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LAS RELIQUIAS QUE EN 1220 CAMBIARON A UN PORTUGUÉS Y LAS DEMÁS COSAS QUE CONTAMOS DE AQUEL AÑO FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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LAS RELIQUIAS

QUE EN 1220 CAMBIARON A UN PORTUGUÉS

Y LAS DEMÁS COSAS QUE CONTAMOS

DE AQUEL AÑO

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

~ 1 ~

Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

~ 2 ~

~ 3 ~

A MODO DE [GRAN] PRÓLOGO

LOS PRIMERO MÁRTIRES FRANCISCANOS

Y EL MODO DE PROCEDER, DANDO EJEMPLO, DE SAN FRANCISCO

A 16 de enero de este año 1220, en Marrakech (Marruecos), murieron mártires los

cinco primeros hermanos o frailes franciscanos que habían sido enviados a esas tierras

norteafricanas en 1219. Fueron Berardo, Otón, Pedro, Acursio y Adiuto.

Berardo da Calvi era subdiácono, Otón u Ottone da Stroncone y Pedro o Pietro da

Sangemini eran presbíteros, Acursio o Accursio da Aguzzo y Adiuto da Narni eran le-

gos. Provenían de diferentes lugares de Italia y se contaron entre los primeros seguido-

res de San Francisco, que fue quien los envió a tierras musulmanas, a Occidente, a la

vez que él también se enviaba dirigiéndose a Oriente.

Los cinco franciscanos se dirigieron primero a la entonces musulmana Sevilla, donde

ya empezaron a predicar entre aquellos almohades. Fueron detenidos allí por los man-

dos o fuerzas del orden de la ciudad y, tras haber sido encarcelados, fueron obligados a

irse a Marruecos, con la orden expresa de que no volvieran a predicar. Es evidente que

no hicieron caso. Como siguieron predicando en Marrakech, fueron detenidos y encar-

celados de nuevo, esta vez sufriendo torturas. Como se negaron a dejar de predicar, aca-

baron decapitados, en la fecha que hemos dicho.

Cuando San Francisco se enteró, dijo: “Ahora puedo decir con seguridad que tengo

cinco frailes menores”. Los cuerpos de los frailes difuntos fueron llevados a Coímbra

(Portugal), al monasterio de la Santa Cruz, monasterio que habían fundado los canó-

nigos regulares (agustinianos) de la Santa Cruz el 28 de junio de 1131. Esta fundación

fue apoyada siempre por los reyes portugueses Alfonso I Enríquez (1139-1185) y San-

cho I (1185-1211), los cuales están sepultados en este monasterio.1

Los mártires franciscanos de Marrakech fueron canonizados por el Papa Sixto IV

(1471-1484), que era franciscano, el 7 de agosto de 1481. Se celebran en el santoral el

16 de enero. Los cuerpos o restos mortales de los mártires fueron trasladados en el año

2010 desde Coímbra al santuario de San Antonio de Padua en Terni (Italia).

Nos lo cuenta más ampliamente a continuación el franciscano Daniel Elcid Celigueta

(1993):2

Estos protomártires franciscanos fueron compañeros primitivos de San Francisco y

encarnan maravillosamente un aspecto esencial de la espiritualidad personal del Pobre-

cillo y de aquella generación franciscana primigenia: la más alta fiebre de su ideal de

1 Un monasterio destacado en Portugal por su arte y por sus valores arquitectónicos e históricos, muy es-

pecialmente como muestra de sus incorporaciones del estilo conocido como manuelino, característico del

reinado de Manuel I (1495-1521).

2 Los Protomártires o la fiebre en el ideal, en Compañeros primitivos de San Francisco, Madrid, BAC

Popular 102, pp. 177-198, correspondiéndose con Passio sanctorum martyrum..., en Analecta Francis-

cana III, pp. 579-596.

~ 4 ~

imitación de Cristo pobre y crucificado. Se ha escrito –al final daré completa la cita–

que “nada menos histórico que hacer la historia a base de juicios y valores del pre-

sente”. Ni hacerla, ni juzgarla, ni sentirla. Trasladémonos limpiamente al marco medie-

val cristiano de estos hechos, tratemos de mirarlos con los ojos de quienes los vivieron,

y lograremos captar su heroica belleza.

De qué fiebre se trata

Empecemos por diagnosticar esa fiebre. Una fiebre caballeresca, ciertamente; caballe-

resca a lo cristiano; precisemos más aún: caballeresca a lo franciscano. Podría decir el

Pobrecillo de estos sus protomártires –y con otras palabras lo dijo–: “Ellos son los más

heroicos caballeros de mi Tabla Redonda”. Arnaldo Fortini (1889-1970) formula muy

bien este fenómeno de la época, refiriéndose al espíritu caballeresco en general: “No se

puede ser caballero perfecto sin el rito de la consagración al nombre de Cristo, en este

tiempo en que toda caballería es, al mismo tiempo, compromiso religioso, todo valor es

santidad, toda muerte es martirio. Y un místico de esa Edad Media –Cabalga– escribe

que Jesús vino a salvarnos como un hombre enamorado y como un caballero amante”.

Cuando el joven mundano Francisco –prendado de los libros de caballería– se con-

virtió en el joven San Francisco, dio un carpetazo para siempre a la literatura de vanas

hazañas amorosas; pero abrió su nueva existencia con una página que no haría sino re-

petirse, jornada a jornada, hasta la última de su vida; página escrita con el rojo de su

amor ardiente a Cristo crucificado, que soñaba llegar a escribirse con el rojo de su pro-

pia sangre: retornar a Jesús amor con amor, vida con vida, muerte con muerte. Lo in-

tentó reiteradamente, y con un empeño que hizo exacto este título que se le ha dado: “El

hombre que no consiguió hacerse matar”. Y ya lo hemos visto arder con esa fiebre en

el punto álgido de su santidad, que fue [más al término de su vida] el Alverna: “Señor

mío Jesucristo: ¡Que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que

Tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión!”. Una de las más fer-

vientes oraciones cristianas –el Absorbeat–,3 que se le ha atribuido y que la crítica ac-

tual afirma que no es de él, pero que recoge absolutamente su espíritu, concluye con

esta exclamación: “¡Muera yo por amor de tu amor, ya que Tú por amor de mi amor te

dignaste morir!”. La herida nostálgica de su martirio no logrado no se le cerró mientras

vivió.

3

Te suplico, oh Señor,

que la ardiente y dulce

fuerza de tu amor

arrebate mi mente

de cuantas cosas

hay bajo los cielos,

a fin de que yo muera

por amor del amor tuyo

como Tú te dignaste morir

por amor del amor mío.

~ 5 ~

Hasta tal punto fue “connatural” y férvida el ansia martirial al espíritu de Francisco,

que lo contagió hasta a una mujer, a la dama que le comprendió mejor y le siguió más

de cerca en su nuevo idealismo: la hermana Clara. Calibre el lector lo que significa ver

en aquella época a una mujer deseando y buscando el martirio; realmente heroica. Pero

ella no lo hizo por heroica, sino por cristiana enamorada –así la apellidaba Francisco:

“la cristiana”–, al estilo de su maestro el Pobrecillo. Era una de sus constantes vitales:

recoleta voluntaria entre los muros de San Damián, “a gusto deseaba soportar el marti-

rio por amor del Señor Jesús”; lo afirman tres de las testigos del Proceso. Y este anhelo

habitual estalló en paroxismo santo cuando se enteró de lo que el lector se va a enterar

aquí: del primer martirio de unos hermanos menores, en Marruecos. Con la firmeza que

la distinguía, proyectó e intentó irse a tierras de infieles, para lograrlo. Francisco –aquí,

¿más prudente o menos idealista que ella?– no se lo consintió, movido también quizá

por las lágrimas de las sores de San Damián, que lloraban al verla en esa determinación,

en que la iban a perder.

Mas esa fiebre del amor sangriento que no aprobó en “su plantita”, la quiso y la ani-

mó en los suyos. San Francisco es, entre las Órdenes religiosas, el primer fundador que

incluye en su Regla –en sus dos Reglas– un capítulo taxativo sobre las misiones. Me-

rece la pena trasladar aquí una de esas normas: “Cualquier hermano que quiera ir entre

sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y los hermanos

que van pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no

promuevan disputas ni controversias, sino que se sometan a toda criatura por Dios, y

confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor,

anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y

Espíritu Santo, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y se hagan

cristianos, porque, a menos que uno no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar

en el reino de Dios (Jn 3, 5). Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden

que se dieron y abandonaron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben

exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles, porque dice el Señor: Quien

pierda su vida por mi causa, la salvará para la vida eterna (Lc 9, 24)” (1 R 16). Y el

legislador Pobrecillo, para enardecer ese espíritu de la ofrenda total, añade hasta otros

doce textos evangélicos.

Sí, así de alto y neto era aquel ideal franciscano. Agostino Gemelli(1878-1959) lo

expresa con belleza y propiedad: “Hombres crucificados: así los define y los quiere San

Francisco; él, corazón ardiente, los educa para amar el dolor y la muerte. Hombres

crucificados, y, sin embargo, libres como los pájaros: crucificados alados, que, orando,

toman el cielo como su espacio vital, y, predicando y convirtiendo, vuelan a flor de

tierra como unas golondrinas. Siguiendo la bendición de San Francisco, van, como

aves, por todos los puntos cardinales: a Francia, Alemania, España, Egipto, Palestina;

sin dinero, sin vestidos, sin miedo al hambre, al frío, a los peligros... Pero ¿qué son los

peligros para quienes nada tienen que perder, y menos aún la vida, ya ofrendada a

Dios? Van hacia lo desconocido, con un espíritu magnífico, que el mundo llamará de

aventura, y que los cristianos llaman de apostolado”. Estas inspiradas frases marcan el

programa y la idiosincrasia de aquella primitiva generación franciscana, pero se pueden

~ 6 ~

aplicar como por antonomasia a los que buscaron y lograron la prueba suprema del

amor: el martirio.

Hemos visto cómo, ya en 1218, Francisco envió al hermano Gil a Túnez con esa mi-

sión de que predicara a los sarracenos y diera allí su vida por Cristo. Todo alegre partió

el hermano Gil a intentar su holocausto; ya hemos visto que su misión fracasó: los mis-

mos cristianos residentes en aquella tierra, temiendo represalias de los mahometanos por

su predicación, le embarcaron por la fuerza en una nave y le obligaron a regresar a Ita-

lia. Con los años se alegró de no haber muerto en Túnez, porque Dios le cambió el mar-

tirio por la muerte mística; pero en aquel momento mascó su fracaso con amargura, te-

niendo que ahogar su nostalgia con una frase como ésta, que, tres siglos después, pro-

nunció al fin de sus días otro franciscano de la misma estirpe heroica, el primero y prin-

cipal de “los doce apóstoles de Méjico”, fray Martín de Valencia: “He sido defraudado

en mi deseo”, en su anhelo de anunciar de tal modo a los infieles el evangelio de Jesús,

que éstos le martirizaran por Él.

En aquella hazaña el hermano Gil no iba solo. Le acompañaba el hermano Electo, lai-

co como él, jovencísimo, y tan delicado que apenas podía soportar el ayuno en los días

prescritos por la Regla. Ignoramos cómo, pero este hermano Electo se quedó en el país

musulmán. Sabemos que lo apresaron y que lo sometieron a un duro martirio. Recibió a

la muerte de rodillas, apretando la Regla contra su corazón. Fue de verdad –y se con-

sideró– un Elegido, y es a este novicio a quien habría que llamarle “el protomártir fran-

ciscano”. Quizá no ha cundido ese título por no haber sido oficialmente canonizado.

Como una herencia de la sangre, el ansia del martirio vino a ser una de las constantes

históricas de los auténticos seguidores del Crucificado del Alverna. Por esa fiebre marti-

rial, y por los muchos miles en que tal fiebre ha sido mortal, la familia franciscana ha

sido llamada “la Orden pródiga de su sangre”. Y esto es exacto también en los brotes

de “la plantita de San Francisco”, las clarisas: ardientes mujeres, enamoradas del Már-

tir del Gólgota, en su clausura recoleta vivían –y viven– un espíritu de exaltación misio-

nera, y pronto fueron con sus hermanos a países de misión, animadas por un idéntico

anhelo del martirio. He aquí unos datos para la inmortalidad: sin salirnos de aquel siglo

de Francisco y Clara, en 1268 fueron degolladas colectivamente las moradoras del mo-

nasterio de Antioquía de Siria, por orden del sultán Melek Saher Bibars I; en 1269 mo-

rían a manos de los tártaros sesenta clarisas del monasterio de Zawichost, en Polonia; en

1289 el sultán Melek-el-Mansur hizo matar a las moradoras del monasterio de Trípoli; y

en 1291, al ser tomado San Juan de Acre (Accon o Tolemaida) por las tropas de Melek-

el-Asheraf, sufrieron el martirio nada menos que setenta y cuatro hijas de Santa Clara; y

también las clarisas de España, ya en ese siglo, en 1298, y en los azarosos tiempos pos-

teriores, las del monasterio de Jaén, en número de veinte, pagaron el tributo de su sangre

por la irrupción de las tropas sarracenas. Son aportaciones del franciscano Ignacio

Omaechevarría (1909-1995). Detallar esos virginales holocaustos gloriosos daría para

un hermoso capítulo. Y este ardimiento misionero femenino continúa hasta hoy, dis-

puesto a la prueba extrema del amor: dar la vida por aquel que la dio por nosotros.

Pero pasemos ya a las primicias de este supremo amor franciscano.

~ 7 ~

Buscadores de su propia muerte

Si la primicia martirial del hermano Electo fue en 1218, al año –después del Capítulo

General de la Orden de 1219– el Pobrecillo formó otro equipo, más numeroso, para in-

tentar de nuevo la suerte suprema. Y, pues la anterior había fallado por Oriente, ahora se

dirigirían hacia Occidente, a tierras mahometanas de España y de Marruecos, donde

pensó quizá que había más peligro, es decir, mayor oportunidad. Escogió a seis, después

de invocar al Señor y calibrando bien, con discernimiento, el temple heroico de la triple

pareja: los hermanos Vidal, Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón. Por fortuna, con-

tamos con un relato fidedigno de su hazaña (en la citada o mencionada Analecta Fran-

ciscana III). Los editores de Quaracchi traen las pruebas del texto crítico, y Paul Sa-

batier4 afirmaba: “Se ha hallado recientemente el relato de sus últimas predicaciones y

de su fin trágico, por un testigo ocular. Ese documento es tanto más precioso cuanto

que confirma las líneas generales de la narración mucho más larga, hecha por barcos

de Lisboa”. Es una buena versión medieval de las mejores actas martiriales de los pri-

meros siglos del cristianismo, particularmente en esto: con parecido talante, algunos de

aquellos mártires azuzaban a las fieras para que los despedazaran, por la urgencia que

tenían de rubricar su fe con su sangre.

Por su extensión no lo voy a dar al pie de la letra, pero sí con honesta fidelidad, y

tratando de traducirlo al gusto literario de hoy.

Convoca San Francisco a los seis de la suerte y de la muerte, y les dice:

–Hijitos míos: Dios me ha mandado que os envíe a tierra de sarracenos a predicar y

confesar su fe, y a combatir la ley de Mahoma. También yo iré a tierra de infieles en

otra dirección y enviaré a otros hermanos hacia las cuatro partes del mundo. Preparaos,

hijos, a cumplir la voluntad del Señor.

Los seis inclinan reverentes la cabeza y responden:

–Estamos dispuestos a obedecerte en todo.

A Francisco le invade el júbilo, al comprobar una sumisión tan pronta, y, con el tono

más dulce de su voz, les exhorta a la paz y a la paciencia, al amor y a la humildad, a la

castidad y a la pobreza. Y termina su exhortación con estas normas prácticas:

–Llevad siempre con vosotros la Regla y el breviario. Obedeced en todo al hermano

Vidal, como a vuestro hermano mayor. Hijos míos: me gozo en vuestra buena voluntad,

y el amor que os tengo me hace amarga la separación. Pero hemos de preferir el man-

dato de Dios a nuestra voluntad propia. Os suplico que tengáis siempre ante los ojos la

Pasión del Señor, y ella os fortalecerá y animará a sufrir vigorosamente por Él.

Y, tras una despedida emotiva de lágrimas y abrazos, y con la bendición emocionada

del Santo Pobrecillo, que ellos reciben conmovidos de rodillas, los seis dejan a sus es-

paldas la Porciúncula y parten con rumbo a España. A pie, descalzos, sin alforja, men-

digos peregrinos de Dios.

4 Teólogo e historiador franciscano (1858-1928).

~ 8 ~

Y he aquí que, al cruzar Aragón, Vidal, “el hermano mayor”, enferma gravemente.

Detienen su viaje en espera de su recuperación. Pasan los días, y ésta no tiene visos de

llegar. Y el hermano Vidal impone su autoridad:

–Muy queridos hermanos, no quiero que mi enfermedad impida el objetivo de nuestra

misión. Quizá el Señor no me juzga a mí digno, por mis pecados. Proseguid el camino,

y no olvidéis las recomendaciones de nuestro padre y hermano Francisco. Yo me que-

daré aquí, mientras lo quiera el Señor.

Y, otra vez, la pugna fraterna de los que se resisten a abandonarlo y la entereza de

quien les manda poner la voluntad de Dios por encima de la propia. Al fin, los cinco se

le despiden llorando y abrazándole, y con estas palabras:

–¡Ojalá nos encontremos en el reino de Dios!

Cruzan campos y pueblos de Aragón, de Castilla, de Extremadura, y entran en Por-

tugal, y se llegan a Coímbra, donde está la reina consorte doña Urraca,5 buscando en-

contrar allí apoyo y manera para bajar hacia el sur e introducirse en el reino moro de Se-

villa. A la reina, devotísima, se le abren aún más sus grandes ojos por la admiración, y

los toma por santos, al oír el fervor con que hablan de morir por Cristo, y le entra el ca-

pricho de que le digan de parte de Dios el día y la hora en que ella va a morir. Ellos se

resisten a responderle nada, pero oran, y se sienten iluminados, y le pronostican que será

corta su estancia en la tierra, y le dan la señal de que ellos mismos –“así como nos

ves”– darán pronto sus cuerpos al martirio, y los traerán aquí, a Coímbra, como reli-

quias, y al poco tiempo entregará también ella su alma a Dios.

De Coímbra descienden a Alenquer, en los lindes bajos o fronteras de Portugal con la

Extremadura andalusí de entonces.6 Allí se presentan a la princesa doña Sancha, hija del

gran rey Sancho I de Portugal y de la reina Aldonza o Dulce de Aragón (muerta en

1198), y hermana del que ahora es rey de Portugal, Alfonso II. A la tal doña Sancha, por

ser dama muy honesta y religiosa, nuestros peregrinos le confían también reservada-

mente su propósito martirial. La princesa se asombra, pero lo aprueba, y decide ayu-

darlo. Su apoyo resultó concreto y eficaz, al modo como suelen las mujeres: intuye que,

así como van, con sus hábitos de predicadores cristianos, no van a llegar muy lejos en

tierra de moros, pues se lo impedirán en seguida los mismos comerciantes cristianos,

para no poner en peligro su negocio con los árabes; y les provee de convenientes ropas

seglares. Así, disfrazados de lo que no son, siguen su aventura y logran colarse en Se-

villa.

En Sevilla dan con un buen cristiano, que los recoge en su casa, en la que permanecen

ocultos unos días, de nuevo con el gozo y la libertad de sus hábitos. A la semana salen

de su encierro, y, sin guía ni consejo de nadie, quitándose el miedo más pronto que su

5 Cuya muerte será en este año 1220, el 30 de noviembre.

6 Alenquer es una villa o localidad del distrito de Lisboa. Se encuentra en la orilla derecha del arroyo de

Alenquer, afluente del Tajo. Los portugueses conquistaron estas tierras a los moros en 1148, recibiendo

carta foral de condado en 1212, precisamente de manos de la infanta Sancha a la que nos estamos refi-

riendo. Hay aquí mucho patrimonio arquitectónico y artístico, especialmente en las ruinas del antiguo

castillo y del convento de San Francisco, del siglo XIII, etc.

~ 9 ~

vestido seglar, se dirigen a la mezquita principal y pretenden entrar en ella. Los sarra-

cenos que lo ven, primero se pasman de asombro, luego se colman de ira, y a gritos, pu-

ñetazos y estacazos los arrojan de allí.

Estos golpes, este fracaso, no les amilanan; al revés, les suben la calentura de su ansia

martirial. Unos a otros se dicen:

–¿Qué hacemos aquí y así? ¿Por qué retrasamos nuestra predicación? Conviene que

expongamos nuestra vida corporal, y prediquemos valientemente ante el mismo califa

que Cristo es verdadero Dios.

Y se animan en grupo, y se llegan a la misma puerta del palacio del califa, decididos a

entrar. Les corta el paso un príncipe moro, hijo del rey, preguntándoles:

–¿De dónde venís?

–Venimos de Roma.

–Y ¿qué buscáis aquí? ¿Para qué habéis venido?

–Queremos hablar con el sultán de cosas que le interesan a él y a todo su reino.

–¿Traéis cartas o alguna garantía de vuestra legación?

–Nuestra embajada no la traemos por escrito, sino en nuestra mente y en nuestras pa-

labras.

–Decidme a mí vuestro asunto, y yo lo transmitiré fielmente al rey.

–No, primero debemos hablar con el rey nosotros. Tú te enterarás de nuestro negocio

después.

Esa porfía termina bien para nuestros protagonistas. El príncipe moro entra donde el

sultán y le cuenta al detalle su diálogo con aquellos extraños cristianos. Y el sultán de-

cide:

–Que pasen.

Y se repite el interrogatorio:

–¿De dónde sois? ¿Quién os ha enviado? ¿A qué habéis venido?

–Somos cristianos y venimos desde Roma. Pero quien nos envía es el Rey de reyes,

nuestro Dios y Señor, y para la salvación de tu alma: abandona la falsa secta del infame

Mahoma, y cree en el Señor Jesucristo y recibe su bautismo, sin el cual no te podrás sal-

var.

Es claro. Aquel rey moro no ve lo que para nuestros protagonistas es luz meridiana: Id

por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad. El que crea y se

bautice, se salvará; el que se niegue a creer será condenado (Mc 16, 15-16). Es claro.

El sultán no puede dar crédito a lo que está viendo y oyendo. Y se exaspera, y, en su

furia, grita:

–¡Hombres malvados y perversos!, ¿me decís eso a mí solo, o para todo mi pueblo?

Nuestros protagonistas, al ver que ya se había levantado la esperada tempestad, se ar-

man de valor y le responden con rostro alegre:

–Oh rey: sábete que, así como tú eres la cabeza del falso culto y de la inicua ley de ese

falaz Mahoma, por eso mismo eres peor que los otros, y en el infierno te espera una pe-

na mayor.

Es echar leña al fuego, y no al del infierno, sino al de la ira del sultán, colmada hasta

rebosar. Y el sultán ordena que sean decapitados. Y los sacan de su presencia. Nuestros

protagonistas, que lo han oído, se miran unos a otros contentísimos y se dicen:

~ 10 ~

–¡Albricias, hermanos, hemos encontrado lo que buscábamos! Perseveremos, y no te-

mamos lo más mínimo el morir por Cristo.

Se lo escucha el príncipe que antes les había hecho de introductor, y les sugiere:

–¡Desgraciados! ¿Por qué anheláis morir tan vilmente? Atended mi consejo: desmen-

tid lo que habéis dicho de nuestra ley y contra el profeta de Dios, Mahoma, haceos sa-

rracenos, y seguiréis viviendo, y con muchas riquezas en este mundo.

–¡Desgraciado tú! –contestan ellos–. Si conocieras cuántos y qué bienes nos esperan

en la vida eterna por morir así, ni se te ocurriría ofrecernos esos bienes pasajeros.

Y el príncipe moro se compadece de esa rara locura, y vuelve donde el rey su padre,

buscando calmar su indignación:

–Padre, ¿cómo has tomado esa decisión? ¿Cómo los mandas matar sin más? Ten en

cuenta las leyes: consulta a los más ancianos, y luego haz lo que sea justo según su con-

sejo.

Por el tono razonable y mesurado con que su hijo el príncipe se lo ha dicho, el sultán

se ha calmado. Y, como primera providencia, ordena que los aíslen en la alta azotea de

una torre. Desde allí, tomándola por púlpito, ellos, con su fiebre martirial enardecida, a

todo el que pasa a sus pies le gritan la verdad de la fe cristiana y la falsedad de su fe

mora. Y el sultán se entera, y manda que los bajen y los encierren en el calabozo de la

torre. Luego, los llama para un nuevo careo:

–Hombres locos y miserables: ¿todavía seguís aferrados a vuestra actitud disparatada?

–Nuestras voluntades están siempre firmemente apoyadas en la fe de nuestro Señor

Jesucristo.

El sultán se convence de que no les va a hacer cambiar, ni por las buenas ni por las

malas. Y convoca al Consejo de sabios y ancianos del reino, y les presenta a nuestros

protagonistas, y nuestros protagonistas aprovechan la selecta asamblea para anunciar

con firmeza su fe. Y el rey decide poner fin a aquel litigio ingrato y ordena el exilio:

–¿A dónde queréis ir, a tierra de cristianos o a Marruecos?

Y ellos no eligen, sino que se ratifican en su propósito:

–Nuestros cuerpos están en tus manos, pero nuestras almas no las puedes dañar. Mán-

danos donde te parezca. Por nuestra parte, estamos dispuestos a morir por Cristo.

La epopeya

Pensándolo bien, el califa de Sevilla los pone en camino de Marruecos: adivina que, si

los envía a Portugal o a Castilla por una frontera, por la misma o por otra han de volver

a meterse en su reino. Y tiene una buena ocasión: uno de estos días va a zarpar rumbo a

Marruecos el infante don Pedro, hermano del rey Alfonso II de Portugal y de nuestra

conocida infanta doña Sancha. Este infante don Pedro no se entiende políticamente con

su hermano el rey Alfonso II, y, temiendo alguna venganza personal, ha decidido po-

nerse a las órdenes del Miramamolín de Marruecos con un grupo de soldados cristianos,

para ayudarle como aliado con los almohades en su lucha con otros jefes moros.

Don Pedro, cristiano de corazón, les toma a nuestros protagonistas un claro aprecio.

Se los lleva en su expedición, y, ya en suelo marroquí, los aloja en su propia casa. Y

nuestros protagonistas no retardan su objetivo. Con libertad evangélica recorren la ciu-

~ 11 ~

dad, y, en cuanto ven un grupo de moros –en el zoco o en cualquier calle–, les predican

audazmente el mensaje salvador; especialmente el hermano Berardo, que conoce mejor

el árabe. Y los moros les miran y escuchan con asombro, y los toman por unos hombres

que han perdido el juicio.

Un día en que el hermano Berardo ha hecho de una carroza abandonada su cátedra

para los transeúntes, ve que se acerca con su comitiva el propio Miramamolín, el sultán

Aboidile (Abu Yaqub II al-Mustansir Yusuf), de paso a visitar el sepulcro de sus ante-

pasados, fuera de la ciudad, junto a la muralla. El Miramamolín se queda de una pieza al

ver y oír la osadía predicadora del hermano Berardo, y le propina una dura reprensión.

Pero el predicador continúa impertérrito su mensaje, combinando las diatribas a Maho-

ma con la proclamación del evangelio de Jesús. Al convencerse de que la cosa va en fir-

me y en serio, el Miramamolín arde en cólera, y decreta que los cinco autores de la gra-

ve ofensa mahometana sean expulsados inmediatamente de la ciudad, y obligados a tor-

nar a un país cristiano.

El infante don Pedro los toma de su cuenta, con el doble interés de librarlos de la furia

del sultán y de evitar la malquerencia de éste contra los cristianos, y comisiona a un pi-

quete de sus soldados para que los trasladen al puerto de Ceuta. No sabe tampoco el in-

fante con quiénes se la juega. A mitad de camino, los cinco de la fiebre santa se desen-

tienden sigilosamente de sus custodios, regresan a la ciudad, y se ponen a predicar a los

sarracenos en plena ebullición del zoco.

La noticia llega a la par al infante y al sultán. Y el sultán manda furibundamente que

se les encarcele, y que en la cárcel no se les dé trozo de comida ni gota de bebida, ni se

consienta a nadie que se la suministre. Los carceleros se cuidan muy bien de observar la

orden real. Veinte días en aquel calabozo del hambre y de la sed, agravadas por una

hórrida tempestad de simún7 que abrasa el aire, sin más sustento ni aliento que su con-

fianza en el Señor.

A ese filo de las tres semanas de ayuno total, uno de los consejeros del Miramamolín,

llamado Ababaturim –un mahometano que miraba con cierta simpatía a los cristianos–,

le insinúa que suelte a los cinco religiosos presos, no sea que el horror de aquel largo

vendaval quemante haya sobrevenido como un castigo por atormentarlos. Y el Mirama-

molín da dos órdenes perentorias: a los carceleros, que los liberen; y a los cristianos más

7 Viento extremadamente cálido y seco que sopla en los desiertos de Arabia, Sahara, Siria, Jordania e Is-

rael en dirección al mar; sopla a rachas, es intenso y transporta partículas de arena y polvo en suspensión,

provocando en ocasiones violentas tormentas de arena. La temperatura puede sobrepasar los 54° C, con

una humedad por debajo del 10 %.

La posible tormenta se mueve en forma súbita y circular (como un ciclón), transportando nubes de

polvo y arena, lo que produce en personas y animales un efecto de asfixia e hipertermia. Esto se atribuye

al hecho de que el viento cálido provee más calor al cuerpo del que puede ser evacuado por éste mediante

la evaporación del sudor. Un simún se desarrolla rápidamente y sin señales que prevean su aparición, aun-

que su temporada más propicia es entre mediados de junio y mediados de agosto. Dentro de estas fechas,

los simunes se presentan con silbidos violentos, y la arena en suspensión tiñe de anaranjado la nube que

se desplaza a gran velocidad, y matando a cualquier ser vivo que alcancen sus ráfagas.

Heródoto (siglo V a. de C.) habló del simún describiéndolo como un viento rojo que sopla atravesando

el Sahara. La arena transportada puede incluso llegar o invadir por el Atlántico y Europa.

~ 12 ~

responsables, que inmediatamente los saquen de sus términos a cualquier lugar cristia-

no.

Para hacer eficaz esta medida, reúne en su palacio a los presos y a algunos de los cris-

tianos principales. Y queda todo sorprendido –y con él los demás circunstantes– de que

veinte días sin probar gota ni bocado no hayan dejado en ellos huella de debilidad ni

desánimo. Y les pregunta:

–¿Quién os ha alimentado en la cárcel todos estos días?

–Te lo diremos –responde en tono de misterio el hermano Berardo– si te decides a

instruirte en la fe católica.

Y Aboidile se da cuenta de que, a gentes así, o dejarlos o matarlos. Y por una vez más

resuelve dejarlos. Y ellos salen de su presencia dispuestos a predicar; pero, ahora, quie-

nes no se lo consienten son los cristianos, que empiezan a temer, con pánico, que al odio

islámico del sultán le dé por cortar a mansalva cabezas de cristianos. Al hermano Be-

rardo le causa risa y pena tanto miedo; mas, por compasión de ellos, se calla. Y ellos los

toman a buen recaudo, y otra vez los ponen bien guardados camino de Ceuta.

Hay que declarar a estos apasionados de la libertad evangélica –entre otros títulos– es-

pecialistas en fugas: porque de nuevo, antes de llegar a su destino, se desentienden de

sus guardianes... y hételos otra vez en la ciudad del sultán. Y ahora es el infante don

Pedro el que se los lleva a su casa, no como antes, con la cortesía de su hospitalidad,

sino por el miedo de que su empeño evangelizador les cueste la vida a todos.

Pero el infante tiene que salir con una tropa conjunta de moros y cristianos a sofocar

una rebelión, y se lleva consigo a nuestros protagonistas. Y sucede que por poco fenece

la tropa entera sin entrar en batalla. Atraviesan una región desértica. Tres jornadas cum-

plidas sin dar con una gota de agua, ni para los soldados ni para las caballerías. Un sol

de cuarzo arriba y un horno de arena abajo les pusieron en ansia de muerte. El cronista

anota aquí esta hipérbole: “Si hubieran encontrado una arena algo húmeda, la hubieran

chupado con ansia de vida”. Pero aquel mar de arenas no tiene agua. Y viene el mi-

lagro. El milagro de la fe evangélica: “Os aseguro que, si uno le dice al monte ése:

„Quítate de ahí y tírate al mar‟, no con reservas interiores, sino creyendo que va a su-

ceder lo que dice, lo obtendrá” (Mc 11, 23). Tal es en esos momentos la fe del hermano

Berardo. Se dirige vivamente a Dios, toma en sus manos una varita, y –zahorí divino–

perfora con ella la arena reseca, y brota una fuente de agua abundante, con la que sacian

su sed hombres y bestias, con la que hacen rebosar todos los odres y pellejos disponi-

bles. Y calmada la sed, y colmado el suministro, se agota la fuente. Mahometanos y

cristianos, maravillados y alborozados, besan los pies y los hábitos de los frailes prodi-

giosos.

Ni sueñan éstos que por aquí les va a venir el principio de su muerte deseada. A su

éxito de zahoríes portentosos, se ha ido sumando aquellos días su triunfo apologético

sobre uno de los más sabios y devotos de la fe del Islam, reconocido y admirado como

tal en todo el reino. Por lo que sea, va también en aquella comitiva guerrera. Y los días

son largos, y es permanente la convivencia y conversación entre moros y cristianos, y el

docto y fervoroso musulmán se enzarza en agudas discusiones con nuestros protago-

nistas. Y éstos –no por ser cinco contra uno, sino por la inspiración y oportunidad de sus

~ 13 ~

argumentos– le dejan cada vez en situación de vencido, y él no puede soportar la humi-

llación, y, en cuanto regresan a la capital, se escabulle del grupo y desaparece del reino.

Vuelta la tropa de su misión, no tarda el Miramamolín en conocer el prodigio del agua y

el mal papel de su sabio imán. Ni tardan nuestros protagonistas en hacerse encontra-

dizos con él, en el mismo lugar y a la misma hora temprana de su paso habitual hacia las

tumbas de sus predecesores. Allí están, sobresaliendo y predicando. Y él, al verlos y oír-

les, con la doble rabia de su prestigio como sabios y taumaturgos, arde en furor, y man-

da venir a uno de sus príncipes, Abosaide. Éste había sido testigo del agua en el de-

sierto. Y el Miramamolín le ordena que los aprese y los decapite. Pero el príncipe, entre

admirado y compasivo, demora la ejecución desde la mañana hasta el atardecer, con-

fiando en que algunos de los cristianos nobles intercedan ante el sultán y consigan la re-

vocación de la sentencia.

No están hoy estos cristianos –ni nobles ni plebeyos– para tafetanes apaciguadores. Se

azoran. Ven que ha estallado la iracundia del sultán, y temen –y no sin razón– que es-

talle también un motín de la turba moruna, vengativa de las ofensas contra “Alá y su

Profeta”. Y los cristianos todos, altos y bajos, con la excepción de los que están cau-

tivos y al servicio de los sarracenos, se encierran en sus casas, y trancan bien la puerta;

y más, que sienten y oyen cómo algunos grupos de mahometanos se apostan por fuera,

dispuestos a la sarracina y al pillaje.

Al fin, llegada la noche, Abosaide envía un piquete de soldados con la orden de que se

los traigan. Nuestros protagonistas, nada más ver a quienes vienen a prenderlos, piensan

que ya ha llegado su hora, se santiguan con una gran cruz gozosa y decidida, y siguen

ágilmente a estos emisarios: verdaderamente hay fiebres incontrolables. Presos y pren-

dentes llegan a la casa del príncipe, y el príncipe no está –¿otra maña de Abosaide para

darle largas al asunto?–, y entonces los soldados los conducen a su cuartel, y le enco-

miendan su custodia a un italiano renegado.

Al amanecer, vuelta a llevarlos a casa de Abosaide, y vuelta éste a no comparecer. Y

los soldados del piquete se enfurecen, y con rabia desatada, a bofetadas y empellones,

los llevan a encerrar en la cárcel principal de la ciudad. Y nuestros protagonistas, lo de

siempre: en la cárcel siguen proclamando la palabra de Dios a cuantos pueden, moros y

cristianos. Al cabo de tres días de prisión, Abosaide se decide a actuar y manda que se

los lleven. Y se los llevan a pasos de crueldad: los desnudan con violencia, les atan las

manos a la espalda, los azotan hasta rasgarles las carnes, hasta enrojecerles el rostro con

su sangre. Y así se los presentan al príncipe. Este les interroga en juicio formal:

–¿De dónde sois?

–Somos cristianos, y venimos de Roma.

–¿Por qué habéis osado entrar aquí sin licencia, cuando sabéis que estamos en guerra

declarada con los cristianos?

El hermano Otón le responde:

–Hemos venido aquí con el permiso de nuestro hermano mayor, Francisco. También

él está como nosotros, por otras partes de la tierra, buscando el bien de los hombres. Y

venimos para predicaros el camino de la verdad: aunque seáis nuestros enemigos, os

amamos de corazón, por Dios.

–¿Y cuál es el camino de la verdad?

~ 14 ~

–Éste –siguió el hermano Otón–: que creáis en un solo Dios, que es Padre, Hijo y

Espíritu Santo, y en que el Hijo se hizo hombre, y al fin fue crucificado por la salvación

de todos. Y quienes no creen esto, sin remedio serán atormentados en el fuego eterno.

El príncipe Abosaide se le sonríe, con cierta saña oculta:

–¿De dónde lo sabes tú?

–Lo sé por el testimonio de Abrahán, de Isaac y de Jacob, y de todos los patriarcas y

profetas, y de nuestro mismo Señor Jesucristo: Él es el Camino, y el que va fuera de Él

va errado; Él es la Verdad, y sin Él todo es engaño; Él es la Vida, y sin Él se tiene la

muerte sin fin. Y de ahí que vuestro Mahoma os lleva falsamente y por camino equivo-

cado a la muerte eterna, donde él mismo es atormentado perpetuamente con todos los

que le siguen.

Abosaide pierde los estribos y grita:

–¡Evidente! Vosotros estáis poseídos por el espíritu diabólico, que os hace hablar así.

Y, en un acceso de furor, manda que los lleven por separado a casas distintas, y que

los azoten bien azotados. Y estos ministros del odio y de la venganza vuelven a desnu-

darlos, y los atan de manos y pies, y los arrastran y vuelven a arrastrar, al mismo tiempo

que los flagelan tan atrozmente, que se diría que se les van a salir las entrañas. Y hier-

ven aceite y vinagre, y los derraman sobre sus heridas; y rompen unos vidrios y los es-

parcen por el suelo, y los arrastran sobre ellos, así heridos y desnudos. La orgía sádica

dura casi toda la noche. Algunos espectadores, entre compasivos y ofendidos, les dicen:

–¡Desgraciados! ¿A qué aguantáis tantos tormentos por una mentira? Convertíos a

nuestra ley y a nuestra fe, y viviréis.

A éstos –y a esto– nuestros protagonistas no responden palabra. Valientemente, desde

sus cuerpos tendidos y lacerados, alaban al Señor en voz alta, y se animan unos a otros a

sufrir con paciencia hasta el fin, hasta la muerte.

Treinta sarracenos se ensañan así con ellos. Y se toman un descanso, antes del ama-

necer. Y en su duermevela les parece –¿ver, soñar?– que desciende del cielo una luz es-

plendorosa, y envuelve hermosamente a sus cinco víctimas, y las transporta al paraíso

en medio de una innumerable comitiva celeste. Y corren con espanto a contárselo al in-

fante don Pedro, y éste les tranquiliza:

–No os preocupéis. Continúan en la cárcel. Yo les he estado oyendo toda la noche

alabando al Señor. No tengáis miedo de que se os escapen.

El Miramamolín está siendo informado de todo. Su ira se va inflamando más y más

con cada nueva noticia, y ordena que se los traigan. El infante don Pedro piensa que

ahora sí ha llegado la hora de su sacrificio martirial, y acude con la primera luz al prín-

cipe Abosaide, a quien considera su amigo, y le suplica que, en caso de que los maten,

le entreguen sus cuerpos, para darles cristiana sepultura.

Y los conducen al palacio del Miramamolín. ¡Qué vía crucis de espanto! Totalmente

despojados, atadas las manos, descalzos los pies, sus bocas echando sangre, los llevan

por las calles impeliéndolos con restallantes latigazos. Al llegar a palacio, Abosaide se

les pone delante y les increpa:

–¡Miserables! ¿Estáis locos? ¿Por qué sufrís tanto por vuestra fe, tan falsa como ini-

cua? Atended mi consejo, y tendréis aquí honores y riquezas, y después el paraíso. Con-

~ 15 ~

vertíos a la ley sarracena, retractaos de lo que habéis dicho contra nosotros y contra

nuestro Profeta, y se os perdonará todo, y seréis grandes entre nosotros.

El hermano Otón vuelve a tomar la antorcha de la intrepidez:

–No nos compadezcas en nada: a través de estos tormentos leves y pasajeros camina-

mos de prisa a la gloria eterna. Compadécete de tu alma infeliz, a la que le espera el

fuego eternal, a no ser que te conviertas plenamente a Cristo y a nuestra fe, y te bautices

en el agua y el Espíritu Santo para el perdón de tus pecados. ¡Vaya ley tuya nefandísima

a la que nos invitas, y vaya vuestro vilísimo Mahoma!

Y remata sus palabras con un gesto de desprecio, lanzando al suelo un escupitajo.

Abosaide, fuera de sí, le propina una bofetada en la mandíbula derecha. Y el hermano

Otón le presenta en gesto rápido la izquierda, mientras le dice:

–Dios te perdone, pues no sabes lo que haces. Aquí tienes la otra para otra bofetada:

dispuesto estoy a recibirla con paciencia, siguiendo el consejo de nuestro Señor Jesu-

cristo.

No ha entendido bien Abosaide, y pregunta a los cristianos presentes:

–¿Qué ha dicho éste?

–Nada –le responden–. Sólo ha dicho que Dios te perdone.

Y el príncipe los pasa a la presencia del Miramamolín. Éste, una vez que los tiene ante

sí, manda salir a todos, menos a algunas de sus concubinas. Ya a solas con ellos y con

ellas, se encara severamente con nuestros héroes:

–¿Sois vosotros esos que vituperáis nuestra ley y nuestra fe, y al gran Profeta de Alá?

–Nosotros no vituperamos ninguna fe verdadera, pues vuestra fe no es fe, sino puro

error y mentira. Sólo la fe de los cristianos es verdadera fe, y es ciertísima. Y nosotros

no la vituperamos, sino que con todas nuestras fuerzas la defendemos y veneramos.

El Miramamolín cambia de rostro y de táctica, y les propone insinuante:

–Convertíos a nuestra fe, y os daré estas mujeres como esposas, y muchas riquezas, y

puestos de honor en mi reino.

–Para ti tus mujeres y tu dinero –contestan firmemente ellos–. Nosotros lo desprecia-

mos por Cristo.

La negativa tajante duplica el furor del Miramamolín:

–¡Mi autoridad y mi espada curarán del todo vuestra locura!

–Sí: nuestros cuerpos y nuestras miserables carnes están bajo tu autoridad, pero nues-

tras almas están sólo en las manos de Dios.

A estas palabras, ante esta actitud, el Miramamolín se enrabia hasta el paroxismo. Re-

clama una cimitarra. Con su propia mano la blande, y, separándolos uno a uno, uno a

uno les raja la frente, uno a uno les cercena la cerviz. Tres cimitarras mellan en la fre-

nética ejecución. Completan aquella orgía de sangre las odaliscas. Como locas, como en

una danza macabra, van tomando los cuerpos y las cabezas de los cinco, y los van arro-

jando a la calle. En la calle, el populacho, ebrio también de furor y de sangre, ata con

sogas los pies y las manos de cada víctima, y, ululando como en un griterío triunfal, los

sacan de los jardines del sultán, y los arrojan fuera de los muros de la ciudad. Y toman

como trofeo las cabezas y otros miembros, y los pasean por las calles en un desenfreno

salvaje que dura hasta la noche.

Es el 16 de enero de 1220.

~ 16 ~

Honras póstumas

Desde aquel momento, los cristianos de Marruecos los apreciaron como auténticos

mártires, y empezaron a honrarlos como tales. Aun a riesgo de sus propias vidas, inten-

taron rescatar sus cuerpos para guardarlos como reliquias. Tuvieron que acudir al so-

borno de unos sarracenos amigos para lograr hacerse con ellos. El infante don Pedro se

encargó, con reserva y reverencia sumas, de disecar las carnes en la azotea de su casa

con el fuego achicharrante del sol, y preparó dos cajas de plata, una para las cabezas,

otra para los huesos y la carne disecada. Y después de muchas peripecias –algunas, real-

mente rocambolescas– logró salir con ellas de la capital, llegar a Ceuta y embarcarse allí

con las reliquias y con su familia, y arribar primero a Sevilla y luego a Portugal.

A Portugal había llegado la fama del martirio antes que él con su preciosa carga, au-

reolada con las gracias y milagros que Dios obraba por su intercesión, y que no son de

contar aquí.

En Coímbra, la reina doña Urraca, que tanto les admiró y apreció antes de su muerte,

les salió a recibir con todo el pueblo a la puerta de la ciudad, y, en una procesión devota,

jubilosa, solemne, trasladaron las santas reliquias al monasterio de la Santa Cruz, donde

les dieron honrosa sepultura, y donde siguieron floreciendo los milagros. Y el primero,

el cumplimiento de la profecía: tal como se lo habían anunciado los mártires en el viaje

de ida, doña Urraca, la piadosa reina, falleció de noche, al poco del regreso de las reli-

quias.

En este monasterio de canónigos de San Agustín, un joven canónigo, noble y sabio,

don Fernando Martins, que había conocido y admirado allí un año antes su fiebre mar-

tirial, sintió ahora una envidia irrefrenable de vivir y morir como ellos, y se hizo her-

mano menor, con el nombre de “hermano Antonio”, el que luego sería celebérrimo co-

mo San Antonio de Padua. Y se embarcó para Marruecos, dispuesto a repetir la hazaña.

Pero los vientos del mar y de Dios le llevaron a las costas de Sicilia, dejando para siem-

pre a la espalda sus heroicos sueños. Nunca, sin embargo, este mártir fallido olvidaría

aquella envidia loca, que cambió su vida. Y le gustaba predicar sobre la Pasión del Se-

ñor, describiéndolo cubierto de sangre del principio al fin, desde su circuncisión hasta la

cruz. Lo proclamaba: “El sol aparece rubicundo en su oriente y en su ocaso. Así, Cristo

fue teñido de sangre en el principio y en el fin de su vida... Fue el amor quien llevó al

Hijo de Dios al suplicio... Acerbo dolor, para maravillarse de él: sufrió más que todos

los hombres...”.

En Aragón, el hermano Vidal, otro fallido en la divina aventura, cuando se enteró de

su martirio, se gozó y se dolió infinito: se alegró por ellos lo indecible; pero se entris-

teció tanto o más por sí mismo, porque no le había sido dado acompañarlos en la suerte.

Y en esta pena vivió hasta la muerte, con el anhelo de padecer por Cristo.

Y en Asís, Clara, a la que un Papa llamaría “la mujer suprema de su tiempo”, al lle-

garle la noticia de esa palma martirial de Marruecos, se entusiasmó hasta el arrebato con

el anhelo de alcanzarla ella también, como ya conocemos. Más lejos, en Siria, también

vino a saberlo el Pobrecillo, que había peregrinado a Oriente buscando lo mismo, y no

~ 17 ~

lo halló. Al conocerlo, “se alegró en extremo, y exclamó jubilosamente: ¡Ahora puedo

decir con verdad que tengo cinco hermanos!”.

Él había definido inspiradamente que “sería buen hermano menor aquel que fuera...”

como los mejores caballeros de su Tabla Redonda, y propuso una lista de nueve, cada

uno con sus características prendas ejemplares.8 Ahora añadía casi cantando que sería

buen hermano menor aquel que fuera capaz de dar la vida por Cristo, como los cinco de

aquella suerte marroquí. Era la canonización franciscana de sus protomártires, de sus

miembros más heroicos.

Otro igualmente fracasado, que vibró con esa doble nota de la alegría y de la nostal-

gia, fue nuestro hermano Gil,9 el cual, más tarde, se lamentaba de que los superiores de

la Orden no promovieran la canonización de estos héroes, no por la gloria de la Orden,

sino para que resplandeciera en ellos el honor de Dios, y para que cundiera el ejemplo.

Con uno de sus refranes típicos, afirmaba: “Si no tuviéramos esos ejemplos de nuestros

predecesores, quizá no estaríamos donde estamos. Pero Dios da oro a quien le da oro,

escarlata a quien le da escarlata, garambainas a quien le da garambainas. Lo que uno

hace ante Dios, eso queda ante Él, Dios no lo cambia”. He ahí un condensado pane-

gírico de los que San Francisco había canonizado: despreciando todo el fárrago de este

mundo, ellos habían ofrendado a Dios la escarlata de su sangre y el oro de su acrisolado

amor. En 1481, a 7 de agosto, Sixto IV, con la bula Cum alias animo, concedió su fiesta

litúrgica a toda la Orden, haciéndola también extensiva a toda la Iglesia. Su fiesta se

celebra el 16 de enero, aniversario de su martirio.

Mas vengamos a estos tiempos nuestros, tan distantes, tan distintos. Nuestro progreso

histórico prodigioso, supersónico, en casi todos los niveles del ser humano, nuestra for-

mación católica posconciliar y nuestra sensibilidad civilizada, agudizada o blandeada

por el confort y el consumismo, nos incapacitan para calibrar en lo que fue el valor de

aquellos retos heroicos. Afirmémoslo sin ambages: nuestros protagonistas son hoy para

admirar, no para imitar; no conocían “la evolución del dogma”, ni “el ecumenismo”, ni

“la libertad religiosa”, ni “el respeto a la conciencia ajena”, ni otros frutos logrados

de nuestros tiempos y del Espíritu del Señor inspirando y perfeccionando a su Iglesia.

Pero ellos fueron fieles –heroicamente leales– a su siglo, a su Iglesia, a su Dios, a su

8 Cf. Espejo de Perfección (EP), 85.

9 Beato Gil de Asís (1190-1262), el tercero de los compañeros en unirse a San Francisco, en abril de

1208, perteneciendo al grupo de los íntimos del Poverello. Hombre de gran experiencia mística y de

ingenio natural penetrante, ejerció como cierto magisterio espiritual entre sus hermanos; sus sentencias

(Dichos) están llenas de tino ascético y de buen sentido. En su juventud, trabajó y viajó mucho, sin

descuidar la oración; de mayor, a partir de 1226, la contemplación y la vida mística fueron llenando más y

más su existencia. Murió en Monteripido (Perugia). Aprobó su culto el Papa Pío VI en 1777.

~ 18 ~

Amor. Su martirio resonó como la doxología del Cantar de gesta de aquellos “Caba-

lleros de la Tabla Redonda” del idealista San Francisco. Era la realización más perfecta

de “la perfecta alegría”, definida así por él: “Por encima de todas las gracias y de

todos los dones del Espíritu Santo, que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse

el hombre a sí mismo, y el de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús,

penas, injurias, oprobios e incomodidades... En la cruz de la tribulación y de la aflic-

ción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro. Por eso dice el Apóstol: No me quiero

gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6, 14)” (Flor 8).

Fortini lo considera como la semilla del heroísmo multisecular de la Orden, en su

expresión máxima, “uno de los más emocionantes episodios de la historia franciscana:

constituye el comienzo de todo un desquite glorioso y sangriento, en el que las flores

rojas del martirio rebrotan sin pausa en todas las épocas y en todos los lugares de la

tierra”.

Termino con un texto de Sabatier, buen epitafio para estos héroes de la fiebre caba-

lleresca a lo divino: “Jamás la locura del martirio ha sido mejor caracterizada que en

esas largas páginas, en que se ve a estos hermanos forzar a los mahometanos a perse-

guirles y a hacerles ganar la palma celeste […]. En ese paroxismo, la sed del martirio

se convierte en la locura del suicidio. ¿Queremos decir que los hermanos Berardo,

Pedro, Adiuto, Acursio y Otón no tienen derecho a la admiración y al culto que se les

ha rendido? ¿Quién se atrevería a afirmarlo? ¿El sacrificio no es siempre ciego? Para

que un surco sea fecundo hay que regarlo con sangre, hay que regarlo con lágrimas,

con esas lágrimas que San Agustín llama la sangre del alma. ¡Ah!, es un engaño inmo-

larse, porque la sangre de un solo hombre no podría salvar al mundo, ni a una nación;

pero es un engaño mucho mayor el no inmolarse, porque entones se deja que los demás

se pierdan, perdiéndose uno mismo el primero. Recibid, pues, mi homenaje, Mártires de

Marruecos. No lamentaréis –estoy seguro de ello– vuestra locura […]. Fuisteis locos,

pero con una demencia que envidio: porque sentisteis que lo esencial, aquí abajo, no es

servir a tal o cual ideal, sino servir con toda el alma al ideal al que uno se ha consa-

grado”.

Su lección actual estaría en que también nosotros –siquiera algunos de nosotros–, con

nuestro cristianismo de hoy, en versión de nuestro tiempo, fuéramos como ellos: radi-

cales, decididos, alegres, generosos, totalmente entregados, por el amor de Aquél que se

entregó totalmente por nosotros. Algo de esto expresaba aquel certero hermano Gil:

“Podemos ser mártires sin cimitarra y sin efusión de sangre: con la entrega, el gozo y

la alegría del espíritu, merece el hombre ganar la corona del martirio”. Es decir, darle

a la vida el empleo y el remate mejor.

¿Que estos héroes medievales no son para que los imitemos los cristianos actuales?

Literalmente, no: “un puente de siete siglos” nos separa de aquella radical literalidad

evangélica. Mas para el espíritu no hay puentes; el espíritu vuela, queda a salvo y per-

manece. Salvemos la distancia y prendamos la quintaesencia del espíritu. Joaquín Luis

Ortega (sacerdote y periodista) lo ha escrito con su concisa precisión, a propósito de la

expulsión de judíos y musulmanes de España, en 1492: “Nada menos histórico que

~ 19 ~

hacer la historia a base de juicios y valores del presente. Ranke [1795-1886]10

dijo que

cada época tiene su responsabilidad histórica. Si aquélla creyó servir a la verdad y a la

unidad llegando a la intolerancia, ésta nuestra hará tanto mejor si, en servicio de la

verdad y de la diversidad, practica el diálogo y la comprensión”. La lección de nues-

tros protomártires podría ser: Sí, pero con tal de que a nosotros no se nos diluya ni la fe

ni el amor: fe en el Cristo salvador de todos, amor hasta el sacrificio. El bendito Pobre-

cillo, en una reflexión sobre la Eucaristía, emotiva y de altos vuelos, vino a afirmar eso

mismo: “En conclusión: nada de vosotros retengáis para vosotros mismos, a fin de que

os reciba enteros Aquél que todo entero se os entrega” (Cta O 29).11

Llegó Pentecostés de 1220, 17 de mayo, y tocó celebrarse Capítulo General francis-

cano, esta vez con Francisco ausente. Fue el polémico Capítulo “de los vicarios”. El

malestar provocado por algunas decisiones de los ministros y vicarios del Santo Povere-

llole le obligan a regresar de Oriente antes de lo previsto por él.

Regresó enfermo de malaria y con una grave infección ocular. Le hospeda en su con-

valecencia el obispo Guido de Asís. No poco deprimido, Francisco goza, no obstante, de

la ayuda del obispo y del cardenal Hugolino hacia su persona y para resolver los pro-

blemas de la Orden. Corre el mes de septiembre. Francisco delega el gobierno de la Or-

den en fray Pedro de Cattaneo como vicario.12

Francisco renuncia al cargo de ministro

10

Historiador alemán, uno de los más importantes historiadores de su tiempo, considerado comúnmente

como el padre de la historia científica.

11

Cta O, 29: Carta a toda la Orden (=Carta al Capítulo).

12

Podemos recordar que Pedro de Cattaneo fue uno de los primeros seguidores de San Francisco. El pri-

mero que se le unió en su modo de vida y apostolado fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de

Asís, el cual invitaba con frecuencia a Francisco a su casa y, viéndole en oración, le pidió irse con él

como discípulo. Vendió cuanto tenía y le acompañó a la Porciúncula. El segundo compañero fue Pedro de

Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís. El tercero fue Fray Gil, célebre por su sencillez.

~ 20 ~

general, pero el Papa no está de acuerdo con tal renuncia ni la acepta. Honorio III im-

pone el noviciado en la Orden. Lo más destacado de San Francisco en estos momentos y

circunstancias fue arrancarse con el gesto de acusarse públicamente por sus faltas y,

para dar ejemplo, castigarse duramente.

Recontamos ahora todo esto, teniendo en cuenta el copyright de fray Tomás Gálvez en

Fratefrancesco.org (22 de mayo de 2002, obtenido a 26 de agosto de 2016).

El martirio que Francisco no logró en Egipto lo encontrará al regresar a Italia. Antes

de partir había dejado en su lugar a dos vicarios, fray Mateo de Narni y fray Gregorio de

Nápoles, uno con la misión de visitar a los hermanos y lugares de la provincia umbro-

toscana, y el otro encargado de recibir a los nuevos candidatos en la Porciúncula. Éstos,

sin embargo, se excedieron en sus atribuciones, convocando un Capítulo con la sola par-

ticipación de los ministros y de algunos frailes “más ancianos” o expertos, cuando la

norma era la asistencia de todos los religiosos. Debió de ser este Capítulo el que decidió

la creación de la nueva provincia de Provenza, y el que autorizó a fray Felipe Longo a

ponerse al frente de los monasterios de damianitas, aun sabiendo que Francisco no que-

ría la intromisión de los frailes en los monasterios de monjas, salvo el de San Damián.

Por otra parte, el ministro de Lombardía y Romagna, Pedro de Juan de Staccia, había

abierto una escuela en Bolonia, se dice que para rivalizar con los dominicos, que habían

abierto una en 1219. Los vicarios se atrevieron también a introducir enmiendas en la

Regla, como la relativa al ayuno de los frailes. Para colmo, fray Juan de Compello había

abandonado la Orden para fundar otra, llegando incluso a solicitar al Papa su aproba-

ción, a pesar de la prohibición del Concilio Lateranense IV.

Tales novedades introducidas durante la ausencia de Francisco fueron motivo de polé-

micas y disgustos, y muchos se resistieron a acatarlas, lo que les valió severos castigos,

mientras otros desertaban, como fray Esteban, compañero del Santo entre 1217 y 1219,

el cual, indignado por lo que estaba sucediendo, se fue a Oriente, a contar lo sucedido a

Francisco. Y aunque éste pareció tomárselo con ironía, lo cierto es que regresó a Italia

un año antes de lo previsto, con el ministro de Oriente fray Elías, fray Pedro de Catta-

neo, fray Cesáreo de Spira y otros, dejando allá sólo a unos cuantos frailes, con fray Lu-

cas de Puglia al frente de ellos.

Los males incurables de Francisco y de la Orden

Francisco desembarcó en Venecia, en una de cuyas islas (la actual San Francesco al

deserto) se cuenta que compitió con una bandada de pájaros a la hora de recitar el oficio

divino. Las charcas y el calor de Egipto comprometieron para siempre la salud del San-

to, que volvía afectado de malaria y de una infección ocular que lo dejará prácticamente

ciego al final de su vida. Tan mal estaba, que tuvo que hacer el viaje a lomos de un bo-

rriquillo, acompañado por fray Leonardo de Asís, a quien dio una gran lección de hu-

mildad.

Bolonia era paso obligado y allí estaba el ministro Pedro Staccia, de quien cuenta An-

gelo da Clareno (1247-1337) que Francisco fue a buscarlo y lo maldijo, por querer des-

truir la Orden. Alguien podrá escandalizarse, pero la realidad es esa. Sus principales

biógrafos dicen que “maldecía a quienes con su mal ejemplo eran motivo para que la

~ 21 ~

gente hablase mal de la orden” y destruían lo que el Señor había edificado y no dejaba

de edificar por medio de los santos hermanos. Por la misma razón maldijo también a

fray Felipe Longo, diciendo: “Hasta ahora la llaga estaba en la carne y había espe-

ranza de curación, pero ahora ha calado hasta los huesos y será prácticamente incu-

rable”.

Recurso al Papa e introducción del noviciado

Francisco no se dirigió a Asís, sino que se fue Viterbo, donde residía entonces el Papa

Honorio III con la curia, para solicitarle que permitiera al cardenal Hugolino ayudarle a

resolver los problemas surgidos. El cardenal revocó enseguida las concesiones otorga-

das a fray Felipe, y fray Juan de Compello y sus secuaces fueron expulsados de la curia

franciscana sin contemplaciones. Como medida de prudencia, el Papa concedió a Fran-

cisco la bula Cum secundum, por la que se introducía en la Orden lo que ya era habitual

en otras congregaciones: un año de noviciado antes de la profesión, prohibiendo además

el abandono de la Orden o el cambio de obediencia.

Trato con mujeres

En septiembre, extenuado por la enfermedad, el cansancio y el exceso de ayuno, desa-

nimado y preocupado, Francisco pasó por Bevagna, de regreso a Asís, donde le salió al

encuentro la madre de un religioso, acompañada de otra hija también consagrada, proba-

blemente como penitente. Pero el Santo no miró a la joven en ningún momento, pues

decía al compañero: “¿Quién no tiene reparos en mirar a una esposa de Cristo?”. Se-

guramente pensaba en fray Felipe y en otros religiosos amigos de conversar con vírge-

nes consagradas. Él era del parecer que hay que ser muy prudentes, pues es difícil, de-

cía, caminar entre brasas y no quemarse los pies (Prov. 6, 28). Por eso se esforzaba en

predicar con el ejemplo, evitando seguir la conversación de mujeres demasiado hablado-

ras, o hablándoles en voz alta y clara, de manera que todos lo oyesen. Al final de su vida

confesará que, si las mirase a la cara, sólo reconocería a su madre y a “madonna” Clara,

a quien llamaba “cristiana” para evitar llamarla por su nombre. La Regla de 1221 será

muy explícita al respecto: los hermanos deben evitar la familiaridad con mujeres, el

aconsejarse o caminar a solas con ellas o comer juntos en la misma mesa, y aquellos que

mantengan relaciones sexuales con ellas deben ser por ello expulsados de la Orden.

Delega el gobierno de la Orden en Pedro de Cattaneo

El regreso de Francisco, acercándose el mes de octubre, alegró a muchos, pues se ru-

moreaba que había muerto, y sirvió para tranquilizar los ánimos. Su llegada a Asís coin-

cidía prácticamente con la celebración anual del Capítulo provincial o de San Miguel,

en torno al 29 de septiembre, con la asistencia de todos los religiosos de las regiones de

Umbría y Toscana. Decisión de este Capítulo fue, probablemente, el encargo a fray Ce-

sáreo de Spira, experto en Sagrada Escritura, de adornar la regla con textos bíblicos. Pe-

ro la decisión más grave fue la renuncia de Francisco en favor de fray Pedro de Catta-

~ 22 ~

neo, no como ministro general, pues para ello se requería el permiso del Papa, sino co-

mo vicario suyo. Ante la conmoción y el llanto de todos, le prometió de rodillas obe-

diencia y reverencia, diciendo orante lo siguiente: “Señor, te encomiendo la familia que

hasta ahora me habías confiado. La dejo en tus manos, pues mis enfermedades no me

permiten ocuparme de ella; y en las de los ministros; que ellos respondan ante ti,

Señor, el último día, si por negligencia o mal ejemplo, o por alguna áspera corrección,

se perdiera algún hermano”.

Desde entonces se esforzará Francisco en ser un hermano más, sometido al vicario y a

los ministros de las provincias donde resida o por donde tuviera que pasar. Es más,

pidió al vicario que delegara su autoridad en alguno de sus compañeros, para poderlo

obedecer como si de él se tratase. Los biógrafos dicen que era reacio a recurrir a la

fuerza de la autoridad, salvo en contadas ocasiones. Esto y la enfermedad fueron la cau-

sa de que renunciara al gobierno de la Orden, empeñándose desde entonces en mostrar a

todos con el ejemplo, más que con la autoridad de las palabras, lo que debían hacer o

evitar.

Para dar ejemplo, se acusa públicamente

Otoño de 1220. Habiéndose agravado en su enfermedad, el obispo Guido II de Asís le

había insistido para que se alojara en su casa, y allí permaneció durante la Cuaresma del

Adviento o de San Martín (que se prolonga del 1 de noviembre al 24 de diciembre). Al

final de la misma predicó a los asisanos en la plaza y les rogó que esperasen un poco,

mientras subía a la catedral de San Rufino. Una vez allí, bajó a la cripta, se quitó el há-

bito y pidió a Pedro de Cattaneo que lo condujera así, con la cuerda al cuello, hasta la

picota de la plaza donde solían exponer a los delincuentes a las burlas de todos. Y allí

confesó su culpa, diciendo: “Vosotros y los que me siguen me consideráis un santo, pe-

ro yo confieso ante Dios y ante vosotros que he comido carne y caldo de pollo esta

cuaresma”. Muchos lloraban de compasión, pues era invierno y hacía frío. Tal vez fue

entonces, o en otra ocasión semejante, cuando, caminando por las calles de Asís, segui-

do de mucha gente, regaló su manto a una pobre anciana, pero enseguida confesó haber

tenido sentimientos de vanidad.

La Casa del Comune

Era ya enero de 1221. La casita de barro y madera construida por los hermanos al

principio en la Porciúncula se había quedado estrecha, pues debían alojar también a los

frailes y postulantes que a diario acudían al lugar. Por eso, en ausencia de Francisco, tal

vez a petición de los vicarios, las autoridades de Asís decidieron edificarles una casa

grande, con muros de piedra y mortero. Cuando él regresó y se percató de las obras, lla-

mó al vicario para manifestarle su desaprobación, pues decía que el lugar debía ser mo-

delo y espejo para toda la Orden, y que prefería que los hermanos sufrieran incomodi-

dades antes que dar mal ejemplo y animar a otros a hacer lo mismo.

~ 23 ~

Se castiga o corrige comiendo con un leproso

Uno de aquellos días –ya en 1221– se acercó a la Porciúncula fray Santiago el Simple

con un leproso purulento. Francisco lo reprendió, por no considerarlo prudente, debido

al horror que la gente sentía por ellos; mas luego pensó que había avergonzado al en-

fermo con sus palabras, y pidió al vicario que le impusiera como penitencia comer con

él, en su mismo plato. Siempre hacía lo mismo, también cuando creía haber ofendido a

un hermano. En cambio ocultaba sus progresos espirituales, para no envanecerse ante

los demás. Y cuando alguien le reprochaba la aspereza de su vida respondía que había

sido puesto en la Orden como modelo, como un águila que enseña a volar a sus pollue-

los. De ahí que siguiera mortificándose hasta el final, aunque ya no lo necesitara.

De los detractores en la Orden y la disciplina en la comunidad

Hay que repetir que el verdadero San Francisco tiene poco que ver con la imagen del

Santo dulce, bonachón y tolerante que nos hemos hecho de él, pues era él un hombre

disciplinado, responsable, exigente y austero consigo mismo y severo con los demás, lo

cual no está reñido con la caridad y la humildad. He aquí otro ejemplo: un día oyó a un

fraile que difamaba a otro. Entonces se volvió al vicario, que estaba a su lado, y le dijo,

visiblemente enojado: “Los detractores, si no se les hace frente, amenazan con dividir

la orden; y el suave olor de muchos se volverá apestoso si no se les tapa la boca a

tiempo. Anda, examina el caso con atención y, si el acusado es inocente, haz saber a

todos con una severa reprensión quién es el difamador. Y si no puedes castigarlo por ti

mismo, ponlo en manos del púgil florentino. Quiero que tú y los demás ministros ten-

gáis cuidado con este mal apestoso, para que no se extienda más”. El púgil florentino

era fray Juan de Lodi, de complexión fuerte, a quien Francisco debió de recurrir en más

de una ocasión para corregir a los recalcitrantes. Lo mismo haría después fray Elías, pa-

ra su desgracia. Decía Francisco que los difamadores merecen ser despojados del hábito

y no son dignos de levantar los ojos a Dios, si antes no devuelven la buena fama robada

al hermano.

Los bienes de los novicios y la posesión de libros

El gran número de hermanos que acudían a la Porciúncula planteaba problemas no

solo de alojamiento, sino también de alimentación y vestido. Por eso, Pietro de Catta-

neo, viendo que no bastaban las limosnas, propuso a Francisco la posibilidad de quedar-

se con parte de los bienes que los novicios estaban obligados a repartir entre los pobres.

Más él le respondió que era preferible despojar el altar de la Virgen, antes que obrar

contra la Regla. No obstante, la Regla, que estaba siendo sometida a revisión por esos

días, admitirá la posibilidad de recibir bienes de los novicios, pero no dinero.

Por este mismo tiempo una pobre anciana, madre de dos frailes, fue a pedir ayuda a la

Porciúncula y el Santo, no teniendo otra cosa que ofrecerle, le regaló el primer Nuevo

Testamento que tuvo la Orden.

~ 24 ~

Otro día vino un ministro a consultarle sobre el pasaje evangélico de la Regla que di-

ce: “No llevéis nada para el camino”. Su respuesta fue rotunda: “Mi pensamiento es

que los hermanos no deberían tener más que el hábito, la cuerda y los calzones, y el

calzado si es necesario”. “¿Y qué puedo hacer yo –replicó el ministro–, que tengo li-

bros por valor de más de cincuenta libras?”.“Hermano –concluyó el Santo– yo no

puedo ni debo obrar contra mi conciencia ni contra el Evangelio prometido. Vosotros

queréis que la gente os tenga por observantes del Evangelio, pero en el fondo queréis

tener la bolsa llena”. Respuestas semejantes dará a un novicio que quería tener un sal-

terio y a fray Ricerio de la Marca.

Francisco no permitía la posesión de libros en privado. Los quería en común y sólo los

estrictamente necesarios, como las demás cosas. Se cuenta que por aquellos años, du-

rante los capítulos, los hermanos dejaban sus breviarios en un estante, y luego cada cual

cogía, muy contento, el primero que encontraba, aunque fuese más viejo que el suyo.

El 10 de marzo de 1221 será la muerte de Pedro de Cattaneo

siguiéndole en el cargo fray Elías Bombarone

Fray Pedro de Cattaneo murió apenas cinco meses después de ser nombrado vicario, y

fue sepultado junto a la iglesia de la Porciúncula. Su muerte fue muy sentida en la co-

marca y la gente acudía en masa a su tumba, pues su intercesión obraba prodigios. Hasta

que Francisco se percató, y le rogó, por obediencia, que dejara de hacerlo, para recupe-

rar la paz del lugar, ya que estaban desbordados por los seglares. En su lugar fue elegido

nuevo vicario fray Elías Bombarone de Asís, hombre de gran personalidad y carácter,

muy controvertido, sobre todo en los últimos años de su vida, cuando, por motivos polí-

ticos, cayó en desgracia. Pero de él todos hacían elogios, y el hecho de que Francisco,

hombre perspicaz y buen conocedor de las interioridades de cada hermano, lo nombrara

ministro de la provincia de Oriente y luego vicario suyo, es una buena prueba de sus ca-

pacidades.

~ 25 ~

AÑO 1220

~ 26 ~

ÉVORA (REINO DE PORTUGAL)

LOS PORTUGUESES AVANZAN EN SU RECONQUISTA

El rey Alfonso II de Portugal,13

que es señor de la villa y castillo de Montemayor del

Río,14

hizo avanzar la reconquista cristiana por sus dominios apoderándose definitiva-

mente de Évora,15

consolidando su reconquista y afirmando sus fronteras. Los portugue-

ses adelantan hacia el sur a sus vecinos los leoneses entorpeciéndoles todo lo que pue-

den que avancen.

13

Que está reinando entre los años 1211-1223.

14

Al sureste de la provincia de Salamanca. El recinto del castillo, que se reconstruyó todo bastante, está

reforzado con torres, tanto redondas como cuadradas, destacando la del homenaje. Su perímetro no es

excesivo y está rodeado de una simple muralla que cuenta con puerta hacia el oeste, para la defensa de un

puente, y por allí, desprendiéndose hacia abajo, se esparce el caserío de la villa. Por la parte oriental

destaca el verdadero castillo y a la vez palacio, con un foso y antemuro en el que se abre un pequeño arco

semicircular, entre cubos pequeños, y detrás el recinto principal, reforzado por torres cuadradas y re-

dondas entre las que sube, hacia el norte, la torre del homenaje. La puerta, en ángulo dentro de una torre,

tiene dos arcos, uno agudo y otro escarzano, con una garita encima. las ventanas son adinteladas, ha-

biendo perdido varias de ellas la decoración que tenían al exterior, y las almenas están provistas de tro-

neras redondas y saeteras. El castillo pertenece al Ayuntamiento de la localidad, desde donde se regulan

las visitas guiadas.

15

Ya se la arrebató a los moros en 1165 Gerardo Sempavor, el legendario y peculiar guerrero portugués,

caballero que algunos llaman el Cid portugués. En el escudo de la ciudad portuguesa de Évora figura

precisamente este caballero.

~ 27 ~

REINO DE LEÓN

CONCESIÓN DE FUEROS

El rey Alfonso IX de León y el obispo Martín (o Martiño) de Mondoñedo16

fueron a

hospedarse a la parroquia de Bacoy, el 10 de abril, convirtiendo el monarca dicha pa-

rroquia en villa con el nombre de Alfoz,17

concediéndole el fuero de Benavente,18

otor-

gándolo igualmente después, el 1 de septiembre, a la pequeña localidad de El Burgo19

y

a Puebla de Sanabria:20

En el nombre de nuestro Sennor Iesu Christo, amen. Guisada cosa ese perte-

nece a todo rey christiano de dar a la su puebla nueva tales fueros e tales de-

rechos, e tales costumbres de justicia, e confirmarlos por siempre jamás, que la

puebla nueva reciba acrecimiento en bondat e en valor de su conceyo entre las

otras pueblas antiguas de su reyno, e de apremiar a los malos en su soberbia e

confonder a los soberbiosos en su maldad, de manera que guarden la onrra e el

prez de su rey en todas las cosas, e quel fagan buen servicio e leal a él e a todos

aquellos que vernán dél; e despues que el rey católico todo esto ouiere ordenado

con sus pobladores, debe dar en scripto todo aquello que fuese ordenado e sea

estable siempre firme. E otrosí, que los pobladores no reciban danno en sus

fueros por olvidanza, e por aquesto yo don Alfonso, rey de León, fago carta a

vos los pobladores de Senabria, también a aquellos que agora son como a los

otros que vernán despues e a toda la vuestra generación, de vuestros fueros que

sea valedera por siempre e porque vos e vuestros fijos e vuestros nietos e a

16

Provincia de Lugo.

17

Provincia de Lugo.

18

Los Fueros de Benavente fueron concedidos por el rey leonés Fernando II (1157-1188) en 1164 y 1167,

cuya influencia se hará notar en Asturias y los territorios de la actual Galicia. Hay dos redacciones: el

primero firmado en 1164 que marca características propias de los núcleos repoblados; y el otro en 1167.

Su contenido es muy similar al Fuero de León ya que proviene de él. Su finalidad principal era la de

otorgar privilegios a los ciudadanos que se asentaran en esas tierras para repoblar el norte de la Península.

19

Provincia de Lugo.

20

Provincia de Zamora. La razón última de serle otorgada esta distinción a Puebla de Sanabria, surgió de

la necesidad de crear en la zona un sólido bastión leonés que reforzara la frontera con Portugal, idea que

se ve reforzada con la coetánea reedificación y mejora de castillo y murallas de la villa. El texto que sigue

es el del fuero dado a Puebla de Sanabria por el rey Alfonso IX, reformado y romanceado por el Alfonso

X.

~ 28 ~

todos aquellos que de vos vernán, vivades siempre en paz y en mansedumbre, e

porque los malos e los soberbios sean castigados en todas maneras según

aquestos fueros buenos que vos recibides de mi por la gracia de Dios e por los

vuestros buenos merecimientos.

MUERE ATACADO POR UN OSO EN UNA CACERÍA

EL INFANTE SANCHO FERNÁNDEZ

De otra parte, hay también noticia de obituario en el reino leonés durante este año, en

fecha 25 de agosto. Murió el infante Sancho Fernández, hermanastro o medio hermano

del rey Alfonso IX. La muerte le sobrevino por el ataque de un oso cuando cazaba21

en

las sierras de Cañamero, cuyo castillo poseía con sus alrededores.22

Tenía 34 años de

21

La caza, bien representada en el mundo del arte, fue una de las distracciones favoritas de los soberanos,

de sus cortes y de la aristocracia. Era diversión y ejercicio muy principal. Abundaba la caza mayor, que se

realizaba a caballo, con lanza y con perros, criados y escuderos. Los jabalíes se cazaban con lanza desde

el caballo. El origen de la caza mayor se remonta a los tiempos remotos, pero el de la cetrería sería

medieval en lo que se refiere, al Mediterráneo y a las regiones de Europa.

La evolución natural de la caza sería: desde la montería o caza de fieras a la caza de aves o cetrería. Lo

común era que se les preparase un andamiaje desde donde podían contemplar el desarrollo de la cacería.

Con el tiempo, la ampliada legislación de los derechos señoriles o señoriales les dio a los cortesanos y

aristócratas en exclusiva el derecho de cazar en los montes y de perseguir a las fieras, teniéndose así la

caza cortesana (a caballo, con lanza y perros) de jabalíes, ciervos y osos; y la cetrería (básicamente con

halcones, águilas, etc.). En zonas de caza exclusiva, sólo cazaban los nobles, acompañados de monteros,

ballesteros y halconeros. Como la cetrería era muy minoritaria, debido al alto coste de mantenimiento de

halcones peregrinos, alcotanes, esmerejones, azores y gavilanes, la montería con “grandes lebreles” so-

bre osos, jabalíes, venados y lobos alcanzó un puesto dominante durante el Medievo. Especial relevancia

tenía la caza del oso en el reino de Asturias, pero no sólo allí, y se rastreaba dicho animal con perros y

ojeadores hasta verse acorralado por los lebreles y era abatido a ballesta, que era arma de caza desde el

siglo IX, muy proveniente de diversos lugares ibéricos e insulares (como Mallorca).

En 1180 el Rey Sancho VI de Navarra mandó redactar el Código de Monterías. En el año 1255 el rey

Alfonso X el Sabio, promulgará el fuero real en cuyos apartados 16 y 17 se ordena “no se tomen los

animales salvajes mientras el cazador vaya tras ellos”. Se compuso entonces el Código de las Siete

Partidas en la cabe destacarse esta amplia expresión: “la caza es el arte o sabiduría de guerrear y de

vencer”. Tanto en el Código como en el Fuero de Soria, la fauna de caza, en terrenos de propiedad pri-

vada, pertenecía al dueño de la finca.

Véase más en Epílogo I.

22

Por esta circunstancia, este infante pasa a la historia como el Cañamero, siendo esta localidad serrana

una villa (desde 1538) de la provincia de Cáceres, al sureste de la misma y próxima a la provincia de

Badajoz.

~ 29 ~

edad. Era hijo del rey Fernando II y de Urraca López de Haro, su tercera esposa. Reci-

bió sepultura en el monasterio de Santa María de Perales.23

El infante Sancho Fernández fue alférez de Alfonso IX en dos períodos de su vida,

ocupando también señoríos y tenencias. Igualmente podemos recordar que su madre ins-

tigó al enviudar para que hubiera accedido al trono leonés usurpándole la soberanía a su

hermanastro Alfonso.

Sancho Fernández contrajo matrimonio con su prima hermana Teresa Díaz de Haro,

hija del conde Diego López II de Haro, señor de Vizcaya (muerto en 1214), y de su se-

gunda esposa, Toda Pérez de Azagra. Tuvieron dos hijos y una hija, de apellidos Sán-

chez de León:24

Diego, María25

y Lope.

23

En la provincia de Palencia, donde dicho monasterio ya no existe. Según el testimonio de Pellicer

(1602-1679), en el sepulcro aparecía representado el infante Sancho con un venablo en la mano y pe-

leando con un oso, y estaba adornado con escudos del reino de León. El epitafio indicaba que allí estaba

sepultado el infante Sancho Fernández, hijo del rey Fernando II de León y de su tercera esposa, Urraca

López de Haro, y que había sido muerto por un oso en Cañamero en el año 1220 y, de ser ciertos los datos

consignados en el epitafio del sepulcro del desaparecido monasterio de Perales, dicho sepulcro debió ser

labrado durante el reinado de Alfonso IX de León.

El monasterio de Perales fue fundado en 1160 por los condes Nuño Pérez de Lara (muerto en 1177) y su

esposa Teresa Fernández de Traba (muerta en 1180). En diciembre de 1595 abandonaron las monjas cis-

tercienses el monasterio trasladándose con sus enseres y pertenencias al Real Monasterio de San Joaquín

y Santa Ana de Valladolid, donde se custodia mucho arte.

24

De importante participación en la Reconquista.

25

Casada en primeras nupcias con Pedro Fernández de Castro el Castellano (muerto en 1214), sin des-

cendencia, y en segundas nupcias con Gómez Enríquez de Deza.

~ 30 ~

REINO DE CASTILLA

DONACIONES, SEÑORÍOS, PRIVILEGIOS

El rey Fernando III de Castilla hizo donaciones a la colegiata cántabra de Santillana26

a cambio de la donación que hizo de la ermita de San Pedro en Prádanos de Ojeda27

al

monasterio de San Andrés de Arroyo.28

26

Santillana del Mar (Cantabria), comarca histórica de Asturias de Santillana, como las Asturias de Ovie-

do.

27

Provincia de Palencia.

28

Provincia de Palencia. Ir a Epílogo II.

~ 31 ~

REINO DE NAVARRA

CASTILLOS EN PROMONTORIOS DE LAS BÁRDENAS

Se están construyendo29

castillos de defensa y protección por los dominios de las Bár-

denas Reales de Navarra, que son extensas tierras de un natural aspecto semidesértico.30

Sus suelos se componen de arcillas, yesos y areniscas que han sido erosionados por el

agua y el viento, creando formas sorprendentes entre las que destacan los barrancos, las

mesetas de estructura tabular y unos cerros solitarios que llaman cabezos.

Son castillos31

en construcción por estos lugares los de Aguilar, Estaqua o Estaca, Mi-

rapex, Peñarredonda y Sanchavarqua (o Sancho Abarca32

).

29

El año 1220 puede señalarse como fecha aproximada al respecto.

30

Se extienden por el sureste de la actual Navarra, comprendiendo también tierras aragonesas, de tres lo-

calidades de la provincia de Zaragoza, que son Tauste, Ejea de los Caballeros y Sádaba.

31

De los que sólo quedan actualmente algunos restos o vestigios, sobre unos promontorios casi inexpug-

nables, en torno a los cuales hubo también poblados.

32

En alusión al rey Sancho Garcés II de Pamplona, apodado Abarca, que reinó entre los años 970-994.

~ 32 ~

REINO DE ARAGÓN

REBELDE ENFRENTAMIENTO CONTRA EL REY JAIME I

Sobornado por Sancho I de Cerdaña,33

que fue regente del reino aragonés, Rodrigo de

Lizana saqueó el castillo de Albero Alto34

y se apoderó del mismo, metiendo en prisión

a su señor, Lope de Albero, en el vecino castillo de Lizana.35

Pasó enseguida que el rey

Jaime I, asesorado por el Consejo Real, ordenó su liberación, pero ésta no se logró hasta

que las tropas reales, en mayo, conquistaron Albero y Lizana. Rodrigo de Lizana, decla-

rado en rebeldía, se refugió en Albarracín,36

cuyo señor Pedro Fernández de Azagra,

siendo su amigo, se niega a entregarlo al rey, cuya hueste asedia sin éxito la ciudad, en-

tre los meses de junio y agosto. Así pues, en este año 1220, Rodrigo de Lizana, con-

juntamente con Pedro Fernández de Azagra, encabezó la primera revuelta nobiliaria en

Aragón contra el joven rey Jaime I.37

33

Conde de Cerdaña entre los años 1168-1212 y conde de Provenza entre los años 1181-1184. También

se le conoció como Sancho I de Rosellón y Sancho de Aragón. Su muerte será en 1223, a sus 66 años de

edad.

34

Provincia de Huesca, a 13 kilómetros de la capital. La llanura de la Hoya de Huesca se encuentra salpi-

cada por pequeñas elevaciones de arenisca que, complementadas con obras artificiales, fueron aprove-

chadas en la Edad Media como núcleos fortificados a partir de los cuales surgieron poblados de campe-

sinos. Albero Alto posee un resalte a modo de meseta de arenisca que fue ocupado por una fortificación

de origen musulmán que dominaba el terreno circundante. Del castillo no queda ningún vestigio, sólo la

base de piedra arenisca tallada donde estuvo asentada la fortificación, la misma que, ocupada a partir de

finales del siglo XI por los señores feudales aragoneses, fomentó el desarrollo de una población repoblada

por cristianos, lugar que durante siglos fue patrimonio señorial eclesiástico y laico, cuya iglesia parroquial

construida en el siglo XVI se adosó a la cara occidental del antiguo castillo, quedando integrados algunos

de sus elementos en el nuevo recinto eclesiástico. Actualmente, la apertura por la que se accedía al cas-

tillo se ha ensanchado y las gradas esculpidas en la roca han sido sustituidas por otras de cemento.

35

Provincia de Huesca, en el término municipal de Barbuñales, comarca de Somontano de Barbastro. En-

tre sus escasos restos pueden verse algunas alineaciones de sillares, un aljibe y varias escaleras, pero su

estado de conservación es muy malo. Se encuentra en estado de ruina progresiva, prácticamente desapa-

recido.

36

Provincia de Teruel.

37

Pedro Fernández de Azagra (1196-1246) fue el III señor de Albarracín (señorío muy independiente).

Jaime I de Aragón, siendo aún menor de edad, decidió sitiar Albarracín en ese año 1220 de rebeliones

contra él. Sin embargo, tuvo que levantar el asedio, porque no contaba con suficientes apoyos de la

nobleza y porque los asediados realizaban salidas e incursiones verdaderamente peligrosas y de temer

para los aragoneses. Ya veremos cómo la colaboración de Pedro Fernández de Azagra hacia Jaime I no

será hasta la conquista de Valencia, a partir de 1229, cuando su linaje se redima y vincule con la corona

de Aragón.

~ 33 ~

Sancho I de Cerdaña es el hijo menor de la reina Petronila de Aragón (muerta en

1173) y de su esposo el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona (muerto en 1162). El

Consejo de regencia que gobernaba en Aragón durante la minoría de edad del rey Al-

fonso II (muerto en 1196) le cedió, en 1168, el gobierno del condado de Cerdaña, cuyos

derechos poseía el primogénito. A la muerte de su hermano Ramón Berenguer IV de

Provenza en 1181, su hermano el Alfonso, rey de Aragón y conde de Barcelona, le

confió el gobierno del condado de Provenza, como se lo había cedido a su hermano Pe-

dro, llamado desde 1173 Ramón Berenguer IV de Provenza. Pero en 1185 el mismo rey

Alfonso, quien ostentaba la posesio sobre todo su patrimonio, recuperó la dominatio de

la honor38

sobre el mismo, tras firmar un tratado de paz con la Casa de Tolosa (Tou-

louse).

A la muerte en 1213 de su sobrino el rey Pedro II en la batalla de Muret, tratando de

liberar del dominio francés los territorios del Languedoc, el reino de Aragón fue su-

miéndose en tristes circunstancias o en una situación desastrosa. Su único heredero, el

38

Tenencia feudal o la honor fue la cesión de tierras que efectuaba el rey o señor a un vasallo para su uti-

lización, sin implicar que el otorgante perdiera la propiedad o que supusiera derecho hereditario para el

receptor. Estaba a cargo del tenente.

Con distintos grados de similitud y diferencia entre instituciones muy diversas en distintos reinos de

Europa Occidental (tenure, formas de tenencia feudal en Inglaterra), que no deben identificarse como un

sinónimo del feudo, la tenencia es una institución del feudalismo presente en la Península Ibérica, con

matices diferenciables entre la Corona de Castilla (donde sólo de forma rarísima y tardía se dieron al-

gunos feudos hereditarios), el reino de Portugal (tenência, tença), el reino de Navarra o la Corona de

Aragón (tinença, honor regalis), donde el feudalismo catalán fue más similar al francés.

Según Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), la tenencia beneficial de tierras se remonta al reino visi-

godo, pero el término “tenencia” apareció en los reinos de Castilla y de León a finales del siglo

XI, cuando con la feudalización se concedieron a ciertos vasallos del rey atribuciones públicas, admi-

nistrativas y judiciales. La tenencia se denominó la honor en los reinos de Navarra y en Aragón, donde

aparecieron con anterioridad al resto de la Península Ibérica. Las tenencias se concedían a grupos pri-

vilegiados de la nobleza y del clero y a partir del siglo XII repercutieron en la feudalización al dotarse

dicho grupos de funciones de gobierno, jurisdicción y administración de la recaudación para el rey. Las

honores vitalicias concedidas por los reyes en los siglos XI y XII, a la muerte del tenente, podían ser ad-

judicadas de nuevo por el rey a cualquier noble, habitualmente a familiares del concesionario, pero muy

pocas veces se otorgaba a los hijos de éste.

Inicialmente la tenencia no fue hereditaria, pero en ocasiones el tenente la poseía como cosa propia y

transmisible, en cuyo caso se denominó “heredad”. Las honores hereditarias aparecen en Aragón a co-

mienzos del siglo XII cuando la gran extensión de tierras reconquistadas a los musulmanes por el rey

Alfonso I el Batallador (muerto en 1134) facilitó que los caballeros de frontera lograran señoríos en la

Extremadura soriana y turolense y consolidaran su transmisión a sus hijos; en Castilla sólo se genera-

lizaron las tenencias hereditarias en el siglo XIII, a pesar de la resistencia de Alfonso VIII a conceder

heredades en tierras de Extremadura, en un momento también de extensas conquistas, como suele se-

ñalar García de Cortázar (nacido en 1939).

En el verso 887 del Cantar de Mio Cid (compuesto hacia 1200) aparece la expresión “honores y

tierras”, donde el término “honores” alude a la tenencia como una concesión de tierras del rey que puede

ser temporal o vitalicia, pero no hereditaria, mientras que las “tierras” se referiría a las posesiones

patrimoniales, al patrimonio en bienes inmuebles que puede ser heredado por los descendientes. En el

siglo XII el término “tierra” fue sustituido en Castilla por el de “honor”, que provenía del derecho na-

varro-aragonés, y designó a partir de ese siglo una tenencia regida por un “conde” o “potestad” con atri-

buciones políticas, administrativas, judiciales y recaudatorias de impuestos.

~ 34 ~

príncipe Jaime, un principito de tan sólo 5 años de edad, se encontraba en poder de Si-

món IV de Montfort (muerto en 1218). Fue por eso por lo que los notables de Aragón,

encabezados por Sancho, elevaron una súplica al Papa (aún Inocencio III) y éste exigió

a Simón que devolviera el niño a los aragoneses.

Jaime fue puesto bajo la tutela de los templarios en la formidable e histórica fortaleza

de Monzón,39

mientras Sancho era nombrado regente, hasta que en julio de 1218 las

presiones de las diferentes facciones nobiliarias que pretenden ostentar el poder, le obli-

garon a abandonarla. Durante su regencia se estableció un efectivo sistema fiscal para

intentar sacar a la corona de la bancarrota. En el terreno militar encabezó una serie de

exitosas campañas para intentar expulsar a Simón de Montfort del Languedoc, campa-

ñas que culminaron en el verano de 1217 con la reconquista de Toulouse. Su renuncia a

la regencia dio por terminado cualquier esfuerzo por recuperar el territorio perdido.

39

Provincia de Huesca.

~ 35 ~

ISBILIYA (AL-ÁNDALUS)

LA TORRE DEL ORO

En la Isbiliya (Sevilla) almohade, a orillas del Guadalquivir (el Río Grande), en do-

mingo 8 de marzo de este año 1220 (1 del mes muharram del año 617 de la Hégira),

siendo gobernador Abu l-Ula, empezó a construirse, con base dodecagonal, una torre

defensiva albarrana, cerrando el paso al Arenal mediante un tramo de muralla que la

uniera a otra torre, defendiendo el alcázar. Querrán llamarla Borj al-Azajal o Bury al-

Da-hab.40

¿Cuál es el porqué de estas construcciones? He aquí la respuesta: se esperan

los almohades andalusíes la aparición y gran golpe de los ejércitos castellanos por el

norte y la posible invasión de los benimerines por el sur. Este doble y más que justifi-

cado presentimiento hace que decidan fortificar sus ciudades, antaño fuertes como tai-

fas, siendo Isbiliya una de las más importantes. En este previsible lío o avecinamiento

de violencia, se empieza a construir la mencionada torre junto al rio con la intención de

ampliar la muralla hasta la orilla y, por otro lado, se pretende establecer una cadena (o

reforzar el puente de barcas, que detenga los posibles navíos que ataquen desde el mar

usando el Guadalquivir.41

40

La conocida Torre del Oro. Terminará de construirse, en su primer cuerpo, con el que se mantendrá

por mucho tiempo, en 1221, el 24 de febrero.

Por qué se llama Dorada o del Oro en verdad no se sabe, sólo se conjetura. Hay quienes sostienen que,

para dar la impresión de poder y esplendor, los almohades la disfrazaron dándole una real apariencia de

dorada, a base de cal, paja y azulejos. Los reflejos del río harían el resto para el logro efectivo del efecto.

Para comprender los motivos de esta construcción, hemos de considerar el contexto de la época o los

momentos del siglo XIII en que nos encontramos. Es una época en la que ya no irradia tanto la estrella

musulmana en la Península Ibérica, pues ya decayeron demasiadas cosas en el mundo islámico andalusí,

como podemos recordar.

En 1145 entraron los almohades en la Península Ibérica, tratando de unificar las taifas y de imponer dis-

ciplina, implantando rigor islámico, pues las costumbres al respecto estaban muy relajadas según ellos,

los almohades. Ciertamente se impusieron y, en 1195, derrotaron totalmente a los castellanos en la batalla

de Alarcos. Pero tal impulso fue detenido por los cristianos en la batalla de Las Navas de Tolosa, en

verano de 1212.

De otra parte, en 1215, los almohades se vieron también acosados por otro movimiento de empuje bere-

ber norteafricano: los benimerines, que se los quieren engullir y pasar luego también a la Península Ibé-

rica.

La otra torre mencionada es la que ha venido a llamarse “la mundialmente desconocida Torre de la

Plata”, todo lo contrario de la famosa Torre del Oro, distantes entre sí apenas doscientos metros.

41

Ir a Epílogo III.

~ 36 ~

~ 37 ~

DUCADO DE LORENA

MUERE JOVEN AÚN Y SIN DESCENDENCIA EL DUQUE TEOBALDO I

DE LORENA, SUCEDIÉNDOLE SU HERMANO MATEO II

Murió el 17 de febrero de este año 1220 el duque Teobaldo I de Lorena, a sus 29 años

de edad.42

Fue duque de Lorena desde 1213, hijo y sucesor de Federico II e Inés de Bar.

Le recordamos unido al emperador germánico Otón IV (muerto en 1218). Fue hecho

prisionero tras la batalla de Bouvines (julio de 1214), pero no tardó en ser liberado.

Entre sus hechos y trayectoria43

destacamos el haberse casado con Gertrudis, una tro-

vera, hija única y heredera del conde Alberto II de Dagsburgo44

y Metz.45

No tuvieron

hijos. Le sucede su hermano Mateo II.46

42

Si nació, como parece ser, en 1191.

43

Fue apresado y liberado de nuevo, así como venido a menos y perdiendo territorios.

44

Dabo, en Francia, igual de Metz.

45

Gertrudis se casó de nuevo, con Teobaldo de Champaña, que había sido precisamente el principal rival

de su difunto esposo el lorenés. Su muerte será en 1225.

46

Mateo II (1220-1251).

~ 38 ~

RINGSTED (REINO DE DINAMARCA)

ÓBITOS DE RIQUILDA, PRINCESA Y REINA,

Y DE SAXO GRAMMATICUS

Nos situamos ahora en Rignsted, en la isla danesa de Selandia. El 8 de mayo en el

transcurrir de este año 1220, murió la princesa Riquilda de Dinamarca y reina consorte

de Suecia por su matrimonio, en 1210, con el rey Erik X Knutsson (muerto en 1216).

Era hija del rey Valdemar I de Dinamarca (muerto en 1182) y de Sofía de Minsk (muer-

ta en 1198). La llamaron Riquilda por su abuela materna Riquilda de Polonia, que tam-

bién fue reina de Suecia (casada con Sverker I, asesinado cuando iba a la Misa de No-

chebuena en 1156).

De Riquilda y Erik nacieron: Sofía,47

Ingeborg48

y Erik o Erico, el rey de Suecia como

Erik XI.49

Tras la muerte de su esposo, Riquilda regresó a Dinamarca, donde falleció, como es-

tamos notificando. Fue enterrada en la monástica iglesia benedictina de Ringsted.50

También podemos notificar del reino de Dinamarca en este año 1220 la muerte del

historiador conocido como Saxo Grammaticus o Sajón Gramático,51

autor52

de Gesta

47

Casada con Enrique III de Rostock, miembro de la Casa de Mecklemburgo (norte de Alemania), y

muerta en 1241.

48

Casada con Birger Jarl y muerta en 1254.

49

Entre los años 1216-1250.

50

Actualmente es una iglesia luterana, pero perteneció a un monasterio benedictino cuya fundación se re-

monta al año 1170. Es una importante obra del arte románico en los países nórdicos y fue lugar de en-

terramientos regios hasta el siglo XIV. Muestra gran vistosidad y colorido de ladrillos, con interesantes

remodelaciones de estilo gótico. Es un lugar digno de verse y disfrutarse.

51

Nombre de apodo o apelativo. De quien biográficamente se sabe muy poco. Se cree que nació en Se-

landia. Su elegante latín y sus conocimientos sobre la antigua Roma, presentes en la Gesta Danorum,

hacen suponer que recibió su educación o esmerada formación fuera de Dinamarca, quizá en alguna de las

grandes escuelas de Francia.

52

Según le es atribuido.

~ 39 ~

Danorum (16 libros cronísticos de la historia danesa de estos tiempos).53

Relata en el

prefacio de Gesta Danorum que su padre y su abuelo sirvieron como guerreros al rey

Valdemar I de Dinamarca (1157-1182) e igualmente nos habla de sus propios servicios

(más espirituales y culturales, o en calidad de sacerdote) al rey Valdemar II.

Riquilda, princesa de Dinamarca y reina consorte de Suecia

53

Pudiera ser que su versión de la saga del príncipe danés Amled fuera la que inspiró a Shakespeare su

Hamlet.

~ 40 ~

REINO ARMENIO DE CILICIA

MUEREN ESTEFANÍA DE ARMENIA Y SU PEQUEÑO JUAN

En el reino armenio de Cilicia, en junio, murió54

la princesa Estefanía de Armenia,55

conocida también como Rita, hija única del rey León I de Armenia (muerto en 1219) y

de Isabel, su primera esposa (muerta en 1206).56

Estefanía fue esposa de Juan de Brien-

ne, ahora viudo de ella,57

rey (sin trono) de Jerusalén.58

Estefanía fue criada por su abuela paterna, Rita de Barbaron, esposa del noble Esteban

de Armenia. Tenía Estefanía unos diez años de edad cuando murió su madre, que no ha-

bía dado a León más hijos.59

Fue en abril de 1214 cuando Estefanía se casó con Juan de Brienne, que acababa de

enviudar de su primera esposa, María de Jerusalén (de Montferrato), hermana de Sibila,

la madrastra de Estefanía, la cual se convirtió entonces en madrastra de la hija de Juan,

su esposo, la que más tarde se convirtió en Isabel II de Jerusalén (Yolanda de Brien-

ne).60

En 1216, de Juan Brienne, tuvo Estefanía un hijo. Le pusieron Juan de nombre.

En mayo de 1219 murió León I, el padre de Estefanía, el cual comprometió a sus no-

bles a hacer un juramento de lealtad hacia su sobrino Raimundo Rubén, convirtiéndose

éste así en sucesor y heredero al trono armenio.61

Sin embargo, en su lecho de muerte el

54

En 1220 o tal vez en 1219.

55

Nacida en fecha posterior a 1195.

56

Aunque proveniente del principado de Antioquía, Isabel era de orígenes inciertos. Murió envenenada.

Pero realmente, la familia materna de Estefanía e incluso su madre, ofrece incertezas históricas. Se cree

que su madre era sobrina de Sibila, la esposa de Bohemundo III de Antioquía (muerto en 1201). Otros

creen que era de origen austríaco y germánico.

57

Por segunda vez, pues ya había enviudado en 1212 de su primera esposa, María de Montferrato, reina

de Jerusalén.

58

y coemperador del Imperio Latino de Constantinopla con Balduino II, entre los años (1231-1237).

59

Hacia 1210 volvió a casarse León I de Armenia, el padre de Estefanía, con Sibila (de Chipre o de Lu-

sigán), hija de Isabel de Jerusalén (muerta en 1205). De este matrimonio nació Isabel, una media her-

mana de Estefanía.

60

Su muerte será en 1228.

61

Raimundo Rubén fue hijo de Raimundo IV de Trípoli (muerto en 1198), el cual era el primogénito de

Bohemundo III de Antioquía (muerto en 1201). Su madre era Alicia de Armenia, esposa de Raimundo

(muerta en fecha posterior a 1234). Bohemundo III tuvo rechazo hacia Raimundo Rubén a favor de su tío

paterno Bohemundo IV de Antioquía, que heredó el principado en 1201 (su muerte será en 1233). Pero

~ 41 ~

rey León cambió la sucesión. Hizo a su hija Isabel su heredera y liberó a los barones de

su juramento de lealtad. Estefanía estaba viva en ese momento y habría tenido más

derechos, porque ella era la hija mayor o primogénita. Además, Estefanía tenía con ella

a su hijo Juan.

Pasó entonces que Juan de Brienne, el esposo de Estefanía, que se encontraba en las

refriegas de la quinta cruzada, en Damieta (Egipto) presionó y reclamó el trono armenio

en nombre de su esposa y de su propio hijo. Y a su vez, también Raimundo Rubén pre-

sionóreclamando el trono.

Juan se apartó de la quinta cruzada en febrero de este año 1220 intentando hacerse

presente con sus presiones y reclamos en Armenia. Sin embargo, en junio, como antes

señalábamos, murió Estefanía y murió también su hijo, poco después, a la edad de 4

años. Juan de Brienne ya no tenía ningún derecho ni nada que reclamar sobre el trono de

Armenia. Lo ocupó Isabel, tras ser apresado Raimundo Rubén.62

Raimundo se convirtió en príncipe de Antioquía por la influencia de su tío materno el rey León I de

Armenia, que estaba en abierto conflicto con Bohemundo IV.

62

Isabel reinará hasta 1252. Raimundo Rubén –sin que ofrezcamos más detalles de su biografía o trayec-

toria vital– acabará apresado y encarcelado, muriendo en prisión en 1222 (o combatiendo, según otras

fuentes). Pasó –enlazando con nuestro relato– que Bohemundo IV reconquistó Antioquía, haciéndose con

el control y dominio del principado.

~ 42 ~

REINO DE FRANCIA

MUERE ANDREAS CAPELLANUS, AUTOR DEL TRATADO DE AMORE

Andreas Capellanus (Capellán), compositor del tratado De amore (Sobre el amor),63

murió en este año 1220.64

Esta obra resultó de habérsela pedido María de Francia (hija

mayor del rey Luis VII de Francia y de Leonor de Aquitania). ¿De qué trata la obra?

Veamos:

El autor informa a un alumno joven, llamado Walter, acerca de los escollos del amor.

La obra se compone de tres libros. El primero se dedica a presentar, elaboradas, la eti-

mología y la definición de amor; y está escrito a la manera de una conferencia acadé-

mica. El segundo libro consta de diálogos de muestra entre miembros de clases sociales

diferentes, señalando cómo debería desenvolverse el proceso romántico entre clases. El

libro tercero contiene historias de auténticos tribunales de amor, presididos por mujeres

de la nobleza. El De amore en su conjunto puede ser considerado didáctico o meramen-

te descriptivo.65

63

Mencionado a veces como El arte del amor cortés. De todos modos, su tono realista y un poco cínico

puede dar a entender o sugerir que como tratado es, en algunos aspectos, un antídoto respecto al deno-

minado amor cortés, entendiéndose el mismo como un concepto literario de la Europa medieval que

expresaba el amor en sus refinados aspectos, en forma noble, sincera y caballeresca, originándose esta

forma de amor en la poesía lírica compuesta en lengua occitana.

Una alusión negativa en el texto a la “riqueza de Hungría” ha sugerido la hipótesis que fue escrito

después de 1184, cuando el rey Bela III de Hungría (1172-1196) envió a la corte francesa una declaración

de sus ingresos y su propuesta de matrimonio con Margarita de Francia, condesa de Vexin (muerta en

1197), media hermana de María de Francia, pero antes de 1186, cuándo su propuesta fue aceptada y se

celebró su boda.

64

Se sabe muy poco sobre la vida de Andreas Capellanus, pero se presume que era de origen francés y

formó parte de la corte de María de Francia (muerta en 1198, hija mayor del rey Luis VII de Francia y de

Leonor de Aquitania).

65

En cualquier caso preserva las actitudes y costumbres que fueron la fundación de una larga e impor-

tante tradición en la literatura occidental.

El sistema social de “amor cortés”, gradualmente elaborado por los trovadores occitanos de mediados

del siglo XII, pronto se extendió por muchos lugares. Uno de los círculos en que esta poesía y su ética

fueron cultivados fue en la corte de Leonor de Aquitania (ella misma nieta de Guillermo IX de Aquitania,

trovador y poeta). Se ha indicado que De amore codifica la vida social y sexual de la corte de Leonor en

Poitiers entre 1170 y 1174, aunque evidentemente fue escrito al menos diez años más tarde y, aparente-

mente, en Troyes. Trata varios temas específicos que eran el tema de debate poético a fines del siglo

XII entre los trovadores y las trovadoras (trobairitz).

Durante siglos se ha debatido sobre el significado del tratado De amore. En los años más inmediatos a

su publicación o difusión muchas personas tomaron las opiniones de Andreas sobre el amor cortés al pie

de la letra. Ahora los eruditos ven el trabajo del capellán como satírico y muchos de ellos están de acuer-

~ 43 ~

do en que Andreas comentaba el carácter materialista y superficial de los nobles medievales. Andreas

parece advertir al joven Walter acerca del amor en la Edad Media.

~ 44 ~

LÉRIDA (REINO DE ARAGÓN)

MUERE PERE DE COMA,

MAESTRO MAYOR DE OBRAS EN LA CATEDRAL DE LÉRIDA

En este año 1220 murió Pere de Coma,66

uno de los más recordados maestros de

obras, el maestro mayor, en los trabajos de construcción de la catedral románica de Léri-

da.67

66

Sin que conozcamos mucho ni de su procedencia ni de su vida.

67

La Seu Vella o catedral antigua, que es el monumento más emblemático de Lérida. Se construyó en es-

tilo románico, aunque sus bóvedas son góticas, de crucería ojival. La construcción se yergue sobre el ce-

rro que se conoce como Turó (colina rocosa) de Lleida, dominando la ciudad y la comarca del Segrià, la

más poblada de la provincia. Las obras de esta catedral o seu se prolongaron entre los años 1203-1278.

De Pere de Coma se sabe que su presencia en Lérida es de al menos 1180, cuando está documentada por

su parte la compra de una casa. En el año 1193 se ofreció al obispo de Lérida, Gombau de Camporrells

(1191-1205), para trabajar en la construcción de la catedral. Fue aceptado y contratado en 1203, estando

trabajando allí como maestro mayor desde entonces hasta su muerte.

~ 45 ~

ABADÍA DE PAIRIS (ALSACIA)

MURIÓ GUNTHER DE PAIRIS, RELATOR DE UN EXPOLIO

En su abadía de Pairis, en la localidad de Orbey, en la región del Alto Rin de Alsa-

cia,68

murió el monje historiador Gunther, destacado relator de la cuarta cruzada (1202-

1204), conocido como Gunther de Pairis, de procedencia germana. Tenía 70 años de

edad,

Pasó en dicha cruzada que el abad Martín de Pairis participó en ella, no quedándose

corto a la hora de saquear y expoliar en Constantinopla. Fueron muchas las reliquias que

se llevó Martín desde Constantinopla. No desaprovechó el viaje. Y lo que hace Gunther

es justificarlo, en latín.

Escribió, entre otras obras, De expugnatione urbis Constantinopolitanae seu Historia

Constantinopolitana (Historia captae a Latinis Constantinopoleos), escrita sobre el año

1205, donde aborda principalmente los hechos perpetrados por los latinos que tuvieron

lugar durante el ataque y saqueo de Constantinopla en la cuarta cruzada (mes de abril de

1204). Una de las finalidades de esta obra fue sobre todo justificar la actuación de su su-

perior, el abad de Pairis, que llevó a cabo un verdadero expolio de reliquias de la ciu-

dad. De éstas, Gunther da una lista bastante completa con las piadosas razones para su

apropiación.

Podemos destacar también como otra de sus obras Ligurinus, un panegírico escrito en

forma de poema épico, en hexámetros, esbozándonos las luchas entre el emperador ger-

mánico Federico I Barbarroja enfrentado a las ciudades italianas.

68

Actualmente en el noreste de Francia. Lo que queda de la abadía, que fue fundada en 1138 y suprimida

durante la Revolución Francesa, es ahora una residencia de mayores o ancianos.

~ 46 ~

COÍMBRA (REINO DE PORTUGAL)

MUERTE DE LA REINA URRACA

El 30 de noviembre, en la capital portuguesa de Coímbra, murió a sus 34 años de edad

la reina doña Urraca, consorte de Portugal como esposa de Alfonso II.69

Fue hija de los

reyes de Castilla Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, fallecidos ambos en 1214. Fueron

sus abuelos paternos el rey Sancho III de Castilla (muerto en 1158) y su esposa Blanca

Garcés de Pamplona (muerta en 1156) y los maternos el rey Enrique II de Inglaterra

(muerto en 1189) y Leonor de Aquitania (muerta en 1204).70

De su matrimonio con Alfonso II de Portugal tuvo Urraca a sus hijos Sancho, Al-

fonso,71

Leonor,72

Fernando73

y Vicente.74

Fue muy piadosa esta reina, favorecedora de los franciscanos en Portugal. Tras su

muerte recibió cristiana sepultura en el monasterio de Alcobaça.75

69

Contrajo esponsales en 1205 con el infante Alfonso de Portugal, hijo del rey Sancho I de Portugal

(muerto en 1211) y de su esposa, la reina Dulce, aragonesa (muerta en 1198). A los dos años de aquellos

esponsales, en 1207, se celebró la boda, con todos los requisitos canónicos, aunque no faltaron algunas

reticencias que no vienen demasiado a qué resaltarlas ahora. Y comenzó el reinado de Alfonso II tras la

muerte de su padre el rey Sancho I.

70

Fue madre de los reyes de Portugal Sancho II (1223-1248) y Alfonso III (1248-1279). Y hermana, en-

tre otros, del rey Enrique I de Castilla (muerto en 1217) y de la reina Berenguela de Castilla, madre del

rey de Castilla y León Fernando III el Santo.

71

Reyes de Portugal.

72

Que será reina consorte del rey Valdemar III de Dinamarca.

73

Señor de Serpa.

74

Muerto menor.

75

Es la primera obra gótica, cisterciense, que se erigió en Portugal, dando comienzo su construcción en

1178. Hay varios enterramientos regios en esta abadía.

~ 47 ~

SULTANATO SELYÚCIDA DE RÜM

MUERE KAIKAUS I Y LE SUCEDE KAIKUBAD I

Murió en este año 1220 el sultán selyúcida de Rüm76

Kaikaus I, habiendo reinado

desde 1211 como hijo y sucesor del sultán Kaikosru I, muerto tras la batalla de Antio-

quía del Meandro en 1211, batalla contra el Imperio de Nicea, heredero principal del

Bizantino tras la cuarta cruzada, como podemos recordar. Entonces los dos hermanos

menores de Kaikaus, Kaiferidun Ibrahim y Kaikubad, lucharon contra él disputándose la

sucesión.

Kaikubad tuvo inicialmente cierto apoyo entre los vecinos del sultanato, como el rey

León I de Cilicia-Armenia y Tughrilshah, su tío y gobernante independiente de Erzu-

rum. Al mismo tiempo, Kaiferidun puso en peligro el puerto de Adalia (Antalya) al so-

licitar ayuda a los francos de Chipre. La mayoría de los emires, junto a la poderosa aris-

tocracia terrateniente del reino, apoyaron a Kaikaus. Desde su base en Malatya, Kaikaus

se hizo con Kayseriy luego con Konya (Iconio), induciendo a León a cambiar de bando.

Kaikubad se vio obligado a huir a la fortaleza de Ankara,77

desde donde buscó la ayuda

de las tribus turcomanas de Kastamonu, pero el hermano mayor pronto le arrestó a él y a

Kaiferidun, asegurándose el trono para sí.

Durante este tiempo de gran peligro, Kaikaus negoció un acuerdo de paz con Teodoro

I Láscaris, el emperador bizantino de Nicea, pero los nómadas turcomanos continuaron

ocasionando problemas en la frontera.

De todos modos, y dado todo ello, con Adalia o Antalya a buen seguro y las fronteras

occidentales en paz, Kaikaus volvió su atención hacia el este. Estando en la quinta cru-

zada, los francos se aliaron con los selyúcidas, obligando así a los ayubíes a enfrentarse

a una guerra por dos frentes.

Haciendo resumen acerca del difunto sultán Kaikaus, destacamos que su más signifi-

cativa contribución fue la conquista o adquisición del puerto de Sinop, con su ciudad Si-

nope, en la costa del mar Negro. En 1214, las tribus turcomanas capturaron a Alejo I,

emperador de Trebisonda, mientras disfrutaba de una cacería a las afueras de la ciudad.

El rehén fue entregado al sultán, y negoció su libertad a cambio de la ciudad y el vasa-

llaje del territorio de su reino en el este. Los selyúcidas ganaron otra salida al mar,

contando con la de Antalya al mar Mediterráneo, y una cuña entre los estados bizantinos

de Trebisonda y Nicea. La transferencia se realizó el domingo y fiesta de Todos los San-

tos 1 de noviembre, con la presencia tanto del sultán como del emperador. Alejo fue

76

El dominio turco selyúcida de Anatolia que se constituyó como sultanato de Rüm se prolongó en el pe-

ríodo histórico entre los años 1077-1307.

77

Actualmente la capital de Turquía.

~ 48 ~

agasajado durante varios días y luego se le pidió educadamente que regresase a Trebi-

sonda.

Después del traspaso de poderes, el comercio europeo y bizantino continuó por allí,

funcionando el puerto de Sinope con normalidad. Kaikaus nombró a un armenio, Rais

Hetoum, como gobernador de la población mixta de griegos y turcos. Entre abril y sep-

tiembre de 1215 se reconstruyeron las murallas bajo la supervisión del arquitecto griego

Sebastos y con las contribuciones de quince emires.78

Las obras fueron conmemoradas

con una inscripción bilingüe en griego y árabe en una torre cercana a la puerta occiden-

tal.

La inscripción bilingüe de Sinop

De otra parte, en 1217, construyó Kaikaus, en Sivas, la llamada Şifaiye Medresesi,

edificio diseñado como hospital y escuela de medicina. Y el mausoleo del sultán se en-

cuentra aquí, en el característico iwán del lado sur, bajo una cúpula cónica, mostrándose

en la fachada un poema del sultán en azulejos de fayenza (cerámica vítrea) azul.

78

A modo de reyes de taifas.

~ 49 ~

BUJARÁ Y SAMARCANDA

CONQUISTAS DE GENGIS KAN

EN EL GRAN IMPERIO DE CORASMIA

En este año 1220, Gengis Kan79

se apoderó de la gran ciudad de Samarcanda tras

cinco días de asedio y cerco sobre la misma.80

Lo contamos a continuación resumida-

mente.

Primero recordamos la conquista, en 1219, de Bujará.81

Era una ciudad que no estaba

fuertemente fortificada, pues tan sólo poseía un foso, con una simple muralla y una ciu-

dadela, como era lo habitual por toda esa zona asiática. La guarnición de Bujará estaba

formada por soldados turcos al mando de un general turco. Intentaron romper el cerco al

tercer día de asedio, pero las fuerzas turcas (unos 20.000 hombres) fueron aniquilados

en campo abierto. Los jefes de la ciudad abrieron las puertas, salvo una unidad de solda-

dos turcos que se refugió en la ciudadela y aguantó otros veinte días. Los supervivientes

de la ciudadela fueron ejecutados, los artesanos fueron enviados a Mongolia, los hom-

bres jóvenes que no habían luchado fueron reclutados para el ejército mongol y el resto

de la población fue esclavizada. Los mongoles saquearon la urbe, y cuando finalizaron

la incendiaron, ardiendo completamente toda la ciudad.

Aquello supuso, en 1219, la completa llegada y acoso de Gengis Kan por los límites

del inmenso Imperio Islámico de Corasmia en Asia, habiendo conquistado una ciudad

tras otra. Sus generales utilizaban las armas tanto o tan perfectamente como el engaño y

la astucia; con la ayuda de algunos chinos muy expertos en armas pesadas y asedios, las

victorias se sucedían para los mongoles. En sus avances de conquista se toparon con Sa-

marcanda, próspera ciudad gracias al comercio, muy poblada, guardada con un ejército

importante, reforzada con unas sólidas murallas recién construidas y un buen nivel de

provisiones en su interior. Sin duda, una ciudad difícil de tomar y un asedio complicado.

Gengis Kan bloqueó Samarcanda y reunió allí sus tropas. No olvidemos lo que aca-

bamos de señalar: que el engaño era un arma tan buena como cualquier otra. El caudillo

mongol vistió a la manera mongola a miles de prisioneros que había hecho durante la

campaña y los envió directamente hacia las murallas. Los asediados cayeron en la tram-

79

Muy destacado guerrero y conquistador mongol que unificó a las tribus nómadas de esta etnia del norte

de Asia fundando con ellas el muy extenso primer Imperio Mongol de la historia. Ya en la primera fase

de esta gran expansión las hordas mongolas se impusieron por numerosos y variados territorios.

80

Samarcanda, una de las ciudades más antiguas del mundo, es actualmente la segunda ciudad de Uz-

bekistán en importancia, población y desarrollo después de Taskent, la capital del país.

81

En Uzbekistán.

~ 50 ~

pa y atacaron a los prisioneros. Mientras, el auténtico ejército mongol atacó la ciudad

desde otro lado y consiguió rendirla. Eliminaron enemigos y saquearon por doquier, pe-

ro sobre todo se llegó a un acuerdo de rendición.

~ 51 ~

EPÍLOGO I

LA CAZA EN LA EDAD MEDIA HISPANA

Se inspira este epílogo en artículos de Mª Isabel Montoya, de la Universidad de Gra-

nada, entre otras fuentes y recursos, de un modo abreviado e ilustrativo. He aquí a con-

tinuación algunas imágenes de caza mayor y de cetrería respectivamente.

~ 54 ~

~ 55 ~

Como ya anotábamos en su momento, la caza fue una de las distracciones favoritas de

los soberanos, de sus cortes y de la aristocracia en la Península Ibérica como en tantos

otros lugares. Era diversión y ejercicio principal. Abundaba la caza mayor, que se

realizaba a caballo, con lanza y con perros, criados y escuderos. Los jabalíes se cazaban

con lanza desde el caballo. El origen de la caza mayor se remonta a los tiempos re-

motos, pero el de la cetrería sería medieval en lo que se refiere al Mediterráneo y a las

regiones de Europa.

Puede sostenerse que la época áurea de la cetrería fue la medieval, especialmente du-

rante los siglos X-XV, cuando destacó la caza con halcones y azores.

No se sabe a ciencia cierta cuándo o concretamente dónde se inició la cetrería en

Europa, pero lo cierto es que en los pueblos germánicos se practicaba y se apreciaba

mucho. En las Leyes Burgundias otorgadas bajo el reinado de Gundobad (siglo VI), la

pena por robar una ave de cetrería era que el ladrón debía de dar seis onzas de carne de

su propio pecho para alimentar al ave, o en su defecto pagarle al dueño seis sueldos y

pagar, además, una multa de otros dos. A decir verdad, las leyes medievales sobre las

aves de cetrería eran terribles para los que las infringían. En el Fuero Viejo de Castilla

(siglos XIII-XIV) se cuenta una fazaña en la que un hombre mató un azor que le robó

una gallina, y le costó a él la vida, siendo por fasannia de don Diago Lopes de Faro, de

modo que andaua a caçar en Bilforado e vn astor en Varrio de Vinna tomo vna gallina.

Et vino el gascon e mato el astor, e mandol‟ don Diago prender et asparle en un ma-

dero; e pusieron le al sol aspado e que souyesse y fasta que muriesse.

Pero en la Edad Media todo no era tan cruel, como se nos hace creer, y la cetrería te-

nía su aspecto amable y cortés, pues no era una actividad que practicara un cazador en

solitario. Si creemos al príncipe don Juan Manuel (1282-1348), en su Libro de la caza

(final, cap. XI), sin que existan motivos de duda al respecto de la veracidad, para hacer

buena caza y cumplida eran necesarios dieciocho halcones, suponiendo esto un buen

número de gentes además de los cazadores, halconeros, ojeadores y otras compañas, en-

tre las que se encontraban las damas, pues éstas también gustaban de cazar.

Aquellas participadas partidas de caza favorecían encuentros amorosos. Tenemos, co-

mo ocurre en La Celestina (finales del siglo XV), que la huída del halcón de Calisto

propicia que éste entre en la huerta de Melibea y la conozca y se enamore de ella. De

esto más sabemos por la literatura que por la historia, como, por ejemplo, de cómo

pasaba el día una dama francesa en el siglo XV, Jean de Bellengues, dama amiga de

Pero Niño, de quien se nos cuenta lo siguiente en El Victorial (siglo XV): Desde que se

levantava de dormir, iva a cavalgar, e los donzeles tomavan los gentiles, ella tenían

conçertadas las garzas. Poníase la dama en un lugar, y tomava un falcón gentil en la

mano. levantava[n] los donzeles, e lançzva ella su falcón tan donosamente e tan bien

que non podía mejor ser. Allí veríades fermosa caza y gran plazer; allí veríades nadar

canes, e tañer atanbores, e rodear señuelos, e damiselas e gentiles-honbres por aquella

ribera, aviendo tanto plazer que se non podría dezir.

La cetrería fue un deporte, por emplear un término actual, que era básico en la educa-

ción de todo caballero medieval. Todas las obras medievales que tratan de la educación

de los caballeros, nobles y príncipes hablan del papel fundamental que juega la caza en

su educación. Para el príncipe don Juan Manuel, según nos cuenta en su Libro de los es-

~ 56 ~

tados, era tan importante como las lecciones de gramática, por lo que el joven noble

debía pasar la semana “eyendo salvo el día del domingo… [que] no se deve ni leer ni ir

a caza. Esta educación se impartía a los nobles desde la más tierna infancia, y así Juan

Manuel dice que si fuere de hedat que pueda andar a cavallo et sofrir la fortaleça del

tiempo, non deve dexar, por fuerte tienpo que faga, de ir a caça en cavallo […] et

quando andudiere a caça, deve traer en la mano derecha lança o ascoña o otra vara; et

en la isquierda deve traer un açor o un falcón, et esto deve fazer por acostumbrar los

braços: el derecho, para saber ferir con él, et el isquierdo, para usar el escudo con que

se defienda […] et deve poner espuelas al cavallo, a vezes por lugares fuerte, et a vezes

por llanos, por que pierda el miedo de los grandes saltos et de los lugares fuertes et sea

mejor cavalgante.

Pero, como con todo lo humano, hubo abusos. No en vano, el rey Alfonso X en una de

sus Cantigas de Santa María llegó a decir que la caza era uno de los mayores vicios.

Hasta tal extremo se llegó que, a mediados del siglo XV español, un desconocido o anó-

nimo autor llamado Evangelista escribió una fortísima sátira sobre la cetrería, tanto de

cazadores como de sus aves. A principios del siglo siguiente un escritor aragonés, Fer-

nando Basurto, publicó un librito titulado Diálogo del cazador y del pescador en el que

recriminaba a un joven cazador de azor por su malhadada actividad, de la que no sacaría

nada bueno. Además, qué castellano no recuerda, del siglo X, cómo obtuvo la indepen-

dencia el conde Fernán González del rey de León, por el deseo de tener un azor y un

caballo, siendo éste el modo como Castilla obtuvo su independencia de León, tal y

como lo narra el Poema de Fernán González (estrofas 575-581).

En la Península Ibérica se introdujo el noble arte de la cetrería sobre todo por los

pueblos germánicos y particularmente por parte de los visigodos, los cuales practicaban

la caza a modalidad del bajo vuelo con Accipiteres (es decir, con Azores y Gavilanes)

sin caperuza. De hecho el vocablo “cetrería” tiene que ver con el azor, ya que “azor”

deriva del latín “astur”; Asturias significa tierra de azores (en referencia a los famosos

azores asturianos) y la palabra “cetrería” viene de “acetrería”.

Posteriormente, con la invasión musulmana o dominio islámico, llegaron los halcones

en la caza bajo modalidad del uso de la caperuza, indispensable para el comienzo del

adiestramiento de los mismos y que con su uso los árabes perfeccionaron, favoreciendo

que los halcones se utilizaran más que los azores. Durante la Edad Media, la cetrería,

que en un principio fue concebida como un medio de subsistencia, siendo empleada por

las clases bajas para obtener alimento capturando animales mediante el uso de rapaces,

fue pronto absorbida y quedó relegada al uso exclusivo de la nobleza y de las clases

altas de la sociedad que vieron en las aves nobles una peculiar forma de destacar su

rango social y de practicar una forma exclusiva de caza. Puede decirse que esta época

fue la más importante, ya que durante la Edad Media resulta casi imposible marcar

algún hecho histórico en el que no se mencione de alguna manera a las aves de cetrería.

Así, cabe resaltar el hecho de que el precio por la independencia de Castilla fue un

Azor. También en el poema de Mio Cid se narra que, en el momento de partir para el

destierro, el héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar lloró ante la pérdida de sus pre-

ciadas aves soltadas antes de su destierro. Las cruzadas fueron eventos importantes para

la cetrería al igual que muchas batallas, ya que en éstas se desarrollaban treguas para

~ 57 ~

que los nobles pudieran echar a volar a sus halcones, inclusive si alguno de esos hal-

cones era capturado o se posaba en territorio enemigo, caso por el que el rescate para

ponerlo en libertad podía ser superior al precio de 500 prisioneros. Son muchos los mo-

narcas aficionados a la cetrería ya que entonces era un deporte de la nobleza, algunos

como los Reyes Católicos, y antes Alfonso X el Sabio, que recomendó en sus famosas

Partidas la caza y la cetrería como actividad más adecuada para los reyes y nobles.

Por aquellos entonces, el tipo de halcón que portaba un hombre en su muñeca cuando

iba de caza, denotaba su categoría o rango. De tal manera que un rey llevaba un halcón

gerifalte; un conde, un halcón peregrino; un burgués hacendado, un azor y un sacerdote,

un gavilán; Aunque los peones cazaban con aves de presa, para llevar alimento a sus

casas, esto estaba prohibido por los reyes.

Hacia finales de la Edad Media, el arte de la cetrería empezó a declinar coincidiendo

con la aparición de las armas de fuego, aunque no desaparecería hasta el siglo XIX,

donde solamente sería practicado en grupos pequeños en Alemania, Portugal, el Reino

Unido y Francia, desapareciendo por completo en el siglo XX en la mayoría de los men-

cionados países, excepto en el Reino Unido.

No exageramos si decimos que una de las actividades que mayor placer ha proporcio-

nado al hombre a lo largo de la historia ha sido la caza. Sin embargo, hablar de ella en

términos generales es cuanto menos impreciso, puesto que desde la antigüedad, y especial-

mente durante la Edad Media, como hacemos ahora, esa práctica estuvo determinada por la

finalidad que perseguía el individuo al ejercitarla: bien la utilidad o bien el entretenimiento.

Se tiene constancia de que en la Edad Media, dentro de nuestro contexto peninsular, el

sentido utilitario debió de ser al menos triple:

1.- En la primera etapa de la Reconquista la caza debió contribuir a la alimentación de los

ejércitos que estaban en constante movimiento.

2.- Hay noticias sobre la organización de partidas de caza comunales patrocinadas y

dirigidas por los señores o autoridades competentes para evitar la acción de las alimañas,

es decir con éstas se pretendía eliminar los dañinos ataques de los depredadores a las co-

sechas, al ganado y a las personas.

3.- También sabemos que mediante la caza muchos hogares campesinos, conventos, e

incluso palacios obtenían buena parte de su abastecimiento así como algún beneficio eco-

nómico, porque con este tipo de caza “ofensiva” se procuraba un complemento alimenticio

y de vestimenta.

En cuanto a la segunda finalidad, la práctica de la caza como entretenimiento, como

deporte, es evidente que el cazador en ese menester no sólo buscaba la diversión, el placer

en contacto con la naturaleza, sino también la preparación física necesaria para llevar a

cabo con éxito sus compromisos guerreros. Se trataba de una cuestión de higiene corporal,

pues el individuo debía estar preparado –estar en forma, como se diría hoy– para desem-

peñar las funciones propias de su relevante posición social.

~ 58 ~

Ciertamente, esa doble finalidad estaba determinada por el tipo de caza que en cada

momento se practicara: caza menor, caza mayor o montería y caza con aves o cetrería.

1.- La considerada caza menor, en clara referencia a las dimensiones del animal (liebre,

perdiz, etc.) y a lo sencillo de su realización, fue practicada principalmente por campesinos

y monjes. Se consideraba esencialmente una actividad económica, por cuanto representaba

una fuente de ingresos que permitía equilibrar el balance alimenticio de la familia y

obtener otros recursos económicos.

2.- La caza mayor, montería o venatoria, se denominada así por tener en cuenta las

grandes dimensiones de los animales (ciervo, oso y jabalí principalmente), objeto de

persecución, acoso y muerte; ésta se practicaba y practica en los terrenos agrestes de los

montes, y debido a la complejidad y el peligro que encierra su práctica sirvió a los reyes y

señores no sólo de esparcimiento, sino de adiestramiento y preparación física y moral,

como bien expone en el Libro de la Montería Alfonso XI (siglo XIV).

3.- El tercer tipo es el de la caza con aves, cetrería o arte de volatería, en la que antes nos

hemos detenido, aportando esta modalidad de caza beneficios físicos, naturales y de en-

tonación personal, incluso emocional, en quien la practicaba.

~ 59 ~

EPÍLOGO II

EL MONASTERIO DE SAN ANDRÉS DE ARROYO

Albergando monjas cistercienses, el monasterio románico de Santa María y San An-

drés, más conocido como de San Andrés de Arroyo, es uno de los más destacados e in-

teresantes en Castilla y León, encontrándose al norte de la provincia de Palencia, la zona

más promocionada y divulgada del románico español. Se trata en este caso de un lugar

apartado en la comarca de la Ojeda, en el término de Santibáñez de Ecla.

Exponemos breve o resumidamente la historia de este monasterio, con la presentación

del mismo, diciendo que lo fundó en 1181 la condesa doña Mencía de Lara, contando

con la ayuda del rey Alfonso VIII. La iglesia monástica tuvo su acabose en 1222. Se-

guimos la web de arteguias.com.

~ 60 ~

Aunque como el resto de comunidades monásticas de España sufrió la exclaustración

de Mendizábal en 1836, volvió a cobrar vida dos décadas más tarde con una nueva co-

munidad de monjas cistercienses.

El conjunto monacal de San Andrés de Arroyo ha gozado de dos restauraciones mo-

dernas: una de mediados del siglo XX y otra más posterior.

Como consecuencia de dichas reparaciones y de que el monasterio fue habitado de

nuevo por monjas sólo una veintena de años después de su desalojo por la desamortiza-

ción, el conjunto del monasterio se nos ofrece con una pulcritud verdaderamente admi-

rable.

El arte que se despliega en este cenobio muestra el dominio que alcanzan algunos im-

portantes talleres de la época en la ejecución de los grandes monasterios cistercienses.

Si éstos tenían la obligación de evitar las pinturas murales y la escultura figurada (si-

guiendo los ideales cistercienses), los artistas supieron compensarlo con una elegancia

de formas y una finura en la talla realmente excepcionales. Las finas arquivoltas aboce-

ladas, los esbeltos fustes de las columnas y los capiteles de superficies caladas a trépano

dan fe de ello.

~ 61 ~

~ 62 ~

Como todo cenobio medieval, el conjunto de iglesia y dependencias claustrales se ha-

lla rodeado por una muralla abierta mediante una gran puerta clasicista.

~ 63 ~

Una vez que ingresamos en el interior, lo primero con lo que nos topamos es con el

rollo de justicia, ya que la abadesa tenía “privilegio de horca y cuchillo”, es decir, ju-

risdicción penal sobre los aldeanos de un total de once villas. Realmente este rollo se

encontraba en lo alto del cerro (de la Horca), donde los reos eran (o podían ser) ajusti-

ciados, pero se trajo aquí en tiempos más recientes.

~ 64 ~

A la izquierda (por el norte) encontramos una pequeña capilla con una espadaña tar-

dorrománica y una pequeña puerta de arco apuntado. Un pequeño cartel reza “Capilla

de Forasteros”, aunque en origen fue la Capilla de Ajusticiados donde pasaban sus úl-

timas horas (o podían pasarlas) aquellos que iban a ser llevados al citado cerro para ser

colgados de la horca.

~ 65 ~

Observando a la derecha (por el sur), vemos un amplio patio ajardinado dando a las

modernas dependencias monacales.

Enfrente tenemos la iglesia abacial, que da al claustro y con la sala capitular conforma

el interesante conjunto monumental.

El burgalés monasterio de las Huelgas sirvió de modelo para la construcción de San

Andrés de Arroyo. Hay muchas coincidencias.

~ 66 ~

El hemipolígono del presbiterio se cubre con bóveda todavía románica de cuarto de

esfera con refuerzo de ocho nervios que concurren en una clave común y que apoyan

sobre esbeltas columnas adosadas a los muros del ábside que flanquean los cinco ele-

gantes ventanales que iluminan el interior.

Por su parte, el tramo recto y las capillas tienen bóvedas de crucería simple.

~ 67 ~

El transepto, no acusado en planta, daba paso a tres naves de las que sólo se construyó

la central, para coro de las monjas, y un tramo de la norte.

La cabecera y el transepto se separan del resto de la iglesia mediante un muro per-

pendicular horadado por tres vanos acristalados, puesto que el espacio de la nave se

emplea como coro de las monjas.

La luz se deja entrar mediante grandes ventanales. El gusto cisterciense tardío im-

pregna la construcción. La estampa del hastial occidental es ejemplo de todo lo que ve-

nimos diciendo de este cenobio palentino: monumentalidad y sobriedad no exenta de

finura en los detalles.

De esta guisa vemos el muro de sillería completamente liso, con su bien cortada y es-

cuadrada sillería. Sólo en la mitad superior encontramos un gran vano de iluminación de

arco apuntado rodeado por arquivoltas de delgados boceles y escocias sobre dos parejas

de columnillas.

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~ 69 ~

~ 70 ~

Como en el monasterio de Las Huelgas, se alza un pórtico lateral en el lado norte de la

iglesia.

Está constituido dicho pórtico lateral por cuatro amplios ventanales rodeados por ar-

cos ligeramente apuntados que voltean sobre finas columnillas con capiteles de orna-

mentación vegetal. Tanto éstos como los cimacios se prolongan por el muro en una ban-

da decorativa. El alero está sostenido por canecillos.

Aunque ajenas al espíritu cisterciense de San Bernardo de Claraval, hay rincones con

figuras escultóricas como San Miguel combatiendo.

~ 71 ~

El pórtico tiene su acceso en el lado occidental; sin embargo, la portada principal de la

iglesia se encuentra a oriente de éste, en el único tramo que se llegó a construir de la na-

ve norte. Es la disposición habitual para la entrada a la iglesia en los monasterios cis-

tercienses femeninos.

Acaso lo más admirado del monasterio es la sala capitular y sobre todo el claustro. Es

una pieza exquisita del tardío románico palentino y castellano. La influencia del claustro

de las Claustrillas de Las Huelgas es apreciable en la decoración vegetal plena de fili-

granas del de San Andrés.

Sin embargo, a diferencia de aquél, en el de San Andrés de Arroyo las arquerías son

ligeramente apuntadas y se aprecia una mayor sofisticación, próxima al gótico, en la

manera de esculpir los capiteles, cuya decadente belleza nos anuncia que el románico se

encontraba ya en su fase de extinción.

De las pandas del cuadrilátero han sobrevivido de estilo tardorrománico todas menos

la este que es del gótico final.

Las arquerías de estas tres galerías están formadas por arcos ligeramente apuntados

moldurados a base de bocel y escocia más guardapolvos. Los apoyos son parejas de co-

lumnas con fustes separados y capiteles muy abiertos con figuración vegetal muy de-

talladamente esculpida.

Posiblemente, los elementos que más han llamado siempre la atención son las colum-

nas angulares del claustro, de grueso fuste decorado con motivos geométricos y florales

cuyos capiteles vegetales, muestran entrelazos que casi se desprenden del resto gracias a

los esmerados calados conseguidos a base de trépano.

Se ha destacado que, si la Orden del Císter trató de imponer una estética contenida co-

mo reacción al manierismo románico francés del siglo XII, no cabe duda que este

claustro demuestra que también al mundo cisterciense le alcanzó un espíritu barroco y

efectista.

~ 72 ~

Como era preceptivo en los monasterios medievales, a este claustro se abría la sala

capitular, que en San Andrés de Arroyo tiene una entrada muy elegante mediante arqui-

voltas apuntadas y los habituales ventanales bíforos flanqueándola.

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EPÍLOGO III

LA TORRE DEL ORO DE SEVILLA

Al construirse la conocida como Torre del Oro en Sevilla se completó el sistema de-

fensivo de la ciudad almohade que ya por no mucho tiempo habría de serlo. La Torre

ocupó un lugar importantísimo en la defensa del puerto y del puente de barcas, nexo de

unión de la ciudad con el Aljarafe por Triana.

La cimentación de la Torre del Oro es una consistente losa de hormigón de cal con un

espesor de unos 5 metros (desde la cota +3m. a la cota –2m.). Dicha cimentación se

apoya sobre un terreno blando, pues es una zona aluvial muy cercana al propio río por

lo que en su cimentación se añadió madera de pino para darle mayor consistencia. Ade-

más de estos 5 metros de cimentación iniciales, en 1760, tras las obras de restauración

efectuadas por los desperfectos que ocasionó el conocido como Terremoto de Lisboa de

1755, se macizó como cimentación la planta baja de la torre, lo que supone un aumento

de 6 metros. Por ello, actualmente la Torre del Oro cuenta con unos 11 metros de ci-

mentación.

Existe una tradición de que para impedir la entrada al puerto fluvial, se extendió desde

su basamento una gruesa cadena sobre el río hasta otra torre ubicada en la actual calle

Fortaleza, situada al otro lado del río, en el actual barrio de Triana; dicha leyenda puede

ser falsa ya que la calle Fortaleza en la orilla de Triana recibe ese nombre en el siglo

XIX, siendo anteriormente denominada calle Limones; por otro lado y con más acierto,

en las Crónicas de Alfonso X el Sabio o de su tiempo, donde se describe al detalle la

toma o conquista cristiana de la ciudad de Sevilla, sólo se menciona una cadena, la que

sujetaba el conjunto de barcas que formaba el puente de barcas que unía la orilla de Se-

villa y la de Triana, que unía además la ciudad con el conocido luego como castillo de

San Jorge, en la orilla de Triana. Pero hay muchas leyendas en torno a la Torre del Oro.

La mencionada y supuesta cadena interceptora de barcos fue la que, según la tradi-

ción, rompieron los marinos de Ramón Bonifaz (o de Bonifaz) en 1248 con la flota de la

reconquista.

Actualmente, la Torre del Oro de Sevilla es tan emblemática en la ciudad como la Gi-

ralda. Se alberga en ella un Museo Naval que exhibe variados objetos y piezas relacio-

nados con la vida marinera sevillana y es monumento indiscutible, frecuentemente visi-

tado por turistas y visitantes.

Puede decirse que para entender o disfrutar bien la Torre del Oro habría que visitar

igualmente las otras torres que formaban parte de la muralla de Isbiliya, todas ellas

siguiendo un patrón geométrico. La Torre del Oro dispone de doce lados, la Torre de la

Plata (en la calle Santander) cuenta con ocho lados, en la esquina de la calle Santo To-

más se encuentra la Torre Albelaziz (Abd al-Aziz), con seis lados, y por último, medio

escondida en el Museo de Arte Contemporáneo, encontramos una torre con sólo cuatro

lados.

La Torre del Oro tiene actualmente una altura de 36 metros y está dividida en tres

cuerpos. El primero es el más grande con diferencia, con su planta de doce lados y una

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altura de 20,7 metros, coronado con una galería de almenas y merlones. El segundo

cuerpo también tiene una planta de doce lados, y una altura de 8,5 metros. Está cons-

truida con ladrillo y decorado con arcos ciegos, y rematado por almenas y merlones a

imagen de los anteriores. Puede que sea construcción aún musulmana, aunque hay quie-

nes sostienen que fue añadido por el rey Pedro I el Cruel en el siglo XIV. El tercer

cuerpo es de planta circular, no es de origen musulmán, sino que fue construido en

1760, y está rematado por una cúpula dorada. Este cuerpo se debe al ingeniero militar

Sebastián Van der Borcht, que lo erigió tras el terremoto de Lisboa de 1755.

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ÍNDICE

A modo de [gran] prólogo

Los primeros mártires franciscanos y el modo de proceder,

dando ejemplo, de San Francisco …………………………………….. pág. 3

Évora (reino de Portugal)

Los portugueses avanzan en su reconquista ………………………….. pág. 26

Reino de León

Concesión de fueros ………………………………………………….. pág. 27

Muere atacado por un oso en una cacería el infante Sancho Fernández pág. 28

Reino de Castilla

Donaciones, señoríos, privilegios ……………………………………. pág. 30

Reino de Navarra

Castillos en promontorios de las Bárdenas …………………………... pág. 31

Reino de Aragón

Rebelde enfrentamiento contra el rey Jaime I ……………………….. pág. 32

Isbiliya (Al-Ándalus)

La Torre del Oro ……………………………………………………… pág. 35

Ducado de Lorena

Muere joven aún y sin descendencia el duque Teobaldo I de Lorena,

sucediéndole su hermano Mateo II …………………………………... pág. 37

Ringsted (reino de Dinamarca)

Óbitos de Riquilda, princesa y reina, y de Saxo Grammaticus ……… pág. 38

Reino armenio de Cilicia

Mueren Estefanía de Armenia y su pequeño Juan …………………… pág. 40

Reino de Francia

Muere Andreas Capellanus, autor del tratado De Amore ……………. pág. 42

Lérida (reino de Aragón)

Muere Pere de Coma, maestro mayor de obras en la catedral de Lérida pág. 44

Abadía de Pairis (Alsacia)

Murió Gunther de Pairis, relator de un expolio ………………………. pág. 45

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Coímbra (reino de Portugal)

Muerte de la reina Urraca …………………………………………….. pág. 46

Sultanato selyúcida de Rüm

Muere Kaikaus I y le sucede Kaikubad I …………………………….. pág. 47

Bujará y Samarcanda

Conquistas de Gengis Kan en el Gran Imperio de Corasmia ………… pág. 49

Epílogo I

La caza en la Edad Media hispana …………………………………… pág. 51

Epílogo II

El monasterio de San Andrés de Arroyo …………………………….... pág. 59

Epílogo III

La Torre del Oro de Sevilla …………………………………………… pág. 75

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