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1 Palabras, significados y acción Conceptos fundamentales en teoría y análisis del discurso Guillermo González Campos

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Palabras, significados y acción

Conceptos fundamentales en teoría y

análisis del discurso

Guillermo González Campos

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A Helia, Froilán y todos mis amigos

y alumnos de la San Judas

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Soy hombre, es decir,

animal con palabras.

Y exijo, por lo tanto,

que me dejen usarlas.

JORGE DEBRAVO

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¿Qué es el análisis del discurso?

Ocurre con frecuencia que, cuando se interroga al analista del discurso sobre la naturaleza de su campo de estudio, este, en lugar de dar una respuesta puntual, se refiera más bien a la complejidad de definir con exactitud en qué consiste su disciplina. De hecho, la gran mayoría de manuales y cursos introductorios normalmente comienzan señalando que, debido a la complejidad y variedad de las investigaciones que se realizan bajo el amparo de la etiqueta “análisis del discurso”, explicar los conceptos, los problemas y los métodos que dicha expresión abarca no es una tarea sencilla. Esta situación se debe a que hoy día muchos de los estudios del discurso se hacen a través de un enfoque interdisciplinario, a partir de presupuestos teóricos distintos y orientados hacia propósitos que en determinados casos son radicalmente diferentes. Así pues, el análisis del discurso no siempre es entendido de la misma manera; al contrario, lo normal es que los especialistas tengan ideas completamente diferentes acerca de este ámbito de estudio y que sus líneas de investigación no solo diverjan, sino que incluso se contradigan.

Por lo anterior, parece sumamente difícil intentar brindar un panorama claro del análisis del discurso. Sin embargo, la empresa no se vuelve tan elusiva si se tiene en cuenta que la “inestabilidad” de dicha disciplina se debe sobre todo a la complejidad de asumir como campo de investigación al discurso, un objeto de estudio cuyos contornos son sumamente difíciles de definir, tal y como veremos más adelante. Además, con todo y la dispersión teórica, el análisis del discurso se presenta como un mundo complejo y heterogéneo, pero no caótico. Bajo este entendido, este capítulo ofrece una exposición general, en la medida de lo posible, tanto de los presupuestos teóricos y metodológicos como de los

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propósitos que han animado los estudios discurso a lo largo de su medio siglo de existencia.

Más allá de la oración

Para empezar, debe reconocerse que, aunque hoy día el análisis del discurso es un campo en el que confluyen distintas disciplinas y tendencias, en su mayor parte provenientes de las ciencias sociales, este surge dentro del ámbito de la lingüística1 y dentro de una corriente teórica en particular, el estructuralismo2. En efecto, la expresión “análisis del discurso” fue utilizada por primera vez en 1952 por el lingüista estadounidense Zelling Harris para referirse al análisis y descripción del lenguaje a un nivel mayor al de la oración. De esta manera, en un inicio, el propósito de esta disciplina fue “enfrentarse” a fenómenos lingüísticos complejos. La definición que brinda Michael Stubbs (1983: 1) es muy consecuente con dicha manera de pensar; para él, el análisis del discurso consiste en “to study the organisation of language above the sentence or above the clause, and therefore to study larger linguistic units, such as conversation exchanges or written texts”3.

Quizás valga la pena detenerse un poco en los orígenes y las implicaciones de este primer concepto de análisis del discurso. Esta definición, en primer lugar, restringe el estudio del discurso a la lingüística, la cual, como dijimos, es la disciplina fundante. Actualmente, una gran mayoría de los estudiosos del discurso son lingüistas y realizan su trabajo dentro de la metodología y los marcos conceptuales propios de la lingüística; no obstante, hay otra gran cantidad de estudiosos que no “visualizan” el análisis del discurso de esta manera, sino que más bien lo consideran como un “espacio” en que confluyen investigadores provenientes de distintas disciplinas.

En segundo lugar, esta definición, al hablar de “unidades lingüísticas mayores”, nos introduce dentro de la concepción del lenguaje y la manera de operar de los estructuralistas. El estructuralismo es el paradigma4, es decir, la

1 La lingüística es la disciplina cuyo propósito es estudiar desde una perspectiva científica el lenguaje y las lenguas naturales. La lingüística estudia la facultad comunicativa propia de los seres humanos y las diversas lenguas en las que esta se manifiesta. Su principal propósito es describir y explicar los elementos constitutivos de las diversas lenguas, así como las relaciones y las leyes que rigen su funcionamiento (Alcaraz y Martínez 1997). 2 En relación con esto, Dominique Maingueneau (1976) es sumamente explícita cuando afirma que el análisis del discurso es “síntoma y consecuencia de ese contexto teórico a menudo muy difuso que es el ‘estructuralismo’”. 3 Estudiar la organización del lenguaje por encima de la oración o la cláusula y, por lo tanto, estudiar unidades

lingüísticas mayores, como los intercambios conversacionales o los textos escritos. 4 La noción de paradigma científico fue introducida por Thomas Kuhn en su obra La estructura de las

revoluciones científicas (1962) y se refiere a un conjunto de creencias, valores y técnicas compartidos por una comunidad científica durante una época determinada y en unas condiciones sociales concretas. Para Kuhn, la ciencia progresa a través de un proceso por medio del cual un paradigma sustituye a otro tras un periodo de

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tendencia teórica y metodológica, que predominó durante buena parte del siglo XX no solo en la lingüística, sino en las ciencias sociales en general. Para poder entender, entonces, de qué estamos hablando, tendremos que remontarnos un poco atrás en la historia. Debe tenerse presente que toda esta concepción epistemológica surgió a principios del siglo XX de la mano de un lingüista ginebrino llamado Ferdinand de Saussure (1857-1913), quien concibió, al calor de sus clases, una teoría del lenguaje que cambiaría radicalmente los estudios lingüísticos. Curiosamente, Saussure nunca publicó absolutamente nada sobre esta nueva teoría y su divulgación se dio porque, tras la muerte del maestro, dos de sus alumnos, Charles Bally y Albert Sechehaye, a través de los apuntes de clase que se conservaban, organizaron las ideas de Saussure y las publicaron en 1916 bajo el título de Curso de lingüística general, libro que con el tiempo sería uno de los textos emblemáticos de la lingüística moderna.

El principal aporte de Saussure fue proponer que el lenguaje comportaba dos realidades distintas: la lengua y el habla. La lengua es un sistema de signos utilizados por una determinada comunidad para comunicarse, mientras que el habla es el uso individual de la lengua que cada quien hace para darse a entender en una situación determinada. Saussure consideró que la lingüística debía de estudiar la lengua y dejar de lado el habla, pues esta poseía un carácter “accidental”5. Tal decisión fue muy criticada posteriormente6; de hecho, en la actualidad muchos analistas del discurso consideran que sus estudios buscan comprender el habla, precisamente la parte que Saussure obvió. Así pues, el planteamiento saussuriano que tuvo mayor influencia fue la consideración de la lengua como un sistema de signos7 “en que todos sus términos son solidarios y en el cual

crisis y revolución. Durante el siglo XX, la lingüística ha tenido tres paradigmas: el estructuralismo, el generativismo y el funcionalismo. No puede obviarse mencionar que los paradigmas no pueden verse como tendencias “uniformes”; al contrario, constituyen realidades heterogéneas. El paradigma estructuralista, en lingüística, presentó dos versiones distintas, una europea y otra norteamericana, las cuales, a su vez, presentaron modelos analíticos diversos. De igual forma, el paradigma generativista, a lo largo de su historia, ha abarcado, por así decirlo, una gran cantidad de modelos teóricos; igual sucede con el funcionalismo. Se habla de paradigma porque, en la diversidad, pueden identificarse algunos postulados teóricos básicos comunes. 5 A pesar de esto, algunos discípulos de Saussure de la llamada Escuela de Ginebra plantearon la necesidad de estudiar el habla y conformar una especie de “lingüística del habla”. Para algunos, el análisis del discurso viene a ser precisamente una “lingüística del habla”, lo cual no sería del todo erróneo si la dicotomía lengua/habla no estuviera absolutamente superada. 6 Al respecto son sumamente explícitas las palabras de María Amoretti (1993): “Cuando yo considero un

enunciado en relación con lo que está fuera de él, en relación con su contexto, estoy frente a un discurso. Ya no me interesa

tanto lo que se dice, sino quién lo dice, por qué lo dice, cuándo lo dice, dónde lo dice. Saussure no trató estos asuntos en el

lenguaje porque consideró que eran del ámbito de lo individual y se limitó a estudiar el enunciado, es decir, la palabra

muerta”. 7 Saussure aseguró además que la lengua no era el único sistema de signos que poseían los seres humanos; para él, esta era solo uno de los muchos que utilizamos en la vida social. Él concibió que era posible definir una

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el valor de uno solamente lo obtiene la presencia simultánea de los otros”. Es de esta noción de “sistema” que va a derivar la noción de estructura utilizada en las ciencias sociales. Es importante tener en cuenta que Saussure utilizó la palabra “sistema” porque esta tenía una larga tradición en los estudios del lenguaje y la ciencia en general; considérese al respecto que Galileo Galilei tituló una de sus obras Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo (Diálogo sobre los dos sistemas máximos del mundo, 1632). La palabra aún permanece vigente en muchas disciplinas científicas. Efectivamente, en anatomía se habla, por ejemplo, del sistema respiratorio; en matemática, de sistemas de ecuaciones; en física, de sistemas termodinámicos; en economía, de sistema monetario, y, por supuesto, no se puede dejar de mencionar que en astronomía se habla del sistema solar.

Los planteamientos de Saussure adquirieron popularidad a partir de la década de los veinte, cuando se formaron varios grupos europeos (la Escuela de Ginebra, la Escuela de Praga y la Escuela de Copenhague) dedicados a estudiar el lenguaje desde la perspectiva saussureana, los cuales utilizaron preferentemente la noción de estructura. Fue el danés Louis Hjemslev quien delineó el concepto de estructura a partir de las relaciones internas de sus componentes. Posteriormente, el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss observó la trascendencia de las tesis estructuralistas y las aplicó al estudio de los pueblos que en aquel tiempo se llamaban “primitivos” (¡o peor aún “salvajes”!). A partir de ese momento, el estructuralismo se expandió hasta abarcar prácticamente todas las ciencias sociales. Su influencia fue decisiva desde el periodo de entreguerras hasta la década de los sesentas, cuando sus seguidores empezaron a mermar. El estructuralismo, en su concepción de la realidad, parte de la idea saussureana de que la cultura y cualquiera de sus manifestaciones es un “sistema”, es decir, una estructura y, como tal, se encuentra constituida por elementos, hechos o fenómenos entre los cuales media necesariamente una relación. En una determinada estructura, lo importante no son elementos, sino las relaciones coherentes que estos mantienen entre sí. En este sentido, la estructura no puede asumirse como la suma de sus partes constitutivas, es, más bien, una red de relaciones. El trabajo analítico consiste entonces en un proceso de segmentación, basado en la tradición del secere naturam, cuyo propósito es el descubrimiento de lo elementos más simples, y, consecuentemente, el estudio de sus relaciones. El principal atractivo que ofrecía dicho modelo era que la estructura, por sí misma, era suficiente para “explicar” la existencia y la relación de las partes que la

ciencia, llamada semiología (del griego σημεῖον ‘signo’) que estudiara los signos y, entre ellos, la lengua. Hoy día a esta disciplina se le conoce mayoritariamente como semiótica, nombre utilizado Charles S. Pierce, quien, independientemente de Saussure, tuvo la misma idea de crear una “ciencia de los signos”.

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conformaban, es decir, no había necesidad de recurrir a un elemento externo para explicar su modus operandi8.

Dicho de una forma muy simple, al analizar el lenguaje, los estructuralistas pretendieron estudiar el lenguaje en sí mismo; para ello, este fue dividido en niveles y componentes que se estudiaban por separado. De esta forma, por citar un caso, la parte más elemental del lenguaje es el sonido y para estudiarlo se creó la fonología. Había pues un nivel fonológico en el lenguaje, el cual estaba conformado por unidades sonoras mínimas, a las cuales se les llamó fonemas (nuestro español tiene, por ejemplo, veintidós fonemas). A lo largo de los estudios lingüísticos y de forma semejante al caso anterior, se fueron añadiendo distintos niveles que abarcaban unidades lingüísticas mayores. Así, se crearon, entre otros, el nivel morfológico, compuesto de unidades llamadas morfemas; el nivel léxico, compuesto de lexemas, y el nivel sintáctico, cuya máxima unidad era la oración.

En este momento podemos retomar la definición de análisis del discurso que se dio antes y comprender el contexto en el que surge. En efecto, como bien lo señaló Zelling Harris (1952) al crear la expresión “análisis del discurso”, la lingüística de aquel tiempo, eminentemente estructuralista, necesitaba superar el límite que le imponía la oración9 y abordar el estudio de la mayor de todas las unidades lingüísticas, el discurso; pero para ello, desdichadamente, solo disponía del a todas luces ineficiente instrumental metodológico estructuralista, el cual ya empezaba a entrar en crisis. Por eso, Harris se vio obligado a considerar que el discurso era un “conjunto de oraciones” que se relacionaban a través de una serie de reglas de encadenamiento y que, por lo tanto, eran susceptible del mismo análisis distribucional10 que se aplicaba a las demás unidades de la lengua. De acuerdo con este proceder, la comparación de dos enunciados como Aquí las hojas caen hacia mediados de otoño y Aquí las hojas caen hacia el final del mes de octubre, permiten concluir que existe una equivalencia lingüística entre hacia mediados de otoño y hacia mediados de octubre, pues su contexto es idéntico. Dicho procedimiento servía para determinar las clases de equivalencia, luego los resultados de este análisis, reagrupados en un cuadro, mostraban las reapariciones de las clases en el texto. Para ilustrar su método, Harris trabajó con un texto publicitario muy reiterativo;

8 Por esta cualidad, se afirma que las posturas estructuralistas están íntimamente ligadas a la noción ontológica de inmanencia. En filosofía, se habla de inmanencia cuando la existencia de alguna cosa se define en virtud de su mundo interior, o sea, cuando existen por sí. Este concepto se opone al de trascendencia, el cual implica que la existencia se determina por su conexión con hechos externos. El ser, en este segundo caso, vendría dado por “algo” exterior. 9 “The first problem arises because descriptive linguistic generally stops at sentence boundaries.” (Harris 1952). 10 El análisis distribucional era un conjunto de técnicas utilizadas por el estructuralismo norteamericano con el fin de describir los elementos del lenguaje. Se entiende por “distribución” de una determinada unidad lingüística al conjunto total de contextos en que esta puede aparecer. La distribución se utiliza como criterio para establecer las clases o subclases de las unidades. Por ejemplo, si frío y caliente tienen la misma distribución, entonces ambas se consideran pertenecientes a la misma clase (Alcaraz y Martínez 1997).

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cuando los analistas del discurso que le sucedieron intentaron utilizarlo en textos menos regulares, se vieron en serias dificultades, las cuales con el tiempo revelaron que este tipo de análisis es incapaz de explicar de forma satisfactoria cómo se estructuraba el discurso. Por otro lado, en esta época, el estructuralismo comenzaba a entrar en una franca decadencia principalmente porque su modelo teórico no daba cuenta del proceso de comunicación en que se encontraba inmerso el discurso. La pretensión, en un inicio sugestiva, de encontrar la “esencia” del lenguaje dentro del lenguaje mismo no tuvo en cuenta que en el mundo de los seres humanos uno no se encuentra con el lenguaje en sí mismo; al contrario, el lenguaje siempre aparece en eventos comunicativos reales; obviar el contexto en que este se produce, como lo ha señalado Robert de Beaugrade (1997), no fue otra cosa sino una “desconexión del lenguaje”.

“Lenguaje en acción”

Por las razones antes expuestas, el estructuralismo cayó en decadencia y poco a poco su influencia en las ciencias sociales fue menguando hasta que, a finales de la década de los sesentas, las duras críticas enunciadas por Michel Foucault, Jacques Derrida y Gilles Deleuze terminaron por acabar con él. Como es de suponer, tras su final, el análisis del discurso requirió un replanteamiento radical de sus perspectivas teóricas y metodológicas. En la lingüística, el estructuralismo prevaleció hasta la década de los sesentas cuando Noam Chomsky cuestionó severamente sus bases teóricas y creó una nueva forma de entender el lenguaje a través de la corriente conocida con el nombre de generativismo11, la cual con grandes modificaciones y a través de muchas versiones ha continuado existiendo hasta nuestros días. El principal problema que enfrentó el análisis del discurso en ese momento fue que Chomsky, por su férrea oposición al estructuralismo12, se opuso con vehemencia a que el análisis lingüístico se hiciera a partir de datos empíricos, es decir, a partir de manifestaciones “reales” de lenguaje. Chomsky partió de la idea de que todo hablante posee un conocimiento mental y abstracto, localizado en el cerebro, de las reglas que permiten la generación de una secuencia lingüística posible. De esto se deduce que, para hacer el análisis lingüístico, solo se necesita de la intuición que surge de este conocimiento interno que todo hablante posee. Así pues, en lugar

11 Este nombre se debe a que la idea original del generativismo era crear una gramática que permitiese generar

todos los posibles enunciados de una lengua. 12 El generativismo desde sus inicios se constituyó como una teoría que estaba en franca oposición con la concepción del lenguaje y los procedimientos analíticos del estructuralismo norteamericano. De hecho, Syntactic Structures (1957), la primera obra en la que Chomsky expone su modelo, se publicó en Europa por las dificultades que tuvo dentro de la ortodoxia estructuralista de los Estados Unidos.

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de analizar el discurso producido en un determinado momento, el lingüista debe reflexionar por medio de la introspección acerca de su propia lengua. Chomsky llamó a este conocimiento interno competencia (competence) y postuló el estudio de esta como objetivo primordial de la lingüística. El uso real del lenguaje, que él llamó actuación (performance), no debía ser el objeto de estudio de la lingüística. De esta manera, Chomsky, varias décadas después, incurrió en el mismo error en que había caído Saussure. Las reacciones ante dicha idea pronto empezaron a aflorar. Con el tiempo, varios lingüistas se dieron cuenta de que los modelos utilizados por el generativismo eran sumamente abstractos y, por ende, cada vez se alejaban más de su objeto de investigación (el lenguaje). A finales de la década de los sesentas, el lingüista norteamericano Dell Hymes advirtió que la competencia lingüística postulada por Chomsky era insuficiente para poder emitir un mensaje lingüístico efectivo, pues para poder conversar, por ejemplo, no basta con conocer las reglas que permiten formar secuencias gramaticalmente correctas, es necesario, además, tener un dominio de reglas de tipo social, cultural y psicológico que rigen el uso del lenguaje en los distintos contextos sociales. Al respecto, puede mencionar un ejemplo sumamente ilustrativo. Si alguien nos detiene en la calle y nos dice: “Disculpe, ¿usted sabe donde se encuentra el Hotel del Rey?”, nadie le respondería algo como lo siguiente: “Sí, yo sé donde se encuentra”, pues todos sabemos, por la esfera social en la que nos desenvolvemos, que quien pregunta esto desea que le indiquemos en qué lugar se encuentra dicho hotel. Dell Hymes llamó a este conocimiento de base social competencia comunicativa. Para poder hablar una lengua, no solo se requiere un dominio de las estructuras gramaticales de esta (la competencia lingüística), sino también un dominio de las reglas que conforman la competencia comunicativa del hablante.

Al aporte de Dell Hymes se unió el desarrollo de la pragmática, disciplina que surgió gracias a los aportes de la Escuela de Londres (Bronislaw Malinowski, Raymond Firth y Michael Halliday), que recalcaron la importancia de estudiar el lenguaje a partir de su contexto, y la filosofía del lenguaje (John Austin, John Searle y Paul Grice), que aportaron la teoría de los actos de habla y el principio de cooperación. Estas contribuciones, y muchas otras más que sería muy largo enumerar, ayudaron a que se conformara una nueva corriente dentro de la lingüística, el funcionalismo, la cual se desarrolló durante la década de los setenta y comenzó a tomar fuerza a partir de los años ochenta. Esta nueva tendencia reformuló el análisis del discurso y lo convirtió en la tarea fundamental de la lingüística.

Para el funcionalismo el propósito fundamental del lenguaje es servir de medio de comunicación; consecuentemente lo importante es el análisis del uso que se le da al lenguaje dentro de la interacción social, en otras palabras, lo que se busca es conocer la función que el lenguaje cumple dentro de un contexto

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determinado. Tal objetivo está en clara confrontación con el enfoque conocido hoy día con el nombre de formalista, el cual es propio de las tendencias que siguen el generativismo. Actualmente, en enfrentamiento entre estas dos posturas (formalismo y fucionalismo) constituyen el principal debate contemporáneo de la lingüística. Básicamente, los formalistas (Chomsky, por ejemplo) tienden a ver el lenguaje como un fenómeno mental, mientras que para los funcionalistas el lenguaje es un fenómeno social. Para entender esto con mayor claridad, considérese la forma en que un niño adquiere el lenguaje. Para un formalista, el niño aprende a hablar gracias a las capacidades mentales innatas que este posee, mientras que para un funcionalista el niño lo hace gracias a la necesidad, que la sociedad le impele, de desarrollar habilidades comunicativas.

El paradigma funcionalista define al análisis del discurso como el estudio del lenguaje en uso. La expresión “lenguaje en uso” se refiere al lenguaje que es utilizado dentro de un contexto o situación comunicativa concreta. Este es el enfoque que, por ejemplo, nos brindan, Brown y Yule (1983: 1), quienes ofrecen la siguiente definición: “the analysis of discourse, is necessarily, the analysis of language in use. As such, it cannot be restricted to the description of linguistic forms independent of the purposes or functions which these forms are designed to serve in human affairs”13. Una de las características más interesantes del funcionalismo es su búsqueda de la interdisciplinariedad. Desde sus inicios, esta corriente tomó muy en cuenta los posibles aportes que otras disciplinas relacionadas con el lenguaje podían brindarle. Así, poco a poco, en las investigaciones se comenzaron a sentir la influencia del trabajo de psicólogos, sociólogos, antropólogos, filósofos, etc. Uno de los primeros grupos que dieron insumos teóricos al trabajo del análisis del discurso fue el de la lingüística textual, la cual, desde un punto de vista teórico, provenía de estructuralismo europeo. La expresión “lingüística textual” fue creada en la década de 1950 por Eugenio Coseriu, lingüista ampliamente conocido sobre todo por su trabajo en el campo de la semántica, y, abrigados con este nombre, un conjunto de estudiosos de diversos países de Europa (Ulrich Weinreich, Teun Van Dijk, Robert de Beaugrande, Wolfgang Dressler, Siegfried Schmidt) se propuso durante la década de los setenta analizar el lenguaje escrito con el fin de crear una “gramática del texto”, es decir, una descripción explícita de las estructuras que gobiernan lo textos escritos. Hoy día, mucho del trabajo desarrollado en esa época es clave para el análisis del discurso, en particular, son de gran influencia el concepto de textualidad y la tipología textual propuesta por este grupo. De hecho, algunos de quienes fueron lingüistas textuales luego se convirtieron en figuras importantes del análisis del discurso.

13 El análisis del discurso es, por necesidad, análisis de la lengua en uso. Como tal, no puede limitarse a la descripción de

formas lingüísticas con independencia de los propósitos y funciones a las cuales están destinadas esas formas.

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También fue sumamente decisiva la influencia de la sociología y la antropología. Así, en muchas corrientes es patente el aporte del interaccionismo simbólico (Margaret Mead), de la etnometodología (Harold Garfinkel) y de los trabajos de Erving Goffman y Pierre Bourdieu. Por otro lado, dentro de la lista de personajes influyentes, no puede dejarse de mencionar el filósofo francés Michel Foucault, quien teorizó sobre la influencia del poder en las condiciones de emergencia de los discursos, y el crítico literario ruso Mijaíl Bajtín, cuyo aporte más significativo son los conceptos de heteroglosia y dialogismo. No obstante, no debe dejarse de lado que, en total, es inmensa la cantidad de perspectivas teóricas que han influenciado de alguna manera los actuales estudios del discurso.

Una práctica social

Como hemos dicho, los estudios funcionalistas del lenguaje, y el análisis del discurso con él, comenzaron a emerger a finales de la década de 1970 y principios de la década de 1980. Durante este periodo, nacen las principales revistas sobre análisis del discurso, Discourse Processes (1978) y Text (1981), así como los primeros manuales, Maigueneau (1976), Coulthard (1977), Beaugrande y Dressler (1981), Edmondson (1981), Gumperz (1982), Brown y Yule (1983), Stubbs (1983), Lavandera (1985) y, sobre todo, los cuatro volúmenes del Handbook of discourse análisis editado por Van Dijk (1985). Dicha efervescencia y el contexto interdisciplinario en que se dio produjeron lo inevitable: los estudios del discurso comenzaron a desbordar el marco de la lingüística. En efecto, ya en los inicios de los ochentas había “preocupaciones” por trabajar más de cerca con los problemas sociales y políticos a los cuales refería el discurso. Fue pionero el estudio de Van Dijk sobre la manera como el discurso racista se expresa, reproduce y legitima. En otras palabras, los analistas del discurso advirtieron que se volvía imperioso estudiar el discurso y sus relaciones con los procesos sociales, lo cual los llevó a reflexionar sobre temas como las ideologías y las relaciones de poder. Con esto, puede afirmarse que el análisis del discurso sufrió un nuevo replanteamiento y se tornó en el estudio del discurso en tanto que práctica social14. Cuando se dice que el discurso es una práctica social se entiende principalmente que el lenguaje, más allá de ser un sistema (o una estructura), un conjunto de reglas abstractas o un medio de comunicación, es una forma de interacción, es

14 Una práctica social es una situación social concreta que se vive cotidianamente. Normalmente se distinguen dos tipos de prácticas sociales: las prácticas discursivas, como una conferencia, y las prácticas no discursivas, como la reparación de una máquina. Dicha división ha sido aceptada prácticamente de forma unánime. Sin embargo, Ernesto Laclau y Chantal Mouffle, en Hegemonía y estrategia socialista (1985), de forma muy cuestionable, niegan la validez de la distinción entre prácticas “discursivas” y “no discursivas”, en virtud de que toda práctica está estructurada de acuerdo con un discurso.

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decir, un medio por el cual actúan las personas. En palabras de Fairclough (1989: 23), “language is part of society; linguistic phenomena are social phenomena of special sort, and social phenomena are (in part) linguistic phenomena”15. En este sentido, el análisis del discurso no se considera la descripción de datos lingüísticos empíricos, sino el análisis de una actividad social. El discurso es una manera de “hacer cosas” y el análisis del discurso es, por lo tanto, el estudio de “cosas” que hace la gente. Este replanteamiento, que toma fuerza a comienzo de los noventa, fue tan radical que pronto hubo quienes no se sintieron a gusto con el enfoque anterior y crearon nuevas revistas de estudios del discurso, Discourse and Society y Discourse Studies, y, en un intento de “hacer casa aparte”, le agregaron a sus estudios el apelativo de “crítico”. Así surgió el análisis crítico del discurso, cuyas cabezas más visibles son Teun Van Dijk, Norman Fairclough, Ruth Wodak y Siegfried Jäger. El análisis crítico del discurso asume como fin primordial el estudio del lenguaje como una práctica social y, por ende, pretende, sobre todo, poner de manifiesto la opacidad y las relaciones de poder. Se parte de la idea de que las prácticas discursivas tienen efectos ideológicos, es decir, ayudan a producir y reproducir las relaciones de poder y la desigualdad que se da en los grupos humanos. Paralelamente al surgimiento de los corrientes “críticas” en el mundo anglosajón, en Francia, a partir de los setenta, surge la Escuela francesa de análisis del discurso, cuyos objetivos, en ocasiones, coinciden con el análisis crítico del discurso. Los principales integrantes de esta tendencia (Maingueneau, Guespin, Charaudeau, entre otros) se agruparon entorno a la revista Langages y, aunque partieron de las teorías de Harris, modificaron su método para atender aspectos sociales y enunciativos del discurso. Ampliamente influidos por Althusser, Benveniste, Pêcheux y, más tarde, Foucault, se avocaron a realizar análisis en los que se pretendía revelar las relaciones de poder subyacentes en los discursos. Hoy día, esta corriente se caracteriza por la importancia que le conceden en sus investigaciones a la situación y las condiciones de producción del discurso.

Bajo un signo heterogéneo

El crecimiento del análisis del discurso en los últimos tiempos ha sido inmenso. De ser un área marginal desarrollada por unos pocos académicos pasó a constituir un vasto campo en el que un número de estudios, cada vez mayor, encuentra su camino principal de investigación. Por eso, si hay algo que se pueda decir de los actuales trabajos de análisis del discurso es que es muy amplio y muy variable. Son trabajos en los que no hay uniformidad; al contrario, lo que impera es el carácter heterogéneo, a pesar de que no han faltado los intentos de

15 El lenguaje es parte de la sociedad, los fenómenos lingüísticos son una clase especial de fenómenos sociales y los

fenómenos sociales son (en parte) fenómenos lingüísticos.

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integración. Dentro de dicho panorama, resulta perentorio, aunque difícil, intentar al menos una clasificación de los distintos modelos teóricos y metodológicos del análisis del discurso. Norman Fairclough (1992) ha dividido los diversos trabajos hechos en análisis del discurso en dos grandes tipos: los críticos y los empíricos (no críticos). Los primeros tienden a estudiar cómo se perfilan en el discurso las relaciones de poder, las ideologías, las relaciones sociales, los sistemas de conocimiento, etc. Estos modelos se basan en su mayor parte en el trabajo de filósofos y teóricos sociales, como Antonio Gramsci, Louis Althusser, Michel Foucault y Jürgen Habermas, y se preocupan sobre todo por develar y explicar cómo se construyen las estructuras de poder. El análisis crítico del discurso estaría obviamente dentro de este grupo. El segundo grupo, por su parte, estaría integrado por analistas involucrados más bien con esquemas sociológicos de analizar el discurso y su significado en la interacción comunicativa de los seres humanos. El análisis de la conversación, creado por Harvey Saks y sus colegas en los setentas, estaría ubicado dentro de este segundo grupo. Cortés y Camacho (2003), por su parte, clasifican las distintas corrientes de análisis del discurso en tres bloques. El primero de ellos está ocupado por corrientes “tangencialmente” lingüísticas, entre ellas, el análisis conversacional norteamericano y la semiótica estructural. El segundo grupo abarca las corrientes más interesadas por lo lingüístico, como la escuela funcional de análisis del discurso (basada sobre todo en el pensamiento de Halliday), que estudia aspectos como la topicalización y las condiciones pragmáticas de interacción, la Escuela de Birmingham, con Sinclair y Coulthard a la cabeza, y la Escuela de Ginebra, que reúne las aportaciones de Roulet y Miche sobre la comunicación oral. El tercer y último bloque de la clasificación de Cortés y Camacho contiene solo una corriente, el análisis crítico del discurso, que, de acuerdo con estos autores, merecen ir aparte porque, aunque coinciden en algunos puntos con el segundo grupo, tienen la particularidad de que su propósito es enfrentarse a las ideologías desde una perspectiva de compromiso político. Dentro de este grupo se incluyen N. Fairclough, R. Wodak, T. van Dijk y M. Billig, entre otros. Una clasificación distinta es brindada por Stephanie Taylor (2001), quien sostiene que es posible distinguir cuatro variedades distintas de análisis del discurso. En el primer modelo, el analista está interesado primariamente por el lenguaje mismo. Los patrones que se identifican en el lenguaje en uso por lo general están en concordancia con intereses tradicionales de la lingüística. De esta manera, para explicar la relación entre el lenguaje y una situación social particular, puede recurrirse a conceptos como “género” o “código”. En el segundo modelo, los analistas están más interesados en el “uso” que en el “lenguaje” y la interacción se convierte en el punto de mayor interés. Los patrones lingüísticos se identifican más bien en términos de una secuencia de contribuciones a una

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interacción. En otras palabras, el lenguaje se analiza como un proceso. El tercer enfoque dirige su atención hacia el estudio de patrones lingüísticos asociados a un tópico o actividad particular. Investiga, por ejemplo, familias de términos asociados a una determinada profesión u oficio, como la enfermería. Por último, el cuarto tipo de analistas del discurso se centra en estudiar la importancia que juega el discurso al ser este parte de procesos y actividades sociales; por ejemplo, cómo se etiqueta a las personas o sus acciones dentro de una sociedad. En otras palabras, el analista identifica patrones lingüísticos y prácticas relacionadas con el fin de mostrar cómo estas constituyen aspectos de la sociedad. Al respecto, pareciera mucho mejor ver el análisis del discurso como un continuum en el que dos extremos analíticos discurren. Por un lado, se encontrarían el lenguaje en sus realizaciones a un nivel macro, es decir, los estructuralistas; en el área central estarían quienes estudian el discurso como lenguaje “en acción”, o sea, los funcionalistas; mientras que, en el otro extremo, se encontraría los estudiosos que tienden a centrar sus estudios en las prácticas sociales que el uso del lenguaje implica, es decir, los críticos. Conceptualmente hablando, estaríamos en presencia de un enfrentamiento entre quienes tienden a dar definiciones inmanentes del lenguaje y quienes prefieren dar definiciones trascendentes. Este continuum podría representarse de la siguiente manera:

Los diversos estudios se ubicarían gradualmente a lo largo del continuum

según hicieran mayor énfasis en una u otra tendencia. Si hiciéramos una retrospectiva del análisis del discurso, se podría notar que, a lo largo de su desarrollo, las tendencias metodológicas se han movido desde las perspectivas teóricas inmanentistas, como el estructuralismo, hasta aquellas que tienden mayormente al trascendentalismo. De hecho, en la actualidad, la mayoría de los estudios se inclina por el centro y la derecha de este continuum. Como es fácil de suponer, los que tienden hacia un lado y hacia el otro se encuentran en confrontación y en sus publicaciones no pierden la oportunidad de propinar críticas al lado contrario. Taylor (2001), por ejemplo, considera que los que estudios que tienden a analizar de forma inmanente el lenguaje constituyen una visión demasiado “simplista”, pues tienen el problema de presuponer que el lenguaje es un sistema estático, cuando en realidad es un sistema heterogéneo en

inmanencia

El análisis del discurso se cen-tra en el lenguaje mismo.

El análisis del discurso se cen-tra en el uso del lenguaje.

El análisis del discurso se centra en aspectos sociales presentes en el lenguaje.

trascendencia

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constante cambio. Del otro lado, Payne (1997), al hablar de los modelos que tienden a analizar más los aspectos sociales del discurso, considera que mucho de lo que es llamado “análisis del discurso” es más bien “interpretación del discurso”, pues sus hipótesis se basan en juicios interpretativos y no en la evidencia empírica.

Formas analizar el discurso

Para comprender mejor esta situación que se da actualmente en los estudios del discurso, es útil comparar algunos estudios pertenecientes cada uno a lugares distintos de este continuum. Un estudio que está más apegado a lo lingüístico y sus repercusiones en el discurso es el estudio de la transitividad. Tradicionalmente, se ha considerado que la transitividad es un fenómeno de cláusula que se define por la presencia de un participante que ocupe el lugar del paciente. En español, esto quiere decir que si una oración tiene un objeto directo es transitiva y, si carece de él, es intransitiva. Sin embargo, Hopper y Thompson (1981), en su propuesta sobre la transitividad, consideran que las propiedades que señalan la transitividad son definidas por un conjunto de rasgos discursivos, los cuales determinan el rango de transitividad de una determinada cláusula. Los rasgos relevantes son diez: los participantes, la kinesis, el aspecto, la puntualidad, la volición, la afirmación, el modo, la agentividad, la afectación y la individualidad. De este modo, se establece un continuum que va desde la transitividad más prototípica hasta la intransitividad más prototípica.

Esta caracterización se debe a que, según Hopper y Thompson, la transitividad no es un fenómeno de cláusula, sino discursivo. Para ellos, en el discurso pueden reconocerse dos porciones distintas: el primer plano, que constituye la línea principal del discurso y contiene aspectos como la secuencia de los eventos, los cambios de estado, etc., y el segundo plano, que provee una estructura durativa y descriptiva a la narración y la dota de un contexto espacial y caractereológico. La transitividad es baja en las porciones del segundo plano del discurso y de mayor grado en las de primer plano.

Para comprender mejor las implicaciones de esta descripción tan técnica, se puede contrastar lo dicho con un texto; por ejemplo, el famosísimo poema A Margarita Debayle de Rubén Darío16. En este, Darío cuenta, a partir de la segunda estrofa, la historia de una joven princesa que se robó una estrella. En la narración, puede verse, por ejemplo, que los verbos “era” y “tenía” de la segunda estrofa (“Este era un rey que tenía / un palacio de diamantes...”), la cual forma parte del segundo plano, son verbos de aspecto imperfectivo, no puntuales, de baja agentividad y poca afectación, es decir, son de baja transitividad, pues la

16 Consúltese el texto completo de este poema en los anexos.

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información que se consigna en esta sección la información que se brinda es contextual, es decir, nos ubica en un tiempo y una situación particular. A partir de la cuarta estrofa (que comienza “Una tarde, la princesa / vio una estrella aparecer...”) se comienza a narrar el evento y se nos dice, por fin, qué sucedió; en otras palabras, se entra en una porción de discurso de primer plano y, como lo establece la hipótesis de Hopper y Thompson, la transitividad sube. Nótese que Darío cambia el aspecto del verbo, ahora dice “vio”, que es de aspecto perfectivo, además, se puede notar que la acción de este verbo es puntual y su agentividad mayor que la de los verbos usados anteriormente, solo la afectación es parecida.

Como puede notarse, los estudios que siguen esta línea siguen siendo eminentemente lingüísticos, solo que toman en cuenta aspectos discursivos para explicar fenómenos gramaticales. Son estudios que rondan el área central del continuum que establecimos antes. Más hacia la derecha, se encontraría las investigaciones cuyo propósito es identificar las marcas lingüísticas de un discurso en particular. Los diversos estudios sobre el discurso especializado de la ciencia y la técnica serían un buen ejemplo de ello. A lo largo del tiempo, los textos científicos han atraído la atención de muchos analistas del discurso, los cuales han buscado discernir las estrategias lingüísticas que se utilizan en la formulación de los textos científicos. Los principales hallazgos han dado en cuenta que este tipo de textos no solo se constituyen como tales a partir del léxico (es decir, lo “científico” no es solo cuestión de vocabulario, de terminología, como se ha considerado comúnmente), sino que existen ciertos patrones de escritura que definen el discurso de la ciencia. Entre ellos, el más importante es, sin lugar a dudas, la desagentivización que se aprecia sobre todo en la impersonalidad con que se redactan estos textos. En efecto, en el discurso científico, los procesos no se manifiestan como verbos y los participantes en dichos procesos dejan de ser agentes y se “enmascaran” por medio de construcciones preposicionales, que a la larga generan una presentación “despersonalizada” de la realidad, la cual es captada generalmente como síntoma inequívoco de “objetividad”17. Este tipo de estudios es importante porque, analizadas estas estrategias textuales que crean la objetividad, se puede estudiar cómo los discursos dominantes, por medio de las estas estrategias, se presentan a sí mismos como “objetivos”, es decir, validan sus posiciones creando alrededor de ellas una aureola de “verdad inexpugnable”.

Este tratamiento nos lleva más a la derecha del continuum, hacia otro tipo de estudios, en los que lo lingüístico no es lo primordial. De hecho, quienes los

17 Gramaticalmente, este proceso se aprecia en la profusión de verbos impersonalizados mediante la partícula “se”. En este tipo de textos, es común las frases como “tal proceso se debe a...” o “se considera que dicho fenómeno...”. La nominalización tiene que ver con la transformación de una cláusula en una frase nominal. Por ejemplo, en lugar de decir “las células proliferan”, los textos científicos tienden a decir “la proliferación de las células”.

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hacen casi nunca se etiquetarían a sí mimos como lingüistas. Un caso que ilustra muy bien este tipo de investigaciones son los estudios discursivos que se dieron sobre el “descubrimiento” de América a propósito de la celebración del quinto centenario de dicho evento. El análisis discursivo de los relatos que narraban este hecho histórico reveló que quienes seleccionaron y le dieron un significado y un sentido a estos acontecimientos, lo hicieron por medio de modelos de pensamiento y conocimiento tendientes a imponer la legitimación de la conquista, pues la única fuente productora de la interpretación de las prácticas sociales del “descubrimiento” y posterior conquista y colonización fueron los conquistadores y, por lo tanto, el discurso que relataba esas prácticas y la valoración de sus procesos casuales se comprendieron solo desde la perspectiva europea. Es decir, ideológicamente la producción del discurso involucró un proceso mediante el cual una “realidad” prevaleció sobre otras, se constituyó en “verdad” y adquirió el carácter de “oficial”. Por lo tanto, dicho discurso evidenciaba un despliegue unilateral, cercenador y menoscabado en relación a las prácticas sociales que relata e interpreta. Gracias a estos estudios se adquirió conciencia de la necesidad de cuestionar estos paradigmas ideológicos y se cambió radicalmente la manera cómo se contaban y enseñaban estos eventos.

Puede notarse que este tipo de estudios trabaja sobre datos empíricos (los relatos sobre la llegada de Colón a América), pero no se interesa por estructuras gramaticales, su eje de atención son más bien la manera cómo las relaciones de poder y la ideología instauran en los discursos mecanismos represivos que pretende validar, legitimar e incluso justificar una visión alienante de la realidad. Este tipo de estudios están ubicados en el extremo derecho del continuo que definimos antes y, a todas luces, conllevan un compromiso de acción política, pues su fin último, como es de suponer, no es el análisis per se, sino que se persigue que las visiones dogmáticas pierdan vigencia y se conciencie a las personas de las prácticas marginadoras, o sea, se pretende producir un cambio de mentalidad que redunde en un mundo mucho más justo. Al respecto, ha sido paradigmático el combate del uso discriminatorio del lenguaje, en espacial del llamado “lenguaje sexista”. Basados en análisis que demostraban el ocultamiento de las mujeres en los discursos, se crearon pautas que buscan tornarlas visibles en los discursos y se espera que, con el tiempo, esto provoque la eliminación de, si no toda, al menos parte de la jerarquización de género que nos ha impuesto la sociedad patriarcal en que vivimos.

Parece estar demás agregar que es esta línea de investigación del análisis del discurso la que ha emergido con fuerza en los círculos académicos. Aunque parezca contradictorio, dicho auge es uno de los principales problemas que enfrenta el análisis del discurso. En efecto, hay mucha gente que hace tesis, investigaciones, artículos, ensayos, etc. basados en el análisis del discurso y una gran cantidad de ella no posee un conocimiento adecuado en torno al lenguaje

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humano y los diversos estudios y teorías que se han hecho sobre él. Esto ha acarreado que se cometan errores tanto en lo teórico como lo metodológico a tal punto que muchos autores hacen “cualquier cosa” menos análisis. Conviene, por lo tanto, hacerle ver al que se inicia en este oficio que el análisis del discurso, en cualquiera de sus muchas y variadas versiones o modelos, es una disciplina que pose un sustento teórico y una determinada metodología de trabajo y, por lo tanto, no es una etiqueta bajo la cual quepan críticas que en lugar de estar basadas en un análisis riguroso, se corresponden con las inclinaciones afectivas del analista.

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Lecturas recomendadas

Como introducción a la definición, la historia, los métodos y las disciplinas involucradas en el análisis del discurso los dos volúmenes editados por Van Dijk (2000a y 2000b) bajo los sugestivos títulos de El discurso como estructura y proceso y El discurso como interacción social son esenciales. Para el principiante, son de lectura obligada los capítulos iniciales del primero de estos libros (“El estudio del discurso”, escrito por el propio Van Dijk, y “La saga del análisis del discurso”, redactado por Robert de Beaugrande). En el capítulo cuatro de este mismo compendio, Susana Cumming y Tsuyoshi Ono brindan una panorámica general de cómo se trabaja con el discurso desde una perspectiva gramatical. En español, el mejor manual de análisis del discurso de que disponemos actualmente es Las cosas del decir de Ampara Tusón y Helena Calsamiglia (1999), su primer capítulo es útil para ubicarse dentro del “océano” de disciplinas y teorías que han influido a los analistas. Para un panorama crítico, aunque no exhaustivo, de los distintos modelos teóricos y metodológicos del análisis del discurso, consúltense el libro de Titscher y otros (2000) y el volumen editado por Wetherell, Taylor y Yates (2001). Para ello, también resulta útil el libro ¿Qué es el análisis del discurso? de Luis Cortés y Matilde Camacho (2003). Los análisis falsos que se hacen pasar por “análisis del discurso” en diversos círculos académicos han sido analizados por Antaki y otros (2003). La hipótesis de Hopper y Thompson (1981) fue aplicada al bribri, lengua indígena costarricense, por Carla Victoria Jara (1995); su lectura puede aclarar mucho esta perspectiva analítica. Las investigaciones sobre el discurso científico son numerosas; en español, puede consultarse el trabajo de Ciapuscio (1992) y el de Muñoz (1999). La bibliografía sobre la ideología del discurso de colonización de América es vastísima; para este texto, nos hemos inspirado en diversos artículos aparecidos en el vol. 4, año 1992, de la Revista Herencia, publicada por la Universidad de Costa Rica. Aquel que no esté acostumbrado a la terminología lingüística, la cual, por su polisemia, llega a ser un escollo incluso para los mismos lingüistas, puede consultar la obra de Enrique Alcaraz y María Antonia Martínez (1997). Si sus conocimientos idiomáticos se lo permiten, sería mejor la International Encyclopedia of Linguistics, la cual fue editada por Frawley (2003).

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Excurso metodológico

Debido a que los estudios del discurso no conforman un todo homogéneo, la primera tarea que debe emprender el investigador es la selección de una perspectiva teórica y metodológica. Obviamente, dicha escogencia está muy mediada por los intereses propios y por el tipo particular de investigación que se pretenda realizar. En todo caso, la selección de la teoría que se utilizó para interpretar los datos debe especificarse en el informe (artículo, tesis, etc.) por medio del cual se divulgarán los resultados del proceso investigativo. En este documento, es sumamente recomendable redactar un apartado denominado Marco teórico, Fundamentos teóricos o Consideraciones teóricas, entre otros nombres, el cual consiste en una exposición sistemática y coherente de los conceptos y definiciones que se utilizarán en la investigación. La redacción de este apartado se vuelve imperiosa si se tiene en cuenta que, como se explicó antes, las investigaciones que se realizan bajo el amparo de análisis del discurso son muy diversas. Es probable que en química, cuando se habla de “molécula”, todos entienden de qué se trata, pero en análisis del discurso, cuando alguien habla de, por ejemplo, “tema”, tiene que aclarar cuál noción de tema está usando; de lo contrario, sencillamente los investigadores no podrían entenderse entre sí. Un marco teórico es básicamente una explicación de los conceptos y las relaciones lógicas que se establecen entre ellos. En él, los conceptos están articulados de alguna forma. De ninguna forma, puede redactarse esta sección agrupando palabras sueltas seguidas de conceptos, cual si fuera un glosario. Otro aspecto que debe tenerse en cuenta es que en el marco teórico no es necesario “ponerlo todo”. Así, por ejemplo, en él pueden sintetizarse la perspectiva desde la cual se va a investigar: El análisis del discurso es un campo de estudio de amplio crecimiento en la actualidad que, bajo un enfoque interdisciplinario, pretende reflexionar sobre la producción del sentido en los textos. El análisis del discurso involucra varias tendencias y diversos enfoques; por eso, tiene definiciones muy variadas. Una definición muy extendida y que tiene mucha vigencia en la actualidad es aquella que plantea que es el estudio de la lengua en uso, es decir, una investigación sobre los propósitos para los cuales se utiliza el lenguaje. Obviamente, al escribir esto, se presupone que el lector debe ser capaz de comprender las implicaciones conceptuales de asumir dicha definición de análisis del discurso (la cual implica un enfoque funcionalista). Otra manera de hacer esta sección es citando. Se puede asumir la definición de alguno de los autores:

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El análisis del discurso es una disciplina compleja y heterogénea. Por lo tanto, tiene diversas formas de definirse. Para efectos de este trabajo, utilizaremos la conceptuación que brinda Van Dijk (1985), quien asevera que el análisis del discurso es «el estudio del uso real del lenguaje por locutores reales en situaciones reales». De la misma forma puede procederse cuando se habla de la historia de la disciplina. No es necesario contar con detalle toda la evolución histórica de la esta, unas cuantas líneas son suficientes siempre que se comprenda el trasfondo que existe detrás: Sin ahondar en los antecedentes sobre la lingüística moderna surgida a partir del aporte de Saussure, el desarrollo del análisis del discurso está relacionado con el surgimiento del estructuralismo y, especialmente, con el deseo de analizar el lenguaje a un nivel mayor al de la oración. Posteriormente, cuando esta perspectiva analítica caducó, el análisis del discurso fue replanteado por los funcionalistas como el estudio del “utilización” del lenguaje en contextos reales específicos… En el caso anterior, por ejemplo, no hay necesidad de explicar qué era el estructuralismo o por qué se murió, etc., pues se supone que el lector ya sabe esos pormenores o debería tener, al menos, alguna noción al respecto.

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