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REVISTA EUROPEA. NÚM. 95 19 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . AÑO II. U ORIGINALIDAD Y EL PLAGIO. I. Sr. I). José Fernandez Bremon. ' Muy querido amigo mió: No pensaba tomar parte en la polémica que se ha entablado con objeto de disminuir la dosis de mi originalidad artística, cuestión que me tiene sin ningún cuidado. Pero habiendo recibido ese anóni- mo que le remito para que lo oche al fuego, y en el cual, algún amigo sin duda, con el objeto de des- agraviarme, copia de un célebre autor moderno muchas ideas tomadas literalmente de mis obras, ideas que lo mismo pueden ser mias que de cual- quier autor de aleluyas, me decido á tomar la pluma [tara consignar mis principios literarios; y como los críticos que me han zaherido son más de dos, no nombro á ninguno de ellos, no por falta de respeto, sino porque alguno, andando el tiempo, tal vez me agradezca la delicadeza de esta reserva. Salgo también de mi estudiado silencio, porque acabo de saber que la cruzada corsa emprendida contra mí se hace extensiva a otros muchos; y siendo esto así, necesito decir que, antes que algu- no de los ingenios superiores que se trata de hosti- lizar se vea en la necesidad de tener que tirarnos con desprecio á la cabeza, á los que nos ocupamos de estos chismes, el candil á cuya luz siniestra se elaboran tan mezquinas concepciones literarias, se sepa que el desautorizar á nuestros mejores talentos, no será una obra de crítica, sino una acción mala, un delito de lesa nación. Que se contenten con desacreditar mi nombre. Yo soy entre todos el que menos vale, y además, como polemista viejo, estoy avezado á esta clase de mordeduras, y la costumbre de ser envenenado me ha hecho como á Mitrídates invulnerable á las intoxicaciones. Vengan, pues, sobre mi todas las abominaciones de los que quieran maldecir el bien ajeno, porque aunque yo no las mereciese, como sí las merezco, la injusticia caerá sobre varón constante. II. Y por si esta carta llega algún dia á ver la luz pública, empiezo por pedir perdón á la noble crí- tica, á la que tantos favores he debido en el curso TOMO VI. de mi vida, por si consigno aquí algunas pedante- rías inexcusables; pues el no contestar con altivez á ciertas malignidades, sería rebajar la dignidad de mi carácter. Y entrando en materia, aseguro á usted que me creo digno de la inusitada generosidad con que ha salido usted á mi defensa, porque aunque el hecho de que se me acusa es cierto, el cargo es injusto.. De algún tiempo á esta parte, todos los amigos que me ven componer saben que, al escribir versos, suelo trasladar de la prosa á la poesía muchas ideas de los libros que leo, de las personas de talento que me favorecen con sus conversaciones, de los oradores que oigo. Le puedo asegurar á usted que, muchos do los variados pensamientos que resallan en algunas de mis últimas obras, son ideas ajenas trasportadas de la prosa á la poesía. En esas obras á mí no me pertenece por completo más que la verdadera originalidad que son los cuatro factores que constituyen el arte, la invención del asunto, el plan de la composición, el designio filosófico y el estilo. Y á esto me preguntará usted: ¿pues cuántos autores han podido existir ó existen en el mundo que les. pueda pertenecer otro tanto en,sus obras artísticas? Pocos ó ninguno. Y si han existido ó existen, ¿en qué país están? ¿cómo se llaman? A la falta de modestia de estas preguntas espero que nos contesten, no los autores, sino los inspiradores de los tizones literarios que, más que estigmas de descrédito, son, sin saberlo ellos mismos, acriso- la^ores de honras. Porque, aunque como usted indica, una Dolora, ó un Pequeño poema, no íue- sen más que un mosaico de pensamientos ajenos, ;,qué parte quitarían á su originalidad? Ninguna. Para raí, en una obra de arte, vuelvo á repetir, lo que hay de importante es lo original de la inven- ción, lo dramático del asunto, la tendencia final y la forma, los cuatro elementos de mi sistema literario, lo que podríamos llamar las categorías artísticas de mi entendimiento, lo que denominaría un Kantiano mis ideas necesarias. Y como cuando me veo maltratado por el demo- nio de las malas voluntades, se despierta en mi el demonio del orgullo, antes que esta mala pasión se enfríe en mi cerebro, diré que esos cuatro facto- res, que yo he planteado como condiciones indis- pensables de todo arte digno de serlo, confío que sean en el porvenir apreciados por muchos artistas, después que muera conmigo la antipatía que mi sis- 19

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 95 1 9 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . AÑO II.

U ORIGINALIDAD Y EL PLAGIO.

I.

Sr. I). José Fernandez Bremon.' Muy querido amigo mió:No pensaba tomar parte en la polémica que se ha

entablado con objeto de disminuir la dosis de mioriginalidad artística, cuestión que me tiene sinningún cuidado. Pero habiendo recibido ese anóni-mo que le remito para que lo oche al fuego, y en elcual, algún amigo sin duda, con el objeto de des-agraviarme, copia de un célebre autor modernomuchas ideas tomadas literalmente de mis obras,ideas que lo mismo pueden ser mias que de cual-quier autor de aleluyas, me decido á tomar la pluma[tara consignar mis principios literarios; y como loscríticos que me han zaherido son más de dos, nonombro á ninguno de ellos, no por falta de respeto,sino porque alguno, andando el tiempo, tal vez meagradezca la delicadeza de esta reserva.

Salgo también de mi estudiado silencio, porqueacabo de saber que la cruzada corsa emprendidacontra mí se hace extensiva a otros muchos; ysiendo esto así, necesito decir que, antes que algu-no de los ingenios superiores que se trata de hosti-lizar se vea en la necesidad de tener que tirarnoscon desprecio á la cabeza, á los que nos ocupamosde estos chismes, el candil á cuya luz siniestra seelaboran tan mezquinas concepciones literarias, sesepa que el desautorizar á nuestros mejores talentos,no será una obra de crítica, sino una acción mala,un delito de lesa nación. Que se contenten condesacreditar mi nombre. Yo soy entre todos el quemenos vale, y además, como polemista viejo, estoyavezado á esta clase de mordeduras, y la costumbrede ser envenenado me ha hecho como á Mitrídatesinvulnerable á las intoxicaciones. Vengan, pues,sobre mi todas las abominaciones de los que quieranmaldecir el bien ajeno, porque aunque yo no lasmereciese, como sí las merezco, la injusticia caerásobre varón constante.

II.

Y por si esta carta llega algún dia á ver la luzpública, empiezo por pedir perdón á la noble crí-tica, á la que tantos favores he debido en el curso

TOMO V I .

de mi vida, por si consigno aquí algunas pedante-rías inexcusables; pues el no contestar con altivezá ciertas malignidades, sería rebajar la dignidad demi carácter.

Y entrando en materia, aseguro á usted que mecreo digno de la inusitada generosidad con que hasalido usted á mi defensa, porque aunque el hechode que se me acusa es cierto, el cargo es injusto..De algún tiempo á esta parte, todos los amigos queme ven componer saben que, al escribir versos,suelo trasladar de la prosa á la poesía muchas ideasde los libros que leo, de las personas de talentoque me favorecen con sus conversaciones, de losoradores que oigo. Le puedo asegurar á usted que,muchos do los variados pensamientos que resallanen algunas de mis últimas obras, son ideas ajenastrasportadas de la prosa á la poesía. En esas obrasá mí no me pertenece por completo más que laverdadera originalidad que son los cuatro factoresque constituyen el arte, la invención del asunto, elplan de la composición, el designio filosófico y elestilo. Y á esto me preguntará usted: ¿pues cuántosautores han podido existir ó existen en el mundoque les. pueda pertenecer otro tanto en,sus obrasartísticas? Pocos ó ninguno. Y si han existido óexisten, ¿en qué país están? ¿cómo se llaman? A lafalta de modestia de estas preguntas espero que noscontesten, no los autores, sino los inspiradores delos tizones literarios que, más que estigmas dedescrédito, son, sin saberlo ellos mismos, acriso-la^ores de honras. Porque, aunque como ustedindica, una Dolora, ó un Pequeño poema, no íue-sen más que un mosaico de pensamientos ajenos,;,qué parte quitarían á su originalidad? Ninguna.Para raí, en una obra de arte, vuelvo á repetir, loque hay de importante es lo original de la inven-ción, lo dramático del asunto, la tendencia final y laforma, los cuatro elementos de mi sistema literario,lo que podríamos llamar las categorías artísticas demi entendimiento, lo que denominaría un Kantianomis ideas necesarias.

Y como cuando me veo maltratado por el demo-nio de las malas voluntades, se despierta en mi eldemonio del orgullo, antes que esta mala pasión seenfríe en mi cerebro, diré que esos cuatro facto-res, que yo he planteado como condiciones indis-pensables de todo arte digno de serlo, confío quesean en el porvenir apreciados por muchos artistas,después que muera conmigo la antipatía que mi sis-

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toma literario inspira á ciertos compositores insus-tanciales y entecos.

Pero vuelvo á pedir á usted, asi como á la noblecrítica, perdón por estas tontas vanidades mias, di-chas sólo en el seno de la confianza, y prosigo di-ciéndole que, aunque lo agradezco mucho, hace us-ted mal en enfadarse con los azuzadores de los vi-vientes roedores que me echan en cara una cosaque lie hecho con intento deliberado, y que, además,la he dicho públicamente para que todo el mundola supiese.

Escribía yo lealmente hace tiempo en una polé-mica científica que se ha hecho bastante célebre:«Soy una pobre abeja literaria que busca alimentoen lodos los jardines cultivados por la inteligenciahumana, y dando menos importancia de lo quecreen algunos á la originalidad, cultivo el arte sólopor el arte, y con el fin de agrandar los límites delimperio de la poesía, á falta de pensamientos pro-pios, tomo los ajenos, etc., etc., etc.»

Después de esta confesión explícita, ¿es delicadohacer un misterio de lo que yo he dicho pública-mente, y hacerme un cargo por aquello mismo deque yo he hecho un mérito?

Pero haciendo caso omiso de esta prueba de malgusto, y ya que no se ha querido imitar la conductade inteligencias más perspicaces que, aunque meson hostiles, con criterio más alto han prescindidode mis insinuaciones, despreciando el hecho que yomisino les señalaba con el dedo, se lo perdono conlauto más motivo cuanto que me dan ocasión dedecir, entre otras petulancias, la siguiente: que, noios que aparecen que escriben francamente contramí, sino los que desde la sombra no dejan de estarsuscitándome siempre malevolencias injustificadas,deben saber que como ninguna de las ideas princi-pales ni accesorias de sus obras les pertenecen, eldia que alguno les exija los títulos de propiedad deellas, no les quedará nada. Y á mí, entre tanto, ¿quéme quedará, si renuncio á todas las ideas que com-pongan el cuerpo de mis libros? Siempre me queda-rá Ja idea, es decir, me quedará lodo.

Yo bien sé que esta explosión de mi orgullo lesparecerá á algunos una cosa insoportable, pero hayintemperancias de pasiones denigradoras que lesdebían parecer mucho más insoportables todavía.

III.

¿Con que os un crimen poner la mala prosa de al-gunos escritores en buenos versos? ¡Vayase por eltrabajo de degradación que hacen tantos zánganos,poniendo en mala prosa las más excelentes poesías!

¿Uué poeta de un poco de conciencia lee en otroautor un pensamiento feliz, y, teniendo ocasión deañadirle, aunque no sea más que un solo epítetoque pueda perfeccionarle, no se lo añade sin vaci-

lar, entregándose por amoral arle aun trabajo desublimación; al contrario de algunos prosistas que,suprimiendo de las frases poéticas la palabra tipica,descaracterizan las ideas sumiéndolas en los antrosde un comunismo- vulgar?

Es inhabilidad escribir prosa copiándola de laprosa, y trasladando las ideas de una forma igual áotra igual. Es ilícito deslustrar el verso convirtién-dolo en prosa, y bajando los pensamientos del másal menos. Pero es meritorio transfigurarla prosa enverso, subiendo el tono de las letras del menos almás. La idea prosaica es un mármol informe, alcual el ritmo le añade las líneas, convirtiéndole enverdadera obra de arte, en escultura.

Resultando, pues, que mis denigradores y yotransfiguramos pensamientos ajenos, yo para sacar-los á la luz y ellos para agazaparlos en las tinieblas,¿á quién pertenece la paternidad de las ideas se-cundarias que tomamos unos de otros? Por reglageneral, á nadie.

Vea usted la discreción con que se atribuye á uneminente escritor algunas de las ideas que yo, conperfecto derecho, he tenido por conveniente poneren verso:

—«Ha muerto al amanecer; es la hora en que sesuele morir.»

«Se pasó una mano por la frente como para apartar una nube.»

«Su boca tomó esa curvatura habitual que se ob-serva en los condenados y en los enfermos desahu-ciados.»

«Sus manos se crispan y se cierran, y cogen alcerrarse la nada.»—Etc.

¡Oh ceguedad de la emulación humana!Y ahora pregunto yo: ¿estas citas se han hecho

para llamar plagiario á Víctor Hugo ó á mí? Lo digoporque si Víctor Hugo, por observación propia ó porintuición de su genio, conociese estas manifestacio-nes hepáticas de la muerte, no sólo aparecería comoun hombre de talento, sino que sería un verdaderoadivino. Estas ideas es imposible que puedan sersuyas, pues las ha tenido que copiar indefectible-mente de un fisiólogo, y de un fisiólogo moderno.Desde Hipócrates, que empezó á determinar estas yotras señales características de la muerte, sólo hoyse han podido convertir en reglas generales, y paraconsignarlas en las obras de ingenio ha habido ne-cesidad de copiarlas de los hombres de la ciencia.Estas ideas, por consiguiente, no son de VíctorHugo ni de nadie; son conquistas de la civilizaciónconvertidas en patrimonio del género humano.

Pues ¿qué diremos de los pensamientos que serefieren á la moral universal, como

«las piedras sordas de que habla la Escritura,»«la ira y la impiedad entran en el corazón del

hombre desgraciado?»

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De éstos sólo diré que, si yo tuviera también¡horror! instintos de espía, literario, podría citar lomenos veinte pasajes de los cuales so han podidocopiar al pié de la letra.

Otros pensamientos«como el ruido de la colmena espantada,»«sonrióndose con el dedo sobre los labios,»

son tan usados y vulgares que, á fuerza de repe-tidos, se parecen á las imágenes de la mitología,que nadie fija la atención en ellas. El último, sobrelodo, que Víctor Hugo ha deslavazado en su prosa,como hace con las ideas de todos los escritores dela tierra, es una imagen pintorescamente expresadaen una oda de nuestro Góngora, que termina:

«Dormid, que el Dios alado,De vuestras almas dueño,Con el dedo en la boca os guarda el sueño.»

Este pensamiento, que tampoco es de Góngora,lo pertenece exclusivamente por derecho de mejora.

Y una cosa parecida se puede decir do todos losdemás.

¡Qué miserias! ¡qué miserias! ¡y qué miserias!Ya sabe usted, mi querido Bremon, que he estado

hace más de treinta años siendo objeto do las másimplacables burlas por empeñarme en popularizarlas Dolareis, género antipático, como dice con gra-cia un crítico, porque son una obra de misericor-dia literaria que enseña á pensar al que no sabe.Aceptado al fin el género, me propuse probar á laescuela que más las ha combatido, que no sólo elfondo de sus obras era el vacío, sino que el len-guaje poético oficial en que escribía era convencio-nal, artificioso y falso, y que se hacía necesariosustituirlo con otro que no se separase en nada delmodo común de hablar. Para mí la mejor poesía esla prosa más pura, sin más que añadirla el ritmo yla idea, ritmo é idea que, muchas veces, como seve en algunos de los pensamientos que yo he to-mado de varios autores, ni siquiera hay que alteraren ellos una sola palabra para que sean unos exce-lentes versos. La cuestión ahora consiste en sabersi las frases y versos que yo con afectada fran-queza he tomado de los prosistas, tienen ó no tie-nen perfecta dicción poética. ¿Son malos? Entoncesla prueba es mala. ¿Son buenos? En este caso quedaprobada una cosa que yo había intentado inútil-mente hace mucho tiempo, y es que la prosa mássencilla es la poesía más sublime. Poro es, me di-cen ahora, que la prueba de la bondad de su siste-ma puede perjudicar á la opinión de su originalidad.Y á mí ¿qué me importa dar un poco de lo que tantome sobra, y que á menudo conozco que me perju-dica, por conseguir el triinfo de mis ideas? ¡Quémuera un mal poeta como yo y que se salve labuena poesía!

Y además que, aunque lo hecho de intento no lofuera, el resultado siempre seria el mismo, porqueel querer exigir la absoluta novedad en los porme-nores de un poema es una pretensión tan absurdaque raya en lo imposible.

Por ejemplo: el dia que lio tenido que describir áuna polaca, mujeres cuya sola presencia, según lafrase de un médico, «constipa,» ¿cómo lo habla dehacer, sin leer primero á los fisiólogos que las des-criben y copiar después sus ideas al pié de la letra,si yo en toda mi vida me he visto, y lo siento, álosMímeos pies de ninguna paisana de Sobieski?

Pero ¡Dios mió! en mis obras, donde los asuntosestán tratados á millares, ¿no hay más cosas que cri-ticar que unos pensamientos sueltos tomados conintento deliberado; pensamientos que son más di-fíciles de injertar que de pensar, y que no sieadomás originales que los mios, sólo sirven de cuñaspara rellenar los intersticios de las piedras deconstrucción? ¿Qué crítica os esa que niega á unautor el título de originalidad porque se aprove-cha délas informaciones, los datos estadísticos, lasfrases aceptadas, las ideas corrientes, los refranesvulgares, todo eso, en fin, que, en el lenguaje ofi-cial, se llama las entrañas del expediente, y queconstituyen el fondo y caudal do toda obra huma-na, y que ningún autor do ideas generales puededejar de tener presento como un legado de la tradi-ción?

¿Qué se diría de un necio que en tiempo de Cer-vantes, desconociendo la parto simbólica del Qui-jote, y no dando importancia á la trascendenciafilosófica con que allí se da muerte á la sociedadantigua y se hace nacerla nueva, fuese extractan-do todos los refranes, las ideas tomadas de los li-bros de caballería, las frases vulgares hechas quecorrían en tiempo del autor, y nos dijese que esteoi% un plagiario porque no eran de él las cuatroquintas partes de su libro único? Diríamos que eraun empírico en su manera de ver, y un grosero ensu manera de obrar.

¡A la idea! ¡á la idea!¿üué me importan á mí las inquisiciones hechas

en pensamientos aislados, con objeto de despojarmede toda originalidad, si, después de aceptadas lasdenuncias, resulta que son en mí originales todaslas ¡deas madres, el cuadro, disposición y filosofíado los asuntos? Francamente, en este espejo colo-cado delante de mí para mostrarme mi deformidad,me veo menos pequeño de lo que yo creía, y en estaparto tengo más que agradecer á las censuras demis detractores que á las lisonjas de mis amigos.¿Es posible que en el variado cúmulo de mis cons-trucciones ideales no haya una sola quo no sea másque mia, y solamente mia, sin que yo, como lo ha-cen los más grandes escritores, no haya imitado á

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nadie? Esto seria una maravilla, y, si esto fuera po-sible, ¡no sé cómo podría resistir mi humilde perso-nalidad literaria el peso abrumador de tanta origi-nalidad!

IV.

V ahora, dejando estas razones do carácter pu-ramente personal que á nadie importan nada, inclu-so á mí, pasemos á consideraciones más generalesy de un orden superior.

Yo sostengo con la convicción más profunda, ypara que sirva do norma de conducta á los jóvenesque me sucedan, que en poesía no hay plagio posi-ble, que las ideas son propiedad del que mejor lasexpresa. Y si esto sucede de poeta á poeta, cuandolas ideas se sacan de la prosa se puede decir loque Shakspearc cuando lo acusaban de plagiario:«Yo saco á una joven de la mala sociedad para in-troducirla en la buena.»

Sostener la teoría contraria, sería lo mismo quequerer impedir á un arquitecto que exteriorizasesus pensamientos con piedras recogidas del arroyo.

El capitán Matwin, que con tanto interés ha des-crito algunos años de la vida de Byron, refiere va-rias conversaciones, y entre ellas recuerdo las si-guientes ideas emitidas por éste al contestar á lafrecuente inculpación de plagiario que le dirigíansus enemigos:

—«No soy plagiario, decía Byron. Cuando hehallado alguna idea ó alguna frase que me ha con-venido la lie puesto en el lugar que debia. Pero se-pan mis adversarios que si no las hubiese halladoya escritas en otras obras, he tenido bastante inge-nio, originalidad ó intelecto para inventarlas. Notengo yo la culpa de que otros me hayan precedido,y ojalá que los que vengan después de mí sepanhacer con mis ideas lo que yo he hecho con las deotros: darles buena compañía y realzarlas con lasmias.»

Hablando sinceramente, me parece una cosa im-propia de lo que Byron llamaba su intelecto, y ajenaademás á la virilidad de su carácter, el dar satis-facción á nadie de sus apropiaciones literarias, po-niendo casi en duda el imprescriptible derecho quetenía para hacerlo. ¡Luego se llama altivo al pobrelíyron, que se rebajaba de este modo á dar expli-caciones al eterno reptilismo de los Zoilos de lasletras!

Hasta en nuestros días, Chateaubriand se quejadel mismo Byron porque copiaba de él páginas en-teras sin citarle, y porque embebía en sus obraspoemas completos de otros autores, como el céle-bre soneto á Italia, etc., etc. Y Chateaubriand notenia razón ninguna. ¿De cuándo acá so puede po-ner en duda el derecho de un versificador comoByron para convertir en brillantes pulimentados

con el ritmo los diamantes en bruto de la prosa?Byron podía y hasta debía citar á Chateaubriand

con lealtad, puesto que á éste la cita le hubiera sidoagradable; pero Chateaubriand no debe quejarseporque Byron haya convertido en más excelentepoesía su muy excelente prosa, porque con el ritmohaya puesto alas para volar á su lenguaje terreno,porque con la varita mágica de la poesía sus ideashumanas las trocase Byron en pensamientos divi-nos. El ritmo es la espada de Alejandro, que hacepropios y sagrados todos los terrenos que con-quista. El caudal prosaico de la literatura, de lasciencias y de las artes, es el inmenso arsenal dondeun artista, verdaderamente digno de serlo, tiene elderecho de acudir para vestirse de todas armas conel objeto de combatir por la honra de la señora desus pensamientos, por la belleza de la dama de suideal. El no reconocer este derecho no es quererque haya poetas, sino jimios literarios.

V.

Y ¿qué se entiende por plagio? Esto se explicabien en teoría, pero es casi imposible discernirlocon exactitud en la vida práctica.

Schiller era un plagiario cuando tomaba algúnasunto de los romances españoles, y, en vez domejorarlo, lo echaba á perder.

Pero ¿lo era Rossini, que cuando sus émulos ledecían que había tomado lo mejor do Mozart, ex-clamaba con desprecio: «No, que tomaría lo peor,»y que, si alguno le señalaba los pasajes enteros dootros maestros que él había copiado, decía conorgullo: «Es verdad; ellos los han escrito, pero yolos he hecho aplaudir?»

¿Lo era Calderón de la Barca, cuando, despuésde tomar íntegramente el asunto de La vida essueño del tan sabido cuento tradicional del borra-cho, se inspira y copia sus mejores versos de Lopede Vega, escribiendo la obra más grande de quehacen mención los anales del espíritu humano?

¿Pueden serlo los autores que, trasflgurando lasideas, convierten en poesía lo que suele entendersepor la vil prosa?

Yo antes no lo creía, pero ahora que veo quehay quien lo afirma, lo creo mucho menos.

Insisto en esta cuestión, porque es de una in-mensa importancia literaria.

Es menester que los escritores que, como usted,son jóvenes y cultivan las letras con grande ingenioy honrada intención, hagan prevalecer la doctrinado que los poetas tienen el derecho de ilustrar conlos elementos del arte divino por excelencia lospensamientos de los escritores en prosa, ya quemuchos de éstos, con el velo de sus perífrasis, nohacen más que degradar pedestremente los pensa-mientos de los que escriben en verso.

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Una idea en prosa os un expósito á quien todopoeta honra dándole su nombre.

¡Jóvenes que os dignáis seguir algunas veces misconsejos, agrandad, agrandad el imperio de la poe-sía, y para daros el ejemplo, yo, con el fin de ves-tir «mi idea,» siempre tomaré, si quiero, las ideasque necesite de la literatura prosaica, de la histo-ria, de la filosofía, de la botánica, de la física, dela química y de cuantas ciencias he estudiado coneste solo objeto! Si el ingenio no pudiese utilizarlo que sabe, ¿qué utilidad tendría el saber?

Conquistemos la libertad del pensar y del decirpara esa multitud de escritores jóvenes que podríanretroceder en sus imitaciones ante las amenazas deciertas fiscalizaciones inquisitoriales , perdiendo eneste caso el idioma patrio unas ideas que puedenser el pan del alma, el alimento de las generacionesfuturas. Sin las ideas de las literaturas griega, la-tina ó italiana, ¿cuál sería el mérito de nuestrosautores clásicos? Ninguno.

La teoría de la originalidad absoluta es un calle-jón sin salida del arte. Los poetas más subjetivos,más originales, somos (juro á las personas modes-tas que digo somos afectando un orgullo que notengo) los menos dignos de ser imitados. Algunoscríticos, entre otros el ilustrado Sr. Pcrojo, me hanhecho el honor de encontrar en mí algunas cone-xiones con el excéntrico Enrique Heine. Efectiva-mente nos parecemos, según la opinión del señorPerojo, en lo que se pueden parecer dos personasque piensan de una manera inversa. Heme, con susentimiento algo intelectual, tiene que realizar fueralo que piensa dentro; y yo con mis filosofías, nosiempre necesarias, sintetizo en mi cerebro los con-trastes que veo fuera. De lo cual resulta que sussentimientos, algunas veces vagos, indeterminadosy caprichosos, parecen á muchas personas forma-les verdaderos desvanecimientos de cabeza; mien-tras que yo, imprimiendo á todas mis produccioneslas condiciones personales de mi carácter, suelodegenerar un poco en maniático.

Un poeta para ser bueno no necesita ni ser ori-ginal siquiera. Virgilio, Horacio, G-arcilaso y Lafon-taine no tienen una sola idea suya, que se sopa, yson los escritores más geniales y más perfectos delglobo.

Hoy, sin embargo, el arte, después del paso por elmundo de Byron, Goeths, Leopardi y HcnriqueHeine, debe ser la síntesis á donde vengan á con-fluir todos los conocimientos humanos, todas lasideas esparcidas en letras, artes y ciencias; y todolo que sea traer al idioma.nacional las ideas salien-tes, las frases hechas y los asuntos fecundantes delos demás países, según una frase del Sr. Castelar,no será un robo, será una legítima conquista.

Es necesario inculcar á las generaciones que nos

siguen, que on nuestros dias un poeta tiene necesi-dad de estudiar mucho y de ser casi un autor enci-clopédico, ó, de lo contrario, hay que renunciará la esperanza de que en nuestro país haya por aho-ra escritores con grandeza. Un escritor, en la épocaactual, tiene que hacer lo que Víctor Hugo, que ensu larga y gloriosa carrera, consagrada á lodos losramos del saber humano, menos á la metafísica, hapuesto á contribución y resumido y plagiado todaslas ideas antiguas y modernas, todas las ciencias,las artes y los oficios. Él es el escritor que ha pues-to más ideas en movimiento, sin exceptuar á Yol-taire, y la enormidad de su genio resultará precisa-mente de la enormidad de sus plagios. Y ¿con quéderecho lo hace? se me preguntará. Con el derechoindiscutible del talento que legitima todas las apro-piaciones, consagrando su adquisición con la magiadel estilo.

Así, pues, antes que so acaben los pocos dias queme quedan de vida, debo un consejo á los jóvenesque han tenido la bondad do aceptar algano de losgéneros literarios que he cultivado en mis ocios, yes que después de inventar una idea trascendental,que será mucho mejor cuanto sea más comprensiva,no se molesten demasiado en vestirla como hacenlas arañas sacando toda la tela de su propia sustan-cia. Esto los baria monótonos en el fondo y limita-dos en sus puntos de vista exteriores. En literaturatodo es de todos. Los poetas son arbustos que unamisma savia general la trasforman en ñores espe-ciales. No se preocupen mucho de si tales ó cualesideas secundarias son plagios ó coincidencias. Estasmurmuraciones de escritores que, con doscientaspalabras y media docena de ideas comunes, nosmajan lodos los dias con la pesadilla de sus artícu-los y sus discursos, son los herederos de los inqui-sidores literarios que no dejaron hueso sanó áCa-rn^ens y Áriosto; son las polillas españolas queaún no han concluido de contarnos ios retazos decuentos castcllarios con que Lesage compuso su in-mortal novela: esa os la tinta corrosiva que, porquerer borrarla, ha contribuido á abrillantar más lagloria do Shakspearo. Eso género es el cultivadopor los émulos del gran Molliore, que para poderseguir viviendo con el fruto de su talento, se dis-culpaba del crimen de plagiario con que lo queríanreducir á la miseria, diciendo:—«Yo tomo lo miódonde quiera que lo encuentro.»—Esos son los fal-sos amigos de la verdad que, más bien por presun-ciones malignas que por convicciones críticas, hanquerido eclipsar la gloria del poeta Hornero, reba-jándolo á la categoría de un miserable rapsoda.

VI.

Conjuro á todos los escritores de buena voluntadque con altas miras aplican el compás de su crite-

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rio, su imparcialidad y su instrucción á las produc-ciones del ingenio humano, a que, en esta cruzadaque se ha entablado contra mí, y que yo haré quedure mucho, se barra del templo del arte ese criti-cismo estrecho, que parece atacado de la españolaenfermedad de morirse de envidia de sus herma-nos. Un madrigal, una dolora, y á veces hasta unsoneto, pueden no necesitar para ser escritos deninguna información exterior, pues en ellos el fondoy la forma suelen nacer al mismo tiempo, comovanunidas la concha y la perla. Pero pedir que en unpoema se prescinda de traer al comercio de lasideas los pensamientos peregrinos de otros inge-nios, que se hable de personajes históricos ó fan-tásticos sin copiar los rasgos que los caracterizan,que se popularice la filosofía sin consignar los prin-cipios principales que determinan los sistemas, quese hablo de viajes sin consultar la geografía y lascrónicas locales, es pedir un imposible conociendoá sabiendas esta imposibilidad, os pretender encer-rar ¡i los poetas en la cueva de Platón, desde lacual no se veía del mundo externo nada más que laproyección de las sombras de los objetos que pasa-ban por cerca de ella.

El Si". I). Manuel Alonso Martínez, uno de los ju-risconsultos de ideas más amplias y de talento másllexililc, en un prólogo á la traducción de las ele-gías de Tíbulo dice lo siguiente:—«Es inútil buscaren sus producciones el idealismo exagerado y elvuelo audaz de la poesía de nuestro tiempo. Cam-poamoi', por ejemplo, y lo cito de propósito porqueile veras le admiro, es, sin duda, un gran poeta áquien el porvenir reserva una corona; pero sus fan-tásticas creaciones, y casi me atrevería á decir sussublimes extravíos, revelan cuánto abusa de su vic-toria el libre examen, sentado sobre las ruinas desus rivales, hoy arrollados y escarnecidos. Su Dra-ma universal, donde se presentan en escena enextraño consorcio lo divino y lo humano, lo sobre-natural y lo terrestre, la magia, el espiritismo, latrasmigración de las almas, el principio cristiano,a superstición árabe, el pensamiento pagano y lascreencias brahamánicas, parece el himno de triunfoque so entona á si propio el espíritu del hombre,después de haber escalado el Olimpo. No envuelvenmis palabras una censura para mi ilustre amigo. Lapoesía contemporánea no hace en esto más quepagar un tributo ineludible, obedecer á la ley natu-ral de su desenvolvimiento; y no seria, si no, el re-flejo del espíritu íilosóíico de su época,» etc.

Y ahora pregunto yo: ¿Cómo podría ocuparme detodas esas cosas de que habla ini benévolo amigo elSr. Alonso Martínez, sin copiar los pensamientos del'ilágoras, Mesmer, Dangis y de todos los histo-riadores de las civilizaciones pagana, oriental, árabe,y cristiana? Si yo, ni nadie, pudiera hacer esto, no

resolvería el problema pavoroso de Hamlet ser ó noser; esto sería arruinar en la esfera del arte el prin-cipio de contradicción, base de la filosofía, de queuna cosa es imposible que sea y no sea al mismo

Nada, nada; hay que abrir á la juventud las puer-tas más anchas del porvenir. -

Es menester prepararse á respirar el aliento eu-ropeo que trae un torbellino de ideas nuevas enforma de ciencias naturales, para que los poetas quevengan después de nosotros levanten la poesía alnivel de esas ciencias que producirán por necesidadun desborde en todas las manifestaciones del en-tendimiento, para cuyo trabajo de asimilación, deperfección y de grandeza no se les debe poner máscortapisa que la de ser poetas y tener estilo. ¿Quéescritor, aunque fuese tan grande como Virgilio,podría creer hoy, sin ser el escarnio del público,que las abejas nacen de las ijadas de las reses inmo-ladas á los dioses?

VII.

En fin, amigo mió, concluyo diciéndole que, aun-que yo doy poca importancia á ninguno de los ho-nores de este mundo, le agradezco á usted muchola noble credulidad con que asegura lo siguiente:

«Pero el poeta vive: acaso ni un gesto de desdense descubre en sus enérgicas facciones; su plumade oro se desliza sobre el papel sin vacilar un soloinstante; nadie tendrá, por fortuna, el remordimien-to de haber hecho enmudecer á un gran poeta.»

Repito que le doy las gracias por esta esperanzay este deseo tan lisonjeros para mí. Y, con el pro-pósito de complacerle, mañana mismo voy á empe-zar á escribir una nueva serie de poemas que se ti-tularán: La Música; Por donde viene la muerte; Losenvidiosos; El arte; Fausto; Nubes de amor, ele;todos, por supuesto, completamente originales ycompletamente nuevos, en donde todas las ideasserán mias, para que vea usted que yo, en'materiade versos, escribo lo que quiero y como quiero.Pero ¡qué vergüenza! ¡Otra vez vuelve á apoderarsede mí la maldita vanidad!

Mas de esta nueva serie de poemas podrá resul-tar una cosa triste para los editores, y es que lospoemas nuevos podrán parecer peores que los an-tiguos, y que el público acaso halle menos atrac-tivo en ver las princesas de la poesía con trajes depastoras, que en contemplar las fregonas de laprosa vestidas de reinas.

Al concluir ruego á usted que no crea que he es-crito esta larga carta para rechazar el estigma deplagiario. Al contrario, predique usted á los jóvenesá quienes se acuse de lo mismo, que lo aceptencon mucho gusto, con tal que se les declare plagia-rios dignos de serlo.

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Las ideas no son del que las inventa, sino de quienlas perfecciona.

¿Y qué es un plagiario digno de serlo?Por un plagiario digno de serlo se entiende,

lo que con su buen sentido recomendaba nuestroVentura de la Vega cuando aseguraba, «que si enliteratura es malo robar, es la primera de las virtu-des la de rolar y matar.»

Con la mano puesta sobre el corazón le reiteralas protestas de su amistad y agradecimiento

R. DE CAMPO.VMOR.

UN ECONOMISTA INGLÉS.

i.

No hace mucho publicaba la Remie de Deuco mon-des (1) un notable artículo del ilustre escritorM. Laveleye sobre las nuevas tendencias de la Eeo-nomia política y del socialismo, en el que se ponede manifiesto el modo como comprende hoy la cien-cia económica su fundamento, su método, su mi-sión y sus conclusiones, separándose de la antiguaEconomía ortodoxa, que, «como la Iglesia de Roma,tenía su Credo.»

En comprobación de este aserto, vamos á haceralgunas brevísimas indicaciones sobre la doctrinaque se expone y desenvuelve en las obras (2) deun distinguido economista, perdido, por desgracia,recientemente para la ciencia, hijo de la patria deAdam Smith y de Ricardo y también de Cliffe Les-lie y de Thorton, de Mr. Cairnes, profesor que fue deEconomía política en la Universidad de Londres.

Hace muy pocos años, la Economía política se os-tentaba orgullosa de su posición en el mundo cien-tífico: tan satisfecha se mostraba de su valer, de susadelantos, de la verdad de sus principios y de laexcelencia de sus conclusiones, que cuando alguienosaba oponerse á la corriente de su propaganda, loarrojaba con desden de sus dominios: el socialismono era una escuela dentro de la ciencia, sino antesbien algo contrario á ella, creación de la fantasía ydestinado á perecer: el proteccionismo era un frutobastardo do la ignorancia y de la rutina. Y como sino fuera bastante esto, tan segura estaba de símisma, que, lejos de encerrarse en su esfera pro-

(1) En el número correspondiente al 15 de Juliode este año.

(2) Essays in poUtical Economy theoretical andapplied, Londres, 1373; Some leading principies ofpoUtical Economy newly esponnded, Londres, 1874;The character and logical method of poUtical Eco-nomy, Londres, 1875; by J. E. Cairnes, L. L. D.,—-omeritus professor of political Economy in Univer-sity College, London.

pia, no traspasando los linderos de las demás cien-cias, pretendía imponer á éstas su método y sus ten-dencias, y parecía como que las consideraba másbien como subordinadas á la Economía que no comocoordenadas con ella.

Es muy otro su estado en la actualidad. A. la una-nimidad ha sucedido la discusión; á la confianza enlas conclusiones consagradas, la revisión de todo lohecho hasta aquí; á la proclamación de principiosabstractos, las tendencias realistas; á la intransigen-cia ortodoxa, la discreción y la tolerancia; al espíritucrítico y negativo, el positivo y reconstructor; alprurito do defender y consagrar el régimen eco-nómico existente, el vivo deseo de mejorarlo; aiaislamiento y predominio de la ciencia económica, laaspiración á relacionarla en estrecho vínculo conlas demás; á la preocupación exclusiva por la liber-tad, por los problemas juridico-económicos, el in-terés por las cuestiones puramente económicas; aloptimismo de los antiguos economistas, las aspira-ciones de los modernos á la reforma y mejora deeste orden importante do la vida. De todo esto en-contramos pruebas en las obras del economistaMr. Cairnes.

Comienza éste por no hacerse ilusiones respectodel estado actual do la ciencia económica, y lejosde estimar que ha alcanzado su completo desar-rollo, dice, contradiciendo una afirmación del coro-nel Torrens, que no sólo es inexacto que al períodode controversia haya sucedido el de unanimidad,sino que apenas si ha comenzado aquél (3). Poresto, para él las definiciones, las clasificaciones, lasnomenclaturas hechas hasta el presente no puedenconsiderarse como cimientos, sino tan sólo comoandamios, de que hay que ir prescindiendo segúnque los adelantos de la ciencia los van haciendo in-útiles y hasta perjudiciales (4). Una afirmacionesconsecuencia do la otra. Era natural que cuando laescuela individualista creía haber lijado el con-cepto, carácter y contenido de la ciencia, surgieranuna definición, una clasificación y una nomencla-tura, aunque en verdad no había gran conformidaden este punto entre los economistas por falta derigor lógico en sus investigaciones. Pero de todassuertes, puestas en tela de juicio aquellas ideas fun-damentales, principalmente las relativas al carác-ter, extensión y fines de la ciencia económica, porfuerza habían de resultar estrechos los moldes enque se había pretendido encerrarla. Así, pues, lójosde afirmarse ya las doctrinas como dogmas cerra-dos y consagrados, es necesario revisarlo todo ysometerlo todo de nuevo á discusión.

No se crea por esto que Mr. Cairnes se coloca

(3) The carácter, etc. Introducción, pág. 2.(4) The carácter, etc., vi, páginas 138 y 148.

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en un punto de vista meramente crítico; al con-trario, se muestra favorable á las nuevas tendenciasque se señalan en esta esfera del conocimiento.

Afirma con repetición que la Economía estudialas leyes que rigen los fenómenos económicos;pero, lejos de reconocer el carácter de fatalidadi|iic algunos asignaban á aquellas, y por lo mismola necesidad de sus consecuencias, encuentra queno se puede hacer otra cosa que enunciar ó decla-rar tendencias, las cuales serán realidades siem-pre que causas perlubadoras no vengan á estor-barlo (5).

Reconoce, como es natural, el valor del interésindividual, móvil de la vida en el orden económico,como y no más que en los otros; pero no incurre enel grave error de darle aquí otro lugar que el su-bordinado á la razón y al deber que en todos le cor-responde; con lo cual se aparta de la preocupación,que hace poco reinaba en absoluto, de consideraresta esfera como ia propia del interés individual,de donde resultan no pocos errores y modos deconducirse con respecto á las relaciones económi-cas, corruptores y engendradores de odios y anti-patías entre las clases.

No> reniega de la libertad económica, ni pretendeque el Estado vuelva á ser el centro de la vida in-dustrial; pero afirma la necesidad de que la socie-dad se organice como un todo para la prosecuciónde este fin, en vez del atomismo individual antes tanpreconizado.

No truena ni declama contra el orden de cosasexistente, ni espera la solución do los problemaspropuestos de la violencia, ni aun de la transforma-ción radical é instantánea de la vida económica; perocensura á los economistas que al parecer dirigentodos sus esfuerzos á defender y ensalzar la actualorganización industrial (6), y que confundiendo lo que

(l>) «Sus conclusiones corresponderán con losbeclios, sólo cuando no existan causas perturbado-ras.» The carácter, etc., u, pág. 49.

(í!) «En vez de investigar con arreglo á qué leyse deducen los hechos de ciertos principios, lo quese hace es tratar de mostrar la conformidad de loshechos existentes con el bienestar y la equidad.The carácter, etc. Introducción, pág. 16.

»0, dejando los ejemplos particulares y viniendoá resultados generales, ¿puede nadie considerar se-riamente la condición actual de los habitantes deestas islas,—de estas islas donde la libertad comer-cial ha tenido durante cerca de medio siglo un en-sanche no conocido en ninguna otra época ni país,pero donde también se encuentran los mayores ex-tremos de riqueza y pobreza, formando un"uonlrastecomo no se ha visto en ninguna otra parte; dondeun hombre consume más valor en una soia comidaque lo que necesita la de otro para alimentarse yvestirse durante un mes; donde toda la tierra estácu manos de unos 100.000 individuos; en un paísque cuenta 30 millones de habitantes; donde de

es con lo que dele ser (7), cierran la puerta á todamejora y perfeccionamiento, sirven de escudo á in-tereses que, siendo por naturaleza pasajeros, procu-ran hacerse permanentes, y hacen que por contra-rio motivo clases determinadas miren con indife-rencia, cuando no con odio, á la ciencia económica.

No comparte las ilusiones del socialismo, ni aprue-ba los procedimientos que ensalza, pero simpatizacon sus generosos propósitos, rectifica y completasus principios, y si no cree deber ni poder aceptarel nombre de socialista, menos aún quizás se ponedel lado del estrecho individualismo de Manches-ter, como hoy llaman en Alemania á la doctrinade la escuela economista ortodoxa.

No patriocina incondieionalmente las aspiracio-nes de la clase obrera, ni halaga á los trabajadoreshaciéndoles vislumbrar utópicas esperanzas, perolegitima su natural deseo de mejorar su posición,presenta la cooperación como un poderoso instru-mento que puede contribuir á este resultado, ycritica que las cuestiones de producción de la ri-queza se examinen siempre bajo el punto de vistadel capitalista (8).

cada 20 personas una es pobre; donde la gran ma-yoría de la población agrícola espera con tranquilaresignación pasar su vejez en una casa de trabajo ycorrección (work house), al paso que la poblaciónindustrial de las ciudades so ve envuelta cada diezaños en una terrible catástrofe mercantil, que con-dena á centenares de miles á la ruina,—puede na-die, digo, considerar seriamente este estado de co-sas, y luego descansar con absoluta satisfaccióny confianza en su máxima del laissez faire?nEssays, etc., vn, la Economía política y el laissez

/aire, pág. 248.(7) Así censura el propósito que abrigaba Bas-

tiat, que, según su biógrafo M. de Fontenay, era el«combinar y fundir en uno los dos distintos aspec-tos del Hecho y del Derecho... probar que lo que es,tal cual se encuentra actualmente en su conjunto, ymás aún en su tendencia progresiva, es conforme álo que debe ser, con arreglo á las aspiraciones de laconciencia universal. Essays, etc., ix, Bastiat, pá-gina 3-18.

(8) ¿Cómo so explica esta singular confusión delpensamiento y perversión de los hechos? Muy fácil-mente: todo el problema de la industria se mira, ex-clusivamente desde el punto de vista del capitalde aquí que los salarios elevados se presentancomo «neutralizando» las ventajas industriales,como si no fuera ganancia lo que no entra en lacaja del capitalista; y la remuneración liberal délostrabajadores se deplora como una calamidad na-cional, porque pone límites á la parte que toca alcapitalista en el producto de sus comunes esfuer-zos. «El trabajo caro, dice Mr. Brassey, resumiendoun capítulo, es ahora el gran obstáculo que se opo-ne al desarrollo del comercio inglés.» No se le ocur-re que los elevados provechos son un obstáculoprecisamente en el mismo sentido En la ex-posición usual de la doctrina del coste de produc-ción, el único riesgo que se toma en cuenta es elque corre el capitalista; pero esto es una mera con-

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Pero aparte de estas cuestiones y de otras nomenos trascendentales, como las del valor, de larenta y de la población, en las más de las cualesmantiene las doctrinas de la antigua escuela in-glesa, en ninguna se muestra tanto el espíritu quele inspira y el nuevo sentido que revela en la cien-cia, de acuerdo con muchos economistas modernos,como en la relativa á la crítica que hace de la fa-mosa máxima: laissez /aire, laissez passer, queha sido y es el símbolo y bandera de la llamada es-cuela economista, individualista ú ortodoxa.

II.

Encontróse la ciencia económica en su naci-miento con que el régimen industrial tenía una or-ganización cuya clave estaba en manos del Estado,el cual habia llegado á croar en esta esfera unavida artificial, basada en una profunda desconfian-za respeto de la actividad individual. Proclamar lanecesidad de dejar á ésta completamente libre;defender que el libre juego de las energías particu-lares produciría necesariamente el progreso y la me-jora en este orden, y declarar por tanto la guerraal espíritu de reglamentación y de intervención ofi-cial, entonces dominante, fue la tarea que se impu-sieron los economistas del siglo pasado y una buenaparte de los del actual. Que su crítica era fundada ysus exigencias justas y racionales, lo ha demostra-do el tiempo; pues por espacio casi de un siglo noso han inspirado los legisladores que han llevado ácabo las reformas económicas en otro espíritu queen el que queda indicado. Gremios, aduanas, tasa,compañías privilegiadas, en una palabra, las más delas trabas y ligaduras que estorbaban el libre movi-miento de la actividad y del interés individual, hanvenido al suelo á impulsos de la doctrina que seresumía en la frase citada: laissez /aire, laissezpasser (9).

Y como en verdad había mucho que hacer en estecamino, de tal modo se preocuparon los economis-

secuencia del hábito de contemplar la obra de laproducción exclusivamente bajo el punto de vistadel capitalista, de lo cual he hablado ya. Some lea-din^ principies, etc. Valor, pág. 58, 59 y 82.

(9) La posición de la Economía política res-pecto del antiguo régimen industrial la exponeMr. Cairnes en los siguientes términos: «En susprimeras aplicaciones á los negocios prácticos, seencontró la Economía política en inevitable coli-sión con numerosos códigos reguladores, que eranen parte restos del feudalismo, en parte productode doctrinas mercantiles de pasados tiempos, perotodos fundados en el principio de sustituir la dis-creción individual con la intervención del poder.Y así naturalmente se la identificó con el principioopuesto, y se dio á conocer al público principal-mente como un desenvolvimiento de la doctrinadel laissez/aire. Essays, etc.—La Economía polí-tica y la tierra, pág. 187.

tas con esta aspiración, que era su delenda Cartílago,que, atentos exclusivamente á estas relaciones delorden económico con el Estado, descuidaron el es-tudio de aquel, considerado en sí mismo; con tantomás motivo, cuánto que, afirmando ellos la armoníade todos los intereses y la existencia indudable delas llamadas leyes naturales, estimaban que lo únicoque había que hacer era recabar la libertad para quede suyo se manifestara aquella armonía" y produje-ran sus beneficiosos efectos estas leyes.

De aquí que las soluciones dadas por la Econo-mía á todos los problemas tenía un carácter pura-mente negativo, como se ha puesto de manifiestocuando, andando el tiempo, la antigua organizaciónha desaparecido casi por completo, terminándoseasí, ó poco menos, la obra de destrucción (10). Aesto atribuye Mr. Cairnes, á nuestro juicio conrazón, el desden ó escaso interés que en Inglaterradespiertan los estudios económicos. «Si alendemos,dice, á lo que pasa en nuestro rededor, á las nece-sidades sociales de los tiempos, no podemos menosde confesar, á mi juicio, que no hay mucho quehacer de carácter negativo; y vendremos á parar áque, si la Economía política es lo que una opinióndominante suponía por lo general, si todo el resul-tado de su enseñanza fuera el laissez /aire, elcampo de su actividad, por lo menos en este país,ha de ser en adelante muy limitado y pequeño. Enmedio de tales circunstancias, no es extraño quedecaiga el interés por un estudio tan lánguido,donde prevalece la opinión de que el laissez /aireseñala el límite de la reforma industrial; que cuan-do hemos conseguido que la actividad individualsea libre, hemos alcanzado todo lo que en tales ma-terias hay que hacer; no es extraño que la Econo-mía política sea mirada con una natural toleranciadebida á sus pasados servicios, pero combinada conuna^rofunda indiferencia, basada en la convicciónde que ha llegado á ser en el curso de los sucesosun género de especulación inútil, bajo el punto devista práctico. Tal es, á mi juicio, el verdadeiromodo de sentir actualmente en esta materia demuchas personas cultas en nuestro país (11).

(10) «Si el sistema industrial de un país fuera loque era umversalmente en Europa hace setenta ócien años, si la industria y el comercio estuvieranencadenados, en todas direcciones por reglas artifi-ciales y restricciones, es llano que habría gran es-pacio para una doctrina que desenvolviera y expu-siera el principio del laissez/aire. Pero no estamosen este caso; y si todas, ó casi todas las reformasinspiradas por esta máxima, han sido llevadas ya ácabo, entonces la Economía política, como ciencia,tiene evidentemente poco que hacer en la prácticaen favor de un país.» Essays, etc.—La Economíapolítica y el laissez /aire, pág. 241.

(11) Essays, etc.—La Economía política y el lan-

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Era la doctrina del laissez /aire consecuenciade dos principios: la existencia de leyes naturalesque rigen el orden económico, y la armonía de todoslos intereses. Es el primero, á nuestro juicio, indu-dable; y si por algunos se pone en duda, no es porotro motivo que porque tienen un concepto erróneode la libertad, con la cual declaran incompatible laexistencia de toda ley, hasta el punto de no admi-tir la posibilidad de ésta sino en la esfera de la na-turaleza; olvidando los que así discurren que, á serbueno su raciocinio, no podríamos hablar ni de lasleyes del pensamiento, ni de las leyes de la historia;en una palabra, de ninguna que hiciera relación alhombre. Pero, del lado opuesto, los economistas in-dividualistas han incurrido en un doble error.

Ka primer lugar, no viendo otra causa perturba-dora de las leyes naturales que la intervención dellistado, supusieron y afirmaron que, una vez supri-primicla ésta, todo lo que sucediera sería lo debido,justo y conveniente; y de aquí su espíritu optimistay cosmopolita y el carácter abstracto de sus prin-cipios.

M. Cairnes, por el contrario, nunca pierde devista la existencia de causas perturbadoras, y poresto, en vez de afirmar en absoluto que en este óaquel problema los hechos seguirán tal dirección,cuida siempre de presentar la ley como una tenden-cia (12), que será realidad, si aquellas causas noaparecen; y hasta tratándose de una misma cues-tión, como, por ejemplo, la del precio, en vez deenunciar una ley para todos los casos, los distin-gue cuidadosamente según las circunstancias enque se producen (13).

Consiste el otro error en que, una vez removidostodos los obstáculos que el Estado ponía al movi-miento económico, han de reconocer naturalmentecomo bueno el régimen que produce de suyo la li-

sezfaire, pág. 242; véase también el mismo en-sayo, páginas 238 y 241.

(12) «¿En qué sentido es cierto que el coste de pro-ducción regula el valor de las mercancías libremen-te producidas? La respuesta es que es cierto hipoté-ticamente, á falta de causas perturbadoras; ó, paraexpresar lo mismo en otras palabras, la doctrina noafirma un punto de hecho, sino una tendencia...»«Llego á esta conclusión: que una ley económicaexpresa, no el orden en que ocurren los fenómenos,sino la tendencia á que ellos obedecen; y por tanto,que cuando se aplica á los hechos externos, escierta solamente á falta de causas perturbadoras, y,por consiguiente, que representa una verdad hipo-tética y no positiva.» The carácter^ etc., IV, pági-na 94; V, 10o.

(13) «El verdadero concepto de la ley del costede producción es, no que sea una ley que rija um-versalmente los valores de cualquiera clase de mer-cancías, sino una ley que rige los valores de ciertasmercancías en ciertos cambios.» Some leading prin-cipies, etc.— Valor, pág. 80.

bre competencia; y de aquí su manifiesta inclina-ción á defender yjustiflear el actual modo de ser dela vida industrial, y la desconfianza y prevencióncon que miran todo conato de reformarla y modifi-carla, hasta cuando se intenta hacer esto sin incur-rir en los errores de otros tiempos, esto es, sin vol-ver á constituir al Estado en regulador de la activi-dad industrial. En este punto Mr. Cairnes pone granempeño en censurar á los economistas, haciéndolesun cargo por no llevar á cabo las especulacionescientíficas con abstracción del régimen existente, yesforzándose por distinguir, en lugar de confundir, loque es con lo quédele ser, añadiendo que estos dostérminos pueden coincidir, pero que es menesterprobarlo (14).

Es innegable esta tendencia de la escuela indivi-dualista, que ha producido el efecto, como notaMr. Cairnes, de privar á la ciencia económica de lassimpatías de toda una clase social. «La Economíapolítica, en vez de mostrarse imparcial ante los pro-blemas, se presenta, principalmente ante las clasesobreras, como un Código dogmático de reglas cer-radas y secas, como un sistema de decretos quese promulgan para sancionar una organización so-cial, para condenar otra, exigiendo de los hombres,no consideración, sino obediencia... Cuando á untrabajador se le dice que la Economía política con-dena las huelgas, vacila en punto á la cooperación,mira de reojo los propósitos de limitar las horas detrabajo, pero que aprueba la acumulación do capitaly sanciona el precio corriente de los salarios, no esestraño que se responda á esto: «que desde que la«Economía política se ha puesto enfrente de los obre-»ros, es natural que los obreros so pongan enfrente»de la Economía política (15).» Algunos individua"listas, por miedo alas utopias del socialismo, vienená caer en una especie de fatalismo musulmán, al noadmitir otro progreso en el orden económico que elproducido por la marcha natural de los sucesos, poruna especie de instinto, olvidando que en esta es-fera, como en todas, ha de dejarse el campo libro

(14) Así dice, hablando de Bastiat: «¿Es legítimoeste género de especulación filosófica? Me pareceque nó, por la siguiente razón: que en todas lasformas en que ei problema se plantea, el argumentoestá envuelto desde el comienzo en una peliiioprincipii. La cuestión, ¿qué es? y la cuestión ¿quédebe de ser? son distintas. Puede suceder que lascontestaciones coincidan, que lo que es sea tambiénlo que debe de ser, pero es cosa que ha de probarsey no tenerla por averiguada, y esto sólo se puedeinquirir investigando cada uno dé dichos problemasindependientemente. Bastiat expresamente los iden-tifica, los funde en uno. Essays, etc.—Bastiat, pá-gina 322.

(15) The carácter, etc. —Introducción, pág. 25.—Essays etc., la Economía política y el laissez /ai-re, pág. 260.

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á la razón y á la reflexión, que bien pueden revelaral hombre reformas y mejoras que, no por contra-decir lo existente, han de considerarse como uto-pias irrealizables. ¿Ha dicho, por ventura, el econo-mista la última palabra en materia de crédito, conpedir la absoluta libertad del mismo? Supuesta estalibertad, queda por averiguar el mejor modo deservirse de él y de utilizarlo; y abierta esta discu-sión, ¿cómo es posible negarse á admitir esta óaquella combinación porque se presuma que va á pa-rar á un resultado muy distinto de las institucionesexistentes? Indudablemente la vida económica estáregida por leyes naturales; pero este hecho no dis-pensa al hombre de meditar acerca de todas lasmedidas que puede emplear para conseguirlo mejorposible dentro de dichas leyes; y por tanto es injus-tificada osa prevención y esa desconfianza respectode toda novedad, como si realmente la ciencia eco-nómica hubiera formado un dogma, ante el cualhubiera de suspenderse toda especulación, conside-rándolo límite infranqueable (16).

De igual suerte Mr. Cairnes no está tampoco con-forme con el carácter absoluto que se pretendedar al principio de la armonía de todos los intereses.De un lado, para admitirlo, según él, sería precisoque cada cual conociera siempre su verdadero inte-rés, ese que se armoniza con el general; luego, quequisiera siempre obrar en su vista; y que no existie-ran en el mundo la preocupación, el vicio, el espíritude cuerpo, el interés de clase, etc. (17). De otro, á lapar que este agente, el interés, admite otros comola opinión pública, la costumbre, y donde estasno basten, la acción del Estado (18). Frecuentemen-

(16) «Por ejemplo, se ha supuesto á veces queporque la Economía política comprendo entre susdoctrinas teorías de salarios, provechos y renta, laciencia estator ende precisada á aprobar el presen-te modo de ser de la vida industrial, en la cualtres clases distintas, obreros, capitalistas y propie-pietarios, reciben remuneración en esta forma... Laciencia económica no tiene que ver con nuestropresente sistema industrial más que lo que tieneque ver la mecánica con nuestros sistemas do fer-ro-carriles.» Essays etc.—La Economía y el laissez/aire, pág. 257.

(17) Éssays, etc., la Economía y el laissez/aire,pág. 246.

(18) Debemos hacer conslarque esto lo dice conmotivo de la cuestión de la propiedad de Irlanda, yMr. Cairnes en los problemas relativos ala tierra yla renta es en los que más desconfía de la libertad.Así que, después de protestar con toda la energía dequo es capaz, y en interés de la paz de Irlanda y delcrédito de la ciencia, contra el error de que la doc-trina económica esté encerrada en el laissez /aire,y de afirmar que aquella tiene recursos positivos, yque es tan capaz de edificar como de destruir, dicemás adelante: «El principio del laissez /aire, aqueljuego de intereses desenvuelto por la competencia,que en la industria y en el comercio mantienen la

te han dicho los economistas que ellos no preconi-zaban el interés personal, ciego, egoísta, sino elracional, y aun pudiera recordarse con este motivoque el ilustre Bastiat afirmaba la armonía entre losintereses legítimos; pero el hecho es que la exalta-ción de este móvil de la vida, conveniente en cuan-to contradecía absurdas pretensiones del ascetis-mo, ha caido en el extremo opuesto, favoreciendotendencias viciosas de la sociedad actual, que hansido jcausa de que se proclame el interés comotan propio de la esfera industrial, que no parecesino quo al consagrarse á este género de actividadel individuo, se desprende de su condición dehombre (19).

Pero si bien es cierto que existen otros agentesen la vida, y sobre todos la razón y la conciencia,y á que estas rijan á aquella deben contribuir laciencia con sus consejos, el individuo con sus ac-tos y la sociedad con su sanción, hemos de preca-vernos contra el propósito de volver á encomen-

armonía entre el interés individual y el general,¿basta para garantizar en circunstancias ordinariasla misma armonía en las transacciones de que es ob-jeto la tierra? Si por acaso parece que no basta, en-tonces pienso que se da el caso de que intervenganotros agentes, — la opinión pública, la costumbre,ó, á falta de estos, la acción directa del Estado,—para hacer lo que el principio de una ilimitada com-petencia no ha podido hacer; garantizar un fin queno puede menos de ser considerado como uno delos fines legítimos de un gobierno,—la coinciden-cia, en una esfera importante de la actividad bu-mana, del bienestar individual con el general.»Essays, etc., la Economía política y la tierra, pági-nas 189 y 198.—Más adelante, páginas 202 y 204,hace constar estos dos hechos: «Todos están con-formes en que no es posible arreglar la cuestióndé Irlanda, si se deja á los propietarios la facultadde subir indefinidamente la renta.» «En la discusiónhabida en el Parlamento, siempre se consideró im-posible limitarla facultad del propietario de subirla renta; pero indirectamente y por medio de unrodeo se ha hecho.»

(19) Mr. Cairnes hace notar con razón, que «lasconsideraciones morales y religiosas hay que to-marlas en cuenta en cuanto influyen en la conductadel hombre al procurarse la riqueza.» (The carác-ter, etc., íi, pág. 44.) Lo extraño es que en su En-sayo sobre la Economía política y la tierra, pági-nas 199 y 201, al mismo tiempo que habla de lo que«ha sucedido allí donde los dueños del suelo, des-atendiendo toda otra consideración que la de supropio interés, se han aprovechado de toda la fuer-za que les daba su posición,» formula las siguien-tes preguntas: «¿Qué significa el lenguaje usual enesta materia? ¿Qué signitican los términos bueno ymalo aplicados á los propietarios en un sentido enque nunca se aplican á los que comercian en otracosa que no sea la tierra? ¿Qué significa esta frase:un buen propietario haría esto?» Donde parece co-locar á los propietarios en una posición distinta,bajo el punto de vista económico-moral, que á lasdemás clases sociales.

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dar al Estado el corregir los extravíos que produz-ca la libre competencia y el predominio de lastendencias egoístas é interesadas.

Mr. Cairnes no reniega de la libertad económica;prefiere la doctrina del laissez /aire, aunque noconcede que tenga carácter alguno científico, á laque ensalza la intervención del Estado (20); pero laverdad es que no se ve claro cómo aspira á susti-tuir la acción oficial, que no patrocina, y las solu-ciones negativas del individualismo, que declara in-eficaces; pues si unas veces, como, por ejemplo, enl;i cuestión de la propiedad territorial (21), pareceinclinarse a la intervención del Estado, las más pro-testa de su adhesión á las conquistas de la libertadeconómica (22).

Una indicación encontramos, que, desenvuelta,habría quizás puesto al distinguido economista in-glés en lo que en nuestro humilde juicio es el buencamino. En una de sus obras habla de «aquellos quepiensan que hay fines que alcanzar en la vida indus-trial y social que no pueden ser conseguidos sinomediante la acción de la sociedad organizada comoun todo; y que al paso que la parte negativa y dedemolición de la reforma industrial está casi com-pleta, la obra de la reforma positiva y de recons-trucción está aún por hacer (23).» Decimos que estees el buen camino, porque es el único modo de con-ciliar las dos tendencias del individualismo y del so-cialismo en lo que tienen de sanas, la libertad queaquel sostiene y la organización á que éste aspira,y de huir de los peligros que entrañan las solucio-nas de una y otra escuela por lo incompletas: elatomismo individual, en que cae la primera; la im-posición arbitraría de un régimen por el Estado, enque viene á parar la segunda.

En varios pasajes de las obras de Mr. Cairnes sepuede observar este sentido, principalmente cuan-do se ocupa de la delicada cuestión de las relacionesdel capital con el trabajo. Así dice: «estoy autori-zado para afirmar aquí, que el mantenimiento per-manente de un régimen, como el que acabamos de

(20) «En otras palabras, el laissez /aire viene alsuelo como doctrina científica. Digo -como doctrinacientífica, porque no debemos extremar los lími-tes de nuestro argumento. Una cosa es repudiarla autoridad científica del laissez /aire, libertad decontratación, etc.; y es cosa muy diferente afirmarel principio opuesto de la intervención del Estado, ladoctrina del gobierno paternal. Por mi parte, noacepto ni la una ni la otra; y como regla práctica,afirmo que el laissez /aire es incomparablementeun guia más seguro. Essays.—La Economía y ellaissez/aire, pág. 251.

(21) Véase la nota 18.(22) En varios vasajes de sus obras.—Véase la

nota 20.(23) Essays.—La Economía política y el laissez

/aire, pág. 242.

considerar, y que coexiste con una industria pro-gresiva, no puede menos do parar en este resultado:una constante exageración de aquellos rasgos quecomienzan á señalar de un modo tan poco lisonjeroel aspecto de nuestro estado social; en suma, unaseñalada separación de clases combinada con aque-llas chocantes desigualdades en la distribución dela riqueza, que las más de las personas convendránen que son uno de los principales elementos denuestra instabilidad social.»

¿Qué remedio encuentra Mr. Cairnes que es el máseficaz para mejorar la condición de los obreros, quees la única y sola solución del problema? La coope-ración, que en nada se opone al principio de la li-bertad económica, y que, sin embargo, ha sidomirada con prevención por algunos miembros de 1&escuela individualista; y eso que un economista hadicho que el movimiento cooperativo reconocía porpadre al socialismo y por madre á la Economía po-lítica. Dice Mr. Cairnes: «la cooperación es ahorauna realidad, y, si las señales no engañan, ofreceesperanzas de trasformar en gran manera nuestraindustria (24):» en otra parte considera la coopera-ción como «fundamento en lo futuro de la perma-nente elevación de las clases obreras (28);» y, porúltimo, expresa más claramente su opinión en lassiguientes frases: «en otras palabras, nuestro razo-namiento nos lleva á esta conclusión: que lo que seconoce con el nombre de cooperación,—la contri-bución de muchos trabajadores para formar con susahorros un capital, y cooperando sacar de él unprovecho,—constituye la sola y única solución denuestro presente problema, el único camino por elcual las clases trabajadoras, en su totalidad, ó porlo monos en gran parte, pueden salir de su condi-ción de un mero vivir al dia para participar de lasventajas y beneficios de una civilización progre-siva (26).»

Por esto no es extraño que Mr. Cairnes, al mismotiempo que no acepta el nombre de socialista, ycensura á J. S. Mili, que se lo da á sí mismo, por elvalor que las gentes dan á las palabras, se declareconforme con el socialismo en cuanto aspira á un ré-gimen mejor que el existente, pero no en cuanto pre-tende reformar instantáneamente la sociedad y em-plear á este fin la fuerza del Estado (27). Así, á la parque dice que le es completamente imposible confor-marse con el modo de ver do la escuela de econo-mistas, «cuyo profeta es Bastial,» la cual sostiene

(24) The carácter, etc.—Introducción, pág. 23.(28) Essays, etc.—La cooperación en las minas

de pizarra del Norte de Gales, pág. 166.(26) Some leading principies, etc.—Trabajo y

capital, pág. 34S.(27) Some leading principies, etc.—Trabajo y

capital, pág. 315.

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9o E. CABO. LA MORAL DEL PORVENIR. 2 5 3

«que la distribución de la riqueza que resulta del librejuego de las fuerzas económicas no es meramentelo que las circunstancias del caso hacen inevitable,sino también lo que la justicia y el derecho naturalprescriben (28);» afirma que esLa «del todo confor-me con los socialistas,» pero que le es imposibleaceptar los medios que el socialismo propone pararealizar la exigida elevación de los trabajado-res (29); y concluye resumiendo la cuestión en eslostérminos: «El problema, por tanto, consiste, paralos que aceptan el punto de vista aqui expuesto, encombinar el intento ó propósito socialista con losmedios de hacerlo efectivo y coexistente con lasbases fundamentales de nuestro presente estadosocial,—ayudar al trabajador á salir de su actualcondición, sin hacer violencia al principio de la pro-piedad y sin debilitar en aquel las cualidades decarácter de que depende el éxito de la indus-tria (30).»

En medio de las intransigencias doctrinales deescuela y de las encontradas y egoístas pretensio-nes de unas y otras clases sociales, es.grato encon-trar escritores que, como Mr. Cairnes, saben sobre-ponerse á estrechos exclusivismos; abrirlos moldesde la ciencia, ensanchando la esfera de sus investi-gaciones y dando cabida dentro de ella a todos lossistemas (31); relacionar el orden económico conlos demás de la vida, sobre todo con el moral (3*2);

(28) Some leadiny principies, etc.—Trabajo ycapital, pág. 320.

(29) Some leadiny principies, etc.—Trabajo ycapital, pág. 341.

(30) Some leading principies, etc.—Trabajo ycapital, pág. 343.

(31) Mr". Cairnes da muestras de esta toleranciay proclama la imparcialidad de la ciencia en variospasajes de sus obras, pero quizás la exagera untanto. Así dice en uno de sus Ensayos, pág. 255:«La Economía es extraña á todos los sistemas parti-culares de la existencia industrial ó social. No tienemás que ver con el laissez /aire que con el comu-nismo, con la libertad de contratación que con elgobierno paternal ó el sistema del status.» Ahorabien; realmente estas cuestiones, propiamente ha-blando, son jurídicas y no económicas; pero refi-riéndose á las condiciones necesarias para la sub-sistencia y desarrollo de la vida industrial, del or-den de la propiedad, no pueden ser indiferentes aleconomista, ni á la ciencia que profesa.

(32) Esto hace Mr. Cairnes cuando ataca la doc-trina que es la «raíz de donde se deriva una seriede máximas, tales como estas: «la extravaganciadel rico es la ganancia del pobre;» «la profusión yel despilfarro vienen en bien del comercio,» y otrassemejantes, que han producido en su tiempo, enmedio de la humanidad, la duda y la desmoraliza-ción, y que están aún lejos de haberse extinguido.»Some leading principies, etc.—Trabajo y capital,pág. 190.

En otra parte de la misma obra (Valor, pág. 32),dice también: «La Economía política no facilita pa-

y concertar de un modo racional las conquistas rea-lizadas y el régimen nacido á su sombra con lasnuevas aspiraciones y tendencias de la civilización.

GUMERSINDO DE AZCÁRATE.

LA DEMOCRACIAANTR LA. MORAL DEL PORVENIR.

LAS NUEVAS TEORÍAS ACERCA DEL DERECHO NATURAL.

Hay una música del porvenir, como es sabido,para uso de los que están fatigados de Beethoven yde Mozr.rt, y para los que preparan, en ritmos mis-teriosos, la renovación de un arte agotado. Asimis-mo parece que se elabora en este momento en cier-tas escuelas algo parecido á una moral nueva, paraaquellos á quienes las viejas doctrinas no puedensatisfacerles. Esta moral se destaca con una clari-dad creciente de la penumbra en que hasta aquí laha retenido no sé qué falso pudor ó qué prudenciacienlífica, y ni siquiera trata de disimular ningunade sus consecuencias sociales. Anunciase como de-biendo renovar, cuando su reino haya llegado, lalegislación atrasada y las instituciones políticas delos pueblos sometidos á su feliz imperio; y, mien-tras llega la hora de su advenimiento, asienta conresuelta mano las bases sobre que ha de elevarse laverdadera teoría del derecho natural. Nos ha pare-cido que era llegado el momento de presentar elbosquejo de esta teoría, tal como se revela ya poralgunos rasgos salientes, aunque esparcidos y dise-minados todavía. Se podrá ver hasta qué punto elideal nuevo rompe con aquel á que estaban acos-tumbradas las sociedades cristianas; se verá al mis-mo .Hiempo que no difiere menos de la concepciónque del hombre y de la sociedad había formado lademocracia nacida de Juan Jacobo Rousseau, yacaso asombrará la extraña mala inteligencia quehace que ciertos representantes de la escuela de-

liativos que sirvan de disculpa al duro egoísmo. Koes mi propósito decir una sola palabra en contra dela santidad de los contratos. Pero pienso que im-porta, bajo el punto de vista moral y económico,insistir en esto: que no resulta beneficio alguno nide ninguna clase de la existencia de una clase ricay ociosa. La riqueza acumulada en favor de algunospor sus antepasados ó por otras personas, si se em-plea como capital, contribuye indudablemente ásostener la industria, pero lo que consumen en lujoy trivialidades no es capital, y sirve tan sólo parasostener la vida inútil de los que lo gastan. Perci-ban en hora buena sus rentas é intereses, como estáescrito en los contratos, pero tomen el puesto queles corresponde, el de zánganos de colmena, alasistir á un festín al cual en nada han contribuido.»

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254 KBVISTA EUHOPEA. 1 9 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 95

mocrática saluden con entusiasmo, como victoriaspersonales, los progresos de una doctrina que, altriunfar, sepultará infaliblemente á ellos, á sus ideasmás queridas y á las conquistas de su principio quemejor aseguradas parecían.

I.

Voy á ocuparme de la doctrina de la evoluciónque ala hora presente lo invade todo, la psicologíacomo la fisiología, las ciencias morales como la his-toria natural, introduciendo en pos de sí una teoríaque le es propia sobre las relaciones de los hombresentre sí, sobre las sociedades humanas, sobre la leydel progreso que regula su desenvolvimiento, el finque deben perseguir y el porvenir que les espera.

¿Cuáles son los orígenes históricos de la moral so-cial? ¿De dónde procede? ¿Cómo ha empezado, segúnla doctrina de la evolución? Muchos escritores in-gleses y franceses han tratado directa ó incidental-tnente esta cuestión (1); pero hay que recurrir siem-pre á M. Darwin, por ser el que ha promovido esteorden de ideas. Por otra parto, este sabio escritorse distingue de todos los demás por la franqueza desu método, y aborda el problema moral bajo el pun-to de vista exclusivamente de la historia natural.En el curso de sus estudios especiales encuentraeste problema; y con una especie de candor imper-turbable lo trata y resuelve por sus procedimientosordinarios. Para él no es más que una cuestión defisiología comparada, como otra cualquiera, que serelaciona á esta otra más general: «¿Qué luz puedeproyectar el estudio de los animales inferiores so-bre las más altas facultades psíquicas del hombre?»Tal es el objeto de muchos capítulos de su libro so-bre el Origen del hombre y la selección sexual.

Sabido es que en esta última obra M. Darwinacepta resueltamente el origen animal del hombrey su descendencia de algún tipo de mono antropoi-deo. «Entonces,—dice, señalando su lugar precisoen la escala de los tiempos y do los seres,—los si-mios se dividieron en dos grandes troncos, los mo-nos del Nuevo-Mundo y los del antiguo, y de éstosúltimos, y en una época remota, nació el hombre,maravilla y gloria del universo.» Con arreglo áesta nueva historia de la creación, el sentido moralen el hombre no es otra cosa que el grado más altode lo que es el instinto social en el animal. La ideade la justicia es una idea compleja que se resuelveen una multitud de impresiones asociadas, sensa-ciones originarias ligadas entre sí, é instintos suce-

(1) Consúltense particularmente los trabajos de M. Huxley y su po-lémica con M. Mivartl. — M. HerbertSpencer,en su libro Stiidy of Sjciolo-í>y, traducido ai francés con este titulo Introditclion á la ecience sociale;—en l'rancia, L'Origine de l'homme el des societéi, por Mine. Cléinen-ce Royer, y las publicaciones muy interesantes de M. Léon Dumont,SIJIJVÜ la Evolución.

sivamente adquiridos y trasmitidos. Los principalesfactores de esta idea son, aquí como en otras partes,la fuerza siempre activa de las trasformaciones gra-duales, la herencia, el hábito, y, finalmente, el len-guaje que conserva cada adquisición nueva en lacomunidad y la trasmite de una generación á otra.Tal es la tesis que á M. Darwin lo parece más apro-ximada á lo cierto, y que, descartando toda ilusiónmetafísica, explica con mayor verosimilitud el orí-gen de todas las facultades superiores del hombre,y especialmente de la facultad jurídica, la que de-clara el derecho.

Esta tesis implica otras muchas, á saber: que sehallan en los animales los rudimentos de todo loque es necesario para formar al hombre, inclusolos primeros elementos y como los materiales de lamoralidad futura; que entre estos dos términos nopuede haber un abismo; que las cualidades mora-les ó intelectuales de las razas inferiores de la espe-cie humana han sido prodigiosamente exageradas,al paso que se han menospreciado de intento las fa-cultades de los animales superiores; que existe,finalmente, una gradación continua de caracteresmorales é intelectuales enlre los animales y el hom-bre, que permite suponer que éste no se ha eleva-do al rango que ocupa, sino después de haber atra-vesado lentamente todos los grados intermediosdesde las formas inferiores. Mientras sólo se trata-ba de analogías de estructura anatómica, de grada-ción de formas orgánicas, de semejanzas ó identi-dades percibidas bajo la diversidad de los aspectos,de diferencias anatómicas explicadas por las varia-ciones de circunstancias ó de medios, por el prin-cipio tan extrañamente elástico y fecundo de laselección natural, y por la ley más caprichosa y ar-bitraria de la selección sexual, toda esta parte dela teoría darwinista se sustraía á nuestra compe-tencia directa, y debíamos dejar entablada la luchaentre los naturalistas de profesión, muchos de loscuales, y de gran mérito, no quieren ver en estateoría más que una hipótesis ingeniosa, desmesura-damente exagerada yque ninguna proporción guar-da con los hechos; pero en el orden intelectual ymoral cada uno de nosotros se convierte en juez ytestigo, y si hasta el presento la teoría ha perma-necido perfectamente libre en Historia natural, esdecir, en el estado de hipótesis que no ha tenidocomprobación seria, con mayor razón tenemos de-recho para declarar que nos parece absolutamen-te quimérica en psicología.

M. Darwin asienta el axioma de que un animalcualquiera, dotado de instintos sociales pronuncia-dos, adquiriría inevitablemente un sentido moral óuna conciencia, XAH pronto como sus facultades inte-lectuales hubieran adquirido un desenvolvimientoanálogo ó proporcional al que alcanzan en el hom-

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N.° 95 E. CAHO. LA MORAL DEL PORVENIR. 2 5 5

bre. Suscribo de buen grado esta proposición. Es

evidente que si el animal pudiera llegar á ser razo-nable, por esto mismo sería un hombre, y la razónadquirida ó conquistada sería inmediatamente en élfacultad jurídica; pero la cuestión está en saber siel animal ha podido franquear nunca los límites dela experiencia sensible ó del instinto y llegar á esegrado en que la inteligencia, concibiendo lo nece-sario, dice: «Es preciso que esto sea así;» y conci-biendo la obligación, afirma: «Yo debo.» Este pro-greso, que la inducción declara imposible y quedesmiente la historia de todos los siglos y la expe-riencia dilatada en lo pasado tan lejos como se pue-da, es el que M. Darwin hace realizar á un animalideal que nunca se ha visto ni se verá jamás.

Recorramos las diversas etapas por que debe pa-sar una hipótesis semejante. La sociabilidad,—senos dice,—existe en muchas especies de animalescomo en el hombre; este instinto, debido á causascomplejas que se pierden en la noche de los tiem-pos y en los orígenes remotos de las especies, haceque el animal experimente un placer en vivir aso-ciado á sus camaradas y prestarlos diversos servi-cios. Los animales superiores llegan hasta avisarserecíprocamente el peligro con ayuda do los senti-dos de todos ellos, unidos y asociados para la de-fensa común y la protección recíproca. Suponedahora (¿quién nos lo impide?) que las facultades in-telectuales de este animal sociable se desarrollenindefinidamente, que sea su cerebro recorrido sincesar por las imágenes de sus acciones pasadas yde las causas de éstas; en tal caso se estableceráuna comparación entre aquellos actos que han teni-do por móvil el instinto social, siempre actual y per-sistente, y aquellos cuyo móvil ha sido otro instin-to, más fuerte por el momento, pero no permanente,como el hambre, la sed, el apetito del sexo, ú otroinstinto individual. De esta comparación resultaríaun sentimiento de descontento que sobreviviría enel animal á la satisfacción pasajera del instintoegoista, á la derrota del instinto permanente. Estesentimiento sería tan duradero como el instinto so-cial mismo; sería el pesar, pronto, bajo influenciasnuevas, á modificarse y convertirse en remordi-miento. Este sería el origen y el comienzo del fenó-meno moral, que se resuelve así en una lucha entrelos instintos egoístas y el instinto social, y cuyaúnica sanción es el carácter duradero del senti-miento de pesar que se produce cuando el instintosocial ha cedido al predominio momentáneo deotro.—A decir verdad, no hay gran diferencia entrela teoría de M. Darwin y la de M. Moleschott, queopone la necesidad individual á la genérica, ó la deM. Littré, que hace que la moralidad provenga dela lucha entre el egoísmo, cuyo punto de partida esla nutrición, y el altruismo, cuyo origen es la

sexualidad. La razón de esto es que la elección del

principio de la justicia no es indefinida, y cuandose abandonan los caminos trazados por los métodosespiritualistas, se cae forzosamente en el empiris-mo fisiológico, que es muy limitado, pues sólo ofre-ce al observador el estrecho campo de los instin-tos, de las necesidades ó de las sensaciones.

Pero esto no es más que el hecho inicial, el co-mienzo de esta vasta construcción de hipótesis ácuyo termino M. Darwin había presentado sucesi-vamente todas estas grandes nociones del deber,del derecho y de la justicia. Si en realidad lo haconseguido, fuerza será admitir que estas ideas, quehasta aquí nos parecía que señalaban el adveni-miento del reino humano, no son más que la con-tinuación y el desarrollo de los instintos que go-biernan al reino animal.

Se nos ha pedido que supongamos que las facul-tades intelectuales de un animal nacido sociable ysu organismo cerebral, que es el principio de ellas,se desenvuelven indefinidamente por una serie decircunstancias ventajosas, de variaciones acumula-das y trasmitidas por la herencia. Suponed ahoraque el animal, ya preparado por la actividad do sucerebro, adquiere un dia la facultad del lenguaje.Esta hipótesis, se nos dice, nada tiene de inverosí-mil, pues ciertos animales ofrecen ya los gérmenesde un lenguaje, un comienzo de interpretación designos, con la aptitud de expresar sensaciones y ne-cesidades; bastará una nueva variación favorable,una superioridad en el ejercicio de la voz y el des-envolvimiento de los órganos vocales, adquirida porun accidente feliz y trasmitida á los descendientes,para que la lengua se perfeccione casi sin límiteasignable, obre á su vez sobre el cerebro, lo modi-fique y lo desenvuelva. Desde entonces tendremosaquí una facultad considerable, fijada en una espe-cie privilegiada, y que dará origen á facultadesnuevas, conservación de las imágenes por las pa-labras, creación ilimitada de abstracciones, y hastarazonamiento. Gracias á la facultad de abstraerque habrá creado, el lenguaje vendrá á ser princi-pio de razón y de moralidad en el animal trasfor-mado, y al mismo tiempo el creador y el intérpretede una opinión común, la opinión de una especie,de una tribu, de un grupo social formado en elmodo según el cual cada miembro de la comunidaddebe concurrir al bien público. Esta opinión seránaturalmente guia de la actividad de cada uno, elmodelo que cada cual sentirá que debe seguir, elmás considerable motivo de acción, siempre pre-sentes, merced al lenguaje, en el cerebro del ani-mal, convertido en algo como una conciencia hu-mana. El hábito, en fin, ese principio suplementarioque se invoca en la nueva escuela para cegar todaslas lagunas, consolidando las asociaciones de ideas

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y fortificando los instintos, habrá consagrado bien

pronto este conjunto de modificaciones sucesiva-mente adquiridas, y trasfoi'mado en obligación sub-jetiva la obediencia a los deseos y á los juicios dela comunidad. A partir de este instante, el animal seconvertirá en un ser moral.

Esta larga serie de hipótesis no es otra cosa, se-gún M. üarwin, que la explicación muy probabledel concepto de la moralidad. Siguiendo paso á pasoesta evolución posible del instinto social en el ani-mal, habremos asistido á la creación de la concien-cia en la humanidad, á la aparición de la justicia, ála revelación del derecho, que no tiene, como seve, nada de místico ni de trascendente. Como elanimal hipotético de M. Darwin, del que se ha re-producido la historia en la larga serie de los siglos,el hombre nace animal social, y como tal tiene unatendencia (natural ó adquirida, poco importa) alafidelidad hacia sus semejantes, con cierta aptitud ála disciplina: este instinto reviste en él una formamuy general. No se encuentran en él, como en laabeja y la hormiga, instintos especiales que le ad-viertan y le guien por lo que respecta á la ayudaque debe prestar á los miembros de su comunidad.La amistad y la simpatía que le ligan á la fortuna desus semejantes, pueden revelarle bien ciertos actosparticulares que serán útiles á algunos de ellos;pero son impotentes para guiarle, mediante impul-sos seguros, hacia la satisfacción de las exigenciasde la especie. Esta regla de las necesidades de laespecie no ha podido ser sino el resultado de la ex-periencia confiada al lenguaje, cuando el hombre,animal hasta entonces mudo, dio, por el crecimientocontinuo de sus facultades y el recíproco desenvol-vimiento de su cerebro, ese último paso é hizo estaúltima conquista, prenda y condición de todos susdesenvolvimientos ulteriores.

Hé aquí toda la historia de la facultad jurídica en laespecie humana, y que no hace más que reproducirfielmente la serie de las hipótesis precedentes: pre-dominio de los instintos sociales sobre los otros; su-perioridad de esos instintos mostrada y garantidapor la permanencia; comparación que se estableceentre dos instintos, de los que el uno, más débil, haprevalecido por una fuerza momentánea; descon-tento de sí, disgusto, pesar ó remordimiento, se-gún la importancia del acto y la energía del sen-timiento ofendido; aplicación y empleo del lenguajeá la formación de la opinión pública; importanciaparticular atribuida por el hombre á la aprobaciónde sus semejantes. Así se determina una regla deconducta en conformidad con ese sentimiento, ó,mejor dicho, un conjunto de reglas que constituyenprecisamente lo que se llama la moral social, y quese impone á cada uno de nosotros por la autoridadde la opinión común, por la energía predominante

del instinto social, y, en suma, por la importancia del

íin que se descubre al término de todos esos pro-gresos, y que no es otro que el bien de la especie.En su origen, las acciones son declaradas buenas ómalas, según que afectan al bienestar de la familiaó de la tribu. Poco ó poco se ve ensancharse el ca-rácter de esos sentimientos, al principio circunscri-tos á la asociación más estrecha. La particularidad,muy sensible en el punto de partida, se oscureceante la generalidad creciente de este instinto, que seextiende por grados de la familia á la tribu, de latribu á la patria, á la raza, á la humanidad. Pero aladquirir esta generalidad, el fenómeno no ha per-dido su naturaleza, sino que continúa siendo lo queera. La moralidad queda como la expresión últimade la sociabilidad, la justicia es la conformidad delas acciones de cada uno con el interés de la espe-cie, y el derecho es el sentimiento que cada cualtiene de que representa en cierto momento el inte-rés de la especie y que los intereses individualesdeben plegarse ante él, no pudiendo la especie sub-sistir sino por esta armonía de las necesidades detodos y de cada uno.

No tenemos la intención de refutar en detalle estateoría, que no es más que un largo encadenamientode suposiciones. Hipótesis tan arbitrarias se sustraenpor su mismo carácter á todo esfuerzo de dialécticaseria. Se nos dirá siempre: «¿Qué puede impedirnosel suponer lo que queramos?» A esto, ¿qué respon-der? Mas, sin embargo, en esta reconstrucción pre-histórica de la moral social, ¡qué de vagas analogíasconcluyentes del animal al hombre! ¡qué de transi-ciones bruscas! ¡qué de vacíos sin llenar ó arbitraria-mente colmados! ¿Hay uno sólo de esos grados, tanfácilmente franqueados por M. Darwin, en que no sele pueda detener para pedirle una prueba, una razónexperimental cualquiera que le permita pasar deuno á otro, del instinto social al sentido moral, ó dela opinión de un grupo, de una tribu, á la concienciade un deber ó de un derecho? En su punto de par-tida,—la lucha de los instintos,—la teoría trasfor-mista de la moralidad se confunde con la de los ma-terialistas, como Moleschott ó Büchner; en su tér-mino,—el bien de la especie,—reúne la doctrinautilitaria de Stuart Mili. La originalidad propia deesta teoría está en la trabaron y el encadenamientode las hipótesis que nos conducen desde un simplehecho fisiológico al concepto de la moralidad; peroninguna de esas hipótesis presenta sus títulos. Losrazonamientos de M. Darwin tienen por tipo únicoéste: «Las cosas han debido pasar así;» ó bien: «Esposible que las cosas hayan pasado así.» ¿A quéapoyarse en un tejido tan flojo de posibilidades tren-zadas entre si por el gusto de un autor muy inge-nioso para su mayor gloria y la justificación de unaidea preconcebida?

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N.° 95 K. CARO. LA MOBAI. DEL PORVENIR.

Pero en fin, sin discutir ni aun el método, pode-

mos preguntarnos si esta es ya la imagen exacta dela vida humana, ol cuadro fiel de los fenómenos máselevados que la enoblecen, del progreso do la con-ciencia, de la educación moral de la humanidad. Dar-win y Huxley, que en muchas circunstancias le haprestado el concurso de su sutil dialéctica, reducenel motivo moral al placer de la aprobación ó do ladesaprobación del grupo á que pertenecemos. ¿Quéhacen ellos de todos esos actos, con frecuencia losmás heroicos, de osos actos silenciosos y tan com-pletamente desinteresados que sólo tienen por tes-tigo la conciencia, y que si llegan á ser conocidos,son frecuentemente injuriados, ridiculizados por loshombres? Los más grandes entre los mortales, ¿nohan agotado precisamente, en su entusiasmo por unaidea, la fuerza de resistir á todo un grupo, á todo unpueblo, y atravesado su vida en el camino donde soprecipitaban las multitudes ciegas ó fanáticas? Sócra-tes y Poliuto, ¿tomaron acaso por regla la opinión dela comunidad á que pertenecían? Por el contrario,honráronse oponiendo su conciencia á la de lodo unpueblo, condenando y repudiando coa elocuenciala moral tradicional y colectiva á nombre de unamoral superior, de la que ellos eran los confidentessolitarios, hasta el dia en que fueron sacrificados,por proclamarla, al desprecio de la multitud y ála muerte. Y ¡cuántos Sócrates y Poliutos habráhabido desconocidos en lodos los tiempos, víctimasignoradas de un bien superior que han presentidomás allá de las exigencias momentáneas de la espe-cio y muy por encima de la opinión vulgar que lahumanidad había concebido!

El inconveniente inherente á los orígenes mismosde esta moral de la evolución, es precisamente elde que esta pierde su carácter de moral á medidaque se la analiza (1). La justicia sólo representauna idea compleja que se resuelve en una multitudde ideas secundarias gradualmente adquiridas; perocada uno de estos elementos, así descompuestos,no trae al grupo de ideas en que entra más que unanueva complicación, sin traer en ningún momentola autoridad, el respeto y la obligación; y si la au-toridad falta en cada uno de los elementos del gru-po, ¿cómo no será defectuoso el conjunto? Miradnacer la idea de la moralidad en esta teoría, vedlacrecer, desenvolverse en la carrera de los siglos,y asistiréis al desenvolvimiento, á la metamorfosisde un instinto que se convierte en idea, opinión,sentimiento, y convicción; en ningún momento deesta historia veo aparecer otra cosa que el instinto,

(4) Este argumento, ó uno análogo, s,e desenvuelve con mucha

fuerza en una Memoria, todavía inédita, de M. Guyau sobre la Moral

utilitaria, y que, premiada a) mismo tiempo la de M. Ludovico Carrau,

ha puesto muy alto e! nivel de! concurso abierto por la Academia de

Ciencias [noratas y políticas sobre esta importante cuestión.

TOMO VI.

257

ó la reflexión sobre el instinto, ó sentimientos con-

secutivos á esta reflexión; en ningún momento veocomenzar el fenómeno moral propiamente dicho.¿Es el impulso inicial de la sociabilidad, absoluta-mente irreflexivo al principio, el que contiene elelemento de la moralidad? Seguramente que no. ¿Esla reflexión juntándose á él? Menos. ¿Es el lenguaje?Tampoco. ¿Es la tradición, á medida que se forma,es la opinión do la comunidad? Do ningún modo; latradición y la opinión pública pueden equivocarse, yse equivocan tres veces de cuatro. Esta no serta yauna fuente respetable de autoridad sino en el casode que quedase en el misterio, de que no se supiesede cuántas ignorancias, de cuántos prejuicios, decuántas equivocaciones, de cuántas cobardías y decuántos egoísmos puede formarse la opinión de ungrupo, suponiendo que, siendo duradera, se con-vierta en tradición. Sólo el misterio es el que haríasagrada semejante fuente. Mostrar sus orígenes,explicar cómo se forma, de dónde nace, de quéafluentes se compone, á qué pendientes se inclina,es destruir todo su prestigio. Como hombros senti-mos, dígase lo que se quiera, que nada humano nosobliga, y es preciso para ligarnos, alguna cosa másque el hombre. La tradición y la opinión no repre-sentan más que hombres como nosotros, y no es nila duración ni la generalidad lo que puede hacer deun error posible una verdad obligatoria. Analizar laidea de la justicia, como lo hace Darwin, es, pues,destruir su carácter y su esencia misma. Explicar asíla conciencia moral, es destronarla. Ni el deber ni elderecho pueden resultar de esta aglomeración defenómenos sucesivos, de los que cada u'no solo re-presenta un grado en la trasforrnacion de un instin-to, que no es más que la resultante de muchos actosreflexivos. Todo esto no es más que pura invencióndel naturalista que ha pasado toda su vida en elcentro de la vida orgánica, y que sólo penetra acci-dentalmente, y por la necesidad de su causa, en losdominios, enteramente diferentes, de la conciencia;¡todo ello es pura novela de imaginación y de siste-ma! Lo que de aquí resulta es una imagen desfigu-rada de la humanidad. En cuanto á la idea de justi-cia, no sobrevivirá á este mortal análisis, sino re-solviendo su carácter sagrado en una suprema ilu-sión, creada por el hábito, dilatada por la herenciaá través de los siglos, y creciendo en la imagina-ción de los hombres en razón directa de la distan-cia que la separa de su humilde punto de partida álos confines de la vida orgánica.

II.

Hemos visto nacer la justicia en la escuela de laevolución, y tenemos los orígenes del nuevo dere-cho natural: ahora será más fácil estudiar el princi-pio en sí mismo y seguirle en algunas de sus apli-

20

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2 5 8 RKV1STA EUROPKA.. 1 9 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 95

eaciones. Desde luego se nos asegura que es pre-

ciso desprendemos de todos nuestros hábitos deespíritu, formados por una mala educación metafísicaó religiosa, y tomar á la letra la frase derecho natu-ral, que las quimeras espiritualistas han desviado do.su verdadero sentido. Recordemos en algunos ras-gos la antigua concepción para hacer resaltar mejorpor el contraste la novedad de la que nos propone,ó mejor, que nos impone la biología.

116 aquí lo que se pensaba hasta estos últimostiempos, y acerca de este punto no existe des-acuerdo entre las más grandes inteligencias del si-glo XVIII y del nuestro: Voltaire, Rousseau y Mon-tesquieu no se expresarían á este respecto de otromodo que Kant, Víctor Cousin ó Jouffroy. La doc-trina común á ellos es la que reasumo. Hay un dere-cho primordial, un conjunto de derechos inheren-tes al hombre por el solo hecho de que el hombrees una persona, es decir, una voluntad libre. Laraíz del derecho está aquí, en esta simple compro-bación del atributo soberano que constituye al hom-bre en tanto que es tal y le separa del resto de lanaturaleza. En tanto que la libertad se concentra ensi misma, en el fuero de la conciencia, es la liber-tad moral libertad ilimitada, porque no puede sertocada por la mano del hombre, y desde entoncesirresponsable con respecto á la sociedad; pero tanpronto como la libertad se manifiesta al exterior,entra en contacto con el medio en que debe desen-volverse, esto es, con otras voluntades libres. Cadauna de las formas y de las aplicaciones de la liber-lad, considerada en su medio social, da origen áuna serie de derechos correlativos. La libertad indi-vidual, la libertad del hogar, la libertad de la pro-piedad, la libertad del trabajo y de comercio, sonotras tantas manifestaciones variadas de la persona,de las que nace y se desenvuelve la serie de losderechos que consagran la inviolabilidad de la vidahumana, el uso personal que debemos hacer denuestra existencia y de nuestras fuerzas, la elec-ción que hacemos de una compañía, la dirección yla educación de nuestros hijos, la independencia denuestra conciencia moral y religiosa en tanto quese manifieste al exterior y se comunique, y, en fin,ia elección de nuestro trabajo y la posesión y elgoce de los resultados de éste. Todo esto es la li-bertad, manifestada en medio do otras libertadesque la restringei: y la limitan en cierta medida, pro-tegida en sus legítimas manifestaciones, defendidapor otros tantos derechos anteriores y superiores átoda legislación positiva contra la opresión ó la vio-lencia de otras voluntades. Entendíase hasta aquí,de común acuerdo, por derecho natural el conjuntode las garantías que las leyes positivas deben ase-gurar á nuestra personalidad y á todos los elemen-tos que la constituyen para permitirnos ser ver-

daderamente hombres. Hó aquí por qué esa frasees una de las más sagradas de las lenguas huma-nas, una frase imperecedera, por más que se hagapor aboliría. Resume para ol hombre las garan-tías necesarias,—no siempre realizadas por la leypositiva, pero verdaderamente exigibles por cadauno de nosotros,—que le aseguran la facultad deser lo que es y no otra cosa, de pertenecerse en lasmanifestaciones de su libre voluntad, lo mismo queen su fuero interno. Hé aquí por qué la simpatía delos hombres, su admiración, se concede de ante-mano á los que luchan en un medio social corrom-pido ó falso por reivindicar las garantías de su in-violable voluntad. Así, no S3 hace elogio más belloque el siguiente: «Este hombre ha padecido por suderecho, ha muerto por su derecho!» Y allí dondeel derecho haya sido violado, trátese de un indivi-duo ó de una nación, se levanta una protesta eternadel derecho contra el hecho, del derecho que juzgaá la fuerza y que la condena.

Tal es la antigua doctrina, mil veces repudiadapor la ciencia experimental y positiva.—Se nos diceque descansa sobre el a priori puro. ¿Qué son esosderechos inherentes al hombre, por el sólo hecho deque es hombre, esos derechos anteriores y superio-res á las leyes positivas? ¿De dónde nacen? ¿De quécielo imaginario caen en la razón del hombre? ¿Quiénlos ha promulgado? ¿Quién ha encontrado nuncauna fórmula satisfactoria de esos oscuros oráculos?¿De dónde viene esta indiscutible autoridad que seles confiere? ¿Es la autoridad de una idea trascen-dente? Pero en la actualidad se sabe á qué atenerserespecto de las ideas trascendentes, que son los úl-timos ídolos de la filosofía. ¿Es la autoridad de unDios? ¿Cuál es este Dios? ¿Cuándo habló? No es muyfácil hacerle hablar como se quiera. ¿Y no es salirsede la ciencia asignar á nuestras concepciones un orí-gen místico, sin duda para dispensarnos de explicarsu nacimiento?—Se habla de la voluntad inviolable,de la libertad interior, principio y origen del dere-cho, de la personalidad sagrada: ¡puras palabras! Lalibertad es inviolable cuando es bastante fuertepara protegerse; la personalidad del hombre es sa-grada, no porque ella se proclame tal, sino cuandose halla en estado de hacerse respetar. Así pasaronlas cosas en el principio; más tarde, por consecuen-cia del desenvolvimiento cerebral de la especie,interviene una serie de convenios entre los miem-bros de la comunidad, se forma una opinión públicasobre el bien de esa comunidad y la opinión, auxilia-da por el instinto de sociabilidad, da origen á con-ceptos que no hacen más que traducir la idea gene-ral que tal ó cual grupo humano se forma de suinterés, y de sentimientos, como el pesar y el re-mordimiento, que sólo son una manifestación y unasublevación del instinto social. En el fondo no es,

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pues, el derecho más que la conformidad de los ins-tintos individuales con el social, y expresa la armo-nía momentánea de la necesidad que se manifiestaen mí con las exigencias do la especie á que perte-nezco: no puede significar más que esto. El derechonatural sólo puede tener un sentido positivo, cientí-fico: el derecho sacado de la naturaleza, reducido ála regla de las cosas, interpretado por las solas leyesque existen, las leyes naturales, fuera de las cualessólo hay carencia de sentido y quimeras.

A ellas son á las que es preciso consultar exclu-sivamente para constituir la teoría positiva de lassociedades humanas y la ciencia de las relacionesverdaderas que deben encadenar la acción de cadaindividuo ala marcha del conjunto. En otros térmi-nos, y para tomar el lenguaje de la escuela, la so-ciología se halla en dependencia estrecha con labiología. Hé aquí el axioma en que M. HerbertSpencer resume sobre este punto las ideas y lospropósitos, que coneuerdan perfectamente, de losrepresentantes de la doctrina: «Todas las accionessociales se hallan determinadas por las acciones delos individuos, y todas las de éstos están regladaspor las leyes generales de la vida; la interpretaciónracional de las acciones sociales supone el conoci-miento de las leyes de la vida (-I).» Que no se nosvenga, pues, á hablar más de lo absoluto del con-cepto moral, de un deber imprescriptible y de underecho eterno. Como no hay un reino humano dis-tinto del reino animal, tampoco hay un mundo mo-ral distinto de la naturaleza. El primor progresoque hay que hacer en la nueva ciencia es el de com-prender bien la unidad do las leyes que regulan lavida en todos los grados en que se manifiesta, y laprimera de estas leyes es la relatividad universal,la trasformaeion incesante, la evolución, únicoprincipio eterno en el cambio sin fin de las formasy de ios seres, de las condiciones de que dependenlas formas y de los medios en que los seres sehallan.

«Estando la formación de las sociedades determi-nada por los atributos de los individuos, y no siendoconstantes estos atributos,» nada debe ser más va-riable que las reglas que determinen las relacionesde los diferentes miembros de la comunidad, ya en-tre sí, ya con la comunidad misma. Así se desvanecela quimera espiritualista del hombre universal, idén-tico, constante á sí mismo bajo variaciones superfi-ciales, teniendo desde las primeras edades, si no lala misma conciencia en acción y desenvuelta, almenos la misma conciencia implícita y virtual, lasmismas facultades en grados diferentes, la mismanaturaleza intelectual y moral envuelta como en ungermen que trae ya toda la historia futura de la hu-

\\) Introducción á la ciencia social.

manidad. Nada más falso que semejante concepción.El hombre ha llegado á ser lo que es, pero esto ha-bría podido no serlo; un hecho insignificante en apa-riencia cambiado en su laboriosa historia , habríapodido hacer cambiar á ésta en un todo; el hombrequedaría encadenado para siempre en los lazos elela animalidad muda, y tal vez otra especie tomaríasu lugar en el pináculo do la escala animal. ¿De quémoral absoluta, eterna, se puedo hablar, tratándoseá una especie sometida á tales vicisitudes?

Contemplemos la imagen de nuestros antepasadosen ese tropel de habitantes de la Tierra de Fuego queha pasado ante la vista de Darwin como una re-miniscencia viviente de los tiempos prehistóricos,«en esos hombres absolutamente desnudos, emba-durnados de pintura, con los cabellos largos y en-marañados, Ja boca espumosa, teniendo una expre-sión salvaje, horrible y recelosa, que casi no poseíanarte alguno, y vivían, como bestias salvajes, de loque podian atrapar, y que, privados de toda organi-zación social, no tenían interés por nada de lo queno formaba parte de su pequeña tribu.» Segura-mente tales eran nuestros antepasados. Estos sal-vajes de la Tierra de Fuego, ¿no son también extra-ños por completo á los conceptos y á los sentimien-tos de nuestra conciencia moral, corno lo pudiesenser los simios de que descendemos? «Por mi parte,añade Darwin, lo mismo querría descender de eseviejo papión que llevaba triunfalmente á su jovencantarada después de haberlo arrancado á una cua-drilla de perros aturdidos, que de un salvaje quetortura ásus enemigos, ofrece sacrificios sangrien-tos, practica el infanticidio y trata á sus mujerescomo á esclavas.» Porque si se considera que el tipoactual puede hallarse tan lejos del tipo completa-mente desconocido de la humanidad futura, cornolos aborígenes, los trogloditas y otros lo estaban dela^orma actual de la sociedad, se ve á lo que se re-duce esta metafísica a prior i del hombre universalinvestido desdo que nace de un derecho absoluto.No habiendo sido el hombre siempre hombre, y JHI-diendo llegar á ser otra cosa en un porvenir inde-terminado, es locura pretender definir para él deuna manera fija el bien ó el mal, porque uno y otrono son lo que son mas que según las circunstanciasde tiempo y de lugar, según que conforman ó soncontrarios á las exigencias de la especie, menos queesto, al interés especial de un grupo de que el serforma parte, pues no es más que á la larga como elinterés especial del grupo, único regulador en elprincipio del instinto social, se ensancha, se extien-de, y, por una generalización creciente, viene á serla utilidad de la especie, la regla más alta de mora-lidad que nos permiten concebir las leyes bioló-gicas.

Si el hombre ha partido del grado más bajo de la

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escala de la vida para llegar á la cima aparente yprovisional que ocupa, después de haber atravesadouna serie de formas intermediarias, puede juzgarsedo qué modo las ideas de Rousseau sobre el estadonatural, sobro la dulzura de las costumbres y la ino-cencia primitivas de ese estado, sobre la bondadoriginal del hombre, deben parecer anticuadas y aunridiculas á los representantes de las nuevas escue-las. Estas utopias retrospectivas se rechazan conuna especie de irónico desden que apenas se dignadiscutirlas: «Nunca ha habido para el hombre, diceMud. Clemence Royer, un estado semejante lijo,invariable y que el hombre no pudiese dejar sin se-pararse de sus verdaderos drstinos. Cada uno de lososlados sucesivos por que ha pasado, no ha sido más(pie una estación más ó menos larga, intermediaentre otras dos, en donde el hombre sólo ha repo-sado un instante para volver á partir hacia el fin le-jano. El punto mismo, el momento transitorio enque ha cesado de ser en el estado animal para pasaral estado humano, es absolutamente indetermi-nable.»

Se añade que la naturaleza no es, como lo creíaRousseau y como lo repitió á continuación suya laesouela sentimentalista, una madre dulce y pródigaque, después de haber producido al hombre, le re-cibe en su seno fácilmente y le rodea de todo cuan-to puede alimentar y aun encantar su inocente vida;sino que «es una madrastra avara y cruel, á la quecada uno de sus hijos debe arra'ncar todo por pro-pia autoridad.» La ley que gobierna la vida, toda lavida, en vez de ser una ley de paz y de amor, es unaley de odio y de lucha sin piedad. No es, en fin, ver-dad que todo esté bien al salir de las manos de lanaturaleza, como lo pensaba Rousseau, ni que elhombre sea naturalmente bueno, como decía Turgot,ni que haya en ella un orden primitivo de las socie-dades humanas, como sostenían Quesnay y los fisió-cratas que querían restablecer el reino de la natura-leza por la abolición de las leyes humanas, ni que lacivilización deprave al hombre y corrompa las socia-dades, como lo han pretendido Saint-Simón y Fourier.Sobre todos estos puntos nada hay más claro que ladoctrina de la evolución. Contra todos esos utopis-tas y esos reformadores, está Thomas Hobbes, quetenia razón proclamando que el verdadero estadonatural es la guerra de todos contra todos, bellwmomniurn contra omnes. La ley de la concurrenciavital en todo su horror os la que reina sobre la hu-manidad naciente, lo mismo que sobre el resto de losanimales. El exterminio para la alimentación, el ex-terminio de los congéneres más débiles ó menos fa-vorecidos, tal es la única ley que conoce la natura-leza abandanada á sí misma. Nada, ni aun siquierala vida horrible de los salvajes actuales, puede dar-nos idea de la suerte á que estaba condenado el bí-

mano antropoides, nuestro ascendiente, en el fondode los bosques ó en las cavernas, temblando á cadainstante, ya por sí mismo, ya por su horrible hem-bra, ya por su hijuelo, temiendo ver surgir de lasombra un animal más fuerte que él, ó un bimanodesu especie, más cruel y más terrible que el oso ó elgorilla. «Mientras más se retrocede en el pasado,más se ve la huella manifiesta de las pasiones fero-ces y degradan'es. Más allá, mucho más allá de laedad de hierro, testimonio de luchas sangrientas ysin fin, aparece una edad de piedra, de duración in-conmensurable y durante la que el hombre, armadode pedernal, pasaba su vida luchando contra elhombre, contra los animales, contra los elementos.»Pero áutes de esa misma edad de piedra, en la queel hombre se revela por su primera victoria contralas fatalidades dolorosas que más de una vez hanamenazado á su raquítica raza, fabricándose ar-mas, signos de su supremacía naciente; antes de esaépoca, cuando aún no se había separado claramentedel animal lo que debía ser el hombre, ¿quién po-dría contar la miseria y la ferocidad de ese desdi-chado ser, más débil que muchos otros, y en el quela inteligencia no había aún resistido contra una na-turaleza que le rehusaba los medios de defenderse?

Cuando se trate de un ser semejante, cualesquieraque por otra parto sean sus destinos ulteriores, queno se nos venga á hablar de un derecho natural, in-herente á su cualidad de hombre. Él no tenia dere-cho, ealvo el que le daban las fuerzas de sus múscu-los, más tarde el primer guijarro cortante que adaptóá su mano mortífera, y después, en fin, el primerútil de hierro que fabricó para romper el suelo avaroy duro. Para él, como para los otros animales, nohabía más que una ley, la de vivir, la cual engendróotras dos, que bastan á explicar todos los hechossociales de la edad moderna: la ley de la selección,que elimina á los que no son capaces, y, por conse-cuencia, dignos de vivir, y la de la sociabilidad que,para un animal como el hombro, le interesa perso-nalmente para el bienestar del grupo y hace de lautilidad de la especie una parte esencial de su utili-dad personal.

La ley de la selección explica sola de una maneraperentoria el hecho de las desigualdades sociales,que tanto ha ejercitado la inútil dialéctica de losutopistas y de los ilusos. En su origen, no fueronesas desigualdades usurpaciones de la fuerza, ó almenos, ésta tuvo razón al crearlas. En el estadoactual, no son abusos que duran, sino la expresiónnecesaria de un principio natural que es prudenteaceptar á este título, que sería quimérico quererdefinirlo, y contra el que seria una insensatez que-rer revolverse, pues que es una de las formas deesta regla de las cosas en que se apoya toda ladoctrina. Un poeta griego ha dicho hace veintidós

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siglos: «No hay que incomodarse contra las cosas,porque á ellas nada les importa» (1).

Resumamos sobre este punto tan grave los des-envolvimientos y las deducciones de la doctrina,según uno de sus intérpretes, reconocido eomo delos más exactos y de los más fieles (2). Siendo elhombre el producto de las variaciones sucesivasde especies animales anteriores, es el resultado poresto mismo de desigualdades individuales, étnicasy específicas, que poco á poco le han constituidocomo especie, raza ó individuo. El primer animalque manifestó algunos caracteres exclusivamentehumanos, adquirió una superioridad inmediata so-bre sus congéneres, y trasmitió esta superioridad áalgunos de sus descendientes. Así se creó la espe-cie, y de la misma manera se crearon dentro deesta las razas privilegiadas. Las razas tienden á ais-larse hasta el momento en que la civilización lasaproxima; pero hay algunas que se aislan cada vezmás, por lo que están condenadas á desaparecerbajo la acción de la ley selectiva, que deprime ydestruye lo que no eleva ni fecunda. Quedan, porlo tanto, algunas ramas primitivas inmóviles y enalguna manera atrofiadas, como muestras olvidadasdo nuestros orígenes. Do los mincopios de las islasAndaman, de los maoríes de la Nueva-Zelanda, deios tasminienses de Van-üiemen, de los hotentotesy boschimanos del Sud del África, de los habitantesde la Tierra de Fuego ó de los esquimales, al pri-mer bímano que tuvo treinta y dos dientes y treintay dos vértebras, caminó en dos pies y no trepó á losárboles más que por casualidad, hay una distanciainfinitamente menor que desde esas hordas íníimasá nuestros pueblos europeos. Aún se puede decirque bajo el punto de vista intelectual, un mincopioó un papú es pariente más próximo, no sólo delmono, sino del kanguro, que de un Descartes ó deun Newton (3).

En cada sociedad se han formado las clases de lamisma manera y por la acción de la misma ley quelas razas dentro de la especie. ¿ Quién se atreverárazonablemente á quejarse de ello? Menesteres te-ner oscurecido el entendimiento por prejuicios desistema ó por pasiones personales, «como nuestroslilósofos, nuestros moralistas y nuestros políticos,»para no comprender los mil lazos que ligan esasdesigualdades naturales, es decir, innatas, origina-les, á las desigualdades sociales garantidas ó insti-tuidas por la ley. Por una serie de deducciones sóli-damente encadenadas, llégase á establecer estas

(1) TOTÍ TtpÍY(j.a!itv yap oü"M¿Xai yáp aütoTí oúSév.

8u(ioOuOai

( Eunlpirms.)(2) Mad. Olémence Roycr, Origen del hombre y de las sociedades,

capitulo xni.(5) IbW.,p. S43.

dos proposiciones fundamentales: 1.", no existeninguna desigualdad de derecho que no pueda en-contrar su razón en una desigualdad de hecho, nin-guna desigualdad social que no deba tener y notenga en su origen su punto de partida en una des-igualdad natural; 2.*, correlativamente, toda des-igualdad natural que se produce en un individuo,se establece y se perpetúa en una raza, debe tenerpor consecuencia una desigualdad social,sobre todocuando la aparición y la lijacion do esta desigual-dad en la raza corresponden á una necesidad so-cial, á una utilidad étnica más ó menos duradera.Se presenta como ejemplo en apoyo de esta dobletesis, el establecimiento de la autoridad del padrede familia ó del jefe de tribu, que por su mayor vi-gor ó la superioridad de su experiencia, logra for-mar en un haz las fuerzas individuales antes aisla-das, unirlas bajo una sola dirección y multiplicar suvalor rcunióndolas. Lo mismo sucede respecto detodas las instituciones políticas, la magistratura, elsacerdocio, las aristocracias, las dinastías, castas,privilegios, autoridades y cualquiera clase de pode-ros, que, sin duda, han podido exagerar á veces elhecho primitivo de las desigualdades naturales, y áveces aun falsearlo por la intervención do la astuciay de la hipocresía, pero que en el principio y casisiempre no han hecho más que expresarlo con sor-prendente relieve y traducirlo con ostentación en laescena de la historia y del mundo. Decir que estehecho sea fatal, es decir que es legítimo, y ningunade esas dos cosas se distingue en la escuela de laevolución. Señalar el origen y el carácter de lasdesigualdades sociales, es volver á hallar sus títulosen el único código que no ha sido redactado por elcapricho y la fantasía, el código de la naturaleza.

De aquí nacen muchas consecuencias que no ha-remos más que enumerar. Cada ser tiene su valorpropio, determinado por la extensión de sus facul-tados y de los servicios que ha prestado á la comu-nidad. No todos los hombres son iguales entre sí,como tampoco lo es el animal á la humanidad por-que nazca, viva, muera, coma y duerma como ella.La equidad no es la igualdad, sino la proporciona-lidad del derecho. La justicia consiste en que cadaservicio prestado se recompense proporcional-mente á su valor útil. Pedir otra cosa, exigir más,es pedir la igualdad salvaje, especifica, la igualdaden la indigencia y en la humillación. Nada más pe-ligroso que una ley de nivelación inflexible que der-ribaría este edificio de actividades complementariasunas de otras y armonizadas entre si. Del mismomodo que en los organismos más elevados la divi-sión fisiológica del trabajo es la condición misma dola vida y del progreso, de igual manera en el orga-nismo social, que reproduce exactamente las con-diciones y las reglas de aquellos, es una idea que

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es preciso tener siempre en el espíritu, como ex-presión y resumen de una multitud de ejemplosbiológicos, la de la subordinación de las funcionesy de las clases que las desempeñan, lo que Spen-cer expresa así: el principio de una dependenciarecíproca y creciente acompañando a una especia-lizacion creciente (1). Es hasta necesario, para queuna sociedad llegue á su más alto grado de felici-dad, que la armonía se conserve en ella por ¡asdesigualdades de los goces y del bienestar. Si cadamiembro de un grupo social tuviese la misma sumade goces, ésta seria para cada uno la menor sumaposible: todo el mundo sufriría sin ventaja para na-die. «A medida que se eleva la pirámide social y quese multiplican sus rangos gerárquícos,' la suma totalde los goces que hay que repartir entre todos aumen-ta progresivamente. La división del trabajo y las des-igualdades que lleva consigo producen, con menostrabajo para cada uno, más goces para todos»'(2).Hasta se demuestra con cuidado que la desigualdaddo las riquezas redunda en ventaja de todos, y enparticular de los más pobres, por !a creación de losocios y el empleo variado de estos mismos. Seve á dónde nos conducirían locas utopias, que nosvolverían precisamente á los antípodas de la civili-zación, y nos restituirían la igualdad primitiva en lamiseria, de que la humanidad ha salido con tantotrabajo. En resumen, las desigualdades socialesexisten porque son necesarias; son la expresión delas desigualdades naturales, por lo que son legíti-mas. Lo que cada uno puede y debe reclamar es laigualdad inicial de las actividades libres, que se lepermita desenvolver las facultades bajo la ley de laconcurrencia; pero no la igualdad de derecho, quees el trastorno de toda sociedad civilizada: no sedebe á cada uno más que una parte de derecho pro-porcional á sus fuerzas y á sus facultades.

Como se ve, esta es una teoría enteramente aris-tocrática, por la que se confiere todo, la integridadde los derechos, la dirección, la iniciativa y la másalia de todas las funciones, la del progreso, á lasclases privilegiadas. La ley de la selección lo quiereasí; quiere que haya á la cabeza de cada sociedad«una clase reguladora más ó menos distinta de lasclases gobernadas.» Por una serie de modificacio-nes adquiridas y trasmitidas, por un lento y pa-ciente trabajo de purificación y perfeccionamiento,es como se realiza esta noble elección de hombresque verdaderamente son los obreros de la civili-zación y los que deben concentrar en sus manostodos los derechos, la autoridad, la función socialpor ella, el poder de hacer las leyes, siendo los ór-ganos, los intérpretes del verdadero derecho natu-

(1) Introducción á la ciencia tocial, cap. XIV; Preparación á la•sucivlogii por la biología.

(2/ Mad. Clémenv« Koyer, obra citada.

ral fundado sobre las leyes de la vida. A ellos, sóloá dios es á quienes corresponde, en el confusodesorden de los apetitos individuales y de los ins-tintos egoístas, distinguir las exigencias de la espe-cie, discernir y establecer, en tal ó cual momentode la historia, la utilidad específica que correspondeá cada una de las fases de la humanidad. He aquísu misión y su empleo. Resistir, protestar contraesta gerarquía, reclamar un derecho de interpreta-ción igual para todos los hombres y para todas lasclases, es ir contra la naturaleza misma, que no envano ha creado esas superioridades de carácter, deluces y de talento. No seria difícil llevar, por via deconsecuencia, mucho más lejos semejante teoría;pero sin exagerar nada y aun atenuando algunasexpresiones de lasque sería fácil abusar, hemos di-cho lo bastante para mostrar el carácter grande-mente antoritario de la política de la evolución.Esta política tiene un sabor mediano para la muche-dumbre, para el número, para la multitud de indivi-dualidades humanas que la ley de la selección dejaen la sombra; y lo que evidentemente busca, lo quequiere, es la soberanía de la inteligencia. Sólo éstatendrá un derecho, y todo el derecho, que será elmás fuerte para la ciencia, el derecho de mandar;los otros sólo tienen el derecho de obedecer. Ellamanda en nombre del adelantamiento de la raza, dela que sólo ella conoce bien las condiciones y lasleyes.

Elegidos de la selección, esos seres privilegiados,verdaderos soberanos de una sociedad científica,deben ante todo hacer respetar la ley biológica áque son deudores de su soberanía. Pero esta granley tiene dos corolarios: el primero es que la cua-lidad de una sociedad disminuye en la relación fí-sica, por la conservación artificial de sus miembrosmás débiles; e¡ segundo es que la cualidad do unasociedad decrece, bajo la relación intelectual y mo-ral, por la conservación artificial de los individuosmenos capaces de cuidar de sí mismos (1). TambiénSpencer, perfectamente de acuerdo respecto deeste punto con Darwin, no creía poder deplorar lobastante la tolerancia culpable de las legislacionesy la multitud de los actos individuales, aislados ócombinados en los que esta verdad biológica se des-conoce ó se desdeña. Si se dejase obrar á la natura-leza completamente sola, en vez de contrariarla, seobtendría con más rapidez el progreso de la raza hu-mana. Esta superabundancia numérica de que se la-mentaba Malthus, ese crecimiento constante de la po-blación, superior á los medios de existencia, tieneuna ventaja: que necesita la eliminación perpetua deaquellos entre los que la facultad de conservación eslo de menos. «Estando todos sometidos á la dificultad

(1) M. Herberl Spencer, introducción á la ciencia social.

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creciente de ganar su vida, impuesta por el excesode fecundidad, hay un término medio de progresopor el efecto de esta presión, porque sólo aquellosque progresan bajo su influencia, sobreviven cven-tuahnenle y deben ser los elegidos de su genera-ción. » Todo iría bien así y el trabajo se haría com-pletamente solo por la mera aplicación de las leyesde la vida; pero hé aquí que una necia filantropíainterviene para contrariar el trabajo saludable dela naturaleza. Con su generosidad inconsiderada, li-mitada en sus miras, no pensando más que en losmales del momento y obstinándose en no ver losindirectos y lejanos, se tiene el derecho de pregun-tarle si on suma no produce una fuente más grandede miseria que el extremado egoismo. Los agentesque toman á su cargo el proteger á los incapacesdetienen ese trabajo de eliminación natural por elque la sociedad se depura continuamente á sí misma.Sustentar á esos incapaces á expensas de los capa-ces, es una necedad y una crueldad grandes: estaos una reserva de miserias reunida á propósito paralas generaciones futuras, alas que no puede hacerseun presente más triste que el de embarazarlas conun número siempre creciente de imbéciles, do pere-zosos y de criminales. A la ciencia toca abrir losojos de los legisladores y de los moralistas sobre elpeligro social que se crea sosteniendo á los menosmeritorios en la lucha por la vida, libertándoles encierto modo de la mortalidad á la que les llevaríanaturalmente su falta de mérito. Si esta ceguedadcontinúa, el mérito se hará más y más raro en cadageneración.—Hay dificultades de aplicación parareformar este estado de cosas; pero si el legisladorretrocede, condenará á la especie humana á unadecadencia universal é irremediable. Que tome en-tonces su partido y que acepte la responsabilidad:ya está advertido.

Donde principalmente debe llevarse la atenciónde la política racional, es sobre la cuestión de losmatrimonios, que es donde hasta el presente se hancometido faltas enormes é incalculables en sus con-secuencias. Nada se ha impedido, se ha permitidotodo y aun se ha ayudado en cierto modo álos inca-paces á propagar su triste raza, lié aquí una extrañay escandalosa contradicción: «El hombre estudia conla atención más escrupulosa el carácter y la genea-logía de sus caballos, de sus ganados, de sus perrosantes de parearlos, precaución que nunca tomacuando trata de su propio matrimonio» (1). La legis-lación del porvenir, si es científica como es precisoesperar, deberá proveer á eso: «cuando se hayancomprendido mejor los principios biológicos, porejemplo, las leyes de la reproducción y de la he-rencia, no veremos más legisladores ignorantes

(1) Danriu, la Descendencia del h:,mbre, t. II, p íg . 458.

rechazar con desden los planes que les sometamos.»Darwin propone que los dos sexos se priven delmatrimonio cuando se encuentran en un estadomuy señalado de inferioridad de cuerpo y de espí-ritu, sobreentendiéndose con esto que si la pruden-cia de los particulares no basta, la ley debe vigilarpara ello. Sucederá lo mismo «respecto de los queno puedan' impedir una abyecta pobreza para sushijos, pues la pobreza, no sólo es un gran mal ensí, sino que tiende á acrecentarse, acarreando enpos de sí la indolencia en el matrimonio.» Porosi las gentes prudentes evitan el matrimonio mien-tras que los indiferentes se precipitan en él, losmiembros inferiores de la sociedad concluirán porsuplantar á los superiores, y la humanidad retroce-derá hacia la barbarie. Es tiempo de avisar, excla-ma Spencer; es preciso modificar los conveniossociales de modo que, al contrario de lo que sonhoy dia, favorezcan en el porvenir la multiplicaciónde los individuos más capaces y se opongan á la delos otros.

¡Qué de materias tan delicadas de tratar, qué docuestiones tan difíciles de resolver por los legis-ladores del porvenir! Preciso será estremecersesi, exitado por el ejemplo de los maestros de ladoctrina, un sectario algún tanto caprichoso de laevolución (-1) reclama la supresión del matrimoniocorno atentatorio á- la libertad individual y al pro-greso de la especie, ya porque la unión haya sidoconcertada por intereses y sin amor, ya porqueeste es inconstante, lo mismo en el matrimonio queantes, en cuyo caso, cuando la armonía se ha rolo,se tiene, no sólo el derecho, sino el deber social debuscar un nuevo amor. Así lo quiere la ley dela selección sexual, que no es más que una de lasformas de la selección general, único guía y agentedel progreso.

Obsérvase en todas estas teorías que nunca haymal cuestión que la del mejoramiento del bienestarde la humanidad. Esta es la frase que á cada ins-tante sale de la pluma de Darwin, y si se mira decerca en el pensamiento oscuro y sutil de Spen-cer, se verá también que es la idea central detodo su sistema. Las leyes de la vida, bien com-prendidas y vigorosamente aplicadas, son las quedeben regenerar al mundo. Cuando el principio dela selección reino en nuestros códigos y en nuestrascostumbres sin trabas, sin oposición oculta ó de-clarada, la multitud «de los débiles de cuerpo, delos indiferentes y de los necios», desaparecerápoco á poco, y nuestros descendientes, si pertene-cen á los elegidos, se regocijarán con la vistade esa humanidad floreciente en bellos cuerpos, envigorosa salud, en fuerzas musculares 6 intelectua-

(1) M. Naque! en su libro Religión, Fum.li.i, J'mji idail.

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les dirigidas exclusivamente al mejoramiento deesta estancia terrestre y de esta vida, en donde deberealizarse el ideal bosquejado hace muchos millaresdo siglos por el primer mono antropoideo, el idealdel animal según la doctrina de la evolución, elhombre civilizado.

(Concluirá.)

(Revue de Dena> Mondes.)

E. CARO,de ta Academia francesa.

LA CIENCIA Y EL CLERO EN INGLATERRA. l"

Se ha repetido con frecuencia desde hace algúntiempo que he levantado contra mí una legiónde enemigos; y si atiendo al lenguaje usado, conraras excepciones, por los órganos de la prensa,y principalmente por los de la prensa religiosa, meveo obligado á reconocer que el hecho es muycierto. Me consuelo, no obstante, leyendo en Plu-tarco esta reflexión de Diógenes: «Para salvarse espreciso tener buenos amigos ó violentos enemigos;los más felices son los que tienen ambos á la vez.»Creo encontrarme entre los más felices.

Reflexionando acerca de lo que he leido última-mente de advertencias, calificaciones, amenazas yjuicios,—-para esta vida y para la futura,—observocon alguna tristeza que los hombres parecen afec-Irnlos muy poco por lo que apellidan su religión,mientras que obedecen, sobre todo,á esa naturalezaque la religión debe, según nos dicen, extirpar ósubyugar. De los razonamientos leales y sinceros,de la simpatía más tierna y más santa de parte de losque desean mi felicidad eterna, llego, pasando pormuchas gradaciones, á una mala fe calculada y á unespíritu de amargura que desea mi desgracia eter-na con un fervor que yo no podria expresar. Si lareligión dominase en ellos, podríamos alcanzar delos que profesan la misma creencia cierta homoge-neidad de expresiones, mientras que si realmentees la naturaleza humana la que impera, sólo pode-rnos obtener expresiones tan diversas como lo sonlos caracteres de los hombres. En este punto, es elúltimo caso el que se presenta; de modo que meparece que la religión común', profesada y defen-dida por esas diferentes personas, no es más que elconducto accidental por el que éstas expresan sussentimientos, sean elevados ó bajos, corteses ó gro-seros, dulces ó feroces, según las circunstancias.Kn cuanto á las injurias puras y simples, comoquiera que no sirven para nada, he evitado cuanto

11) Vs\e artículo es 1» respuesta á las criticas suscitadas por el dis-euisii (¡tu1 pronunció Tyrnisll fin el Congreso de la Asociación británica,cu Bt'lfnst, y que publicamos en la RKVISTA EUROPEA, muiieros 33y 34,(ingina» 469 y 800 del lomo 11.

me ha sido posible leerlas, porque deseo alejar demi, no sólo el odio, la malevolencia y la acritud,sino también toda huella de irritación en un debateque exige, no sólo la benevolencia, sino tambiénla amplitud y la lucidez de espíritu, aunque sólo seapara llegar á soluciones provisionales.

En el comienzo de esta controversia, un profe-sor distinguido de la Universidad de Cambridge hadado la opinión,-—opinión de que al punto se haapoderado con un celo cómico una parte de la pren-sa religiosa,—de que mi ignorancia en matemáticasme impide toda conjetura sobre el origen de la vida.Si yo hubiese creído que su argumento tenía algúnvalor, mi respuesta hubiera sido muy sencilla, por-que tengo delante un documento impreso, firmadopor ese sabio profesor hace más de veintidós años,en el que ha tenido la bondad de atestiguar que soy«muy versado en las matemáticas puras.»

Háse dicho, con grandes variaciones de tono y decomentarios, que en mi discurso, tal como lo hapublicado el editor Longman, me he retractado demuchas de las opiniones que expuse en I5clfast.Un escritor católico insiste particularmente sobreeste punto. Asustado de la desaprobación unánimelevantada por mis brillantes errores, busco el modode batirme en retirada; pero mis adversarios noquieren permitirlo. «Es ya muy tarde para tratar deocultar á la vista de los hombres un solo defecto,una sola asquerosa deformidad. El profesor Tyn-dall nos ha dicho él mismo dónde y cómo ha com-puesto su discurso, quo lo ha escrito en medio delos ventisqueros y de las soledades de las monta-ñas de Suiza, y que no es una producción improvi-sada é irreflexiva, pues cada una de las frases quecontiene lleva el sello del cuidado y de la reflexión.»

Mi adversario trata de ser severo, y sólo es justo.En las soledades de que habla he trabajado con re-flexión, y aun me he esforzado en purificar mi inte-ligencia con austeridades parecidas á las que reco-mienda su Iglesia para la santificación del alma.Por otra parle, he procurado en mis meditacionesllegar, no sólo á lo que es permitido, sino aun álo que es á propósito; he tratado de poner mi almapor encima de todos los temores, salvo el de pro-nunciar una sola palabra que yo no estuviese prontoá sostener, así en este mundo como en el otro.

No obstante, el tiempo de que podía disponer eratan corto, mi pensamiento y mi trabajo han mar-chado con tanta lentitud, que bajo el punto de vistaliterario me he quedado no sólo por debajo delideal, sino todavía más acá de lo posible. Así, des-pués de haber pronunciado mi discurso, lo he revi-sado, con el deseo, no de cambiar los principios,sino de corregir los términos, y, sobre todo, de ha-cer desaparecer toda expresión que hubiese podidorevelar una gran precipitación. Señalando á los es-

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critores de nuestro tiempo los errores y las locu-ras de las críticas del tiempo pasado, había yocreído poder comparar la propagación intelectualde esas críticas á la de los cardos: la expresión liaparecido ofensiva y la he retirado, no figurandomás en el discurso. Había en éste otro pasaje con-cebido así: «Sería inútil combatir esta Tuerza (la re-ligión) con el fin de extirparla. Lo quo debemoscombatir, hasta la muerte si fuese preciso, es todatentativa de fundar sobre esta tendencia constituti-va de la naturaleza humana un sistema que ejercesobre su inteligencia un imperio despótico; yo notemo que esto se haga. La levadura déla ciencia hapenetrado ya en el mundo hasta cierto punto, y pe-netrará cada vez más. Consideraba la dulce luz dela ciencia apareciendo á los espíritus de la juventudirlandesa y tomando poco á poco más fuerza hastaproducir una claridad perfecta, como barrera mássegura contra una tiranía intelectual ó espiritual deesta isla, que pudieran serlo las leyes de los prínci-pes ó las espadas de los emperadores. ¿Qué debemostemer? Hemos combatido y triunfado aun en la EdadMedia; ¿por-qué dudar ahora del resultado de lalucha?»

Este párrafo ha parecido demasiado vivo y lohabia suprimido; pero temiendo haber cometido alhacer esto un acto do debilidad, lo restablecí cam-biando algunas palabras sin disminuir su energía.

Mi adversario es muy duro con la confesiónque contiene mi prefacio á propósito del ateísmo;pero confieso francamente que su dureza y su hos-tilidad leales me parecen preferibles á la maneramás suave, pero menos leal, con que ese pasaje hasido recibido por los miembros de otras Iglesias.Mi contradictor cita el párrafo de mi discurso, yañade: «Repetimos ese pasaje porque es muy nota-ble. Cualquiera que sea la repugnancia que tenga-mos á servirnos de expresiones muy duras en lapolémica, afirmamos que esta justificación no puedemás que ligar con lazos do acero al nombre de Tyn-dall la terrible calificación de que se defiende."

Hé aquí una buena muestra de energía religiosasubjetiva. Pero lo que yo censuro á esas demos-traciones es el no representar siempre hechos ob-jetivos. Yo creo que ningún razonamiento ateopuede desterrar la religión del corazón del hom-bre. La lógica no puede privarnos de la vida, y lareligión es la vida par» el hombre religioso. Comoexperiencia de conciencia, la religión se halla com-pletamente al abrigo de los ataques de la lógica;pero la vida religiosa se manifiesta frecuentementepor formas exteriores,—tomo este término en susentido más lato,—y esta manifestación del senti-miento religioso habrá de contener, cada vez más, ámedida que el mundo sea más instruido, el esfuerzode las pruebas científicas: de lo que debemos rece-

10510 VI.

lar es de poner en la naturaleza exterior lo que nospertenece á nosotros mismos. Mi contrincante co-meto esta falta: siento placer en que yo luche, y evi-dentemente experimenta el goce míis exquisito delsentido muscular, en tenerme derribado. Sus sensa-ciones son tan reales como si lo que 61 se imaginade las mias fuese real también; pero esta lucha queimagina encontrar en mí es pura ilusión; yo no lucho.Yo no temo la acusación de ateísmo., ni desautoriza-ría esta imputación ante la definición del Ser Supre-mo que 61 ó su orden pudieran presentar. Sus «la-zos», su «acero» y sus «terribles acusaciones» son,pues, menos reales que mis «vapores de ia maña-na,» y nosotros podemos dejarlos desaparecer.

Poco tiempo después de la sesión de Belfas!, elsabio y venerable obispo de Manchester me ha dis-pensado el honor de hablar de mi discurso, y ya enmi prefacio he dicho algunas palabras que, segúncreo, nada tienen de ofensivas, á propósito de sunobservaciones. Desde entonces el sabio obispo hahablado con mucha frecuencia de mí, lo cual es se-guramente un honor de todo punto inesperado. Sinembargo, puede preguntarse si todos esos discursospronunciados en público acerca de un asunto tanagitado no tienden á turbar esa calma de espíritu yde corazón que tanto se desea siempre conservar;si el predominio que se deja á los sentimientos no esdañoso y no tiende á envolver la inteligencia en unaniebla que daña á la percepción de los hechos y lospresenta de una manera vaga y aun tal vez inexac-ta. En el venerable obispo pensaba cuando en unode mis últimos discursos he hablado «de un hom-bre de gran talento y animoso, recorriendo portodos lados la tierra y torciéndose las manos anteel pensamiento do verse arrebatar sus ilusiones.»Sin duda, á ese disgusto,—á ese trastorno parcialy momentáneo del juicio por las emociones,—esá JQ que debo atribuir un error probablementeinvoluntario, pero no obstante grave, cometido porél con respecto á mí. Si debe creerse al Times del 9de Noviembre, ha pronunciado estas palabras: «Ensu conferencia de Manchester, el profesor Tyn-dall casi ha dicho que en Belfast no estaba bienpreparado, y que su desaliento se disiparía en me-jores momentos.» Pero como el Manchester Es>a-miner había reproducido mi conferencia, como yomismo había publicado una edición corregida que sevendía á diez céntimos, creo que el obispo hubierapodido procurarse mis impresiones exactas en vezde repetir lo que yo había casi dicho. Siento añadirque lo que me ha hecho decir nunca ha existidomás que en su imaginación: mi conferencia de Man-chester no hace la menor alusión al estado en queme encontraba en Belfast.

A cuantos espíritus serios y honrados que hayanleido el párrafo á que se aplica la observación que

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acabo de citar de M. Fraser, así como otras obser-

vaciones parecidas de sus reverendos colegas, sinhablar aún de muchas otras, dejo que decidan silian desnaturalizado ó no dicho párrafo interpretán-dolo de la manera como lo han hecho.

Pero dejemos ya esas pequeñas cuestiones perso-nales, y vengamos á la acusación más seria de haberahusado de mi posición, abandonando el dominio dela ciencia, para sin derecho alguno hacer una incur-sión en el de la teología. No veo verdaderamenteen qué me haya hecho culpable, y espero que misacusadores, renunciando á las injurias, querrán dis-cutir conmigo. ¿No tiene un hombre de ciencia elderecho de hacer conjeturas sobre el pasado del sis-tema solar? ¿Es que Kant, Laplace y W. Herschel hantraspasado los límites de su dominio, llevando susinvestigaciones más allá de los límites de la expe-riencia, y llevando adelante la teoría nebular? Si unhombre de ciencia admite esta teoría como probable,¿nole será permitido remontar su espíritu á travos dela serie de cambios que se relacionan con la conden-sación de las nebulosas, de representarse la separa-ción de los planetas y de las lunas, unas después delas otras, y la relación que existe entre todos esoscuerpos y el sol? Si considero la tierra con sus dosmovimientos, uno alrededor del sol y otro sobre sueje, como uno de los productos do la acción que haconstituido el sistema solar tal como es, ¿puede unteólogo rehusarme el derecho de concebir y deexpresar esta teoría? Hubo un tiempo en que losid'jlogos no lo habrían dejado de hacer,-—un tiempoen que, el enemigo de la ciencia que se alabaahora de su tolerancia, habría impuesto con pron-titud silencio á quien fuese lo bastante osado parapublicar una opinión de ese género. Pero ese tiem-po pasó para no volver más, á menos que el mundovuelva á caer en extraño estupor.

Sin obstáculo alguno podemos recorrer ahora, porla naturaleza inorgánica, toda la distancia que se-para las nebulosas de los mundos actuales, y, sinembargo, aún no hace mucho tiempo que ese terrenoque ahora se concede á la ciencia pertenecía á lateología. Pero esta concesión de la teología no meparece suficiente; y en Belfast he eroido tener, nosólo el derecho, sino aun el deber de declarar quetambién para el mundo orgánico reclamamos la li-bertad que hemos obtenido ya para el mundo inor-gánico, pues me es imposible hallar el menor títulolegítimo que autorice á un hombre ó á una clase dehombres, cualesquiera que ellos sean, para abrir álas indagaciones científicas la puerta de uno de esosmundos y para cerrarles las de otro cercano. Hejuzgado, pues, más leal, más prudente y más favo-rable, en definitiva, á la subsistencia de una pazdurable, el definir, sin equívocos y sin reservas, elterreno que pertenece á la ciencia, sobre el cual

no puede ésta dejar de establecer sus derechos.

Si se considera la libertad de que todas las opi-niones gozan en Inglaterra, seguramente que no seencontrarán exageradas mis pretensiones. Se me harecordado que uno de los hombres eminentes queantes que yo han ocupado el sillón presidencial, haexpuesto, acerca de la causa que ha producido elmundo, una opinión completamente diferente de lamia. Haciéndolo así, ha traspasado los límites de laciencia, cuando menos tanto como yo; pero nadiese ha levantado contra él por esto. Yo no reclamootra libertad que la de que él mismo ha usado; y enpresencia de lo que no puedo dejar de mirar comolas extravagancias del mundo religioso; de las ideasinexactas é irracionales que acerca del Universoprofesan la mayoría de los hombres autorizados paraenseñarnos la religión; de la energía mal empleadaque dispensan hombres estimables á cuestiones queestoy tentado por llamar indignas de la atención depaganos ilustrados; de las luchas empeñadas á pro-pósito de las chocheces del ritualismo y de las dis-putas de palabras á que ha dado lugar la doctrinaatanasiense; de los esfuerzos hechos para llamar laatención acerca de las peregrinaciones de Pontigny;déla afectación de los que quisieran ver una era nue-va en la definición de la Inmaculada Concepción; dela proclamación do las glorias divinas del SagradoCorazón;—en medio, digo, de todas esas quimerasque llenan de asombro á todos los verdaderos pen-sadores, no creí que fuese extravagante reclamar latolerancia pública durante hora y media, para ex-poner ideas más razonables, ideas más en armoníacon las verdades que la ciencia ha puesto en claro,y que debían ser recibidas con alegría por muchasalmas fatigadas.

Mas conviene precisar los hechos. Hé aquí la fraseque ha levantado la oposición más violenta: «Parahablar sin disfraz, debo confesar que llevo mis mi-radas hacia atrás, más allá de los hechos estableci-dos por la experiencia, y que descubro en premesay en potencia todas las formas y todas las cuali-dades de la vida en esta materia que por ignorancia,y ápesar de nuestro respeto hacia el Creador, hemosllenado hasta aquí de oprobio.» Hablar de protestageneral, como lo hace mi católico contradictor, noes sino representar débilmente la tempestad con quese ha recibido mi declaración. Pero ahora que hapasado el primer movimiento de la pasión, puedo,así lo creo, pedir á mis adversarios que discutanbien. La primera cosa que se me censura es haberido más allá de los hechos probados por la expe-riencia, á lo cual respondo que es asi como gene-ralmente procede el espíritu científico,—al menosesta parte que se aplica á las indagaciones físicas.Nuestras teorías de la luz, del calor, del magnetis-mo y de la electricidad existen porque hemos tras-

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pasado los límites experimentales. Mi memoria sobre

La influencia He la imaginación en ¡as ciencias y misConferencias sobre la luz lo prueban completamente;y en el pasaje que sigue de este discurso he tratadoincidentalmente de hacer ver que en física la expe-riencia conduce siempre á lo que está fuera del do-minio experimental; que produce siempre algunacosa superior á sí misma, y que la diferencia entreel sabio eminente y el mediocre consiste, ante todo,en la desigualdad de sus facultades de extensiónideal. El dominio científico no se ensancha por laobservación y la experiencia solas, ni se completamás que plantando las raíces de la observación y dela experiencia en una región inaccesible á ambas yque sólo podamos abordar por el poder de la ima-ginación.

Así, la acción de traspasar los límites de la expe-riencia no es en sí motivo suficiente de queja, sinoque era preciso que en mi manera particular de ha-cerlo hubiese habido alguna cosa digna de provocarese terrible coro de desaprobación.

Discutamos con calma. Yo sostengo la teoría ne-bular como lo han hecho Kant, Laplace y Hers-chcl, y como aún lo hacen al presente los sabiosmás eminentes. Según esta teoría, nuestro sol y susplanetas estaban antiguamente difundidos en el es-pacio en forma de un vapor impalpable, cuya con-densación ha producido el sistema solar. ¿Qué es loque ha determinado esta condensación? La pérdidade calov. ¿Oué es lo que ha redondeado al sol y álos planetas? Lo que redondea una lágrima, la fuerzamolecular. Durante una serie de siglos cuya inmen-sidad agobia el espíritu del hombre, la tierra no hasido propia para alimentar lo que llamamos la vida,y ahora se halla cubierta de sores vivientes visibles.Estos seres no están formados de una manera dife-rente de los de la tierra que les rodea, sino que,por el contrario, su sustancia y la de ésta son idén-ticas. ¿Cómo se han introducido en este globo? ¿Es-taba contenida la vida en las nebulosas como per-teneciendo, tal vez, á una vida más vasta é inexpli-cable, ó bien es la obra de un ser fuera de lasnebulosas que los ha formado y les ha dado la vida,pero cuyo origen y los caminos son igualmenteinescrutables? En todo lo que hasta aquí ha podidover la ciencia en la naturaleza, nunca ha visto ma-nifestarse en serie alguna de fenómenos la interven-ción de una fuerza puramente creadora. Se ha he-cho con frecuencia la hipótesis de semejante fuerzapara explicar fenómenos especiales; pero siemprese ha encontrado inexacta, en cuanto que es con-traria al espíritu mismo de la ciencia, siendo esta lacausa de que yo haya tomado sobre mí el oponer áesa hipótesis este método de la naturaleza, que á laciencia cabe la gloria de haber descubierto, y cuyasola aplicación puede hacernos esperar nuevas lu-

ces. Estando, pues, convencido de que las nebulo-

sas y el sistema solar, comprendida en aquellas lavida, están entre sí en la misma relación que el gor-men y el organismo perfecto, repito aquí, sin arro-gancia y sin reto, pero del modo más positivo, loque ya he afirmado en Bellast.

No es con lo indefinido con lo que se caracteri-zan las emociones, sino con la precisión que per-tenece á la inteligencia con que el hombre deciencia debe plantearse esas cuestiones acerca dela introducción de la vida en la tierra. No piensaéste en dogmatizar, porque sabe mejor que nadieque, en las condiciones actuales, es imposible al-canzar aquí la certeza. Si rehusa admitir la hipó-tesis de la creación, no es para afirmar, sino paranegar un conocimiento que nos será negado porlargo tiempo y acaso siempre, y cuya afirmaciónes fuente perenne de confusión sobre la tierra.Completamente dispuesto á rendirse á pruebas com-vincenles, pide á sus adversarios aquellas en quefundan las creencias que sostienen con tanta fuerzay tanto encarnizamiento, sin que ellos puedan indi-carle más que el Génesis ó alguna otra parte de laBiblia. Sin duda que estas primeras tentativas delespíritu humano para satisfacer su sed de verdadson profundamente interesantes y patéticas; pero ellibro del Génesis no tiene autoridad científica. Des-pués de haber resistido durante algún tiempo á losataques de la geología, ha debido sucumbir y per-der toda autoridad cosmogónica: eso libro es unpoema y no un tratado científico. Hdjo el punto devista poético, será siempre bello; pero bajo el dela ciencia, ha sido y continuará siendo puramenteperjudicial Para el conocimiento, ha tenido un valornegativo: en tiempos más rudos que el nuestro haproducido la violencia física, y en nuestro siglo delibertad, la violencia moral.

oSn todo cuanto pasó en Belfast nada hay más ins-tructivo que la actitud tomada por el clero cató-lico de Irlanda, cuerpo que generalmente es muyparco para llamar la atención sobre un adversario,mediante denuncias imprudentes. El Times, que noha mostrado por mí simpatía alguna, pero que meha tratado con una gran lealtad mientras que tanpoca encontraba yo en otras partes, opina que elcardenal, los arzobispos y los obispos irlandeses sesirven con destreza en su manifiesto de un armaque yo les he imprudentemente suministrado. Pormi parte, los hechos que han precedido á su ataqueme hacen mirar la cuestión de otra manera , yquiero recordar en algunas palabras esos hechospara hacer ver en su verdadera claridad, no solo elasunto de Belfast, sino también otros actos de quepoco después he tenido conocimiento.

Tengo ante la vista un documento fechado en elmes de Noviembre de 1873, pero que al poco tiempo

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desapareció bruscamente á los ojos del público.Me refiero á la Memoria dirigida por 70 estudiantes,de la Universidad católica de Irlanda al Consejoepiscopal de la misma, y que constituye la amones-tación más franca y más atrevida que nunca se hadirigido por laicos irlandeses á sus pastores y á susmaestros espirituales. La Memoria expresa el des-contento más profundo por el plan de estudios im-puesto á los alumnos de la Universidad, ó insistesobre el hecho, bastante extraordinario, de que lalista de los cursos de la Facultad de ciencias publi-cada un mes antes, no contiene el nombre de unsólo profesor de ciencias físicas ó naturales.

Los autores de la Memoria reclaman contra estaomisión é insisten sobre la necesidad de la instruc-ción científica. «El earácter distintivo de este siglo essu ardor por la ciencia. Desde nace cincuenta añoslas ciencias naturales han llegado á ser el primerode todos los estudios, siendo cultivadas en nuestrosdías con una actividad sin igual en la historia delpasado. Toáoslos años, casi, nos traen algún nue-vo descubrimiento científico que destruye teoríasconsideradas hasta entonces como incontrastables.I.as ciencias físicas y naturales son las que produ-cen contra nuestra religión los ataques más formi-dables, y las armas más terribles empleadas contrala fe son los hechos demostrados de una maneraincontestable por las investigaciones científicas mo-dernas.»

Semejantes declaraciones no agradarían á hom-bres educados en la filosofía de Santo Tomás deAquino, y que estaban acostumbrados en todas lasdemás ciencias á ver humildes servidoras de lateología. Poro eso no es todo: «Parece cierto, dicenlos autores de la Memoria, que si no se fundan enla Universidad católica cátedras de ciencias físicasy naturales, la fe de un gran número de jóvenes severá expuesta á daños que la creación en la Univer-sidad de esos cursos de ciencias podrá conjurar. Enefecto, los jóvenes católicos irlandeses sufren porel sentimiento de su inferioridad en las ciencias,que están resueltos á hacer cesar; si, pues , la Uni-versidad rehusa el darles las lecciones que solicitan,irán á pedirlas al colegio de la Trinidad, ó á uno delos de la Reina, ninguno de los cuales tiene profe-sor de ciencias que sea católico.»

Los que se imaginaban que la creación de la Uni-versidad católica de Kensington era debida al reco-nocimiento expontáneo por el clero católico de lasnecesidades intelectuales de nuestra época, seránilustrados por lo que precede, y más todavía por loque sigue, pues tenemos aún que reproducir laamenaza más terrible de la Memoria. En efecto, losestudiantes añaden «que en la soledad de sus mo-radas y sin el concurso de un guía, devoran lasóbrasele Hseckcl, de Darwin, de-Huxley, de Tyn-

dall y de Lyell; obras que no dañan cuando se estu-dian bajo la dirección de un profesor que muestrala diferencia entre los hechos establecidos y lasconclusiones erróneas que se pretenda sacar deellas, poro á propósito para minarla fe de espíritusabandonados á sí mismos, sin un guia ilustrado áquien puedan preguntar la solución de las dificulta-des que se les presenten.»

En presencia de esa Memoria y de otros hechosigualmente instructivos, no me ha parecido que elManifiesto católico esté inspirado por el júbilo quecausa el desprecio de un adversario torpe, sino másbien por la profunda inquietud del cardenal, de losarzobispos y de los obispos que lo han firmado. Noobstante, ellos han obrado en este caso con su sabi-duría práctica habitual. La primera concesión he-cha al espíritu del siglo ha sido la creación de laUniversidad católica de Kensington, creación pre-sentada como el efecto de una fuerza interior ex-pontánea, y no de la presión exterior que rápida-mente se hacía muy formidable para ser combatidacon éxito.

Los autores de la Memoria insisten amargamentesobre el hecho de «que ningún irlandés católicose ha creado un nombre en las ciencias físicas y na-lurales;» pero deberían saber que ese hecho se hacomprobado en donde quiera que domina el clero:la misma queja se ha producido á propósito de loscatólicos alemanes. La gran literatura nacional y losprogresos científicos de ese país en los tiemposmodernos son obra casi exclusiva de los protestan-tes, y sólo una fracción infinitamente pequeña deesos progresos pertenece á miembros de la Iglesiacatólica, aunque estos últimos sean en Alemania tannumerosos al menos como los protestantes. «Sepregunta, dice uno de los escritores de una Revistaalemana muy conocida, cuál es la causa de un fe-nómeno tan humillante para los católicos. No sepuede atribuirla á la influencia del clima, puestoque los protestantes de la Alemania del Sur hancontribuido poderosamente á las obras intelectua-les alemanas, siendo, por lo tanto, preciso atribuir-la á circunstancias exteriores, que es fácil recono-cer en la presión ejercida durante siglos por elsistema de los jesuítas que ba oscurecido entre loscatólicos toda libertad de producción intelectual.»Es, en efecto, en los países católicos e.n donde sehace sentir más duramente el peso del ultramonta-nismo; y en ellos han sido reducidas al silencio lasmás distinguidas inteligencias cuando, sin renun-ciar á su fe, han osado plantear la causa de la liber-tad ó de la reforma. Sin embargo, ese mismo silen-cio ha sido más aparente que real, y Hermés,Hirscher y Giinther, aunque quebrantados y some-tidos individualmente, han preparado el camino, enRaviera, & Frohschammer, siempre intrépido á pe-

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N.° 9 5 . 1 . TYNDAT.r.. 1.A CIENCIA Y EL C L E R O . 2 6 9

sar de la persecución, á Dollinger, y al movimientoliberal tan notable de que es el jefe.

Aunque sometida desde hace siglos á una obe-diencia de que ningún otro país, salvo España, nosofrece ejemplo, la inteligencia comienza en Irlan-da á dar señales de independencia y á demandarun régimen más satisfactorio que el pasto de laEdad media. En cuanto al manifiesto en que el Papa,los cardenales, los arzobispos y los obispos se hanunido para pronunciar un anatema solemne, su ca-rácter y su suerte se hallan indicados por la visiónde Nabucodonosor que refiere el libro de Daniel: seasemeja á la estatua, en apariencias lan terrible, enque el oro, la plata, el bronce y el hierro descansa-ban sobre piós de arcilla; y como una piedra vinieseá dar en estos piós, el hierro, el bronce, la plata yel oro fueron hechos pedazos, y vinieron, como elpolvo del aire á agitar el trigo, y el viento se losllevó.

Monseñor Capel se ha dignado recientemente pro-clamar á la vez el amor de su Iglesia por la verda-dera ciencia y su derecho á determinar lo que es laciencia verdadera. Examinemos un instante las prue-bas de su competencia científica. Cuando el cometade Halley hizo su aparición en 1456, fuó mirado comoanunciando la venganza de Dios, como portador dela guerra, la peste y el hambre, y por orden delPapa se tocaron las campanas en todas las iglesiasdo Europa para espantar al monstruo, y una nuevaoración se añadió á las súplicas de los fieles. El co-meta desapareció al cabo de cierto tiempo, y losHeles se consolaron con la seguridad de que, lomismo que antes en presencia de eclipses, de cares-tías y de lluvias, ahora también, en presencia deese desastroso cometa, la Iglesia había salido ven-cedora.

Pitágoras y Copórnico habían ensoñado la doc-trina heliocéntrica; habían dicho que la tierra giraalrededor del sol, y bajo el pontificado de Pablo Vintervino la Iglesia para ejercer su derecho de de-terminar lo que es la ciencia verdadera, publicán-dose el 5 de Marzo de 1616 el siguiente decreto porel órgano de la Santa Congregación del índice:

«Y atendido que también ha llegado á conoci-miento de la dicha Santa Congregación que la erró-nea doctrina pitagórica del movimiento do la tierray de la inmovilidad del sol, enteramente contrariaá la Santa Escritura, doctrina enseñada por NicolásCopérnico, es ahora publicada y admitida por ungran número de personas; á fin de que esta opiniónno se extienda al dominio de la Iglesia católica, seordena que ese libro, asi como los demás relativosá esta doctrina, sea detenido; y por este decretoserán todos ellos detenidos, prohibidos y conde-nados. »

Mas, ¿para qué remontarnos hasta 1456 y 1616?

Yo no pensaría ni un instante en atribuir á Monseñor

Capel las faltas del pasado sin las practicas que élsostiene hoy día. El dogmático y el campeón de losjesuítas más aplaudido, se me dice, es Perrone, decuyas obras se han publicado 30 ediciones para di-rigir los pueblos. Sus ideas acerca de la astrono-mía física son virlualmente las de 1456; él enseñaresueltamente que «Dios no gobierna por leyes uni-versales... que cuando Dios ordena aun planeta de-tenerse, no cambia una ley por él mismo estable-cida, sino que ordena á esc planeta girar alrededordel sol durante cierto tiempo, después detenerse,después ponerse en movimiento, según su volun-tad.» Los jesuítas han proscrito á Frohschammerpor haber puesto en duda su dogma favorito, segúnel cual cada alma humana es creada por un actosobrenatural y directo do Dios, y por haber dichoque el hombre, cuerpo y alma, procede de sus pa-dres. Tal es el sistema que ludia ahora por dominaren todas parles; y de él es, como nos lo dice Mon-señor Capel, de donde debemos aprender lo que espermitido á la ciencia y lo que no le es!

En presencia de tales hechos, que sería fácil mul-tiplicar, es menester un valor muy extraordinario óuna confianza no menos extraordinaria en la igno-rancia pública, para manifestar opiniones de la clasede las emitidas por Monseñor Capel en favor de suIglesia.

Hablando un autor alemán de un hombre dura-mente experimentado á este propósito, presenta álos escritores católicos que rehusan someterse i laCongregación del índice, como puestos fuera de laley, condenados á ser asesinados moralmente (1).Esta es aquí una afirmación muy fuerte; y, sin em-bargo, si yo juzgase por mi propia experiencia, nolo os. Yo pediría á este propósito, por razones es-peciales, permiso para decir algunas palabras acer-ca*de mí mismo. Do esas razones, una apareceráen seguida, y la otra la expondré más adelante.Nacido en un medio en que la Biblia era particu-larmente querida, es por ésta por la que lio recibidocasi exclusivamente mi primera educación. Hijo deIrlanda, he aprendido, como lo habían hecho mu-chas generaciones do mis antepasados, á resistir ála Iglesia romana. Tuve un padre cuya memoriadebo ser para mi un apoyo y un ejemplo de rectitudy de integridad inflexibles. La pequeña familia áque pertenecía dispersóse con fortunas diversas álo largo de la orilla oriental del Leinsler, á partirde Wexford, donde él vino atravesando el canal de

(1) Véase el caso (le Frohschammer, presentado por uno de sus ami-gos en el prefacio de Christcnth-.m nud din modcnie Wissensctiaft. Susenemigos han conseguido privarle casi di; los medios de vivir, pero nohan logrado subyugar!?; y ni aun el Nuncio del Papa ha podido impedirque quinientos estudiantes de la Universidad de Munich firmen un men-saje á su profesor.

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270 REVISTA EUROPEA.——1 9 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 95

liristol. Mi padre era el más pobre de todos. En una

posición social inferior, pero de un espíritu y de uncarácter elevados é independientes, llegó, medianteesfuerzos perseverantes y disposiciones particula-res, á un conocimiento de la historia muy superioral que yo mismo poseo, al propio tiempo que apren-dió de la manera más exacta todos los detalles de lalucha entre el protestantismo y el catolicismo. Yohe conservado, como recuerdos lejanos, los nom-bres de las obras y de los homares notables de quese ocupaba: Claudio y Bossuet, Chillingworth y NoltTillotson, Jeremías Taylor, Challonery Milner, Popey Mac Guire, y muchos otros aún, que sería inútilnombrar. Y, á pesar de todo, eso hombre, tan bienpertrechado para la controversia, era de tal modorespetado de sus conciudadanos católicos, que to-dos cerraron sus tiendas el dia de su muerte.

Con semejante maestro, y tomando un interés he-reditario, por decirlo así, en la contienda religiosa,entró en ella naturalmente con ardor; no me con-tentaba con examinar la cuestión bajo el punto devista protestante, con lo que me puse también alcorriente de los argumentos de la Iglesia romana.Aún recuerdo el interés y la sorpresa con que yoleía la Instrucción Católica de Chalonner; y, apenassalido de la adolescencia, ya tomaba yo parte enlas discusiones que tenían lugar entre las iglesias ri-vales. Algunas veces sostuve el lado católico y em-barazaba mucho á mi adversario protestante, y así seme hicieron muy familiares las ideas de los católicosirlandeses, para quienes no había un principio pro-testante que rechazasen con más fuerza, y al que semostrasen más ofendidos al vérselo atribuir, que elprincipio de la infalibilidad personal del Papa. Y,á pesar de esto, he oido á un sacerdote católicoafirmar repetidas veces, hace algún tiempo, que elprincipio do la infalibidad del Papa ha sido siempresostenido en Irlanda (i).

Poro esto no os aquí más que una digresión, cuyolin es desengañar á las personas que en Inglaterraó oh los Estados-Unidos hayan sido engañadas porlas afirmaciones de gentes poco escrupulosas. Vuel-vo ahora á mi verdadero asunto. En cuanto laciencia ha podido comprobarlo, la vida en estatierra ha seguido siempre una marcha ascendente,ha estado siempre perfeccionándose. La tendenciaconstante de la naturaleza animada es á perfeccio-narse y á elevarse á un nivel más alto. En elhombre, el progreso y la mejora dependen, sobretodo, de la mayor cantidad de los conocimientosque rechazan sin cesar los errores procedentesdo la ignorancia y organizan la verdad. El pro-

(1) En los recuerdos que se refieren á mis quince afíos de edad, épo-ca eri que por vt;z primera leí la discusión entre M. Pope y el P. MacGuiri!, me apoyo para decir que en esta discusión, el sacerdote católicochaza, á nombre de su Iglesia, !a doctrina de la infalibilidad personal.

greso de los conocimientos es seguramente lo que

ha dado un tinte materialista á la filosofía de estaépoca. El materialismo no es, pues, una cosa quedeba deplorarse aquí; es menester examinarlo leal-mente, aceptarlo si es verdadero, rechazarlo si esfalso, pasarlo por un tamiz si contiene mezclade verdad y de error para aprovechar lo que en élpueda haber de bueno. Hace algunos años que elestudio del sistema nervioso y de sus relaciones conel pensamiento y el sentimiento, ocupa á muchasinteligencias, y es nuestro deber no eludir,—másbien es nuestro privilegio aceptar,—los resultadosestablecidos mediante esas indagaciones; pues aquídepende seguramente nuestro, bien de nuestra fide-lidad á la verdad. Reconociendo la influencia queejerce el sistema nervioso sobre el espíritu y elcorazón del hombre, estaremos mejor en estado, nosólo de corregir sus numerosos defectos, sino aunde fortificar y puriflcat" el uno y el otro. ¿Se abatiráel espíritu por esa confesión do su dependencia? Se-guramente que no; pero la materia se elevaráal nivel que debe ocupar y de donde una ignoranciatemerosa ha venido á excluirla.

Sin embargo, la luz comienza á despuntar y conel tiempo se hará más fuerte. El mismo congreso deBrighton suministra la prueba. En medio de las opi-niones confusas presentadas en esta asamblea, mimemoria suscita dos recuerdos que la han impresio-nado: esos recuerdos son el reconocimiento douna relación entre la salud y la religión, y el discur-so del reverendo Harry Jones. En el choque dotantas palabras vanas, las suyas salen sanas y só-lidas porque están libres del yugo de todo dogma;vienen directamente del cerebro de un hombre quesabe lo que quiere decir la verdad práctica y quecree en su vitalidad y en su fuerza de propagación;por lo que me pregunto si M. Jones presta menosservicios en su ministerio sagrado que sus colegasmás elevados en dignidad. Seguramente es deber denuestros maestros el llegar á una conclusión defini-da acerca de la cuestión de la salud; de observarque si esta es descuidada, somos lesionados de unamanera negativa, asi como de un modo positivo:negativamente, porque somos privados do esta dul-zura y de esta luz, compañeras naturales de lasalud; positivamente, por la introducción en nuestravida del cinismo, del mal humor y de mil inquietu-des que con la salud desaparecen. Tememos y me-nospreciamos el materialismo, pero el que \o cono-ciese á fondo y pudiera aprovecharse de este cono-cimiento, podría llegar á ser el apóstol de un nuevoEvangelio. Pero sólo que no es por el éxtasis comopodemos adquirir ese conocimiento, sino más bienpor las revelaciones de la ciencia, combinadas conla historia del género humano.

¿Por qué la Iglesia católica llama á la gula pecado

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N.° 93 .1. TYNDALL. LA CIENCIA Y EL CLERO. 271

mortal? ¿Por qué el ayuno forma parte de las prác-ticas religiosas? ¿Qué significa el consejo dado porLutero al joven eclesiástico que le consultó sobrelas dificultades do la cuestión de los predestinadosy de los elegidos, sino que, por su acción sobre elcerebro, cuando se hace un uso conveniente, hastaun carburo de hidrógeno puede tener una virtudmoral y religiosa? Para servirnos de términos or-dinarios, los alimentos han sido creados por Diosy, por consecuencia, tienen un valor espiritual. Elpoder purificante del aire de los Alpes sería diezveces mayor si esta verdad fuese reconocida; por-que olvidamos las enseñanzas de un materialismorazonable, es por lo que pecamos y sufrimos diaria-mente. Pudiera enumerar aquí una larga lista deenfermedades mortales, acerca de las que la cienciaha suministrado á la sociedad moderna un poder deese género, mostrando el refugio donde se escondeel enemigo material, asegurando su destrucción,y evitando así la impureza y la desorganizaciónmoral que, entre los pobres, siguen ordinariamentea las epidemias.

Si nos trasladamos á una esfera más elevada, lasvisiones de Swedenborg y el éxtasis de Plotino ydo l'orfiro son fases de ese estado del alma que serelaciona evidentemente con el sistema nervioso ycon la salud, sobre los que está basada la doctrinavédica de la absorción del individuo en el alma uni-versal. Plolino enseñaba á los devotos á entrar enéxtasis, y Porfiro so lamentaba de no haberse unido áJ)ios más que una vez en ochenta y seis años, mien-tras que Plotino, su maestro, lo había logrado seisveces en sesenta años. Uno de mis amigos, que haconocido al poeta Wordworth, me ha contado queéste cogía en sus momentos de éxtasis algún objetoque estaba cerca de él para asegurarse bien de laexistencia de su cuerpo. No hay nadie, así lo creo,que haya adquirido más experiencia acerca do estamateria que Emerson. Como estados de conciencia,tienen osos fenómenos una realidad incontestabley de una identidad sustancial; pero so relacionan ála concepciones subjetivas más heterogéneas. Lasexperiencias subjetivas son parecidas á causa de lasemejanza do las organizaciones nerviosas que pre-siden á esos fenómenos.

Mas para los que desean ir más allá do los hechosmateriales, habrá allí siempre un vasto campo doconjeturas. Tomemos el argumento del discípulo deLucrecio, presentado en el discurso de Bolfast. Nocreo que ninguno de mis adversarios haya tratadode responder allí; algunos, es verdad, se rococija-ban de la habilidad do que M. Butler ha dado prue-ba remitiendo la dificultad á su adversario, y hastase imaginan que el argumento invocado es el deeste obispo. Sienten atribuirme la intención de dará conocer las dos fases de la cuestión y do mostrar

por un razonamiento más sólido que los de M. But-

ler, el aprieto que está reservado á toda doctrinamaterialista que se apoya en las definiciones gene-ralmente admitidas de la materia. Pero, por habci1

suscitado una nueva dificultad, no se ha horrado nisiquiera disminuido la primitiva, y el argumento deldiscípulo de Lucrecio no resulta combatido por nin-guno de los do M. Butler.

Y aquí pido permiso para añadir una palabra á unadiscusión importante que todavía no ha terminado.En un artículo sobre la física y la metafísica, queapareció el año de 4860 en el Saturday Remero, heplanteado así el problema tan antiguo do las rela-ciones de la materia con la conciencia: «La filoso-fía del porvenir tendrá, sin duda, más cuenta que ladel pasado de las relaciones que los actos materia-les tienen con el pensamiento y el sentimiento, ytal vez vendrán á estudiarse por el organismo lascualidades del espíritu, del mismo modo que estu-diamos el carácter de la fuerza por las modificacio-nes de la materia ordinaria. Creemos que cada pen-samiento y cada sentimiento tiene en el sistemanervioso un correlativo mecánico definido, y queestán acompañados de una separación y de una re-constitución do los átomos del cerebro.

Esta última acción es puramente material; y silas facultades que poseemos al presente estuviesensuficientemente desenvueltas, sin la creación deuna facultad nueva, nos sería posible, sin duda, de-ducir del estado molecular del cerebro el carácterde la fuerza que obra sobre éste, y, recíprocamente,deducir del pensamiento ol estado molecular cor-respondiente del cerebro. No decimos—y esto esmuy importante, como se verá,—que se llegaría apriori& esta conclusión. Loque afirmamos es quepor la observación y con las facultades superiorescuya existencia suponemos, sería posible formariuv«uadro sinóptico do los diferentes estados delcerebro y de los estados del espíritu que acompa-ñan á estos, de suerte que, dado uno de ambos tér-minos, se conocería fácilmente el otro.

«Dadas las masas de los planetas y sus distan-cias, podemos deducir las perturbaciones producidaspor su atracción mutua; y conociendo la naturalezade una perturbación producida en el agua, el aire óol éter, podemos deducir de las propiedades físicas,del medio de que so trate la forma que esas molé-culas afectaran. El espíritu sigue el lazo que unelos fenómenos, y de un extremo á otro no encuentraninguna solución de continuidad; pero cuando que-remos pasar siguiendo una marcha semejante de lafísica del cerebro á los fenómenos de conciencia,nos encontramos en presencia do un problema quees superior á nuestras facultades intelectuales, cual-quiera que sea la extensión que en éstas suponga-mos. En vano meditamos acerca de este asunto, que

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se escapa á los esfuerzos de nuestra inteligencia;—estamos en presencia de lo incomprensible.»

La discusión de que se trata recae sobre estacuestión: ¿están los estados de conciencia entre loseslabones de la cadena de antecedentes y de conse-cuentes que producen las acciones corporales yotros estados de conciencia, ó son solamente efec-tos accesorios que no son esenciales á las accionesfísicas que se operan en el cerebro? En cuanto á mí,es cierto que me es imposible represen!arme esta-dos de conciencia interpuestos entre las moléculasdel cerebro, y ejerciendo una influencia sobre latrasmisión del movimiento entre esas moléculas. Elpensamiento «so sustrae á toda representación delespíritu," y por esto parece absolutamente lógicoatribuir al cerebro una acción automática indepen-diente de los estados de conciencia. Mas esto ad-mitido, creo, por los partidarios de la teoría auto-mática, que los estados de conciencia son produci-dos por la disposición de las moléculas del cerebro,y esta producción de la conciencia por un movi-miento molecular, es para mí tan completamente in-concebible como la producción del movimiento mo-lecular por la conciencia. Sí, pues, la imposibilidadde concebir un hecho es una prueba decisiva, deborechazar igualmente ambas clases de fenómenos.Sin embargo, no rechazo ni uno ni otro, y así meencuentro en presencia de dos incomprensibles envez de uno. Aceptando enteramente y sin temor loshechos del materialismo de que acabo de hablar,me inclino ante ese misterio del espíritu que hastaahora ha escapado á su propia penetración. Tal vezse llegue un dia á demostrar que es en efecto im-posible al espíritu penetrarse á sí mismo.

Pero el hecho no existe menos por esto: la prác-tica nos demuestra á cada instante que de nuestrasrelaciones con la materia depende nuestro bien ónuestro mal físico y moral. El estado del espírituque se subleva contra el reconocimiento de los de-rechos del materialismo, no me es desconocido.Recuerdo un tiempo en que yo miraba mi cuerpocomo una brizna de yerba sin valor, y en que yo noestimaba más que la fuerza y el placer que me dabael sentimiento moral y leligioso—sentimiento alque yo había llegado sin intervención del dogma.Mi error nada tenía de bajo, pero, no obstante, eraun error. Una instrucción más sana me hizo reco-nocer que el cuerpo no es una yerba, y que si lotratamos como á tal, se vengará infaliblemente.¿Estoy deprimido por este cambio de opinión? Deningún modo. Si me volviesen los buenos tiemposde mi juventud, no hay acto intelectual del pasado,ni resolución inspirada por el deber, ni obra de mi-sericordia, ni acto de abnegación, ni pensamientograve, ni sentimiento de la vida y de la naturalezade que yo no fuese todavía capaz,—y esto sin estar

influido por la perspectiva de una recompensa ó deun castigo en el porvenir.

En el momento de terminal- recibo las últimas pa-labras del obispo de Petorborough, y veo con penaque, á pesar de toda la amplitud de su espíritu, ély su muy reverendo colega de Manchester, parecentan poco tolerantes como el ritualista exageradoque el otro dia calificaba al obispo de Natal de he-rético excomulgado. Felizmente, tenemos entrenosotros nuestros Jewett y nuestros Stanley, sinhablar de otros hombres de corazón que ven másclaramente el carácter y el alcance de la lucha quese prepara, y que creen firmemente que las ver-dades de la ciencia saldrán victoriosas.

¥ ahora sólo me resta decir adiós sin amarguraá todos mis lectores: agradezco á mis amigos susimpatía, más firme, así lo espero, que la antipatíade mis enemigos, á los que me permito recordar unpasaje de M. Iiuller que han olvidado ó descuidado:«Parece, dice el obispo, que los hombres seanextrañamente pertinaces y estén dispuestos á obrarcon una impetuosidad que haría la sociedad inso-portable é imposible, si no concluyesen por adqui-rir cierta facultad de moderarse y de disimular susimpresiones.» Por la moderación al menos de sulenguaje, ha dado un buen ejemplo su eminencia elarzobispo de Canterbury.

JOIIN TYNDALL.

LA PESCA DE LAS OSTRAS.

La maledicencia, característica en nuestra especie,ataca al amable molusco, flor y nata de las buenascomidas, y bajo el pretexto de hallarse bostezandoparte de su existencia, se le ha presentado comotipo de la necedad, y «tonto como una ostra» ha lle-gado á ser un dicho familiar. Si Dios se dignara undia concederle el uso de la palabra, el bivalvo nosrespondería probablemente, que si el talento no re-corre sus bancos, como hemos convenido en ha-cerle pasear nuestras, calles, en cambio jamás sohalló una ostra más necia que sus hermanas, lo cuales una ventaja. Conocí un comedor de ostras entu-siasta, el cual se indignaba contra tal injusticia, ytodos los dias, después de concluir la cuarta doce-na, humedecíanse sus ojos, dos lágrimas corríanpor sus mejillas, confundíanse con el agua saladaque humedecía su reluciente barba, y, con la bocallena, exclamaba: «Ingratos, en otros tiempos loshubieran levantado altares.» Sin llegar á tal entu-siasmo, sus méritos comestibles deben inclinarnosá disimular sus defectos en cuanto á lo ideal.

Soy desinteresado al defenderlas, pues no ocul-

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N.° 95 L. FAUDACQ. LA PESCA DE LAS OSTRAS. 273

taré un gran disgusto contra ellas, del cual proba-blemente participareis todos, el elevadísimo precioseñalado á sus favores por esta hermosa do los ma-res. En un tiempo no lejano, por doce sueldos osservían una docena aún vivas en sus nacaradas con-chas, y en-la misma época las ostras no desdeñabaná la plebe, pues las vendedoras nómadas vendían ladocena, un poco pasadas sin duda, á treinta cénti-mos en las calles y las encrucijadas. Todo pasó, ymientras el mundo se democratizaba á su alrede-dor, la ostra se aristocratizaba á nuestra costa, lle-gando á ser un manjar de lujo, poco accesible parala medianía, hasta para la dorada, pues cuesta eltriplo de antes.

El encarecimiento progresivo y excesivo de estosmoluscos reconoce varias causas, como la facilidadde los trasportes por ferro-carril, la especulación,la experiencia de los pescadores y la disminución dela pesca, ya por abusos anteriores, ya por causasindependientes del hombre, como la temperatura, lacual influye mucho en la producción ostrera, pueslas aguas Crias de alta mar no la permiten crecercon tanta rapidez como crece en ciertos puntos delas costas: además la producción ha disminuido mu-cho, por falla de freza, en el último período.

Por fortuna, la escasez no es irremediable, y elestado actual de cosas puede modificarse, pudiendoesperar la repoblación de los bancos, la cual puedeadelantarse rápidamente y elevarlos á su primeraprosperidad, estableciendo criaderos para echar enellos la freza cuando la haya abundante.

La historia de las ostras no carece de gloria, yellas inspiraron fastuosas locuras á los romanos,esos locos maestros de la gastronomía; pero el planpuramente pintoresco ó industrial de nuestro tra-bajo no nos permite ocuparnos del pasado del mo-lusco, aun cuando sea gloriosísimo.

Me avergüenzo de describirlo, y la ostrera de laesquina os instruirá más acerca de esto que todoslos tratados do historia natural. Prodigado todo lobueno, la naturaleza la ha repartido en todos losmares, y en todas las latitudes son numerosas susespecies; pero solamente nos ocuparemos de las denuestro litoral, las cuales son:

4." La ostra casco de caballo, de 12 centímetrosde diámetro, de la cual solamente los aficionados ála cantidad, los glotones, hacen caso, y se la pescaentre rocas.

2." La ostra normanda ó cancaliana, blanca, desiete á ocho centímetros, concha gruesa y cualidadsuperior, si bien inferior á su vecina la armoricana.

3." La ostra bretona, de cuatro á cinco centíme-tros, concha fina y nacarada y sabor exquisito, pu-diendo rivalizar con la ostra inglesa, que es verde-oscura, todavía más chica y de concha redonda.

4." La ostra de Marennes, parecida á la anterior,

de la cual solamente se diferencia por su tinte ver- 'doso, adquirido en los lodazales donde se cria.

Después nos ocuparemos de las costumbres y há-bitos de la ostra , contradiciendo la prevención quehacia ella hay, de su reproducción , tentativas decultivo ostrero, domesticación y otras cuestiones;pero antes do abordarlas trataremos de su pesca.

La draga es el instrumento más en uso para bus-carla en el fondo del mar, la cual consisto en unaespecie de saco de red de alambre ó bramante, su-jeto á una fuerte armadura do hierro en su boca, fi-gurando un trapecio prolongadísimo. La máquina sesujeta á tres varillas del mismo metal, dos en lasextremidades y una en medio, reunidas luego á unanillo, al cual se ata la cuerda amarrada á la popadel bi'.rco. De tal manera, el saco queda horizontal,y va barriendo el fondo y haciendo que las ostrascaigan en la red.

Fácilmente se comprende que la draga tropezarácon frecuencia en multitud de objetos, tales comopiedras, rocas, restos de buques, los cuales pueden,no solamente detenerla , sino también romperla;poro se precaven los accidentes colocando en unodo sus extremos una pequeña cuerda provista douna boya, por medio de la cual se la vuelvo á pes-car con facilidad. Otro método ingenioso consisto enamarrar la cuerda de tracción á uno de los ángulosde la armadura por medio de un hilo delgado; en elcaso do un fuerte choque, se rompe el hilo, la redse vuelve, y, no formando ya rastrillo, se desenre-da á poca costa.

El tamaño de la draga varía según la dificultaddo los fondos donde se pesca; la draga cancalesa,uno délos mejores tipos, mide de 1,50m á 2,50mdeancha. Las mallas deben tener, según reglamento,por lo menos cinco centímetros cuadrados.

En las pesquerías de la Seudre, Pont-1'Abbé yS%cidy, y aun en la bahía de Arcachon, se empleanpara pescar ostras botes sencillos ó tillóles de dosó cuatro remos con una draga ligera, movida porun hombre colocado en la popa. Los bancos de altamar son explotados por embarcaciones con puente,de siete toneladas, por término medio, las cualesmarchan á la vela y arrastran varias dragas. EnCanéale cada barco lleva tres, y en ol pasaje de laDeroute hay buques ingleses que llevan hasta siete.

Los barcos destinados á esta pesca deben reunirla solidez á la ligereza; y la rapidez de la marchada grandes ventajas á los pescadores, no solamenteen los barcos, sino también para el trasporte delcargamento á los cebaderos, encañizadas y depósi-tos de la costa. Los cutiera ingleses de Jersey, Li-verpool, Ry, etc., cuya construcción do tingladilloles da un gran rapidez junto á notable elegancia,son modelos perfectos del barco para pescar ostras.

Con buen tiempo y hermosa brisa, nada tan bello

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274 REVISTA EUROPEA. 4 9 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 95como una flotilla de pescadores. Las negras care-nas de los barcos, relucientes por las caricias delas olas, centellean al sol; sus afiladas y blancas ve-las les asemejan á una bandada de aves volando so-bru el mar, y, á pesar del peso de las dragas quearrastran tras de ellos, parecen volar, dejando unligero surco de espuma en su estela.

¡Qué febril actividad á bordo, y con cuánta pron-titud se vacían y arrojan otra vez al mar las dragascuando la ostrera es abundante!

Cuando la pesca se verifica en un banco prohi-bido, y uno de los guarda-costas, encargados en laslíquidas llanuras de la misión de los gendarmes entierra, surge de un punto del horizonte y cae comoel rayo sobre los delincuentes, apresa á los mástorpes, y agua la fiesta á los demás, quienes sacri-fican sus dragas, se cubren de lona, fuerzan la mar-cha y se esparcen en todas direcciones.

La partida y la vuelta de la caravana, como lla-man en Canéale á la recolección anual de las ostras,es un espectáculo curiosísimo y que da la medidado la importancia de la pesca para aquella pobla-ción. En cuanto se divisa á los barcos, todo el lito-ral se pone en movimiento; las rocas y las playas secubren de gente, y un hormiguero humano se aprietay se amontona. Mujeres, niños y viejos corren paraasistir al triaje del precioso molusco y apreciar losresultados de la campaña, que traerá al hogar laabundancia, ó lo dejará en la escasez. Las mujeres»con los brazos en jarras y la fisonomía interrogante,siguen con ojos codiciosos la cuenta de los canas-tos llenos, codicia disculpable en los .pobres; losniños, con los ojos muy abiertos, admiran aquellostesoros con la sencillez de la infancia; los viejosaprovechan la ocasión para recordar el pasado y es-tablecer de paso su superioridad sobre el presente,pues en su tiempo las ostras eran mayores y abunda-ban mucho más; si la pesca es menor, consiste en lamenor habilidad de los pescadores; y contentos dehaberlo así establecido, estirando su encorvadocuerpo, el buen hombre recoge el pedazo de tabacoque había puesto en la gorra para perorar con ma-yor facilidad.

Hablamos antes de la pesca en bancos vedados.Los ingleses son nuestros maestros en este linaje decontrabando; pero no solamente lo son en la pescailícita sus pescadores. Su carácter calculador y frióy su razonador instinto acerca de sus intereses, lespermiten formar entre ellos g%ilds ó corporacio-nes que reúnen sus capitales y reparten con equidadentre los asociados los productos de la industriacomún.

Si fuera de su casa ceden algo al atractivo delfruto prohibido, en cambio en su litoral respetanestricta y religiosamente las disposiciones sobre laveda, en particular en las bahías de Porlland, Fal-

mouth y Swansea; y aun se les halla desembara-zando los pescaderos durante el estío de yerbas yplantas marinas perjudiciales á la producción delbroodó freza. Entre nosotros, al revés, por más ven-tajoso que sea pasar la barredera sobre los bancospara limpiarlos, el miedo á los abusos de los pesca-dores, quienes se aprovecharían de esto para pescarostras fuera del t:empo oportuno, hace que se prac-tique poco.

Tenemos mucho que trabajar para alcanzar ánuestros vecinos; pues el enlodazamiento ha hechodesaparecer las ostras de los bancos de Marennes,Flamencos, Merignac, Lamouroux, Dugnas, Martin-Géne y La Tremblade; pero la gran disminución denuestra producción ostrera proviene de la imprevi-sión, ó, mejor, de la imprevisora avaricia de los ex-plotadores. La fábula de la gallina de los huevos deoro será siempre cierta.

La administración de marina se ha ocupado mu-chísimo de esto, y, gracias á ella, si no se han res-tablecido aún todas nuestras ostreras, á lo menoslas de Arcachon y Canéale dan excelentes resulta-dos, y alimentan, juntamente con cierto número decompras hechas á Inglaterra, los estanques de Loc-Tudy, Canéale, Saint-Wast y Courseuilles, en loscuales la ostra adquiere todo su tamaño y finura an-tes de llevarla al mercado.

Por más satisfactorio que sea este resultado, de-bemos desear más aún, y con nuestra gran exten-sión costanera y un poco de prudencia, pronto de-jaríamos de ser tributarios del extranjero.

El número de barcos pescadores de ostras es: Ar-cachon, 620; Canéale, 100; Granville, 30; Treguier,Lezardieux, Pont-1'Abbé, 700; total, 1.450 embarca-ciones, sin contarlos de la alta Normandía, los cua-les pescan ostras por intervalos.

Suponiendo cinco hombres1 de tripulación porbarco, resultan 7.250 pescadores, cifra respetable;y contando además 12.000 individuos que ganan suvida recogiendo á mano ostras en la marea baja, seve cómo esta preciosa concha es el maná de las po-blaciones de la costa.

El precio de las ostras, por millar, es: 20 á 25francos las de Arcachon; 30 á 35 las de Marennes;60 á 70 las de Pont-FAbbe, Tudy y Canéale; 50 á 60las de Lezardieux; 60 á 65 las de Saint-Wast; 90 á106 las de Dunkerque, y 100 á 110 las de Ostende.

Muchas veces hemos hablado de la freza, y nues-tros lectores habrán comprendido que designamosasi la ostra en su estado embrionario; pero debe-mos exponer los fenómenos de la reproducción delmolusco, asi como decir algo de las tentativas he-chas para regularizar la multiplicación, como tam-bién de la industria ostrera, á la cual debe la ostragran parte de sus buenas cualidades.

Aun cuando colocada muy baja en la escala de

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N.° 95 L. FAÜDACQ. LA PESCA DE LAS OSTRAS. 275

los seres, la ostra obedece como los demás á lasgrandes leyes aseguradoras de la existencia de lasespecies. El mes de Mayo es el de los amores paraella, como para los demás animales habitadores donuestras latitudes; pero estos amores son lo quedeben ser entre personas tan perezosas, y si oca-sionan algunas modificaciones en su organismo apa-rento, comienzan, se desarrollan y concluyen sincausar ninguna revolución los abrazos primavera-les. Las señales distintivas de los sexos están en-tonces más pronunciadas, cuyas señales son, segúnlos pescadores ingleses, una mancha negra, blachsick (negro supremo) en la membrana del macho,y una mancha blanca, rehile sick (blanco supremo)en la de la hembra.

La fase crítica se caracteriza por el tinte lechoso "del molusco, el cual entonces es un alimento, nosolamente malsano, sino peligroso , necesitandodos meses para recobrar sus primitivas cualidades,después de expeler su freza con la figura de un ro-sario blanquecino.

Se lia observado en ostras colocadas cerca de laorilla, que constantemente se verificaba este fenó-meno al comenzar la marea, cuando llegaba el aguatemplada por los rayos del sol y cubría la conchacon unos cuantos centímetros. También se ha ob-servado que los innumerables embriones de la ostraobedecen á su salida de la madre á un movimientoascensional hasta la superficie del agua, bastanterápido, seguido de otro movimiento de descensohacia el fondo. No es dudoso que esta momentáneaviabilidad sea producida por la acción del sol, almenos en parte, y su calor contribuye probable-mente al endurecimiento de la envoltura calcáreadel animal, endurecimiento merced al cual puedefijarse en los objetos del fondo, tales como conchassiejas, piedras ó pedazos de madera. Á las veinti-cuatro horas la envoltura se ha solidificado, y lapequeña ostra recoge en el elemento donde vivelos elementos necesarios para su desarrollo.

Las frezas de cada ostra pueden evaluarse enmás de un millón; pero muchas causas, como la vio-lencia de las corrientes y los fondos infestados deparásitos, particularmente de estrellas do • mar,plaga de las ostras, disminuyen tan exuberantemultiplicación, á lo cual contribuye además la ca-rencia de buenos objetos donde pueda fijarse, lacual es una principalísima causa de aborto. Es ade-más evidente que las frezas de las ostras colocadasá una gran profundidad están más expuestas á pere-cer que las colocadas á una pequeña distancia dela superficie, os decir, en buenas condiciones pararecibir el principio vivificador antes mencionado.

Estas diversas observaciones sirvieron de puntode partida á la ostricultura, cuyos primeros ensa-yos formales tentó el ministerio de Marina en Pri-

mel, Treguier y Paimpol; pero, por error en losprimeros experimentos, sea por mala elección delas estaciones do reproducción, cuyas condicionesquizás no fuesen favorables, dichas tentativas notuvieron éxito. En cambio, en la vasta bahía de Ar-cachon el éxito fue completo y sobrepujó á todaslas esperanzas.

La elección de colectores, ó medios de fijar lasfrezas, empleados en Arcachon, tuvo sin dudagran parte en el maravilloso éxito de la empresa.Dichos colectores consisten en tejas sin cementar,oblongas, superpuestas con orden y entrecruzadasde manera conveniente para formar una especie decolmena. Después del desfrece, cada teja contienede 50 á 200 ostritas, y al cabo de un año se deshacela colmena y se colocan las tejas en encañizadasdonde continúan hasta ser bastante fuertes para serarrancadas y tratadas como las ostras dragadas, esdecir, para ponerlas en el cebadero. Son menestertres años para que adquieran todo su desarrollo ypuedan ser llevadas al mercado.

Los excelentes resultados de la ostrera de Arca-chon, dependientes en su mayor parte de las condi-ciones especiales de aquella bahía, nos hacen creerque deberíamos tomar de nuestros vecinos los in-gleses (sin renunciar por ello á renovar los ensayosen otros puntos) los procedimientos prácticos conayuda de los cuales favorecen la multiplicación yaseguran la conservación de los bancos naturales.De una tolerancia exagerada hemos pasado á unareglamentación excesiva, y la pesca , antes permi-tida en todo tiempo y lugar, ahora no se tolera sinoen dias y sitios designados por la comisión depen-diente del ministerio de Marina. Y sin embargo,está demostrado que jamás es perjudicial dragar enun banco donde no hay freza.

No solamente dragan los ingleses durante el ve-raijp los fondos para desembarazarlos de las malasyerbas submarinas, sino que durante todo el añodejan una parte del litoral abierto á la pesca, enparticular las cercanías del estuario del Támesis;pero el pescador inglés se guarda mucho de con-fundir cuanto sus redes recogen, y cuando cae ensus manos brood ó freza, lo separa con cuidado delculch ó colector natural, concha vieja, piedra óresto, arroja al mar éste y vende la freza á los cria-deros de Wistable, Cukersham, Brickol ó Burnham;éste os el productor de la ostra verde, tan renom-brada y de tan gran consumo. Es evidente que silos establecimientos ostricultores aumentaran, y sitodo nuestro litoral los tuviera, nuestros pescado-res encontrarían salida para la freza recogida, no ladesperdiciarían, y sería posible alargar los interva-los entre las pescas.

El criadero no es solamente el lugar donde se co-locan las ostras para sacarlas eonforme son necesa-

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rias para el consumo, sino mejor el sitio donde, en-contrándose el molusco en las condiciones más fa-vorables de luz y alimento, pierde la acritud carac-terística do las extraídas de los bancos, y adquiero,como hemos dicho, toda su finura, aumentandotambién su volumen.

Kxislcn dos especies de criaderos; los naturales,denominados claires en el país de Maronncs, hoyarruinados, los cuales no son verdaderamente sinoespecies de depósitos colocados, con permiso de laadministración, en cualquier punto del litoral, ycon más frecuencia en la desembocadura de losriachuelos; y los artificiales, sumergidos por mediodo esclusas, y por consiguiente de dispendiosaconstrucción.

Nuestros principales criaderos' artificiales son losde Dunkerque, Dieppe, Courseuilles, Saint-Wast,Canéale, Loc-Tudy, Pont-1'Abbó, Marennes y Ar-cachon.

lista clase de establecimientos consisto en un es-tanque alimentado por un conducto subterráneo, encomunicación con el canal. El estanque lo llenacada veinticuatro horas la marea ascendente, y re-tiene el agua una esclusa. La ostrera propiamente(licliiü, está formada por un muro de circunvalación,construido de ladrillos y de 1,40 •» de altura, yo! suelo está pavimentado, formando pequeños com-partimentos destinados á retener las ostras cuandoel agua salo; varias barreras dividen la ostrera enpartes, y sobre las barreras andan los encargadosde ella.

Todos los dias se abre la esclusa cuando la mareabaja, el agua sale y las ostras quedan en seco;y cuando la marea sube se cierra la esclusa, y por(•I conducto vuelve á llenarse la ostrera.

lil fenómeno notable de adquirir las ostras elcolor verde se obtiene en criaderos con esclusasdo un metro, que dan una altura de 0,80 m de agua,y en ellos la composición química del suelo y1¡) acción del sol colora al molusco en cuatro ó cinco(lias; si se le deja más tiempo se oscurece más.

f.ierlos criaderos no comunican á las ostras colorverdoso sino durante el verano, como las de Soles-bury, en Inglaterra; y otros lo comunican en todasestaciones, como el de Brikel.

Las conchas con color verde son menos saladas,así las pescadas en alta mar como las criadascu ostreras. Se ha observado que las ostras criadas«') trasportadas á los criaderos se convierten enmidas, es decir, pierden sus cualidades reproducto-ras; solamente las de los claires dan freza.

La ostra es extremadamente sensible á las varia-ciones atmosféricas, y su pretendida inmovilidadno es sino relativa. Durante la marea ascendente seapoya en la concha, cuyo interior es convexo, ymientras dura la descendente sobre la plana; cuan-

do hace frió se oculta entre el fango. Su alimentoconsiste en las miríadas de infusorios suspendidosen el agua del mar, y su perpetuo bostezo es elcumplimiento del acto más importante do su orga-nismo, el do comer. A pesar de su continuada co-mida, es susceptible de vivir bastante tiempo fuerade su elemento, sin que parezca sufrir mucho consu ayuno.

El criadero exige muchos cuidados y vigilanciacontinua, siendo la principal ocupación del vigilan-te barrer el limo depositado sobre las conchas porel agua, algo estancada, del mismo. Dicho trabajole consiente examinar el estado de la ostrera, reti-rar las ostras enfermas y las muertas cuya proxi-midad pudiera infestar á las sanas. Por lo respecti-vo á la vigilancia, fácil en los cebaderos artificiales,junto á los cuales hay una casa de guarda, es másdifícil cuando se trata de ostreras naturales ó clai-res, situadas comunmente lejos de las habitaciones,y ofrecen un incentivo al cual resisten con más di-ficultad los amantes de la pesca del prójimo, porcuanto, atendido el elevado precio del molusco,realizan beneficios tan buenos como fáciles.

Los merodeadores, sin cesar vigilantes alrededorde tan excelente pesca, aprovechan las noches os-curas, los tiempos brumosos ó de borrascas paraarrojarse sobre el tesoro submarino; y algunas ve-ces cargan el producto de su robo en barcos, entanto que los autores de la rapiña dan la cambiadaalejándose por tierra. Algunas veces se encarga elcielo del castigo del culpable, oyéndose un grito deangustia lanzado por una desgraciada mujer que,temiendo ser sorprendida, huye precipitadamente,resbala sobre las piedras rodadoras y mojadas, y esarrastrada por la corriente. Este lúgubre episodioha acaecido últimamente en Saudy, donde una ma-dre y una hija han muerto sin poder ser socorridas.

La estadística de los barcos y de las tripulacionesempleados en la pesca de las ostras no da la medidacompleta de la importancia de tal pesca para las po-blaciones marítimas; pues si representa uno de losprincipales recursos para la parte válida y navegantede dichas poblaciones, también proporciona algunosrecursos á una de sus más interesantes partes, lasviudas de los marinos, y son numerosas las viudasde marinos que encuentran en la pesca á pió panpara sus familias en los dias de escaseces. Esta pes-ca á pié es regularmente fructuosa en las grandesmareas.

Las fisonomías, siempre tan características, al-gunas veces tan originales, los tan pintorescos ata-víos de los habitantes de nuestras costas, ofrecen álos artistas interesantes modelos da estudio. Así elpescador del Norte, con su venerable pipa en la bocay metido en unas botas, recuerdo de las del Petit-Poucet, como su cofrade el pescador inglés, con su

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N.° 95 J . V1LAN0VA. EL HOMBRE TERCIARIO. 277

suroi en la cabeza, fumando pausadamente su largapipa, y vigilando con tanto cuidado á la varada desu buíler cuanto á no dejar una gota de wisky en suvaso, los dos presentan tipos dignos de ser repro-ducidos y conservados. El sexo femenino proporcio-na también gran contingente á su álbum, sobre todonuestras graciosas cancalesas con su peinado ex-traño, en particular cuando el viento agita las largasbridas que sirven para alarlo con tanta coqueteríapor sobre aquellas mejillas de sonrosado algo en-fermizo.

L.

Ateneo de Madrid.

CIENCIA PREHISTÓRICA.

v.E L H O M B R E T E R C I A R I O .

Señores: Terminaba la última conferencia dejandoá vuestro buen criterio decidir si era posible encer-rar en los estrechos límites de lo que hasta el pre-sente so ha considerado como historia humana, to-dos los acontecimientos de orden físico y orgánicoque se han realizado en el globo desde que el hom-bre apareció en su superficie. Después de probarcon hechos irrecusables que en treinta y cuarentasiglos las condiciones biológicas terrestres no hanvariado en lo más mínimo, según lo justifican lasplantas y los animales en su respectiva distribucióngeográfica, no es difícil que debamos admitir unespacio de tiempo considerable para la realizaciónde cuantos hechos contemporáneos del hombre ci-tamos, tales como la formación diluvial dentro yfuera de las cavernas; la tobácea ó de caliza incrus-tante, representada principalmente por las capasde estalacmita interpuestas dentro de las cuevasentre los diferentes horizontes de acarreo; la forma-ción de la turba, y los fenómenos de la extinción deunas especies y la emigración de otras entre las ca-racterísticas del periodo cuaternario.

Los cambios han sido mucho más considerables,como es fácil comprender, si esta historia se re-monta, según quieren algunos, hasta el terreno ter-ciario medio; circunstancia que obliga á los queadmiten la existencia tan remota de nuestra especieá decir que esta no era á la sazón como la vemoshoy, sino más bien un ser intermedio entre el an-tropomorfo superior y el hombre. Con efecto, laciencia prueba con datos irrefutables que duranteel terreno mioceno ofrecía ya Europa condicionesfísicas que permitían el establecimiento de nuestraespecie, como la presencia ó hallazgo do instru-

mentos muy toscos de piedra en los horizontes dela molasa ó del falún en Francia parece, en sentirde dos sacerdotes franceses, Bourgeois y Delau-nay, justificar. Esto ha motivado serias discusionesentre los que admiten la procedencia humana dedichos instrumentos y los que la niegan, y mástarde entre los que suponen que aquella especiehumana era idéntica á la actual y los que creen quedebía ser distinta. Fúndanse muy principalmenteestos últimos en el hecho de haberse renovadocuatro veces por lo menos desde el horizonte mio-ceno la vida en el globo, siendo muy difícil com-prender la permanencia de nuestra especie al travosde un espacio de tiempo tan considerable y en el(lúe tantos y tan profundos cambios en lo orgánicohan ocurrido. Partidarios los defensores de estaopinión de la teoría transformista, claro es que,interpretando el hecho con el criterio de su teoríafavorita, la consecuencia lógica había de ser inven-tar un tipo intermedio entre el mono y el hombre,el mismo hombro mudo ó alalus que teórica y fan-tásticamente había sacado á relucir el famoso Haekelen su historia de la creación, al cual atribuyen unosy otros la fabricación de aquellos objetos muy im-perfectos. Sólo con el trascurso do los siglos, aquelmaestro do la humanidad fue paulatinamente mejo-rando en inteligencia y comunicando por trasmisiónhereditaria á sus descendientes las conquistas queiba realizando; hasta que, por último, aquel seudo-hombre llegó á ser hombre completo, dotado ya dela facultad de hablar con soltura, en vez de ladrarcomo el perro, de mugir como el buey y de balarcomo la oveja, como hasta entonces había hechonuestro ilustre ascendiente, y en aptitud también delabrar las hachas y otros instrumentos más perfec-tos que se encuentran entre los materiales de laformación diluvial.

Á*estas extravagancias científicas, por no califi-car el hecho de un modo más severo, conduce, pri-mero, el no querer admitir en la creación del hom-bre la acción todopoderosa de un Dios personal, ysegundo, la obediencia ciega á una teoría fundadatambién en hipótesis, que pretende explicar cómola especie humana ha podido subsistir durante unespacio tan considerable como necesariamente su-pone la aparición, desarrollo y extinción de lasfaunas y floras llamadas de la caliza de la Beauce,del Falún de la Turena, del horizonte plioceno, y,por último, del terreno cuaternario y actual.

Verdaderamente este último dato es el que, enmi concepto, tiene gran significación para el casode que se trata, siendo la remotísima fecha queesto supondría lo que hace vacilar á unos en consi-derar los instrumentos de piedra encontrados porlos curas franceses en el terciario medio, como au-ténticos, ó sea como obra de un ser inteligente, y á

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oíros en identificar al hombre terciario con el ac-tual; pero como esto último venía á robustecer laidea de la trasformacion de otras especies superio-res en la humana, que esta muy por encima de to-das las creadas, de aquí el que se haya aceptado deplano por algunos, no sólo el hombre terciario me-dio con todas sus consecuencias, sino también lasmetamorfosis que hipotéticamente suponen haberexperimentado hasta llegar á lo que hoy es. Agré-gase á este dato la formación durante este inmensoespacio de tiempo de gran número de bancos decaliza terrestre y marina, del íalun, singular depó-sito litoral compuesto de arenas, arcillas, etc., congran número de restos fósiles y de todos los mate-riales que representan el terreno terciario superioró plioceno, cuya potencia llega en Alejandría, Roma,y, sobre todo, en Sicilia, donde la he visto, á ser demuchos centenares de pies y aun do metros.

Encuentro natural que, en presencia de todos es-tos hechos, los defensores del trasformismo nie-guen la contemporaneidad del hombre, tal cual levemos hoy, con los representantes de faunas y flo-ras que desde entonces se han renovado nada me-nos que cuatro ó cinco veces; y siquiera opine quela consecuencia que sacan de tales premisas es atodas luces, si no enteramente falsa, por lo menoshipotética y en manera alguna demostrada con lairresistible fuerza de los hechos, encuentro, sinembargo, que aún es más inadmisible la suposicióná que otros tan destituidos como aquellos de razónapelan, diciendo que para formarse tantos depósi-tos, y para el desarrollo de tantas faunas y ñoras,bosta un corto número de siglos. Y hasta hay escri-tores muy distinguidos entro nosotros (4) que, porel prurito de negar que los restos fósiles que se en-cuentran en la formación diluvial sean humanos,anclan al peregrino y poco ortodoxo subterfugio,de considerar dichos restos como pertenecientes áun tipo de animales perfectamente semejante en elorden orgánico al hombre, sin que pudiéramos lla-marle tal con propiedad, por no haber estado dota-do del espíritu libre, y moralmente responsable, quedistingue principalmente al hombre de los anima-les y le hace semejante á Dios, en cuanto que com-prende el bien, lo practica y acumula méritos ó de-méritos, según usa ó abusa de sus dotes. Aquel tipoanimal, continúa el mismo, hubiera sido como elpreludio del hombre, y habría desaparecido con elperíodo cuaternario; caso que se le distinga de laépoca actual, habría poseído cierto instinto ó ciertogradó de inteligencia para servirse del pedernal ensus guerras y cacerías, y aun para prepararle algúntanto, como otros animales hacen, otras cosas ma-ravillosas que vemos y no podemos explicar cómo

(1) Sr. Caminero, de Kioaeco, y otros.

saben hacerlas; y, en fin, á individuos de ese tipopertenecerían los que se tienen por fósiles humanosy restos de la industria del hombre. Ni habría tam-poco dificultad, añade el mismo, en que hubieranexistido otros hombres antes de Adán, extinguidospor completo en la catástrofe que puso fin al perío-do anterior á la humanidad presente, y de quienesno se puede decir, por falta de dalos, que fueran óno exactamente iguales á nosotros, como no sea enlo relativo á la naturaleza física. Verdad es que laIglesia, fundada en la Biblia, rechaza el error de lospreadamitas ó coadamitas, pero es en la hipótesisde que coexistieran algún tiempo con la humanidadpresente y formaran parte de ella: mas en la hipó-tesis que ahora presentamos, esos hombres anterio-res á Adán habrían desaparecido por completo an-tes de ser criado por Dios el primer padre de la hu-manidad actual, pecadora en Adán, y en Cristoregenerada, por lo cual no habló en particular elGénesis, confundiéndolos con las distintas especiesde animales.

Siempre se ha dicho, señores, que los extremosse tocan; pero pocas veces se ha visto este princi-pio axiomático tan plenamente confirmado como enel caso presente. Con efecto, la solidaridad, y casipudiera decirse identidad de consecuencias que sa-can los más acérrimos partidarios de la descenden-cia animal del hombre y los más intransigentes de-tractores de la ciencia prehistórica, queda con lodicho plenamente demostrado: aquellos no quierenadmitir que el hombre, tal cual lo vemos, haya sidocontemporáneo de las faunas y floras que desde suexistencia han hermoseado la superficie terrestre;y para ello inventan caprichosamente un ser inter-medio que llena el inmenso vacío que ellos mismosreconocen existe hoy entre nuestra especie y lasde los mamíferos á ella más próximos, con lo cualse quedan tan satisfechos, creyendo, tal vez debuena fe, no sólo haber dado solución á la extraor-dinaria longevidad del hombre, si se admite su pre-sencia en el terreno terciario, sino también unaconfirmación plena de su teoría favorita, tan favo-rita en verdad, que anubla por completo su cla-rísima razón. Y lo más singular del caso es, queestos señores que se califican á sí mismos de po-sitivistas, cuyo credo consiste en rechazar todoaquello que no entre por sus sentidos y que sea sus-ceptible de comprenderlo su reconocido talento, mi-rando con ojos por lo menos de piadoso desden álos que admitimos algo que huela ó sepa á sobrena-tural, no sólo se evitan la molestia de demostrarcon hechos los atrevidos principios que sientancomo base de su razonamiento, sino que á sabien-das parten de hipótesis que el común sentido y lasmás ligeras nociones de ciencias naturales recha-zan. ¿Por dónde, si no, saben que existió el hombre

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N.° 95 .7. V1LANOVA. EL HOMBRE TERCIARIO. 279

mudo, cotorra imitadora más tarde do los ruidosnaturales y de los sonidos producidos por los ani-males sus compañeros, tosco y grosero fabricantede los primeros instrumentos de pedernal? ¿Podráesto tomarse en serio y servir de base á ningunacontroversia fundada en verdaderas y sólidas razo-nes científicas en pro y en contra, siquiera siemprede buena fe expuestas?

Hé aqui el laclo positivista de la cuestión, desti-tuido por completo de fundamento, y hasta si sequiere de seriedad; veamos ahora cómo concuerdacon este modo de discurrir el de la escuela opuesta,enemiga declarada de los estudios prehistóricos,precisamente por las exageraciones en que algunospartidarios incurren y en las que, sin querer, tam-bién ellos mismos caen.

Por no querer admitir la existencia del hombrefósil, apelan estos señores á la existencia de un tipode animales perfectamente semejante al hombre entodo lo orgánico, pero distinto de él por no hallarsedotado de razón y no ser moralmente responsablede sus actos; es decir, exactamente se apela almismo ser intermedio entro el hombre y la bestiaque admiten Hackel, Mortillet y otros muchos. Pero,señores, ¿tan profundos son los conocimientos ana-tómicos de estos flamantes naturalistas, que del sim-ple examen de un hueso deducen si perteneció á unser libre y consciente, ó, por el contrario, si formóparte de un irracional primo hermano de aquél? So-bre que esto huele á materialismo puro, ya que paradistinguir la inteligencia y responsabilidad moral delhombre de otro sor separado de él por un abismoinsondable, como hoy mismo reconocen los mismosDarwinistas, sólo se apela á distinciones incompren-sibles entre partes materiales, prescindiendo porcompleto del alma ó espíritu que distingue á nues-tra especie, encuentro en el modo de discurrir deestos nuevos paladines la prueba clara y evidentede la carencia de verdaderos conocimientos en lamateria, y que, á falta de datos verdaderos, se.apelaá la invención de hipótesis destituidas, no sólo defundamento, sino hasta de lo que pudiera llamarsebuen sentido, ya que por combatir las exageracio-nes de los prehistóricos positivistas, que niegan laintervención del Supremo Hacedor en la creacióndel hombre, incurren ellos en el mismo ó idénticodefecto. Y como que ni aquellos saben nada, al me-nos que haya entrado por sus sentidos, relativo alhombre mudo, anterior al dotado de palabra, ni éstospueden distinguir los huesos fósiles del tipo animalque precedió de los verdaderamente humanos, y lamejor prueba es que no lo hacen, cae por su basetodo el razonamiento fundado en ambas escuelassobre meras y fantásticas hipótesis.

Una sola diferencia veo en ellas, y es que Morti-llet y Hackel tratan de explicar con su singular teo-

ría la presencia del hombre en el terreno terciario,al paso que Caminero y los que le siguen rechazanhasta los huesos fósiles diluviales que, aunque hu-manos, no creen ser ó haber pertenecido sino al ru-dimento de hombre, en manera alguna al hombreya perfecto, consciente y libre.

Después de lo que se acaba de exponer, bastaráun poco de ciencia serena, pura y no obcecada porprejuicios en este ó el otro sentido determinados,para poner las cosas en su verdadero lugar.

Con efecto, respecto del hombre terciario, todocuanto hoy se diga es aventurado, por cuanto faltandatos y común acuerdo para admitir ó rechazar deplano su existencia. Bol mioceno sólo conocemos,y he visto, instrumentos de pedernal, acerca decuya verdadera significación ya os he dicho repeti-das veces no están acordes las primeras autoridadesarqueológicas de Europa. Pero supongamos por unmomento que mañana sé descubren pruebas irrecu-sables de su existencia, tales como huesos de suesqueleto y objetos auténticos salidos de sus ma-nos. Entonces será cosa de examinar detenida yminuciosamente dichas piezas justificativas del pro-ceso, y si del examen resultara que realmente loshuesos eran humanos y humana también la indus-tria , no veo inconveniente en admitir el hecho,cualesquiera que fueran las consecuencias respectoá su antigüedad. Se dice que entóneos nuestra es-pecie habria sido contemporánea de cuatro ó cincofaunas; pero sobre que el hecho no es enteramentenuevo en los anales de la paleontología, ¿se olvidaó podemos por ventura olvidar que el hombre hubode ser desde su origen superior á todos los soresde la creación, como dotado de ese destello de ladivinidad que se llama inteligencia, que es lo quepone un abismo entre nosotros y los animales másperfectos? Aunque el hecho en si, el dia que exista,no.'ss frecuente en la historia de la vida en el globo,no me parece tampoco ser tan extraordinario quemotive por sí solo la creación de hipótesis tan in-fundadas como las que acabo de exponer y co.m-batir.

En cuanto al hombre cuaternario, no sólo existepor sus obras, sino muy especialmente por el ha-llazgo de sus restos asociados á los de otros seres,unos y otros en estado fósil, sin que haya hoy ana-tómico tan hábil que se atreva á deslindar las pre-tendidas y no probadas diferencias entre el hombreverdadero y el preludio de hombre. Nuestra es-pecie se ha formado toda ella á la vez, saliendo delas manos del Creador tan perfecta como lo han sidotodas, sin que ninguna haya necesitado de bocetosó tanteos, sólo propios délas obras humanas;y si no,que so demuestre lo contrario con hechos irrecusa-bles, y no con razonamientos más ó monos sutiles ycapciosos. Trabajo le mando al que en serio quiera

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REVISTA EUROPEA. -1 9 DE DICIEMBRE DE ' 1 8 7 5 . N.° 9 5

acometer tamaña empresa, y hasta me atrevo á ase-gurarle un fatal desengaño, aunque para ello acu-mulara el saber de todos los paleontólogos anterio-res y actuales, y se tome tanto tiempo como el queinedia entre la época actual y la de la aparición delhombre en la tierra.

JUAN VILANOVA.

T Diciembre 1375.

MISCELÁNEA.

3S1 vivero de cangrejos de Roscoff.El vivero de Roscoff es, sin duda, uno de los más

curiosos que se han establecido en estos últimosliempos, formando una inmensa concha que notiene menos de KiO metros en todos sentidos. Giór-í'ítnlo sólidos muros de manipostería, entre los quese mantiene á cierta altura el agua de mar á mareabíija. Cuando sube la marea sube también el nivelde la concha, penetrando el agua por aberturasguarnecidas de rejas de hierro para renovar pe-riódicamente la del vivero. Las rejas son bas-Ini'te espesas para que no puedan escapar los pe-ces aprisionados en la concha, pero lo suficiente-mente claras para que estos puedan experimentarla influencia de las mareas como si se encontrasenen libertad.

Todas las semanas llegan barcos pescadores pro-cedentes de Las costas, sobre todo de las inmedia-tas á Brest, llevando peces á la concha. El 4 deJulio presenciamos la introducción de 1.300 cangre-jos y langostas en el vivero. Este numero se elevafrecuentemente á 2.000. Diariamente algunas bar-quillas pescadoras llevan ISO ó "200 cangrejos, segúnson más ó menos favorables las circunstancias. Pá-gase á los pescadores á razón de tres á cuatro y me-dio reales por cangrejo.

Los crustáceos están destinados á alimentar losmercados de las grandes ciudades, sobre todo del'uris, que compra anualmente al vivero de Roscoff3(1.000 cangrejos ó langostas. Bélgica hace tambiéndemandas considerables, frecuentemente de 1.S00piozas á la vez. Rusia y Alemania se surten tambiénde este vivero, que se vacía y se llena constante-mente.

El vivero de Roscoff contiene de ordinario de2;>..000 á 30.000 cangrejos, y un número casi igualde mújoles (1) y de otras especies de peces'queprosperan allí admirablemente. Este considerablenúmero de animales marinos necesita abundantealimentación, consistiendo esta principalmente encongrios y lijas do que se muestran ávidos los can-grejos. Estos son extraordinariamente voraces, y

(1) Este delicioso pescado se encuentra en el Mar Menor, provincia

de Murcia, siendo de una calidad exquisita y muy superior a' de la

minina familia que se coge en el Mediterráneo. Un vivero bien organizado

para la explotación del mujol en el cit ado Mar Menor, darla excelentes

resultados. El miíjol del Mar Menorapénas se conoce fuera do la provin-

cia de Murcia y es un pescado que rivaliza en delicadeza con «1 salmón.

^N.del T.)

á veces se traban entre ellos terribles combates.Para impedir que se maten, se les coloca una barritade madera entre las pinzas, y, no obstante esta pre-caución, las matanzas son frecuentes y se recogenen la superficie del agua cangrejos gravementemutilados, que se llevan á viveros especiales, paravenderlos en seguida en las inmediaciones, porqueno podrían soportar en este estado largos viajes.

La explotación del vivero de Roscoff está llamadaá adquirir considerable desarrollo, y la sociedadpropietaria ha empezado á construir otra concha,destinada exclusivamente á los mújoles y otros pe-ces comestibles que abundan en las costas de Bre-taña. Según datos que hemos recibido, los peces sehan encontrado en abundancia dentro del vivero deRoscoff, sin que nadie los haya llevado á él: proba-blemente habrán crecido dentro de la concha des-pués que las mareas les hayan hecho pasar por lasrejas, y no habrán podido escapar cuando ya hayanadquirido cierto desarrollo.

A la hora de ponerse ei sol, los cangrejos acumu-lados en el vivero se entregan á caprichosos juegosen la superficie del agua, y nada tan curioso comover aquellas innumerables legiones de crustáceoslanzándose violentamente unas sobre otras, ó col-gándose, formando verdaderos racimos vivientes, enlos muros de la concha.

(La, Nature.)

Expediciones suecas á las regiones árticas.El profesor Nordonskjaeld, infatigable explorador

sueco de las regiones árticas, verifica actualmenteuna expedición á Nueva Zembla y el mar de Kara,la cual costea enteramente Osear Diekson de Got-tenburgo. El jefe Nordenskjaeld tiene á sus órdenesdos botánicos, Kyellman, que formó parte de la ex-pedición al Spitzberg en 1872 y 73, y Lundstrom,dos zoólogos y una docena de balleneros noruegos.Navegan en el yacht Praeven, mandado por el ca-pitán Isakscn, conocedor de los mares polares.

Salidos de Tromsae, en Noruega, el 8 do Junio, soconoce su llegada á la costa occidental de la NuevaZembla el 22 del mismo mes, según cartas publica-cadas por los periódicos suecos. De allí marcharonhacia el Norte hasta el estrecho de Malochkin, elcual no pudieron pasar por causa de los hielos, ydescendiendo al Sur, llegaron al estrecho de Karael 2S de Julio, sin poder tampoco abrirse paso porentre los hielos flotantes; por fin, el 3 de Agostopudieron penetrar en el mar de Kara, ya casi des-helado, por el estrecho de Yugof. A la salida de lascartas iban á dirigirse á la isla Blanca, donde dossabios de la expedición permanecerán, mientras losdemás continúan su camino hacia el Nordeste.

Nordenskjaeld se propone llegar á la desemboca-dura del Obi ó del Tenissei, región célebre porlos mammuths fósiles, conservados enteros por elhielo, y otros restos prehistóricos; remontará unode estos dos grandes rios, y volverá por tierra áSuecia.

El Praeven regresaría á mediados de Setiembre.Los expedicionarios han reunido gran número deobservaciones interesantísimas concernientes á lazoología, la botánica y la geología.