término municipal de la Comunidad Valenciana.

Requena está considerada como una auténtica puerta de la Meseta.

41

Hasta 1955.

42

Una de las claves de la historia de Requena fue la función defensiva que tenía, además de ser una ciu-

dad codiciada por su estratégica situación entre la meseta y el litoral.

43

Probablemente.

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Callejuela de Requena

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TERUEL (REINO DE ARAGÓN)

DECISIÓN REAL SOBRE JABALOYAS Y CONSTRUCCIÓN MUDÉJAR

Estando Jaime I de Aragón en Teruel, a 21 de junio de este año 1257 otorgó un privi-

legio a la villa serrana de Jabaloyas, en la Comunidad de Santa María de Albarracín,

que depende directamente del monarca.44

44

Jabaloyas es una pequeña pero histórica localidad situada en la sierra de Albarracín, al suroeste de la

provincia de Teruel, ofreciendo hermosas vistas desde su elevado terreno. El lugar pasó a formar parte de

la sesma homónima, en la mencionada Comunidad de Santa María de Albarracín, un distrito jurisdiccio-

nal del que fue reino de Aragón, posteriormente reino de España, hasta ser disuelto en 1833. Aquel te-

rritorio, bajo autoridad de Albarracín, se rigió por el mismo fuero de repoblación que tenía la cercana

ciudad de Teruel.

Desde comienzos del siglo XIV pudo constatarse una primitiva organización de los pueblos o aldeas

circundantes a Albarracín agrupándose en una entidad supramunicipal, surgiendo por la necesidad de los

pueblos para articular el aprovechamiento de los montes y pastos, recaudar los tributos y también por el

mutuo deseo de mayor autonomía compartiendo pretensiones por las que liberarse de la tutela que sobre

ellos ejercía la ciudad de Albarracín.

Al principio se trataba de una organización con escasos poderes y competencias, pero al paso de los

siglos todo ello fue en aumento, al igual que el grado de independencia. Su separación definitiva llegó en

1689, cuando la Comunidad logró romper su dependencia con relación a la ciudad, siendo la base de di-

cha Comunidad un patrimonio constituido por una serie de montes que les pertenecen a la misma como

Comunidad de Aldeas y a la ciudad de Albarracín, habiendo sido común su explotación. Las sesmas (di-

visiones administrativas de realengo, desde 1131, en tiempos del rey Alfonso I de Aragón) en las que

estuvo dividida la Comunidad de Aldeas fueron estas cuatro: Jabaloyas, Bronchales, Villar del Cobo y

Frías de Albarracín.

Recordemos que las Comunidades de Aldeas en Aragón que surgieron en la Edad Media, no eran pre-

cisamente lo mismo que las Comunidades de Villa y Tierra en Castilla. En las Comunidades de Aldeas

eran iguales entre sí todas las aldeas. Cierto es que, en ambos antiguos reinos, las comunidades hunden

sus raíces en los antiguos fueros medievales concedidos por los reyes a villas y ciudades, en los que se

asignaba a éstas un extenso territorio a su alrededor para poblarlo y extender sobre él y sobre las aldeas

allí surgidas cierta jurisdicción concejil. El desarrollo y evolución posterior, sin embargo, dieron como re-

sultado diferentes realidades históricas, con distinta personalidad, distinto grado de autogobierno, distinto

entramado jurídico-institucional y distintas relaciones entre las gentes y entre los núcleos de población

que integraban las comunidades de uno y otro reino. Las comunidades castellanas, entre las que tampoco

existe, al parecer, un modelo y una interpretación uniforme, estaban generalmente formadas por un grupo

de aldeas y la ciudad o villa que les daba nombre y que siempre las dominó con mayor o menor tiranía.

El término comunidad, referido a las cuatro históricas comunidades de aldeas aragonesas (Daroca, Ca-

latayud, Teruel y Albarracín) no es, sin embargo, sinónimo de agrupación de aldeas o lugares depen-

dientes de un núcleo urbano principal. Por el contrario, las comunidades de Aragón estuvieron integradas

por villas y lugares jurídicamente iguales que, en un principio, se unieron frente a la villa que los había

gobernado con mayor o menor despotismo durante un determinado tiempo. En ningún momento, las vi-

llas, después ciudades, que dieron nombre a las Comunidades (Daroca, Calatayud, Teruel y Albarracín)

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~ 22 ~

De otra parte, comenzó a construirse en Teruel la torre mudéjar de Santa María de

Mediavilla.45

Dirige la obra el alarife morisco Juzaff.

llegaron a formar parte de ellas. Es más, el origen de cada Comunidad coincide con su separación oficial

de la villa de la que hasta entonces había dependido.

45

Correspondiéndose con la actual catedral de Teruel. Ir a epílogo IV.

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PUEBLA DEL PRIOR (REINO DE CASTILLA)

POBLAMIENTO Y FUERO

Puebla del Prior,46

una de las aldeas cercanas a Hornachos, encomienda de la Orden

de Santiago, recibió fuero de villa en este año 1257. La pequeña población posee noble

casa del prior santiaguista, a la sazón Martín García, y una iglesia dedicada a San Este-

ban protomártir. Tímidamente se está repoblando esta zona, por la que transcurre el río

Matachel, lo mismo que varios arroyos que vierten sus aguas en él y conforman su

cuenca. En la villa de Hornachos permanece mucha población morisca.

46

Provincia de Badajoz.

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EPÍLOGO I

LA MARINA ALFONSÍ AL ASALTO DE ÁFRICA, 1240-1280

CONSIDERACIONES ESTRATÉGICAS E HISTORIA

Después de la toma de Sevilla por Fernando III el Santo (año 1248), África se pre-

sentó como el siguiente objetivo a alcanzar por parte de las monarquías peninsulares,

especialmente la castellana, considerándose el inicio de la llamada guerra por el estre-

cho de Gibraltar.

1.- Bases ideológicas y justificación.

El interés del reino de Castilla-León por la zona norteafricana se justifica en dos pun-

tos. Uno tiene un carácter puramente estratégico, como es la consciencia de la perma-

nente comunicación entre Al-Ándalus y los estados musulmanes norteafricanos, y por

tanto el necesario control de la zona del estrecho para evitar la permanente llegada de

tropas musulmanas al escenario peninsular desde el continente africano. La justificación

ideológica está unida a la idea de Reconquista que desde el siglo IX aboga por la re-

cuperación de las antiguas tierras pertenecientes a la Hispania romana cristiana y el rei-

no visigodo. En este sentido entronca plenamente con el ideal cruzado defendido por los

Papas de la época que consideran la recuperación de antiguas tierras cristianas como

motivo válido para lanzar una cruzada en toda regla.

Asegurando esta relación entre reconquista-actuación contra los musulmanes de la

Península y el norte de África-Cruzada estaba, por un lado, el reconocimiento pontificio

de que una actuación vigorosa en el escenario peninsular ayudaba a la Cruzada a Tierra

Santa y, por otro, la hipótesis también repetida por Alfonso X (con antecedentes desde

la época del obispo Gelmírez, a principios del siglo XII) que el mejor camino para li-

berar los Santos Lugares era la penetración por el Magreb y de ahí continuar hacia

Oriente.

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~ 25 ~

2.- Antecedentes.

La intervención por parte de las potencias cristianas en el escenario magrebí no es una

iniciativa original de Alfonso X. Su propio padre, Fernando III, ya había dado muestras

de su conveniente interés en esa zona. En 1226, durante la época de la disolución del ca-

lifato almohade, llega a un acuerdo para el envío de tropas cristianas al servicio del ca-

lifa de entonces (Abu Muhammad al-Adil) a cambio de dinero y ciertas libertades reli-

giosas. Más tarde es su hijo Alfonso X quien recoge las intenciones de Fernando de

llevar la lucha allí tras la conquista de Sevilla, proyecto en principio frenado por la

muerte de Fernando. Tanto Portugal como Castilla-León y la Corona de Aragón darán

muestras de su interés en el escenario norteafricano. Y previamente, tanto Pisa como

Génova, habían tenido también actuaciones puntuales al respecto.

Por otro lado, la Santa Sede llevaba operando en la zona desde los años 30 del siglo

XIII, intentando reimplantar antiguos obispados para velar por las almas de la población

cristiana bajo dominio musulmán (comerciante, esclavos-prisioneros, mercenarios). De

su actuación se desprende que deja el asunto magrebí en manos peninsulares, o al me-

nos de la Iglesia peninsular confiándoles las labores de implantación y predicación,

otorgándoles beneficios cruzados, e incluso confiando la disputada plaza de Salé a la

Orden Militar de Santiago ya en 1245. La clara conciencia pontificia de que el apoyo

naval es fundamental para su labor predicadora (o de cruzada) en el norte de África se

pone de manifiesto en la carta que expide Inocencio IV (1243-1254) a “universi christi

fidelibus per maritimam Yspaniae constitutis” para que asistan y ayuden a Lope, nuevo

obispo de Marruecos o a sus emisarios, en todo lo que pidan. La carta, enviada a mu-

chos arzobispos y obispos, además de al ámbito cortesano y al militar, sin olvidar a los

franciscanos, se dirige a aquellas zonas con destacada importancia marinera. El an-

tecedente más directo con lo que será la política alfonsí es la política pontificia por

conseguir fortalezas seguras –específicamente se pide que sean costeras–, para la pro-

tección, en caso necesario, de la población cristiana bajo los almohades. El último in-

tento en este sentido será la misiva de 1251 por parte de Inocencio IV al rey de Ma-

rruecos. Ante la nula respuesta, la Santa Sede pasará (1252-1263) a una política más

agresiva, apoyando decididamente la cruzada castellana al norte de África.

Desde un punto de vista estratégico se es consciente de la permanente comunicación

entre Al-Ándalus y los estados musulmanes norteafricanos, y por lo tanto se hace ne-

cesario el control de la zona del estrecho para evitar la continua llegada de tropas mu-

sulmanas al escenario peninsular desde el continente africano. Alfonso X también re-

conocía la potencia naval norteafricana, especialmente de las flotas tunecina y ceutí que

ya habían intentado el infructuoso socorro de Sevilla en 1247 y 1248. Por lo tanto, el

controlar esa amenaza naval, o la zona de comunicación (el estrecho) era un objetivo

prioritario de su política exterior.

Además, Alfonso podía contar con el ejemplo aragonés. Jaime I había llevado a cabo

una agresiva política naval para contrarrestar el poder de las flotas de Mallorca y Túnez,

consiguiendo la conquista de las islas (1229) y el pacto con Túnez, lo que le había faci-

litado la conquista de Valencia (1239). Después de esa primera fase, y aún con una cier-

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ta actividad pirática, la política aragonesa se mostraba mucho más conciliadora en cuan-

to al escenario norteafricano, primando sus intereses comerciales, gracias al manteni-

miento de una cierta presión por parte de su marina (bien por iniciativa privada, bien por

orden real) y el control de las milicias aragonesas cristianas al servicio de los sultanes

de Túnez. Más se verá en el reinado de Pedro III de Aragón (1276-1285).

3.- Conceptos estratégicos navales.

Como ya explicara Manuel Flores47

hay dos conceptos básicos marítimos a tener en

cuenta. Uno es el del dominio positivo/negativo del mar. El otro el de la flexibili-

dad/profundidad de la frontera marítima.

En cuanto al primero, llamamos dominio positivo del mar cuando una potencia, a

través de una flota, logra controlar activamente una determinada zona proyectando su

poder de forma efectiva sobre las costas e impidiendo que otros lo hagan. El dominio

negativo sería aquel representado por la fuerza submarina de Alemania durante las dos

guerras mundiales, o Génova durante la primera fase de su guerra contra Venecia (1257-

1270), en que una potencia logra realizar una serie de ataques que imposibilitan el total

dominio del mar o las costas por parte del enemigo, atacando sus convoyes mercantiles,

interrumpiendo sus comunicaciones o realizando golpes de mano contra instalaciones

costeras. El “dominio positivo” del mar, según la teoría clásica de Mahan,48

es algo

contestado por muchos medievalistas, ya que consideran que durante la Edad Media

ningún poder podía mantener una flota de guerra en el mar de forma permanente, tanto

por razones tecnológicas como económico-sociales (teniendo en cuenta los períodos

limitados de servicio y el doble carácter mercantil-militar de gran parte de sus embarca-

ciones). Sin embargo sí parece que flotas como las de Génova, Venecia y, más tarde,

Aragón lograron establecer cierto tipo de dominio positivo del mar al menos en deter-

minadas áreas marítimas.

En cuanto al segundo aspecto, la “flexibilidad” de la frontera marina, el mar siempre

se ha caracterizado por ser más una vía de comunicación que de frontera. En cualquier

caso, ese concepto va ligado al de la “profundidad” de dicha frontera, ya que no sólo es

frontera aquella población pegada a la costa que hace linde con la frontera terrestre entre

dos reinos, sino que los ataques navales pueden llegar a otros puntos de la costa, o del

interior por vías fluviales, mucho más de esa primera línea de demarcación. Además, los

recursos para mantener una flota y los puertos muchas veces tienen que venir del in-

terior, lo que le da otra faceta a esa profundidad.

47

Flores Díaz, M. (2000): “La interrelación de las fronteras terrestre y marítima en el período de la re-

conquista”, en III Estudios de Frontera, Jaén, 253-268.

48

Alfred Mahan (1840-1914), historiador y estratega naval estadounidense.

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4.- Presupuestos geoestratégicos.

4. 1.- Condicionantes geofísicos. Es evidente que las características físicas de las

costas, los vientos, las mareas, las corrientes y el clima en general tienen un peso impor-

tante en la navegación marítima durante toda la Edad Media, caracterizada por el cabo-

taje y por la existencia de navíos con un sistema de velamen limitado o totalmente ca-

rente de él (impulsado por remos). Así, en el Mediterráneo predominan los vientos del

noroeste con un ligero receso en otoño. Eso hacía que normalmente la navegación de

norte a sur fuera más fácil que en sentido contrario. Del mismo modo eso motivaba que

los convoyes hacia Tierra Santa, según el modelo veneciano, partieran en primavera y

verano (antes del 15 de agosto), para retornar en otoño (septiembre), aprovechando los

vientos dominantes. Las corrientes siguen una dirección paralela a las costas en contra

del sentido del reloj, de tal manera que corren hacia el norte por la costa de Tierra Santa

y hacia el sur por el Levante español; mientras que en la vertiente atlántica del estrecho

suelen ir de norte a sur. Dichas condiciones climatológicas limitan las épocas de nave-

gación. Venecia prohibía cualquier tipo de actividad entre noviembre y enero. Las

condiciones en el estrecho de Gibraltar, con importantes vientos que van del noroeste en

su vertiente atlántica al sur-sureste en la mediterránea, acompañados de fuertes corrien-

tes marinas este-oeste, hacía que la navegación en dicha zona fuera impracticable de oc-

tubre a febrero, mientras que los meses de marzo y, sobre todo, septiembre, presenta-

ban riesgos. Los mejores meses para la navegación iban de mayo a julio, que además

coincide con la llamada normal a las flotas en época de Alfonso X.49

Por supuesto las

características geofísicas de las costas pueden presentar dificultades o facilidades para el

ataque de navíos o la navegación cerca de ellas, además de ser determinante para el es-

tablecimiento de puertos. El olvidar los condicionantes físicos de la navegación nos

puede llevar a conclusiones erróneas al analizar determinadas campañas.

4. 2.- Otro presupuesto geoestratégico es el de los recursos del área. En este sentido

hay que señalar que además del valor militar del área del estrecho, hay otros de tipo

comercial como la existencia de minas de cobre en la zona del reino de Niebla, la ri-

queza de pescado del área, la ruta del oro que acaba en Salé, el mercado de esclavos

norteafricano, o el propio control de las rutas marítimas norte-sur y este-oeste suscepti-

bles de establecer sistema de impuestos en los puertos.

La madera es un recurso estratégico. No sólo necesaria para la construcción de navíos

y su reparación, sino también para la construcción de máquinas de asedio. De ahí que

aparezca continuamente, y en primer lugar, en la lista de mercancías prohibidas de co-

merciar con los sarracenos, que es también una medida pontificia y de cruzada. Aquí

cabe una matización. Mientras que los puertos constructores pueden permitirse que los

bosques que necesitan se hallen a una distancia media, el posible atacante debe confiar

49

Así, en 1258 manda reunir la flota de Galicia y Asturias para concentrarse en Cádiz el 1 de mayo de

ese año, para un servicio normal de tres naves. Sabemos que algunas villas se excusaron pagando una

determinada cantidad de dinero (Miguel Vigil, C., 1899: Colección histórico-diplomática del ayunta-

miento de Oviedo, XXII).

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en la inmediata disponibilidad de madera local para construir sus ingenios de asedio

ante la capacidad limitada de la flota para transportar dicho tipo de maquinaria. Ahora

bien, una armada lo suficientemente potente, con dominio positivo local, podría destacar

unos cuantos navíos para que buscaran ese material en las cercanías.

5.- La flota.

Sin que nos detengamos ahora pormenorizadamente en los asuntos de la marina caste-

llana de la primera época (1200-1230), de la que hay mucho pero no está hecho todo, es

fundamental que demos una serie de explicaciones que ilustren la capacidad de la flota

para asaltar fortalezas.

El elemento de maniobra para el dominio del mar y el asalto a las fortalezas costeras

es la flota y la fuerza embarcada, Alfonso X, tanto en sus Partidas como en las diversas

cartas de poblamiento de núcleos costeros del sur nos da muestras de su interés por la

creación y mantenimiento de una flota de guerra y sus bases de partida.

5. 1.- Aunque la moderna doctrina militar postule como tres las funciones de una flo-

ta, son realmente cinco las acciones típicas de una flota de guerra según las fuentes

medievales: comunicación, transporte y protección de convoyes, superioridad naval (eli-

minación de las naves armadas del enemigo), apoyo a la fuerza terrestre (capacidad an-

fibia), defensa de la costa propia y ataque de la ajena.

El mantener la comunicación entre las costas mediterráneas y atlánticas de Castilla iba

a ser difícil tanto por las condiciones naturales de navegación por el estrecho como por

la actuación de las flotas rivales sin el control de los principales puertos del área.

Hay bastantes ejemplos de la actuación de la flota en el ataque y defensa de las costas.

En este sentido hay que destacar que a la protección “costera” se debe sumar la fluvial,

al menos el caso de Sevilla. La flota debía proteger tanto la problemática costa medite-

rránea como la atlántica. Del primer escenario tenemos ejemplos como las acciones para

la conquista de Murcia-Cartagena (1240-1246, con participación de navíos del Cantá-

brico castellano), la defensa de Cartagena de los ataques sarracenos, o el control de la

costa mediterránea por parte de la flota aragonesa para poner fin a la revuelta mudéjar

en Murcia (1266-1267). Del segundo escenario, desde Ayamonte hasta Cádiz, tenemos

otros ejemplos, caso del de 1258, ya mencionado, la conquista definitiva del área gadi-

tana, e igualmente en el período de la rebelión mudéjar (1264-1266), como demuestra el

reconocimiento alfonsí a la colaboración portuguesa por mar y tierra en ese período y

que sería fundamental para la recuperación de zonas como Medina Sidonia y Jerez de la

Frontera y la protección de Sevilla. Otros ejemplos clásicos de ataque a la costa serían la

toma del castillo de Taount en 1256-1257 y el ataque a Larache/Tsmis de 1269.

Por cierto, el tema de Taount o Tawunt se presenta conflictivo, sobre todo su local-

zación. La documentación nos habla de “Tagunt”, “Tegens”, “Çagnut” en el reino nor-

teafricano de “Tenetu”, “Thenecii”. Últimamente identificada con la ciudad de Ta-

ount/Tawunt (zona fronteriza entre Marruecos y Tremecen). No está claro si este puerto

con castillo fue tomado al asalto por iniciativa real, privada (Alicante), o si fue el ofreci-

miento del dirigente musulmán local en un ambiente de inestabilidad para garantizar su

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independencia frente a Tremecen, Túnez y los benimerines. Según Slane,50

que traduce

a Ibn Jaldun,51

había dos Taount. Uno era un fuerte sobre el mar justo al lado de Djama-

Ghazpuat, pueblo situado a cinco leguas52

al este de la frontera marroquí. El segundo

era otro castillo a cinco leguas al este y sureste del precedente. Teóricamente depen-

diente de la cercana Tlemecén, sería ocupado definitivamente por los benimerines en

1272-1276. Sabemos que en esa época también sirvió de refugio para líderes indepen-

dientes. Se encuentra situada a unos 380-400 kilómetros de Alicante (aunque se podría

acortar la distancia de aguada si se partiera de Carbonara a Vera, a unos 200 kilómetros,

pero acercándose a la musulmana Almería). Otra posibilidad es que se tratase de Tenes,

villa marítima, a unas 28 leguas al oeste de Alger (por lo tanto al este de Orán). Esa

zona costera estaba dominada por los Maghraoua, en esa época bajo el liderazgo de Mo-

hammed ibn Mendil y se encontraba en equilibrio entre Tlemecén y Túnez; normal-

mente reconociendo la soberanía de los Hafsíes de Túnez para mejorar su posición res-

pecto a la vecina Tremecén, aunque con independencia. Se localiza a unos 230-240 ki-

lómetros de Alicante y Cartagena. Esto supondría una navegación mar a traviesa con

viento favorable de ida en primavera, dentro del límite de autonomía de las galeras (75

Km+3-4 días=225-300 kilómetros).

En cuanto a su faceta de apoyo terrestre cabe mencionar la participación en los cercos

de Sevilla (1248) y Algeciras, así como el ataque a Salé (1260). El apoyo de la flota a la

fuerza que opera junto a la costa, además del asalto directo, se traduce en dos tipos de

funciones: logística (transporte y provisión de suministros) y táctica (desembarcos anfi-

bios detrás de las líneas enemigas).

5. 2.- Las galeras constituyen el núcleo militar de una flota medieval. Antes de avan-

zar hay que señalar que todos los buques tenían un doble uso comercial, galeras y ta-

ridas incluidas.53

La tecnología empleada en los buques y su navegación imponen otra

serie de límites a la estrategia naval. Podemos dividir los buques en dos, los “redon-

dos”, como la carraca, marineros, con velamen y gran capacidad de carga; y los de pla-

taforma plana y poco calado, como galeras y derivados. Tomemos como referencia la

galera. Ésta, en tiempos de Alfonso X, se trataría de un birreme, impulsado por remos (y

quizás con una vela latina), con una tripulación de unos 100-108 remeros-galeotes a los

que habría de sumar 3 ó 4 oficiales (cómitre, naochero, probero, notario) y la tropa em-

barcada (“sobresalientes”) hasta una cantidad normal de 50 infantes (hombres de armas

y ballesteros). Es decir, hablamos de una tripulación media normal de 150 personas,

50

El orientalista islandés William McGuckin de Slane (1801-1878).

51

Historiador y erudito norteafricano, de origen andalusí (1332-1406).

52

Legua es una antigua unidad de longitud que expresa la distancia que una persona, a pie, o en cabal-

gadura, puede andar durante una hora; es decir, es una medida de itinerancia.

53

Las primeras, por sus características, se limitaban al transporte de mercancías preciadas y ligeras como

sedas y especias. La tarida era un buque de plataforma ancha con velas, que se usó especialmente para el

transporte de tropas y caballería gracias a su sistema de portones.

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aunque se conoce que, en algunos casos, estos birremes pudieron transportar hasta 200

hombres. Las galeras prefieren la navegación de cabotaje pernoctando en tierra si es po-

sible, aunque con buenas condiciones de viento y corriente pueden seguir la estela de

buques mayores con velamen. Su radio de acción se ha calculado en unos 75 kilómetros

diarios, siendo su autonomía de 3 ó 4 días limitada por la capacidad de almacenaje de

agua.

Estos dos elementos de los que hemos hablado, radio de acción diaria y autonomía de

los navíos, debieron ser, en buena lógica, puntos determinantes a la hora de establecer

bases de avituallamiento y puntos fortificados. En este sentido quizá no sea una coin-

cidencia que la frontera costera entre Granada y Castilla en época alfonsí coincida

grosso modo con esa distancia de 75 kilómetros desde los puertos con flota de Cádiz-

Puerto de Santa María y Cartagena.

Los grandes buques redondos, los típicos del gran comercio, podían llegar a con-

vertirse en auténticas fortalezas flotantes gracias a su alta borda (a veces reforzada con

castillo en proa/popa) que se elevaba muy encima del nivel de la galera, y a su mayor

capacidad de carga que se traducía en una mayor cantidad de gentes de armas embar-

cadas. Algunas de estas grandes naves podían llevar hasta 150 hombres de armas ade-

más de su tripulación normal, e incluso tenemos casos de que los hombres de las galeras

de un convoy en condiciones de inferioridad pasaron a refugiarse todos en el gran buque

redondo que les acompañaba. Como desventajas presenta su escasa maniobrabilidad

(depende por completo del viento) si las comparamos con las galeras, y su mayor calado

que impiden que se acerquen en exceso a la costa y que requieren ciertas facilidades

portuarias.

El armamento que transportaban, además del espolón (que no siempre aparece en las

fuentes) se componía de armas individuales de dotación (espadas, capacetes, lorigas,

escudos, lanzas para los galeotes), las que llevasen los obligados ballesteros y posibles

hombres de armas, garfios para la trabazón de las naves, ballestas de tipo medio y pe-

sado, y otros ingenios para el lanzamiento de fuego griego, cal y jabón. Tanto la in-

fantería embarcada, como las ballestas medias (y otros posibles ingenios de torsión)

como las máquinas usadas para lanzar el fuego griego eran susceptibles de ser usadas

contra tropas apostadas en la costa o fortificaciones ligeras costeras. Debido al carácter

de la lucha en el mar, de un tipo mixto, muchas veces decidido por el enfrentamiento de

la infantería embarcada en galeras y taridas, y por el carácter anfibio de esas naves, se

consideraba factible que una flota pudiera atacar con éxito objetivos costeros fortifi-

cados. Por lo general el ataque, si no se hacía por sorpresa, empezaba con la descarga de

proyectiles por parte de los ballesteros de la dotación de los buques, especialmente

desde aquellos que se podían acercar más a la costa, galeras y taridas. Acto seguido se

producía el desembarco de esas tropas de misiles para ser continuadas por una decidida

carga de la caballería embarcada en las taridas, apoyadas por la infantería de las galeras.

Luego les seguían los hombres de armas y, una vez asegurada una porción de costa o

muelle, se producía el desembarco de la tropa restante e impedimenta.

5. 3.- Otro condicionante estratégico es el establecimiento de bases, puertos y ata-

razanas para la flota. En el caso alfonsí, sus principales puertos sureños eran Alicante,

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Cartagena, Cádiz y Puerto de Santa María, encontrándose las principales atarazanas rea-

les en Sevilla. Sus repartimientos, las Cantigas y otros documentos nos hablan de la alta

consideración que el rey tenía de estas villas como plataformas para la lucha marítima

contra los musulmanes “de aquen y de allent del mar”. Recordemos así mismo que

cuando Alfonso X funda la orden militar de Santa María,54

le da como bases del sur los

puertos fortificados de Cartagena y Puerto de Santa María. Las atarazanas de Sevilla

fueron reconstruidas a finales de 1253, aunque los cómitres y sus galeras no se compro-

metían a estar listos hasta el 1 de enero de 1255.

5. 4.- Recursos económicos y materiales. La creación y mantenimiento de una flota

era un negocio caro. Los contratos firmados por Alfonso X con los cómitres sevillanos,

la Orden de Santiago y su Almirante aseguraban la dotación económica de estos perso-

najes al tiempo que les procuraba tierras boscosas para obtener la madera de sus navíos.

Desde un punto de vista económico, Alfonso X tuvo que recurrir a peticiones extraordi-

narias ante las cortes y todo el dinero que pudo recaudar de la Iglesia bajo el mando de

cruzada (limosnas, décimas, vigésimas y tercias reales, etc.).

5. 5.- Tan importante como los buques eran los recursos humanos. Se necesitaba

personal cualificado para la construcción, mantenimiento y dirección de la flota. A lo

que había que incluir marinería y remeros (galeras). El desastre de una armada, en la

Edad Media, no venía determinado por la pérdida de buques sino, sobre todo, por la

pérdida de personal cualificado como almirantes, cómitres, navegantes y remeros exper-

tos. Era mucho más difícil, largo y costoso reponer a cualquiera de ese personal que el

construir una nueva embarcación.

6.- Movilización.

Se ha calculado que la flota “permanente” del estrecho con la que teóricamente podía

contar Alfonso X rondaba las 20 galeras. En el repartimiento de Sevilla aparecen 17

54

La Militar Orden de Santa María de España, conocida también como Orden de la Estrella, de carácter

naval, fue creada por el rey Alfonso X allá por el año 1270, para defensa de la Corona de Castilla. Se

instituyó al modo de la Orden de Calatrava y formaron parte de la misma tanto caballeros como clérigos.

Desde 1273, se integró en la Orden del Císter, por expreso deseo del rey. Los hábitos eran una túnica ne-

gra y una capa roja con una estrella dorada, en cuyo interior se encontraban bordadas las armas de la

Corona.

La sede matriz y conventual de la Orden se encontraba en Cartagena (Murcia), en un convento cis-

terciense que el rey mandó construir y en el que expresó su deseo de ser enterrado al morir. La Orden fue

puesta bajo la advocación de la Virgen del Rosell, talla del siglo XIII, representativa de la iconografía

mariana de la reconquista y que se encuentra en Cartagena. Puede que esto tenga relación con la catedral

antigua de Cartagena.

La Orden poseía por donación real castillos como los de Alcalá de los Gazules (Cádiz), Berroquejo

(Jerez de la Frontera, Cádiz), La Concepción (Cartagena, Murcia), Oropesa (Toldo), San Marcos (El

Puerto de Santa María, Cádiz) y Torrestrella (Medina-Sidonia, Cádiz), y tenía también sedes en los puer-

tos de San Sebastián, La Coruña y El Puerto de Santa María, dependientes de la principal en Cartagena.

La Orden tuvo su ocaso, como podrá verse, en 1280.

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cómitres (cada uno con su galera). A ello hay que sumar la galera de la Orden de San-

tiago y las dos del Almirante. Además, es probable que Alfonso pudiera contar con la

colaboración de la (portuguesa) Orden de Avis,55

al menos de su base de Albufeira, de

Calatrava,56

y puede que con otros navíos santiaguistas de la costa del Algarve o cas-

tellana.57

Es de suponer que la Orden de Santa María (desde 1272) pudiera aportar al-

gunas naves o recursos partiendo de su base en El Puerto de Santa María. Además,

siempre podía llamar a la contribución del resto de las villas marítimas del sur y del

norte. No obstante, la reunión de las galeras mediterráneas con las atlánticas era algo

problemático, al menos durante el reinado alfonsí, por la dificultad de navegación del

estrecho y el hecho de tener que salvar la más que probable oposición que represen-

tarían las naves musulmanas con base en Algeciras58

y Almería.59

No obstante, la movilización de la flota y su actuación conjunta no sería fácil. Por un

lado, las aportaciones de las villas a las campañas reales y las galeras de la Orden de

Santiago tenían un período de servicio de tres meses…, de ahí el interés de Alfonso en

que los cómitres de Sevilla firmaran (junto con sus naves y equipo) por un período

mucho más largo, casi indefinido. Por otro lado, había que llamar con antelación al

conjunto de las tropas (especialmente las levas de las villas de tres a seis meses).

Finalmente hay que tener en cuenta que esas mismas galeras y navíos que hacían la

guerra también comerciaban, por lo que es probable que pasaran temporadas fuera de

puerto o que presentaran problemas para la continuación de las campañas militares du-

rante un período prolongado, lo que podríamos definir como el carácter mixto de las

flotas de la época. A todo ello se unían los problemas meteorológicos y tecnológicos de

la época de mantener una flota permanente en el mar.

A esas tropas Alfonso X buscó añadir otros navíos, bien por alianza, bien por alquiler.

Sabemos que estableció contratos al respecto con los genoveses. Firmó pactos políticos,

bajo el marco de la cruzada, con potencias marítimas como Pisa, Génova, Marsella, In-

55

Fundada en 1166 como Orden de Évora, a partir de la conquista de la ciudad de Avis, en 1211, pasó a

llamarse Orden de Avis.

56

Esta Orden también contaba con navíos. En 1254 confirmó el rey Alfonso X una donación de su padre

Fernando III a la Orden de Calatrava, reconociéndosele que tenía un barco en el Guadalquivir.

57

Todo ello con sus tensiones y competitividad, por mucho que hubiera cooperación en algunos aspec-

tos.

58

Algeciras era puerto estratégico fundamental, de ahí las diferentes campañas para su conquista. Una

idea del daño que hacían los buques y puerto de Algeciras a Castilla en esta época nos viene en la carta

que Sancho IV (1284-1295), el 21 de abril de 1292, expide a diversos obispos solicitando oraciones y

misas para el éxito de la campaña que va a acometer contra dicha plaza. Archivo Catedralicio de Badajoz,

carpeta III, nº 7, inserto en testimonio notarial del 19 de mayo de 1292. Publicado en Carmelo Solís Ro-

dríguez, “Archivo de la catedral de Badajoz. Documentos en pergaminos medievales”, Memorias de la

Real Academia Extremeña de las letras y las artes, IV (1998), 684-685.

59

Diversas fuentes en árabe nos comentan la fuerza y tipos de navíos que se podían encontrar en dicho

arsenal y astillero.

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glaterra (buques de Gascuña) y Noruega. No obstante, los pactos con Pisa y Marsella

duraron muy poco tiempo, y de los acuerdos con Inglaterra y Noruega no pudo sacar

nada en limpio. Por otro lado, pudo contar con la colaboración portuguesa y aragonesa

en determinadas fases.

7.- Rutas de comunicación, puntos de apoyo, dársena y fondeaderos.

Hay ciertas zonas de paso o rutas comunes muy utilizadas en el Mediterráneo por don-

de se pueden establecer puntos de control o forzar actividades armadas, siendo un ejem-

plo típico de ello los estrechos. Además son necesarios puntos de descanso de la flota

donde al menos puedan aguar y/o protegerse durante las tormentas. Pero el disponer

únicamente de puertos, sin una flota para usar, no impedirá la acción naval del ene-

migo.

8.- Inteligencia militar.

Otro aspecto estratégico poco estudiado hasta ahora es el de la inteligencia militar

aplicada al mar. Es decir, los servicios de información y desinformación. Parece claro

que actividad comercial e información iban unidas en la Edad Media (casi del mismo

modo que comercio y guerra), siendo muchas veces estos mismos mercantes los que

pueden informar de las rutas de navegación, los puertos e inclusive las fuerzas presentes

en ellos. Pero tan importante como una información actualizada y veraz es la capacidad

de facilitar informes falsos al enemigo (desinformación). A tenor de lo que sabemos de

la época alfonsí, los poderes musulmanes parecieron gozar de un envidiable servicio de

información (tienen noticias de casi todos los planes castellanos en fechas como 1252,

1260, 1264, muy destacadamente en Ceuta), mientras que Alfonso X, con buenos co-

nocimientos geográficos, cometería varios errores estimativos por la falta de una infor-

mación veraz y actual (como la rebelión mudéjar de 1264, o el primer asalto benimerín

en 1275).

9.- Agentes políticos.

A la hora de establecer una estrategia de actuación, hay que saber quiénes van a ser

los poderes con que, en este caso Alfonso X, va a tener que tratar. Podríamos dividir a

estos protagonistas en tres grupos atendiendo a su proximidad geográfica a la zona.

De corto alcance: como la situación interior en el reino de Castilla-León (nobleza),

Portugal, Aragón, Granada, los arráeces, almohades, benimerines, Ceuta, milicias en el

norte de África.

Medio: Tlemecén, Túnez, Génova, Pisa, Marsella, Sicilia.

Largo: Inglaterra, Noruega.

La Santa Sede y el ámbito eclesiástico jugarían igualmente un papel importante como

elemento legitimador de las campañas, intermediario en pactos y principal agente finan-

ciador, bien voluntaria (beneficios cruzados), bien involuntariamente (violencias del

fisco real sobre la hacienda eclesiástica).

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Ya hemos hablado con anterioridad de los intereses castellanos y aragoneses en el

área. Portugal, una vez acabada su reconquista peninsular, también parece que se plan-

teó una expansión ultramarina, a la vez que se mantenía la tensión con Castilla por el

tema de la delimitación de fronteras, especialmente en el Algarve.

Potencias marítimas como Pisa y, sobre todo, Génova también mantenían su presencia

comercial en el área, interesadas tanto por el comercio local mediterráneo como a posi-

ble vía de comunicación a los puertos de Flandes y el Canal (especialmente desde

1274). Ambas potencias enfrentadas60

buscaban la continuidad de dicha presencia,

tuviera quien tuviera el control de los puertos de la zona y el paso del estrecho.

En el lado musulmán estaría el nuevo reino nazarí de Al-Ándalus. Granada, con su

primer rey nazarí Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr (1232-1238-1273) y su sucesor

Muhammad II (1273-1302), también tenía sus propios intereses en controlar el área del

estrecho, tanto por motivos comerciales como por controlar el “flujo” de tropas que pu-

dieran provenir del norte de África. Afortunadamente para Castilla, Alfonso pudo jugar

la baza de los arráeces (desde 1266 en adelante), que reclamaban su independencia

frente a Granada y entre cuyas bases territoriales se encontraba el importante puerto de

Málaga.

Otro elemento a tener en cuenta es la presencia de importantes milicias cristianas al

servicio de todos los poderes musulmanes de la zona (incluyendo a los benimerines

hasta 1280). A este respecto parece ser que el relativo control que pudo tener Fernando

III sobre las tropas mercenarias castellanas destacadas en África desapareció por com-

pleto en época alfonsí, nutriéndose éstas de un abultado número de renegados, rebeldes,

desnaturalizados (además de otros aventureros).61

Por otro lado, Aragón sí pareció

ejercer un cierto dominio sobre sus mercenarios, tanto en Tlemecén como especialmente

en Túnez durante toda la mitad del siglo XIII. La pretendida intervención de Aragón en

el norte de África desembocará en la conquista de Sicilia (año 1282).

En el Magreb asistimos a los últimos estertores del gobierno almohade en pugna con

el naciente poder benimerín, con Abu Yusuf Yaqub (1259-1269-1286), que como toda

nueva potencia musulmana hasta ese momento aspira a expandirse y controlar Al-

Ándalus. Ello facilitaría una situación inestable que propicia el sostenimiento de pode-

res independientes como Ceuta, con Abu-l-Qasim ibn al-Azafi (1249-1279), fundamen-

tada en su poderosa flota. A esas potencias habría que sumar el Túnez de Al-Mustansir

Billah (1249-1277, ya fuera del radio de interés directo de Castilla), a salvo de las

acometidas benimerines gracias al reino tapón de Tlemecén (Ibn Zayan Yagmuras,

1240-1287).

60

Génova acabaría con la capacidad militar de Pisa en 1284, al tiempo que aún sostenía su enfrenta-

miento con Venecia.

61

A los que hay que añadir aquellos caballeros en rebeldía contra Alfonso X refugiados en Granada y

que prestaron sus servicios allí.

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10.- Situación de las fuerzas musulmanas como posible objetivo de los castella-

nos: fortificaciones y capacidad naval.

Una consideración para empezar: las principales capitales del área del Magreb sobre

el que Castilla tenía interés, Marrakech, Mequínez, Fez, Tlemecén, al ser ciudades del

interior, no son susceptibles o propicias a un asalto marítimo frontal, como podía ser el

caso de Mallorca, Túnez y, en menor medida, Valencia, por lo que no se podía esperar

descabezar de un solo golpe la jefatura almohade, benimerín o de Tlemecén.

En Al-Ándalus, los principales puertos militares (con atarazanas) eran Algeciras62

y

Almería. En una segunda línea podríamos citar los puertos de Tarifa, Gibraltar y Málaga

(ésta con una importante comunicación con Badis, al otro lado del estrecho). En una ter-

cera línea, también con capacidades militares, estarían los puertos (granadinos) de Sa-

lobreña y Almuñécar. Mientras tanto, Ceuta era el puerto clave para el control del es-

trecho desde el Magreb, seguido por Orán como puerto militar. En una segunda línea

Salé/Rabat y Tánger. Y en una tercera posición Arcila, Tsamis/Larache, Melilla y

Taount.

Mientras que los puertos del estrecho habían sido ampliamente fortificados entre los

siglos IX y X, y mantenidos durante los siglos posteriores, una buena parte de los

puertos atlánticos africanos tenían sus orígenes en la época romana (Salé, Tsamis. Tán-

ger) y contaba con unas fortificaciones preferentemente orientadas hacia el interior

(contra los bereberes, ya que el dominio del mar era romano), habiendo sido escasa-

mente reformadas con posterioridad. Esto suponía una ventaja táctica para los atacantes

que provinieran del mar, cosa de lo que sacarían provecho los castellanos en sus ataques

a Salé y Tsamis/Larache, y que provocarían la refortificación de la primera y el aban-

dono de Tsamis por parte de los benimerines.

La capacidad naval musulmana en esta época y área era limitada y estuvo fragmentada

durante un primer tiempo. Ceuta poseía la flota más importante, seguida de Túnez. Los

benimerines tendrán que esperar hasta 1272-1274 para conquistar las ciudades de Tán-

ger, Melilla y Taount, y someter a la ciudad de Ceuta, entre 1274-1275, para atreverse a

lanzar un desembarco en las costas peninsulares, en 1275. La impunidad con que parece

que actuó la flota castellana entre 1257 y 1269 (aunque no pudo frenar el paso de al-

gunas naves en 1264-1266) es una muestra de la inefectividad de la marina meriní o

benimerín. Granada, que contaba con las bases principales de Algeciras, Málaga y Al-

mería verá cómo la segunda pasa a poder de los arráeces independientes en tratos con el

rey castellano. Pero además de la pugna entre Castilla y los poderes musulmanes, se es-

tablecería otra sórdida lucha entre benimerines y granadinos por ganar los principales

puertos para el control del estrecho, a partir de 1275.

62

En la provincia de Cádiz. Reforzada como fortificación en el siglo IX, al igual que Sevilla, defendién-

dose ante los ataques vikingos.

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11.- Objetivos y desarrollo de la estrategia y campañas.

La estrategia naval de Alfonso X era construir una flota que cumpliera las dos pre-

misas esenciales de protección de la costa propia y ataque de la del enemigo. Dicha

campaña iría in crescendo desde 1255 hasta 1279, con los lapsos de la rebelión mudéjar

(1264-1266), y el período de recuperación y reorganización de la frontera (1267-1269).

Tanto las Cantigas como otras fuentes cronísticas y diplomáticas ceutíes y granadinas

nos informan que los puertos norteafricanos deseados por Alfonso X eran Arcila y Ceu-

ta. Otra documentación peninsular nos habla que los puertos peninsulares ambicionados

por Alfonso X eran Algeciras y Tarifa. En cualquier caso estos cuatro puertos eran cla-

ves para el control marítimo del estrecho (especialmente si cambiamos Arcila por Gi-

braltar).

De todas las campañas navales llevadas a cabo por Alfonso X contra puertos fortifi-

cados musulmanes quizá la más controvertida sea la toma de Salé en 1260. Este acto

tiene una serie de antecedentes ya comentados, y una serie de precedentes inmediatos:

las acciones navales castellanas en 1256-1258 de control del mar,63

el marco de la cru-

zada alfonsí –con presión pontificia en 1259–, los tratos con Aragón y las relaciones

entre Ceuta-Granada-Castilla-benimerines.

Estas últimas eran ciertamente complicadas. Mientras que los benimerines luchaban

por acabar con los restos del Imperio Almohade, Ceuta se movía en aguas turbulentas

entre las diferentes partes. Cartas de 1257-1258 nos hablan de un clima de entendi-

miento entre nazaríes, ceutíes y benimerines. Entendimiento que duraría poco, ya que

un año más tarde Ceuta sufriría el golpe, momentáneo, de la pérdida de Tánger en 1259

a manos benimerines, mientras que en 1261 rechazaba con éxito un asalto granadino.

Parece que Ceuta suscribió un pacto con Fernando III entre 1249 (después de que su

flota fuera derrotada en 1248 y que ascendiera al poder la dinastía Azafi) y 1251. Al

menos eso es lo que se desprende de una carta fechada hacia 1251 en la que el ceutí

(Abu’l Qasim) se dirige al sultán almohade (Al-Murtada) en busca de ayuda económica

para satisfacer la demanda de una nueva tregua con el castellano al tiempo que le da

cuenta de los amplios preparativos cruzados del mismo. Otros autores marroquíes no

admiten la existencia de ningún pacto con Castilla, aunque piensen que pudo haber con-

tactos con Fernando III hacia 1250, y consideran que Granada estaba aliada con Castilla

en su lucha contra Ceuta. Por cierto, de todo ello se desprende que Ceuta parecía estar

extraordinariamente bien informada de los preparativos cruzados de Alfonso X, ya que

hay referencias a ellos en cartas de 1253, 1259-1265.

Los datos conocidos sobre la campaña en sí, por medio de las escasas referencias en la

Crónica de Alfonso X, las Cantigas y, sobre todo, gracias a las fuentes musulmanas, es

que Alfonso, en aquel año 1265, logró reunir una flota d 37 naves, entre naos, galeras y

otros barcos menores. Dicha flota tuvo como punto de reunión Cádiz o El Puerto de

Santa María, del que partiría entre el 2 o el 4 de septiembre, llega a Salé y la toman al

asalto, por sorpresa, entre los días 6-8. La lograrán retener durante 12 ó 14 días, hasta

63

Recuérdese la toma de Taount en 1256-1257, así como la comprobada intervención de la flota caste-

llana en aguas gaditanas en 1258.

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que los castellanos se ven sitiados por las fuerzas terrestres enviadas por el emir be-

nimerín. La retirada de la flota castellana, hacia el día 22, cargada de esclavos y botín se

efectuará con orden, pero su vuelta a casa será lenta, obligados a parar por la escasez de

agua a bordo y las condiciones náuticas. Las fuentes musulmanas incluso hablan de que

parte de la flota acabaría refugiada en Lisboa, al considerar su almirante que la campaña

había sido un fracaso… Los restos de la misma (25 naves) llegarían a Sevilla hacia el 2

de noviembre. Poco después, enviados benimerines a la ciudad hispalense para la nego-

ciación por el rescate de cautivos, comentarían ellos que Alfonso X estaba preparando

nuevos refuerzos. Mientras, Salé era refortificada por los benimerines construyendo

nuevas defensas frente a los ataques por el mar.

Hay varias razones por las que creer que Salé debe considerarse más como un objetivo

de oportunidad, un ataque en busca de botín e información a gran escala, que un ataque

deliberado para la conquista permanente de tierra dentro del marco de una cruzada. Para

empezar, el número de navíos es insuficiente. Todos los taques anteriores y posteriores

sobre posiciones musulmanas en el Mediterráneo, en el marco de las cruzadas, cuentan

con una fuerza superior a 100 naves. Así ocurre en el caso de la conquista de Mallorca

en 1229, la primera cruzada de Luis IX de Francia a Damieta en 1248, la segunda cru-

zada del santo rey francés a Túnez en 1270, el propio sitio de Algeciras en 1278-1279, o

la flota aragonesa que tomaría Sicilia en 1282 pero que se había levantado bajo el pa-

raguas de un ataque a las costas magrebíes…

Una segunda razón es que todas esas expediciones cruzadas anteriormente mencio-

nadas habían sido encabezadas por un rey. Una tercera razón es que, aun contando con

un posible debilitamiento dentro de los gobiernos almohade y benimerín de la zona (de

hecho parece que se aprovechó la posible llamada de auxilio –requiriendo hombres y

armas– por parte del nuevo gobernador independiente de la villa), era prácticamente im-

posible creer que se podría mantener una plaza situada a un mínimo de cuatro días de

viaje por mar, totalmente rodeada por fuerzas enemigas por tierra. La experiencia ante-

rior ya hablaba de los fracasos de ese tipo de intentos, como el de la conquista de Al-

mería (1147), y recordemos que Alfonso X era bien consciente de las lecciones histó-

ricas.

Por otra parte, septiembre es un mes en el que la navegación cerca del área del estre-

cho ya es francamente peligrosa, y no se podría confiar en que llegaran refuerzos en el

mes de octubre. Además, resulta raro que se realizara una campaña planificada en esa

fecha, cuando lo normal era reunir la flota el primero de mayo para aprovechar que los

tres meses de servicio de los buques coincidieran con el mejor período para la navega-

ción (como ya se había hecho en 1258). Lo cierto es que hasta fines de abril de ese año

se mantienen los contactos con Jaime I para que permita que participen vasallos suyos

en el fecho africano de Alfonso X (el aragonés le veta Túnez). En fecha tardía se nom-

bra a un nuevo almirante, el 27 de julio de 1260, en la figura de Juan García de Villa-

mayor, cuando probablemente la flota que pudiera venir del norte ya era hora de que re-

gresase a sus puertos (a riesgo de invernar anclados en el sur).

Por lo tanto, el tamaño de las fuerzas empleadas, su composición y el hecho de que se

realizara la campaña en una época comprometida nos habla de otro tipo de propósitos.

Puede entenderse que Salé fuera un objetivo de oportunidad. Probablemente ante las

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presiones pontificias, y sobre todo las noticias de disensión entre los benimerines y la

oferta de acoger tropas/armas castellanas por parte del nuevo gobernador independiente,

el rey Alfonso decidió sacar a toda su flota con base en Sevilla para acometer el saqueo

de la próspera Salé, en una ápoca ya tardía para campañas marítimas. Salé era amplia-

mente conocida por sus relaciones mercantiles con la Península y por su punto de des-

tino de la ruta del oro subsahariana. En este sentido, este tipo de ataque es parecido a la

estrategia que ya se llevaba a cabo en tierra durante el período de la reconquista, estra-

tegia de campañas limitadas de castigo y saqueo, junto con otras de mayor envergadura.

Además, probablemente Alfonso también pensara en recabar información de primera

mano de la zona y probar su nueva flota.

Además de esa “estrategia” terrestre llevada a la mar, en ese mismo período se está

gestando otro tipo de estrategia aplicada a la cruzada y que se plasmaría en el II Con-

cilio de Lyon (1274) y a la que hay que tener en cuenta como contexto. Nos referimos a

la teoría del “passagium particulare” y el “passagium generale”, que defendía el lan-

zamiento de una serie de campañas preventivas/preparatorias de carácter limitado (pas-

sagium particulare/primer passagium) que antecederían y prepararían el camino para el

gran ataque (passagium generale).

Claramente Salé hay que enmarcarla dentro del proyecto de la cruzada africana de

Castilla iniciada en 1252, amplificada por su proyecto imperial desde 1257. Sin embar-

go, no ha de creerse que Salé fuera la meta última. Entre los años 1261-1264 hay am-

plias muestras de que la actividad alfonsí no cesa, dentro de ese marco cruzado;64

sigue

pidiendo dinero para la campaña africana en las cortes (1261, 1262); se toma Niebla en

1262 y se controla efectivamente el área de Cádiz-Jerez; prosiguen las negociaciones

con Inglaterra y Noruega (ambas fallidas en 1262), resultando también fallidas las nego-

ciaciones con Génova (enfrascada en revueltas internas65

y una guerra con Venecia);

hay contactos con Granada para una posible colaboración en el norte de África (1262),

etc. Además, las propias fuerzas musulmanas nos informan que Alfonso X estaba prepa-

rando “refuerzos” (probablemente éstos no tuvieran nada que ver con Salé) tras la con-

quista de la ciudad atlántica y que se esperaba un ataque inminente a gran escala en

1264, lo que provocaría que el gobernador azafí de Ceuta decidiera ordenar la destruc-

ción de las murallas de la ciudad portuaria de Arcila para evitar su uso por el enemigo

castellano.66

Como ya hemos dicho, parece que se estaba preparando una nueva acción naval en

1264, cuando estalla la rebelión, debiendo emplearse la flota en su represión (control de

64

No obstante, en 1262, la Santa Sede parece desentenderse un poco del proyecto africano alfonsí e in-

tentará volver a extraer recursos castellanos para el frente oriental (Bizancio, Tierra Santa).

65

El gobierno personal de Guillermo Bocanegra, “capitano del popolo” (de orientación gibelina), que se

había impuesto en 1257 sería derrocado en 1262 por la rebelión de la “nobleza” (de orientación güelfa)

que vuelve a reinstaurar el sistema tradicional comunal.

66

Arcila, reedificada por los Omeyas en el siglo X, dependía en ese momento de Ceuta y, aunque semia-

bandonada, constituía un excelente puesto desde el que ejercer un cierto dominio negativo del mar a

buena distancia de las costas peninsulares.

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las costas, apoyo a tierra), no dando abasto y teniéndose que solicitar la intervención

portuguesa y aragonesa. Tras un período de reorganización parece que hubo un par de

ataques en 1269 sobre Larache y Tsamis (en un período de pacto con Ceuta). Luego los

problemas internos y el proyecto imperial volverían a imponer un respiro hasta que en

1275 Alfonso X vea arruinado su sueño imperial y sus tierras arrasadas por granadinos

y benimerines. La invasión vino favorecida por un fallo de apreciación de Alfonso X

que consideraba imposible que los benimerines tuvieran la unidad y la capacidad naval

suficiente para realizar un desembarco. La posterior reacción castellana, sin embargo,

iría encaminada a conseguir con un golpe el control del estrecho y limitar así la llegada

de refuerzos: el fallido sitio de Algeciras (1278-1279).

12.- Conclusiones.

Alfonso X, a pesar de la escasa repercusión en las fuentes cronísticas, llevó a cabo una

consciente política naval para la creación de una flota de disponibilidad “permanente”,

dentro de los cánones de la época, que tendría como bases una serie de puertos recono-

cidos como Sevilla, El Puerto de Santa María, Cartagena y Cádiz. Esa política se quiso

reforzar con la implicación de las órdenes militares y creación de una nueva Orden

Militar de carácter naval, de control real, como fue la fallida Orden de Santa María.

Las campañas navales de Alfonso X se extienden a lo largo de todo su reinado. Em-

plea la flota tanto en misiones de defensa y ataque de la costa como en apoyo a la fuerza

terrestre.

Salé no fue el fin último de su cruzada africana y de su planteamiento ofensivo res-

pecto al norte de África. La rebelión mudéjar (1264) le obligaría a plantear con más

fuerza la necesidad de controlar los puertos y costas peninsulares, aunque no había ol-

vidado esa necesidad como demuestra la conquista efectiva de la zona de Niebla, Jerez

y Cádiz entre 1260-1262.

El conocimiento de la necesidad de controlar las costas propias antes de lanzarse a la

conquista de las tierras del otro lado del estrecho también fue demostrado por los meri-

níes, quienes se aseguraron las principales plazas costeras: Salé (1260), Larache (1269),

Tánger, Melilla, Taount (1272-1273), ordenando la construcción de navíos allí, y el so-

metimiento de Ceuta (1274-1275), antes de lanzarse a cruzar el estrecho a gran escala

en el verano de 1275.

Fueron muy escasos los enfrentamientos puramente navales, y el único claro de ellos,

el que se desarrolló a consecuencia del cerco de Algeciras, constituyó un rotundo fra-

caso de las armas castellanas –por problemas logísticos–, perdiendo gran parte de sus

naves (no así su gente cualificada); teniendo que volver a confiar fuertemente en la ayu-

da extranjera para el sostenimiento de las acciones navales en el período 1279-1281,

pidiendo fuerzas a Génova, Aragón e Inglaterra (Gascuña). Lo cual no hace más que

confirmar la debilidad de la flota castellana del sur, y una posible bisoñez de sus efec-

tivos, durante esta primera fase de la batalla por el estrecho.

Al estudiar las redes castrales o de fortificaciones costeras hay que tener en cuenta, a

un nivel general, las necesidades estratégicas obvias de protección de la costa y control

de las rutas de comunicación, así como de los puntos de población y recursos. Pero ade-

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más, se han de considerar las características técnicas de la flota de la época y su ca-

pacidad de navegación o autonomía, determinada, determinada por su velocidad diaria y

la necesidad de reabastecimiento (aguada).

Si bien el asalto por parte de las marinas y sus fuerzas embarcadas no influyó en un

nuevo planteamiento de los castillos (éstos mantuvieron un diseño clásico desde princi-

pios del siglo XIII hasta la segunda mitad del siglo XIV, cuando se comprueba la efec-

tividad de las armas de asedio de fuego), sí es cierto que la continua actividad naval al-

fonsí provocó que los estados musulmanes refortalecieran sus puertos a ambos lados del

estrecho y se planteasen la necesidad de un mayor control de las costas mediante atala-

yas y otros sistemas. Mientras que en los puertos de Al-Ándalus y Ceuta, tanto nazaríes

como meriníes, se limitarían a refortificar masivamente sus puertos y facilidades nava-

les (especialmente Algeciras, Gibraltar y Tarifa); la mayor parte de los enclaves musul-

manes norteafricanos del Atlántico se vieron obligados a replantear por completo sus

sistemas fortificativos, orientándolos hacia el nuevo peligro que procedía del mar. Por el

otro lado, los castellanos tuvieron que plantearse la defensa y organización de una nueva

frontera que conjugase la protección de su propia “nueva” costa meridional y su cone-

xión con la frontera interior respecto al reino de Granada.

A estas avanzadas alturas del siglo XIII, la armada (fuerzas embarcadas) se muestra

capaz de asaltar posiciones fortificadas. Una cruzada/campaña naval es más cara y exige

más preparación previa (galeras, alquiler de naves de transporte, logística embarcada)

que una terrestre, aunque cada una tenga sus ventajas e inconvenientes.

Finalmente, repetir los dos conceptos o elementos estratégicos básicos de este artícu-

lo: la flexibilidad/profundidad de la frontera marítima y el carácter mixto de las flotas de

la época.

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EPÍLOGO II

ALFONSO X Y EL IMPERIO

Lo que sigue está prácticamente tomado67

como artículo de Julio Valdeón Baruque,

Universidad de Valladolid, IV Semana de Estudios Alfonsíes, Año 2004.

El “fecho del Imperio”.

Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León en la segunda mitad del siglo XIII, en

concreto entre los años 1252 y 1284, fue, como ha señalado con indudable acierto el

profesor Manuel González Jiménez, uno de los más destacados estudiosos de dicho

monarca, “el más universal de nuestros reyes medievales”.68

Hijo y sucesor de Fer-

nando III, el rey que unificó definitivamente, en el año 1230, los reinos de Castilla y

León, y de la princesa alemana Beatriz de Suabia, nieta del emperador Federico I Bar-

barroja, Alfonso X fue, en el transcurso de su reinado, uno de los candidatos al Imperio

Germánico. Aquel acontecimiento, sin duda el proyecto más ambicioso de cuantos ela-

boró durante su reinado el monarca de que hablamos, se denominaba en las tierras de la

corona de Castilla con la sugestiva expresión de “el fecho del Imperio”. Ahora bien, su

pelea por lograr ser coronado emperador germánico tuvo en jaque al monarca caste-

llano-leonés Alfonso X nada menos que alrededor de veinte años, en concreto desde

1256, fecha en que le propusieron que presentara su candidatura al Imperio Germánico,

hasta 1275, año en el que se puso punto final al proyecto que nos ocupa.

La Europa cristiana contaba con un emperador desde el año 800, fecha en la que fue

solemnemente coronado en Roma, por el pontífice de la época (León III), el destacado

monarca franco Carlomagno. De esta forma renacía el viejo Imperio Romano, aunque

en esta ocasión, justo es reconocerlo, el Imperio se hallaba estrechamente ligado al Pon-

tificado y, por supuesto, a las tierras de la Europa cristiana. Ahora bien, una vez que

desapareció del mundo franco la dinastía carolingia el título imperial renació en la Cris-

tiandad europea en la décima centuria, en concreto con Otón I, aunque en esta ocasión

ubicado en las tierras germánicas. Conviene recordar que al puesto de emperador se

accedía por la vía de la elección, lo que contrastaba rotundamente con las monarquías

europeas, en las que funcionaba la línea de sucesión hereditaria. Ahora bien, desde el

año 1137 se hallaba al frente del Imperio Germánico la poderosa familia de los Staufen,

a la que pertenecía, por parte de su madre, el monarca castellano-leonés Alfonso X. Pr

otra parte los emperadores germánicos habían mantenido, desde mediados del siglo XI,

una dura pugna con los pontífices romanos. Estamos hablando de la denominada “que-

rella de las investiduras”, cuyos principales protagonistas fueron, precisamente en la

67

Con saltos sobre notas.

68

González Jiménez, M. (1993): Alfonso X. 1252-1284, Palencia. Otro autor destacado es Antonio Ba-

llesteros Beretta.

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~ 42 ~

segunda mitad de la undécima centuria, el emperador Enrique IV y el pontífice Gregorio

VII. Aquel enfrentamiento se proyectó, asimismo, en la gestación de dos grupos polí-

ticos rivales, los “güelfos”, nombre que se aplicaba a los defensores del papado, y los

“gibelinos”, que eran los partidarios de la causa imperial. La lucha entre “güelfos” y

“gibelinos”, sin duda muy tensa, se desarrolló particularmente en las tierras italianas.

El último gran emperador de la Europa cristiana fue, como es sabido, Federico II, el

cual era, al mismo tiempo, rey de Sicilia, “evitando una excesiva actuación del poder

imperial sobre Italia”, como ha manifestado el historiador Carlos Estepa.69

El papado

quería que el reino de Sicilia no estuviera adscrito al emperador germánico. Por lo de-

más, Federico II, que tenía lazos familiares directos con Alfonso X el Sabio, reivindi-

caba para el cargo que ostentaba el dominium mundi. El Imperio Germánico se definía,

en la mente de Federico II, como “romano, universal y absoluto”. Es más, Federico,

que reclamaba la capitalidad romana, decía ser un sucesor del emperador romano Au-

gusto. ¿No se ha dicho de él, por otra parte, que fue uno de los precursores del deno-

minado “estado moderno”? Pero sin duda lo más llamativo de su actividad política fue

la actitud de tolerancia que mostró hacia los musulmanes y los judíos. Algunos de sus

propagandistas han señalado que Federico II poseía indudables “cualidades mesiáni-

cas”. De todos modos, sus disputas con los pontífices romanos derivaron en el hecho de

que Federico II llegar a ser excomulgado en dos ocasiones. Pese a todo, muchos estu-

diosos del Imperio Germánico en la época en que estamos hablando han presentado a

Federico algo así como un modelo en el que buscó inspiración Alfonso X.

La petición de la embajada pisana.

En el año 1250 falleció el emperador Federico II. Se abrió entonces en las tierras ale-

manas una fase de fuertes tensiones en la pugna por el Imperio Germánico, la cual duró

simplemente hasta el año 1256. En esa etapa pugnaron por el Imperio Germánico Con-

rado IV, que era hijo del emperador Federico II y por lo tanto representante del bando

de los Staufen, cuya muerte tuvo lugar en el año 1254, y Guillermo de Holanda, el cual

contaba con el apoyo del bando papal y que abandonó este mundo dos años después, en

1256. Fue precisamente en este último año cuando la ciudad italiana de Pisa decidió en-

viar una embajada a las tierras de la corona de Castilla, con el objetivo de animar al

monarca Alfonso X, que era hijo de una alemana de la familia de los Staufen, la antes

mencionada princesa Beatriz de Suabia, a que no tuviera el menor reparo en presentar

su candidatura al Sacro Imperio Romano Germánico, el cual se hallaba vacante. Con-

viene recordar que la embajada citada se hallaba en el ámbito de los gibelinos, es decir

de los partidarios de la casa imperial. Los pisanos del bando gibelino, no lo olvidemos,

estaban seriamente preocupados por el auge que, día a día, iban alcanzando los güelfos,

los cuales contaban con la ayuda de la familia francesa de los Anjou. Pero en ese mismo

año 1256 el rey Alfonso X había logrado dos importantes éxitos en las tierras hispá-

nicas, consiguiendo que el reino de Navarra se situara bajo la influencia de la corona de

69

Estepa, C. (1984): “Alfonso X y el „fecho del Imperio‟”, en Revista de Occidente, diciembre, 45.

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Castilla y llegando a un acuerdo con el rey de Aragón Jaime I. En definitiva, como ha

manifestado en una muy interesante monografía Manuel González Jiménez, “Alfonso X

había conseguido erigirse, de forma sutil y nada altanera, en la figura predominante

dentro del panorama político peninsular, o lo que era lo mismo, en „emperador de

España‟”.70

La embajada pisana, a cuyo frente se hallaba un personaje muy significativo, llamado

Bandino di Guido Lancia, llegó a la ciudad de Soria el día 18 de marzo del año 1256.

Aquel día los pisanos se entrevistaron con el monarca Alfonso X el Sabio. El encuentro

tuvo lugar en el alcázar real de aquella ciudad castellana. Sin duda parece oportuno que

recojamos lo esencial de la propuesta que formularon los delegados pisanos: “Como la

comunidad de Pisa, toda Italia y casi todo el mundo os considera extraordinario, in-

vencible y victorioso señor Alfonso, rey por la gracia de Dios de Castilla, Toledo, León,

Galicia, Sevilla, Murcia y Jaén, como el más distinguido de todos los reyes que viven o

que vale la pena recordar… y además saben que Vos amáis sobre todo la paz, la

verdad, la piedad y la justicia, que vos sois el más cristiano y más fiel… sabiendo que

descendéis de la sangre de los duques de Suabia, una casa a la que pertenece el Impe-

rio con derecho y dignidad por decisión de los príncipes y por entrega de los Papas de

la Iglesia…”. También se afirmó que en el monarca Alfonso X podían “reunirse por

sucesión los Imperios divididos por abuso, pues descendéis de Manuel, que fue Empe-

rador de los Romanos”.71

¿Cabían mayores elogios al monarca castellano-leonés Alfon-

so X el Sabio que los llevados a cabo por la embajada pisana? Por lo demás, ¿no pre-

sentaron al monarca Alfonso X los emisarios de la ciudad italiana de Pisa como el más

esclarecido rey de cuantos había en todo el orbe cristiano de aquel tiempo?

Lo cierto es que, como respuesta a la solicitud hecha por los pisanos, Alfonso X

acordó prestar apoyo a los hombres de negocios de la mencionada ciudad italiana. Al

mismo tiempo, se decidió enviar a las tierras italianas un cuerpo de ejército, integrado,

al parecer, por unos 500 caballeros, con el propósito de ayudar a los pisanos en la pugna

militar que sostenían por esas fechas tanto con la ciudad de Florencia como con la de

Génova. De todos modos, poco tiempo después la ciudad de Marsella, que también en-

vió una delegación a las tierras hispanas, en concreto a la ciudad de Segovia, se sumó a

la postura adoptada por los pisanos. Conviene señalar que en la ciudad de Marsella, ve-

cina del mar Mediterráneo, ejercía el dominio político en aquellas fechas un grupo to-

talmente hostil al magnate nobiliario francés Carlos de Anjou. A raíz de aquel suceso,

Alfonso X decidió firmar un pacto de ayuda mutua con los marselleses. De todos mo-

dos, el apoyo de Marsella fue efímero, pues poco tiempo después el poder político de

aquella ciudad pasó al bando contrario, en concreto al conde de Provenza.

La petición efectuada por la embajada pisana al monarca castellano-leonés Alfonso X

ha motivado diversas interpretaciones por parte de los estudiosos de este complejo tema.

70

González Jiménez, M. (2004): Alfonso X el Sabio, Barcelona, 111.

71

El discurso pronunciado por el dirigente de la embajada pisana, traducido en su día del latín al caste-

llano por el marqués de Mondéjar, está incluido en la obra de Cayetano J. Socarrás (1976): Alfonso X of

Castile: A Study of Imperialistic Frustration, Barcelona, apéndices IX y X.

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El historiador Cayetano J. Socarrás ha manifestado que Alfonso X el Sabio vio en la

petición llevada a cabo por la embajada pisana la posibilidad de resucitar la antigua idea

imperial hispana, es decir, la posibilidad de actuar en el futuro como una especie de

emperador-rey del conjunto de los territorios de la España cristiana. Por su parte Carlos

Estepa, otro insigne estudioso del reinado de Alfonso X, y en particular de su proyec-

ción hacia el ámbito del Imperio Germánico, ha señalado lo siguiente: “Es muy posible

que la ideología imperial alfonsina significara el fortalecimiento de su poder como mo-

narca y ello le viniera gracias a la dignidad imperial. Es una hipótesis sugerente que

convierte el „fecho del Imperio‟ en algo más real, no en una mera quimera basada en

relaciones dinásticas”.72

A este respecto es imprescindible indicar el serio declive que,

desde el fallecimiento de Alfonso VII de Castilla y León, suceso que tuvo lugar en el

año 1157, se produjo en la idea imperial hispánica. A partir de aquella fecha tuvo lugar

una rígida separación de los reinos de Castilla y de León. Es más, los dos citados reinos

mantuvieron enconadas disputas en la segunda mitad del siglo XII y los primeros años

del siglo XIII. Recordemos, como ejemplo altamente significativo, que el monarca leo-

nés Alfonso IX no intervino en la batalla de Las Navas de Tolosa, que acaeció en el año

1212 y en la que fueron derrotados los almohades. Al frente de las tropas cristianas, que

contaba con gentes de casi toda la España cristiana así como con la ayuda de nobles

ultrapirenaicos, se hallaba el rey de Castilla Alfonso VIII. El antes mencionado profesor

Carlos Estepa ha afirmado, en un trabajo suyo posterior, que “también cabe pregun-

tarse si en sus aspiraciones imperiales se daba una idea clara de posible integración a

su poder político efectivo de territorios externos y lejanos”. Sin duda se trata de un

planteamiento de muy difícil respuesta, por no decir imposible.

Si planteamos la problemática imperial desde otra perspectiva, ¿cabe pensar que Al-

fonso X el Sabio pensaba construir algo parecido a un imperio mediterráneo, desde don-

de sería posible reanudar, en su momento oportuno, nada menos que la cruzada para

rescatar los Santos Lugares del poder de los infieles? El historiador norteamericano

Joseph F. O’Callaghan, en una destacada y reciente obra sobre el rey que nos ocupa, ha

escrito lo siguiente: Alfonso “pensaba que, dominando el Mediterráneo occidental, se

facilitaría la consecución de su proyecto de recobrar el norte de África como parte del

legado visigodo. De esta forma su aspiración a la hegemonía de España, su proyectada

cruzada a África y la busca del título imperial estaban mutuamente unidos”.73

Cam-

biando de tema no podemos olvidar que el destacado historiador italiano Robert S. Ló-

pez no sólo ha establecido un estrecho paralelismo entre el singular emperador germá-

nico Federico II y el monarca castellano-leonés Alfonso X el Sabio, sino que afirma que

este último fue, sin duda alguna, nada menos que un indudable precursor del huma-

nismo, corriente intelectual que, como es sabido, triunfaría de forma plena en la Europa

de finales de los tiempos medievales. En definitiva, Robert S. López ha llegado a mani-

72

Estepa, C. (2002): “El reino de Castilla y el Imperio en tiempos del „Interregno‟”, trabajo incluido en

España y el „Sacro Imperio”. Procesos de cambio, influencias y acciones recíprocas en la época de la

europeización (siglos XI-XIII), Valladolid, 88.

73

O’Callaghan, J. F. (1996): El Rey Sabio. El reinado de Alfonso X de Castilla, trad. esp., Sevilla, 243.

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festar que “Federico y Alfonso tuvieron en común la insaciable curiosidad del „hombre

universal‟; pero Federico se comportó como un diletante… mientras que Alfonso se es-

forzó por ser un experto en todas las direcciones de sus inquietudes”. Al mismo

tiempo, el profesor Robert S. López ha indicado que “la verdadera gloria del Rey Sa-

bio… [fue] …su patronato y su contribución universal a todas las ramas del saber y del

arte”.74

La doble elección de emperador.

Lo cierto es que, finalmente, se presentaron dos candidatos al título imperial germá-

nico. Estamos aludiendo por una parte al inglés Ricardo de Cornualles, hermano del

monarca de Inglaterra Enrique III, y por otra parte a nuestro personaje, el rey de Castilla

y León Alfonso X el Sabio. Es preciso señalar, a este respecto, que Alfonso X contó con

la ayuda del arcediano de Marruecos, García Pérez, el cual intervino de forma muy ac-

tiva en las tierras alemanas en defensa de la candidatura imperial del monarca caste-

llano-leonés. El colegio de electores, es decir, la mesa que escogía al emperador, estaba

compuesto por siete miembros, cuatro de ellos laicos (el rey de Bohemia, el conde-

palatino del Rhin, el duque de Sajonia y el margrave de Brandeburgo) y tres eclesiás-

ticos (los arzobispos de Colonia, de Maguncia y de Tréveris). Ahora bien, lo sorpren-

dente es que, en un breve período de tiempo, en concreto entre los meses de enero y

abril del año 1257, se produjeron, al margen de las opiniones que por supuesto se ge-

neraron, dos elecciones distintas para el cargo de emperador germánico. El día 13 de

enero del año 1257 salió elegido emperador, en las afueras de la ciudad de Frankfurt,

por un total de cuatro votos (los del conde-palatino del Rhin, el rey de Bohemia y los

arzobispos de Colonia y de Maguncia), el inglés Ricardo de Cornualles. A su vez el día

1 de abril de ese mismo año fue asimismo elegido emperador germánico, en esta oca-

sión en la ciudad alemana de Frankfurt, el rey de Castilla y León Alfonso X. El monarca

castellano-leonés tuvo también cuatro votos, el del duque de Sajonia, el del margrave de

Brandeburgo, el del rey de Bohemia y el del arzobispo de Tréveris. De todos modos, lo

realmente sorprendente fue el hecho de que el rey de Bohemia, que había votado unos

meses antes al inglés Ricardo de Cornualles, votara en esta segunda ocasión al candi-

dato de la corona de Castilla, es decir, al rey Alfonso X. ¿No resultaba aquello, sin du-

da, una sorprendente y flagrante contradicción?

Centrando nuestra atención en el candidato castellano-leonés, es decir en Alfonso X,

conviene poner de manifiesto que, en aquellos tiempos, dicho monarca se consideraba

en cierto modo una especie de emperador de sus reinos. ¿No afirmó el rey Sabio aquello

tan conocido de que “rex est imperator in regno suo”, lo que significaba poner al mis-

mo nivel de actuación política tanto la función regia como la propiamente imperial? Por

lo demás, podemos leer en las “Partidas” algo tan significativo como lo siguiente: “Vi-

74

Estas ideas las expone Robert S. López en un sugestivo libro titulado Naissance de l‟Europe, París,

1962, 329-330. No obstante, el trabajo más interesante del autor que acabamos de mencionar es el titulado

“Entre el Medioevo y el Renacimiento. Alfonso X y Federico II”, en Revista de Occidente, diciembre de

1984, 14.

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carios de Dios son los reyes cada uno en su reino, puestos sobre las gentes, para man-

tenerlas en justicia e en verdad, bien así como el Emperador en su imperio”. Ese punto

de vista lo recogió, a comienzos del siglo XIV, el conocido escritor catalán Ramón

Muntaner, al señalar que lo que buscaba Alfonso X el Sabio, al margen de su posible

coronación como emperador del ámbito germánico, era “èsser rey d‟Espanya”.75

La pugna por el Imperio Germánico.

¿Qué panorama se le presentaba a Alfonso X después de ser elegido en la ciudad de

Frankfurt como emperador germánico? En principio eran muchos los elementos que pa-

recían favorecerle. Por de pronto contaba en esas fechas con el firme y decidido apoyo

del rey de la vecina monarquía francesa, a la sazón el destacado Luis IX. Otro hecho

positivo es que unos meses después de su elección, en el mes de agosto del año 1256,

llegó a la ciudad de Burgos una embajada alemana, con el propósito de felicitar efusiva-

mente al monarca castellano-leonés por su reciente elección para el cargo de emperador

de sus territorios. Por lo demás, todo parece indicar que Alfonso X lo que pretendía no

era tanto ganar nuevas tierras sino conservar en el Imperio Germánico una serie de prin-

cipios básicos, tanto la paz, como la justicia y la libertad. En otro orden de cosas es ne-

cesario que señalemos el punto de vista defendido por algunos historiadores del Dere-

cho, los cuales afirman que las “Partidas”, sin duda la obra jurídica de mayor relieve de

cuantas se elaboraron en la corte del rey Sabio, no sólo iba dirigida a su futura aplica-

ción a la corona de Castilla, sino también al Imperio Germánico.

Ahora bien, la posible coronación dependía, sin duda alguna, de la decisión que final-

mente tomara el pontífice romano. Por esas fechas, en concreto entre los años 1254 y

1261, el Papa de la Cristiandad era Alejandro IV. No cabe duda de que, al menos a tenor

de las fuentes conservadas, dicho pontífice mantenía buenas relaciones con el monarca

castellano-leonés. Recordemos, como un dato que nos parece muy significativo, que di-

cho pontífice se había dirigido, en el mes de febrero de 1255, a la nobleza de la región

de Suabia, precisamente para que reconociera a Alfonso X como duque de aquel terri-

torio. Ahora bien, al pontífice Alejandro IV no le satisfacía, ni mucho menos, que Al-

fonso X contara con el apoyo de los gibelinos italianos, los cuales, como es sabido, eran

sus más directos enemigos. Conviene recordar, a este respecto, que uno de los principa-

les apoyos con los que contaba en el ámbito italiano Alfonso X era un yerno del que

fuera, poco tiempo atrás, emperador germánico Federico II. Nos estamos refiriendo a

Ezzelino da Romano, el cual era por esas fechas señor de la Marca de Treviso. Ni que

decir tiene que el Papa Alejandro IV no veía nada bien a dicho personaje, al que con-

sideraba un inequívoco enemigo suyo. De todos modos, todo parece indicar que el pon-

tífice Alejandro IV estaba más preocupado por el problema del vecino reino de Sicilia,

de donde era rey, a partir del año 1260, Manfredo Staufen, que era, obviamente, un en-

tusiasta defensor de los sectores gibelinos. ¿Puede hablarse, como ha sugerido en cierta

ocasión el historiador Carlos de Ayala, que el citado pontífice Alejandro IV puso en

75

Muntaner, R. (1983): Les quatre grandes cróniques, Barcelona, 688.

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marcha, contra las aspiraciones imperiales de Alfonso X el Sabio, algo parecido a una

jugada maquiavélica? Dicho autor pone de relieve que Alejandro IV quería promocionar

al monarca castellano-leonés, pues en él veía un “gibelino descafeinado”, claramente

distinto del de Manfredo de Staufen, al que consideraba el dirigente del “gibelinismo

radical”.76

En verdad podemos llegar a la conclusión de que el pontificado de Alejan-

dro IV supuso, para las aspiraciones imperiales de Alfonso X, una especie de inte-

rregno.

De todos modos, Alfonso X convocó en la ciudad de Toledo, a finales del año 1259,

unas Cortes de los reinos de Castilla y León, con el propósito de obtener un subsidio

extraordinario para llevar adelante el denominado “fecho del Imperio”. La institución

de las Cortes, que había nacido en el año 1188 en la ciudad de León y que posterior-

mente se proyectó sobre el reino de Castilla, ya funcionaba en esas fechas al unísono en

ambos núcleos políticos. Un documento del año 1260 señala, muy significativamente, lo

siguiente: “toviemos por bien de fazer nuestras Cortes en la noble çibdad de Toledo

sobre el fecho del Imperio”. Ahora bien, la propuesta del rey Sabio no parece que en-

contró mucho apoyo en la mencionada reunión de las Cortes, quizá porque los procura-

dores de las ciudades y villas, o lo que es lo mismo los representantes del tercer estado,

suponían que aquellos elevados gastos a los que iba a hacer frente el monarca caste-

llano-leonés, para intentar lograr ser finalmente coronado emperador germánico, no iban

a aportar ninguna ventaja económica para los reinos de Castilla y León. En verdad la as-

piración del rey Sabio a ser coronado emperador de las tierras germánicas no parecía

encajar debidamente en las perspectivas de los reinos de Castilla y León.

Por otra parte, en ese mismo año de 1259 ocurrieron otros sucesos de notable impor-

tancia. Los reinos de Francia y de Inglaterra, hasta entonces enfrentados entre sí, fir-

maron la paz, lo que perjudicaba notablemente la causa alfonsina de cara a sus aspira-

ciones al Imperio Germánico, pues eso suponía perder el apoyo francés, hasta entonces

indiscutible. Asimismo en esa fecha murió Ezzelino da Romano, el cual era su principal

soporte militar en el ámbito italiano. Paralelamente se iban esfumando los apoyos di-

rectos de determinados sectores de la nobleza alemana, y en primer lugar del ducado de

Suabia, a la causa alfonsina. Para completar aquel panorama es preciso indicar que el

rey de Aragón, Jaime I, que era su suegro, pues el monarca castellano-leonés se había

casado con su hija Violante, estaba en total desacuerdo con el propósito alfonsino de

ejercer la hegemonía sobre todos los territorios de la España cristiana. Alfonso X el Sa-

bio, en respuesta al monarca aragonés Jaime I el Conquistador, afirmó, de forma un tan-

to agria, que “ningún omme del mundo tan grave tuerto recibió de otro como nos reci-

biemos de vos”.

El final de las aspiraciones imperiales.

Al Papa Alejandro IV le sucedió, a raíz de su fallecimiento, Urbano IV, el cual estuvo

al frente del pontificado entre los años 1261 y 1264. Urbano IV, en su breve pontifi-

76

De Ayala, C. (1986): Directrices fundamentales de la política peninsular de Alfonso X, Madrid, 173-

174.

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cado, tenía, al parecer, como principal objetivo alcanzar un acuerdo, obviamente si ello

era posible, entre los dos aspirantes al Imperio Germánico, es decir, el inglés Ricardo de

Cornualles y el castellano-leonés Alfonso X. El propósito del mencionado pontífice no

era otro sino analizar, con la mayor minuciosidad posible, tanto la elección como los

derechos de los dos candidatos que habían sido elegidos en 1257 para ocupar la sede del

Imperio Germánico. La causa alfonsina contaba en aquellas fechas en la ciudad de Ro-

ma con unos comisionados, entre ellos el obispo de la diócesis de León, un tal Marín

Fernández. Mas a la larga, en parte por los serios problemas acaecidos en el reino de In-

glaterra en donde llegó a ser retenido en prisión nada menos que el aspirante al Imperio,

Ricardo de Cornualles, no se llegó a ninguna resolución positiva del Imperio Germá-

nico.

Después de Urbano IV ocupó el puesto de pontífice el francés Clemente IV, el cual

estuvo al frente del mismo entre los años 1265 y 1268. Dicho personaje, justo es se-

ñalarlo, era un decidido aliado de los Anjou franceses, al tiempo que un inequívoco ene-

migo del linaje alemán de los Staufen. Precisamente Carlos de Anjou fue investido por

dicho pontífice como rey de Sicilia. Es más, en el año 1266 Manfredo Staufen fue de-

rrotado y muerto en la batalla de Benevento. Dos años después, en 1268, Conradino

Staufen sufrió una severa derrota en Tagliacozzo, siendo poco después ejecutado. En

definitiva, aquello suponía ni más ni menos que el triunfo del pontificado romano, de

los Anjou y de los güelfos. Así las cosas, la presencia de Clemente IV en el solio pon-

tificio no beneficiaba en modo alguno las aspiraciones de Alfonso X al título imperial.

El tiempo seguía transcurriendo, sin que se alcanzara una solución definitiva al engo-

rroso problema del acceso al Sacro Imperio Romano Germánico. Ahora bien, en los ini-

cios de la década de los años setenta, pese a los serios problemas que tenía en sus reinos

el monarca castellano-leonés, ante todo por la actitud hostil de un importante sector de

la nobleza, fue, sin duda alguna, cuando mayor empuje pretendió dar Alfonso X a sus

aspiraciones imperiales. El monarca castellano-leonés, que estaba duramente enfrentado

con el magnate nobiliario francés Carlos de Anjou, y que al mismo tiempo contaba con

el indudable apoyo de las fuerzas gibelinas, decidió intitularse, aunque fuera con un ca-

rácter meramente simbólico, nada menos que Dei gratia Romanorum rex semper au-

gustus. Es más, en el año 1271 puso en marcha Alfonso X lo que en las tierras de Cas-

tilla y León se denominaba “la ida al Imperio”. Es preciso señalar que, en esas fechas,

el representante de Alfonso X el Sabio en la región italiana de la Lombardía era el mar-

qués Guillermo de Montferrato, sin duda un poderoso magnate nobiliario.

Por si fuera poco, al año siguiente, 1272, falleció el inglés Ricardo de Cornualles, su

más directo rival al título imperial. Aquel acontecimiento animó al monarca castellano-

leonés a procurar, definitivamente, ser coronado emperador, pues él era el único candi-

dato vivo de los dos que habían sido elegidos en el año 1257. En ese mismo año de

1272 Alfonso X convocó unas Cortes en la ciudad de Burgos “sobre fecho de cambiar

Caballeros al Imperio de Roma”. Asimismo un documento del año 1273, originario de

las tierras hispánicas, ponía claramente de relieve la excepcional importancia de lo que

se denominaba en aquellas fechas “la ida al Imperio”, de la cual se afirmaba, muy su-

gestivamente, que “es lo más”, al tiempo que el rey Alfonso X acusaba a los nobles su-

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blevados contra él de haber contribuido a desbaratarle sus planes imperiales. El texto77

en cuestión decía lo siguiente: “e assí commo los reyes los apoderaron é los honrraron

ellos pugnaron en los desapoderar e los deshonrar en tantas maneras, que serían lar-

gas de contar e muy vergoñosas. Esto es el fuero é el pro de la tierra que ellos siempre

quisieron; agora lo podedes entender en esto, ca todas las cosas porque yo me movía á

fazer lo que ellos querían tirándolas ende, señaladamente la ida al Imperio, que es lo

más”. Así se expresa la Crónica del Rey Don Alfonso Décimo, en una carta dirigida por

el monarca castellano-leonés a su primogénito Fernando, conocido como el infante de la

Cerda: “Esto es el fuero é el pro de la tierra que ellos siempre quisieron; agora lo po-

dedes entender en esto, ca todas las cosas porque yo me movía a fazer lo que ellos que-

rían, tiráronlos ende, señaladamente la ida al Imperio que es lo más”.78

Eso quería dar

a entender, sin duda alguna, que Alfonso X el Sabio tenía como objetivo esencial de su

reinado llegar a ser coronado emperador, obviamente del ámbito germánico. Es más, en

marzo del año 1274 hubo unas nuevas Cortes en Burgos, debatiendo de nuevo sobre la

posibilidad de “enviar caballeros al Imperio”. Dichas Cortes, por otra parte, sirvieron

para que se llegara a una reconciliación del rey de Castilla y León con los nobles que se

habían sublevado contra él unos años atrás. Al mismo tiempo se decidió en las mencio-

nadas Cortes burgalesas “que era cosa que auiemos mucho mester por fecho del Impe-

rio”, lo que pone de relieve el interés del rey Sabio por el mencionado título.

Aquellos años setenta coincidieron con el pontificado de Gregorio X, el cual estuvo en

el poder entre los años 1271 y 1276. Sin duda alguna aquel Papa no estaba, ni mucho

menos, a favor de la aspiración imperial del monarca castellano-leonés Alfonso X el

Sabio. Recordemos, como ejemplo significativo, que en el mes de septiembre del año

1272 el Papa Gregorio X respondió a una embajada de la corona de Castilla afirmando

que el monarca Alfonso X no tenía ningún derecho al trono imperial, pues su elección

no había sido válida, añadiendo, por otra parte, que la muerte reciente de su rival, Ri-

cardo de Cornualles, no mejoraba en modo alguno su situación jurídica. Para rematar el

difícil panorama que se presentaba al monarca castellano-leonés el 23 de septiembre del

año 1273 fue elegido, por sorprendente que pudiera parecer, otro candidato al Imperio

Germánico. Estamos hablando de Rodolfo de Habsburgo, con el que se iniciaría la pre-

sencia de una nueva familia en la cúpula imperial germánica. Inmediatamente el pon-

tífice Gregorio X decidió reconocer a dicho personaje como futuro emperador. Ante

aquella crítica situación, Alfonso X solicitó mantener una entrevista con el pontífice.

En el mes de mayo del año 1275 se entrevistaron Gregorio X y Alfonso X en la ciu-

dad de Beaucaire, localidad situada en la costa mediterránea de Francia. De dicho en-

cuentro entre el pontífice romano y el rey de Castilla y León, a la vez que aspirante al

Imperio Germánico, no salió nada positivo para el monarca castellano-leonés. Alfonso

el Sabio, como ha escrito recientemente Manuel González Jiménez, “repetía los argu-

mentos tantas veces recordados que avalaban su candidatura: haber sido elegido por la

mayor y la mejor parte de los electores alemanes; ser el único descendiente de la dinas-

77

Como recoge Carlos Estepa.

78

Crónica del Rey Don Alfonso Décimo, ed. Cayetano Rosell, Madrid, 1953, capítulo LII.

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tía imperial alemana; haberse mantenido fiel al Papado durante la crisis que le en-

frentó a los últimos Staufen; los servicios prestados a la Cristiandad en la lucha contra

los musulmanes de España. A todo ello respondió el Papa con un argumento contun-

dente e irrebatible: que ya había aprobado la elección de Rodolfo de Austria como rey

de Romanos y que ya había solicitado que acudiese a Roma para ser coronado empe-

rador”. El panorama, por lo tanto, no resultó en modo alguno positivo para Alfonso X.

A la postre el monarca castellano-leonés no tuvo más remedio que renunciar, de ma-

nera definitiva, al título imperial germánico, cuestión que, como hemos visto en las pá-

ginas anteriores, tanto atractivo le había originado en el transcurso de su reinado, aun-

que también le causara, justo es reconocerlo, serios trastornos y dificultades. Cierta-

mente el Sacro Imperio Romano Germánico de aquel tiempo, justo es reconocerlo, era

un auténtico rompecabezas. Recordemos lo que afirmó en su día el historiador Carlos

Estepa: “parece como si la aspiración imperial alfonsina, el „fecho del Imperio‟, no

fuera sino la expresión de los anhelos de un monarca que no tenía ninguna posibilidad

de realizarse, ya que nuestro rey no encajaba nada en ese complejo fenómeno que era

el Imperio”. En efecto, el llamado Imperio Germánico era un complejo mosaico de enti-

dades políticas y eclesiásticas, todas ellas con una notable fuerza. Así las cosas, el fra-

caso de la empresa alfonsina de aspirar al Imperio Germánico se entiende si tenemos en

cuenta tanto la posición adoptada por el Papado como los complejos problemas exis-

tentes tanto en la Península Italiana como en la Isla de Sicilia y en las propias tierras

germánicas. Ahora bien, como indica acertadamente Carlos Estepa, “el „fecho del Impe-

rio‟ responde a una determinada ideología en la que conseguir el trono imperial resul-

taba algo muy importante para el soberano hispano”.

Es posible, no obstante, como señaló en su día el historiador Carlos de Ayala, que

Alfonso X el Sabio, aunque, al parecer, estaba convencido de la respuesta negativa que

le iba a dar el pontífice Gregorio X a sus aspiraciones imperiales, creyera que sus posi-

bilidades no estaban del todo agotadas.79

En cualquier caso, “el fecho del Imperio”,

asunto en el que puso tanto empeño durante buena parte de su reinado el monarca Al-

fonso X el Sabio, concluyó de manera calamitosa para el rey castellano-leonés. Pese a

todo, como ha señalado el profesor Armin Wolf, Alfonso X siguió utilizando, en diver-

sas ocasiones, el título de “rex Romanorum”, así por ejemplo en el año 1280.80

79

De Ayala, C. (1987): “Alfonso X: Beaucaire y el fin de la pretensión imperial”, en Hispania, XLVII,

5.

80

Wolf, A. (2001): “El proyecto imperial de Alfonso X”, incluido en la obra colectiva Alfonso X y su

época. El siglo del rey Sabio, Barcelona, 173.

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EPÍLOGO III

EL FUERO DE CUENCA

El rey Alfonso VIII de Castilla, que había conquistado Cuenca en 1177, fue quien

luego le otorgó su muy destacado Fuero, hacia 1190. Destacado porque multitud de

otros fueros municipales inspirados en el de Cuenca empezaron a regir por doquier en el

siglo XII, concedidos por los reyes, pasando a segundo término la autoridad del Fuero

Juzgo o código legal visigodo.

Los Fueros como el de Cuenca (no exclusivo) eran unos cuadernos de leyes conce-

didos por los monarcas a determinados municipios con el objeto de constituir o fo-

mentar la población.

Entre todos los Fueros otorgados, tal vez el más importante de ellos pudiera ser el de

Cuenca. Está fuera de toda duda que fue otorgado a dicha ciudad hacia el año 1190, por

el rey Alfonso VIII, poniendo el monarca muy especial empeño en fortalecerla y man-

tenerla. No sólo le concedió Fuero sino también voto de Cortes del reino castellano,

estado de hijodalgo y, para defensa del país, privilegio de aguisados de alarde a caballo.

El Fuero de Cuenca vino a extirpar de raíz multitud de abusos y exacciones que pesa-

ban sobre los vasallos, hasta el punto que el rey Alfonso VIII lo calificó de “Código de

Libertad”.

Con el Fuero, los reyes hallaron en los pueblos un instrumento eficaz para contener

las usurpaciones de los “ricos-homes” y para resistir o hacer frente a sus violencias.

En aquella época la prestación tributaria no podía decirse que era el acto contributivo

en beneficio del Estado, ni la obligatoria otorgación de cosas y servicios de utilidad a la

Nación. Cuando Cuenca recibió su Fuero, el pueblo se componía de vasallos, es decir,

de instrumentos de la Nación que pagaban o “pechaban” multitud de tributos o “gabe-

las”.81

En la Edad Media no existía la tributación al Estado, ni puede decirse que hubiera ver-

daderos impuesto; no había más que el Patrimonio de los Señores del Rey y de la

Iglesia, elementos en quienes se fraccionaba la idea del Estado. Así era la cosa.

El impuesto tributario tenía en aquella época signo de dependencia, como carga propia

de las sociedades y clases inferiores, siendo prestación personal obligatoria, de servicio

público, una reminiscencia o perpetuación del sistema feudal; su origen se halla en la

81

La gabela es un tributo que se pagaba al señor feudal en la Edad Media. En la historia económica se re-

gistra con gran frecuencia, por su facilidad de cobro frente a otro tipo de impuestos. La gabelle sobre la

sal fue un impuesto muy importante del Antiguo Régimen en Francia. Existieron impuestos semejantes en

España y otros países. Recibieron la crítica de ser regresivos por afectar más a los pobres que a los ricos,

que solían estar exentos por su condición de privilegiados o disponer de producción propia del bien de

consumo de que se tratara (normalmente alimentos); aunque en el caso de la sal, al ser más difícil el poder

disponer de un acceso privado a ella, solía ser un impuesto más universal. En algún caso, la sal y las sa-

linas eran objeto de estanco o monopolio, como otras regalías, en beneficio de la corona, que podía tam-

bién cederla en contrata o concesión a un particular, o hacer merced de ella a algún noble o eclesiástico.

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dependencia personal que el feudalismo establecía entre el señor y el vasallo, entre la

autoridad y el súbdito.

El repasar la historia de la tributación de aquellos tiempos, nos llevaría a reflejar el

sentido de la organización política, el estado de la riqueza y el desarrollo cultural del

pueblo. Para no extender demasiado la argumentación podremos abreviar diciendo que

el Fuero de Cuenca acabó con la mayor parte (o muchas) de las “gabelas” que pesaban

sobre los vasallos, y probablemente por esta razón pudo ser titulado el Fuero de Cuenca

como el “Código de Libertad”.

La primera obligación de los pobladores era la atención preferente a la lucha armada

para la defensa o independencia del territorio. Los vasallos debían acudir al llamamiento

de sus señores. Este tributo se llamaba “fonsadera”, se satisfacía con dinero y el “fon-

sado” se correspondía con la persona, la cual debería acudir a la llamada de su señor.

Ambos impuestos fueron eliminados, no debiendo acudir a la guerra ni salir de hueste,

sino con el rey.

En la paz, el esfuerzo personal servía también para los fines colectivos por medio del

trabajo en los lugares públicos, como caminos, murallas, etc. De aquí nació otro im-

puesto llamado “facendera”. El Fuero de Cuenca no ponía otra “facendera” a los con-

quenses sino la de componer o recomponer los adarves de la ciudad, eximiendo de este

trabajo a los que tenían casa y caballo. “Cualquiera que posea una casa en la ciudad y

la tenga habitada, esté exento de todo tributo. Así pues, no tribute por ninguna otra co-

sa, más que por las murallas de vuestra ciudad y por los adarves y atalayas de vuestro

término. Pero el caballero que tenga en su casa de la ciudad un caballo, que valga de

cincuenta „mencales‟ (moneda castellana equivalente a un sueldo y medio) para arriba,

no tribute por las murallas ni por las atalayas ni por otras cosas, a perpetuidad” (cap.

I, art. 6).

Al empezar a cultivarse las artes útiles vinieron los tributos en especie, a título de cap-

tación referentes a los rendimientos de la agricultura y la ganadería.

El impuesto indirecto nace más tarde en forma de peaje a derecho de admisión en el

mercado, exigido al traficante o quien comercia. En Cuenca quedó totalmente suprimido

este tributo, tal como se recoge en su fuero. “El vecino de Cuenca no pague montazgo

ni portazgo en ningún sitio, del Tajo para acá” (cap. I, art. 9); y el artículo siguiente ha-

bla de los privilegios de los pobladores.

Fue tal la libertad que concedía el Fuero a quienes acudieran a las ferias y la seguridad

que quiso conceder al forastero que señaló penas gravísimas, penas que llegaban al em-

bargo de los bienes por este motivo. “Cualquiera que sea, cristiano, moro o judío, que

venga a estas ferias, venga seguro. El que se lo impida o le cause algún daño, pague

mil maravedís de multa para la parte del Rey y al demandante, el doble del daño que le

haya hecho; si no tiene con qué pagar, sea ahorcado” (cap. I, art, 25).

Tampoco el que encontraba algún tesoro tenía que pagar gabela alguna, a no ser que

lo hubiese hallado en heredad ajena, en cuyo caso contraía la obligación de entregar la

mitad de lo hallado al dueño de la heredad. “Todo el que encuentre un tesoro antiguo,

quédeselo y no responda por él al Rey ni a otro señor. Pero si alguien encuentra un te-

soro en una heredad ajena, el dueño de la heredad tenga derecho a la mitad del te-

soro” (cap. XV, art. 12).

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Otro de los tributos que generalmente pesaban sobre los vasallos era el llamado

“fonage” o “furnage”. Consistía en que los ciudadanos tenían que pagar al señor cierto

estipendio, bien en moneda o en especie, por razón de los hornos, cuyo exclusivo de-

recho se reservaba. El Fuero suprimía totalmente este tributo. Y el tributo de “marti-

niega” que consistía en que los vasallos pagaban al rey y a sus señores por las tierras

que tenían. El nombre provenía del hecho de que el pago se hacía el día de San Martín

(11 de noviembre). En el capítulo I, título 1, es donde se ve que queda suprimido todo

impuesto de martiniega.

El “yantar”, que era el tributo que pagaban los pueblos al rey o señores cuando iban

personalmente a ellos, llamado también pedido cuando sin ir se reclamaba esta con-

tribución, fue condonado, diciendo que el concejo de Cuenca “nunca ha de dar al Rey,

nin a señor, nin a otro por fuero, nin por derecho ninguna cosa, ca franco lo fago yo de

toda premia de Rey” (cap. XVI, art. 12), con lo cual quedaron también suprimidos los

tributos llamados “sufurción” y “serna”, como la tributación de jornales o días de tra-

bajo del vasallo a su señor.

Si una persona moría sin haber dejado testamento, los herederos debían pagar el im-

puesto de “mañería” o “manería” (un impuesto de sucesiones). El Fuero libró a los

moradores de Cuenca de este impuesto (cap. IX). Al igual que también libró del im-

puesto de “luctuosa” y del de “minción”. El primero consistía en el pagado a los pre-

lados cuando morían los fieles, quedándose con la alhaja del difunto que éste señalaba

en el testamento, o con la que elegía el prelado cuando moría sin testar. Aun habiendo

sido suprimido este impuesto, los prelados siguieron cobrando la “luctuosa” durante los

siete primeros obispos. Ante la negativa de pagar este impuesto por los conquenses, de-

fendiendo los derechos otorgados por su rey, el obispo Pedro Laurencio (1264-1271) se

vio obligado a suprimirlo en toda la diócesis, declarando perniciosa la costumbre de re-

clamar la “luctuosa” y la “minción”.

Así podríamos seguir nombrando tributos abolidos por el Fuero de Cuenca, como el

de pesas y medidas, el de peaje a los mercaderes, etc. Las condonaciones de todo tipo de

tributo hicieron libres a los vecinos de Cuenca y con la importancia de los privilegios

que Alfonso VIII otorgó a esta ciudad hizo que la misma fuera más justa y más capaz

de hacer posible la convivencia de sus habitantes, de diferentes culturas, tradiciones y

religiones.

Queda pues demostrado, que el Fuero conquense pudo con sobrada razón ser califi-

cado por el rey Alfonso VIII como “Código de Libertad”. Y bien fue puesto el refrán

que dice: “¡Di que eres de Cuenca y entrarás de balde!”.82

82

Esto lo hemos sacado, a 11 de febrero de 2018, del periódico digital voces-de-cuenca.es (21/02/2014).

Diputación de Cuenca.

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EPÍLOGO IV

LA CATEDRAL DE TERUEL

La catedral de Santa María de Mediavilla o de Teruel es una construcción típicamente

mudéjar, no siendo muchas las de este estilo en España, tal vez sólo acompañándose de

la de Santa María de la Huerta en Tarazona (Zaragoza).

La catedral de Teruel se originó a partir de la anterior iglesia de Santa María de Me-

diavilla, que comenzó a edificarse de estilo románico en 1171, añadiéndosele la torre

mudéjar que empezó a construirse en 1257. Así, en la segunda mitad del siglo XIII, el

alarife morisco Juzaff, reestructuró la anterior obra románica dotando al edificio de tres

naves mudéjares a base de mampostería y ladrillo, mejorando y elevando la estructura

románica del siglo XII.

En el mismo estilo gótico-mudéjar, ya en el siglo XIV, se sustituyeron los ábsides ro-

mánicos por otros, como se puede apreciar en la cabecera de la capilla o altar mayor. Se

redujo con ello a la mitad el número de soportes, lo que dio una mayor luminosidad y

espaciosidad a las naves y arcos. También los muros fueron recrecidos.

En estilo plateresco-mudéjar fue construido sobre la nave central, en 1538, el cimbo-

rrio, obra de Martín de Montalbán. Fue edificado de planta octogonal sobre trompas y

presenta en su exterior ventanas de ajimez con decoraciones platerescas. Más tarde, en

1587, con la creación de la diócesis de Teruel, la que ya era colegiata, fue promovida a

catedral y consagrada como tal. Por último, en 1909, se fue plasmando la obra de la fa-

chada, en estilo neomudéjar, obra de Pablo Monguió.

El cimborrio

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Como puede recordarse, ya desde la fundación de Teruel en 1171 por el rey Alfonso II

de Aragón (1164-1196), la románica iglesia de Santa María de Mediavilla tenía una po-

sición privilegiada, adscrita a la diócesis de Zaragoza y situada en el centro de la

ciudad.

La singularidad del edificio motivó que en 1931 fuera declarado Monumento Histó-

rico Artístico, y en 2004 Bien de Interés Cultural. Pero sin duda el mayor orgullo para

los turolenses es la mención de Patrimonio de la Humanidad, con el que la UNESCO

declaró la torre, el cimborrio, la techumbre, y el resto del patrimonio mudéjar de la ciu-

dad en el año 1986.

La singularidad se explica desde el estilo mudéjar aragonés, del reino de Aragón entre

los siglos XI-XII y en adelante. Recordemos que la reconquista de Huesca fue en 1096,

la de Zaragoza en 1118, la de Tarazona en 1119, lo mismo que la de Tudela (Navarra en

este caso). Calatayud y Daroca se ganan para Aragón en 1120. Fue pasando, sin embar-

go, un tiempo hasta que pudieran construirse los primeros edificios mudéjares aragone-

ses. Porque los monarcas aragoneses quisieron en principio implantar en sus territorios

reconquistados el arte occidental del momento. Pero pasaron, o se consideraron, dos co-

sas: la escasez de piedra por el Valle del Ebro y el hecho de no contar con suficiente

mano de obra cualificada en los trabajos de cantería. Todo ello ocasionó que los prime-

ros monumentos mudéjares daten de mediados del siglo XIII, encontrándose dichos mo-

numentos en Daroca y en Teruel.

Torre de la catedral de Teruel

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La importancia de Teruel es capital en los primeros momentos del mudéjar aragonés.

Desde tiempo atrás en Teruel había una especie de castillo que venía a controlar el ca-

mino entre Córdoba y Zaragoza, pero no existía un núcleo de población. Teruel se fundó

en 1171, siendo prácticamente ciudad de nueva creación, y la repoblación de la zona se

debe a la Corona de Aragón y a los insólitos privilegios con que se dotó a su gente, gra-

cias a que se concedió fuero propio a la ciudad, muy particularmente para sus habitan-

tes. El esplendor de Teruel tuvo ya su auge entre finales del siglo XIII y mediados del

XIV. Ese auge y riqueza explican el esplendor arquitectónico que la ciudad conoce por

esas fechas. El título de ciudad se lo dio a Teruel el rey Pedro IV el Ceremonioso (1336-

1384) en 1347.

Reparemos en la torre, en cuya base hay un pasadizo con arco agudo cubierto con bó-

veda de cañón apuntado.

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La cerámica asume mucho protagonismo, con platos que rodean todo su perímetro, y

con fustes y azulejos de color verde y morado. Esta integración de la cerámica en la ar-

quitectura es otra de las características del mudéjar aragonés, que también se encuentra

en el foco de Toledo, aunque su uso allí es más restringido. Merece la pena contemplar

esta torre turolense tranquilamente, a diferentes horas del día, para observar cómo pue-

den variar los colores en función de cómo incide la luz del sol, lo que permite apreciar

la riqueza cromática de esta arquitectura.

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La torre se sitúa a los pies del edificio. Se trata de una construcción de planta cuadra-

da, dividida exteriormente en tres cuerpos, separados por impostas. Una de sus carac-

terísticas más llamativas es que la parte inferior –como queda dicho– se encuentra ho-

radada con un arco apuntado que se prolonga en una bóveda, permitiendo atravesar la

torre por debajo, algo que no sólo ocurre en esta torre, porque es una característica de

las torres turolenses, muchas de las cuales se usaron con carácter defensivo para con-

trolar la entrada y salida de la ciudad. En realidad, este paso inferior es un reflejo de las

ciudades islámicas, donde es habitual que las viviendas se levanten ocupando la calle,

como puede verse todavía en algunas calles de Toledo.

El segundo cuerpo presenta una decoración de arcos de medio punto entrecruzados,

que también se aprecian en la torre de la iglesia turolense de San Pedro, y que consti-

tuyen uno de los motivos más característicos del primer mudéjar aragonés. Seguramen-

te el origen de este motivo haya que buscarlo en la Aljafería de Zaragoza, en cuyo ora-

torio se aprecia una decoración similar. Sobre estos arcos se encuentra un friso de ladri-

llos en esquinilla, que sirven para proteger los fustes de cerámica verde insertados entre

los mismos. Por encima hay dos vanos con arcos de medio punto, y jambas que presen-

tan una estructura abocinada, con fustes de cerámica del mismo color que también que-

dan protegidos debido al derrame de la ventana. Toda esta estructura se enmarca en un

alfiz, elemento característico de la arquitectura califal.

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El cuerpo de campanas presenta un doble piso de arcos, que se multiplican en el nivel

superior. Los vanos que acogen a las campanas tienen, en la parte inferior, azulejos co-

locados en forma de rombo, que alternan los colores verde y morado. Todo el conjunto

queda rematado por una decoración de platos cerámicos.

En el siglo XVII, siendo ya catedral este edificio, se remató la torre con un añadido

barroco.

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Adentrándonos en la iglesia tenemos que la misma, en sus orígenes, se fue constru-

yendo contemporáneamente a la torre (o viceversa), siendo inicialmente una iglesia de

tres naves con las características propias de la arquitectura románica. En el siglo XIII

esta construcción se amplió siguiendo la estética del gótico, pero en lugar de una bóve-

da, su nave central se cubrió con una excepcional armadura de madera, y las laterales

con techumbres planas, lo que permitió reaprovechar los muros. En esta reforma se

ampliarían los muros de la iglesia, dotándola de mayor altura en las naves, pero res-

petando la diferencia entre la central y las laterales. Asimismo se abrirían nuevos vanos,

cegando los anteriores, y los primitivos pilares quedaron incrustados dentro de los ac-

tuales, más gruesos y robustos. Se ha planteado la posibilidad de que el número de arcos

que había entre las naves laterales y la central fuese el doble que el actual. Cuando en

1342 la iglesia pasó a tener la dignidad de colegiata, se hicieron más reformas, abrién-

dose el crucero, que se cubrió con un cimborrio, y se sustituyeron los ábsides.

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El edificio presenta una planta basilical con tres naves, la central más ancha y alta que

las laterales, separadas por cuatro arcos formeros apuntados. En el muro que marca la

diferencia de altura se abren ventanas que permiten la iluminación del recinto. En el

lado de la Epístola hay tres capillas, mientras que en el del Evangelio son cuatro, la ma-

yoría de las cuales fueron abiertas en el siglo XVIII. En la cabecera hay un presbiterio

heptagonal, que constituye el antiguo ábside del edificio gótico, y que se cubre con una

bóveda nervada.

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El elemento más destacado del interior de la iglesia es la impresionante cubierta de

madera que cubre la nave central, elemento que no tiene precedentes en Aragón, y ape-

nas tendrá consecuencias posteriores. Se trata de una armadura de par y nudillo con ti-

rantes de vigas dobles, que descansan sobre canes.

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Es una techumbre de tradición almohade, que cuenta con antecedentes en los edificios

de Santiago del Arrabal y Santa María la Blanca, iglesias ambas en Toledo. La estruc-

tura tiene 32 metros de largo y 7,76 de ancho, y está policromada con pinturas de estilo

gótico lineal realizadas al temple sobre tabla. Esta solución permitió que no se tuvieran

que reforzar los muros cuando se construyó el edificio actual, tan sólo elevar su altura y

la de los pilares, evitando construir un sistema de contrafuertes, que sí que hubiera sido

necesario en el caso de una estructura abovedada.

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Don Leopoldo Torres Balbás (1888-1960) fijó la fecha de construcción de esta arma-

dura en torno a la segunda mitad del siglo XIII, apoyándose en elementos iconográficos

de las pinturas. Otros autores, como Ángel Novella (1901-1993) o Joaquín Yarza (1936-

2016), han concretado más, datándola en el último tercio de ese siglo. Gonzalo Borrás83

afirma que fue realizada hacia 1270, basándose en los análisis que se han realizado so-

bre las maderas, que han permitido saber que éstas fueron cortadas en 1261.

Las armaduras de par y nudillo tienen forma trapecial, debido a que los nudillos cie-

rran horizontalmente la estructura, conformada por los maderos oblicuos, que reciben el

nombre de pares, y que se apoyan en una viga superior, denominada hilera. La parte

arquitrabada de la techumbre es el almizate, y está formado por los nudillos. Toda la

estructura se refuerza por diez vigas o tirantes dobles.84

Con respecto a la iconografía, es abundante su repertorio temático. Las escenas con

representación figurativa se encuentran en la tablazón que hay entre los pares, y en los

aliceres laterales, ubicados entre los canes y los tirantes. Aunque algunos autores han

propuesto que toda la iconografía conforma un programa unitario, en realidad esta hipó-

tesis nunca ha tenido mucha fuerza, debido a la gran variedad de temas representados,

que conforman tanto escenas profanas como religiosas o sagradas, junto a motivos ve-

getales, geométricos, heráldicos y epigráficos. Hay muchos elementos iconográficos que

proceden del bestiario románico. A modo de curiosidad, los carpinteros y artistas que

trabajaron en esta techumbre, se representaron realizando esta estructura. También hay

representadas escenas cotidianas, junto a caballeros, nobles, reyes, frailes, músicos, es-

cenas de la Pasión, de los Evangelios o Santos.

83

Nacido en 1940, en Valdealgorfa (Teruel).

84

Véanse los dibujos aquí insertados anteriormente.

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Respecto a cuanto se ha propuesto acerca del significado iconográfico de las pinturas,

el profesor Julián Rabanaque Martín sugiere que todo el conjunto obedece a un plan-

teamiento cristiano de exaltación de la fe. También el profesor Santiago Sebastián

(1931-1995) ha defendido una iconografía de conjunto, según la cual las pinturas obe-

decen a una representación de la obra de Dios en la creación del mundo inspirada en el

texto de carácter enciclopédico del Speculum Majus del dominico Vicente Beauvais (si-

glo XIII). Más prudente fue el historiador Joaquín Yarza que, sin hacer una hipótesis so-

bre el conjunto, sí que ha interpretado algunas figuras, como las representaciones ale-

góricas de la lujuria, la discordia y la lascivia, así como algunos meses del año. Este

mismo autor sugirió algunos grandes temas iconográficos en las diferentes secciones en

que se divide la techumbre, como la Pasión y Redención, oficios y técnicas, o un ciclo

de caballeros.

Se han establecido relaciones formales con motivos representados en piezas cerámicas

realizadas en Teruel, lo que ha permitido establecer el asentamiento de un taller especia-

lizado en esta ciudad, quizás con artistas arcaizantes, ya que los modelos representados,

tanto en la techumbre como en las piezas cerámicas, no se corresponden con los propios

del último tercio del siglo XIII. Gonzalo Borrás ha señalado las relaciones de estas pin-

turas con las del taller de Sijena (Huesca).

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Portada neomudéjar de la catedral de Teruel

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ÍNDICE

A modo de prólogo

Reconocimiento histórico a Robert de Sorbón ……………………………. pág. 3

Del reino de Castilla al norte de África

Asalto y ocupación ………………………………………………………… pág. 6

Sultanato mameluco de Egipto

Asesinato de Aibek y de Shajar al-Durr …………………………………… pág. 7

Convento Trinitario de Cerfroid (reino de Francia)

Muerte y sepultura de Nicolás Gallus …………………………………….. pág. 11

Lérida (reino de Aragón)

Elegido obispo Guillem de Montcada …………………………………….. pág. 14

Frankfurt y Aquisgrán (Sacro Imperio Romano Germánico)

Doble elección entre los candidatos Alfonso X de Castilla y Ricardo de

Cornualles ………………………………………………………………….. pág. 15

Cuenca (reino de Castilla)

Declaración de ciudad ……………………………………………………... pág. 16

Requena (reino de Castilla)

Aduana de Castilla entre meseta y litoral ………………………………… pág. 19

Teruel (reino de Aragón)

Decisión real sobre Jabaloyas y construcción mudéjar ………………….. . pág. 21

Puebla del Prior (reino de Castilla)

Poblamiento y fuero ………………………………………………………. pág. 23

Epílogo I

La marina alfonsí al asalto de África, 1240-1280.

Consideraciones estratégicas e historia …………………………………… pág. 24

Epílogo II

Alfonso X y el Imperio ……………………………………………………. pág. 41

Epílogo III

El Fuero de Cuenca ………………………………………………………... pág. 51

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Epílogo IV

La catedral de Teruel ………………………………………………………. pág. 57

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