el clamor de los excluidos algunas …...nuestra propia responsabilidad, tenemos en la construcción...

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PLIEGO JOSé MANUEL CAAMAñO LóPEZ Universidad Pontificia Comillas de Madrid EL CLAMOR DE LOS EXCLUIDOS Algunas reflexiones ante la situación actual 2.824. 17-23 de noviembre de 2012

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Page 1: EL CLAMOR DE LOS EXCLUIDOS Algunas …...nuestra propia responsabilidad, tenemos en la construcción de ese mundo mejor y más igualitario al que aspiramos. 25 del bien y la verdad

PLIEGO

José Manuel CaaMaño lópezuniversidad pontificia Comillas de Madrid

EL CLAMOR DE LOS EXCLUIDOSAlgunas reflexiones

ante la situación actual

2.824. 17-23 de noviembre de 2012

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aquellos que, tras sortear las partes de Roma, tuvieron la osadía y la falta de escrúpulos para exponer como advertencia la cabeza cortada del ya eterno Cicerón.

Curioso y estremecedor al mismo tiempo. el impacto de una imagen moviliza las conciencias, es el mejor instrumento del poder y el más óptimo recurso para el despertar del sueño dogmático de una vida acomodada. sin embargo, el siglo XXI ha comenzado con una infinidad de imágenes de las que solo los poderosos se han sabido aprovechar y de las que la mayor parte de la humanidad no es más que el modelo que les sirve para sus fines. posiblemente, algo ha cambiado. el paso del tiempo ha conseguido mejorar las estrategias de la dominación. ni siquiera Carlomagno o Napoleón utilizaban los mismos medios para la consecución de sus objetivos. Quizás hoy aterra mostrar en público la cabeza cortada de un triunfo inmoral, pero ello no significa que la sutileza de las formas impida ver el trasfondo negociado de un sistema de injusticia, un sistema en el cual las aberraciones del pasado se han revestido del ropaje engañoso

del consenso institucional, el disfraz moral que tolera la existencia legal de una opresión que no deja de ser real. la incertidumbre, el miedo, la pobreza y la exclusión social son hoy las cabezas solitarias que están clamando nuestro socorro frente a la barbarie de unas instituciones internacionales más preocupadas por la estabilidad de los mecanismos de la codicia que de las voces que en un último suspiro claman ya piedad.

II. UN CANTO DE SIRENAS: DEMOCRACIA E INJUSTICIA

el siglo XXI ha amanecido calimoso. ¿Qué nos queda ya? ¿en quién confiar y depositar la decisión sobre el futuro de la sociedad? ¿Qué diría doña estulticia al mundo en que vivimos? ¿Cuáles serían las palabras de esa necia e insensata erasmista si pudiera ver el panorama en el que nos encontramos? Me gustaría pensar que la historia humana está hecha de luchas de valores, de controversias sobre aquello que es mejor para nuestras vidas y que, de alguna manera, todos nos comprometemos con alguna idea

I. LA ÚLTIMA LECCIÓN DE MARCO TULIO CICERÓN

en su magnífico relato sobre Cicerón, Stefan Zweig nos muestra la forma en la que la “cabeza muda de un hombre asesinado” llega a convertirse en la manera más elocuente de hablar contra la violencia, contra la ilegalidad, la brutalidad y el delirio de poder. nos enseña cómo una imagen sangrienta se vuelve clamor no buscado para la concordia de la humanidad. pero, probablemente, el asesinato del maestro de la lengua latina no es solo el reflejo de las últimas consecuencias del afán de control y dominación, sino que es el símbolo ya imperecedero de la miseria humana, de la subversión de los valores más esenciales que deberían regir la vida. esa cabeza solitaria expuesta en su lugar del senado romano es, en el fondo, la expresión más sublime del temor a la sabia palabra de un hombre comprometido con la justicia, de aquel que, sirviendo a la verdad, solo responde de sí mismo: “Nulli concedo, homo per se”, pensará Erasmo. porque, al igual que siglos más tarde a Tomás Moro, el único recurso que todavía le queda a un anciano cansado y hastiado es ese que atemoriza las conciencias de los hipócritas y esclavos del poder: la palabra inteligente y el testimonio moral de su vida. esa es la autoridad que teme el autoritarismo.

Con todo, el crimen de Marco Tulio Cicerón nos muestra algo que también para El gran inquisidor de Dostoievski no pasará desapercibido, y es el miedo al silencio de los sabios y a la imperiosa necesidad que tienen los verdugos para hacer alarde de su inmenso poder. Antonio, Octavio y Lépido sabían que no era suficiente poseer la Galia, numidia e Hispania, sino que, además, tenían que demostrar que nada ni nadie podía ya interponerse en su camino, tenían que mostrar a los ojos del mundo la fuerza de sus armas contra la palabra de la libertad. esa fue la manera por la que un hombre que pudo entrar en los anales de la historia por sus discursos y la inmortal obra De Officiis, lo hizo, sin embargo, por la inmoralidad de

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La moralidad llama a la puerta

Las condiciones de vida actuales, que condenan a la exclusión a tantos seres humanos, claman por un mundo mejor: un mundo donde primen las personas sobre las estructuras de la codicia y el egoísmo, y en el que los últimos también cuenten y sean escuchados. Porque ya no piden misericordia, sino simplemente justicia y humanidad. Estas páginas quieren ser una invitación al necesario rearme moral y a asumir el compromiso que, desde nuestra propia responsabilidad, tenemos en la construcción de ese mundo mejor y más igualitario al que aspiramos.

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del bien y la verdad. al menos, de esta forma la lucha tendría algún sentido y el esfuerzo no habría sido en vano. pero, al levantar la mirada y observar la realidad, parece que el pesimismo arrebata unos sueños que se vuelven prisioneros de la más triste desolación y quebrantamiento. Vemos con impotencia y vergüenza que la búsqueda de valores es un canto de sirenas, que la historia es en realidad una lucha de poder disfrazada de política, el colmo actual de la mentira y la frivolidad. por eso duele profundamente que alguien se atreva a decir la verdad y a reconocer lo que uno mismo sabe y vive: su decadencia. “la verdad es un veneno de los más activos”, decía el Duque del Buen callar de Emilia Pardo Bazán.

probablemente, incluso Maquiavelo tenía razón: a los príncipes no les interesa la amistad. es un vínculo demasiado frágil y perecedero, sencillamente porque se basa en la libertad. el poder real no se construye sobre el amor, sino sobre el temor. esa es la manera de perpetuarse hasta el fin, considerando a las personas no como ciudadanas, sino fundamentalmente como esclavas, como víctimas de su propia y frágil condición. en el fondo, la culpabilidad impuesta ha sido y es la manera más eficaz de mantener la injusticia de un sistema perverso, responsabilizar al pecador inventando su pecado y potenciando su miseria con el adormecimiento de su fuerza,

tal y como Zola decía en la voz de Roque: “sí, el aguardiente; es eso: el veneno que nos vende el burgués para embrutecernos y volvernos locos…, y tener él razón y perdernos”. el opio del pasado reviste hoy la forma de una responsabilidad social culpablemente impuesta.

la conciencia es fácil de manipular; y la voz de Dios en ella, demasiado vulnerable al apoderamiento. Basta con cargar el drama existencial y penoso de las personas con la acusación continua de su culpabilidad, con imprimir en su corazón la responsabilidad de su propia situación, haciéndoles víctimas de un modo de vida al límite o más allá de sus propias posibilidades, unas posibilidades que realmente jamás hemos tenido y de las que otros se apropiaron con la aprobación benévola de leyes y parlamentos. el único derecho que no nos arrebatan es el de pagar sus consecuencias bochornosas, en un momento en el que las espadas de los césares han

sido sustituidas por la mortífera arma de la mentira. la acusación continua invade la conciencia para convertirse en el superyó de nuestro fracaso, para hacernos ver y convencernos de que hemos sido nosotros los que con prepotencia y arrogancia hemos abusado de la confianza del sistema.

sí, corren malos tiempos para la conciencia y la moral, especialmente en un tiempo en el que lo más global, como ha puesto de manifiesto el prepósito general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, reside en la “globalización de la superficialidad”, en la trivialidad de esas costumbres que constituyen ya la “cultura del espectáculo”. lo importante, lo únicamente innegociable, es mantener el propio sistema, cueste lo que cueste y pese a quien le pese. la Torre de Babel no se puede derrumbar aunque tenga que crecer sobre el costado de los hombres. el sistema, ese instrumento convertido en sujeto, dice lo que dice y solo él tiene razón. a su bienestar se subordinan las decisiones; a su permanencia, constituciones; lo ensalzan y veneran porque saben que, en el fondo, es de él de quien dependen. él es quien les ofrece el poder, quien llena sus cartillas rodeándolos de lujo y de grandes honores. por eso les da igual todo mientras el sistema siga a salvo.

Curiosamente, hemos adquirido un nuevo descubrimiento: el de que el principio de no contradicción es irrelevante para esos líderes convertidos en predicadores, que pueden defender la vida y, al mismo tiempo, su contrario; proteger a la familia impidiendo construirla; aclamar el conocimiento frenando la formación; defender la constitución para la ideología y olvidarla para la vivienda digna; ensalzar los valores morales mientras se negocia con luces y casinos. “¿Cómo predicar a Dios y al diablo bajo el son de una única trompeta?”, se preguntaba erasmo. la conciencia parece reducida al arma de la resignación, de aquellos que carecen de todo lo demás. pero al líder la conciencia no le obliga, reconoce hacer lo que no cree y se acuesta como

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por eso parecen ser siempre tan actuales los versos del gran Quevedo:

“Toda esta vida es hurtar,no es el ser ladrón afrenta,que como este mundo es venta,en él es propio el robar.Nadie verás castigarporque hurta plata o cobre:que al que azotan es por pobrede suerte, favor y trazas.Este mundo es juego de bazas,que sólo el que roba triunfa y manda”.

III. “NO ME PEGUÉIS, PERO, EN FIN, SI QUERÉIS…”

en 1852, el padre del socialismo campesino ruso, Aleksandr Ivánovich Herzen, nos describía su experiencia por las calles de londres: “Todas las noches un centenar de miles de hombres no saben dónde posarán sus cabezas y la policía suele encontrar mujeres y niños muertos de hambre al lado de hoteles donde no se puede cenar por menos de dos libras”. la macabra y estremecedora descripción de Herzen, como ocurría también en el México de los Victorianos de Wilson, parece el relato de una fábula fantástica sobre una realidad inexistente e indeseable. pero, lamentablemente, es también el reflejo de un drama que adquiere ya el carácter de la perpetuidad, pues eso es lo que sucede cuando la injusticia pasa a

Y, como nos ha dejado escrito John Henry Newman, ni siquiera el papa puede hacer que el mal se convierta en una forma de bien. el malabarismo de las mayorías, la estadística de la frecuencia y la evidencia de la costumbre no siempre son criterio de moralidad, sino frecuentemente el mero reflejo de nuestra propia incapacidad y de lo fácil que sucumbimos a la tentación de la maldad. no en vano, el ius gentium de la escuela salmantina ha sido precisamente el medio que impide tropezar en la ceguera de la opresión.

la historia, para bien y para mal, es maestra. nos enseña nuestro poder, nuestras brillantes capacidades y los logros que la humanidad puede llegar a alcanzar. pero nos enseña también nuestras miserias, nuestro afán de poder inagotable y lo mucho que nos cuesta vivir liberados de egoísmos e injusticia. Don Juan tiene muchas caras, pero, en el fondo, desde Tirso de Molina hasta Zorrilla o desde Molière hasta Torrente Ballester, todos coinciden en lo esencial, en eso que Kierkegaard aglutinó en el mundo estético y que no es sino una forma de egoísmo más o menos justificado, la vida de ese que resulta indiferente si se trata de Fausto o del Judío errante, porque, en definitiva, está avocado a la más absoluta desesperación, al sinsentido radical de su vida. Creemos avanzar, creemos mejorar, pero hay lecciones que parecen no tener fin y constataciones que, lamentablemente, hemos convertido en demasiado rutinarias: la que dice que, pase lo que pase, siempre ganan los mismos, y que la honradez, la honestidad y la moralidad son el escudo con que se defienden las víctimas de la locura, esos tan inmóviles como la propia estatua de piedra ante el último episodio de la vida de Don Juan.

si nada, satisfecho, caliente y seguro ante la incertidumbre, el miedo de aquellos que, hartos de ser humillados, empiezan ya a sentirse como ofendidos. Decía Unamuno en La vida de don Quijote y Sancho que “todo nuestro mal es la cobardía moral, la falta de arranque para afirmar cada uno su verdad, su fe, y defenderla. la mentira envuelve y agarrota las almas de esta casa de borregos modorros, estúpidos por opilación de sensatez”.

Y aquí surge una pieza más del drama social y de la intemperie moral de nuestra vida cotidiana. el líder se apropia de una legitimidad que nos ha robado y del silencio de quienes sufren la exclusión del propio sistema, convierte la confianza en una carta para la libertad, o mejor, para la arbitrariedad. También así se han consolidado dictadores y totalitarismos, secuestrando con artimañas la voz de aquellos que pusieron en sus manos la esperanza de muchas vidas. escribía Ortega, en su opúsculo sobre la Democracia morbosa, que al hacer de la democracia el “principio integral de la existencia se engendran las mayores extravagancias”. Y tenía razón, un buen reflejo de que la organización democrática no solo necesita caminos de perfección, sino que no puede estar por encima de los valores que dan sentido a la vida de la humanidad. También Hipólito Taine escribía que “diez millones de ignorancias no hacen un conocimiento”. Cuando un sistema democrático se convierte en una carta blanca para el poder y la dominación, acaba por volverse contra aquellos mismos que le dan sentido, contra las personas a las que siempre debe servir. la democracia, nos guste o no, no es un instrumento moral, sino el resultado de un juego matemático.

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refugiarse en el rótulo de la normalidad. esa es una de las tragedias sociales de la historia, la inevitable tendencia a considerar a los excluidos como víctimas de las inquebrantables leyes del sistema, la consecuencia natural del propio ciclo vital. ese ha sido el error de papas y emperadores, el error que ha subyugado a pobres y miserables bajo las garras de una naturaleza convertida en una prisión. Ha sido el error que ha polarizado el mundo, dejando al azar el ejercicio de los valores y el hábito de las virtudes, el que ha relegado a la suerte la práctica de la caridad o la paciencia de la resignación. Y mientras tanto seguimos aún esperando esa mano invisible que restablezca de una vez por todas la armonía reinante del paraíso celestial, que elimine las barreras de un pecado del cual, en el fondo, todos somos, en mayor o menor medida, radicalmente responsables.

parece la trama de una obra de ficción; sin embargo, es el relato real de una experiencia repetida. Varios días me he despertado con los estruendos del crascitar de unos cuervos que picoteaban sobre los restos de comida en el basurero de mi calle. es curioso y aterrador al mismo tiempo. en ese mismo lugar, antes de la madrugada, eran familias las que hurgaban entre los despojos abrigados con prendas que seguramente poco antes habían

recogido de algún contenedor cercano. lo revuelven todo, absolutamente todo, girando tímidamente la cabeza de vez en cuando y apresurándose de un lugar a otro con su carrito de la compra. Caminan sin descanso esquivando los coches que van pasando y los que reposan inertes subidos en las aceras. Cuando ven nuestras miradas compasivas, miran hacia otro lado como pidiendo disculpas, con esa sensación de haber robado algo y esperando nuestro reproche, con cara de decir como el pobre asno de Sterne: “¡No me peguéis, por favor; pero, en fin, si queréis pegadme!”.

nunca antes me había llamado tanto la atención esa escena ya cotidiana. probablemente, porque en otro tiempo lo veía desde la distancia. eran gitanos, rumanos, moros, negros…, gentes de un lugar extraño que hacen cosas extrañas para vender y trapichear. pero resulta que ahora son nuestros propios vecinos quienes pasan hambre y mendigan la caducidad. son muchos de aquellos que años atrás saludábamos en la panadería y con los que compartíamos una tertulia. ahora son los nuestros, y es en ellos en donde nos vemos ya reflejados nosotros mismos, porque estamos comprendiendo que ya nadie es intocable. ahora es cuando empezamos a comprender la gran miopía social que nos impide ver la historia que

vive detrás de todas aquellas personas que cruzan las fronteras hacinados en pateras o escondidos en camiones, la lucha de esas gentes que arriesgan la vida y todo cuanto tienen por el sencillo sueño de un futuro mejor, el futuro que nosotros mismos siempre deseamos. son escenas familiares, que nos recuerdan una época que nunca imaginamos volver a repetir, la de ese londres recorrido por Herzen y esa Inglaterra descrita espeluznantemente por Taine: “Rostros tostados, curtidos por el sol; la madre tiene una cicatriz en la mejilla derecha, como de un zapatazo; madre e hija, la niña sobre todo, son criaturas asalvajadas y raquíticas. el gran molino social machaca y muele aquí la última capa humana bajo su engranaje de acero”. ahora son nuestros iguales quienes padecen y viven su propia historia calamitatum, y es en ella en donde entendemos que nunca hemos sido tan diferentes como durante tanto tiempo hemos estado pensando.

Ciertamente, la escena estremece, y uno no puede dejar de reconocer su culpabilidad, su pecado y el pecado del mundo ante la ignominia de la masa social, ante el sufrimiento de quien ha perdido todo posible sentido. pero –y aquí está lo verdaderamente preocupante– parece como si el horizonte se angostara cada día más, como si el futuro fuera un callejón sin salida de miseria y humillación, como esa “longa noite de pedra” que jamás ve el amanecer y se sume más y más en la noche oscura de la injusticia. nos sentimos abandonados, desesperanzados…, en un viaje sin fin, como alicia cayendo por la madriguera del conejo pero sin llegar nunca hasta el jardín de las ramas y hojas secas. “¿Me echará Dios de menos esta noche?”, se preguntaba. ¿Qué será de las víctimas de la injusticia? ¿Qué haremos ante el dolor y el sacrificio con que les cargamos? ¿Cómo podremos curar sus heridas?

IV. LAS LECCIONES OLVIDADAS

en plena Revolución Industrial, el gran estadista William Ewart Gladstone reconocía que “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. Casi sin quererlo, hizo una predicción que seguimos viendo

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es sorprendente el ferviente entusiasmo que tantos líderes ponen en sus llamadas a la refundación del capitalismo. Tan sorprendente como insultante, sencillamente porque el último siglo no es más que la historia de su desastre, de sus avatares y debilidades, la historia de cómo unos y otros han ido cediendo al imperio del capital, la esencia misma del capitalismo. Pío XI era consciente de que la libre concurrencia de las fuerzas, que rige sus expresiones concretas, conduciría a la dictadura de la economía, cosa que también los papas posteriores han captado magistralmente en sus análisis sobre el desarrollo, la paz o el trabajo. Yo no sé, y hasta lo dudo, si el capitalismo admite o no correctivos de algún tipo que lo conviertan en algo que en realidad no es, que impida subjetivar sus mecanismos de funcionamiento haciéndolo más humano y moral. pero, en cualquier caso, y aun reconociendo la importancia de la estabilidad de las instituciones para el bienestar de la sociedad, un sistema basado en el “apriorismo económico” y en la “ideología tecnocrática” que prima el capital es un sistema que camina hacia el reino de la idolatría, de la subordinación de las personas al dinero o a la ideología, un sistema demoníaco y destructor. esa es la raíz que está detrás como alimentando gran parte de las estructuras de pecado que conforman nuestro mundo, esas por las que, incluso las víctimas, no dejan de ser inconscientemente culpables, el instrumento más sutil para dominar las conciencias.

posiblemente, no sea sencillo encontrar el método adecuado de cambiar nuestras costumbres, de que también los excluidos consigan derechos y no solo deberes. pero más difícil aún es encontrar las ganas de buscarlo, la voluntad para que de una vez por todas escuchemos la llamada que nos dirigen quienes luchan por sobrevivir, porque ya solo esta es su triste reivindicación. no es justo, como dijo el último Concilio y luego radicalmente Juan Pablo II, que antepongamos las instituciones al bien de las personas, pues son ellas sus sujetos y la finalidad hacia la cual están encaminadas: “la prioridad del trabajo

variedad de instrumentos distintos que, sin embargo, han coincidido en la misma terrible consecuencia: la globalización de la desigualdad. posiblemente, Karl Marx cometiera muchos errores, pero predijo algo que no dejamos décadas tras décadas de seguir experimentando: las crisis cíclicas del sistema capitalista, agravadas aún más con la permanente derrota de los sufridores de siempre. es el retorno de lo mismo con la excusa del progreso.

Ciertamente, el siglo XX resulta aleccionador, aunque nos resistamos a darle la razón. planes estratégicos, matanzas, convenios, luchas de diamantes, investigaciones, exportaciones democráticas…, montones y montones de artificios buenos y malos que, sin embargo, no han dejado de coincidir en lo mismo: la unidad de su control y el beneficio de los poderosos. porque hay pocas cosas que sucumban ya al azar, muy pocas que no sean instrumentos de aquellos para los que sus fines justifican cualquier tipo de medios y en donde la moral se convierte en el cartel publicitario para esconder sus propios crímenes. lamentablemente, pocas veces la política es ya una vocación, sino la manera más fácil para solucionar las incertidumbres de una vida compleja. por eso resultan siempre actuales las palabras de Max Weber: “el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo”.

cumplida, esa en la que los últimos no han cambiado de lugar y en donde los primeros han conseguido afianzar sus mecanismos de poder apropiándose de su control. Gladstone, siendo liberal, sabía las consecuencias de un sistema injusto, ese parcialmente descrito por zola en Germinal, por ese mismo hombre que en su defensa de Dreyfus proclamó en nombre de la humanidad el derecho a ser feliz. es moralmente inaceptable que no hayamos aprendido nada.

Frecuentemente, recuerdo la brillantez de unas palabras del papa Pecci en la gran Rerum Novarum de 1891: “un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”. probablemente, ni siquiera Marx lo habría expresado mejor, con la claridad y radicalidad con la que lo hizo León XIII. él, a pesar de la circunstancia histórica y de las dificultades de entonces, era consciente de la ignominia de los trabajadores y de los débiles del sistema, como lo fueron antes Ozanam, Ketteler o Lammennais: “la ciencia sin conciencia es la ruina del alma”, decía este último. lamentablemente, y a pesar de los esfuerzos del cardenal Mermillod o de La Tour du Pin en el Círculo de Friburgo y otras instituciones del momento, existe la tendencia a ser menos radical en las propuestas que en las observaciones, y el siglo XX será ya el siglo de la contradicción más espantosa. el propio pecci supo ver que el tiempo había entregado insensiblemente “a los obreros, aislados e indefensos a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores”.

Cuando uno mira la historia del último siglo, no puede no pensar y preguntarse qué es lo que se ha hecho mal. ¿por qué se ha globalizado tan fácilmente la injusticia y la tiranía de la economía? ¿por qué la usura, que la propia doctrina cristiana había criticado en su primera encíclica Vix pervenit (1745), se ha convertido en el principio que dirige el sistema financiero amparada por leyes que la protegen? ¿por qué el robo de los fuertes ha dominado la labor solidaria de los pueblos? se han sucedido ideologías, guerras, conflictos, sistemas…, una

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sobre el capital”, afirmó el papa polaco en Laborem exercens. un sistema, sea cual sea, que antepone la estructura financiera, la estabilidad de los mercados y el bienestar de los poderes, sobre la ciudadanía humana universal, sobre la vida de las personas y sus familias…, es un sistema que podrá llamarse y justificarse como se quiera, pero jamás dejará de ser un sistema de inmoralidad, una estructura de pecado.

no estoy seguro de si es pronto o quizá demasiado tarde. pero sí de que es urgente, de que ya no se puede seguir haciendo oídos sordos a quienes ya casi no les queda voz. Y es loable el esfuerzo real de tantas personas e instituciones que día tras día lo vienen haciendo, a pesar de las dificultades que el propio sistema les pone. Quizá sea la hora de poner radicalmente en marcha en toda sociedad la llamada que Karl Bücher le hacía ya a la Iglesia del siglo XIX: “sacerdotes de Jesucristo: tenéis ante vosotros una tarea magnífica. Hasta ahora habéis enseñado la salvación individual. es hora de enseñar la salvación social… a menudo habéis hablado al pueblo de esperanza y de

resignación; rara vez de sus derechos. a menudo les habéis dicho que la miseria es hija del vicio; demasiado raramente que es también resultado del mal social. a menudo vuestra caridad ha socorrido sus males; pero raramente ha buscado las instituciones que curan la miseria. He aquí por qué el pueblo os conoce mal”.

Bücher, que hablaba así a la Iglesia que tardíamente consiguió entrar en los problemas de la cuestión social, ensombrece de alguna manera toda la labor eclesial en favor de los desfavorecidos a lo largo de la tradición cristiana, el compromiso de tantas y tantas personas e instituciones de acción social y caritativa que desde el evangelio se han dedicado con entusiasmo y entrega a los necesitados, enfermos y desvalidos. se olvida de la inmensa tarea que desde hace siglos vienen haciendo benedictinos y cartujos, cistercienses y franciscanos, dominicos y jesuitas… oculta también el esfuerzo de esos grupos de devotos cristianos que desde el centro de Italia, desde Florencia y Bolonia, se han extendido hasta la Borgoña francesa, a la región de Flandes y al resto de europa

y del mundo creando y organizando verdaderas redes de promoción social de los más desfavorecidos. pero también tiene un mérito que no podemos soslayar, y es el de poner el compromiso social en el centro mismo de la vida de la Iglesia, en el corazón de su misión evangelizadora. Y es indiscutible que, hasta el día de hoy, en un momento en el que muchas vidas luchan día y noche contra la desesperanza de su dramática situación, son las instituciones eclesiales de caridad uno de los signos más visible y el testimonio más creíble de la propia fe cristiana. el compromiso social es verdaderamente una forma de evangelización, la encarnación del mensaje de Jesús en medio de nuestras vidas.

V. EPÍLOGO MÁS O MENOS ESPERANZADO

Resulta difícil dar una palabra de aliento a quien tanto daño hemos hecho. ¿Cómo decirles que tienen nuestra solidaridad, que están presentes en nuestros pensamientos y que entendemos lo que les pasa? ¿Cómo hacerles ver que la Buena nueva llega a ellos y que, pese a todo, están destinados a llegar entre los primeros? Indudablemente, la fe y la salvación trascienden las condiciones negativas de nuestra frágil naturaleza. pero tampoco podemos remitirlo todo perpetuamente a la justicia divina y a su promesa de vida eterna; bastante le hemos encomendado ya a lo largo de los siglos, bastantes pecados hemos dejado a su gratuita expiación. el problema es que, posiblemente, no lleguemos a entenderlos del todo, nos cuesta ponernos en su lugar cuando solo los vemos a través de los cristales o leemos su pesadilla en hojas de papel. es difícil, pero es necesario.

la historia necesita profetas que no solo denuncien, sino, sobre todo, que actúen. necesita el testimonio esperanzado de aquellos que tienen la osadía de mirar la realidad de frente, de abrirnos la mente y el corazón ante la fractura que nosotros mismos provocamos. pero necesita, sobre todo, de personas convencidas de que podemos avanzar, de que la historia no es el simple juego de las fuerzas

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eliminado pueblos enteros y masacrado millones de vidas. Ha sido la codicia uno de los pecados más grandes de nuestro mundo y la que ha provocado la fragmentación, el enfrentamiento, la asimetría y la desigualdad de la que día tras día somos testigos. pero ha sido también la que ha hecho de una vocación noble el objeto de ira y desconfianza de las indefensas víctimas de sus ataques, la que ha convertido la política en enemiga cuando debiera ser su cómplice. es la codicia la que ya impide ver el quijotismo de sancho y el sanchopancismo de Don Quijote, sencillamente porque parece que uno ya no es capaz de verse con claridad en la tarea que el otro desempeña. por eso es inaplazable la urgente reconciliación que permita mirarse a los ojos y percibir que todos importan, sentir que la sociedad tiene un proyecto común más allá de las diferencias, un proyecto movido y dirigido hacia la búsqueda de lo mejor. el propio Cicerón lo dijo con claridad: “los hombres se asemejan a los dioses cuando hacen el bien a la humanidad”.

Ciertamente, las condiciones de vida actuales, la situación de humillación y exclusión en la que tantas personas viven, claman por un mundo mejor, por un mundo en el que también las minorías cuenten, en donde primen las personas sobre las estructuras de la codicia y el egoísmo, un mundo en donde su voz también sea escuchada y sus lágrimas consoladas. son personas que ya no piden misericordia, sino sencillamente justicia y humanidad, sencillamente porque su condición lo merece. el gran escritor mozambiqueño Mia Couto, en su obra Cada homem é uma raça, escribía:“Só um mundo novo nós queremos: o que tenha tudo de novo e nada de mundo” (“solo queremos un mundo nuevo: el que tenga todo de nuevo y nada de mundo”). no sé si esto es posible o no lo es, pero sí creo en la necesidad de una nueva refluorescencia moral, del compromiso que desde nuestra propia responsabilidad tenemos en la construcción de un mundo mejor, de nuestra necesaria contribución a la realización de ese corpus mysticum o mundo moral de toda la humanidad: el reino de la igualdad, un nuevo pentecostés.

solo así, con esa experiencia que san Ignacio pedía en la Contemplación para alcanzar amor, la moral es radicalmente humana y así profundamente cristiana. Kant lo ha expresado muy bien: “si nos desatendemos de hacer hombres buenos, jamás tendremos creyentes sinceros”, sencillamente porque son dimensiones inseparables: “También los demonios creen, pero se espantan”, nos dice la Carta de santiago. “lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños a mi me lo hicisteis”, decía Jesús de nazaret.

ese es el sentido de la moral: un intento de poetizar la vida, de convertir nuestra difícil existencia en una obra de arte sublime, llevarla a la plenitud de su ser. en realidad, eso es lo que le pasó a scrooge en el famoso cuento de Dickens, una auténtica conversión, el descubrimiento de que lo importante es darle sentido a aquello que parece que ya no lo tiene. Y esto no es posible sin escuchar la llamada del otro, sin la interpelación ética que supone la vida de los demás. pues, como nos ha recordado en alguna ocasión el maestro Aranguren, jamás nadie será justo siendo impasible ante la injusticia ajena. la necesidad de los demás no pide compasión, sino auténtico compromiso en la curación de su dolor.

en el siglo I a.C., la codicia de los hombres asesinó al más grande maestro de la lengua latina. esa misma codicia ha sido el arma más mortífera a lo largo de toda la historia, la que ha instrumentalizado religiones,

inescrutables de la naturaleza humana ni el mero despliegue de un eterno retorno de lo mismo, de la eterna injusticia. necesitamos, en fin, de esa “imaginación prospectiva” de la que hablaba el papa Montini, del convencimiento radical de que existe una luz que está en nuestra mano y de que de todos depende una vida mejor para el conjunto de la humanidad. la llamada de Bücher a los sacerdotes de Jesucristo es hoy un clamor para toda la sociedad.

Ciertamente, no podemos adelantar el futuro, pero tampoco sucumbir a las dificultades del presente. la esperanza se caracteriza precisamente por eso, por tender a lo irrealizado, por creer que podemos ser mejores y que, pese a todo, la vida tiene un sentido. De alguna forma, la moral parte de la convicción de que la libertad solo llega a su plenitud cuando es capaz de situarse en la esfera de un mundo mejor aún por construir, cuando sabe que el bien es el horizonte en el cual situar todo el comportamiento. uno puede imaginarse a Bernardo de Claraval persiguiendo a Pedro Abelardo por las calles de parís para obligarle a someterse al dictamen de las bulas. pero jamás hará que sea un hombre moral en el esquema que él mismo sostiene. sencillamente, porque no hay norma terrenal ni fórmula finita que convierta una vida hipócrita en ejemplo de moralidad, algo que la auténtica vocación política no podrá nunca manipular.

en el fondo, todos lo sabemos. somos conscientes de nuestros pecados, aunque ocupemos la conciencia con miles de entretenimientos pasajeros y diversiones momentáneas. sabemos que la moralidad llama a nuestra puerta, aunque nos resistamos a dejarla entrar y prefiramos la comodidad de nuestra inquietante soledad. sencillamente, porque lo importante exige sacrificio y, sobre todo, liberación. eso es lo que san Pablo nos sigue recordando con suma claridad. porque solo siendo libre, absolutamente libre, la vida tiene sentido, y solo en libertad es posible amar y ser auténticamente feliz. por eso la vida moral es tan exigente y complicada, porque vivimos atados a demasiadas cosas superficiales que nos impiden reencontrarnos con lo esencial, con la raíz misma de nuestra propia condición.

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