ser mujer en el siglo xxi

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LLEGANDO A SER VERDADERAMENTE HUMANA El siglo XXI es el siglo de la mujer. Así lo han bautizado los medios de comunicación. Y además, dicen que, gracias a los avances del saber humano, nunca hemos tenido un futuro tan prometedor como el que ahora se nos presenta. ¡El cielo es el límite! Posibilidades gloriosas se presentan delante de nuestros ojos. ¿Está garantizado y bien fundado todo este optimismo? Hay muchas maneras de contestar a esta pregunta. Tenemos un futuro potencialmente más brillante que lo que podemos imaginar, y posibilidades para hacer cosas hasta ahora impensables; pero hay condiciones que cumplir si queremos alcanzar las estrellas. La primera es prepararnos para que todo esto sea posible. Me explico: En el principio, Dios nos creó a su imagen con posibilidades sin límite para el desarrollo de nuestro potencial, para alcanzar alturas de grandeza, crear, descubrir, planificar, idear, soñar y hacer. El hombre de la calle piensa que todavía todo es posible, que dentro de cada ser humano hay recursos sin explotar esperando a ser descubiertos, por medio de los cuales el hombre hará realidad sus sueños y alcanzará su felicidad, mejorando siempre hasta llegar a ser un superhombre. Pero este optimismo no corresponde a la realidad actual, porque en los albores de la historia del hombre intervino un factor que muchos desconocen y que sembró corrupción en el ser humano, torció su razonamiento, limitó sus perspectivas, frenó su desarrollo, mermó sus posibilidades y cambió su destino. La consecuencia de ese desastre de proporciones incalculables -peor que el accidente nuclear de Chernóbil, peor que las grandes mareas negras de petróleo que contaminan nuestros mares o que cualquier otro desastre natural- es que el hombre ya no es libre para proseguir su más alto bien o alcanzar su pleno potencial. Ha perdido algo básico de su humanidad. O sea, ya no es completamente humano. Se ha convertido en un ser un poco menos que humano y, en lugar de ir mejorando, va camino a ser cada vez más parecido a una bestia. A nivel inconsciente detectamos que algo no funciona bien en nosotros. Luchamos para superarnos y no logramos lo que pretendemos. Siempre nos quedamos lejos de la meta y nos sentimos frustrados. ¿Por qué no puedo ser lo que quiero ser? ¿Qué es eso desconocido que se me escapa, me desconcierta y entorpece mis proyectos? Me quedo perpleja frente a este fenómeno. El factor fatal que no logramos definir y que ha obrado esta tragedia se llama pecado; es la rebeldía contra Dios, nuestro Creador, y su resultado consiste en una esclavitud progresiva que aumenta en la medida en que el hombre se va alejando de Dios. En el movimiento de liberación de la mujer, con tristeza percibimos como ella ha llegado a ser cada vez más mecánica y fría, menos suave y tierna, cada vez menos humana. Es dura e impositiva. La "liberación" ha dado como resultado su esclavitud a sus impulsos más bajos, a sus deseos más básicos, haciendo que cada vez sea menos mujer y cada vez menos humana. Las dos cosas van unidas: ser mujer y ser humana. La mujer sólo puede ser humana siendo mujer. Si deja de ser mujer, pierde parte de su humanidad. Sólo hay dos clases de seres humanos: hombres y mujeres. No existe una tercera opción, algo que es ambas o ninguna de las dos cosas. O bien se es plenamente mujer, o bien se es menos que mujer. Convertirse en una mezcla de hombre y mujer es ir a menos, no a más. En algunos sentidos, la liberación de la mujer ha sido su destrucción y lo que parecía ser libertad ha resultado en esclavitud. ¿Dónde está el camino de vuelta a la verdadera humanidad? Este camino es el de la conversión, término que quiere decir dar media vuelta y seguir un camino radicalmente diferente. Supone dejar la rebeldía y volver a la sumisión a Dios; dejar nuestro egocentrismo y vivir para cumplir su voluntad divina; dejar nuestras ambiciones, nuestras prioridades, nuestros programas y nuestros criterios, y someternos al orden de Dios; dejar las falsas liberaciones del mundo y volver a la auténtica libertad de la verdad de Cristo (Juan 8:32-36). Para convertirnos, tenemos que enfrentarnos con las fuerzas destructivas dentro de nosotros que nos han alejado de Dios y reconocer nuestra impotencia para frenarlas. La generación actual lo tiene más difícil que cualquier otra anterior para entender el mensaje cristiano de liberación porque la degeneración está llegando a niños cada vez más pequeños. Los jóvenes han conocido un grado de esclavitud desconocido por sus padres cuando tenían su edad. Con catorce años muchos ya han tenido relaciones sexuales. Han visto tantos asesinatos por la televisión que apenas

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Page 1: Ser mujer en el siglo xxi

LLEGANDO A SER VERDADERAMENTE HUMANA

El siglo XXI es el siglo de la mujer. Así lo han bautizado los medios de comunicación. Y además, dicen que, gracias a los avances del saber humano, nunca hemos tenido un futuro tan prometedor como el que ahora se nos presenta. ¡El cielo es el límite! Posibilidades gloriosas se presentan delante de nuestros ojos.

¿Está garantizado y bien fundado todo este optimismo? Hay muchas maneras de contestar a esta pregunta. Tenemos un futuro potencialmente más brillante que lo que podemos imaginar, y posibilidades para hacer cosas hasta ahora impensables; pero hay condiciones que cumplir si queremos alcanzar las estrellas. La primera es prepararnos para que todo esto sea posible. Me explico:

En el principio, Dios nos creó a su imagen con posibilidades sin límite para el desarrollo de nuestro potencial, para alcanzar alturas de grandeza, crear, descubrir, planificar, idear, soñar y hacer. El hombre de la calle piensa que todavía todo es posible, que dentro de cada ser humano hay recursos sin explotar esperando a ser descubiertos, por medio de los cuales el hombre hará realidad sus sueños y alcanzará su felicidad, mejorando siempre hasta llegar a ser un superhombre.

Pero este optimismo no corresponde a la realidad actual, porque en los albores de la historia del hombre intervino un factor que muchos desconocen y que sembró corrupción en el ser humano, torció su razonamiento, limitó sus perspectivas, frenó su desarrollo, mermó sus posibilidades y cambió su destino. La consecuencia de ese desastre de proporciones incalculables -peor que el accidente nuclear de Chernóbil, peor que las grandes mareas negras de petróleo que contaminan nuestros mares o que cualquier otro desastre natural- es que el hombre ya no es libre para proseguir su más alto bien o alcanzar su pleno potencial. Ha perdido algo básico de su humanidad. O sea, ya no es completamente humano. Se ha convertido en un ser un poco menos que humano y, en lugar de ir mejorando, va camino a ser cada vez más parecido a una bestia.

A nivel inconsciente detectamos que algo no funciona bien en nosotros. Luchamos para superarnos y no logramos lo que pretendemos. Siempre nos quedamos lejos de la meta y nos sentimos frustrados. ¿Por qué no puedo ser lo que quiero ser? ¿Qué es eso desconocido que se me escapa, me desconcierta y entorpece mis proyectos? Me quedo perpleja frente a este fenómeno. El factor fatal que no logramos definir y que ha obrado esta tragedia se llama pecado; es la rebeldía contra Dios, nuestro Creador, y su resultado consiste en una esclavitud progresiva que aumenta en la medida en que el hombre se va alejando de Dios.

En el movimiento de liberación de la mujer, con tristeza percibimos como ella ha llegado a ser cada vez más mecánica y fría, menos suave y tierna, cada vez menos humana. Es dura e impositiva. La "liberación" ha dado como resultado su esclavitud a sus impulsos más bajos, a sus deseos más básicos, haciendo que cada vez sea menos mujer y cada vez menos humana. Las dos cosas van unidas: ser mujer y ser humana. La mujer sólo puede ser humana siendo mujer. Si deja de ser mujer, pierde parte de su humanidad. Sólo hay dos clases de seres humanos: hombres y mujeres. No existe una tercera opción, algo que es ambas o ninguna de las dos cosas. O bien se es plenamente mujer, o bien se es menos que mujer. Convertirse en una mezcla de hombre y mujer es ir a menos, no a más. En algunos sentidos, la liberación de la mujer ha sido su destrucción y lo que parecía ser libertad ha resultado en esclavitud.

¿Dónde está el camino de vuelta a la verdadera humanidad? Este camino es el de la conversión, término que quiere decir dar media vuelta y seguir un camino radicalmente diferente. Supone dejar la rebeldía y volver a la sumisión a Dios; dejar nuestro egocentrismo y vivir para cumplir su voluntad divina; dejar nuestras ambiciones, nuestras prioridades, nuestros programas y nuestros criterios, y someternos al orden de Dios; dejar las falsas liberaciones del mundo y volver a la auténtica libertad de la verdad de Cristo (Juan 8:32-36). Para convertirnos, tenemos que enfrentarnos con las fuerzas destructivas dentro de nosotros que nos han alejado de Dios y reconocer nuestra impotencia para frenarlas.

La generación actual lo tiene más difícil que cualquier otra anterior para entender el mensaje cristiano de liberación porque la degeneración está llegando a niños cada vez más pequeños. Los jóvenes han conocido un grado de esclavitud desconocido por sus padres cuando tenían su edad. Con catorce años muchos ya han tenido relaciones sexuales. Han visto tantos asesinatos por la televisión que apenas

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distinguen entre soldados rusos muertos en Chechenia y los muertos de una película de terror. Han mamado los conceptos de la Nueva Era y éstos ya están arraigados en sus mentes. Muchas veces ya han vivido el desenfreno y la disolución. Su mentalidad es la de la discoteca y la música del mundo corre por sus venas. En el instituto han tenido que leer obras de literatura que, hace unos años, eran consideradas sucias. Algunos de sus profesores son personas de moralidad dudosa, que fomentan el egocentrismo de "ser tú mismo" y cuestionan toda forma de autoridad. Han aprendido de sus compañeros a emplear tacos y palabrotas, y en casa no hay quien les corrija. Muchos fuman y no pueden dejarlo. Otros han probado droga. En general se visten buscando provocar y seducir. El resultado es que sus mentes ya están corrompidas y entenebrecidas. Cuando comprenden el evangelio con su mente, para muchos ya es tarde. Se han vendido al pecado y la liberación completa es mucho más difícil de conseguir en sus vidas.

No llegamos a ser la clase de personas que queremos ser porque nuestra rebeldía ha forjado cadenas de hierro que no podemos romper por mucho que lo intentemos. Al principio, nuestra desobediencia fue un acto libre de nuestra voluntad; pero, ahora que hemos caído, no podemos levantarnos. En nuestra impotencia volvemos a la conducta que aborrecemos como el cerdo al fango y el perro a su propio vómito. Nos odiamos y nos damos asco a nosotros mismos. Prometemos que no vamos a repetir aquella conducta; pero caemos una y otra vez, y con horror nos damos cuenta de que estamos atrapados en el camino que elegimos y no podemos volver, no podemos parar. Hay algo que nos empuja hacia adelante en aquel camino que no queremos seguir. Llorando con pánico y miedo seguimos adelante en el camino que lleva a nuestra destrucción, hasta el día en que clamamos a Dios pidiéndole misericordia. En respuesta a nuestro clamor se abre el cielo y un rayo de luz penetra en nuestra alma, se nos devuelve nuestro raciocinio y por un segundo vemos a Dios. Éste es el momento decisivo. Clamamos a Dios con toda la fuerza que tenemos dentro. Insistimos: "Oh Dios, ten misericordia de mí. ¡Ay de mí, que soy inmundo, vil y desecho! Muerto. Si puedes hacer algo, ayúdame".

El único que nos puede librar es Dios en Cristo. Él mismo, solo, con las manos clavadas a la Cruz, luchó en combate mortal contra los poderes esclavizadores de las tinieblas, contra el diablo, el pecado y la muerte, y ¡solo venció! Y cuando clamamos a Él, su victoria hace efecto en nuestras vidas, es aplicada a nuestro favor y nos libera. El único poder que nos rescata de la esclavitud es el que resucitó a Cristo de los muertos. Pero, si no clamamos desde el fondo de nuestra miseria, no habrá liberación. Hemos de reconocer que cualquier esfuerzo nuestro es vano, que no podemos vencer por nuestra cuenta, que no hay ningún poder dentro de nosotros que pueda liberarnos. Sólo cuando realmente hemos visto las profundidades de maldad en nosotros y hemos conocido la pesadez de nuestras cadenas, podemos clamar así. Y Dios, en su misericordia, aplica la victoria de Cristo a nuestro favor y somos liberados. Sólo entonces estamos libres para ser personas verdaderamente humanas, en condiciones de empezar a utilizar el potencial que Dios puso en nosotros cuando nos creó.

Si todavía no has vivido esta experiencia, puedes orar esta sencilla oración y seguir insistiendo hasta que Dios te conteste:

Dios mío, muéstrame mi miseria y lo que hizo Cristo en la Cruz por mí. Amén.

Sólo la mujer convertida y salva puede ser verdaderamente humana en el sentido más pleno de la palabra. Ahora, como ser humano restaurado, está en condiciones para emprender el viaje hacia la realización de todo su potencial como mujer, ocupando su lugar correcto como criatura delante de su Creador.