poemario bueno

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POEMARIO David González Zardoya

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1. David Gonzlez Zardoya 2. Tu Corazn, Una Naranja Helada... Tu corazn, una naranja helada con un dentro sin luz de dulce miera y una porosa vista de oro: un fuera venturas prometiendo a la mirada. Mi corazn, una febril granada de agrupado rubor y abierta cera, que sus tiernos collares te ofreciera con una obstinacin enamorada. Ay, qu acometimiento de quebranto ir a tu corazn y hallar un hielo de irreductible y pavorosa nieve! Por los alrededores de mi llanto un pauelo sediento va de vuelo con la esperanza de que en l lo abreve. 3. Como la mar, los besos No importan los emblemas ni las vanas palabras que son un soplo slo. Importa el eco de lo que o y escucho. Tu voz, que muerta vive, como yo que al pasar aqu an te hablo. Eras ms consistente, ms duradera, no porque te besase, ni porque en ti asiera firme a la existencia. Sino porque como la mar despus que arena invade temerosa se ahonda. En verdes o en espumas la mar, se aleja. Como ella fue y volvi t nunca vuelves. Quiz porque, rodada sobre playa sin fin, no pude hallarte. La huella de tu espuma, cuando el agua se va, queda en los bordes. Slo bordes encuentro. Slo el filo de voz que en m quedara. 4. Diosa Dormida sobre el tigre, su leve trenza yace. Mirad su bulto. Alienta sobre la piel hermosa, tranquila, soberana. Quin puede osar, quin slo sus labios hoy pondra sobre la luz dichosa que, humana apenas, suea? Miradla all. Cun sola! Cun intacta! Tangible? Casi divina, leve el seno se alza, cesa, se yergue, abate; gime como el amor. Y un tigre soberbio la sostiene como la mar hircana, donde flotase extensa, feliz, nunca ofrecida. Ah, mortales! No, nunca; desnuda, nunca vuestra. Sobre la piel hoy gnea miradla, exenta: es diosa. 5. Te amo as, sentada, con los senos cortados y clavados en el filo, como una transparencia, del espaldar de la butaca rosa, con media cara en ngulo, el cabello entubado de colores, la camisa cada bajo el atornillado botn saliente del ombligo, y las piernas, las piernas confundidas con las patas que sostienen tu cuerpo en apariencia dislocado, adherido al jornal que espera la lectura. Divinamente ancha, precisa, aunque dispersa, la belleza real que uno quisiera componer cada noche. Mujer en Camisa 6. El ngel ngel Y el mar fue y le dio un nombre y un apellido el viento y las nubes un cuerpo y un alma el fuego. La tierra, nada. Ese reino movible, colgado de las guilas, no la conoce. Nunca escribi su sombra la figura de un hombre. 7. A esa, a la que yo quiero... A esa, a la que yo quiero, no es a la que se da rindindose, a la que se entrega cayendo, de fatiga, de peso muerto, como el agua por ley de lluvia. hacia abajo, presa segura de la tumba vaga del suelo. A esa, a la que yo quiero, es a la que se entrega venciendo, vencindose, desde su libertad saltando por el mpetu de la gana, de la gana de amor, surtida, surtidor, o garza volante, o disparada -la saeta-, sobre su pena victoriosa, hacia arriba, ganando el cielo. 8. HUBO aqu un valle antao, callado y sonriente, donde nadie habitaba: partironse las gentes a la guerra, dejando a los luceros, de ojos dulces, que velaran, de noche, desde azuladas torres, las flores, y en el centro del valle, cada da, la roja luz del sol se posaba, indolente. Mas ya quien lo visite advertira la inquietud de ese valle melanclico. No hay en l nada quieto, sino el aire, que ampara aquella soledad de maravilla. Ah! Ningn viento mece aquellos rboles, que palpitan al modo de los helados mares en torno de las Hbridas brumosas. Ah! Ningn viento arrastra aquellas nubes, que crujen levemente por el cielo intranquilo, turbadas desde el alba hasta la noche, sobre las violetas que all yacen, como ojos humanos de mil suertes, sobre ondulantes lirios, que lloran en las tumbas ignoradas. Ondulan, y de sus fragantes cimas cae eterno roco, gota a gota. Lloran, y por sus tallos delicados, como aljfar, van lgrimas perennes.