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DOS SANTOS COMPAÑEROS, UN IMPORTANTE CONCILIO Y MUCHO MÁS EN 1274 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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DOS SANTOS COMPAÑEROS,

UN IMPORTANTE CONCILIO

Y MUCHO MÁS EN 1274

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

UN AÑO DE IMPORTANCIA

Comenzado en lunes, tuvo su importancia, sobre todo in memoriam, este año 1274 por

el que ahora vamos a transitar, como dándonos un paseo por el tiempo, por esta época

medieval del ya muy avanzado siglo XIII.

Adelantamos aquí que fue el año en que murieron figuras muy relevantes, como los

Santos Tomás de Aquino, dominico, y San Buenaventura, franciscano. Pero también po-

demos mencionar que murió, como luego veremos, un sabio chií de gran realce, inteli-

gente y destacable como el que más en su aportación de conocimientos: Nasir al-Din al-

Tusi.

A los mencionados, todos ellos de gran producción escrita, podemos añadir al poeta y

escritor lombardo Bonvesino de la Riva, que vivió aproximadamente entre los años

1240 y 1315. Parece ser que de este año 1274 es su Libro de le tre scritture, una obra

como anticipatoria de la que compondrá en su momento Dante Alighieri (1265-1321)

como Divina Comedia (escrita entre 1304 y 1321).

Fue un año de importancia este 1274 por haberse celebrado en el mismo la cita del II

Concilio de Lyon, en cierto modo ecuménico pero sin el deseado éxito al respecto como

luego veremos.

Todo esto es lo más destacado de este año 1274. El lector (o la lectora), el consultor (o

la consultora) lo disfrute.

Se sucedieron además otras cosas, las mismas que, más de pasada, simplemente las

mencionamos ahora, muy resumidamente.

Se iniciaron en este año 1274 unas invasiones de los mongoles intentando adentrarse

en Japón, y decimos intentando porque en realidad dichas invasiones, que se prolon-

garon hasta 1281, fracasaron todas.

Resultaba que Kublai Kan1 había reclamado el título de emperador de China en 1259,

y acorde con ello se estableció en Pekín, con rango de capital, en 1264, ocupando poco

después la Península de Corea. Dos años más tarde, Kublai envió emisarios a Japón,

ofreciendo a los japoneses dos alternativas: someterse al Imperio Mongol pacíficamente

o afrontar una invasión. En 1268 otros emisarios intentaron negociar favorablemente,

pero regresaron sin resultado, al igual que la vez anterior. El Chinzei Bugyo, Comisario

[o Comisionado japonés] de la Defensa del Oeste, recibió a las dos embajadas mongolas

y remitió sus mensajes al shogun (insigne comandante militar) en Kamakura y al empe-

rador japonés2 en Kioto. También hubo un intercambio de mensajes a través de emisa-

rios coreanos y algunos embajadores mongoles. El bakufu (término japonés que se re-

1 Dominó o reinó como emperador mongol entre los años 1260-1294 y como emperador chino, de la

dinastía Yuan, entre los años 1271-1294, siendo 1294 el año de su muerte.

2 Habiendo sucedido a Kameyama (1260-1274) era emperador (tenno) de Japón Go-Uda, reinante (en el

trono del crisantemo) entre este año 1274 y 1287, año de su muerte.

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fiere al gobierno del shogun) ordenó que regresaran a sus propiedades todos los terrate-

nientes de Kyushu, la isla más cercana a Corea y por ende el punto de invasión más

probable. Las fuerzas militares de Kyushu se posicionaron al oeste para defender los

puntos en los que los mongoles probablemente desembarcarían. Además se organiza-

ron grandes encuentros para rezar, mientras que el gobierno enfocó todos sus recursos

monetarios en esta crisis.

Kublai Kan estaba dispuesto a ir a la guerra ya en 1268, pero era consciente de que los

coreanos no tenían recursos para proveerle en ese tiempo con un ejército o marina sufi-

cientes. Envió una fuerza a Corea en 1273 para actuar como guardia o tropa de avance,

pero fue incapaz de sobrevivir debido a la escasa producción de las tierras de Corea, y

por eso mismo hubo de regresar a China, para proveerse de suministros. La gran canti-

dad de caballos que los mongoles requerían para su ejército precisaba una vasta canti-

dad de tierras de pastos, un hecho que limitó el movimiento de las tropas, ya que en

ciertas tierras no crecía nada. Finalmente en el año 1274 la flota del Imperio Mongol

zarpó con aproximadamente 15.000 guerreros mongoles y chinos, junto con unos 8.000

soldados coreanos. La fuerza naval incluía 300 barcos de gran tamaño, y entre 400 y

500 embarcaciones pequeñas.

La flota capturó fácilmente las islas de Tsushima e Iki, y el 19 de noviembre los bar-

cos mongoles anclaron en la bahía de Hakata (muy cerca de Dazaifu, la ciudad que

había sido el centro administrativo de Kyushu, la tercera isla más grande de Japón, al

sur del archipiélago). Al día siguiente se inició la batalla de Bun’ei (la batalla de la ba-

hía de Hakata). Los mongoles contaban con armas y tácticas superiores, pero los japo-

neses contaban con muchas más tropas que se habían preparado para el ataque con me-

ses de anticipación, y además habían recibido refuerzos cuando se perdieron Tsushima e

Iki. Los japoneses pudieron prevenir el avance mongol a lo largo del día y al anochecer

se desató una tormenta que causó o produjo la retirada de los mongoles.

Ya a comienzos del año 1275, el bakufu incrementó los esfuerzos destinados a repeler

una segunda invasión que creía y suponía inevitable. Además de mejorar la organiza-

ción de los samurái (guerreros de élite) de Kyushu, el bakufu ordenó la construcción de

fuertes y otras estructuras defensivas en los diversos puntos de desembarco, incluyendo

Hakata. Mientras tanto, el monarca de Corea intentó negociar con los mongoles para

que cesaran las invasiones a Japón.

Del obituario de este año 1274 –pasando a otro asunto– pueden destacarse defuncio-

nes como la de Olivier de Termes,3 Ouati Keita

4 y Moisés de Coucy, destacado judío

(rabí), muerto a sus 74 años de edad.

3 Caballero destacado como cruzado en varios lugares a lo largo de su vida, con mucho historial al res-

pecto, muerto finalmente en San Juan de Acre, el 12 de agosto de este año 1274.

4 Mansa o emperador mandinga de Malí, en África, desde 1270, sucesor de Ouali I (1255-1270), muerto

sin hijos. Ouati, como bien podemos recordar, fue uno de aquellos dos niños de generales adoptados por

el primer mansa de Malí, Sundiata Keita. Ouati se impuso al otro contendiente, Khalifa, reinando, como

queda dicho hasta este año, sucediéndole ahora precisamente Khalifa, el cual reinará poco (muere asesi-

nado en 1275). Ouati dilapidó la hacienda real y todo se degeneró mucho. El Imperio de Malí está ya

bastante venido a menos, lejos del que fundó y mantuvo Sundiata (entre 1235 y 1255).

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Podemos tener en cuenta que por estas fechas hay ya mucho antisemitismo o rechazo

contra los judíos en el reino de Francia (serán expulsados en 1306, bastante antes que en

España). Muchos de los judíos rechazados y perseguidos en Francia acuden a refugiar-

se al reino de Navarra, como al resto de los reinos peninsulares, donde son tolerados e

integrados.

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AÑO 1274

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ABADÍA DE FOSSA NUOVA (ITALIA)

MURIÓ EL CÉLEBRE DOMINICO

CONOCIDO COMO TOMÁS DE AQUINO

Conviene que nos detengamos y extendamos un poco en el célebre dominico conocido

como Tomás de Aquino,5 que murió el 7 de marzo de este año 1274. De él y de su mag-

na obra teológica ofrecemos el siguiente relato.6

Todo su pensamiento es optimista, confiado en Dios, que es pura existencia, y en su

obra, el hombre: todo lo humano es bueno, porque ha sido creado por Dios. Su moral no

trata sobre el deber, ni es utilitaria; no se basa en preceptos sino en la búsqueda de la

felicidad. Por eso no sorprende que Tomás ofrezca, en su obra Suma Teológica –de la

que puede hablarse como ofrecida a los estudiantes y culmen del pensamiento teológico

occidental– consejos prácticos, de probada cualificación, para los que tienen problemas

cotidianos que no se les desprenden: ¿Te preocupa la existencia de Dios? Observa cómo

se comporta la naturaleza. ¿Te ofrece reparos el placer? Es necesario como remedio de

las penas. ¿Estás aburrido o deprimido? Tómate un baño, ve a dormir o llora un rato.

¿Estás triste? Ve a buscar a un amigo. ¡Qué interesante es eso en la vida de los domi-

nicos! En el pensamiento de Dios pone esto: “Perfectamente podría haber creado a los

hombres de tal modo que tuviesen todo, pero preferí dar diversos dones a personas

diferentes para que se necesitasen unos a otros”. Unos de los grandes temas del to-

mismo y del carisma dominicano es el del bien común, el de la fraternidad compartida.

Resaltemos primero el fondo y el trasfondo. Empecemos diciendo –antes de entrar en

detalles biográficos– que aquello de hacerse dominico no le fue fácil en principio a To-

más de Aquino. Había muchas cosas que se oponían o chocaban para su ingreso en la

Orden de Predicadores, mendicante y de poco prestigio en sus primeros tiempos. Cuan-

do era pequeño, sus distinguidos padres le llevaron a la abadía benedictina de Monte-

casino, para que empezase allá una carrera eclesiástica que al menos le pudiera deparar

de mayor ser un influyente abad. Pero Tomás no siguió ese camino, ni respondió a esas

expectativas de sus padres. Siendo estudiante en Nápoles conoció allí a los dominicos,

más bien pobretones, austeros, de pocas perspectivas en cuanto a prestigio social. Pero

5 Santo Tomás de Aquino, que se celebra en el santoral el 28 de enero. Fue canonizado por el Papa Juan

XXII (1316-1334) en 1323.

6 Relato que puede completarse después con cuanto se añade en nuestro epílogo I.

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Tomás apreciaba en aquellos frailes predicadores algo que le venía bien a su persona-

lidad: la insistencia de los dominicos en el esforzado y paciente estudio.

Ya Santo Domingo de Guzmán,7 al tratar en su tiempo con los albigenses o cátaros,

como bien podemos recordar, pudo percatarse de lo importante que es tener una buena

preparación para las correspondientes disputas, entre apologéticas y dialécticas, razón

por la cual mandó a sus frailes, antes de nada, a estudiar en las principales universida-

des.8 Fue ésta la respuesta de Santo Domingo a los retos de su tiempo, respuesta que

pudo discernir Tomás como del todo apropiada para él. Digamos así que su espirituali-

dad no puede ser disociada del estudio, de cuanto aprendió pronto a los pies de un maes-

tro tan excelente como Alberto de Lauingen.9 Pero no nos hagamos una idea equivocada

de Tomás como si hubiéramos de resaltar del mismo su tipología intelectual o de frial-

dad racional. Al contrario, todas sus obras remiten siempre a que todo logro y perfec-

ción radican en la caridad, en el amor. Para él, como ha de serlo para un cristiano, la sa-

biduría presupone la caridad, sin que pueda ser reducible a lógica y silogismo, a retórica

y argumentación. Tomás de Aquino fue ante todo un fraile humilde y cariñoso. No tene-

mos derecho a considerarlo sólo en el encumbramiento de las lumbreras.

Tomás hubo de defender hasta mordazmente a su hermanos dominicos cuando éstos

eran atacados o injustamente criticados. Puede decirse que pasará mucho a la historia

por aplicar el pensamiento de Aristóteles a la teología, lo que no significa que haya cris-

tianizado indebidamente al Estagirita. Usó al filósofo que no volaba por las ideales al-

turas platónicas.10

Nos adentramos ahora ya en su biografía, en su vida y su obra. Tomás de Aquino

(Tommaso d’Aquino en italiano), nació en su castillo familiar de Roccasecca, cerca de

Aquino,11

en el año 1224.12

Murió, a 7 de marzo de este año 1274, en la abadía cister-

ciense de Fossa Nuova.13

Principal representante de la escolástica, fue muy destacado fi-

lósofo y teólogo, sin duda uno de los mejores en lo que se refiere a metafísica y a teo-

logía sistemática.14

7 Muerto en 1221. Celebrado en el santoral el 8 de agosto.

8 Algo que era total y prácticamente ajeno a los monjes y al clero de la época.

9 San Alberto Magno, muerto en 1280. Celebrado en el santoral el 15 de noviembre.

10

Cosa revolucionariamente inimaginable hoy en día. Explicable que la obra tomista sufriera como

sufrió la condena eclesiástica tras su muerte, condena que ya sabemos lo errónea y despistada que fue.

11

Provincia de Frosinone.

12

O tal vez en 1225, por lo que rondaba a su muerte la edad de los 50 años.

13

O Fossanova, que se halla en la provincia italiana de Latina, a unos 57 kilómetros al sureste de Roma,

siendo muy fina su arquitectura cisterciense, introduciendo en Italia el gótico inicial de influencia borgo-

ñona. Se construyó entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII.

14

La Iglesia Católica le reconoce y declara como Doctor Angélico, Común y de la Humanidad, en 1567,

siendo Papa San Pío V (1566-1572), altamente recomendado de cara a los estudios de filosofía y teología,

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Sus obras más conocidas y divulgadas son la Summa theologiae, compendio de la

doctrina católica tratando 495 cuestiones divididas en artículos, y la Summa contra gen-

tiles, compendio de apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos

agrupados en cuatro libros, redactados a petición de Raimundo de Peñafort.15

A partir

de Tomás de Aquino se ha hecho muy popular su aceptación de Aristóteles y sus co-

mentarios aristotélicos, destacándose por primera vez en la historia que el aristotelismo

es compatible con la fe católica o no del todo ajeno a ella. A Tomás se le debe un res-

cate y reinterpretación de la metafísica y una obra de teología monumental, así como

una encomiable teoría del Derecho.16

La familia de Tomas de Aquino, de procedencia germana, era de numerosa prole. Su

padre, de nombre Landolfo, descendiente de los condes de Aquino, estaba emparentado

con el emperador Federico II Hohenstaufen.17

Su madre, de nombre Teodora, era hija de

los condes de Taete y Chieti.

Con 5 años de edad recibía ya Tomás su primera y esmerada educación en Monteca-

sino, siendo abad de allí un tío suyo. Se cuenta que era Tomás de mucha piedad incluso

durante su infancia.18

Le enseñaron primariamente, hasta 1239, gramática, moral, músi-

ca y bases o fundamentos de la religión. En 1239 fue decretada por el emperador Fe-

derico II la expulsión de los monjes de Montecasino. A finales de ese mismo año, entró

el joven Tomás en un centro de estudios más avanzado, del todo acorde a sus facultades

y capacidades. La Universidad de Nápoles fue ese centro, donde mediante las artes libe-

rales fue introducido Tomás en la lógica aristotélica. En 1244, sintiéndose intensamente

llamado a la vida austera e intelectual de los frailes dominicos, los mismos que había

conocido en un convento napolitano, ingresó de manera excepcionalmente rápida en la

Orden, gracias a la estrecha amistad que tenía con el Maestro General Juan de Wildes-

hausen (1241-1252). La decisión contrarió sobremanera a su familia, que tenía planifi-

cado que Tomás sucediera a su tío al frente de la abadía de Montecasino. Enterados de

que Tomás se iba a dirigir a Roma para comenzar su noviciado de fraile, sus hermanos

lo raptaron y retuvieron durante más de un año en el castillo de Roccasecca, intentando

allí disuadirlo de su ingreso definitivo como dominico. Tras haber sido tentado varias

veces, logró huir del castillo, y para alejarse de su familia tuvo que hacerse llevar a Pa-

rís. Tomás sorprendió entonces a los frailes haciéndoles comprobar que se había dedica-

declarado patrón de las Universidades y Centros de estudio católicos en 1880. Tomás de Aquino es uno

de los intelectuales más profundos, sistemáticos y fecundos de la Historia.

15

San Raimundo de Peñafort, muy destacado dominico, como bien sabemos y podemos recordar, muerto

en 1275, conmemorado en el santoral el 7 de enero.

16

Teoría del Derecho que, como bien sabemos, será de consulta y referencia obligadas a partir de él.

17

Muerto en 1250.

18

Sus biógrafos más reputados (Guillermo de Tocco, Bernardo Guido o Pedro Calo) destacan una sin-

gular devoción de niño, señalando que, desde bebé, se aferraba fuertemente a un papiro que contenía la

escritura del Ave María.

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do a leer y memorizar en profundidad la Biblia, y las Sententias de Pedro Lombardo,19

e

incluso había comentado un apartado de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, muy

referentes para los estudios más en boga de entonces.

La Universidad de París era ideal para las aspiraciones del joven Tomás, por su mar-

cada predisposición al Trivium (tradicional allí)20

y por sus escuelas de teología. Tuvo

destacados maestros, como el franciscano Alejandro de Hales (muerto en 1245) y el do-

minico germano Alberto,21

receptores ambos, sobre todo el segundo, del saber aristoté-

lico. Compañero de Tomás fue el franciscano Buenaventura de Fidanza,22

siendo muy

amigos los dos entre sí, aunque no en todo compartieron acuerdos ni tuvieron los mis-

mos planteamientos. Antes de que Tomás culminara sus estudios, el maestro Alberto,

sorprendido por el entendimiento y saber de su alumno napolitano, le encargó un Acto

escolástico, sucediendo que, a sus fortísimos argumentos, el alumno, a quien algunos

consideraban taciturno y poco elocuente, respondió con perfecta distinción y soltura,

deshaciendo el discurso del docto alemán, el cual dijo a la asamblea: “Vosotros llamáis

a éste el Buey mudo, pero yo os aseguro que este Buey dará tales mugidos con su saber

que resonarán por el mundo entero”.23

El maestro y doctor Alberto, seguro del potencial del novicio, se lo llevó consigo a

Colonia, donde le enseñaría el estudio en profundidad de las obras de Aristóteles, la

Ética a Nicómaco entre ellas, proponiéndole que habrían de defenderlas en adelante. Por

este tiempo recibió Tomás la ordenación sacerdotal, en 1250.24

Luego iría de nuevo a

París, en 1252, para continuar sus estudios; pero allí se encontró entonces con una fuerte

oposición desatada contra las Órdenes mendicantes, siendo profesores seculares quienes

capitaneaban aquella protesta, con no pocos pretextos, de quejas por ejemplo al haberse

dado encarcelamientos de alumnos u otros asuntos; pero las desatadas iras y la contun-

dente rebelión no se debieron sino a la ejemplaridad de los docentes mendicantes (domi-

nicos y franciscanos), por su singular pobreza, por su testimonial y alegre cercanía con

todos, por sus hábitos y piadosa vida religiosa, por su constancia y ahínco en el estudio,

por ser santamente auténticos, por ser laboriosos…, por todo ello se habían llenado de

envidia los maestros seculares, que eran bastante más mediocres y quedaban siempre en

19

Muerto en 1160.

20

El trivium comprendía la gramática, la lógica y la retórica, cursándose después el quadrivium: música,

matemática, geometría y astronomía. Trivium y Quadrivium conformaban las Artes Liberales.

21

El ya mencionado San Alberto Magno.

22

San Buenaventura, que murió también en este año 1274, como luego veremos ofreciendo el correspon-

diente relato.

23

Barbado Viejo, F. (1947): Introducción General, en Tomás de Aquino Suma teológica Tomo I, Ma-

drid, BAC, 12.

24

Probablemente.

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evidencia. El mismo Alberto era un vivo y sabio ejemplo de sencillez, humildad y po-

breza.

Aquel enfrentamiento llegó incluso a poner en peligro la vida de los mendicantes, que

se vieron en muchos casos muy amenazados. El peor momento llegó cuando el doctor

Guillermo de Saint Amour publicó sus tratados, ciertamente provocadores, titulados Li-

bro del anticristo y sus ministros y Contra los peligros de los novísimos tiempos. Tomás

escribió, en octubre de 1256, unos meses más tarde del segundo panfleto de Saint

Amour, Contra los que impugnan el culto divino. Pasó enseguida, en ese mismo mes, el

Papa Alejandro IV (1254-1261) excomulgó a Guillermo, prohibiéndole y vetándole la

enseñanza y los sacramentos. El joven Tomás contó desde entonces con plena confianza

sobre él desde la Santa Sede, encomendándosele su buen parecer respecto a las cuestio-

nes teológicas; y así fue como se le asignó la tarea de revisar un libro de influencias

joaquinistas:25

Libro introductorio al Evangelio eterno.

Tras aquella destacada actuación se le concedió a Tomás el doctorado con su excep-

cional edad de 31 años, por lo cual, en 1256 ejercía ya como maestro de Teología en la

Universidad de París. Allí escribió varios opúsculos de gran profundidad metafísica, co-

mo De ente et essentia y su primera Summa o compendio de saber: el Scriptum super

Sententias. Además, gozaba ya Tomás de su destacado puesto como consejero personal

del rey Luis IX de Francia.26

En junio de 1259, aprovechando su traslado a Italia, fue llamado Tomás (y su maestro

Alberto) a Valenciennes,27

acompañados por el también muy preparado fray Pedro de

Tarentaise,28

para organizar los estudios de la Orden. Tomás estuvo posteriormente de-

dicado a la docencia, durante diez años, en Nápoles, Orvieto, Roma y Viterbo. En este

tiempo acabó Tomás la Summa contra gentiles, perfecta guía apologética (resultando

muy recurrente en los reinos hispanos), encargando que tradujera numerosas obras de

Aristóteles su amigo el erudito y dominico Guillermo de Moerbeke,29

de modo que se

evitaran ciertos errores de interpretación cometidos por el árabe de los musulmanes. To-

más comenzó entonces de lleno la redacción de su famosa Summa Theologiae. Y aña-

dimos, tal como conviene señalar, que el Papa Urbano IV (1261-1264) le encargó com-

poner la Catena aurea (Comentario a los cuatro Evangelios), el Oficio y Misa propia

del Corpus Christi y la revisión del libro Sobre la fe en la Santísima Trinidad, atribuido

al obispo Nicolás de Durazzo.30

Tomás fue enviado de nuevo a París debido a la gran oposición que se había levantado

allí contra él y sus obras. Se abrió así un tiempo –la época final de su vida– que se ca-

25

De aquella corriente heterodoxa que hubo en el siglo XII, debida a Joaquín de Fiore, muerto en 1202.

26

San Luis, muerto en 1270, celebrado en el santoral el 25 de agosto.

27

En el norte de Francia, con frontera belga.

28

Dominico desde muy joven y futuro Papa Inocencio V (de enero a junio de 1276).

29

Muerto en 1286.

30

Obispo de Crotone, al sur de Italia, muerto en 1276.

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racterizó por la madurez y fecundidad de su producción, dialécticamente enfrentado a

tres ramas o corrientes de pensamiento: los idealistas del agustinismo (encabezados por

Juan Peckham),31

los seculares antimendicantes antes mencionados (con Gerardo de

Abbeville al frente, muerto en 1272) y finalmente los averroístas, con su representante

más destacado Siger (Sigerio) de Brabante.32

Tomás ya había asumido públicamente,

numerosas ideas aristotélicas y completó las Exposiciones de las más destacadas obras

de Aristóteles, del Evangelio de Juan y de las Cartas de Pablo el apóstol. De otra parte,

escribió también por entonces sus famosas cuestiones disputadas de ética y algunos

opúsculos en respuesta a Juan Peckham y Nicolás de Lisieux, al tiempo que terminaba

la segunda parte de la Summa Theologiae.

Pero su gran lucha fue contra los averroístas. Sigerio de Brabante, máximo exponente

de la Facultad de Artes, había manifestado en sus clases (no en sus obras, de lógica y fí-

sica, como el Sophisma y su comentario a la Física de Aristóteles) que el hombre no

tiene naturaleza espiritual, por lo que la razón puede contradecir la fe sin dejar ambas de

ser verdaderas. Tomás, a la cabeza sin discusión de la Facultad de Teología, respondería

ese mismo año con su De unitate intellectus contra averroistas terminando este opúscu-

lo con esta declaración:

“He aquí nuestra refutación del error. No está basada en fundamentos de fe

sino de razón, y en los asertos de los filósofos. Si hay, pues, alguien que, orgu-

llosamente engreído en su supuesta ciencia, quiera desafiar lo escrito, que no lo

haga en un rincón o ante niños, sino que responda públicamente si se atreve. Él

me encontrará frente a sí, y no sólo al mísero de mí, sino a muchos otros que es-

tudian la verdad. Daremos batalla a sus errores o curaremos su ignorancia”.33

Del enfrentamiento habido salió victorioso Tomás de Aquino.34

Y luego, terminada su

labor y menesteres en Francia, tuvo el encargo de fundar un nuevo capítulo provincial

de los dominicos en Nápoles. Antes de esto, Tomás visitó a su familia y a sus amigos, el

cardenal Anibaldo degli Anibaldi y el abad Bernard Ayglier de Montecasino. En Ná-

poles hemos de señalar que fue recibido a lo grande y hubo de mantener allí mucha co-

rrespondencia, respondiendo dudas o aconsejando al mismo Bernard Ayglier entre otros

muchos destacados personajes o personalidades de peso. Sin embargo, a poco de co-

menzar la redacción de la tercera parte de la Summa Theologiae, tuvo una singular vi-

31

Franciscano inglés, que llegó a ser arzobispo de Canterbury desde 1279 hasta su muerte, en 1290.

32

Muerto en 1285 o tal vez antes.

33

G. K. Chesterton (1941): Santo Tomás de Aquino, Madrid, Espasa Calpe Austral, 84.

34

Lo cual no hubiera sido descabellado, dado el talante de Santo Tomás en otros señalados casos, pero lo

históricamente válido es que Tomás tuvo éxito grande en su opúsculo publicado al respecto, ya que en

primer lugar Siger se retractó de muchas cuestiones en su De anima intellectiva, y en segundo lugar, el

obispo de París, Esteban Tempier, condenaría a los pocos meses hasta trece cuestiones esenciales del ave-

rroísmo, lo que provocó una gran huelga en la Facultad de Artes.

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vencia mística, incrementándosele con otras vivencias anteriores. El caso fue que se

sintió incapaz de seguir escribiendo la proyectada parte de la Summa. “Me han sido re-

veladas semejantes cosas –explicaba– que lo que he escrito me parece paja”.

Accedió, no obstante, como no podía ser de otra manera, a la invitación del Papa Gre-

gorio X35

para que asistiera al II Concilio de Lyon, celebrado durante el verano de este

año 1274 y que luego contaremos. Sin embargo, enfermó repentinamente y, como ya

hemos mencionado, tuvieron que acogerle en la abadía de Fossa Nuova, cerca de Te-

rracina. Allí murió Tomás de Aquino, haciendo una vigorosa y enérgica profesión de fe,

el 7 de marzo de este año 1274.36

35

De pontificado entre los años 1271/72-1276, como bien sabemos.

36

Mucho después, el 28 de enero de 1369, fueron llevados sus restos mortales a Tolosa de Languedoc

(Toulouse), siendo ésta la fecha de su celebración en el santoral católico.

La importancia y trascendencia política de Tomás de Aquino fue de tal magnitud que aún existen dudas

acerca de la causa de su muerte. ¿Hubo un posible envenenamiento por orden de Carlos de Anjou, rey de

Sicilia y Nápoles, como sugiere o informa Dante Alighieri, entrado el siglo XIV, en su Divina Comedia, y

concretamente en la parte del Purgatorio?

Después de su muerte, algunas tesis de Tomás de Aquino, confundidas entre las averroístas, fueron in-

cluidas en una lista de 219 tesis condenadas en 1277 por el obispo de París, Étienne Tempier, en la Uni-

versidad de París. Sin embargo, bien testimoniado y documentado el proceso sobre la santidad de Tomás,

también con milagros, se procedió a la canonización, casi a los 50 años de su muerte, en 1323. Las con-

denas de 1277 fueron inmediatamente levantadas en lo que respecta a Tomás de Aquino, el 14 de febrero

de 1325.

He aquí algo de bibliografía tomista o sobre Santo Tomás de Aquino (encontrada en Wikipedia): Ca-

rroll, W. E. (2002): La creación y las ciencias naturales. Actualidad de Santo Tomás de Aquino, Santiago

de Chile, Ediciones de la Universidad Católica (traducción de Óscar Velásquez); Chalmeta, G. (2002): La

justicia política en Tomás de Aquino. Una interpretación del bien común, Pamplona EUNSA; Chenu, M.

D. (1954): Introduction a l‟étude de Saint Thomas d‟Aquin, París, Institute d’études médiévales; Ches-

terton, G. K. (1985): Santo Tomás de Aquino, Madrid, Espasa Calpe; Copleston, F. Ch. (2007): El pen-

samiento de Santo Tomás, México, FCE; Derisi, O. N. (1945): La doctrina de la inteligencia de Aris-

tóteles a Santo Tomás, Buenos Aires, Cursos de Cultura Católica; Egido Serrano, E. (2006): Tomás de

Aquino a la luz de su tiempo. Una biografía, Madrid, Encuentro; Fabro, C. y otros (1990): Tomás de

Aquino, también hoy, Salamanca, EUNSA; Forment, E. (2005): Id a Tomás. Principios fundamentales del

pensamiento de Santo Tomás, Pamplona, Fundación Gratis Date; (2002): Santo Tomás de Aquino. El

oficio de sabio, Barcelona, Ariel; González, A. L. (1979): Ser y participación. Estudio sobre la cuarta vía

de Tomás de Aquino, Pamplona EUNSA; Haya Segovia, F. (1997): El ser personal. De Tomás de Aquino

a la metafísica del don, Pamplona, EUNSA; (1992): Tomás de Aquino ante la crítica. La articulación

trascendental de conocimiento y ser, Pamplona, EUNSA; Hugon, E. (1985): Las veinticuatro tesis to-

mistas, México, Porrúa; Lachance, L. (2001): Humanismo político, Individuo y Estado en Tomás de Aqui-

no, Pamplona, EUNSA (traducción de Jorge Cervantes y Juan Cruz); Pieper, J. (2005): Introducción a

Tomás de Aquino (Doce lecciones), Madrid, Rialp; Quelopana Flores, G. (2006): El realismo metafísico

de Tomás de Aquino, Lima, Instituto de la Paz; Reale, G. – D. Antiseri (2010): Historia de la Filosofía

Patrística y Escolástica 1|2, Barcelona, Herder; Wohl, L. de (2016): la luz apacible. Novela sobre Santo

Tomás de Aquino y su tiempo, Madrid, Ediciones Palabra.

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Santo Tomás de Aquino

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REINO DE CASTILLA

NOTICIAS DE ASUNTOS VARIOS

Y DE LA MUERTE DEL INFANTE FELIPE

Del reino de Castilla ofrecemos ahora noticias de asuntos varios y de la muerte del in-

fante Felipe.

Hubo Cortes en Zamora sobre asunto referido a la nobleza, pues resulta que ésta se

negaba a poner en vigor el código de las Siete Partidas, redactado por la cancillería real

de Alfonso X con el propósito de unificar el derecho castellano. Con ocasión de estas

Cortes, al menos de momento quedó reducida su aplicación a los llamados “pleitos del

rey” o “casos de corte”, mientras que para los “pleitos foreros” continúan aplicándose

los fueros locales. Así pues, Alfonso X vino a crear el Tribunal de la Corte para juzgar

los delitos de mayor gravedad.37

En marzo concedió Alfonso X a la localidad de Armiñón38

el importante e histórico

Fuero de Treviño.39

Y el día 26 del mismo mes el maestre de la Orden de Santiago Pe-

lay Pérez Correa40

otorgó en Mérida el Fuero de Sepúlveda41

al concejo de Segura de

León.42

37

Ir a epílogo II.

38

Provincia de Álava.

39

Siendo Treviño, como todos sabemos, ese enclave territorial burgalés dentro de la provincia de Álava,

con su historia foral que tuvo también su hito destacado en el reinado de Alfonso X el Sabio.

40

Muere en 1275.

41

El fuero de Sepúlveda (Segovia) es representativo del ordenamiento jurídico medieval afectando a mu-

chos municipios integrantes en cuanto Comunidad de Villa y Tierra. Fue confirmado en 1076 por el rey

Alfonso VI (1065-1109) y ratificado por el rey Fernando IV (1295-1312) en 1305, siendo aplicado du-

rante varios reinados, incluido el de Alfonso X, a muchas localidades. Su texto reproduce privilegios que

datan de tiempos del conde Fernán González, antes de 970.

42

Como la muy conocida ciudad de Mérida, en la provincia de Badajoz, también la población de Segura

de León es de esta provincia, al sur de la misma. Tiene mucho que ver su origen efectivo, en 1274,

cuando Pelay Pérez Correa le concede el mencionado fuero, con las debidas adaptaciones de tiempo y

lugar, segregando su territorio del de la donación santiaguista de Montemolín, donación que proviene,

como bien sabemos, de 1248. De los caballeros de Santiago será el castillo levantado en la población y la

sucesiva historia de la misma.

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Relacionada también con la Orden de Santiago fue noticia igualmente que, tras fraca-

sar el Concejo de Sevilla en la repoblación de Azuaga,43

deja ésta de ser lugar de rea-

lengo y vuelve a pertenecer a la mencionada Orden.44

Entre otras noticias que podrían destacarse en tierras próximas a Toledo, puede seña-

larse, a 24 de agosto, la del privilegio concedido por el rey Alfonso X al castillo de Oro-

pesa y habitantes de su entorno otorgándoles varias franquezas facilitándoles la vida.

Ya avanzado este año 1274, estando a 28 de noviembre, murió el infante Felipe de

Castilla (y de Suabia), hermano del rey Alfonso X como bien sabemos. Tenía 43 años

de edad (habiendo nacido en 1231).45

Era hijo del rey Fernando III (muerto en 1252) y

de su primera esposa, la reina Beatriz de Suabia (muerta en 1235).

Fue señor de Valdecorneja46

y caballero templario.47

De hecho recibió sepultura como

templario en la iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga,48

perteneciente

43

Al sureste de la provincia de Badajoz.

44

De tiempos anteriores a la dominación musulmana no podemos contar mucho acerca de Azuaga, pero

ya sí hay más datos y relatos durante los tiempos islámicos, mencionándola por ejemplo el viajero y

geógrafo Al-Idrisi (siglo XII). Todo parece indicar que la población del lugar era bereber de la tribu Al-

Zuwaga, de donde le viene el nombre actual. Se conserva aún del período musulmán, entre otras cons-

trucciones útiles, la obra inicial del castillo, del siglo XI.

Se considera histórica la fecha de 1236 como año de la reconquista cristiana de Azuaga, reinando el rey

San Fernando, llevándose a cabo dicha reconquista por la Orden de Santiago y estando al mando el

maestre Pelay Pérez Correa. Como bien podemos recordar, Azuaga era un lugar estratégico y con su re-

conquista se pretendía el control de los caminos que unían Córdoba con Badajoz y Mérida, e incluso con

las tierras más al sur.

Ciertamente existen aún muchas incógnitas respecto a cómo fue esta reconquista y cuanto sucediera

después, pero sí se sabe que perteneció al Concejo de Sevilla, que tuvo el encargo de repoblar por aquí;

pero al no verse efectiva la repoblación, pasó a depender de la Orden se Santiago, para que ésta solventara

las dificultades. El caso fue que Azuaga se convirtió en una importante y rica encomienda de la Orden. El

castillo de la localidad se fue remodelando y aumentando en sus construcciones, lo mismo que fue ocu-

rriendo en otros edificios del lugar.

45

Esculpida en su sepultura aparece la fecha de su muerte, el 28 de noviembre de 1274 a la edad de 43

años.

46

Situado en la parte más occidental de la actual provincia de Ávila.

47

Según se deduce de las fuentes documentales.

48

Provincia de Palencia. Esta iglesia con trazas de fortaleza, digna de visitarse, hallándose en la ruta ja-

cobea, se llamó también de Santa María de Lito (por ser éste el nombre de la localidad hasta el siglo

XVII). Empezó a construirse a finales del siglo XII, siendo así de transición entre el románico y el gótico.

Cuenta con crucero doble, flanqueado en su primer tramo por la torre en un lado y por la capilla de

Santiago en el otro. El espacio interior se articula mediante pilares compuestos de núcleo cuadrado, con

columnitas pareadas en cada cara y acodilladas en las esquinas, en la cabecera y el crucero. Se apoya todo

el conjunto en una basa octogonal. La nave central se cubre con bóvedas de crucería sexpartitas. El

crucero y las naves laterales presentan bóveda de crucería simple. Cada pilar del crucero contiene un

bulto de cuerpo entero bajo doselete, pudiendo datarse las cuatro en el tercer cuarto del siglo XIII. Re-

presentan a San Pedro, San Pablo, la Virgen María y el Arcángel San Gabriel.

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a los caballeros de esta Orden militar, siendo adornado su sepulcro con emblemas del

Temple. El infante fue enterrado con un pellote y un manto de rica factura andalusí.

El infante Felipe de Castilla y de Suabia había sido también arzobispo electo de Se-

villa, lo mismo que había sido hasta 1258 abad de la colegiata de Valladolid49

y de la de

los Santos Cosme y Damián en Covarrubias,50

siendo 1258 el año en que abandonó su

carrera como eclesiástico, tal como su hermano el rey lo consintió, secularizándose y

casándose en primeras nupcias con la princesa Cristina de Noruega, muerta en 1262, co-

mo bien podemos recordar, encontrándose su enterramiento precisamente en la colegia-

ta de Covarrubias. De la sede arzobispal de Sevilla se hizo cargo el dominico Raimundo

de Losana (Don Remondo).51

Desde su infancia fue orientado el infante Felipe, por parte de su padre,52

para la vida

eclesiástica, como también lo fue su hermano Sancho, que llegó a ser, como bien sa-

bemos, arzobispo de Toledo, muriendo en 1261. Durante su juventud, después de que su

crianza (y la de su hermano Sancho) fuera encomendada por su abuela la reina Beren-

guela de Castilla53

a Rodrigo Jiménez de Rada,54

fue enviado a estudiar a París, reci-

La capilla de Santiago acoge tres sepulcros góticos, en los cuales fueron sepultados el infante Felipe de

Castilla y Suabia, su segunda esposa, Inés Rodríguez Girón (muerta en 1265), y Juan de Pereira, des-

tacado caballero de la Orden de Santiago.

Las dos primeras obras funerarias que acabamos de mencionar, de finales del siglo XIII, fueron

trasladadas aquí en 1936, hallándose anteriormente en las naves de la iglesia, tratándose de sepulturas

exentas que se apoyan sobre leones. Destacan por la representación en relieve de los difuntos, en pose

yacente y ricamente ataviados, habiendo en las laudas superiores y en las paredes de la caja escenas de

duelo, cortejo fúnebre, entierro, etc., labradas bajo arcos apuntados de intradós trilobulado y castilletes en

sus enjutas. El infante presenta sus vestiduras con túnica, bonete y manto; en una mano tiene la espada y

en la otra un halcón. Doña Inés viste túnica y lleva en una mano una panela o corazón, blasón de los

Pimentel. En algunas ocasiones la panela se ha asociado con un pimiento por la similitud con el apellido,

pero hemos de tener en cuenta que el pimiento llegó a Europa desde América siglos después. Series de

escudos heráldicos se disponen en los bordes de las laudas y en las basas de las cajas. La riqueza escul-

tórica de ambos sepulcros se ve acentuada por la policromía que los cubre. Como autor de los mismos se

ha propuesto a Antón Pérez de Carrión, artista que pudo realizar también los sepulcros del monasterio de

Santa María la Real de Aguilar de Campoo (Palencia), cuya factura es semejante.

El tercer sepulcro, correspondiente al caballero santiaguista Juan de Pereira, es posterior, del segundo

cuarto del siglo XIV, y su decoración es mucho más sobria. El difunto se representa también en bulto

yacente, bajo el cual se distribuyen relieves iconográficos y decoración heráldica. Hay que añadir que

estos sepulcros han sido abiertos en múltiples ocasiones y que el manto hallado en el del infante fue

llevado al Museo Arqueológico Nacional de Madrid por orden de la reina de España Isabel II (1833-

1868).

49

La principal iglesia de esta ciudad entre los siglos XI-XVI, de la que actualmente se conservan tan sólo

algunas ruinas y unas pocas capillas, situadas cerca de la iglesia de Santa María La Antigua y junto a la

inconclusa catedral de Nuestra Señora de la Asunción.

50

En la provincia de Burgos.

51

Hasta 1288, probable año de su muerte, que pudo ser tal vez 1286 o 1287.

52

Fernando III el Santo.

53

Muerta en 1246.

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biendo allí lecciones y preparación de los célebres dominicos Alberto y Tomás de Aqui-

no,55

entre otros destacados y célebres maestros de la Universidad.

El joven infante Felipe fue nombrado en 1249 procurador de la que se restauraba co-

mo archidiócesis de Sevilla por el Papa Inocencio IV (1243-1254). En 1251, dos años

después, fue designado por el mismo pontífice arzobispo electo de dicha archidiócesis,

que continuaba siendo gobernada por el obispo de Segovia y consejero de Fernando III

Raimundo de Losana, a la espera de la ordenación como obispo del infante Felipe.

En 1258, poco después de que su hermano el rey, a pesar de su oposición inicial, le

autorizase a abandonar la carrera eclesiástica, contrajo matrimonio, como queda dicho,

con la princesa Cristina de Noruega, hija del rey Haakon IV (muerto en 1263). Ya sa-

bemos la historia de este pactado romance y boda en su momento, así como el desen-

volverse y cuanto sucedió respecto a este matrimonio.

Sabemos cómo el infante Felipe fue participante, debida o indebidamente, en los asun-

tos del reino. En 1261 se le vio presente en las Cortes de Sevilla y en 1269 estuvo en la

boda de su joven sobrino Fernando de la Cerda56

con Blanca de Francia.57

A esta boda,

celebrada en Burgos, asistieron muchos invitados y prácticamente todos los grandes

magnates de León y de Castilla, con muchas damas, donceles y prometedoras doncellas.

A comienzos de 1272, como bien podemos recordar,58

un grupo de magnates, entre

los que se contaban Nuño González de Lara,59

Esteban Fernández de Castro,60

el señor

de los Cameros Simón Ruiz61

y el señor de Vizcaya Lope Díaz III de Haro,62

se reunió

en Lerma63

para acordar entre ellos un compromiso de lucha contra el rey Alfonso X,

ciertamente una conspiración en pro de reclamaciones. Todo lo tratado en Lerma por

esos sublevados estuvo acordado con el infante Felipe, presente por supuesto en la

reunión y convertido en portavoz de la revuelta. Hemos de tener en cuenta que Felipe,

viudo de sus dos primeras esposas,64

estaba casado con Leonor Rodríguez de Castro,

54

Arzobispo de Toledo entre los años 1209-1247 y canciller mayor de Castilla entre los años 1230-1247.

55

San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino.

56

El heredero de su padre Alfonso X y muerto en 1275, como entonces podremos considerar.

57

Hija del rey Luis IX de Francia y muerta en 1320, como ya veremos.

58

Hablamos de la revuelta nobiliaria de ese año, ciertamente con implicación del infante Felipe.

59

Su muerte será en Écija, como veremos, en 1275.

60

Su muerte acaecerá bien avanzado el año 1291 o posteriormente.

61

Muerto en 1277.

62

Muerto en 1288.

63

Provincia de Burgos.

64

Ya veremos ahora, un poco más adelante, su vida matrimonial y descendencia.

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sobrina de Nuño González de Lara, pues era hija de su hermana Leonor González de

Lara. El caso fue que el infante Felipe habría de entrevistarse con el rey Enrique I de

Navarra,65

a fin de conseguir que este monarca les concediese asilo en su reino, si se

veían obligados a abandonar las tierras castellanas y leonesas.

Nuño González de Lara se hallaba molesto con el rey, entre otras razones debido a

que el rey no accedió en su momento a entregarle Durango,66

a las críticas que el mo-

narca hizo sobre su actuación en la defensa jerezana67

y, tal vez, a la disconformidad del

señor de la Casa de Lara con algunas actuaciones de Alfonso X en relación con el reino

de Portugal, aunque la mayoría de los magnates castellanos coincidían sobre todo en su

disconformidad con el modo de gobernar de Alfonso X, ya que todos ellos preferían el

estilo (menos controlado) de tiempos pasados, cuando los magnates desempeñaban un

papel más destacado y no menos autónomo.

Tras la reunión de los magnates conjurados en Lerma, Alfonso X intentó descubrir

qué había ocurrido realmente en ella, comunicándose con su hermano Felipe y con Nu-

ño. Pasó entonces, no obstante, que Felipe eludió responder a las cuestiones e indaga-

ciones planteadas por su hermano, al tiempo que se excusaba de acudir junto con sus

tropas prestando su servicio al rey en Andalucía, pues adujo que se había producido un

retraso en el cobro de su soldada anual, y así comunicó a su hermano que su presencia

en la reunión de Lerma se debió a los consejos y ayudas que el infante decía precisar,

pues sostenía que sus viejos amigos habían fallecido y que non podía estar sin aver al-

gunos amigos que le ayudasen e le consejasen.

Por su parte, y a pesar de haber estado en la reunión de Lerma, Nuño González de La-

ra comunicó al rey que el propósito de la misma no había sido el que le atribuían, e in-

cluso se mostró dispuesto a colaborar con el monarca a fin de que pudiesen ser recauda-

dos nuevos servicios, además de los previstos, en Castilla y en la Extremadura, añadien-

do que de ese modo el rey podría saldar su deuda con los nobles, pues les debía varias

soldadas. A comienzos de julio de 1272, Alfonso X ordenó a Nuño González de Lara, a

su hermano el infante Felipe y a todos los magnates y ricoshombres del reino que acu-

diesen con sus hombres a Sevilla para ayudar al infante Fernando de la Cerda, el cual se

hallaba en esos momentos defendiendo las fronteras del sur de los ataques musulmanes;

pero la respuesta unánime de todos los participantes en la conjura nobiliaria fue negarse

a acudir, a menos que el rey se entrevistase antes con ellos. Por su parte, Nuño González

de Lara fingió apartarse de los conspiradores e informó al rey de los contactos manteni-

dos por los magnates sublevados con el rey de Navarra, aunque, poco después, fueron

descubiertas una serie de cartas que probaron que en la conjura se hallaba involucrado el

sultán africano de los benimerines, ciertamente interesado en debilitar la posición perso-

nal y geoestratégica del monarca castellano. A pesar del descubrimiento de las cartas

que probaban la traición de los nobles, Alfonso X las ignoró, no las tuvo en cuenta, y se

65

Muere en julio de este año 1274 y enseguida haremos nuestras consideraciones al respecto.

66

El Duranguesado de Vizcaya.

67

De Jerez de la Frontera (Cádiz).

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dispuso a negociar con los sublevados, aunque les ordenó que suspendiesen sus conver-

saciones con el rey de Navarra, orden que fue desobedecida por ellos, y Nuño González

de Lara, por su parte, declaró roto su compromiso con Alfonso X, compromiso que le

obligaba a no establecer posturas con musulmanes o cristianos sin antes hacérselo saber

al rey.

En septiembre de 1272 se reanudaron las negociaciones en la ciudad de Burgos, aun-

que los nobles se negaron a alojarse en la ciudad y lo hicieron en las aldeas cercanas, y

desde allí comunicaron al rey que si deseaba transmitirles algún mensaje lo hiciese por

medio de sus emisarios. Los conjurados presentaron entonces sus demandas al rey, que-

jándose de que el monarca les obligaba a regirse por el Fuero Real (cada vez más uni-

ficado), de que en la Corte no hubiese jueces especiales para juzgar a los hidalgos según

su fuero (más particular), de la actuación de los merinos y otros funcionarios de la Co-

rona, y solicitaron además que se redujese la frecuencia de los servicios de Cortes, que

se les eximiera del pago de la alcabala municipal de Burgos, y que el rey no fundase

más pueblas nuevas en Castilla y León. Alfonso X acordó poco después una alianza con

el reino de Navarra, anulando con ello los acuerdos establecidos entre los magnates su-

blevados y el monarca navarro.

Tras las Cortes de Burgos de 1272, en las que parecía que el monarca castellano al-

canzaría un acuerdo con los magnates sublevados, se rompieron las negociaciones y los

sublevados, incluidos el infante Felipe de Castilla y Nuño González de Lara, partieron

hacia el reino nazarí de Granada, a pesar de que Alfonso X hizo un último intento de

persuadirles para que no abandonasen el reino, recurriendo para ello a la mediación de

su hijo Fernando de la Cerda y de su hermano y alférez Manuel de Castilla.68

Antes de

dirigirse a Granada, los magnates, más brutos que nobles, saquearon mucho territorio,

robando ganado y devastando algunas tierras a su paso, a pesar de que el rey les envió

mensajeros, portando cartas en las que se recordaba a los sublevados los favores que

habían recibido de él, así como su traición al romper sus vínculos de vasallaje con el

soberano. A Nuño González de Lara le reprochó que, durante su juventud, le hubiera

entregado la tenencia de Écija, a pesar de la oposición de su padre, Fernando III, como

bien podemos recordar.

No obstante, los magnates sublevados desoyeron las exhortaciones del rey y se diri-

gieron a Granada, donde fueron acogidos con todos los honores por el rey Muhammad

I,69

después de haber firmado un acuerdo con él en Sabiote,70

acuerdo en el que los no-

bles firmantes se comprometieron con el soberano granadino a prestarse ayuda mutua

contra Alfonso X mientras este rey no accediera a sus demandas. El acuerdo de Sabiote

fue rubricado, entre otros, por el ahora difunto infante Felipe de Castilla, por Nuño Gon-

zález de Lara y por Lope Díaz III de Haro, Diego López de Haro, Esteban Fernández de

Castro y Álvar Díaz de Asturias.

68

Muere en 1283.

69

Muerto en 1273.

70

Central en la provincia de Jaén, comarca de La Loma, con su destacado castillo.

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En Tudela71

y en enero de 1273, el infante Felipe, Nuño González de Lara y sus hijos

Juan Núñez de Lara72

y Nuño González de Lara73

y Álvar Díaz de Asturias, entre otros

magnates, rindieron homenaje al rey navarro Enrique I, al que presentaron un memorial

de los agravios que decían haber recibido del castellano-leonés Alfonso X, y las recla-

maciones que ellos le hacían, quedando de ese modo los magnates liberados de los com-

promisos contraídos con el monarca castellano, al tiempo que, sin menoscabo de su

honor, pasaban a servir al monarca navarro, del mismo modo que antes habían servido

al emir musulmán de Granada.

El rey Alfonso envió al deán de la catedral de Sevilla, Fernán Pérez, a parlamentar con

el infante Felipe, a fin de persuadirle de que abandonase el partido a la desbandada de

los nobles, pero el encargo resultó un fracaso. También a principios de 1273, Juan Nú-

ñez de Lara, que hasta entonces había actuado de mediador con el obispo de Cuenca74

entre su padre, Nuño González de Lara y el rey, abandonó la lealtad a este último de-

jando de estar a su servicio.

A pesar de todo lo dicho y acontecido, Alfonso X, que se empeñaba en seguir de-

seando el fecho del Imperio,75

permitió que algunos miembros de la familia real, entre

los que se contaban los infantes Fernando de la Cerda y Manuel de Castilla, así como

también su esposa la reina Violante de Aragón, el arzobispo de Toledo Sancho de Ara-

gón (hijo del rey Jaime I de Aragón y hermano de Violante de Aragón) y los maestres

de las Órdenes militares reanudasen las negociaciones con los magnates exiliados o fu-

gados. Después de numerosas negociaciones, y aconsejado entre otros por su hermano

el infante Fadrique de Castilla76

y por Simón Ruiz de los Cameros,77

el rey Alfonso ac-

cedió a la mayoría de las demandas presentadas por los nobles exiliados a través de Nu-

ño González de Lara; éste se entrevistó, todavía en 1273, con la reina Violante de

Aragón en Córdoba, y a finales de ese mismo año los magnates exiliados regresaron al

reino de Castilla y León, al tiempo que el nuevo rey de Granada, Muhammad II, se de-

claraba vasallo de Alfonso X. En el mes de julio de 1273 volvieron a aparecer como

confirmantes en los diplomas regios Fernando Rodríguez de Castro, Simón Ruiz de los

71

Navarra.

72

Apodado el Gordo, muere en 1294.

73

Muerto en 1291.

74

Gonzalo García Gudiel (1272-1275). Será luego obispo de Burgos (1276-1280), arzobispo de Toledo y

Primado de España (1280-1298) para acabar de cardenal obispo de Albano entre 1298 y 1299, año de su

muerte. 75

La posibilidad de ser coronado rey de los romanos y emperador del Sacro Imperio Romano Germá-

nico, aún en la situación de interregno que conocemos de estos tiempos, prácticamente desde la muerte de

Federico II Hohenstaufen en 1250.

76

Será su muerte en 1277, ejecutado por orden de Alfonso X, de lo que ya ofreceremos relato y conside-

raciones.

77

Muerto también en 1277 y en las mismas circunstancias que Fadrique.

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~ 23 ~

Cameros y Diego López de Haro,78

hermano menor de Lope Díaz III de Haro, mientras

que este último, Nuño González de Lara y su hijo Juan Núñez de Lara no lo hicieron

hasta principios de 1274. Nuño González de Lara volvió a aparecer como confirmante

en los privilegios reales el 24 de enero de 1274, y no había confirmado ninguno desde el

15 de julio de 1272, y fue en estos momentos, a principios de 1274, cuando recibió el

nombramiento de Adelantado mayor de la frontera de Andalucía.79

Terminamos ahora hablando resumidamente de los matrimonios y descendencia del

infante Felipe de Castilla y de Suabia.80

Contrajo matrimonio por primera vez, según

bien podemos recordar, en 1258, con la princesa Cristina de Noruega, hija del rey Ha-

akon IV de Noruega, a quienes ya nos hemos referido. Cristina murió en Sevilla, en

1262, con 28 años de edad, sin haber dejado descendencia. Acabó recibiendo sepultura

en la colegiata de los Santos Cosme y Damián, de la que había sido abad su esposo el

infante Felipe antes de renunciar a los hábitos y cargos eclesiásticos.

Viudo de Cristina, volvió a casarse el infante Felipe, siendo su segundo matrimonio

con Inés Rodríguez Girón, hija de Rodrigo González Girón,81

señor de Frechilla, Cis-

neros y Autillo de Campos,82

mayordomo mayor del rey Fernando III, y de su segunda

esposa, Teresa López de Haro. Inés Rodríguez Girón falleció en 126583

y recibió se-

pultura en la iglesia de Santa María la Blanca en Villalcázar de Sirga,84

donde mismo

fue enterrado, como ya dijimos, el ahora difunto Felipe de Castilla y de Suabia. Tampo-

co hubo descendencia de este matrimonio.

Posteriormente se casó el viudo infante Felipe, en terceras nupcias, esta vez con Leo-

nor Rodríguez de Castro,85

hija de Rodrigo Fernández de Castro,86

señor de Cigales,

78

Futuro Diego López V de Haro, que muere en 1310.

79

Recordemos que el cargo lo había creado el rey Alfonso X en 1253.

80

Teniendo en cuenta que este asunto generó sus problemas entre los genealogistas expertos, problemas

en los que aquí no entramos.

Tuvo también el infante Felipe sus varias relaciones extramatrimoniales, con mujeres cuyos nombres se

desconocen, teniendo algunos hijos bastardos o ilegítimos, siendo una hija monja y en su momento po-

derosa abadesa en el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas en Burgos.

81

Muerto en 1256.

82

Todo ello en la actual provincia de Palencia.

83

Pero se desconoce la fecha exacta.

84

Provincia de Palencia.

85

Muere en 1275.

86

Hijo de Guerau IV de Cabrera (1196-1229) y de Elo Pérez de Castro.

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~ 24 ~

Mucientes y Santa Olalla,87

y de su esposa Leonor González de Lara. Fruto de este ma-

trimonio nació un hijo, nombrado Felipe de Castilla y Rodríguez de Castro.88

Detalle del sepulcro del infante Felipe de Castilla y de Suabia

87

Todo en la actual provincia de Valladolid.

88

Murió siendo un niño, recibiendo sepultura en el convento de San Felices de Amaya (Burgos), un lugar

actualmente ruinoso que perteneció a la Orden de Calatrava. Allí también recibió sepultura Leonor Rodrí-

guez de Castro.

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~ 25 ~

REINO DE NAVARRA

MUERTE DEL REY ENRIQUE I Y OTRAS NOTICIAS

A 22 de julio de este año 1274, Enrique I, rey de Navarra, tan obeso que fue apodado

el Gordo, murió treintañero y todavía en el tercer año de su reinado, en el palacio del

obispo de Pamplona89

(igual le sucedió a su padre, Teobaldo I, muerto en 1253). Re-

cibió cristiana sepultura en la catedral de Pamplona. También fue, como bien sabemos,

conde de Champaña y Brie como Enrique III. Sucedió en todo a su hermano Teobaldo

II, muerto en 1270. Fue su madre Margarita de Borbón, muerta en 1256.

El rey Enrique I el Gordo de Navarra

89

Armingot o Armengol (1268-1277).

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~ 26 ~

En 1269 se había casado Enrique con la noble francesa Blanca de Artois.90

Tras jurar

(preceptivamente) los Fueros de Navarra, marchó a Francia y prestó allí el correspon-

diente homenaje feudal de vasallo por sus dominios de Champaña ante el ya rey Felipe

III.91

Respecto a su política en relación a Castilla vimos ya todo lo sucedido en cuanto

hubo de afrontar al llegarle la sublevación nobiliaria a la que nos fuimos refiriendo.

A su muerte le sucede su hija Juana, una niña aún, con 3 años de edad, destinada a rei-

nar como Juana I, pues su primogénito, Teobaldo, había muerto al caerse desde una al-

mena del castillo de Estella (Lizarra). De antes de haberse casado Enrique I con Blanca

de Artois tenía un hijo natural, Juan Enriquez de Lacarra.

Reinando, pues, Juana I de Navarra,92

se hace cargo de la regencia su madre, Blanca

de Artois, la cual convocó enseguida Cortes en la catedral de Pamplona, eligiéndose allí

(a 21 de agosto) como gobernador efectivo a Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de

Cascante.93

Ya iremos viendo el desenvolverse de este reinado.

Ciertamente, el monarca vecino, Jaime I de Aragón, apetece de nuevo y considera la

posibilidad de anexionarse Navarra. Así que, hay sus más y sus menos al respecto. Na-

varra tiende al territorio francés por su lado del norte, mientras por el sur no deja de ser

apetecida por Aragón y por Castilla. Pero ni Jaime I de Aragón ni Alfonso X de Castilla

lo tienen claro con sus respectivos nobles y magnates.

Sello del rey Enrique I de Navarra

90

Que muere en 1302.

91

El Atrevido. De reinado en Francia entre el 25 de agosto de 1270 y el 5 de octubre de 1285, fecha de su

muerte.

92

Hasta 1305, cuando muere. En Navarra será la última representante y reina de la Casa de Champaña.

93

En el sur de Navarra.

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~ 27 ~

REINO DE ARAGÓN

UN AÑO CON SUS RUTINAS Y DIFICULTADES

Hubo rebelión de los nobles catalanes y aragoneses –no sabemos hasta cuándo– contra

el rey Jaime I de Aragón, dirigiendo la sublevación Fernán Sancho de Castro, hijo na-

tural del rey.94

Destacan entre los rebeldes95

los condes de Pallars, de Urgel y Ampurias,

el vizconde de Rocabertí y familias poderosas como los Anglesola, Cervera, Cervelló y

Cartellà. Algunos de éstos (incluido Hugo V de Ampurias) saquearon e incendiaron la

villa real de Figueras, dirigiendo después sus ataques a Gerona. Hubo atenciones y con-

cesión de privilegios varios por parte del rey Jaime I.

De otra parte, el rey Jaime decidió comerciar abiertamente con el norte de África, a

pesar de tenerlo prohibido por parte de la Santa Sede, de la que el reino de Aragón, des-

de sus orígenes, sigue vasallo, como bien sabemos y podemos recordar.

Para el verano de este año, decidió el monarca aragonés asistir al II Concilio de Lyon

(del que enseguida hablaremos), convocado por el Papa Gregorio X. Como en la asam-

blea conciliar coincidieron las embajadas o mandatarios de los reinos cristianos, el rey

Jaime quiso aprovechar la posibilidad de hacerse de ayuda y ver si se puede emprender

nueva cruzada a Tierra Santa (como fue planteamiento del Concilio); pero Jaime I se

encontró con la oposición sobre todo de los caballeros templarios.

El año 1274, por cuanto se refiere al reino de Aragón, fue transcurriendo entre tran-

quilo y dificultoso, con sus rutinas y sus novedades.

94

Nació en 1240, siendo su madre Blanca de Antillón. El rey creó para él, en 1250 y en la actual provin-

cia de Huesca, la baronía o señorío de Castro, cuyos principales territorios en sus comienzos fueron el

poblado de Castro como cabeza del señorío, cercano al actual municipio de La Puebla de Castro y las

villas de Estadilla, Pomar de Cinca (con su castillo, actualmente destruido), Olvena y Artasona de Cinca.

La baronía de Castro nunca ha existido en cuanto tal como título nobiliario en España.

95

Catalanes.

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~ 28 ~

CATEDRAL DE LYON (REINO DE FRANCIA)

IMPORTANTE CELEBRACIÓN CONCILIAR

Fue importante y reseñable en este año 1274, como ahora contamos, la celebración del

II Concilio de Lyon,96

en la catedral de esta ciudad francesa. Se trataron como temas

principales, entre otros, los concernientes a las cruzadas o posible conquista de Tierra

Santa, el restablecimiento de la unión o recuperada comunión con la Iglesia Oriental u

Ortodoxa (hablándose de ella también como Griega) y el sistema a adoptar como cón-

claves o respecto a las elecciones de los romanos pontífices en adelante.

Convocado por Gregorio X, el Papa actual, en 1272, recién comenzado su pontifica-

do,97

este concilio se desarrolló o desenvolvió en seis sesiones, asistiendo al mismo98

quinientos obispos, sesenta abades y más de mil destacados eclesiásticos o superiores

religiosos, con diversos procuradores entre ellos.99

También estuvieron presentes el rey Jaime de Aragón, el embajador del emperador bi-

zantino Miguel VIII Paleólogo100

con algunos distinguidos miembros del clero griego, y

los embajadores de los reyes o soberanos de Alemania, Hungría, Inglaterra, Escocia,

Francia, Sicilia, entre otras monarquías que por primera vez aparecían representadas co-

mo tales en un concilio eclesiástico de tal calado y pretendida importancia.

Especial trascendencia tuvo la presencia de los embajadores del kan mongol o de los

tártaros, cuyo reino y poder, situado de espaldas o contrario al dominio islámico, propi-

ciaba algo o bastante la posibilidad de atenazar a los musulmanes acosándolos entre dos

frentes.

El Concilio deliberó sobre la preparación de una nueva cruzada, estimándola del todo

conveniente y centrándose en los aspectos financieros de la misma, para lo cual se deci-

dió que durante seis años un diezmo de todos los beneficios o ingresos obtenibles de la

96

Considerado por la Iglesia Católica como el XIV Ecuménico de la Historia y el VI de los celebrados en

Occidente.

97

Pontificado que se prolonga entre los años 1271/72 y 1276.

98

Más o menos y según qué momento.

99

Podemos destacar al franciscano San Buenaventura, que murió durante el proceso de sesiones concilia-

res, como ya relataremos de inmediato en adelante. Ya sabemos que Santo Tomás de Aquino murió

cuando se dirigía de camino a este concilio, no pudiendo asistir ni participar en el mismo.

100

Reinante entre los años 1259-1282.

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~ 29 ~

Cristiandad pudieran destinarse a emprenderla. Tuvo prisa al respecto el rey Jaime I de

Aragón, mostrándose partidario de iniciarla inmediatamente, pero se le opusieron los

templarios, de modo que no se tomó aún ninguna decisión sobre el cuándo. Hemos de

tener en cuenta que los templarios fueron quienes se ocuparon en su momento de educar

al jovencito Jaime I, cuando se formaba en el castillo de Monzón,101

lugar donde se ce-

lebraron importantes concilios locales o aragoneses, con gran repercusión e influencia

en los asuntos de la Corona de Aragón. Ante las indecisiones de los demás participantes

conciliares, sin secundar al rey Jaime, éste se despidió del Papa y de la asamblea y se

marchó, habiendo dicho así al dirigirse a su séquito acompañante: “Barons, anar nos ne

podem, que huy es honrrada tota Espanya”.102

Todo este asunto de la cruzada quedó

más bien como en el aire.

En otro orden de cosas, estuvo el asunto de la unión con la Iglesia Ortodoxa de Orien-

te, con la intención de acabar con el tan duradero y anquilosado cisma. Gregorio X ha-

bía enviado una embajada al emperador Miguel VIII Paleólogo, que había reconquis-

tado Constantinopla y, como bien sabemos, había acabado con el Imperio Latino de

Oriente establecido en el año 1204, cuando los cruzados occidentales103

tomaron la ciu-

dad.

Buenaventura de Fidanza104

por parte católica y Juan Bekkos representando a los orto-

doxos llegaron a muy buenos logros de entendimiento, acordando bien sobre los asuntos

de las diferencias mutuas que mantenían profundamente separadas ambas Iglesias. Hu-

bo buenos acuerdos, al menos para seguir tratándolos cordial y fraternalmente, sobre el

primado romano, el asunto del Filioque (en el Credo),105

temas de sacramentos, puntua-

lizaciones escatológicas, asuntos litúrgicos y canónicos, etc. El aparente éxito de la

unión fue sin embargo muy efímero, ya que se encontró, desde el primer momento, sin

la aceptación del bajo clero y del pueblo griego, muy reacio a lo verdaderamente ecu-

ménico.

El II Concilio de Lyon se ocupó también del asunto relacionado con los cónclaves o

procesos de elección de los Papas, habida cuenta de que la elección del último, el actual

Gregorio X, tardó excesivamente mucho en producirse, de modo que la sede romana o

de Pedro estuvo vacante por casi tres años. Para evitar una situación parecida en el fu- 101

En la provincia de Huesca.

102

“Barones, ya podemos irnos, que hoy ha quedado honrada toda España”, tratándose de Hispania,

como en los tiempos romanos. Fuera de nuestras fronteras y en todas las ocasiones de solemnidad, los

reinos españoles no decían León, Castilla, Aragón, Cataluña…; decían Hispania o España.

103

De la cuarta cruzada (1202-1204).

104

San Buenaventura.

105

Como podemos recordar, la cláusula Filioque es una inserción en la versión latina del Símbolo Nice-

no-Constantinopolitano del Concilio de Constantinopla (año 381). Esa inserción expresa la doctrina ca-

tólica sobre que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. El latín, el término Filioque significa “y

del Hijo”. La inserción de esta cláusula en el Credo litúrgico de la Iglesia Latina dio origen a una más que

considerable disputa entre las respectivas Iglesias Católica y Ortodoxa.

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~ 30 ~

turo, el Concilio publicó la bula Ubi periculum, estableciéndose en ella que los carde-

nales electores debían reunirse transcurridos diez días tras la muerte del Papa, en total

aislamiento y encerrados en cónclave, bajo llave, cum clavis.

Si no llegaban a un acuerdo transcurridos tres días, verían drásticamente reducido su

alimento. Si pasados otros cinco días seguían sin tomar una decisión, sus comidas serían

reducidas a pan, agua y vino. Además se estableció que mientras durase el cónclave, los

ingresos de los cardenales pasarían a ser propiedad de la Iglesia en su conjunto.

Otros asuntos y decisiones que hubo en este II Concilio de Lyon fueron las siguientes:

Se confirmaron los privilegios y prerrogativas de las cuatro principales Órdenes men-

dicantes: dominicos, franciscano, agustinos y carmelitas, procediéndose a la supresión

de otras Órdenes ya muy disminuidas, que dejaron de tener sentido o son de incipiente

fundación, recientes y sin previsible futuro.

Respecto a la reforma de la Iglesia –una constante histórica, como bien sabemos–, se

denunció la forma de vida de muchos prelados y se procedió a deponer a varios obispos

y abades por su indignidad o vida poco acorde con lo que se espera en cuanto referentes

eclesiales.

Se dio solución al conflicto entre el castellano Alfonso X y Rodolfo I de Habsburgo,

dirimiéndose sobre quién de ellos habría de tener despejada la proclamación de cara a

ser rey de los romanos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, resolvién-

dose el asunto a favor de Rodolfo I de Habsburgo, corroborado como rey de Alemania

para desbloquear el gran interregno imperial, de modo que esto dejara ya de prolongarse

más en el tiempo.106

106

Ver más sobre este Concilio en epílogo III.

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~ 31 ~

LYON (REINO DE FRANCIA)

CELEBRÁNDOSE AÚN LAS SESIONES CONCILIARES DE ESTE AÑO,

MURIÓ JUAN DE FIDANZA, CONOCIDO COMO BUENAVENTURA,

MUY DESTACADO FRANCISCANO Y HOMBRE DE IGLESIA

Fray Juan de Fidanza, conocido también como Buenaventura,107

murió en Lyon, el 15

de julio de este año 1274, cuando aún se celebraban allí las sesiones conciliares que ve-

nimos refiriendo. Fray Juan participaba en dichas sesiones, siendo obispo de Albano, en

Italia, y cardenal y ministro general franciscano. Era hombre de Iglesia y de ferviente

espiritualidad, muy digno y muy docto, habiendo sido discípulo de Alejandro de Ha-

les.108

Se formó enteramente en la Orden Franciscana y fue docente en la Universidad

de París, donde también fue estudiante, muy cercano y amigo del dominico Tomás de

Aquino.

Aunque rechazó ser arzobispo de York (Inglaterra), no tuvo opción a rechazar ser

obispo de Albano y cardenal. En 1274 fue nombrado legado pontificio para el II Con-

cilio de Lyon, participando en él muy activamente, hasta su muerte. Anteriormente ya

había participado en todos los eventos eclesiales de su tiempo, destacando por sus acer-

tados y convincentes ataques contra los herejes y cismáticos. Como buen representante

de la escuela franciscana, de mucha inspiración agustiniana, representó una oposición al

aristotelismo emergente por el que se inclinan los dominicos. Sostuvo fray Juan (Buena-

ventura) que la filosofía y la razón no se encuentran en la base de la teología ni en la

culminación del conocimiento de la divinidad, pero sí en el camino por el que el alma se

dirige hacia Dios. Dejó escritas numerosas y excelentes obras filosóficas y teológicas.

Entre sus escritos podemos destacar un Comentario sobre las sentencias de Pedro Lom-

bardo y su Itinerarium mentis in Deum (Itinerario del alma hacia Dios). Escribió tam-

bién, como biógrafo, una Vida de San Francisco, conocida como Leyenda Mayor.

Fray Juan, al que llamaremos Buenaventura, tal como él deseó siempre, había nacido

en la localidad italiana de Bagnoregio,109

en 1217.110

Llegada su edad adulta, y al hilo

107

San Buenaventura, celebrado en el santoral el 15 de julio. Proclamado Doctor de la Iglesia el 14 de

marzo de 1588 por el Papa Sixto V (1585-1590), teniendo el apodo o sobrenombre de Doctor Seráfico.

108

Muerto en 1245.

109

Por esto se le conoce también como San Buenaventura de Bagnoregio.

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~ 32 ~

de cuanto vamos contando, enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de

París, cuando transcurrían los años de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio

muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo su-

perfluo, de modo que discurría para discernir todo lo esencial y así poner al descubierto

los sofismas de las opiniones erróneas o desacertadas. Buenaventura ofrecía todos los

estudios a la gloria de Dios y lo hacía todo para su propia santificación, sin confundir el

fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.

Fue elegido ministro general de los franciscanos en 1257, con poco más de 35 años de

edad, cuando la Orden estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una

severidad inflexible y los que pedían que se mitigase la Regla original. Naturalmente,

entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones varias. Los más ri-

goristas, que dieron en conocerse como “los espirituales”, habían caído en errores y en

desobediencia, con lo cual habían dado armas o motivos favorables a los enemigos de la

Orden en la Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a todos

los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la Regla y la reforma de los

relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.

El primero de los cinco Capítulos generales que presidió Buenaventura fue el que se

reunió en Narbona (Francia) en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las

Reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la Orden, pero

no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros del Capítulo, empezó

Buenaventura a escribir la Vida de San Francisco de Asís.

La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de las virtu-

des y del carisma del Santo Francisco, sobre el cual escribía tan acertadamente. Se cuen-

ta cómo Tomás de Aquino, en una visita que le hizo a Buenaventura, cuando éste se

ocupaba de escribir la biografía del Pobrecillo de Asís, le encontró en su celda sumido

en la contemplación. En vez de interrumpirle, lo que hizo Tomás fue retirarse de allí di-

ciendo: “Dejemos a un santo trabajar por otro santo”. Resultó escrita la conocida co-

mo La Leyenda Mayor, una obra de gran importancia acerca de la vida de San Francisco

de Asís, aunque puede decirse que el autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la

verdad histórica para emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de

la Regla.

Buenaventura gobernó la Orden franciscana durante 17 años, de modo que ya se le

suele llamar su segundo fundador. Según se cuenta, los legados pontificios que en su

momento le hicieron llegar el capelo cardenalicio y las insignias propias de su recono-

cida dignidad, le hallaron cerca de en Florencia, en el convento franciscano de Mugello,

atareado en el fregoteo de los platos en la cocina. Como Buenaventura tenía las manos

sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol cercano y que

se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces, acabado

aquel sencillo trasiego, tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores de-

bidos y sus respetos.

110

O tal vez en 1218, de modo que tenía a su muerte 56 ó 57 años de edad. En todo caso, no hay muchas

certezas acerca de su nacimiento, ni siquiera del lugar o de circunstancias.

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El Papa Gregorio X encomendó al cardenal y legado pontificio Buenaventura la pre-

paración de los temas que se habrían de tratar en el II Concilio (ecuménico) de Lyon,

para acercar y en lo posible lograr la unión de los católicos con los griegos ortodoxos,

pues el emperador bizantino Miguel VIII Paleólogo estaba por la labor, habiéndole pro-

puesto ya a Clemente IV, el Papa anterior, la posibilidad de dicha unión. Lo demás ya lo

sabemos: cómo los más distinguidos y preparados teólogos de la Iglesia (Católica) asis-

tieron a dicho Concilio. Como ya sabemos, el dominico Tomás de Aquino murió de ca-

mino, cuando se dirigía a esta cita asamblearia. Así, Buenaventura fue, sin duda, el per-

sonaje eclesiástico más notable de la reunión. Llegó a Lyon acompañando al Papa, unos

meses antes de la solemne apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión

conciliar reunió el Capítulo general de la Orden franciscana y renunció al cargo de mi-

nistro general, para estar mejor dispuesto en el desempeño de la tarea conciliar. Cuando

llegaron los delegados griegos, Buenaventura inició las conversaciones con ellos y,

efectivamente, se llegó a la deseada unión de Oriente con Roma. En acción de gracias,

el Papa cantó la Misa con toda solemnidad en el día festivo de los Santos Pedro y Pablo,

el 29 de junio. La Epístola, el Evangelio y el Credo se cantaron en latín y en griego y

fue Buenaventura el encargado de la predicación.

Pero luego, en la noche del 14 al 15 de julio, murió Buenaventura, sin haber tenido

que sentir la pena que le hubiera supuesto el rechazo por parte de Constantinopla de la

unión que tanto trabajo le supuso. El dominico Pedro de Tarantaise (arzobispo de Lyon

y luego cardenal obispo de Ostia),111

presente y muy activo en el Concilio, predicó el

panegírico y sermón de funeral honrando a Buenaventura, diciendo de él lo siguiente:

“Cuantos conocieron a Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente

con oírle predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre

afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las

virtudes”.112

111

Futuro Papa Inocencio V (en 1276, tan sólo durante meses). Será el primer Papa dominico en la His-

toria de la Iglesia. Quiso seguir vistiendo su hábito blanco de la Orden de Predicadores y desde entonces

se instauró en los Papas la costumbre de llevar sotana blanca.

112

Véase más, aunque resumida y aun someramente, en epílogo IV.

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Exposición del cuerpo de San Buenaventura

(Zurbarán, 1629, Museo del Louvre, París)

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~ 35 ~

PARÍS (REINO DE FRANCIA)

MURIÓ ROBERT DE SORBON

A 15 de agosto de este año 1274 murió en París Robert de Sorbon, con 73 años de

edad,113

sabio y erudito, capellán real,114

de quien toma nombre la Universidad de París,

pues él puede decirse que la fundó (año 1257), por lo que viene denominándose ya la

Sorbona.115

En 1251, desde su cargo de canónigo en Cambrai,116

Robert de Sorbon se propuso

fundar una sociedad de eclesiásticos seglares dedicados gratuitamente al estudio y a la

enseñanza. La sociedad obtuvo en 1252 la autorización de la reina Margarita, regente

entonces por hallarse en esos momentos ausente de Francia su esposo el rey Luis IX,

ocupado en sus cruzadas. La mencionada sociedad quedó legal y legítimamente consti-

tuida como “Congregación de los muy pobres maestros (domus magistrorum pauperri-

ma) de La Sorbona”, declarada así por carta del rey en 1255 y por solemne declaración

del Papa Alejandro IV en 1259, considerándola útil para la religión. Se mantiene como

fecha fundacional de la Sorbona la del año 1257, cuando el rey Luis IX destinó para ella

un lugar en el corazón mismo del conocido barrio latino de París.

En su testamento de 1270, Robert de Sorbon legó todos sus bienes, que no eran pocos,

a la Sorbona, la Universidad de París que lleva su nombre y su más que respetuoso pres-

tigio. De Robert se conservan algunos de sus pequeños pero sustanciosos tratados, co-

mo De Conscientia, De Confessione, Iter Paradisi y Sermones, entre otros. Se conser-

van también los funcionales y muy útiles Estatutos de la Casa de la Sorbona.117

113

Nació el 9 de octubre de 1201 en Sorbon (al norte de Francia, no lejos de la frontera con Bélgica).

114

Fue consejero y confesor del rey Luis IX de Francia, San Luis, que reinó, como bien sabemos, entre

los años 1226 y 1270.

115

Junto con otras Universidades, como las de Oxford, Bolonia y Salamanca, es una de las Universidades

más antiguas y prestigiosas del mundo.

116

No lejos de Sorbon.

117

Los mismos que se mantuvieron sin cambios hasta 1792.

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Robert de Sorbon

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KADHIMIYA – BAGDAD

MURIÓ EL CÉLEBRE SABIO NASIR AL-DIN AL-TUSI

Durante la noche del 25 al 26 de junio de este año 1274 (672 de la Hégira), murió en

Kadhimiya, localidad próxima a Bagdad, el destacado chií118

Abu Jafar Muhammad ibn

ibn Muhammad ibn al-Hasan Nasir al-Din al-Tusi, conocido más sencillamente co-

mo Nasir al-Din al-Tusi. Tenía 73 años de edad.119

Pasa a la historia, al perdurable re-

cuerdo de los tiempos, como científico de gran relevancia, filósofo, matemático, astró-

nomo, teólogo y médico. Fue muy prolífico en su producción de obras escritas sobra las

mencionadas áreas o materias del saber.120

Se sabe121

que su padre y un tío materno buen docente lo alentaron a estudiar teología

y ciencias. Particularmente el padre, un practicante musulmán de mente abierta, pudo

exhortarle a que estudiara todas las corrientes islámicas.

A la muerte de su padre, el joven Tusi122

dejó su lugar familiar yendo a completar y

perfeccionar sus estudios a Nishapur. 123

Allí conectó con la filosofía de Avicena (980-

1037) siguiendo su Libro de directivas y observaciones (Kitab al-Isharat wa-l-tanbi-

hat), aprendiendo también de todo, con las lecciones de prestigiosos maestros, siendo

instruido igualmente sobre El canon de medicina, del mismo Avicena. Se relacionó asi-

mismo con el célebre maestro del sufismo124

suní Farid al Din Attar (muerto en 1221).

Entre 1217 y 1221, viajando por Iraq, estudió la jurisprudencia más imperante y clásica.

118

De esta rama del Islam, que comparte importancia con la suní. Un seguidor o creyente islámico es co-

nocido generalmente como musulmán, mientras que un musulmán que cree que Alí ibn Abi Tálib (muerto

en 661) fue el sucesor y califa inmediato del profeta Mahoma, es llamado “chía” –forma abreviada

de “chíat-u-Ali”, que significa “partidario de Alí”– término que ha sido castellanizado como “chií” o

“chiita”. Teniendo en cuenta que chía significa literalmente “partidarios” o “seguidores”, chií se refiere

a aquellos que consideran que la sucesión del Profeta es un derecho especial de la familia de éste, y lo

mismo se refiere también a quienes en los ámbitos de las ciencias y de la cultura islámicas siguen pro-

piamente la escuela de la denominada y considerada Casa del Profeta.

119

De su niñez y educación infantil apenas se sabe algo, tan sólo cuanto él mismo cuenta en su escrito

autobiográfico Contemplación y acción (Sayr wa Saluk), de hacia 1246.

120

En la Luna hay un cráter a su nombre, con 60 kilómetros de diámetro.

121

Según su autobiografía.

122

De 17 ó 18 años de edad.

123

Ciudad de Jorasán (Irán).

124

Rama del ámbito o dimensión de la mística en el Islam, como bien sabemos.

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Posteriormente, entre los años 1223-1232, en Mosul, estudió matemáticas con Kamal

al-Din ibn Yunus (muerto en 1252). Sus investigaciones en teología le decepcionaron

bastante.125

Convencido inicialmente de que la filosofía griega podría facilitar el arbitra-

je en las discusiones teológicas, se dio cuenta de que la búsqueda de la verdad en el

campo religioso, o creyente, sólo y exclusivamente puede pasar por la enseñanza de un

maestro espiritual. Fue entonces cuando tuvo su conversión al ismailismo, considerando

ser la más pura y genuina rama chií.126

Como sabemos, la invasiva presencia mongola desestabilizó toda la zona en la que se

desenvolvió la vida de Nasir al-Din al-Tusi. Hacia 1230 se refugió junto a Nasir al-Din

Muhtashim, el gobernador ismailí de Kouhistan. Gracias a él fue introducido en la co-

munidad ismailí.127

Así permaneció durante un cuarto de siglo, produciendo durante

este período la mayoría de sus escritos sobre ética, lógica, ciencia y matemáticas. En

1234, fue invitado por el príncipe Ala ad-Din Muhammad, que tenía su hábitat corte-

sano128

en la célebre fortaleza de Alamut,129

a quedarse allí, donde los eruditos que hu-

yeron de los mongoles encontraron acogida y excelentes condiciones de trabajo cultural,

proporcionado especialmente por la gran biblioteca allí existente.

En 1256, como podemos recordar, la fortaleza de Alamut capituló ante el ejército

mongol de Hulagu Kan (1256-1265) y fue completamente arrasada, sin que sepamos

mucho acerca de cuál fue exactamente el proceder de Al-Tusi al respecto, pues cierta-

mente fue él uno de los negociadores que produjo la rendición, disociándose poco des-

pués de aquella secta –así llamada por él– que le retuvo –según dijo– bajo coacción.

El caso fue que no tardó mucho Al-Tusi en ponerse al servicio de Hulagu Kan, aseso-

rándole como científico y en asuntos religiosos, no menos que en asuntos políticos y de

toda índole. Tomó para sí una esposa mongola y siguió a la corte mongola por Qazvín,

Hamadán130

y Bagdad,131

donde se sospecha que participó activamente en el asedio

125

Según cuenta él mismo en su autobiografía.

126

Los ismailíes profesan doctrinas muy complejas y fuertemente influidas por el neoplatonismo, sin que

aquí entremos ahora a analizarlas. Su teología es realmente muy liosa, como puede comprobar quien se

adentre en ella (¡y luego dicen los musulmanes que el lío o lo complicado está en la Biblia y en el ca-

tolicismo!). Los ismailíes piensan que el Corán es una alegoría de un mensaje oculto que, a su vez, es

alegoría de otro más oculto aún y así sucesivamente hasta siete niveles de esoterismo, el último de los

cuales contiene la verdad suprema. La historia del ismailismo también es muy compleja.

127

No se sabe con certeza si de manera muy libre o demasiado por conveniencia, o tal vez incluso de ma-

nera coaccionada.

128

Y un tanto enigmático o como raramente monástico, de secta total. Puede leerse la novela histórica

Alamut, de Vladimir Bartol.

129

Recordémosla, al norte del Irán actual y al sur del mar Caspio, ocupada por la secta ismailí de los ni-

zaríes, llamados hashshashin (asesinos) por sus detractores.

130

Lugares de Irán.

131

Irak.

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mongol de la ciudad y en la capitulación del califa Al-Mustasim (1242-1258), el abasí

que acabó con el califato y del cual podemos recordar su trágico final, en 1258.

En 1259, Al-Tusi convenció a Hulagu Kan, entusiasta de la astrología, para que cons-

truyera –como así hizo– un gran observatorio en Maraghe.132

Tusi se hizo responsable

de su construcción y administración. La supervisión del proyecto le ocupó durante más

de una década, estableciendo allí una buena biblioteca, una escogida comunidad cientí-

fica (reuniendo excelentes académicos del mundo musulmán y también sabios chinos) y

el organizado desarrollo de unas tablas astronómicas, un libro interesantísimo y muy

completo.133

Tras la muerte de Hulagu Kan, Tusi se convirtió en un visir de los mongoles, siendo

también134

el médico personal del hijo de Abaqa Kan, el hijo y sucesor de Hulagu

Kan.135

En 1273 viajó a Bagdad y en este año 1274 ocurrió su muerte, como queda di-

cho en este relato. Recibió sepultura cerca de la tumba del séptimo imán chií Musa ibn

Yafar (muerto en el año 799, que fue el 183 de la Hégira), donde se conserva y se in-

crementa una espléndida mezquita.

Destaquemos del legado de Nasir al-Din al-Tusi su trigonometría en el campo de las

matemáticas, con su Tratado sobre los cuadriláteros.136

Igualmente podemos destacar

de Al-Tusi sus aportaciones y conocimientos en el campo de la astronomía.137

Y no pa-

semos por alto su libro Sabiduría Práctica (Akhlaq-i-Nasri), donde se exponen muy in-

teresantes y útiles teorías.138

132

Interesante ciudad, que sigue siendo astronómica, en el noroeste de Irán.

133

Sus famosas Tablas iljaníes, muy precisas sobre los movimientos planetarios. Este libro contenía

posiciones en formato tabular con las ubicaciones o los posicionamientos de los planetas y el nombre de

las estrellas. El sistema planetario propuesto por él resultó ser el más avanzado de la época y fue usado

extensivamente hasta el advenimiento del modelo heliocéntrico copernicano, en los siglos XV-XVI.

134

Probablemente.

135

Abaqa Kan reina en la Persia mongola entre los años 1265-1282.

136

Al-Tusi fue absolutamente pionero en enumerar la lista de los seis casos distintos de ángulo recto en

un triángulo esférico (trigonometría esférica). Sus trabajos en trigonometría le llevaron a ser el primer

astrónomo oriental en tener una visión clara de la trigonometría plana y esférica.

137

Se le considera como el científico más eminente en el campo de la observación astronómica entre Pto-

lomeo (siglo II) y Copérnico (siglos XV-XVI).

Inventó una técnica geométrica denominada Acople Tusi que ayuda a la solución cinemática del movi-

miento linear como suma de dos movimientos circulares. Tusi calculó el valor de 51 segundos sexagesi-

males para la precesión de los equinoccios e hizo enormes aportaciones a la construcción y uso de al-

gunos instrumentos astronómicos incluyendo los astrolabios y los cuadrantes solares o relojes de sol.

138

Precisamente sobre la evolución de las especies, que habría comenzado con el origen del universo.

Las contradicciones internas se desarrollaron al respecto y, como resultado, las sustancias comenzaron

cambiar y a diferenciarse entre sí. Los elementos evolucionaron en minerales, luego las plantas, luego los

animales, y luego los seres humanos. Tusi explica luego cómo la variabilidad hereditaria fue un factor

importante para la evolución biológica de los seres vivos: “Los organismos que pueden obtener las

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Nasir al-Din Tusi en un sello iraní conmemorando el 700 aniversario de su muerte

nuevas características de un modo más rápido son más variables. Como resultado, obtienen ventajas

sobre otras criaturas. [...] Los cuerpos están cambiando como resultado de las interacciones internas y

externas”.

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EPÍLOGO I

ABUNDANDO UN POCO EN LA VIDAY OBRA

DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

El texto aquí seguido es de la Vida de Santo Tomás de Aquino según D. J. Kennedy

en The Catholic Encyclopedia.139

I.- SU VIDA

Se conocen los acontecimientos principales de su vida, pero los biógrafos difieren en

cuanto a algunos detalles y fechas. Henry Denfile falleció antes de poder cumplir su

proyecto de escribir una vida crítica del Santo. El amigo y alumno de Denfile, Dominic

Prümmer, O. P., profesor de teología en la Universidad de Friburgo (Suiza), se encargó

de la obra y publicó el “Fontes Vitae S. Thomae Aquinatis, notis historicis et criticis

illustrati”; y el primer fascículo (Toulouse, 1911) ya ha aparecido, dando la Vida de

Santo Tomás por Peter Calo (1300), publicado ahora por primera vez. Tolomeo de Luc-

ca... dice que cuando murió el Santo, se dudaba sobre su edad exacta (Prümmer, op. cit.

45). Normalmente se da el final de 1225 como el momento de su nacimiento. El P.

Prümmer, basándose en Calo, cree que 1227 es la fecha más probable (op. cit., 28). Hay

un acuerdo general en que su muerte ocurrió en 1274.

Landolfo, su padre, era conde de Aquino. Teodora, su madre, condesa de Teano. Su

familia estaba emparentada con los emperadores Hohenstaufen Enrique VI y Federico

II, así como también con los reyes de Francia, Aragón y Castilla. Calo cuenta que un

santo ermitaño predijo su carrera, diciéndole a Teodora antes de su nacimiento: “Entra-

rá en la Orden de los Frailes Predicadores, y su conocimiento y santidad serán tan

grandes que en vida no se encontrará nadie que le iguale” (Prümmer, op. cit., 18). A

los cinco años, según las costumbres de la época, fue enviado a recibir su primera for-

mación con los monjes benedictinos de Montecasino. Diligente en sus estudios, desde

muy pequeño se observó su buena disposición para la meditación y la oración, y su

maestro se sorprendió al oírle preguntar repetidas veces: “¿Qué es Dios?”.

Alrededor del año 1236, lo mandaron a la Universidad de Nápoles. Calo dice que el

traslado se hizo por iniciativa del abad de Montecasino, quien escribió al padre de To-

más diciéndole que un chico de su talento no debe ser dejado en la sombra (Prümmer,

op. cit., 20). En Nápoles, sus maestros fueron Pietro Martín y Petrus Hibernos (Irlan-

dés). El cronista dice que pronto superó a Martín en gramática y fue transferido a Pedro

de Irlanda quién le formó en Lógica y Ciencias Naturales. Las costumbres de la época

dividían Filosofía y Letras en dos cursos: el Trivium, que cubría Gramática, Lógica y

Retórica; y el Quadrivium, que se componía de Música, Matemática, Geometría y As-

139

Transcrito por Kevin Cawley y traducido por Rafael Corrales Pacheco, desde The Catholic Ency-

clopedia…, ACI-PRENSA año 2000. Gentileza de arvo.net (con sus tres w por delante) para la Biblioteca

Católica Digital.

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tronomía... Tomás repetía las lecciones con mayor profundidad y lucidez que sus maes-

tros. El corazón del joven se había conservado puro en medio de la corrupción que le ro-

deaba, y decidió abrazar la vida religiosa.

Entre 1240 y 1243 recibió el hábito de la Orden de Santo Domingo, atraído y dirigido

por Juan de San Julián, un conocido predicador del convento de Nápoles. La ciudad es-

taba asombrada al ver a un noble joven como él tomar el hábito de un pobre fraile. Su

madre, con sentimientos de alegría y tristeza a la vez, se apresuró a ir a Nápoles a ver a

su hijo. Los dominicos, temiendo que se lo llevaran, le enviaron a Roma, aunque su des-

tino final sería París o Colonia. Teodora convenció a los hermanos de Tomás, que eran

soldados del emperador Federico, y capturaron al novicio cerca del pueblo de Aque-

pendente y le recluyeron en la fortaleza de San Juan de Rocca Secca. Allí estuvo deteni-

do casi dos años, mientras sus padres, hermanos y hermanas hacían todo lo posible para

destruir su vocación. Sus hermanos incluso tendieron trampas a su virtud, pero el puro

novicio echó de la habitación a la tentadora con un tizón que sacó del fuego. Hacia el fin

de su vida, Santo Tomás le confió a su fiel amigo y compañero, Reinaldo de Piperno, el

secreto de un favor especial que recibió entonces. Cuando echó a la tentadora de la ha-

bitación, se arrodilló y ardientemente imploró a Dios que le concediera la integridad de

mente y cuerpo. Cayó en un sueño ligero, y mientras dormía, dos ángeles se le apare-

cieron para asegurarle que su oración había sido escuchada. Le ciñeron un cinturón, di-

ciendo: “Te ceñimos con el cinturón de la virginidad perpetua”. Y desde ese día en

adelante jamás experimentó el más leve movimiento de la concupiscencia.

El tiempo en cautiverio no fue perdido. Su madre empezó a ceder tras los primeros

impulsos de ira y tristeza; se les permitió a los dominicos proporcionarle nuevos há-

bitos, y con la ayuda de su hermana obtuvo algunos libros (las Sagradas Escrituras, la

Metafísica de Aristóteles y las Sentencias de Pedro Lombardo). Tras año y medio o dos

en prisión, sea porque su madre se dio cuenta de que la profecía del ermitaño se cum-

pliría o bien porque sus hermanos temían las amenazas de Inocencio IV y Federico II,

fue puesto en libertad bajándolo en un cesto a los brazos de los dominicos que se ad-

miraron al darse cuenta de que durante su cautiverio “había progresado tanto como si

hubiera estado en un studium generale” (Calo op. cit., 24).

Enseguida hizo Tomás sus votos, y sus superiores le mandaron a Roma. Inocencio IV

examinó con atención los motivos que le llevaron a entrar en la Orden de Predicadores,

le despidió con una bendición y prohibió cualquier interferencia en su vocación. Juan de

Wildeshausen el Teutón, cuarto Maestro General de la Orden (1241-1252), llevó al jo-

ven estudiante a París y, según la mayoría de los biógrafos del Santo, a Colonia, en

1244 o 1245, a cargo de San Alberto Magno, el más famoso profesor de la Orden. En

las escuelas, el carácter humilde y taciturno de Tomás fue mal interpretado como indi-

cios de retraso mental, pero cuando Alberto escuchó su brillante defensa de una difícil

tesis, exclamó: “Llamamos a este joven un buey mudo, pero su mugido doctrinal un día

resonará hasta los confines del mundo”.

En 1245 enviaron a Alberto a París y Tomás le acompañó como alumno. En 1248 am-

bos volvieron a Colonia. Alberto había sido nombrado regente del nuevo Studium Ge-

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nerale,140

erigido aquel año por el Capítulo General de la Orden, y Tomás debía enseñar

bajo su autoridad como bachiller.141

Y durante su estancia en Colonia, probablemente en

1250, fue ordenado sacerdote por Conrado de Hochstaden, arzobispo de esa ciudad. Du-

rante toda su vida, predicó con frecuencia la Palabra de Dios en Alemania, Francia e

Italia. Sus sermones se caracterizaban por su fuerza, piedad, solidez en la enseñanza y

abundantes referencias bíblicas. En 1251 o 1252, el Maestro General de la Orden, acon-

sejado por Alberto Magno y Hugo de San Caro, nombró a Tomás bachiller vice-regente

del Studium Dominico en París. Este nombramiento puede considerarse como el prin-

cipio de su vida pública, ya que su enseñanza rápidamente llamó la atención tanto de

profesores como de alumnos. Sus deberes consistían principalmente en explicar las Sen-

tencias de Pedro Lombardo, y sus comentarios sobre ese texto teológico le proporcio-

naron el material y, en gran parte, el esquema general para su obra magna, la Summa

Theologica. En el transcurso del tiempo, se le ordenó prepararse para el Doctorado en

Teología por la Universidad de París, pero aplazaron la concesión del título por una dis-

puta entre la Universidad y los frailes. El conflicto, en su origen una disputa entre la

Universidad y las autoridades civiles, surgió tras un incidente con la guardia de la ciu-

dad que tuvo como resultado un estudiante muerto y otros tres heridos. La Universidad,

celosa de su autonomía, exigía una satisfacción que le fue negada. Los doctores cerraron

sus facultades, juraron solemnemente que no las abrirían hasta ver satisfechas sus de-

mandas y decretaron que en el futuro a nadie se le conferiría el título de doctor a menos

que jurase seguir la misma línea de conducta en circunstancias similares. Los domini-

cos y franciscanos, que habían seguido enseñando en sus escuelas, se negaron a hacer el

juramento exigido y de aquí surgió un amargo conflicto que estaba en su punto álgido

cuando Santo Tomás y San Buenaventura estaban preparados para recibir sus respecti-

vos doctorados. Guillermo de Saint Amour extendió la disputa más allá del tema origi-

nal, atacó violentamente a los frailes, de los que estaba evidentemente celoso, y les negó

su derecho a ocupar cátedras en la Universidad. Contra su libro De periculis novissimo-

rum temporum (Los peligros de los últimos tiempos) Santo Tomás escribió el tratado

Contra impugnantes religionem, una apología de las órdenes religiosas. El libro de Gui-

llermo de Saint Amour fue condenado por el Papa Alejandro IV en Anagni, el 5 de oc-

tubre de 1256, y ordenó que los frailes mendicantes fueran admitidos al doctorado.

Por estas fechas, Santo Tomás también combatió un libro (joaquinista) peligroso: El

Evangelio Eterno. Las autoridades universitarias se revolvieron de nuevo y no obede-

cieron al orden inmediatamente; fueron necesarias la influencia del rey Luis IX (San

Luis) y once Breves pontificios para restablecer la paz. Santo Tomás recibió su docto-

rado en teología. La fecha que dan la mayoría de sus biógrafos es la del 23 de octubre

de 1257. Su tema fue “La Majestad de Cristo”. Su texto: “Desde tu morada riegas los

montes, y la tierra se sacia de tu acción fecunda” (Salmo 103, 13), texto versículo su-

gerido, según se cree, por un celestial o angélico visitante y que fue profético de su ca-

risma y vida futura. La tradición cuenta que San Buenaventura y Santo Tomás recibie-

140

Universidad.

141

No entramos ahora aquí sobre el sistema de titulaciones durante el siglo XIII o por esta época.

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ron el doctorado el mismo día y que hubo una “lucha” de humildad entre los dos ami-

gos para ver quién sería nombrado primero.

Desde entonces, la vida de Tomás puede resumirse en pocas palabras, orar, predicar,

enseñar, escribir, viajar. La gente deseaba más escucharle a él que a Alberto, a quien

Santo Tomás superaba en precisión, lucidez, concisión y fuerza de expresión, incluso

también en universalidad y totalidad de conocimientos. París le reclamaba como suyo;

los Papas deseaban tenerle junto a ellos; los centros de estudio (studia generalia) de la

Orden ansiaban disfrutar de los beneficios de su enseñanza; así, le encontramos sucesi-

vamente en Anagni, Roma, Bolonia, Orvieto, Viterbo, Perugia y París, de nuevo, y fi-

nalmente en Nápoles, siempre enseñando y escribiendo, viviendo en la tierra con una

pasión, un celo ardiente por exponer y defender la verdad cristiana. Tan dedicado estaba

a su sagrada misión que con lágrimas pedía que no le obligaran a aceptar la titularidad

del arzobispado de Nápoles, que le fue conferido por Clemente IV en 1265. Si hubiese

aceptado este nombramiento, muy probablemente nunca hubiera escrito la Summa

Theologica.

Cediendo a las peticiones de sus hermanos, en varias ocasiones participó en las delibe-

raciones de los Capítulos Generales de la Orden. Uno de dichos capítulos tuvo lugar en

Londres en 1263. En otro anterior, celebrado en Valenciennes (1259), colaboró con Al-

berto Magno y Pedro de Tarentasia (que sería el Papa Inocencio V) a formular un sis-

tema de estudios que substancialmente perdura en los studia generalia de la Orden Do-

minicana.

No sorprende leer en las biografías de Santo Tomás que frecuentemente se abstraía y

quedaba en éxtasis. Hacia el final de su vida estos momentos de éxtasis se sucedían con

mayor frecuencia. En Nápoles una vez, en 1273, tras completar su tratado sobre la Eu-

caristía, tres hermanos le vieron levitar en éxtasis, y oyeron una voz que venía del cru-

cifijo del altar que decía: “Has escrito bien de mí, Tomás, ¿qué recompensa deseas?”.

Tomás respondió: “Nada más que a ti, Señor”. Se dice que esto se repitió en Orvieto y

en París.

Y el 6 de diciembre de 1273, dejó su pluma y no escribió más. Ese día, durante la

Misa, experimentó un éxtasis de mucha mayor duración que la acostumbrada; sobre lo

que le fue revelado sólo podemos conjeturar por su respuesta al Padre Reinaldo, que le

animaba a continuar sus escritos: “No puedo hacer más. Se me han revelado tales se-

cretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada”. La

Summa Theologica había sido terminada sólo hasta la pregunta o cuestión 90 de la

tercera parte (De partibus poenitentiae).

Tomás comenzó su preparación inmediata para la muerte. Gregorio X, habiendo con-

vocado un Concilio general a celebrar en Lyon para el primero de mayo de 1274, invitó

a Santo Tomás y a San Buenaventura a participar en las deliberaciones, ordenando al

primero llevar al Concilio su tratado Contra errores Graecorum (Contra los Errores de

los Griegos).142

Intentó obedecer y salió a pie en enero de 1274, pero le fallaron las

fuerzas; cayó desplomado cerca de Terracina, desde donde le llevaron al Castillo de

142

Siendo los Griegos los Ortodoxos Orientales.

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Maienza, hogar de su sobrina la condesa Francesca Ceccano. Los monjes cistercienses

de Fossa Nuova, insistieron para que se alojara con ellos, y así fue trasladado a su mo-

nasterio; y al entrar, le susurró a su compañero: “Este es para siempre el lugar de mi

reposo; aquí habitaré porque lo deseo” (Salmo 131, 14). Cuando el P. Reinaldo le pidió

que se quedase en el castillo, el Santo replicó: “Si el Señor desea llevarme consigo, será

mejor que me encuentre entre religiosos que entre laicos”. Los cistercienses le brinda-

ron tantas atenciones y bondad, que abrumaron el sentido de humildad de Tomás. “¿A

qué viene tanto honor?”, exclamó. Ante la insistencia de los monjes, el Santo dictó un

breve comentario sobre el Cantar de los Cantares.

El final se acercaba y le administraron la Extremaunción [así llamada entonces].

Cuando entraron con el Sagrado Viático a su habitación, pronunció el siguiente acto de

fe:

Si en este mundo hubiese algún conocimiento de este sacramento más fuerte

que el de la fe, deseo ahora usarlo en afirmar que creo firmemente y sé de cierto

que Jesucristo, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, Hijo de Dios e Hijo de la

Virgen María está en este Sacramento... Te recibo a Ti, el precio de mi re-

dención, por cuyo amor he velado, estudiado y trabajado. A Ti he predicado, a

Ti he enseñado. Nunca he dicho nada en Tu contra: si dije algo mal, es sólo

culpa de mi ignorancia. Tampoco quiero ser obstinado en mis opiniones, así que

someto todas ellas al juicio y enmienda de la Santa Iglesia Romana, en cuya

obediencia ahora dejo esta vida.

Murió el 7 de marzo de 1274. Numerosos milagros atestiguaron su santidad. Fue ca-

nonizado por Juan XXII, el 18 de julio de 1323. Los monjes de Fossa Nuova querían a

toda costa quedarse con sus sagrados restos, pero Urbano V ordenó que el cuerpo fuera

entregado a sus hermanos dominicos, siendo trasladado solemnemente a la iglesia de la

Orden en Toulouse, el 28 de enero de 1369. La magnífica capilla erigida en 1628 fue

destruida durante la Revolución Francesa y su cuerpo trasladado a la iglesia de San

Sernin, donde reposa hasta el día de hoy en un sarcófago de oro y plata, que fue solem-

nemente bendecido por el Cardenal Desprez el 24 de julio de 1878. El hueso mayor de

su brazo izquierdo se conserva en la catedral de Nápoles. El brazo derecho, donado a la

Universidad de París y originalmente conservado en la Capilla de Santo Tomás de la

iglesia de la Orden, se guarda actualmente en la iglesia dominica de Santa María sopra

Minerva en Roma, a donde llegó tras la Revolución Francesa.

El biógrafo Calo dio una descripción de la apariencia del Santo: dice que sus rasgos se

correspondían con la grandeza de su alma. Era alto y corpulento, erguido y bien pro-

porcionado. Su tez era “como el color del trigo nuevo”: su cabeza era grande y bien

formada y era algo calvo. Todos los retratos lo representan con porte noble, meditativo,

dulce y a la vez fuerte. San Pío V proclamó a Santo Tomás Doctor de la Iglesia en 1567.

En la encíclica “Aeterni Patris”, del 4 de agosto de 1879, sobre la restauración de la

filosofía cristiana, León XIII le declaró “príncipe y maestro de todos los doctores esco-

lásticos”. El mismo ilustre pontífice, mediante Breve del 4 de agosto de 1880, le desig-

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nó patrono de todas las Universidades, Academias y Escuelas Católicas de todo el mun-

do.

II.- ESCRITOS

A.- Comentarios Generales

Aunque Santo Tomás vivió menos de 50 años, escribió más de 60 obras, algunas cor-

tas, pero otras muy largas. Esto no significa que toda la producción auténtica haya sido

escrita directamente a mano tan sólo de su parte; le ayudaron secretarios, y sus bió-

grafos aseguran que podía dictar a varios escribientes a la vez. Le han sido falsamente

atribuidas otras obras, que fueron en realidad escritas por sus discípulos.

En Scriptores Ordinis Praedicatorum (París, 1719) el P. Echard dedica 86 folios a la

obra de Santo Tomás, sus diversas ediciones y traducciones, etc., señalando que se en-

contraron copias manuscritas en casi todas las bibliotecas de Europa, y que tras la in-

vención de la imprenta se multiplicaron las ediciones en Alemania, Francia e Italia,

siendo la Summa Theologica una de las primeras obras importantes impresas. Peter

Schoeffer, editor de Mainz, publicó Secunda Secundae en 1467, siendo ésta la primera

copia impresa conocida de las obras de Santo Tomás. La primera edición completa de la

Summa fue editada en Basilea, en 1485. Muchas otras ediciones de ésta y otras obras

salieron a la luz en los siglos XVI y XVII, especialmente en Venecia y Lyon. Las edi-

ciones principales de la Obra Completa (Opera Omnia) son: Roma, 1570; Venecia,

1594, 1612, 1745; Amberes, 1612; París, 1660, 1871-1880 (Vives); Parma, 1852-1873;

Roma 1882 (la Leonina). La edición romana de 1570, llamada por San Pío V la Piana,

la mandó editar este Papa, siendo la que marcó norma durante muchos años. Además de

un texto cuidadosamente revisado, contenía los comentarios del Cardenal Cayetano143

y

la valiosa “Tabula Aurea” de Pedro de Bérgamo. La edición veneciana de 1612 fue

143

Muerto en 1534.

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muy estimada, porque el texto iba acompañado de los más eximios comentarios. La

edición Leonina, comenzada baja el patrocinio de León XIII, continuaría entonces bajo

el Maestro General de los Dominicos, sin duda la más perfecta de todas. Se insertarían

comentarios críticos de cada sección, se emprendería una revisión muy cuidadosa del

texto y se comprobarían todas las referencias. Por orden de León XIII (Motu Proprio del

18 de enero de 1880) la Summa contra gentiles se editaría con los comentarios de Sil-

vestre Ferrariensis, mientras que los comentarios de Cayetano van con la Summa Theo-

logica.

La obra de Santo Tomás puede clasificarse como filosófica, teológica, bíblica y apolo-

gética. Esta división, sin embargo, no siempre se mantiene. La Summa Theologica, por

ejemplo, contiene mucha filosofía, mientras que la Summa contra gentiles es principal-

mente, aunque no exclusivamente, filosófica y apologética. Sus obras filosóficas son

principalmente Comentarios a Aristóteles y sus primeros escritos teológicos fueron Co-

mentarios de los cuatro primeros libros de Sentencias de Pedro Lombardo. Pero no si-

gue servilmente ni al Filósofo, ni al Maestro de las Sentencias.

B.- Sus obras principales en detalle

Entre las obras que muestran mejor la personalidad y método de Santo Tomás, mere-

cen destacada atención las siguientes:

Quaestiones disputatae (Cuestiones Disputadas): Son tratados más completos sobre

temas que no quedaron lo bastante claros en sus conferencias y clases, y sobre los cuales

había recibido preguntas solicitando su opinión. Son tratados valiosos porque en ellos el

autor, libre de los límites del tiempo y espacio, se expresa libremente y proporciona to-

dos los argumentos, en pro y en contra, de las opiniones en cuestión. Son tratados de

Cuestiones como: “De potentia”, “De malo”, “De spirit. creaturis”, “De anima”, “De

unione Verbi Incarnati”, “De virt. in communi”, “De caritate”, “De corr. fraterna”,

“De spe”, “De virt. cardinal”, “De veritate”.

Quodlibeta (Temas Varios): Presenta cuestiones o argumentos propuestos y sus res-

puestas, dadas dentro o fuera de las salas de conferencias, principalmente en los ejerci-

cios escolásticos más formales, denominados “circuli”, “conclusiones” o “determina-

tiones”, que tenían lugar una o dos veces al año.

De unitate intellectus contra Averroistas: Este opúsculo refuta un error muy peligroso

y difundido, es decir, que existía una sola alma para todos los hombres, una teoría (de

Averroes) que eliminaba la libertad y responsabilidad individual.

Commentaria in Libros Sententiarum: Obra que, al igual que la siguiente, fue prede-

cesora inmediata de la Summa Theologica.

Summa de veritate catholicae fidei contra gentiles: Tratado sobre la Verdad de la Fe

Católica contra los Infieles. Fue obra escrita en Roma, entre los años 1261-1264, com-

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puesta a petición de San Raimundo de Peñafort, que quería una exposición filosófica y

de defensa de la Fe Cristiana, para utilizarla frente a los judíos y moros en España. Esta

obra es un modelo perfecto de apologética sólida y paciente, en la que prueba Santo To-

más que ninguna verdad demostrable (ciencia) se opone a la verdad revelada (fe). Hay

cuatro libros: I) De Dios como es en Sí mismo; II) De Dios y el origen de las criaturas;

III) De Dios y el fin de las criaturas; IV) De Dios en su Revelación.

Tres obras fueron escritas por orden del Papa Urbano IV:

El Opusculum contra errores Graecorum: Refutaba los errores de los griegos u

ortodoxos sobre doctrinas mantenidas en disputa entre ellos (Iglesia Ortodoxa) y la

Iglesia Romana, errores tales como la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del

Hijo, el primado del Romano Pontífice, la Sagrada Eucaristía, y el Purgatorio. Se utilizó

contra los griegos con gran efecto en el II Concilio de Lyon (1274) y en el Concilio de

Florencia (1493). En el ámbito de los razonamientos humanos sobre temas profundos,

no puede encontrarse algo tan sublime como el argumento aducido por Santo Tomás

para demostrar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (cf. Summa Theol., I,

Q. xxxvi, a. 2); pero recuérdese que nuestra fe no depende solamente de este razona-

miento.

Officium de festo Corporis Christi. Mandonnet (Ecrits, p. 127) declara que es sin duda

seguro que Santo Tomás es el autor del bello Oficio del Corpus Christi, en el que se

combina la firme doctrina, la sentida piedad e instructivas citas de las Escrituras, expre-

sado todo ello en un lenguaje de gran precisión, belleza, pureza y poesía. Aquí encon-

tramos los conocidos himnos “Sacris Solemniis”, “Pange Lingua” (que concluye con

el “Tantum Ergo”), “Verbum Supernum” (que concluye con el “O Salutaris Hostia”) y

en la Misa, la bella secuencia “Lauda Sion”. En los responsos del Oficio, Santo Tomás

pone palabras del Nuevo Testamento que afirman la presencia real de Cristo en el San-

tísimo Sacramento junto a textos del Antiguo Testamento que prefiguran ya la Eu-

caristía. Santeuil, un poeta del siglo XVII, dijo que daría todos sus versos por una es-

trofa del “Verbum Supernum”. “Se nascens dedit sociu, convescen in edulium: Se

moriens in pretium, Se regnans dat in praemium”: “Del hombre naciendo fue su com-

pañero, en la mesa su alimento, muriendo su Redentor y en el Reino su premio”. Quizás

la joya del Oficio es la antífona “O Sacrum Convivium”. Catena Aurea, aunque no al-

canza la originalidad de sus otras obras, demuestra su íntimo conocimiento de los Pa-

dres de la Iglesia. La obra contiene una serie de pasajes seleccionados de los escritos de

los varios Padres, ordenados de tal manera que los textos encadenados forman un co-

mentario coherente al Evangelio en su totalidad. El comentario sobre San Mateo lo

dedicó al Papa Urbano IV. Hubo una traducción al inglés editada, en cuatro volúmenes,

por John Henry Newman (1801-1890).

Summa Theologica: Esta obra inmortalizó a Santo Tomás de Aquino. El autor mismo

la consideraba sencillamente un manual de la doctrina Cristiana para estudiantes. En

realidad es una completa exposición, ordenada con criterio científico, de la Teología y a

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la vez un sumario de la Filosofía Cristiana. En el breve prólogo, Santo Tomás destaca

las dificultades experimentadas por los estudiantes de la doctrina sagrada en su tiempo,

citando como causas: la proliferación de cuestiones, artículos y argumentos inútiles; la

falta de un orden científico; frecuentes repeticiones, “que engendran disgusto y confu-

sión en la mente de los alumnos”. Entonces añade: “Con ánimo de evitar estas dificul-

tades, intentaremos, confiando en la ayuda Divina, tratar sobre cosas que pertenezcan

a la sagrada doctrina de manera tan concisa y clara como la complejidad del tema

permita”. En la cuestión introductoria “De la Doctrina Sagrada”, demuestra que, ade-

más del conocimiento que proporciona la razón, la Revelación es necesaria también pa-

ra salvarse, primero porque sin ella, el hombre no puede conocer el fin sobrenatural al

que debe tender por sus actos voluntarios, y segundo porque, sin la Revelación, incluso

las verdades sobre Dios que pueden demostrarse con la razón serían conocidas “sólo

por unos pocos, tras mucho tiempo, y con gran cantidad de errores”. Cuando se han

aceptado las verdades reveladas, la mente del hombre puede explicarlas y sacar conclu-

siones de ellas. De aquí nace la Teología, que es una ciencia, porque procede de prin-

cipios ciertos (a. 2). El objeto, o el sujeto, de esta ciencia es Dios; lo demás se considera

sólo en cuanto a su relación con Dios (a. 7). La razón se usa en Teología no para de-

mostrar las verdades de la fe, que se aceptan por autoridad divina, sino para defender,

explicar y desarrollar las doctrinas reveladas (a. 8). Así, anuncia la división de la Sum-

ma: “Ya que el fin de esta sagrada ciencia es proporcionar el conocimiento de Dios, no

sólo como Él es en sí mismo, sino como el Principio y el Fin de todo, especialmente de

las criaturas racionales, trataremos primero de Dios; en segundo lugar del progreso de

la criatura racional hacia Dios (de motu creaturae rationalis in Deum); en tercer lugar

de Cristo, quien como Hombre es el camino mediante el cual tendemos a Dios”. Dios

en sí mismo, como Creador, como el Fin de todas las cosas, en especial del hombre;

Dios como el Redentor, éstas son las principales ideas, las grandes categorías bajo las

que se contiene todo lo que es la Teología.

(a) Subdivisiones:

La Primera Parte se divide en tres tratados: [alpha] De aquellas cosas que pertenecen a

la Esencia de Dios; [beta] De la distinción de Personas en Dios (el misterio de la

Trinidad); [gamma] De la producción de la criaturas por Dios y de las criaturas por Él

producidas.

La Segunda Parte, De Dios en Sí mismo como Fin del hombre, se denomina a veces la

Teología Moral de Santo Tomás, es decir, su tratado sobre el fin del hombre y sobre los

actos humanos. Se subdivide en dos partes, conocidas como la Primera Sección de la

Segunda (I-II, o 1a 2ae) y la Segunda de la Segunda (II-II, o 2a 2ae.).

La Primera de la Segunda. Las cinco primeras cuestiones se dedican a demostrar que

el último fin del hombre, su beatitud, consiste en la posesión de Dios. El hombre puede

alcanzar o desviarse de ese fin mediante sus actos propiamente humanos, es decir, me-

diante actos libres y deliberados. Sobre los actos humanos trata primero, de manera ge-

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neral (en todas excepto las primeras cinco cuestiones de la I-II), en segundo lugar, en

detalle (en toda la II-II). El tratado sobre los actos humanos en general se divide en dos

partes: la primera, sobre los actos humanos en sí mismos; la otra sobre los principios o

causas, extrínsecas o intrínsecas de esos actos. En estos tratados y en la Segunda de la

Segunda, Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, ofrece una perfecta descripción y un

análisis maravillosamente penetrante de los movimientos de la mente y el corazón del

hombre.

La Segunda de la Segunda, considera los actos humanos, es decir, las virtudes y los

vicios, en particular. En ella, Santo Tomás trata primero sobre aquellas cosas que afec-

tan a todos los hombres, sea cual sea su estado social, y después sobre aquellas cosas

que afectan sólo a algunos. Lo que afecta a todos se reduce a siete apartados: Fe Es-

peranza y Caridad; Prudencia, Justicia, Fortaleza, y Templanza. En cada apartado, para

evitar repeticiones, Santo Tomás trata no sólo de la virtud misma, sino de los vicios

opuestos a ella, los mandamientos para practicarla, y del don del Espíritu Santo que le

corresponde. Lo que afecta a algunos solamente, se reducen a tres apartados: las gracias

dadas libremente (gratia gratis datae) a ciertos individuos para el bien de la Iglesia, ta-

les como el don de lenguas, de profecía o de milagros; la vida activa y la contemplativa;

los estados de la vida y los deberes de cada estado, sobre todo de obispos y religiosos.

La Tercera Parte trata de Cristo y de los beneficios que ha dado al hombre, de ahí, tres

tratados: De la Encarnación, y sobre lo que el Salvador hizo y padeció; De los Sa-

cramentos, instituidos por Cristo y de cómo derivan su eficacia de Sus méritos y sufri-

mientos; De la Vida Eterna, es decir, del fin del mundo, la resurrección de los muertos,

el juicio, el castigo de los malos, la felicidad de los justos que mediante Cristo alcanzan

la vida eterna en el cielo. Tardó ocho años en escribir la obra, que comenzó en Roma,

donde escribió la Primera y la Primera de la Segunda Parte (1265-69). La Segunda de la

Segunda, la comenzó en Roma y la acabó en París (1271). En 1272 Santo Tomás viajó a

Nápoles, donde escribió la Tercera Parte hasta la cuestión 90 del tratado De la Peni-

tencia. La “inconclusa” obra se ha “terminado” añadiendo un suplemento basado en

otros escritos de Santo Tomás, atribuidos en algunos casos a Pedro de Auvergne y en

otros a Enrique de Gorkum (atribuciones que son rechazadas por los editores de la edi-

ción Leonina). La Summa contiene 38 Tratados, 612 Cuestiones, subdivididas en 3.120

artículos, en los que se proponen y responden 10.000 objeciones. El orden prometido

está tan perfectamente conseguido que, refiriéndose al comienzo de los Tratados y

Cuestiones, se puede ver enseguida qué lugar ocupa en el plan general, que comprende

todo aquello que es posible saber mediante la Teología, sobre Dios, sobre el hombre y

de su mutua relación... “Toda la Summa va ordenada según un plan uniforme. Cada

tema se presenta como una cuestión y se divide en artículos... Cada artículo tiene

también una disposición uniforme de partes. El tema se presenta como una pregunta

para ser discutida, bajo el término Utrum, „Es que...‟ por ejemplo, ¿Utrum Deus sit?

Entonces, se presentan las objeciones contra la tesis propuesta. Son generalmente tres

o cuatro en número, pero a veces se extienden a siete o más. La conclusión adoptada se

presenta entonces con las palabras, Respondeo dicendum. Al final de la tesis expuesta,

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se responden las objeciones, bajo las formas ad primum, ad secundum, etc.”. La Sum-

ma es Doctrina Cristiana en forma científica; es la razón humana rindiendo el máximo

servicio en la defensa y explicación de las verdades de la religión cristiana. Es la res-

puesta del maduro y santo doctor a la pregunta de su juventud: ¿Qué es Dios? La Re-

velación, conocida por las Escrituras y la Tradición; la razón y sus mejores logros; la

solidez y plenitud de la doctrina; el orden, concisión y claridad de expresión, la abne-

gación, el amor de la verdad sola, de lo que se sigue una sorprendente equidad hacia los

adversarios y una gran tranquilidad al combatir sus errores; sobriedad y firmeza de jui-

cio, junto a una piedad abundante en ternura y claridad…, todo ello se encuentra en esta

Summa más que en sus otras obras, más que en las obras de sus contemporáneos, porque

“entre los doctores escolásticos, destaca por encima de todos su jefe y maestro Tomás

de Aquino, que como dice Cayetano (In 2am 2ae, Q 148, a. 4) „porque veneró los an-

tiguos doctores de la Iglesia, parece haber heredado de alguna manera el intelecto de

todos ellos‟” (Encíclica Aeterni Patris del Papa León XIII).

(b) Ediciones y Traducciones.

Es imposible enumerar las varias ediciones de la Summa, que se han usado constan-

temente durante más de setecientos años. Muy pocos libros han tenido tantas reedicio-

nes. A la primera edición completa, impresa en Basilea en 1485, pronto le siguieron

otros, por ejemplo, Venecia 1505, 1509, 1588, 1594; Lyon 1520, 1541, 1547, 1548,

1581, 1588, 1624, 1655; Amberes 1575… Los editores de la edición Leonina estiman

dignas de mención las de París 1617, 1638, 1648; Lyon 1663, 1677, 1686; y una edición

Romana de 1773. De todas las ediciones antiguas consideran las más exactas las de Pa-

dua, 1698 y 1712, así como las Veneciana de 1755…

C.- Método y estilo de Santo Tomás

No es posible expresar el método tomista en una palabra, si no es con la palabra

“ecléctico”. Es Aristotélico, Platónico y Socrático; es inductivo y deductivo; es analí-

tico y sintético. Tomó lo mejor que encontró en aquellos que le precedieron, separando

la paja del grano, aprobando lo cierto, rechazando lo falso. Su poder de síntesis era

extraordinario. Ningún escritor le superó en la facultad de expresar en pocas, pero bien

escogidas palabras la verdad recogida de una multitud de opiniones diversas y antagó-

nicas; y en casi cada caso, el estudiante puede ver la verdad y quedarse perfectamente

satisfecho con los sumarios y afirmaciones del Santo. No es que quiera que sus estu-

diantes crean sin más la palabra del maestro. En filosofía, los argumentos basados en la

autoridad son de importancia secundaria; la filosofía no consiste en saber lo que han di-

cho los hombres, sino en saber la verdad (In I lib. de Coelo, lect xxii; II Sent., D. xiv, a.

2 ad lum). Le da el lugar que le corresponde a la razón en la teología, pero la mantiene

dentro de sus propios límites. Contra los Tradicionalistas la Santa Sede ha declarado

que el método de Santo Tomás y San Buenaventura no lleva al Racionalismo (Denzin-

ger-Bannwart, nº 1652). Aunque no fue tan original al investigar la naturaleza como San

Alberto Magno y Roger Bacon, era un adelantado a su tiempo en la ciencia, y muchas

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de sus opiniones son de valor científico incluso en la actualidad. Por ejemplo: “En la

misma planta hay una virtud doble, activa y pasiva, aunque algunas veces la activa se

encuentra en una y la pasiva en otra, así que una planta dícese ser masculina y la otra

femenina” (3 Sent., D. III Q ii, a 1).

El estilo de Santo Tomás es un término medio, entre la ruda expresividad de algunos

Escolásticos y la fastidiosa elegancia de Juan de Salisbury;144

es destacable por su

exactitud, brevedad y plenitud. El Papa Inocencio VI145

declaró que, con la excepción

de los escritos canónicos, las obras de Santo Tomás superan a todas las demás en “exac-

titud en su expresión y veracidad en sus afirmaciones” (habet proprietatem verborum,

modum dicendorum, veritatem sententiarum). Los grandes oradores, como Boussuet,

Lacordaire, Monsabre, han estudiado su estilo, y han sido influenciados por él, pero no

han sido capaces de reproducirlo. Lo mismo es cierto decir de los escritores teológicos.

Cayetano conocía el estilo de Santo Tomás mejor que ninguno de sus discípulos, pero

éste no alcanza a su gran maestro en la claridad y exactitud de expresión, en la so-

briedad y la solidez de sus juicios. Santo Tomás no logró esta perfección sin esfuerzo.

Aunque era un genio singular, también era un trabajador infatigable, que con la práctica

continua alcanzó el singular grado de perfección en el arte de escribir, en la que el

“arte” desaparece. “El manuscrito del autor de la Summa contra gentiles existe todavía

casi en su totalidad. Se encuentra en la Biblioteca Vaticana. El manuscrito es de tiras

de pergamino de diversos matices de color, cubiertos por una antigua tapa también de

pergamino a la que las páginas iban cosidas originalmente. La escritura es a dos

columnas y difícil de descifrar, llena de abreviaturas, a menudo convirtiéndose en una

especie de taquigrafía. Muchos pasajes están tachados”.

III.- INFLUENCIAS RECIBIDAS POR SANTO TOMÁS

¿Cómo se formó este genio? Las causas que ejercieron su influencia en Santo Tomás

fueron de dos clases, naturales y sobrenaturales.

A.- Causas naturales

Como fundamento, “era un niño listo, y había recibido un buen corazón” (cf. Sab 8,

19). Desde el principio se manifestó su precocidad, talento y carácter pensativo, siempre

por delante de su edad.

Su educación fue tal que se podían esperan grandes cosas de él. Su formación en

Montecasino, Nápoles, París y Colonia fue la mejor que el siglo XIII podía ofrecer,

siendo ese siglo la edad dorada de la educación. Es evidente que ofreció excelentes

oportunidades para formar grandes filósofos y teólogos; como prueba recordemos el ca-

144

Muerto en 1180.

145

De pontificado entre los años 1352-1362. Citado en la encíclica Aeterni Patris de león XIII.

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rácter de los contemporáneos de Santo Tomás, Alejandro de Hales, San Alberto Magno,

San Buenaventura, San Raimundo de Peñafort, Roger Bacon, Hugo de San Caro, Vi-

cente de Beauvais y muchos más que podríamos seguir nombrando. Esto demuestra que

eran días y tiempos de auténticos estudiosos y de sabios. Los profesores de Santo To-

más fueron los de Montecasino y Nápoles, pero entre ellos destaca San Alberto Magno,

con el que estudió y se formó en París y en Colonia.

Los libros que más le influyeron fueron la Biblia, los Decretos de los Concilios y los

Papas, las obras de los Santos Padres, griegos y latinos, especialmente San Agustín, las

Sentencias de Pedro Lombardo, los escritos de los filósofos, especialmente de Platón,

Aristóteles y Boecio. Si de entre ellos destacan algunos, son sin duda Aristóteles, San

Agustín y Pedro Lombardo. En otro sentido, sus escritos fueron influenciados por Ave-

rroes, el principal oponente a combatir para defender al auténtico Aristóteles.

Recordemos que Santo Tomás poseía la bendición de una extraordinaria memoria y

gran poder retentivo, un portento en cuanto al estudio se refiere. Recordaba todo lo que

leía y su mente era como una enorme biblioteca. La relación de los textos bíblicos cita-

dos en la Summa Theologica llena ochenta columnas con letra pequeña en la clásica

edición de Migne, y muchos suponen, no sin razón, que se había aprendido de memoria

la Biblia entera mientras estuvo cautivo. Está demostrado su parecido con Santo Do-

mingo de Guzmán en sus preferencias bíblicas por el corpus paulino.

Un profundo respeto por la Fe, transmitida por la Tradición, caracteriza toda su obra.

La práctica de la Iglesia (consuetudo ecclesiae) debe prevalecer sobre la autoridad de

cualquier doctor (II-II Q x a 12). En la Summa cita 19 concilios, 41 Papas y 52 Padres

de la Iglesia. Un somero conocimiento de su obra mostrará que entre los Padres, su fa-

vorito era San Agustín.

Como San Agustín, mantiene Santo Tomás que debemos tomar lo que haya de verdad

de las obras de los filósofos paganos, en calidad de “injustos poseedores” y adaptarlo a

las enseñanzas de la religión verdadera (Summa Theologica I, Q. lxxxiv a 5). Sólo en la

Summa cita las obras de 46 filósofos y poetas, siendo sus autores favoritos Aristóteles,

Platón y, entre los autores cristianos, Boecio. De Aristóteles, aprendió ese amor por el

orden y la exactitud de expresión que caracteriza su propia obra. De Boecio aprendió

que se podían usar los escritos de Aristóteles sin causar detrimento al cristianismo. Sin

embargo, no siguió el vano intento de Boecio de reconciliar a Platón con Aristóteles. En

general, el Estagirita fue su maestro, pera la elevación y grandeza de los conceptos de

Santo Tomás y la majestuosa dignidad de su método hablan con gran fuerza del sublime

Platón.

B.- Causas sobrenaturales

Incluso si no aceptamos literalmente la declaración de Juan XXII de que Santo Tomás

realizó tantos milagros como artículos hay en la Summa, hemos de buscar más allá de

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las causas naturales para intentar explicar su extraordinaria carrera y maravillosos es-

critos.

La pureza de mente y cuerpo contribuyen en gran medida a la claridad de visión.

Mediante el don de la pureza, concedido milagrosamente en el episodio del cinturón

místico, Dios hizo angélica la vida de Tomás; la perspicacia y hondura de su intelecto,

con la ayuda de la gracia, le hizo ser el Doctor Angélico.

El espíritu de oración, su gran piedad y devoción, atrajeron las bendiciones del cielo a

sus estudios. Explicando por qué leía diariamente fragmentos de las Conferencias de

Casiano,146

dijo: “En estas lecturas encuentro la devoción, mediante la cual asciendo

rápidamente a la contemplación” (Prümmer, op. cit., p. 32). Siempre se dijo, según

sólida tradición, que nunca empezaba a estudiar sin invocar en oración la ayuda de

Dios; y que cuando luchaba por entender oscuros pasajes bíblicos añadía a la oración el

ayuno.

Testimonios de quienes le conocieron en vida o escribieron en el momento de su ca-

nonización, demuestran que recibió ayuda celestial. Que había aprendido más en ora-

ción y contemplación que de hombres y libros. Y que fue genuinamente un místico, con

gran sencillez y humildad. Podemos seguir concluyendo, como muchos ya antes lo hi-

cieron, que su extraordinaria sabiduría no puede atribuirse meramente a causas natu-

rales. Puede decirse que trabajó como si todo dependiera de sus propias fuerzas y oró

como si todo dependiera de Dios.

IV.- LA INFLUENCIA DE SANTO TOMÁS

A.- Influencia en la vida de santidad

Los grandes escolásticos eran hombres santos y sabios. Alejandro de Hales, San Al-

berto Magno, Santo Tomás y San Buenaventura demuestran que la sabiduría no seca ne-

cesariamente la devoción. El angélico Tomás y el seráfico Buenaventura representan los

máximos ejemplos de la sabiduría en cristiano; combinaron unos conocimientos emi-

nentes con una santidad heroica, ferviente, auténtica. El cardenal Bessarion147

llamó a

Santo Tomás “el sabio más santo y el santo más sabio”. En sus obras alienta el espíritu

de Dios, una tierna e iluminada piedad, basada en sólidos cimientos, es decir, en el co-

nocimiento de Dios, de Cristo y del hombre. La Summa Theologica es un manual de

piedad así como un texto teológico. Estudiaban a Santo Tomas San Francisco de Sales,

San Felipe Neri, San Carlos Borromeo, San Vicente Ferrer, San Pío V, San Antonino de

Florencia… Nada más inspirado que sus tratados sobre Cristo, en su Sagrada Huma-

nidad, en su Vida y Sufrimientos. Su tratado sobre los Sacramentos, especialmente los

146

Muerto hacia el año 435.

147

Muerto en 1472.

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de la Penitencia y la Eucaristía, son capaces de derretir los corazones más endurecidos.

Se esfuerza por explicar los diversos ritos de la Misa (De Ritu Eucharistiae, en Summa

Theologica III Q lxxxiii). Ningún autor ha expuesto con mayor claridad los efectos que

produce en el alma humana este Pan celestial (ibíd. Q lxxix). La Comunión frecuente se

encuentran recomendada en Santo Tomás… Y así podríamos proseguir mencionando

asuntos sobre los que no pasó de largo ni de un modo desapercibido. La encíclica sobre

el Espíritu Santo de León XIII se basa en gran medida en Santo Tomás, y los que han

estudiado la Prima Secundae y la Secunda Secundae conocen cuán admirablemente

explica Santo Tomás la relación de los dones y frutos del Espíritu Santo, así como las

Bienaventuranzas y su relación con las diversas virtudes. Casi todos los buenos autores

espirituales buscan en Santo Tomás las definiciones de las virtudes que ellos recomien-

dan.

B.- Influencias en la vida intelectual

Desde los días de Aristóteles, probablemente nadie ha ejercido tan poderosa influencia

en el mundo del pensamiento como Santo Tomás. Su autoridad fue grande durante su

vida. Los Papas, las Universidades, los studia de su Orden deseaban aprovecharse de su

sabiduría y prudencia. Varias de sus principales obras fueron escritas por encargo y

todos buscaban su opinión. En diversas ocasiones los doctores de París le sometieron

sus disputas y quedaron agradecidos de poderse dirigir por su dictamen. Sus principios,

dados a conocer en sus escritos, continúan ejerciendo su influencia hasta el día de hoy.

La obra de su vida, su aportación toda, puede resumirse en dos enunciados: 1) estableció

del todo sólidamente la verdadera relación entre fe y razón; 2) sistematizó la teología,

desarrollando el agustinismo.

La razón debe preparar la mente humana para recibir la fe, demostrando las verdades

que la fe propone (praeambula fidei).

La razón debe explicar y desarrollar las verdades de la fe y exponerlas de forma cien-

tífica.

La razón debe defender las verdades reveladas por Dios Todopoderoso.

El servicio de Santo Tomás a la fe lo resume así León XIII en la encíclica Aeterni

Patris: “Ganó esta distinción por sí mismo: que él sólo combatió victoriosamente los

errores de tiempos antiguos y dio armas invencibles para vencer cualquiera que en el

futuro pudieran surgir. Distinguiendo con claridad, como debe ser, la razón y la fe,

preservó y consideró los derechos de cada una, tanto así que la razón remontada en las

alas de Tomás puede apenas elevarse más, mientras que la fe difícilmente puede espe-

rar mayores o más potentes auxilios de la razón que los que ya ha obtenido por medio

de Tomás”. Santo Tomás no combatió enemigos imaginarios; atacaba adversarios vi-

vos. Las obras de Aristóteles habían llegado a Francia en malas traducciones, llenas de

comentarios engañosos de filósofos judíos y musulmanes. Ello dio lugar a una ola de

errores que alarmaron mucho a las autoridades, tanto que la lectura de la Física y Meta-

física de Aristóteles fue prohibida por el cardenal Roberto de Courçon148

en 1210,

148

Muerto en Damieta (Egipto) en 1219.

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siendo moderado el decreto por Gregorio IX en 1231. En la Universidad de París se

introdujo subrepticiamente el espíritu insidioso de irreverencia y “racionalismo” repre-

sentado especialmente por Pedro Abelardo149

y Raimundo Llull (Lulio),150

quienes man-

tenían que la razón podía conocer y demostrar todas las cosas, incluso los misterios de

la fe. Averroes propagó doctrinas peligrosas, destacando dos perniciosos errores: el pri-

mero, que en filosofía y religión, siendo dos cosas diferentes, lo que es cierto en una

puede ser erróneo en la otra; y el segundo, que todos los hombres tienen una sola alma.

Averroes era llamado comúnmente el Comentador, pero Santo Tomás sostuvo que, más

que un peripatético, era un corruptor de la filosofía peripatética. Aplicando un principio

de San Agustín, siguiendo los pasos de Alejandro de Hales y de San Alberto Magno,

Santo Tomás decidió tomar lo verdadero de los “injustos poseedores”, para ponerlo al

servicio de la fe revelada. Sostenía que las objeciones contra Aristóteles cesarían si se

tuviese conocimiento del verdadero Aristóteles; por eso su primer interés fue obtener

una traducción nueva de las obras del gran filósofo. Había que purificar a Aristóteles,

refutar a los falsos comentaristas, de los que Averroes era el más influyente; por eso

Tomás se empleó de continuo y a fondo a refutar sus falsas interpretaciones.

El próximo paso fue poner la razón al servicio de la fe, dando forma científica a la

doctrina cristiana, sistematizando la teología. La escolástica no consiste, como algunos

imaginan, en inútiles discusiones y sutilezas, sino en expresar la verdadera doctrina en

lenguaje exacto, claro, conciso, preciso. En la encíclica Aeterni Patris, León XIII, ci-

tando la bula Triumphantis (1588) del Papa Sixto V (1585-1590), declara que mucho le

debemos al uso recto de la filosofía por “esos nobles dones que hacen de la teología

escolástica tan formidable contra los enemigos de la verdad”, porque “la inmediata

coherencia entre causa y efecto, el orden y la disposición de un ejército disciplinado en

la batalla, esas claras definiciones y distinciones, aquellos poderosos argumentos y

agudas discusiones por las que la luz se distinguen de las tinieblas, lo verdadero de lo

falso, exponen y desnudan las falsedades de los herejes envueltas en una nube de sub-

terfugios y falacias”. Cuando los grandes escolásticos escribían, había luz donde antes

había tinieblas, había orden donde antes prevalecía la confusión. La obra de San An-

selmo y Pedro Lombardo fue perfeccionada por los teólogos escolásticos. Desde enton-

ces, no se ha hecho ninguna mejora substancial en el plan y sistema de la teología, aun-

que el campo de la apologética se ha ensanchado, y la teología positiva ha cobrado

mayor importancia.

C.- Seguimiento de la doctrina tomista

Poco después de su muerte, los escritos de Santo Tomás eran universalmente estima-

dos. Los dominicos naturalmente fueron los primeros en seguir al Santo. El Capítulo

General de París en 1279 prometió grandes penas para todo aquel que se atreviese a

149

Muerto en 1142.

150

Muerto en 1316.

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~ 57 ~

hablar irreverentemente de él o de sus obras. Los Capítulos de París de 1286, de Bur-

deos de 1287 y de Lucca de 1288, expresamente dispusieron que los frailes tenían que

seguir la doctrina de Tomás, que en aquel momento no había sido canonizado. La Uni-

versidad de París, coincidiendo con la muerte de Tomás, envió una misiva oficial de

pésame al Capítulo General de los dominicos, diciendo que con los hermanos, la Uni-

versidad expresaba su dolor por la pérdida de aquél que era como suyo propio por sus

muchos títulos. En la encíclica Aeterni Patris, León XIII menciona las Universidades de

París, Salamanca, Alcalá, Douai, Toulouse, Lovaina, Padua, Bolonia, Nápoles, Coím-

bra, como “las sedes del conocimiento humano donde Tomás reinaba supremo, y donde

las mentes de todos, maestros y discípulos, disfrutaban de una maravillosa armonía

bajo la tutela y autoridad del Doctor Angélico”. A esta relación, podemos añadir Lima

y Manila, Friburgo y Washington. Los Seminarios y grandes Escuelas siguieron a las

Universidades. La Summa gradualmente sustituyó a las Sentencias como texto de teo-

logía. Las mentes se formaban según los principios de Santo Tomás; se convirtió en un

gran maestro, ejerciendo una vasta influencia universal sobre las opiniones de los hom-

bres y sus obras; porque incluso los que no adoptaban todas sus conclusiones, quedaban

obligados a considerar sus opiniones. Se han escrito muchos miles de comentarios sobre

la obra de Santo Tomás. En la vida conciliar de la Iglesia ocupó siempre Santo Tomás

un lugar de honor, así como en la pastoral catequética, parroquial, etc.

Santo Tomás gozó y sigue gozando del general aprecio universal en la Iglesia y fuera

de la Iglesia. De la historia de este aprecio y del tomismo, ya nos iremos ocupando se-

gún avancemos, si Dios quiere, en este cronicón.

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EPÍLOGO II

PLEITOS FOREROS Y PLEITOS DEL REY EN LA CORONA DE CASTILLA

Pleitos foreros y pleitos del rey son denominaciones jurídicas correspondientes a la

introducida división en dos tipos de pleitos que fue aplicándose en la Corona de Castilla

estando en la Baja Edad Media y durante el denominado Antiguo Régimen. Tales dife-

rencias se fijaron en las Cortes de Zamora del año 1274, reinando Alfonso X el Sabio

(1252-1284). Los pleitos del rey, desde el siglo XV se suelen denominar casos de corte.

Responden a un conflicto de intereses entre el rey y los magnates o nobles de Castilla,

reaccionando éstos contra el monarca cuando éste intentaba unificar el derecho. Recor-

demos que casi se había llegado a la guerra civil en 1272, derivando aquello en esto, de

modo que la fijación de dos tipos de pleitos aparece como una transacción negociada

entre las dos fuerzas, la de la nobleza y propiamente la del rey. La alta nobleza se mos-

traba partidaria de mantenerse en el régimen señorial con sus privilegios forales, mien-

tras el rey procuraba aumentar su propio poder y control, lo que conllevó el ir pasando

de monarquía feudal a monarquía autoritaria y absoluta, en transición de la época me-

dieval a la época moderna, todo ello previo a que llegue la división de poderes, tal como

la conocemos: ejecutivo, legislativo y judicial.

La monarquía absoluta se desarrolla históricamente en la Europa Occidental a partir

de las monarquías autoritarias que surgen al final de la Edad Media con la crisis de las

monarquías feudales y el predominio que adquiere el rey en relación a todos los esta-

mentos (nobleza, clero y tercer estado o estamento común de burgueses y de no privile-

giados).

Pero volvamos al reinado de Alfonso X el Sabio. Las Cortes que se convocaron y

reunieron en torno suyo tuvieron generalmente el objetivo de solventar tensiones y con-

flictos de intereses encontrados, que eran intereses unificadores del rey e intereses con-

servadores, de pretendidos privilegios, por parte de los magnates castellanos. Por eso se

fijó en aquella reunión de Zamora (las Cortes de 1274) que en adelante existieran dos

tipos de pleitos: los pleitos foreros y los pleitos del rey.

Los pleitos foreros fueron en adelante los más frecuentes y numerosos, los genera-

lizados para solucionar los conflictos más comunes; eran pleitos sobre casos “de menor

importancia”, para los cuales se permitía el recurso o utilización del derecho local o

municipal, contentándose así a los defensores de sus instituciones y tradiciones regiona-

les o más próximas. De esa manera se aplicaba el Fuero municipal respectivo, resul-

tando que se produjo una dualidad del derecho en Castilla, dependiendo del origen y

entidad del pleito.

Los pleitos del rey o casos de corte fueron los otros pleitos, tal como se fijaron y los

estamos contando, según las cosas o asuntos “de más envergadura”: muerte o violencia

segura, mujer forzada, tregua quebrantada, salvo quebrantado, casa quemada, camino

quebrantado, traición, aleve (alevosía) y riepto, un concepto actualmente en desuso pero

equivalente a reto: desafío, amenaza, duelo (acusación de alevoso que en presencia del

rey hacía un noble a otro, obligándose a mantenerla hasta la resolución del caso). Así,

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eran pleitos que se referían a un número muy reducido de supuestos de capital im-

portancia o de gran trascendencia, refiriéndose a violaciones, incendios de propieda-

des, alta traición, etc., conllevando dichos pleitos que se aplicara con toda su fuerza el

Fuero Real, contra todo aquello que puede hacer peligrar la paz y la seguridad interior

del reino.

Los pleitos del rey, por su aplicación, se convirtieron en una vía judicial para afirmar

la supremacía real. Las típicas Siete Partidas o legislación de Alfonso X el Sabio in-

cluyeron nuevos casos no específicamente criminales (casos de viudas, huérfanos y

pobres), con lo que se extendieron a un gran número de litigios. A finales del siglo XV

eran ya 21 casos los llamados casos de corte, a través sobre todo de la ampliación del

concepto de aleve. A partir de entonces la división adquiere el nuevo carácter de criterio

delimitador de competencias entre las distintas instituciones de la misma justicia real:

Audiencias y Chancillerías conocen en primera instancia los casos de corte civiles y cri-

minales, quedando inhibidas las justicias ordinarias locales.

Los casos de corte fueron suprimidos con la crisis final del Antiguo Régimen, en 1835

(Reglamento Provisional para la Administración de Justicia), momento a partir del cual

los jueces letrados de primera instancia serán los únicos competentes en su jurisdicción.

Dependiendo de la materia, en Castilla se aplicaba a partir de 1274 un derecho u otro,

situación que siguió dándose establemente hasta el año 1348, al no solucionarse la situa-

ción que se pretendía solucionar. Los juristas que tenían que aplicar el derecho se liaron

frecuentemente, de modo que cuando les tocaba aplicar el derecho de los fueros no lo

conocían y entonces aplicaban por lo general el derecho común.

Era difícil en la práctica que un pleito llegara a la Corte (o a las Audiencias, Chan-

cillerías o Salas de Alcaldes cuando estas instituciones se formaron) para ser juzgado

por la justicia del rey, de modo que se consentía el acuerdo de las partes para someterse

a la justicia municipal según el fuero.

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EPÍLOGO III

CONSIDERACIONES ACERCA DEL II CONCILIO DE LYON EN 1274

El II Concilio de Lyon en 1274 ha sido considerado durante siglos como el XIV ecu-

ménico. Fue convocado, presidido, dirigido y corroborado en cuanto en él se trató por el

Papa Gregorio X (1272-1276). Pero nunca fue aceptado como ecuménico por los orto-

doxos, ya que ninguno de los patriarcas orientales estuvo presente y además no llegaron

a ellos sus decretos y resoluciones.

En su momento, más recientemente a nosotros, se ha hecho una distinción entre los

“grandes concilios” del primer milenio y los concilios propiamente occidentales. El

Papa Pablo VI (1963-1978), en el VII Centenario del II Concilio de Lyon, celebrado en

1974, pareció moverse en esta línea. Además, a finales de la Edad Media y propiamente

a comienzos de la época moderna el Concilio de Florencia (iniciado a mediados del

siglo XV con total intención de reunificar) fue conocido a menudo como el VIII Con-

cilio Ecuménico.

En principio, el objetivo principal de Gregorio X fue el de buscar apoyo para Tierra

Santa, de cara a organizar nueva cruzada. El primer período del Concilio (sesiones en

mayo de 1274) estuvo enteramente dedicado a este asunto. Gregorio X pidió y obtuvo

seis años de diezmos de todos los ingresos eclesiásticos.

El segundo objetivo conciliar fue el de la denominada reunificación con los griegos.

Aunque el año 1054, con sus excomuniones, había constituido un momento decisivo en

la progresiva enajenación de Oriente y Occidente, fue el saqueo de Constantinopla du-

rante la cuarta cruzada (1204) el que finalmente confirmó la ruptura de un modo negati-

vamente más efectivo. No obstante, en el siglo XIII hubo intentos de diálogo y reuni-

ficación. La llegada al trono imperial bizantino del poco escrupuloso Miguel VIII Paleó-

logo en 1258 llevó a un incremento de tales esfuerzos; el emperador ofrecía la unión a

cambio de la paz. Todos los Papas, desde Urbano IV (1261-1264) hasta Gregorio X, in-

sistían en que la unión debía preceder a la paz. Ya en 1267 Clemente IV (1265-1268)

había enviado una carta a Miguel que incluía una profesión de fe acerca de la Trinidad y

el primado romano. Clemente exigió por medio de sus legados pontificios que el Credo

griego, así como las tradiciones canónicas y litúrgicas orientales permanecieran intactos.

El acto oficial de unión al respecto tuvo lugar en Constantinopla, en febrero de 1274.

Luego, en la cuarta sesión del Concilio (6 de julio de 1274) Gregorio X anunció el so-

metimiento de Oriente. Pero este sometimiento no sobreviviría a sus protagonistas, mu-

riendo el Emperador Miguel en 1282 y el Papa Gregorio en 1276. Las razones del fra-

caso son complejas: el Papa buscaba la ampliación de su autoridad, mientras que el Em-

perador quería estabilidad política; existía un abismo eclesial entre Oriente y Occidente;

Lyon II no fue un Concilio marcado por el debate ni un encuentro de mentalidades; la

profesión de fe impuesta a Oriente por el Emperador y el Papa estaba elaborada según

un modelo escolástico; por encima de todo, no hubo ningún intento serio de tener en

cuenta la postura de los patriarcas de Oriente, que desde el IV Concilio de Letrán (1215)

habían sido tratados más o menos como si fueran latinos.

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Con respecto al tercer objetivo o asunto del II Concilio de Lyon, el correspondiente a

la siempre necesaria reforma eclesiástica y al tema de elegir nuevo pontífice, el 4 de ju-

nio se leyeron 12 constituciones sobre el particular. Al término del Concilio o tal vez

después, se presentaron otros documentos de reforma, siendo destacada la bula Ubi pe-

riculum, relativa a los cónclaves. Sus disposiciones, frecuentemente revisadas, se man-

tendrían en gran medida hasta los tiempos modernos. Otros decretos concernían a la

aprobación de algunas órdenes, especialmente los franciscanos y los dominicos, y la su-

presión de fundaciones recientes.

En la sesión final (17 de julio de 1274) se promulgó la constitución dogmática sobre

la procesión del Espíritu Santo, Fideli ac devota, aunque su redacción definitiva fue

posterior al Concilio.

Pocas consecuencias hubo de este Concilio a largo plazo, siendo muy efímera la reu-

nificación o restablecimiento de la comunión con Oriente o los griegos. La pretendida

cruzada nunca se emprendió. Y los decretos disciplinares de reforma se quedaron muy

lejos de ser realmente efectivos.

He aquí, seguidamente, algo destacado de la Constitución sobre la procesión del Espí-

ritu Santo (de summa Trinitate et fide católica) y respecto al Símbolo de la fe o Credo

Ortodoxo, aclarando:

Confesamos con fiel y devota profesión que el Espíritu Santo procede eterna-

mente del Padre y del Hijo, no como de dos principios, sino como de un solo

principio; no por dos aspiraciones, sino por única aspiración; esto hasta ahora ha

profesado, predicado y enseñado, esto firmemente mantiene, predica, profesa y

enseña la sacrosanta Iglesia Romana, madre y maestra de todos los fieles; esto

mantiene la sentencia verdadera de los Padres y doctores ortodoxos, lo mismo

latinos que griegos. Mas, como algunos, por ignorancia de la anterior irrefraga-

ble verdad, han caído en errores varios, nosotros, queriendo cerrar el camino a

tales errores, con aprobación del sagrado Concilio, condenamos y reprobamos a

los que osaren negar que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del

Hijo, o también con temerario atrevimiento afirmar que el Espíritu Santo proce-

de del Padre y del Hijo como de dos principios y no como de uno.

Creemos que la Santa Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo es un solo Dios

Omnipotente y que toda la divinidad en la Trinidad es coesencial y consus-

tancial, coeterna y coomnipotente, de una sola voluntad, potestad y majestad,

Creador de todas las creaturas, de quien todo, en quien todo y por quien todo

existe, lo que hay en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, lo corporal y

lo espiritual. Creemos que cada persona en la Trinidad es un solo Dios verdade-

ro, pleno y perfecto.

Creemos que el mismo Hijo de Dios, Verbo de Dios, eternamente nacido del

Padre, consustancial, coomnipotente e igual en todo al Padre en la divinidad,

nació temporalmente del Espíritu Santo y de María siempre Virgen con alma ra-

cional; que tiene dos nacimientos, un nacimiento eterno del Padre y otro tempo-

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ral de la madre: Dios verdadero y hombre verdadero, propio y perfecto en una y

otra naturaleza, no adoptivo ni fantástico, sino uno y único Hijo de Dios en dos y

de dos naturalezas, es decir, divina y humana, en la singularidad de una sola per-

sona, impasible e inmortal por la divinidad, pero que en la humanidad padeció

por nosotros y por nuestra salvación con verdadero sufrimiento de su carne, mu-

rió y fue sepultado, y descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre

los muertos con verdadera resurrección de su carne, que al día cuadragésimo de

su resurrección subió al cielo con la carne en que resucitó y con el alma, y está

sentado a la derecha de Dios Padre, que de allí ha de venir a juzgar a los vivos y

a los muertos, y que ha de dar a cada uno según sus obras, fueren buenas o ma-

las.

Creemos también que el Espíritu Santo es Dios pleno, perfecto y verdadero

que procede del Padre y del Hijo, consustancial, coomnipotente y coeterno en

todo con el Padre y el Hijo. Creemos que esta santa Trinidad no son tres dioses,

sino un Dios único, omnipotente, eterno, invisible e inmutable.

Creemos que hay una sola verdadera Iglesia Santa, Católica y Apostólica, en la

que se da un solo santo bautismo y verdadero perdón de todos los pecados. Cree-

mos también la verdadera resurrección de la carne que ahora llevamos, y la vida

eterna. Creemos también que el Dios y Señor omnipotente es el único autor del

Nuevo y del Antiguo Testamento, de la Ley, los Profetas y los Apóstoles. Ésta es

la verdadera fe católica y ésta mantiene y predica en los antedichos artículos la

sacrosanta Iglesia Romana. Mas, por causa de los diversos errores que unos por

ignorancia y otros por malicia han introducido, dice y predica que aquellos que

después del bautismo caen en pecado, no han de ser rebautizados, sino que ob-

tienen por la verdadera penitencia el perdón de los pecados. Y si verdaderamente

arrepentidos murieren en caridad antes de haber satisfecho con frutos dignos de

penitencia por sus comisiones y omisiones, sus almas son purificadas después de

la muerte con penas purgatorias o catarterias, como nos lo ha explicado Fray

Juan;151

y para alivio de esas penas les aprovechan los sufragios de los fieles vi-

vos, a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones y limosnas, y otros oficios

de piedad, que, según las instituciones de la Iglesia, unos fieles acostumbran

hacer en favor de otros. Mas aquellas almas que, después de recibido el sacro

bautismo, no incurrieron en mancha alguna de pecado, y también aquellas que

después de contraída, se han purgado, o mientras permanecían en sus cuerpos o

después de desnudarse de ellos, como arriba se ha dicho, son recibidas inmedia-

tamente en el cielo.

Las almas, empero, de aquellos que mueren en pecado mortal o con solo el ori-

ginal, descienden inmediatamente al infierno, para ser castigadas, aunque con

151

Se refiere a Juan de Fidanza, San Buenaventura.

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penas desiguales. La misma sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree y firme-

mente afirma que, asimismo, comparecerán todos los hombres con sus cuerpos

el día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propios hechos

[Rom 14, 10 s].

Sostiene también y enseña la misma Santa Iglesia Romana que hay siete sacra-

mentos eclesiásticos, a saber: uno el bautismo del que arriba se ha hablado; otro

es el sacramento de la confirmación que confieren los obispos por medio de la

imposición de las manos, crismando a los renacidos, otro es la penitencia, otro la

eucaristía, otro el sacramento del orden, otro el matrimonio, otro la extremaun-

ción, que se administra a los enfermos según la doctrina del bienaventurado San-

tiago.

El sacramento de la Eucaristía lo consagra de pan ázimo la misma Iglesia Ro-

mana, manteniendo y enseñando que en dicho sacramento el pan se transustancia

verdaderamente en el cuerpo y el vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Acerca del matrimonio mantiene que ni a un varón se le permite tener a la vez

muchas mujeres ni a una mujer muchos varones. Mas, disuelto el legítimo matri-

monio por muerte de uno de los cónyuges, dice ser lícitas las segundas y sucesi-

vamente terceras nupcias, si no se opone otro impedimento canónico por alguna

causa.

La misma Iglesia Romana tiene el sumo y pleno primado y principado sobre

toda la Iglesia Católica que verdadera y humildemente reconoce haber recibido

con la plenitud de potestad, de manos del mismo Señor en la persona del biena-

venturado Pedro, príncipe o cabeza de los Apóstoles, cuyo sucesor es el Romano

Pontífice. Y como está obligada más que las demás a defender la verdad de la fe,

así también, por su juicio deben ser definidas las cuestiones que acerca de la fe

surgieren. A ella puede apelar cualquiera, que hubiere sido agraviado en asuntos

que pertenecen al foro eclesiástico y en todas las causas que tocan al examen

eclesiástico, puede recurrirse a su juicio. Y a ella están sujetas todas las Iglesias,

y los prelados de ellas le rinden obediencia y reverencia. Pero de tal modo está

en ella la plenitud de la potestad, que también admite a las otras Iglesias a una

parte de la solicitud y, a muchas de ellas, principalmente a las patriarcales, la

misma Iglesia Romana las honró con diversos privilegios, si bien quedando

siempre a salvo en su prerrogativa, tanto en los Concilios generales como en to-

do lo demás.

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Estampa y piedad que se desprende de lo anterior

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EPÍLOGO IV

MÁS SOBRE SAN BUENAVENTURA

No contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria, San Bue-

naventura consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha, convenci-

do de que esta dedicación es la clave de la vida espiritual. Porque, como lo enseña San

Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios y grabar

sus palabras en nuestros corazones.

Tan grande era la pureza e inocencia del Santo Buenaventura que su maestro, Ale-

jandro de Hales, afirmaba que “parecía que no había pecado en Adán”. El rostro de

Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como él mismo

escribió, “el gozo espiritual es la mejor señal de que la gracia habita en un alma”.

En sí mismo no venía sino faltas e imperfecciones y a veces se abstenía, por reparo y

humildad, de recibir la sagrada Comunión,152

por más que su alma ansiaba unirse al

Amado y acercarse a la fuente de la divina gracia que es Cristo. Pero un milagro de Dios

permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos. Las actas de canonización lo na-

rran así: “Desde hacía varios días no se atrevía a acercarse al banquete celestial”.

Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión del Señor, Nuestro

Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel tomara de las manos

del sacerdote una parte de la Hostia consagrada y la depositara en su boca.

A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró en la

Comunión una fuente indescriptible de gozo y de gracias. Buenaventura se preparó en

su momento a recibir el sacerdocio sacramental con severos ayunos y largas horas de

oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima

dignidad. Es del todo recomendable la oración o manera de orar de San Buenaventura

dando gracias por la Misa o Eucaristía celebrada: Transfige, dulcissime Domine Jesu...

En su dimensión pastoral, Buenaventura se entregó con celo y entusiasmo a la tarea de

cooperar a la salvación del prójimo, a la tarea del pastoreo en la Iglesia, acorde con lo

que supone la gracia del sacerdocio o ministerio consagrado. La energía con que pro-

ponía y predicaba la Palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada una de

sus palabras estaba dictada por un ardiente amor, siendo un pronunciamiento de caridad

y misericordia. Durante los años que pasó en París, compuso una de sus obras más co-

nocidas, el Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo, que constituye una

verdadera Suma de Teología Escolástica. El Papa Sixto IV (1471-1484), refiriéndose a

esa obra, dijo que “la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu

Santo hablaba por su boca”.

Los violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de París contra

los franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura pasó en esa ciudad.

Tales ataques se debían, en gran parte, a la envidia que provocaban los éxitos pastorales

152

Antes de su ordenación sacerdotal.

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~ 66 ~

y académicos de los hijos de San Francisco (como también de los hijos de Santo Do-

mingo y otros mendicantes), ya que la santa vida de los frailes resultaba un reproche

constante a la mundana existencia y modo de proceder de otros profesores. Quien en-

cabezaba aquella oposición –como ya antes dijimos, refiriéndonos también a Santo

Tomás de Aquino– era Guillermo de Saint Amour.

Leamos ahora lo que sigue –también retomando asuntos– según expone el franciscano

Juan Meseguer:153

San Buenaventura –Juan de Fidanza– nació en Bañorea (Bagnoreggio), pequeña ciu-

dad italiana en las cercanías de Viterbo. Un hecho milagroso ilumina su niñez como

preanuncio de lo que sería su vida. Estando gravemente enfermo, su atribulada madre lo

encomendó y consagró a San Francisco de Asís, por cuya intercesión y méritos recuperó

la salud. Llegado a los umbrales de la juventud se afilió a la Orden fundada por su

bienhechor, atraído, según el mismo Santo confiesa, por el hermoso maridaje que entre

la sencillez evangélica y la ciencia veía resplandecer en la Orden franciscana. En las

aulas de la universidad de París, a la sazón lumbrera del saber, escuchó las lecciones de

los mejores maestros de la época a la vez que atendía con ardoroso empeño a su for-

mación espiritual en la escuela del Pobrecillo de Asís. Sus bellas cualidades de mente y

corazón, perfeccionadas por la gracia, le atrajeron la simpatía y admiración de sus

maestros y condiscípulos. Alejandro de Hales decía que parecía no haber pecado Adán

en Buenaventura. Durante un decenio enseñó en París con aplauso unánime. Y, cuando

apenas contaba treinta y seis años, la Orden, reunida en Roma en Capítulo, le eligió por

su ministro general el 2 de febrero de 1257.

A lo largo de dieciocho años viajará incansable a través de Francia e Italia, llegando a

Alemania por el norte, y por el sur a España; celebrará Capítulos generales y provin-

ciales y proveerá con clarividencia a las necesidades de la Orden, para entonces exten-

dida por todo el mundo antiguo conocido, en cuanto a la legislación y a los estudios, y

sobre todo en cuanto a la observancia de la Regla, para la que señaló el justo término

medio, equidistante del rigorismo intransigente y de la relajación condenable. Sus nor-

mas de gobierno son en lo substancial válidas aún hoy, después de varios siglos. Con

toda razón puede llamársele, en cierto sentido, el segundo fundador de la Orden de San

Francisco de Asís, del que escribió, a petición de los frailes, una biografía (la Leyenda

Mayor), modelo en el género por la serenidad crítica, amor filial y arte literario que la

hermosean.

Predicaba con frecuencia impulsado de su celo por el bien de las almas. Papas y reyes,

como San Luis, rey de Francia, Universidades, Corporaciones eclesiásticas y especial-

mente Comunidades religiosas de ambos sexos eran sus auditorios. Los Papas le distin-

guieron con su aprecio, consultándole en cuestiones graves del gobierno de la Iglesia.

Gregorio X (1271/72-1276), que por consejo de San Buenaventura fue elegido Papa, le

nombró cardenal y le tuvo absolutamente cercano en el II Concilio de Lyon, en el que

San Buenaventura, Doctor Seráfico, dirigió y moderó los debates, realizándose por su

buena gestión la unión de los griegos disidentes con la Iglesia de Roma. Fue el remate

153

San Buenaventura, en Año Cristiano, Tomo III, Madrid, BAC 185, Año 1959, pp. 121-125. Obtenido

de Internet (Directorio Franciscano).

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glorioso de una vida consagrada al bien de la Iglesia y de su Orden. Pocos días después,

el 15 de julio de 1274, entregaba a Dios su bendita alma en medio de la consternación y

tristeza del Concilio, que se había dejado ganar por el irresistible encanto de su per-

sonalidad y por la santidad de su vida. El Papa mandó –caso único en la historia– que

todos los sacerdotes del mundo dijeran una Misa por su alma.

* * *

Si fue ingente la acción de San Buenaventura como hombre de gobierno, viendo el

volumen de sus obras hay que convenir en que no fue inferior la que desarrolló en el

aspecto científico. En los años de docencia en la Universidad de París escribió comenta-

rios a la Biblia y a las Sentencias de Pedro Lombardo. De la época de su gobierno nos

quedan obras teológicas, apologías en que defiende la perfección evangélica y a las Ór-

denes mendicantes de los ataques de sus adversarios, muchos centenares de sermones y

opúsculos místicos; algunos, como el Itinerario del alma a Dios, son joyas inaprecia-

bles de la mística de todos los tiempos. En sus obras hallamos la síntesis definitiva del

agustinismo medieval y la idea de Cristo, centro de la creación, y además la síntesis más

completa de la mística cristiana. Todo ello presentado con claridad y precisión escolás-

ticas, a la par que en un estilo armonioso y elegante como de maestro, no sólo en las

ideas, sino también en el decir. Sobre todas las otras cualidades de que están sus escritos

adornados resalta una peculiar fuerza divina que el Papa Sixto IV descubre en sus obras,

siendo una fuerza que enfervoriza y arrastra a las almas. Es la unción espiritual que re-

zuman todas sus páginas. Y no podía ser de otra manera, ya que la ciencia bonaven-

turiana no es frío ejercicio de la inteligencia, sino sabiduría, sabor de la ciencia sagrada

vivida y practicada. Es, pues, muy comprensible el influjo inmenso del magisterio del

santo doctor en la posteridad. Ideas y estímulos han bebido a caño libre en sus páginas

maestros de la espiritualidad y almas sedientas de perfección.

En medio de actividad tan desbordante, el ministro general de la Orden seráfica fue

ascendiendo por las vías de la santidad hasta su cumbre más cimera. No es solamente un

teólogo que puede dar razón adecuada de los fenómenos místicos merced a los profun-

dos conocimientos que de la ciencia sagrada posee. Es parejamente un varón experi-

mentado, que ha vivido, por lo menos, algunos de los fenómenos que analiza. Se juntan,

por tanto, en su persona ciencia y experiencia. Pero no vayamos a creer que, antes de

pisar las alturas de la unión mística, no tuviera el Doctor Seráfico que mantener recias

luchas consigo mismo y con sus torcidas inclinaciones. Nada más aleccionador que la

Carta que contiene veinticinco memoriales de perfección, breve código ascético, de va-

lor inestimable por lo que de autobiográfico encierra. Leyéndola se columbran los es-

fuerzos que hizo para desligar su corazón de todo afecto desordenado de las criaturas y

lograr una extremada exquisitez de conciencia y se entrevén sus progresos en el ejerci-

cio de las virtudes. Entre sus virtudes preferidas están la humildad y la pobreza, la ora-

ción, la mortificación y la paciencia. Una ingenua leyenda, no comprobada, nos cuenta

lo de estar lavando la vajilla conventual en el preciso momento en que llegaban los le-

gados pontificios con las insignias cardenalicias. Si el hecho no es real, simboliza exac-

tamente la humildad del Santo en medio de los mayores éxitos y honores. En el desem-

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peño de su cargo brillaron su prudencia, su humilde llaneza y amor de padre en atender

a sus súbditos de cualquier categoría que fuesen. La piedad bonaventuriana es marcada-

mente cristocéntrica y mariana. Puso todo su empeño en imitar a Cristo, camino del

alma. La Pasión sacratísima del Señor era el objeto preferido de sus meditaciones y

amores seráficos. Todos los días dedicaba un obsequio especial a la Virgen Santísima y

en honor suyo ordenó a sus religiosos que predicasen al pueblo la piadosa costumbre de

saludarla con el rezo del Ángelus. Tenerle devoción equivalía para el Santo a imitarla en

su pureza y humildad.

El Papa Sixto IV le canonizó en 1482. Posteriormente, en 1588, le proclamó Doctor

Seráfico de la Iglesia Sixto V. León XIII, en su momento, le llamó declaradamente

príncipe de la mística. Pío XII exhortaba a quienes se dedican a las ciencias eclesiásticas

con palabras de San Buenaventura para que supieran unir el estudio con la práctica y

con la unción espiritual.

* * *

Proseguimos ahora desde aquí con los párrafos catequéticos del Papa Benedicto XVI

(2005-2013) sobre San Buenaventura (audiencias generales del 3, 10 y 17 de marzo de

2010):

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar de San Buenaventura de Bagnoregio. Os confieso que, al propone-

ros este tema, siento cierta nostalgia, porque pienso en los trabajos de investigación que,

como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor, especialmente importante

para mí. Su conocimiento incidió notablemente en mi formación. Con gran gozo, hace

algunos meses hice una peregrinación a su lugar natal, Bagnoregio, una pequeña ciudad

italiana del Lacio, que custodia su memoria con veneración.

Nació probablemente en 1217 y murió en 1274; vivió en el siglo XIII, una época en la

que la fe cristiana, que había penetrado profundamente en la cultura y en la sociedad de

Europa, inspiró obras imperecederas en el campo de la literatura, de las artes visuales,

de la filosofía y de la teología. Entre las grandes figuras cristianas que contribuyeron a

la composición de esta armonía entre fe y cultura destaca Buenaventura, hombre de ac-

ción y de contemplación, de profunda piedad y de prudencia en el gobierno.

Se llamaba Giovanni da Fidanza. Un episodio que sucedió cuando todavía era un niño

marcó profundamente su vida, como él mismo relata [LM Pról., 3]. Se veía afectado por

una grave enfermedad y ni siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la

muerte. Entonces, su madre recurrió a la intercesión de San Francisco de Asís, canoni-

zado hacía poco. Y Giovanni se curó.

La figura del “Poverello” de Asís llegó a ser todavía más familiar para él algunos

años más tarde, cuando se encontraba en París, donde estudiaba. Había obtenido el di-

ploma de Maestro de Artes, que podríamos comparar con el de un prestigioso licenciado

de nuestros tiempos. En ese momento, al igual que muchos jóvenes del pasado y tam-

bién de hoy, Giovanni se planteó una pregunta crucial: “¿Qué debo hacer con mi vi-

da?”. Fascinado por el testimonio de fervor y radicalidad evangélica de los Frailes Me-

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nores, que habían llegado a París en 1219, Giovanni llamó a las puertas del convento

franciscano de esa ciudad, y pidió ser acogido en la gran familia de los discípulos de

Francisco. Muchos años después, explicó las razones de su elección: en San Francisco y

en el movimiento que él inició reconocía la acción de Cristo. En una carta dirigida a

otro fraile escribía lo siguiente: “Confieso ante Dios que la razón que me llevó a amar

más la vida del bienaventurado Francisco es que ésta se parece a los comienzos y al

crecimiento de la Iglesia. La Iglesia comenzó con simples pescadores, y después se en-

riqueció de doctores muy ilustres y sabios; la religión del bienaventurado Francisco no

fue establecida por la prudencia de los hombres, sino por Cristo” (Epistula de tribus

quaestionibus ad magistrum innominatum, en Opere di San Bonaventura. Introduzione

generale, Roma 1990, p. 29).

Por lo tanto, alrededor del año 1243 Giovanni vistió el sayal franciscano y asumió el

nombre de Buenaventura. En seguida fue destinado a los estudios, y se matriculó en la

Facultad de Teología de la Universidad de París, donde siguió un conjunto de cursos

muy arduos. Obtuvo varios títulos requeridos por la carrera académica, los de “bachi-

ller bíblico” y de “bachiller sentenciario”. Así Buenaventura estudió a fondo la Sagra-

da Escritura, las Sentencias de Pedro Lombardo, el manual de teología de aquel tiempo,

y los autores de teología más importantes y, en contacto con los maestros y los estu-

diantes que afluían a París desde toda Europa, maduró su propia reflexión personal y

una sensibilidad espiritual de gran valor que, a lo largo de los años sucesivos, supo in-

fundir en sus obras y en sus sermones, convirtiéndose así en uno de los teólogos más

importantes de la historia de la Iglesia. Es significativo recordar el título de la tesis que

defendió para ser habilitado a la enseñanza de la teología, la licentia ubique docendi, co-

mo se decía entonces. Su disertación llevaba por título: Cuestiones sobre el conoci-

miento de Cristo. Este tema muestra el papel central que Cristo tuvo siempre en la vida

y en las enseñanzas de Buenaventura. Sin duda podemos decir que todo su pensamiento

fue profundamente cristocéntrico.

En aquellos años en París, la ciudad de adopción de Buenaventura, estalla una violenta

polémica contra los Frailes Menores de San Francisco de Asís y los Frailes Predicadores

de Santo Domingo de Guzmán. Se impugnaba su derecho a enseñar en la Universidad, e

incluso se ponía en duda la autenticidad de su vida consagrada. Ciertamente, los cam-

bios introducidos por las Órdenes Mendicantes en el modo de entender la vida religiosa,

de los que he hablado en mis catequesis anteriores, eran tan innovadores que no todos

llegaban a comprenderlos. Se añadían también, como alguna vez sucede incluso entre

personas sinceramente religiosas, motivos de debilidad humana, como la envidia y los

celos.

Buenaventura, aunque rodeado por la oposición de los demás maestros universitarios,

había comenzado a enseñar en la cátedra de teología de los franciscanos y, para respon-

der a quien criticaba a las Órdenes Mendicantes, compuso un escrito titulado La perfec-

ción evangélica; en el que demuestra como las Órdenes Mendicantes, especialmente los

Frailes Menores, practicando los votos de pobreza, de castidad y de obediencia, seguían

los consejos del Evangelio. Más allá de estas circunstancias históricas, la enseñanza de

Buenaventura en esta obra y en su vida sigue siendo actual: la Iglesia es más luminosa y

bella gracias a la fidelidad a la vocación de estos hijos suyos y de aquellas hijas suyas

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que no sólo ponen en práctica los preceptos evangélicos, sino que por gracia de Dios,

están llamados a guardar los consejos y así testimonian, con su estilo de vida pobre,

casto y obediente, que el Evangelio es fuente de gozo y de perfección.

El conflicto se apaciguó, por lo menos durante algún tiempo, y, por intervención per-

sonal del Papa Alejandro IV, en 1257, Buenaventura fue oficialmente reconocido como

doctor y maestro de la Universidad parisina. Sin embargo, tuvo que renunciar a este

prestigioso cargo, porque en ese mismo año el Capítulo general de la Orden lo eligió

Ministro general.

Desempeñó ese cargo durante diecisiete años con sabiduría y entrega, visitando las

provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo alguna vez con una cierta severi-

dad para eliminar abusos. Cuando Buenaventura inició este servicio, la Orden de los

Frailes Menores se había desarrollado de modo prodigioso: los frailes esparcidos por to-

do Occidente eran más de 30.000, con presencias misioneras en el norte de África, en

Oriente Medio, e incluso en Pekín. Era necesario consolidar esta expansión y, sobre to-

do, conferirle unidad de acción y de espíritu, guardando plena fidelidad al carisma de

Francisco. De hecho, entre los seguidores del Santo de Asís había distintos modos de

interpretar el mensaje, existía realmente el riesgo de una fractura interna. Para evitar es-

te peligro, en 1260, el Capítulo general de la Orden en Narbona aceptó y ratificó un

texto propuesto por Buenaventura, en el que se recogían y se unificaban las normas que

regulaban la vida diaria de los Frailes Menores. Buenaventura intuía, sin embargo, que

las disposiciones legislativas, si bien se inspiraban en la sabiduría y la moderación, no

eran suficientes para asegurar la comunión del espíritu y de los corazones. Era necesario

que se compartieran los mismos ideales y las mismas motivaciones.

Por esta razón, Buenaventura quiso presentar el auténtico carisma de Francisco, su

vida y su enseñanza. Por eso recogió con gran celo documentos relativos al “Poverello”

y escuchó con atención los recuerdos de quienes habían conocido directamente a Fran-

cisco. Nació así una biografía del Santo de Asís bien fundada históricamente, titula-

da Legenda Maior [Leyenda Mayor=LM], redactada también de forma más sucinta, y

llamada por eso Legenda minor [Leyenda menor=Lm]. La palabra latina, a diferencia de

la italiana, no indica un fruto de la fantasía, sino, al contrario, “Legenda” significa un

texto autorizado, “para leer” oficialmente. En efecto, el Capítulo general de los Frailes

Menores de 1263, reunido en Pisa, reconoció en la biografía de San Buenaventura el re-

trato más fiel del fundador y se convirtió en la biografía oficial del Santo.

¿Cuál es la imagen de San Francisco que brota del corazón y de la pluma de su hijo

devoto y sucesor, San Buenaventura? El punto esencial: Francisco es un alter Christus,

un hombre que buscó apasionadamente a Cristo. En el amor que impulsa a la imitación,

se conformó totalmente a él. Buenaventura señalaba este ideal vivo a todos los seguido-

res de Francisco. Este ideal, válido para todo cristiano, ayer, hoy y siempre, fue indica-

do como programa también para la Iglesia del tercer milenio por mi Predecesor, el vene-

rable Juan Pablo II. Ese programa, escribía en su carta Novo Millennio ineunte, se centra

“en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida

trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén

celeste” (n. 29).

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En 1273 la vida de San Buenaventura conoció otro cambio. El Papa Gregorio X lo

quiso consagrar obispo y nombrar cardenal. Le pidió también que preparara un impor-

tantísimo acontecimiento eclesial: el II Concilio Ecuménico de Lyon, que tenía como

objetivo restablecer la comunión entre la Iglesia latina y la griega. Se dedicó a esta tarea

con diligencia, pero no logró ver la conclusión de esa asamblea ecuménica, porque mu-

rió durante su celebración. Un notario pontificio anónimo compuso un elogio de Buena-

ventura, que nos da un retrato conclusivo de este gran Santo y excelente teólogo: “Hom-

bre bueno, afable, piadoso y misericordioso, lleno de virtudes, amado por Dios y por

los hombres... De hecho, Dios le había concedido una gracia tan grande, que todos los

que lo veían quedaban invadidos por un amor que el corazón no podía ocultar” (cf. J.

G. Bougerol, Bonaventura, en A. Vauchez (a cura), Storia dei santi e della santità cris-

tiana. Vol. VI. L‟epoca del rinnovamento evangelico, Milano 1991, p. 91).

Recojamos la herencia de este Santo Doctor de la Iglesia, que nos recuerda el sentido

de nuestra vida con las siguientes palabras: “En la tierra... podemos contemplar la in-

mensidad divina mediante el razonamiento y la admiración; en la patria celestial, en

cambio, mediante la visión, cuando seremos hechos semejantes a Dios, y mediante el

éxtasis... entraremos en el gozo de Dios” (La conoscenza di Cristo, q. 6, conclusione,

en Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 187).

[Vinieron aquí los consabidos saludos de la audiencia general del Papa respecto a esta

catequesis. Y seguimos ahora con la siguiente].

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

La semana pasada hablé de la vida y de la personalidad de San Buenaventura de Bag-

noregio. Esta mañana quiero proseguir su presentación, deteniéndome sobre una parte

de su obra literaria y de su doctrina.

Como ya dije, uno de los varios méritos de San Buenaventura fue interpretar de forma

auténtica y fiel la figura de San Francisco de Asís, a quien veneró y estudió con gran

amor. En tiempos de San Buenaventura una corriente de Frailes Menores, llamados “es-

pirituales”, sostenía en particular que con San Francisco se había inaugurado una fase

totalmente nueva de la historia, en la que aparecería el “Evangelio eterno”, del que ha-

bla el Apocalipsis, sustituyendo al Nuevo Testamento. Este grupo afirmaba que la Igle-

sia ya había agotado su papel histórico, y una comunidad carismática de hombres libres

guiados interiormente por el Espíritu –es decir, los “Franciscanos espirituales”– pasaba

a ocupar su lugar. Las ideas de este grupo se basaban en los escritos de un abad cister-

ciense, Joaquín de Fiore, fallecido en 1202. En sus obras, afirmaba un ritmo trinitario de

la historia. Consideraba el Antiguo Testamento como la edad del Padre, seguida del

tiempo del Hijo, el tiempo de la Iglesia. Había que esperar aún la tercera edad, la del

Espíritu Santo.

Así, toda la historia se debía interpretar como una historia de progreso: desde la seve-

ridad del Antiguo Testamento a la relativa libertad del tiempo del Hijo, en la Iglesia,

hasta la plena libertad de los hijos de Dios, en el período del Espíritu Santo, que iba a

ser, por fin, el tiempo de la paz entre los hombres, de la reconciliación de los pueblos y

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de las religiones. Joaquín de Fiore había suscitado la esperanza de que el comienzo del

nuevo tiempo viniera (vendría) de un nuevo monaquismo. Por eso, es comprensible que

un grupo de franciscanos creyera reconocer en San Francisco de Asís al iniciador del

tiempo nuevo y en su Orden a la comunidad del período nuevo: la comunidad del tiem-

po del Espíritu Santo, que dejaba atrás a la Iglesia jerárquica, para iniciar la nueva Igle-

sia del Espíritu, desvinculada ya de las viejas estructuras.

Por consiguiente, se corría el riesgo de una gravísima tergiversación del mensaje de

San Francisco, de su humilde fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, y ese equívoco con-

llevaba una visión errónea del cristianismo en su conjunto.

San Buenaventura, que en 1257 se convirtió en Ministro general de la Orden francis-

cana, se encontró ante una grave tensión dentro de su misma Orden precisamente a cau-

sa de quienes sostenían la mencionada corriente de los “Franciscanos espirituales”,

que se remontaba a Joaquín de Fiore. Para responder a este grupo y restablecer la unidad

en la Orden, San Buenaventura estudió atentamente los escritos auténticos de Joaquín

de Fiore y los que se le atribuían y, teniendo en cuenta la necesidad de presentar fiel-

mente la figura y el mensaje de su amado San Francisco, quiso exponer una visión co-

rrecta de la teología de la historia. San Buenaventura afrontó el problema precisamente

en su última obra, una recopilación de conferencias a los monjes del Estudio parisino,

que quedó incompleta y nos ha llegado a través de las transcripciones de los oyentes,

titulada Hexaëmeron, es decir, una explicación alegórica de los seis días de la Creación.

Los Padres de la Iglesia consideraban los seis o siete días del relato sobre la Creación

como profecía de la historia del mundo, de la humanidad. Los siete días representaban

para ellos siete períodos de la historia, más tarde interpretados también como siete mile-

nios. Con Cristo se entraba en el último, es decir, el sexto período de la historia, al que

seguiría después el gran sábado de Dios. San Buenaventura supone esta interpretación

histórica de la narración de los días de la Creación, pero de un modo muy libre e inno-

vador. Según él, dos fenómenos de su tiempo hacen necesaria una nueva interpretación

del curso de la historia:

El primero es la figura de San Francisco, el hombre totalmente unido a Cristo hasta la

comunión de los estigmas, casi un alter Christus, y con San Francisco la nueva comuni-

dad creada por él, distinta del monaquismo conocido hasta entonces. Este fenómeno exi-

gía una nueva interpretación, como novedad de Dios aparecida en aquel momento.

El segundo es la posición de Joaquín de Fiore, que anunciaba un nuevo monaquismo;

y un período totalmente nuevo de la historia, que iba más allá de la revelación del Nue-

vo Testamento, exigía una respuesta.

Como Ministro general de la Orden de los franciscanos, San Buenaventura vio ense-

guida que con la concepción espiritualista, inspirada en Joaquín de Fiore, la Orden no

era gobernable, sino que iba lógicamente hacia la anarquía. A su parecer, las consecuen-

cias eran dos:

La primera: la necesidad práctica de estructuras y de inserción en la realidad de la

Iglesia jerárquica, de la Iglesia real, requería un fundamento teológico, entre otras ra-

zones porque los demás, los que seguían la concepción espiritualista, mostraban un apa-

rente fundamento teológico.

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La segunda: aun teniendo en cuenta el realismo necesario, no había que perder la no-

vedad de la figura de San Francisco.

¿Cómo respondió San Buenaventura a la exigencia práctica y teórica? Aquí sólo pue-

do hacer un resumen esquemático e incompleto de su respuesta en algunos puntos:

1.- San Buenaventura rechaza la idea del ritmo trinitario de la historia. Dios es uno en

toda la historia y no se divide en tres divinidades. Por consiguiente, la historia es una,

aunque es un camino y –según San Buenaventura– un camino de progreso.

2.- Jesucristo es la última Palabra de Dios; en él Dios ha dicho todo, donándose y di-

ciéndose a sí mismo. Dios no puede decir, ni dar más que a sí mismo. El Espíritu Santo

es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: “Él os recordará

todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26), “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16,

15). Así pues, no hay otro Evangelio más alto, no hay que esperar otra Iglesia. Por eso

también la Orden de San Francisco debe insertarse en esta Iglesia, en su fe, en su orde-

namiento jerárquico.

3.- Esto no significa que la Iglesia sea inmóvil, que esté anclada en el pasado y no

pueda haber novedad en ella. “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, las obras de

Cristo no retroceden, no desaparecen, sino que avanzan, dice el Santo en la Carta De tri-

bus quaestionibus. Así formula explícitamente San Buenaventura la idea del progreso, y

esta es una novedad respecto a los Padres de la Iglesia y a gran parte de sus contem-

poráneos. Para San Buenaventura Cristo ya no es el fin de la historia, como para los Pa-

dres de la Iglesia, sino su centro; con Cristo la historia no acaba, sino que comienza un

período nuevo. Otra consecuencia es la siguiente: hasta ese momento dominaba la idea

de que los Padres de la Iglesia eran la cima absoluta de la teología, todas las genera-

ciones siguientes sólo podían ser sus discípulas. También San Buenaventura reconoce a

los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de San Francisco le da la cer-

teza de que la riqueza de la Palabra de Cristo es inagotable y de que incluso en las nue-

vas generaciones pueden aparecer luces nuevas. La unicidad de Cristo garantiza asimis-

mo la novedad y la renovación en todos los períodos de la historia.

Ciertamente, la Orden franciscana –subraya– pertenece a la Iglesia de Jesucristo, a la

Iglesia apostólica y no puede construirse en un espiritualismo utópico. Pero, al mismo

tiempo, es válida la novedad de esa Orden respecto al monaquismo clásico, y San Bue-

naventura –como dije en la catequesis anterior– defendió esta novedad contra los ata-

ques del clero secular de París: los franciscanos no tienen un monasterio fijo, pueden

estar presentes en todas partes para anunciar el Evangelio. Precisamente la ruptura con

la estabilidad, característica del monaquismo, en favor de una nueva flexibilidad, resti-

tuyó a la Iglesia el dinamismo misionero.

Llegados a este punto, quizá es útil decir que también hoy existen visiones según las

cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio ha sido una decadencia perma-

nente; algunos ya ven la decadencia inmediatamente después del Nuevo Testamento. En

realidad, “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, las obras de Cristo no retroce-

den, sino que avanzan. ¿Qué sería la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los cister-

cienses, de los franciscanos y de los dominicos, de la espiritualidad de Santa Teresa de

Ávila y de San Juan de la Cruz, etc.? También hoy vale esta afirmación: “Opera Christi

non deficiunt, sed proficiunt”, avanzan. San Buenaventura nos enseña el conjunto del

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discernimiento necesario, incluso severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nue-

vos carismas que Cristo da, en el Espíritu Santo, a su Iglesia. Y mientras se repite esta

idea de la decadencia, existe también otra idea, este “utopismo espiritualista”, que se

repite. De hecho, sabemos que después del Concilio Vaticano II algunos estaban con-

vencidos de que todo era nuevo, de que había otra Iglesia, de que la Iglesia pre-conciliar

había acabado e iba a surgir otra, totalmente “otra”. ¡Un utopismo anárquico! Y, gra-

cias a Dios, los timoneles sabios de la barca de Pedro, el Papa Pablo VI y el Papa Juan

Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y, por otra, al mismo tiem-

po, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que siempre es Iglesia de pe-

cadores y siempre es lugar de gracia.

4.- En este sentido, San Buenaventura, como Ministro general de los franciscanos,

adoptó una línea de gobierno en la que era clarísimo que la nueva Orden, como comuni-

dad, no podía vivir a la misma “altura escatológica” de San Francisco, en el cual él ve

anticipado el mundo futuro, sino que –guiada, al mismo tiempo, por un sano realismo y

por la valentía espiritual– debía acercarse tanto como fuera posible a la realización má-

xima del Sermón de la montaña, que para San Francisco fue la Regla, si bien teniendo

en cuenta los límites del hombre, marcado por el pecado original.

Vemos así que para San Buenaventura gobernar no coincidía simplemente con hacer

algo, sino que era sobre todo pensar y rezar. En la base de su gobierno siempre encon-

tramos la oración y el pensamiento; todas sus decisiones eran fruto de la reflexión, del

pensamiento iluminado de la oración. Su íntima relación con Cristo acompañó siempre

su labor de Ministro general y, por esto, compuso una serie de escritos teológico-mís-

ticos, que expresan el alma de su gobierno y manifiestan la intención de guiar interior-

mente la Orden, es decir, de gobernar no sólo mediante órdenes y estructuras, sino

guiando e iluminando las almas, orientando hacia Cristo.

De estos escritos, que son el alma de su gobierno y que muestran tanto a la persona

como a la comunidad el camino a recorrer, quiero mencionar sólo uno, su obra maestra,

el Itinerarium mentis in Deum, que es un “manual” de contemplación mística. Este li-

bro fue concebido en un lugar de profunda espiritualidad: el monte de la Verna, donde

San Francisco recibió los estigmas. En la introducción el autor ilustra las circunstancias

que dieron origen a este escrito: “Mientras meditaba sobre las posibilidades del alma

de ascender a Dios, se me presentó, entre otras cosas, el acontecimiento admirable que

sucedió en aquel lugar al bienaventurado Francisco, es decir, la visión del serafín ala-

do en forma de Crucifijo. Y meditando sobre ello, en seguida me percaté de que esa

visión me ofrecía el éxtasis contemplativo del mismo padre Francisco y a la vez el ca-

mino que lleva hasta él” (Itinerario de la mente a Dios, Prólogo, 2, en Obras de San

Buenaventura, Tomo I, Madrid, BAC, 1968, p. 559).

Las seis alas del serafín se convierten así en el símbolo de seis etapas que llevan pro-

gresivamente al hombre desde el conocimiento de Dios, mediante la observación del

mundo y de las criaturas y mediante la exploración del alma misma con sus facultades, a

la unión íntima con la Trinidad por medio de Cristo, a imitación de San Francisco de

Asís. Habría que dejar que las últimas palabras del Itinerarium de San Buenaventura,

que responden a la pregunta sobre cómo se puede alcanzar esta comunión mística con

Dios, llegaran hasta el fondo de nuestro corazón: “Si ahora anhelas saber cómo sucede

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esto (la comunión mística con Dios), pregunta a la gracia, no a la doctrina; al deseo,

no al intelecto; al clamor de la oración, no al estudio de la letra; al esposo, no al

maestro; a Dios, no al hombre; a la neblina, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego

que todo lo inflama y trasporta en Dios con las fuertes unciones y los afectos vehe-

mentes... Entremos, por tanto, en la neblina, acallemos los afanes, las pasiones y los

fantasmas; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, para decir con Fe-

lipe después de haberlo visto: esto me basta” (ib., VII, 6).

Queridos amigos, acojamos la invitación que nos dirige San Buenaventura, el Doctor

seráfico, y entremos en la escuela del Maestro divino: escuchemos su Palabra de vida y

de verdad, que resuena en lo íntimo de nuestra alma. Purifiquemos nuestros pensamien-

tos y nuestras acciones, a fin de que él pueda habitar en nosotros, y nosotros podamos

escuchar su voz divina, que nos atrae hacia la felicidad verdadera.

[Aquí vinieron los consabidos saludos, etc., siguiendo la catequesis que nos queda, en

la próxima audiencia].154

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, continuando con la reflexión del miércoles pasado, quiero profundizar

junto con vosotros en otros aspectos de la doctrina de San Buenaventura de Bagnoregio.

Se trata de un eminente teólogo, que merece ser puesto al lado de otro grandísimo pen-

sador contemporáneo suyo, Santo Tomás de Aquino. Ambos escrutaron los misterios de

la Revelación, valorizando los recursos de la razón humana, en el diálogo fecundo entre

fe y razón que caracteriza al Medioevo cristiano, haciendo de éste una época de gran vi-

veza intelectual, como también de fe y de renovación eclesial, aunque con frecuencia no

se ha subrayado suficientemente.

Tienen en común otras analogías: tanto San Buenaventura, franciscano, como Santo

Tomás, dominico, pertenecían a las Órdenes Mendicantes que, con su lozanía espiritual,

como recordé en catequesis anteriores, en el siglo XIII renovaron toda la Iglesia y atra-

jeron a numerosos seguidores. Ambos sirvieron a la Iglesia con diligencia, con pasión y

con amor, hasta tal punto que fueron invitados a participar en aquel Concilio ecuménico

de Lyon en 1274, el mismo año en que murieron: Santo Tomás mientras viajaba hacia

Lyon, y San Buenaventura durante los trabajos de ese Concilio. También en la plaza de

San Pedro las estatuas de los dos Santos ocupan una posición paralela, situadas precisa-

mente al inicio de la Columnata partiendo de la fachada de la basílica vaticana: una en

el brazo de la izquierda y la otra en el brazo de la derecha. A pesar de todos estos as-

pectos, en estos dos grandes Santos podemos observar dos enfoques distintos ante la in-

154

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la parroquia de Santa María

Magdalena de Dos Hermanas (Sevilla), acompañados por el cardenal (franciscano) Carlos Amigo Vallejo.

Siguiendo la enseñanza de San Buenaventura, os invito a continuar el camino cuaresmal de preparación

para la Pascua mediante la escucha atenta de la Palabra divina, la práctica de la caridad y la purificación

del corazón.

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vestigación filosófica y teológica, que muestran la originalidad y la profundidad de pen-

samiento de uno y otro. Quiero comentar brevemente algunas de estas diferencias.

Una primera diferencia concierne al concepto de teología. Ambos doctores se pregun-

tan si la teología es una ciencia práctica o una ciencia teórica, especulativa. Santo To-

más reflexiona sobre dos posibles respuestas opuestas. La primera dice: la teología es

reflexión sobre la fe, y el objetivo de la fe es que el hombre llegue a ser bueno, que viva

según la voluntad de Dios. Por lo tanto, el objetivo de la teología debería ser guiar por el

camino recto, bueno; por consiguiente, en el fondo es una ciencia práctica. La otra posi-

ción dice: la teología intenta conocer a Dios. Nosotros somos obra de Dios; Dios está

por encima de nuestro obrar. Dios realiza en nosotros el obrar justo. Por tanto, substan-

cialmente ya no se trata de nuestro obrar, sino de conocer a Dios y no de nuestro actuar.

La conclusión de Santo Tomás es: la teología implica ambos aspectos: es teórica, inten-

ta conocer cada vez más a Dios, y es práctica: intenta orientar nuestra vida hacia el bien.

Pero la primacía corresponde al conocimiento: sobre todo debemos conocer a Dios, des-

pués sigue obrar según Dios (Summa Theologiae I, q. I, art. 4). Esta primacía del co-

nocimiento respecto de la praxis es significativa para la orientación fundamental de

Santo Tomás.

La respuesta de San Buenaventura es muy parecida, pero los matices son distintos.

San Buenaventura conoce los mismos argumentos en una y otra dirección, como Santo

Tomás, pero para responder a la pregunta de si la teología es una ciencia práctica o teó-

rica, hace tres distinciones: amplía la alternativa entre teórico (primacía del conoci-

miento) y práctico (primacía de la praxis), añadiendo una tercera actitud, que llama “sa-

piencial” y afirmando que la sabiduría abarca ambos aspectos. Y prosigue: la sabiduría

busca la contemplación (como la forma más alta del conocimiento) y tiene como inten-

ción “ut boni fiamus”, que lleguemos a ser buenos, sobre todo esto: ser buenos (cf.

Breviloquio, Prólogo, 5). Después añade: “La fe está en el intelecto, de modo que pro-

voca el afecto. Por ejemplo: conocer que Cristo ha muerto „por nosotros‟ no se queda

en conocimiento, sino que necesariamente se convierte en afecto, en amor” (Proemium

in I Sent., q. 3).

En la misma línea se mueve su defensa de la teología, es decir, de la reflexión racional

y metódica de la fe. San Buenaventura enumera algunos argumentos contra el hacer teo-

logía, quizá generalizados entre una parte de los frailes franciscanos y presentes también

en nuestro tiempo: la razón vacía la fe, es una actitud violenta respecto a la Palabra de

Dios, debemos escuchar y no analizar la Palabra de Dios (cf. Carta de San Francisco a

San Antonio, CtaAnt). A estos argumentos contra la teología, que muestran los peligros

existentes en la teología misma, el Santo responde: es verdad que hay un modo arro-

gante de hacer teología, una soberbia de la razón, que se pone por encima de la Palabra

de Dios. Pero la verdadera teología, el trabajo racional de la verdadera y de la buena

teología tiene otro origen, no la soberbia de la razón. Quien ama quiere conocer cada

vez más y mejor a la persona amada; la verdadera teología no compromete la razón y su

búsqueda motivada por la soberbia, “sed propter amorem eius cui assentit” –“motivada

por amor a Aquel al cual ha dado su consentimiento” (Proemium in I Sent., q. 2)–, y

quiere conocer mejor al amado: esta es la intención fundamental de la teología. Por tan-

to, para San Buenaventura, al fin, es determinante la primacía del amor.

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En consecuencia, Santo Tomás y San Buenaventura definen de manera diferente el

destino último del hombre, su felicidad plena: para Santo Tomás el fin supremo, al cual

se dirige nuestro deseo, es ver a Dios. En este acto sencillo de ver a Dios encuentran

solución todos los problemas: somos felices, no es necesario nada más.

Para San Buenaventura, en cambio, el destino último del hombre es amar a Dios, el

encuentro y la unión de su amor y del nuestro. Para él esta es la definición más ade-

cuada de nuestra felicidad.

En esta línea, podríamos decir también que la categoría más alta para Santo Tomás es

la verdad, mientras que para San Buenaventura es el bien. Sería un error ver una con-

tradicción entre estas dos respuestas. Para ambos la verdad es también el bien, y el bien

es también la verdad; ver a Dios es amar y amar es ver. Se trata, por tanto, de matices

distintos de una visión fundamentalmente común. Ambos matices han formado tradicio-

nes diversas y espiritualidades distintas, y así han mostrado la fecundidad de la fe, una

en la diversidad de sus expresiones.

Volvamos a San Buenaventura. Es evidente que el matiz específico de su teología, del

cual he puesto sólo un ejemplo, se explica a partir del carisma franciscano: el “Pove-

rello” de Asís, más allá de los debates intelectuales de su tiempo, había mostrado con

toda su vida la primacía del amor; era un icono vivo y enamorado de Cristo, y así hizo

presente, en su tiempo, la figura del Señor: convenció a sus contemporáneos no con pa-

labras, sino con su vida. En todas las obras de San Buenaventura, incluidas las obras

científicas, de escuela, se ve y se encuentra esta inspiración franciscana; es decir, se no-

ta que piensa partiendo del encuentro con el “Poverello” de Asís. Pero para entender la

elaboración concreta del tema de la “primacía del amor” debemos tener presente otra

fuente: los escritos del llamado Pseudo-Dionisio, un teólogo siríaco del siglo VI, que se

ocultó bajo el pseudónimo de Dionisio el Areopagita, haciendo referencia, con este

nombre, a una figura de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hech 17, 34). Este teólogo ha-

bía creado una teología litúrgica y una teología mística, y había hablado ampliamente de

los distintos órdenes de los ángeles. Sus escritos se tradujeron al latín en el siglo IX; en

el tiempo de San Buenaventura –estamos en el siglo XIII– parecía una nueva tradición,

que despertó el interés del Santo y de los demás teólogos de su siglo. Dos cosas atraían

especialmente la atención de San Buenaventura:

1.- El Pseudo-Dionisio habla de nueve órdenes de ángeles, cuyos nombres había en-

contrado en la Escritura y después había ordenado a su manera, desde los simples án-

geles hasta los serafines. San Buenaventura interpreta estos órdenes de los ángeles como

escalones en el acercamiento de la criatura a Dios. Así pueden representar el camino

humano, la subida hacia la comunión con Dios. Para San Buenaventura no hay ninguna

duda: San Francisco de Asís pertenecía al orden seráfico, al orden supremo, al coro de

los serafines, es decir: era puro fuego de amor. Y así debían ser los franciscanos. Pero

San Buenaventura sabía bien que este último grado de acercamiento a Dios no se puede

insertar en un ordenamiento jurídico, sino que siempre es un don particular de Dios. Por

eso la estructura de la Orden franciscana es más modesta, más realista, pero debe ayudar

a sus miembros a acercarse cada vez más a una existencia seráfica de puro amor. El

miércoles pasado hablé sobre esta síntesis entre realismo sobrio y radicalidad evangélica

en el pensamiento y en la acción de San Buenaventura.

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2.- San Buenaventura, sin embargo, encontró en los escritos del Pseudo-Dionisio otro

elemento, para él aún más importante. Mientras que para San Agustín el intellectus, el

ver con la razón y el corazón, es la última categoría del conocimiento, el Pseudo-Dio-

nisio da otro paso más: en la subida hacia Dios se puede llegar a un punto en que la

razón deja de ver. Pero en la noche del intelecto el amor sigue viendo, ve lo que es

inaccesible a la razón. El amor se extiende más allá de la razón, ve más, entra más pro-

fundamente en el misterio de Dios. San Buenaventura quedó fascinado por esta visión,

que coincidía con su espiritualidad franciscana. Precisamente en la noche oscura de la

cruz se muestra toda la grandeza del amor divino; donde la razón deja de ver, el amor

ve. Las palabras conclusivas del “Itinerario de la mente a Dios”, en una lectura su-

perficial, pueden parecer una expresión exagerada de una devoción sin contenido; en

cambio, leídas a la luz de la teología de la cruz de San Buenaventura, son una expresión

límpida y realista de la espiritualidad franciscana: “Si ahora anhelas saber cómo sucede

esto (la subida hacia Dios), pregunta a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al in-

telecto; al clamor de la oración, no al estudio de la letra; ... no a la luz, sino al fuego

que todo lo inflama y transporta en Dios” (VII, 6). Todo esto no es anti-intelectual y no

es anti-racional: supone el camino de la razón, pero lo trasciende en el amor de Cristo

crucificado. Con esta trasformación de la mística del Pseudo-Dionisio, San Buenaven-

tura se sitúa en los inicios de una gran corriente mística, que elevó y purificó mucho la

mente humana: es una cima en la historia del espíritu humano.

Esta teología de la cruz, nacida del encuentro entre la teología del Pseudo-Dionisio y

la espiritualidad franciscana, no debe hacernos olvidar que San Buenaventura también

comparte con San Francisco de Asís el amor a la creación, la alegría por la belleza de la

Creación de Dios. Sobre este punto cito una frase del primer capítulo del “Itinerario”:

“Quien... no ve los innumerables esplendores de las criaturas, está ciego; quien con

tantas voces no se despierta, está sordo; quien no alaba a Dios por todas estas ma-

ravillas, está mudo; quien con tantos signos no se eleva hasta el primer principio, es

necio” (I, 15). Toda la creación habla en voz alta de Dios, del Dios bueno y bello; de su

amor.

Por tanto, para San Buenaventura toda nuestra vida es un “itinerario”, una peregri-

nación, una subida hacia Dios. Pero sólo con nuestras fuerzas no podemos subir hasta la

altura de Dios. Dios mismo debe ayudarnos, debe “tirar de nosotros” hacia arriba. Por

eso es necesaria la oración. La oración –así dice el Santo– es la madre y el origen de la

elevación, “sursum actio”, acción que nos eleva, dice San Buenaventura. Concluyo, por

tanto, con la oración con la que comienza su “Itinerario”: “Oremos, pues, y digamos al

Señor, nuestro Dios: „Guíame, Señor, por tus sendas y caminaré en tu verdad. Alégrese

mi corazón en el temor de tu nombre‟” (I, 1).

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ÍNDICE

A modo de prólogo

Un año de importancia ………………………………………………… pág. 3

Abadía de Fossa Nuova (Italia)

Murió el célebre dominico conocido como Tomás de Aquino ………. pág. 8

Reino de Castilla

Noticias de asuntos varios y de la muerte del infante Felipe ………… pág. 16

Reino de Navarra

Muerte del rey Enrique I y otras noticias …………………………….. pág. 25

Reino de Aragón

Un año con sus rutinas y dificultades ………………………………… pág. 27

Catedral de Lyon (reino de Francia)

Importante celebración conciliar ……………………………………… pág. 28

Lyon (reino de Francia)

Celebrándose aún las sesiones conciliares de este año, murió Juan de

Fidanza, conocido como Buenaventura, muy destacado franciscano y

hombre de Iglesia ……………………………………………………… pág. 31

París (reino de Francia)

Murió Robert de Sorbon ………………………………………………. pág. 35

Kadhimiya – Bagdad

Murió el célebre sabio Nasir al-Din al-Tusi ………………………….. pág. 37

Epílogo I

Abundando un poco en la vida y obra de Santo Tomás de Aquino … pág. 41

Epílogo II

Pleitos foreros y pleitos del rey en la Corona de Castilla ……………. pág. 58

Epílogo III

Consideraciones acerca del II Concilio de Lyon en 1274 ……………. pág. 60

Epílogo IV

Más sobre San Buenaventura …………………………………………. pág. 65