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CAPITULO 1

FAN

CAPITULO I

BRUMOSA tarde a mediados de octubre. Una buhardilla en la sucia casita de la acera norte de Moon Street. Parte del piso estaba cubierto con trozos de alfombra reducida a andrajos por el uso. El nico mobiliario consista en la cama de hierro apoyada contra la pared, el armario de pino, en el rincn un desvencijado catre de hierro, un cajn de madera, tres o cuatro sillas y la mesita cuadrada de pino. Sobre sta, el candelero de latn con una vela alumbraba a las dos personas que se hallaban en el cuarto.

Una de ellas era una mujer, sentada indiferente ante la chimenea apagada, aunque la tarde era hmeda y fra. Pareca fuerte y casi repulsiva con su vestido sucio, holgado y los pies extendidos hacia adelante, mostrando los zapatos rotos y enlodados. Sus rasgos eran regulares, quiz hermosos; sin embargo, eso la favoreca poco si se observaba el tono rojo intenso de su piel, revelador de su habitual intemperancia, y la expresin hosca y semiindiferente de sus ojos oscuros cuando miraba la vaca chimenea. An no se notaban hebras blancas en su espeso y largo cabello, otrora negro y reluciente, que descuidado ahora como el resto de su persona, presentaba un color opaco.

Sobre el camastro del rincn descansaba, acurrucada, una jovencita que no tena quince aos, hija nica de la mujer. Trataba de mantenerse abrigada acercndose a la pared con las rodillas encogidas para poder cubrirse hasta la cabeza con un chal y una vieja manta.

Las dos guardaban silencio; por momentos la muchacha se desabrigaba y miraba hacia la puerta con fijeza, con una expresin de espanto, como en actitud de escuchar. De la calle llegaban agudos gritos, similares al de los animales, de los nios que jugaban y peleaban, y de ms all, el continuo rumor tenue y sordo del trfico de Edgware Road. Despus la muchacha volva a acurrucarse contra la pared, cubrindose con la manta y permaneca inmvil hasta que un paso en la escalera o el golpear de una puerta de abajo la sobresaltaban.

Entretanto, su madre continuaba silenciosa y pasiva, movindose slo cuando la luz se atenuaba mucho; entonces se volva a medias, despabilaba la vela con los dedos y se los limpiaba en el sucio y harapiento vestido.

Por fin la jovencita se levant, arroj la manta y se sent en el borde del camastro; la ansiedad aumentaba a cada momento en su delgado y plido rostro. Vesta an peor que su madre. Usaba un vestido viejo y roto de color terroso que llegaba hasta unos diez centmetros de los tobillos, mostrando las medas destrozadas y los zapatos de tacos gastados y demasiado grandes para sus pies; evidentemente pertenecan a su madre.

Pareca alta para su edad, pero esto se deba a la extrema delgadez. Los brazos eran esculidos, y las hundidas mejillas marcaban los pmulos. El rostro pattico por la angustia y la miseria, eran tan evidentes como su incipiente belleza. No mostraba el ms mnimo color, hasta los delgados labios eran casi exanges; los ojos de un pursimo gris, sombreados por largas pestaas oscuras y el cabello castao dorado le caa desordenado hasta los hombros.

-Mam, ya llega! -anunci la joven.

-Que venga! -contest la madre, sin levantar la vista ni moverse. Los pasos se acercaron lentos, tropezando en la oscura y estrecha escalera. Abrise la puerta y entr un hombre corpulento, de ancho semblante, facciones vulgares, hirsutas patillas, con las ropas y el tosco calzado de un obrero.

Arrastr una silla hasta la mesa y se sent en silencio. Luego se volvi hacia su mujer.

-Bueno, qu puedes decirme? -pregunt con voz insegura.

-Nada contest ella-. Qu conseguiste?

-Me cans de caminar en busca de trabajo. Quiero comer y beber algo.

-Entonces ser mejor que vayas donde puedas conseguirlo -replic ella-. No encuentras trabajo pero s bebida y ni siquiera ahora dejas de beber.

Por nica respuesta, l comenz a silbar y tamborilear ruidosamente sobre la mesa. De pronto se detuvo, mirndola.

-Entonces, no hiciste ese trabajo? -le pregunt con una mueca.

-S, y an ms, consegu un florn y se lo entregu a la seora Clark -replic.

-Maldita tonta! Por qu lo hiciste?

-Porque no quiero que me quiten mis pocos trastos en pago del alquiler y me echen a la calle con mi hija. Por eso lo hice; no quieres trabajar te morirs de hambre, as que no me pidas nada.

Otra vez tamborile ruidosamente en la mesa y enton una cancin o trat de hacerlo. Volvi a hablar:

-Qu hizo Fan, entonces?

-Bien lo sabes; vag por las calles para vender una caja de fsforos. Linda ocupacin!

-Cunto consigui? -Su pregunta qued sin respuesta.

-Cunto consigui? te pregunto -repiti, ponindose de pie y apoyndole en el hombro la pesada mano.

-Lo suficiente para comprar pan -contest ella desprendindose de su mano.

-Cunto? -Como no le contestara, se volvi hacia la nia y repiti la pregunta con tono amenazador:

-Cunto? -La jovencita permaneci sentada, trmula, con la mirada baja y guard silencio.

-Te ensear a contestar cuando te hablan, maldita bastarda! -grit acercndose con la mano en alto.

-No le pegues, bruto! -exclam su mujer, ponindose de pie sbitamente, iracunda.

-No me pegues, padre... por favor... no, te lo dir...te lo dir! Traje dieciocho peniques -exclam la muchacha, retrocediendo aterrorizada.

l volvi a su silla, sonriendo por haber logrado saber la verdad. Luego pregunt a su mujer si haba gastado los dieciocho peniques en pan.

-No. Compr un rbalo para el almuerzo, dos onzas de t, un pan y una brazada de lea -contest malhumorada.

Despus de un par de minutos, l se levant, acercse al armario y lo abri.

-Bueno, aqu est el rbalo -dijo-. No es gran cosa, te habr costado tres peniques, me parece. El t, dos peniques y medio, ya son cinco peniques y medio; y medio penique de lea, ms dos y medio de pan suman ocho peniques y medio. Te quedan nueve peniques y medio, Margy. Todo lo que quiero es una pinta de cerveza y un paquete de tabaco. Son tres peniques.... dmelos!

-No tengo nada para darte -replic con tenacidad.

-Entonces, qu hiciste con el resto? Cunta ginebra bebiste, eh?

-Toda la que consegu -le respondi desafiante.

l la mir, silb y tamborile, luego se puso de pie y sali de la habitacin.

-Se fu, mam -susurr Fan.

-No tenemos esa suerte. Slo fu a preguntarle a la seora Clark si le di el florn. Ya vers cmo no tarda en regresar.

Pocos minutos despus, l volvi y se sent nuevamente.

-Slo quiero una pinta de cerveza y un paquete de tabaco -dijo como monologando, pero no recibi respuesta. Se levant, apoy la mano en el hombro de su mujer y casi la arranc de la silla.

-No me oyes? -grit.

-Djame en paz, bruto borracho!; no tengo nada, ya te lo dije -respondi y despus de mirarlo de frente unos instantes, volvi a sentarse.

-Est bien, vieja, te dejar -contest bajando las manos. De pronto cambi de idea, se volvi y la golpe con fuerza.

Ella se levant de un salto dejando or un alarido de ira y dolor y sin hacer caso de los lastimeros gritos y ruegos de Fan, enfrent a su marido. Lucharon unos instantes, pero como l era ms fuerte, muy pronto la rechaz con violencia; la mujer se tambale y no pudiendo recobrar el equilibrio, cay pesadamente en el piso.

-Madre, madre, te ha matado! -solloz la joven, arrojndose junto a la cada y tratando de alzarle la cabeza.

-Ya lo har y te matar a ti tambin -estall l acercndose otra vez a su silla.

Su mujer, reanimada del golpe, se puso de pie en un esfuerzo y volvi a sentarse. Permaneci callada, no pareca enojada ni asustada sino semiaturdida. Inclinndose un poco hacia adelante, se cubri los ojos con la mano.

-Madre, pobre madre... ests herida? -susurr Fan tratando de apartarle la mano para mirarle el rostro.

-Vuelve al rincn y djame con tu madre -dijo l-. La jovencita, despus de vacilar un instante obedeci.

Se levant otra vez y aferrando la mueca de la mujer le separ violentamente la mano de la cara.

-Dnde estn los cobres, maldita borracha? -le grit al odo-. Crees que evitars que te rompa la cabeza? Lo har sta misma noche si no me entregas las monedas.

-Padre, padre! -exclam Fan ponindose de pie aterrada-. Ten piedad y no la castigues. Yo saldr y tratar de traer los tres peniques. No hay nada en casa...

-Ve, entonces y no tardes -contest yendo a su silla.

Su mujer se levant al or esas palabras.

-No dars un paso esta noche, Fan -le dijo, pero su voz no era resuelta-. Qu te suceder si sales a esta hora de la noche?

-Algo grande, quiz tan grande como a su madre -interrumpi l con una carcajada.

-No dars un paso, Fan, aunque me cueste la vida -insisti ella, herida por su palabras.

Pero la muchacha rpidamente y con manos trmulas ya se haba encasquetado su viejo sombrero informe y se envolva en el chal. Tom un par de cajas de fsforos, viejas y grasientas por el uso, y se dirigi a la puerta mientras su madre se levantaba para impedirle que saliera del cuarto.

-Djame ir, mam -rog-. Ser mejor para todos. Me matara quedarme aqu. Djame ir, no tardar mucho.

Advirtiendo falta de firmeza en la madre al protestar, Fan se desliz a su lado y un momento despus estaba fuera. Al salir de la casa ech a correr apresurada por la hmeda calle hasta llegar a una avenida atestada de gente, iluminada por el reflejo de la luz de gas de los comercios; all, despus de unos instantes de vacilacin, camin con prisa hacia el norte.

Hasta en la callejuela donde viva, los que conocan a la jovencita por ser vecinos de la misma casa o habitar uno de los edificios cercanos, consideraban que era una vergenza que sus padres la obligasen a mendigar; porque as calificaban a su ocupacin aunque fuera una mendicidad con apariencia legal por el pretexto de la venta de los fsforos. Para ellos era una excusa muy dbil, puesto que el costo de una docena de esas cajitas en cualquier negocio de Edgware Road era de dos peniques y tres cuartos. Slo once octavos por doce cajas de fsforos!

Los pobres de Londres saben lo duro que es vivir y pagar el alquiler semanal y son muy tolerantes. Los que juzgaban a los Harrod -padres de Fan- eran en su mayora gente que se conformaba con ganar un cheln de cualquier manera y casi todos aficionados a embriagarse de vez en cuando si lo permita el estado de sus finanzas. Consideraban tambin natural y correcto pagar regularmente los lunes por la maana al prestamista por el empeo de los zapatos domingueros, la ropa de los nios y tal vez una o dos herramientas y un par de sbanas y frazadas no demasiado sucias y remendadas, para apaciguar al desconfiado caballero de la gran nariz.

Pero no tenan mala reputacin y saban mantenerse en su lugar. Si Fan fuera una muchacha tosca, de lengua insolente y amiga de los juegos bruscos, no les hubiera parecido tan chocante porque la gran mayora de ellas estn adaptadas para la lucha por la vida en el ambiente rudo y brutal de las calles de Londres. Si caen en el camino del mal es el fin casi inevitable de la juventud en ese medio.

La timidez, modestia y belleza de Fan, sus facciones delicadas, poco comunes entre las jvenes de su clase, acentuaban la culpa de los que la enviaban a ejercer la mendicidad exponindola a una perdicin casi inminente.

La desdichada jovencita conoca los pensamientos de la gente y para evitar los provocativos comentarios siempre los eluda ocultando su mercanca bajo el rado chal hasta llegar a prudente distancia de la abierta crtica de Moon Street. Cuando el tiempo era bueno, sus salidas matinales llegaban hasta Notting Hill. Como con frecuencia se presentaba en los mismos lugares a determinada hora, algunas personas ya la conocan. En ciertos casos comenzaron por contemplarla con una especie de resentimiento que despus de dos o tres miradas a sus ojos grises, suaves y tmidos, se converta en piedad.

Los que no eran peritos en economa poltica, cuando ella tena la suerte de encontrarlos, siempre la obsequiaban con una moneda de uno o tres peniques, agregando a veces una palabra amable que aumentaba el valor de la donacin. Otros le reprochaban la manera ilcita de ganarse la vida y sin volver a mirarla seguan su camino, ignorando la angustia que le causaban a la pobre y avergonzada Fan y hacindole ms difcil soportar su suerte.

Nunca sala a esas horas y apresurndose en la calle hmeda temblaba al pensar que podra encontrarse con un conocido de Moon Street y, herida por el pensamiento de lo que le esperara si se viera obligada a regresar con las manos vacas, camin casi una milla antes de detenerse. Despus sac las ocultas cajas de fsforos y comenz su lastimero estribillo:

-Me compra una caja de fsforos?

As se diriga en voz queda y trmula a cada transente, sin ser escuchada por los que pasaban abstrados; otros la miraban con desprecio, hasta que por ltimo, fatigada y desanimada, volvi sobre sus pasos por el largo camino, desesperanzada. El recuerdo de su hogar se haca ms penoso y aterrador a cada paso. Qu desgracia tener que afrontarlo pensar en ello! Pero no se le ocurri huir y ocultarse de sus padres, escapando para siempre de su torturante aprensin. Amaba a su pobre madre degradada por la bebida; no senta cario por nadie ms y donde estaba ella deba hallarse su nico hogar.

Mas el pensar en su padre era como una pesadilla; hasta el recuerdo de su trato y su lenguaje casi siempre brutal la hizo estremecerse. Lo llamaba "padre", pero l, que desde unos meses atrs estaba desocupado o "sin trabajo" como deca, cada vez la trataba con ms rudeza, con frecuencia al hablarle la llamaba "bastarda" agregando habitualmente una de sus interjecciones hirientes

Lo tema y lo eluda considerndolo un enemigo y el principal perturbador de su tranquilidad. La evidente antipata que senta por ella haba aumentado mucho durante el ltimo ao, porque la Junta Escolar le hizo comparecer ante el juez, multndolo por no enviar a su hija al colegio. Cuando pas aquel momento y ya la ley no lo oblig a hacerla asistir a clase, comenz a hacerla mendigar para resarcirse de lo que le haba costado su "estudio de libros", como deca con desdn. Su desgraciada mujer lo toler despus de violentas escenas y ocasionales protestas, hasta que los peniques obtenidos tan ilegalmente llegaron a ser algo esperado, y constituan un constante motivo de rias entre marido y mujer, que trataban cada uno de reservarse la parte del len para gastarla en la taberna.

Por fin, sin haber logrado ni un penique de los tres que se fijara in mente como precio de la tregua domstica, ya se hallaba a quince minutos de marcha de Moon Street. Su ansiedad la excitaba ms, dando un raro temblor a su voz, su mirada era ms elocuente en su mudo pesar. Dos jvenes pasaron presurosos conversando y ella repiti su estribillo.

-No, pequea farsante! -exclam uno de ellos mientras el otro, mirando hacia atrs, la contemplaba con curiosidad.

-Un momento -dijo a su amigo-. No te preocupes, no le, dar nada. Pero mira sus ojos... son sinceros, no? -El otro se volvi riendo y la mir con fijeza. Fan se ruboriz y baj la vista. l sac un penique del bolsillo y se lo ofreci.

-Toma -le dijo-. Ella lo acept, agradecindole con la mirada mientras el joven se rea volvindose y diciendo que haca una buena inversin.

Lleg cerca de la calle donde viva sin que nadie reparara en ella. En ese momento encontr un caballero de imponente aspecto acompaado de una dama pequea, delgada, de rostro enjuto y plido, que usaba anteojos. sta se detuvo deliberadamente ante ella y escudri sus facciones.

-Vamos -le dijo su compaero- Creo que no te detendrs a hablar con esta miserable pordiosera.

-S, lo har, as que hazme el favor de callarte. Dime, nia,No te avergenzas de mendigar por la calle... no sabes que eso es muy malo para ti?

-No pido limosna... vendo fsforos -respondi Fan de mal talante, con la vista baja.

-Debas suponer que te contestara de esa manera, as que vamos y no pierdas ms tiempo -dijo el caballero, impaciente.

-No me apures, Charles -replic ella-. Sabes muy bien que nunca distribuyo limosnas al azar, de modo que no tienes por qu temer. Dime, nia por qu sales a "vender fsforos", como lo llamas? Es slo un pretexto, porque bien sabes que no vendes. Te obligan tus padres, son tan pobres?

Fan repiti la leccin aprendida para tales oportunidades y que recitaba con tanta frecuencia que ya esas palabras no significaban nada para ella.

-Pap est sin trabajo y mam enferma. Lo hago porque nos estamos muriendo de hambre.

-Eso mismo, naturalmente, qu creste que te dira? -exclam l-. Me parece que ahora reconocers que yo tena razn.

-Ests equivocado, Charles. Sabes que jams entrego dinero sin una previa investigacin completa y he decidido estudiar de cerca este caso, si me permites proceder a mi manera. Escucha -agreg dirigindose a la jovencita-. Dime dnde vives para poder visitar a tu madre cuando disponga de tiempo y tal vez la ayude si dices la verdad y considero que lo merece.

Sonriente, salud con la cabeza, satisfecha de haber observado las precauciones de prctica en la inversin de la moneda y de no perder su dinero, porque "quien da al pobre presta al Seor" pero no a todos los pobres de Londres. Su marido, que no tena una opinin tan elevada de la perspicacia de su mujer, porque murmur "tonteras!" en respuesta a sus palabras, la sigui, contento de haber terminado la escena.

Fan permaneci en silencio, sin decidirse a regresar a su casa, cuando para su sorpresa un gigantesco obrero de tosca apariencia, sin detenerse ni dirigirle la palabra, le ech un penique en la mano. Ya reunidos los tres peniques, volvindose en direccin a Moon Street, se apresur a regresar a su casa con la rapidez que le permitan sus gastados zapatos viejos.

La vela arda an en la mesa proyectando su oscilante luz amarillenta sobre la silueta de su madre sentada todava con la misma actitud de indiferencia, contemplando la estufa vaca. Su marido estaba acostado, aparentemente dormido. Al orla entrar, la mujer se levant en silencio y extendi la mano para recibir el dinero, pero antes de que pudiera lograrlo, l despert con un gruido.

-Djalo! -refunfu levantndose precipitadamente y Fan, retrocediendo atemorizada, no pronunci palabra. Le quit los cobres con brusquedad, insultndola por haber demorado tanto. Luego tom la pipa de arcilla de la repisa de la chimenea y encasquetndose el viejo sombrero sali del cuarto. Despus de dar unos pasos, retrocedi y mirndolas, orden:

-Acustate, Margy. Siento haberte pegado, pero no fu mucho. Ya sabes que debemos dar y recibir.

Movi la cabeza, mostr una mueca y cerr la puerta. Entretanto, Fan se acerc a su rincn, quitse el sombrero y los lodosos zapatos y permaneci contemplando a su madre, que se sentaba otra vez, abatida.

-Acustate, Fan, ya es tarde -le dijo. En vez de obedecer, la joven se acerc, arrodillse junto a ella y le tom una mano.

-Mam -comenz en voz baja pero con rara ansiedad-, huyamos y dejmoslo.

-No digas tonteras! Adnde iramos?

-Salgamos de Londres, mam... al campo, lo ms lejos posible, donde no pueda encontrarnos nunca y podamos sentarnos en la hierba, a descansar bajo los rboles.

-Y dejar aqu lo mo para que se lo beba todo? No creas que soy tan tonta.

-Vamos... vamos, mam! Cada da se pone peor y nos matar si no huimos.

-No temas. Nos golpear un poco, pero puedes estar segura de que no quiere tener la soga al cuello. Y no es tan malo cuando no est borracho. Lamenta haberme pegado.

-Pero, madre, no puedo soportarlo. Le odio... le odio; y no es mi padre. Me detesta y algn da, cuando regrese a casa sin traerle dinero, me matar.

-Quin dijo que no es tu padre... dnde oste eso, Fan?

-Me llama "bastarda" todos los das y yo s lo que significa eso. Mam, es mi padre?

-Ese bruto... no!

-Entonces, por qu te casaste con l? Podramos haber sido tan felices las dos!

-S, ahora lo s, pero entonces no lo saba. Me cas con l tres meses antes de tu nacimiento, para que fueras hija legtima. En ese momento recibi una dote de cien libras pero las gast en un ao. Tuvimos muchos altibajos y ahora estamos en la miseria.

-Cien libras! -exclam su hija asombrada-. Y quin fu mi padre?

-Acustate y no hagas preguntas. Fui demasiado tonta al contarte tanto. Eres muy joven para comprender estas cosas.

-Pero, mam, ya entiendo y quiero saber quin es mi padre. Por favor, dmelo!

-Para qu?

-Porque cuando lo sepa, lo ir a ver para contarle cmo... cmo nos trata l y pedirle que nos ayude a ir al campo, donde no nos pueda encontrar tu marido. -Su madre ri.

-Seras una muchacha valiente si lo hicieras -contest suavizando su expresin-. No, Fan, no puede ser.

-Dmelo por favor y lo har. Por qu es imposible?

-No puedo decirte nada ms, hija. Acustate y olvdalo todo. Ya oyes bastantes cosas malas en la calle y te perjudicara escuchar todo eso. -La suplicante mirada de Fan estaba fija en el rostro de su madre con raro anhelo. Replic.

-Mam, todos los das oigo esas cosas en la calle, pero no me afectan. Cuntame de mi padre. Por qu no puedo visitarlo?

La desdichada mujer baj la vista, evitando apenas la insistente mirada de aquellos hermosos ojos grises. Vacil, pas sus trmulos dedos sobre el desordenado cabello de su hija y estall en llanto.

-No puedo evitarlo -disculpse entre sollozos-. Tienes los mismos ojos de tu padre y cuando los miro, lo recuerdo todo.

- Fui perversa al conducirme de aquella manera porque me educaron en un honesto hogar rural. l era un caballero muy bondadoso, no un obrero ni un bruto borracho como Joe. No volver a verlo. No s dnde est y no me reconocera al verme. Quiz haya muerto. Nos ambamos, pero no podamos casarnos porque era un caballero y yo una criada. Creo que era casado aunque eso no me importaba por su bondad y su amor. Me di cien libras para que me casase y no puedo decirte su nombre porque le promet no revelrselo a nadie. Lo jur besando la Biblia cuando me entreg el dinero. Y sera una hereje si rompiera mi promesa. Joe quera casarse conmigo, lo saba todo; acept las cien libras y dijo que no le importaba. Te amara lo mismo, nunca te lo echar en cara! Por eso me cas con l. Qu tonta fui! Pero ahora no tiene remedio y es intil seguir hablando de eso. Acustate y olvida lo que te cont.

Fan se puso de pie y acercse tristemente a su lecho. No olvid -ni siquiera lo intent- lo que haba odo. Le apenaba perder la esperanza de conocer a su padre, pero se alegraba de saber que fu bondadoso y carioso con su pobre madre; que era un caballero y no se pareca a Joe Harrod. Ese pensamiento la mantuvo despierta en su fro lecho durante largo rato... mucho despus que Joe y su mujer dorman apaciblemente, juntos.

CAPITULO II

AQUELLA azarosa tarde fu seguida por un perodo de calma desde el mircoles hasta el sbado; esos das no hubo rias y Fan se vi libre de la odiosa tarea de salir a mendigar por la calle. A Joe le haban ofrecido un trabajo por tres o cuatro das y lo acept, complacido porque no durara ms.

Durante ese lapso fu el sobrio y estlido obrero britnico. Los atractivos de la taberna lo reclamaran el sbado, cuando tendra dinero y el apetito fruto de la abstencin. La maana del sbado, despus que l sali a las seis, Fan se levant de su camastro y se acerc a su madre junto a la mesa.

-Mam, puedo ir al campo? -preguntle-. S que si recorro directamente el camino de Edgware llegar pronto. Regresar temprano.

-No, Fan no pienses en eso. Es demasiado lejos, te cansars, tendrs hambre y tal vez te pierdas.

-No, puedo llevar un poco de pan, mam? Djame ir! Ser tan lindo ver el campo y los rboles, y dicen que no es muy lejos para ir caminando.

-No ests como para que te vean as, Fan. Espera hasta que tengas zapatos a tu medida y un vestido. Quiz te consiga uno la semana que viene.

-Pero si espero, jams ir! El terminar hoy su trabajo, se gastar el dinero y el lunes me har salir como antes.

Y como segua suplicando, casi con lgrimas tanto ansiaba el paseo, su madre accedi por fin. Hasta tom las tijeras para recortar las hilachas de sus harapos y darle un aspecto ms aceptable. Remend sus zapatos rotos Despus le cort una gruesa rebanada de pan para que se la llevara.

-Nunca vi una muchacha que le guste tanto el campo -dijo cuando su hija estaba por salir con el delgado y plido rostro resplandeciente de alegra-. Es muy largo el camino por Edgware y no hay mucho que ver cuando se llega al campo.

Mientras parta para realizar su paseo, Fan pens que vera muchas cosas. Lo haba proyectado "in mente", pensaba en eso de da y soaba con la excursin por la noche... todo lo que vera!

Pero la distancia era larga, tanto que antes de salir de Londres -de la carretera que pareca interminable con sus negocios a la vera- ya se fatig. Luego estaba la amplia zona circundante de la gran capital, de calles inconclusas y filas de casas parcialmente ocupadas, separadas por grandes espacios con hornos de ladrillos, huertos y tierras incultas.

All podra desviarse y descansar en una de las numerosas y enormes excavaciones con fondo de hierbas y malezas reveladoras de un prolongado abandono. Pero eso no era el campo, la silenciosa vegetacin y las arboledas que viniera a buscar desde tan lejos, y a pesar de su cansancio continu la marcha, resuelta.

Al principio el da prometa ser lindo. Ahora cambiaba el tiempo, el cielo estaba cubierto de grises nubarrones y un fuerte viento del noroeste le azotaba el rostro hacindola estremecer de fro. Muchas veces durante la fatigosa marcha se acercaba a una puerta o cerca de madera, apoyndose con la sensacin de estar demasiado cansada y desanimada para continuar. Ms no poda sentarse a descansar porque constantemente pasaban viajeros en carruajes y a pie. Todos la miraban con fijeza. Sobreponindose a su debilidad, prosegua la marcha, deseando estar otra vez en su miserable cuartucho de Moon Street.

Por fin dej atrs la zona urbana, penetrando en el campo. Desde una loma por la que pasaba el camino poda ver el paisaje muchas millas a lo lejos y eso la desalent. Los pocos rboles que se vean carecan de follaje y los campos encerrados por pardos setos estaban casi todos arados y mostraban la tierra negra.

Los terrenos cubiertos de vegetacin ofrecan tan poco reparo como los arados; no haba refugio del viento fro ni se reflejaba e1 sol sobre el csped cubierto de roco.

El follaje y la belleza del esto haban desaparecido ya haca mucho. Fan vi las otoales hojas cadas en Hyde Park muchos das antes. Sin embargo, recorri la gran distancia desde Moon Street animada por la idea de que en las afueras el tiempo sera diferente, que habra sol y sombras, rboles cubiertos de hojas y flores.

Era intil continuar e imposible, dado su agotamiento, intentar el regreso inmediato. Lo nico que poda, hacer era recostarse al reparo de un seto y pasar el tiempo de la mejor manera posible. Cerca del camino, a cierta distancia, se vea una estrecha senda bordeada de espinosos setos y se dirigi all en busca de un refugio de la lluvia que ya comenzaba a caer.

El sendero estaba al este del camino y a un costado del seto haba una vieja zanja cubierta de hierbas y malezas. La joven se cobij bajo un arbusto hasta que ces de llover, luego sali y volvi a caminar, Descubri en el seto un hueco de tamao suficiente para poder pasar y despus de atisbar con cautela, sin ver a nadie, entr al campo. Era un terreno pequeo y el seto limitaba la visin por doquier; no obstante, era un alivio estar all, fuera de la mirada de los dems.

Continu la marcha bordeando el seto hasta llegar a un roble enano. Haba un profundo pozo en la tierra, entre el tronco y las zarzas. Estaba semirrelleno de hojas secas. Movindolas con el pie not que bajo la superficie estaban secas y siendo ese el sitio ms tentador de los que viera, se acomod, para descansar, en el lecho de follaje. Acostada en ese refugio despus de comer el pan, poco ms tarde se durmi a pesar del fro.

Despert de su sueo que dur varias horas, rgida y helada hasta la mdula. Era tarde y los ocasionales rayos de sol plidos que atravesaban las nubes grises llegaban desde muy bajo en poniente. Se levant y apenas pudo mover las piernas doloridas y acalambradas. Estaba hambrienta, sedienta y entumecida -afligida por su decepcin- y el borrascoso viento vespertino soplaba helado. Los chaparrones la empaparon, pero por fin lleg a Paddington.

En el camino de Edgware la feria de los sbados por la tarde estaba atestada cuando pas demasiado cansada y desalentada para interesarse por el ruidoso espectculo. Poco a poco las densas muchedumbres, los gritos de los vendedores, el resplandor de las lmparas de gas y de nafta quedaron atrs mientras se acercaba a la penumbra y al relativo silencio de la calle donde habitaba. Not una grata quietud cuando entr en la buhardilla, porque sus padres haban salido.

Quedaban rescoldos en la chimenea y la tetera estaba en la reja para mantener el calor. Se sirvi t y lo bebi con ansias. Despus colg su vestido en una silla para que se secase al calor de las brasas y acurrucndose en su destartalado lecho del rincn se durmi en seguida. La despert la seora Clark, la casera que viva en el piso bajo con su marido y sus hijos.

-Cundo llegaste, Fan? -preguntle.

-Creo que a las siete y media -contest.

-Bien, tu madre sali ms temprano, ya son las diez y media y an no ha regresado. Es una vergenza que siempre se demoren tanto cuando consiguen un poco de dinero. Me parece que ser mejor que trates de encontrarla y hacerla volver. Sali a comprar algo para la cena y a buscar a Joe en Crawlord Street. Creo que all la encontrars.

La joven se levant obediente, estremecida de fro, con los ojos an entrecerrados por el sueo y vistiendo sus ropas hmedas sali otra vez a la calle. En pocos minutos lleg a Crawford Street. Una calle larga, estrecha, tortuosa y mal pavimentada. Llena de negocios ms pobres que los de las calles vecinas, con una gran cantidad de pescaderas, verduleras, compra-venta de muebles y de ropas.

Tambin haba feria los sbados al atardecer, una prolongacin de la del camino de Edgware, compuesta principalmente de pobres vendedores de frutas y verduras picadas y baratas, de rbalos y arenques, mariscos y conejos cuyas pieles pendan en montones a los extremos de los puestos. Abundaban las tabernas. Delante de esos establecimientos haba grupos de hombres conversando ociosamente, con la pipa en la boca. Ya haban gastado su salario semanal o la parte que reservaban para sus placeres, pero todava no estaban dispuestos a regresar a sus hogares y perder la oportunidad de beber una ltima pinta de cerveza de un amigo an solvente que acertase a pasar por all. Otros grupos ms numerosos y pequeas multitudes se reunan en torno a los pregoneros callejeros, trovadores, curanderos y prestidigitadores cuya presencia en las calles vecinas no era tolerada por la polica.

Ya era tarde y cesaban las operaciones comerciales. Los vendedores de frutas se iban, algunos con la mitad de la mercadera sin vender. Los grupos raleaban, las puertas de las tabernas oscilaban cada vez con menos frecuencia.

Mientras, Fan se apresuraba ansiosamente, atisbaba con cautela por las entornadas ventanas de las tabernas en busca de su madre y se detena unos instantes cuando vea un grupo de espectadores reunidos alrededor de algo que llamaba la atencin en una esquina. Despus de asegurarse de que no estaba all, durante unos momentos miraba junto con los dems.

En un lugar contempl con pesar a un hombre bajo, moreno y desdichado que careca de brazos. Slo le quedaba el mun de un brazo al que haba sujetado un palo. Ante l se vea un tablero en un rstico cuadro, cruzado por varios gruesos alambres metlicos. Moviendo con rapidez el mun, rasgaba los alambres con el palo y produca una serie de sonidos que tenan cierto parecido a una tonada.

Lo compadeci mucho. Era ms digno de lstima que ella. A pesar del fro y la humedad, las gotas de transpiracin perlaban el cetrino y macilento rostro mientras contorsionaba su cuerpo deforme -tocando el rudo instrumento- sin manos, para conseguir unos peniques y no morir de inanicin en la tumba viviente en la que con una humanidad ms cruel que la crueldad de la naturaleza, arrojamos a los ineptos eliminndolos de nuestra vista. No le dieron nada por su msica y Fan, acongojada, prosigui apresurada su bsqueda.

No todas las escenas callejeras eran penosas. La joven se acerc a un grupo de personas inmviles y silenciosas ante un obeso gigante de aire majestuoso, vestido con ropas de fina tela, corbata blanca y un fez Un tocado masculino utilizado en varios pases rabes cuyo nombre procede de la ciudad marroqu en la cabeza. Permaneca sentado tranquilamente en un banquito plegadizo y tena un frasquito en una mano. Durante largo rato no pronunci una palabra. Por fin uno de los curiosos, un obrero achispado, se impacient y le habl.

-No piensa hacer nada? Hace ms de diez minutos que esperamos en compaa de estas damas y caballeros y usted todava no hizo ni dijo nada. -El raro personaje se llev una mano a la pechera de la camisa, hizo girar los ojos y mene solemnemente la cabeza.

-Necios, insensatos! -dijo como monologando-. Pero, qu me importa que no se salven... que mueran quejndose? En Oriente es diferente, porque all me conocen. Estuve en Constantinopla, en Marruecos, en todas partes. Que pregunten a los paganos lo que hice por ellos. Creen que los curo por el inters de sus sucias monedas? No, no; los que prefieren el oro, las joyas y viajar en elefantes, puEdn tenerlo todo en el Oriente y yo vengo de all. Por qu? Me interesan ms stos. No les pregunto lo que les sucede. Hay algn leproso entre esta multitud?

-Que me traigan uno y lo curar gratis, slo para mostrarles la eficacia de este remedio. En cuanto al reumatismo, tuberculosis, dolor de muelas, palpitaciones, son insignificancias para m. Con una gota desaparecen. Las zarzaparrillas, las aguas y pldoras en que gastan su dinero esperando que los curen, son "inmundicias". Compran todo lo que puEdn tomar y lo mismo se mueren. Esto es diferente. Veinte aos en Oriente para obtenerlo. Mdicos! Me ro de ellos!

Con una sonrisa de superioridad volvi a bajar la vista y se sumi otra vez en un profundo silencio. Nadie se ri. Fan oy que alguien cerca de ella comentaba:

-Es una leccin estudiada, nada ms. -Otra voz replic:

-Diga lo que le parezca, pero es algo ms que eso.

Cerca de Fan estaba una anciana delgada, pobremente vestida, que tambin escuchaba esos comentarios. Se abri paso hacia el sabio de Oriente y comenz diciendo:

-Seor, mi corazn...

-Tranquilcese!, no diga una palabra ms -la interrumpi con un ademn majestuoso-. No hace falta que me diga de qu padece. Lo advert antes de que hablase. -Destap el frasquito.

-Una gota en la lengua la curar para siempre. Pobre mujer!, pobre mujer!, cunto ha sufrido! Lo s todo. Primero dme seis peniques. Si fuera rica le pedira cien libras; pero es pobre y sus seis peniques sern ms para usted el da del Juicio Final que las cien libras del rico. - Con dedos trmulos ella sac dinero y cont cinco peniques y medio.

-Es cuanto tengo -dijo tristemente ofrecindole las monedas.

l mene la cabeza y la anciana estaba a punto de retirarse cuando alguien se adelant y le agreg una moneda de medio penique. El sabio tom sus honorarios y todos se acercaron estrechando filas para contemplar con intenso inters mientras verta una gota de lquido pardo sobre la lengua de la pobre mujer proyectada de manera que no perdera nada del blsamo vital. Despus de presenciar esa escena, la joven se apresur otra vez.

Por ltimo, cerca de Blandford Square encontr una muchedumbre tan grande que slo una pelea o su inminente perspectiva podran haber reunido tanta gente a esa hora. Un momentneo claro le permiti ver que en el centro, en un pequeo espacio permanecan dos mujeres que se encaraban desafiantes. La tenue luz de las ventanas de la taberna donde estuvieran bebiendo les ilumin la cabeza e instantneamente las reconoci. Una era su madre, -excitada por el alcohol y la ira-; la otra, una mujer alta, de rostro plido, morena, conocida por el apodo de "Liza la larga". Era pendenciera y en otro tiempo vecina de los Harrold en Moon Street. Acababa de salir de la crcel y ansiaba arreglar las cuentas pendientes.

En vano pugn Fan por acercarse a su madre. El crculo se estrech, la empujaron hacia atrs rudamente sin atender a sus lastimeros ruegos y sollozos. Le angustiaba tener que permanecer impotente en el crculo externo de la multitud, escuchar los frenticos insultos y desafos de las contendientes y los gritos y vtores del excitado pblico. Mas resultaba evidente que una batalla verbal no bastaba para satisfacer a los espectadores que esperaban que las dos mujeres empezaran a golpearse. Cada momento era mayor el nmero de curiosos. La empujaban ms atrs y en el tumulto slo oa pocas palabras de las que se cruzaban entre las dos mujeres.

-No, no quieres pelear, t... no es tu costumbre, pero esperas que una est en la mala y entonces. Y si te dieron seis semanas, digo que es una lstima que no fueran seis meses... Pero si yo fuese una chismosa como t, dira cosas peores de ti que t y t... de las que la gente de Moon Street puede llegar a decir de m algn da... Lo dirs en seguida si no quieres que te machaque la cabeza contra los adoquines...

-No sers t...; estoy dispuesta, si quieres probar tu fuerza conmigo veremos a quin le golpearn la cabeza contra las piedras. S, pelear, pero antes. .. Si lo hars, dnde est la muchacha que mandan a mendigar por la calle? T y tu marido se emborrachan con las monedas que ella les trae! Y ms todava si quieres orlo... Pero no puedes agregar nada, tu... Rmpeme los dientes entonces! Quin fu su padre, o el pobre estpido se cas contigo despus de conocerte en la calle estando borracho?

Con un grito y una maldicin, su contendora salt hacia ella y un momento despus se golpeaban y araaban como animales salvajes. Entusiasmados, los curiosos apretaron filas en torno a las mujeres. Unos instantes ms tarde se interpusieron y las separaron. No lo hicieron por piedad ni deseo compasivo de proteger a esas dos desdichadas de su enfermiza furia. Slo teman que pudieran agotarse demasiado pronto, entorpecidas por sus chaquetillas y chales. Ninguno de ellos recordaba tener una anciana madre, una mujer de plido semblante o hijitos en su hogar y hermanas que tal vez eran obreras. Porque el obrero tiene tanto instinto deportivo como cualquiera. No puede satisfacerlo viendo cmo los atletas luchan a puetazos en el Club Pelican. Slo la ocasional ria callejera lo deleita y el espectculo de dos mujeres enloquecidas que se araan no desmerece su atencin.

Quitndoles los sombreros y enrollndolos en su cintura, sus amigos y defensores las dejaron en libertad alentndolas con palabras y palmoteos en la espalda, como los que incitan sus perros al combate. Volvieron a orse gemidos y maldiciones, se tiraron del cabello y de las ropas y llovieron los golpes ciegos y violentos hasta que "Liza la Larga" tropezando con el pie en el cordn de la vereda, cay sobre el pavimento e instantneamente su adversaria se ech sobre su pecho, dndole puetazos en el rostro.

Los espectadores grueron y protestaron, algunos intervinieron apartndola. Despus alentaron a las dos a continuar la lucha. Combatieron con constante furia y cada vez que una caa la otra la pisoteaba, la golpeaba y le daba puntapis hasta que las separaba el pblico que quera prolongar el encuentro.

El ltimo asalto termin de una manera desastrosa. Trabadas en estrecha toma, Liza ejercit todas sus fuerzas para levantar en vilo a su oponente y dejarla caer, lo que logr, cayendo pesadamente sobre ella. Despus se separ y salt sobre su adversaria con el fin de matarla a pisotones. Una vez ms intervinieron los curiosos y la sacaron arrastrando, debatindose y chillando de ira. Pero la cada no pudo ser levantada. Se haba golpeado la nuca contra el cordn de la acera y estaba inconsciente. Su cabello suelto se inund de sangre.

Fan, sollozando y estrujndose las manos de angustia y terror, ya no fu empujada hacia atrs porque como por arte de magia la multitud desapareci mientras que algunos hombres y mujeres rodearon a Liza y la retiraron, aun debatindose y maldiciendo. La joven se arrodill junto a su madre, tratando de levantarla. En seguida fu rudamente apartada por dos agentes de polica que recin llegaban al lugar.

De los espectadores, que ascendan a unos ciento cincuenta, slo unos veinte permanecan all y algunos ayudaron a los policas a alzar la mujer y lavarle la cabeza con agua fra. Notando entonces que estaba gravemente herida, la llevaron a un vehculo, dirigindose al hospital de St. Mary.

La joven qued unos minutos sola, sin saber qu hacer. Despus ech a correr tras el coche, llorando mientras corra. Pero no pudo alcanzarlo y antes de llegar al extremo de Crawford Street lo perdi de vista. Continuando su carrera, al fin cruz el camino de Edgware y penetr en las desiertas calles oscuras y estrechas, confiando en llegar al hospital poco despus del carruaje. Pero aunque conoca el establecimiento y las calles que llevaban all, en esta oportunidad se aturdi y luego de errar un rato sintindose rendida por el largo da fatigoso y las penosas emociones que experimentara, se sent en un umbral de una solitaria calle sombra, ignorando dnde estaba.

Apareci una pobre mujer que la orient y Fan volvi a apresurarse. Cerca de la puerta de su casa hall a Harrod, que le pregunt con tono agrio qu haca a esas horas en la calle.

Haba presenciado la lucha hasta en fin mantenindose a buen resguardo para que no lo vieran y regresaba del hospital cuando se encontr con Fan. Al enterarse de que iba a visitar a su madre, le orden que fuese a su casa, diciendo que a esa hora nadie podra verla y que deba averiguar de maana.

Colmada de pena y dolor, lo sigui hasta Moon Street, adonde llegaron a las doce y media.

CAPITULO III

EL domingo, lunes y martes, pasaron triste y lentamente y a las cinco de la tarde de este ltimo da, en el hospital de St. Mary le comunicaron a Fan que Margaret Harrod haba fallecido. Durante los tres das, pas las horas rondando junto a las puertas del establecimiento, entrando tmidamente de tanto en tanto a averiguar y pedir que se le permitiera ver a la herida. Pero no accedieron a su pedido. La seora Harrod sufra de conmocin cerebral adems de otras lesiones graves y continuaba inconsciente; no tena objeto su visita.

Sin pronunciar una palabra ni derramar una lgrima, se apart de las sombras puertas, dirigindose lentamente hacia Moon Street. Por momentos en su camino de regreso se detuvo mirando en torno aturdida, como quien camina sin advertirlo hasta un paraje distante, donde todo es extrao. Estaba en las viejas calles familiares con sus edificios, las grandes vidrieras llenas de mercaderas baratas, el paradero de los carruajes y el bebedero, los mnibus y la perpetua corriente de peatones en la amplia calle.

Lo conoca todo muy bien y sin embargo le pareca extrao. Era una forastera abandonada y sola. Se diriga all como en sueos de los que no despertara a la vieja realidad. No pedira ms limosna a los indiferentes transentes; no tendra que huir y ocultarse con inenarrable vergenza y degradacin al ver un vecino o una antigua condiscpula. Ya no temera la persecucin ni el sucio lenguaje de las pandillas de muchachones y jovencitas que pasan la tarde jugando en la calle. No regresara a su hogar para encontrarse con el ser que amaba y que le corresponda, cuyo afecto alimentaba su hambriento corazn.

Al llegar, no subi como de costumbre a su sombra buhardilla, sino que permaneci en el pasillo, cerca de la puerta de la casera. La seora Clark la vi all al salir.

- Bueno, Fan, cmo sigue tu madre? -le pregunt bondadosa.

- Ha muerto respondi la joven cabizbaja.

- Muerta! Ya me pareca! Pobre Margy, tan fuerte que estaba el sbado pasado y ha fallecido. Pobre Margy querida... fuimos tan amigas -se enjug una lgrima-, tan buena! Eso era, y morir de esta manera; pero nunca tuvo una oportunidad y fu de mal en peor por culpa de l. Muri y l se dedica a la bebida slo el Seor sabe cmo la consigue; duerme en su cuarto y su pobre mujer muri en el hospital; nunca piensa cmo pagar el alquiler. Ya lo soport bastante por la pobre Margy, porque ramos amigas y ella tena sus penas, como yo. Pero no lo aguantar. Se lo har saber en seguida. Ahora que ella muri, l puede irse. Pero cmo vivirs t... mendigando en la calle? Una muchacha de tu edad... estoy avergonzada de eso y no lo permitir en mi casa.

-Hara cualquier cosa por mi madre -dijo entre sollozos-, pero ha muerto y no mendigar ms.

-Eres una buena chica. Debo reconocer que siempre lo fuiste, slo que ellos no se portaron bien contigo. No llores, querida, sube a tu cuarto y acustate, ests rendida de fatiga.

- No puedo volver all -murmur desesperada.

-Y qu hars? No te ayudar, te har pedir limosna. Conozco a Joe Harrod y deseara que se hubiese roto la cabeza en vez de la pobre Margy. No tienes amigos adonde ir? Tu madre naci en el campo y muchas veces la o decir que era de Norfolk.

-No conozco a nadie -murmur Fan.

-Bueno, no llores ms. Entra, pareces hambrienta y muy cansada. Cuando llegue mi marido, tomars el t con nosotros y te permitir dormir en mi cuarto. Pero si Joe no quiere mantenerte y te abandona, tendrs que ir al asilo, porque yo no podra mantenerte aunque quisiera.

Fan la sigui, entrando en la habitacin de la planta baja. Haba fuego en la chimenea que arrojaba un tenue resplandor oscilante sobre las polvorientas paredes y el cielo raso, en los gastados muebles, pero era mucho mejor que el desnudo cuarto de los Harrod y a la pobre joven le pareci un perfecto refugio para descansar.

Sentse en un rincn y empez a meditar en las palabras de la casera. Le haban enseado a considerar el asilo corno una especie de prisin donde los ineptos para vivir eran alejados de la vista del mundo. Los que llegaban all por haber hecho algo malo tenan esperanzas, pero no los que carecan de un penique, no tenan amigos y eran arrastrados hacia el sombro refugio del internado. Podan volver a salir cuando el tiempo fuera propicio, tratando de reanudar la lucha en que fueran derrotados. Su caso sera entonces semejante al del boxeador que ha cado y se levanta semiaturdido y cegado por la sangre para proseguir combatiendo contra un adversario ileso.

Sin embargo, las palabras que oyera, aunque persistan en su mente no la afectaban mucho. Estaba cansada y aturdida, su vida no tena motivo, era incapaz de pensar y de hacer proyectos. Hallbase dispuesta a ir donde le dijesen, sin formular preguntas ni causar molestias. De manera que se sent en un rincn oscuro, sin contestar. Con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la pared permaneci media hora sin responder a los ocasionales comentarios de la seora Clark, que preparaba la comida.

Lleg su marido, un hombre reservado, y no hizo ninguna observacin cuando su mujer le cont que Margaret haba muerto en el hospital. Cuando agreg que Joe lo vendera todo y se ira de all, dejando a Fan a cargo de ellos y que por eso la nia debera ir al internado, slo asinti con la cabeza y continu bebiendo su t.

La joven sorbi la infusin, se sirvi el pan con manteca y volvi a su asiento. Un rato despus se durmi, apoyando la cabeza en la pared. Despert sobresaltada a las dos horas, encontrndose sola en el cuarto, pero an haba fuego en la chimenea y una vela arda sobre la mesa. Los ruidosos pasos de un hombre en la escalera la despertaron y se di cuenta de que Joe Harrod bajaba de su cuarto. El se acerc y llam a la puerta.

-Est Fan? -pregunt hoscamente-. Dnde est, quisiera saber.

Ella permaneci en silencio, temblando en su rincn. Despus de esperar un rato sin obtener respuesta, l se alej gruendo y la joven le oy salir por la puerta de calle. Entonces se puso de pie de un salto y por unos momentos trat de escuchar, temiendo y odiando a ese hombre ms que nunca, sintiendo el impulso de huir fuera de su alcance. En alguna parte de la ciudad podra encontrar un refugio. La urbe era muy grande. En todas direcciones las arterias se extendan hacia el infinito, brillando de noche con el resplandor de la luz de gas, atestadas de transentes y animadas por la estridencia del trfico. Los cientos y miles de calles conducan a silenciosas y oscuras callejuelas y tranquilos refugios a la sombra de grandes edificios, con sus arcadas donde podra recostarse y descansar a salvo. Tanto la domin el sbito impulso de huir, que hubiera cedido si no fuera que la seora Clark volvi al cuarto en ese momento.

-Ven, Fan, te prepar un lecho en mi habitacin y si l viene a molestarte esta noche, lo echar. No temas, chiquilla.

La sigui en silencio al cuarto contiguo, donde vi una cama improvisada con alfombras y frazadas, sobre cuatro o cinco sillas. Se senta segura pero no pudo dormir mucho aun en aquel lecho que tornaba lujoso el calor, porque pensaba en el futuro y finalmente resolvi huir por la maana. A las seis de la maana siguiente los Clark estaban levantados, l para ir a trabajar y ella para prepararle el desayuno.

Cuando salieron del dormitorio, Fan tambin se levant y se visti apresurada. Despus de esperar hasta que oy que el hombre sala, entr en la otra habitacin y la casera le sirvi caf y pan, mostrndose sorprendida de verla de pie tan temprano. Le respondi que iba a ir en busca de trabajo.

-Es completamente intil -le contest su protectora-. Ni siquiera te mirarn con esas ropas. Qudate tranquila y yo tratar de que l no te moleste. Pero de todos modos tendrs que ir al asilo, porque Joe Harrod no es hombre para cuidarte.

-Te alimentarn, te darn ropas decentes y eso ya es algo. Tal ves te enviarn a alguna parte donde toman muchachas para ensearles a ser criadas y cocineras, o algo por el estilo. No salgas a vagar por las calles, porque no te servir para nada bueno y no me agrada.

Fan pensaba pedirle que la dejara salir y una vez lejos de la vecindad no volvera, pero la seora Clark era tan resuelta que se limit a bajar la cabeza y permanecer callada. La oportunidad se le present cuando la mujer sali para realizar algunos quehaceres y la joven, acercndose a la puerta, la abri. No encontrando a nadie huy en direccin a Norfolk Crescent. Bordeando el barrio de plazas, jardines y mansiones, pronto lleg a Praed Street, y despus al camino de Harrow, que recorri presurosa. Cuando aclar y los comerciantes comenzaron a levantar las persianas, ya haba cruzado el Canal Regent, encontrndose en un desierto de ladrillo y concreto, completamente desconocido para ella.

All se sinti a salvo por el momento, porque tena la certeza de que los Clark no se preocuparan ms por ella, que no representaba nada para los caseros, y en cuanto a Joe Harrod, les oy decir que ese da lo llamaran para identificar el cadver de su mujer y declarar acerca de la manera en que hall la muerte.

En esas desconocidas calles err sin rumbo durante horas, sin buscar trabajo ni hablar con nadie, porque las palabras de la seora Clark referentes a la inutilidad de buscar empleo con esas ropas an persistan en su mente, y le daba vergenza conversar con alguien.

Al medioda el hambre y la fatiga comenzaron a debilitarla. Ms tarde desaparecera la breve luz del da y no tendra alimentos ni reparo para pasar la noche. Aquella idea la aguijone. Lleg a una callejuela lateral de pobres casas y pocos comercios diseminados entre las viviendas particulares. Entr en uno de esos, una pequea aceitera, donde vi una mujer detrs del mostrador.

-Qu desea? -le pregunt apenas pas de la puerta.

-Necesitara una muchacha que la ayude a trabajar...?

-No, no me hace falta ni conozco a nadie que la necesite -contest secamente; luego se volvi disgustada de que no fuera una compradora de una brazada de lea, medio penique de triaca o media onza de t, porque mantena a sus hijos con las ganancias de esas pequeas ventas.

Fan sali de all y fu recobrando el valor e impulsada por la necesidad penetr en otros locales, hasta recorrer todos los de esa callejuela, pero nadie la necesitaba y en uno o dos le ordenaron que se retirase con sequedad y mirada avizora, para que no se llevase algo oculto bajo el chal.

Sigui errando y por fin encontr un lugar tranquilo donde se sent a descansar en un umbral. El plido sol de octubre que la acompaara hasta ese momento ya se pona; el da era fro y gris. Por ltimo, estremecindose desfalleciente, se puso de pie y comenz a caminar sin rumbo una vez ms. Resolvi despus entrar en el primer comercio que viera y hablar a la primera mujer que encontrase en la puerta, con la esperanza de hallar a alguien que la invitase a comer y le proporcionara albergue. Pero al llegar al comercio sigui de largo y cuando vi una mujer parada junto a la puerta, que la mir de pies a cabeza fijamente, se desalent y continu su camino. Luego, muy fatigada empez a perder la penosa aprensin de la fra noche pasada en la calle y hasta el hambre pareci aplacarse. Slo deseaba sentarse, dormir y olvidarse de todo.

Ms tarde se encontr nuevamente en el camino de Harrow, pero sus ideas se confundan y ni siquiera saba si se diriga al este o al oeste. Cada vez haca ms fro y estaba ms oscuro; una neblina griscea emerga en el aire y ya no hall abrigo del fro, el lodo y la bruma, ni de los ojos de los transentes que parecan mirarla con tanta indiferencia. La suela de uno de sus zapatos estaba gastada y las fras losas y el lodo de las calles le entumecan el pie de manera que apenas poda levantarlo.

Cerca de Paddington Green -porque haca rato que retroceda hacia el camino de Edgware- se detuvo a la entrada de una estrecha callejuela que conduca al canal. Era un lugar muy pobre y una cantidad de harapientos chiquillos corran por all gritando a sus anchas, pero pareca mejor que la otra calle para descansar y dando unos pasos se detuvo en el cordn de la vereda, apoyndose contra un poste de alumbrado.

Algunos chiquillos sucios se acercaron y la miraron, volviendo despus a sus bulliciosos juegos. Un poco ms all unas mujeres hacan comentarios junto a las puertas de sus domicilios. Una delgada mujer triste que usaba un vestido llevando en la mano algo envuelto en un papel de diario, se acerc desde la calle principal. Detvose cerca de la joven, la mir y le dijo:

-A quin buscas? Los nmeros de las puertas estn casi borrados. Algunas quiz no lo tuvieron nunca.

-No busco a nadie -contest.

-Me pareci que s, al verte como si no supieras a dnde ir. -Fan mene la cabeza, demasiado cansada para dar explicaciones. No tena amigos ni conocidos en ese barrio pobre. Slo deseaba descansar un poco fuera de la vista de los transentes. La mujer no dejaba de mirarla.

-Tal vez esperas a alguien? -sugiri.

-No.

-No? No esperas a nadie?

Despus de un intervalo mir el paquetito flojo que tena en la mano y finalmente se decidi a desenvolverlo. Contena un arenque ahumado, lo palp con cautela como para asegurarse de que tuviera las huevas tiernas; y luego lo oli para cerciorarse de que estaba fresco. Lo envolvi lentamente.

-Quiz no tengas dnde ir -coment intencionalmente, desviando la vista como si se dirigiera a una persona imaginaria.

-No, no tengo hogar -contest Fan.

-No pareces mala. Tal vez te trataron mal y huiste. La joven asinti con la cabeza.

-Y no tienes dnde ir, ni dinero?

-No.

Otra vez los ojos de la mujer parecieron abstrados. Luego contempl el paquete y estuvo a punto de desenvolverlo nuevamente. Lo pens mejor y dijo por ltimo con el mismo acento ausente:

-Tengo un cuarto all -indic la parte alta de la calle-. Si quieres, puedes acompaarme y dormir conmigo. Un arenque ahumado no es mucho para dos, pero tengo t y pan y eso te har bien.

-Gracias, acepto -contest Fan y la acompa las cuarenta yardas hasta llegar a una puerta abierta ante la cual se hallaba una mujer desarreglada con los desnudos brazos doblados. Se apart a un lado para dejarlas pasar. Entraron y subieron a una buhardilla pequea y sucia, amueblada con una cama, una mesita, una silla y un cajn de pino que serva de tocador. El fuego arda en la pequea estufa, donde se vea una pava. Una hogaza de pan, una tetera de barro con el pico roto, una taza y un platillo bastante cascados estaban sobre la mesa. La pobre mujer haba hecho todos los preparativos para el t antes de salir a comprar el arenque ahumado.

- Qutate el sombrero y sintate aqu -le dijo acercndole al fuego una silla con asiento de esterilla.

La joven obedeci. Coloc su sombrero sobre la cama y se sent, entrando en calor, demasiado cansada y triste para pensar. Entretanto, la mujer se sac las botas y comenz a caminar silenciosamente por el cuarto, que no tena alfombra, terminando sus preparativos para el t. El arenque se tostaba en el fuego y el t ya estaba preparado. Entonces la duea de casa trajo otra taza. Finalmente, acerc la mesita a la cama, que servira de segundo asiento.

Todo estaba tan callado -no se oa sino el rezongo de la pava y el siseo y chirriar del arenque que se tostaba-, que el desacostumbrado silencio tuvo el efecto de excitar a Fan, que miraba a su protectora moverse en el cuarto sin hacer ruido. An no haba pasado de la edad mediana, pero posea el aspecto tosco y la piel ajada de quien sufri muchas vicisitudes. Tena el cabello fino y opaco moteado de gris y una expresin de triste resignacin en sus ojos azulados. La joven la compadeci, recordando que de no haber sido por la bondad de aquella pobre mujer an estara en la fra calle sin perspectivas de refugio para pasar la noche. Se inclin y echse a llorar silenciosamente.

La mujer ignor aquella reaccin y continu conducindose con naturalidad hasta que todo estuvo preparado. Entonces se acerc a la ventana y permaneci all mirando, hacia la bruma y la oscuridad.

Slo cuando la joven dej de llorar, regres junto al fuego y se sirvieron el t. Lo bebieron en silencio y cuando terminaron, lavaron y acomodaron la vajilla. Despus la duea de casa acerc el cajn de pino y se sent al lado de Fan.

Conversaron, la muchacha refirile que su madre acababa de morir, que no tena hogar y trataba de buscar trabajo para ganarse la vida. Por su parte la mujer le cont que trabajaba en un lavadero cercano.

-Pero no necesitan ms manos all -agreg con desprecio-. Y tampoco eres apta para ese trabajo. Debes tratar de encontrarte algo maana; si no lo consigues, que me parece lo ms probable, vuelve y dormirs conmigo. No me cuesta mucho darte t. Ahora no debo alquiler y me gusta la compaa; as que no debes preocuparte por eso. Despus del breve dilogo, se acostaron porque las dos estaban cansadas.

CAPITULO IV

EL segundo da de la bsqueda de Fan no fu ms alentador el primero. Err por el barrio de Westbourne Park, llegando hacia el oeste, hasta el camino de Ladbroke Grove evitando las calles, jardines y plazas y las mansiones. Pero aparentemente no era aceptable ni aun en las moradas ms humildes, porque nadie le preguntaba qu saba hacer ni se dignaban hablar con ella, excepto en una casa a la que lleg6 por consejo de una mujer de la verdulera.

All le preguntaron si tena ropas decentes y experiencia. Cuando la mujer que la cobij la tarde anterior regres a las cinco de su trabajo, la encontr en Dudley Grove, porque aqul era el hermoso nombre del barrio donde viva, parada como la otra vez junto al poste de alumbrado; y despus de un breve saludo la llev a su cuarto. Mientras preparaba el t, not la debilidad de la joven y su desnutricin, porque Fan no haba comido en todo el da. Sali y volvi con provisiones: carne de cerdo, manteca salada y un atado de berros, toda una variedad.

Como la noche anterior, se sentaron un rato junto al fuego despus de la comida, conversaron un poco y luego se acostaron, durmindose apenas posaron la cabeza en la almohada. Terminado el frugal desayuno de la maana siguiente, la mujer dijo:

-Volvers hoy con tus amigos? Fan la mir sbitamente asustada y baj la vista.

-Ayer estabas cansada y sin comer; no pudiste encontrar trabajo. No te impuls eso a desear volver con ellos?

-No, no regresar. No tengo amigos -contest, agregando con timidez-: No quiere que vuelva aqu?

-S, ven si no encuentras empleo. El t y el pan no cuestan mucho y eres una compaa para m.

Sin decir ms, salieron juntas, separndose en la carretera de Harrow. Aquella maana Fan sigui otro camino y dirigindose al sur pronto se encontr en calles anchas, limpias, entre grandes casas estucadas y pintadas. Sera intil buscar all, pens, y sin embargo sucedi algo que llev una nueva esperanza a su corazn. Era muy temprano y en algunas casas las criadas lavaban los umbrales. Mientras pasaba junto a una de esas puertas, le preguntaron si quera lavar el umbral. Acept complacida, recibiendo en pago un penique. Record entonces que con frecuencia haba visto pobres muchachas, mal vestidas como ella, lavando las escaleras de grandes casas, enterndose de que el pago habitual era un penique por ese trabajo.

Despus de caminar un rato empez a llamar en las casas cuyas escaleras an no estaban lavadas, preguntando si necesitaban quien lo hiciera. Casi invariablemente la rechazaban con un enftico "No" de labios de una criada furiosa por haber sido molestada. Dos veces ms gan un penique por aquella tarea, de manera que reuni tres monedas de ese valor.

Despus de medioda, advirtiendo que no consegua ms trabajo y sintindose desfallecer de hambre, compr un pan de un penique y se dirigi a una glorieta frente a las fuentes de Kensington Garden, donde lo comi y descans hasta que lleg el momento de volver a Dudley Grove.

Por la noche, mientras estaba sentada junto al fuego despus del t, refiri su xito exhibiendo los dos peniques y ofrecindoselos a la pobre mujer que la protegiera. sta se limit a menear la cabeza.

-Quiz necesitars algo para comer maana -le dijo, agregando-: Lavar las escaleras no es conveniente. Hay muchas personas que se dedican a eso. Eres una muchacha joven, siempre hambrienta y te causara la muerte. Los sbados no son malos, porque en muchas casas slo lavan las escaleras una vez por semana y necesitan una joven que lo haga. Podras ganar seis peniques o un cheln en un sbado. Pero los dems das son malos. No puedes vivir de eso, no es lo que te conviene.

Fan qued muy decepcionada, pero estudiando el asunto record que haba visto a otras jvenes en la misma bsqueda que ella y aunque todas tenan apariencia desordenada y sucia, como era natural considerando la naturaleza de su tarea, algunas de ellas de todos modos estaban bien nutridas, sanas, felices y esto la alent. Por fin dijo:

-Si otras viven de eso, por qu no puedo hacerlo yo? Si reno seis peniques diarios, no puedo vivir con eso?

-No, ni con nueve, ni siquiera con un cheln. Eres alta, te desarrollas, no eres fuerte, tienes hambre y necesitas almorzar. Si no lo haces te enfermars, y qu haras en ese caso? No te alcanzaran seis peniques ni un cheln, porque no tienes hogar y debes pagar alquiler; como nadie te proporciona ropas y zapatos, debes comprarlos. Las muchachas que ves son ms fuertes que t, tienen su casa y no buscan escaleras para lavar, sino que van a las casas que conocen, donde siempre hacen ese trabajo. No ganan slo un penique sino dos y consiguen un cheln diario, algunas conocen muchas casas. Los sbados obtienen ms de tres chelines. Pero no puedes hacerlo porque no conoces a nadie, no tienes ropas ni hogar y hay muchas otras antes que t.

Pareca que la pobre mujer se hubiera dedicado a ese trabajo como medio de vida, tan pesimista era demostrando conocer mucho el asunto. La gente nunca cree que se conseguir una fortuna en ningn negocio en el que no tuvieron xito. Fan estaba desanimada, pero no poda hacer nada y le resultaba difcil abandonar esa nica oportunidad.

-No me dejar probar unos das? -pregunt despus.

- S, puedes hacerlo, pero es intil, muchas se dedican a eso. En pocos das tu ropa se arruinar y qu hars entonces? Es un trabajo rudo y no adecuado para ti. A m no me interesa porque el t no me cuesta mucho y me haces compaa, de manera que hay un intercambio entre nosotras dos.

Las mismas tristes palabras se repetan cada velada cuando Fan regresaba de su diaria peregrinacin, mas todava la pobre nia se aferraba a la esperanza y a la nica ocupacin que pudo encontrar. Era una vida dura y desdichada y cada da pareca acercarla ms al desastroso final pronosticado por la pesimista lavandera de Dudley Grove.

Se cansaba con frecuencia de caminar horas enteras, sintindose a veces tan famlica que apenas poda evitar recoger las cscaras de naranjas de la calle para aplacar su cruel apetito. Cuando tena suerte y encontraba escaleras para lavar, la humedad y la suciedad de los escalones gastaban ms su pobre vestido manchado, que pareca peor que nunca, mientras su calzado se hallaba en tal estado que era difcil, remendndolo cada noche, evitar que cayera en pedazos. Da tras da la acercaban al final, cuando se vera obligada a sentarse y decir:

-No puedo ms, tengo que morirme de hambre.

Sin embargo, con la pequea restauracin de fuerzas que le proporcionaban la cena y la triste simpata de su amiga, as como el descanso nocturno, continuaba cada maana errando en espera de otra jornada. Diez o doce das pasaron de esa manera y siguiendo un consejo prctico de la pobre lavandera dej el barrio de plazas y mansiones cercanas a Hyde Park, para llegar al oeste de Westbourne Grove, donde las casas eran ms pequeas y tenan menos criadas

Una maana, a las diez, se detuvo ante una casa en Dawson Place, una ancha calle limpia con lindos edificios de tamao regular, jardn al frente y otro ms grande con rboles al fondo. La casa bien conservada y cinco o seis anchos escalones blancos conducan a la puerta principal pintada de azul oscuro. Fan los mir sin poder saber si estaban limpios o no, porque, aunque secos, eran muy blancos. En todo Dawson Place ofrecan el mismo aspecto, pareciendo que no tendra oportunidad de trabajar all; pero se senta cansada y se detuvo cerca de la puerta, sin arriesgarse a llamar.

Poco despus se abri la puerta principal y sali una dama que descendi la escalera. Al llegar abajo mir con fijeza. Era alta y robusta, de busto generoso. La joven la consider de maravillosa belleza, pero se sinti un poco atemorizada en su presencia. Era majestuosa y su rostro mostraba una expresin de desdn. Las caras de las mujeres hermosas siempre la fascinaban. Contemplaba con un intenso placer secreto las suaves y delicadas facciones y anhelaba or una palabra amable que 1e dirigiera una hermana de dulces labios, deseo tan penetrante que era como un agudo dolor para su corazn. La orgullosa expresin imperativa de aquel bello rostro la afect de una manera diferente; la tema a la vez que la admiraba.

La dama estaba elegantemente vestida, usaba una larga chaqueta de terciopelo azul oscuro orlado con piel marrn y bajo la sombra de un amplio gorro de piel su cabello pareca muy negro y brillante. Sus cejas tambin eran negras, los ojos muy oscuros, y de mirada penetrante. El cutis posea el intenso rubor que pocas veces se ve en las damas londinenses y es ms comn en Irlanda que en Inglaterra. Las facciones delicadas, la nariz ligeramente aquilina, los labios rojos y la boca ms pequea que lo comn en rostros tan bellos: era una boca bien formada que sera muy dulce si no fuera por la expresin desdeosa.

-Qu deseas? -le pregunt con tono autoritario, exactamente el que era de esperar en una mujer de aspecto tan imponente.

-Por favor, quiere que le lave las escaleras? -pregunt Fan con timidez.

-No, claro que no. Qu torpe debes ser cuando haces tal pregunta! Para eso estn las criadas.

Durante un momento la joven permaneci all con la vista baja. Despus la levant con timidez, mirando el hermoso semblante rubicundo y not que los ojos oscuros la contemplaban.

-S, puedes hacerlo -dijo la dama-. Cuando termines, ve a la cocina y dile a la cocinera que te pague y te sirva algo de comer.

Se alej, pero despus de dar unos pasos volvi y llam para que viniese la cocinera, a quien repiti la orden.

-Muy bien, seora -dijo sta, secndose las manos en el delantal, pero no regres en seguida a la cocina porque su ama continuaba contemplando a Fan.

-Deja, no le pagues -agreg-. Hazla esperar hasta que yo regrese. Voy a Grove y volver dentro de media hora.

Se alej con la cabeza erguida y gil paso. Cuando Fan termin su trabajo, entr en la cocina y la cocinera le sirvi pan y queso, con un vaso de cerveza, lo que la reanim hacindola sentirse ms fuerte y alegre que en mucho tiempo a pensar qu le dira la duea de casa y si le pagara dos peniques en lugar de la moneda habitual.

Tal vez le regalara un viejo vestido o un par de zapatos. Saba que eso suceda a veces y la idea de que volviera a ocurrir aceler los latidos de su corazn. Aunque era tan agradable descansar en la resplandeciente y clida cocina ansiaba el retorno de la mujer, para que finalizase su incertidumbre. Mientras estaba sumida en sus pensamientos, la cocinera, una mujer de unos cuarenta aos -que es la edad media de las cocineras londinenses- encendi el fuego y comenz sus quehaceres sin prestar atencin a su huspeda. Entonces la criada entr cantando, con el balde y el cepillo en las manos; era una linda muchacha de alegres y brillantes ojos oscuros y cabello castao con rizos en la frente.

-Caramba! exclam, retrocediendo al ver a Fan. Despus de observarla, con una sonrisa burlona en el ngulo de su hermosa boca, dijo:

-Es una de sus parientas pobres, seora Topping?

-No. Rosie. La seorita le hizo lavar la escalera y le orden que esperase aqu su regreso. - La criada estall en carcajadas.

-Qu rara es la seorita Starbrow! -coment-. De dnde vienes? -continu dirigindose a Fan-. Whitechapel? Seven Dials?

La joven se ruboriz de vergenza y de clera, negndose a contestar. El obstinado silencio era su nico escudo contra los que se burlaban de su extrema pobreza y adverta visiblemente que se mofaba de ella la mucama. sta se sent y la contempl, divirtindose y haciendo divertir a su compaera con maliciosos comentarios sobre la ropa de la recin llegada.

-Puedo preguntarle, seorita, dnde consigui ese sombrero encantador? -pregunt-. De madame Elise? Claro, naturalmente cmo se me ocurre averiguarlo! Le aseguro que es elegantsimo. Tratar de comprarme uno igual, pero temo no poder gastar ms de seis guineas. Y su chal... ya veo que es de cachemira. Sin duda un regalo de Su Majestad.

-Vamos, cllate, Rosie; me matars! -exclam la cocinera sin poder dominar la risa ante tan exquisita demostracin de ingenio. Pero la mucama, observndolo, tornse cada vez ms irnica hasta que Fan, no pudiendo soportar sus pullas se puso de pie resuelta a huir. Afortunadamente en ese momento regres la duea de casa y la criada sali a recibirla. Pronto volvi, haciendo un burln saludo.

-Haga el favor de seguirme -dijo-. La seorita Starbrow lamenta haberse demorado tanto y est dispuesta a recibirla.

La joven la sigui hasta el hall donde la elegante dama la esperaba con el sombrero puesto. Mir su rostro congestionado y lacrimoso y se volvi hacia Rosie para pedirle explicaciones, pero la pizpireta damisela, previendo la tormenta, haba desaparecido.

-Se burl de ti? -quiso saber-. Bueno, no te preocupes, no pienses ms en eso. Es una desvergonzada pcara, bien lo s... todas lo son y una tiene que tolerarlas. Sintate y dime tu nombre, dnde vives y todo lo dems; por qu lavas escaleras para ganarte la vida.

Ella tambin se sent y la escuch pacientemente, ayudndola con algunas preguntas mientras la joven, con timidez y vacilante, le refera los principales sucesos de su desdichada vida.

-Pobre nia! -fu el comentario de la seorita Starbrow cuando termin su relato. Se haba quitado los guantes y tom las manos de Fan-. Cmo puedes hacer un trabajo tan rudo con esas delgadas manos? -dijo-. Djame que te mire otra vez a los ojos... es tan raro que sean as. No pareces hija de personas como tus padres. - Fan la mir tmidamente con los ojos brillantes y el rubor se extenda por sus plidas mejillas mientras los labios le temblaban.

-Tienes un rostro expresivo... qu deseas decirme? -inquiri. Fan vacilaba an.

-Confa en m, pobre nia. Yo te ayudar. Hay algo que quisieras decirme? -Entonces, perdiendo el temor, respondi:

-l no es mi padre... el hombre que se cas con mi madre. Mi padre era un caballero, pero ignoro su nombre.

-Te creo. Especialmente cuando miro tus ojos.

- Mam deca que son iguales a los de l -revel con creciente confianza y un toque de orgullo.

-Tal vez sean iguales en cierto modo, mi pobre nia -coment la duea de casa frunciendo el ceo-. Pero en otro sentido son muy diferentes. El que cometi una accin tan cruel no puede haber tenido esa mirada. - Despus de permanecer en silencio un rato, an ceuda, mirando pensativa el piso, se levant y sacando del bolso media corona se la entreg.

-Vete a casa -le dijo-, y vuelve maana a la misma hora. Fan sali con el corazn colmado de una desconocida felicidad. A cada rato sacaba la media corona del bolsillo para mirarla. Qu hermosa moneda era para ella! Tena casi setenta aos, la inscripcin era borrosa y no obstante le pareca reluciente y hermosa. Hasta la efigie de Jorge III, que nunca fu considerada bella, lo era para Fan.

Muy pronto dej de pensar en la moneda y todo lo que representaba. No era eso lo que causaba la rara felicidad en su corazn, sino las amables y compasivas palabras que le dirigiera la altanera dama. Jams le haba sucedido eso. Cunto perduraran en su memoria las extraas y cariosas palabras, la bondadosa mirada, el roce de la suave mano blanca que la refrescaban como el vino en los das de hambre y tristeza!

Todava era temprano y faltaban muchas horas para que pudiera regresar a Dudley Grove. Continu rondando y encontr otra escalera para lavar, recibiendo con sorpresa tres peniques por su faena. Con esas monedas adquiri todo el alimento que necesitaba. No cambiara la media corona. Deba mostrrsela a la pobre lavandera como la haba recibido.

Cuando la mujer la vi al anochecer, se asombr mucho y lo demostr, aunque pareciera una paradoja, quedndose callada largo rato. Pero igual que el famoso loro, lo pens mejor y luego expres su opinin de que la distinguida dama trataba de tomarla como mucama en su casa.

-De veras cree usted eso? -exclam Fan excitada ante la perspectiva de semejante felicidad. Despus de un momento, agreg: -Entonces le dejar la media corona por todo lo que ha hecho por m. - La pobre mujer no quiso prestar odo a esa propuesta, pero a la maana siguiente acept la moneda, prometiendo que si Fan no volva, hara uso de la media corona que reciba.

CAPITULO V

FAN lleg a la casa de Dawson Place tal vez unos minutos antes de la hora de la cita. "Espero que esa mucama no atender la puerta cuando yo llame" -dijo, tirando vacilante de la campanilla. Pronto sali la indeseable criada, que salud a la visitante con una burlona reverencia. Sin embargo, tuvo poco tiempo para molestarla, porque la seorita Starbrow se present en seguida muy amable y hermosa, usando un vestido de maana de color rojo oscuro.

-Ven aqu y sintate -le dijo, ocupando ella una silla del hall y sealndole otra-. Escucha. Quisieras venir a vivir aqu como mi doncella? Ya s que no eres apta para ese trabajo. No te pondr junto con los dems sirvientes y no tendrs que hacer nada. Pero esto no tiene importancia. Prstame atencin. Si quieres venir a vivir conmigo debes quedarte desde ahora y no volver a los lugares donde viviste. Si es posible, trata de olvidarlos del todo.

-S, seora, se lo prometo! -replic, trmula de alegra al pensar en escapar de esa vida de amarga necesidad y ansiedad.

-Muy bien, est resuelto entonces. Ven conmigo, por aqu. -La gui hasta un espacioso cuarto de bao, unos escalones ms arriba del descanso del primer piso-. -Ahora -le dijo-, desvstete y haz un bulto con tus ropas, el sombrero y los zapatos. Djalos en el rincn, son bastante desagradables y hay que tirarlos de aqu. Toma un bao caliente. Mira, ya te preparo el agua. Con esto te bastar. Qudate cuanto quieras y trata no slo de quitar el polvo de tu piel sino de eliminar los recuerdos de Moon Street, de Harrow Road y de los escalones, de todas las maldades que viste y oste hasta ahora. Despus de secarte, cbrete con esta manta y entra en el cuarto abierto frente al bao.

Una vez sola, Fan obedeci las indicaciones que recibiera. Era un gran lujo hallarse en la suave baadera enlozada donde poda recostarse y estirar cmodamente brazos y piernas, experimentando la deliciosa sensacin de que el agua caliente le cubriera todo el cuerpo.

En el cuarto de vestir encontr a su ama que la esperaba. Haba preparado ropas para ella y por primera vez en su vida us ropas nuevas, limpias y suaves y un vestido de tela gris, de cintura floja y que casi le llegaba a los tobillos, una especie de vestido tpico. Tambin haba medias negras y zapatos nuevos. Todo era de su medida, aunque fu encargado el da antes a simple vista en Westbourne Grove. La seorita Starbrow la hizo pararse en el Centro de la habitacin y le indic que girase mientras se miraba reflejada en el gran espejo, preguntndose si sa era ella.

-S, est bastante bien por ahora -dijo su protectora-. Pero tienes que arreglarte el cabello. Es una lstima que una cabellera tan hermosa se arruine por un salvaje abandono. Te lo recortar un poco y despus resolveremos cmo te peinars. Por ahora te queda mejor suelto sobre los hombros. Cuando vuelva a crecer, lo arreglaremos.

-Acrcate a la luz y veremos qu pareces. Aproximadamente tienes quince aos, eres plida y muy delgada, pobre nia, eso te hace parecer alta. El cabello dorado, facciones delicadas y un cutis muy limpio para una muchacha que ha vivido de esa manera. Y tus ojos... no temas mostrarlos. Si no me hubieras mirado ayer con ellos, no habra pensado ms en ti. Pestaas largas. Ojos grises s, son decididamente grises, aunque a veces casi parecen de un azul zafiro. Las pupilas son tan grandes... tal vez ese sea el secreto de tu mirada pattica. Muy bien. Te parece raro, cierto, Fan?, que te acepte en mi casa y te vista; eres una pobre nia sin hogar. Porque no creo que puedas hacer algo til y slo sers un gasto extra. Mis amigos probablemente dirn que es una excentricidad. Pero no temas, no me interesa lo que digan los dems. Lo hago slo porque me place y no por ellos. Si me desilusionas y eres diferente de lo que creo, no te tendr aqu y terminar todo. No te quedes tan abatida. Opino que en el fondo eres una buena nia, pura y sincera. Me parece que te lo veo en los ojos. Y despus de todo, puedes hacer algo por m... que pocos puEdn hacer y que ser una compensacin suficiente por cuanto hago por ti.

-Seora, me dir qu es? -exclam Fan con la voz trmula de ansiedad.

-Tal vez lo hagas sin que te lo diga. Dejar que pienses en ello y resuelvas de qu se trata. Slo te dir esto: no lo hice porque soy un alma caritativa y hago bien a los pobres. Ni soy caritativa ni me interesan los pobres. Te proteg por mi gusto y como tengo una buena opinin de ti, confiar. Puedes quedarte en este cuarto cuando salga o entrar en el que hay al fondo de este piso, desde donde puedes mirar el jardn y entretenerte con los libros y los cuadros hasta que yo regrese. Ahora saldr y a la una, Rosie te servir la comida. No le hagas caso si se burla de ti. Haz lo que te digo y no te preocupes de la servidumbre, que no significa nada.

Despus cambi de vestido y sali, dejndola librada a sus propios recursos, preguntndose qu podra hacer por su ama y sintindose un poco molesta por la mucama que le servira la comida a la una. Un rato ms tarde se dirigi a explorar la habitacin que le indicara la seorita Starbrow. Era un amplio cuarto, casi cuadrado, de paredes color crema y frisos rojo oscuro. El piso encerado, cubierto en parte por una alfombra turca. Haba pocos muebles, el ambiente pareca helado y cargado, el aire sin renovar de un cuarto que nunca se usaba.

Sobre una gran mesa en el centro exhibanse una cantidad de piezas de arte en un conjunto variadsimo: piezas japonesas, una caja de marfil para cartas sin la tapa, un cortapapeles con la hoja rota; guantes y collares, estuches de sndalo, ncar y papel mach con las bisagras rotas, abanicos y pisapapeles astillados, lbumes con tapas sueltas y uno magnfico para fotografas, deshojado y que slo conservaba las ms viejas y feas, las vulgares de mediana edad y las de insulsos jvenes; adems de otras cosas, todas ms o menos defectuosas.

Esa mesa redonda pareca el asilo y ltimo refugio de objetos que nunca fueron tiles y ya cesaban de ser adornos, no siendo an lo bastante malos para arrojarlos como desperdicios. Para Fan era una especie de museo de South Kensington, donde poda tocar los objetos con libertad y durante un rato estuvo observando esos tesoros. Despus, una vez ms comenz a mirar en torno. Una habitacin tan majestuosa, bastante grande para albergar a dos o tres familias, ricamente decorada en crema y rojo, y sin embargo silenciosa, fra, polvorienta y abandonada.

Sobre la repisa de la chimenea de mrmol gris haba un gran reloj ornamental que no marchaba, con las agujas fijas, con soportes de bronce un fornido guerrero con cota de malla en el momento de desenvainar la espada y un melanclico trovador de cabellos largos tocando una guitarra. Algunos leos que representaban paisajes pendan de las paredes: evocaciones del mundo ideal de sombras y de paz que con tanta frecuencia se presentaba en su fantasa.

Frente a la chimenea haba una alta biblioteca. Abrindola eligi un libro colmado de poemas y cuadros y se lo llev a un viejo sof para leerlo. El sof estaba bajo la gran ventana con vidrios de colores y recordando que la seorita Starbrow le dijo que daba al jardn, se acerc y alz la pesada hoja.

Vi un gran jardn con rboles -lamos, limas y espinillos casi sin hojas, pero era muy agradable verlos y sentir el suave aire otoal en el rostro. Tan grato resultaba, que no pens ms en su libro. La hiedra cubra en abundancia las paredes del jardn. Haba laurel y otros arbustos de siempreviva y unos asteres de China, blancos, rojos y prpuras, an floreciendo. No oy detrs de esa silenciosa ventana ms que el placentero gorjeo de los gorriones que anidaban all. Qu calma y quietud! El plido sol de octubre.... plido, pero nunca el sol le pareci tan divino; destellando sobre la tierra desde el lejano trono celestial iluminaba las oscuras hojas de hiedra y laurel, erguidas, verdes e inmviles, como recortadas en malaquita y los esplndidos escudos rojo y prpura de los asteres y colmando a los pequeos pjaros pardos de tal alegra que sus trinos se convertan en una especie de meloda.

Aquella sombra habitacin abandonada en Moon Street, plena de amargos recuerdos de aos de miseria! Pobre madre muerta, silenciosa y fra para siempre bajo la tierra negra! Pobre mujer cansada del mundo en Dudley Grove y los incontables miles de personas que vivan trabajando sufriendo hambre, sin esperanzas, en miserables barrios... por que tena ella la suerte de ser apartada de todo aquello y llegar a un refugio tan cordial?

Mientras se formulaba estas preguntas, pensando que era todo un raro y hermoso sueo, sin poder comprenderlo, de pronto, como inspirada por el significado de las palabras que le dirigiera la seorita Starbrow algo se revel en su mente y el pensamiento la hizo temblar, la sangre acudi a su rostro y sinti los ojos hmedos por lgrimas de alegra. Era verdad, poda ser que esa orgullosa y bella dama -tanto ms hermosa para ella que las dems mujeres- la amase realmente? Y que deseara que le correspondiese a su cario?

Estaba hincada en el sof, con los brazos apoyados en el alfizar de la ventana, olvidada del sol, las hojas y las flores, y de los pjaros que en las ramas se comunicaban con sus trinos; cerr los ojos y se abandon por completo a tan deliciosa idea.

-Ah, conque estabas aqu, taimada gatita? Quin te dijo que podas entrar en esta habitacin? - Fan se levant alarmada, enfrentando a la criada. Los lindos ojos de sta chispeaban rencorosos, el aliento entrecortado y rpido y el semblante blanco de ira.

- La seorita me dijo que viniese aqu -contest un poco atemorizada.

-Ah, s! Y qu ms te dijo? No mientas, porque me dar cuenta si lo haces. -Fan permaneci en silencio.

-No quieres hablar, pequea ratera! Cuando tu ama no est en casa, debes obedecerme... me oyes? Lleva tus harapos al tacho de desperdicios ahora mismo, y pdele a la cocinera un poco de fenol para echrtelo encima. No queremos contraer una de tus fiebres infecciosas. -La joven vacil unos instantes y contest:

-Slo har lo que diga la seorita.

-Slo hars lo que diga la seorita! -repiti, mofndose. Luego con una inconsciente imitacin de la desdeosa oruga de la maravillosa historia de Alicia, agreg-: T! Y quin eres? Debo decirte lo que eres? Una harapienta mendiga sacada del arroyo, una ratera empleada como espa! Eres una gata vil una hambrienta perra sarnosa S, te servir la comida; comers bazofia y galletitas para perros y ser lo mejor que viste en tu vida. Enferma vagabunda, indigna hasta de los barrios bajos, quieres que te vistan y te sirvan respetables sirvientes. Cmo te atreviste a entrar en esta casa? Me gustara retorcer tu pescuezo de pollo enfermo.

Estaba furiosa, golpeaba con los pies y habl con tanta rapidez que sus palabras casi se confundan, pero la experiencia de Fan la haca indiferente a sus injustos insultos y el torrente de interjecciones de la mucama no le afect.

Por su parte, cuando Rosie advirti que perda el tiempo, se sent para recobrarse y luego empez a burlarse de su vctima criticando su aspecto y preguntndole por sus antiguas ropas que la seorita no podr usar. Notando que su irona era recibida con el mismo silencio pasivo, fu ms demostrativa.

-Alguien te estuvo embelleciendo -dijo-. Supongo que la seorita Starbrow te recort el cabello... linda tarea para una dama. Pero se olvid de algo. Aqu estn las tijeras. Ahora, pequeo mono enclenque, sintate y te recortar las pestaas. Te quedar muy bien, te lo aseguro. Ah, no quieres Ya te ensear.

Colocndose las tijeras entre los labios, tom a Fan por los brazos y trat de obligarla a sentarse en el sof. La joven se resisti en silencio y con todas sus fuerzas, pero Rosie era ms fuerte y despus de una lucha desesperada, fu vencida y arrojada sobre el sof.

-Ahora qudate quieta y deja que te recorte las pestaas dijo la mucama.

-No!

Al hablar, la tijera cay de la boca de la criada que no poda usar las manos con las que retena a su vctima, de manera que debi limitarse a hacer muecas, sacarle la lengua y escupirle. Despus pens algo mejor.

-Si no te quedas quieta para que te embellezca -continu-, te pellizcar los brazos hasta que quEdn morados.

Al no obtener respuesta, cumpli su amenaza. Fan apret los dientes y volvi el rostro para disimular las lgrimas. Por fin, su agresora, cansada de la lucha, la dej en libertad. La joven se arremang y se humedeci el brazo con saliva para calmar el dolor. Tena mucha experiencia con los moretones.

-Se pondrn negros -dijo-, y se los mostrar a la seorita cuando vuelva.

-Se los ensears, pequea ratera chismosa. Entonces me vengar poniendo arsnico en tu comida.

-Por qu no me deja tranquila? -pregunt. Rosie la mir un momento y respondi:

-No te molestar si me dices qu haces aqu... todo lo que se refiere a ti, sin mentir, y qu har contigo la seorita Starbrow.

-No lo s, y no dir una palabra ms -replic, mientras la criada la abofeteaba y sala apresuradamente del cuarto.

A pesar del trato sufrido y del dolor del brazo, la joven se domin en seguida. Su felicidad era demasiado grande para ser afectada por algo tan vil, y muy pronto volvi junto a la ventana abierta y a sus agradables pensamientos. A medioda la mucama volvi con una bandeja.

-Aqu est tu comida, cachorra hambrienta; devrala y ahgate -le dese.

Unos minutos despus que se retir, Fan comenz a sentir hambre. Se acerc a la mesa y vi un plato de carne estofada y verduras, pan, queso y un vaso de cerveza. Sobre todo eso Rosie haba esparcido cenizas y tambin en la cerveza, que estaba espesa y turbia. Aunque en otros tiempos de escasez hubiera quitado la ceniza y devorado los alimentos, en esta oportunidad decidi no tocarlos.

El nuevo ambiente, sus ropas y la idea de que ya tena quien se preocupase por ella, le inspiraron un orgullo ms fuerte que el apetito. Advirti que la puerta tena llave e indignada por la persecucin de la sirvienta, se precipit e hizo girar la llave en la cerradura. Decidi no probar la comida hasta que regresara su protectora. La criada volvi y al encontrar la puerta cerrada empez a golpear y a hablar.

Abre, gata! -grit-. Tengo que retirar la bandeja ahora que engulliste tu comida para cerdos. Abre, diablilla despreciable.

- No prob la comida y no abrir la puerta hasta que venga la seorita -contest.

Despus de proferir improperios, Rosie, desesperada, se alej. Ms tarde subi la cocinera y entonces abri la puerta. Le traa otros platos y cerveza,