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Gotemburgo, Destino Final. Diario de un exiliado boliviano Mauricio Aira Con la participación de: Winston Estremadoiro Un libro electrónico de: Noticias bolivianas .com GOTEMBURGO, DESTINO FINAL - Mauricio Aira - Winston Estremadoiro Un libro electrónico de NoticiasBolivianas.com - http://www.noticiasbolivianas.com

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Gotemburgo,DestinoFinal.

Diario de unexiliado boliviano

Mauricio AiraCon la participación de:

Winston Estremadoiro

Un libro electrónico de:

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Contenido

Avant propos 1Prólogo 2Capítulo Primero 4

Del Palacio Presidencial a la casa de seguridad 522 presos en 10 metros cuadrados 6Radiografía de los represores 7Fetidez, arengas y soliloquios 9Entre amigos pilatunos y buenos samaritanos 11Saudades de Bolivia 12

Capítulo Segundo 14Tiempos borrascosos 15Marcelo Quiroga Santa Cruz 16El día del golpe 16Soldado, no matarás 18Las lecturas subversivas de mi padre 19

Capítulo Tercero 21Fiat voluntas tua 22¿De la sartén a las brasas? 22El primo de Pérez Esquivel 23El Hombre de la Mancha 24Penurias del exilio 25La vocación de un exiliado 26

Capítulo Cuarto 28Bajo la protección de las Naciones Unidas 29Deprimido e insolvente 30Un difícil dilema 31Suipacha y Corrientes 33El primer trabajo de mi padre 33

Capítulo Quinto 35El general Eufronio Padilla 36Carta al dictador 37Mi amigo el general Alfredo Ovando 38Vaticinios de dos desterrados 39Todos contra el dictador 40Militares no gorilas 41El general Emilio Lanza Armaza 42

Capítulo Sexto 43Buscando empleo en Buenos Aires 44Una carta desesperada 45El Balneario de Mar del Plata 46Juan Manuel de Rosas y la Mazorca 47Cadena de infortunios 47Cartas de La Paz 50Un radialista en las minas 51

Capítulo Séptimo 53Adiós a Buenos Aires 54

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La familia reunida 54GOTEMBURGO, un nuevo hogar para los recién llegados 56

Indice de referencias personales 57

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LA DENOMINADADOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL¿ES MORAL, ES HUMANA, ES CRISTIANA?

EN HOMENAJE A LAS NACIONES UNIDAS, CUYO COMISIONADO PARA LOSREFUGIADOS HA SALVADO LA VIDA DE TANTOS HOMBRES, MUJERES Y NIÑOSDE MANOS DE LAS DICTADURAS MILITARES.

A LOS MILES DE EXILIADOS BOLIVIANOS QUE SOPORTARON UNAEXISTENCIA DIFERENTE LEJOS DE LA PATRIA.

En Cochabamba, La Paz, Buenos Aires y en Madrid recogí los recuerdos de cientoochenta días. Entre la incomunicación en una casa de seguridad del dictador García Mesa,luego el exilio y la soledad en Argentina y, finalmente, el vuelo a Rió de Janeiro dondeme reuní con esposa e hijos para seguir viaje a Frankfurt y Hamburgo, a Ronneby yfinalmente a Gotemburgo en el reino de Suecia.

Esos apuntes dispersos se transformaron en un libro luego de que hace unos meses lospusiera en manos de mi entrañable amigo Winston Estremadoiro, quien con unalaboriosidad incomparable editó y depuró mis notas, dándoles forma y ubicando cadaacontecimiento en un contexto lógico.

El resultado es un libro a dos manos que ofrezco a mi esposa Jenny Dabura, a mis hijosMaría del Rosario, América, María Luisa, Arturo, Mauricio y Joaquín y a cada uno demis nietos: Sandra, Valentina, Vanessa y Josefina, Christofer, Johannes y Leonardo.Fuera este la respuesta a una pregunta casi cotidiana: '¿Papi, por qué estamos enSuecia?'.

Este libro no habría podido publicarse sin el extraordinario apoyo y permanente estímulode Karim Boudjema, cuyo contagioso entusiasmo acompanó incansable, nuestrasiniciativas.

El Autor

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Avant proposMadrid, noviembre de 1989.Hijo mío:Te he visto cavilar, con la cabeza gacha, apenas has querido conversar. Sé que sufres, que eldestierro que tu padre padece, lejos de la Patria, de los amigos, del cálido ambiente que allínos rodeaba, nos provoca dolor. Sé que, a veces, te sientes inmensamente solo, como en unaisla desierta y abandonada. La infranqueable barrera del idioma te rodea cual un alto muro, fríoe insensible, que no deja lugar a ninguna aproximación humana. Y cuánta necesidad tienes dela amistad, de la camaradería, del compañerismo, que aquí en el exilio no aparecenfrecuentemente. Lo mismo me pasa a mi, que soy tu padre, pero, a diferencia tuya, yo hevivido lo mio. Puedo ahora refugiarme en mis libros, en mis lecturas, cosa, que aún tu nopuedes hacer. Debes saber que yo sufro por tí, que, a veces, no sé si hago bien en prolongarvoluntariamente este exilio, en reteneros mayor tiempo aquí. Más pienso en la bondad deDios, que del mal saca siempre el bien. Algún provecho ha de venir de este largo destierro.No te desanimes, hijo mío!. No hagas madurar en tí el resentimiento. Levanta el ánimo ysupera tu encierro. Reza que hay un Amigo que siempre nos comprende, que no nos abandonay permanece con nosotros en todas las circunstancias.El es un verdadero Amigo, pues dio su propia vida por los suyos y tú y yo sabemos que nohay amor más grande que del que da la vida por los que ama.Pídele la gracia de ser amigo suyo, sincero y leal, lo cual es harto difícil y entonces tu, como yopodremos superar esta terrible pena de estar incrustados en una realidad que no nos pertenece.Sólo así, con una visión cristiana del destierro podremos caminar por el desierto los "cuarentaaños que nos separan de la casa del Padre" alimentándonos del maná de su invariableamistad.Estas palabras de oro que encontramos en las Sagradas Escrituras parecen inspiradas para ti,para mi, para todos cuantos padecemos este castigo del exilio obligado:

Los visitaré y cumpliré la promesa de hacerlos volver a la Patria. (Jeremías: 29, 70)Todo hombre tiene derecho a la libertad de movimiento y de residencia dentro de lacomunidad política de la cual es ciudadano . Juan XXIIINuestro Señor en su niñez fué un refugiado obligado a huir del odio que se habíadesatado y de la persecución que el poderoso de entonces, el Rey Herodes, había impuesto.Jesús y su familia tuvieron que abandonar Judea y refugiarse en un país extraño hastaque el tirano hubo muerto. Juan Pablo IIEl exilio es una grave violación de la vida en sociedad, en oposición flagrante con laDeclaración de los Derechos Humanos. El hombre no debe ser privado del derechofundamental de vivir y de respirar en la Patria que lo vio nacer, allí, donde conserva losmás entrañables recuerdos de la infancia, la tumba de sus antepasados, la cultura quele confiere identidad espiritual, las tradiciones que le dan alegría de vivir y el conjunto derelaciones humanas que lo sostienen y protegen. Roma, 31.01.1982.Inspirado en estas reflexiones, he querido anotar algunas líneas que servirán para queexpliques a tus hermanos, a tus hijos y a los hijos de tus hijos el porqué nos obligaron aabandonar la Patria que tanto amamos.

Tu padre.

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Prólogo"El paterno amor con que Dios nos mueve a amar a todos los hombres, nos hace sentir unaprofunda aflicción ante el infortunio de quienes se ven expulsados de su Patria por motivospolíticos. La multitud de exiliados, en nuestra época, se ve acompañada de manera constantepor muchos e increíbles dolores" (Artículo 103 de la Encíclica Pacem In Terris, de Juan XXIII)El enunciado anterior se aplica con elocuente experiencia a miles de compatriotas bolivianosque eligieron o fueron obligados a elegir el camino del ostracismo durante la negra noche dela dictadura "garcíamezista".Mauricio Aira Flores, un acucioso informador, relata en forma novelada con patética vivenciaen lo que le tocó vivir, en su cuota parte, el drama colectivo que le cupo vivir al pueblo deBolivia. Como afirma el autor, se trata de una "sencilla historia, una de entre variostestimonios de bolivianos que fueron expulsados, sin otra alternativa que elegir, a los países deEuropa". Fueron compelidos a buscar un lugar circunstancial donde poder vivir en libertad,con decoro y dignidad. Mantuvieron el pensamiento puesto en el retorno a la Patria, pararestituir el proceso democrático quebrado por la sinrazón de las armas, el poder omnímodo dela fuerza de un régimen autoritario que a título de "reconstrucción nacional" sumió en ladesesperación y el terror a todo un pueblo amante de su libertad.Sin embargo como lo afirmó el Libertador Simón Bolívar en 1829, existe una recompensa paraquienes practican la libertad que no consiste en otra cosa que en "la administración de lajusticia y en el cumplimiento de las leyes para que el justo y el débil no teman".El testimonio de Mauricio Aira en su obra Destino Final Gotemburgo, es una reflexiónprofundamente humana frente al siniestro hecho de nuestra historia contemporánea, con susecuela de deshumanización extrema donde infortunadamente nadie se salvó de la catástrofe enla que un grupo de uniformados llevó al borde del abismo a nuestra querida Patria.Porque, como afirma el polígrafo Agustín Aspiazu "hay más honra en los vencidos por unacausa justa que en los vencedores que luchan por la esclavitud de los pueblos".El libro de Aira Flores es una suerte de combinación entre el relato personal de su protagonistaen Buenos Aires para conseguir el tratamiento de refugiado político en el Reino de Suecia, conlos sucesos del 17 de julio de 1980 en Bolivia y los meses posteriores.Es, además, la demostración pragmática que se cumple, gracias a Dios, el artículo 14 de laDeclaración Universal de los Derechos Humanos que reza: "en caso de persecusión toda personatiene derecho a buscar asilo y a disfrutar de el en cualquier país que se lo ofrezca".Claro está que no se trata precisamente de un disfrute, sino más bien de una prueba tangiblede solidaridad coyuntural hacia quienes se vieron obligados a abandonar Bolivia, o como en elcaso presente fueron simplemente transplantados desde Bolivia a Gotemburgo, muchos deellos seguidos por sus seres queridos, otros completamente solos.Se trata del drama de los refugiados, de las vicisitudes que tuvieron que pasar para reunirsecon sus hijos y esposas. Con la fe y la esperanza nunca perdidas y tan explícita ydramáticamente mencionadas en las cartas familiares con palabras sencillas, "palabras conalas y color" como diría José Martí.La solidaridad universal y americanista expuesta en la Asamblea General de las NacionesUnidas en favor de los exiliados y refugiados políticos fue el punto determinante para lograrque varios miles de latinoamericanos, varios cientos de bolivianos pudieran vivirtemporalmente en países europeos, donde recibieron un trato humano y digno.Entretanto, en Bolivia, la resistencia al ignominioso régimen dictatorial fue incesante,sacrificada y gloriosa. Nuestro homenaje a todos los que lucharon para derrocar al gobiernode facto de la vergüenza nacional.

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Que el testimonio de Mauricio Aira, uno de entre seguramente varios cientos tal vezmayormente dramáticos, permita desterrar de Bolivia, de la América Latina y del mundo lasprácticas reeditadas del fascismo. Que como lo señalaron en Puebla los ObisposLatinoamericanos, la Iglesia Católica siga haciendo escuchar su voz, denunciando ycondenando los abusos de poder típicos de los regímenes de fuerza, la angustia por la represiónsistemática o selectiva, acompañada de la delación, de la violación de la privacidad individualy familiar, de los apremios desproporcionados, de las torturas, del exilio, del dolor de tantasfamilias por la desaparición de sus seres queridos y de tantas formas de violación de losderechos humanos irrenunciables.Dios quiera que en el futuro se cumpla aquello que estableció en 1948 el Artículo 9 de laDeclaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas: "Nadie podrá serarbitrariamente detenido, preso ni desterrado"

Gotemburgo, Destino Final tiene ese contenido. El juicio queda sin embargo, librado al mejorcriterio de nuestros estimados lectores.

Gonzalo Vizcarra Pando.

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Capítulo Primero

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Del Palacio Presidencial a la casa de seguridad

En la ciudad de La Paz, en una casa de la Avenida Arce frente a la Embajada de Brasil, a launa y quince de un lluvioso viernes seis de febrero de 1981, me encontraba reunido con lafamilia en la mesa del almuerzo, cuando la sirvienta anunció con su particular sintaxis:- Dos jóvenes lo buscan al caballero -dijo- con él siempre quieren hablar-añadió.Salí a la verja que daba a la calle, enfrentándome a dos soldados, arquetípicos campesinosindígenas uniformados del ejército boliviano:-Somos del Servicio de Seguridad de Palacio y mi General quiere hablar con usted, dijo uno.-Pero yo acabo de llegar, tengo que almorzar.-No importa, señor Aira, le vamos a esperar.Llovía copiosamente cuando media hora más tarde, con el corazón golpeándome el pechosobre las intenciones del tal General, pero cansado de estar a salto de mata, cogí unimpermeable para asistir a la convocatoria de quien no era otro que Luis García Meza, dictadorde Bolivia desde el sangriento golpe de estado del 17 de julio, seis meses atrás.Mi esposa Jenny se ofreció a acompañarme y lo acepté con secreta alegría:- Me parece bien- fingí liviandad, - después de hablar con el General podremos ir a comprarlos útiles escolares que necesitan los niños.Aún con la incertidumbre como espina atravesada en el alma, lejos estaba de sospechar,pobre de mí, que nunca más volvería a casa y que a partir de aquel día mi destino cambiaríapara siempre.Camino a Palacio me puse a cavilar, porque hacía meses que me sentía perseguido. La mismaempleada de la casa había afirmado que una vagoneta beige del Servicio de Seguridad delEstado, que el régimen utilizaba en la represión, había aparcado cerca de la casa montandoguardia. Un día antes, cuando asistía a una reunión social en un céntrico hotel, me habíanadvertido que no volviera a casa porque agentes de seguridad me estaban esperando.Ante aquella alarma, llamé por teléfono esa misma noche a quién creyera un amigo. Era elcoronel Faustino Rico Toro, alto personero del régimen y asesor en asuntos de seguridad, unaespecie de ministro de la caza de brujas de la represión:-¿Sabes algo en relación a una orden de detención contra mi persona?-No sé de qué se trata, en éste momento me ha llamado mi General y estoy dirigiéndomehacia el despacho Presidencial.-Quiero decirte, Tinino, que estoy en el Hotel Gloria y me puedes llamar aquí, que no tengoningún motivo para esconderme.Por precaución aquella noche me abstuve de volver a casa y pasé la noche en otro hotel.Durante algunos días no pasó nada y concurrí normalmente a mi oficina en la Cámara Nacionalde Hotelería.Heme aquí ahora -pensé- en curiosa comitiva con mi esposa y los dos guardias, camino alpalacio presidencial en un taxi cuya carrera tendría que pagar. Subimos por la calle Ayacucho,donde varios turistas escalaban a pié la empinada vía en esta tortuosa ciudad de aire ralo ypaisajes que te quitan el aliento, además. En el viejo edificio de la Plaza Murillo, nosinvitaron a pasar al segundo piso, a una pequeña habitación donde empezó una larga espera.Luego de casi tres horas, mi esposa tuvo que retornar a nuestro hogar, no sin antes indagarcon los guardias que nos habían llevado hasta allí. Le dijeron que el Presidente estaba en elBeni, que estaba lloviendo mucho y que el avión presidencial no podía levantar vuelo. Jennysalió con la promesa de regresar rápidamente. No volvería a verla hasta medio año después,en Río de Janeiro.Al salir mi esposa se había encontrado con el coronel Rico Toro, quien le comunicó que yoquedaría detenido en forma indefinida por orden del General García Meza. Mientras tanto, fui

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invitado a pasar a la sala de edecanes, donde se me sirvió una comida bastante suculenta,aunque difícil me fue degustarla por la inquietud de no saber porqué estaba allí.

22 presos en 10 metros cuadrados

Terminada la cena, fui trasladado a una casa de seguridad en la avenida 20 de Octubre, apocas cuadras de mi residencia. La tal casa de seguridad, situada muy cerca de la Embajadade Chile, estaba casi en ruinas. Tenía unas escaleras que se caían a pedazos y en el segundopiso había una especie de oficina con pocos muebles, todos desvencijados.A golpe de vista, advertí que había cuatro personas, dos de ellas sentadas frente a máquinas deescribir relativamente nuevas. En una pared había un plano de la ciudad y un título que me hizosonreír: PLANO SECRETO. Eran las 9 de la noche, y noté que los ocupantes de la oficina yprisión estaban desconcertados y no atinaban a concederme un trato acorde al de un prisioneropolítico.El que parecía ser el jefe se adelantó a saludar cortés, pero firmemente. Recibió el encargo demis captores y les firmó un recibo. Me hizo varias preguntas, datos de índole general. Ni unasola palabra acerca de la causa de mi detención. Había allí un sacerdote, o por lo menos uno alque los demás llamaban "padre". La única pregunta que atiné a formular fue:-¿Qué hace aquí el vestido con sotana?-Aquí trabaja-, me contestaron.Terminado el interrogatorio me descendieron al sótano, y se me aposentó en una minúscula ymaloliente habitación de cuatro camastros en litera, separados por un espacio de tres metros, unbaño inmundo por la falta de agua, y otros dos presos. En la misma habitación descansabancuatro guardianes o carceleros; visitantes entraban y salían. Ahí estuve cautivo, observando loque ocurría a mi alrededor, algo inconsciente, quizá insensible, aún ajeno al drama que meesperaba.Un agente que hacía de secretario me acompañó y me presentó como "el alojado", dejándomejunto a los otros dos presos y los cuatro agentes que estaban apiñados en un espacio de nomás de 10 metros cuadrados. Pronto se iniciaron las presentaciones. Uno de los detenidoshabía sido ex-candidato a diputado para la lista del MNRI de Siles Suazo por la provincia deAchacachi, de nombre Germán Condori; el otro era un profesor rural, ambos humildesciudadanos de origen campesino.La conversación se prolongó hasta las 12 de la noche, cuando se oyó un grito y salieron losagentes corriendo para buscar más detenidos. Entonces ocurrió algo increíble. Trajeron 22presos y los embutieron allí, en ésa celda donde ahora apenas podíamos caber de pie todos a lavez y sin movernos.Muchos de los recién llegados estaban borrachos y hablaban con dificultad, y entre losdetenidos había dos capitanes, clases y soldados: militares de la fuerza fluvial, mecánicos deaviación; otros eran funcionarios del gobierno en diferentes reparticiones. Eran infractores deltoque de queda, la ley marcial vigente desde el 17 de julio de 1980, que prohibía la circulaciónde las personas por las calles de las ciudades después de las nueve de la noche.Me impresionó lo que pasaba con éstos detenidos. Algunos de ellos se orinaban en suspantalones y otros nerviosamente desfilaban por el único inodoro allí existente. Pude entoncesentender una antigua expresión boliviana, cagarse de miedo, porque en efecto más de uno delos presos defecó en sus pantalones y en plena celda. Otros se contaban chistes de subido tonoy reían nerviosamente.Dos detenidos me reconocieron en el ambiente de penumbra y preguntaron si podían haceralgo por mí. Eran encarcelados que sabían que en pocas horas más saldrían en libertad,mientras que yo permanecería preso. Nada, fue mi respuesta, primero porque desconfiaba decualquier extraño dadas las circunstancias y luego porque no deseaba comprometerles.

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Esa noche fue un infierno. Hubieron peleas de puñetes y patadas, y golpes con los cachetes delos revólveres que más de uno llevaba, especialmente los marineros. Otros se pusieron acantar en quechua y aymara. No alcancé a conciliar el sueño ni por diez minutos y la cabezame dolía horriblemente.Al día siguiente, para poner en libertad a los detenidos por el toque de queda les sonsacaroncien pesos de multa a cada uno; los que no tenían cédula de identidad debieron pagar cientocincuenta. Quién no tenía dinero se quedaba para barrer las oficinas y limpiar los baños. A uncampesino le pegaron con palos por no tener dinero para pagar 1a extorsión.Uno de los guardianes me dijo:-Señorcito, cuando usted salga libre quiero que me dé trabajo, dígame qué necesita, que yopuedo ir a su casa.Aunque sabía que corría riesgo, le di la dirección de la casa y le pedí que me trajera algo de ropa,pasta dental, jaboncillo, toallas, etc. Más tarde supe por Jenny que, en efecto, el hombrecillose presentó en mi hogar y pidió dinero que nunca me entregó, aunque sí los calcetines y la ropainterior. Por lo menos pude asearme un poco, aunque sin saber que estas pocas pertenenciasserían las únicas que me llevaría al exilio días más tarde.Amaneció y a las 9 de la mañana quedamos de nuevo los tres detenidos del día anterior. Losguardias más antiguos dijeron que en el tercer piso estaba la sala de torturas y el archivo. Deallí el domingo pasado habían retirado materiales para ir a quemarlos al río. La mayoría de estosdocumentos eran cartas que decomisaban en los allanamientos, cartas censuradas por elpersonal de inteligencia del régimen, correspondencia violada por esta repartición represivacontraviniendo normas de Naciones Unidas que garantizan la libertad de comunicación y quehonran los correos de todo el mundo.Otra documentación quemada incluía folletería sobre los Derechos Humanos requisada ensindicatos, iglesias, sedes de partidos políticos, etc. Muchos libros saqueados del domicilioparticular del Dr. Siles Suazo estaban allí en una gran fogata; alguno de sus amigos presos quefueron obligados a colaborar en el fuego criminal trataron de quedarse con algunos papeles,pero fueron revisados y ni una hoja de papel se salvó.Me enteré por éstos locuaces agentes que algunas unidades del Ejercito se negaban a salir depatrullaje por los calles de la ciudad. Arrestaban a los reacios y por esa razón traían tanta gentea éste sitio inmundo, ya que no había dónde llevarlos.En las noches del sábado y el domingo, había mayor número de detenidos, más golpes,más borrachos. Campesinos a quienes se hacía sangrar para meterles miedo, se los tratabacruelmente. El domingo trajeron detenido a un joven homosexual al que pegaronabusivamente; se salvó de mayores ultrajes porque declaró ser el peluquero que atendía a lasecretaria, Rosario Poggi, del Ministro del Interior.

Radiografía de los represores

Desde que fui detenido no estuve solo ni un momento, pero mi mente trabajaba febrilmente enobservar lo que pasaba a mi alrededor y sin perder detalle alguno, quizá una reaccióninconsciente para distraerme de pensar en mi propio destino.En Bolivia, como en la mayoría de los países latinoamericanos, los organismos de represión hantenido varios nombres y diversas estructuras, aunque su misión no ha cambiado, ni suconstitución. Las características de estos servicios empiezan con una constante: la dependenciadirecta del poder central. A la cabeza se ubican las personas de mayor confianza de los tiranosde turno. En la base la gente más incapaz, más incondicional y la más pobre; en lo posibleseres ignorantes, siempre dispuestos a obedecer ciegamente, sin preguntar nunca nada y quese contentaban con muy poco: comida abundante, si posible; bebidas alcohólicas, eso sí, comoaliciente a su trabajo sucio, apareados con visitas a prostíbulos o la oportunidad de saciar sus

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instintos bestiales con violaciones y hasta asesinatos de los detenidos.La mayoría de estos agentes --algún membrete hay que darles-- se recluta entre la gente delhampa, los bajos fondos de la sociedad y los cuarteles. A los muchachos reclutados en loscuarteles les resulta práctico hacer de agentes, ganarse la vida, y hasta con un algo dealtruismo, ya que lo tomaban como una continuación del servicio militar, o sea del servicio a laPatria. Como si por trabajar en la represión política se les concediera una oportunidad más ensus vidas secas, todos estaban esperanzados con el aliciente de que al término de susgestiones les ofrecerían una chamba, quizá un empleo permanente en los organismospoliciales, así hubieran tenido problemas anteriores de disciplina.Algo más de una veintena de estos agentes se sucedían en el cuartucho que nos albergaba.Observé que entre los esbirros se llamaban por apodos o alias, igual que entre los guerrilleroso los delincuentes. Elaboré mentalmente una lista de los "agentes de seguridad".Ahí estaba Chichi, gravemente enfermo de los nervios, alardeaba de haber matado unoscuantos detenidos políticos. Era zurdo, pendenciero y está siempre buscando una oportunidadpara provocar camorra. O Miqui, quién tendría unos 17 años, enamorado de una hija defamilia cuyo padre lo echó de su casa porque Miqui se puso a disparar en la calle luego dehaber bebido demasiado. No dejaba de limpiar y relimpiar su arma, casi apuntando a la cabezade los detenidos. Roberto, "el gordo", experimentado agente transferido del Departamento deInvestigaciones, era el más considerado de ésta banda. Otros alias que recuerdo eran"Águila", "Chaly", "Costa", "Mateo", "Toño", "Escorpio", "Loco" y "Coco".El "Archivero" era un sujeto especial que se encargaba de meter miedo a los compañeros deprisión:-Deben cantar todo lo que saben, es mejor para que no les apliquen la picana, tortura eléctricaen los testículos. Los que no cantan la pasan muy mal y a mí me da mucha pena-, le decía el"Archivero" a Germán Condori, el más asustado de todos los presos.-Ustedes pueden convertirse en informantes y entonces tendrán toda la ayuda del Jefe-,sentenciaba.Algunos de éstos infelices habían participado en los crímenes de la calle Harrington deSopocachi, tan sólo 20 días atrás. Irrumpieron en un departamento en que se reunía ladirigencia del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria, de Jaime Paz Zamora) yasesinaron a mansalva a nueve de ellos. Se rumoreaba que no todos los que murieron estabanallí, ya que antes habían dado muerte a dos detenidos, precisamente en la casa de seguridaddonde me encontraba.Otro agente a quien los demás guardias obligaban a bailar al son de la música de unagrabadora era "Mandingo" un joven negro de 17 años. Otro era "Sombra," también deascendencia africana, quien de 18 años llegara de Tupiza. Orgulloso, me contó que fuerecomendado por el oficial Emilio Lanza, quién fuera su comandante en una unidad militar yle ofreciera trabajo:-Soy muy buen tirador, era el mejor de la compañía en el manejo del fusil, repetía.Otro agente, un cambita que parecía arrepentido de hacer lo que hacía, me contó:-Yo era un buen ranger --soldado de élite-, pero me peleé con mi padre y como no tengoningún oficio me metí a ésto. Le confieso que estoy desesperado por cambiar de oficio, estequehacer es muy riesgoso y no hay ninguna garantía-, aseguraba.Bajando la voz, acotaba:- Los agentes desaparecen, después de tres meses les dan de alta.Lo que en verdad ocurría era que tenían que desaparecer los agentes, como testigoscomprometedores, autores, o implicados en los crímenes políticos o en las torturas infringidas alos detenidos. Pobres infelices, eran la punta de lanza de un sistema represivo del que teníanque ser borrados con carácter preventivo, testigos que eran de crímenes. La historia estabademasiado llena de ejemplos en que los que cumplían simplemente órdenes, pudieran luego

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revelar detalles que condujeran al esclarecimiento y lo que es más, al castigo de los culpablesde estos denominados "crímenes políticos".Casualmente yo estaba enterado de que esta forma de actuar la aprendieron de una especie de"Manual para matar" que les inculcaron técnicos militares argentinos a los oficiales deinteligencia bolivianos. Me lo había contado un coronel Canido, de cuya boca escuché que enjunio de 1980 tuvieron un cursillo los oficiales de G-2 en el Hotel Los Tajibos de Santa Cruzde la Sierra, parte de la siniestra cooperación de los militares sudamericanos en lo que luego sedevelaría como el Plan Cóndor.Estos jóvenes -pensaba intensamente- no tienen más destino que obedecer. Si no lo hacían,eran castigados en el Departamento de Orden Político o finalmente los liquidaban sinproblema alguno. Eran víctimas desgraciadas del propio sistema de represión al que servían.Uniformados de chaquetas y pantalones de mezclilla azul, la vida se les hacía regalona y semorían de aburrimiento. No hacían nada productivo, su misión era salir a las calles, tomar presosy luego acosarlos y torturarlos.Como en el caso de Pablo Flores, maestro campesino y mi segundo compañero de celda enéste encierro, cuyo delito fue estar parado frente a una librería luego de haber comprado algo,mostrando que tenía dinero. El agente le culpó de pretender repartir propaganda udepista (elfrente político de Siles Suazo) que el propio esbirro colocó frente a él con la foto de donHernán:-Es un panfletista-, lo acusó, y lo metió en la cárcel sin más ni más.Pablo me contó que el tal agente le arrebató todo el dinero que por ser maestro de escuela habíacobrado por el mes, dos mil cuatrocientos bolivianos. Un verdadero robo en nombre de laSeguridad del Estado.Por ésta vía me enteré de que los responsables de éstos turnos de servicio era los oficialesdel Ejército Helguero y Freddy Quiroga, mientras que el jefe de la represión era el mayorQuiroga. Todos habían sido reincorporados a la institución armada, luego de haber sido dadosde baja por problemas de disciplina en el pasado.Muy temprano el lunes 10 de febrero, fui llevado junto a mis dos compañeros de infortunio auna nueva cárcel, esta vez en la calle Comercio, a pocos metros del Palacio Presidencial.Apenas llegamos recordé que anteriormente ya había estado detenido en éste mismo lugar,donde me tuvieron incomunicado 26 días. Fue durante el gobierno del General Hugo Bánzer,pocos días después de la masacre de Tolata, luego de ser conducido en avión desdeCochabamba a La Paz.Pero esta vez fuimos escoltados por hombres armados de metralletas que nos apuntaban todoel tiempo. Nos embutieron en ambulancias convertidas en carros de detención. De color blancooriginalmente, las habían pintado de beige quizá sintiendo vergüenza de mantener el color dela inocencia y de la caridad asistencial. Los vehículos estaban preparados para el serviciopúblico, donación de algún gobierno exterior para los hospitales, pero Luis Arze Gómez, eltenebroso Ministro del Interior de García Meza, les había dado este truculento destino. Nuestrodiscurrir por las calles de La Paz se hizo con la fanfarria del ulular de sirenas, lo que hacía quemucha gente se detuviera a mirar el siniestro cortejo.

Fetidez, arengas y soliloquios

Al ingresar me preguntaron mi nombre, recordé luego que respondí en voz alta, buscando quealguna persona amiga pudiera oírme. En el interior de la prisión, fuimos internados en una celdabastante grande en un tercer patio, cuya fetidez nos provocó dolores de cabeza inmediatamente:los orines cubrían la celda de pared a pared, el aire era irrespirable.Nuestra prisión estaba ubicada en la parte posterior del Palacio Legislativo, en lo que antañohabían sido las caballerizas de los coches de senadores y diputados. Ironía el que al lado del

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templo de la democracia estuviera la prisión para castigar a los demócratas.Al día siguiente pudimos el trío de cautivos echarle bastante agua a nuestra celda y limpiarla,aunque el olor no alcanzó a desaparecer. Al habitáculo no le entraba un sólo rayo de sol, eratotalmente hermético cuando se cerraba su pesada puerta metálica.La comida era mala, aunque podía ser peor. Con cierta regularidad, en el mejor estilo de lacostumbre andina de cuatro yantares livianos, seguramente porque tal era la comida de latropa, el desayuno se servía a las 9:00, el almuerzo a las 14:00, el té a las 17:00 y la cena a las20:30.Tres largos días con sus interminables noches se sucedieron allí en la calle Comercio. Nopermitían una sola visita, aunque pude enterarme de que mis hijos Arturo y Mauricio habíantratado de verme, aproximándose varias veces sin éxito a la puerta de entrada.Después de que mis compañeros campesinos Germán Condori y Pablo Flores fueranllamados a declarar y retornaran al borde de la histeria, pasé largas horas levantando la moralde esos compañeros que habían entrado en una gran depresión y se ponían a llorar y temblar dedesesperación. Empeñado en racionalizar nuestra angustiosa incertidumbre, les arengaba deque el pretendido nacionalismo de los militares golpistas era una mentira.-No hay tal-, afirmaba enfáticamente ante mis compañeros, -los militares quieren el podertotal.Todo financiado desde Hong Kong, la China Nacionalista había ayudado con dineros para elgolpe de García Meza. Doce días antes del golpe, pude enterarme del ingreso de apreciablessumas de dinero en las cuentas bancarias de los militares con mando de tropa. El que menos,recibió cinco mil dólares americanos, aunque en moneda nacional.Taiwan buscaba apoyo y prestigio a su casi extinguida existencia como república. Su causaante el mundo estaba perdida, aunque no lo querían aceptar. Pretendía el apoyo de países comoBolivia en los foros internacionales, aparte de sumar votos en los organismos de NacionesUnidas, para no quedar completamente huérfana ante la arremetida diplomática de laRepública Popular China para lograr su reconocimiento de ser la única China.-Los golpistas son pobres de ideas, no tienen ninguna doctrina, han buscado el poder por elpoder mismo, sin ningún programa de gobierno, menos queriendo desarrollar laspotencialidades del país en provecho de la población o para mejorar el estándar de vida de losbolivianos.-Miren el caso de García Meza-, les explicaba a Germán y a Pablo, tratando de serconvincente allí en la umbría y húmeda celda.-Se aprovecha de sus amigos militares en Argentina para secundar una línea abiertamentederechista y reaccionaria, pro-estadounidense de dientes para afuera. Se apoya en unaArgentina que quiere arrebatar a Chile los territorios del Beagle y quizá ayudar a Bolivia arecuperar su costa en el Océano Pacífico.-No podrán durar-, les remarcaba, -porque García Meza habla de establecer en el país una"democracia inédita". Esto quiere decir participar abiertamente del gran negocio de la cocaína,sin ningún rubor. Asociarse con los contrabandistas de la riqueza maderera que sale por losríos del Beni. Subvencionar a los productores de algodón y de azúcar para que se venda aprecios por debajo de los valores internacionales. Recibir comisiones por las compras dearmamento, como aquella en la que el dictador pretendía la adquisición de aviones franceses decombate.-Todo le vale para lograr su ascenso al grado de General de tres estrellas, ya que otrosméritos no tiene. Si hasta sus propios camaradas le han puesto del mote de "maestro albañil"por su característica torpeza y ordinariez.Soltábamos la carcajada y la tensión disminuía.-Ustedes-, les estimulaba, -no tienen nada qué temer. Este régimen represivo ha de pasarrápidamente, lo importante es no renunciar a las ideas propias y a la vocación democrática,

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que no es otra cosa que el reconocimiento de la capacidad del hombre para elegir su propiodestino, haciendo uso de su derecho al voto, a su propia opinión.Matizábamos así la angustia común en la obscura prisión. Después cada uno se retraía arumiar su monólogo interior. A repetirse, una y otra vez, que nada había que temer, que losgolpistas no tenían la razón, que iban contra la historia. Día había de llegar en que lloraríanlágrimas de arrepentimiento por haber causado tan graves heridas a la patria. Luego, enespiral depresiva, cavilar que aún si nos llegara la muerte, ésta sería una liberación. Después,la angustia por los que quedaban atrás, por nuestros seres queridos. Finalmente, ensoliloquios mudos de ojos anegados en lágrimas, con el fuego de alguna pizca de fe avivadopor la brisa caliente de la desesperanza, musitar un acto de contrición y refugiarnos en Dios.

Entre amigos pilatunos y buenos samaritanos

El 12 de febrero de 1981 amaneció soleado. Temprano había rezado una corta oración:-Señor, te agradezco por éste día. Por éste sol, que no me llega, pero que esta ahí para ricos ypobres. Dame fortaleza, dame fe, Señor.Apenas había terminado el magro café paceño, cuando siendo las 9:15 A.M. fui ordenado desalir de la celda con todas mis cosas. Tomé mi bolso, el impermeable blanco y las dosfrazadas. Tenía la camisa recién lavada, que por la noche había estado secando. Para qué, sihaciendo frío en celda empecé a sudar de temor e incertidumbre.Al salir de la prisión en medio de otros dos agentes armados de metralletas, vi de nuevo lavagoneta café. Me colocaron en el asiento trasero. No me di cuenta hacia dónde enfilaba elvehículo hasta después de unos minutos me pareció que subía hacia El Alto, a la zona delaeropuerto. Por algún motivo el vehículo se detuvo y entonces conversé con el chofer y unguardia.-¿Adónde vamos?-Usted volará a Santa Cruz, responden.-Por favor, lleven éstas frazadas a mi esposa.Los agentes recibieron felices las frazadas nuevas, que nunca entregarían a la destinataria. Perome ofrecieron cigarrillos y en aquel momento desvalido me conmovió el gesto de miscarceleros.La mente me revoloteaba recordando multitud de detalles, atando cabos sobre la causa de midetención y posterior prisión. En realidad, despejada la posibilidad, real aquellos días, de acabarcon mis huesos en alguna tumba anónima de paraje desconocido, estaba preparado desde hacíamucho para el exilio. Preparado espiritualmente. Un hombre que lucha, aunque preso, puedever claramente que los ideales se sobreponen a toda dimensión material, se aprecia la convicciónpor encima de todo, aunque ciertas consecuencias políticas puedan repercutir de manera insólitaen la vida del más humilde de los ciudadanos.Durante el tiempo que la vagoneta café se había detenido camino al aeropuerto, apareció el jefedel Departamento de Orden Político (DOP), quien se embarcó también para aprovechar unaprimera etapa del viaje de La Paz a Santa Cruz:-Yo le conozco, don Mauricio, fui jefe del Departamento de Investigación Criminal (DIC) enCochabamba, me llamo Julio Gómez-, se me presentó, -aquí tiene su pasaporte, lamento lo que lepasa.Dicho esto me pasó un sobre con los billetes de avión, que a su vez los había recibido de VickyCalderón, una antigua funcionaria del Lloyd Aéreo Boliviano, a quién reconocí al pie delenorme avión que se disponía a partir.Guardé mis papeles sin leerlos hasta que estuve bien sentado en la nave. A punto de levantarvuelo, durante los minutos del carreteo, leí, destino: Buenos Aires, pasaje de ida. Respiréaliviado, al menos me conservaban la vida. El vuelo a Santa Cruz fue emotivo porque, entre

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otros conocidos, encontré a la esposa de un coronel de policía amigo, quien se ubicó en elasiento trasero:-Chepita-, le dije, -me están sacando de Bolivia. Me están desterrando. El señor que estáconmigo es un policía. Avísale a mi mujer, dile que me deportan a Buenos Aires. Si tienesdinero, pásame lo que puedas.Chepita me dio cincuenta dólares. El propio agente me entregó otros cincuenta, y me dijo:-Qué lástima que no pueda darle más. Yo estoy cansado de este trabajo, recomiéndeme asus amigos, a ver si pueden darme algo mejor. En Santa Cruz, podrá usar el teléfono, podráusted llamar a quién quiera, con toda libertad.La estancia en el aeropuerto cruceño fue breve, no más de 30 minutos. No dio tiempo parallamar a nadie, solo un intento de ubicar a Juan Carlos Camacho, abogado y locutor de radio,amigo de siempre y que al parecer gozaba de influencia en los círculos castrenses, por seramigo personal de generales y coroneles, y en aquel momento Asesor Legal del SegundoCuerpo de Ejército en Santa Cruz.Traté de cambiar moneda, allí en pleno camino del exilio, trocar los pocos pesos bolivianosque me quedaban a moneda estadounidense. Divisé de pronto al empresario Ricardo Rojas,del hotel Los Tajibos. Conversé con él unos minutos asuntos de su trabajo:-Ricardo, no tengo plata y no puedo viajar así, préstame algo de dinero.Me respondió que no tenía a la mano, que trataría de ir hasta el hotel y conseguirlo, a menos dequince minutos del aeropuerto de El Trompillo. Insistí:-Por favor, Ricardo, habla con Carlos Calvo, (Calvo era Presidente de la Federación deEmpresarios Privados y socio de Rojas), que llame al Presidente, él puede pedirle que medeje regresar pronto.Ricardo prometió:-Claro que lo haré, no te preocupes.De nuevo en el avión, un vuelo de casi tres horas hasta el aeropuerto de Buenos Aires. Graciasa Dios, encontré a un amigo de la infancia, Jorge Dueri. Amigo de esos de quien se escribe sunombre con letras de molde, habida cuenta de la nobleza, la bondad y señorío que mostró anteel drama que su amigo estaba viviendo con su detención, expulsión y exilio. Me dejó whisky,cigarrillos y dinero que hicieron menos penoso por algunos días éste castigo.Castigo debe ser -pensaba- por el delito de amar a Bolivia, por buscar el entendimiento entrelos bolivianos. Por pregonar que el problema nacional no lo resolvería sólo un sector, losarmados de uniforme, sino por el conjunto de ciudadanos que integran la gran comunidadboliviana.

Saudades de Bolivia

Encontré a mi padre tecleando la máquina de escribir en la esquina que mi madre habíaseparado para su escritorio en el pequeño departamento. En desordenado (para nosotros)orden, como en un altar shintoísta, se amontonaban hojas mecanografiadas, recortes deperiódicos recibidos de Bolivia, una media docena de libretas empastadas con espirales dealambre con los apuntes que el viejo atesoraba y le habiamos traído desde Bolivia, un par demarcos con fotos de familia y de amigos de la patria lejana, y la radio.Bendita radio de onda corta con la que se mantenía al tanto de los noticieros bolivianos ylatinoamericanos. Maldita radio de ondas que iban y venían, de llorones huayños y saltarinascuecas interrumpidas por el locutor y la estática, de que tanto disfrutaba el viejo.Llegando de la universidad me había aproximado casi surrepticiamente cuando escuchaba laradio, queriendo asustarle con un abrazo de oso menor a sus amplias espaldas de oso mayor.Al verle el rostro percibí sus ojos llenos de lágrimas. Paré en seco deseando evitarle elbochorno de mostrarse en su llanto solitario de hombre, pero ya había girado la cabeza hacia

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mí.-¿Qué pasa, papito?-Nada hijito, solo me sangra el alma de nostalgia- me respondió mientras sacaba el pañuelodel bolsillo.-¿Vale tantas lágrimas ese país de mierda?- quise preguntarle, pero solo atiné a palmear suhombro cuando deseaba arrebujar su rostro en mi pecho.Ahora soy yo quien llora cuando escucho a Freddy Mercury y Queen cantar Radio Ga-Ga yla parte donde pregona: radio, what's new, someone still loves you... y me acuerdo de miviejo.Gotemburgo, mayo de 1987, Arturo Aira, estudiante universitario.

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Capítulo Segundo

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Tiempos borrascosos

A los ojos de la historia, dicen algunos, la elección de Lydia Gueiler a la presidencia de Boliviafue el resultado de un forcejeo entre el Congreso y la Central Obrera Boliviana (COB).Algunos parlamentarios sin mayor representación habían promovido el “interinato” —gobiernointerino de Gueiler—, sin tomar en cuenta que ya Walter Guevara Arze había sido otro presidenteinterino sin éxito en la Presidencia. Derrocado que fuera por el golpe del general AlbertoNatusch Busch en noviembre de 1979, el repudio popular expulsó al golpista militar luego dediecinueve efímeros y sangrientos días.El Congreso Nacional, en vez de reponer a Guevara Arze, había derivado en intrigas,maniobras y ambiciones de todo tipo con tal de no elegir Presidente a Víctor Paz Estenssoro.Tal escenario dio como resultado otro gobierno interino, uno sin pena ni gloria y marcado porla debilidad y el oportunismo.Se cuenta que el general Alberto Natusch Busch, incomprendido derrocador de WalterGuevara Arce, fue quién más influyó para animar a la señora Gueiler a aceptar el interinato.Lo real es que posesionada en el alto cargo, fue el propio Natusch que advirtió a la Presidentesobre la inconducta y las poco disimuladas intenciones del general Luis García Meza dehacerse del poder.Lamentable es que Gueiler no escuchó a Natusch, dando renovado impulso a continuar con lospreparativos de su propio golpe, estando seguro el militar golpista de que el parentesco quedecía unirle a doña Lydia, por lo Tejada que les relacionaba, le asentaba firmemente en el altocargo de Comandante en Jefe del Ejército que ocupaba hasta el fatídico séptimo mes del año1980.Según el experimentado actor político de entonces que fue Guillermo Bedregal Gutiérrez,todos los síntomas de inestabilidad estaban dados en contra de la señora Gueiler.La señora Presidenta había logrado efectivamente presidir la celebración de elecciones.Nuevamente el candidato de la UDP, Hernán Siles Suazo, había triunfado con una ampliapluralidad de votos, aunque sin lograr el 50% de los sufragios emitidos. La elecciónpresidencial, nuevamente, iba a estar en manos del Congreso, el cual tenía programadoreunirse en agosto de 1980. No lo haría.El cruento golpe militar encabezado por el general Luis García Meza destituyó a la Presidenta,desconoció el resultado electoral y estableció una de las más sangrientas y feroces dictaduras,la cual resultó estar en colusión con el narcotráfico, conforme se demostraría un tiempodespués.“El 17 de julio de 1980 es una fecha de vergüenza política y militar en la historia de Bolivia”,escribiría después Guillermo Bedregal en su Breviario Histórico del MNR, libro escrito paradescribir el protagonismo del Movimiento Nacionalista Revolucionario en los últimoscincuenta años de la historia de Bolivia.Se refiere, con total acierto, a que el golpe de julio de 1980 había empezado meses antes,cuando Luis Arze Gómez, jefe de la Sección Segunda de inteligencia militar, por instruccionesde su comandante García Meza asaltó los archivos del Ministerio de Gobierno y trasladó ladocumentación existente desde tiempos del control político en la década de los cincuenta, algran cuartel militar de Miraflores.Pocas semanas después los servicios de inteligencia militar denunciaron la existencia de un“plan siniestro contra la existencia de Bolivia” que sería ejecutado por “agentes incrustados en lasociedad boliviana”. Una nómina de cien terroristas fue ofrecida por el G-2 del Ejército, algobierno de la señora Gueiler. Al pie del informe, invocando el “sagrado deber de velar por laintegridad de Bolivia” se pedía expresa autorización de la Presidenta para desbaratar el supuestoplan a cualquier costo.

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Al parecer la señora Gueiler no tuvo más remedio que estampar su firma al pie delmemorando, que fue el punto de partida para que se cometiesen crímenes de Estado. Elprimero de ellos fue contra Luis Espinal, sacerdote jesuita asesinado por la policía civil encumplimiento de órdenes superiores, cuyo cadáver cruelmente torturado fue encontrado en unbasural. El mártir Luis Espinal fue el número uno, Marcelo Quiroga Santa Cruz había de serel número dos.

Marcelo Quiroga Santa Cruz

Marcelo Quiroga Santa Cruz era un joven intelectual cochabambino formado en Chile yMéxico. Había vuelto al país hacía muy pocos años y se había colocado a la cabeza de uno delos tres partidos socialistas en Bolivia.Su pensamiento era muy claro desde un principio: denunciaba el mal uso que se hacía delpoder político, de las tremendas contradicciones en que incurrían los distintos gobiernos y laacción imperdonable de destruir o entregar a la voracidad de empresas extranjeras los valiososrecursos naturales del país.Censuraba el mantenimiento y desarrollo del aparato policial y militar, con menosprecio deotras muy importantes áreas como son la salud y la educación, valiente actitud que le granjeómuy pronto la enemistad y antipatía de jefes y oficiales de las instituciones armadas.Marcelo adquirió pronto una gran capacidad de convocatoria. Su juventud, su sencillez y esaextraordinaria entrega al pueblo que se manifestaba, entre otras cosas, en una disposición aresponder con sinceridad a las preguntas de los hombres de la radio y de la prensa,despertaron celos y enconos entre otros personajes políticos menos populares.Muy pronto, Marcelo Quiroga Santa Cruz organizó su pequeño grupo de correligionarios,nombrándole Partido Socialista Uno para distinguirlo de los otros.Había formado parte del gobierno militar del General Alfredo Ovando Candia , como Ministrode Energía. Le tocó tomar la iniciativa en la nacionalización de la Bolivian Gulf Oil Company,que arrancó de manos de la empresa americana.Si bien la historia detrás de bambalinas documenta que la referida nacionalización fue enexceso compensada por el gobierno boliviano a la transnacional petrolera texana —para quéestá la Embajada de los Estados Unidos—, la medida fue un estandarte de los sectoresnacionalistas que propiciaban, desde cincuenta años atrás, que el país administrara susrecursos naturales y les añadiera valor agregado transformándolos en nuestro territorio.Tanto el control de las ingentes riquezas en hidrocarburos, como la refinación en lingotesmetálicos del estaño hasta entonces exportado como pedregones a refinerías inglesas yestadounidenses, podrían significar la retoma de las riendas de un destino nacional másventuroso. Por lo menos, esa era la intención de una capitalismo de estado que después fuecorroído por una burocracia estatal de supernumerarios contratados al color de la prebenda y elservicio a la clientela política.Pero por tales posiciones, tal como me lo corroboraría el mismo general Alfredo Ovando enBuenos Aires más tarde, los americanos no le perdonarían jamás a Marcelo y quizás laexplicación de su muerte esté por estos rumbos.

El día del golpe

El 17 de julio de 1980 había sido un día como otro cualquiera. Como todas las mañanas, habíadejado el hotel donde estaba morando después de mudarme con mi esposa y mis cuatro niñosa La Paz, y tomé un taxi hasta Radio Cosmos, entonces en la calle Sucre.Llegué a las 7:15 A.M. para dar lectura a mi comentario editorial y entregar las noticiasmatinales al gran público radial. Estuve allí más de dos horas. Luego salí para recoger

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algunos papeles en una oficina de enfrente a la emisora, cruzando la calle. Cuando llegué allí,desde el segundo piso pude ver como irrumpían en la emisora gente armada que había llegadodesordenadamente en dos camionetas. Eran los ya conocidos paramilitares:—¿Dónde está Mauricio Aira? —, preguntaron.—No está en la radio—, les respondieron.Y procedieron a clausurar la emisora, cerrando así el centro periodístico de mayor oposición algolpe militar. Casualidad la de salvarme de ser detenido por el escaso margen de minutos,aparte de haber sido testigo del operativo paramilitar de mi búsqueda.Alrededor de las 11 horas de aquel aciago 17 de Julio, al confirmarse la rebelión de la guarniciónde Trinidad, Beni, claro signo del levantamiento militar, el viejo dirigente obrero Juan Lechín,quien había sido elegido Presidente del Comité de Defensa de la Democracia, convocó a reuniónde éste organismo, acto previsible y cantado a voces con anticipación para cuando llegara aproducirse el anunciado golpe de estado.El Comité de Defensa de la Democracia estaba constituido por todos los partidos políticosvigentes con representación parlamentaria, o sea, los expresidentes Víctor Paz del MNR,Hernán Siles Suazo de la UDP, Hugo Bánzer de ADN y líderes políticos como Jaime PazZamora y Oscar “Motete” Zamora Medinacelli del MIR y del PC, línea Pekín, respectivamente,entre otros en que destacaba Marcelo Quiroga Santa Cruz, fundador del Partido SocialistaUno.Algunos paramilitares y buzos esperaron discretamente desperdigados en el vecindario delvetusto edificio de la Central Obrera Boliviana, donde tenía que celebrarse la sesión. Cuandotodos los defensores de la democracia estuvieron reunidos, alrededor de la una de la tardellegaron simultáneamente cerca de cinco vagonetas ambulancia, de donde descendieronmedia centena de paramilitares, reclutados entre ex policías de investigación criminal,hampones, maleantes de la peor calaña y desocupados permanentes, todos armados hasta losdientes.Dando ordenes de mando y disparando sus armas de fuego para amedrentar a una pequeñamultitud que se había congregado en las afueras de la Avenida 16 de Julio para acompañar alos dirigentes políticos y sindicales reunidos, los esbirros irrumpieron en la sala de sesiones yobligaron a los concurrentes a salir por la escalera, anunciando que todos estaban detenidos.Toda esta operación quedó fielmente registrada en las cintas magnéticas que documentaban eldesarrollo de la histórica sesión.Anecdótico fue que para el Dr. Hernán Siles Suazo la impuntualidad le salvara la vida.Llegaba tarde al cónclave y a pocas cuadras de la Secretaría Permanente de la COB, losdisparos que se escuchaban por toda la ciudad le advirtieron de ponerse a buen recaudo. Virópor un desvío y se refugió en alguno de los escondites que tenía siempre a mano para ocasionessemejantes.Ante el atropello, líderes como Lechín, hombre experimentado en situaciones similares en suazarosa vida política y sindical, recomendaron prudencia, serenidad y no oponer resistencia alos armados.No fue óbice para que Marcelo fuera identificado y ametrallado con una ráfaga que lo dejóherido y mató a un líder sindical vecino a él. El malherido Marcelo fue subido a una de lasambulancias y rematado en alguna de las casas de seguridad como aquella que conociera alcomienzo de mi calvario. Su cadáver no puede ser encontrado hasta ahora.Testigos sobrevivientes destacan que la animadversión contra Marcelo fue notoria desde elprimer momento. En la toma de la Secretaría de la COB le buscaron y provocarondeliberadamente, así como buscaron sin éxito al Dr. Siles Suazo, en aquel momentorepresentante de una oposición de avanzada al militarismo.Los paramilitares actuaron de un modo típico, como los famosos escuadrones de la muerte enlas guerras contra revolucionarias de Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala.

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Eran mercenarios y asalariados que mataban cumpliendo las sentencias que los falsosnacionalistas a ultranza dictaban a control remoto desde tenebrosos conciliábulos, en elmarco de la nefasta doctrina de la seguridad nacional.Marcelo Quiroga Santa Cruz fue asesinado y luego nadie quiso asumir la responsabilidad civilde su desaparición. Burlón, Luis Arce Gómez dijo que fue un disparo fortuito y el dictador GarcíaMeza, sarcástico, declaró que cuando Marcelo murió aún gobernaba Lidia Gueiler, laPresidenta Constitucional.El crimen se inscribe entre tantas otras crónicas de sangre, que se inspiran en aquella necesidadde eliminar a los enemigos de dentro por ser un factor de riesgo a los designios de dominaciónde ciertos grupos hegemónicos opuestos a los principios democráticos.El escenario y las circunstancias me recordaron la forma ideal de eliminar a los opositores,justamente de la forma que el coronel Canido, jefe de inteligencia (G-2) de la Octava Divisiónen Santa Cruz, me la había descrito.—Los argentinos nos recomendaron—, me había dicho el militar en presencia de Juan CarlosCamacho, —que reunamos a los rojos en un sólo cuarto y los hagamos volar a todos juntos. Vayareceta criminal.García Meza llegó al poder asesinando ciudadanos indefensos, cerró el Poder Legislativo,aterrorizó a los Magistrados del Poder Judicial y se encaramó en un gobierno calificado por loshistoriadores como “terrorista y tiránico”.

Soldado, no matarás

Recuerdo con claridad el llamado a la resistencia al día siguiente del golpe militar, escritas envolantes, llamados poéticamente palomitas, que palomas de palabras eran.Junto a Jaime Bedregal, Fernando Baptista, y Mario Sanjinés Uriarte ex-ministro, ex-embajador y conocido correligionario del Dr. Hernán Siles Suazo, habíamos lanzado a lacirculación miles de palomitas impresas en una máquina multicopiadora. En pocas palabrascondenábamos el bárbaro asalto al poder y el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz y deotros por las bandas alevosas transportadas en ambulancias.Los cuatro amigos teníamos en común una profunda bronca, y una infinita impotencia portodos lo que estaba ocurriendo. Los cuatro compartían techo en el Hotel Capitol deCochabamba.Advertíamos del imperio de patotas de paramilitares a las que el quinto mandamiento de "nomatarás" se había concedido convertir en orden de asesinar. Todo en nombre de salvaguardar“los más altos intereses de la patria”, según los percibían los militares.Condenábamos las consignas comunes de gran parte de los uniformados armados delcontinente, aleccionados por la doctrina estadounidense de la seguridad nacional, venenodoctrinario que inspiró los más feroces crímenes en tantos países pobres y dependientes de laAmérica Latina:—“Soldado de la Patria, niégate a disparar contra tus hermanos. Los enemigos de Bolivia estánfuera de ella. Los mineros y los estudiantes son también bolivianos. Los gorilas quieren elpoder para llenar las cárceles de patriotas y vender Bolivia a los pichicateros. No dispares amatar. Dispara al aire. Soldado, no matarás".Por ello es que desde el primer día había comprendido que no quedaba otra solución queprepararse para la lucha. No se podía claudicar y buscar una convivencia con los militaresgolpistas. Luchar, caer preso y morir. Y como alternativa ser echado del país, perspectiva estaúltima que se había cumplido dramáticamente. Ya me llegaría el día del destierro.Varias semanas después de llegar a Buenos Aires, con la barba crecida y un desarreglogeneral y ya sin recursos aparte de mi carácter e iniciativa personal, conocí a un amigoargentino, Carlos Pastor. Hombre sensible que oyendo mi historia me dedicó un verso a

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propósito del valor de los que escriben:

Pluma, cuando considerolos agravios y mercedes,el bien y el mal que tu puedescausar en el mundo entero,que un rasgo tuyo sereno,puede matar a un tiranoy que otro torpe y livianomanchar puede un alma pura,me estremezco de pavura,al estrecharte la mano.

Valen las rimas del argentino para Marcelo Quiroga Santa Cruz, Luis Espinal y los centenaresque en Bolivia han sido asesinados, han padecido las penurias de la prisión y han sufrido eldesgaje del alma por el exilio.

Las lecturas subversivas de mi padre

Mi padre era la antítesis del revolucionario. Hombre de familia, pulcro, bien vestido y mejorcomido, era más un típico burgués y estaba lejos de ser el prototipo de revolucionariolatinomericano barbado y de mirada febril que llegué a conocer en Suecia en los posters ypoleras del Ché Guevara, aquellas que exhibían, orgullosos, algunos de mis compañeros deuniversidad.Intentaba explicarme a mí mismo cómo un hombre sin haber tomado jamás un fusil ni unrevólver, ni ser parte de una organización política con planteamientos temerarios, se constituyóen un enemigo de un régimen de facto. Alguna vez mi padre comentó que el dictador GarcíaMeza le había querido embarcar en el proyecto de su golpe de estado, asunto que mi padrehabía rechazado con energía. Pero eso no bastaba para explicar el encono.Entre las lecturas de mi padre destacaban una aporreada versión de Pedagogía del Oprimidodel brasileño Paulo Freire y otro de Bolivia: el desarrollo de la conciencia nacional delsociólogo boliviano René Zavaleta. La Historia de Cristo de Giovanni Papini, obrascompletas de Jackes Maritain, y la infaltable Sagrada Biblia de Eloino Nácar y AlbertoColunga. Todas en versión de bolsillo, mi madre insistió en esconderlos dentro del equipajepara devolverlos a quien seguramente los había leído una y otra vez, cuando se volvieron aencontrar luego de su expulsión de Bolivia.Creo que la veintena de años de ejercicio periodístico a través de la radiodifusión de mi padreen Bolivia se nutrían de la fuerza de las ideas de Freire y Zavaleta. Deduzco también que sonlos intelectuales los verdaderos enemigos de las tiranías, tal vez porque piensan y tienen unaproyección mental algo diferente a la de los demás. Solo así se explica la vigencia de obrasliterarias de autores revolucionarios, cuyas biografías siguen influyendo en la mente de losjóvenes.Obras como las del Ché Guevara, del padre guerrillero Camilo Torres, de Catalano o deGutiérrez han sido prohibidas y en muchos casos incendiadas como producciones diabólicaspara los nefastos designios del capitalismo, que ve en el pensamiento libre el freno a susplanes de dominar y sojuzgar a las masas.Son libros que han sido de plano prohibidos en América Latina, aunque en Europa circulenlibremente. Quizá porque cuestionan esa mal llamada independencia a partir de la primeradécada del siglo XIX, que fue solo una transferencia del poder de los españoles a los hijosde éstos, los criollos nacidos en las colonias.El poder político continuó en manos de los ricos, además de derivar a los tentáculos de otras

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metrópolis extractivas —Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Italia, etc. — que han usufructuadodel trabajo y la riqueza de los pueblos americanos. Aunque pocos quieran reconocerlo, en loshechos las civilizaciones nativas fueron desplazadas por el colonialismo y sus pueblos sonajenos a decidir su destino, aunque nadie quiera reconocerlo.Pero en el siglo XX la Iglesia Católica, mejor tarde que nunca, empezó a escuchar a los pobresy reconocer que fueron objeto del gran despojo de sus tierras, de sus riquezas, de supersonalidad y de su historia. Con su Teología de la liberación se abrió un nuevo capítulo de lasrelaciones de los pastores con su rebaño.Hoy en día, claro está, el imperialismo es más sutil. Trata de no entrometerse en asuntosdomésticos, es más, ya no elige a hombres, sino a sistemas. Elabora acuerdos, otorgacréditos y asistencia económica, técnica y científica. Los convenios tienen que cumplirse araja tabla, independientemente de quién gobierne. Los acuerdos son sagrados y todo elaparato del neoimperialismo está para hacerles cumplir: Fondo Monetario, Banco Mundial,Organización del Comercio, y la mayoría de los gobiernos son controlados por EstadosUnidos, por Gran Bretaña, por el Grupo de los Ocho. Son entes que otorgan “beneficios” amanos llenas y luego exigen su contraparte por las dádivas que conceden a los gobiernosdependientes: la sumisión, el voto en organismos como Naciones Unidas, donde ejercen uncontrol indirecto. En cada país, el imperialismo tiene sus partidos políticos y su prensa.Gotemburgo, mayo de 1987, Arturo Aira, estudiante universitario.

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Capítulo Tercero

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Fiat voluntas tua

Era sábado a la medianoche cuando desperté después de dormir de un tirón más deveinticuatro horas, tal era el estado de nervios y la tensión a los que había sido sometido en losdiez últimos días desde mi detención en La Paz. Ahora me costaba aceptar que había sidotrasladado a miles de kilómetros de distancia.Solo, desamparado y hambriento, caminé a un restaurante vecino, pedí un bife, algo de vino ycafé. Luego de comer volví a mi habitación en el Hotel Savoy de la avenida Callao para cavilarsobre mi situación hasta que Morfeo, piadoso, me llevó otra vez a sus parajes de sueñosinquietos.Uno de los graves problemas del exilio es la supervivencia en condiciones dignas. El hambrees un compañero real y evidente y era claro que no podría escapar a esta regla. Para mítambién, pronto empezarían los problemas prácticos, había que pagar la cuenta del hotel ybueno, había que comer.Pero el problema que más me preocupaba era la situación de la familia allí en La Paz. Erapresa de una angustia indefinible pensando todo el tiempo en mis hijos y en mi esposa. ¿Cómopodrían mantenerse allí, con qué medios hacer frente a los problemas de alimentación ysupervivencia? No se vislumbraba ninguna solución, bienes no teníamos de ninguna naturalezay nuestros hijos eran todos menores, de catorce, doce, diez y ocho años, que no podían deninguna manera valerse por sí mismos.Recién el domingo 15 me animé a salir a caminar por la avenida Callao. Recorrí elminicentro de Buenos Aires. Llegué hasta la Avenida Constitución, donde está elimpresionante monumento a la revolución de 1810. Pero el templo argentino a su democraciaestaba cerrado.Deseaba asistir a la misa dominical, de modo que busqué un templo. Cerca estaba el de losJesuítas, llamado El Salvador. Me sorprendió encontrar una iglesia tan grande y tan llena degente. Costó abrirse paso y conseguir un buen lugar cerca del altar mayor. Desde allíacompañé con devoción y profundo recogimiento todo el santo oficio. Lloré por dentro todoel tiempo, entremezclando sentimientos de gratitud por conservarme Dios con vida, de hondaamargura por todo lo que pasó, de preocupación por mis hijos y mi esposa que habían quedadotan lejos en el desamparo.Por muchos años había de recordar el canto de la comunión de esa misa solitaria en medio de lamultitud de fieles argentinos: “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho minombre, en la arena he dejado mi barca, junto a Ti buscaré otro mar”, que entoné fervoroso,con clara pero temblorosa voz. Hice un acto de fe sincero y contrito, y me acerqué a la mesacomún donde tomé el pan de los pobres e imploré:—Como en otros momentos de mi vida, estoy enteramente en tus manos, Señor Jesús. No medesampares, cuida de los míos, dales tu protección e insúflales la fe que fortalece. Que se hagatu voluntad. ¡Fiat voluntas tua!

¿De la sartén a las brasas?

La Argentina vivía también una noche negra. Como en Bolivia a la Presidenta Lydia Gueiler,un nuevo golpe militar había encarcelado a su Presidenta Isabel Perón y colocado a losuniformados en la administración nacional.La historia de los desaparecidos era cosa de cada día, en todas partes se respiraba un aire dedesconfianza, de callada sospecha y miradas recelosas. El imperio del miedo y el terror habíalogrado sus efectos, el pueblo argentino de generoso, confiado y bonachón se había convertidoen vigilante, susceptible y reservado.

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Mi situación de exiliado en la Argentina era frágil. Había ingresado a este país con unsalvoconducto. Una simple hoja que decía: viaja sólo, viaje de ida; no era ningún pasaporte.Este salvoconducto daba derecho a quedarse legalmente en el país tres meses a lo sumo yluego vendría la clandestinidad y la posibilidad cierta de ser detenido.Por el trabajo periodístico conocía de sobra la suerte de los desaparecidos en la nación de Gardely de Borges. En pocos países del globo se había desatado tan feroz persecución y represión a lagente de la izquierda del espectro político. Se estaba escribiendo en aquel momento la mássangrienta historia argentina de los tiempos modernos. Los desaparecidos sumaban treinta mily Buenos Aires era el centro de esa brutal represión.Para llevarme de la sartén a las brasas bastaba una leve denuncia. Por ejemplo que elpropietario del hotel llamara a la policía y denunciara que un exiliado boliviano no pagaba lacuenta. La detención habría sido inmediata, sobrevendrían los interrogatorios y quien sabe...En ese contexto tenebroso, pero armado de optimismo y esperanza, al día siguiente dejé muytemprano el hotel y me encaminé hacia la Cámara Argentina de Turismo. Esperabaencontrar a Antonio Gómez, presidente de dicho organismo. Le había conocido pocos mesesantes, en el Segundo Congreso Interamericano de Hoteles en Río de Janeiro.Gómez era el propietario del Grand Hotel y me invitó a tomar un trago juntos y conversar sobrelas posibilidades de empleo cuya necesidad le había adelantado.Quedé muy contento del resultado de la entrevista, donde aparte de volver a lo que otrorafuera cosa rutinaria en Bolivia, cócteles y cena con un amigo, a partir de ese momento tuveademás el beneficio de contar con las oficinas de la Cámara Argentina de Turismo, paraescribir sendas misivas a mi Jenny, a Ricardo Rojas y a Guillermo Cáceres, estas últimaspara dejar en claro los asuntos pendientes de mi último empleo en Bolivia.Mi último empleo en La Paz había sido como Gerente de la Cámara Boliviana de Hoteles ycomo tal estaba al tanto del movimiento hotelero. Con estos antecedentes y con el respaldo delingeniero Gómez, luego de haber leído bastante material en las oficinas de su institución elaboréun informe y algunas sugerencias para mejorar y fortalecer la Cámara Hotelera Argentina.El documento fue dejado en manos de Gómez y éste consideró muy interesante la proposiciónaunque no formuló ninguna promesa de darme trabajo. Se habló en todo caso de la necesidad delegalizar mi permanencia en Argentina. Como condición previa antes de pensar en alguna pega,tendría que ir a ver un oficial de Inmigración y hablar con él del tema.Pero continuaban, como espina en el corazón, las cavilaciones sobre lo que podría convertirseen un caer de la sartén a las brasas. Asustado como un Adán expulsado del paraíso quemiraba receloso los peligros que me acechaban, había deambulado a lo largo de la avenidaCallao, mirando vitrinas y deteniéndome —como siempre lo hacía por costumbre— a leercarátulas de libros en los escaparates.

El primo de Pérez Esquivel

Llegué a uno que parecía una librería católica, alejándome unos metros miré la marquesina,Librería San Pablo. Entré confiado y estaba hojeando un libro y otro, cuando se me ocurriópreguntar discretamente si alguno conocía las oficinas de Derechos Humanos.Un empleado se dirigió a otro, éste se le acercó casi al oído. Luego asegurándose de que nadiele oía, me dijo:—Si usted vuelve por aquí al cerrar el negocio, como a las siete de la noche, lo llevaré yo mismo.—Descuide, yo estaré de vuelta.Salí a la calle y miré el reloj. Faltaban tres horas para las siete, de modo que decidí volver alhotel, entrar en la habitación y tomar una ducha, la tercera del día.El calor de Buenos Aires en los meses de enero y febrero es pegajoso y el aire se vuelvecaliente. Curioso contrasentido el que se lo combata tomando café todo el tiempo para

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combatir los 30 ó más grados del tórrido verano. Una gran parte de los negocios estabancerrados, lo mismo que las industrias. Miles de bonaerenses se marchaban a sofocar loscalores capitalinos en las playas de Mar del Plata o de Punta del Este en el vecino Uruguay.A la hora convenida estuve de regreso a la librería. Le tendí la mano al librero de medianaestatura, frente amplia y ojos brillantes:—Soy Mauricio, fui detenido y expulsado de Bolivia por los militares. Estoy desesperado.Necesito ayuda.—Me llamo Norberto y soy primo de Adolfo Pérez Esquivel, exiliado como usted—, me dijo.Pérez Esquivel ganaría posteriormente el Premio Nobel de la Paz por su defensa intransigentede los derechos humanos.Norberto estaba casi febril de poder ayudar:—Tiene usted suerte, pues las oficinas están muy cerca, a pocas cuadras de aquí sobre estamisma avenida y justamente a esta hora siguen abiertas aún, ya que se trata de la AsambleaPermanente de Derechos Humanos.Pareja de amigos recientes, nos encaminamos con paso firme hasta un conjunto de edificiosaltos, ubicados precisamente frente al templo adonde había ido a misa el día anterior. No habíaningún letrero, salvo un pequeño papel en una pared lateral: Asamblea Permanente deDerechos Humanos, Oficina 36. Ingresamos por una puerta lateral, subiendo y bajandoescaleras hasta llegar allí.—Buenas noches, vengo acompañado por un compañero boliviano que ha estado preso y hasido expulsado.Conocí entonces a Alberto Airala y a Eduardo Pimentel, presidente de la Asamblea. Deinmediato me pidieron hacer una relación de mis vicisitudes en una máquina de escribir quepusieron a mi alcance.—Ya podemos imaginar cómo lo estás pasando. Toma algo de dinero y ven por aquí mañana,que te presentaré al Dr. Augusto Comte McDonell, vice-presidente de la Asamblea ymiembro de la Democracia Cristiana, estoy seguro que él podrá encaminarte y sugerirte quées lo que puedes hacer— afirmó Alberto, quien luego me acompañó de regreso al hotel.Al día siguiente pasé por la librería San Pablo para dar a Norberto las gracias y noticias delresultado de la entrevista y seleccionar algunos libros de lectura. Yo seguía incrédulo de quetan pronto mis oraciones hubieran sido atendidas. Musitaba una breve frase de gratitud:¡Gracias a Dios!

El Hombre de la Mancha

Pasaban los días en rutinas sin trascendencia, del hotel a la Cámara de Hotelería, a la oficinade Derechos Humanos, y así llegó otro fin de semana. De nuevo la soledad y el sobresalto.¿Qué hacer? ¿Qué va a ser de mí? Todavía no había una solución en claro y la espera, preñadade incertidumbre en cada hora, con extremos de entusiasmo y de pena, se tornaba angustiosa.Cuando no hacía mucho calor o no llovía, me complacía con grandes paseos recorriendo estefabuloso Buenos Aires, urbe que por las noches arrojaba enjambres de gente a las calles, lamayoría bien trajeadas y en busca de diversión. Conté entonces más de quince teatros en lazona central, entre Corrientes y Santa Fe, Suipacha y Callao. Más de treinta y cincocinematógrafos, restaurantes por los centenares y casas de diversión por docenas.Por lo corto de recursos como andaba entonces, apenas podía animarme a una taza sin pastelesdel negro brebaje en los ubicuos cafés de la capital porteña.Pero una noche tiré la casa por la ventana y decidí entrar a una función de teatro. Estaba encartelera El Hombre de la Mancha, extraordinaria obra basada en una recreación entremezcladade Miguel de Cervantes Saavedra y su personaje Don Quijote. Fueron dos horas intensas de lapieza, que por ser de gran valor estuvo doce años en el escenario de un teatro neoyorquino,

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tres años en Madrid y en Buenos Aires iba por los seis meses. La obra había sido representadatambién en Cochabamba teniendo por protagonista al gran actor dramático Eduardo Dabura,con la extraordinaria participación del Instituto Laredo dirigido por don Franklin Anaya. Elsuceso artístico fue grande, aunque faltó el respaldo del público.Es necesario situarse en las circunstancias del que vive angustias o padece penurias paraentender la emoción en participar de aquella obra teatral, cuyas escenas durante mucho tiempono podría borrar de la mente.Recuerdo a Sancho al pie del lecho de enfermo de su amo y señor Don Quijote. El Quijotedelira y sueña:—¡Sancho! —, le dice, —¡prepárate! Un mundo entero espera por nosotros, tierras que conquistar,nuevas aventuras nos aguardan...!Sancho responde:—¿Más desventuras todavía?En su sencillez de campesino, llevado por su credulidad y lealtad al noble caballero, le habíaseguido en su quimera caballeresca por las tierras de La Mancha padeciendo privaciones einfortunios. Estaba en verdad agotado de tanto sufrimiento.Don Quijote, al borde de la tumba, consecuente con su espíritu aventurero, soñaba con másepisodios de dramas y combates. Para el visionario y romántico caballero, esto era la vida: laaventura y la conquista. Para el pobre escudero, cansado de velar por el amo y de soñar con laínsula prometida, esto significaba nuevas desventuras y desgracias.El mismo caballero enamorado tenía cerca de su lecho de enfermo a su dulce ilusión, laDulcinea de sus sueños, quien llorando de angustia por la postración del ilustre moribundo,deseosa de cumplir los mandatos de su señor y su patrón, segura de merecer su confianza ypresa de gran confusión ante el exquisito trato que le dispensaba Don Quijote, se formulabainteriormente, la gran pregunta:—¿Qué quieres de mí?Salí del teatro camino a la solitaria habitación de hotel y cavilé sobre una humilde AldonzaLorenzo convertida en bella Dulcinea por la fantasía quijotesca. Pensé en su cuestionamientointerior y convertí la frase de Dulcinea en una oración. Desde entonces repetía una y otra vez:—¡Señor! ¿qué quieres de mí? — y me encomendaba a Dios, sintiéndome como pecio flotante enla marejada del naufragio de la democracia sudamericana.

Penurias del exilio

Proyectando el anhelo de quien espera una manifestación de la voluntad divina, un milagro, aldía siguiente me dirigí a las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB), la línea aérea nacionalde Bolivia, para preguntar si había alguna carta, alguna noticia de mis seres queridos.Eduardo Morales me recibió con un gran abrazo:—Viejo, ¡qué pena siento por tu situación!, toma 100 dólares, sé que no son muchos, pero algo teayudarán en éste caso. El coronel Jorge Rodríguez desea verte en la Embajada.Me sentí reconfortado, no había sido en vano que trabajé en el LAB como Jefe de RelacionesPúblicas, ni vana mi costumbre de acoger nuevos amigos. Uno de ellos era Eduardo Morales,agente del LAB en Buenos Aires.Encontró además una carta de mi esposa en respuesta a la que le enviara desde el avión en quesalí deportado, no sin antes pedirle a una azafata de la nave que buscara a mi esposa en La Paz.Hacía veinte días que no mudaba el terno de color plomo y azul con que me había vestido el díade mi detención en La Paz. Pero además, la dieta forzada y la angustia me habían hechoadelgazar casi ocho kilos y la ropa me bailaba en el cuerpo.Jenny me informaba que mandaba una maleta y 200 dólares. Pero nunca imaginé losengorrosos procedimientos para retirar la maleta de la aduana en el Aeropuerto de Ezeiza.

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Tuve que cumplir trámites durante dos días para retirar los adminículos y la ropa quenecesitaba con urgencia, afrontando además el tormento de un sol abrasador y con laansiedad de andar con los bolsillos vacíos.El diario Clarín de Buenos Aires publicaba noticias desastrosas para Bolivia, con un gobiernobastardo ligado al tráfico de drogas. Parecía que se trataba de crear en Argentina una opiniónadversa al gobierno militar boliviano, al parecer fuertemente comprometido con bandas denarcotraficantes. Se podía apreciar en esta intención la mano de los estadounidenses, quehabiendo sopesado la situación política en el país vecino, habían resuelto desenmascarar a losnarcotraficantes y sus aliados políticos.Racionalicé como periodista que el mensaje entre líneas era que la poderosa embajada deEstados Unidos no estaba contenta con el nuevo gobierno. Si no tienen el apoyo de losnorteamericanos —pensaba— no puede durar mucho tiempo el régimen. Esto significaba unendurecimiento del control sobre los ciudadanos y sobre los militares disconformes.Este fue el tema de la conversación con el coronel Jorge Rodríguez, quien no obstante ser partede la representación diplomática boliviana, era claramente opuesto al grupo de García Meza.El militar había llegado hacía poco a Buenos Aires como Agregado Aeronáutico y no habíaterminado de instalarse en un departamento que acababa de arrendar. Se portó noble ygeneroso, me abrió las puertas de su amistad, invitándome un par de veces a su departamentodonde vivía con modestia, y comimos sentados sobre cajas de madera.Los medios económicos estaban agotándose, de modo que había que apurar las soluciones. Laangustia se ahondaba a la par de que las cartas que llegaban de Bolivia remarcaban quecontinuaba vigente el estado de sitio y las reglas de excepción, que facultaban al régimen defacto a utilizar la fuerza para imponer el orden, prohibían las manifestaciones y el normalfuncionamiento de las instituciones.Si bien mi esposa había enviado algo más de dinero para afrontar los gastos que demandó larecuperación de la valija en los interminables trámites de la burocracia aduanera, Febrero habíasido un mes de pesadillas, un tiempo para repasar los acontecimientos y empezar a hacerfrente a las nuevas realidades. Ahora estaba en un país ajeno, lejos de mi patria, de mi esposa ymis hijos. Tenía unos pocos amigos, pero mal podía estar viviendo de su caridad para siempre.Dadas las circunstancias, volvía la sensación de una eternidad de desamparo. Me ponía a pensarde nuevo en los míos, casi de un modo mecánico, aterrado por la idea de tantos meses sin miapoyo. ¿Qué haría mi esposa?; ¿qué cosa podrían hacer mis pequeños hijos?Traté de acomodar mi tiempo manteniéndome ocupado con la lectura de diarios y libros.Desarrollé una rutina diaria entre visitar el Palacio San Martín, proseguir los trámites ante lasoficinas de Naciones Unidas y las visitas al Lloyd Aéreo Boliviano en búsqueda incesante denoticias de Bolivia.Con el pasar de los días, advertí cierta desconfianza entre la gente de la Asamblea Permanentede Derechos Humanos. Ciertamente una cosa era que todos ellos anduvieran ocupados en susactividades propias y otra que no tuvieran la suficiente amabilidad y paciencia conmigo. Erancavilaciones producto de mi estado de ánimo, que se sucedían al advertir, por ejemplo, que senegaban a prestarme el teléfono. Quizá temían verse comprometidos. En medio de su propiaversión de terror represivo, algunos de ellos ya habían sido detenidos, sentían temor por lapersecución y les asistía una prudencia que me parecía excesiva.

La vocación de un exiliado

Dios y Patria eran dos marcas indelebles estampadas en el carácter de mi padre por laeducación cristiana recibida de instituciones y ordenes religiosas, que señalan hitos de obraejemplar en Bolivia.Mi padre había quedado huérfano de su madre a los dos años, quien por problemas

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ginecológicos murió siendo muy joven. Luego perdió a su padre, quien dejó este mundo a la edadde 54 años. Su formación temprana se debió a las religiosas de Santa Ana, que hicieron lasveces de verdaderas madres educadoras allí en Potosí, en la casa del Hospicio de Ancianos deSan Roque.Muchas jornadas de los inviernos en el templo católico del Cristo Rey fueron matizadas porentonaciones en latín de mi padre. El Credo in Unum Deum, del Ave María, el Tantum ErgoSacramentum, el dulce canto del Salve Regina y del Pater Noster. Eran oraciones quecantaba sin cometer un sólo error y en voz estentórea. También conocía una serie de cancionesitalianas, porque la orden religiosa era de origen romano y entre sus educadoras teníaalgunas italianas, aunque también habían bolivianas.Mi viejo gustaba recordar el Hospicio donde pasó largos meses, mientras su padre, nacido enBarcelona, se hallaba de viaje trabajando como concesionario de los coches comedor de losferrocarriles bolivianos.Recordaba por lo menos a tres religiosas: la Madre Mausetina, no precisaba siquiera si así seescribía, pero sí la rememoraba alta, rubia, blanca, muy bien parecida pero enérgica: ella lehabía enseñado a leer.La madre Ildefonza, que era la superiora, le tenía particular afecto y de niño le tenía muchaconfianza. Luego había una joven religiosa cruceña, morena, bajita y muy cariñosa.Recordaba que el chófer del convento hacía muchas bromas sobre ella, refiriéndose a subelleza y juventud.En el convento de la Hijas de Santa Ana en Potosí se celebraba con gran pompa el 15 deagosto, día de San Roque. En vista de que la nave mayor del templo había sido destruido poralguna catástrofe, la pequeña capilla adyacente se llenaba de miles de campesinos vestidosde diablos y de morenos y bailaban alrededor de la pequeña imagen del santo patrono de losperritos y la conducían en hombros de un lado a otro.Casi podía ver a San Roque con su traje de caballero español del medioevo, de color guindo yvivos amarillos, con un sombrerito de plata, a sus pies un perro fiel, que, por supuesto, teníala particularidad de curar con la lengua las heridas lacerantes de los amigos del santo.Había una treintena, tal vez más, de ciegos en el hospicio. Mi padre, entonces de unos sieteaños, jugaba con ellos, especialmente con los niños, cuyos nombres conocía de memoria.Aprendió a cantar, a tocar la batería y otros instrumentos como el charango, la quena. Elidioma quechua era su lenguaje de cada día.Protagonistas centrales de este cuadro fueron los invidentes, especialmente Luciano Quispe,a quien encontraría años después convertido en dirigente gremial de los voceadores deperiódicos. De ellos había aprendido algo vital: a usar de la palabra como instrumento decomunicación. Su vivencia con los que no podían ver la luz del sol, le había enseñado que lapalabra es el atributo mayor que el hombre ha recibido de Dios. Allí le nació la vocación por lacomunicación social.Gotemburgo, mayo de 1987, Arturo Aira, estudiante universitario.

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Capítulo Cuarto

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Bajo la protección de las Naciones Unidas

A las once de la mañana del segundo día de marzo, acompañado de Augusto ComteMcDonald, llegué a las oficinas del Alto Comisionado de Naciones Unidas para losRefugiados (ACNUR). Su representante en Argentina era el ecuatoriano Roberto Rodríguez delas Casas.Comte explicó que yo era un alto dirigente de la Democracia Cristiana en Bolivia, uno de losfundadores del partido. Mi actividad periodística había sido reprimida en mi patria, luego habíasido detenido y después desterrado.—No puede volver a su país pues el régimen militar que lo expulsó sigue aferrado al poder.Tampoco puede quedarse en Argentina, donde también corre peligro, y como carece dedocumentación sólo le queda el último recurso de acogerse a la protección del Alto Comisionadoy con su ayuda escoger un tercer país para refugiarse—, puntualizó Augusto y yo corroboré elpedido con mis propias palabras.Roberto Rodríguez dijo que habiendo sido presentada la solicitud formalmente, sólo quedabaaguardar una resolución para los refugiados en la sede de la ONU en Ginebra.Al día siguiente de la visita a ACNUR, me pidieron tomarme unas fotos que se necesitabanpara el documento de refugiado. En efecto, fui puesto bajo el amparo de Naciones Unidas, almismo tiempo que me anunciaron haberse tomado igual determinación con mi familia en LaPaz. Salí de las oficinas de la calle Laprida con el espíritu renovado.Augusto Comte también dirigió una carta a Waldo Villalpando, un demócrata cristianoargentino a quién conocía, en estos términos:"En febrero pasado, Mauricio Aira llegó a Buenos Aires desde Bolivia. Aira fue detenido ydeportado a nuestro país. Lo he presentado y apoyado ante el ACNUR y está a punto deentrar en la categoría de refugiado. Luego confía en traer a su familia y radicarse un tiempo enEuropa, en un país latino en cuanto sea posible. Le he comprometido todo nuestro apoyo y queen tal sentido te escribo a vos y a Franco”.Comte explicaba que yo era un dirigente de la Democracia Cristiana Boliviana, de 42 años,casado y con cuatro hijos. Que había dedicado muchos años al periodismo, especialmente alradial. Que en 1980 me desempeñaba en dos emisoras de Cochabamba; mi actituddemocrática e independiente me había generado entonces un choque con García Meza, hechoque poco tiempo después del golpe militar de julio de 1980 me costó la detención y deportación.Mi última actividad había sido la de Gerente de la Cámara Boliviana de Hotelería."Se trata de un hombre de muy relevantes condiciones humanas, profundo conocedor deAmérica Latina, con plenas aptitudes para desempeñarse en un primer nivel en cualquieractividad similar o afín a las que ha cumplido proficuamente. Su única dificultad es de ordenidiomático, aunque tengo la certeza que, si fuera necesario, superará rápidamente esteobstáculo.El propósito de estas líneas es pedirte todo apoyo que sea posible obtener para lograr la maspronta radicación de Mauricio y su familia en Europa, —te repito— en cuanto sea viable en un paíslatino".La carta fue remachada con una llamada telefónica de larga distancia que abrió las puertas parauna rápida decisión. Nadie podía oponerse ante tan contundentes razones. Pero el funcionariode ACNUR fue muy claro al señalar que se requería un mes para aprobar la asistenciafinanciera, dos meses para recibir el expediente y noventa días para presentar la solicitud a losgobiernos elegidos.Fue un período corto en que Buenos Aires me pareció una ciudad hermosa. Podía mirar a mialrededor con ojos optimistas, apreciar un sol que alumbraba con fuerza. La actividad erafebril, la gente que volvía de sus vacaciones y el ritmo frenético de gran ciudad se advertía en

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el transporte, en los almacenes, en calles y plazas. Por todas partes se veía agitación yaglomeraciones, especialmente en el metro porteño —el sistema de transporte subterráneo—siempre atestado de personas y marchando todos a un mismo ritmo, donde había que correrpara evitar los empellones.Curiosamente, rodeado de la opulencia de la city —como los porteños llaman al centro mismode Buenos Aires— donde tiene lugar la vida financiera del país, y existen restaurantes y hotelesde gran nivel, una población cosmopolita, imponentes embajadas y ministerios, casi siempreme sentía ajeno a esa vida de incesante actividad. Mi mente no reparaba en nada que no fueranmis propias preocupaciones y las noticias de lo que venía ocurriendo en Bolivia.

Deprimido e insolvente

Dadas las circunstancias, iba y venía en vaivén sostenido la sensación de una eternidad dedesamparo. Me ponía a pensar de nuevo en los míos, casi de un modo mecánico, aterrado porla idea de tantos meses sin mi apoyo. ¿Qué haría mi esposa?; ¿qué cosa podrían hacer mispequeños hijos?Me sentía al borde de caer sumido en una depresión. Flaco consuelo era escribir cartas anegadoen lágrimas, que luego tenía que romper para empezar otras que no revelaran mi ansiedad nila desesperación por una espera que habría de ser larga.Luego se me vino encima la insolvencia financiera. Ningún dinero que se pagaba a laadministración del hotel resultaba suficiente. Era una época de acelerada inflación y se dabancasi diarias fluctuaciones de la moneda argentina en relación a la divisa extranjera. Como meaplicaban la indexación al dólar, terminaba pagando intereses de las sumas devaluadas a lafecha de la cancelación. Dicho en otra forma, los gallegos propietarios de aquel hotel de laAvenida Callao se estaban aprovechando de mi situación de urgencia y desesperanza:simplemente no podía terminar de pagar, por tanto no podía dejar el hotel y la cuenta crecía ycrecía.Aunque la situación fue expuesta ante los personeros de Naciones Unidas y, según recuerdoalgún tiempo después la cuenta se pagó totalmente, hubo una instancia previa en que, primero,el hotel quiso quedarse con la valija, seguramente de garantía.Un poco después, como para completar el cuadro de mis desventuras, una noche cuandodespués de un paseo llegué al hotel como de costumbre, me dijeron que mi llave había sidoconfiscada por el gerente.—Hay orden de no permitirle el ingreso—, me dijeron. Ahora estaba en la calle,irremediablemente.—Si alguien me hubiera explicado la forma de proceder de esta gente, habría evitado tantosproblemas—, pensaba para mis adentros, —pero, ¿cómo un exiliado que ha sido extraído de suambiente familiar y su rutina de trabajo puede aprender a vivir en un medio foráneo yextraño?Contaba con una pequeñísima suma de ayuda diaria, diez dólares americanos. Con taldisponibilidad no se podía alquilar sino una cama de una habitación doble sin baño, loimportante era que fuese limpia y ventilada. No sin antes pasar una noche al sereno,durmiendo en un banco de la plaza Constitución y sintiendo hambre, mucha hambre, empecéla búsqueda de una pensión de mala muerte.Encontré una cerca del Obelisco, con el rimbombante nombre de Hotel Cambridge. Elhotelito estaba a tres cuadras de las oficinas de ACNUR y a otras tres de la Embajada deBolivia. Me dirigí allí con un compañero chileno que encontré en uno de los albergues deNaciones Unidas, cuyo aporte para cancelar la mitad del alquiler me caía de perillas.Había implorado en el ACNUR porque la asistencia a mis seres queridos fuese de urgencia, allíen La Paz. Reflexionaba que si yo la estaba pasando mal por el delito de pensar y escribir

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gracias al general García Meza, mi familia tenía que ser dispensada de mis agravios. Mis niñostenían que comer y ser atendidos prontamente. Con esta preocupación visitaba las oficinas deNaciones Unidas una y otra vez, insistiendo hasta el cansancio sobre la situación de mi familia.Un día me citaron para tratar de comunicarme por teléfono con la familia en La Paz desde lasoficinas de Naciones Unidas. No fue posible. En otra oportunidad, me dijeron que viajaría aBolivia una señora Gutiérrez funcionaria del ACNUR y que entregaría mis cartaspersonalmente. Entonces me puse a escribir a cada uno de mis hijos, confiado de que, ahora sí,las cartas llegarían a buen destino.La primera misiva que escribí fue una larga carta a mi buena esposa Jenny."Cuando pienso que nuestra separación va para dos meses, desde nuestra despedida en elPalacio de Gobierno de La Paz, me entra tal angustia que quiero ponerme a llorar pero sinremedio. Invoco entonces la ayuda de Dios que del mal saca el bien, y que permite que todaslas cosas sucedan para que nosotros aprendamos, creamos más en Él y nos amemos más.Tu no puedes tener idea de cuánto les extraño, qué terribles son mis días de soledad, a vecesdeambulo por calles y plazas como un autómata, sin atinar a nada, sin hallar una salida paraesta situación absurda en que nos ha colocado el tirano García Meza. Sé que conservo la fe enDios, la fe en ti, y en mis amados y pobrecitos hijos, despojados de pronto del cariño de supadre.Dios es grande, porque como debes estar ya enterada, las Naciones Unidas nos han puestobajo su protección desde el 3 de marzo pasado, lo que quiere decir que no nos dejaránabandonados, hasta que estemos otra vez reunidos y que pueda yo conseguir un trabajodecente en alguno de estos países donde iremos a radicar: Suiza, Francia, Italia, Canadá oSuecia. Que sea lo que su Santa Voluntad disponga.Por el momento quiero decirte que me dan una ayuda de 10 dólares por día, que aquí alcanzanpara tomar el desayuno y almorzar. Lo que quiere decir que un día debo tomar desayuno y otrono. Cuando lo tomo, no almuerzo y viceversa. Todo es tan caro aquí que te espantarías.En La Paz, teóricamente deberías recibir 50 dólares por día. 10 por cada uno de ustedes, con loque podrían aguantar hasta que se produzca la reunificación. El 12 de mayo próximo, expirará elplazo de 90 días de residencia como turista que me sellaron el pasaporte de hoja con queingresé a la Argentina. Pasaré a ser ilegal y entonces mi situación será algo delicada. Por elloen tus entrevistas con la gente de Naciones Unidas pídeles que aceleren nuestra reunión.Yo he tratado de hacer algo al respecto, pero un trabajo fijo y bien pagado no lo puedoconseguir sin documentos de residencia. Una denuncia me podría significar la salida deArgentina y por supuesto mayor número de problemas. Además, las Naciones Unidas nopermiten tener un trabajo remunerado. Qué terrible, no queda nada más que sobrevivir conlos centavos que te asignan.Sigue al pie de la letra mis recomendaciones. No trabajes demasiado. Procura descansar todolo posible, quiero que estés tan linda como siempre para cuando nos juntemos, te extraño yme sueño contigo.Te cuento que Mario Guzmán, ministro de Comunicaciones del dictador, estuvo aquí. Eshermano de Edwin, tu pariente, y se portó muy bien y me regaló 100 dólares, sin que se lospidiera. El Embajador Padilla me invitó a almorzar dos veces a su casa, la última vez estaba allíel General Ovando y juntos conversamos largo y tendido...”

Un difícil dilema

Un día de esos hablé con Ana Manusor de la Iglesia Católica, que allí actuaba como una agenciade ACNUR. Me dijo que habían llamado de Ginebra preguntando por el caso del periodista,que no podía ser otro que el mío.Cómo iba el trámite del periodista boliviano, se preocupaban, pero en los hechos nada

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cambiaba, mi falta de recursos era alarmante. No podía comprarme un traje que necesitaba conurgencia. El sábado 4 de abril había escrito 4 líneas en mi diario: “soledad, dolores, altatemperatura, sensación de abandono y postración”.Y luego, Dios es grande, al día siguiente, casi como en un poema sutil, lentamente, después deestar sumido en un largo sueño, desperté a las tres de la tarde. Me sentía etéreo, liviano.Tomé una prolongada ducha y salí a la plaza del Congreso, llena de niños, de palomas, deancianos y curiosamente de sol. Muy a mi pesar, vestido de terno y corbata.Al principio estuve solo, releyendo las cartas de mis hijos que siempre llevaba conmigo. Mástarde encontré un hebreo, agregado comercial de la Embajada de Israel, y luego un italiano,cuyo nombre —Gregorio Roca— no quiero olvidar. Tres horas de hablar con él me convirtieronen su amigo. Me compró 6 moldes de pan, que comí uno tras otro, hasta dar fin con todos.Fueron mi único sustento en sesenta largas horas.Por la noche, la hermosa fuente de agua y luces de color, describiendo figuras de todas clases,novios tomándose fotos, música clásica estereofónica en sus enormes parlantes, todohermoso alrededor y por dentro esa sensación de soledad, de desamparo, del más completoabandono. Qué terrible es la desazón que provoca el exilio.Quizás inspirado en éstas meditaciones depresivas, escribí otra carta más, ésta vez al AltoComisionado, mostrando tremendo desconsuelo ante lo reducido de la ayuda, que con lasdevaluaciones frecuentes, había disminuido a entre seis y siete dólares por día, una sumarealmente insuficiente para cubrir ninguna necesidad. Lo peor de todo era, la imposibilidad demejorar los ingresos. Ningún trabajo, ninguna otra fuente de cooperación, nada.Luego de exponer mi situación, retrotraje las circunstancias en que fui presentado a las oficinasde Naciones Unidas, la solicitud de protección presentada y la aceptación de ACNURoficializada el 6 de marzo."Inhibido de ejercer tareas asalariadas por las leyes argentinas, no puedo tampoco regresar aBolivia perseguido como estoy por los servicios de seguridad de la Presidencia de laRepública, por lo que pido a su autoridad que en ejercicio de las atribuciones que le confierenlas Naciones Unidas disponga las facilidades para que pueda reunirme con mi familia (miesposa y mis cuatro hijos) en éste u otro país antes del 12 de mayo, en que pasaré a lacondición de ilegal, convirtiendo mi permanencia en la Argentina en muy delicada en cuanto aseguridad y ordenamiento jurídico se refiere.Tengo que reconocer el gran esfuerzo que hace la ONU para atender nuestro problemahumano, sin embargo debo señalar que debido a la magra ayuda de 6 dólares diarios, he tenidoque reducir mis comidas a una por cada dos días y a tener por habitación una pocilga ".Como resultado de éste planteamiento, fui llamado de urgencia a una entrevista en lasoficinas de las Naciones Unidas. La conversación duró más de dos horas.Expresé a la asistente social, de nombre Silvia, que sentía verdadera necesidad de reunirmecon los míos a la brevedad posible. Pero la oficina de Naciones Unidas no veía con agrado que pudiera traer a mi familia.—Aquí en el ACNUR no deseamos que venga su familia a la Argentina porque entonces losproblemas se multiplicarían, serían más bocas a las que dar de comer.La reunificación familiar no se había de producir en Buenos Aires. De verdad deseabancooperar facilitándome todo lo que fuera necesario. Pero que debía tener paciencia y nodesesperar.—Lamentablemente, no podemos hacer excepciones, la ayuda es igual para todos—, aseguró Silvia.—Y en cuanto a los suyos, ya están recibiendo cooperación en La Paz. Queremos hacer todo loposible para acelerar el trámite, de modo que no tenga que quedarse usted mayor tiempo aquí,y mandaremos su solicitud simultáneamente a Francia, Canadá y Suecia.También se me informó que el envío de los formularios iría a demorar porque había quetraducirlos a varios idiomas, etcétera.

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Pero al otro día, después de viajar dos horas hasta la agencia local que me atendía en loadministrativo, noté que la ayuda había mejorado. Me felicité en lo más íntimo por haberexpresado mi reclamo, especialmente después de comparar mi caso con el de otros refugiadosque acudían allí.Algunos de ellos, como los exiliados paraguayos, subsistían de esta ayuda desde hacía muchotiempo. Tuve ocasión de charlar con varios. Resaltaba el caso de una madre con 5 hijosmenores, que me confesó que ella trabajaba lavando ropa y ayudando en una casa y en otra yque la cooperación de ACNUR era para ella un ingreso extra.Esa es la gran diferencia —pensé para mis adentros— esta buena señora puede trabajar, dormir encualquier sitio, vestir como sea, claro que soporta mejor el trance de un obligado exilio.

Suipacha y Corrientes

A pocos metros del Obelisco, el centro neurálgico de la populosa ciudad de Buenos Aires, allídonde el bullicio alcanza su máxima expresión y el movimiento humano de los fines desemana se hace denso y compacto, está ubicado el Hotel Cambridge. En realidad era unalojamiento de baja categoría, eso sí, muy limpio, y desde donde podría movilizarme en misperiplos usuales con gran ahorro de tiempo y dinero.Una estrecha habitación con dos camas, y baño externo de uso común, podía costar 150 dólaresal mes. Como solución me asocié con un exiliado chileno de apellido Salgado, que seencontraba a la espera de una resolución del ACNUR para ingresar a la categoría de protegido,y que pasaba por una situación similar a la mía.Salgado se mudó al cuarto y entonces la cuota parte del alquiler se hizo más llevadera. Elchileno era cantante y guitarrista, de modo que tenía trabajo extra cantando en el Barrio de laBoca, donde hay una gran cantidad de cantinas que reúnen público entre las 8.00 y las 12.00de la noche, especialmente a grupos de turistas de todo el mundo. El dinero que ganaba allí lepermitía pasarla bien. La ayuda de ACNUR era extra, también en éste caso.Nuestra habitación daba justamente sobre la famosa esquina de las calles Suipacha yCorrientes. A media cuadra de allí se encontraba la casa de departamentos donde vivió el CheGuevara durante sus estudios de medicina. A 100 metros estaba la placa recordatoria deFlorida y Corrientes donde Carlos Gardel solía reunirse con Rubén Darío y Ricardo Palma.Ahora teníamos un televisor en el cuarto, pero los programas de la televisión argentina estabanrepletos de propaganda militar, tratando de mostrar color de rosa la situación del país.Sin embargo de la propaganda, los problemas en Argentina aumentaban de número ytamaño. No habían soluciones porque no regía la democracia, se había despreciado esta formade convivencia y se creía, igual que en Bolivia, que los gobiernos de fuerza tienen autoridad,que son una solución, que los cambios se pueden hacer desde el gobierno. ¡Qué equivocadosque estaban!

El primer trabajo de mi padre

Encerrados en nuestra prisión idiomática, tal vez no nos dábamos cuenta que la cohesiónfamiliar nuestra era más fuerte en Suecia, como si asediados por un mundo externo casihostil por la incomunicación tuviéramos que cerrar filas entre nosotros. Nuestras charlas alcaer la noche escandinava se volvieron una sagrada rutina. Mi padre presidía esos cónclavesfamiliares, en los que no sé si por cuarentón, o por el exilio, o por desear imbuirnosconsciencia de nuestras raíces bolivianas, ya escarbaba el pasado tanto como escudriñaba elfuturo.En Potosí, 25 años antes de su exilio en Argentina, había empezado la carrera de periodista demi padre. Nos había contado la historia muchas veces, en esas noches de familia cuando

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todavía ajenos al medio, éramos como casi sordomudos en Gotemburgo al no poder hacernosentender o comprender lo que nuestros semejantes suecos nos decían en su idioma.El viejo empezaba por rememorar a su ciudad natal, Potosí, ubicada a 4.090 metros sobre elnivel del mar. Declarada Villa Imperial de Carlos V en tiempos en que España era la mayorpotencia por la extensión de su imperio y la magnitud de las riquezas que extraía de suscolonias, era una ciudad legendaria y rica:—A mediados del siglo XVII cuando Buenos Aires tenía 40.000 pobladores, Potosí contaba másde 110.000 habitantes, ojo, más que Londres o París—, empezaba mi padre.—Emporio de la plata, atrajo a miles de colonizadores, no sólo mineros sino artistas, escritores,ascetas, estudiosos que han dejado imborrables recuerdos de la grandeza de la época1colonial, como su Casa de la Moneda y sus cerca de 100 templos urbanos.Allí, un buen día, mi padre le preguntó al dueño de una radioemisora si podía pasar a comentarunos discos nuevos que su cuñado Jorge René Zelaya había recibido hace poco.Gutiérrez, que así apellidaba el empresario radial, le dijo:—Sí, claro que puedes venir, después de las nueve de la noche.A esa hora, no había audiencia y en Potosí hace mucho frío. Allí estuvo, una y otra vez,modulando parlamentos que no eran otra cosa que la lectura de trozos de textos queaparecían en las tapas de los discos. Música hermosa, de Mantovani y su orquesta deviolines, de los Hermanos Reyes, del Trío Los Panchos.Al cabo de unas semanas, vino la proposición de Gutiérrez:—¿Te gustaría leer las noticias? Ven a las ocho y junto a Ennio Rodríguez leerán comentarios ynoticias locales.Así fue. Esto ocurrió en 1956, y nunca más dejaría los micrófonos hasta el destierro que leobligaba a una forzada abstención después de 24 largos años. Sin temor a equivocarse sepodía decir que había nacido para la radiodifusión.Gotemburgo, mayo de 1987, Arturo Aira, estudiante universitario.

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Capítulo Quinto

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El general Eufronio Padilla

El general Eufronio Padilla siempre fue un hombre noble y correcto conmigo. Militar dedistinguida carrera, había sido Director de la Escuela de Altos Estudios Militares, Ministro delInterior en el gobierno del general Ovando, alcalde de Cochabamba y embajador en Ecuador.En Cochabamba en el año 1966, en mi condición de director de Radio Nacional, había tomadola iniciativa de realizar una colecta para reunir fondos para comprar un Barco para Bolivia.Como tantos otros bolivianos, lejos estaba de imaginarme que la tal campaña fue unnegociado que involucró a un criminal de guerra nazi que vivía en Bolivia bajo el nombre deKlaus Altmann.El general Padilla era entonces la más alta autoridad militar en Cochabamba. Hicimos buenasmigas. Qué curioso, le había entregado varios miles de pesos fruto de la campaña del Barcopara Bolivia, que a mi entender no era otra cosa que un modo de mantener viva la idea delretorno boliviano al mar, avivando el sentimiento de injusticia por el despojo que cometióChile con mi país al privarle de su salida al mar en 1879.El general se sorprendió de verme en su despacho de la embajada boliviana. Se puso de pie y seadelantó a darme un abrazo.—¿Qué hace usted aquí en Buenos Aires, querido Mauricio?—Estoy exiliado, mi general.—Exiliado, ¿y por orden de quién?, no puede ser, si todo el mundo sabe que usted es un buenboliviano.—Así son las cosas, mi general. Su presidente me hizo detener y me expulsó de la Patria.—Quiero que nos acompañe a la casa y almorzaremos con Isabel (su esposa, pariente delGeneral Ovando) y entonces podremos conversar con mayor detalle.Ante semejante trato, no tuve ningún cargo de conciencia, ni reparo alguno en trasladarmehasta el domicilio del Embajador. Fue un almuerzo muy bien venido, porque hacía días que nocomía un plato caliente. Naturalmente, la sobremesa estuvo destinada a hablar de lascircunstancias del destierro.Y surgió un nombre, Faustino Rico Toro, brazo derecho de García Meza, Jefe de la Casa Military por quien Padilla sentía estimación.—Descuide usted, Mauricio, yo le escribiré y le pediré aclaraciones, ya verá.En efecto, tres semanas más tarde hubo respuesta y el Embajador me pidió pasar por sudespacho. Allí me dijo:—Tengo malas noticias para usted.Leyó un oficio cuyo rótulo decía: “Casa Militar de Su Excelencia”:—“En relación al pedido del periodista Mauricio Aira para regresar a Bolivia, debo decirle queaprovechando su condición de tal, ha desatado una campaña de desprestigio e intriga en contrade las Fuerzas Armadas, de lo cual es testigo el Sr. Presidente de la República, general GarcíaMeza..."—Como usted verá, nosotros no tenemos mucho que hablar después de esto—, dijo el general yde ésta forma, por la infamia de Rico Toro, dio por concluída la entrevista, actitud que me dejóperplejo y anonadado.Semejante conducta no era otra cosa que la confirmación de la villanía del dictador que seestaba vengando y estaba ratificando sus bajos instintos de odio y desprecio por sussemejantes. Qué le podía importar a un dictador la suerte de mi esposa, de mis hijos. La míapropia, sometido que estaba al hambre y a la indignidad.En aquel momento no pude reaccionar inmediatamente. Solo farfullé que escribiríapersonalmente al Presidente para desmentir tal infundio, que sólo perseguía desprestigiarmeante amigos como el Embajador y que le rogaba despachar su carta por valija diplomática.

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—Es mentira que yo haya desatado ninguna campaña contra las Fuerzas Armadas. Además yoescribí y dije cosas contra el grupo de uniformados que tomaron abusivamente el poder quecorresponde a quienes el pueblo eligió: sus representantes.Pero el Embajador abundó que había hablado al ex-ministro del Interior, Luis Arze Gómez,quién le reveló que el propio general García había dado la orden de su detención y destierro porel plazo de 90 días, pero que con ésta carta la situación se hacía muy difícil para mí.¡Qué hacer! Sólo se me ocurrió buscar consuelo buscando a Augusto Comte. El amigo meremachó, una y otra vez, que no me preocupara, que éstas cosas ocurren en política y luego seolvidan cuando los gobiernos cambian. Una vez más, Augusto me dio apoyo moral ymaterial; mi gratitud hacia el noble amigo era insondable.

Carta al dictador

Aquella noche no pude conciliar el sueño. A la mañana siguiente, muy temprano, escribí aldictador García Meza una carta que hasta el día de hoy no tiene respuesta. Usando el tuteo,como cuando habíamos sido amigos, le impetré:"Tengo el honor de escribirte la presente a la espera de que le prestes atención, no obstante tusmúltiples e importantes ocupaciones de Estado, en el entendido de que es necesario que yopueda salir de la terrible duda que me atormenta en el destierro político.Me acabo de enterar, luego de casi tres meses de haber salido de la patria en calidad dedesterrado, dejando atrás familia y trabajo, que se adoptó esta drástica e inhumana medidacontra mi persona, porque aprovechando de mi condición de periodista, habría desatado unacampaña de desprestigio e intriga contra las Fuerzas Armadas, testigo de lo cual eres tú, elSr. Presidente de la República.Estoy seguro que semejante infamia no puede tener por testigo a mi ex-amigo el generalGarcía Meza, porque lo digo a fe de hombre bien nacido: NUNCA HE TENIDO SIQUIERALA INTENCION DE DAÑAR EL PRESTIGIO DE LAS FUERZAS ARMADAS DE LANACION, lo cual tengo corroborado durante mis largos 22 años de actividad periodística enPotosí, Siglo XX, La Paz y Cochabamba.Tengo testigos de los modestos servicios que, por el contrario, he prestado a la instituciónarmada y al país, como ejecutor de campañas de prensa, misiones especiales, de asistenciapermanente. Conservo notas, oficios, publicaciones de prensa, tarjetas y algunas cartaspersonales del Gral. Barrientos, a quién me ligó un parentezco espiritual y de quien meconsideré amigo hasta el día mismo de su muerte y aún después, para evitar que su nombrefuera manipulado en favor de mezquinos y subalternos intereses.Del general Bánzer fui un abierto opositor y por ello fui encarcelado a raíz de las acciones deTolata. Más tarde, al cambiar el General Bánzer de actitud en un sentido positivo, meconvertí en su colaborador y funcionario; lo propio puedo decir del General Pereda, que pudocontar con mi desinteresado aporte.Qué decir de los generales Azero, Pérez Tapia, Torrelio, Céspedes, Sánchez, Padilla Caero,Eguino Claure o de los coroneles Ramallo, Baldi, Lanza, Mario Guzmán, Gary Prado, RaúlLópez, Jorge Rodríguez, Rodrigo Lea Plaza, a quienes conocí en el curso de mi trabajoperiodístico, sea como conductor de programas de radio, maestro de ceremonias osimplemente cronista o redactor, lo que me permitió participar de todo tipo de reuniones en queprimaba el interés nacional.Es cierto que nunca fui un incondicional, como tuve oportunidad de manifestártelopersonalmente el 26 de abril de 1980, cuando me buscaste por medio del coronel Arze Gómezen Radio Cosmos. También es cierto que expresé puntos divergentes con algunos jefes delejército por asumir actitudes contrapuestas con el espíritu nacional en cuanto a la conducciónpolítica. No puedo negar que soy militante de la Democracia Cristiana desde hace 20 años, y

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que muchas veces cedí paso al deber y las responsabilidades partidarias antes que al halago delos cargos públicos circunstanciales.Pero de ahí a que se me considere un enemigo de las FF.AA, hay una gran distancia. Tengo lainsoslayable obligación de negar absolutamente tal afirmación, que pretende perjudicar mifuturo político, colocándome en situación falsa e injusta ante la institución armada, muchos decuyos miembros me conocen y saben que amo a mi Patria, que he dado muestras depatriotismo sea desde el Comité Pro Mar, la Junta de la Comunidad de Cochabamba, losClubes de Leones. Tal como tú conociste bien en el tiempo que desempeñaste la jefatura deEstado Mayor de la Séptima División.Estoicamente he soportado la humillación de mi apresamiento en las celdas del Servicio deSeguridad, del Departamento de Orden Político, del destierro y de todo lo que trae aparejado elcastigo de estar fuera de la Patria que uno ama y por la que daría su vida, lejos de la familia ydel habitat propio.Inmerecidamente estoy sufriendo privaciones, angustias, hambre. Pero lo que no acepto esque se me tilde de antipatriota. Por lo cual, en aras de la amistad a la que un día hiciste alusión,y pidiéndote pensar en tu condición de padre y esposo, te solicito que se me concreten loscargos y se exhiban pruebas de las acusaciones generalizadas que motivan ésta carta.Me resisto a creer que tu conozcas la verdad de todo este enredo y pienso, mejor dicho, quieropensar, que todo se debe a un error, a una falsa apreciación o a informaciones distorsionadasque te hubieran hecho llegar.Conoce el Embajador Padilla aquí en Buenos Aires, que no obstante las graves dificultadescon que tropieza todo desterrado para poder subsistir, en una nueva demostración de civismo,me he resistido a escribir nada que, aunque verdadero, pudiera dañar aún más la imagen deBolivia, tan venida hoy a menos."Como es de suponer ésta carta a García Meza desde Buenos Aires jamás tuvo respuesta. Larutina en el destierro continuó, ahora sin el apoyo —al menos abierto y franco de antes— delEmbajador Padilla, como era de suponer.

Mi amigo el general Alfredo Ovando

Cuando me encontraba en la casa del embajador Padilla, de manera casual me encontré con elgeneral Alfredo Ovando, recién llegado a Buenos Aires de su prolongado exilio en Madrid.Reconociéndonos mutuamente, allí acordamos encontrarnos en los días subsiguientes.Después de dos tenidas con mi nuevo compañero en el destierro, el azar me convirtió en unamigo de este militar afable que reconstruyó el Ejército boliviano después de la revolución de1952.La desgracia podía unir a dos personas tan diferentes. En fin, nos juntábamos para hablar degeneralidades, acto seguido continuaron durante mucho tiempo en agradable tertulia, siempredejando pendiente las ganas de continuar nuestras charlas.El general Ovando había sido Presidente de la Junta de Gobierno junto al general de aviaciónRené Barrientos Ortuño después de derrocar el régimen de Víctor Paz Estenssoro. Luegopresidió las elecciones en las que René Barrientos salió ungido como Presidente Constitucional.Posteriormente surgieron grandes discrepancias entre ambos militares por la forma de ser tandiferente de ambos. Ovando era un hombre mayor, enjuto y parco de palabras, mientras queBarrientos era más joven, todo un cochabambino valluno, locuaz y casi alocado por lo audaz.Llegado a la presidencia, se rumoreaba que Barrientos había hecho lo imposible para alejar aOvando del Ejército y hasta del país.Luego le había tocado el turno en la presidencia al general Ovando. Cuando Barrientos murió enun controvertido accidente de helicóptero que más de uno achacaba a ese Tinino Rico Toro detristes recuerdos para mí, el general Ovando había comandado el golpe militar al vicepresidente

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Siles Salinas, quien había asumido la presidencia en forma constitucional.Ahora el general Ovando se lamentaba:—Aquí me tiene usted, Mauricio. De nuevo en el destierro y enfermo como me encuentro—, meconfiaba.La desgracia podía unir a dos personas tan diferentes. En fin, seguimos hablando degeneralidades y quedamos los dos amigos de continuar nuestras charlas.El general Ovando intentaba retornar a Bolivia de su largo exilio en España, cuando fuedetenido en el aeropuerto bonaerense de Ezeiza e impedido de continuar viaje. Su camaradade armas y pariente, el general Padilla, le había dicho:—Alfredo, es mejor para ti, por tu propia seguridad quédate en la Argentina. Yo te ofrezco lacasa y mientras tanto podremos hablar con García Meza y conseguir las suficientes garantíaspara que puedas volver seguro a Bolivia.

Vaticinios de dos desterrados

Antes de tratarle y criarle aprecio, yo sentía admiración por el General Ovando. Primero por suobstinada actuación para que se hiciera realidad la instalación de la fundición de estaño, contraviento y marea, ante la negativa de los estadounidenses. Históricamente fue un acto depatriotismo que nadie puede poner en duda.Su otro gran mérito fue la nacionalización de la Bolivian Gulf que explotaba los yacimientosbolivianos de petróleo con gran beneficio para los capitales norteamericanos. Fue casi un actoheroico no sin poca injerencia de Marcelo Quiroga Santa Cruz, salido de la prisión a ser ungidode Ministro de Minas e Hidrocarburos, que los buenos bolivianos aplaudieron sin retaceos, sinsaber que la empresa norteamericana fue resarcida con creces por esa medida de gran efectonacionalista.—Los gringos nunca me perdonaron la jugada de instalar los hornos—, me había confesado en tonoconfidente. —La campaña por desprestigiarme llegó muy lejos. Es más, todavía después detantos años, me siento perseguido y perjudicado.Ovando estaba muy delgado.—Tengo úlceras y me falta el apetito.Tratábamos de caminar por las heladas calles de la zona central y nos sentábamos en loscafés y conversábamos muchas horas y sobre muchos temas.Una mañana muy temprano llamó el general Ovando al hotelito donde me hospedaba. Cuandodevolví la llamada, acordamos almorzar juntos sin demora.—Me han prohibido regresar a Bolivia. Me han despojado de mi pasaporte, no tengo visa. Le hepedido a mi mujer que venga y veremos entonces qué hacer.¿Cree usted, general, que lo de Bolivia puede durar largo tiempo?—Yo creo que sí, que esto tira para largo. Vea usted el caso de Lanza, lo han dejado colgado.Se refería a Emilio Lanza, un inteligente y progresista oficial joven que fue dejado de lado enel escalafón de ascensos y de quién nos ocuparemos más adelante.—Además, se han cuidado mucho de preparar a cierta gente que ha tomado los mandos—, afirmóel ex-presidente.Ya en confianza, le hablé casi con vehemencia de la necesidad de producir unpronunciamiento de todos los ex-presidentes, enjuiciando el momento actual en que elprestigio de la nación boliviana estaba por los suelos, por la identificación del régimen con eltráfico de cocaína.Ovando respondió:—Cree usted que ellos estarán de acuerdo? Nada se pierde con intentar un gran acuerdo, hayque salvar el nombre de Bolivia.—Es cierto—, dijo, —quizá ahora que todos los ex-mandatarios están fuera de Bolivia, se pueda

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hacer algo.No sin razón, los del gobierno militar boliviano veían fantasmas por todas partes. Denunciabanuna conjura internacional, de que la salida de Ovando de España coincidía con el movimientode los ex-presidentes en Europa, en Venezuela, en Perú.No estábamos muy lejos de lo que habría de suceder. Semanas después, muy tempranocompré el diario Clarín en su primera edición. Lidia Gueiler, todavía Presidente Constitucionalde Bolivia, había emitido una extensa declaración en Lima, Perú. El documento fue elaboradoen una reunión de representantes de los partidos políticos bolivianos y era un llamado a larebelión popular, incitando a la constitución de un frente de Liberación. Afirmaba que tanto VíctorPaz Estenssoro, del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), como Hernán SilesSuazo, de la Unidad Democrática y Popular (UDP), se integrarían al mismo.

Todos contra el dictador

La prensa de Brasil comenzaba a ocuparse más a menudo sobre mi país. Anunció a finales deabril, una reunión del frente amplio de oposición a García Meza. Lidia Gueiler, Walter Guevara yHernán Siles Suazo se reunieron allí y estudiaron la situación boliviana para delinear uninmediato curso de acción. No habían huelgas en Bolivia, pero se advertían síntomas de graves einsalvables problemas que podían precipitar luchas fratricidas.Los ex-mandatarios afirmaban que la orfandad de García Meza era total y se caracterizaba porel aislamiento internacional, la carencia de apoyo interno, una total ausencia de soluciones alos problemas nacionales, como ser la falta de productividad, la disminución alarmante delpoder adquisitivo de los salarios, la reducción de los mercados de consumo, el aumento delcontrabando debido a la corrupción y la deficiencia en los controles, la ineficienciaadministrativa.Y un lacerante inciso: la participación oficial del gobierno militar en varias facetas del tráficode cocaína.Los ex-presidentes afirmaban que no había una política internacional, ni programas económicospara ampliar la base financiera. Más aún se daba un aumento de la deuda externa porcarencia del poder de amortización.A los argumentos dados en el documento, yo mismo podría haber añadido: una falta total delibertades, represión dentro y fuera de las Fuerzas Armadas, aumento desmesurado de losgastos reservados y conculcación de la libertad de prensa con la rabiosa persecución a losperiodistas.El documento estaba destinado a la gran opinión latinoamericana. En Bolivia misma no sepodían enterar del mensaje salvo clandestinamente, ya que la prensa local estaba amordazada.Los efectos del referido documento no tardarían en dejarse advertir en las organizacionesbolivianas. Pero en nuestro próximo encuentro hablamos de la obstinación del general GarcíaMeza por quedarse en el poder.—Ahora está instrumentando a los campesinos y luego a los clases del ejército. Se refería a losestudiantes de la Escuela de Clases de Cochabamba, alrededor de mil soldados, para quedarseen el Palacio Quemado.Ovando me sugirió aquel día, escribir una carta a Carlos Rodrigo Lea Plaza, jefe de la sección G-3 del Ejército, para dejar abierta la posibilidad del retorno.La conversación volvía a girar en torno al Ejército.—Hay algo que debe saber, Mauricio. El Ejército de tierra institucionalmente no estácomprometido con el tráfico de narcóticos. No puedo decir lo mismo de algunos de susmiembros—, aseguraba el venerable anciano.Entonces le corroboraba:—Nunca he creído que así fuera, pero hay oficiales con mando de tropa y en puestos claves que sí

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están comprometidos y esto me preocupa y por ello urge una clarificación ante el mundo. Losmilitares bolivianos no son pichicateros, le enfaticé.Hablamos del general Cayoja, del general Añez, este último de quien pensaba Ovando quepodría ser un buen presidente, porque tenía una tendencia popular interesante.Enterado el general Ovando de mi falta de trabajo y de sustento, se ofreció a conversar con elgeneral Paz Soldán, representante de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB, laempresa estatal del petróleo boliviano) en Buenos Aires, con quien iba a almorzar un día deesos, promesa que quedaría sin cumplirse por el prematuro regreso del ex mandatario a La Paz.La primera vez que tomé noticia de Suecia fue a través del general Ovando. El enjuto militarse dejó caer en el Hotel Cambridge cuando yo aún dormía. Le abrí la puerta, todavía en pijamas:—Al parecer su suerte está echada, me dijo.Poco más tarde, sentados en el café, prosiguió:—Por lo que me acabo de enterar, usted saldrá a Europa. Yo desearía que se fuera a Suecia, yaque allí tengo unos compadres a los que he visitado y comprobado que viven bien.

Militares no gorilas

El martes 7 de julio de 1981 me puse en contacto con Emilio Lanza que se encontraba enArgentina huyendo de la persecución de García Meza. Se había levantado en armas en mayo enel CITE, el Centro de Instrucción de Tropas Especiales, de la poderosa Séptima DivisiónAerotransportada de Cochabamba. Acordamos una reunión para el día siguiente.Ese miércoles 8 de julio, muy temprano en la Embajada de Bolivia situada en la céntricaavenida Corrientes, me encontré sin proponérmelo con el embajador Padilla. Me recibió conentusiasmo y de buenas a primeras me propone que trabaje con él, es decir en la embajada,que tome a mi cargo las tareas de prensa.Me aconsejó escribirle sin demora al Canciller boliviano y que le ofreciera mis servicios. Claroestá que agradecí la inesperada gentileza del Embajador, pero estaba muy lejos de ofrecer misservicios al dictador. Con todo, acordamos vernos de nuevo el día viernes y seguirconversando.Emilio Lanza me recibió en el hotelito donde se alojaba con sus oficiales camaradas dedestierro, situado a pocas cuadras donde yo mismo residía. Con Lanza estaban los mayoresLuis Iriarte (hijo del general oriundo de Tarata, en el valle cochabambino), y el chapaco AdelMontero. Más tarde llegó el coronel Rolando Saravia que fuera ministro de Padilla, CarlosMena quién fuera Jefe de la Casa Militar primero y más tarde ministro del interior delGobierno de Natusch Busch que duró 15 dias. Finalmente, luego se nos acopló el coronelMaldonado, quien resultara perseguido luego de levantarse contra García Meza a la cabeza delos cadetes del Colegio Militar.En el calor de la charla, alguien habló por teléfono con el general Raúl Ramallo.Inmediatamente se me propuso presentar un esquema de gobierno alternativo al de GarcíaMeza, claro está como sugerencia periodística, que podría resultar muy interesante —dijeron— puesto que me informaron que el Estado Mayor clandestino del ejército boliviano sesionaríaen Buenos Aires.En los próximos dos días, para sorpresa mía me encuentro con nuevos oficiales bolivianos, entreellos, los hermanos Galindo, quienes se decía que habían venido a Buenos Aires para planificarel retorno a Bolivia del coronel Lanza. En algún momento, Lalo Galindo me dijo que “parecíainevitable un baño de sangre promovido por la mafia de los “narcos”.Eduardo y Fernando Galindo habían estado de acuerdo en un principio con el golpe de GarcíaMeza. Se habían desilusionado cuando vieron como se empezó a manejar el país. Lo que lespuso en alerta fué el famoso negocio de las piedras semipreciosas de La Gaiba, una preciosalaguna ubicada en el Pantanal fronterizo con el Brasil, donde las antiguas afloraciones

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geológicas del Macizo Brasileño habían concentrado espléndidos bolsones de piedrassemipreciosas. Los tres miembros del Estado Mayor golpista presidido por el general GarcíaMeza se habían hecho conceder una inmensa propiedad donde se encontraban los filones,habiéndola puesto a sus nombres, cual si se tratase de una propiedad privada.Usando el número que yo mismo le di, Lalo Galindo llamó por teléfono al Embajador Padilla,a quien ese mismo día había quedado yo de entrevistar. Testigo cercano de la conversación, alparecer el viejo general le reprochó porqué se había alzando en armas acompañando a EmilioLanza, y escuché la escueta respuesta de Galindo:—“Por el asunto de La Gaiba, Mi General".Pocos días después, el grupo de los quince oficiales rebeldes llamados “los quiteños” por cuantosu primer exilio fué en el Ecuador, fue retornando a Bolivia en forma clandestina en gruposde dos y de tres para continuar con la rebelión, esta vez mejor organizados y mejor planeada latoma del poder. Varios de ellos escribieron sendos relatos. “Mayo y después” tituló EmilioLanza su libro producido con su hija Cecilia y que alcanzó gran difusión.

El general Emilio Lanza Armaza

Una de las primeras cosas que hice al llegar a Cochabamba, por encargo de mi padre, fuevisitar al general Emilio Lanza Armaza. Este había sido el paladín de una oficialidad jovencontraria a la toma del poder por un gobierno militar como el de Luis García Meza.Me encontré con un hombre de estatura pequeña, cara de querubín y determinación de hierro.Emprendedor, era el próspero pionero de las agencias de seguridad privada que ahoraabundaban en las ciudades bolivianas.No sé si el éxito empresarial y la prosperidad material conllevan dosis extra de tensión, peroel general Emilio Lanza, salido indemne de conspiraciones y alzamientos, había sufrido hacíapoco una crisis cardíaca. Llevado de urgencia al hospital militar de Cochabamba, que sesupone uno de los mejores servicios médicos para los uniformados, había sido tratado condisplicencia casi negligente por un cardiólogo que no supo interpretar el cardiograma. Apenasle salvaron llevándolo de emergencia a una clínica privada.Pregunté a un general retirado:—¿A qué atribuyes semejante error humano en el tratamiento del general Lanza?—Bueno, respondió, —las Fuerzas Armadas de Bolivia son tan parte del país como cualquier otrainstitución. Si las ambiciones materiales y la corrupción han construido estructuras de exacciónen otros estamentos de la sociedad como la Policía Nacional y la clase política, ¿por qué losmilitares habrían de estar al margen? Aparte de que los presupuestos son exiguos, los mandoscastrenses succionan lo que pueden para enriquecerse mientras duran sus gestiones. Elresultado es que los servicios para los militares —entre ellos sus médicos y hospitales—, sonmalos, con profesionales a medio cocinar y equipamiento obsoleto.Gotemburgo, junio de 2000, Arturo Aira.

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Capítulo Sexto

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Buscando empleo en Buenos Aires

El interés en el tema de las casas prefabricadas, que siempre había manifestado en Bolivia, mevalió como vínculo para relacionarme con Alberto Suppa. Este fue un verdadero amigo,generoso y gentil, que me brindó su casa en Mar del Plata y muchas veces su hospitalidad enBuenos Aires.En las oficinas de su firma en la calle Rodríguez Peña puso a mi disposición un escritorio muyelegante, con una buena máquina de escribir. Eso hizo que me transforme en otro hombre,que tenía confianza en sí mismo y veía las cosas con una gran claridad.Así me agarró el Domingo de Ramos, que pasé enfrascado en la lectura. Un día de descanso deuna comida y por la tarde, mirando distraídamente la televisión. También fue un día de oración yde retoma de energías.El día después de Pascua, armado de renovado optimismo, me lancé a la conquista de BuenosAires.—Me conseguiré un buen trabajo, ¿por qué no hacer como los demás? ¿A qué santo estarpasando tantos padecimientos? —, pensaba con determinación.En la tarde del domingo había recortado nueve anuncios de la sección comercial del periódicoClarín. Me parecieron los más apropiados para mis conocimientos y aptitudes.El lunes, cuando llegué a la dirección de “Prestigioso Banco Internacional seleccionaráCajeros, Cuenta correntistas. Dactilógrafas, Empleados Contables.... con conocimientos deinglés”, la cola de quienes esperan la entrevista era de 80 metros, la mayoría gente joven, muybien vestidos, con aspecto de atletas o modelos de vestir. Me di la media vuelta, desalentado.El segundo aviso era de una Cooperativa de consumo. Entre las condiciones obligatorias, seexigía de los postulantes tener el servicio militar completo y ser ciudadano argentino. Ni paraqué intentar.El tercer anuncio, vendedor de ferretería, pedía documento de residencia legal.La cuarta opción requería un vehículo propio y un teléfono para vender helados.Por fin el quinto me dio la chance a una entrevista con una muchacha encargada de laselección. La desatinada tenía tan poco criterio que empezó por criticar la edad:—Aquí necesitamos jóvenes, dijo.Le discutí:—El anuncio no habla de edades.—Es evidente, pero aquí en esta firma inmobiliaria hay que moverse mucho y estar siempre deun sitio a otro, un hombre como usted, mayor de 40 años, no nos sirve.Y así agoté las nueve opciones. Tanto rechazo por motivos tan diversos terminaron agotandoel entusiasmo inicial con que había empezado el día lleno de energía.Deambulando por la city porteña, encontré un gran letrero "Dun & Bradstreet", sucursalprincipal.Esta es la mía, me dije a mí mismo y entré resuelto:—Deseo hablar con el jefe de personal.La recepcionista me miró de pies a cabeza e insistió cortésmente:—Es que debemos anunciarle con el objeto de su visita, si nos hace el favor.—Pues mire, yo trabajé en Bolivia como corresponsal de Dun & Bradstreet y quiero saber sipuedo ofrecer mis conocimientos y contactos en este ramo.Demoraron algo en la consulta. Luego retornó la señora:—El jefe le pide llenar aquí este formulario y dejar su teléfono para llamarle y acordar unaentrevista.Ahí mismo me puse a llenar el tal formulario. Después de las generales y del espaciodestinado a experiencias anteriores en similar empleo, escribí una nota marginal:

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“En Bolivia me desempeñé como el corresponsal 99 y mi jurisdicción fue la comprendida entreCochabamba, Santa Cruz y Tarija. Trabajé 3 años y dejé la corresponsalía para asumir unaalta responsabilidad como Coordinador Administrativo de la Comuna.”Luego entregué el formulario y esperé allí mismo. Vino otro funcionario y me formulópreguntas directas. A cuánto ascendían mis ventas en Bolivia, qué sectores eran de mipreferencia, si había realizado trabajo en la calle, etcétera.Me pidió volver el próximo lunes con mi documentación, incluyendo la autorización de residenciaen Argentina. Naturalmente que no volví más y así borré el capítulo de un empleo en BuenosAires. La triste realidad del deportado: no se puede trabajar, al menos no en forma legal.

Una carta desesperada

Mi amigo Alberto Suppa me había presentado por entonces a un generoso Ángel del Guercio,quien me brindó el uso de una pequeña oficina en la esquina de las calles Callao y Corrientes,piso 18.Pensé entonces en montar una representación de lo que fuera. Allí había instalados unamáquina de escribir, un teléfono y un buen escritorio que este ángel de la solidaridad habíapuesto a mi disposición, diciéndome:—Haga usted uso de estos trastes cuanto necesite, yo comprendo muy bien su situación, porqueyo mismo fui locutor de radio, director de radioemisora y llegué a ser director nacional de laradio argentina.En efecto, habían una serie de coincidencias entre Ángel del Guercio y yo, que propiciaron, caside inmediato, una amistad que por las circunstancias se fue profundizando y ahondando enforma extraordinaria.El edificio era uno de los edificios más altos de la urbe. Pese a la niebla la visibilidad permitíadivisar la calle Corrientes en su enorme extensión, con sus seis carriles de circulación a ochocuadras del Obelisco en sentido contrario al hotel Cambridge donde me alojaba. Se podía verprácticamente todo el mini-centro, los edificios oficiales de la Marina, la zona de Retiro y elgran tráfico que se embotellaba en la confluencia de las avenidas 9 de Julio, Cerrito y CarlosPellegrini.Se podía afirmar que hasta ahora no había tenido uno de verdadera felicidad en estos noventadías que ya había pasado en esta ciudad, que por la llegada del invierno comenzaba a ser cadadía más fría y húmeda. Se sucedían los días nublados y con humedad rayana en el centenar.En ese ambiente de niebla, frío y humedad decidí escribir otra carta al Alto Comisionado de lasNaciones Unidas para los Refugiados:Buenos Aires, 12 de mayo de 1981.Asunto: Mi situación de ilegalidad.Dignísimo señor:Por intermedio de este oficio, me es grato dirigirme a usted, no obstante no haber tenidorespuesta alguna a mi primera carta enviada a esa oficina en fecha 06.04.81 solicitando lareagrupación familiar. Hoy escribo con la finalidad de reiterar un aspecto vital de la referidacarta.Dentro de algunas horas, esto es el 12.05.81, vence el plazo de 90 días que se me concedió alingresar a este país en calidad de exiliado el 12.02.81. Esta circunstancia me coloca ensituación ilegal, tornando aún más difícil mi estancia precaria en ésta ciudad.Jurídicamente entiendo que Naciones Unidas, asume la plenitud de la protección legal, y que elcartón azul que me ha sido entregado en fecha 06.03.81 servirá en su caso para explicar estainvoluntaria y forzada violación al art. 66 de la Ley de Inmigración de la República Argentina.No deseo ocupar mayormente su precioso tiempo, más ¿ a qué otra autoridad podemosapelar que no sea el Alto Comisionado en busca de comprensión y ayuda?

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Por ello pido a usted acelerar mi solicitud de reagrupación familiar ratificando el contenidoanterior y agregando que se estudie la forma de mejorar la asistencia económica por demásinsuficiente que se nos otorga de nueve dólares por día, para subvenir absolutamente a todasnuestras necesidades, y tomando en cuenta la imposibilidad de otros ingresos por laprohibición de trabajar en el país del exilio.Las privaciones y la austeridad no pueden exceder el estricto marco de la decencia ysupervivencia.Saludo a Vd. Atte.Por aquellos días había hecho buenas relaciones con la familia Suppa, cuyo titular, Ricardo,vivía en Mar del Plata y se dejaba caer un par de días a la semana en Buenos Aires.Ricardo había expresado verdadera voluntad de cooperarme en forma efectiva, de modo queinclusive me pareció adecuado sugerirle si podría invitar al General Ovando a una cena, lo queaceptó encantado y nos fuimos a un asador de calle Florida. Tan molesto se sintió el General porsu enfermedad, que no pudo degustar el sabroso asado de ternera que nos sirvieron.La fecha de los 90 días en que ingresaba al mundillo de la ilegalidad fue simultánea al cierrede la oficina de Suppa en la calle Rodríguez Peña, donde había pasado una buena parte de estetiempo ayudándoles en sus menesteres.Me despedí de Ricardo, Carlos Pastor y Alfredo Greiger con una copa de vino.Suppa se portó admirablemente:—Has realizado un buen trabajo, atendiendo a los clientes y las llamadas telefónicas en formaimpecable. Quiero recompensarte, aunque lejos de como tú te mereces.Me entregó 150 dólares y me invitó a pasar una semana con su familia en su casa de Mar delPlata. El día 29 de mayo se produjo el viaje por carretera a la ciudad balneario de Mar delPlata, que duró 4 horas.

El Balneario de Mar del Plata

Durante el viaje comentábamos del ambiente político argentino, donde se advertía una granpugna entre sectores castrenses. El general Galtieri contra el general Viola. Viola contraGaltieri, entre la dureza y tozudez del primero y la apertura democrática del segundo.Los sectores opositores al grupo de los secuestradores del poder público, querían advertir deun nuevo equipo detrás del gobierno de Galtieri, lo cual se pensaba que precipitaría una crisisen el sector económico del "proceso", y se ahondarían las contradicciones.Lo que en verdad se advertía era un vacío de poder o lo que en Bolivia se llama "la orfandaddel régimen" y su separación o distanciamiento del pueblo argentino.El viento soplaba con fuerza a lo largo de un inmenso Océano Atlántico en esta ciudad de500 mil habitantes, pero que a la hora de nuestra llegada no aparecían por ningún sitio, quizáporque era fuera de la temporada veraniega, cuando el atractivo de las playas duplicaba lapoblación con muchedumbres de porteños.La hospitalidad de los Suppa fue exquisita: la esposa, las hijas, la parentela, todo era bondad yafecto conmigo. Tal vez por eso, después de mucho tiempo sentí una gran seguridad interiory dormí plácidamente muchas horas.Conocí allí a un pariente de Ricardo, de nombre Juan Suppa, viejo periodista y experimentadohombre de mundo. Con alguna ironía no exenta de cinismo, Juan se auto definía como profesorde cosas inútiles, como la bondad, la fe, la confianza y otras virtudes.Además de conversar con el viejo periodista y conocer reveladores hechos de la historia deJuan Perón, el gran reformador argentino, ocupé mis horas con sendas lecturas.

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Juan Manuel de Rosas y la Mazorca

Sin lograr esa paz interior que se requiere para avanzar en el terreno espiritual, meconcentraba en leer ya que así mis penas, mi soledad y aislamiento se trasladaban a unsegundo plano.En Mar del Plata, con el trasfondo de fríos vientos antárticos, gran humedad y bajísimastemperaturas, me causó verdadero deleite volver a leer Amalia, una novela patriótica de JoséMármol publicada en 1855, que relata los tiempos del dictador Juan Manuel de Rosas.La novela comienza un 4 de mayo de 1840 y se desarrolla en Buenos Aires, lo que ayuda acomprender una serie de hechos históricos en los mismos escenarios en que me desplazaba allíhoy día, ciento cuarenta y un años después, donde tanto nombre de calles y plazas se debían alAlto Peru, a mi Bolivia, y a la Guerra de la Independencia. Remembranzas de batallas enSuipacha, Florida, Maipú, y mil nombres de patriotas especialmente altoperuanos.La lectura de Amalia evoca acontecimientos que se suceden hoy como ayer cuando losdictadores tratan de conculcar los derechos ciudadanos. Durante la tiranía de Rosas, no sólo queeran perseguidos y asesinados los unitarios, o sea los opuestos políticamente a Rosas, sino losciudadanos que no le eran obsecuentes.Entre estos, los que tenían algún valor y por tanto eran envidiados, eran sujetos de la intriga,de las mal querencias frente al tirano y su aparato represivo. Este último recibió el nombre dela “mazorca” que no viene etimológicamente de aquella espiga de maíz densa y apretada, sino dedos palabras: "más y horca", o sea más gente a la muerte por ahorcamiento, que al parecerera el sistema favorito de Rosas.Parte del poder lo formaban, ayer como hoy, los amarillos sin ideología ni doctrina alguna: losallegados, los oportunistas, los familiares, los delatores, los sirvientes, y los desocupados.También la gente “queda-bien”, esa que no deseaba comprometerse y que cerraba los ojos a lainjusticia y al deshonor.Fue en la soledad rodeada de gentes cordiales y la frialdad de un Mar del Plata fuera deestación que me renació la idea de escribir un día una novela política. Una que mostrase a la luzdel día, como un “oasis de paz y bienestar” —como llamaban los militares argentinos al país queadministraban ilegítimamente— donde en verdad se vivía un drama humano insalvable por lafalta de libertades, que remarcase que no todo lo que brilla es oro.

Cadena de infortunios

Me estremecía con el recuerdo de la lectura de Amalia, aparte de sentir un frío mortal durantenuestro retorno, mirando los campos inmensos de la pampa húmeda y las haciendasfascinantes en el largo camino de 400 kilómetros hacia la capital porteña.En Buenos Aires la gente vivía febrilmente a raíz de las medidas económicas que acababa deasumir el Gobierno: un 30% de reajuste en el dólar, la vigencia de controles en el tipo decambio, nuevas regulaciones para disminuir las importaciones, el fomento de la exportación.Aparte, claro, del congelamiento de los sueldos y salarios y ciertas liberalidades para el juegode precios en los comestibles. O sea, mayor angustia y hambre para los que no tienen mucho yfelicidad para los que tienen más.La economía de la Argentina se encontraba paralizada. Las protestas y lamentaciones sedaban en todas partes. Los impuestos habían subido varias veces, los servicios se habíanencarecido. Como los de arriba ajustan a los de abajo, la consecuencia inmediata era que lossalarios no alcanzaban para nada, los comerciantes no vendían, no pagaban sus deudas a losbancos y estos iniciaban acciones legales por miles, dentro de una insolvencia colectiva delpaís.

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Fue un entorno sombrío para una cadena de infortunios.Primero, el compañero transandino de habitación se había marchado dejándome deudas apagar, ya que le había garantizado ante la administración del hotel. Tuve que pagar igualmentepor las dos camas hasta lograr mi traslado a una habitación más barata, buscando siempre lamejor opción de que ya estuviera habitada por alguien dispuesto a compartir la renta.Más luego conocí a un personaje oriundo de la provincia argentina de Mendoza, con quienalgunas veces había dejado de comer para compartir con él mis limitados recursos, en elentendido de que ayudar a quien necesitaba aún más valía la pena privarse uno mismo de lacomida.Hablando por teléfono desde el hotel, no percibí que el tal falsario estaba oyendo laconversación. Mi interlocutora era una dama, hija de boliviana, con la que tenía una relación deamistad y que me invitaba a su domicilio.Ni me di cuenta de que la dirección de mi amiga fue copiada también por el mendocino, queluego se llegó a la casa cuando yo ya había terminado una cordial visita. El charlatán dio fincon la bebida que estaba sobre la mesa, de la cual yo mismo había tomado discretamente doscentímetros.Muchas semanas después, debido a una casualidad, supe por una tercera persona que elmendocino, deseoso de congraciarse con la boliviana, me culpó de haberme bebido toda labotella. Para peor, aseguró a la amiga boliviana que tal conducta era señal de mi dependenciadel alcohol y que no valía la pena intentar nada en mi favor.Otro mal recuerdo de mis penurias bonaerenses se lo debí a un compatriota. El general Ovandoy yo conversábamos animadamente en el café Gloria de Suipacha y Corrientes frente a unagran vitrina que daba a la gran avenida, en aquella hora de la mañana en que es tan concurridade un gentío cosmopolita.De pronto nos saludó desde afuera uno que anunció que deseaba hablar con nosotros.Se nos presentó:—Me llamo Eduardo Duchen, soy boliviano. Aquí el señor Aira me conoce mucho. Estoy encondiciones de cooperar con ustedes aún económicamente y sacarlos de las dificultades queestán pasando. Déjenme cumplir este acto patriótico, ya que debemos terminar con la tiraníade García Meza. Yo quiero invitarlos a almorzar para seguir conversando.Claro está, el viejo general y yo nos miramos perplejos e incrédulos el uno al otro, pero nosdejamos llevar y casi mecánicamente acordamos una hora y un lugar determinado para la citacon el generoso paisano.Estuvimos en el lugar de la cita una y dos horas. El personaje no llegó.El general Ovando reflexionó:—De estos incidentes está plagada la vida pública del hombre boliviano. Como quien dice, yaestoy acostumbrado a que me tomen el pelo.Por mi parte, me decía a mí mismo:—Cómo pude ser tan ingenuo y creer en tal charlatán. Esta es la gente que hace perder la fe en lahumanidad. Debo aprender a no creer en desconocidos. Luego recordé que a este Duchen lohabía conocido en Potosí muchos años atrás.Otra joya de mi corona de espinas se la debí a un garzón. En los bajos del hotel funcionaba unbar-café al que regularmente acudía, para servirme un desayuno frugal. Había allí un garzón,flaco, desdentado y calvo, de no menos de 60 años.El dueño del establecimiento había comprendido mi situación y ordenado que se me dieracrédito siempre que lo necesitara. Muchas veces no estaba en condiciones de dejar algunapropina.Un día llegué un poquitín tarde y pedí un emparedado de chorizo y mostaza. El garzón me dijode sopetón que no había, que la cocina estaba cerrada. Entonces hablé con el propietario paraver si me podían servir otra cosa.

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Este le ordenó al garzón:—Es muy temprano para cerrar, de modo que prepárele al señor el emparedado que pidió.Después de unos minutos, el bellaco trajo el plato a desgana. Hambriento, empecé a comer,pero el tal chorizo sabía mal y tuve que dejarlo a medias sin saber porqué. Tomé el café y salí.Tres días después, cuando llegué de nuevo, salió el propietario:—Señor Aira, quiero pedirle disculpas. Tuve que echar al garzón, que puso en el emparedado unescupitajo y se lo sirvió a usted. Luego me enteré que había hecho lo mismo con otros clientes.Más tarde sentí náuseas y vomité sin remedio. No volví más a aquel café.No podía quedar al margen una mala pasada de un porteño. Estaba ocasionalmente en el HotelBauen, en la esquina de Callao y Santa Fe. Muy contento porque había recibido unos cuantosdólares por primera vez de su esposa y hacía muchos días que no había tenido una verdaderacomida, me había dicho:—Hoy comeré bien y me tomaré un buen trago, me había prometido casi con rubor.Estaba pues en el bar, donde antes había conocido a un muchacho de Salta, que había estado enBolivia concursando en una competencia de barmans o preparadores de bebidas. Habíamoshecho buenas migas charlando amenamente de conocidos comunes en Bolivia y el barmansalteño me había dicho:—Pase usted, señor, cuando guste, que le invitaré un preparado especial que le va a gustar.Heme aquí que entonces pagué mi primer trago y recibí otro más fino y más caro, unainvitación del barman.Toda nuestra conversación fue seguida por un joven de unos 25 años, quien luego se presentócomo empleado bancario y nos dijo que vivía en el hotel.Poco después aventuré:Me gustaría visitar un lugar de diversión. He pasado días tan amargos, que necesito una expansión.El supuesto ejecutivo bancario intervino:—No faltaba más, yo conozco todos los sitios de Buenos Aires y lo llevo donde usted puedasentirse bien, verá usted. Permítame ir a buscar el paletó.El hombre no tardó en volver y salimos a la avenida, donde el porteño hizo detener un taxi queinsistió en pagar.Luego descendimos en un club nocturno donde mi acompañante se adelantó en entrar,dejándome en segundo plano.Tomamos asiento y en voz baja, de entrada le dije al porteño:—Mira, yo no tengo mucho dinero de modo que pide tú, que conoces, y la cuenta la dividiremosen dos.El acompañante protestó:—El dinero no tiene importancia, aquí se trata de agasajarle y brindarle un buen momento.—¡Mozo!, levantó la voz, —traiga una botella de vino blanco.Luego empezó el espectáculo, bastante bueno por otra parte. Casi al mismo tiempo, seacercaron dos damas a la mesa y el argentino pidió dos copas más.Entonces en voz baja, obrando muy sagazmente y prudente, le alcancé un billete de veintedólares y le dije:—Paga tú la cuenta, que esto es todo lo que tengo.El jolgorio continuó, el vino se terminó, las damas se retiraron, el baile llegó a su fin. El argentinose excusó para ir al baño y no apareció más.El garzón esperaba por el pago:—Señor, que vamos a cerrar.—Yo espero por mi acompañante que es quien pidió el consumo.Los servidores esperaron y el solitario cliente también. Finalmente el acompañante no llegó,se había mandado a mudar sin pagar la cuenta y llevándose todo el dinero que por debajo dela mesa le había entregado para pagar el consumo.

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Cartas de La Paz

—¡Señor, al fin una buena noticia! —, exclamé emocionado cuando por teléfono me informaronque una funcionaría de Naciones Unidas había traído cartas de Bolivia, cigarrillos y cuarentadólares.Como eran las primeras cartas que recibía de mi familia, me parecían de un valorextraordinario, la cura para vencer la angustia que estaba pasando. No hubo mejor bálsamoque este baño de ternura y cariño en que me sumí con la lectura, un y otra vez, empezando porla carta del más chico de mis hijos.Joaquín, de 7 años, escribió:“Te mando este dólar, querido papá, para que te compres chocolates. Estoy aprendiendo aleer. Papá, te felicito por el día del papá. Mi profesor es muy bueno y me enseña a escribir.Te mando besos, tu hijo".Respetando su redacción, era propia de quien está aprendiendo las primeras letras, y tenía granclaridad en el contenido.La segunda misiva era de María Luisita, de 9 años de edad:“Querido papito: Te extraño mucho y pienso que volverás muy pronto. Los dos meses que he estado en elcolegio me he sacado buenas calificaciones. Si has conseguido un trabajo te deseo suerte para que te paguen bien. Pero si no hasconseguido un trabajo también te deseo suerte para que lo consigas. El jueves 19 de marzo es el día del padre y deseo que pases un día feliz y también te felicitode mi parte. A mi mamá le regalaron un poco de leche en polvo. Ahora mi mamá no tiene que pasar eltrabajo de llevarnos ni de recogernos del colegio, yo me voy con mis hermanos y también mevuelvo con ellos. Deseo que estés bien. Papito querido te mando muchos besos y abrazos. Tu hija que te quiere mucho, María Luisa”Luego la carta de Mauricito, que tenía entonces 13 años:“Querido papá: Perdóname por no haberte escrito antes pero tú, sabes que no me gusta escribir mucho,pero antes que nada quiero felicitarte por el día del padre, yo quisiera hacerlo en persona opor teléfono pero no es posible. Te extraño mucho. Quiero contarte que me entregaron mi libreta y tuve algunos cincos, mis amigos son muybuenos y mis profesores justos especialmente el de ciencias que me tiene muy buena voluntad. Esperamos que vuelvas pronto, pero si no es posible cuando ahorremos para el pasaje,estaremos todos juntos. Tu hijo que te quiere mucho, Mauricio " La cuarta misiva estaba suscrita por mi hijo de 15 años, Arturo:"Querido papá: Espero que te encuentre bien de salud, nosotros acá preocupados principalmente por vos.Nuestra situación no anda bien. Te cuento que empecé bien el colegio. Es un curso muy difícil, sin embargo estoy rindiendoal máximo. En la televisión, el 16 de marzo pasaron una película de los indios de Tarabuco con tu vozcomo relator y nos emocionó escucharte, también leímos un artículo tuyo en Presencia sobreTurismo, mi madre te mandó el recorte de toda una página. Mi mamá está tratando deconseguir un empleo en el Banco del Estado. Me nombraron vicepresidente del curso, no fuí presidente porque ya había sido el año

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anterior. Después de lo ocurrido contigo papá YA NO QUIERO SER MILITAR. HE CAMBIADODE OPINION. ELLOS NO CUMPLEN LA ORDEN DE DIOS DE -NO MATARAS- VOY AELEGIR CUALQUIER OTRA COSA. MENOS LA CARRERA DE LAS ARMAS. No puedo decirte todo lo que pienso de los militares ni sobre las cosas que pasan en el país,porque revisan todas las cartas, una de las que tu mandaste, llegó abierta. Hasta ahora hemosrecibido dos, una que enviaste desde el avión y otra ya desde Buenos Aires. Bueno querido papá. Me despido cariñosamente. Tu hijo que desea volverte a ver al igualque mamá y todos mis hermanos. Te extrañamos muchísimo, ve la posibilidad que hay deirnos allá o tal vez a otro país. Te deseo felicidades”Las lágrimas caían pesadamente por mi rostro prematuramente envejecido, era un hombrehecho prisionero y arrojado de mi patria, había logrado la protección de las Naciones Unidas,una de cuyas funcionarías me trajo después de dos meses las primeras cartas de mis seresqueridos.Después vino la serenidad y me sentía desahogado. Había encontrado la paz que necesitaba.Empecé a pensar en las pequeñas cosas de las que depende la felicidad: unas pocas frases,unos rasgos escritos y las almas se pueden acercar en el tiempo y la distancia.

Un radialista en las minas

Al morir su padre, mi viejo fue a dar a otra casa religiosa, la de los Salesianos, esta vez enSucre.En esta noble ciudad se fundó la República de Bolivia en 1825 y se proclamó solemnemente laIndependencia, que sin embargo no nos liberó sino de España, en todo caso formalmente, yaque poco a poco nuestra República se fue atando a una otra dependencia de los grandescapitales.Llegó a ser inscrito como alumno del internado Don Bosco, donde permaneció seis largos añosde su vida, en medio de imborrables recuerdos que algún día se proponía escribir, nosanunciaba solemnemente.Luego, al empezar su vida profesional, fue en la población minera de Siglo XX que conviviócinco años con los religiosos Oblatos (consagrados) de María Inmaculada del Canadá. Leabrieron su corazón y le consideraban casi un religioso, contaba, orgulloso, mi padre.—Más nunca recibí orden eclesial alguna, ni formulé ninguna promesa—, nos aclaraba.Era un hermano sin hábito, un militante de la Iglesia por vocación y voluntad. Lascircunstancias le convirtieron en un abanderado de la Iglesia Católica, en un centro mineroentonces muy controvertido por la presencia de un obrerismo ateo, prevenido contra todaidea religiosa, adverso a toda idea espiritual, que confundía dominación con el imperialismonorteamericano.En Siglo XX se vivió una vida intensa. Se fundó y desarrolló una verdadera escuela decomunicación con la Radio Pío XII, al grado de marcar una época en la historia de lacomunicación social de Bolivia y de constituirse en un hito de la radiodifusión nacional. Seeditaron dos revistas muy modestas que estuvieron bajo la responsabilidad de mi padre.Es difícil imaginar que en un centro minero haya sido posible instalar una emisora radial dela capacidad técnica de Radio Pió XII y con programas de la calidad artística y pedagógica quefueron la característica distintiva de ésta.Aparte de constituir un excelente medio de formación e información para todos los habitantesdel Siglo XX y del resto del país, esta emisora logró con éxito extraordinario crear una sanaalegría y esparcimiento con sus programas vivos especialmente los días domingos.Fue un trabajo tesonero, constante, que seguramente los auditores no lograban ver, pero quesilenciosamente se llevó a cabo día tras día por directores artísticos, libretistas de radioteatro yproductores de programas que fueron los ejecutores de aquel éxito tan notorio que se

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constituyó en motivo de admiración y aplauso en todo el país.En sus libretas de apuntes, mi padre había escrito:“¿La causa de su existencia? Emisoras Pío XII representa la expresión de libertad en unambiente hasta hace poco unilateral. Tiene por misión penetrar en el socavón, en el hogarminero, con la verdad, la fe, el amor y la alegría. Su obra pretende ser constructiva, evitandopolémicas estériles y renunciando a lo mezquino.Luego se escribiría más de un libro tratando de interpretar el significado de la radio católicaen los grandes centros mineros de Bolivia. Uno de esos libros, intitulado Radio Pío XII, unamina de coraje, contiene apreciaciones distorsionadas de esa primera época, brillante enmuchos sentidos, pretendiendo distorsionar el rol que le correspondió al trío de sacerdotesLyno Granier, Marcelo Grondin y Santiago Gelinas cuando abrieron la ruta para tiempos delibertad armados de su fe cristiana, vocación sacerdotal, no exentos de misticismo católico, quepara algunos era inexplicable como toda obra de Dios.Mi padre dejaría la Radio Pío XII al concluir su misión en la Parroquia de Siglo XX elsacerdote Lyno Granier, cinco años después de que fuera reorientado todo el trabajoapostólico de la emisora. Fue contratado por la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL),como Jefe de Relaciones Públicas en la oficina central de La Paz.Gotemburgo, junio de 2000, Arturo Aira.

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Capítulo Séptimo

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Adiós a Buenos Aires

Recibí los billetes de avión y algunos dólares de Naciones Unidas y me dispuse a empacar misescasas pertenencias. Especialmente los libros que había ido comprando poco a poco y losrecortes de prensa, ya que abrigaba entonces la esperanza de que podrían servirme un día paraescribir la crónica de un régimen que me había desarraigado para siempre de mi patria. Ungobierno militar que prometió quedarse en el poder cien años y sucumbió a los diez meses porsu propia incapacidad e inmoralidad.Aquel día fue precedido por ciertos trámites ante el Ministerio de Inmigración, gestión querealicé en compañía de un funcionario del Alto Comisionado. Todavía se podía esperar lo peor:que alguna autoridad argentina ordenara mi detención, o que me detuviera algún grupo deparamilitares. Ya el teléfono del hotel en que me hospedaba estaba siendo controlado y endos ocasiones diferentes, agentes civiles del Gobierno habían estado indagando por lasactividades del periodista boliviano. Todo parecía indicar que la estancia en Buenos Aires seestaba tornando peligrosa, que me estaba acercando a la zona roja, a perder mi libertadnuevamente.Por la noche y por consejo de los funcionarios del ACNUR, me mudé de hotel y traté deconciliar el sueño no sin antes tomar un buen baño de agua caliente. A la mañana siguiente,muy temprano, se anunció en el Hotel Bauen de la avenida Callao una pareja de jóvenesvoluntarios de Derechos Humanos, que tenían la misión de acompañarme hasta el aeropuerto.El enorme avión de Lufthansa tomó a bordo a un agobiado periodista, que en lugar de volver asu patria, Bolivia, se alejaba al cabo de ciento ochenta días desde que fue expulsado, rumbo aRío de Janeiro, primera etapa de un larguísimo vuelo que duraría treinta y siete horas.Mientras sobrevolaba la inmensa ciudad de doce millones de habitantes, pensaba que losversos de aquel tango cantado mil veces por Carlos Gardel: "mi Buenos Aires querido, cuandoyo te vuelva a ver, no habrán más penas ni olvidos" que quizá un día podría convertirse enrealidad. Pero por el momento no quedaba más que musitar: "adiós, Buenos Aires, adiós a losdías de hambre, temor, soledad y desesperanza ". Abajo del avión, miles de luces se ibanperdiendo ante la vista, a tiempo que el vuelo 503 de la empresa de bandera alemana tomabala altura de crucero.Me marchaba con la alegría desbordante de encontrar muy pronto a mis seres queridos, a la parque descorazonado por no haber logrado un mínimo apoyo del gremio periodístico argentino.Los sindicatos estaban todos de ala caída y totalmente inactivos. No fue posible siquieraentrevistar a sus dirigentes como lo había determinado en una incumplida agenda.Mi pecho rebosaba gratitud hacia un hombre, al que consideraba camarada y amigo, AugustoComte McDonell, cuyo nombre prometí escribir en mis memorias con letras de molde.Gratitud hacia el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y a losorganismos de la Iglesia Católica, esos que en forma anónima habían apoyado a mis hijos yesposa en La Paz y a mi persona en Buenos Aires.

La familia reunida

Muy tarde en la noche, luego de haber realizado una escala técnica en Sao Paulo, debido aque un pájaro se introdujo en una de las turbinas del avión, llegamos a Río de Janeiro.Ya en tierra, sentí una terrible angustia al no encontrar a mi gente como estaba planeado.—Dígame, por favor, si el avión de Sao Paulo ha llegado ya.—Los pasajeros del vuelo demorado están desembarcando en este momento.—¡Que alivio!, haga usted el favor de perifonear una llamada urgente a mis hijos, que vienen enese vuelo desde La Paz.

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No hizo falta llamarlos por los altavoces, ya que a poco de levantar la vista vi acercarse almostrador de Lufthansa a mi hija Maria Luisita de nueve años.—¡Nena, nena!—¡Papá!, papito!, aquí estamos.En la euforia del reencuentro ni sentimos el viaje que durante toda la noche continuó haciaFrankfurt. El vuelo de trece horas en busca del sol hacia el hemisferio norte, permitióadelantarnos seis horas hasta igualar la diferencia horaria entre ambos hemisferios.Descendimos en el enorme aeropuerto alemán y cambiamos de avión, siendo recibidos porfuncionarios de Naciones Unidas, que ayudaron en asuntos prácticos, como la ubicación y elreembarque del equipaje y sellado de los pasaportes.Algunos meses después recordaríamos la grandiosidad del aeropuerto de Frankfurt, dondetrabamos relación con un grupo de internacionalistas cubanos en camino a una misión decooperación solidaria hacia algún lugar de África.En la libre y ordenada Alemania se advertía una gran vigilancia policial, dado el enormetráfico que cruza a todas horas este punto central de convergencia de muchas líneas a nivelmundial.Nosotros, una familia de media docena, estábamos embebidos en nuestra euforia. Mi librodiario registró aquel día:"Hay, entre nosotros seis, un silencio profundo por el hecho feliz de estar juntos nuevamentey parece brotar del fondo de nuestros corazones una oración: Oh, Dios, ¡cuánto te amamos!;oh, Dios, ¡cuánto nos amas!Muy lejos había quedado todo. La patria, los familiares, los amigos. Ahí estábamos solos miesposa Jenny y nuestros cuatro hijos. Afuera del avión llovía copiosamente en pleno veranoescandinavo.Luego, el pequeño avión de SAS, la línea aérea escandinava, se había detenido luego decarretear algunos minutos en el modesto aeropuerto de Växjö, en el sur de Suecia.Las dos familias que aquí llegamos, sumábamos nueve personas, cuatro adultos y cinconiños. Era casi la medianoche, hacía una temperatura de 18° grados Celsius y afuera nosaguardaba lo desconocido.Los niños estaban dichosos de llegar a este país. Nos habían prevenido contra el fríoescandinavo, pero aquí en Suecia hacía tan buen tiempo como en la querida ciudad deCochabamba, donde habían nacido todos ellos, aunque yo había emigrado de Potosí a La Paz yJenny desde la ciudad de Guatemala a Cochabamba.Arturo de catorce años y Mauricio de casi trece, esperaban entre ansiosos y esperanzados elprimer contacto humano en el nuevo país, luego de que en el avión no se encontrasen otrospasajeros salvo las dos familias de refugiados.Todo estaba muy silencioso cuando he aquí que se aparece un muchacho de barba que sepresenta:—Me llamo Oscar, soy uruguayo y vengo por ustedes para conducirlos al campamento dondetrabajo como intérprete del español al sueco. Venía con Rolf, otro funcionario que habíanacido en el Ecuador, pero siendo sueco de origen hablaba el español con alguna dificultad.Ambos intérpretes acomodaron el equipaje en un par de vagonetas Volvo en que nosembarcamos todos, una familia en cada vehículo.Acostumbrados al recelo que los controles ocasionaban, todos respirábamos aliviados luegode pasar rápidamente por el retén de la Aduana. En realidad, allí un par de policíasuniformados cumplía un control de rutina.Estábamos ya en marcha, con la lluvia y el olor a tierra mojada de acompañantes, pero lapresencia de dos desconocidos nos habían devuelto a la realidad.—¿Hacia dónde vamos?—A Ronneby, nos dijeron.

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Pero, ¿qué era Ronneby?, ¿qué existía allí?, ¿qué será lo que nos espera? ¿qué obligacionesnos impondrán?, las preguntas se arremolinaban y bullían en la mente de todos.Mirando el paisaje, empecé a advertir un sistema perfecto de señalización en el trayecto, quenos llevó hasta el punto de destino final en algo más de sesenta minutos.El coche disminuyó la marcha avanzando lentamente hasta detenerse. Coincidentemente habíadejado de llover. De pronto vi a través de la ventanilla un rostro amigo al que reconocí deinmediato. Era René Guarachi que me extendía la mano amiga. Los dos exiliados, uno reciénllegado y el otro antiguo, nos confundimos en un fraternal abrazo.—¡Bienvenido, hermano!, me dijo Guarachi.Aquí empezaba una nueva vida para nosotros. Era el adiós para siempre al clima de miedo yzozobra, atrás había quedado la amenaza y el temor a la muerte. Habíamos sido salvados delpeligro de muerte en manos de aquellos que desoían el quinto mandamiento divino y losacrificaban todo por servir una consigna política que ni siquiera era nacional, aunque lallamasen Doctrina de la Seguridad Nacional.Nuestra redención había sido posible gracias al espíritu humanitario y solidario de laOrganización de las Naciones Unidas, cuyo Alto Comisionado para los Refugiados nostransportó a un país singular, Suecia, donde tendríamos asegurado pan, techo y libertad.Luego de algunos meses de permanencia en la ciudad de Ronneby, fuimos trasladados a laciudad de Gotemburgo, nuestro destino final en el viaje al exilio. Bendito sea Dios.

GOTEMBURGO, un nuevo hogar para los recién llegados

Gotemburgo es una ciudad muy especial que seduce a todos sus visitantes por su ambienteagradable y su rica variedad de actividades culturales. Es una ciudad cosmopolita con unazona céntrica tan compacta que permite descubrirla caminando sin dificultad. Gotemburgo, elpuerto más grande de Escandinavia, es una ciudad portuaria dinámica con una fuertetradición marítima. Estaba destinada a ser nuestra morada en los próximos 20 años. La zonacentral del puerto resultaba única para todos nosotros, puesto que veníamos de un paíscercenado de esa heredad con que nació a la Independencia en 1825, aquí estamos rodeados demar con el museo marítimo flotante más grande del mundo y el teatro de la opera de laciudad. Condenados por Chile a no tener costa ni conocer un barco, aquí es posible acceder aservicios de barcos con salidas frecuentes y descubrir el maravilloso archipiélago, y cosacuriosa, nos asentaríamos relativamente cerca del astillero donde se está construyendo unaréplica de un barco mercante del siglo XVIII de la Compañía Est-India. Esta que sería "nuestra ciudad" resulta peculiar en muchos aspectos, excelente cocina rica en pescado ymarisco, eventos especiales, grandes ferias y exposiciones, sede de la famosa Volvo cuyosvehículos han copado Bolivia, la SKF gigantesca fábrica de rodamientos, de modernosescenarios para deportes de invierno, y del Liseberg el ya legendario parque de atracciones elmás grande de toda Escandinavia.Gotemburgo nos acogió con los brazos abiertos, al mismo tiempo que exigió de nosotros toda laenergía y capacidad para superar los nuevos desafíos del idioma, la diferenciada ideosincracia,la necesidad de superar nuestros lastres y por medio de nuevos conocimientos aprehendidosen las aulas y el trabajo pujante construirnos un futuro, por cierto tan distante de la siempreañorada ciudad de Cochabamba de donde nos arrancó el dictador García Meza. Aquí termina lahistoria de 180 días, pero se inicia una nueva que será materia para un próximo libro con eltítulo preliminar de Adiós al Amor.Gotemburgo, Febrero de 2004

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Indice de referencias personales(en orden alfabético)

Abraham BaptistaAgente policial que montó su propio aparato de espionaje y extorsión. Logró hacerse de variosmillones de dólares por la vía de la delación y el decomiso en los negocios del narcotráfico. Dejóapreciable fortuna cuando fué víctima de un asesinato en pleno centro de la ciudad de SantaCruz ordenado por García Meza a quién se dijo había traicionado.

Adolfo Pérez EsquivelPremio Nobel de la Paz. Gran luchador por los derechos humanos y presidente honorario de laAsamblea Permanente en Buenos Aires.

Alberto SuppaEntrañable amigo. Brindó su oficina, su hogar en Mar del Plata y sus recursos para hacerllevadera la vida del exiliado en Buenos Aires. Martillero de profesión, poseía además unsupermercado en Mar del Plata.

Angel del GuercioEntrañable amigo, locutor de radio y director de la emisora del estado de Argentina. Acogió alprotagonista con la solidaridad más grande.

Augusto Comte McDonellPresidente Ejecutivo de Derechos Humanos en Buenos Aires, cuyo hijo fue asesinado por losoficiales del ejército argentino, cuando en cumplimiento del servicio militar, se negó a ejecutaruna orden de fusilamiento contra un grupo de ciudadanos durante la guerra sucia. Sin la ayudaeficaz de Comte Mc Donell la decisión de asilo por parte de Naciones Unidas habría demoradolargo tiempo.

Carlos HelgueroOficial del Ejército acusado de graves delitos durante la dictadura, tuvo sin embargo algunosgestos nobles con sus camaradas exiliados según testimonio de Emilio Lanza en su libroMayo y después.

Coronel CanidoJefe del G-2, departamento de inteligencia del ejército en Santa Cruz. Estrecho colaboradordel General Hugo Echavarría, considerado entonces animador del narcotráfico en su calidadde Jefe de las FFAA

Carlos GardelEl más grande ídolo de la canción porteña. Como cantor de tango fue colocado en un pedestalde fama por los argentinos y en general por todos los latinoamericanos.

Carlos MenaControvertido oficial de Ejército que fue ayudante del general Natusch aunque más tarde seunió a García Meza y formó parte del grupo represor. Por problemas personales terminó

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sumándose a los oficiales rebeldes, aunque Lanza no lo menciona en su libro ya citado Mayoy Después.

Carlos Pastor y Alfredo GreigerAmbos eran socios de Alberto Suppa, el martillero que concedió una oficina al narrador dondepudo trabajar libre de presiones y en ambiente de la mayor cordialidad.

Celso TorrelioPresidente de la Junta Militar que sucedió a García Meza bajo total sujeción a la Junta deComandantes de las Fuerzas Armadas, en especial del grupo de comandantes de unidades detropa conocido como Centro de Operaciones Conjuntas, con poder total durante los tresgobiernos de García Meza, de Torrelio y de Guido Vildoso.

Ché GuevaraErnesto Guevara, médico argentino que luchó en Sierra Maestra junto a Fidel Castro, uno delos más grandes mitos de la rebelión juvenil y la lucha por la justicia social y contra elimperialismo. Murió en Bolivia luego de haber dado batalla durante 14 meses al ejércitoboliviano en la región de Ñancahuazú.

David FernándezOficial del Ejército que fué edecán primero y más tarde ministro del Interior del PresidenteBarrientos.

Domingo LoriniInvestigó y produjo la cocaína que se utilizó como base para fabricar la novocaína el analgésicopor excelencia usado para las operaciones de la vista entre otros. Trabajó para losmundialmente famosos laboratorios Bayer de Alemania.

Eduardo DuchenTípico boliviano de la clase media que vive aferrado a los que están en el poder sin importarel color ni la doctrina del que manda.

Eduardo MoralesAgente del Lloyd Aéreo Boliviano en Argentina. Cooperador y solidario en las primerassemanas del exilio bonaerense.

Embajador PadillaEufronio Padilla, fué largo tiempo un exiliado durante el gobierno del MNR. De los militaresde la guardia vieja, fue restituido al Ejército y le devolvieron honores y recursos. Ministro delInterior, liquidó los restos de la guerrilla del Che. Fue cordial y generoso hasta que Rico Torodesde el Palacio de Gobierno ordenó lo contrario.

Emilio Lanza ArmazaAguerrido militar y experto paracaidista que se rebeló contra García Meza y tuvo la valentía depedirle su renuncia frente a frente.

Ennio RodríguezLocutor de radio, propietario de Radio Potosí en la que nuestro cronista se inicia como locutor,relator de noticias, redactor de planta.

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Faustino Rico ToroCoronel de ejército que gobernó con García Meza como Jefe de la Casa Militar y responsablede seguridad. Posteriormente, en el gobierno de Jaime Paz Zamora fue vetado por laEmbajada de Estados Unidos de ejercer de zar antidrogas boliviano. Acusado denarcotraficante, en un arreglo judicial aceptó pasar 24 meses en una cárcel estadounidenseantes que ir a juicio.

Fernando BaptistaLlegó a Ministro de Finanzas de Siles Zuazo. Hombre ecuánime y mejor amigo supo mostrarsu solidaridad los días negros vividos en el Hotel Capitol en julio de 1980.

Fernando Diez de MedinaEscritor nacional conocido como "Pachakuti", autor de más de 20 libros. Su mérito literariose deslució al haber aceptado diversas tareas políticas con la dictadura y haberse convertido encorifeo de los militares, alegándose que era el poder detrás del trono.

Fernando Galindo GrandchantOficial del Ejército boliviano, alumno de Estado Mayor y que secundó el levantamiento delcoronel Emilio Lanza. Junto a otros oficiales fueron expulsados por García Meza primero aEcuador y luego a Buenos Aires.

Fernando OrtizOficial rebelde del grupo de Lanza.

Gary Prado Salmón, Raúl López LeytónAmbos representaron el ala izquierda de las Fuerzas Armadas. En realidad formaron un otroequipo no tradicional que pretendió actuar por su cuenta como un frente anti-barrientista.Ciertos negocios poco claros como el de Karachipampa sepultaron su aureola de honestidad ylimpieza.

General Alfredo OvandoPresidente de Bolivia en dos oportunidades. Reconstruyó las Fuerzas Armadas luego de laRevolución del 52. Dotado de perseverancia, paciencia y sagacidad, pudo armar pieza por piezaun nuevo ejército. Cuidadoso y prudente se mostró siempre al lado de Paz Estenssoro hastacuando René Barrientos alteró el avispero y organizó una contrarevolución obligando a Ovandoa tomar parte de la misma. Ovando gozó hasta el final del respeto de sus camaradas y deponderación.

General EchevarríaComandante de la VIII División de Ejército en Santa Cruz, verdadero vínculo con uno de losgrupos narcotraficantes y que era oponente al de García Meza. Obtuvo menor notoriedad.

General Hugo BánzerControvertido general que desató feroz persecución de sindicalistas, estudiantes y políticos desde1971 en que tomó el poder. Implantó una dictadura que se extendió siete años cuando Boliviaresultó beneficiada con enormes capitales en préstamos y donaciones para el desarrollo quejamás se produjo. De regreso la democracia, Bánzer fundó ADN y participó 20 años en lavida política. Murió de cáncer a poco de renunciar la Presidencia en favor de su vice-presidente Jorge Quiroga Ramírez el año 2001.

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General Luis García Meza TejadaMilitar que arrebató el poder a la Presidente Lydia Gueiler Tejada en un sangriento golpe deestado el fatídico 17 de julio de 1980. Mal gobernó Bolivia 11 meses de los 20 años que habíaprometido, a la cabeza de una efímera Junta Militar. Actualmente cumple una condena de 30años en la cárcel de Chonchocoro, La Paz.

Germán CondoriCampesino candidato a diputado por la UDP de Hernán Siles. Preso en la misma celda que elprotagonista, fue expulsado a Suecia directamente de La Paz. Trasladó al exilio una numerosafamilia de más de 30 miembros, todos campesinos de Calamarca, La Paz.

Guillermo CáceresPresidente de la Cámara de Hoteleros de La Paz.

Hernán Siles SuazoPresidente Constitucional. Héroe del Sexenio, cuando fue víctima de persecución sañuda porlos regímenes que condenaban al MNR. Subjefe de éste partido, fue elegido como Presidenteen 1983 por segunda vez, período que se le obligó a acortar en un año. Murió en Montevideo.

Hotel Los TajibosHotel de cinco estrellas en Santa Cruz de la Sierra, sitio obligado de todo cónclave importante.En esos tiempos, Ricardo Rojas, para entonces mi empleador, era uno de sus propietarios.

Humberto CayojaGeneral de Ejército que llegó a Buenos Aires como exiliado. Más tarde el 26 de mayo de1981 fue posesionado Comandante de Ejército como resultado de la presión de los patriotasdel Centro de Instrucción de Tropas Especiales (CITE).

Jaime BedregalAmigo entrañable, esposo de Beatriz Hartmann, insigne actriz y declamadora, con Jaimeconvivimos el peligro y la tensión a la caída del régimen democrático.

Jaime Paz ZamoraPolítico tarijeño, fundó el MIR cuando los enemigos de la democracia eran los militares contralos que luchó con todos los medios. Fue Presidente de la República y activo animador de lapolítica nacional hasta nuestros días.

Jorge René ZelayaLocutor de Radio fundador de Radio Internacional en Potosí, dirigente político del partido deJuan Lechín, el PRIN. Vinculado al autor por parentesco.

Jorge RodríguezAgregado naval en la Embajada de Bolivia de Buenos Aires, fue amigable y servicial, aunquenunca ejercitó su autoridad para hacer justicia con el narrador.

José MoralesBoliviano residente en Buenos Aires, director de publicaciones esporádicas sobre Bolivia.

Juan Carlos CamachoLocutor de radio y abogado, de mente clara y de espíritu ambicioso. Colaborador estrecho de

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los militares, fue responsable de redactar y formalizar todo tipo de convenios entre militares ypichicateros (narcotraficantes) y entre éstos. Fue Fiscal de Distrito en La Paz y Santa Cruz yasesor de la VIII División. Permanece en prisión.

Juan LechínEl líder de los trabajadores bolivianos. Fundó la Central Obrera Boliviana (COB) y participó enla Revolución de Abril de 1952. Fue Ministro, Embajador y Vice Presidente. Su liderazgo fuesiempre reconocido, así como su independencia y honestidad a toda prueba. Murió pobre yaclamado.

Juan XXIIIEl Pontífice llamado Juan el Bueno, escribió una encíclica condenando el abuso del exilio en queincurren los regímenes de fuerza.

Juan Pablo IIEl Pontífice actual que se ha referido en incontables ocasiones a lo execrable del exilio políticoque obliga a vivir fuera de su país a los desterrados.

Leo KirmayerSúbdito israelí, empresario y filántropo cuyas obras benéficas superaron a muchosbolivianos en generosidad y grandeza. Fue un personaje popular y estimado por la sociedad.

Luciano QuispeCompañero de juegos infantiles del autor. Novidente que se hizo dirigente sindical de loscanillitas en la ciudad de La Paz.

Lucio AñezGeneral de Ejército. Apoyó desde sus orígenes la revuelta de Lanza contra García Meza. Fuecomandante del Ejército y junto al General Natusch Busch, derrocó a García Meza en 1981.

Luis Arce GómezSin duda el más connotado representante del narcotráfico en el gobierno de García Meza.Luis Arce Gómez fue Jefe de Seguridad del Presidente Ovando, instructor en el CITE, cursóestudios en España, fue jefe del G-2 con García Meza, desde donde preparó el golpe del 17 dejulio de 1980. Ejerció de Ministro de Gobierno y de Comandante del Colegio Militar. Caída ladictadura, años después fue capturado en Buenos Aires y trasladado a Miami donde cumpleuna condena de 30 años por narcotraficante.

Marcelo Quiroga Santa CruzFundador del Partido Socialista, brillante político e intelectual, autor literario y ensayista. Secaracterizó por su denuncia abierta de las contradicciones entre los trabajadores y los militares.Se granjeó el odio de un sector del Ejército que vio en sus ideas un peligro para la seguridadnacional. Fue asesinado el mismo día que García y Arce tomaron el poder, el 17 de julio de1980

Mario GuzmánOficial de Aviación. Ministro de Comunicaciones de García Meza, no compartió en momentoalguno sus políticas. Proporcionó apoyo y respaldo moral al exiliado cuando se encontraron enBuenos Aires.

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Mario Sanjinés UriarteAmigo y colaborador de Siles Zuazo. Coincidió en el Capitol, junto a Sanjinés, FernandoBaptista y Jaime Bedregal, donde juntos produjeron volantes de resistencia al régimen militarque se repartieron en los mercados.

Martín CárdenasSabio boliviano que investigó la flora boliviana dando su nombre a especies como "lacardenácea", cacto gigante que florece cada 20 años en las montañas andinas.

Monseñor Genaro PrataObispo salesiano primero de La Paz luego de Cochabamba, fundador de la UniversidadCatólica Boliviana. Víctima de la persecución militar cuando en su condición de Presidente deldirectorio del diario Presencia, sufrió un denigrante maltrato de Arce Gómez, no obstante que enalgún momento el militar trabajó como fotógrafo de Presencia. Vive retirado en Italia.

Norberto AiralaPrimo de Esquivel. Fué el primero en darle la bienvenida cuando el recién llegado tuvonecesidad de ayuda en Buenos Aires.

Oscar MatosOficial de Ejército, convencido represor según testimonio del General Pérez Tapia (+)

Padre José GramuntSacerdote jesuita fundador de Radio Fides y la agencia de Noticias que durante los últimos 40años ofreció testimonios de la historia boliviana. Apreciado y respetado por la sociedad y lasinstituciones.

Ricardo RojasPresidente de la Cámara de Hoteles de Bolivia y Gerente General del Hotel Tajibos. Fuéempleador y amigo cordial del narrador.

Rolando SaraviaPiloto militar que se sumó al bloque revolucionario encabezado por Lanza desde Buenos Airesy que tuvo más tarde destacada actuación en la Fuerza Aérea Boliviana.

Rodrigo Lea PlazaOficial al que Emilio Lanza en su libro le atribuye haber sido el cerebro gris del golpe deEstado de 1980, de haber tenido el control real de las tropas y unidades de combate con querespaldó a García Meza. Hoy está dedicado a la agricultura. Se dice que muy rico y adinerado.

Rubén Darío y Ricardo PalmaDos de los más grandes poetas latinoamericanos que solían reunirse con Gardel justamente enuna esquina de Buenos Aires, que a partir de entonces se denominó de "los inmortales" lomismo que una cadena de restaurantes de la proximidad bonaerense.

René Barrientos OrtuñoGeneral de aviación que no obstante haber sido electo vice-presidente constitucional, golpeócontra Paz Estenssoro inaugurando una sucesión de gobiernos ilegítimos. La historia noconsigna nada notable de éste militar que no sea su desmesurada ambición por lo material y lasañuda persecución de sus opositores. Recordado por haber ordenado la "masacre de San

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Juan". Murió trágicamente.

René GuarachiDirigente político y sindical que esperaba a los recién llegados en el campamento derefugiados. Fué el brazo derecho de Juan Lechín en el área de Cochabamba. Permaneció enSuecia hasta 20 años después, conservando una permanente amistad con los bolivianos detodo el reino.

Roberto Suárez GómezConocido como el rey de la cocaína. Hacendado beniano que organizó un cartel opuesto avenderle pasta base a Colombia y partidario de comercializar el producto terminado de cocaínaen los grandes mercados. Amasó poder y fortuna y contó con el respaldo de políticos y militares.

Víctor Paz EstenssoroEl mayor personaje de la historia contemporánea de Bolivia, cuatro veces presidenteConstitucional, jefe y fundador del Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido queasumió el poder después de la revolución del 9 de abril de 1952.

Waldo VillalpandoFuncionario de Naciones Unidas en Ginebra a quién recurrió Comte Mc Donnell para obtenerel status de asilado del autor. Actuó con diligencia.

Walter Flores TorricoBrillante abogado, en sus orígenes movimientista, se allegó a los golpistas y fue su soporteintelectual. Murió alcoholizado.

Walter GuevaraPresidente durante 74 días. De mente brillante y verba inspirada se proyectó siempre como eltercer hombre de la revolución de 1952 después de Paz Estenssoro y Siles Zuazo.

Walter GutiérrezBoliviano residente en Buenos Aires, ex-compañero de colegio del protagonista y ex-cadetedel Colegio Militar de donde fue obligado a desertar por su condición social.

Waldo BernalGeneral de Aviación cogobernante con García Meza y corresponsable de los delitos de lesahumanidad y los negociados. Terminó dueño de una fortuna y por algún motivo desconocidono fue objeto de las penas y castigos que sucedieron a la condena judicial de García Meza.

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