cesar aira triano

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1 Habíamos ido a comprar cinta adhesiva a lo de Lestani. Ya estábamos en los últimos detalles,listos para colgar las obras en el salón de la Biblioteca, del que habíamos retirado todos los muebles salvo las mesas centrales. Al día siguiente inaugurábamos la Exposición de Poemas Ilustrados. Habíamos repartido las invitaciones, se había publicado una gacetilla en El Orden, los poemas estaban prolijamente pasados a máquina y se apilaban, junto con los dibujos y pinturas que los acompañaban, en un cuartito trasero de la Biblioteca; no bien cerrara al público, a las siete, colgaríamos todo en las paredes. Esa compra de último momento, ni siquiera necesaria, podía haberla hecho uno solo, pero salimos los dos juntos, porque los dos necesitábamos movernos, ventilarnos, tomar distancia, así fuera por un rato, del escenario de los hechos que se desencadenarían al día siguiente. Nos dominaba una inquietud nerviosa, bastante comprensible, por el brete en que nos habíamos metido. Y además no queríamos alejarnos uno del otro, por un sentimiento instintivo de seguridad, y quizás por la sospecha, no del todo infundada, de que uno podía escaparse y dejar al otro a cargo de todo… Éramos chicos (estábamos entre los dieciséis y los diecisiete años) y la contracara de la audacia con la que nos lanzábamos al ruedo era el impulso pueril de correr a escondernos. En el camino fuimos hablando, excitados; de pronto teníamos mucho que decirnos. La actividad febril de los últimos días había mantenido sumergidas las dudas y escrúpulos que empezaban a salir a la luz, inoportunos, en la inminencia de la hora de la verdad, cuando de pronto chocábamos

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Habíamos ido a comprar cinta adhesiva a lo de Lestani. Yaestábamos en los últimos detalles,listos para colgar las obras en el salón de la Biblioteca, del que habíamosretirado todos los muebles salvolas mesas centrales. Al día siguienteinaugurábamos la Exposición de PoemasIlustrados. Habíamos repartidolas invitaciones, se había publicadouna gacetilla en El Orden, los poemasestaban prolijamente pasados a máquinay se apilaban, junto con los dibujosy pinturas que los acompañaban,en un cuartito trasero de la Biblioteca;no bien cerrara al público, a las siete,colgaríamos todo en las paredes. Esacompra de último momento, ni siquieranecesaria, podía haberla hecho unosolo, pero salimos los dos juntos, porquelos dos necesitábamos movernos,ventilarnos, tomar distancia, así fuerapor un rato, del escenario de los hechosque se desencadenarían al día siguiente.Nos dominaba una inquietudnerviosa, bastante comprensible, porel brete en que nos habíamos metido.Y además no queríamos alejarnos unodel otro, por un sentimiento instintivode seguridad, y quizás por la sospecha,no del todo infundada, de que uno podíaescaparse y dejar al otro a cargo detodo… Éramos chicos (estábamos entrelos dieciséis y los diecisiete años) yla contracara de la audacia con la quenos lanzábamos al ruedo era el impulsopueril de correr a escondernos.En el camino fuimos hablando, excitados;de pronto teníamos muchoque decirnos. La actividad febril delos últimos días había mantenido sumergidaslas dudas y escrúpulos queempezaban a salir a la luz, inoportunos,en la inminencia de la hora de la verdad,cuando de pronto chocábamos

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con unas horas vacías. Nos habíamosmontado a un apuro irreflexivo, sabiendoque pensar podía ser fatal.Peroa la larga no habíamos podidoevitarlo, y estábamos pensando. Senos atropellaban las objeciones, anticipábamoscríticas mejor fundadasque nuestras pretensiones de ser artistasy poetas, nuestros procedimientosse nos aparecían revestidos de unfraude esencial, bajo la luz cruda delos cielos de Pringles. Arturo, máspasional y decidido que yo, estabadispuesto a suspender todo, “portiempo indefinido”. Yo, aun con lasmismasdudas, trataba de encarnar laluz de la razón. Las invitaciones estabancursadas, las autoridades de laBiblioteca habían cedido el salón. Peroentre los argumentos latía el miedoescénico, el vector de la huida.Casi sin ver nada del paisaje habitualdel pueblo, que nos sabíamos de memoria,habíamos llegado a la libreríay entrado sin dejar de hablar. Lestaniestaba atendiendo a otro cliente.No teníamos apuro, al contrario, habríamosquerido que nos dieran mástiempo todavía. O directamente que eltiempo se detuviera. Seguíamos planteándonoslos pros y los contras.El comprador delante de nosotrosnos había estado oyendo. Se dio vueltacon una sonrisa que, no supimos porqué, fue un bálsamo para nosotros. Osí lo supimos, porque era Triano. Muydistraídos debíamos de haber estado,muy perdidos en nuestros laberintos,para no reconocerlo, aun cuando estuvierade espaldas.¿Qué son esas dudas y temores? dijo.

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¡Por favor, jóvenes! ¿Cómo puedenpensar siquiera en echarse atrás, despuésde todo lo que han trabajado,la expectativa que han creado, y elcompromiso que asumieron con ustedesmismos?No habíamos trabajado tanto, y elcompromiso era apenas con nuestravanidad y atolondramiento, nada másprofundo. Pero nos avergonzó que noshubiera oído. Triano sabía de nuestrainiciativa, lo habíamos consultadodesde el primer momento. Lo respetábamosmucho, no sólo por ser elúnico artista del pueblo; también porsu carácter afable, la atención que nosprestaba,su modestia, la bondad queadivinábamos bajo la máscara de iro-nía que seguramente había adoptadocomo defensa ante la incomprensión yel desdén de los comerciantes y chacarerosfilisteos que constituían su clientela.Era un hombre mayor, fotógrafode profesión, casi podía decirse queera el fotógrafo obligado de las ocasionesmemorables pringlenses, porquesu único colega en actividad, “Fogonazo”Allú, era impuntual, imprevisibley chapucero. Le había bastado conoírnos unos pocos segundos para calarnosjusto. De cualquier modo, nose necesitaba oír mucho, ni leernos elpensamiento. Nuestro estado de ánimoen ese momento era un lugar común,ya se lo llamara “miedo escénico”,ya “prueba de fuego”. Debió devernos necesitados de algo más fuerteque una palmadita en el hombro, porquenos propuso que hiciéramos unapausa en “los febriles preparativos”(ahí la ironía era cariñosa) y fuéramosa su estudio a charlar un rato. No podríamos

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haber pedido nada mejor.Triano adhería a la escuela cubista;Arturo y yo nos considerábamosmás afines al surrealismo, pero el cubismotenía suficiente prestigio paradejarnos boquiabiertos. Lo sabíamosconvencido, pero no fanático:habíamosvisto, de su pincel, unas pequeñasnaturalezas muertas y paisajesen estilo académico con los que solíailuminarla vidriera; quizás eran ejerciciosjuveniles, quizás los pintabapara relajarse de los rigores de su verdaderoarte. Y en aquella ocasión descubrimos,en la pared de la escaleraque llevaba a su taller, un soberbioautorretrato realista. La planta bajadonde nos hizo entrar era su estudiode fotografía. Generaciones de pringlensesregistraron bodas, comunioAiranes, aniversarios, con sus retratosen blancoy negro, cuidadas poses yperfecta,casi sobrenatural definición.Los entregaba montados en un cartóncolor crema, en cuyo ángulo inferiorderecho estaban impresas las palabrasFoto Triano. Con el paso del tiempo ylas mutaciones del arte, esas fotos podríanhaber ido a parar a un museo.Triano lo tomaba como su trabajoalimentario, y se limitaba a hacerlolo mejor que podía, como un buenartesano. La veta artística corría porotro lado. Aunque no hacía un secretode su pintura, nunca había expuesto(salvo en su juventud, en algún Salónregional), ni había vendido un cuadro.Pese a ello no era un pintor dominical;ningún cubista lo es. Lo sabíamos profundamente

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comprometido con elarte, con la investigación del misteriodel espacio en la representación. Estossaberes, que tenían algo de esotéricospara nosotros, nos atraían yatemorizaban un poco. No era sólocontra la ignorancia y el escepticismoburlón de los almaceneros pringlensesque se estrellaban nuestras dudas ytemores: también lo hacían, por ellado opuesto, contra el modelo de honestidadartística que encarnaba Triano.Lo sabíamos trabajando en su laboratoriode perspectivas y colores,ahondandosu maestría en silencio,durante años que nos parecían erashistóricas y legendarias… y nosotros,dos adolescentes tan ignorantes comoengreídos, nos lanzábamos a exponersin más, a buscar a ciegas lanotoriedady el elogio. ¿Y exponerqué? Unos mamarrachos pintados deapuroen una semana, acompañandoo “ilustrando” unos poemas brevesmás o menos mal imitados de los deAlejandra Pizarnik, más simulacrosde poemas que poemas de verdad,también compuestos para la ocasiónen los días previos. Las pinturas eranenchastres al azar en papel cansonque pensábamos pegar con chinchesen la pared, cada uno acompañadodel papelito con el poema escrito amáquina. El proyecto combinaba delmodomás patético lo precario con lopresuntuoso. Esas verdades caían sobrenosotros como fuego graneadoque daba en el blanco con la punteríainfalible de la autoincriminación

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sincera.Aceptábamos la invitaciónde Trianocomo una distracción nadamás, sin esperar ni siquiera de éllos argumentos de una genuina justificación.Nos recibió con su habitual calidezcampechana, nos hizo algunas bromassobre la nerviosidad de los jóvenesartistas en la inminencia del momentosupremo de exponer su obra antelos ojos de un público difícil, tras locual cerró con llave la puerta de calledel local (no esperaba clientes) y nosinvitó a subir a su taller. Lo seguimospor la estrecha escalera negra. Nuncahabíamos estado allí arriba. Era unsalón cuadrado, con un gran ventanalhacia el oeste, sobre la calle San Martín.Las paredes mostraban manchas dehumedad que lejos de ser agresivasparecían colaborar con los enduídosverdosos para crear una luz muysuave. En el fondo había caballetes,cámaras de pie, trípodes, focos y unaspantallas de membrana que parecíanparaguas. En una mesa larga, latascon pinceles, pomos, frascos, paletas,papeles. Devorábamos con la vistacada detalle. En el suelo, apoyados yvueltos contra las paredes, bastidoresy cartones. Visibles había apenas trescuadros, colgados a media altura.Fuimoshacia ellos, comentando enmurmullos.Triano nos dejaba hacer,sonriente como un Buda flaco.Eran pinturas cubistas, muy radicales.Debían de datar de un buen tiempoporque el óleo había empezadoaadelgazarse tomando brillos

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exquisitos.El espacio de la representaciónseprecipitaba hacia su propio interior, enderrumbes controlados. Los planos sesuperponíanformando pirámides queno habrían tenido nada que envidiarlea las egipcias, y tenían sobre ellas laventaja de la ingravidez. Estábamosante geometrías de otros mundos, fijezasmóviles, espacios que jugaban a lasescondidas. Y adentro de esos laberintoslaminares se acumulaban jarrones,violines, manzanas, ventanas, todotransfiguradopor la abstracción y laadivinación.Los colores parecían subirdesde el fondo del blanco por escalasde veladuras. Y todo estaba organizadopor ideas, por un intelecto visual deorden superior. Nuestra admiraciónpor Triano se hacía cubista ella también,se multiplicaba en ángulos en elintento por llegar a niveles que nuncaalcanzaríamos.Nos sentamos los tres. Ya habíamoshablado con él sobre la exposición.Fue el primero al que le expusimos laidea, cuando se nos ocurrió. Eso habíasido apenas una semana atrás, y yaestábamos inaugurando. Dejamos, omejor dicho rogamos, que creyera quelos cuadros ya los teníamos pintados ylos poemas escritos cuando decidimosexponerlos; en realidad fue al revés.Quiso saber si teníamos todo el materiallisto; así era, y nos explayamos unpoco, tratando de no hacer el ridículo.Nos sorprendió con una pregunta: ¿lospoemas, eran nuestros? Sí lo eran, y lasorpresa fue porque nunca se nos había

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pasado siquiera por la cabeza ilustrarun poema ajeno. ¿Pero cada uno delos dos ilustraba sus propios poemas,nunca uno del otro? Eso tampoco senos había ocurrido. Triano asintió, casidisculpándose de la pregunta que noshabía hecho: nadie mejor que el propioautor, que conocía el significado íntimodel poema, para saber cuál era elcomplemento gráfico que le convenía.Nosotros también asentimos, secretamenteavergonzados de estar ocultandolo que en ese sentido era unaverdadera farsa, porque habíamosapareado poemas y pinturas al azar,ayudados por el hecho de que laspinturas eran abstractas y los poemaspor ahí andaban. Acto seguido, en unatransición natural, elogió la idea debase: poemas ilustrados, la conjunciónde dos artes, que sólo el arrojo de lajuventud estaba en condiciones deintentar.¿Pero no era demasiado pretencioso?preguntó uno de nosotros. ¿No estaríamoscayendo en la hübris de lastragedias griegas y arriesgándonosa recibir el castigo de los dioses? Nohabíamos terminado de decirlo cuandoya nos arrepentíamos, porquelapregunta se respondía en su mismaformulación pedante. Los diosestenían cosas más importantesque hacer que ocuparse de nosotros.Eso lo delegarían a la socarrona greypueblerina.Triano debía de saber lo devastadorque es el temor al ridículo en los jóvenes.Adoptó un tono serio, dandopor cerrado el capítulo de la charlapreliminar. El fantasma de la dudapodía empezar a batirse en retirada

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de nuestros corazones. Nos daría unalección, y con ella la llave de las puertasdel saber y el poder en el palacio delarte. Todas estas metáforas, tácitas,brotaban naturalmente de sus buenasintenciones. Pero nuestro caso eradifícil, y alentábamos pocas esperanzasde que nos diera mucho ánimo.Pero cuando abrió la boca, fue parahablar de su tema favorito: el cubismo.Con Arturo intercambiamosuna mirada de reojo: Triano eraincorregible. No tenía nada que vercon nada, y mucho menos con el objetode nuestra visita, pero él tenía quehablar del cubismo igual. ¿No teníanada que ver, realmente? Estábamosequivocados, pero nos llevaría un rato,y varias revelaciones, salir del error.Se interrumpió a la mitad de laprimera frase diciendo que no queríahablar en chino: si iba a hacer unademostración a partir del cubismo,antes debía preguntar si sabíamoslo que era el cubismo. No esperórespuesta¡Las cosas que pregunto! Porsupuesto que lo saben. Ustedes estánactualizados, son lectores, están alerta,y las escuelas pictóricas modernastienen un atractivo incomparable paralos jóvenes con inquietudes culturales.Suelen tener el grado justo dedificultad como para tomar la posta,en el plano intelectual, de los juegosde competencia que esos jóvenes hanpracticado un año atrás, en la infancia.Y además en colores, y en oposición asus padres. Lo tienen todo. Pero con elcubismo, que es la más importante delas innovaciones en toda la historia dela pintura, pasa una cosa especial: haymuchos que creen saber lo que es, y

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en realidad no saben. Es más: yo diríaque ésa es su característica principal,su rasgo decisivo: si hay gente que creesaber lo que es el cubismo y no lo sabe,entonces hay cubismo, y esos que nosaben, en realidad sí saben.Hizo una pausa, entrecerrando losojitos grises con brillo de mercurio.Tenía algo de “viejo zorro”, o de “eldiablo sabe por diablo…”, aunque noera viejo; tendría la edad de nuestrospadres, o poco más. Pero no lo asociábamosa nada familiar. Lo últimoque había dicho sonaba a paradoja,aunque se retorcía demasiado sobresí mismo para ser una verdaderaparadoja. Quizás sólo lo había dichapara crear clima.Habrán oído, siguió, que el nombrede la escuela nació del sarcasmo dealgún crítico, si no fue de una deesa señoras gordas que van a unaexposición y opinan como si supierande qué están hablando. ¡Pero estos soncubos nada más! Una pila de cubos,cubos desparramados en la tela. ¡Estospintores son unos “cubistas”, ja ja ja!Puedo imaginarme perfectamente elproceso. Que por otro lado no carecede antecedentes. Debe de ser una constantesecreta en la civilización: burlarsede algo apelando a un nombre,y que el burlado adopte ese nombreque pretendía ridiculizarlo y lo levantecomo prenda de honor y estandartedecombate. Tiene que ver con la tradiciónesotérica del nombre secreto. Y hasucedido no sólo en el campo de las artessino también en el de las ciencias, que sepresume más serio, inexpugnable a esaclase de maniobras bromistas. Les doyun solo ejemplo, que no es exactamente

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un ejemplo porque me servirá paraaproximarme al tema central.Hay dos teorías opuestas sobre elorigen del Universo: una, la que vinollamándose hasta hace poco “hipótesisde Lemaitre” postula la expansióna partir de un momentodado, un momento que es un punto(simplificando), momento y puntoque son el origen a partir del queempiezan a formarse el espacio y eltiempo. Es decir que postula un iniciopara todo. La teoría opuesta, llamadapor su principal expositor, FredHoyle, “estado estable”, afirma queel Universo es eterno y que podemosdescartar cualquier idea de comienzo.Las observaciones de Hubble queprobaron que las galaxias se estánalejando, alejando todas de todas enese “Universo en expansión”, pareceríauna confirmación de la primera hipótesis,pero los defensores de lasegunda lo niegan, pues esa expansióntambién podría ser como la de un ríoque fluye sin dejar de ser eterno. FredHoyle, que además de astrónomo esescritor, viene haciendo desde finesde los años cuarenta una enérgica difusión,en la prensa escrita, en suslibros, y en la radio, a favor de la teoríadel “estado estable”. Considera no sóloerrónea a la “hipótesis de Lemaitre”sino anticientífica e ideológicamenteperniciosa en tanto podría usarsepara un subrepticio retorno del creacionismoy el nefasto concepto deDios. En esa línea de pensamiento,acuñó para ella un nombre sarcástico:“Big Bang”.Nosotros, que habíamos seguidomedio confundidos su discurso, reconocimoseste último nombre, que era

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lo que él se había propuesto, al dejarlopara el final.En efecto, el nombre prendió, yhoy nadie habla de la “hipótesis deLemaitre”. A un “maestro” lo remplazóun disparo de revólver. Muy adecuadoa nuestros tiempos violentos; renuevala vieja pregunta: ¿qué hay en unnombre? El descartado, “la hipótesisde Lemaitre” respondía a un acto dejusticia, porque la primera publicaciónde la teoría de la expansión del Universoa partir del átomo primordial lahabía hecho Edwin Hubble, astrónomonorteamericanode gran prestigio.Pero investigando un poco a partir derumoresque corrían, la comunidadacadémica internacional llegó a laconvicción de que Hubble había plagiadodescubrimientos hechos porel belga Georges Lemaitre. Poner albelga en el nombre fue entonces unavindicación de su prioridad, perocomo ven no sirvió de mucho, debidoa la preferencia del público por “BigBang”, más sonoro (como que es sonoroen la forma y en el contenido) ymás expresivo. ¿Me van siguiendo?Asentimos, sin necesidad de mentir,porque aunque estábamos completamenteperdidos, lo íbamos siguiendo.Ahora bien, siguió Triano, lainfatuación del público con el nombreno fue paralela a la de los científicoscon la teoría. Parece que se impondráa la larga, pero Fred Hoyle y el restode la banda del “estado estable”, esdecir los que sostienen la eternidaddel Universo, siguen resistiéndola.Sus motivos, aunque de sólida argumentacióncientífica, están infiltrados

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de ideología. Afirman que proponerun comienzo sería la plataformadelanzamiento de una reivindicacióndeun creacionismo, con Dios de vueltaentronizado cuando ya creíamos haAirabernos liberado de él. Hay que teneren cuenta que en la polémica entraun elemento ad hominem, que nopodría ser más ad hominem: GeorgesLemaitre es un cura. Y rizando el rizo,la hipótesis de “Lemaitre” sería la de“el Maestro”, lo que podría sugerir un“plan maestro” en una mente divina.¿Ven por qué me pregunto qué hay enun nombre?Asentimos.No es que yo tenga nada contralos curas, a pesar de mi pasado, mipresente y mi futuro de ácrata. Hay querecordar que el padre de Baudelairefue un cura. El padre del padre de lapoesía moderna fue un “padre”.Hizo una pausa, no sé si para queasimiláramos la digresión literaria,y la digresión de la digresión, o simplementeporque tenía que tomaraliento.Ya verán que tuve motivo paraextenderme un poco en esta comediade astrónomos. Pero vuelvo al cubismo.Aquí también se asumió elapodosarcástico, y no sólo lo asumióel público, al que estas cuestiones leimportan poco, sino que lo hicimoslos mismos artistas. En la superficie,lo asumieron como podrían haberlohecho con cualquier otro nombre, quecon el uso se vuelve sólo un nombre,sin significado, como llamarse Pedro oJuan. Pero entre nosotros los cubistas sí

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hubo significado. El cubo tiene sentido.Esto último lo pronunció con unciónde oráculo, y se quedó pensativo unmomento, murmurando algo como “aver por dónde empiezo”. No le llevómucho tiempo llegar a una decisión.Sacó papeles de un cajón, y manoteóun lápiz. ¿Nos haría una demostracióngráfica del nacimiento del cubismo?¿Estaban a punto de revelarse antenuestros ojos los misterios del cubo?Reacomodamos la atención llenos deexpectativa.Pero cambió de idea. Guardó lospapeles y dejó el lápiz. Después, enmis reconstrucciones de memoria dela ocasión (las hice muchas veces enel curso de los años) creí comprenderque Triano renunciaba a la facilidaddel diagrama para destacar la soberaníade la palabra. Su propósito noera convencernos o adoctrinarnos acualquier costo, tomando atajos, sinollevarnos paso a paso hacia la verdad denuestras vidas. Y preparaba, con mediosque sólo en apariencia eran paradójicos,el triunfo de la imagen, la verdadera, laque viene del fondo del discurso.Ustedes, empezó, conocerán la vulgata:el cubismo representa los objetosdesde distintos puntos de vista ala vez. Rompe por primera vez conlas reglas de la perspectiva tal comoquedaron fijadas en el Renacimiento.En realidad, en el Renacimiento no sehizo más que sistematizar, o afinar, loque era el modo pictórico de representardesde siempre, desde las cuevas deAltamira: siempre se había pintado loque se veía, y las reglas de la perspectivaestán implícitas en el ojo. El cubismointelectualiza la mirada, la saca delojo y la lleva al cerebro. Estoy viendo a

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un hombre de frente, pero sé que tieneespalda porque la vi cuando él se diovuelta, o la veré cuando se despida yse vaya, y pinto juntos frente y espalda,haciendo intervenir el tiempo, porquecon los ojos de la cara no puedover los dos lados a la vez. Elimina losimultáneo. Es como si hiciera un relatovisual: ese hombre venía caminandohacia mí, después dio media vuelta yse alejó. Y lo que yo pinto tiene algo derecapitulación, ¿no?Imagínense un cubo. Se lo imaginarán,es inevitable, en perspectiva: verántres caras nada más. Ahora, si quierenver las seis caras… Pero, un momento.¿Por qué habrían de querer verlas? Elmotivo también tiene su importancia.Podría ser porque en cada una de lasseis caras hay un signo, por ejemplouna letra, y hay que ver las seis a lavez para leer la palabra que forma.Pues bien, si quiero ver todas las carasal mismo tiempo tengo que hacer laoperación primordial del cubismo:desarmar el cubo. Ustedes tendránfresca la operación, por las figuraspara recortar y armar de la páginacentral del Billiken. Unas delgadassolapas estratégicamente dispuestas,que se adhieren por dentro a la caravecina, nos permiten, con un pocode prolijidad, tener un perfecto cubo.Pero no estamos armando: estamosdesarmando.Nosotros creíamos haber dejadoatrás hacía mucho la etapa del Billiken,pero no nos ofendimos demasiadoporque era cierto que lo teníamosfresco en la memoria.Las tres caras visibles se duplicancon las tres invisibles. Si hubo Alguienque multiplicó los panes y los peces,

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el cubista fue más lejos: multiplicólas superficies. Los panes adquierensu superficie en el horno, creciendoy endureciendo su corteza con uncalor que, aunque doméstico, es elmismo que en el comienzo del mundoconformó y endureció la cortezaterrestre, el plano distribuidor detodas nuestras superficies. El pan escomida, ¿no? Los peces también. Y eldicho popular “el pez grande se comeal chico” podría ser la descripción deun cuadro de nuestra escuela, puesel cubismo además de multiplicarlos planos, y justamente por hacerlo,es una constante devoración de losplanos, en él hay un hambre, unavoracidad fluida y constante… queno es contradictoria con el carácterdecididamente acogedor del cubismo,que abre todos los volúmenes y nosdeja entrar, no como una violacióno algo asqueroso como meterse en loviscoso y oscuro de un organismo, sinocomo paseo en los palacios de juguetede la realidad.Con este vuelo discursivo un tantofantástico pareció dar por terminadauna parte de la lección, y prepararsepara otra. Señaló el mismo punto delespacio que había señalado al decir“Imagínense un cubo”, y pronuncióuna sola palabra, otra vez oracular:Seis.Esperamos a que el oráculo hablara.Probablemente la palabra “seis” noles diga nada interesante, más allá designificar el número que está despuésdel cinco. Pero la palabra “Sextina”seguramente les dice algo, porqueustedes son de los que se sacan diezen Literatura. Sí, adivinaron, se tratadel Martín Fierro, que está escrito

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en estrofas de seis versos. Ustedesque están en el métier, prueben esto:fabriquen trescientos noventa y sietecubos, que es la cantidad de estrofasque tiene la Ida. Un cubo contiene unaestrofa, con un verso escrito en cadauna de sus caras. Revoleen los cubosy arrójenlos como si fueran dados,pónganlos en fila tal como cayeron, ytranscriban en ese orden los versos quequeden en la cara superior. Les daráun poema de trescientos noventa ysiete versos, derivado del original perodistinto, puesto en el espacio. Prueben,y después me dicen. Pueden repetirla operación cuantas veces quierany siempre les va a dar un poemadistinto. Las ganas que tengo de leeruno de esos poemas me hacen pensarque la literatura cubista todavía no hanacido.Su benevolencia se había acentuado.Les parecerá intempestiva estairrupción un tanto tirada de lospelos de nuestro poema nacional,pero viene a cuento por más de unlado (un inocente jeu de mots quesubrayó con una sonrisa discreta).Las geometrías espaciotemporalesdel cubismo, y los juegos mecánicosa los que dan lugar, no valdrían nadapara el arte si les faltara la poesía. Ahíes adonde quería llegar: a ustedes.(No expresamos ninguna sorpresaespecial, pero él procedió como si lohubiéramos hecho:) Sí, a ustedes. Nose asombren tanto. ¿Acaso no están apunto de sellar la alianza de la pinturay la poesía? Una unión externa,por el momento, pero destinada ainternalizarse. La yuxtaposición es unprimer paso a la fusión. La poesía esuna forma de la discontinuidad, de ahí

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que tenga una relación necesaria conel cubismo, pero eso sólo en una delas acepciones de la palabra “poesía”:la que cubre la práctica de escrituraen verso, con las metáforas y todo elresto; la otra acepción, más difusa,es la de “lo poético” en la vida, en laNaturaleza, como cuando se dice quelos colores del cielo en un atardecerson muy poéticos. O cuando unobusca la poesía de la vida en el amor oen alguna clase de misticismo. Lo quetienen en común las dos acepcionesson las Bellas Asimetrías. Y si ponemosel cubismo en ese punto empezamosa ver claro. El cubismo sin la poesíaes apenas una geometría defectuosa,concluyó.La geometría se enseña mediante latransparencia, y algunos han creídoque el cubismo tenía que ver con lasradiografías. Grave error. De lo quese trata es de hacer valer la asimetríaprofunda de lo transparente y lo opaco,en la que siempre gana lo opaco.Debió de darse cuenta de que noestábamos viendo tan claro. O quizástoda esta introducción no había sidomás que un espécimen de DiscursoCubista con el que nos enfrentabapara que aprendiéramos su ABC ypudiéramos entender lo que siguió,que fue bastante extraño. Quizás sinesa introducción no lo habríamosentendido. ¿Pero lo entendimos deverdad? Nuestras vidas de adultosdeberían dar testimonio de ello. Trianono era un taumaturgo, era uno de esosseñores cultos y pensantes que habíaantes en los pueblos. Encarnaba un tipocaracterístico. Eran hombres que leíanmucho, pensaban mucho, y no teníaninterlocutores que les pararan el carro.

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Escalando en soledad las empinadaspirámides de la cultura, forjabanteorías curiosas y desarrollaban unlenguaje propio para exponerlas. Laedad le había dado la perspicaciasuficiente para ver en nosotros dos,más allá de la fatuidad adolescente,un nudo de ansiedades encontradas.Por un lado estaba el miedo de todojoven que deja el hogar paterno, queve abrirse ante él el mundo del quedeberá hacerse cargo; por otro lado,en nuestros casos particulares seagazapaba el miedo de que nuestravocación por la poesía se frustrara, porlas circunstancias, por falta de fuerza,o de talento. Nada ni nadie podía garantizarlo,y lo sabíamos. Todo eso secobijaba bajo el miedo puntual del díaprevio al evento: a que no fuera nadie,a que fuera todo el mundo y se burlarade nosotros. Que lo hiciéramos a dúoera normal por un lado (solo, ningunode los dos se habría atrevido a montaruna exposición de nada, y menos dePoemas Ilustrados), pero por el otroestablecía una de esas Asimetríaspor las que Triano acababa de definirel arte, y de las que se disponía ahablarnos por medio de la fábula.Empezó su discurso en estos términos:Si los buscamos en la Historia, yno en la filogenia de la percepción,en la mente infantil o en el choqueneuronal de la visión y la intelección,los orígenes remotos del cubismo coinciden,paradójicamente, con el triunfode la perspectiva, en el remanido Renacimiento.Porque esa época no fuesólo la de pintar Giocondas y MadonnasSixtinas y Flagelaciones de Cristo; fuetambién la era de los Grandes Viajes. Elintenso sedentarismo de pintar obras

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maestras, la paciencia de santo que hayque tenerle al óleo, tenía su contracaranecesaria en la enérgica impacienciade la ambición. En efecto, dado eltiempo que llevaba hacerlos, y los añosque había insumido el aprendizaje dela exigente técnica con que se los hacía,los cuadros eran carísimos, y había quepagarlos. Nacía la industria del lujo, yel primero de los lujos es la riqueza, quehubo que crear, sacar de la nada, lo querepresentaba un cambio importante.En la Edad Media la riqueza habíaestado repartida, en un estado esAiratable, y al aparecer la necesidad deaumentarla hubo que salir de Europaa buscar nuevos recursos. Esas cosassiempre se dan en una escalada, y losviajes se fueron haciendo más y máslargos. Una vez que dieron la vueltaal mundo, la redondez de la Tierra,que no había sido puesta en dudadesde la más remota antigüedad por lagente culta, se instaló en el imaginariopopular, desde donde empezó aaplicarse a la religión. Fue entoncesque apareció un argumento, hijoputativo de una casuística de juegode ingenio, que pretendía poner encuestión la existencia del Cielo.No creo que los teólogos se hayantomado muy en serio el debate. Paraellos debía de ser demasiado primitivo,se habrían sentido disminuidos entrandoen el juego. No pasó lo mismocon los ateos militantes de quinientosaños después, los ácratas a quienesdebo el conocimiento del hecho; a ellosles cedieron el terreno los teólogosmodernos, que se mudaron a lasontologías heideggerianas, y bajo elparaguas de la Fe dejaron de ocuparsede las creencias. Como digo, así fue que

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supe de la historia. Sobre los años demi juventud todavía se deslizaba unasombra de las guerras de religión. Elanarcosindicalismo se enfrentaba a unaIglesia dogmática y provocadora. Lacalumnia y la gigantomaquia se hacíanla corte en panfletos y asambleas. Yome mantenía au dessus de la melée,ya entonces ocupado en el doble oficiode ganarme la vida y desarrollar mivocación; no me sobraba tiempo paraesas querellas. Pero me mantenía altanto, leyendo de ojito La Montaña,que era el diario jacobino de Pringles;siempre había un ejemplar disponibleen alguna de las mesas del Águila, uncafé que estaba donde ahora está lajuguetería de Abecia. Me interesabano por la doctrina sino por los datosque aparecían en sus columnas, queme servían de inspiración para misdibujos. Los anarquistas de antes sehacían un deber de leer, y como en susbibliotecas se prodigaba más de unraro infolio de olvidados croniconesque nadie más que ellos abrían, eralo más común que se despacharancon esas informaciones curiosas imposiblesde conseguir por otro lado.Mi atención estaba despierta, y sigueasí a pesar de los años transcurridos.La atención es un regalo precioso quenos ha hecho la Naturaleza, porquenos lo da todo, lo grande y lo chico,lo importante y lo trivial, lo generaly lo particular. Los cinco sentidos seponen a sus órdenes, como soldadosobedientes y bien entrenados. Ella es laestratega que siempre sale vencedora.Y tiene una virtud que a nosotros losque trabajamos en lo inútil nos vienede perillas: ella nunca posterga nada,nunca deja nada para mañana. Si

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la imitáramos seríamos más felicesy más productivos, ¿no? Pero meestoy apartando del tema. A vecesme pregunto si a pesar de todo noestaré envejeciendo, a juzgar por estetípicorasgo de la senilidad que es ladigresión.En fin. Lo que me acercó entonces laatención fue un cuento que circulabaentre anarquistas, uno de los tantos argumentoscontra la existencia de Diosy su corte, que adoptaba la forma narrativapara actuar como ariete contra lasmurallas de la superstición. Se tratabade dos santos que morían el mismo día,uno en un punto del planeta, otro en lasantípodas. Su santidad certificada hacíaque se fueran directo al Cielo, es deciren una perfecta vertical ascendente. Perodados los sitios respectivos dondeexpiraban, las direcciones que tomabansus almas eran diametralmente opuestas.¿Dónde estaba el Cielo entonces, dóndeDios? El argumento geométrico pretendíademostrar que la patraña delCielo era un cuento de viejas, indefensoante el razonamiento más básico. Eraun poco burdo. Tomado como metáforatenía algo más de sustancia, porquese lo podía interpretar en el sentido deque cada creyente se hacía su propiateología, que nunca iban a concertarseen un sistema unificado como el queproclamaba la Iglesia.Yo no lo tomé como metáfora. Conpsicología de pintor, vi a los dosmonjecitos recortados de un breviarioiluminado, como en un collage móvil,volando en línea recta sobre elfondode un azul cristalino. ¿Cómohabría

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podido verlos si no? ¿Cómose va la gente al cielo? Hay que hacerintervenirla ilustración de la fábula,poner un poco de imaginación, porqueel pensamiento desnudo lleva a uncallejón sin salida.Yo no puedo creer que haya habidoun tiempo en que alguien, por ignoranteque fuera, pudiese creer que la Tierra eraplana. En todo caso, se lo podría postularcomo estadio previo a la realidadhistórica, y en ese caso habría dos planosparalelos, el de la Tierra y el del Cielo, ylas trayectorias de las almas de los justospodrían representarse como líneasverticales uniendo perpendicularmentelos dos planos.Pero este artefacto, que tiene uninquietante aspecto de prensa, es purahipótesis, menos servicial que lúdica.Son maquinaciones divertidas quenacen de las palabras mismas. Fíjenseque en la palabra “cielo” hay unaambivalencia: está el cielo astronómico,y el cielo paraíso. Me pregunto silas segundas acepciones no estaránen el origen de todas las historias.Porque con una sola acepción, sinmalentendido, no se pueden hacerni adivinanzas ni cuentos. Pero elfirmamento estrellado, que es cuandoel cielo realmente se solidifica, ¿nohace pensar en una cúpula? ¿Cómoes posible que alguien haya podidopensar en un plano horizontal, lo quepropiamente podría llamarse “cieloraso”?Me desvié del tema, otra vez. Lesdecía que yo no me lo tomé comouna metáfora: vi a los dos monjesremontándose como cohetes, y meremonté a mi vez por la historia que

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los había puesto ahí. Porque el espacionunca está completo sin el tiempo, ycuando la suma de los dos está bienhecha el resultado es la eternidad:o bien la de la bienaventuranza queesperaba a los dos monjes, o bien la delarte.Una vez expuestas la mecánica delvuelo de las almas, en las peculiarescondiciones astronómicas planteadaspara el caso, y tras asegurarse de quehubiéramos entendido, dijo que seabocaría a responder las dos preguntasque venían a cuento. Suprimía deun plumazo todos los interrogantesteológicos que podía suscitar lahistoria en quien tuviera la ingenuidadde tomárselo en serio. Dijo entreparéntesis que sus dos preguntas,o más bien sus dos respuestas, secontaban en las líneas que seguían,pues una corría en sentido horizontal,la otra en vertical, lo que las volvía laabscisa y la coordenada de la narración.La primera pregunta, la horizontal,era la siguiente: ¿cómo fue que losdos monjes, presumiblemente vecinosde origen ya que compartían elcristianismo, hubieran ido a parar apuntos antípodas del planeta? Comoya podía verse, no era tan horizontal,o lo era sólo en la percepción delmomento, porque el resultado a largoplazo era curvo, como para crear antípodas.Pero esto último no lo sabíanlos monjes viajeros.¿Cómo fue que se alejaron tanto? Larespuesta más verosímil, y apoyada enel dato histórico, era que uno de ellosse marchó a evangelizar a tierras deinfieles, y allí lo sorprendió la muerte.De acuerdo, pueden aceptarlo,dijo,

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da lo mismo, pero a mí no me gusta.El verosímil es un asunto bastante resbaloso.Por un lado es necesario, para nopasar por un vulgar delirante, pero porotro puede achatar notablemente unahistoria, ya que el verosímil es lo quepuede reconstruirse, por excelencia, demodo que con él el lector no necesita alautor, puede hacerlo solo, ya que no setrata más que de concatenar causas conefectos.Más me gusta pensar, dijo Triano,que los dos monjes fueron separándoseuno del otro como si estuvieran quietosy hubiera una dilatación del espacio;imagínense un globo desinflado, condos puntos vecinos; al inflarlo, lospuntos van separándose, ¿no?Nos miró esperando una respuestade esa imaginación nuestra en la queponía tanta confianza.Era perfectamente posible imaginárselo,en efecto, pero la imaginaciónempezábamos a tenerla un tantosaturada, y el globo de marras calzabacon dificultad entre los cubos delos que Triano nos la había llenado.Debió de ser un efecto buscado porél, una desestabilización de nuestrosparámetros mentales tal que permitieraque lo que siguió hiciera elmayor efecto.Los dos monjes, en direccionesopuestas,recorrían la superficie delmundo,pero no el mundo visto a travésde los telescopios de la geometría, sinoel mundo real. Por ser real, estaballeno de accidentes, contingencias, detallescircunstanciales. Meter un pieen un charco, tropezar con una piedra,sobresaltarse con el grito de un

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pájaro en el silencio, no eran hechosque hacían historia. ¿Pero la hacía verun elefante, o el altar de oro de undios bárbaro? El viaje era una cintadeslizándose por el azul del cielo, no enun continuo visible sino ocultándosepor trechos detrás de, precisamente,lo visible, para reaparecer cuandomenos se lo esperaba, como el hilode color de un bordado. Lo mismo lanostalgia anticipada, que cualquierlugar puede suscitar y poner antes odespués del evento. ¿Cómo expresar laemoción profunda del viaje que nuncaterminaba? ¿En qué lengua decirla, silas lenguas cambiaban junto con lospaisajes? Cuando volvía a salir a luz elelefante, en un torbellino de vegetación,era él el dios de oro, y lo adoraban lossimios y las serpientes. Las sinusoidesdel viaje poético revelaban ánadesen formación, casas de papel, ascetasrehenes de las montañas, flores blancas,perros, conejos, los grandes pantanosde formas variables, niños perdidosy brazos de mar por los quecirculaban los viscosos atunes. Unasolución lingüística que podrían haberadoptado los dos monjes era recitarlistas, una la de objetos cada vez másgrandes, el otro la de objetos cadavez más chicos. Así se llegaría a unaconjunción de máximos y mínimosde rompecabezas, pirámides opuestasincrustadas una en otra, en un planosutil que se curvaba junto a losequinoccios. El elefante entraba en eltemplo por los frisos como imágenesrecortadas. Los dos monjes iban rápidopor predicar un Dios sin forma entrelos ídolos, entre la vorágine de formasque ellas también se recortaban en elmarco móvil. El proceso materializaba

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el pensamiento, para ponerlo en eltiempo. Se producían modificacionesde la conciencia. Águilas y rubíes,cabelleras de muebles nocturnos, fuegoshelados en los árboles, prehistoriassalvajes, libros, hidromiel, motores,gorros,salpicaduras de un líquidoazul hecho de puros átomos de sueño.Cada paso del viaje hacía nacer laBelleza, el Arte, el Tiempo, visionesde los tamaños girando sobre símismas. De pronto estaban tan lejosde casa como se lo puede estar. Noes necesario, ni siquiera aconsejable,hacer obras maestras, basta con dejarque la perspectiva nos transporte, conlos ojos cerrados, por más que parezcacontradictorio en un pintor.Paró para tomar aliento. Nos habíaexpuesto, dijo, el Gran Preliminardel cubismo, el viaje a la redondezde la Tierra. Incluía tecnologías todavíano inventadas, dispositivos parahacerlo tan lento como para nosaberen qué dirección iba uno, demodo de lograr la fijeza de la pinturasin renunciar al movimiento. Sólohabía querido darnos una idea de laproveniencia de los reversos, concluyómodestamente. Para nosotros fue algomás: un futuro lejano, nuestraproyección en el empíreo de la poesía.Algún día podríamos escribir comohablaba Triano, poner en palabras esosanhelos vagos de belleza y aventura.Debería haber sido nuestro maestrode escritura, pero era un pintor, y lamaestría de la que hacía alarde seocultaba en nosotros como un lejanofin de aprendizaje.La segunda pregunta era por el

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motivo que hacía tan seguro que losdos monjes se fueran al cielo. ¿Tanpocas dudas había de que se ganabanla bienaventuranza eterna, aun sindatos de su vida privada? Aquí Trianointercaló un par de chistecitos anticlericales,pero ese interludio durópoco. Descartó la parte concreta dela cuestión, diciendo que la santidadde los personajes era una premisa delcuento, necesaria para desplegar elargumento geométrico. No obstante,quería examinar las bases de esapremisa, no tanto para buscar la recetacon la que irse al cielo, como para sacarconclusiones que tuvieran aplicaciónen otros campos (no dijo cuáles).Los santos se iban al cielo, dijo, por susvidas puras, por sus buenas acciones, osimplemente por la fama de buenos quese habían hecho. Pero todas estas virtudesse limitaban a lo visible, a las apariencias ypoco más. La verdad corría por debajo: lacapacidad de ocultamiento y simulacióndel ser humano era incalculable.Ahora bien, si uno concede que loque pasa en los relatos es lo que pasa opuede pasar en la realidad, empieza adarse cuenta de por qué los dos monjesse fueron al cielo. Por coincidencia.Las buenas acciones que realizaron envida tuvieron que coincidir con lo quepasaba en realidad, y entonces, comoresultado de su santidad, coincidieronlas líneas horizontales y las verticales.(Es la definición de la santidad.)Tomamos de la experiencia los datosque prolongan lo visible en el tiempo,y les damos algún interés de anécdota.Estas dos marionetas del Cielo habíanhecho el bien mientras vivieron. Lohicieron sólo porque tuvieron tiempopara hacerlo. El tiempo, visto desde

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arriba, es un plano extenso, sobreel que Dios tiende sus perspectivas.¿Pero cómo sabía Dios que lo quehacían los dos monjes estaba bien yno mal? Sólo fundiendo a los dos enuno, haciéndolos verso y reverso de Suvoluntad soberana.Volviendo a la coincidencia, a laque por lo visto le daba la mayor importancia(lo que más tarde nos hizopensar que el cubismo no era sinouna coincidencia de planos), afirmóque la perfección en la que consistíael objetivo supremo de la vida se alcanzaba,a la larga, desvaneciendoen la transparencia las interesantesasimetrías del arte. La perfección exigíamucho, lo exigía todo, y era necesarioempezar por saber qué era el todo.Siguió en esta vena un rato, impacientándonosprogresivamente. Tantocomohabíamos admirado unosminutosantes sus rapsodias sobreel viaje, este sermón sobre la perfecciónespiritual nos parecía beato yconformista. Si habíamos creído porun momento encontrar en Triano uncompañero de ruta en la revueltajuvenil, debíamos aceptar que no erajoven, que sostenía los valores contralos que nosotros nos levantábamos. Laedad no perdonaba. Al relacionar estatriste comprobación con el proyectotácitamente expresado antes al oírlohablar del viaje, de llegar a dominar lalengua de la Belleza, sospechábamosque había que pagar una cosa con laotra, la maestría con la renuncia a losideales.Pero volvamos, dijo, al momentoculminante en que los dos santos

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llegaban a los puntos antípodas delcielo. Y, “lo creo porque es absurdo”,entraban juntos y de la mano porla misma puerta. ¿Cómo pudo ser?Muy sencillo: porque el cielo era cubista,se había liberado por ser cielode las reglas de la perspectiva tradicional.Resultaba de un plegado delas distancias. Se había necesitado lasistematización de la perspectiva paraque los hombres pudieran irse al otrolado del mundo y ver el reverso delcielo. Que era también el otro lado dela inteligencia. El cubismo nació de unarrebato geométrico, revestido de lapoesía del viaje y la fábula. En el centroestá la ambivalencia del cielo: comoplano de proyección de coordenadas ycomo premio transmundano, ejerciciode eternidad. El plano sin reverso, loadquiere una vez representado. Loscielos antípodas son el mismo cielo,donde los buenos artistas son juzgadossegún hayan podido o no poner en sucuadro la sexta cara del cubo.Y fíjense, agregó mirándonos conuna chispa de malicia en los ojos,que no era necesario irse tan lejos.No tenían por qué irse a ningúnlado en realidad. Podían ser vecinos,en un pueblo como Pringles, y notenían por qué ser monjes ni morirse.Porque aunque estuvieran a tresmetros de distancia, la curvatura dela Tierra haría que al emprender laascensión perpendicular los trayectostuvieran diferente ángulo. Aunquela diferencia de angularidad fueramínima en el momento de la partida,y en el primer tramo parecieran ir enparalelo, se irían separando al subir. Yseparando mucho. No olvidemos queestamos negociando con la eternidad.

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En última instancia, al entrar en elinfinito estarían en las antípodas. Y sidejamos de lado a los dos monjes, queya cumplieron su función, pensamosen todos los Bienaventurados quemueren en los distintos sitios elplaneta, y todos los que ha habido enla ya larga historia del Cristianismo(no creo que haya habido tanta gentebuena de verdad, pero aquí, prodemostratione, hacemos intervenirla misericordia divina) tendríamosal cielo agujereado por una enormecantidad de puntos de ingreso. Perotodos estos puntos, desperdigados enlos profundos abismos del Universo,son el Cielo, que en su segundaacepción es uno y no ocupa más lugarque el punto geométrico. Con lo querecuperamos al Big Bang, con el bellonacimiento incandescente del tiempoy el espacio. Y si recordamos queCubismo y Big Bang se hermanabanen el sarcasmo que los había bautizado,también podemos recordarque muchos críticos bromistas omalintencionadosdescribieron loscuadroscubistas comonaturalezasmuertas después de una explosión.Suspiró, con aire cansado.Ustedes me han hecho acordar hoyde ese mito de origen del cubismo, y selos conté de modo que pudieran sacarconclusiones pertinentes al momentoque viven. Porque todo en una historiapuede aplicarse a otra, y eso es lo quelas vuelve historias. Por las líneasdonde subieron las almas de los santosempezarán a subir desde mañana, sitienen el valor de hacerlo, sus jóvenes

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almas de artistas. Hoy vinieron aescuchar al viejo maestro cubista…Una risita, de la que nos hicimos econo sin alguna incomodidad producidapor oírle mencionar a nuestras almas.…el viejo maestro experto en conjugarcielos anversos y reversos.No adivino el futuro; me basta conadivinarel presente, que ya está hechode convergencias y divergencias, y yaes futuro en buena medida. A ustedesdos la amistad los llevó a los PoemasIlustrados, antípodas en miniatura queanticipan otras, en las que tambiéncoincidirán. Cuanto más se alejen unodel otro, dando volteretas en el airecomo trapecistas entre las vocacionessuspendidas, más se encontrarán alfinal en esas antípodas conjugadas alas que yo les dediqué mi vida. Y ahísí, si me lo permiten, voy a hacer unaprofecía: gracias a ustedes dos se harála reunificación de las dos iglesiascismáticas, la de la Poesía y la de laProsa. La Poesía sin la cual el arte sóloes vanidad, y la Prosa que crea lossueños de los que nacen los artistas.¿No estaría exagerando? Parecíacomo si se hubiera dejado arrastrar porlas palabras, cautivado por su sonidomás que por su sentido. Debió de darsecuenta de que se le había ido la mano,porque se disculpó por retenernos tantotiempo y nos acompañóa la puerta.Pero seguía hablando,quizás paraborrar la mala impresión que pudieranhabernos dejado sus infatuaciones deoráculo. Lo que decía no tenía nada quever con nada, aunque quizás lo habíaasociado por los raros razonamientos

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anteriores sobre lo lejano y lo cercano,traducido ahora a lo infantil. Era sobreun niño con vocación y sensibilidad deartista, pero terriblemente miope (talvez la asociación venía por mis gruesosanteojos). Había hecho con amor unprecioso barrilete, con esos papelessemitransparentesde colores tan bellamentedispuestos, en asimetrías tansugerentes, que al niño artista le encantaba.Y le encantaba verlo volando,cuando la luz jugaba en los coloresylas formas. Pero como era miope,y veíamal a la distancia, quería tenerlocerca,por eso le daba poco hilo, muy poco,y el barrilete volaba casi tocándolelanariz.

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