texto corregido

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A las once de la mañana desperté entre sábanas embrolladas y con retorcijones en el

vientre, provocados por el hambrela falta de alimentos. Sofía aúun dormía. Cuando

finalmente  al fin logré despabilarme, en silencio, para no despertarla, renové mi

humanidad, con un prolongado baño. Luego, me afeité, me vestí y partí hacia el

vestíbulo del edificio a encargarme del papeleo de la renta.

Alfonso se encontraba escuchando la radio, sentado en un taburete,y fumando un

cigarrillo. Como yo no hablaba catalán me dirigí en español al portero hablé al portero

en español, solicitándole ver el contrato de arrendamiento;.aA juzgar por la expresión

de su rostro, se me ocurrió probar en francés, la lengua el idioma de la emisora que

escuchaba estaba escuchando. Lo Hhablaba bien ese idioma y pareció querer ejercitarlo

conmigo:

—Habla un buen francés, Alfonso., ¿Hha vivido en Francia?—Ppregunté, a modo de

cortesía.

—Al finalizar la Guerra civil, mis padres y yo tuvimos que emigrar a Perpiñáón. Allí pasé

toda mi niñez y parte de mi juventud. Cuando ellos fallecieron, regresé.

—Y con razón. Este es un pueblo muy bonito.

—¿Creerá usted si le digo que aúun hoy Cadequeés conserva la fisonomía de cuaándo yo

era tan sólo un chiquillo? ÉEso sí, no vaya a pensar que fue por mera casualidad.

Debimos librar duras batallas para que el pueblo lograra mantener su identidad la

identidad del pueblo fuera conservada. Esas endiabladas corporaciones sin dueño ni

Ppatria siempre han codiciado construir sus hoteles de lujo en la bahiabahía, pero se los

hemos prohibido, aunque no dejan de presionar y recurrir a todo tipo de artimañas para

intentar lograr su cometido propósito.

—Amigo mío, temo que ustedes están en medio de una batalla mucho más grande de lo

que suponen,—contesté, asumiendo el papel tutelar de defensor del capital

internacional un supuesto patrimonio cultural internacional—. Según lo veo yo,

mientras más resistaen, más se elevará el precio de la tierra más se elevará. Cuando los

valores sean tan altos, que el precio de una casa alcance para comprar toda una vida

sin preocupaciones en la ciudad, serán ustedes quienes golpeen las puertas del

Mmunicipio para que el alcalde les permita vender sus propiedades. Créame,: la batalla

que libran es contra ustedes mismos, contra su propia codicia.

No se supe si habría sido muy duro con el viejo o si, simplemente, lo dejé habría dejado

pensando. Pero Sin embargo, tras mi repuesta, no habló más; solo apenas sí se dedicó a

juguetear con su cigarrillo, y yo a examinar  mientras yo examinaba el contrato.

Al rato apareció Sofía. Luego de besarme y regañarme porque no la desperté había

despertado, comenzó una catalana charla con Alfonso. Ella hablaba el idioma con

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relativa fluidez, gracias a una materia optativa cursada  que había cursado durante el

transcurso de su educación secundaria en el secundario. Yo, entretanto, firmaba los

originales del contrato, sus copias y la versión con la traducción traducida. Cuando por

fin abandonamos el edificio, Sofía, sin percatarse, cometió un acto de extrema locura;:

se interpuso entre un animal hambriento y su presa. Dijo:

—Alfonso me advirtió que los restaurantes preparan suslos almuerzos no antes de las 2

dos de la tarde y,sus las cenas, pasadas las 10 diez de la noche. Tenemos, por lo

menos...—miró su reloj—,una hora para conocer algo del pueblo. Me gustaría comenzar

con algunos museos, que están por aquí cerca.

—Amor, no comemos nada desde hace 24  veinticuatro horas. Me convertiré en un

caníbal, si no digiero algo pronto —Ddije, para hacerla entrar en razón.

Un momento después ingresábamos a un restaurante llamado Barbarroja;.eEl lugar se

encontraba repleto de turistas, por cuanto  lo cual debimos esperar copra en mano en

un patio de baldosas rojas y muros cubiertos con hiedras.

Quince minutos más tarde fuimos conducidos a una terraza escalonada con  que tenía

una espléndida vista al mar. Nos instalamos en una mesa con sombrilla, ya que el sol a

esa hora era intenso. Aceptamos el menú del día Ppara no restarle tiempo a nuestra

recorrida inaugural por el pueblo aceptamos el menú del día. Un joven vino blanco

vasco con un plato de pernill cortado en finas lonjas engañó nuestro apetito hasta el

almuerzo. Luego una paella de pescado con arroz del delta del Ebro y ¡bon profit!, ya

estábamos listos para comenzar a trepar las empinadas callejuelas.

En las horas que siguieron, recorrimos un sinnúmero de galerías de arte, tiendas

artesanales y uno que otro anticuario.

Mientras yo me entregaba gustosamente al placer de fumar un puro, Sofía se sumergía

con dedicaba pasión en el orbe pictórico que lae rodeaba. Ya a A punto de abandonar

nuestra primera incursión turística por Cadaqueés, ella se detuvo frente a la vidriera de

una lóbrega galería. Esquivando las manchas en el vidrio curioseó en su interior; acto

seguido, ingresó en el lugar. Yo hice lo propio. Un timbre que activamos al abrir la

puerta delató nuestra presencia. Pronto se acercó a nosotros un sujeto escuálido, alto

como una columna de alumbrado y con bigote largo y desantendidodesatendido.

—Americanos, ¿verdad? —se apuró a decir—.lLas pinturas que están viendo son de mi

sobrino. Será un gran pintor, algún día. Pero si giran sus cabezas a hacia esta otra

pared, encontrarán unas muy buenas reproducciones de cuadros famosos, todas

realizadas por un artista local de extraordinario talento; hay lienzos de Dalí, de

Picasso...

—No estoy interesada en ellas,; soólo en las delsu sobrino —interrumpió Sofía.

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—Pero están a precios muy convenientes. Usted parece ser una entendida en la

materia. Si se molesta en observarlas en con detenimiento, sabrá de lo que estoy

hablando.

Sofía le lanzó una mirada ceñuda que logró intimidarlo.

—No se hable más, entonces —asintió el galerista—. Iré al fondopor a buscar a Manuel.

Esperen aquí, nome tardo tardaré.

Al rato apareció un joven de unos veinte años, de mirada escéptica, y actitud retraída.

Sus manos, llenaos de pintura, sostenían el  un cigarrillo negro sin filtro.

—Dice mi tío que usted es americana y sabe de pintura.

—Soy de aquí, de Francia española, pero trabajo en Nueva York restaurando lienzos en

el mMuseo Metropolitano de Arte. Mi nombre es Sofía. EÉl es Edward, mi novio.

—¿Y cree que llegaré a ser un pintor famoso?

Sofía sonrió.

—Bueno... eres joven aún para saberlo. ¿Estudias arte?

—Sí, en Barcelona. Permítame mostrarle las obras que he hecho desde que comencé mi

estudio en la Academia.

El muchacho, con porte  actitud apáticao, fue hacia un mostrador y extrajo de él una

cartera de cuero conteniendo  que contenía unos cuantos lienzos atados entre sí con un

cordel. Cuando Sofía los tuvo en sus manos, comenzó a estudiarloas unoa a unoa ante

la mirada ahora ansiosa de Manuel. En ese momento reapareció en escena el mercader

de arte.

—¿Le comprará alguna pintura al muchacho?.

—Tal vez lo haga, pero hoy no. —Sofía cerró la carpeta y se dirigió a Manuel—. Veo que

al haber adquirido un conocimiento más formal  académico comienzas  comenzaste a

definir tu estilo. Aquí es doónde debes tener cuidado, porque eres joven y talentoso y

corres peligro de cometer un error muy común en estos días. Observa a tu alrededor, a

los artistas que gozan de cierto prestigio. Ellos pintan el presente apelando a la ironía

para expresar su desencanto con  hacia la cultura que les toca vivir. De cierta manera

está bien. ¿Pero no crees que ese desencanto debería impacientar eal artista pintor? ¿,

despojarlo de comodidad, para lanzarlo a la aventura de hallar un quiebre

vanguardista? Cada vez que te enfrenteas al lienzo, Manuel, debes preguntarte cuáal

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será el ritmo temporal y espacial de esta nueva cultura, teniendo siempre a en cuenta

de que la ironía sin vanguardia se transforma en algo vaciío, la en indiferencia. ¿Acaso

no querésquerrías ir más allá?,¿no ansías pintar el punto crítico en el cual subyuga

tanta tecnología y racionalismo?

A pesar de que nos fuimos de la galería con las manos vacías, Sofía trajo llevó consigo

la promesa de Manuel de acompañarnos a un pequeño crucero que vamos a comenzar

tomaríamos al día siguiente, a bordo de un bellolindo yate. El muchacho, por su parte

En cuanto al muchacho, no pudo vender su arte, pero

aunque tampoco se quedó  había quedado sin nada:.Obtuvo  había obtenido un buen

consejo de Sofía, una mujer comprometida con su trabajo que veía a la pintura  el arte

plástico como a algo más deque a un buen negocio.

Esa noche nos dormimos apenas terminada la cena. Debíamos levantarnos tempranoa y

necesitábamos estar bien descansados para nuestra ansiada aventura por el litoral

mediterráneo.