proposicion marxismo hegeliano alta

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  • 8/12/2019 Proposicion Marxismo Hegeliano Alta

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    PROPOSICIN DE UN MARXISMO HEGELIANOCARLOS PEREZ SOTO

    Compaera, compaero: este texto es gratis.No aceptes pagar por l si no ests seguro de quecon eso beneficiars alguna causa progresista.

    Para imprimir y distribuir ms de 20 ejemplares, terogamos escribir a [email protected]

    Publicado bajo licencia Creative Commons (CC BY-NC-ND): este texto

    puede ser copiado y distribuido libremente siempre que se mencione la fuente;no puede ser alterado, ni usado con fines comerciales

    Segunda edicin: Julio 2013Edicin y diseo: Yovely Daz Cea

    Editada de acuerdo a las convenciones de lectura fcil disponibleen: www.lecturafacil.net

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    Proposicin

    de un MarxismoHegelianoCarlos Prez Soto

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    Este libro ha sido posible sobre todo gracias a las movilizaciones estudiantiles de

    2011, que conmovieron la rutina politiquera en todo Chile, y abrieron un espaciovital y renovador para la autntica poltica. En ese contexto tuve el privilegio departicipar en decenas de mesas redondas, charlas y dilogos con estudiantes encolegios, liceos en toma y universidades en paro en Santiago y en muchas ciu-dades de Chile. La inquietud por discutir sobre educacin se extendi casi siemprea la crtica mucho ms amplia al sistema neoliberal y al vergonzoso papel de laConcertacin que durante veinte aos prometi el arco iris con el nico resultado

    de destruir los sistemas pblicos de educacin y salud, desnacionalizar las rique-zas bsicas, privatizar el agua, la electricidad, las comunicaciones, los caminos eincluso las crceles. Desde esa crtica contingente muchos estudiantes pasarona la pregunta por las teoras polticas y los elementos doctrinarios que pudieranfundamentar una accin poltica de ms largo aliento. Los colegios y universidadesse llenaron de colectivos anarquistas, las juventudes de los partidos y mltiplescolectivos marxistasvolvieron a aumentar notoriamente sus militantes, muchosestudiantes, quizs la mayora, se acercaron a colectivos que se hicieron llamar,

    de diversas formas, autnomos, desconfiados de la poltica y la teora tradicional.Como nunca antes en este pas abundaron los colectivos de estudio y las iniciativasde educacin y discusin terica. Es en ese ambiente, de cara a esas discusiones,que he escrito completamente de nuevo este libro. Por eso est dedicado enprimer lugar a los estudiantes contestatarios y a sus esperanzas.

    En esta amplia cultura de discusin estudiantil quizs una de las organizacionesms grandes, consistentes, y de mayor proyeccin, es la Universidad Popular

    de Valparaso. Gracias a una invitacin de los compaeros que forman su ncleoorganizativo, pude dictar seis sesiones, en Septiembre y Octubre de 2012, sobreLa idea de lucha de clases en el marxismo. En estas sesiones pude completar eldesarrollo que haba iniciado en Enero de 2012, en cuatro jornadas sobre el mismotema, invitado por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades de laUniversidad de Chile. Muchas de las ideas contenidas en este libro proceden de laelaboracin a que me vi obligado ante las preguntas crticas de estos estudiantes.

    Agradecimientos

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    Agradezco tambin a la Universidad ARCIS, en que he mantenido durante

    muchos aos el nico curso regular, en un currculum universitario, que se dictaen Chile sobre las concepciones de Marx como conjunto, y a los estudiantes de laEscuela de Sociologa, que cada ao aportan las inquietudes que hacen que esecurso vaya viviendo y acumulando nuevas reflexiones. Agradezco, en particular,a la Editorial de la Universidad ARCIS, en que apareci la primera edicin de estelibro, por las facilidades ofrecidas para el cambio de casa editorial en esta segundaversin. De manera correspondiente, agradezco la acogida de Silvia Aguilera y

    Paulo Slachevsky, de Editorial LOM, y la amable paciencia con que han aceptadopor aos mis vanidades y urgencias.

    No habra podido escribir y completar este libro, en medio de las tribulacionesde la docena de cursos universitarios que hago cada semestre, si no fuese por laenorme admiracin que siento por Dolores Aguirre (Perot Ching), a quien amo,contra toda prudencia y cuidado. Una gran parte de los nfasis y de las esperanzasque contiene provienen directamente de su sonrisa.

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    ndice

    Prlogo Segunda EdicinPrlogo Primera Edicin

    Introduccin 1. Privilegio del trabajo material

    2. Nuevas formas de dominacin: paradojas

    3. Un fundamento doctrinario

    I. Economa Poltica1. Diferencias epistemolgicas

    a. El contexto

    b. Las diferencias

    2. Teora del valor

    3. Teora de la explotacin capitalista

    a. La apropiacin de plusvala

    b. La re-produccin del capital

    c. La crisis capitalista

    4. Las diversas crticas al capitalismo

    a. Ventajas epistemolgicas

    b. Crticas conservadoras

    c. Crticas liberales

    d. Crticas socialistas

    e. Marx f. Crticas anti capitalistas posteriores a Marx

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    II. Sociologa Poltica1. Diferencias epistemolgicas

    a. Diferencias epistemolgicas b. Anlisis de clase y anlisis de estratificacin

    2. Teora de las clases sociales

    a. Explotacin, dominacin, opresin

    b. La lucha de clases

    c. La clase dominante

    3. Clases y estratos

    a. Burgueses y capitalistas

    b. Burcratas y oficinistas

    c. Enemigos reales, aliados potenciales

    4. La consciencia de clase a. Premisas filosficas

    b. Consciencia como mente y consciencia como actos

    c. Certeza, consciencia y autoconsciencia

    d. Consciencia emprica y consciencia de clase

    APARTADO: BREVE NOTA SOBRE EL CONCEPTO DE IDEOLOGA

    III. Teora Poltica1. Teora Poltica y tcnica acadmica

    2. Sujeto revolucionario y movimiento popular

    3. La idea de revolucin

    a. Revolucin y revuelta b. Revolucin y reforma

    c. La violencia poltica

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    4. El horizonte comunista

    a. Una idea post ilustrada de comunismo

    b. Una larga marcha, sustantiva c. Horizonte estratgico, poltica real

    IV. Cuestiones de Fundamento1. Una filosofa marxista

    2. Teora de la enajenacin

    3. Dimensiones pre capitalistas del valor

    a. Deseo y valor en general

    b. valor y mercado

    c. Mercados pre-capitalistas

    d. Valor pre-capitalista en el capitalismo

    e. Reduccionismo causal y unidad explicativa

    4. Una concepcin materialista de la historia

    a. Historiografa, historia, filosofa de la historia

    b. Una filosofa marxista de la historia

    c. La idea de modo de produccin

    d. Formas generales del trabajo y formas ideolgicas

    V. AnexosI. Sobre la relacin entre Hegel y Marx

    II. Cuestiones de mtodo

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    Cmo pueden los marxistas contribuir al movimiento social en alza, a las luchaspor la educacin, por la salud, por recuperar nuestras riquezas bsicas? Es obvioque, en tanto ciudadanos, podemos hacerlo sumndonos a sus mltiples manifes-

    taciones, promoviendo organizacin y programa. Como trabajadores, pobladores,como estudiantes, como discriminados de etnia y gnero. La cuestin, sin embargo,es cmo podemos aportar en tanto marxistas, recogiendo y proyectando aquelloque tenga de valiosa la enorme y compleja herencia de la que somos portadores.

    En principio, marxistas significa deudores de la obra de Carlos Marx. La reali-dad histrica y terica, sin embargo, es mucho ms compleja que esa asociacinsimple. Por un lado la obra de Marx contiene una voluntad poltica abierta, dis-puesta a recrearse y adaptarse todo lo que sea necesario para llevar adelante lo

    que es su propsito manifiesto, la construccin del comunismo. Por otro lado,se han llamado a s mismos marxistasa lo largo de ms de un siglo innumera-bles movimientos polticos, bajo las realidades ms diversas, y con todo tipo deconsecuencias histricas. A nadie le cabe ninguna duda ya que muchos de esosresultados estn muy lejos de lo que es posible atribuir a la voluntad histrica queMarx pretendi encarnar.

    Los marxistas no slo estn en el movimiento social en virtud de su voluntad

    radical y sus desarrollos conceptuales. Estn all tambin, de manera inevitable,por su historia, llena de luces y sombras. Esto hace que la pregunta por su eventualaporte sea ms compleja, menos inocente que, por decir algo, la pregunta por elaporte de los nuevos movimientos, movidos por las nuevas maneras de enfrentarlas viejas y nuevas miserias del mundo de la opresin.

    Ante esa complejidad, muchas veces, he propuesto un corte simple, drstico yclaro: para los que luchan el futuro es mucho ms importante que el pasado. Los

    revolucionarios no deben tener pasado, no estamos aqu porque seamos espera-dos, o porque seamos herederos de algo. Estamos en lucha por la injusticia, por

    Prlogo segunda edicin

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    la explotacin, por la violencia institucionalizada. Slo cuando hayamos triunfadopodremos contar, entre nuestras glorias y trofeos, con el derecho de construir unpasado. La tarea de la voluntad revolucionaria es vencer, terminar con la lucha de

    clases. En esa tarea el pasado puede ser una bandera, pero no debe convertirseen un peso. Es ahora, pensando en el futuro, que la voluntad puede encontrarsus caminos.

    Invariablemente, desde la lgica de la nostalgia y la derrota, se me ha objetadoque los pueblos no pueden vivir sin historia. Que el pasado debe servirnos paraaprender lecciones y trazar caminos. Estoy completamente de acuerdo con laprimera afirmacin: forma parte de la identidad de un pueblo tener, y esgrimir

    como bandera, una historia, la que ha construido luchando. Difiero, en cambio, demanera sustantiva, de la segunda: las condiciones econmicas y sociales en quese desenvuelve el rgimen de explotacin imperante, en el siglo XXI, son sustan-tivamente distintas a las que enfrentaron los marxistas del siglo XX. No se puedeoponer una concepcin poltica pensada para la explotacin fordista a las formasde explotacin y dominio de la sociedad post fordista. La burguesa ha hecho sutarea, la burocracia altamente tecnolgica tambin. Han transformado sus mediosde dominacin y las formas concretas de la explotacin de una manera revolucio-

    naria. Los marxistas no hemos asimilado esos cambios de manera suficiente. Laburguesa y la burocracia han tenido, respecto de sus objetivos de clase, empujadaspor sus propias dinmicas internas, una actitud y una flexibilidad revolucionaria quenosotros, que nos envanecemos de serlo mientras en realidad no lograrnos salir dela bancarrota de la Tercera Internacional, no hemos logrado alcanzar.

    Las lecciones del pasado no son muy tiles ante una realidad dramticamen-te distinta. Y su inutilidad se manifiesta en que, cuando tratamos de precisarlas,

    no logran pasar del nivel genrico y abstracto de la moraleja. Y se manifiestatambin en el rasgo ya centenario, arraigado y perverso, de que los marxistasnos hayamos acostumbrado a discutir mucho ms con la izquierda que con laderecha. Nos hemos acostumbrado a poner mucho ms entusiasmo, y encono,en discutir precedentes, situaciones histricas pasadas de las que pretendemosextraer analogas o, peor, meros textos, que se suponen mgicamente clsicos,en lugar de mirar la realidad directamente y pensar, desde ella, cmo se constru-yen los caminos del futuro.

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    Los marxistas podemos aportar al movimiento social de manera creativa yconsciente si logramos salir de la rutina de la autocrtica machacona, que sloencuentra defectos entre nosotros y se extasa en las virtudes del enemigo. Si

    salimos de la rutina del recuento, de la nostalgia, de la moraleja sobre los tiemposidos. Si dejamos de vanagloriarnos de los triunfos pasados, siempre acompaadosde las correspondientes derrotas, y empezamos a pensar ms sobre los deberespresentes. Si dejamos de reproducir y comentar textos escritos para otras si-tuaciones histricas y empezamos a producir los textos y las acciones que sonnecesarias para esta.

    Pero no slo romper con todo el pasado que va desde Engels hasta las miserias

    del post altusserianismo (por mucho que mantengamos las banderas construidasentonces, como eso, como banderas). No slo romper con la miseria que fueronlas dictaduras burocrticas que modernizaron pases bajo el nombre de socialis-tas slo para terminar ahogadas bajo la lgica ms clsicamente capitalista. Sinotambin posicionarnos en medio de un movimiento social extraordinariamenteamplio y diverso, que nos excede muy ampliamente.

    Es necesario asumir que los marxistas no somos los nicosprogresistas, nosomos toda la izquierda, no somos los nicos revolucionarios. Nunca lo hemossido. Asumir que la enojosa e intil querella acerca de quines seran los mejoresizquierdistas olos mejoresrevolucionarios slo ha producido, durante ms decien aos, la permanente tragedia de izquierdistas y revolucionarios luchandogrotescamente entre s, para regocijo del enemigo. Asumir que el marxismo,como una ms entre las muchas formas de la voluntad revolucionaria, tiene algoque aportar a un movimiento que slo puede pertenecer al conjunto del pueblo,sin ms credenciales que la verosimilitud de sus razones y la eficacia de sus ini-

    ciativas polticas.Lo que los marxistas pueden aportar de manera especfica, junto a su volun-

    tad y esfuerzo poltico prctico, es una elaboracin doctrinaria. Una teora sobreaspectos importantes, o incluso cruciales, de la realidad. Una construccin argu-mental que puede organizar las razones y vertebrar el discurso de las iniciativaspolticas concretas que se propongan un horizonte estratgico. Puede aportar unfundamento racional a lo que la voluntad ya sabe a travs de sus indignaciones, a

    lo que la voluntad ya tiene en su potencia creativa.

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    Lo que el marxismo puede aportar deriva de manera directa de los escritosde Carlos Marx: su crtica del capitalismo, su idea de la lucha de clases, suconcepcin de la historia. No se trata de una teora general, que abarque todos

    los aspectos de la realidad. Tampoco se trata de una doctrina que slo cabe apli-car, como si su verdad concreta estuviese decidida ya desde la pluma de Marx.Se trata de ideas fundantes, que en el campo emprico pueden ser contrastadasexitosamente hasta el da de hoy, como lo muestra la crisis econmica global, y enel orden de los principios constituyen opciones plenamente vlidas para el anlisissocial y las perspectivas polticas de tipo estratgico.

    Lo que se puede desarrollar como aporte marxista hoy es la plena extensin

    de esos fundamentos y principios a la realidad imperante, considerando siemprecomo una buena parte de su fuerza las diferencias epistemolgicas que distinguentan profundamente la crtica de Marx de la deriva de las Ciencias Sociales haciael marasmo de la reproduccin acadmica, hacia el oficio de la legitimacin delpoder, hacia su progresiva burocratizacin.

    Pero tambin, y es necesario considerarlo como un aspecto central, el marxis-mo puede aportar al movimiento social con la idea de que un horizonte comunistaes posible, es decir, la idea motriz de que el contenido de la voluntad revoluciona-ria no es sino el fin de la lucha de clases, la construccin de un mundo en que laexplotacin y la opresin ya no sean necesarias. Derivado de su concepcin de lahistoria, apoyado fuertemente en la realidad del desarrollo material alcanzado porla sociedad humana, el horizonte comunista aporta el gran espritu comn bajoel cual las mltiples luchas, plenas de diferencias locales y temporales, puedenaunarse en una gran red de opositores que, en buenas cuentas, lo que piden no essino que los seres humanos puedan gozar por fin de manera justa de las riquezas

    que han sido creadas socialmente, de la abundancia que ha sido creada por todos.En la primera edicin de este libro me interes sobre todo mostrar que un

    fundamento filosfico distinto al que es habitual podra facilitar y potenciar unaversin argumentativa y contempornea del marxismo, ms adecuada a la crticade una sociedad altamente tecnolgica. Exactamente al revs que en la marea delos mltiples kantismos que animan la progresiva burocratizacin de las CienciasSociales, propuse que una lectura de Marx hecha a travs de un uso intensivo e

    instrumental de la lgica hegeliana podra mostrar las ventajas epistemolgicasdel anlisis marxista respecto de las vertientes predominantes del anlisis social,

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    y fundar de mejor manera su carcter de crtica esencialmente, y antes que nada,poltica.

    Me interesaba un marxismo argumentativo, en que se pudiera distinguir con

    cierta claridad entre premisas, desarrollos y consecuencias tericas, un marxismoajeno a los emplazamientos morales simples al interlocutor, en que se pueda dis-tinguir con claridad la herramienta propiamente analtica de la propaganda, unadiferencia que, empujados por la pobreza de la prctica, desgraciadamente se fueperdiendo progresivamente en la tradicin, sobre todo en la segunda mitad delsiglo XX. Por eso organic el conjunto de la argumentacin desde sus premisasfilosficas, obteniendo de ellas las consecuencias que pudieran oficiar como pre-

    misas de los aspectos econmicos, sociolgicos e histricos. Primero una teorageneral de la enajenacin, desde all una teora general del valor, desde ella unateora general de la explotacin. Desde ese orden, la pretensin era luego pre-sentar la explotacin capitalista como un caso particular, y abrir la posibilidad deconsiderar a la dominacin burocrtica como una nueva vuelta en el ciclo histricode las sociedades de clases.

    Es un orden de premisas y consecuencias posible y coherente. Pero tambinproducto de un momento poltico y social determinado. Lo que me importaba,por un lado, era la plena viabilidad y legitimidad del marxismo en el mbito de ladiscusin acadmica. Por otro, el asunto crucial que me pareca, y an me parececentral, era elaborar herramientas que permitieran entender el altsimo grado delegitimacin y hegemona alcanzada por el pensamiento burgus tras la derrotadel socialismo, y particularmente en nuestro pas. La anomala, absolutamentecontingente, de la que surgieron la mayor parte de mis opciones era la enormeestabilidad poltica que haba alcanzado Chile a lo largo de veinte aos de admi-

    nistracin de un modelo del que, paradjicamente, todos estaban de acuerdo enpresentar como uno de los ms violentamente explotador y opresivo del mundo.Quera ir ms all de la explicacin simple hasta lo simpln que achacaba todos losmales de esta estabilidad poltica a la dictadura, a un supuesto temor histrico,de dimensiones casi sobrenaturales que los chilenos habran adquirido tras losaos del terror dictatorial.

    Por un lado la abdicacin casi completa y general de los intelectuales que co-

    quetearon con el marxismo durante los aos ochenta y noventa, que aparecanahora uniforme y rutinariamente revestidos de las retricas post modernas, por

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    otro lado la simplicidad populista de los intelectuales que criticaban esta estabilidadpoltica a partir de fenmenos coyunturales, de manas consumistas, temores ytraumas heredados, o buscaban negarla apostando de manera algo dramtica al

    ms mnimo asomo de protesta social, para diluirse y luego volver a entusiasmarsecon el siguiente. Populismo, ms de algn mesianismo algo evanglico en tornoa los pobres o los marginados, falta de desarrollo terico realmente profundo y,por lo mismo, realmente radical.

    La crisis internacional, el agotamiento de las ilusiones sostenidas en el endeuda-miento masivo, la parlisis de la pobreza poltica y la farndula electoralista entredos grandes bloques que representaban lo mismo, la corrupcin y la soberbia de

    los corruptos que entregaron el pas al capital trasnacional, que gobernaron parala banca y para los grandes empresarios y an tienen cara para decir que no tienennada de qu autocriticarse, han abierto por fin un nuevo ciclo de luchas del pueblochileno, y es necesario responder a ellas proponiendo, haciendo tambin la tareaparticular, local, pero necesaria, como tantas otras, de la teora.

    Para este tiempo, para estas luchas, la parsimonia de la fundamentacin filo-sfica ya no es suficiente, aunque siga siendo necesaria. Es necesario apuntar msdirectamente a las contradicciones que constituyen el centro de nuestras luchas.Es necesario poner una vez ms como premisa esencial el movimiento polticoreal, el de la voluntad de cambios, y poner la teora al servicio, como un elementoms, de esa centralidad.

    Mi tarea, como aficionado a la filosofa, es el orden de los fundamentos. Conmucho ms elementos y claridad que la que pueda desplegar, los buenos econo-mistas marxistas que tenemos en este pas harn lo suyo, como lo han estadohaciendo, en la penumbra del mundo acadmico cooptado por la Concertacin,

    durante tantos aos. Los socilogos jvenes, que quieran escapar al burocratis-mo y a las lgicas de la reproduccin acadmica, harn lo suyo. Los trabajadoresy jvenes estudiantes en el mbito de la salud, de la educacin, del arte, se hanpuesto a producir saber y valiosos elementos de anlisis, al calor del movimientosocial, dndole una nueva vida a la tarea intelectual en Chile.

    Es por esto, en este marco, que me ha parecido que esta segunda edicin tieneque invertir el orden de las premisas, y desarrollar con ms detalle los aspectos

    ms polticos de la reformulacin del marxismo que propongo. He vuelto a una

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    intuicin original, contenida en la lgica en que Marx desarroll su labor teri-ca: desde el mbito de lo econmico hacia el mbito de lo social, desde esaspremisas sociales a la reconstruccin de una lgica histrica, teniendo presente

    esa reconstruccin histrica global una explicitacin de las premisas filosficasque dan cohesin y coherencia al conjunto. No creo que haya en esa secuenciaargumental un contenido particularmente de fondo e ineludible. Me parece msbien una cuestin formal, que tiene que ver con el orden de la presentacin, noesencialmente con el orden de la investigacin o de la deduccin terica. Es poresto que relaciono este cambio, respecto del orden en que present la primeraedicin, ms bien con las circunstancias polticas que rodean a esta, ms quea algn redescubrimiento de una lgica necesaria y nica. Por supuesto, a losamantes de las formas les puede quedar grabada la inquietud acerca de qu tannecesario es un orden u otro. Mi impresin es que se trata de una discusin estril,meramente formal. Bueno, quizs eso le augure un buen futuro entre nuestroscientficos sociales habituales.

    Cada cierto tiempo el pueblo chileno muestra que es perfectamente capazde elevarse muy por encima de la rutina conservadora y fascistoide, centralista,arribista, dependiente en que lo ha mantenido sumergido un poder local mediocre,

    siempre dispuesto a usar el garrote con sus propios compatriotas y a la vez a entre-gar graciosamente, nuestras riquezas y dignidades a explotadores extranjeros. Losestudiantes han iniciado, tras porfiados esfuerzos precedentes, uno de esos ciclosde dignidad y vida. Como en los aos 82-86, como en el ciclo 68-73, como antes,en los primeros aos del siglo XX. El desafo hoy es estar a la altura de esta nuevamarcha, a la altura de Recabarren y Allende, de Vctor Jara y Manuel Guerrero. Eldesafo es ir ms all de la sistemtica cooptacin de los partidos populares por

    la farndula electoral y la complicidad con el mercado. El desafo es articular unaizquierda mltiple, diversa, muy amplia, en que convivan las tradiciones de todoslos que creen que un mundo distinto es posible. Los marxistas podemos contribuira esa izquierda con lo que nos resulta mejor y nos es propio. Unos, entre muchosotros. En la calle, codo a codo, somos mucho ms que dos.

    Santiago de Chile, Marzo de 2013

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    Prlogo primera edicin

    Qu puede tener de hegeliano un marxismo hegeliano? El historicismo ab-soluto. Qu puede tener de marxista un marxismo hegeliano? La completasecularizacin del conflicto que ha constitudo a la historia humana hasta hoy: laidea de lucha de clases.

    Por qu recurrir nuevamente a Hegel? Por su lgica de la movilidad absoluta.Por una lgica que permite pensar la universalidad como internamente diferen-ciada, y a la diferencia como operacin de la negatividad.

    Por qu recurrir nuevamente a Marx? Por su idea de que el horizonte comu-nista, el fin de la lucha de clases, es posible. Por su radical crtica de la explota-cin capitalista, que puede extenderse de manera consistente a una crtica delusufructo burocrtico.

    Contra todo naturalismo, contra la idea de finitud humana, tan caracterstica dela cultura de la derrota. Contra la esterilidad burocrtica de las Ciencias Sociales.Contra el academicismo desmovilizador de la fragmentacin post moderna.

    Recurrir hoy a la conjuncin posible entre Hegel y Marx es una bofetada a lasmodas acadmicas y a la resignacin encubierta de teora.

    Pero qu Hegel? El de la lgica, el filsofo de la negatividad, el que considerque nada grande se ha hecho en la historia sin pasin, el que instal la tragediaen la ndole misma del Ser.

    Pero qu Marx? El que resulta de leer bajo una lgica comn tanto la IdeologaAlemana como El Capital. No el marxismo del siglo XX: Marx. Su idea de la historia,su materializacin de la dialctica.

    Se trata de volver a considerar seriamente el papel de la violencia en la historia.Se trata de romper con el continuo triunfalista de la tolerancia represiva y, a lavez, con la autocrtica destructiva, que se complace en los mritos del enemigo.

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    Se trata de romper con la ominosa luminosidad de la administracin y el lucro.No habr paz mientras se siga mirando como paz la violencia estructural que lasclases dominantes nos imponen como Estado de Derecho. No habr paz mientrasse siga tolerando en su nombre que cientos de millones de seres humanos simple-

    mente sobren, y que otros tantos cientos de millones no tengan ms horizonteque la mediocridad de la vida administrada.

    Decir de una vez basta, y echar a andar.

    Tenemos derecho a correr el riesgo.

    Santiago de Chile, Marzo de 2010

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    La crisis financiera, recurrente desde los aos 80, y desencadenada demanera global con toda su fuerza desde 2008, ha puesto en evidencia, consus colosales proporciones, la tambin colosal e irracional desproporcinentre el capital productivo y el capital financiero, entre aquel que, an acosta de la explotacin, aumenta la riqueza real de la humanidad y aquel,meramente especulativo, que slo produce riqueza ficticia, por muy grandeque sea su apariencia local y temporal.

    Los llamados mercados a futuro, que subordinan la lgica productivaa la del capital ilusorio, distorsionndola y paralizndola; el aumento delendeudamiento de las personas, que distorsiona y finalmente paraliza suacceso a los bienes reales; la catastrfica renuncia de los Estados a todossus deberes sociales, descargando su peso sobre los ciudadanos slo parasolventar la avidez de la banca privada, son quizs las muestras ms visiblesde la profunda irracionalidad de esta deriva del capital hacia los parasos

    meramente temporales, que benefician a sectores obscenamente minori-tarios, de la riqueza de papel.

    El enorme desarrollo material alcanzado gracias al trabajo de toda lahumanidad resulta estancado alrededor de pautas de consumo catastr-ficas para el medio ambiente, estancado en desigualdades sociales msprofundas que las de ninguna poca histrica anterior. Justamente en lapoca histrica en que los desarrollos de la ciencia y la tcnica han permitido

    producir alimentos suficientes para toda la humanidad cientos de millones depersonas sufren hambre. Justamente cuando la disponibilidad de bienes esrevolucionariamente mayor que nunca antes miles de millones de personasse debaten en medio de estndares de vida miserables.

    La completa transnacionalizacin del capital, la completa articulacindel mercado mundial, anticipadas por Marx hace 150 aos, han terminadocon la ilusin de un primer, un segundo y un tercer mundo que tendran unabase geogrfica y cultural definida (norte sur, u occidente y periferia).El desplazamiento del capital productivo a China, India, Mxico y Brasil ha

    Introduccin

    1. Privilegio del trabajo material

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    Por supuesto, ante tamaa subversin de los argumentos habituales, alos primeros que tendr que dar explicaciones es a los intelectuales, queusufructan tan provechosamente de la produccin de bienes simblicos,

    hasta el grado de convertirla en fuente de legitimacin de sus poderes deadministracin burocrtica. Pensando en el futuro de manera radical, perotambin para enrostrarlo ante quienes se sienten orgullosos de haber con-vertido la mediocridad en modo y estilo de vida, puedo adelantar aqu lasbases generales de la perspectiva revolucionaria estratgica que defenderen los captulos siguientes:

    De lo que se trata es de destercerizarradicalmente la economa,llevando a toda la fuerza disponible a la produccin de bienes mate-riales, tangibles. Pero, dadas las altas tasas de productividad alcan-zadas en el trabajo material gracias al desarrollo de la tecnologa,esto slo ser posible al reducir de manera radical la jornada laboralsocialmente obligatoria. En una etapa de transicin ms o menoslarga esta reduccin progresiva de la jornada laboral debe hacerse

    manteniendo los salarios, e incluso subindolos, para hacer posiblela mantencin y el crecimiento de los estndares de vida. Como esobvio, esta mantencin de los salarios asignados a jornadas laboralesprogresivamente menores slo es posiblea costa de la plusvala. Porcierto, el sentido histrico de estos procesos es vaciar progresiva-mente de contenido la forma econmica salario, y quitar progresiva-mente su sentido a la propiedad privada de los medios de produccincomo forma de participar del producto social.

    La revolucin no es un acto, es un proceso. Lo que he trazado aqu es laperspectiva estratgica de ese proceso. Y en ella no se trata, por supuesto,de que no haya servicios, o de que nadie produzca bienes simblicos. Delo que se trata es que nadie obtenga salario por hacerlo. De que la formaeconmica salario sea restringida progresivamente slo al trabajo material,al que produce bienes tangibles, y desde all se formen las condiciones his-

    tricas para su extincin. Hacer arte, desarrollar el saber terico, recrear y

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    desarrollar la cultura, deberan ser derechos bsicos, accesibles a todos losseres humanos, no profesiones o fuentes de salario.

    La educacin destinada a formar seres humanos integrales debera ser

    distinguida del apresto y la instruccin especfica para el trabajo productivo.Esta enseanza tcnica, en la medida en que es un bien que contribuye a laproduccin material, puede ser remunerada. No hay ninguna razn real paraque la primera, en cambio, sea un trabajo remunerado17. La produccin desaber en general debe ser distinguida, en la misma lgica, de la produccinde saber tcnico operativo e inmediato. Nadie debera obtener salario porla primera, que es un derecho y un deber de todos, aunque se mantenga

    por mucho tiempo, durante la transicin, un salario por la segunda. El sabermdico debe ser radicalmente socializado, en una prctica que ponga todosu nfasis en la medicina preventiva y, de la misma manera, es necesariodesmedicalizar y socializar la medicina paliativa. La estrategia es reducir lanecesidad de la medicina curativa, a la vez que fomentar tambin su pro-gresiva desprofesionalizacin.

    La educacin, el arte, la ciencia, la medicina, son por excelencia los pri-meros mbitos del trabajo que deben ser liberados de la lgica del salarioy convertidos en derechos y prcticas sociales y gratuitas. De manera co-rrespondiente la mercantilizacin de la educacin, de la ciencia, del arte,de la medicina, deben estar en la primera lnea de cualquier crtica a larealidad establecida. Mi argumentacin crtica, sin embargo, no apuntaesencialmente sobre estos campos, cuya integracin a una perspectivaestratgica me parece evidente y perfectamente posible en los trminosque acabo de especificar. En realidad la parte ms intil, la ms opresiva,

    de la tercerizacin de la economa est ms bien en el enorme crecimientode los empleados de comercio, de los contingentes militares, de los funcio-narios del estado, de las enormes burocracias que se cuelan en las grandesempresas privadas a la sombra de la relativa lejana prctica de sus dueosrespecto de la administracin. Es contra ese mundo de tercerizacin idiota,enajenante, que no produce nada, que slo sirve al inters de lucro local deempresarios improductivos que mi formulacin se dirige en primer lugar.

    17 Salvo, por supuesto, la peregrina idea de que habra una naturaleza humana, misteri-

    osamente acorde a la lgica capitalista, segn la que nadie tendra incenvos para realizartarea alguna si no es a cambio de una remuneracin.

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    Pero hay que considerar tambin, en esa misma lnea, la artificiosa ex-tensin de las comunidades acadmicas universitarias y de las poblacionesestudiantiles de nivel superior, sobre todo en los mbitos que no concurren

    de ningn modo a la produccin material. Salvo el derecho, propio y gratui-to, que he consignado antes, a ejercer el arte, el desarrollo del saber y de lacultura, en realidad nada justifica, desde el punto de vista de la produccinreal, esta proliferacin. Ella se debe en realidad slo a los efectos de la mer-cantilizacin de la educacin, a la que no le importa generar miles y milesde cesantes ilustrados, o de empleados de tareas menores, meramenteadministrativas, curiosa y extremamente sobre calificados. Se debe a la

    creciente burocratizacin de la tarea acadmica, que legitima en la ideolo-ga de la pretensin de saber su propio usufructo del producto social, y susintervenciones autorizadas sobre las lgicas del poder. Mi argumento estdirigido en contra de la tercerizacin en general, pero alcanza su expresinms lgida en la combinacin entre tercerizacin y burocratizacin. Sonestos burcratas los que primero se levantarn contra l, esgrimiendo suusufructo como un derecho, y hacindolo pesar a travs de sus mecanismosde poder como clase social hegemnica. Y es por eso, por la importancia

    poltica que ha llegado a tener esta defensa mezquina de un inters de clase,que una buena parte de mi argumentacin en este libro est destinada amostrar en qu sentido, y de qu maneras, el poder burocrtico es uno delos enemigos principales.

    Como se ve, la estrategia revolucionaria que sostengo tiene que veresencialmente con el contenido, y es de all que debe ser pensada en cuan-to al modo. Curiosamente, y contra toda lgica, muchos marxistas se han

    dedicado, por demasiado tiempo ya, a lo contrario: discutir una y otra vezlos modos de la revolucin, dejando en una relativa bruma los contenidos. Elprincipal defecto de este hbito no est tanto en sus consecuencias (sobretodo en la estril e intil discusin en torno a textos y precedentes), sinoen su falta de discusin sobre los cambios ocurridos en la realidad que sequiere cambiar. Se supone el mismo capitalismo de siempre y se trata deperfeccionar las mismas herramientas polticas de siempre.

    En cuanto a su contenido, de lo que se trata es de liberar progresivamenteespacios de la experiencia humana de las dos formas sociales en que se ejer-

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    ce la opresin: el mercado capitalista, la burocratizacin. Sin la proposicinde una tarea crtica y prctica en el primero de estos frentes la lgica de laexplotacin se har general, llegando a todos los mbitos de la actividad

    humana (mercantilizacin del arte, de la ciencia, de la educacin, de la salud,del descanso, del deporte, de la cultura). Sin proponer una tarea crtica yprctica en el segundo eternizamos como nica alternativa los mecanismosde mercado (con ms o menos rostro humano), la mediocridad del trabajoadministrado, que slo se ejerce porque en algo hay que ganarse la vida.

    Liberar el arte, la ciencia, la educacin, la salud, la administracin social dela lgica del salario. Socializar y restringir la lgica de la ganancia privada en

    el mundo en que el salario se mantenga. Anti capitalista y anti burocrticoa la vez, slo eso puede ser realmente un horizonte comunista.

    Esta es la perspectiva que justifica la opcin central que he enunciado: elprivilegio analtico y poltico del trabajo material real por sobre la produccinde bienes simblicos. Un privilegio que hay que entender en un sentidopreciso: la perspectiva de liberar a la produccin simblica y de servicios ala vez de la lgica capitalista y burocrtica.

    Esta opcin resulta esencial proyectada sobre el anlisis econmico, enque todas las hiptesis bsicas y las estimaciones sobre el devenir de la eco-noma capitalista las hago sobre la base de lariqueza real,desplazando, entrminos histricos, el peso del capital especulativo, por muy espectacularque nos parezca aqu y ahora, o en el corto plazo.

    Resulta esencial tambin proyectada sobre el anlisis de clases, en quepongo en el centro de la contradiccin principal a los productores directos(debienes materiales) y, desde ellos, organiz las alianzas y coaliciones posibles.

    Pero es esencial tambin proyectada sobre la dinmica de la lucha declases, porque acota el papel de los intelectuales, en el marco de una pers-pectiva post ilustrada y anti vanguardista ms general, que entronca conla inspiracin hegeliana del conjunto de la argumentacin.

    Es en virtud de esta opcin que, en el captulo sobre Economa Poltica,seguir fundamentalmente el movimiento del valor de cambio (no del dinero,o del valor de uso), es decir, del valor que adquiere un bien convertido enmercanca en el mercado capitalista. Slo luego, y respecto de esa nocin,

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    propondr la idea de dimensiones pre-capitalistas del valor, y la idea consi-guiente de dimensiones pre-capitalistas de la explotacin. Ambas resultarnmuy importantes luego, en la consideracin de la complejidad actual de la

    lucha poltica. En el orden que he dado a este texto, en cambio, he poster-gado hasta los ltimos captulos la discusin, ms filosfica, en torno a laidea de valoren general, su conexin con una teora del deseo, y la crticaque se sigue de ellas a la nocin de valor de uso.

    Tambin, por esto, en el captulo sobre Sociologa Poltica, entender porproductores directosa los trabajadores que producen bienes reales, capacesde impactar directamente sobre el estndar de vida, incluyendo en ellos a

    los servicios que se conectan de manera directa e inmediata a ese tipo deproduccin. Los distinguir, por lo tanto, de los asalariados que producenservicios (en educacin, administracin, salud, cultura), y de ciertos asala-riados que ofrecen bienes intangibles, como los militares, los sacerdotes,los deportistas, los artistas del espectculo, los trabajadores de las comu-nicaciones, los empleados del sector financiero, o de comercio.

    El criterio es muy claro: quienes producen riqueza real, material, y quienes

    slo producen riqueza especulativa, por muy valiosa que nos parezca.Me abstendr completamente, desde luego, de cualquier pronuncia-miento acerca de quienes entre estos actores sociales deberan ser llamadosobreros o proletarios, que es una discusin que se ha vuelto comple-tamente idiota y que, en trminos conceptuales, quizs siempre lo fue. Lacombinacin entre anlisis de clase y anlisis de estratificacin que propon-dr opera por sobre estas distinciones.

    Es bueno, ya desde esta Introduccin, advertir sobre un problema me-todolgico simplsimo que, sin embargo, al ser ignorado de manera casigeneral, ha enturbiado por dcadas la discusin sobre quienes pertenecena una clase social y quines no. Tanto para los crticos del anlisis de cla-se como para sus defensores, y quizs sobre todo para sus ex-defensoresahora convertidos en crticos, preguntas tales como si los profesores, losoficinistas o los desempleados deben ser considerados como obreros ocomo burgueses parecan ser cruciales, sobre todo si se le daba a la partcula

    o el carcter de dicotmica, y se le exiga operar sobre todo el universo

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    social considerado. La trivialidad metodolgica de semejante problema,que parece espectacular, se puede poner en evidencia extendindolo hastapreguntar si los nios, o los enfermos, o las dueas de casa, son obreros o

    burgueses.La confusin no tiene que ver slo con la falta de distincin entre anlisis

    de clase y anlisis de estratificacin social (algunos de esos sujetos estnidentificados por su pertenencia a una clase, otros por su pertenencia a unestrato) sino, ms trivialmente an, por el supuesto implcito, y errneo,de que toda clasificacin de sujetos sociales debe ser exhaustiva, es decir,cubrir a todos y cada uno de los individuos del universo al que refiere.

    Es obvio que todo ser humano puede ser ubicado en algn estrato deedad o estatura, clasificaciones que por su carcter son de suyo exhaustivas.Pero tambin es obvio que no se puede ubicar a todos los seres humanosen la dicotoma simple hombre-mujer o, al menos, que hacerlo requierede la formulacin explcita de un criterio, que no tiene por qu ser el nicoposible, que puede o no ser exhaustivo.

    Preguntarse si los jvenes estudiantes son burgueses o proletarios es algo

    directamente idiota. adscribirlos a una u otra clase de manera inmediata,por ejemplo segn la pertenencia de sus padres, no slo es empricamenteproblemtico, como lo muestran muchos de los que van y, sobre todo, lamayora de los que no van a las manifestaciones estudiantiles, no slo esartificioso e intil, sino que adems es completamente innecesario. Las de-finiciones de clase social, y muchas definiciones de estrato social, no tienenpor qu ser exhaustivas. Y, en el caso del anlisis de clase, resulta muchoms til y claro justamente que no lo sean.

    2. Nuevas formas de dominacin: paradojas

    La realidad material, fundante, que devela la Economa Poltica se expresade manera directa en las relaciones sociales. A lo largo de este texto llamoexplotacina un intercambio desigual de valor, y trato de especificar las con-diciones histricas que permiten distinguir esa forma de intercambio en las

    diversas sociedades humanas. Si la explotacin es la dimensin econmicade las relaciones sociales que se dan en la lucha de clases, la dominacin

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    es su correlato poltico. Llamar dominacina un intercambio desigual depoder, y tambin, de manera correspondiente, intentar especificar su di-versidad peculiar.

    Aun tratndose de dos caras de una misma moneda, no tendra porqu ser extrao que bajo un marco comn de relaciones de explotacinlas formas de la dominacin vayan cambiando. El lado ms econmicode este cambio es el impacto que la revolucionaria transformacin de lasformas de organizacin del trabajo han tenido sobre el rgimen salarial,manteniendo y reforzando la apropiacin de plusvala como esencia de laexplotacin capitalista. El lado ms poltico viene dado por el impacto que

    esos mismos cambios han tenido sobre la composicin y las funciones delaparato estatal. Junto a esto, la completa articulacin del mercado mun-dial, la transnacionalizacin del capital, el enorme crecimiento de la ficcinfinanciera, han cambiado de manera crucial el sentido de las formas derepresentacin social, las relaciones entre el capital y el Estado, y entre elEstado y los trabajadores.

    Llamo aquformas de organizacin del trabajoen conjunto a las formasgenerales de la divisin tcnica del trabajo que han sido distinguidas tradi-cionalmente como taylorismo, fordismo y post fordismo. Lo que me interesade ellas, como se ve en el prrafo anterior, es el modo en que determinanlas relaciones sociales cruciales. Una influencia tal que permite usarlas paradistinguir de una manera ms poltica modos de acumulacin capitalista,o momentos en el desarrollo capitalista en que se dan constelaciones derelaciones de dominacin determinadas.

    Como es obvio, habindose establecido en el plano de la Economa Pol-

    tica la raz del momento histrico en que se da un estado determinado de lalucha de clases, es ms bien en el plano de la Sociologa Poltica, del examende las relaciones de dominacin imperantes, donde se puede elaborar laperspectiva propiamente poltica de la lucha.

    Una tesis esencial en este texto es que la hegemona burguesa, aun bajoel predominio de las formas capitalistas de explotacin, est siendo seria-mente disputada por la hegemona creciente de la dominacin burocrtica.

    Es en ese marco, y en el que producen los cambios en las formas de organi-

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    zacin del trabajo, que se puede hablar de nuevas formas de dominacin. Yel anlisis y el clculo poltico deberan estar completamente alertas anteestas transformaciones.

    Desde los aos 80 del siglo pasado, la irrupcin de la organizacin postfordista del trabajo ha producido cambios espectaculares en las formas dedominacin social. La mayor parte de la izquierda se ha limitado a hacerdescripciones impresionistas de estos cambios, bajo el nombre, sustan-cialmente errneo, de neoliberalismo, sin acertar a distinguir en ellos lopropiamente nuevo, tratando de enmarcar cada novedad en los marcos yaconocidos y transitados de las relaciones sociales fordistas, conceptuali-

    zando, en buenas cuentas, cada elemento nuevo asimilndolo a lo antiguo,a lo ya conocido. Esto hace que, para la mentalidad marxista formateadaen la experiencia fordista, sovitica o norteamericana, ciertas realidadesflagrantes, empricamente insoslayables, aparezcan como paradojas, comorealidades que renen aspectos que esta mentalidad se ha acostumbradoa considerar a priori como contradictorios.

    El acceso de grandes sectores de trabajadores a importantes bienes deconsumo, la prdida de sustantividad de la democracia, el poder ideolgi-co que son capaces de desplegar los nuevos medios de comunicacin, ladiferencia creciente entre trabajadores integrados a la lgica capitalista ylos cientos de millones de marginados, la diversificacin de las demandassociales hacia dimensiones precapitalistas del valor, como la etnia o el g-nero, son los aspectos que han causado mayor desconcierto y confusin.Para ellos no se ha logrado pasar de las proposiciones populistas, completa-mente insuficientes en la teora y en la prctica. Y, sin embargo, este reflejo

    populista ha sido la respuesta ms frecuente.Tratar de entender el nuevo escenario post fordista, requiere asumir

    cuestiones que para el marxismo clsico, en sus diversas formas, puedenaparecer como fuertes paradojas. Paradojas que muestran la enorme dis-tancia entre el sentido comn imperante en la teora poltica, la polticaefectiva, y la realidad presente.

    La primera de estas paradojas puede ser caracterizada como tolerancia

    represiva. Una situacin en que la eficacia de los mecanismos del nuevo po-

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    der es tal que la represin directa queda marginada al sub mundo, oscuro,aparentemente lejano, de la delincuencia, o de lo que es presentado comodelincuencia, mientras que el principal vehculo de la sujecin al poder es

    ms bien la tolerancia misma, la capacidad de resignificar toda iniciativa,radical o no, hacia la lgica de los poderes establecidos, convirtiendo losgestos que se proponan como contestatarios u opositores en variantescontenidas en la diversidad oficial, que operan confirmando el carcterglobal del sistema.

    Una tolerancia que es posible sobre la base de una enorme eficacia pro-ductiva, que permite no slo la produccin de diversidad, sino que implica

    un significativo aumento de los estndares de vida de grandes sectores dela poblacin mundial. Una productividad que ya no necesita homogeneizar,que no depende crucialmente de la generacin de pobreza, que permiteamplias zonas de trabajo relativamente confortable que, aunque sean mino-ritarias respecto del conjunto de la fuerza laboral, operan como poderososestabilizadores de la poltica, y como sustento de la legitimacin democr-tica. Una situacin a la que se puede llamar explotacin sin opresin. Unasformas de organizacin del trabajo en que se han reducido sustancialmente

    los componentes clsicos de fatiga fsica y las componentes psicolgicasasociadas a la dominacin vertical, compulsiva y directa.

    Por cierto la inercia de la izquierda clsica en este punto, como en to-dos los otros, ser tratar de asimilar estas situaciones a las ya conocidas, oreducir su impacto, o descubrir en ellas los rasgos que las muestran comosimples apariencias que encubren formas perfectamente establecidas desdela instauracin del capitalismo. La idea de que la administracin burocrtica,

    que se persigue de la manera ms ingenua, empujados por la nostalgia delos modelos clsicos, pueda fundar su dominio en esta nueva explotaciny en esta nueva tolerancia es vista como derrotismo.

    Pero lo que afirmo NO es que toda iniciativa radical est condenada alnaufragio, y que el poder sea en ello omnipotente. Lo que afirmo NO esque la mayora de los trabajadores viven estas condiciones, o que bajo estascondiciones laborales no haya contradicciones, nuevas, que las hagan, a la

    larga, inestables. En ambos casos lo que hago notar es una clara y firme

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    tiene races propias y previas a la lucidez de la teora revolucionaria,y enque la teora revolucionaria construye una realidad para hacer posible laprctica poltica, ms que limitarse a constatar una realidad para que las

    constataciones alimenten a la voluntad. Teora revolucionaria para que lavoluntad pueda ver, voluntad revolucionaria para que la teora pueda ser.

    Pero esta posibilidad de la enajenacin de la propia prctica revolucio-naria es tanto, o ms, real en el juicio que debemos hacer sobre la prcticahistrica de las clases sometidas a las nuevas formas de dominacin. Esnecesario ver en ellas no una conquista de las consciencias sino una batallaganada por debajo, y ms all de lo que las consciencia pueden ver y saber.

    Y es necesario entonces buscar las contradicciones que hagan posible unavoluntad revolucionaria, antes que una consciencia clara y distinta de losque ocurre. Es decir, es necesario buscar las contradicciones existencialesque se hacen posibles en el marco de una dominacin sustancialmente mssofisticada que la opresin capitalista clsica. Slo desde all se podr acce-der a una conciencia crtica.

    Es en este contexto que propongo el concepto paradjico de agradofrustrante. Es necesario, en contra de la mesura clsica, hacer un juicioprofundo sobre las condiciones existenciales del confort que hace posiblela altsima productividad y encontrar all las races de la insatisfaccin, fcil-mente constatable, ampliamente difundida, que todos advierten en la vidade los sectores integrados a la produccin moderna, pero que nadie sabecmo conceptualizar ni, menos an, cmo convertir en fuerza poltica. Paraesto es necesario un concepto profundo y fundado de los que entendemospor subjetividad, por placer o, en suma, por vivir felices, cuestiones todas

    que dejan de ser problemas del mbito privado, y se convierten en variablespolticas centrales, desde el momento en que es precisamente desde ellosque los nuevos poderes afirman su dominio.

    Es necesario, junto a todo esto, una nocin que sea capaz de dar cuentade las nuevas complejidades del poder. Entender que el descentramientodel poder no implica la desaparicin absoluta del centro, sino su operacinparalela, deslocalizada, distribuida, en red. Es decir, su desplazamiento hacia

    un segundo orden desde el cual se constituye como poder sobre los poderes

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    repartidos, y puede aprovechar las posibilidades tecnolgicas de ejercersecomodominio interactivo,fuertemente consultivo, con una poderosa im-presin de gestin democrtica, en que los sutiles lmites que su diversidad

    permite a penas si son notados por los cooptados en sus diferentes estratosde privilegio.

    3. Un fundamento doctrinario

    En este apartado, de manera breve, quiero condensar el trazado del argu-mento general de lo que podra ser una formulacin hegeliana del marxismo.

    Como punto de partida hay que aceptar esto, que ya se habr notadoampliamente en las secciones anteriores: es posible formular ms de unmarxismo, tanto en el sentido de que sea compatible con las ideas de Marx,como en el sentido, ms importante, de que sea compatible con sus opcio-nes polticas generales. Es bueno, entonces, especificar qu condiciones b-sicas me interesa mantener como un marxismo posible, aceptando desdeya que no puede haber un marxismo correcto, y que es slo la prctica

    histrica la que decidir cul de estas formulaciones (o ninguna) es capazde dar cuenta de manera ms cercana de la realidad social.

    Creo que es posible, y necesario, formular la idea de un marxismo re-volucionario.Revolucionario en el sentido especfico de que sostiene queslo a travs de la violencia es posible romper la cadena, ya establecida, dela violencia de las clases dominantes. Pero tambin, en el sentido, un pocoms erudito, de que la nica forma de terminar con la dominacin de cla-

    ses imperante es cambiar radicalmente el Estado de Derecho y, en ltimotrmino, que terminar con la lucha de clases implicar abolir toda forma deinstitucionalizacin de algn tipo de Estado de Derecho.

    Sostener esto significa considerar que la estructura de las relacionessociales es, en su forma imperante, esencialmente violenta. Incluso en loque se llama habitualmente paz. Significa sostener que las clases domi-nantes llaman paz a los momentos en que van ganando la guerra, y slo

    hablan de guerra cuando se sienten amenazadas. Se puede decir tambinas: no vamos a iniciar una guerra, ya estamos en guerra. La violencia re-

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    volucionaria no es sino una respuesta a la violencia imperante. No somospartidarios de la violencia, pero creemos que slo a travs de la violenciase puede terminar con la violencia esencial, con la que ha definido hasta

    aqu a la historia humana. O, tambin, significa que el Estado de Derechomismo, lejos de evitar la violencia, lo que hace es consagrarla, legitimarla,presentarla con la apariencia de la paz.

    Pero esta premisa implica tambin poner en el centro de la reflexinmarxista a la lucha de clases. Poner la realidad antagnica de las relacionessociales como un conflicto que no es susceptible de ser pacificado dentrode los modos de vida que han impuesto las clases dominantes. Significa

    construir una teora que explicite las caractersticas de este conflicto fun-dante. Y su relacin con los conflictos sociales en general.

    Me importa formular un marxismo que est orientado desde sus mismosfundamentos por un horizonte comunista.Esto requiere formular una ideano Ilustrada, ni Romntica, de las caractersticas que se pueden atribuir alcomunismo. Pero, a la inversa, significa especificar claramente bajo qucondiciones, bajo qu tipo de realidades sociales, sera posible hablar, de

    manera concreta, de comunismo.Un horizonte comunista implica, y es necesario ser explcito al respecto,una idea de la historia en general, una cierta filosofa de la historia. En ella,me parece central la idea de modos de produccin,y la idea, ms amplia, deformas generales del trabajo.

    Por supuesto, de acuerdo a todos los argumentos esbozados en los ca-ptulos anteriores, me parece necesaria una formulacin del marxismo que

    est arraigada en una slida serie de opciones en torno a la subjetividad, ya la condicin humanaen general. En que la antropologa supuesta no selimite a un conjunto de implcitos, que abran paso a la operacin modernadel pensar, con sus ideas bsicamente cartesianas sobre el hombre. No slouna antropologa que establezca la plena condicin social del hombre, sinosu historicidad ms radical, su carcter de producto histrico, de conse-cuencia de s mismo, de su propio obrar absoluto.

    Como se ve, se trata de un argumento en general filosfico. O que,desde la formulacin de premisas filosficas generales, vaya a encontrar

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    su correlato en las realidades histricas y sociales que, en rigor, las produ-cen y condicionan. Una argumentacin, como ya notarn los nostlgicos,completamente distinta de la catastrfica esterilidad de la tradicin del

    marxismo estructuralista, y de las ruinosas consecuencias polticas de suruina, que suele llamarse post estructuralista.

    No tengo temor alguno a la teora, y me dejan absolutamente indiferentelas acusaciones eventuales de intelectualista y, menos an, las trasnocha-das estigmatizaciones de metafsico o humanista, que se usan frecuen-temente como insultos por parte de intelectuales de lo ms humanistas, yoscuramente metafsicos.

    Lo que me importa es formular un fundamento. La relacin entre fun-damento y poltica real slo puede provenir desde el mbito poltico. Losintelectuales nunca han dirigido nada. O, peor, cuando lo han hecho ha sidocatastrfico. Es preferible, y ms honrado, mantener el trabajo intelectualcomo un trabajo acotado, y con un carcter especfico. Los intelectualesdeben considerar lo real, formular las teoras que consideren ms ajusta-das, y tiles, posibles, pero es slo el movimiento popular el que decidir,en ltimo trmino, cul de esas retricas vehiculiza mejor sus esperanzas.

    A diferencia de la lectura clsica, que parte de la crtica a la economacapitalista, y luego extiende esa lgica como modelo para toda otra crti-ca, propongo fundar el marxismo en una teora de la enajenacin. Hay dosopciones de lectura principales implicadas en esto. Una es el sostener unacontinuidad y coherencia esencial en el conjunto de la obra de Marx. Noleer su humanismo juvenil desde la economa, ni leer la economa comosimple aplicacin del primero. Pensar, en cambio al tratamiento que se

    puede encontrar en La Ideologa Alemanacomo distinto y complementa-rio del que se puede encontrar en El Capital. La otra opcin es considerarla crtica del capitalismo como un caso de una lgica ms general, la de lacrtica a la explotacin en general.

    Un orden posible podra ser el siguiente. A partir de una teora de laenajenacin, fundar en ella unaidea del valor en general. Desde esta idea devalor en general formular una nocin de explotacin, tambin en general. A

    partir de ella formular, de manera paralela, una teora de las clases sociales, y

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    de la lucha de clases, e insertar en ella la teora de la explotacin capitalista,es decir, de aquella forma de explotacin que opera a travs de una formaespecial de valor de cambio, la que est asociada a la propiedad privada y al

    contrato de trabajo asalariado. Este conjunto debe permitir su ampliacinhacia una teora de la historia humanay, estrechamente relacionada conella, una teora del comunismo. Y debe permitir, por otro lado, una teora delpoder burocrtico, y una conceptualizacin de la poltica actual en trminosde un bloque de clases, burgus burocrtico.

    Un fundamento, en una concepcin historicista, es algo que se pone, noalgo que es constatado o descubierto. La teora de la enajenacin est

    fundada en un historicismo absoluto, en el cual todo objeto es objetivadoen el marco de la accin humana de auto producir todo su Ser. La raznpoltica para sostener un fundamento tan extrao, tan contra intuitivo, esevitar toda huella de naturalismo, toda posibilidad de apelar a elementosque desde la naturaleza humana, o desde la condicin humana, le ponganun lmite a la perspectiva de terminar con la lucha de clases. Lo que estpuesto aqu, como fundamento, es una afirmacin radical de la infinitudhumana. Pensado de manera puramente argumentativa el asunto es ste:slo bajo estas premisas es pensable el comunismo. O, si se me permitela reiteracin, al revs, sin estas afirmaciones fundantes lo que se puedeproyectar como horizonte utpico es una humanidad mejor, pero no unahumanidad en esencia libre.

    Pero tambin la verdad de este fundamento debe ser examinada en elmarco del historicismo que a su vez lo sostiene. Para un concepto histori-cista la verdad es algo que debe ser realizado. No es algo que sea verdadero

    por s mismo, ni algo cuya esencia sea ya emprica y, desde ella, se puedaconstatar. La verdad es un asunto propiamente poltico. La verdad es algoque es puesto, para ser realizado, por una voluntad racional.

    Por supuesto, para la tradicin Ilustrada, la idea de voluntad racionalparece ser una antinomia. La Ilustracin separ de manera radical el inte-lecto de la voluntad. Puso al primero como todo criterio de verdad, y a lasegunda como un caso, siempre sospechoso de megalomana, de arbitra-

    riedad. Contra estas filosofas de la exterioridad, desde la lgica hegeliana,

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    Por un lado, lo que queremos es una sociedad de hombres libres, quese reconozcan entre s. No se trata de buscar que los particulares se iden-tifiquen en lo universal, se trata de que se reconozcanen l. Que reconoz-

    can a lo universal como suyo. No se trata de pensar la universalidad comohomognea y homogeneizadora. Es perfectamente posible pensar unauniversalidad diferenciada, en que los particulares, constituidos desde ella,son a su vez particulares reales (no simples ejemplos o casos de lo quelos constituye) y libres (capaces de imprimir sus formas sobre el origen quelos configura).

    Por otro lado, lo que queremos no es una sociedad donde todos sean

    felices, o donde todos lo sepan todo. Lo que queremos es que se acabe lalucha de clases. Es decir, queremos que la diferencia entre ser feliz o noserlo no est institucionalizada en torno a la lucha por la existencia. Enuna sociedad comunista debeser posible el sufrimiento. El asunto es que laposibilidad de sufrir o no est confinado al mbito de las relaciones inter-subjetivas, no pase por cambiar las estructuras de la historia. Un mundodonde la enajenacin no sea necesaria.

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    a. El contexto

    Un profesor de economa, marxista, me corrigi una vez, con cierta vehe-mencia: Marx no escribi una Economa Poltica, lo que hizo fue una crticade la Economa Poltica. En lo que su afirmacin tiene de verdadera, y enla enormidad que omite (as como tambin en su vehemencia), hay muchocontenido muy importante que desplegar.

    Por un lado, es estrictamente cierto que lo que Marx hizo fue una crticade la Economa Poltica. Por otro lado, tan cierto como eso, es que el modoy, ms an, el fundamento y propsito de su crtica es muy diferente de laque, en su misma poca, hicieron tericos como Say, Cournot o Stuart Mill,y muy diferente de la que los historiadores de la teora econmica, escola-rizada y disciplinada por Schumpeter, reconocen o quisieran reconocer18.

    La economa, entre las Ciencias Sociales, quizs por su pretensin de

    parecerse a las ciencias duras, es la que menos ha reconocido el significa-do de su constitucin como disciplina, desde mediados del siglo XIX. Entrelos economistas, e incluso entre sus historiadores, impera una atmsferaparecida a la de los fsicos o qumicos, para los cuales el camino que vadesde Lavoisier a Prigogine, es simple, ms o menos lineal, y meramenteacumulativo. De esta manera las reflexiones de Quesnay o Smith seranel origen de una tradicin que sin grandes rupturas ni, menos an, saltosepistemolgicos, se habra limitado a ampliar su espectro emprico, a de-sarrollar sus herramientas analticas y a autocorregir sus lmites y falenciastemporales. Tanto es as que las corrientes de pensamiento predominantesen las facultades de economa se complacen en denominarse neo clsicao neo liberal19.

    18 Ver Joseph A. Schumpeter: Diez Grandes Economistas, De Marx a Keynes, Alianza, Ma-drid, 1967; Eric Roll: Historia de las doctrinas econmicas, Fondo de Cultura Econmica,Mxico, 1961.

    19 Pensemos qu sendo y connotaciones tendra el llamar neo clsica a la sica cunca,o neo alquimia a la qumica molecular.

    I. Economa Poltica

    1. Diferencias epistemolgicas

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    El gran asunto filosfico y metodolgico que queda encubierto en estapretensin artificial de continuidad, es el profundo significado que tuvo latransformacin de los saberes modernos sobre la sociedad en disciplinas,en las ciencias agrupadas como Ciencias Sociales.

    Se trata de un impacto que en sociologa y en psicologa no slo se dis-tingue con toda claridad por sus propios tericos, sino que se proclamacon un cierto orgullo, y se le confiere un carcter fundacional. Se trata dela diferencia entre una eventual sociologa en Maquiavelo, Hobbes o Hume,que se estigmatiza como filosfica y la realmente cientfica, que sera la

    de Durkheim, Weber o Merton; o de la diferencia, perfectamente anloga,entre la psicologa de Descartes, Kant (suAntropologa) o Espinosa (sutica) y, nuevamente, las que s seguiran el modo y tendran el estatus dela investigacin cientfica, en Pavlov, Watson, Hebb o Skinner.

    Al comparar la continuidad aparente de la economa acadmica con esosfestejos de la ruptura y la refundacin, no se puede sino llegar a la conclu-sin de que la economa es el ms naturalizado de los campos del saber

    social burgus. Naturalizado hasta el punto de que, desde fines del sigloXVII, slo puede caber su desarrollo por la va de la ampliacin emprica yel refinamiento formal de sus proposiciones.

    El centro epistemolgico de la profesionalizacin del saber que surgecon las disciplinas de las Ciencias Sociales20est en el desplazamiento delcomentarista, que se mueve en diversos campos, provisto de herramientasde observacin bastante informales, apoyado activa y explcitamente en

    amplias concepciones filosficas, y que se siente involucrado y partcipedirecto de la realidad que comenta (como Maquiavelo, Locke, Hobbes, Bur-ke o Hume), por el cientfico, que se convierte en un especialista, que seesfuerza por explicitar y formalizar sus herramientas metodolgicas, que

    20 Ver, al respecto, Carlos Prez Soto: Sobre un concepto histrico de ciencia, Lom, Sanago,2 ed., 2008. Para el caso de la psicologa, ver Carlos Prez Soto: Sobre la condicin socialde la psicologa, Lom, 2 ed., 2008. En el contenido mismo, y por sus propios protagonistas,se puede comparar las Reglas del mtodo sociolgico, de Emile Durkheim, o El polco y el

    cienco, de Max Weber, con el modo en que estn escritos el Leviatn, de Thomas Hobbes,o el Tratado de la naturaleza humana, de David Hume.

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    presume haberse independizado de la metafsica, y que proclama estarsituado, como mero tcnico, en una posicin ticamente neutral frente alas realidades sociales que describe (como ocurre con Cournot, Durkheim,

    Wundt, Saussure, Walras, o Schumpeter).En la prctica, estos desplazamientos no hacen sino invisibilizar el funda-

    mento filosfico de los saberes modernos sobre la sociedad, naturalizarloshasta convertirlos en campos de hechos que se presumen cognoscibles demanera puramente objetivas, y proclamar a los nuevos saberes, que ahoras seran autnticamente cientficos, como fuentes de tcnicas de inter-vencin prctica que seran puramente neutrales respecto de los conflictos

    sobre los que operan.Quizs justamente por esta operacin de omisin, de puesta entre parn-

    tesis de los fundamentos que, al elevarse a la categora de lo obvio se sacandel campo de lo controversial, de lo impugnable, es que los economistaspueden darse el lujo de mantener sus supuestos a la vista. Despus de todo,los contenidos patriarcales, europeocntricos, individualistas, omnipresentesen los fundamentos de la psicologa, la sociologa o la lingstica, deben serconvenientemente oscurecidos en la pretendida neutralidad tica porquehan sido directamente impugnados en la realidad social. El cientfico socialevade pronunciarse explcitamente sobre esas connotaciones, refugindoseen su carcter de mero tcnico neutral, y al mismo tiempo las sostiene,sigue sus consecuencias, resguardndolas en la aparente obviedad de losupuesto.

    En el mbito de la realidad econmica, en cambio, la hegemona del pen-samiento burgus se mantiene plenamente vigente en el campo prctico, y

    es exhibida sin pudor como obvia en el campo de la teora. Nadie puede serexplcitamente hobbesiano, malthusiano o utilitarista, en psicologa, socio-loga o antropologa, sin pagar un cierto costo sobre su imagen de neutra-lidad profesional. Ningn economista, sin embargo, exactamente al revs,se siente incmodo hablando de naturaleza humana, ni atribuyndole a talsupuesta naturaleza rasgos egostas, agresivos, competitivos, individualistaso patriarcales. Para los economistas nunca existieron Kant, tampoco Hegel,

    Wittgenstein, Heidegger, Schopenhauer, Schiller, Freud por mencionarslo a algunos de los pensadores que han ido ms all de tales supuestos.

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    Lo que encontramos en esta Economa Cientfica es una crtica de laEconoma Poltica Clsica que suspende y omite justamente lo que ella te-na de Poltica, manteniendo de esta manera, y sacando de la discusin

    crtica, los fundamentos tericos y sus conexiones explcitas con el mundopoltico que a todos y cada uno de los economistas clsicos les parecieronesenciales. Discutir de economa sin discutir de poltica le habra parecidouna locura precisamente a Adam Smith, que no en vano consider a sureflexin sobre la riqueza de las naciones como un tratado de tica. Y noincurramos en el despropsito de llamar poltica a aquello que los ministrosde hacienda llaman poltica econmica pues son ellos mismos los que una

    y otra vez recalcan que todo el contenido de esa expresin es un conjuntode problemas tcnicos y no polticos.

    La Economa Cientfica, falsamente despolitizada bajo los supuestos ideo-lgicos del cienticismo de las disciplinas cumple con su propsito, que noes sino mantener, autorizar, proteger, la hegemona del inters burgus enese mbito de reflexin. Respecto de ella, la crtica de la Economa Polticaque hace Marx justamente mantiene el espritu profunda y explcitamentepoltico de la economa clsica, pero a travs de impugnarlo radicalmente ensus contenidos. Y de esa impugnacin surgen diferencias epistemolgicasque tratar de especificar.

    Todo este espectro de teoras, entonces, produce una diferencia en trestrminos: la Economa Poltica Clsica (presente de manera plena en losfundamentos de la disciplina actual), la Economa Poltica formulada porMarx, y la Economa que llamar Cientfica porque, en sentido estricto,lo es, o convencional, porque es la que se estudia habitualmente en las

    facultades de economa.En esta triangulacin los problemas de fundamento de la Economa Po-

    ltica Clsica slo los abordar en las consideraciones filosficas que dedicoa la nocin de valor, deseo y necesidad, en el Captulo IV. Debido a esto,en lo que sigue siempre la expresin Economa Poltica se referir a la deMarx, y cada vez que sea necesario hablar de la que lo antecede agregarel adjetivo Clsica.

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    En esta seccin lo que me interesa ms, por razones polticas, es la com-paracin entre las bases epistemolgicas de la economa propuesta porMarx y las de la ciencia econmica convencional, que se estudia habitual-

    mente como si fuese la nica posible.

    b. Las diferencias

    Hay diferencias epistemolgicas de fondo, que afectan al enfoque filos-fico general con que se aborda el tema econmico, y otras, ms especficas,

    que derivan de ellas, y que se traducen en diferencias metodolgicas, en lamanera de formular y abordar problemas particulares.

    Entre las primeras, la primera gran diferencia es la completa historizacinde la accin humana, contrapuesta de manera directa a la naturalizacin delos mviles de la accin de los agentes econmicos. En el razonamiento deMarx lisa y llanamente no hay ninguna naturaleza humana que pueda con-siderarse bajo el fondo metafsico clsico, o bajo las formas de unas basesbiolgicas del comportamiento, como es usual en psiquiatra, o como sesuele hacer en la misma economa al apelar a la deriva de la seleccin natural,o la etologa, para dar cuenta de las conductas bsicas de los consumidores.Todas las situaciones empricas que los economistas cientficos repiten unay otra vez, de manera ritual y majadera, sobre el egosmo, el hedonismo,el espritu competitivo y utilitario son, para Marx, ms bien consecuenciasque causas de la situacin que quieren explicar, y pueden ser removidas alcambiar las condiciones histricas que las determinan.

    Una segunda serie de diferencias derivan de que la economa marxista esun anlisis global, centrado en la idea de valor de cambio, un anlisis fuerte-mente historicista del sistema capitalista como conjunto. Lo que a Marx leinteresa es entender el fenmeno de la explotacin capitalista, para lo cualhace una consideracin basada en el mbito de la produccin de mercancasy en los sujetos histricos, las clases sociales, que estaran confrontadosen torno a ella. La economa cientfica, en cambio, centrada en la idea de

    precio, tiene como objeto y propsito el clculo econmico, para lo cualse centra en los procesos de circulacin de las mercancas, distinguiendo

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    constantemente entre dos niveles analticos, la micro y la macro economa,que nunca llegan a articularse en un anlisis global. Para ste anlisis losagentes econmicos son simplemente individuales, o colectivos, que nunca

    llegan a considerarse como sujetos autnticamente histricos. La historiaha sido reducida a su forma simple de temporalidad, de transcurso, comovariable independiente, y los efectos contradictorios entre la accin local ylos resultados globales, que Marx se empe en tratar como enajenacin,simplemente no son considerados, o se los contempla como variables ex-ternas al sistema econmico.

    Esta profunda diferencia en el enfoque general contiene a su vez una

    tercera diferencia que afecta ahora directamente al fundamento y a lasproyecciones que se pueden hacer desde cada una. Mientras la economacientfica se rige por un estricto individualismo metodolgico, para el cualla accin social no es sino el resultado de colecciones de acciones demuchos individuos, le economa marxista supone y estudia a sectores so-ciales enteros, las clases sociales, a las que considera como sujetos. Y estosignifica que mientras en la primera el sujeto de la libertad es el individuo,estrictamente limitado por las determinaciones de la naturaleza humana,

    en la segunda el sujeto de la libertad histricamente significativa son lasclases sociales, limitadas slo por la cosificacin de las relaciones socialesque ellas mismas han generado, en tanto que la libertad individual es msbien un proyecto, una gran tarea histrica, que ha empezado bajo la hege-mona burguesa pero que no puede ser realizada de manera real y efectiva,integral, bajo su dominio.

    La consecuencia poltica ms importante de estos fundamentos es que

    a Marx no le interesa tanto la crtica al enriquecimiento, o al abuso, llevadoa cabo por agentes econmicos particulares. Su argumento va dirigido,globalmente, contra la apropiacin de plusvala que la burguesa como con-junto, como clase, ejerce sobre el conjunto del proletariado como clase. Laexplotacin capitalista, en el concepto de Marx, no es propiamente unarelacin interpersonal sino, en todo el sentido de la expresin, una relacinsocial, una relacin entre sujeto sociales histricamente determinados.

    Sobre el plano metodolgico estas diferencias tienen efecto sobre todoen la investigacin del valor y el precio. Para Marx el valor es una variable

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    emprica, pero global e histrica. Su magnitud debe ser investigada con-siderando series muy largas de productos, o ramas enteras de la produc-cin, y slo puede ser obtenida a partir de una ponderacin estadstica de

    los factores productivos que operan en ellas. El precio, en cambio, es unavariable emprica, pero local y temporal, y su investigacin no requieremayor esfuerzo que la estadstica simple que se puede hacer a partir desus valores inmediatos en el mercado, en un momento cualquiera. Comopostular luego, todo el razonamiento de Marx est hecho, y adquiere suvalidez formal, en torno a la idea de valor, y a las consecuencias histricasde su movimiento, debido a lo cual en rigorno requiere, para considerar su

    validez argumentativa global, de la conversin paso a paso entre los valoresy los precios en que se expresan en la economa de cada da.

    La situacin y el imperativo metodolgico en la economa convencionalson completamente distintos. Por un lado, en la medida en que est orien-tada al clculo econmico pragmtico, requiere de la observacin empricainmediata de los precios, y est sometida al imperativo de formular reglas yleyes en torno a ellos. Por otro lado, en la medida en que omite completa-mente cualquier consideracin poltica en torno a la explotacin, no nece-sita razonar en torno a la realidad y movimiento del valor para obtener susobjetivos. Debido a esto, la prctica habitual en la economa convencionales, lisa y llanamente, identificar ambas variables (el precio sera lo mismoque el valor), sin hacerse cargo de su diferencia epistemolgica.

    Ante tal prctica, que lleva completamente el asunto metodolgico cen-tral desde el mbito de la produccin al mbito de la circulacin de mercan-cas, una larga tradicin de economistas marxistas, apurados por mejorar

    sus credenciales ante la economa cientfica, han intentado encontrarfrmulas que permitan calcular los precios (locales y temporales) a partirdel valor (una variable histrica y global). Este problema de la conversinde valor a precio ha sido considerado por algunos incluso como el problemacentral de la economa marxista. Mi opinin, en torno a la cual argumentarcon ms detalles luego, es que se trata de un problema ficticio o, al menos,innecesario. Por un lado es ficticio, porque surge de no reconocer (tal como

    lo hacen los economistas burgueses) que hay una diferencia epistemolgicaentre ambas variables. Por otro es innecesario, puesto que la validez global

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    Sostengo que la teora de las crisis cclicas de Marx no ha sido refutada,hasta el da de hoy, quizs por la ms triste de las razones. Simplementenadie la ha discutido crticamente en sus propios trminos.Se ha criticado la

    teora del valor desde una base epistemolgica distinta a la que le sirvi deorigen. Se han buscado toda clase de responsables exteriores y contingentespara lo que es una realidad flagrante. Se ha llegado a recurrir a las teoras delcaos, en buenas cuentas: la realidad caotiza sola y por s misma, irrumpe, demanera irracional, lo simplemente irracional. Sin atreverse nunca a asumir loque para Marx era casi axiomtico: una economa de agentes individuales, encompetencia, en un mercado opaco y originariamente desigual, slo puede

    conducir al desequilibrio. El desequilibrio tiene que ser una caractersticaestructural del sistema.

    En el desarrollo terico de ambas perspectivas, esto nos lleva a otra dife-rencia notable. En ningn momento Marx recurre a modelos de competenciaperfecta, o siquiera a modelos generales y abstractos de ningn tipo. Laeconoma poltica es un saber situado. Pone como su punto de partida unconjunto de situaciones empricas, histricamente reales, y slo a partir deellas se eleva a la abstraccin.

    La acumulacin primitiva del capital, el desarrollo desigual de las tcni-cas, de las economas nacionales, de las empresas de una misma rama de laproduccin, la necesidad del desarrollo tecnolgico como elemento internoa la competencia son todos, para Marx, elementos de partida. Incluso elmachismo, como elemento cultural real y prevaleciente, es una variableinterna para Marx, lo que le permite explicar la integracin de las mujeresa la fuerza de trabajo fabril buscando el objetivo de aumentar la plusvala

    por la va absoluta.Se puede decir que en Marx siempre operan causas histrico-culturales

    y que la economa cientfica en cambio no slo rehye las causas y las ex-plicaciones, tendiendo siempre a mantenerse en el nivel descriptivo, sinoque, cuando avanza hacia el nivel explicativo, las causas que invoca siempreestn en el orden de la naturaleza, o son meramente contingentes.

    Exactamente al revs del procedimiento historicista de Marx, la economa

    cientfica, como la fsica, pone modelos abstractos y generales en el inicio,

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    y slo desde all va agregando las variables, las imperfecciones, que ha-cen que los capitalistas nunca lleguen a competir como los bellos modelosde competencia prescriben y hacen deseable. El recurso a las teoras del

    caos en la economa cientfica actual es de algn modo el extremo de esaenajenacin ilustrada para la cual la realidad debe estar escrita con carac-teres matemticos. Como ya lo saben muy bien los fsicos y meteorlogoscontemporneos, quizs existan esas frmulas matemticas, pero exce-den largamente todo lo que las matemticas ms refinadas, y los sistemascomputacionales ms complejos, pueden alcanzar. Y si esto se constatacada da en sistemas complejos como el clima, los terremotos, o los infartoscardacos, parece razonable suponerlo con mayor razn an a sistemas enque interviene la libertad humana, como lo es, por excelencia, el sistemaeconmico. Esto, que ya lo saba Hegel, a partir de premisas puramentefilosficas, es obvio para Marx. La complejidad global e histrica del sistemaeconmico slo puede ser abordada de manera global e histrica. Esa es ladiferencia metodolgica central entre ambos intentos.

    Cuando buscamos el fondo histrico de estas diferencias lo que encontra-mos es una economa cientfica que no es sino una racionalizacin ilustrada

    de la modernidad o, a lo sumo, y empujada por la evidencia de la crisis,una teora neo ilustrada del caos como factor explicativo de los dramasdel comportamiento humano. Sostengo que en la economa marxista encambio se debe ver una teora post ilustrada en que el saber coincide conuna voluntad poltica, con una voluntad revolucionaria. No es lo mismo con-cebir la poltica econmica como un conjunto de tcnicas, micro y macroeconmicas, en que la opinin del experto se impondr a la del lego, que

    concebirla como la tarea de mover sujetos sociales hacia la consciencia desu propia situacin, de su enajenacin estructural, y hacia la transformacinprofunda de sus vidas.

    Muchas veces los economistas marxistas, llevados por la reduccin delmarxismo a mera ciencia, han tratado de asimilarse a los estndares de sabery competencia dictados por la economa convencional. Mi opinin es queno slo se trata de intentos destinados, en lo esencial, al fracaso, sino que

    adems han desdeado con ello justamente lo especfico y ms valioso delanlisis de Marx.

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    No es intil, dados los largos y profundos prejuicios imperantes advertir,sin embargo, que no veo que ambos enfoques sean completamente anta-gnicos. Muy probablemente a los marxistas les hara muy bien estudiar

    con todo rigor la economa cientfica. Dominar las artes del clculo econ-mico, hasta donde los mitos de la disciplina lo permitan. Lo que sostengo,en cambio, es que a los economistas convencionales les hara muy bienpreguntarse si una base epistemolgica distinta no podra enriquecer suspropios anlisis, ms all de que estn dispuestos a compartir la voluntadque anim la formulacin de tal epistemologa.

    Y, por cierto, a los economistas marxistas les hara muy bien, en estos

    tiempos duros y grises, tan llenos de escepticismo y claudicacin, asumiry desarrollar la sustancia especficamente poltica que hay en la economapoltica.

    Pero, enfatizar el carcter complementario de los anlisis que son t-picos de la racionalidad cientfica y los que son propios de la argumenta-cin marxista, como lo he hecho hasta aqu, sin embargo, me parece deuna neutralidad sospechosa. En las comparaciones que he trazado hastaahora siempre aparece un polo poltico y otro cientfico, en el sentidode tcnico. Atribuir a cada uno lo suyo, delimitar los mbitos, declarar lacomplementariedad posible, subrayar por cierto su independencia mutua,es un ejercicio de tolerancia liberal que puede dejar satisfechos a los bienpensantes que seguramente se alegrarn de saber que el marxismo nopuede prescindir de la ciencia y que sta, en cambio, s puede prescindirdel marxismo. La ciencia sera, en sta visin optimista, una herramientade validez general capaz de prestar servicios a muchas causas posibles, el

    marxismo, en cambio, sera una opcin meramente valrica particular. Eshora de especificar autnticas diferencias.

    La primera cuestin, desde luego, es la pretendida diferencia entre lopoltico y lo tcnico. Ms all de la posible eficacia, o aun de la realidadde la eficacia, el pretender que un saber es meramente tcnico no es sinouna operacin ideolgica. El asunto no es, propiamente, al servicio de quest una tcnica, no es se el lugar principal del ideologismo, sino ms bien

    qu se quiere implicar con esa idea. La nocin de lo meramente tcnicodescansa, por un lado, en la idea de que ha derivado de un saber neutro

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    (que se puede usar para esto o lo otro) y, por otro lado, en la idea de quela eficacia deriva del saber o, tambin, de la precedencia del saber sobre elpoder (para tener poder habra que poseer, primero, el saber adecuado).

    Las discusiones en la filosofa de la ciencia contempornea muestranque no hay un fundamento epistemolgico suficiente como para defenderla exterioridad del saber respecto del contexto del descubrimiento y, conello, cualquier pretensin de neutralidad. No slo las relaciones sociolgicasal interior de la comunidad cientfica influyen profundamente en lo que seacepta como saber cientfico, como han mostrado Kuhn, Lakatos, Bour-dieu21, sino que se ha mostrado una y otra vez la dependencia del saber

    cientfico de las variables culturales y del fondo filosfico, caractersticosdel entorno histrico en que se desarrolla22. El saber cientfico carece deneutralidad mucho antes de su aplicacin, por su origen. Dems est agre-gar que esta conclusin es plenamente concordante con una perspectivamarxista, y que est anunciada en mltiples prrafos de la obra de Marx.

    21 Ver, por ejemplo: Thomas S. Kuhn, La Estructura de las revoluciones cienfcas, Fondode Cultura Econmica, Mxico, 1