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UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA LA COMIDA, MI AMIGA Y MI ENEMIGA, ASPECTOS SOCIOCULTURALES DE LA ANOREXIA Y LA BULIMIA EN OSORNO TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE ANTRÓPOLOGA SOCIAL FLORENCIA MUÑOZ EBENSPERGER PROFESOR GUIA: SONIA MONTECINO AGUIRRE SANTIAGO DE CHILE MAYO 2010 1

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UNIVERSIDAD DE CHILEFACULTAD DE CIENCIAS SOCIALESDEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

LA COMIDA, MI AMIGA Y MI ENEMIGA, ASPECTOS SOCIOCULTURALES DE LA ANOREXIA Y LA BULIMIA EN 

OSORNO 

TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE ANTRÓPOLOGA SOCIAL

FLORENCIA MUÑOZ EBENSPERGER

PROFESOR GUIA:SONIA MONTECINO AGUIRRE

SANTIAGO DE CHILE

MAYO 2010

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Universidad de Chile                     

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Antropología Social

La comida, mi amiga y mi enemigaAspectos culturales de la anorexia y la bulimia en Osorno

Tesis para optar al grado de Antropóloga Social

Universidad de Chile

Florencia Muñoz Ebensperger

Profesora guía: Sonia Montecino

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        Para mi mama

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Agradecimientos

Esta tesis representa la culminación de una etapa, y más allá de eso, de un proceso no 

sólo académico sino que por sobretodo vital. En ese sentido, son muchas las personas a 

quienes debo agradecer por su ayuda y compañía a lo largo de este camino.

En primer lugar a mi madre, Pilar, por su amor infinitamente generoso.

A mi familia, Tata Emilio, Panky, Sole, tíos y primos.

A Jorge por su apoyo y compañía

A mi maestra Sonia Montecino por su inmensa generosidad y cariño, y a Carolina 

Franch, por ayudarme y guiarme en los momentos precisos.

A Rodrigo de la Fabian, por permitirme volver a mi cada semana. 

A mis amigas, compañeras y colegas, Luisa, Camila,  Xime, Maca, Moga, Pancha, 

Raquel,  Alicia y Bárbara.

A Gloria Juri, por su tremenda contribución en este trabajo.

A la psicologa Ximena Reineke por la confianza y la generosidad de permitirme 

trabajar con sus pacientes. 

Y por sobretodo, a las seis preciosas mujeres que me entregaron un poco de sus vidas y 

sus más grandes dolores, y a todas las mujeres que silenciosamente sufren de estos 

trastornos.

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INDICE

Primera Parte: 

Pretensiones, perspectivas y procedimientos

 Entrada. .................................................................................. 7

I.­ Objetivos .............................................................................12

II.­ Antecedentes:

i.­ Ayuno voluntario, un fenómeno de larga duración ................. 13

ii­­Anorexia y Bulimia, una construcción médica ....................... 14

iii.­El interés social por la delgadez ............................................ 18

iv.­ Situación en Chile ..................................................................20

v.­ Osorno, un espacio de convergencias culinarias ....................21

vi.­ La anorexia en la Literatura.................................................... 23

III.­Marco teórico

i.­El Cuerpo ................................................................................. 26

ii.­Cuerpo femenino, Identidad femenina .....................................29

iii.­Función simbólica e identitaria de los Alimentos .................. 34

iv.­Construcción cultural de los TCA............................................ 38

V.­ Metolología:

i.­ Perspectiva Metodológica ......................................................... 42

ii.­ Técnicas e Instrumentos ........................................................... 43

iii.­ Selección de muestra ............................................................... 46

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Segunda Parte:

Análisis

I.­ Contexto

i. Caracterización de las entrevistadas ............................................ 50

ii.­ La Familia .................................................................................. 57

ii..1.­   Desde   lo   campesino   a   lo   urbano,   distintos   modos   de   construir   lo 

femenino ............................................................................... 57

ii.2.­ Dicotomía padre y madre ............................................ 63

ii.3.­ De la violencia simbólica a la violencia física y psicológica ... 66

II.­ Alimentos

i.­ Alimentación en la Infancia ........................................................ 70

ii.­ Relación con los alimentos durante el TCA ............................... 75

ii.1.­ Amor y rechazo a la comida......................................... 76

iii.­ Comportamientos alimentarios durante el TCA ....................... 81

 

III.­Cuerpo

i.­Adolescencia, la emergencia de un destino ................................. 91

ii.­Ser=cuerpo ................................................................................. 97

iii.­ Ser a través de la mirada de los otros ...................................... 99

iv.­ Los dos cuerpos ........................................................................ 103

Tercera Parte: 

Conclusiones

I.­ Conclusiones ............................................................................ 110

II.­ Bibliografía ............................................................................. 115

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Primera PartePretensiones, perspectivas y procedimientos

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I.­ Entrada

Los trastornos del comportamiento alimentario (TCA)1 se han convertido en patologías 

cada vez más comunes en el mundo occidental, y particularmente en Chile, afectando 

casi  de manera exclusiva a mujeres  jóvenes,  incluso amenzando con convertirse en 

epidemia.   Así,   en   un   tono   de   alarma,   los   medios   de   comunicación   propagan 

estremecedores testimonios de jóvenes mujeres víctimas de estas patologías, y junto 

con ello, la mirada crítica de los expertos, por lo general médicos y psicólogos, quienes 

si  bien asumen la   importancia  de los  modelos culturales  de belleza asociados  a  la 

delgadez, enfatizan en las condicionantes psicopatológicas involucradas.

La primacía de estas miradas obedece a que los TCA han sido concebidos desde sus 

orígenes como fenómenos cuyo entendimiento pertenece casi de manera exclusiva al 

mundo de las disciplinas biomédicas y la psicología, excluyendo en buena medida las 

miradas provenientes de las ciencias sociales. De este modo, la búsqueda de las causas 

se ha centrado en el individuo (tanto en su cuerpo como en su mente)2, más que en el 

entorno.

Sin embargo, este tipo de explicaciones no basta, ya que no permite responder, entre 

otras   cosas,   por   qué   el   camino   elegido   para   la   canalización   de   esas   tensiones 

individuales   es   el   rechazo   a   los   alimentos,   siendo   las   alternativas   ciertamente 

innumerables, desde la autoflagelación hasta el suicidio. Tampoco permite explicar por 

qué se presenta casi de manera exclusiva en un segmento particular de la población: 

mujeres adolescentes en contextos occidentales3 

Ante   esto,   la   antropología,   que   desde   siempre   ha   puesto   en   duda   aquello   que   se 

presenta   como   evidente,   debe   preguntarse   hasta   qué   punto   estos   trastornos   están 

condicionados por factores sociales y culturales. Sobretodo, si para ello cuenta con 

antecedentes   teóricos   claros   como   el   trabajo   de   Emile   Durkheim   (2003)   sobre   el 1 Si bien en la literatura se ha definido el término Trastorno del comportamiento alimentario para 

designar tanto a la Bulimia como a la Anorexia y la Obsidad, para los fines de esta investigación sólo 

se usará este  término para designar a las dos primeras patologías. 2 Es preciso señalar, sin embargo, que corrientes psicológicas como la sistémica trabajan incorporando 

a la familia en el tratamiento del trastorno. 3 Esto se refiere a contextos sociales con influencia cultural directa del mundo occidental globalizado. 

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suicidio4, donde se demuestra que este fenómeno, al parecer absolutamente individual, 

está   fuertemente   determinado   por   factores   socio­culturales.   Asimismo,   numerosas 

etnografías   nos   han   ilustrado   que   muchos   de   los   comportamientos   que   bajo   los 

parámetros  occidentales   son   entendidos   como   individuales,   finalmente  obedecen  y 

adquieren su sentido de acuerdo al contexto cultural en el que tienen lugar. 

 

En   nuestro   contexto,   las   pautas   alimentarias   que   constituyen   los   TCA   (dietas, 

restricciones selectivas y vómitos, entre otros) son socializadas a las jóvenes en sus 

contextos  más   cercanos,   principalmente  por   la   familia   y   el   grupo  de   amigas5.  Al 

mismo   tiempo,   los   medios   de   comunicación   juegan   un   rol   fundamental   en   la 

transmisión de ese saber. Por una parte, la televisión, a través no sólo de la publicidad, 

que dirige a este segmento gran parte de sus campañas sobre productos de belleza y 

adelgazantes (Gracia Arnaiz, 1996), sino que también mediante una serie de programas 

de investigación y médicos, donde se presentan y socializan las características de la 

anorexia y la bulimia. Y por otra parte, Internet, espacio donde han proliferado una 

serie de sitios como fotologs y blogs6, en los cuales jóvenes mujeres comparten saberes 

y experiencias en torno a los TCA.

Es así como dietas, restricciones y saberes específicos sobre los trastornos alimentarios 

se   van   constituyendo   silenciosamente   en   conocimientos   compartidos   por   las 

adolescentes   que   forman   parte   de   la   sociedades   occidentales,   y   particularmente 

aquellas de clase alta, lo que como señala Carolina Franch (2007), los convierte en 

trastornos distintivos no sólo de un segmento etáreo y de género, sino que también de 

una clase. 

4 Durkheim en su texto “El Suicidio”, comprueba empiricamente que este fenómeno finalmente 

obedece exclusivamente  a condicionantes sociales. Establece  que cada sociedad tiene una aptitud 

para el suicidio y que es esta misma la que influye en mayor o menor grado en los individuos. Los 

actos individuales serían, por lo tanto,  una prolongación del estado social5 Apfeldolfer (2004),  Gracia Arnaiz (1996),  Fishler (1995), entre otros.6  Pese a que Microsoft suspendió gran parte de este tipo de blogs y fotolog, aún en la web es posible 

encontrarlos. En su mayoría adquieren la forma de un diario de vida, donde además se comparten 

experiencias personales y emocionales. En ellos se personifican ambos trastornos bajo los nombres 

de Ana (anorexia) y Mia (bulimia), buscando en ellos una suerte de amiga y aliada. Se 

autodenominan “princesas”, en una búsqueda por devenir mujeres prístinas e inmaculadas. 

        http://amigasanaymia.blogspot.com/   , http://anaymiasiempre.blogspot.com/, 

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Frente a esto,  debemos preguntarnos: ¿Qué   significados se esconden en el  acto de 

rechazar los alimentos que lo constituyen en el mecanismo socialmente validado para 

responder a conflictos propios de un grupo particular de la población?

Será esta la pregunta que guiará este trabajo y que tratará de ser respondida a lo largo 

de esta investigación.

En   función   de   ello,   lo   que   se   busca   es   indagar   en   los   aspectos   culturales   que 

trascienden a estos fenómenos, es decir, las tramas de significación que subyacen y 

dan sentido a estos comportamientos. Para ello,  se  trabajará  en base a  tres ejes de 

análisis, que corresponden a los tres objetivos específicos planteados. Por una parte, 

indagar   en   el   contexto   familiar   en   el   que   han   sido   socializadas   las   mujeres 

entrevistadas, por otra, los comportamientos y valoraciones en torno a los alimentos 

tanto antes, como una vez desarrollado el trastorno, y por último, explorar en sus ideas 

y  percepciones con respecto al cuerpo femenino, y en particular, al propio.

Como   marco   conceptual   e   interpretativo   se   utilizarán   los   planteamientos   que   han 

emanado   desde   la   antropología   simbólica   del   género   y   la   antropología   de   la 

alimentación, además de algunas conceptualizaciones de la antropología del cuerpo. 

Dichas perspectivas nos permitirán problematizar nuestro tema de estudio en torno al 

modo cómo se ha construido culturalmente  el  cuerpo en nuestras   sociedades  y en 

particular, el cuerpo de las mujeres, además de indagar en la relación de éstas con los 

alimentos,   entendiendo   a   estos   últimos   como   importantes   articuladores   sociales, 

significantes de sistemas de poder e imaginarios culturales.

El lugar donde se trabajó fue la comuna de Osorno. Esta elección obedeció por una 

parte, a que esta   tesis se inscribió dentro del proyecto Fondecyt Regular nº 1061198 

“Continuidad y ruptura en la transmisión de los saberes culinarios en tres regiones de  

Chile: una perspectiva desde la construcción simbólica del genero”, específicamente 

en   su   segunda   etapa   realizada   en   dicha   comuna,   y   por   otra,   a   mi   cercanía   y 

conocimiento de ella, lo que me permitiría un acceso más fácil, tanto a la temática 

como a personas dentro de la ciudad.

Desde un principio se pensó   trabajar  directamente con los  relatos de personas que 

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hayan sido, o que aún sean protagonistas de estos  trastornos,  sin embargo, dada la 

sensibilidad propia del tema estudiado, el conseguir entrevistas no fue fácil, muchas de 

las  mujeres  ubicadas,   sobretodo aquellas  de  clase  alta,   se  negaron  rotundamente  a 

entregar su testimonio, asimismo, no se encontraron hombres que hayan presentado 

TCA. El único medio a través del cual fue posible contactar personas para el estudio, 

fue en el Centro de Salud Mental de Osorno, a través de la psicóloga Ximena Reineke. 

Así fue como se contactaron a las seis mujeres con las que se conversó. Lo interesante 

de esto, fue que, lejos de los estereotipos que se tienen con respecto a las mujeres que 

padecen estos trastornos (Mujeres de clase alta, exitosas, de sectores urbanos, etc...) las 

mujeres entrevistadas resultaron ser todas de clase media y baja, en su totalidad con 

orígenes rurales directos o indirectos7, y en dos de los casos pertenecientes a familias 

indígenas.

Esto nos permitió situarnos en un punto clave, para analizar y entender la presencia de 

estos trastornos en ciertos contextos particulares.

Para ello fue fundamental  la utilización de metodología cualitativa, ya que en todo 

momento lo que se perseguía era relevar las perspectivas y valoraciones de quienes han 

sido, o siguen siendo protagonistas de estos trastornos. 

Por su parte, dada la escasez de trabajos similares en nuestro país, esta investigación se 

planteó desde un principio como exploratoria, cuyos lineamientos finales serían dados 

por los testimonios entregados por las entrevistadas. Con ese fin, se trabajó en base a 

entrevistas en profundidad bajo la forma de biogramas, lo que a nivel práctico, facilitó 

el acercamiento al tema y permitió generar un hilo de entrevista, sin que con ello se 

condujeran o insinuaran posibles respuestas.

Ciertamente, la realidad resulta significativamente más compleja de lo que este trabajo 

podría ser capaz de retratar, y por ello,  de antemano soy consciente de las muchas 

aristas  que  sin   lugar  a  dudas  se  escapan.  Sin  embargo,  creo que  en  este  afán por 

aprehender la realidad, debemos embarcarnos sin miedo en una aventura de conocer, 

reconociendo   humildemente   nuestras   limitaciones.   En   este   sentido,   la   presente 

7 Directamente, se refiere a los casos en que las entrevistadas nacieron  y crecieron en sectores rurales, 

e Indirecta aquellas en que son padres los que provienen del campo. En esos casos,  estas mujeres 

han tenido un contacto continuo con ese mundo. 

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investigación no pretende ser más que una primera entrada al estudio de los TCA  en 

Chile desde una perspectiva antropológica, acotándose a la realidad del contexto social 

y cultural en el que se trabajó. 

Finalmente, lo que se ha perseguido ha sido, sobretodo ser un aporte al entendimiento 

de este  fenómeno,  ayudando además  a  abrir  el  camino para  la   introducción de  las 

ciencias sociales, y en particular de la antropología, en temáticas que tradicionalmente 

han sido dominio casi exclusivo de las ciencias biomédicas y psicológicas

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II.­Objetivos

Objetivo General:

Indagar en la construcción social y cultural de la Anorexia y la Bulimia Nerviosa en 

mujeres de la comuna de Osorno.

Objetivos específicos:

Conocer  los contextos socioculturales y familiares a  los que pertenecen éstas 

mujeres.

Identificar, a través de los discursos de las entrevistadas,  sus comportamientos y 

valoraciones sobre los alimentos, tanto antes como después del desencadenamiento 

del trastorno. 

Indagar en las percepciones de cuerpo e identidad femenina presentes en estas 

mujeres.

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III.­Antecedentes

A continuación se expondrán los antecedentes, tanto históricos como médicos, de los 

actuales trastornos del comportamiento alimentario (En adelante TCA). 

A  través  de éstos  nos  percatamos que se  trata  de  un  fenómeno de  larga duración, 

presente no sólo en sociedades occidentales, cuyo sentido y origen ha estado siempre 

vinculado a los paradigmas culturales de cada uno de los contextos y en particular, a 

las concepciones de mundo y cuerpo que las distintas sociedades han compartido. Esto 

nos  permite   entender   los  TCA más   allá   de   las   ya  muy   estudiadas   condicionantes 

psicológicas y médicas.   

II.1.­ Ayuno voluntario, un fenómeno de larga duración      

A diferencia  de   lo  que   se  podría    pensar,   el  no  comer  o   rechazar   la   comida   son 

fenómenos  cuyo  origen  dista  mucho  de   ser  biológico,   de  hecho,   nuestros   cuerpos 

poseen mecanismos fisiológicos destinados a controlar el exceso o la falta de apetito, 

con el fin de mantener equilibrado el peso corporal. 

Pese a ello, en distintos contextos culturales e históricos, hombres y mujeres deciden 

voluntariamente dejar de comer, arrastrados por razones que van más allá de estados 

mentales   anómalos,   ya   que   se   asientan   en   lo   más   profundo   de   los   imaginarios 

culturales en los que se encuentran insertos. 

En la mayoría de los casos, el ayuno ha sido utilizado como un medio para alcanzar 

estados espirituales supremos a través de la purificación. Así por ejemplo, durante la 

edad media, en los siglos XII y XIII, el ayuno voluntario fue considerado un “Milagro 

de   la   existencia”,   como   una   forma   de   ascetismo,   considerando   que   quienes   lo 

practicaban eran  santas. Es el caso de Santa Catalina de Siena, que murió a los 31 años 

producto de un auto ayuno prolongado o de la madre Agnes de Jesús, quien falleció 

producto de lo mismo. Ambas consideradas santas o mártires de la  iglesia católica 

(Behar, 2004:67)

Asimismo,  personajes como Buda,   los Santos  católicos  o  los  profetas  también han 

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utilizado esta vía  para llegar a estados espirituales elevados y entrar en contacto con 

entidades   trascendentes.   Lo   mismo   sucede   en   muchas   religiones   en   las   cuales   se 

establecen periodos de ayuno, es el caso de Yom Kippur en el judaísmo o Cuaresma en 

el mundo cristiano. (Apfeldorfer, 2004: 67)

Por su parte, en otros contextos el no comer ha sido usado como un arma de lucha, 

ejemplo paradigmático de ello son las huelgas de hambre, o los “ayunos en contra”, 

que se realizaban en Japón, en los cuales un hombre dejaba de comer  para mermar el 

honor de otro a quien dirigía el ayuno. (Ibid: 87)

De este modo, es posible constatar la larga duración de los fenómenos de ayuno, y la 

particularidades que estos adquieren de acuerdo a los contextos culturales en los que 

han tenido lugar, evidenciando la compleja relación que desde siempre los individuos 

han establecido con los alimentos.  

II.2.­Anorexia y Bulimia, una construcción médica

En la actualidad el ayuno o rechazo a los alimentos se presenta bajo la forma anorexia 

y bulimia. Ambas son conceptualizaciones construidas desde la biomedicina, la misma 

que ha definido sintomatologías y modos de tratamiento coherentes con los distintos 

paradigmas médicos predominantes en cada una de las épocas.

Las primeras descripciones de  “anorexia mental” las realizó Richard Morton en 1689, 

caracterizándola   como   una   perturbación   del   sistema   nervioso   producto   de   una 

restricción   alimentaria   prolongada.  Sin   embargo,   fue  William  Gull   en  1874  quien 

utilizó por primera vez el término “Anorexia Nerviosa” desde una perspectiva médica, 

definiendo el trastorno como la falta de apetito debido a un estado mental mórbido, en 

el contexto del auge de psiquiatría y del asentamiento de la medicina moderna, que, 

como se verá más adelante, supone una desacralización y aprehensión del cuerpo por 

parte de la mirada médica. 

Con ello, el auto ayuno pasó de ser un fenómeno religioso a convertirse en parte del 

campo de estudio de la biomedicina, constituyéndose así en una patología. 

En   un   primer   momento,   al   no   encontrar   correlaciones   entre   esta   enfermedad   y 

alteraciones   fisiológicas,   los   médicos   definieron   la   anorexia   como   un   trastorno 

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psicopatológico,   catalogando   a   las   mujeres   que   lo   padecían   como   locas.   Así,   las 

ayunadoras   de   ser   Santas   o   Brujas   pasaron   a   ser   consideradas   locas   e   histéricas, 

portadoras de una fuerte carga negativa,   dentro de un contexto donde lo bueno y lo 

malo era asociado a la razón y a la sinrazón respectivamente. (Apfeldorfer, 2004: 54)

Esta visión de los trastornos del comportamiento alimentario se mantuvo por mucho 

tiempo, no sólo en ciertos sectores del mundo médico, sino sobretodo en el imaginario 

colectivo. 

Sin embargo, a partir de los años setenta, investigaciones llevadas a cabo por médicos 

y   psicólogos   han   permitido   empezar   a   entender   estos   fenómenos   más   allá   de   la 

dualidad razón­ sinrazón, incorporando de a poco en el análisis ciertas dimensiones 

que intervienen de manera decisiva en el trastorno, como la familia, la construcción de 

género, el círculo social y la cultura a la que pertenecen.  Pese a esto, en la mayor parte 

de   los   estudios   realizados   hasta   el   momento,   sigue   predominando   una   mirada 

biomédica   que   releva   los   aspectos   fisiológicos   y   sicológicos,   sin   ahondar   en   los 

condicionantes socioculturales.

Así, en 1973, Bruch define la anorexia como un trastorno de la imagen corporal, que 

implica además un defecto en la interpretación de los estímulos corporales, relevando 

la importancia que tienen las percepciones de los pacientes. Sostiene, además, que la 

Anorexia   debe   ser   entendida   en   términos   del   desarrollo   de   la   personalidad   total, 

centrándose  en   la   infancia   y   adolescencia,   etapas   en  que   los   individuos  buscan  y 

desarrollan la autonomía, tomando siempre en cuenta el contexto familiar en que se 

encuentra inmersa la persona. (Apfeldorfer, 2004: 57)

Poco   después,   en   el   año   1974,   Selvini,   precursora   de   la   corriente   sistémica   en 

psicología, retoma en parte  lo anterior y asume la importancia que tiene la familia 

como   transmisora  de   los   valores   y   prácticas   sociales   asociadas   a   la   alimentación. 

Asimismo, reconoce la responsabilidad que tiene la lógica económica de la “Sociedad 

de   la   opulencia”8,   en   cuanto   impone   fuertemente   el   consumo   como   medio   de 

construcción identitaria que, entre otras cosas, exige a la mujer construirse como ser 

productor más que reproductor.(Contreras. 1995: 102).

8 Es decir, la sociedades occidentales con sistemas económicos de libremercado donde el acceso a los 

productos se ha vuelto cada vez más fácil y expedito. 

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Por su parte, Toro (1987), uno de los investigadores más recientes, define la Anorexia 

como la sobre valoración de las dimensiones corporales y la perdida de peso voluntaria 

mediante  la restricción de alimentos. Al constatar   la presencia de este  trastorno en 

diferentes grados, concluye que se trata de un continuo, es decir, que no aparece de un 

día para otro, sino que se va gestando paulatinamente. De este modo, toma conciencia 

de   la   multicausalidad   del   problema   e   identifica   una   serie   de   rasgos   previos   a   la 

aparición de la enfermedad como tal. No obstante, constata que estos rasgos también se 

dan en otras patologías sicológicas, por ello concluye que aquello que caracteriza en 

última instancia a la Anorexia Nerviosa son los factores culturales (Ibid: 104).

La Anorexía ha sido definida, desde sus inicios, como un trastorno femenino, lo mismo 

sucede con la Bulimia, en ambos casos 9 de cada 10 pacientes son mujeres. 

Actualmente, a nivel clínico, se define a la paciente9 anoréxica, como una persona que 

experimenta un gran miedo al aumento de peso, sufre distorsión de su imagen corporal, 

y   ve   y   siente   su   cuerpo   como   si   fuera   obesa.   Por   eso   acostumbran   a   negar   la 

importancia del bajo peso y suelen carecer de conciencia de la enfermedad. Se les 

caracteriza   además   como   personas   infantiles,   inseguras,   con   baja   autoestima, 

obsesivas, super controladoras e irracionales. Por lo general, las mujeres que padecen 

este trastorno tienden a rechazar las formas físicas femeninas y la sexualidad, por lo 

mismo la interrupción de la regla es vista como un alivio. Asimismo, son frecuentes 

los malos tratos hacía el cuerpo que es odiado, con el fin de disciplinarlo y liberarse de 

él. (Apfeldorfer. 2004: 94)

En ese contexto, el alimento es visto como suciedad y como una contaminación, por 

ello estas personas prefieren aquellos alimentos que no dejan “residuos”, es decir, los 

que carecen de un significado afectivo y emocional potente.  

Por   lo   general,   el   trastorno   comienza   de   manera   banal,   la   adolescente   al   verse 

demasiado redonda inicia, como lo hace la mayoría de las niñas de su edad, una dieta 

para bajar de peso, sin embargo, en el caso de la anoréxica esto de desborda e invade 

toda su vida. 

9 Si bien se han registrado casos de hombres con TCA, la mayoría de los casos son mujeres, es por eso 

que en la literatura se habla en femenino para referirse a los­as pacientes.

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La bulimia, por su parte, sólo comenzó a generar interés en los investigadores a partir 

del siglo XIX, su nombre deriva del griego “Boulimia” que significa hambre voraz. 

El primero que habló de esto fue Charles Lasègue, distinguiendo entre las pacientes 

bulímicas signos de neurosis histéricas. Sigmund Freud realizó la misma observación y 

además vio en este trastorno los síntomas de la neurosis actual. Así, a partir de los años 

veinte   se   estableció   desde   el   psicoanálisis   una   conexión   entre   este   TCA   y   otras 

“patologías” como el alcoholismo y las toxicomanías. (Ibid: 96)

Sin embargo, la bulimia no quedó oficialmente inscrita en la nomenclatura médica sino 

hasta principios de los años ochenta, reservando esa catalogación a aquellas mujeres 

que teniendo impulsos bulímicos se mantuvieran en un peso cercano a lo normal. 

Así,  en  la  actualidad,  se define  la  Bulimia como un  trastorno caracterizado por  la 

ingesta excesiva de alimentos seguida de comportamientos compensatorios, ya sean 

vómitos, laxantes, ayunos o ejercicio excesivo. Es necesario señalar, que si bien una de 

cada tres mujeres se ve sujeta a antojos bulímicos esporádicos, solamente un 2,4% de 

ellas recurre a vómitos y un 2,7% a laxantes. (Ibidem)

Investigaciones médicas señalan que las bulímicas se localizan fundamentalmente en la 

población   estudiantil,   así   como   en   jóvenes   exitosas   y   ambiciosas   en   el   plano 

profesional.

Generalmente, son jóvenes que parecen ser sumamente seguras de sí mismas, pero que 

detrás de esa fachada son sumamente inseguras, no se aman, no aman su cuerpo y se 

pasan todo el tiempo tratando de complacer a los demás. Fruto de esto, la bulímica 

tiene la impresión de vivir en una perpetua mentira. 

Lo que trasciende en ellas es la sensación de culpa y suciedad. Julia Kristeva (2006) 

denomina esto lo  “abyecto”, es decir,  un sentimiento originado en la relación con los 

padres. Este sentimiento gatillaría en estas mujeres la necesidad de expulsar algo de su 

cuerpo.

Durante  los episodios  bulímicos los  alimentos  ingeridos son generalmente aquellos 

prohibidos cotidianamente por la ideologías nutricionales propias de los TCA, como 

chocolates,   pizzas,   frituras,   dulces,   etc.  Estos   consumos   impulsivos   son  detonados 

generalmente  por   situaciones  físicas  como el  comienzo de   la   regla  o  emocionales, 

asimismo por el hambre producido por ayunos prolongados. (Behar, 2005:69)

La mayoría de la bulímicas deja de hacer sus comidas diarias de manera socializada. 

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Las   situaciones   alimentarias   sociales   les   estresan,   ya   que   en   ellas   se   sienten 

observadas, anormales, distintas al resto y por lo tanto, excluidas.

Muchos de los autores que han investigado este tema vinculan la bulimia a la obesidad. 

Según ellos, estos trastornos ocurren en personas cuya principal preocupación es el 

peso  y  que  producto  de  ello   se   someten  a   largos  periodos  de  ayuno,   seguidos  de 

impulsos alimentarios incontrolados. Al respecto, Apfeldorder (2004) señala que tanto 

la  hipofagia  como  la  hiperfagía   responderían a  procesos  similares:   la   inestabilidad 

emocional, la irritabilidad, la ansiedad, la depresión, el embotamiento afectivo y sexual 

y la búsqueda obsesiva de alimentos, que caracterizan tanto a quien se somete a una 

restricción alimentaria, como al obeso. 

Finalmente,   si   bien   se   reconoce   la   influencia   del   medio   sociocultural   como 

condicionante de la enfermedad, aspectos como la construcción cultural  del cuerpo 

femenino,   las  ideologías nutricionales y  las  influencia del  medio sociocultural,  son 

dimensiones marginalmente consideradas en los estudios sobre los TCA10. En su lugar, 

la mayoría de los trabajos, así como el diagnóstico y los tratamientos han tendido a 

individualizar  a   los pacientes,  buscando  la  culpabilización en el   individuo o en su 

ambiente más cercano. 

II.3.­El interés social por la delgadez

El   interés  social  por   la  delgadez,  sobre  todo femenina  no cuenta  con antecedentes 

históricos o etnográficos, muy por el contrario, se ha visto que por lo general a lo largo 

de la historia y en las sociedades no occidentales, las mujeres gordas han sido más 

deseadas que las delgadas. Esto obedecería a que una mujer bien provista de grasas 

estaría mejor preparada para las labores reproductivas. (Gracia Arnaiz, 1996)

10 Sin embargo, resulta necesario destacar que existen  trabajos que si han incorporado esas 

dimensiones. Particularmente aquellos realizados desde la antropología de la alimentación y del 

género, los que se exponen amplia mente en el marco teórico.

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La primera  aparición de   la  delgadez  como objeto  de  moda cultural   tuvo  lugar  en 

Estados Unidos entre 1830 y 1850, ya en esa época se prescribía el límite del consumo 

de alimentos en virtud de la salud y los modales, sobre todo en áreas de influencia 

protestante, en las que las recomendaciones dietéticas formaron parte de una moral­

religiosa con implicaciones individuales, según la cual el cuerpo es reflejo del orden 

interior   (Behar,  1995).  En ese contexto,   la  dieta  era  entendida  como un patrón de 

restricción, que producía templanza, control de las pasiones y estabilidad mental, es 

decir, el mismo prisma cultural en que tenían lugar las Santas ayunadoras. 

A  comienzos  del   siglo  XX,  el   cuerpo   femenino  va   adquiriendo  un  valor   estético, 

alejado   de   su   tradicional   función   exclusivamente   reproductiva,   promovido 

principalmente por la industria de alta costura que pone de moda la figura esbelta. Así, 

la delgadez se vuelve una  preocupación para las mujeres aristócratas y frente a eso, el 

alimento aparece de nuevo como un mecanismo de control y éxito, esta vez asociado a 

la belleza (Ibid.). 

Otro reforzamiento positivo al ideal de belleza es la promoción que hacen de él los 

estamentos   médicos   y   las   empresas   aseguradoras11.   Esto   tendría   su   origen   en   el 

aumento   de   la   obesidad   en   países   industrializados   producto   de   la   masificación   y 

accesibilidad  de los productos alimentarios, lo que como reacción habría generado una 

mayor preocupación médica  por   la  dieta  y  el  ejercicio.  La  gordura deja  de ser  un 

sinónimo de salud, convirtiéndose en signo de enfermedad. La salud, por su parte, se 

vuelve tributaria de la delgadez y el control. Esto implica, por lo tanto, un cambio en 

las representaciones sociales del cuerpo,   la salud y por consiguiente  también de la 

alimentación. (Gracia Arnaiz.1996)

Paralelamente, a mediados del siglo pasado, comienzan a operar otros nuevos discursos 

que implican tangencialmente al cuerpo. Por una parte, las ideas feministas y por otra, 

la moda impuesta por la alta costura. Triunfan así el modelo juvenil y no­maternal, así 

como la soberanía de las mujeres sobre sus cuerpos.

11Como se señala más adelante, con el auge en U.S.A de lo que en Chile conocemos como Isapres y 

seguros de vida,  los estamentos médicos, influenciados por estas empresas, comienzan a promover otro 

ideal de salud asociado a la delgadez, tendiente a disminuir las enfermedades y las causas de muerte 

temprana que hasta ese momento, se relacionaban en gran medida con el sobrepeso. (infartos, 

hipertension, etc.)

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Este paradigma estético se habría acentuado luego de la  Segunda Guerra Mundial, 

momento en el cual se establecen las proporciones ideales del cuerpo. A partir de ese 

momento comienzan a unificarse los distintos discursos sobre el cuerpo y la presión 

por la delgadez se intensifica progresivamente hasta nuestros días, donde las exigencias 

por tener una apariencia “atractiva” son tan grandes que generan profunda frustración 

y angustia entre quienes no se encuentran dentro del canon. Es por eso, que miles de 

personas en las  sociedades industriales gastan mucho tiempo, dinero y esfuerzo en 

combatir el sobrepeso o simplemente en mantener una figura delgada (Ibid:98). Esto 

podría explicar en parte el alarmante aumento de trastornos alimentarios durante los 

últimos años, sin embargo, estos motivos no bastan. 

Actualmente, siguen existiendo personas que dejan de comer no necesariamente por 

que  quieran   ser  más   delgadas.  Por   eso   es   necesario   ir  más   allá   e   indagar   en   los 

mecanismos ideacionales que están operando en la incidencia de este fenómeno. 

II.4.­ Situación en Chile 

En Chile, a pesar de que no se cuenta con grandes estudios cuantitativos sobre el tema, 

sabemos que los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), en mujeres adolescentes 

principalmente, se han vuelto un serio problema de salud pública, el que ha ido en 

aumento en los últimos, asociado un alto índice de morbilidad.  

Se presume que la mayoría de estas mujeres pertenecen a estratos altos, sin embargo, 

dado que en su mayoría se someten a tratamientos en el sistema privado, no existen 

registros que permitan dilucidar la real incidencia de estos trastornos. Por su parte, en 

el  sistema público   tampoco se han realizado estadísticas  serias  que permitan   tener 

cifras sobre el grado de presencia de estas “patologías”

En un estudio realizado por un grupo de médicos (Correa, Zubarew , Silva M, et al. ,  

2006) sobre una población de 1051 adolescentes femeninas de la región metropolitana, 

se buscó a través de la aplicación de test, medir los porcentajes de jóvenes en riesgo de 

presentar un TCA según edad y nivel socioeconómico 

Los resultados arrojaron,  entre  otras cosas,    que aquellas   jóvenes  más propensas  a 

desarrollar   un   TCA   son   las   pertenecientes   al   nivel   socioeconómico   (NSE)   bajo, 

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seguido por las de NSE medio y   por último, quienes menos propensión presentaron 

fueron las adolescentes del nivel socioeconomico alto. Asimismo, se vio que en este 

tipo  de   jóvenes   se  presentaban  mucho  más   fuertemente   los   rasgos  asociados   a   la 

enfermedad, a saber: inseguridad, imagen distorsionada de sí mismo y dificultad para 

establecer relaciones con los otros. 

Si bien los trabajos realizados en el país han sido de gran ayuda para sacar a la luz la 

real dimensión de esta  problemática  en Chile,  y cómo la variable socio­económica 

influye   en   la   incidencia   y   predisposición   a   estos   trastornos,   éstos,   al   haber   sido 

realizados, en su mayoría, desde una perspectiva biomédica, nos entregan una visión 

parcializada. 

Resulta necesario destacar la labor realizada por la doctora Rosa Behar (2004), quien 

se ha esforzado por incluir variables socioculturales en sus estudios sobre anorexia, 

principalmente en la femenina,   pese a ello, sigue siendo necesario profundizar aún 

más en ellos, procurando también incorporar en el estudio de este fenómeno a hombres 

y   adultos,   además   resulta   necesario   empezar   a   trabajar   sobre   el   tema   a   nivel   de 

políticas públicas.

II.5. Osorno, un espacio de convergencias culinarias

La elección del lugar de estudio ha obedecido a razones de interés tanto teórico como 

práctico. Trabajar en una ciudad como ésta constituye un gran aporte al entendimiento 

de  este   fenómeno,  ya  que   los  pocos  estudios  que  existen  en  nuestros  país   se  han 

centrado en las Regiones V y Metropolitana, lo que genera una visión parcializada del 

problema. 

Osorno, por su parte, ofrece una serie ventajas, por un lado, se trata de una ciudad 

donde  convergen variados  grupos  étnicos  con  un  marcado  contacto  con  el  mundo 

campesino, y por otro, dado su pequeño tamaño y su fuerte sectorización, facilita el 

trabajo en terreno, la realización de entrevistas y la observación general del lugar. 

Osorno, está ubicada en la X región, 100km al norte de Puerto Montt y 120km al sur 

de Valdivia. Según el censo del año 2002, cuenta con cerca de 140.000 habitantes, con 

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una estimación de 160.447 para el año 2008. 

En cuanto a su composición social, esta ciudad se caracteriza por la fuerte presencia de 

inmigrantes, árabes, españoles, franceses y alemanes, siendo este último grupo el más 

importante e influyente de la ciudad. Estos grupos se han constituido en la clase alta 

local, dominando no sólo los actividades agrícolas, sino que también, en el caso de lo 

árabes, las actividades comerciales. Asimismo, éstos, en particular los alemanes, han 

influido   fuertemente   en   los   modos   de   vida   locales,   permeando   muchas   de   sus 

tradiciones, sobre todo las culinarias,  a la cultura criolla local. 

Por su parte, Osorno cuenta con una importante presencia huilliche, principalmente en 

el sector de Rahue, este grupo sin embargo, ocupa un espacio de menor estatus dentro 

de la sociedad osornina.

En cuanto a los modos de vida, se trata de una ciudad donde el ámbito doméstico sigue 

siendo central, esto se debería a que en ciudades como ésta la introducción de la mujer 

al mundo laboral aún no ha sido tan significativa, lo que, como señala Gracia Arnaiz 

(1996), sustentaría la predominancia del espacio doméstico como núcleo de la familia 

y de la alimentación socialmente ritualizada, instancias donde se articulan gran parte 

de las relaciones sociales, como transmisión de saberes, valores y pautas de conducta. 

(Ibid.).    Además, dada las cortas distancias y el clima frío, la gente pasa mucho de su 

tiempo en el hogar, lo que potencia aún más la importancia de este espacio. 

Por otra parte, si bien no se han realizado estudios estadísticos sobre anorexia en Chile, 

y menos aún en Osorno, existen una serie de trabajos cuantitativos realizados por el 

Ministerio de Salud que muestran, entre otras cosas, las altas tasas de obesidad en la 

región (una de las más altas de Chile)

Estudios sobre calidad de Vida (Instituto Nacional de Estadísticas, 2001) nos entregan 

datos sobre lo que estaría sucediendo en la Décima Región con respecto a los modos 

de   percibir   el   cuerpo   y   sus   cuidados.   Dicho   estudio   señala   que   un   36,4%   de   la 

población de esa región se considera con sobrepeso, esto se acentúa en mujeres y en 

adultos  de  ambos  sexos.  Al  mismo  tiempo,   este   trabajo   revela  que  un  33,1% está 

haciendo algo para mantener controlado su peso, en este caso la mayoría de éstos son 

jóvenes de sexo masculino, le siguen las mujeres jóvenes y  de la tercera edad. 

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Esto   deja   en   evidencia   que   existe   una   alta   disconformidad   con   el   cuerpo   en   las 

personas de la  Décima Región,  lo que no sólo aqueja a mujeres  jóvenes,  sino que 

también estaría afectando significativamente a hombres y adultos de ambos sexos.

La complejidad de los sistemas culinarios, sumado a las altas tasas de Obesidad y la 

significativa preocupación por el peso, hacen suponer que se trata de una ciudad donde 

la   alimentación   es   un   tema   significativo,   no   exento  de   contradicciones,   vinculado 

fuertemente elementos identitarios y emocionales, lo que convierte a Osorno en un 

lugar interesante para el estudio de  los TCA.

II.6.­ Anorexia en la literatura

Los   trastornos  del  comportamiento  alimentario  son  una   temática  que   también está 

presente en la literatura, en particular, en aquella de Alejandra Pizarnik. A través de su 

obra es posible observar muchas de las tensiones y angustias propias de las mujeres 

que padecen estos trastornos. 

Esta  escritora argentina,  hija  de   inmigrantes   judío­europeos,  desde muy  joven  tuvo 

conflictos con su cuerpo. Como lo señala Viviana Gorbato (1997), en la década del 

‘50,   cuando   iba  al   colegio   secundario,   todos   la   recuerdan  gordita,   con  el  delantal 

arrugado  y   las  medias   caídas  y  granitos   en   la   cara.  Alejandra  no  era  gorda,   sino 

gordita, pero su lucha contra los kilos de más tenía que ver con un ideal de flacura que 

luego   consagraría   a   la   modelo   Twiggy,   como   el   símbolo   de   la   belleza   femenina 

moderna.

El afán por convertirse en una mujer delgada, junto con las anfetaminas que tomaba 

para   lograrlo,   la   llevaron   finalmente   al   suicidio,   muerte,   que   por   lo   visto,   fue 

previamente anunciada a través de su poesía y su prosa12, asimismo, sus angustias y 

conflictos son retratados vívidamente en sus textos. 

En el año 1958, Alejandra Pizarnik escribe en sus diarios que admite haber confundido 

la literatura y la vida. De este modo, a través del lenguaje, Pizarnik buscará construirse 

12Alejandra Pizarnik: crónica de una muerte anunciada.: 

http://abraxasmagazine.wordpress.com/2008/01/17/alejandra­pizarnik­cronica­de­una­muerte­anunciada 

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a sí misma, y   finalmente construir "el poema del cuerpo con mi cuerpo" (Gorbato, 

1997).   

En relación a eso, Alejandra señala en sus diarios que la escritura de Los trabajos y las 

noches

“me dio la   felicidad de encontrar  la  libertad en la  escritura.  Fui  libre,   fui  

dueña de hacerme una forma como yo quería.” (Pizarnik, 2003: 313­314)

Como lo expone Marcia Martinez13, Pizarnik en sus diarios además ilustra su compleja 

relación con los alimentos y con su cuerpo. 

“Engordé  mucho.  Ya no debo angustiarme.  No hay remedio.  Es  un círculo  

vicioso.  Para no comer necesito estar contenta.  No puedo estar contenta si  

estoy gorda” 1959 (Pizarnik, 2003: 141) 

Pizarnik admite que los suyos no son placeres sino sólo hambre y sed, y en relación a 

eso, parece establecer una vinculación entre el lenguaje y los alimentos, ambos capaces 

de construirla, el primero en un mundo ficticio, y el segundo en un mundo real

Si compro libros y los devoro, no es por un placer intelectual –yo no tengo  

placeres, sólo tengo hambre y sed­ ni por un deseo de conocimientos sino por  

una   astucia   inconciente   que   recién   ahora   descubro:   coleccionar   palabras,  

prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un clavo. (Pizarnik, 2003:  

198)

Al respecto, Martinez   señala que Alejandra en su   constante obsesión por bajar de 

peso,   asume     que   cuando   leía   demasiado,   se   le   hacía   necesario   vomitar.   Esto, 

seguramente asociado a las ideas de culpa y miseria que le produce la sensación de 

placer que experimenta no sólo con la comida que la nutre y engorda, sino que también 

13En: Trazos de la literatura menor y proceso anoréxico en los trabajos y las noches de Alejandra 

Pizarnik. http://www.yontorress.blogspot.com/2008/03/trazos­de­literatura­menor­y.html

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con la literarura.

Nunca me odio tanto como después de almorzar o cenar. Tener el estómago  

lleno equivale, en mí, a la caída en una maldición eterna. Si me pudiera coser  

la boca, si me pudiera extirpar la necesidad de comer. Y nadie goza tanto en 

esto   como   yo.   Siento   placer   absoluto.   Por   eso   tanta   culpa,   tanta   miseria  

posterior. (Pizarnik, 2003: 199)

Particularmente, en la obra “La condesa Sangrienta”, Pizarnik deja entrever muchos de 

sus conflictos con el cuerpo femenino. Esta obra basada en la vida de la maquiavélica 

Condesa Erzsebet Bathory, cuenta la historia de una mujer sumamente poderosa, que 

movida,  entre otras cosas, por el  miedo a envejecer comienza a  torturar y asesinar 

jóvenes mujeres, ocupando su sangre en baños para conservar de juventud. En cierta 

medida Alejandra reconoce un paralelo con ella, al afirmar que la Condesa es “una de 

las que en mi conviven”14.  Dicha vinculación queda plasmada además en uno de los 

epígrafes,   con   la   frase   de   Octavio   Paz   “Todo   es   espejo!”.    Asimismo,   resulta 

ilustradora la recurrencia de los espejos en esta obra, como por ejemplo, en el siguiente 

extracto: 

“En un espejo, trazó los planos de su morada: “Vivía delante de su gran espejo  

sombrío, el famoso espejo cuyo modelo había diseñado ella misma”. y agrega:  

“Nadie  tiene  más  sed de   tierra,  de sangre y  de sexualidad  feroz  que estas  

criaturas que habitan los fríos espejos” (Pizarnik) 

De este modo, al igual que la Condesa, Alejandra se siente prisionera de ese cuerpo, 

que se encarna en el  espejo y el  castillo,   los  que buscan ser  construidos  por  ellas 

inútilmente.  Ante  esto,   ambas  mujeres  buscan   liberarse  mediante   la   tortura  de   los 

cuerpos jóvenes y bellos de las doncellas a las que victimiza, esos cuerpos que no son 

y que las atormentan. 

14 Haydu Susana. Las dos voces de Alejandra Pizarnik. Yale University. 

http://www.sololiteratura.com/piz/pizlasdosvoces.htm

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IV.­Marco Teórico

El presente marco teórico expone los conceptos centrales desde los cuales se abordarán 

los TCA como fenómeno cultural. 

Se revisarán desde la antropología del género los principales conceptos en torno a la 

construcción simbólica del cuerpo femenino; luego, las principales conceptulizaciones 

teóricas en torno a la alimentación como hecho simbólico y cultural. Más adelante, se 

expondrán  brevemente  algunas  de   las   escasas  definiciones  sobre   los   trastornos  del 

comportamiento alimentario, provenientes de la teoría antropológica. 

Finalmente se concluirá con la descripción de algunas de las investigaciones realizadas 

en nuestro país en torno a esta temática.

III.1.­El Cuerpo

Como   lo   sostiene   Sonia   Montecino,   “El   comer   entraña   al   cuerpo   de   manera 

irrevocable” (2004: 24), es decir, el comer como incorporación, implica un particular 

modo   de   construirse   tanto   material15  como   simbólicamente.   En   ese   sentido,   la 

concepción  que   se   tiene  del   cuerpo  y   lo  que   se   espera  que  éste   sea,   resultan   ser 

elementos decisivos a   la  hora de entender   la  elección alimentaria.  Como lo señala 

Contreras: 

“Un   análisis   antropológico,   social   e   histórico   de   lo   modelos   corporales  

mostraría   que   siempre   ha   existido   una   profunda   ambivalencia   de   las  

representaciones de la gordura y la delgadez, y mostraría también, que dichas  

representaciones han influido de una u otra manera, en los comportamientos  

alimentarios” (2005:75).

Por lo mismo, a la hora de abordar  los  trastornos alimentarios resulta fundamental 

indagar   también   en   las   concepciones   de   cuerpo   que   subyacen   a   dichos 

15   Con material me refiero a la incorporación en cuanto condicionante de la contextura física (gordo o 

delgado)

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comportamientos. 

Un primer elemento central, es denotar que el cuerpo no es una realidad vacía, sino que 

una   construcción   cultural,   situada   en   un   determinado   contexto   histórico,   que   lo 

constituye y le da sentido. Al respecto, David Le Bretón (1995:106) sostiene que la 

existencia del hombre es corporal, y en ese sentido, sería lo que identifica lo humano. 

De modo que a  lo  largo de la historia,  la forma de entender al  cuerpo habría sido 

tributaria del modo de entenderse a sí mismo. 

Señala, además, que a diferencia de las sociedades tradicionales, en las que persona, 

cuerpo y mundo no se diferencian, la cultura occidental, a partir del Renacimiento, ha 

ido separando al  hombre de su corporeidad.  Esta  transición habría obedecido a  un 

cambio   de   paradigma,   de   forma   de   ver   el   mundo,   asociado,   por   una   parte,   al 

surgimiento   de   la   medicina   moderna,   que   disecciona   el   cuerpo   quitándole   su 

tradicional sacralidad, y por otra, al desarrollo de las ciencias exactas, particularmente 

a   los   trabajos   de   Galileo,   con   las   que   se   produce   un   paso  “del   universo   del  

aproximadamente  al  universo  de   la  precisión”   (Ibid.:63).  Así,   el  cuerpo se  vuelve 

medible y objetivable, capaz de abstraerse de su condición natural y sus pasiones. Se 

convierte también en algo extraño y desconocido, objeto de individuación y por sobre 

todo,  construible  a  partir  de discursos  diversos y muchas veces contradictorios.  Al 

mismo tiempo, se vuelve una carga molesta, necesaria de ser borrada, produciéndose lo 

que   Le   Bretón   denomina   el   “borramiento   del   cuerpo”;   es   decir,   mediante   la 

cotidianización de las experiencias estéticas éste deja de ser percibido y se anestesia 

frente a los estímulos comunes, sólo se percibe en casos de dolor o placer extremos. 

Así,  el  cuerpo se convierte en un alter  ego que sólo es percibido indirectamente a 

través de los espejos o las miradas de los demás.

El cuerpo se transforma en un texto que comunica, habla, da cuenta de un lugar en el 

mundo  y  de  una  determinada  ideología.  Como  territorio   construible,  es  apelado  e 

interpelado y casi siempre manipulado por los poderes políticos, económicos, médicos, 

sociales y religiosos de las distintas épocas y contextos. Estos, han poseído un núcleo 

común: controlar y domesticar los cuerpos, en especial aquellos de las mujeres. Por lo 

mismo, no es de extrañar que en la actualidad el  paradigma de cuerpo perfecto se 

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corresponda con el fenotipo propio del grupo dominante. (CIEG, Módulo de Teorías de 

Género 2007:209) 

En este contexto, el cuerpo emerge como línea de dirección y horizonte explicativo, 

entendido   como   un   medio   de   expresión,   desde   donde   se   visualizan   los   distintos 

imaginarios sociales, como aquellos de clase, de género o de generación, entre otros 

(Ibid: 211)

Al mismo tiempo, dada la carencia de referentes identitarios tradicionales, adquieren 

cada  vez  más   fuerza   los  discursos  sobre   los   ideales  estéticos,  potenciados  por   los 

mensajes publicitarios. El cuerpo se diviniza, así como la presentación de sí, siendo 

considerado como medida de valoración personal. La identidad se sitúa en el cuerpo, y 

por lo tanto también en los discursos sobre éste. Sin embargo, en términos alimentarios 

se aprecia que estos discursos son contradictorios, ya que, por una parte, incitan al 

consumo de alimentos industriales y modernos,  y por otra apelan al  control y a  la 

delgadez como paradigma estético y moral, asociado al  éxito, al poder, al control y a 

la austeridad. (Contreras 2005:319­329). 

Este mensaje se potencia en la medida que al gordo, y sobre todo a la gorda se les 

condena,   convirtiéndolos/as  en  objeto  de  burlas   (Valenzuela,  2001).  La  gordura   se 

homologa a enfermedad, fealdad, flojera, incapacidad e ineficiencia (Behar, 2004), se 

lo asocia también al egoísta, al que transgrede las normas del compartir al comer más 

que el resto (Gracia Arnaiz, 1996), es así como el sobrepeso se hace portador una carga 

simbólica sumamente negativa.

Ahora  bien,  esta  presión por  un  cuerpo delgado se presenta  mucho más   fuerte  en 

mujeres y en adolescentes, para quienes la construcción de un cuerpo ideal se relaciona 

más fuertemente con su construcción identitaria. Como señala Behar (2004:69) “en 

mujeres adolescentes, el no cumplimiento de los cánones de belleza es percibido como 

un fracaso de su proyecto de vida, como pérdida de control y con la amenaza de ser  

relegada”. 

La imposibilidad de cumplir con esas expectativas  sociales, genera una frustración que 

se somatizaría en trastornos del comportamiento alimentario, principalmente Anorexia 

y Bulimia. (Ibid.:70 )

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III.2.­ Cuerpo femenino, Identidad femenina

Como ya  se   señaló,   los   trastornos  del   comportamiento  alimentario  son   fenómenos 

principalmente femeninos. Asimismo, el grupo de estudio con que se trabajó estuvo 

constituido   exclusivamente   por   mujeres.   Por   ello   resulta   necesario   abordar 

teóricamente el modo en que las mujeres se construyen, principalmente como cuerpo. 

Nos   valdremos   para   esto   de   las   conceptualizaciones   teóricas   provenientes   de   la 

antropología   del   género   que   reflexionan,   entre   otras   cosas,   sobre   la   construcción 

simbólica del cuerpo femenino. 

Desde  los estudios de  la  mujer  y   luego desde  las  teorías  de género,  han emanado 

conceptos y modelos teóricos que han permitido entender el ser mujer y el ser hombre 

como construcciones culturales, como un entramado de representaciones y posiciones 

que   las  distintas  culturas  crean a partir  de   las  diferencias  biológicas  (Montecino, 

2007:121). Esto permite pensar lo femenino y lo masculino en un contexto dinámico y 

mutuamente determinante. Además, gracias a estos campos teóricos, no sólo se amplía 

la mirada de las investigaciones en ciencias sociales hacia esa mitad de la humanidad 

que hasta el momento había sido invisibilizada, sino que también se hace visible el 

surgimiento de movimientos sociales de lucha por la igualdad femenina. 

Una   de   las   precursoras   de   las   teoría   del   género   fue   Simone   de   Beauvoir.   Esta 

intelectual de principios del siglo XX sentó las bases para el desarrollo de ésta línea de 

pensamiento, poniendo en cuestión el rol secundario de la mujer, la importancia del 

cuerpo femenino y el modo en que ésta ha sido construida en relación al hombre, como 

un otro, “La mujer es lo inesencial frente a lo esencial .... la mujer se diferencia y se 

determina en relación al hombre y no éste con relación a ella. Él es el sujeto, él es lo  

absoluto, ella es lo Otro.  (De Beauvoir, 2007:15)

Asimismo, da cuenta del modo cómo este patrón es socializado tanto en mujeres como 

en   hombres   desde   la   infancia,   principalmente   a   través   de   la   familia.   Así,   desde 

pequeñas a las niñas se les enseña a ser “mujercitas”, y con ello todas las  restricciones 

y deberes  asociados  a  su condición femenina,  que una vez  llegada  la  pubertad,  se 

simbolizan y  materializan en el cuerpo. En relación a esto, De Beauvoir señala que el 

cuerpo es la prisión de la mujer, en la medida en que ellas no sólo tienen cuerpo, sino 

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que por sobre todo son construidas como un cuerpo. 

 

Más tarde, Sherry Ortner (2006) desde la corrientes simbólica de la antropología del 

género,   tratará  de  dar  cuenta  del  porqué  de  la  dominación masculina  en   todas   las 

sociedades. Así, retomando la dicotomía propuesta por Levi­Strauss naturaleza/cultura, 

llegará a la conclusión de que dadas las características propias del cuerpo biológico de 

la   mujer,   como   el   alumbramiento,   amamantamiento   y   sus   ciclos   fértiles,   ésta   es 

asociada a la naturaleza, en contraposición al hombre que es asociado a la cultura. Así, 

del mismo modo como la cultura se impone por sobre la naturaleza, los hombres se 

impondrán   sobre   las   mujeres.   Esta   lógica   explicaría   el   estatus   secundario   de   las 

mujeres.

Al mismo tiempo, esta división simbólica entre hombres y mujeres, correspondería a 

una división de   mundo, extrapolable a todas las dimensiones de la vida social. Por 

ello, espacios, labores, momentos del año y roles, entre otras cosas, pertenecerán a uno 

de estos dos universos. En virtud de esto es que a las mujeres se les asignan todas 

aquellas actividades vinculadas a la reproducción del grupo, como crianza, cuidado del 

hogar,  cocina,  etc,   labores  que,  por   lo  demás,  carecen  del  prestigio  que  tienen   las 

labores masculinas, las que en su mayoría son actividades políticas y económicas. 

En ese sentido, el cuerpo de la mujer se constituye así en el fundamento último de su 

lugar dentro de la sociedad.

En esta misma línea,  Horst Kurtnizky (1992) pone énfasis en el  rol de las mujeres 

como objetos de intercambio y como victimas sacrifíciales para el mantenimiento de la 

relaciones sociales,   tanto dentro de un grupo,  como en  la   relación entre   tribus.  El 

sacrificio en ese contexto sería el modo en que se produce la mediación social de la 

sexualidad   femenina,   es   decir,   el   modo   en  que   ésta   es   restringida,   aprehendida  y 

convertida en un bien,  que es propiedad de la sociedad masculina. 

Esta aprehensión de la sexualidad femenina actuaría como metáfora de la imposición 

del hombre por sobre la naturaleza. Kurtnizky ilustra esta idea de la siguiente manera:

“Siempre   nos   encontramos   con   la   misma   relación   natural   mediada 

socialmente: la  sexualidad no permitida, o sea no comprada con el sacrificio  

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de los deseos instintivos primarios, aparece como un peligro sumamente serio  

para la sociedad porque cuestiona el conjunto de las relaciones de producción 

basadas   en   el   dominio   de   la   naturaleza.  La   cultura   estaría  basada   en   la  

imposición sobre la naturaleza, sobre la mujer, es por eso que para la cultura  

es necesario el sacrificio de la mujer” ( ibid. :139)

Lo que señala este autor es que si bien los significantes que simbolizan a la mujer han 

cambiado, éstas, y en particular su cuerpo y sexualidad sacrificada, han sido, y siguen 

siendo objeto de poder dentro de las sociedades androcéntricas. Es decir, el cuerpo 

aprehendido de la  mujer,  así  como todos aquellos significantes equivalentes siguen 

siendo objeto de poder en nuestra sociedad. Al respecto, este autor señala:

“En la Historia del  desarrollo  del culto sacrificial  es posible  identificar el  

siguiente proceso: desde la victima real del sacrificio, a través de las prácticas  

simbólicas, hasta el contrato social” (Ibid.:64)

Desde otra vertiente, Bourdieu (1998) señala que en el caso de las mujeres, todo el 

trabajo de socialización temprana tiende a ponerles una serie límites que conciernen en 

su totalidad al cuerpo. Así, la coquetería, por ejemplo, sería un acto de sumisión, como 

si la femineidad se resumiera en el acto de empequeñecerse.

La mujer se construiría como un ente parasitario del hombre.  Ella es en relación a él y 

en relación a la sociedad, por lo mismo, su experiencia es una experiencia para otro, es 

decir,   la   mujer   construye   su   cuerpo   y   su   experiencia   en   función   de   la   mirada   y 

valoraciones de los demás. Dichas valoraciones a su vez se organizarían en función de 

esquemas   de   percepción   establecidos   y   naturalizados   que   reproducen   el   orden 

masculino dominante.

 

“La experiencia femenina del cuerpo es el límite de la experiencia universal  

del cuerpo para el otro, incesantemente expuesta a la objetividad operada por  

la mirada y el discurso de los otros....Toda la estructura social está presente en  

el núcleo de la interacción con el propio cuerpo, bajo la forma de esquemas de  

percepción inscritos en el cuerpo de los agentes interactivos”.  (Ibid.: 83)

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Esa   construcción   mediada   por   la   percepción   de   los   otros   desembocaría   en   un 

permanente   estado   de   inseguridad   corporal   o   como   lo   llama   Bourdieu   de 

“dependencia simbólica”, lo que las hace sumamente susceptibles a todos los discursos 

sobre el ideal del cuerpo. 

Así,   bajo   la   mirada   incesante   de   los   demás,   las   mujeres   están   condenadas   a 

experimentar   constantemente   la   distancia   entre   el   cuerpo   real,   al   que   están 

encadenadas y el cuerpo ideal, al que intentan incesantemente acercarse. 

Este autor si bien no niega la influencia de la industria de la moda y la estética en la 

preocupación femenina por la apariencia, sostiene que ésta es sólo una expresión más 

de esa violencia simbólica propia  la dominación masculina.

Por otra parte, la antropóloga chilena, María Elena Acuña, mucho más centrada en la 

situación actual de las mujeres chilenas y latinoamericanas, señala que producto de los 

cambios que han experimentado las vidas de las mujeres en los últimos 50 años en 

Chile   y   en   el   mundo,   principalmente   debido   a   la   emergencia   de   construcciones 

discursivas sobre la autonomía individual, el ser mujer y construirse como tal se ha 

vuelto cada vez más complejo.  El deseo social  de la modernidad habría tenido un 

impacto en las mujeres, sobretodo con el surgimiento de una idea de mujer moderna­

blanca­   futurista.   Así,   las   mujeres   tradicionalmente   más   conservadoras,   habrían 

empezado a ver modeladas sus vidas,  identidades y cuerpos por una cantidad enorme 

de  conocimientos  y  prácticas,  de   tipo   tecnológico,  que   implican  una  participación 

activa  de   las  mujeres   como portadoras,   transmisoras  y  creadoras  de  saberes   sobre 

dietas,   nutrición,   cosmética,   cirugía   plástica,   envejecimiento,entre   otros,   que   se 

constituyen en marcos  de  la  modernidad  de  las  mujeres.  Así,  como  lo señala  esta 

autora:   “Con mucho de estos saberes las mujeres ganan cuerpo y ganan en cuerpo,  

pues el imaginario sobre este se expande”. (Acuña. 2003)

Es así como, la manipulación del cuerpo se ha vuelto compulsiva, institucionalizando 

como norma cuerpos irreales donde no se define bien el límite entre lo natural y lo 

artificial. El cuerpo se interviene y se construye,  con lo cual se interviene también en 

la identidad, la posición y clase social. 

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Nuestro cuerpo significa primero un sexo, luego un género, por ende una identidad, 

una posición social, una condición social, una edad y una raza, entre otras cosas.  Ser 

delgada, sin curvas y ojalá rubia y si es posible, sin esfuerzo, es una marca étnica y de 

clase social. 

El cuerpo de la mujer sigue significando la posición social de las familias, por eso en 

parte el estatus social de una familia recae en el cuerpo de la mujer y por lo mismo, el 

tránsito social simbólico de traspaso de la clase social, el “blanqueo”, opera a través 

del consumo, pero también a través del cuerpo de las mujeres.

Con esto, las mujeres habrían pasado de la prisión del cuerpo doméstico a la prisión 

cuerpo perfecto, a través de dietas, cosméticos y cirugías. Este modelo se vuelve   un 

referente de lo femenino y es socializado desde la infancia principalmente a través de 

las propias mujeres.

 “Casi junto con aprender alguna receta familiar, antes asociada a la historia  

fundante de la familia, la niña aprende la cantidad de calorías de un alimento,  

aprendiendo que la belleza es un producto que se puede comprar”  (Acuña,  

2003)

Dentro de esta misma línea, Sonia Montecino (2007), da cuenta de un nuevo escenario 

en la construcción de géneros en nuestro país. Nos habla de un “neomachismo” dónde 

se   pondrían   en   juego   dos   lógicas   contradictorias,   por   una   parte,   un   discurso 

generalizado y validado socialmente sobre la igualdad de género:  el “contrato”, y por 

otra   el     “estatus”,   sistema  que  aún   funcionaría  en   la  vida  cotidiana  donde   siguen 

operando valoraciones tradicionales de lo femenino.(Ibid.: 156)

Esta autora señala entonces que el constante choque entre ambas lógicas hace posible 

comprender muchas de las contradicciones que se aprecian en la relaciones de género 

en Chile. 

En ese contexto es dónde, se produciría lo que esta autora denomina “el huacharaje” 

femenino actual. En esta contradicción entre el “contrato” y el “estatus”   la mujer se 

vuelve “huacha” en la medida que su cuerpo, que es lo público, se hace bastardo, es 

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decir,  se desvincula de aquellos referentes tradicionales que lo construían, haciendo 

que los sistemas de prestigio tradicionales choquen con los de la igualdad. (Ibid.:157)

Ese   huacharaje   además   se   vincularía     no   sólo   con   el   entrar   en   espacios 

desacostumbrados, sino que además con el legitimar tal desplazamiento. 

Otra razón de su bastardía tendría relación con el cuerpo, ya que pese a la introducción 

de la mujer en ciertos espacios generalmente asociados a lo masculino, los esquemas 

tradicionales de percepción de lo femenino siguen operando,  “lo femenino se expande 

en lo público en tanto materialidad corporal   a la cual se le asignan una serie de  

atributos   vinculados   a   la   reproducción,   a   la   salud   y   a   la   belleza”.  (Montecino 

2007:159)

Se trata de un cuerpo­objeto, subordinado a las miradas masculinas y al mismo tiempo 

cristalizado como reproductor, relegando a la mujer a su función de madre. 

En los casos en que se busque ser más que un cuerpo emerge la idea de un “hombre 

con faldas”.  Como consecuencia,  será  en muchos casos   la  seducción  la  que prime 

como   mecanismo   de   obtención   de   beneficios   y   el   cuerpo   será   el   instrumento 

dominante. 

III.3.­ Función simbólica e identitaria de los Alimentos

Como ya se señaló al comienzo del capitulo precedente, las elecciones alimentarias 

responden a una determinada concepción del cuerpo. Sin embargo, de manera más 

concreta y directa, lo que trasciende en dicha elección es un conjunto de principios, 

normas  y  procedimientos   relativos   al   acto  de  alimentarse,  que   se   sustentan  en  un 

particular imaginario en torno a los alimentos y su incorporación, lo que nos habla de 

la importancia que tienen los modos de alimentarse para los distintos grupos humanos. 

(Fishler, 1995) 

Como se ha señalado desde  la  Antropología de  la  alimentación,   los alimentos  son 

portadores   de  una   fuerte   carga   simbólica,   y  de   acuerdo  con   ello,   cada   cultura  ha 

seleccionado un determinado repertorio culinario basado en los sistemas de creencias, 

muchas veces independientemente de las propiedades nutricionales de los mismos. 

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Esta carga simbólica, se evidencia en la extendida utilización de ofrendas de alimentos 

en situaciones rituales, como el pan y el vino en el rito de la misa católica occidental, o 

los dulces y el “caliente” en los rituales atacameños. Por lo mismo, los alimentos que 

una sociedad identifica como consumibles, así como los momentos en que cada uno de 

ellos   debe   ser   consumido   (contexto   cotidiano,   festivo   o   ritual),   responden   a   una 

determinada   visión   de   mundo   que   impregna   a   los   alimentos   de   significado.   Este 

significado es central en la elección alimentaria, dado que al momento de consumir 

alimentos, más que nutrientes lo que se incorporan son sus propiedades simbólicas. Es 

así como a través de esta operación, nos convertimos en lo que comemos (Contreras y 

Gracia. 2005). 

Esta lógica explica, entre otras cosas, la existencia universal de tabúes alimentarios, los 

cuales   han     llevado   a   ciertos   pueblos   a   morir   de   hambre   por   rehusarse   a   comer 

alimentos prohibidos (Ibid). Asimismo, se ha comprobado que en contextos ecológicos 

similares, distintas culturas generan repertorios de alimentación diferentes. Lo mismo 

sucede con la anorexia y la bulimia en nuestros días. Resulta extraño constatar que en 

aquellos  lugares donde hay mayor abundancia de alimentos centenares de personas 

deciden voluntariamente no comerlos o vomitarlos. 

 

Por   lo   mismo,   las   culturas   alimentarias,   entendidas   como   productos,   modos   de 

preparación   y   consumo,   comportan   e   implican   un   complejo   conjunto   de 

representaciones, creencias, conocimientos y prácticas que son heredadas o aprendidas 

y compartidas por los individuos  de una comunidad dada, lo que supone un sentido de 

identidad en torno a esas prácticas. Estas, si bien son patrimonio de un grupo social, 

son   transmitidas   casi   en   su   totalidad   en   el   ámbito   doméstico   donde   adquieren 

características particulares de acuerdo a cada grupo. 

Las formas de alimentación o culturas alimentarias proporcionan importantes aspectos 

de identidad sociocultural, ya que al igual que los cuerpos, son universos semánticos 

que comunican una posición y  la  pertenencia a  un  lugar  en el  mundo,  ambos son 

modos de comunicación que apelan a imaginarios de clase, género, edad y etnicidad, 

entre otros. “yo comunico lo que soy mostrando socialmente lo que como... y también  

una demarcación de uno mismo en contraposición con otro”. (Ibid.:36) 

De este modo,  tanto personas como grupos, pueden ser identificadas y clasificadas 

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socialmente  según lo que comen, y al mismo tiempo, ellos se construyen e identifican 

a través de la comida (Ibid:259). Así, por ejemplo, en nuestra sociedad chilena quien 

come Sushi en Vitacura con palitos y toma Coca Cola light, es asociado a la clase alta, 

mientras que alguien que come porotos con riendas en la Vega Chica, “ayudándose con 

el pan untado en pebre”,   es inmediatamente asociado a los grupos mas populares. 

Algo similar sucede entre  los  jóvenes, quienes distinguen entre “copetes de mina”, 

como la Piscola con Coca Cola Light o el Martíni, y los “copetes” de hombre, como 

Cerveza y Piscola o Ron con Coca Cola “normal”. 

En   relación   a   lo   mismo,   es   común   ver   a   personas   que   tratan   de   imitar   el 

comportamiento alimentario de una categoría social considerada superior, para lograr 

la deseada promoción social (Ibid.: 260)

Esta   identificación  entre  comida y  pertenencia,   se   refleja  especialmente  en  ciertos 

marcadores culinarios como la condimentación (Contreras. 2005). Se ha visto que ante 

la homogeneización del mercado alimentario, la cocina se convierte en un medio para 

salvaguardar ciertos rasgos identitarios. Ejemplo de ello son los inmigrantes mexicanos 

en   Estados   Unidos,   quienes   a   pesar   de   haberse   integrado   al   mercado,   siguen 

consumiendo mucho picante en sus comidas, rasgo que los diferencia e identifica. 

Ahora bien, hoy en día esa relación entre alimento e identidad se vuelve un tanto más 

compleja. Resulta indiscutible que los cambios producidos por la industrialización han 

afectado a casi todos los rincones de la tierra, tomando características particulares en 

cada lugar, siendo el comportamiento alimentario una de sus victimas. 

Así, desde un tiempo a esta parte, hemos sido testigos de cómo los patrones culinarios 

tradicionales, como la predominancia de la mujer en la cocina, el comer en familia 

alrededor  de una mesa,   la  elaboración casera de  los alimentos  y   la   transmisión de 

saberes culinarios, entre otros, han ido desapareciendo, siendo desplazados por otros 

modos  de   alimentación,   como  la   comida   rápida   industrialmente  manufacturada,   el 

consumo   extradoméstico   y   el   predominio   del   “snack”.     Asimismo,   los   referentes 

identitarios tradicionales también han perdido su importancia (la iglesia, la familia, la 

escuela y   la  nación)  en virtud  de   los  medios  de comunicación y el  consumo,  que 

progresivamente se han ido constituyendo como soportes  identitarios válidos.  Todo 

esto nos pone frente a un escenario, donde el comer como consumo adquiere un nuevo 

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significado para la construcción de identidades.

Ese   significado   que   ha   adquirido   el   comer   está   fuertemente   determinado   por   los 

medios de comunicación y en especial por la publicidad. El comer hoy en día no sólo 

implica  la   transferencia  del  valor  simbólico del  alimento al  comensal,  a   través  del 

principio  de  homeostasis   (Fishler,   1995),   sino  que   además   se   constituye   como  un 

importante generador de placer y estatus, y a la vez, como el gran responsable de la 

constitución   física,   elemento   fundamental   en   la   construcción   identitaria 

contemporánea. Se produce así lo que Gracia Arnaiz (1996) denomina la “cacofonía 

publicitaria”,   es   decir,   la   simultaneidad   de   mensajes   sumamente   penetrantes   y 

contradictorios entre si.

Asimismo,  de  manera  paralela  van   tomando   fuerza  otros  discursos   en   torno  a   los 

alimentos, que van resignificando y complejizando aún más la relación con ellos. Sin 

lugar a  dudas,  uno de  los discursos más  importantes  y  penetrantes en el  modo de 

concebir los alimentos en la actualidad es aquel que propaga una “nutrición saludable”. 

A partir de mediados de siglo veinte, toma fuerza este discurso nutricional que propaga 

una alimentación hipocalórica y actividad física constante con el objeto de mantener 

un cuerpo delgado y saludable, que como ya se señaló, habría sido impuesto por el 

sistema médico y las empresas aseguradoras (isapres y seguros de vida).

Surge así la idea de que salud y placer en la cocina son cosas incompatibles, y por lo 

tanto, mantener un cuerpo saludable exige necesariamente un sacrificio, el dominio de 

las   pulsiones   y   los   deseos.  Esa   dicotomía   estaría   asentada   en   la   concepción 

pecaminosa del placer, según la cual la voluptuosidad terrestre y carnal se opone a la  

salud espiritual  y  eterna.  La búsqueda de goce entonces  sería un desbordamiento 

culpable (Fishler 1995: 134)

Esta relación se vuelve aun más compleja en las mujeres, no sólo por la importancia 

que para ellas tiene el cuerpo, sino porque tradicionalmente han estado  vinculadas  de 

manera  particular   a   la   cocina,   de  hecho  han   sido  y   siguen   siendo   las   principales 

responsables de la alimentación cotidiana familiar. Este rol ha sido reforzado por los 

medios de comunicación social, quienes han contribuido a crear un imaginario cultural 

femenino asociado a la alimentación diaria. Resulta significativo que la mayor parte de 

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la  publicidad  alimentaria  esté  dirigida  hacia   las  mujeres   (Gracia  Arnaiz,  1996).  A 

través de ella, éstas se ven llamadas a responder a exigencias sociales cada vez más 

altas, no sólo en cuanto a consumo, sino que también en relación a la construcción de 

su cuerpo y su salud. Es así como, las mujeres son incitadas a  preparar la comida pero 

a no comérsela, se les exige además una imagen estandarizada físicamente que les lleva 

a   sacrificios  y  desordenes  alimentarios  y   al  mismo  tiempo  se   espera  de  ellas  una 

conducta social excelente. La idea es mantener un equilibrio nutricional y una figura 

esbelta casi sin comer. En función de esto, Gracia Arnaiz (1996, 2004) plantea que 

estos mensajes contradictorios serían en gran medida los responsable de los trastornos 

contemporáneos del comportamiento alimentario

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III.4.­ Construcción cultural de los trastornos del comportamiento alimentario

Como ya   se   ha   señalado,   los   trastornos  del   comportamiento   alimentario   han   sido 

estudiados   principalmente   por   la   psicología   y   la   biomedicina,   restringiendo   su 

explicación a factores biológicos y emocionales. Sin embargo, en el último tiempo se 

han  incorporado al  análisis,  aunque de manera marginal,  ciertos  factores culturales 

como la moda de la delgadez, sin lograr un análisis muy profundo en esta área.

En la actualidad, hay muy pocos estudios que prioricen los aspectos culturales de estos 

trastornos, sin embargo, los hay. A continuación, se expondrán algunos de los intentos 

que desde las ciencias sociales se han realizado para problematizar y entender estos 

trastornos   desde   una   perspectiva   que   integre   las   variables   socioculturales,   como 

identidad, género, etnia, cohesion social y sistemas simbólicos, entre otros. 

Los   autores(as)   que   han   estudiado   el   fenómeno   desde   la   perspectiva   señalada, 

coinciden   en   señalar   que   se   trata   de   una   construcción   social   con   síntomas   y 

características definidas. Al respecto, Mabel Gracia Arnaiz (2004) sostiene que 

“la anorexia nerviosa es una enfermedad que ha sido diseñada socialmente y  

cuyos   autores     ­en   el   sentido   de   "constructores"­   son   tanto   quienes   han  

definido sus síntomas y su etiología, como quienes han diseñado los métodos  

de tratamiento, así como quienes han experimentado algunos o todos de esos  

síntomas o quienes han ido haciendo de todo ello un asunto susceptible de ser  

problematizado socialmente”. (Ibid.:78)

Señala además, que tanto en la actualidad como a lo largo de la historia han existido 

motivos para la restricción alimentaria, ya sea la religión, el bolsillo, la denuncia, el 

heroicismo,   la   solidaridad   o   el   deseo   de   aceptación   o   de   exclusión   social.   Lo 

interesante es que cada uno de estos motivos para el ayuno16 voluntario han sido o son 

aceptados y valorados positivamente dentro de sus respectivos contextos sociales. Por 

lo mismo, esta autora destaca la importancia indagar en el sentido o significado  social 

16  Ayuno: 

(De ayunar).  Que no ha comido. 2. adj. Privado de algún gusto o deleite. www.rae.es

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que tiene la comida, la dieta, la regulación del peso, la ingesta alimentaria y las formas 

corporales en cada uno de estos contextos.

Por su parte, Girard (1996) señala que las teorías modernas que han tratado el tema de 

los trastornos del comportamiento alimentario no han podido dar con las reales razones 

de   estos   desordenes.   Señala   que   los   trastornos   del   comportamiento   alimentario 

(bulimia y anorexia) son fenómenos mucho más simples de lo que han querido pensar 

las teorías de género y psicoanalíticas, ya que el origen de este comportamiento estaría 

en   las   pretensiones   estéticas   y   sociales   generalizadas,   propias   de   las   sociedades 

occidentales modernas, así, los trastornos alimentarios obedecerían principalmente a 

un principio mimético. 

Indica, que en sociedades altamente individualizadas, todos los individuos compiten 

por   ser   el  número  uno,   en   relación  a  un   idea  o   a  un  paradigma,   en  este   caso  el 

paradigma es la delgadez, que supone una serie de asociaciones como clase social, 

grupo   étnico   y   carácter,   entre   otros.   Este   ideal   estético   sería   entonces   un   anhelo 

generalizado entre   todas   las  personas  que son parte  de  las  sociedades  occidentales 

modernas, lo que no implica que todas esas personas sufran de trastornos alimentarios. 

Según   este   autor,   los   trastornos   de   comportamiento   alimentario,   también   serían 

comportamientos  miméticos,    transmitidos  principalmente  por  mujeres  a  mujeres  a 

través de los medios de comunicación,  todo esto en función de un ideal  claro:    la 

delgadez.  

Así, en ese comportamiento las mujeres estarían buscando una identidad no sólo de 

género, sino que también étnica y de clase.

Desde una vertiente más ligada al psicoanálisis, Julia Kristeva (2006), como dijimos en 

los antecedentes, señala que la bulimia sería una suerte de reacción de las mujeres 

jóvenes ante la necesidad de expulsar de sí aquello “abyecto” que las constituye y que 

es dado por los padres. Así, al purgar, estas mujeres estarían sacando simbólicamente 

de sí a sus padres.

Georges Devereaux (1972), por su parte, nos entrega un concepto que resulta muy últil 

para entender este tipo de trastorno. Este autor plantea que las sociedades construyen 

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este   tipo  de  “patologías”,  o  “Trastornos  étnicos”,   cuya   sintomatología  y  modo de 

tratamiento es definida en relación a las pautas culturales predominantes, así define 

algunas de sus característica:

Se presenta con frecuencia en una cultura en particular.

Reflejan los conflictos esenciales y las tensiones que están generalizadas en la 

cultura.

Es un sendero común definido  para   la  expresión de una  amplia  variedad de 

problemas psicológicos.

Sus síntomas son extensiones   y exageraciones directas de conductas normales 

dentro de la cultura y por lo general aceptada.

Ante esto, podemos constatar que las características tanto de la anorexia, como de la 

bulimia,  coinciden  con aquellas  propias  de  lo  que  este  autor  denomina  “trastorno 

étnico”. 

Lo que nos permite aventurar que en buena medida los TCA podrían ser reflejos de 

tensiones, contradicciones y problemas no resueltos en una cultura.

Por   último,   la   Antropóloga   Chilena   Carolina   Franch   (2007)   problematiza   este 

fenómeno desde dos ángulos. Una primera entrada busca entender los TCA como un 

lenguaje   de   malestar   femenino,   es   decir,   un   modo   a   través   del   cual   las   mujeres 

canalizarían tensiones y angustias relativas a temas afectivos.  El mecanismo utilizado 

respondería a la fuerte vinculación que las mujeres tienen no sólo con el cuerpo, sino 

que   también   con   los   alimentos.  Plantea   a   además,   que   las   conductas   alimentarias 

anormales también podrían ser un modo de   resistencia ante el ideal hegemónico de 

género y clase.

Una   segunda   entrada,   por   su  parte,   apunta   a   comprender   los  TCA  con   trastornos 

étnicos, en el sentido que son marcadores y representativos de una raza y de una clase 

social. 

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V.­ Metodología

IV.1 Perspectiva Metodológica

Como ya se ha señalado, la presente investigación pretender abordar los trastornos del 

comportamiento   alimentario,   en   particular,   la   anorexia   y   la   bulimia,   desde   un 

perspectiva cultural, es decir, desde los significados y sentidos que trascienden a este 

tipo de fenómenos. En vista de esto, la presente investigación ha buscado ser un trabajo 

más bien exploratorio, cuyas líneas de análisis,  si bien han sido trazadas a priori a 

partir   de   los   antecedentes   teóricos   (contexto,   alimento,   cuerpo),   buscan   ser 

absolutamente   permeables   a   la   realidad   que   emane   de   los   discursos   de   sus 

protagonistas.  Asimismo,   es   necesario   considerar   que  el   abordaje   de  una   temática 

como ésta  implica un gran desafío metodológico,  en  la medida que se  trata  de un 

tópico que supone una gran carga emocional y afectiva para quienes han sido victimas 

de bulimia o anorexia, y asimismo para quien las investiga, precisamente por tratarse 

de una “enfermedad” que apela directamente a las mujeres y su identidad.

Es por ellos que este estudio ha seguido la senda de las investigaciones cualitativas, 

pretendiendo en todo momento ser un esfuerzo interpretativo, relevando las visiones y 

valoraciones presentes en las mujeres entrevistadas.

La   investigación   cualitativa   tiene   sus   raíces   en   la   filosofía   fenomenológica­

hermenéutica,   representada  por  pensadores  como Dilthey,  Weber  y  Gadamer,  entre 

otros. Esta filosofía desde sus inicios se opuso a la consideración de lo humano, lo 

social y lo cultural, como simples cosas que no difieren de lo natural.  Dilthey rechazó 

la hegemonía pretendida por las ciencias naturales, para estudiar lo social, alegando en 

favor del carácter intersubjetivo y cultural del hombre, como propiedades no presentes 

en lo natural (Tudela, 2004:9).

En términos generales, este tipo de investigación consiste en descripciones detalladas 

de   situaciones,   eventos,   personas,   interacciones   y   comportamientos   que   son 

observables.

Además,   incorpora   lo   que   los   participantes   dicen,   sus   experiencias,   actitudes, 

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creencias,

pensamientos y reflexiones, tal y como son expresadas por ellas mismos (Ibid.:7).

No es interés prioritario de este enfoque investigativo el problema de las cantidades, 

medidas, pesos o correlaciones de incidencia entre variables, ya que su objetivo es la 

búsqueda   de   significados   o   sentidos   en   la   vida   cotidiana   de   las   personas,   las 

instituciones o en sus interacciones. Su tarea, por lo tanto, es develar motivos, pautas 

de  comportamiento,   actitudes,   valores,  opiniones,   creencias,   relaciones  de  poder  y 

símbolos, entre otros elementos de carácter subjetivo. (Ibid.:11). Esto en cuanto, para la 

tradición de "estudios cualitativos" la realidad es una construcción social a través de la 

cual los sujetos exteriorizan e internalizan los significados que sus propios colectivos 

legitiman como reales.  El centro de atención se coloca en el  sentido de las acciones 

sociales y en las estructuraciones simbólicas que, más allá del individuo, configuran la 

subjetividad y conciencia de los sujetos. (Martinic, 1995:7)

En   ese   sentido,   se   entenderá   la   cultura   desde  un  punto  de  vista   semiótico,   como 

“tramas de significación socialmente establecidas en virtud de las cuales la gente hace 

cosas(...) como sistemas de interacción de signos interpretables” (Geertz 1973:26­27) 

Ahora bien, dada las características ya mencionadas se ha seleccionado un conjunto de 

técnicas e instrumentos metodológicos apropiados para responder de manera pertinente 

a los objetivos propuestos en la investigación.

IV.2.­Técnicas e Instrumentos:

A continuación se expondrán las técnicas que se utilizaron, entendiendo que más que 

un conjunto de pasos, constituyen un determinado tipo de trabajo intelectual, que en 

definitiva   conforma   el   núcleo   más   profundo   de   la   investigación   cualitativa,   esto 

considerando que en éste tipo de investigaciones, lo relevante, más que los modos de 

análisis y los supuestos teóricos, son los discursos, ideas y significados presentes en 

los propios actores. Es por esto, que en la elección de los instrumentos se decide en 

última instancia el tono y la perspectiva de la investigación, y por lo tanto, también el 

éxito o fracaso de la misma.

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Relatos biográficos:

En las últimas dos décadas el  método biográfico ha experimentado una progresiva 

recuperación, de la mano con una tendencia a la revalorización de lo humano concreto 

como objeto de estudio (Pujadas 2002:7). Esta tendencia supone no sólo un cambio 

metodológico,   sino   que   también   y   por   sobretodo   un   cambio   epistemológico.   Un 

rechazo al positivismo, principalmente dejar de entender las ciencias sociales a imagen 

y   semejanza   de   las   naturales   y   exactas,   volcándose   a   relevar   los   discursos   y 

subjetividades de los actores.

De este modo, el método biográfico supone una serie de ventajas para la investigación 

cualitativa.  Entre  otras,  permite  a   los   investigadores   sociales   situarse  en ese  punto 

crucial  de convergencia entre el  testimonio subjetivo de un individuo, relativo a su 

experiencia personal, y la plasmación de una vida que es reflejo de una época, de unas 

normas   sociales,   y   de   un   conjunto   de   valores   compartidos   por   una   comunidad 

(Ibid.:44). 

En particular en este estudio, dada las características de esta investigación, así como de 

las   personas   entrevistadas,     lo   que   se   ha   utilizado   son  relatos   de   vida   o   relatos  

biográficos, los que si bien comparten una serie de características con las historias de 

vida, difieren principalmente en extensión y profundidad. (Ibid.:47)

Se trata, en definitiva, de una entrevista biográfica, que consiste en el dialogo abierto 

con pocas pautas, en el que la función básica del entrevistador es estimular al sujeto 

entrevistado para que proporcione respuestas claras, cronológicamente ordenadas, en 

las   que   se   expliciten   de   la   forma   más   amplia   posible   los   acontecimientos   más 

relevantes de su vida (Ibid.:66). 

Este  tipo de  instrumento de recopilación de información resultan sumamente útiles 

para tomar contacto con un tema poco estudiado, y así comprender, ilustrar hipótesis, 

sumergirse empáticamente, o para obtener visiones sistemáticas con respecto a un tema 

o grupo social (Ibid.:62­63)

Para su realización es necesario generar las condiciones más favorables para garantizar 

la   comodidad   de   nuestro   informante:   intimidad,   espacio   familiar   y   estimular 

positivamente  sus ganas de hablar. Dentro del relato, todas las preguntan han de ser lo 

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más abiertas y generales posibles. 

En   la  presente   investigación,   las   entrevistas  biográficas   fueron   realizadas  haciendo 

hincapié  en los aspectos de su vida vinculados con la alimentación, el  cuerpo y el 

desarrollo   del   trastorno   alimentario,   siempre   procurando   respetar   los   discursos   y 

valoraciones   de   las   entrevistadas,   así   como   el   orden   cronológico   de   los 

acontecimientos.

Análisis

Durante   esta   etapa   del   trabajo   se   utilizaron   una   serie   de   elementos   de   análisis 

estructural   del   discurso,   con   el   objetivo   de   desentrañar   en   ellos   los   significados 

implícitos   y   muchas   veces   inconscientes.   En   particular,   se   usaron   algunos   de   los 

elementos propuestos por Martinic (1992), quien a partir de los modelos elaborados 

por los lingüistas y estructuralistas clásicos, como Greimas y Hiernaux, entre otros, ha 

generado una metodología para el análisis estructural de discursos, con una aplicación 

práctica a los estudios antropológicos. 

Este procedimiento se sustenta en la premisa de que,  el sujeto que habla es, a la vez,  

hablado por principios simbólicos que organizan su enunciación Todo sujeto participa y  

realiza   un   modelo   simbólico   determinado.   Así,   el   modelo   es   una   manifestación   de  

sentidos culturales codificados. Lo que se expresa en un texto da cuenta, por lo tanto, de  

índices de reglas de selección y combinación propias al modelo, evidenciando así una  

estructura. (Ibid.:11)

Específicamente,   durante   este   proceso   se   confeccionaron   fichas   en   base   a   los 

testimonios de cada una de las mujeres entrevistadas, en las cuales se clasificaron y 

aislaron las citas más relevantes de acuerdo a los objetivos propuestos. Luego de eso se 

elaboraron fichas temáticas, las que facilitaron el ejercicio analítico.

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IV.3.­ Selección de muestra

Proceso de selección

 

Producto de las características ya señaladas del tema investigado, la muestra obtenida 

no fue muy significativa numéricamente. Sin embargo, este no es un problema para el 

trabajo   antropológico,   ya   que   dado   su   carácter   cualitativo,   lo   central   más   que   la 

extensividad,  es  la exhaustividad y la profundidad.  Además, como señala Devereux 

(1972),   los   discursos   y   representaciones   de   las   personas   son   reflejo   absoluto   del 

contexto cultural  al  que pertenecen,  y  en ese sentido es  posible   realizar  etnografía 

incluso a partir del discurso de un solo individuo. Lo que debe primar más que el tipo 

de  muestra   son   las   técnicas   de   recolección   de   información,   así   como  el   esfuerzo 

interpretativo  que   se   realice,   lo   que   dará   un   carácter   cualitativo   y   semiótico   a   la 

investigación.

Composición de la Muestra

Pese a que en un principio se pretendió trabajar tanto con mujeres y hombres17 de clase 

baja,   como alta,   esto  no   fue  posible.  Todas   las  personas  de  clase   alta  que   fueron 

consultadas se negaron rotundamente a entregar su testimonio. Por ello, como ya se 

señaló, el único medio a través del cual fue posible conseguir entrevistas fue mediante 

el centro de salud mental de la ciudad de Osorno18, en particular, gracias a la psicóloga 

Ximena Reineke.  Ella  me transfirió  a cuatro de sus pacientes  (Mariana, Gabriela,  

Andrea y  Carolina),  tres de  las  cuales   fueron entrevistadas en el  mismo centro de 

salud, una vez concluida la sesión con Ximena. 

Las otras dos entrevistadas (María Jesús y Mariela) fueron contactadas a través de 

redes sociales en Osorno. 

Cabe señalar, que el haber realizado parte de las entrevistas en el contexto del centro de 

salud, facilitó enormemente el trabajo de acceso a los relatos de las “pacientes”, esto 

17  El único  caso de Hombre con TCA del cual tuve conocimiento, no accedió a darme una entrevista. 18 A los centro de salud acuden generalmente  personas de clase media y baja,  dado que no pueden 

acceder a una atención privada de mejor calidad. 

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gracias a que en ese contexto yo era vista como una psicóloga más.

La muestra en base a la cual se trabajó finalmente estuvo constituida por seis mujeres, 

todas   ellas   provenientes   de   estratos   medios   y   bajos19.   Asimismo,   cuatro   de   ellas 

prevenían de  sectores  campesinos.  Sólo  en uno de   los  casos   los  padre presentaron 

estudios superiores de carácter técnico. 

Dado que las diferencias socio económicas entre ellas no fueron consideradas, como 

un tópico relevante para el análisis, en el cuadro de la muestra no se graficaron estas 

particularidades

Por otra parte, como ya se ha señalado, no existe un límite tan claro entre las mujeres 

anoréxicas y las bulímicas, dado que en la mayoría de los casos se presentan ambos 

comportamientos.   Sin   embargo,   para   esta   investigación   las   mujeres   entrevistadas 

fueron catalogadas según el tipo de trastorno predominante.

Mariana, 29 años, bulímicas.

Gabriela, 24 años, bulímicas con episodios anoréxicos.

Carolina, 24 años, anorexia purgativa20.

Maria Jesús, 19 años, anorexia purgativa.

Andrea, 37 años, anoréxica.

Mariela, 32 años, anorexia purgativa. 

19 Esto se pudo deducir a partir de indicadores como tipo de educación recibida (públicaa, privada), 

sector de la ciudad donde habita, así como el tipo de atención médica y psicológica que han recibido.20  Es decir, anorexia con episodios de vómitos y atracones de comida. 

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Segunda ParteAnálisis

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        Primer capitulo: El contexto        Como ya se ha señalado,  la presente  investigación parte de la premisa de   que los 

trastornos del comportamiento alimentario son manifestaciones cuyo origen, más allá 

de   sus   condicionantes   psicopatológicas,   está   en   lo   más   profundo   de   las   normas 

culturales de una sociedad. De este modo, suponemos que los contextos socioculturales 

en los que estas mujeres han sido socializadas, les han entregado las pautas necesarias 

para entender el rechazo a los alimentos como el mejor medio para la canalización de 

sus angustias y dolores.

En función de esto, a continuación se indagará en los contextos familiares en los que 

han  estado  insertas  estas  mujeres,  y  así  comenzar  a  explorar  en  los   imaginarios  y 

significados que han dado sentido a estos trastornos.

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I.1.­ Descripción de las entrevistadas:

Catalina21

Catalina es de clase media, tiene 24 años, es hija única de su madre y por parte 

de su padre tiene un medio hermano, con el cual nunca ha convivido. Nació en 

Santiago donde vivió  hasta los 14 años, momento en que toda la familia se 

trasladó a Osorno, ciudad de origen de su madre.  En esa ciudad además vivían 

sus abuelos.  De su abuelo tiene los mejores recuerdos: en su relato aparece 

siempre   como   la   figura  masculina  más   importante   en   su  vida,   protector   y 

cariñoso, al contrario de su abuela quien desde pequeña la atormentó por su 

sobrepeso. Catalina relata que esta última la sometía a situaciones sumamente 

angustiantes como tomar laxantes e ir al baño todos los días después de comer, 

además  de  agredirla  verbalmente.  Esa  preocupación por  el  peso  de   la  niña 

también estuvo presente en la madre quien la presionaba constantemente para 

que adelgace. Producto de ello, Carolina comienzó a establecer una compleja 

relación con los alimentos desde la infancia, lo que desembocó en progresivos 

trastornos del comportamiento alimentario a partir de los 10 años.  

Además, su padre, al igual que su abuelo paterno, era alcohólico y golpeaba a 

la madre, situación que le generaba mucha impotencia. 

Cuando tenía 15 años su abuelo muere, y con ello se desencadena de manera 

más radical el   trastorno. Un año más  tarde muere su abuela y nueve meses 

después   su  padre,   todos   esos  dolores   fueron   sintomatizados   a   través   de   la 

comida, ya sea comiendo en exceso o no comiendo, siempre con la idea de la 

muerte de por medio. Durante ese período cometió varios intentos de suicidio, 

lo que empeó aún más su situación alimentaria y mental.

Al momento de la entrevista ella vive sola con su madre y su perro. Además 

está soltera, pese a haber tenido pareja recientemente. 

Está estudiando psicología en la Universidad San Sebastián en Osorno y espera 

poder   especializarse   en   trastornos  del   comportamiento   alimentario   para   así 

21Como quedó establecido en el momento del encuentro, las identidades de ellas quedarán reservadas; 

con ese fin, todos los nombres han sido cambiados.

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ayudar a otras mujeres que se encuentren en su misma situación. 

A  juzgar  por   su comportamiento y contextura  al  momento  de   la  entrevista, 

presumo que aun no ha superado el trastorno, sin embargo, por lo que relata,  se 

encuentra mucho más estable que hace un tiempo y con ganas de salir de la 

enfermedad. 

Si bien recurre a los vómitos, el trastorno de Catalina es principalmente una 

anorexia purgativa22 . 

Ella, al igual de la mayoría de las entrevistadas fue contactada a través de la 

psicóloga Ximena   Reinike, con quien sigue un tratamiento en el  Centro de 

Salud Mental de Osorno.  Desde un principio se mostró sumamente interesada 

en   participar   de   la   investigación.   Sin   embargo,   a   diferencia   de   las   demás 

entrevistadas   por  medio  de  Ximena,   con  Carolina   conversé   en   su   casa,   en 

compañía de su madre y su prima.

Andrea

Andrea nació en el sector rural de Trumao, cercano a Osorno. Su padre, al que 

califica  como duro y  lejano,   trabajó   siempre  en  el  campo,  mientras  que  su 

madre, dulce y  protectora, se dedicó toda la vida a ser dueña de casa. 

Andrea es la mayor de cuatro hermanos,  por lo mismo fue la primera en dejar 

el hogar para ir a estudiar a Osorno a los 11 años, donde fue recibida en casa de 

una tía, quien por lo relatado, no se preocupaba de la alimentación de la niña. 

Es  por  ello  que  identifica ese período como un primer  episodio  traumático 

durante   el   cual   habría   comenzado   a   desarrollar   el   trastorno   alimentario, 

caracterizado en un primer momento por comidas excesivas y vómitos. 

Una vez egresada del colegio, se va a vivir a Arica a la casa de unos tíos, donde 

no fue bien atendida, producto de eso partió  a   Iquique donde trabajó  en la 

Zofri. En esa ciudad tomó pensión en la casa de unas señoras mayores. Luego 

22  Se le denomina así a aquellas personas que además de las restricciones constantes y progresivas, 

recurren a los vómitos. 

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de eso, se trasladó a   trabajar a Calama, donde también vivió sola, hasta que 

conoció a quien sería su marido. Con él se  a un pueblo alejado al interior de la 

Serena, donde tuvo a su único hijo. Durante el embarazo Andrea subió casi 50 

kilos, los que luego bajó entrando en un período de crisis anoréxica. Dada la 

inestabilidad que sentía con su marido, se separó y se fue a vivir sola con su 

hijo a La Serena. En este último lugar tomó más fuerza la anorexia llegando a 

pesar 30 kilos.  Producto de eso sus hermanas la  fueron a buscar para traerla a 

Osorno   junto   a   ellas.   Andrea   identifica   los   períodos   de   soledad   con   los 

momentos de crisis, y culpa a sus hermanas de no haberla llamado ni haberse 

preocupado lo suficiente de ella.

       

Esta  entrevistada   fue  contactada   también  a   través  de  Ximena  Reineke,  con 

quien   actualmente   sigue  un   tratamiento  psicológico   en   el  Centro  de  Salud 

Mental.  No presentó problemas a la hora de ser entrevistada, sin embargo, fue 

más reticente a hablar que las demás mujeres contactadas. Ella fue entrevistada 

en el mismo centro de salud mental, situación de facilitó el acceso al tema

Mariana

Mariana tiene 29 años, nació  en Bahía Mansa, un pueblo costero cercano a 

Osorno. Esta mujer de clase baja y de orígenes huilliches fue criada por sus 

abuelos, dado que su madre la abandonó tempranamente tras la muerte de su 

padre. Creció pensando que ellos eran sus verdaderos padres, sin embargo, a los 

8 años se enteró que su madre la había abandonado; esta mujer identifica ese 

episodio como uno de los períodos más traumáticos de su vida, atribuyéndole 

gran parte de sus problemas e inseguridades. Un segundo período de su vida 

que   identifica  como  traumático,   es  cuando  su  abuelo   le  prohíbe  seguir   sus 

estudios   segundarios   en   Osorno,   con   eso   ella   ve   truncado   su   futuro, 

relegándose a la vida doméstica. A partir de ese momento, se desencadena su 

ansiedad por la comida y los vómitos continuos. A los 18 años se enamora por 

primera vez, pero no es correspondida y en la misma época conoce a Carlos, 

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quien será  el  padre de sus hijos. Su relación con él  ha sido desde el   inicio 

conflictiva,  dada   la  violencia  y   los  malos   tratos   a   los  que   la   somete.  Esta 

situación contribuye a mermar aún más su autoestima. Asimismo, asume que al 

momento de “juntarse” con Carlos no era virgen y tiene recuerdos muy vagos 

de una posible violación infantil.

Actualmente Mariana se encuentra en tratamiento para superar la bulimia y las 

crisis de angustia que la aquejaron durante todo el año pasado, además está 

embarazada   de   ocho   meses,   producto   de   lo   cual   ha   dejado   de   provocarse 

vómitos. 

Al igual que las dos mujeres anteriores, Mariana fue contactada a través de 

Ximena Reinike, con quien sigue un tratamiento psicológico, tampoco presentó 

problemas en ser entrevistada. Fue entrevistadas en el Centro de Salud Mental.

María Jesús

Esta joven de clase media tiene 16 años, nació en Osorno y es la hija única de 

una mujer osornina y de un hombre santiaguino. Sólo tiene un medio hermano, 

por parte de padre, con el cual vivió durante un periodo muy corto de su vida. 

Su padre, que era muy gordo, murió de un cáncer al pulmón cuando ella tenía 7 

años. A partir de ese momento ha vivido siempre sola con su madre. Desde 

pequeña su padre  le enseñó  que a  las personas gordas no  las quieren,  y su 

madre, por su parte,  desde siempre se preocupó por brindarle una alimentación 

hipocalórica. En ella el TCA comenzó en la adolescencia, con dietas que hacía 

con su madre o con amigas, asociado a la época en que le empezaron a gustar 

los hombres. Al igual que todas las demás entrevistadas, María Jesús comenzó 

con   bulimia   y   continuó   con   restricciones   cada   vez   más   severas, 

desencadenando una anorexia purgativa.

Pese a su corta edad, ha vivido varias crisis e intentos de rehabilitación. Espera 

poder salir de este trastorno y entrar a la escuela de investigaciones para ser 

“alguien en la vida”.

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Al momento de la entrevista ya llevaba 11 meses de tratamiento en un centro 

privado en   la  ciudad de Valdivia,  pese a  ello,  aún se veía   muy delgada  y 

escondía su cuerpo.

María Jesús fue contactada a través de una conocida en Osorno, cuya hija es 

amiga   de   ella.   No   tuvo   inconvenientes   en   aceptar   ser   entrevistada   y   la 

conversación se realizo en su casa. 

Mariela

Mariela  tiene 33 años, nació  en Río Bueno, un pequeño pueblo al  norte de 

Osorno y pertenece a una familia de clase media baja.  Su padre,  de origen 

indígena,  fue  funcionario del servicio de salud y su madre auxiliar del mismo. 

Tiene tres hermanas mayores, todas han tenido problemas con el peso y una de 

ellas   ha   tenido   serios   problemas   siquiátricos.  Su  padre   fue  muy   estricto   y 

exigente, en cambio su madre fue siempre muy contenedora, especialmente a 

través de la comida. 

Se educó en la escuela y el liceo de Rio Bueno, donde destacó como una muy 

buena   alumna.   Al   salir   del   liceo   entró   a   estudiar   Ingeniería   Comercial   en 

Valdivia,   lo  que para su familia  significó   la  esperanza de un gran progreso 

social, sin embargo fracasó y tuvo que volver a estudiar en Osorno. Si bien el 

trastorno en ella comenzó  en la adolescencia,   este se desarrolló  con fuerza 

luego de ese fracaso académico. A partir de eso se ha empeñado en ser exitosa, 

y en esa búsqueda, el ser delgada ha sido un requisito fundamental. 

No ha podido tener  relaciones estables, situación que la angustia. 

Aunque no da detalles asume una situación traumática en la infancia asociado 

al abuso sexual. 

Actualmente vive con su hermana y su sobrina, y a pesar de estar claramente 

muy delgada y de asumir su trastorno no se encuentra bajo ningún tratamiento 

para superar su anorexia. 

A Mariela  se   la  contactó  a   través  de  su hermana quien es  conocida de mi 

familia. Aunque al principio tuvo reparos en aceptar, finalmente accedió. 

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Gabriela

Gabriela tiene 24 años. Al igual que varias de las entrevistadas nació  en un 

sector rural cerca de San Pablo, pueblo cercano a Osorno.   Su padre, siempre 

lejano, trabajaba en el campo mientras que su madre siempre fue dueña de casa. 

Tiene dos hermanos, un hermano mayor y una hermana gemela. Ella sitúa gran 

parte  de la  responsabilidad del   trastorno a   la constante comparación con su 

hermana gemela, que siempre fue más delgada y exitosa que ella. Asimismo, 

reconoce como un trauma infantil el acoso sexual que sufrió por parte de un 

trabajador del campo. 

Cuando  tenía  13 años una  prima  le  enseño a  vomitar,  y  desde  ahí   lo  hace 

continuamente. Si bien su trastorno es principalmente la bulimia, también ha 

atravesado por períodos de restricciones anoréxicas.

Reconoce que pese a los esfuerzos de su familia, lleva mucho tiempo sumida en 

el trastorno, el que se ha agravado en periodos de excesos y soledad. Asimismo, 

asume que anteriormente nunca tuvo la real voluntad de recuperarse porque eso 

implicaba engordar. 

Actualmente, se encuentra en una relación estable lo que le da las fuerzas y la 

seguridad necesaria para seguir un tratamiento. Además, después de pasar por 

muchas carreras, hoy en día estudia Nutrición en Osorno, esto con el fin de 

poder ayudar en un futuro a mujeres con trastornos alimentarios.  

Al igual que la mayoría de las entrevistadas, Gabriela fue contactada a través de 

Ximena Reineke con quien sigue un tratamiento psicológico en el Centro de 

Salud Mental de Osorno, lugar donde además fue entrevistada.

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I.2.­ La Familia

Desde las vertientes psicológicas23  se habla constantemente de la importancia de la 

familia en los trastornos del comportamiento alimentario, poniendo el énfasis en las 

falencias  y   traumas  generados  en   la   relación  con   los  padres.  En   los   casos  de   las 

mujeres   entrevistadas,   este   aspecto   de   sus   vidas   aparece   siempre   como  un   tópico 

relevante. Por lo visto,  en los recuerdos familiares, y sobre todo en aquellos relativos a 

los padres, se esconden un cúmulo de sentimientos, muchas veces contradictorios, que 

pese a  ser arrastrados desde la  infancia siguen vigentes hasta  el  día de hoy. Estos, 

parecen haber jugado un rol central en el desencadenamiento del TCA. 

Lo anterior se relaciona con el hecho de que muchos de los imaginarios con respecto al 

cuerpo, identidad femenina y alimentación, elementos centrales en el desarrollo de un 

TCA,  han sido transmitidos a través de la familia en edades tempranas. 

La familia,  por su parte, como institución central  en las sociedades, es el  principal 

agente de socialización primaria, es decir, es quien transmite a los niños y niñas los 

valores   e   ideas   fundamentales   de   una   cultura.   Este   proceso   se   lleva   a   cabo 

principalmente   mediante   el   aprendizaje   mimético,   a   través   del   cual   los   niños/as 

aprenden a ser personas. En virtud de esto, son los padres los modelos de hombre y de 

mujer   que   algún   día   sus   hijos   serán,   los   que,   como   se   verá   a   lo   largo   de   esta 

investigación, juegan un rol decisivo en el desarrollo de los TCA.

I.2.1 Desde lo campesino a lo urbano, distintos modos de construir lo femenino

En cuanto al origen socio económico y cultural de las mujeres entrevistadas, resulta 

interesante constatar que todas las familias pertenecen a estratos medios y bajos, en su 

mayoría provenientes de sectores rurales, y en dos de los casos, con orígenes indígenas 

directos. Estos orígenes, como es de suponer, implican una particular construcción de 

lo femenino, la que se asienta en formas antiguas y tradicionales de construcción de 

género según los cuales las mujeres deben ocupar un lugar secundario y de sumisión 

con   respecto   a   los   hombres.   En   ese   contexto,   lo   femenino   queda   relegado   a   sus 

23 Selvini, Mara, 1999

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funciones   reproductivas  y  domésticas,   reservando  los  estudios,  el  éxito  social  y  el 

trabajo asalariado a lo masculino.

Pese a ello, en la mayoría de las familias en cuestión este modelo se pone en entredicho 

y en conflicto, ya que, a través de la migración o simplemente mediante el contacto 

cultural, estas personas se ven enfrentadas al mundo urbano, el que supone distintas 

lógicas en relación a la construcción de género. En este contexto, si bien, como señala 

Sonia   Montecino   (2007),   sigue   operando   el   sistema   del   “estatus”,   comienza   a 

funcionar de manera paralela el del “contrato”. Este último implica la puesta en juego 

de otros discursos, paradigmas y exigencias sobre el ser mujer; ya no es sólo el cuerpo­

reproductor el que se valora y exige, sino que también el cuerpo exitoso.  

Esta lógica en contradicción es percibida por estas mujeres; es el caso de Mariela y 

Mariana,   quienes   no   sólo   son   capaces   de   distinguirla,   sino   que   además   buscan 

superarla e incluso transgredir ciertos principios inalterables propios del mundo de sus 

padres.

“En los indígenas la sexualidad en la mujer es muy limitada, entonces también  

te pone reglas acerca de cómo tienes que vestirte, es mucha presión” (Mariela)

“Mi papi (abuelo) me pegó cuando salí de octavo, porque yo quería estudiar,  

irme a Osorno al liceo, y él no quiso. Entonces, como yo le insistí, le insistí, el  

me amenazó y salió así con una garrocha de los bueyes y me hizo pasar un  

susto, porque yo pensé que me iba a sacar la mugre” (Mariana)

Sin   embargo,   este   mundo   moderno,   si   bien   abre   posibilidades,   introduce   nuevas 

exigencias a las mujeres, las que, en lugar de sustituir a las tradicionales, se suman a 

aquellas propias del mundo  de sus padres y abuelos.  Como señala Mariela:

“Tienes  que   ser   buena   estudiante,   buena  dueña  de   casa,   y   tienes   que   ser  

además atractiva,  y  tienes que ser simpática y  tienes que ser buena hija,  y  

tienes   que   ser  buena  hermana,   tienes  que   ser   comprensiva,   tienes   que   ser  

señorita.   Tienes   que   cumplir   con   todos   los   parámetros   y   dadas   las  

características del padre que era muy exigente, tu querías cumplirlas todas” 

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Es así como, en este nuevo escenario lo campesino e indígena va perdiendo valor frente 

a lo citadino, lo blanco y lo moderno, que se convierten en un modelo a seguir. La 

persona del campo que llega a la ciudad mira con admiración las clases altas, otrora 

sus patrones, los que en su mayoría son de ascendencia europea24, con rasgos físicos 

que  consolidan   simbólicamente   su   superioridad.  En  este   contexto,   como   lo   señala 

María   Elena   Acuña   (2003),   las   mujeres   se   constituyen   como   un   instrumento   de 

movilidad   social.   El   cuerpo,   al   ser   signo   representativo   de   una   clase,   permite 

simbolizar el ascenso social de su familia. Particularmente, en los casos de las mujeres 

indígenas, esta búsqueda se relaciona con un afán de blanqueamiento, que, como se 

verá en el próximo capítulo, también será perseguido a través de los alimentos. 

En algunos casos, estos deseos de movilidad social provienen de las propias mujeres; 

en  otros,  como en el  de Mariela,  de  su padre,  quien somete  a   sus  hijas  a   fuertes 

exigencias tanto físicas como académicas.

  “Mi padre siempre quiso ser reconocido a partir de sus propios logros, no 

tenía hijas a las cuales presentar al mundo social, pero conmigo si lo logró.  

Por ejemplo, yo si podía ir a fiestas, las otras hijas no, y eso que eran mayores  

que yo,  por  que yo era más   inteligente,  más   linda,  a  mi me compraban el  

Wrangler, por que yo me lo podía poner.  Y él me decía: es muy importante que  

vayas, por que va el hijo de tal, el hijo de tal y el hijo de tal y es bueno que te  

relaciones, y de ella no hay que tener problemas. Y así iba cumpliendo esos 

parámetros que él esperaba” (Mariela)

En función de esto, adquieren importancia nuevos discursos sobre el cuerpo femenino, 

provenientes del mundo urbano­desarrollado, en particular aquellos que promueven un 

ideal de belleza, salud y virtud, vinculado a la delgadez. Así, de parte de sus familiares 

más cercanos, en especial abuelas, hermanas y padres, estas niñas comienzan a recibir 

mensajes que apuntan a construir e interiorizar un nuevo paradigma de femineidad, es 

decir,   una   nueva   forma   de   entender   su   identidad   femenina,   vinculado   a   nuevas 

24 En el caso de Osorno la oligarquía terrateniente está constituida fundamentalmente por los 

descendientes de inmigrantes europeos, en su mayoría alemanes, y en menor medida, franceses. 

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exigencias sociales.25

Ese discurso no sólo se transmite de manera oral y explícita, sino que también a través 

de comparaciones y desvaloraciones, lo que lo vuelve aún más fuerte y crudo, como en 

los casos de Gabriela y Mariela: 

“Yo era más gordita  que mi hermana gemela,  entonces   todo el   tiempo nos  

comparaban, todo surgió en la comparación. Mi abuela, la familia de mi papá  

son delgados todos, entonces yo iba para allá y ellos siempre con que gordita,  

que esto, que lo otro, y mi hermana siempre delgadita” (Gabriela)

“En ese tiempo me pegué una subida de peso importante, me parece que llegué  

a pesar 63 kilos, con mi estatura es harto, y mis papás, mi papá me mandó de 

una patada a hacer gimnasia aeróbica antes de entrar a la universidad, para 

que veas que el tema social si era importante para él” (Mariela)

De este modo, van aprendiendo no sólo la importancia que tiene ser delgadas, sino que 

también las diversas formas de lograrlo, como en el caso de Catalina, a quien su abuela 

le enseña el uso de laxantes para bajar de peso, o Gabriela, cuya prima le enseña a 

vomitar.

“Mi abuela materna, mi omama, siempre fue como flaca y todo y a mi siempre  

me trataba como chancha, gorda, me pesaba todos los domingos, y eso era un  

trauma para mi, me daba laxantes a los 8 años, por que era estítica, entonces  

me obligaba a ir a las 2 de la tarde al baño todos los días” (Catalina )

“Tuve una prima que tuvo anorexia, y  un verano, así en un tiempo muy corto,  

quedó un hueso, se veía extremadamente flaca, y ella me enseñó un día cómo 

se botaba la comida”  (Gloria)

25 La mayoría de los autores que han trabajado sobre TCA, tanto aquellos provenientes del mundo 

médico como de las ciencias sociales, son enfáticos  en señalar que se trata de “patologías” propias 

del mundo occidental­ desarrollado, ausentándose casi de manera completa en sistemas rurales e 

indígenas. Por lo tanto,  la aculturación es la que permite entender la presencia de los TCA en estos 

contextos.

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Es así como, mediante este tipo de aprendizaje, que se realiza mediante un traspaso 

femenino (de madre a hija, de abuela a nieta, entre amigas, etc.), se va consolidando no 

sólo un paradigma sino que también una práctica (dietas, laxantes, maquillaje), la que 

se va constituyendo como propia y distintiva de lo femenino26. Esta práctica, por su 

parte, también posiciona y legitima comportamientos propios de los  TCA,  los que sin 

duda serán semillas para el desarrollo de estos trastornos en el futuro.

Ahora, esta ruptura con el mundo campesino tradicional no sólo supone la puesta en 

juego de un nuevo paradigma sobre el  cuerpo femenino, sino que también un quiebre 

con una serie de comportamientos e imaginarios culturales propios de ese universo, los 

que   van   perdiendo   valor   frente   a   aquellos   del   mundo   “desarrollado”.   Con   ello, 

referentes   identitarios   tradicionales   como   la   Iglesia   y   la   Familia,   entre   otros,   van 

perdiendo su importancia e influencia en la vida de estas mujeres, lo que les genera 

una profunda sensación de abandono, como lo ilustra el siguiente testimonio:

“Mi hermano como yo nunca  lo  vi  presente,  a   la  que vi  siempre  fue a mi 

mamá, pero los demás como que no estaban tan preocupado, no, pero yo no  

tengo recuerdo de eso que te digan, o sentirte apoyada po, no tengo recuerdos,  

y casi lo que logré fue más bien sola, y con mi mamá yo creo” (Gabriela)

“Mi familia estaba como medio aburrida. Y le dio a la Gabriela   de nuevo,  

entonces dejemos que se le pase un poco. Esa es la sensación que yo sentía, de 

que ya estaban como aburridos de mi” (Gabriela)

“Estaba  muy sola, me sentía muy sola porque mis hermanas no me llamaban” 

(Andrea)

De esta manera, la ansiedad por ser queridas e identificarse con algo aumenta,   y en 

26 Gracia Arnaiz (1996) y Fischler (1995)  señalan que esa práctica, que se vuelve distintiva de lo 

femenino, es en gran medida socializada a través de los medios de comunicación, particularmente 

por medio de la publicidad alimentaria y cosmética.

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esa búsqueda cobran cada vez más sentido aquellos discursos sobre el ideal estético y 

moral como una forma de lograr no sólo la admiración y el respecto de lo demás, sino 

que también una identidad. 

Asimismo   sucede,   entre   otras   cosas,   con   el     modo   de   alimentarse,   el   que   se   ve 

fuertemente alterado producto, por una parte, de la introducción de la mujer al mundo 

laboral y por otra, de la industrialización de la alimentación. De este modo, la comida 

casera y familiarmente ritualizada pierde valor. Esto, según lo señala Fischler (1995), 

desemboca en que las elecciones individuales no estén limitadas por prescripciones 

religiosas o culturales, ni por lo horarios o el contenido de las comidas tradicionales, ni 

por los rituales de mesa, de modo que casi se podría decir que comer ha dejado de ser 

una práctica socializada. Por lo tanto, lo que tendría lugar sería el no comer, sobretodo 

en   la   subcultura   femenina.   La   única   presión   normativa   y   estructura   colectiva,   al 

parecer, sería el modelo de delgadez y fealdad de la grasa (Ibid.:369). Asimismo, esta 

desritualización de los actos alimentarios supone un vacío simbólico e identitario, todo 

lo cual  sería terreno fértil para el desarrollo de este tipo de trastornos. 

I.2.2.­ Dicotomía padre y madre

Como ya se señaló, los padres son los referentes de vida de sus hijos, por lo tanto, estos 

se construyen como hombres y mujeres dentro de una sociedad a partir de su ejemplo. 

Coincidiendo con eso,  en los discursos de  las mujeres que fueron entrevistadas,   la 

figura de los padres, así como la relación con y entre ellos aparece como un aspecto 

sumamente marcador en sus vidas.

Una de las principales características de los padres de las entrevistadas es que ellos, 

como figuras representativas de lo masculino, son concebidos como opuestos de lo 

femenino en casi todas sus dimensiones. Lo que es propio de uno está ausente en el 

otro y viceversa. Se trata por lo tanto de identidades relacionales, donde si se modifica 

una,  se altera   la  otra.    En este  sentido,  resulta  necesario asociar  este punto con la 

proveniencia campesina e indígena de estas familias, que como ya se señaló, suponen 

una concepción muy restringida y tradicional de lo que son y deben ser las mujeres, la 

que estaría en el origen de esta dicotomía.

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Así, por ejemplo,  mientras el padre se presenta como un ser lejano, duro y  ausente, ya 

sea física o emocionalmente, la madre aparece siempre como un personaje presente y 

cercano, asociado al cariño,  la seguridad y  la protección. 

 

“Mi papa estaba ausente, dicen que murió cuando yo tenía cinco años, y yo no  

me crié con él” (Mariana)

“Todo lo que tiene que ver con el cariño y esa cosa afectiva que yo recuerde de  

la infancia, diría que fue con mi mama, no así con mi papá. Mi mamá como  

que el regazo, la tranquilidad, aún cuando ella su nivel educacional era muy 

bajo, pero todo el tema afectivo lo compensaba ella” (Mariela)

“Mi mamá se dio cuenta de mi trastorno, mi papá como que no se da cuenta  

mucho”  (Gabriela)

“Mi papá no era cariñoso, más bien  severo. Mi mamá nos daba el cariño que  

mi papá no daba, él era como generalmente se dice que es  la gente del campo,  

media ruda” (Andrea)

De esta manera, la madre se convierte en la principal fuente de cariño y protección 

para estas niñas, estableciendo con ella no sólo una relación de dependencia, sino que 

también una suerte de pacto de fidelidad.  Relación, que durante  la adolescencia se 

volverá problemática. 

Por su parte, el padre, que por un lado es visto con distancia, como un personaje severo 

y duro, es a la vez mirado con admiración por sus hijas, en la medida en que es él el 

sostenedor y responsable de la familia27. Asimismo, en la mayoría de los casos es el 

único que trabaja y por lo tanto también el único que tiene contacto con el mundo 

27  Al respecto muchos autores (Radiszcz Esteban, 2006) señalan que en los TCA estaría operando una 

relación edípica no resuelta entre la niña y el padre.  

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público.   Incluso en los casos en que las madres trabajan, es él quien administra los 

dineros familiares. 

“Mi papá se hacía cargo de todo el tema económico y la mamá ayudaba al  

papá, no es que ella fuera dueña de su sueldo” (Mariela)

Este último, como jefe de familia, es quien establece las normas y   reglas que deben 

seguir   los   integrantes  del  grupo  familiar,   sobre  todo  las  mujeres.  Es  así   como,  en 

algunos casos, estos parámetros son percibidos como máximas de vida, y por lo mismo 

estas mujeres se sienten obligadas a responder a los cánones impuestos por el padre. 

  “Mi papá tiene un carácter muy fuerte, emm... muy exigente” (Mariela)

“Como  que   de  alguna  manera   tenía   que   cumplir   con   los   parámetros   que  

imponía mi papá, porque más encima dada sus condiciones, él provenía de un  

estrato   muy   bajo,   porque   provenía   de   los...,   yo   tengo   orígenes   indígenas” 

(Mariela)

Frente a esto, entienden que el mundo es masculino, y que las demás personas, en 

particular   las  mujeres,  son en función de ellos.  Es así  como, el  no tener un padre 

presente o   cariñoso, es sentido por ellas como una suerte de desvaloración sobre sí 

mismas y como una exclusión de ese mundo desarrollado y poderoso al que aspiran. 

Esta   sensación   de   abandono,   buscará   ansiosamente   ser   reparada   a   través   de   la 

admiración y el deseo de otros hombres28. 

Las  madres,  por  su  parte,   se  ven excluidas  simbólicamente  de  ese  mundo,  ya  que 

siguen   siendo   las   responsables   de   los   espacios   domésticos,   incluso   aquellas   que 

trabajan. Además, éstas, pese a haber entrado en el mundo laboral, continúan ocupando 

puestos  de   inferior   rango en   relación a   sus  maridos.  Por   lo  mismo,  dentro  de  ese 

universo urbano, la madre y todo lo que ella representa ocupan un espacio de menor 

estatus.  Esta valoración no sólo es dada por el padre, sino que también por sus hijas, 

28 Esto explica, como se verá en el último capitulo,  la constante búsqueda de admiración y deseo por 

parte de los hombres. 

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que a partir de la adolescencia comienzan a rechazar lo que ella representa.

Este   cambio   de   visión   ocurre   principalmente   cuando   estas   jóvenes   adolescentes 

comienzan a aspirar ser parte de ese mundo que se les presenta como paradigmático, y 

que les exige otro modo de construirse como mujeres, muy distinto a lo que han sido 

sus madres.

“Él   aspiraba a tantas otras cosas, a mayor niveles ya sea de socializar, ella  

(madre) como que le provocó una especie de estorbo después, en el desarrollo  

de su carrera si lo quieres ver de esa forma. (Mariela)

“En la adolescencia la relación con mi madre se volvió mucho  más difícil que  

en la infancia, por que en ella veía cosas que no estaban, no eran prioridad, no  

eran   mis   objetivos.   El   referente   era   el   padre,   el   padre   tenía   el   trabajo 

remunerado que tenía mejor visión social que la madre, la madre era auxiliar  

no más. El padre era conocido a nivel comunal, tenía un empleo técnico que  

era distinto, además el padre pagaba mis necesidades (Mariela)

I.2.3.­ De la violencia simbólica a la violencia física y psicológica

Esta construcción dicotómica del padre y la madre es entendida como natural y por lo 

tanto, reproducida por quienes pertenecen a un determinado contexto cultural, incluso 

por  las  mismas mujeres.  Todo esto basado en sistemas de valores que sustentan la 

sumisión silenciosa de un sector de la población por otro, en este caso de las mujeres 

por los hombres.   Esto corresponde a lo que Bourdieu (1998) denomina  “Violencia 

Simbólica”  .  Como ya se señaló  en el  Marco Teórico,  este autor sostiene que esta 

violencia funcionaría a nivel del lenguaje y de manera inconsciente, permeando así 

casi   todos   los   aspectos   de   la   vida   social.   De   este   modo,   sería   constantemente 

reproducida por todos los miembros de un sistema cultural, propagando con ello un 

sistema de valores y un orden social donde las mujeres ocupan una posición inferior en 

relación a la de los hombres. 

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A partir de las entrevistas, fue posible ver que tanto las mujeres contactadas como sus 

madres, hermanas y abuelas han sido victimas constantes de este tipo de violencia. 

Ejemplo de ello son los ya señalados estatus inferiores ocupados por sus madres tanto 

en el ámbito doméstico como laboral, asimismo las exigencia y prohibiciones sobre 

ellas.

Además, este tipo de dominación muchas veces deriva en otras formas de violencia, 

mucho más  explícitas  y  crueles,  como las  agresiones  físicas  y psicológicas,  ambas 

tendientes a someter y menoscabar la voluntad de las mujeres. Este tipo de violencia 

también ha estado presentes en la vida de estas mujeres.

"Mi papá se casó con una mujer muy delgada, entre comillas la engordó, con  

esa sensación machista, esa de que no seas apetecible para nadie, no la dejaba  

ir a la peluquería, ninguna de esas cosas, me entiendes" (Mariela)

Sin embargo, en algunos casos, como el de Mariana, la agresión física es naturalizada 

a través de la violencia simbólica. Para ella, parece ser normal que el abuelo la golpee, 

y por lo tanto, el no hacerlo es considerado como un gesto de cariño. 

“Mi papi me quería por que mi papi nunca me pegó, nunca” (Mariana)

Otras en cambio, reconocen este tipo de agresiones, de las que han sido testigo y objeto 

a través de sus madres, hermanas y abuelas, como formas de violencia frente a las 

cuales   se   sienten   profundamente   vulneradas.   De   este   modo,   comprenden 

tempranamente que el ser mujer supone necesariamente ser victima de esas agresiones, 

y   así,   entienden   también   que   las   relaciones   con   hombres   son   y   siempre   estarán 

caracterizadas por esa violencia. 

 “Yo veía la violencia intrafamiliar, el tema de mi padre cuando tenía la actitud  

alcohólica” (Catalina)

“Mi papá   insultaba a mi  mamá,  muchos relativos  al   tema de  la  obesidad.  

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Ahora no te mira nadie porque estás gorda y eres fea. Eso tiene que ver un  

poco más con la violencia de él mismo para con ella”. (Mariela)

“La   relación   que   ellos   tuvieron   fue  muy,   cómo  se  podría   decir...violenta”  

(Mariela)

Por su parte, la agresión no sólo es sentida propia cuando estas son dirigidas hacia 

ellas, sino que también, y por sobre todo, cuando son hacia la madre. En estos caso, 

estas mujeres que cuando niñas han visto en su madre, por una parte, el referente de 

mujer que algún día serán, y por otra,   la principal fuente de protección,   cariño y 

contención, establecen con ellas, como ya se señaló, un pacto de fidelidad29, haciendo 

propias las agresiones hacía ellas, en la mayoría de los casos provenientes del padre. 

“Tenias miedo de ese rechazo que tu papa hacía tu madre fuese hacía a ti  

también, y por eso me preocupaba de ser tan inteligente, tan buena estudiante,  

sabes porqué, porque sentía que de alguna forma a los tipos como él, la gente  

machista como él, como él decía que mi mama no tenía estudios, que era una  

mujer gorda, que nadie la pescaba” (Mariela)

“Ver la violencia intrafamiliar, el tema de mi padre cuando tenía la actitud  

alcohólica y por eso le pegó a mi mamá varias veces, el era un hombre bueno...  

pero yo me hacía cargo, le decía: papá córtala con eso... tuve que ser como la  

mamá en una época en que yo no debía ser la mamá”. (Catalina)

Esta situación sin embargo desembocará más tarde en una relación conflictiva con la 

madre. Por un lado se le ama y se comparte con ella el dolor de la violencia, y por otro 

se le rechaza, ya que asumirla, es asumir con ello un destino de violencia y vejaciones.

"Entonces   yo  empecé   a   entender  que   todas  esas  cosas  que  estaban  siendo 

observadas por el padre en la madre no se podrían repetir en mi, entonces ahí  

viene todo el control de todo" (Mariela)

29En relación a eso, Gloria Juri señala a partir de su constante trabajo con mujeres y jóvenes que 

padecen de TCA, que en este tipo de trastornos siempre se presenta una paradoja relativa a las 

fidelidades ocultas que establecen con uno de los padres, lo que les impide llegar al otro.

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"En   el   tiempo   en   que   yo   empecé   con   este   problema   era   súper   malo,   no  

hablábamos, no había ningún tipo de relación, incluso en una pelea, que fue 

por otras cosas, me dijo que me vaya, que me vaya, entonces yo me fui a la  

casa de una tía" (María Jesús)

Es   por   ello,   que   estas   mujeres   buscan   ansiosamente   ser   queridas,   aceptadas   y 

respetadas por su padre o por un "príncipe azul" que lo encarne, ya que, como ya se 

señaló, entienden que el mundo es masculino y que necesitan ser valoradas por ellos 

para  ser  consideradas  y no  violentadas  en   la   sociedad.  Por   lo  mismo,   rechazan el 

legado de sumisión y vejaciones femeninas entregado por   la  madre,  y  se  empeñan 

afanosamente en ser distintas a ellas, en no ser solamente cuerpo.

Este es un punto central, ya que, como se verá más adelante, esta lógica contradictoria 

de amor y rechazo hacia la madre se repite en la relación que estas mujeres tienen con 

los alimentos y con el cuerpo. Al parecer,  ambos (alimento y cuerpo) son metáforas de 

la madre, y vice versa, y en esas correspondencias se esconden los significados que 

finalmente dan sentido a los TCA30. 

30Al respecto, la psiconutricionista Gloria Yuri sostiene que en la anorexia  no sólo se rechaza a la 

madre, sino que también todo lo que es sensualidad, toda su manera de ser mujer, no es que esté 

rechazando a la madre, de alguna manera rechaza lo que la madre representa. 

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Segundo capitulo: Los Alimentos

La relación primera a la madre es una relación de boca, crisol y matriz de la relación 

de objeto:  cómeme si me quieres, te como porque te amo.

 (Aarhus­révidi, Giselle, 1997:26)

Como ya se señaló en el marco teórico, el alimentarse es uno de los actos humanos que 

más dimensiones de la vida social compromete. Esto se debe a que los alimentos más 

que nutrientes, contienen significados que le dan sentido social e identidad a quien los 

consume por medio del proceso de homeostasis (Fishler, 1995). Así, como lo señala 

Contreras (2005) “soy o devengo lo que como y por lo tanto, comunico lo que soy  

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mostrando   socialmente   lo   que   como”.  Esto   nos   permite   entender   que   detrás   de 

cualquier comportamiento alimentario, lo que trasciende no es sólo una voluntad de 

comunicar,   sino   que   también   una   búsqueda   de   identificación   social,   es   decir,   de 

sentirse parte de algo. 

En función de eso, lo que se pretende en este capitulo es indagar en los significados e 

imaginarios que tienen sobre la alimentación, las mujeres que padecen o han padecido 

de TCA, así  como los comportamientos asociados a ellos. De este modo, se busca 

entender, por una parte, qué es lo que están buscando comunicar, y por otra, de qué 

buscan ser parte.

II.1.­ Alimentación en la Infancia

Los TCA deben ser entendidos como un proceso continuo, que va tomando forma de 

manera progresiva a lo largo de la vida de las personas en las que se presentan. Como 

lo señala Giselle Aarhus­révidi (1997), muchos de los comportamientos e imaginarios 

que dan lugar a ellos se gestan durante  la primera infancia,  periodo en el  cual  los 

individuos establecen su decisiva primera relación con los alimentos. 

Teniendo en cuenta la importancia que tiene la alimentación durante la infancia en el 

posterior desarrollo de los trastornos, durante las entrevistas se hizo hincapié en este 

aspecto  de  sus  vidas.  Así,   como se  verá   a  continuación,   fue  posible  observar  que 

durante esta etapa se incorporaron valoraciones y comportamientos decisivos para el 

desencadenamiento del TCA. 

Un primer elemento interesante es que todas ellas vinculan la comida de infancia a la 

comida casera, caracterizada por cazuelas, guisos y legumbres, entre otros,  elaborados 

por sus madres o abuelas, en el contexto familiar doméstico31, y en cuyo recuerdo se 

entrelazan emociones y afectos muy potentes, vinculados en su  mayoría a la madre. 

Por otra parte, destaca durante esta etapa de sus vidas, la ausencia casi completa de 

31 Es necesario señalar que en Osorno, así como en otras ciudades de provincia, muchas de las comidas 

aún se realizan de manera  socialmente ritualizada. Así, tanto el menú, como la hora y los modos de 

consumo, están establecidos de antemano.

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comida “chatarra” o  industrialmente preparada.  De manera tal,  que en términos de 

calidad simbólica y nutricional, estas mujeres tuvieron una alimentación muy nutritiva, 

carente de “vacíos”, e incluso, y como se verá más adelante, muchas de ellas gozaron 

durante su infancia de un exceso de protección afectiva y emocional a través de la 

comida. Particularmente, esta protección provino de la madre, quien aparece siempre 

fuertemente vinculada a los alimentos. Como es común ver en los contextos en los que 

han crecido estas mujeres, es ella es la principal responsable de la alimentación de sus 

hijas y la de su familia en general. Además, todas las entrevistadas valoran de manera 

muy   positiva   las   preparaciones   maternas,   asociándolas   a   sentimientos   como 

protección, calor, cariño y seguridad, evidenciando así, que para ellas la comida se ha 

constituido desde muy temprano en un importante medio para la transmisión de afectos 

y emociones.  

“Mi mamá era la que cocinaba, era toda su comida muy rica, y recuerdo que 

mi mamá era muy amorosa, muy tierna” (Andrea)

Como ya se señaló en el capitulo anterior, en los discursos de estas mujeres es posible 

ver que durante su infancia establecieron relaciones muy estrechas con sus madres, 

convirtiéndose esta última en su principal fuente de amor y protección, a diferencia del 

padre, que como se vio, por lo general se presenta como una figura lejana y dura. 

Sin embargo, producto del trabajo extradoméstico, del abandono o del traslado de las 

niñas   a   la   ciudad  para   estudiar,   en   la   mayoría  de   ellas   se   produce   una   temprana 

separación de la madre, lo que trae consigo un doble abandono. Por una parte, el de la 

madre, y por otra, el del espacio doméstico, que tradicionalmente ha sido sustentado 

por la mujer en el hogar32.  

Ante  la profunda sensación de soledad y abandono que les genera a estas niñas la 

separación materna,   toma cada  vez  mayor   fuerza   la  asociación  de   la  Madre  y   los 

Alimentos, como un modo de reemplazar el vacío que su ausencia les genera. 

32 Como se señala en el capitulo anterior, en los contextos familiares de las mujeres entrevistadas, la 

introducción de la mujer al mundo laboral es un fenómeno reciente. Asimismo, el espacio doméstico 

es el núcleo de la articulación social, el que se ve profundamente quebrantado con la salida de la 

mujer. 

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Se produce así una suerte de transustanciación33 de la madre en el alimento. La comida, 

en ese sentido, y en particular, la materna, se convierte en un sustituto emocional y 

afectivo   de   la   madre   ausente.   Este   principio   de   sustitución,   por   lo   general,   es 

presentado por la misma madre, como se evidencia en el caso de Mariela:

“Ella nos daba a entender que si tienes miedo come, si tienes angustia come,  

si estás sola come. Lo que yo te explicaba o esa, habían cuatro niñas en una  

casa, no estaba la mamá y nos comíamos las galleta que ella nos dejaba. Era  

como que la mamá nos preparaba mucha comida para las cuatro niñas que nos  

quedábamos solas, y eso era una  forma  de suplir  su ausencia  puede ser” 

(Mariela)

En esas circunstancias, entendiendo la comida como un símil del amor de la madre, el 

rechazar su comida equivale a rechazarla a ella34.

“No podían explicarse como no querías comerte el postre que hizo la mamá,  

que se amaneció haciendo. Eso era como un rechazo a ella” (Mariela)         

Estas jóvenes no sólo anhelan a la madre, sino que también los alimentos que ella 

prepara, de manera que la falta de éstos es vivida con gran angustia. Es el caso de 

Andrea, quien identifica como un período de crisis aquel en que tuvo que alejarse de su 

madre e irse a vivir con una tía que no se preocupaba de su alimentación cotidiana. 

“Cuando   estaba   donde   la   tía,   nosotros   éramos   niñas   chicas,   y   ella   se 

despreocupaba, digamos de la parte comida, o desayuno, no nos dejaba pan, y  

en ese tiempo no habían termos eléctricos, ni nada que se parezca, entonces no  

se preocupó y eso a mi me hacía extrañar más todavía a   la mamá, pensaba  

mucho en ella y me sentía muy sola”(Andrea)

33 Transustanciación es el proceso mediante el cual el cuerpo y la sangre de cristo se convierten en pan 

u ostia. Es decir, la vida se vuelve alimento. 

34 Esta idea es central, ya que, como se verá más adelante, uno de los significados que trascienden al 

acto de comer es el rechazo a la madre y todo lo que ella representa, cuyo origen está en esta asociación 

inicial.     

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Al mismo tiempo, los alimentos son sentidos por ellas como importantes fuentes de 

placer y felicidad, esto seguramente potenciado por la asociación con la madre y los 

sentimientos de protección y cariño vinculados a ella. Este recuerdo de placer con la 

comida está relacionado además con la ausencia de preocupación por el peso durante 

esa época.

“Era sibarita cuando chica, de hecho me comía  en los asados los platos casi a  

la par con mi abuelo y yo lo gozaba por que en ese tiempo, que tenía 8 o 10 

años, no había un tema de preocuparme por el peso” (Catalina)

“Para mi comer era alegría ...me encanta comer” (María Jesús, 16)

Por otra parte, como ya se adelantaba, la salida de la madre del hogar también supone 

un abandono del espacio doméstico, y con ello una desarticulación de la alimentación 

socialmente ritualizada, lo que generaría una crisis en la identidad alimentaria, (Fishler 

1995 y Gracia Arnaiz, 1996).

En este contexto, el alimentarse se vuelve un acto de elección individual, donde tanto 

cantidades   como   horarios   son   establecidos   libremente   por   el   comensal   según   sus 

preferencias personales. Asimismo, el comer se escinde de sus propiedades simbólicas 

y   sociales,  vinculadas  a   la  pertenencia  a  un  grupo,   la   transmisión  de  afectos  y   la 

comunicación, entre otros, lo que según Fischler (1995), generaría un profundo vacío 

en   el   individuo.   Como   lo   señala   este   autor,   este   sería   el   escenario   ideal   para   la 

proliferación de comportamientos alimentarios anómalos, detonado entre otras cosas 

por el consumo excesivo de alimentos. 

Lo planteado por Fishler coincide con lo señalado por las mujeres entrevistadas, en 

cuyos recuerdos infantiles aparece de manera recurrente la idea del exceso, es decir, de 

comer descontroladamente o más de lo necesario, comportamientos que tienen lugar 

justamente ante la ausencia de la regulación alimentaria materna. Por lo visto, este es 

uno de los comportamientos  que estaría en el origen de los TCA. 

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“Cuando chica venía acá  a Osorno sola, donde mi abuela y como que me 

desbandaba, porque mi abuela o la nana me daban cosas dulces,  tradición 

alemana,   entonces   todo   rico   y   yo   era   sibarita   comía   mucho,   demasiado” 

(Catalina 24)

“En la ausencia de mi mamá por ejemplo yo recuerdo a la hora de la once 

significaba que yo no tenía control sobre la comida, y cuando yo llegaba nadie  

controlaba   la  alimentación,   entonces,   yo   terminaba  comiendo,  pudiera   ser,  

más de lo normal, porque empecé a engordar” (Mariela) 

“Yo a veces comía más de lo debido, me repetía un plato por ejemplo, como mi  

mamá trabajaba yo estaba con la nana y a ella le podía decir: me das otro  

plato, y me lo daba, entonces siempre tuve como esa tendencia a engordar  

cuando era chiquitita” (Catalina, 24)

Ahora   bien,   por   lo   visto,   este   exceso   en   la   ingesta   de   alimentos   también   estaría 

relacionado con el ya señalado mecanismo de sustitución de la madre a través de la 

comida. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿Por qué en esta sustitución se hace necesario 

el exceso?, ¿Qué está tratando de ser llenado a través de los alimentos?. Al parecer, en 

este  mecanismo   trasciende   la   ilusión  de   llenar   o   suplir  vanamente  vacíos  no   sólo 

relativos a la madre, sino que también otras tensiones emocionales y afectivas. Se trata, 

por lo tanto, de una búsqueda utópica, dado que finalmente la comida nunca podrá 

equivaler a aquello que ha causado el daño o el vacío. Esta imposibilidad sería uno de 

los elementos que estarían generando una sensación de ansiedad por la comida. 

En algunos casos, esta ansiedad se acrecienta producto de las constantes restricciones 

impuestas sobre la alimentación, principalmente por los padres, cuyo objetivo es evitar 

la gordura en sus hijas. Se genera así un discurso de restricciones que va tomando cada 

vez más fuerza en estas mujeres, y de esta manera, se va socializando, principalmente 

vía femenina, un saber y una práctica que están en el origen de los TCA: la dieta. 

“Cocinaba la nana, y como tenía tendencia a engordar mi mamá trataba de  

hacer todo lo posible de comida sana, por ejemplo de colación me mandaba  

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manzanita,   o   trataba   de   hacerme   por   ejemplo   carnes   magras,   nunca   me  

alimentó como ahora a los niños que le dan el “rico” ponte tu, porque tenía la  

tendencia a engordar”  (Catalina)

“Mi mamá siempre me ha cocinado, ella siempre cuidándome de las grasas, no  

por que adelgazara sino que por la salud. Comía ensaladas, verduras, sopa,  

pero todo sin aceite, si me hacían un huevo no era con aceite, todo lo menos  

caloría y lo menos grasas para mi” (María Jesús)

Este mensaje, sin embargo, es sentido como contradictorio y como una deslealtad por 

parte de la madre, quien primero les ha presentado los alimentos como bondadosos y 

protectores,   promoviendo   e   incentivando   su   consumo,   y   luego,   como   enemigos, 

restringiéndolos   severamente.   Simbólicamente,   es   como   si   la   madre   estuviera 

restringiendo su cariño hacía ellas, y por lo tanto se trataría de una suerte de destete35. 

Fruto de esta contradicción, se comienzan a gestar dos de los elementos que serán 

centrales durante el desarrollo del TCA.  Por una parte, la sensación de rabia y rechazo 

a la madre, y por otra, el sentimiento de amor y odio hacía los alimentos. 

II.2.­ Relación con los alimentos durante el TCA

Como   se   ha   descrito   en   la   literatura,   los   TCA   comienzan   con   una   progresiva 

preocupación por la apariencia personal, en particular por el peso. Así, de a poco van 

tomando   fuerza   en   los   imaginarios   de   estas   mujeres,   una   serie   de   ideologías 

nutricionales orientadas a disminuir su volumen corporal, lo que finalmente termina 

dirigiendo todos sus comportamientos alimentarios e incluso sus vidas. 

Por   lo   general,   los   primeros   períodos   del   trastorno   se   caracterizan   por   episodios 

bulímicos,  es decir,  de  ingesta excesiva de alimentos,  seguido en algunos casos de 

vómitos. Algunas de ellas continúan durante todo el trastorno con un comportamiento 

35 Proceso, que como se ha señalado genera muchas veces un rechazo hacía la madre, que no quiere 

seguir entregándose al hijo (Aarhus­révidi 1997). 

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purgatorio,  otras  en  cambio,  en menor  o mayor  medida,  van evitando  los  vómitos 

mediante   la   progresiva   restricción   alimentaria.   Son   estos   elementos,   lo   que   van 

tejiendo las sutiles líneas divisorias entre anoréxicas y bulímicas. 

Pero sin lugar a dudas, lo que trasciende en ambos tipos de trastornos es un relación 

conflictiva con los alimentos, así como una búsqueda de identidad a través de ellos. 

En ese sentido, lo que se pretende en este subcapítulo es indagar en las características, 

comportamientos y valoraciones asociadas a la alimentación una vez desarrollado el 

trastornos.

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II.2.1.­Amor y rechazo a la comida, la gran paradoja 

A diferencia de lo que se piensa comúnmente, las mujeres que dejan de comer no lo 

hacen por falta de apetito36, sino muy por el contrario, éstas en su mayoría, asocian la 

comida a una sensación de placer sublime, capaz de mitigar   todos sus malestares y 

angustias.   Además,   debido   a   las   restricciones   a   las   que   se   someten   de   manera 

constante,   sienten un hambre continuo, lo que las conduce a pensamientos obsesivos 

sobre los alimentos. El conflicto se produce dado que de manera paralela, operan en 

ellas una serie de ideas negativas con respecto a la comida. Esta contradicción, se va 

volviendo cada vez más compleja en  la medida en que van  tomando fuerza  las ya 

señaladas ideologías nutricionales y valóricas propias de los TCA. 

Esta   contradicción   inicial  da  pié   para   introducir  uno  de   los   elementos   centrales  y 

característicos de estos trastornos: la paradoja de amor y odio hacia los alimentos, la 

que también se expresa bajo las ideas de necesidad y rechazo. 

Indagar en esta contradicción es fundamental, ya que como se verá a lo largo de esta 

investigación, es un sentimiento que cruza casi todos los aspectos de la vida de estas 

mujeres, pero que sin embargo, es identificado predominantemente en relación a los 

alimentos. 

“La comida la veo con mucho respeto, la veo a veces como un enemigo y lo veo  

a veces como mi energía, mi bencina” (María Jesús)

“Yo soy panera,  pero es mi amigo y mi enemigo el pan” (Mariana)

“Yo creo que mi relación siempre fue como medio enfermiza po, o sea con una 

sensación de  entre  querer   comer,   comer,   subir  de  peso  y   sentirme  mal  “  

(Gabriela)

Para profundizar en esta paradoja,  se analizarán primero las  ideas vinculadas a  los 

sentimientos   de   amor­necesidad   hacia   los   alimentos,   para   luego   exponer   aquellas 

36 Sin embargo, como lo señala Apfeldorfer (2004), en personas que llevan varios días de ayuno,  se 

produce una reacción corporal que inhibe el apetito durante cierto periodo de tiempo. 

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relativas al odio­rechazo hacia ellos.

Como ya se vio en el apartado anterior, la ideas positivas sobre los alimentos, así como 

la necesidad que estas mujeres generan hacia ellos, son valoraciones y actitudes que se 

arrastran desde la infancia. Sin embargo, una vez detonado el trastorno, y producto de 

los vacíos afectivos propios de los TCA,  éstos adquieren especial fuerza e importancia, 

acentuando su influencia en sus estados anímicos. 

“Para mi comer es alegría, me encanta comer, en el tiempo que estuve más con  

mi problema cocinaba cosas,  compraba chocolates  y   todo  lo  regalaba,  era  

como que yo necesitaba estar  en contacto con  la  comida aunque yo no  lo  

comiera.... yo creo que calidez. (María Jesús)

A partir de este testimonio, podemos ver que las propiedades que hacen del alimento 

un generador de placer y felicidad, van más allá de su potencialidad alimenticia, ya 

que,  como lo señala María Jesus,  el  sólo  contacto con él  genera una sensación de 

protección. 

Es por ello que en momentos de “crisis”, en particular, ante situaciones de profunda 

pérdida, frustración y soledad, como la muerte de un familiar cercano, o el abandono 

amoroso, estas mujeres recurren inmediatamente a la comida, como el primer refugio 

donde encontrar calma y protección. 

“Cuando yo hacía mis crisis, yo buscaba la comida (Gabriela)

“Después de mi abuelo y mi abuela, se murió mi papá, y ahí me desbandé, yo  

lo quería mucho y lo ví en la UTI y me despedí de él, mañana nos vemos hijita,  

y al día siguiente ya estaba con tubos, en coma y con su muerte me desbandé,  

empecé a comer, a comer, a comer y quedé súper gorda” (Catalina)

“Me sentía una persona  que no vale nada y eso me hace dar las ansias a veces  

de comer y vomitar” (Catalina)

“Yo que quería  estudiar,  pero  mi  papi  no  me  dejó,  me obligó   a  una vida  

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encerrada, sola, una vida que yo no quería y empecé a comer po y me empecé  

a encerrar del mundo” (Mariana)

Ahora   bien,   de   manera   paralela   a   estos   sentimientos   de   amor   y   necesidad,   los 

alimentos para estas mujeres, llevan implícitos una serie de valoraciones negativas, las 

que no sólo estarían relacionadas con la amenaza de gordura, sino que también con una 

serie de otras propiedades de orden tanto estético, como moral.

Una de las ideas que aparece con mayor fuerza es la de Contaminación:

“Yo tenía que tener un plato limpio, no tenía que tener ninguna partícula de  

pan o algo, limpiaba todos lo cubiertos, o sea ya me estaba volviendo de esas  

anoréxica.  Me  lavaba as  manos a cada rato,  no quería contaminarme con  

nada. (Catalina)

“A la comida le tengo fobia” (Mariela)

Resulta interesante relacionar este punto a lo señalado por Fishler (1995), en cuanto  a 

que todas las cocinas o sistemas alimentarios suponen una serie de reglamentaciones 

donde se establecen contaminaciones tanto positivas como negativas. En el caso de los 

TCA,   la   contaminación   negativa   parece   ir   asociada   al   contenido   calórico   de   los 

alimentos,   de   manera   tal,   que   dentro   de   esa   ideología   nutricional,   casi   todos   los 

alimentos son vistos como una amenaza. 

Sin   embargo,   habría   que   preguntarse,   aparte   del   aporte   calórico   ¿Qué   otras 

propiedades están presentes en los alimentos que los convierten en contaminantes?

Esta pregunta es central, ya que, por lo visto, para estas mujeres los alimentos parecen 

estar dotados de “otras propiedades”, incluso más contaminantes que las calorías, que 

amenazan con ser  transferidas al  cuerpo mediante  la  ya señalada homeostasis.  Son 

estas características las que convierten a los alimentos, en indigeribles en el caso de las 

anoréxicas y necesarios de ser vomitados en el caso de las bulímicas.

Una segunda idea que aparece asociada a los aspectos negativos de la comida, es la 

culpa.   Esta,   aunque   de   manera   más   silenciosa,   opera   con   mucha   fuerza   en   estas 

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mujeres, presentando una doble fuente de origen. Por una parte, el placer que genera el 

comer,   sobretodo,   comer   más   de   la   cuenta   y   por   otra,   el   rechazar   los   alimentos, 

vomitándolos. 

“Como y después me siento culpable, de haberme comido un pan, o haberme 

comido más de cuatro galletas, galletas de esas de las  integrales. (Andrea)

“Yo todavía los veo como enemigos, o sea si yo me como una torta me siento 

súper  culpable, que me voy a engordar” (Gabriela)

“Los primeros   tiempos cuando no  sentía pena ni  nah,  pero de  repente  me  

empezó a entrar remordimiento, porque yo creo en Dios y creo que la comida 

no se vomita, la comida es para alimentarse, no para vomitarla,  y me empecé  

a sentir mal po, eso de vomitar ya se convirtió como una enfermedad para mi.  

(Mariana)

“Lo vomito y ahí  me quedo tranquila, pero me viene la culpa de decir,   mi  

mamá me compró ese chocolate, gastó plata en esa comida y yo la vomito, por  

eso me siento  tan culpable (María Jesús)

En cuanto a  la culpa derivada del placer, resulta interesante destacar lo que señala 

Gloria   Yuri37  al   respecto,   ya   que   nos   podría   dar   luces   sobre   las   ya   señaladas 

propiedades que subyacen y dan sentido a estos sentimientos tan potentes. Ella sostiene 

que   por   lo   general   las   personas   que   sufren   de   estos   trastornos,   especialmente   las 

anoréxicas, tienden a rechazar el placer en su cuerpo, no sólo a través de la comida, 

sino  que   también otros  como  la  sexualidad.  Con ello,  estarían  rechazando  toda  su 

femineidad, así como la sensualidad y la percepción corporal. Este rechazo se debería, 

entre otras cosas, a que en su mayoría, estas mujeres han sido abusadas sexualmente 

durante su infancia, y cuando eso sucede hay una parte del niño que está disfrutando y 

otra que está dolida. Se trata, por lo tanto, de una tremenda paradoja, ya que por un 

lado le gusta y por otro, siente que es atroz lo que le está pasando. Ante esto, no es 

37 Entrevista realizada en Octubre de 2007.

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capaz de reconocer el placer que había ahí, transformándolo en un sentimiento terrible, 

que deriva en una culpa severa. Yuri señala que al comer pasaría algo similar, por un 

lado   saben   que   se   están   agrediendo,   pero   de   alguna   manera   también   lo   están 

disfrutando. Esto generaría tanta culpa que en el caso de la bulímicas se hace necesario 

vomitarlo   después.   Así,   el   placer   alimentario   estaría   revestido   para   ellas   de   una 

connotación sexual, lo que le daría ese sentido pecaminoso. Por otra parte, señala que 

en mujeres bulímicas lo que sucede es que hay un conflicto con el manejo del placer, 

por lo mismo, en ciertos momentos se lo permiten todo y luego nada.

En relación a esto,  resulta   ilustrador el  siguiente  testimonio de Alejandra Pizarnik, 

donde se refleja esta misma lógica de rechazo al placer.

Nunca me odio tanto como después de almorzar o cenar. Tener el estómago  

lleno equivale, en mí, a la caída en una maldición eterna. Si me pudiera coser  

la boca, si me pudiera extirpar la necesidad de comer. Y nadie goza tanto en 

esto   como   yo.   Siento   placer   absoluto.   Por   eso   tanta   culpa,   tanta   miseria  

posterior. (Pizarnik, 2003: 199)

En este sentido, sería interesante asociar este sentimiento a la idea de culpa original 

católica, según la cual todos los seres humanos somos portadores al nacer de una culpa 

heredada de nuestros antecesores, Adán y Eva.  Específicamente, esa culpa derivaría de 

la transgresión que habrían cometido al comer la manzana prohibida en el paraíso, en 

particular de Eva, quien habría disuadido a Adán de hacerlo38. En ese sentido, Eva sería 

la   responsable   de   este   pecado   original,   traspasando   este   karma   a   todas   sus 

descendientes y herederas. Así, habría una culpa original asociada a las mujeres y en 

particular a su capacidad seductora, centrada en el cuerpo, que luego derivaría en una 

moral cristiana donde las mujeres, y en especial su sexualidad,  ha sido vista como 

objeto de pecado. 

Al mismo tiempo, este sentimiento de culpa asociado al placer también podría estar 

vinculado a la desvaloración personal y la auto­flagelación que buscan provocarse con 

el fin de minimizar y adoctrinar su “desmedido” cuerpo. Por lo mismo, es frecuente 

38 La metáfora de la tentación de comer la manzana prohibida que Adán transgrede por culpa de  Eva, 

sería una clara referencia a la tentación sexual de la mujer hacía el hombre.

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ver   mujeres   anoréxicas   o   bulímicas   que   se   autoinflingen   cortaduras   o   golpes. 

(Apfeldolfer, 2004)

Por otra parte, y como ya se adelantaba, la culpa también surge por expulsar y rechazar 

la comida que les fue entregada. Esto se relaciona con el hecho de que reconocen el 

purgar como un comportamiento anómalo e incluso grosero, que contraviene muchos 

de los principios de  sociabilidad ali mentaria. 

Finalmente, es posible constatar que la paradoja de amor y odio hacia la comida, no es 

más que la metáfora de una contradicción vital con ellas mismas. 

En   ese   sentido,   los   alimentos   para   estas   mujeres   parecen   haberse   convertido   en 

significantes de una serie de ideas asociadas a  la madre,  como sexualidad,  cuerpo, 

amor, femeneidad y fertilidad, entre otros, rasgos que en definitiva, son constitutivos de 

su propia identidad como mujeres.

Así, esta paradoja sería el reflejo de una incapacidad de aceptarse a sí mismas y la 

necesidad  por   controlar   los   alimentos,  una  necesidad  de  controlar   sus  vidas,  y   en 

particular, aquellos aspectos que las constituyen como mujeres.

II.3.­ Comportamientos alimentarios durante el TCA

A   continuación   de   expondrán  y   analizarán   los   comportamientos   alimentarios  más 

característicos de los TCA. Si bien a lo largo de esta investigación no se han hecho 

mayores distinciones entre anoréxicas y bulímicas, entendiendo ambas manifestaciones 

como un solo fenómenos,  en este apartado se realizarán ciertas precisiones  relativas a 

cada uno de estos trastornos.

Como ya se señaló, uno de los comportamientos que aparece de manera recurrente en 

los discursos de estas mujeres es el exceso. Al igual que en la infancia, la constante 

contradicción entre la necesidad y el rechazo deriva en una profunda ansiedad hacía los 

alimentos. En función de eso, el comportamiento alimentario de estas mujeres pasa de 

periodos  de estrictas   restricciones  a  momentos  de consumo abundante.  Al  parecer, 

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ellas mismas no son capaces de establecer un equilibrio con respecto a  la comida, 

manteniendo con ellos una relación de todo o nada, en parte metáfora de la ya señalada 

relación de amor y odio hacia la madre.

Esto se presenta de manera más frecuente en mujeres bulímicas. 

  “Empecé a comer, a comer, comer y engordé po, no sé que tanto engordé,  

comía de todo, de todo, de todo, porque era como una desesperación, todo lo  

que viniera en  comida,  pero  en  exceso,  pan sobretodo,  porque  lo  que más  

encuentra uno en una casa como nosotros allá es pan po pan y ahí empecé a  

vomitar”  (Mariana)

Tanto en anoréxicas como en bulímicas, la medida del exceso parece ser relativa. Este 

está asociado a aquello que se sale del control que estas mujeres necesitan tener sobre 

la comida, como metáfora del control que buscan sentir sobre sus vidas.

“Cuando me pongo ansiosa, me vienen atracones, pero no atracones, yo nunca  

fui de atracones grandes, me como un chocolate ponte tu que está fuera de mi  

dieta y me dí el gusto de comer el chocolate” (María Jesús)

Así  nos  enfrentamos a  la  principal  diferencia entre  anoréxicas  y bulímicas.  En  las 

primeras, el principal objetivo es el control, es decir, ser capaces de manejar todos sus 

impulsos y en particular los alimentarios, con el afán de tener un control sobre sus 

vidas y su entorno. Al respecto, Gloria Yuri señala que: en la anorexia tu tienes una  

necesidad absoluta de control, es decir, son chicas súper autoexigentes, que se sienten  

sin poder para nada sobre su entorno, entonces se controlan ellas mismas,  lo que  

comen y sus cuerpo. Cuando una niña tiene un episodio anoréxico, yo le digo a la  

mamá, préstele el auto, y entre más grande sea, mejor, porque lo que ellas necesitan es  

sentir que están controlando algo.

Por su parte, como también señala esta investigadora: “las mujeres bulímicas, aunque 

anhelan el control, tienden a permitírselo todo, en ese sentido, la anoréxica es una  

niña buena, que no se permite nada, en cambio la bulímica es una niña buena que no  

puede dejar de ser la niña mala”

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En relación a  esto,  el  comportamiento alimentario  característico  de     los   trastornos 

bulímicos39  son las ingestas excesivas, seguidos de comportamientos compensatorios, 

generalmente, purgación o vómito. 

Para  indagar  lo que subyace a este comportamiento,  resulta interesante analizar los 

significados de la palabra purgar:

 

Purgar:   Limpiar,   purificar   una   cosa   quitándole   todo   aquello   que   no   le  

conviene; sufrir con una pena o castigo lo que uno merece por su culpa o 

delito; Padecer en el alma las penas del purgatorio (la culpa); dar al enfermo  

la medicina conveniente para exonerar el vientre. (diccionario)40

Por lo visto, el significado trasciende al hecho de botar el alimento no deseado. Este 

hecho no es azaroso, ya que como se verá, lo que estas mujeres buscan a través de este 

acto,  tiene  mucho que ver con esos “otros” significados. 

Como ya se señaló, la necesidad de expulsar el alimento del cuerpo se relaciona con la 

idea de contaminación presente en ellos, la que no sólo tiene que ver con su potencial 

engordador, sino que también con una serie de propiedades que lo convierte en algo 

contaminante. Entre ellas, lo femenino, lo corpóreo y lo maternal.

Así, retomando lo planteado por Kristeva (2007), es posible señalar que al vomitar, 

estas mujeres están buscando botar a su madre, o todo lo que tienen de ella y así, 

limpiarse de algo que les parece sucio, negativo, o abyecto (Ibid.). 

Al mismo tiempo, el purgar también estaría relacionado con la necesidad de expiar la 

ya señalada culpa, también asociada a lo femenino, a los sexual y al placer. 

En ese sentido, para la mayoría de estas mujeres el vómito parece constituirse en un fin 

en sí mismo.

“Más que la comida es el sentido de vomitar, para mi esa sensación es como 

botar. En ese momento era como botar lo malo que me estaba pasando, es  

algo medio ilógico, pero un sentido de botar algo, ver algo físico botado y que  

ahí caiga todo lo malo. No era pa nah eso, pero yo lo sentía así “(Gabriela)

39 Si bien el vómito es un comportamiento característico de la bulimia,  también se presenta en 

anoréxicas, sobretodo en los primeros periodos del trastorno.40 .www.rae.es

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“Cuando  caigo  en  depresión  o  en   tristezas  grandes  vomito,  me  desespero,  

como mucho y vómito. Yo cuando sufro, me voy a pique, sufro, vomito y caigo.  

Es que las épocas malas yo las vomito” (Mariana)

“Vomitaba, o sea, comía para vomitar” (María Jesús)

Estos testimonios nos hablan de que como intuíamos, en este acto de purgar hay un 

sentido que va mucho más allá del mero acto de expulsar un alimento engordador, ya 

que, al parecer se estaría botando, por una parte, el alimento y todos los significados 

asociados a él, y por otra, ciertos elementos anteriores presentes en el cuerpo. Entre 

ellos el propio pasado, o la condición femenina. 

Así, el vomito generaría una sensación de alivio en estas mujeres, convirtiéndose en un 

mecanismo de placer y refugio por sí solo. Como señala Gloria Yuri, sería una manera 

de canalizar la rabia que no puede ser comunicada. Al respecto, nos da el ejemplo de 

una pacientes:  Ella se había peleado con el pololo, el pololo se fue y ella se fue a 

acostar.  Pero no podía dormir,  entonces  se   lo  comió   todo,  se  lo  vomitó   todo y  se  

durmió tranquila. Qué le pasaba? ella se enojó y no pudo expresar su rabia, entonces  

se tragó lo negativo, pero después lo necesitó vomitar. Eso porque no saben manejar  

sus emociones negativas.

Volviendo a los comportamientos que se presentan en ambos trastornos, uno de los que 

aparece más tempranamente es el no comer en público. Por lo visto, estas mujeres 

esperan   estar   solas   tanto   para   provocarse   un   “atracón”41,   como   para   comer 

normalmente.

“Pasaban dos días, tres días que comía lo mínimo, tomaba agua, y después  

cuando mi mamá ya no estaba me hacía tallarines, me compraba lo que pillaba  

y gastaba mi plata en eso al final, era ilógico, comprar, gastar tu plata para 

comprar algo que tu ibas a vomitar (Gabriela)41 Este es el término que se utiliza generalmente para denominar los episodios de ingesta excesiva de 

alimentos. 

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“Siempre  comía  escondida,   quizás   cuando   estoy  con  alguien  puedo   comer  

normal, pero ya se va la persona, estoy sola y yo empiezo a comer, a comer, a  

comer, como una loca” (Mariana)

“Igual te da hambre, y ahí es donde viene el atracón de comida, porque estás  

sola, porque no puedes estar todos los días en fiestas, ni puedes estar saliendo  

todos los días, y llegas del colegio, y de nuevo estás sola por que los papas no  

están, trabajan todo el día y de repente viene” (Mariela

Este comportamiento podría estar relacionado con que, como sostiene Fishler (1995), 

el transgredir las normas alimentarias dentro de un sistema social es visto como una 

trasgresión grave a los principios y valores dentro del grupo, lo que en algunos casos 

implica un castigo.  Ante esto,  estas mujeres,  que saben que su comportamiento es 

anómalo, se alejan de los espacios sociales alimentarios, rompiendo con un principio 

central en la alimentación: el compartir. 

Al mismo tiempo, parece también haber algo de impúdico en el ser vistas comiendo, lo 

que se relaciona con la ya señalada vinculación entre el placer alimentario y el placer 

sexual.  Asimismo, se vincula con un tópico que se verá  en extenso en el  próximo 

capítulo, y es el hecho de que para estas mujeres su cuerpo es público, es decir, es 

construido a través de la mirada de los otros, y por lo tanto, debe ser visto como un 

cuerpo en abstinencia, no en placer. 

Otra  de   las   ideas   importantes  que  aparece  en  ambos  TCA,  es  el   rechazo hacía   la 

comida materna. En la medida en que van desarrollando el trastorno, estas mujeres van 

cambiando su alimentación, reemplazando la comida casera–materna por alimentación 

industrializada, es decir, por una comida inocua en términos simbólicos y afectivos. 

Lo que se retrata en los siguientes testimonios:

  “En mis peores periodos, comía  mucha comida chatarra, pero no como nada 

más” (Mariela)

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“Yo ahora no como esas comidas, las papas por ejemplo no las puedo ver, no  

tengo idea porqué, sabías que nunca había pensado en eso, como que todo ese  

especie de menú que te plantean los papás, o sea la mamá en la infancia como 

que ya no es parte de mi alimentación. La fruta la como muy poco, y eso que  

mi mamá hacía tanta conserva y cuestiones, nada” (Mariela)

“No me gustaban los huevos de campo ni Leche de Vaca, ni niuna de esas  

cosas, o sea lo que más comía era  Pan y café o té., niuna de esas cosas y me  

retaban   po,   porque   eran   siempre   las   mismas   comidas   y   yo   no   comía”  

(Mariana, 29)

“Tenía una nana....y yo le pedía que me hiciera de todo, hamburguesa, pan,  

papa fritas, y después de comer eso yo lo vomitaba (María Jesús)

Esto se podría deber a que, como señala Girard (1996), la comida industrializada es 

incomparablemente más  fácil  de ser  vomitada o rechazada que aquella  de nuestras 

madres. La comida de la madre es sustantivamente más nutritiva en términos tanto 

biológicos, como afectivos, ya que contiene no sólo su cariño, sino que además una 

serie de valores asociados tanto a ella como mujer42, como al medio cultural en el que 

se encuentra   inserta.  Por  lo mismo, al  ser  mucho más contundente en términos de 

significados, “engorda” más que aquella carente de éstos. De este modo, parece lógico 

que lo poco que comen las mujeres anoréxicas como Mariela o Andrea sea comida 

“chatarra” o “industrializada”,  y que lo que más fácil  se vomite,  en el  caso de las 

bulímicas, también sean ese tipo de alimentos. 

Por otra  parte,  en el  rechazo a este   tipo de comida,   también hay una búsqueda de 

blanqueamiento.  Como  ya   se  ha  dicho,   los   alimentos   son   importantes   indicadores 

socioculturales,   tanto   de   etnia   como   de   clase,   entre   otros.   Particularmente,   los 

alimentos preparados por las madres de estas mujeres dan cuenta de un origen no sólo 

campesino, sino que también indígena. Así, en el rechazo de ese tipo de alimentación, 

también   se   esconde   una   negativa   a   ser   parte   de   ese   mundo,   y   sobre   todo   a   ser 

42 Son valores no sólo relativos a su condiciona de mujer, sino que también a su situación como mujer 

dentro de la sociedad. En este caso, desvalorada, transgredida y violentada, entre otras cosas. 

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reconocidas   como   tales.   Ante   esto,   el   consumo   de   alimentos   industriales   supone 

simbólicamente constituirse en parte de un universo cultural, que como ya se señaló, se 

les   presenta   como  paradigmático   y   ajeno   a   una   serie   de  valores   que   les   generan 

conflictos. 

Por   último,   un   elemento   interesante   que   surgió   en   los   discursos   de   las   mujeres 

entrevistas   fue   la   constante   la   asociación   entre   comida­vida   y   no   comida­muerte. 

Como se ha visto, las ideas en torno a los alimentos se podrían sintetizar en el concepto 

de vida, de manera tal que el no comer estaría asociado al de muerte. 

Si bien esta relación está presente tanto en bulímicas como en anoréxicas, es en estas 

últimas donde el discurso adquiere un carácter particular, ya que de manera explícita 

asumen la posibilidad de muerte que se esconde detrás de la inanición. Al parecer,  la 

anoréxica busca en el no comer, un pequeño suicidio, dejando así ese cuerpo que la 

atormenta. 

“Mi papá me dijo, tengo que hablar contigo, tu Opapa se murió, y te juro que  

para mi fue lo peor, en ese momento yo quise suicidarme, me comí un helado y 

dije: esto es lo último que voy a comer, me comí el helado y me quise suicidad  

con tres pastillas de ­­­­­, ahí empezó el tema de querer irme, y ahí empecé a 

bajar más y más de peso (Catalina, 24)

“A veces quiero adelgazar para verme mejor, según yo, y otras veces no como 

por que yo sé que si no como las fuerzas se me van a ir agotando, y me voy a  

caer en cama y no sé po que  va   a   pasar   conmigo,   pero   pienso   yo   que   me 

podría morir, pero después... es como contradictoria“ (Andrea)

 

Por su parte, Mariana (bulímica) identifica esta vinculación de otra manera, ella asume 

la pérdida de un hijo anterior como producto de los vómitos, es decir, que el vómito 

sería  una negación de la vida. Y por lo mismo ante los embarazos, pese a vivir malos 

momentos, ella prefiere no “vomitarlos”, para así no dañar a su hijo

“Seguí vomitando hasta hace un mes parece, casi un mes. Es que después que  

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supe   que   estaba   embarazada   empecé   a   vomitar,   por   que   no   quería   a   mi  

guagüita pero me preocupa como lo voy a criar, si yo no me siento bien, me  

siento enferma” (Mariana)

“Y un día andaba de tres meses, cuando desee comer uvas y no las comí y, y  

perdí mi guagüita” (Mariana)

Ante esto, y retomando lo señalado por Sherry Ortner (2004), en cuanto a la relación 

que se ha establecido entre las mujeres y la vida, es posible señalar que el mismo acto 

de rechazar el alimento es una negación de la vida, que finalmente se expresa bajo la 

idea   de   un   suicidio   paulatino.   Particularmente,   esto   supone   una   negación   de   la 

feminidad  y   de   un  destino  que   les   ha   sido   trazado,   que   como   señala  Simone  de 

Beauvoir (2005), las relega al hijo, al hombre, a la tumba. 

Finalmente, como se ha visto a lo largo de este capitulo, los TCA son un conjunto de 

saberes y prácticas,  transmitidos socialmente a un segmento particular de la población 

y sustentados en una particular ideología nutricional, así como en un conjunto de 

representaciones y valoraciones sobre los alimentos.

Ante esto sería posible establecer una relación entre los TCA y lo que Fishler (1995) 

denomina una cocina: “representaciones, creencias y prácticas que están asociadas al  

modo de preparar y consumir los alimentos y que comparten los individuos que 

forman parte de una cultura o de un grupo al interior de una cultura”.(Ibid: 28). 

Además, según lo señala este autor, las cocinas, entre otras cosas definen: categorías 

sobre los alimentos, reglas para su consumo, asociaciones y valoraciones para los 

distintos alimentos, así como un repertorio de alimentos comestibles o no comestibles. 

Todos estos son elementos, que como se ha visto, están presentes en los TCA.

De este modo, podemos señalar que si bien hay factores psicopatológicos que 

contribuyen al desarrollo de estos trastornos, lo que los constituye en la principal 

alternativa de escape frente a tensiones emocionales femeninas y adolescentes, es, al 

igual que en todos lo demás comportamientos alimentarios, un conjunto de ideas y 

significados asociados a ellos. Como señala Fishler (1995) “Las reglas y prácticas 

alimentarias están estructuradas socialmente y es socialmente como toman su sentido 

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y su función” (Ibid,: 168) 

En ese sentido, no se trataría de una anomalía, sino que muy por el contrario, los TCA 

estarían   obedeciendo   a   una   exacerbada   internalización   de   las   pautas   alimentarias 

establecidas socialmente para ese grupo social. 

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Tercer capitulo: El cuerpo

“Con la llegada de la adolescencia y la menstruación el cuerpo infantil se torna 

cuerpo de mujer y se hace carne. Ante eso la niña siente vergüenza, presiente  en esos 

cambios una finalidad  que la arranca de sí misma;  adivina una dependencia que la 

destina al hombre, al hijo, a la tumba” Simone De Beauvois, (2005: 256)

Como   ya   se   ha   señalado,   los   trastornos   alimentarios   se   sostienen   en   particulares 

concepciones   del   cuerpo,   particularmente   en   aquellas   vinculadas   con   la   compleja 

constitución de la identidad femenina. Es por ello que para comprender los principios 

simbólicos y culturales que subyacen a estos fenómenos, será preciso analizar dicha 

relación. 

En función de aquello,  en el presente capítulo se indagará en las ideas vinculadas con 

el cuerpo femenino, en particular las imágenes y valoraciones que estas mujeres han 

elaborado respecto de su propio cuerpo, así como el modo en que se relacionan con el 

mundo a través de éste.

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En un primer momento se desarrollarán aquellas ideas y valoraciones que emanan en 

relación al  proceso  de   transformación corporal,   es  decir,   el  paso  de  niña  a  mujer, 

momento en el cual todas las mujeres entrevistadas han desencadenado el trastorno. 

Luego se analizará el modo en que ellas construyen simbólicamente su cuerpo una vez 

desarrollado   el   TCA,     en   el   que   se   sostienen   muchos   de   los   comportamientos   y 

valoraciones propios del trastorno.

Resulta necesario señalar, que al igual que en gran parte de esta investigación, tanto 

Anorexia como Bulimia serán entendidos como un sólo fenómeno, sin hacer mayores 

distinciones entre ambos. Esto debido a que en ambos tipos de trastornos, las ideas y 

valoraciones   con   respecto   al   cuerpo   resultaron   ser  muy   similares,   de   manera  que 

resultaría aventurado establecer distinciones dado además el pequeño grupo de mujeres 

con el que se trabajó. 

 III.1.­Adolescencia, la emergencia de un destino

Por   lo  visto,  y  coincidiendo con  la   literatura   relativa  a  este   tópico,  en   todas  estas 

mujeres   los   trastornos   del   comportamiento   alimentario   se   inician   durante   la 

adolescencia. Esto se debería a que, como lo señala Simone de Beauvoir (2005), es 

durante este período que la niña se enfrenta bruscamente con un destino que le ha sido 

trazado y que la relega a la prisión de su cuerpo. 

En   el   caso   de   las   mujeres   entrevistadas,   este   paso   parece   suceder   de   manera 

especialmente violenta. Por lo visto, para ellas el advenimiento del cuerpo femenino 

supone una angustia particular, dado que se vincula no sólo con su identidad y posición 

dentro de la sociedad, sino que también con inseguridades infantiles no resueltas y 

conflictos relativos a la madre y al padre, entre otros. Asimismo, se relaciona con una 

serie de pensamientos mágicos en torno a la importancia del cuerpo y  a la idea de que 

el  cariño de   los  demás,  de  ahora  en  adelante  ya  no  será  gratuito,   sino  que  estará 

condicionado exclusivamente por la apariencia física que logren construir. 

Esta   idea   se   vislumbra,   entre   otras   cosas,   en   la   importancia   que   adquiere   en   los 

discursos de estas mujeres el cambio físico que experimentaron durante ese periodo, 

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específicamente,  el  aumento  mamario,   las  caderas  y   la  menstruación.  En  lugar  de 

enorgullecerse y explorar con ellos toda la sensualidad y coquetería femenina, estos 

representan para ellas una carga molesta, asociada a la gordura y a la suciedad. Se trata 

por lo tanto, del enfrentamiento con un cuerpo que les es extraño y molesto, y que 

además está dotado de propiedades que como señalan los siguientes testimonios les 

provocan una profunda sensación de vergüenza y desagrado.

“Yo me sentía más gorda, no era que yo fuese más gorda. Porque si yo miro 

hacia atrás, me sentía gorda, pero estaba bien para mi edad. Podía tener trece  

años, estaba desarrollando todo el tema mamario, pero eso para mi era super 

incómodo,   inclusive   recuerdo   una   vez   en   que   mi   papá   me   dijo:   Camina  

derecha, andas toda encorvada, y eso fue terrible” (Mariela)

“Es que yo creo que la adolescencia de las mujeres es mucho más complicada  

que la de los hombres, se preocupan más de la apariencia física, les llega la  

menstruación, su cuerpo cambia, se desarrollan.  Entonces, yo creo que en las  

mujeres  es más  probable de no aceptarse a sí  mismas,  que su cuerpo está  

cambiando, y para contrarrestarlo, para ser más finita, más delgadita, y no ser  

como ella ya se está viendo.” (María Jesús)

Así, como señala De Beauvoir (2005), este nuevo cuerpo es experimentado no sólo con 

vergüenza, sino que también con culpa, lo que en el caso de estas mujeres se entiende 

en parte a través de la ya señalada relación que establecen entre el placer y la culpa. 

En este contexto, tener un cuerpo gordo sería “culpa” de la falta de control frente al 

placer que para ellas  supone el  comer,  y detrás del cual  se esconden recuerdos de 

abusos y­o pérdidas, que intensifican dichos sentimientos. 

Por otra parte, durante esta etapa de sus vidas toman conciencia de otras restricciones y 

deberes que están implícitos en ese nuevo estado corporal y que se asientan en las 

estructuras   de   división   desigual   de   roles   de   género   propias   de   las   sociedades 

occidentales, lo que las enajena de muchas de las libertades de las que gozaron durante 

su   infancia.  Esto   acrecienta   la   sensación  de  molestia   y   desagrado   con   esta   nueva 

materialidad,  que  además  va a   implicar  una  situación  de   inferioridad  dentro  de   la 

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sociedad.43

“Cuando salí de la escuela, quería estudiar y él no me dejó, entonces, le tomé  

rencor a mi papi. Me obligó a una vida encerrada, sola, una vida que yo no  

quería, y empecé a comer po, me empecé a encerrar”  (Mariana)

“Tienes que cumplir con todos los parámetros, y dadas las características del  

padre que era muy exigente tu querías cumplirlas todas” (Mariela)

Es así  como a partir  de ese momento se hacen conscientes de que su cuerpo será 

observado y constantemente evaluado por quienes están a su alrededor. En ese sentido, 

su vinculación con los demás será a través y en la medida de su cuerpo. Este último 

además,   será   entendido   como   reflejo   de   un   estado   interior   y   de   un   particular 

comportamiento moral.

Se consolida así una fuerte presión sobre ellas, y en particular sobre su apariencia, la 

que deberá ser modelada y construida como metáforas de sí mismas, en una etapa de la 

vida   en   la   que   se   ven   enfrentadas   a   la   exigencia   de   construirse   como   personas, 

independientes de la infantil protección paternal. Ante eso y ante las exigencia de su 

medio social,  el   ideal de delgadez se  transforma en  la máxima en su construcción 

identitaria. 

Como se adelantaba,  esta presión proviene, por una parte de la familia, tanto del padre 

que las observa, como de la madres y abuelas, quienes a modo de legado femenino les 

transmiten la importancia de éste y el modo de cuidarlo, y por otra, del medio social, 

particularmente de la escuela, dentro de la cual para ser valoradas deberán ser bellas y 

sobre   todo   atractivas   para   los   hombres.   Este   último   punto   es   central,   dada   la 

importancia  que adquiere para ellas,  durante  esta  etapa de sus  vidas,  encontrar  un 

“príncipe azul” que las ame,   las  proteja y  las  consolide como mujeres.  Esto cobra 

mayor fuerza en la medida en que, como ya se señaló, se hacen conscientes de que el 

mundo es masculino,  y que para  tener  un  lugar  dentro de  la  sociedad deberán ser 

43Como señala De Beauvoir:  “Lo que sucede es que el cuerpo infantil se torna cuerpo de mujer y se  

hace carne. Ante eso la niña siente vergüenza....presiente en esos cambios una finalidad  que la arranca  

de   sí  misma;  Una vez  púber,  el  porvenir  no  sólo   se  acerca,   sino que se   instala  en su  cuerpo,   se  

transforma en la más concreta realidad.” (2007:269­271)

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queridas   y   respetadas   por   ellos.   Así   comprenden   que   su   cuerpo,   como   arma   de 

conquista,   será   la  única   herramienta   disponible   para   ser   consideradas   y  valoradas 

dentro de los grupos sociales en los que se encuentren insertas44. 

“Tengo   la   impresión   de   que   como   que   en   la   adolescencia   te   viene   ese  

trastorno, porque tu estás sometida en el colegio a harta presión, sobretodo del  

medio” (Mariela) 

“Lo fuerte fue el  paso desde el octavo a la media, ya que eso significaba que 

yo iba a tener que entrar al liceo mixto, donde hay niños, yo tenía 13 años y ya  

quería parecer más linda, qué se yo, tenía la expectativa además que vay a  

empezar a pololear” (Mariela)

“Empecé  a  entrar en la  adolescencia,  como a  los 12 años y  me empecé  a  

cuidar,   ya   venía   el   verano,   me   gustaban   los   chicos,   entonces   empecé   a 

vomitar” (María Jesús) 

Al parecer, el ser valoradas y amadas por un hombre constituye para ella una suerte de 

realización social y por lo mismo, comprenden que las demás mujeres de su edad son a 

la  vez  que  pares,   sus   rivales  contra   las  cuales   es  necesario   competir   en  belleza  y 

atractivo para lograr la tan anhelada mirada y valoración masculina. 

“Yo era más gordita que mi hermana gemela, ella era delgada, entonces todo 

el tiempo nos comparaban, todo surgió en la comparación. Además mi abuela,  

la familia de mi papá  son delgados todos, entonces siempre me decían, qué  

gordita,  que  esto,  que   lo  otro,  y  mi  hermana  siempre  delgadita,   y  eso  era 

terrible” (Gabriela)

44 Esto se relaciona con lo que señala Simone de Beauvoir, con respecto a las jóvenes: Todo se inclina a 

hacer que la adolescente centre su interés en hacerse vasalla; sus padres la comprometen a ello. El 

padre muestra orgulloso los éxitos conseguidos por su hija y la madre ve en ellos el porvenir. Las pares 

la admiran y envidian si recoge el mayor numero de homenajes masculinos. El hombre permite a la 

mujer acceder a su dignidad social integra y realizarse sexualmente como amante y como madre” 

(2005:270)

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“Mi amiga siempre era más atractiva, muy delgada, me entendis. Entonces, eso  

ya   te   empieza  a  generar  como  el   compararte   con  otra  persona  que   se   ve  

exitosa,  que  a  ella   si   le  proponían  pololeo,   y   eso  como que  te   empieza  a 

someter un poco a presión” (Mariela)

Estas mujeres sienten que no responden a ese paradigma de belleza, fundamentalmente 

porque tienen muy vivo el recuerdo de haber sido constantemente criticadas por su 

contextura corporal durante su infancia. Además, como se verá más adelante, esa “niña 

gorda” que fueron las sigue y las seguirá acompañando tormentosamente durante todo 

el desarrollo del trastorno.

“Mi niñez, con mis pares, fue super traumática por que todos me molestaban 

por una u otra cosa, pero por sobretodo porque era más gordita, me decían  

globito” (Catalina)

“Mi abuela materna, siempre fue como flaca y todo y a mi siempre me trataba  

como chancha, gorda” (Catalina)

Por  otra  parte,  este  proceso  de   transformación corporal   lleva  implícita   la  amenaza 

ineludible de convertirse en sus madres, las que como ya señalamos, desde la infancia 

se presentan como los modelos de mujer que inevitablemente algún día serán, modelos 

que  no   representan   lo  que  estas  mujeres  persiguen,   considerando  que   las  madres, 

aparte del estatus inferior que han ocupado, en su mayoría, son o han sido gordas, y 

fruto de ello,  desvaloradas por  los otros.  Así,  este  legado se  les  presenta como un 

fantasma amenazante del cual precisan liberarse.

“Mi mamá era una persona que tenía muy bajos niveles de escolaridad, a lo  

más ella era hermosa, en el sentido que era muy delgada, pero llegó a pesar  

113 kilos, pero cuando ella conoció a mi papá ella no pesaba más de 45 kilos.”  

(Mariela)

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“Mi mamá es de tendencia a la gordura, pero no es gorda, es masiza nomás, y  

a ella también mi abuela la retó. Ella se fue a Alemania, subió 20 kilos y mi  

abuela le hizo la cruz” (Catalina)

Ahora bien, cabe preguntarse, porqué la exigencia social sobre el cuerpo es entendida 

por   estas   niñas   como   una   exigencia   de   delgadez.   Una   de   las   respuestas   podría 

encontrarse en las modas y los medios de comunicación. Sin embargo, esto parece no 

bastar,   ya   que   la   respuesta   podría   encontrarse   en   la   permanencia   del   ya   señalado 

conflicto de amor y odio hacia la comida y el cuerpo.   De este modo, en el afán por 

adelgazar se escondería un doble propósito, por una parte, volverlo bello y deseable, y 

por otra, atenuar las inminentes e indeseables transformaciones femeninas. 

“Cuando empecé con este problema, como a las 14 o 15 años, ahí empecé a  

bajar las notas harto, por que me preocupaba solamente de cómo me veía, de  

cuanto   bajaba,   cuánto   subía,   entonces   ocupaba   todo   mi   tiempo,   toda   mi  

energía en  mi apariencia” (María Jesús)

“No me gustaba mi cuerpo, me daba rabia, no me gustaba tener guata y lo 

único que quería era ser flaca, flaca” (Mariana)

Del mismo modo, estas mujeres suponen que, entre otras cosas, el tan anhelado éxito 

con los hombres depende exclusivamente de su contextura corporal. Esta idea se irá 

acentuando en la medida que se desarrolle el trastorno, llegando, durante la plenitud de 

este, a asociar todos los éxitos y fracasos a su medida corporal.

“Como a los 16, para mi era como woow porque me pescan cachai, todo ha  

girado en torno  la gordura, ah me están pescando, quiere decir que no estoy  

gorda” (Carolina) 

Como se ha visto, los TCA aparecen principalmente durante la adolescencia, asociados 

a   conflictos   relacionado   con   el   paso   de   niña   a   mujer.   Ante   esto,   y   frente   a   la 

recurrencia de estos fenómenos,  es posible pensar que se estarían constituyendo en 

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especies de ritos de pasajes contemporáneos, dado que se ha visto, que en mayor o 

menor grado, casi   todas las adolescentes sufren algún tipo de trastorno alimentario 

durante esta época.

III.2.­ Ser = Cuerpo

Como ya se ha señalado anteriormente, los TCA se vinculan fuertemente con el ser 

mujer  y por   lo   tanto  también con  todas   las  cargas  y significados  que comporta  el 

cuerpo femenino como espacio simbólico. 

Es  por  ello  que  más  allá   de   los  hábitos  alimentarios  que  estas  mujeres   adquieren 

durante   el   trastorno,   lo   que   subyace  a   ellos   es   un  particular  modo  de   entender  y 

relacionarse con el cuerpo, el que se ha ido desarrollando a partir de la adolescencia. 

En   relación  a   esto,   a   continuación   se   indagará   en  el  modo  como se   relacionan  y 

entienden su cuerpo una vez desarrollado el TCA, es decir, una vez que las ideologías 

propias de los TCA han sido completamente incorporadas.

Un  primer   elemento  que  caracteriza   esta   relación   es   la   extrapolación  del  mensaje 

Mujer=Cuerpo.  Si  bien es  una idea que se arrastra  desde la  adolescencia,  una vez 

desarrollado el TCA, este adquiere mayor fuerza, de manera que interpretan, que todo 

lo que son o pueden llegar a ser está determinado por su apariencia y en particular por 

su contextura. Esto responde a que entienden que su existencia como mujeres, no es 

más que corporal. Síntoma de aquello es que toda la atención se centra en el cuerpo y 

por  sobretodo, en construirlo  de acuerdo a   los parámetros que ellas  suponen serán 

valorados por los demás. 

El  cuerpo,  se  consolida  así   como metáfora de  ellas  mismas,  ya que como espacio 

simbólico, es significante no sólo de una clase social, sino que también de una etnia, de 

un tipo de personalidad e incluso de un comportamiento moral. Es por ello que detrás 

de esta   construcción subyace el incansable anhelo de modelarse tanto a sí  mismas 

como sus vidas. 

“Acá donde trabajo hay muchos profesionales a honorario, pero hay muy pocos  

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que han conseguido, como en mi caso, contrato, eso lo logré yo, y tuve que 

trabajar Sábado y Domingo y feriados y tuve que trabajar este look de gente  

sofisticada, aunque no lo seas. Y tienes que tener comentarios inteligentes, y  

tienes que ser un referente.   Pero a mi me gustaría  decirle, deja de tener esa  

opinión, por que me obligas a seguir prestando atención a mi cuerpo, a mi  

imagen” (Mariela)

Se entienden a sí mismas como un cuerpo que comunica, convencidas de que tanto el 

cariño   como   la   valoración   de   los   demás   hacia   ellas   serán   la   recompensa   de   la 

apariencia física que logren tener. El hacerse de un cuerpo bello y esbelto se convierte 

para ellas en una máxima de vida, en el que además se juegan el éxito o el fracaso en 

ámbitos tan fundamentales como la amistad, la realización profesional o el cariño de 

pareja. 

“Mi papá  me decía que a  las personas más gordas no las querían, no  las  

tomaba mucho en cuenta” (María Jesús)

 

“Yo me  limitaba  a  eso,   la  delgadez  es   felicidad,  es  como que para  mi  va  

asociado a  eso,  por  que  veía a  mi hermana que ella   siempre atraía a  los  

chicos, o íbamos a una fiesta y preguntaban por mi hermana, o íbamos a algún 

lugar y preguntaban por mi hermana, y como que yo pasaba piola en todos  

lados” (Gabriela)

Así,   tanto triunfos como fracaso son interpretados como una suerte de recompensa 

frente   al   sacrificio  psíquico,   físico  y  moral  que  supone dejar  de  comer  para  estar 

delgadas. En este contexto, los fracasos son entendidos como una especia de “castigo 

divino” ante el incumplimiento del régimen alimentario ascético45.

“Tenías  buena   figura,   entonces   yo   siento  que   si   era   feliz,   porque  por   eso 

trabajé, porque además no había culpa” (Mariela)

45 Ese régimen tiene que ver también con un tipo de comportamiento restringido y controlado que se 

impone como norma moral a las jóvenes, asociado a valores como la femineidad y la educación.

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“El   caso   es   que   no   puedo,   no   he  podido,   no  he   tenido  ninguna   relación  

importante en mi vida, y te auto castigas cuando las cosas no resultan como tú  

quieres” (Mariela)

III.3.­Ser a través de los otros

Otro   elemento   interesante   en   relación   al   modo   cómo   estas   mujeres   construyen 

simbólicamente su cuerpo, tiene que ver con la importancia que en esto le dan a la 

mirada de los otros.

Como   ya   se   ha   señalado,   estas   mujeres   perciben   su   apariencia   en   función   de 

apreciaciones externas. Esto sucede en la medida en que ese cuerpo físico y femenino 

con el que se presentan y relacionan con el mundo, es experimentado como un alter 

ego, que se construye a partir de miradas ajenas. 

Al parecer, estas mujeres sufren una suerte de anestesiamiento46 frente a la percepción 

directa  de  su  propia   corporalidad,  de  modo  que aprenden  a  concebirlo  de  manera 

indirecta. 

“Debo reconocer mi cuerpo, y sé que falta harto todavía, pero yo supongo que 

se tiene que arreglar” (María Jesús)

Esto responde al hecho de que no quieren sentirse, ni menos tener que enfrentarse a ese 

cuerpo de mujer que les resulta indeseable. Toda la atención y el esfuerzo se centra 

entonces   en   simular   una   apariencia,   como   único   mecanismo   para   valorarse   a   sí 

mismas.

“Necesito   verme  bien,   o   sea  que  me  digan  que  me   veo  bien  y   flaca  para 

sentirme bien. Si me dicen un piropo quiere decir, ah como que el tema de la  

gordura ya no está tan terrible, no estoy tan gorda”(Catalina)46 Al respecto, Gloria Yuri señala:  “Tu para poder hacer un TCA necesitas disociar cuerpo de mente.  

Se deja de sentir el cuerpo, no se puede vomitar, dejar de comer o pegarse un atracón si se siente el  

cuerpo, por que el cuerpo es perfecto, están todas la alarmas dadas, lo que pasa es que dejas de 

sentirla porque  cuerpo y mente están completamente disociados”

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Ahora, esta necesidad de ser valoradas por los demás, como mecanismo para quererse 

a sí mismas, podría obedecer a que, por una parte, se desvalorizan a tal punto que ni 

siquiera   se   sienten   dignas   de   hacer   juicios   sobre   sí   mismas,   y   por   otra,   a   que 

interpretan esa valoración positiva foránea como una demostración de cariño y aprecio 

hacia ellas. En ese sentido hay una percepción distorsionada de las demostraciones de 

cariño, detrás de lo cual se esconde un enorme vacío afectivo.

“Como que me están dando autoestima, me están subiendo el autoestima, por  

eso ando preguntando a  cada rato, mamá estoy flaca? Si es sí, me pone altiro  

relajada” (Catalina)

“He   subido   de   peso   y   me   siento   pésimo   por   eso,   pero   los   demás   están  

contentos y eso es lo que me interesa” (María Jesús) 

Así, al no poder experimentar directamente su cuerpo, se perciben a sí mismas a través 

de un objeto externo, lo que podría sintetizarse en la idea del espejo. Esta analogía es 

claramente ilustrada por Alejandra Pizarnik47, en “La condesa sangrienta”(Pizarnik,  

1971)

 (La condesa) En un espejo trazó los planos de su morada,  vivía delante de su  

gran   espejo   sombrío,   el   famoso   espejo   cuyo   modelo   había   diseñado   ella  

misma” 

En ese sentido, lo que estas mujeres estarían buscando, al igual que la Condesa, sería 

construirse como imagen reflejada, detrás de la cual se esconden ellas mismas. Sin 

embargo, como Pizarnik lo vislumbra en su prosa, esta sería una construcción vana, 

produciendo finalmente un vacío y una angustia aún mayor en ellas.

“Nadie   tiene  más  sed de   tierra,  de sangre y  de  sexualidad  feroz  que  estas 

criaturas que habitan los fríos espejos” (Ibid.)

47 Como ya se señaló, Alejandra Pizarnik padeció de trastornos del comportamiento alimentario desde su adolescencia. Estos desordenes se ve reflejados en gran parte de su obra.

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Ahora bien, esa mirada que construye no es cualquier mirada, sino que una mirada 

predominantemente masculina, esto debido a que como ya se señaló, ellas comprenden 

que están insertas en un mundo que es masculino, donde es esa la mirada que tiene 

valor. Por lo mismo, su principal afán es ser observadas y valoradas positivamente por 

ellos, ya sean sus padres o sus parejas48.

“Tenias miedo de ese rechazo que tu papa hacía tu madre fuese hacía a ti  

también,  por eso me preocupaba de ser tan inteligente, tan buena estudiante,  

sabes porqué, por que sentía que de alguna forma tenía que complacer a los  

tipos machistas como él.” (Mariela)

“El   me   decía   que   yo   era   linda,   entonces   de   alguna   manera   me   subía   el  

autoestima, Me encanta, me sube el autoestima de que estoy más flaca, y más  

me hace dar ganas de ser más flaca” (Catalina)

Es por ello que como se ilustra en los siguientes testimonios, las relaciones de pareja 

resultan   ser   cruciales   en   sus   vidas,   siendo   en   gran   medida   responsables   de   su 

estabilidad emocional y por lo tanto también del grado de presencia de los TCA.  

Por lo mismo, suelen ser sumamente dependientes e inseguras en ese ámbito de sus 

vidas.

“Ahora volví a mi peso, me faltan un par de kilos para volver a mi peso, pero  

así y todo, no me siento tan mal y no he recaído en la Bulimia, por que tengo  

alguien al lado, alguien  que me hace sentir segura o me quiere, y eso yo  

no me había dado cuenta” (Gabriela) 

48En relación a esto, resulta interesante exponer lo que señala Simona de Beauvoir al respecto: “La 

mujer desde niña aprende que para ser dichosa hay que ser amada, y para ser amada hay que esperar 

el amor. La suprema necesidad para la mujer consiste en hechizar un corazón masculino; aun siendo 

intrépidas y aventureras, esa es la re compensación a la que aspiran todas las heroínas, y casi nunca se 

les pide otro valor que la de su belleza.

La mujer ve la glorificación de su cuerpo a través del homenaje de los hombres a quienes ese 

cuerpo está destinado; y sería simplificar las cosas decir que quiere ser bella con el fin de agradar, o  

que trata de agradar para asegurarse de que es bella. ... ella no separa el deseo del hombre del amor 

que siente por sí misma”. (De Beauvoir, 2005: 225­275)

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“Ahora tengo una relación seria, voy a llevar como 9 meses, y esta persona a 

mi me ha hecho muy, pero muy bien. Él a lo mejor, yo creo que lo sabe, pero a 

logrado  estabilizarme,  no  al   cien  por  ciento,   todavía  quedan  hartas   cosas  

medias volando, yo siento que me ha dado esa seguridad,  y no he recaído , por  

que tengo alguien al lado, alguien que me hace sentir segura o me quiere” 

(Gabriela)

“Cuando había terminado el pololeo de mi vida por así decirlo, caí en una 

tremenda crisis” (Mariela)

Como se verá más adelante, esto estaría relacionado con el hecho de que, más que 

amantes ellas buscan ser queridas y cuidadas por los hombres, del mismo modo como 

una hija es querida por su padre, buscando así reparar la ausencia de este último 

durante su infancia.

A partir de lo que se ha expuesto, es posible observar que para estas mujeres su cuerpo 

es concebido como un cuerpo que les es ajeno y que pertenece más a la sociedad que a 

ellas mismas.

Por lo visto, comprenden que esa corporalidad femenina que se construye en torno a 

los juicios externos, pertenece a la sociedad y en cuanto tal, debe ser entregada a ellos.

En este sentido, sería interesante relacionarlo con lo que señala Horst Kurnizky (1992). 

Este sostiene que las sociedades androcéntricas se estructuran en base a la aprehensión 

y sacrificio de la sexualidad femenina o de aquello que la simbolice49, como el modo 

de   imponerse   simbólicamente  por   sobre   la   naturaleza.  Ahora,   en  nuestro   contexto 

sociohistórico,   ciertamente   ya   no   tienen   lugar   los   mecanismos   tradicionales   de 

aprehensión  femenina, como el intercambio de mujeres, entre otros. Sin embargo, al 

parecer   el   adoctrinamiento   de   los   cuerpos   femeninos   estaría   tomando   otras 

características. 

Así,   a   través   de   la   imposición   de   un   paradigma   estético   y   de   un   modo   de 

comportamiento alimenticio asociado, dotados ambos de un trasfondo ético y moral, se 

lograría el ya señalado control sobre las mujeres. Ya que, mediante este mecanismo, se 

49 Esto se encuentra expuesto más extensamente en el marco teórico.

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lograría,   por   una   parte,   la   erradicación     de   los   rasgos   femeninos   asociados   a   la 

fertilidad y  la  “naturaleza”,  como pechos y caderas,  y por  otra,   la  manipulación y 

control   sobre   los   hábitos   alimenticios   de   estas  mujeres.  Este  último  punto   resulta 

sumamente   significativo,   ya   que   así     se   desarticula   uno   de   los   vínculos   más 

fundamentales asociados a la “naturaleza”, el de las mujeres con la alimentación.

En definitiva, los trastornos del comportamiento alimentario serían la exacerbación del 

mecanismo que utiliza la sociedad androcéntrica contemporánea para el sometimiento 

de la sexualidad femenina,  que como señala  Kurtninzky, es la base de este tipo de 

ordenamientos sociales.

III.4.­ Los dos cuerpos

Si bien estas mujeres, en general logran exitosamente construir un cuerpo cada vez más 

delgado gracias a las constantes restricciones y vómitos, éste es sentido por ellas con 

cierta   culpa  y   en  particular   como  una  mentira,   ya  que  no   se   corresponde   con   la 

sensación que ellas experimentan con respecto a sí mismas. 

Es así como sienten estar conviviendo simultáneamente con dos cuerpo, por una parte, 

un cuerpo físico, la mayoría de las veces delgado, el que como ya se señaló, no es 

percibido directamente por ellas, sino que a través de los demás, y otro,  un cuerpo más 

interno,   que   corresponde   al   que   ellas   sienten   como   propio.   Este   último,   en 

contraposición al primero, es percibido como  gordo, sucio y asqueroso, asociado a los 

recuerdos   relativos   a   su   cuerpo   infantil.   De   este   modo,   viven   en   una   constante 

dicotomía, entre ese cuerpo­simulacro con el que se enfrentan al mundo, y ese cuerpo 

real, gordo y feo que experimentan interiormente y en secreto.

“Tú te niegas la posibilidad que te conozcan más, por que se van a encontrar  

con una podredumbre humana de lo que tú eres, de lo que tu quieres ser y de lo  

que no vas a ser. Entonces, puede ser que nadie te quiera así como eres, con  

todas inseguridades, esas tristezas, esos Karmas, esos  dramas. (Mariela)

“Me siento mujer, pero siempre estoy con el miedo. O sea, para mi cuando  

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alguien me dice, qué flaquita,  delgadita, cuando me voy a comprar ropa, para  

mi es como wow, no puedo creer lo que estoy escuchando, como que siempre  

tengo metido el tema de que soy una niña obesa” (Catalina)

Esta dicotomía estaría relacionada con el   llamado “dimorfismo corporal”,   trastorno 

característico de los TCA, que consiste en que las personas aún estando sumamente 

delgadas, se sienten y se ven a sí mismas como gordas. Fruto de ello, estas mujeres 

sienten estar viviendo una doble vida, por una parte, un cuerpo delgado y simulacro, 

reflejo de un temperamento seguro y exitoso, que realmente no existe, y por otra, ese 

cuerpo gordo, incontrolado,   entregado a las pasiones y al placer de la comida,   pero 

sin embargo real.  

Este último es cuidadosamente ocultado a los demás, ya que  a su juicio es imposible 

de ser amado. 

“Yo me sentía bien, y no me sentía flaca, me veía al espejo y me veía gorda,  

entonces seguía haciendo dieta, seguía tratando de adelgazar” (María Jesús) 

“Yo aún sigo viéndome gorda, o sea yo ya no vomito ni dejo de comer, yo aún  

me   veo   gorda,   no   puedo   cambiarlo,   y   mi   enfermedad   se   localiza   en   el  

estomago” (María Jesús) 

“Obvio que me sentí mejor por que estaba delgada, pero después llegó 1ero,  

2do, 3ro  y 4to medio y otra vez estaba gorda, o yo me veía muy gorda, aunque  

no era tan gorda, pero yo me veía extremadamente gorda” (Gabriela)

Por lo mismo, no asumen ese cuerpo delgado, y lo viven con mucha vergüenza, de 

manera que en lugar de mostrarlo orgullosas, lo esconden detrás de grandes ropas. Esto 

sucede   sobretodo   en   las   anoréxicas   que   pese   a   tener   una   contextura   sumamente 

delgada, siguen sintiéndose gordas y ocultando su cuerpo. 

“Antes tenía mucho conflicto, de hecho, ahora por primera vez estoy usando  

mini o cosas así, que antes no lo hacía” (Catalina)

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“Siempre ando con chaqueta, cuando bajo de peso me saco la chaqueta,  o  

siempre ando con cosas grandes. Todavía me cuesta mucho todo eso. Siendo  

más flaca soy como más feliz” (María Jesús) 

“Me ponía polera sin mangas, pero me comía una mentita y me la sacaba, por  

que me sentía súper gorda, y no dejaba que nadie me tocara, nada” (María 

Jesús) 

Ahora,   esa   percepción   de   si   mismas   como   gordas,   se   vincula   además   con   una 

desvalorización generalizada sobre ellas. De manera que, como se ha señalado,  esa 

sensación de gordura interna estaría obedeciendo más a un conjunto de características 

propias consideradas negativas por ellas y relacionadas con su personalidad o historia 

personal, que a un determinado estado corporal. Así, todos esos elementos de su vida, 

que   les   son   incómodos   y   molestos,   y   cuyo   recuerdo   cargan   como   un   peso,   se 

expresarían bajo esa sensación interior de gordura. 

Esto se  relaciona además con que,  como ya se ha visto,  para ellas  la gordura está 

dotada de una serie de significados sumamente potentes de los cuales buscan a toda 

costa escapar.

Esa desvalorización generalizada sobre ellas mismas se ve retratada en los siguientes 

testimonios. 

“Yo he experimentado esta sensación de angustia, empezar a decir que eres  

poca cosa,  o sea  te miras  al  espejo y dices pero cómo vas  a conquistar  a  

alguien,  cómo vas  a   tener  eso   si   tú   eres  nadie,  entonces  como que  te   vas  

castigando, castigando, castigando” (Mariela)

“Era   todo  mi   cuerpo,   era   mi   cara,   eran  mis   manos  grandes,   mis   piernas  

gordas. Era sentirme gorda nomás, no atractiva, no observada” (Gabriela)

“Soy insegura, no me quiero porque soy fea, creo yo. Además por que no tuve  

lo que he querido en la vida” (Mariana)

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Por su parte, estos aspectos de su vida que les pesan y que les hacen sentir gordas, 

parecen   estar   fuertemente   vinculados   a   sus   recuerdos   de   infancia,   los   que   llevan 

consigo una serie de dolores y pesares vinculados fundamentalmente con la madre, 

pero además con un sentimiento de suciedad generado a partir de abusos sexuales50 

ocurridos durante su infancia.

“Un abuso, no fue ni una violación ni nada, fue un toqueteo, fue un abuso po,  

de una persona, cuando yo era chiquitita, como a los 6­7 años, y no lo conté  

hasta como los 12, 13, y yo sufría mucho por que él  estaba en mi entorno,  

entonces me escondía, no salía, me sentía media sucia de repente por verlo a 

él”  (Gabriela) 

“En la infancia, tendría yo 5 o 6 años, fui abusada. Por eso cultivas tú este  

tema de la Anorexia, o de los trastornos ligados a la alimentación, tiene que  

ver con cosas mucho más de trasfondo.” (Mariela)

“Yo tuve relaciones con él, esa fue la primera vez y según él dice que no fue la  

primera vez tampoco, el dice que los hombres saben po. Entonces, solamente  

sé   que   me   dolía,   que   me   sentía   asquerosa,   que   me   miré   y   que   miré   mis  

calchunchos y sipo, había pasado algo entre nosotros y recordé lo que había  

pasado.   Y   ahí   lo   primero   que   hice   fue   bañarme,   bañarme,   bañarme.” 

(Mariana)

Como es posible ver, estos abusos son los grandes responsables del sentimiento de 

culpa y suciedad que sigue vigente en estas mujeres durante su adultez, sentimientos 

que se reactivarían con mayor fuerza ante el advenimiento del cuerpo femenino, que 

implica transformaciones de carácter sensual y sexual. 

Son esos recuerdos los que les impide poder convertirse mujeres plenamente. Producto 

de ello tienden a presentar serios problemas para asumir y explorar su sensualidad, su 

50 En relación a esto, la Psiconutricionista Gloria Jury sostiene que en la mayoría de los casos, las mujeres que sufren de trastornos alimentarios han sido víctimas de abusos sexuales durante su infancia. Al respecto señalan, que la niña al ser violada siente una tremenda contradicción, por una parte siente placer y por otra siente que es terrible lo que le está pasando. Por lo mismo habría una tendencia a no querer sentir su cuerpo, como mecanismo para no asumir ese placer perverso. 

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sexualidad  y en  definitiva su   identidad   femenina,  conflicto  que cruza  y subyace  a 

ambos trastornos. En su lugar persiguen lograr un cuerpo con características infantiles, 

que las proteja de las amenazas que supone un cuerpo de mujer.

“Cuando estuve con este problema yo no tenía nada de pecho, o sea súper 

poquito, y resulta que al tiempo me empezaron a crecer un poco, y ahí  me  

empecé a sentir mal, por que en las poleras yo me veía, según yo, más tosca.  

También, que se me empezó a formar cintura y cadera y me empecé a ver más  

tosca, pero igual, en momentos de lucidez al verle al espejo, me veía bien, pero 

después al momento en que no estaba bien me sentía mal” (María Jesús) 

“No era pa nah sensual con los hombres, siempre lejana. Y hasta como los 20 

años yo empecé a sentirme como más sensual o como querer atraer a alguien,  

pero antes no, como que me daba vergüenza, me sentía fea, gorda, para nada  

atractiva, entonces me limitaba nomás” (Gabriela)

Es esto además  lo que les impide poder establecer relaciones de pareja,  ya que no 

logran sentirse realmente mujeres, lo que deriva en serios problemas para desarrollar 

su sexualidad. Esto se relaciona con que lo que estas mujeres buscan en los hombres no 

es ser deseadas, sino que cuidadas y amadas por un hombre que encarne a su padre 

ausente, al que siempre han amado.51

“No he tenido pareja estable , entonces tiene que ver también con eso de que  

como te veas exitosa, como te sientas exitosa respecto al sexo al sexo opuesto,  

respecto a tus propios pares, a tus compañeras” (Mariela)

“Por   que   también   puedo   entender   que   hace   poco   casi   tuve   una   relación  

importante y me la auto flagelé, me la negué, por todos los conceptos, por toda  

la inseguridad, por que uno cree no tener nada más que decir y contar que no  

sea tu imagen, entonces tenis que trabajar sobre esa imagen, sobre imagen, y 

que manera de cansarte” (Mariela)51  Como ya se señaló, varios autores señalan que en estos trastornos hay una relación edípica no 

resuelta con el padre.

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Así,   a  partir  de   lo  anterior,  es  posible   inferir  que  detrás  de  ese   afán  de  delgadez 

trasciende una profunda intención de convertir a esa “niña gorda” y mala que fueron, 

en una niña flaca y buena. Esto se debe a que con la primera mantienen una suerte de 

pacto de fidelidad, que les impide desvincularse de ella. De este modo, mediante la 

delgadez extrema lo que buscan es reivindicar a esa niña, y de ese modo liberarse tanto 

de ella como de aquellos dolores y pesares asociados, convirtiéndola en aquello que no 

pudieron ser: una niña buena amada por su padre. 

Por lo mismo, como ya se adelantaba, lo que buscan más que ser mujeres delgadas y 

sensuales,  es ser niñas delgadas y buenas,  tratando con ellos de olvidar a esa niña 

gorda llena de dolores que sienten aún viviendo dentro de ellas. 

Esto se ilustra en los siguientes testimonios:

“Me   incomoda   el   sostén   con   push   up,   me   acomoda   el   look   infantil,   me  

acomoda, por ejemplo, verme de veinte algo. Cuando yo digo la edad me dice:  

o sea no, o sea podría decir inclusive que tengo 25 y pasa, me entiendes, y  

precisamente por eso, lamentablemente el pretendiente tipo no pasa los treinta,  

y claro, eso te desilusiona y  te complica,  entonces  tienes que mantener ese 

look, no tengo idea por qué” (Mariela)

“Yo era una cabra súper  feliz,  pero me  falta esa Catalina que era cuando  

chica, como que de alguna manera tengo periodos de querer volver, retroceder 

el   tiempo,  retroceder  el   tiempo y el  retroceso sería volver a ser   feliz  como 

cuando estaba con mi abuelo” (Catalina)

“Yo se que no les gusta la mujeres muy flacas, racionalmente, pero cuando 

llega   la   hora   de   enfrentarme   a   eso   (sexo),   prefiero   estar   más   delgada,   y  

prefiero el look infantil, así no tengo protuberancias, no me veo...” (Mariela)

Así, a lo largo de este capítulo es posible observar cómo el modo en que hoy en día las 

mujeres construyen su identidad femenina en torno al cuerpo, influye decisivamente en 

la presencia de los Trastornos del comportamiento alimentario. 

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V.­ Conclusiones

Al concluir este trabajo, se hace necesario preguntarse por las ideas centrales que de él 

emanan, e identificar aquellos descubrimientos que de alguna manera podrían 

constituirse en un aporte no sólo para el entendimiento de este fenómeno desde la 

mirada antropológica, sino que también para la introducción de nuestra disciplina en 

ámbitos donde tradicionalmente ha sido excluida. Asimismo, es fundamental dar 

cuenta de todos los caminos y desafíos que de aquí se abren en espera de ser tomados

por futuras investigaciones, entendiendo que dada la complejidad y extensión que 

supone el adentraste en un tema como éste, sería imposible abarcarlo más 

profundamente en un trabajo de estas características.

Es en razón de ello que esta investigación no ha pretendido más que ser una suerte de 

“punta de lanza”, un acercamiento exploratorio a los Trastornos del Comportamiento 

Alimentario (TCA), desde las distinciones y categorías que nos ofrece la Antropología.

Como ya se ha señalado, los TCA desde sus orígenes han sido comprendidos como 

fenómenos cuya comprensión ha pertenecido casi de manera exclusiva a las ciencias 

biomédicas y a la psicología, en el entendido de que se trata de un trastorno 

encapsulado en los límites de la psiquis individual, es decir, un fenómeno aislado e 

independiente de las estructuras simbólicas y sociales en una época.

Si bien los TCA son fenómenos relativamente recientes (fines del siglo XIX), tanto las 

restricciones alimentarias como los ayunos han estado presentes en prácticamente 

todos los sistemas culturales. Y es que los sistemas alimentarios, entendidos como un 

“conjunto de principios, normas y procedimientos relativos al acto de alimentarse, que 

se sustentan en un particular imaginario en torno a los alimentos y su incorporación” 

(Fishler, 1995) juegan un rol central dentro de los sistemas sociales. Así,  tanto 

prohibiciones como ayunos no serían más que parte de su entramado simbólico,

cumpliendo claras funciones dentro de la articulación social interna. 

Por su parte, y siguiendo a Le Breton, sabemos que las concepciones de cuerpo son 

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epocales y tributarias de determinadas formas de entender al ser humano, y en ese 

sentido, reflejo de los más profundos paradigmas en los que se encuentran insertos los 

individuos de una sociedad.

Frente a estos antecedentes surgieron una serie de preguntas dirigidas a problematizar 

los TCA en torno a los significados y funciones que podrían estar cumpliendo dentro 

del sistema social en el que tienen lugar, y así observarlos y analizarlos desde las 

distinciones que nos ofrece la antropología, específicamente desde las construcciones 

teóricas de las antropologías del género, del cuerpo y de la alimentación.

Mediante los seis relatos de mujeres anoréxicas y bulímicas, fue posible ir develando 

estructuras sociales y de significación que subyacen a la emergencia de estos 

fenómenos, todo esto en torno a tres ejes de análisis, que nos parecieron centrales 

como punto de partida, a saber, el contexto, alimentación y cuerpo. De este modo fue 

posible constatar lo que en un principio tenía más carácter de sospecha: que los TCA, 

en buena medida, se sustentan y construyen en base a particulares concepciones de 

mujer, vida y cuerpo que se comparten en un contexto cultural determinado, y que en 

ese sentido son reflejo de una serie de contradicciones y tensiones que estas estructuras 

de significado ponen en juego.

Se trabajó con mujeres provenientes de contextos populares, en la mayoría de los casos 

rurales, espacios donde tradicionalmente no se han presentado este tipo de trastornos, 

debido, entre otras cosas, a que los paradigmas de mujer, cuerpo femenino y 

alimentación que en ellos se comparte, han propiciado corporalidades gruesas, con 

roles y espacios claramente definidos y socializados. A su vez, los sistemas 

alimentarios en estos contextos tienden a una regulación casi completa de los tiempos 

y cantidades de las ingestas cotidianas, no dejando espacio a las elecciones 

individuales.

Sin embargo, junto con un progresivo acercamiento al mundo y cultura urbana

“desarrollada”, comienzan a tener lugar estos trastornos, de la mano de una nueva 

configuración del espacio social y en especial con la incorporación de nuevos valores y 

paradigmas relativos a la construcción de la identidad femenina.

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Por lo visto, en estos contextos comienzan a adquirir importancia otros modos de 

entender el ser femenino, como cuerpo y como ente social, a la vez que se introducen 

una serie de comportamientos de orden cotidiano como el abandono del espacio 

doméstico por parte de la madre  y la incorporación de nuevos hábitos alimentarios. 

Pierden importancia muchos de los referentes tradicionales que dan sustento a la 

configuración identitaria de estas mujeres, dejando el terreno fértil para la 

proliferación de nuevas formas de entender el ser mujer.

En este contexto, las nuevas expectativas sobre el ser mujer se superponen a las 

tradicionales, frente a lo cual las exigencias sobre ellas aumentan. Ya no sólo deben ser 

buenas dueñas de casa, madres y esposas, sino que también delgadas, profesionales, 

autosuficientes y exitosas.

Es así como, se comienza progresivamente a cuestionar no sólo los paradigmas 

tradicionales de lo femenino, sino que también el rol de madre como referente central. 

La madre, que ha sido desde la infancia la principal fuente de afecto, pertenencia y 

seguridad para estas niñas, es puesta en duda en la medida en que representa por una 

parte, una serie de rasgos que en este nuevo contexto se presentan como negativos, y 

por otra, un destino de violencia y subordinación que a través de ellas les sería legado.

Ante esto, el convertirse en mujer se transforma en algo cada vez más complejo, 

cargado de ansiedades, inseguridades y contradicciones. Así, se produce en ellas un 

fuerte conflicto no sólo con los sentimientos hacia la madre, sino que por sobretodo 

con lo que ella representa, y por lo tanto también con ellas mismas, y con lo que deben, 

pueden y quieren ser. Esto sucede en la medida en que no logran diferenciarse de sus 

madres, ya que ellas son el referente de la mujer en la que algún día se convertirán.

Se gesta así un elemento central en este trastorno, que como hemos visto, lo caracteriza 

en todas sus dimensiones: la contradicción.

Por otra parte, desde niñas estas mujeres han establecido una estrecha vinculación 

entre el amor de la madre y el alimento que de ésta proviene, generando 

simbólicamente una suerte de transustanciación de la madre en el alimento. De modo 

que la contradicción de amor y rechazo hacía la madre es trasladada metafóricamente a 

la relación con los alimentos. Se entiende así que el sentimiento de necesidad y 

rechazo hacia éstos es en buena medida una necesidad y un rechazo hacia la madre que 

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en ellos se encarna y a su vez hacia todos los valores y propiedades asociados a ella: 

como el ser mujer, un determinado rol en la sociedad, un devenir, un cuerpo y un tipo 

de comportamiento requerido, entre otras cosas.

Esta contradicción es potenciada a su vez por una compleja relación con el cuerpo y el 

placer, producto de que en mucho de los casos, estas mujeres han sido victimas de 

abusos sexuales durante la infancia. Así, como señala Gloria Jury, la niña asimila el 

comer con el acto de violación, en el cual, pese a lo terrible de la situación, siente 

placer y por ello también culpa. Ahora, con el alimento sucedería algo similar, hay una 

agresión simbólica al romper el ayuno, asociado a un placer, lo que reviste al acto de 

una profunda sensación de culpa.

Es así como para estas mujeres la alimentación se va adquiriendo una serie de 

significados y valores que lo vuelven un acto cada vez más complejo, convirtiendo al 

alimento, y en especial el de la madre, en algo peligrosamente contaminante. Es por 

ello que en el caso de las anoréxicas lo poco que comen son alimentos industrializados, 

y en el caso de las bulímicas, son estos alimentos los más fáciles de vomitar, ya que 

como lo señala Girard (1996) “la comida industrializada es incomparablemente más  

fácil de ser vomitada o rechazada que aquella de nuestras madres”, esto en cuanto es 

incomparablemente menos “pesada” simbólicamente que la materna. 

Resulta interesante notar, que muchas veces estas mujeres buscan la purgación como 

un fin, como si en ese acto consiguieran erradicar de sí una serie de propiedades 

anteriores al alimento, propiedades, que siguiendo a Kristeva (2006) corresponderían a 

lo abyecto que se hereda, en este caso, de la madre.

Como se ha visto, los TCA son fenómenos vinculados en lo más profundo a la 

constitución del cuerpo y la identidad femeninos, y cuya emergencia se relaciona con 

una dificultad de asumir y llevar consigo esa condición. Por esto no resulta extraño 

comprobar que en todos los casos trabajados el trastorno ha comenzado durante la 

adolescencia, periodo en que las niñas se convierten en mujeres, donde además, como 

señala Simone De Beauvoir, se vislumbra un devenir de sumisión y relegación.

De esta manera, fue posible observar que a partir de ese periodo de sus vidas 

comienzan a entenderse y experimentarse fundamentalmente como cuerpos, es decir, 

que todo lo que ellas puedan construir en relación a sí mismas se centra y metaforiza 

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en el cuerpo. Construirse como mujeres delgadas y bellas se convierte así en una 

máxima de vida, al punto de desarrollar una suerte de pensamiento mágico en virtud 

del cual todo lo que les sucede es interpretado como una consecuencia de su condición 

física (Si me fue mal en la prueba es por que no estaba tan flaca a causa de la galleta 

que me comí ayer).  En esa dirección, buscan ejercer un control sobre los alimentos y 

sobre sus cuerpos, con la esperanza de ejercer así cierto control sobre sus vidas.  

Ahora, ese cuerpo no es un cuerpo que pueda ser percibido directamente por ellas, sino 

que a través de la mirada de los demás, y en especial de las miradas masculinas52. En 

función de eso, la búsqueda se centra en ser vistas y valoradas por los otros, sobretodo 

hombres, como único mecanismo válido de conocerse y aceptarse. Esto en cuanto ellas 

no están dispuestas a enfrentarse consigo mismas, ya que asumirse implicaría enfrentar 

todas sus miserias interiores, además de su “gordura” y “fealdad”. En su lugar, 

prefieren seguir experimentándose como la niña pequeña que fueron, aunque con un 

cuerpo gordo, desbordado, culpable y pecador, de la cual no logran desvincularse.

En esa búsqueda de ser “vistas” se esconden también las ansias de ser amadas y 

constituidas en la sociedad por un hombre que encarne al padre ausente de su infancia.

Sienten estar viviendo constantemente con dos cuerpos, en una suerte de engaño tanto 

interior como exterior. Por una parte, una apariencia delgada, segura y exitosa, que 

muestran ante los demás y que en ese sentido, pertenece a los demás, y por otra, un 

cuerpo de niña gorda, insegura, fracasada y culpable, que les es propio y que es el que 

experimentan y perciben internamente. Este último además se construye como 

metáfora de una sensación de profunda pobreza y suciedad interior, que no pueden 

mostrar a los demás, a riesgo de ser invisibilizadas y despreciadas. Es en razón de esto 

que tienden a tener serios problemas para mantener relaciones de parejas estables, ya 

que como señala una de las entrevistadas “No quieres que vean la

pobredumbre humana que eres” (Mariela)

Ante esto, es posible pensar, siguiendo a Kurnizky (1992), que los trastornos del 

comportamiento alimentario que se desencadenan a través de la imposición del 

52 Que es la mirada constitutiva de lo femenino.

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régimen alimentario y la delgadez como paradigmas axiales de la identidad femenina, 

no son otra cosa que los mecanismos contemporáneos que utiliza la sociedad 

androcéntrica para la aprehensión de la sexualidad femenina. Que, como señala este 

autor, está en la base de la articulación social de este tipo de sociedades, donde lo 

central es la imposición simbólica de la cultura por sobre la naturaleza.

En ese sentido, el cuerpo femenino y su regulación alimentaria se convertirían en un 

dispositivo de poder, desde donde se articula silenciosamente la dominación 

masculina.

A partir de lo que hemos visto a lo largo de este trabajo, es posible señalar que los 

TCA se articulan sobre una serie de profundas contradicciones que se relacionan no 

sólo con una identidad sociocultural puesta en entredicho, sino que también con una 

identidad de género que se complejiza en la medida en que se vuelve blanco de un 

conjunto de discursos contradictorios sobre lo que son y deben ser las mujeres.

En ese sentido, los TCA emergen como síntomas de los complejos malestares que 

aquejan a las mujeres contemporáneas, especialmente malestales relativos a su 

definición o redefinición como individuos dentro una sociedad en profundo y 

constante cambio. 

Finalmente, creemos que es necesario seguir trabajando en torno a estos temas y 

problematizarlos desde las distinciones que nos brindan las disciplinas sociales, 

relevando la complejidad de estos fenómenos y las “responsabilidades” compartidas 

que ellos suponen.

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