monografia ciencia y tecnologia en america latina y el perú

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Universidad Nacional “Pedro Ruiz Gallo” FACULTAD DE CIENCIAS HISTÓRICO SOCIALES Y EDUCACIÓN PROGRAMA DE LICENCIATURA EN EDUCACIÓN MODALIDAD MIXTA “CIENCIA Y TECNOLOGÍA, DESARROLLO EN AMÉRICA LATINA Y EL PERÚ” CURSO : HISTORIA DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA DOCENTE : PROF. COTRINA ALUMNOS : AGUILAR INCIO Patricia CAJUSOL DONAYRE Freddy OJEDA OJEDA Elix PAREDES CACHAY Rodolfo YAHAHUANCA SUÁREZ Fermín

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Page 1: Monografia Ciencia y Tecnologia en America Latina y El Perú

Universidad Nacional

“Pedro Ruiz Gallo”FACULTAD DE CIENCIAS HISTÓRICO

SOCIALES Y EDUCACIÓN

PROGRAMA DE LICENCIATURA EN EDUCACIÓN MODALIDAD MIXTA

“CIENCIA Y TECNOLOGÍA, DESARROLLO EN AMÉRICA LATINA Y EL PERÚ”

CURSO : HISTORIA DE LA CIENCIA Y LATECNOLOGÍA

DOCENTE : PROF. COTRINA

ALUMNOS : AGUILAR INCIO PatriciaCAJUSOL DONAYRE FreddyOJEDA OJEDA ElixPAREDES CACHAY RodolfoYAHAHUANCA SUÁREZ Fermín

CICLO : II

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LAMBAYEQUE, DICIEMBRE 2004

DEDICATORIA

A DIOS:

Por guiarnos por el

camino del bien y la

Verdad.

A NUESTROS PADRES:Quienes serán siempre ennuestras vidas una brújulade luz que nos señale elmejor camino hacia el futuro.

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PRESENTACIÓN

El siguiente trabajo cuyo contenido consiste en todo lo referente a la

“CIENCIA Y TECNOLOGÍA EN AMÉRICA LATINA Y EL PERÚ”, es un tema

sumamente interesante de un gran valor didáctico, más aun para

todo aquel futuro profesional en Educación, puesto que tenemos que

estar supeditados a una constante investigación y búsqueda de

nuevos conocimientos.

Por el esfuerzo que ha demandado la realización de este trabajo, nos

es de mucho agrado presentar el siguiente trabajo, y nos llenaría de

mucha satisfacción que sirva como fuente de información a futuras

generaciones.

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Introducción

Uno de los tópicos en el debate actual sobre la ciencia y la tecnología consiste en determinar que tanto han servido para configurar a las sociedades modernas y trasformar a las tradicionales. Los progresos científicos como también tecnológicos han modificado radicalmente la relación del hombre con la naturaleza y la interacción entre los seres vivos. Hoy en día la ciencia y la tecnología calan los niveles más altos en la sociedad actual.

La ciencia y la tecnología no se pueden estudiar fuera del contexto social en el que se manifiestan. Entre la ciencia y la tecnología existe un claro estado de simbiosis; en otras palabras, conviven en beneficio mutuo. Aunque el efecto de ambas actuando conjuntamente es infinitamente superior a la suma de los efectos de cada una actuando por separado.

Y, sin embargo, ante estos progresos que no podían ni siquiera imaginar los utopistas del pasado, empiezan a surgir preguntas cada vez más serias sobre el papel que cumple la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad.

Podríamos resumir esta idea en la siguiente frase: "El siglo XVII fue de las matemáticas, el siglo XVIII el de las ciencias físicas, el siglo XIX el de la biología y nuestro siglo XX es el siglo del cambio".

<<Aunque suene paradójico hoy por hoy lo único que es constante es el cambio.>>

Este cambio no solo se manifiesta de manera vertiginosa en la ciencia y tecnología, sino que tambien arrastra profundos cambios sociales, cambios que provocan una nueva relacion entre ciencia, tecnología y sociedad, por lo que podemos afirmar que: “Lo que une a la ciencia y la tecnología con la sociedad son las necesidades y los deseos de la sociedad”.

Hoy en día, la tecnología es parte del sistema de vida de todas las sociedades. La ciencia y la tecnología se están sumando a la voluntad social y política de las sociedades de controlar su propio futuro, sus medios y el poder de hacerlo. La ciencia y la tecnología

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están proporcionando a la sociedad una amplia variedad de opciones en cuanto a lo que podría ser el futuro de la humanidad.

La tecnología se propone mejorar u optimizar nuestro control del mundo real, para que responda de manera rápida y predecible a la voluntad o el capricho de la sociedad, aunque no siempre sea en su beneficio. La tecnología es también el motor de la industria y de la empresa comercial; para nada sirve si sus productos no responden a las necesidades de los consumidores.

Tradicionalmente la tecnología ha progresado por el método empírico del tanteo. La tecnología ha estado a la vanguardia en muchos campos que posteriormente adquirieron una sólida base científica. Se dice que los efectos de la tecnología constituyen un "impacto". La tecnología derrama sobre la sociedad sus efectos ramificadores sobre las practicas sociales de la humanidad, así como sobre las nuevas cualidades del conocimiento humano.

Desde los primeros tiempos de la agricultura o desde fines de la Edad del Hierro, la cultura humana ha tenido una tecnología, es decir, la capacidad de modificar la naturaleza en un grado u otro. Se considera que la tecnología proporciona estimables beneficios a corto plazo, aunque a largo plazo han engendrado graves problemas sociales.

Los beneficios que trae consigo la tecnología moderna son muy numerosos y ampliamente conocidos. Una mayor productividad proporciona a la sociedad unos excedentes que permiten disponer de más tiempo libre, dispensar la educación y, de hecho, promover la propia labor científica. Todos nosotros necesitamos alimentos, vivienda, ropa, etc. Cuando quedan satisfechas esas necesidades básicas y la tecnología empieza a proporcionar beneficios cada vez más triviales, es cuando surgen esencialmente los problemas.

Si consideramos la situación actual de los países desarrollados, vemos que la gente no parece más feliz que en el pasado, y a menudo tampoco tiene mejor salud. Los desechos ambientales que produce la tecnología han creado nuevas formas de enfermedades y fomentado otras. El propio trabajo es hoy más monótono y decepcionante. El ser humano necesita realizar algo que estimule su cerebro, su capacidad manual y también necesita variedad.

La industria de base tecnológica ha dislocado la familia. Por ejemplo, el hecho de tener que dedicar mucho tiempo al transporte separa a menudo a un padre de sus hijos. La sociedad tecnológica tiende también a separar a la madre del niño pequeño. La facilidad de las comunicaciones incita a los hijos a irse muy lejos, y la familia ampliada a dispersarse más. Un ejemplo que sucede en Perú, al igual que en otros paises es la emigración de la población joven hacia los centros de estudios universitarios los cuales están en las grandes ciudades, lo cual trae como consecuencia en una primera instancia que el joven se ausente por períodos relativamente largos de su familia y luego de haber terminado sus estudios la gran mayoría se radica en estas grandes ciudades donde el desarrollo tecnologico y por ende las oportunidades laborales son mayores.

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La Ciencia y la Tecnologíaen América Latina y el Perú

La importancia que se concede a la ciencia, la tecnología y la innovación es creciente en los países industrializados. El indicador más claro de este fenómeno, más allá de la retórica, es el ritmo de aumento de la inversión en estas actividades durante las últimas décadas.

Muy distinto es el panorama actual de los países latinoamericanos, en donde la política científica, al igual que la política tecnológica y la de innovación, no logran trascender el plano de las intenciones declarativas y acompañan, en realidad, la suerte de otros indicadores que expresan el estancamiento –y aún el retroceso- de la región en su conjunto.

Para ello, la UNESCO convocó en Budapest una Conferencia Mundial de la Ciencia.

De Viena a Budapest

La Conferencia de Budapest tiene muchos antecedentes que se remontan incluso a los años sesenta. Entre todos ellos, se tomará en cuenta, por su relación directa y por una suerte de simetría, tan sólo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ciencia, Tecnología y Desarrollo realizada en Viena veinte años antes.

Aquella Conferencia tuvo una gran repercusión ante la opinión pública. Los documentos que entonces se produjeron, vistos desde hoy, aparecen como un cúmulo de buenas intenciones. Sin embargo, su lectura muestra también que en aquella ocasión comenzó a hacerse explícito el enfrentamiento de perspectivas e intereses entre los países del tercer mundo (representados por el Grupo de los 77) y los países desarrollados.

En el documento final de la Conferencia de Viena se establecieron numerosas recomendaciones para que los países en desarrollo crearan y consolidaran sus sistemas científicos y tecnológicos. Se delineó también una política de cooperación internacional

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que fijaba el papel de los países desarrollados en el proceso de desenvolvimiento de la capacidad científica y tecnológica de los países en desarrollo.

¡Cómo no serían de utópicas aquellas recomendaciones si el documento afirmaba que las medidas que debían adoptar los países desarrollados debían tener por objeto “compartir el conocimiento y la experiencia para ampliar las opciones de los países del tercer mundo en orden a alcanzar sus metas de desarrollo definidas en el plano nacional!”. Sin embargo, también hay que reconocer que no todo era utopía y que la conferencia reprodujo las confrontaciones que la escena internacional registraba en otros planos.

El texto propuesto por el Grupo de los 77, por ejemplo, apuntaba a razones de hegemonía y dependencia para encuadrar la política científica:

“Es un hecho ampliamente reconocido que la estructura de las relaciones internacionales en materia de ciencia y tecnología es imperfecta y refleja profundas diferencias entre las naciones. Refleja una situación en que unos pocos países –en particular, ciertas empresas industriales con sede en esos países- asumen el dominio tecnológico y determinan la dirección y el desarrollo de la tecnología en sectores cruciales, dejando a la mayoría de los países en situación de crítica dependencia tecnológica, pese a sus vastos recursos humanos y materiales” (Naciones Unidas, 1979).

El texto agregaba, con sentido crítico:

“Las actuales estructuras internacionales de información son sumamente inadecuadas para los países en desarrollo. Además, debe tenerse en cuenta que el suministro de información no tiene el efecto automático de crear una demanda y que, a menos que se asegure una utilización adecuada de la información por los países en desarrollo, las estructuras internacionales de información cumplen una función escasamente útil” (Naciones Unidas, 1979).

También el entonces bloque socialista trataba de incluir sus prioridades políticas, cuando solicitaba que la declaración final reflejara:

“el vínculo existente entre la reestructuración de las relaciones económicas internacionales sobre una base justa y democrática y la lucha por lograr la paz, la distensión y el desarme, lo que proveerá una fructuosa cooperación internacional en distintas esferas; entre ellas, la ciencia y la tecnología…en beneficio de todos los pueblos del mundo” (Naciones Unidas, 1979).

Veinte años después, UNESCO convocó a la reciente Conferencia Mundial de la Ciencia. La Declaración destaca nuevamente la interdependencia de todas las naciones y postula el objetivo común de preservar los sistemas de sustentación de la vida en el planeta. Dicho sea de paso, hace una mención colateral a posibles efectos negativos de las ciencias naturales (las ciencias sociales, agradecidas).

En este sentido, el documento es moderadamente crítico, ya que si bien entona loas a los efectos benéficos de la ciencia, acepta que ésta también ha provocado impactos

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negativos, tales como la degradación del ambiente y el desarrollo de armas de tremendo poder destructivo.

Reclama, en consecuencia, un debate democrático vigoroso sobre la producción y aplicación del saber científico. Los esfuerzos –destaca- deben ser interdisciplinarios e involucrar inversiones públicas y privadas. Proclama la necesidad de establecer prioridades y vuelve con el tema de veinte años atrás, respecto a “compartir el saber”.

Sin embargo, contiene también una afirmación curiosa en un texto al que se podría considerar como “científico-céntrico”. Se trata de la afirmación de que “los beneficios derivados de la ciencia están desigualmente distribuidos a causa de las asimetrías”. En un texto redactado mayoritariamente por científicos, las afirmaciones que implican relaciones causales no deben ser menospreciadas. Una buena lectura de la frase pone de manifiesto que ésta equivale a reconocer que la ciencia está implicada en las relaciones de poder.

La Declaración final de la Conferencia, en una frase que parece intercalada por algún fantasma superviviente del Grupo de los 77, parece querer decirnos que para lograr una distribución equitativa de los beneficios de la ciencia es preciso eliminar primero las causas: es decir las asimetrías. La posición contraria sería ajena a esta lógica. La idea de utilizar la ciencia para resolver las asimetrías aparece así como un voluntarismo.

La tecnocracia, como variante de la burocracia, según la visión de Max Weber y la glosa de Manuel García Pelayo, responde a una visión ideológica según la cual la racionalidad científica y tecnológica desplaza a la política. En estas épocas de auge del “pensamiento único”, nueva variante del discurso tecnocrático, la advertencia de Negrín tiene gran actualidad.

La tecnocracia no es solamente un rasgo de las sociedades económica y tecnológicamente más avanzadas. Hay una tecnocracia del subdesarrollo que hoy, en el plano de la economía predica como únicas recetas la desregulación, la reducción del estado, el ajuste de las cuentas públicas y la apertura de los mercados. Esa visión tecnocrática carece de respuesta para el agravamiento de los problemas sociales. En el campo de la política científica y tecnológica se libra en América Latina una confrontación que por momentos parece incluir como actores sólo a los “modernizadores” que menosprecian el esfuerzo endógeno y los viejos capitanes de la ciencia tradicional.

Ciencia, tecnología y desarrollo en América Latina

En América Latina la preocupación las políticas de ciencia y tecnología surgió muy pocos años después que los países industrializados tomaran conciencia acerca de su importancia. Una peculiaridad de la región ha sido la íntima vinculación entre estas políticas y la problemática del desarrollo.

Después de la segunda guerra mundial se pusieron en marcha grandes programas de reconstrucción de los países beligerantes y a ello se aplicó la tarea de muchos de los

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organismos multinacionales recién creados. El comercio internacional se fue recuperando, pero América Latina encontró dificultades crecientes para beneficiarse de los flujos de intercambio. Los actores más destacados de la región comenzaron a experimentar una desconfianza creciente acerca de los presuntos beneficios del modelo internacional vigente.

Cuando los países de América Latina cayeron en la cuenta de su marginación respecto a los nuevos escenarios de la economía y la política internacionales, alzaron sus voces para instalar la problemática del desarrollo en la agenda de temas prioritarios de la comunidad internacional. Por efecto de aquellas presiones fue creada la CEPAL, como un organismo especializado en la economía latinoamericana y la cuestión del desarrollo fue reconocida como la prioridad estratégica fundamental para la región (Sunkel y Paz, 1970).

Los economistas del desarrollo (Hirschman, Rostow, Nurkse y otros), vinculados en su mayoría a organismos internacionales, y sobre todo a la CEPAL, coincidían en la inconveniencia de una inserción pasiva en el comercio internacional. La solución propuesta fue impulsar políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) a partir de una activa intervención del estado para regular el funcionamiento de los mercados.

En este marco, los países de la región comenzaron a abrir el campo de la política científica y tecnológica. A partir de la década de los cincuenta, muchos de ellos crearon instituciones destinadas a la política, el planeamiento y la promoción de la ciencia y la tecnología. Aquellas acciones, que recibieron un gran impulso en la siguiente década, fueron en muchos aspectos discontinuas y contradictorias, pero en otros exhibieron una notable continuidad debido a que, en general, fueron diseñadas siguiendo las pautas organizativas y la concepción general que difundieron activamente UNESCO y OEA.

Ambas organizaciones “sembraron la idea de que la ciencia y la tecnología eran una usina de crecimiento, en un rico suelo fertilizado por el deseo de la modernización y el desarrollo“ (Dagnino 1999).

Apenas comenzada la década de los sesenta, el apoyo a la ciencia y la tecnología entró en la agenda de la cooperación hemisférica. La preocupación dominante inicialmente fue la necesidad de desarrollar metodologías para la planificación de la política científica y tecnológica, en el marco de la planificación general del desarrollo. Este punto de vista quedó claramente expresado en la Declaración de los Presidentes de América, surgida de la reunión de Punta del Este en 1967.

Sin embargo, pese a tales esfuerzos, la cruda realidad de la vida económica hizo que el proceso de ISI se nutriera de tecnología transferida en forma incorporada a las grandes inversiones de capital, sin que se prestara suficiente atención a las fases de adaptación a las condiciones de mercado, aprendizaje y todas aquellas que hoy se engloban en el concepto de trayectoria tecnológica de las firmas (Bell, 1995). El resultado fue una baja capacidad tecnológica del sector productivo de los países latinoamericanos, escasa demanda de conocimientos tecnológicos generados localmente y, por lo tanto, sistemas científicos escasamente vinculados con los procesos económicos y sociales.

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Al cabo de algunas décadas, el modelo de ISI fracasó en resolver el problema y, en algunos aspectos, hasta lo agravó, pese a haber alcanzado cierto éxito en impulsar el crecimiento de la industria de manufacturas en muchos países de la región.

La crisis de la década los ochenta, a la que se conoce como la “década perdida” por los países latinoamericanos, produjo una ruptura en la confianza de que existía un camino hacia el desarrollo endógeno y dio lugar, en cambio, a políticas de ajuste, estabilización y apertura de las economías, que fueron consideradas como un paso necesario –aunque no suficiente- para intentar la vía alternativa ofrecida por la globalización.

La experiencia de América Latina en utilizar la política científica y tecnológica como instrumento de desarrollo, pese a ciertos logros en el plano académico, no puede ser considerada como un éxito. Algunos autores señalan que esto se debió a ciertos factores que acentuaron los aspectos negativos del enfoque basado en la oferta. El primero de ellos fue la escasa demanda de conocimiento científico y tecnológico por parte del sector productivo. El segundo factor tuvo carácter estructural y consistió en la inexistencia o la extrema fragilidad de los vínculos e influencias recíprocas entre el estado, la sociedad y la comunidad científica (Dagnino, 1999). La importancia de este problema fue claramente percibida por Jorge Sábato, quien propuso, como modelo orientador de las estrategias de desarrollo, un "triángulo de interacciones” entre los vértices correspondientes al gobierno, el sector productivo y las instituciones científicas y académicas (Sábato, 1969).

En la práctica latinoamericana, el vacío dejado por la demanda del sector productivo fue ocupado por la comunidad científica. Ella jugó, en el diseño de las políticas latinoamericanas de ciencia y tecnología, un papel que excedió por mucho la influencia que tuvo en los países avanzados.

“Algunos miembros de la comunidad científica, principalmente relacionados con las disciplinas universitarias tradicionales, con el poder adquirido a través de un mecanismo de transducción tuvieron considerable influencia en el diseño de las políticas de ciencia y tecnología. Este mecanismo transforma el prestigio derivado de las actividades académicas, en particular, de las comunidades disciplinarias, en autoridad política y poder de representación de la comunidad científica” (Dagnino, 1999).

Ya desde finales de los sesenta, un sector surgido del propio núcleo de las comunidades científicas de los países de América Latina había comenzado a manifestar una actitud crítica respecto al modelo de desarrollo seguido hasta entonces en relación con la ciencia y la tecnología. Este fenómeno, convergente a posteriori con otras corrientes originadas en el ámbito de la economía, fue parte importante de lo que más tarde sería denominado como “pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología” (Albornoz, 1989).

La crítica al modelo preexistente fue enfocada desde distintos ángulos. Desde uno de ellos se destacó el carácter marginal de la ciencia en la región, vinculándola con la dependencia de los centros de poder mundial. Desde esta perspectiva crítica se señalaba que la producción científica tenía más relación con las necesidades internas del grupo social que las generaba, que con los requerimientos propios del desarrollo del país

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dependiente (Herrera, 1971). Otros autores caracterizaban al sistema científico de los países latinoamericanos como "exogenerado” y “endodirigido” (Suárez, 1973). Un cuestionamiento más radical se tradujo en la distinción entre la ciencia “importada”, “copiada” o generada localmente en función de demandas sociales, y el modelo de país que a cada una de ellas correspondía (Varsavsky, 1969).

Panorama de la ciencia y la tecnología enAmérica Latina y el Caribe

¿Cuál es hoy la realidad emergente de todo ese proceso histórico? Los datos aportados por la RICYT ponen de manifiesto que América Latina muestra una debilidad estructural en materia de ciencia y tecnología. Los indicadores disponibles cuantifican la escasez de recursos y financieros, si bien permiten diferenciar trayectorias y situaciones nacionales muy disímiles. La heterogeneidad, por lo tanto, es una de las condiciones que deben ser tomadas en cuenta a la hora de formular propuestas de alcance regional.

La inversión en ciencia y tecnología

América Latina representa el 1,7% de la inversión mundial en I+D (Gráfico 1).

En 1998 la inversión en ciencia y tecnología del conjunto de países de América Latina alcanzó algo más de 15.000 millones de dólares (Gráfico 2). Una parte de esa suma, equivalente a 9.700 millones de dólares, se destinó a financiar actividades de investigación y desarrollo (I+D). Cabe llamar la atención sobre el hecho de que aquel mismo año, Canadá destinaba a I+D más de 12.000 millones de dólares, superando en forma significativa al conjunto de la región. La inversión de los Estados Unidos en I+D durante aquel mismo año fue de 220.000 millones de dólares.

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La inversión en I+D como porcentaje del PBI en América Latina representó en 1998 un 0.52% (Gráfico 3). Al analizar la evolución histórica de este indicador durante la década de los noventa se constata que el menor nivel de inversión se produjo en 1992 (0.38% del PBI) y el máximo nivel en 1995, con un valor de 0.56% del PBI. La tendencia, pese a los altibajos es ascendente.

Cuando se compara la magnitud del esfuerzo latinoamericano con relación a su producto, las cifras ponen de manifiesto una debilidad muy notoria. Mientras el PBI de Estados Unidos cuadruplica al de América Latina, su inversión en I+D es más de 20 veces mayor que la latinoamericana. Dicho de otro modo, el esfuerzo de los países de la región en ciencia y tecnología es inferior al que les correspondería realizar tomando en cuenta el valor del producto regional.

Lo anterior queda más claro cuando se analiza, país por país, qué porcentaje del PBI se destina a I+D. Un análisis pormenorizado de los países latinoamericanos muestra situaciones disímiles. Solamente Brasil, Cuba y Costa Rica declaran que el valor de su inversión en 1998 en I+D superó el 0,75% del PBI, lo que los coloca muy por encima del resto de los países latinoamericanos, aunque lejos de Estados Unidos (2.61%) y Canadá (1.61%). En el rango intermedio, entre 0.5% y 0,75% se encontraba Chile (0,62%). Los restantes países no alcanzaban el umbral del 0.5%.

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La lectura de los datos confirma también que uno de los rasgos predominantes del conjunto de América Latina en materia de ciencia y tecnología es el de la heterogeneidad. Esta se hace evidente cuando se contrapone la riqueza del país (PBI por habitante) con la importancia que se concede a la inversión en I+D (porcentaje del PBI). Este ejercicio (Gráfico 4) permite descartar cualquier hipótesis que suponga una relación directamente proporcional entre ambas variables. Se podría afirmar que la heterogeneidad en este caso no es diferente de la que se percibe en cualquier otra dimensión en la que se comparen los países latinoamericanos. Sin embargo, esto no es estrictamente cierto, ya que existen diferencias importantes entre países con similar estructura social y económica.

Composición de la inversión en I+D

El indicador de inversión en I+D por sector de financiamiento (Gráfico 5) muestra que en América Latina casi el sesenta por ciento de la I+D es financiada por el presupuesto público y sólo un tercio por las empresas. Esta estructura de financiamiento contrasta con la de los países industrializados.

En ellos, aproximadamente las dos terceras partes de los recursos para I+D provienen de las empresas. Japón configura un caso extremo, con una participación empresarial del 72%. En Estados Unidos, casi el 65% de la I+D es financiada por las empresas. La situación de Canadá, en la cual esta porción es algo menor al 50%, se aproxima a la de Europa (53%). En América Latina, los países con mayor proporción de financiamiento empresarial de la I+D en 1997 eran Venezuela y Brasil, países que aún mantenían importantes empresas en manos del estado.

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El indicador de inversión en I+D por sector de ejecución (Gráfico 6) muestra que la participación de las empresas en la ejecución de la I+D alcanza un 38% (principalmente debido al aporte de Brasil). El grueso de la I+D se ejecuta en las universidades (41%). En los centros públicos de investigación se realiza el 20%. Nuevamente el cuadro se diferencia de los países industrializados. La inversión de las empresas en I+D es ampliamente mayoritaria en los Estados Unidos (72.8%), Japón (70.3%), Europa (62.4%) y Canadá (61.8%).

Recursos humanos en ciencia y tecnología

El personal total en ciencia y tecnología (investigadores, becarios y técnicos de apoyo) asciende en América Latina a más de doscientas mil personas. De este número, 123.500 pueden ser considerados como investigadores, los que equivalen a una vez y media la dotación de investigadores con los que cuenta Canadá. Los investigadores de Estados Unidos son casi un millón; esto es, siete veces más que los latinoamericanos.

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El 40% de los investigadores latinoamericanos se encuentra en Brasil, y otro 33% se reparte entre Argentina y México (Gráfico 7). En materia de recursos humanos dedicados a la investigación se registra una tendencia positiva. En 1990, América Latina contaba con 108 mil investigadores, lo que indica que el crecimiento durante esta década fue de un 16%.

Al tomar el número de investigadores cada mil integrantes de la población económicamente activa (PEA), se observa que América Latina contaba en 1998 con un valor de 0.74 (Gráfico 8). La cifra de Canadá era más de siete veces mayor, y la de Estados Unidos diez veces más grande. Entre los países de América Latina se destaca la densidad de investigadores de Argentina (1.84 por cada mil integrantes de la PEA), Costa Rica (1.52) y Chile (1.38).

Desde el punto de vista institucional, la mayor parte de los investigadores latinoamericanos se desempeña en las universidades. Solamente en Costa Rica, Argentina y México los investigadores correspondientes al sector empresario superan el 10% del total. En Panamá, se destaca el peso relativo de las organizaciones privadas sin fines de lucro, el número de cuyos investigadores alcanza el 9% del total.

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Durante la presente década, América Latina registró un crecimiento continuo en el número de egresados universitarios en todos los niveles (grado, maestría y doctorado). En el caso de los estudios de grado, el número de egresados casi duplicó en 1997 el de comienzos de la década. La orientación predominante en la formación universitaria latinoamericana es marcadamente tradicional y profesionalista: en 1997 la abrumadora mayoría de los graduados (78%) correspondió a carreras pertenecientes a las áreas de ciencias sociales y médicas. Tan sólo un 11% de los graduados de aquel año cursó estudios en ciencias naturales y exactas, o bien en ingeniería y tecnología. Llama la atención la baja cantidad de graduados en el área de las ciencias agrícolas, lo que contrasta con la importancia de las publicaciones científicas en esta área, como se discutirá más adelante.

Los resultados

Patentes. En los países industrializados uno de los indicadores utilizado para medir los resultados de los sistemas de I+D es el número de patentes. Este indicador es poco significativo en América Latina por cuanto la investigación se lleva a cabo en ámbitos académicos y mantiene muy débiles vínculos con la industria. Un factor adicional remite a los marcos legales que, en ciertos países, desalientan el patentamiento.

Indicadores bibliométricos. El análisis de la producción científica de los países de América Latina y el Caribe, a través de diversas bases de datos internacionales de publicaciones científicas, tanto multidisciplinarias, como disciplinarias, refleja una baja participación de los investigadores de la región en la producción científica mundial, dentro de la franja que se denomina como “corriente principal de la ciencia” (Gráfico 9).

De las 938.000 publicaciones registradas en el Science Citation Index (SCI) en 1997, solamente 21.955 correspondieron a países de la América Latina y el Caribe. Esta cifra equivale al 2.3% del total mundial. Cabe remarcar que en esta base España cuenta con un número similar de registros (20.077).

Las publicaciones de países latinoamericanos registradas en la base francesa PASCAL en 1997 fueron 10.799, lo que representaba el 2.1% del total de 498.951 registros. La orientación europea de esta base se manifiesta en el hecho de que España supera a América Latina, aportando el 2.6% del total. Si bien los países con mayor participación son los mismos que en el SCI, en este caso México es el segundo país latinoamericano, superando a la Argentina.

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En las bases temáticas de física (INSPEC), ingeniería (COMPENDEX), química (Chemical Abstracts), biología (BIOSIS), medicina (MEDLINE) y ciencias agrícolas (CAB), la participación de América Latina y el Caribe varía entre el 5,4% en CAB y el 1.5% en Chemical Abstracts y MEDLINE. Brasil es en todos los casos el país de la región con mayor participación (Gráfico 10).

Una imagen comparativa de la ciencia en América Latina

La inversión y los recursos humanos son las dos dimensiones tradicionalmente utilizadas para caracterizar los sistemas de I+D. Es interesante comparar el mix de ambas variables, ponderadas por los valores del PBI y la PEA, ya que tal análisis permite distinguir algunos perfiles predominantes. El gráfico 11 presenta los recursos que los distintos países asignan a la I+D en ambos planos de ponderación: inversión en I+D como porcentaje del PBI y número de investigadores por cada mil integrantes de la PEA. De esta manera, se configuran cuatro conjuntos de países con perfiles claramente diferenciados:

1. El primer cuadrante está ocupado por Costa Rica, Chile y Cuba. Estos países presentan valores relativos superiores al promedio latinoamericano en ambas dimensiones.

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2. Brasil ocupa en soledad el segundo cuadrante, en el cual la inversión ponderada supera el promedio regional, pero el número de investigadores ponderado está por debajo de la media latinoamericana.

3. El caso inverso es el de Argentina, ocupante exclusivo del tercer cuadrante, en el cual los recursos humanos superan el promedio y la inversión queda por debajo.

4. La gran mayoría de los países se ubica en el cuarto cuadrante, en el que ambos parámetros no alcanzan la media. Dentro de este conjunto es posible distinguir dos grupos, ya que Uruguay, México, Colombia, Bolivia y Panamá están cerca del promedio, en tanto que Ecuador, Nicaragua y El Salvador están muy alejados de él.

El gráfico pone en evidencia que Brasil y Argentina han recorrido trayectorias diferenciadas en materia de ciencia y tecnología. Tal diferencia puede ser explicada por medio de las variables de industrialización y modernización (Suárez, 1973). Desde este punto de vista, el lugar que ocupa Brasil en el gráfico se explicaría a partir del mayor grado de industrialización de su economía, que no fue acompañada en forma pareja por la modernización de la sociedad. El caso argentino sería el inverso; la disponibilidad de un potencial relativamente alto de recursos humanos, con relación a los recursos económicos que destinan a esas actividades, hallaría parte de su explicación en una sociedad relativamente “modernizada”, cuya economía no ha acompañado en forma acorde el proceso de modernización.

En resumen, cuando se evalúan las políticas y estrategias alternativas para América Latina se debe tomar en cuenta la relativa debilidad de la región en ciencia y tecnología. En efecto, la totalidad de los recursos económicos dedicados a la I+D en América Latina (Gráfico 12) no llegan a alcanzar lo invertido por Canadá. En lo relativo al número de investigadores, los latinoamericanos superan holgadamente el número de Canadá, pero, como se ha dicho, están muy lejos de alcanzar los valores de la Unión Europea o de Estados Unidos.

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Visión latinoamericana de la cooperación en ciencia y tecnología

La cooperación internacional en ciencia y tecnología también es objeto de revisión en los países de América Latina. Una compulsa a expertos y protagonistas latinoamericanos examinó este problema desde la perspectiva de la región (UNCTAD, 1997). Las observaciones que formularon los entrevistados giraron sobre cuatro ejes:

a. Heterogeneidad de la región. b. Cooperación para la innovación. c. Cooperación para desarrollar la capacidad de I+D. d. Desburocratización.

Heterogeneidad de la región

Los indicadores examinados ponen en evidencia que el desarrollo de la ciencia y la tecnología y de los procesos de innovación industrial en América Latina no es homogéneo entre los distintos países. Tal advertencia es compartida por otros diagnósticos, como en el caso del BID:

“Los países más pequeños y pobres en la región a menudo no tienen un marco institucional para la ciencia y la tecnología, a excepción de unas pocas universidades y

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sus empresas medianas o pequeñas usualmente no tienen cultura o capacidad de I+D” (BID, 1998).

Las diferencias de nivel entre los países de la región son perceptibles en distintos órdenes; entre otros:

calidad y eficacia del sistema educativo; capacidad de I+D y existencia de una comunidad relativamente fuerte en

algunas disciplinas o áreas tecnológicas; aprovechamiento o apropiación, por parte de la sociedad, de la producción

local de conocimientos.

La heterogeneidad de situaciones impone la aplicación de instrumentos y modelos diferenciados en las políticas de ciencia y tecnología de los países latinoamericanos. Sin embargo, este rasgo se contrapone con la tendencia de los programas de cooperación internacional a prestar escasa consideración a las diferencias y proponer recetas semejantes. Hay un contraste entre la heterogeneidad de las situaciones nacionales y la homogeneidad de las acciones emprendidas por la cooperación internacional en ciencia y tecnología. La heterogeneidad de la región abre oportunidades para el ejercicio de la cooperación horizontal en la región, ya que los países de mayor tamaño relativo tienen la oportunidad de mostrarse solidarios con relación a los más pequeños de América Latina.

Cooperación para la innovación

Los cambios producidos en los últimos años en el concepto de la innovación como un sistema integrado, abren nuevas perspectivas a la cooperación tradicional en ciencia y tecnología. Los participantes en la consulta consideraron deseable que la cooperación regional en esta materia asuma una perspectiva que permita promover la integración de diversos actores socioeconómicos, además de los científicos y tecnólogos, en el diseño de las grandes estrategias en ciencia y tecnología. En este sentido, el instrumento de cooperación internacional que registró mayor grado de acuerdo es el estímulo a la conformación de “redes” de actores, por su eficacia, tanto para canalizar las actividades de cooperación, como para promover procesos de innovación y desarrollo tecnológico.

No obstante, un límite en la efectividad de la cooperación internacional como instrumento de estímulo a la innovación consiste en la dificultad para inducir por este medio la demanda, ya que ésta no es un elemento autónomo de la política económica y de la estructura productiva de cada país. Por otra parte, la lógica de la cooperación se contrapone frecuentemente con la lógica de los intereses económicos y la competencia (o bien la encubre).

Cooperación para desarrollar la capacidad de I+D.

En el mismo orden, los expertos consultados señalaron que las acciones orientadas a estimular la actitud innovadora de los empresarios no garantizan de por sí la emergencia de innovaciones. Para ello, recomendaron reforzar las estructuras de I+D, priorizar áreas temáticas relevantes para la región y canalizar suficientes recursos.

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El fortalecimiento de la capacidad científica y tecnológica en un sentido tradicional fue visto como una estrategia que, si bien no repercute directamente sobre la conducta innovadora de las empresas, es esencial para garantizar uno de los pilares de la capacidad tecnológica: la formación de recursos humanos de alto nivel.

Desburocratización

Los expertos destacaron la necesidad de reforzar el protagonismo de los distintos actores sociales en los programas de cooperación. En este sentido, consideraron que los procesos de cooperación deben ser liderados de manera directa por la comunidad científica y las empresas. En opinión del panel de expertos, la mediación burocrática en estos procesos ocasiona importantes distorsiones.

Lineamientos para una acción regional en ciencia y tecnología

América Latina está hoy enfrentada a la necesidad de crear una nueva doctrina acerca del papel de la ciencia y la tecnología como instrumento para alcanzar el desarrollo sustentable, combatir la pobreza y construir sociedades más equitativas.

Los marcos conceptuales sobre los que América Latina construyó sus instituciones e instrumentos de política científica y tecnológica durante las décadas de los sesenta y los setenta deben ser revisados y actualizados. Las nuevas estrategias deben estar orientadas, por una parte, a la consolidación de capacidades básicas de I+D, formación de recursos humanos altamente capacitados y generación de una cultura favorable a la difusión de la ciencia y la tecnología a una escala social. Por otra parte, deben tener como objetivo construir el tejido de relaciones que configuran los “sistemas de innovación”.

Es bastante evidente, a partir del diagnóstico basado en indicadores, que las estrategias orientadas a cerrar la brecha (excepto que se trate de algunos nichos puntuales) no son realistas para los países de la región. En todo caso, la brecha que debe ser cerrada es la que tiene que ver con los problemas sociales, la vitalidad del sector productivo y la capacidad de aprovechar al máximo los recursos disponibles. De aquí que la inserción de la región en la ciencia internacional deba ser concebida sobre supuestos que privilegien la capacidad de aprovechar localmente los conocimientos que se generan, tanto dentro, como fuera de la región.

En muchos foros regionales se reconoce la necesidad de contar con una estrategia orientada a generar capacidades comunes que aglutinen a los científicos y a los centros de I+D latinoamericanos, tanto en el nivel regional como el subregional, ya que sólo a través de una estrategia de este tipo se puede alcanzar una dimensión equivalente a la de un país industrializado de tamaño medio.

La estrategia orientada a generar capacidades científicas y tecnológicas comunes debe contemplar al menos dos orientaciones diferentes.

a. Redes científicas, tecnológicas y de innovación,

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b. Grandes emprendimientos.

Redes científicas, tecnológicas y de innovación

El impulso a la constitución de redes que aglutinen a científicos, tecnólogos, e incluso empresas y otros actores sociales involucrados en la producción y utilización de conocimientos es un punto central de las estrategias de cooperación más aconsejables. La generación de estas redes a escala regional cuenta ya con importantes antecedentes en América Latina. Actualmente, la generalización del acceso a INTERNET y la disponibilidad de recursos de información y comunicación favorece la creación de una “masa crítica virtual” que multiplique la capacidad de producción de conocimientos y la inserción de los investigadores latinoamericanos en la comunidad científica mundial.

Las redes que incluyan a empresas, centros científicos, universidades e instituciones financieras teniendo como eje la tecnología y la innovación cuentan con menos antecedentes en América Latina, si bien han sido exploradas por el Programa Bolívar y los proyectos IBEROEKA del Programa CYTED. El aliento a estas redes es imprescindible como instrumento para la conformación de los sistemas de innovación. Una condición para el éxito de tal estrategia es que las iniciativas estén apoyadas en políticas de desarrollo industrial e integración aplicadas por los países que integran la región.

Grandes emprendimientos

América Latina no debe abandonar ciertos campos de la big science debido a su importancia estratégica en el futuro, con el propósito de lograr ciertos grados de autonomía científica y tecnológica que le permitan insertarse más equilibradamente en el escenario global. Para ello, debe ser capaz de aprovechar adecuadamente las fortalezas que, en determinadas áreas del conocimiento, han sido acumuladas por algunos países de la región. Temas como las energías alternativas (incluyendo la energía nuclear), las actividades aeronáuticas y espaciales, la biotecnología, la microelectrónica, las telecomunicaciones, el tratamiento de la información y los materiales avanzados, entre otros, deben dar lugar a la creación de centros o programas de carácter regional y subregional.

Existen experiencias del pasado que deben ser aprovechadas; tal es el caso del programa latinoamericano de metalurgia apoyado desde hace décadas por OEA. La experiencia de los grandes centros europeos, muchos de los cuales constituyen complejos entramados científicos, tecnológicos e industriales debe ser también tomada en cuenta. Los campos de la tecnología energética y aeroespacial tienen la doble condición de su carácter estratégico y de la existencia de una masa crítica numerosa y calificada en países como Argentina, Brasil, Chile, México y Venezuela, entre otros. Por tal motivo pueden dar lugar a programas que demanden inversiones y actividades conjuntas en el ámbito de toda la región o en el nivel subregional (como, por ejemplo, el MERCOSUR).

Otros campos, como las tecnologías de aplicación de la informática y las telecomunicaciones pueden ser adecuados para el desarrollo de emprendimientos conjuntos de naturaleza tecnológica y productiva con amplia difusión social, ya que

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permitirían involucrar a pequeñas y medianas empresas de base tecnológica, brindándoles acceso a tecnologías modernas y a mercados ampliados.

Finalmente, la inversión en grandes equipamientos científicos de alto costo puede adquirir pleno sentido en un marco de aprovechamiento a escala regional. Alrededor de estos equipos, instalados con sentido estratégico en distintos países, con el carácter de centros regionales, sería posible estructurar redes científicas del más alto nivel que cuenten, a partir de las facilidades comunes, con los medios necesarios para desarrollar investigaciones en la frontera del conocimiento.

Los esfuerzos que se realicen en ciencia y tecnología son inseparables de una reforma del sistema educativo en su conjunto, con el objeto de elevar el nivel medio de conocimientos y calificar la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, es preciso formar profesionales, investigadores y tecnólogos de alto nivel. Claramente, todo ello será posible sólo en un marco general de políticas que, más allá del ajuste, tengan como objetivo retomar un camino propio hacia el tan ansiado desarrollo económico y social. Este problema básico implica necesariamente a la ciencia, pero es de naturaleza política, ya que, retomando las palabras de Negrín: la ciencia y la tecnología deben proveer lo necesario para un gobierno racional, pero de ningún modo pueden reemplazarlo.

La Ciencia y la Tecnologíaen el Perú

La situación de la ciencia y la tecnología en el Perú, ha estado y sigue estando relegada en la agenda de prioridades del sector público y privado. Basta una somera revisión de las cifras para comprobar esta situación: el promedio de la inversión pública en Investigación y Desarrollo (I & D) en la Región es de apenas 0,7% del PBI; en tanto que en los países más desarrollados esta cifra es superior al 4%. El caso del Perú es todavía más dramático: se invierte diez veces menos que el promedio regional.

Este menosprecio por la tecnología se justifica, en parte, por la creencia de que su contribución al desarrollo es poco relevante en comparación con los resultados que se puede obtener si lo que se prioriza es la inversión de capital , en el marco del libre juego de las fuerzas del mercado. Esta creencia no tiene fundamento sólido: hace cerca de 15 años, Roger Solow, Premio Nóbel de Economía en 1987, demostró fehacientemente que la mayor parte del crecimiento de la economía estadounidense en la primera mitad del siglo XX fue resultado del progreso tecnológico antes que de la acumulación de capital. Este hallazgo no ha perdido validez. El crecimiento de las economías más desarrolladas ha dependido de manera sustancial del desarrollo y la aplicación de tecnologías que les

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han permitido, por ejemplo, dar saltos revolucionarios en la productividad agrícola, incrementar en gran medida el acceso a formas modernas y eficientes de generación de energía, e iniciar exitosos procesos de industrialización.

Ciertamente las fuerzas del mercado contribuyen a impulsar tales cambios, pero es importante destacar que en la base hubo una constante y creciente inversión pública en investigación científica, educación superior y desarrollo y difusión de tecnologías. Existe también la errónea idea de que, cuando surge un problema o necesidad, las soluciones técnicas aparecerán de manera automática, impulsadas por las fuerzas del mercado. Esta creencia se basa en el aparente dinamismo que suele mostrar el sector privado para explotar nichos y desarrollar tecnologías. Por desgracia, la idea de un constante y autogenerado proceso de desarrollo tecnológico impulsado por el sector privado es también un mito. Innumerables tecnologías desarrolladas en las últimas décadas, entre ellas la Internet, productos farmacéuticos, materiales sintéticos, variedades mejoradas de semillas, han tenido su origen en programas de investigación fuertemente subsidiados y/o apoyados de manera directa por el sector público.

Para los segmentos más pobres de la sociedad, las consecuencias de creer que la acumulación de capital es condición suficiente para el desarrollo son todavía más dramáticas y negativas. La dependencia de la iniciativa y el dinamismo del sector privado son la causa de una crónica falta de inversión pública en investigación y desarrollo de tecnologías que contribuyan a la erradicación de la pobreza.

Por ejemplo, en países de climas húmedos y tropicales es claro que una mayor inversión para aumentar su productividad agrícola requiere de soluciones que no son las que se han desarrollado para los climas templados de los países desarrollados. Pero, en la práctica, el gasto en I & D orientado a desarrollar tecnología agrícola en estos países es mínimo. Como muestra, el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR, por sus siglas en inglés) -dedicado a la investigación agraria en países en desarrollo y que agrupa cerca de 16 centros de investigación en todo el mundo- tiene un presupuesto operativo anual de apenas 350 millones de dólares, del cual solo una parte se destina a I & D; frente a ello, la empresa privada Monsanto, invierte ella sola cerca de 600 millones de dólares anuales únicamente en I & D.

Un desafío y un desequilibrio parecidos se advierte en el tema del uso de la energía. La cantidad que se invierte en investigación y desarrollo de nuevas formas de generación de energías limpias o de captura de emisiones es casi nula, en especial si se considera la enorme inversión que hacen las economías desarrolladas para seguir dependiendo de combustibles fósiles, y del todo irrelevante frente a la enormidad de los riesgos de desastres que puede producir el cambio climático.

La actual situación de subvaloración del rol de la ciencia y la tecnología en la mayoría de los países en la Región debe ser superada. Es imperativo que el sector público, la cooperación internacional y las agencias multilaterales dediquen más recursos a este tema. Organizaciones como ITDG y otras que trabajan en el campo de la promoción de las tecnologías apropiadas seguiremos contribuyendo de manera creativa en la medida de nuestras posibilidades, tal como se describe en esta revista. El reto, no obstante, es

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muy grande y superarlo requiere una clara decisión política, basada en una visión de largo plazo.

La tecnología, como aplicación práctica del conocimiento, sigue siendo la respuesta a muchas, sino a todas, las preguntas.

En Marzo del 2002 el Congreso aprobó una ley que declara en emergencia la ciencia y tecnología peruanas. El objetivo es dar a Concytec las facultades para que reúna a los diversos sectores de la comunidad científica con el fin de elaborar un diagnóstico de la situación de emergencia y luego un plan nacional para salir de la circunstancia tan crítica en la que se encuentra.

Suele pasar que cuando hablamos de científicos nos imaginamos a gente extraña, distinta y hasta aburrida. Es que el binomio “ciencia-tecnología” suena a palabras difíciles, propias de una elite. Nada más alejado de la verdad.

Por eso, en la presentación del anteproyecto de ley general de promoción de la ciencia y la tecnología para el desarrollo nacional, propuesto por el Concytec, aspiran a “desmitificar” dichos términos “para que los hombres y mujeres del campo y la ciudad los reconozcan y aprecien como actividades accesibles y útiles a la solución de sus problemas”. La idea es estrechar vínculos entre la comunidad científica y la población peruana, mediante una norma que ayude a despertar el talento de cada cual, ya que “desde hace milenios los peruanos somos capaces de generar conocimientos y tecnologías de valor universal”.

“Este anteproyecto busca que los peruanos se den cuenta del valor que tienen la ciencia y la tecnología en la calidad de su vida diaria y en el acceso a la cultura”, señala Benjamín Marticorena, presidente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Concytec).

En el caso de la economía se trata de desarrollar los procesos tecnológicos que hagan más competitivas a las empresas y mejorar las condiciones en que estos procesos se desarrollan; obviamente, esto sólo es posible mediante nuevos diseños tecnológicos.Para ello es imprescindible formar personal y fomentar capacidades humanas para poder desarrollar tales tecnologías. Dicho en otras palabras, hay que alentar a nuestra comunidad intelectual para que descubra nuevos procesos mediante la investigación científica.

El problema es que mientras que el Perú invierte apenas el 0.08% de su producto bruto interno en el desarrollo de la ciencia y tecnología, el promedio latinoamericano llega a 0.7%. Por citar sólo algunos ejemplos, Costa Rica tiene una inversión de 1.13% de su PBI, Canadá invierte 1.5% y Estados Unidos destina el 2.5%.

Nuestro país en materia de inversión para la investigación figura en el penúltimo lugar, sólo están debajo de nosotros Honduras y Haití. ”En el Perú estamos invirtiendo la décima parte del promedio de América Latina; no decimos que es la décima parte del que más invierte, sino del promedio, lo que significa una tasa más pequeña aun”, aclara Marticorena.

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El anteproyecto toma en cuenta el interés de organismos cooperantes para ser fuentes de financiamiento y que pueden compartir responsabilidades conjuntas dentro del nuevo esquema, “los llamamos para emprender riesgos conjuntos o aventuras compartidas, lo que en negocios se conoce con el nombre de joint ventures”, dice el presidente del Concytec.

El asunto es que el Estado no puede darle la espalda a la inversión en ciencia y tecnología, pero los empresarios, que también están involucrados en el tema, no pueden hacerse atrás. Por otro lado, el anteproyecto de ley general de promoción de la ciencia y la tecnología para el desarrollo nacional busca obtener un marco general y normativo para toda la actividad científica y tecnológica en el país, tanto en las empresas como en las universidades, los institutos técnicos, las organizaciones no gubernamentales y, en general, en todos los organismos involucrados. Sin embargo, tanto en esta propuesta como en la actual ley, que data de 1981, el Concytec es la cabeza nacional de esta actividad.

El Estado, por su parte, tiene más de una veintena de institutos dedicados a este quehacer que trabajan sin ninguna coordinación, como el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, el Instituto Peruano de Energía Nuclear, el Instituto Geofísico del Perú, el Instituto de Investigación en Telecomunicaciones, el Instituto Geológico Minero y Metalúrgico, el Instituto de Recursos Naturales, el Instituto del Mar, entre otros.

La propuesta también busca que la investigación científica esté vinculada a la economía, a la producción y a los servicios. “Necesitamos que tenga una marcada utilidad para producir mayores rentas al país y mejorar la calidad de vida de las personas y facilitarles el acceso a la cultura”, precisa Marticorena.

Al respecto, el presidente del Concytec pone de ejemplo el sector minero metalúrgico, que es el que provee al país de las mayores divisas de exportación. Sin embargo, no tenemos un centro de investigación de excelencia que nos permita saber cómo podemos explotar mejor nuestros recursos mineros y darle mayor valor agregado. “El embajador de Brasil nos comentaba que el 92% de las exportaciones peruanas a su país son minerales y casi todo va en forma de roca, no llega con valor agregado”.Es necesario, entonces, exportarlos elaborados. Si es cobre, por ejemplo, tendremos que venderlo en forma de alambre, para darle un valor agregado que permita incrementar nuestros ingresos y mejorar nuestra balanza comercial.

Este centro de excelencia no puede repetir investigaciones realizadas, tendrá que identificar cuáles son las necesidades de investigación en su sector, plantear soluciones técnicas e involucrar a las empresas que mejoren la calidad de sus productos.“Lo que pasa” -añade Marticorena- “es que después de los últimos diez años nos sorprendemos de cómo hemos podido sobrevivir. En nuestro caso no es posible sostener indefinidamente la investigación sobre la base de imaginación. Es indispensable organización social, organización institucional y elaborar normas que permitan aglutinar los esfuerzos y no dispersarlos”.

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Es que hay investigaciones que realiza un determinado instituto, y otra muy similar que lleva a cabo otro instituto científico y hasta terceros proyectos que pueden ser muy parecidos; ello también dispersa los escasos esfuerzos económicos con que se cuenta.No hay una mesa en la cual toda la comunidad científica pueda conversar e intercambiar información. En esta ley se establece ese mecanismo de concertación y se definen las responsabilidades del Estado, el sector privado y la sociedad civil en general.La norma permite al Concytec concertar con todos los agentes de la producción científica, reagrupa a los que existen y no crea ningún organismo nuevo. La idea es que todos los componentes sepan qué investigaciones se realizan, y el que desee emprender una nueva, tendrá que informar para intercambiar experiencias y profesionales, tendrán que asociarse. Además es necesario reunir equipos de científicos que junte un equipo humano multidisciplinario.

“Hay muchos celos entre los organismos; generalmente compiten por los mismos fondos y se marca una competencia de rivales, lo que hace inoperante el sistema de ciencia y tecnología. Nos sorprende cómo han podido desarrollar este aspecto Brasil, Chile, Venezuela, México o Costa Rica, pero no tenemos la menor duda de que podemos impulsar con el mismo ritmo y velocidad”, revela Marticorena.

Si bien es cierto que hay determinadas aplicaciones científicas que corresponden a una elite por su complejidad, el propósito de la norma es implantar en el sistema educativo ciertas metodologías de trabajo para que los niños, desde muy pequeños, puedan tener la noción de búsqueda de conocimientos, descubrir las cosas, de experimentar con las manos “y de razonar, sólo después de ver el fenómeno. Es imposible que alguien entienda una ley si no la ha visto actuar, sea ésta una ley química, física o biológica”, añade el científico.

Es indispensable mejorar la educación haciendo que la ciencia sea popular, teniendo una base social con mucha conciencia de la naturaleza, de las propiedades, de la manera de investigarla y además que los niños sientan afecto por la naturaleza y por la sociedad, para que las cuiden y respeten.

“Esta revolución es mucho más profunda de las que nos hemos podido imaginar. Hay una avidez científica en nuestra niñez que no se logra desarrollar porque no están alentados; sólo aquellos que tienen un entorno social capaz de motivarlos, pueden desenvolverse un poco más. Pero necesitamos a toda la población para que esté involucrada en esta dinámica”, agrega Marticorena.

Uno de los principales problemas de la investigación científica y tecnológica es que quedan pocos investigadores en el país y, de éstos, casi todos se dedican a tareas lejanas de los temas para los cuales se han preparado. Esta situación se debe a las dificultades económicas por las que atraviesan las universidades y las empresas privadas, las que por lo demás no comprenden su importancia. En esta nota se muestra que los institutos sectoriales ofrecen un camino para el despegue de la ciencia y tecnología nacionales.En las universidades estatales, casi todos los científicos e ingenieros con grados de doctor obtenidos en el extranjero sólo se dedican a dictar cursos teóricos, abandonando la investigación, debido a que, por sus bajas remuneraciones (mil soles en promedio), tienen uno o dos trabajos adicionales. En las universidades privadas se da prioridad al

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dictado de cursos, actividad que constituye su principal fuente de ingresos. Las pocas excepciones son los investigadores que logran subvención de alguna empresa privada o institución extranjera, interesadas en determinados tipos de investigación.Para que los investigadores trabajen en temas para lo que han sido preparados, deben recibir por ello remuneraciones razonables. El asunto no es tan fácil de resolver, porque, en las universidades estatales, cada profesor tiene un nivel remunerativo independiente de que investigue o sólo dicte cursos. Esto significa que si se aumenta la remuneración a un profesor que hace investigación, debe darse un aumento general a todos los profesores, lo que lleva a un monto que no convence al Ministerio de Economía y Finanzas.

Hace una década se propuso un proyecto de Ley de la carrera del investigador, según la cual los investigadores habrían recibido un ingreso de acuerdo a su nivel académico y a su productividad, independientemente de su lugar de trabajo. Ese proyecto fue archivado porque no respondía a las nuevas tesis económicas y, por otro lado, no correspondía a una definición de áreas de investigación prioritarias para el país.La creación de los institutos sectoriales de investigación fue para impulsar la investigación aplicada en función de prioridades sectoriales. Los científicos e ingenieros de los institutos, en principio, se dedican a investigar o brindar servicios tecnológicos en beneficio de los sectores a los que están adscritos. Como las cosas nunca son fáciles, los institutos tampoco ofrecían remuneraciones decorosas, como consecuencia de lo cual se produjo el conocido éxodo, diezmando el potencial científico y tecnológico que se había formado con tanto esfuerzo.

Actualmente, los institutos ofrecen remuneraciones significativamente mejores que en el pasado. En esas circunstancias, una de las formas de potenciar la ciencia y la tecnología es abriendo plazas de investigadores en los institutos. Los investigadores que ganen las plazas pueden seguir enseñando en la universidad y realizar investigación en los institutos. Esto permite también que sus alumnos tengan acceso a los laboratorios del instituto, dándoles oportunidad para una buena formación teórico práctica.El esfuerzo del Estado en la potenciación de la ciencia y la tecnología tiene que darse en concordancia con una demanda real por parte de la Sociedad. La primera demanda es cultural, se refiere a las ciencias básicas, la que incrementa el conocimiento científico y tecnológico de la humanidad, y abre oportunidades para las aplicaciones tecnológicas. La segunda demanda viene de las empresas o instituciones que quieren mejorar los bienes y servicios que ofrecen al mercado o a la Sociedad. Los institutos tienen definidas sus áreas prioritarias, para cuyo desarrollo necesitan recuperar sus masas críticas de científicos e ingenieros. Esto es posible con la apertura de plazas de investigadores, las que incluso pueden ser atractivas para los profesionales que se encuentran en el extranjero.

En suma, los institutos pueden ser muy útiles para impulsar el desarrollo científico y tecnológico en nuestro país. Para ello se está estableciendo puentes con la Sociedad y la Empresa, y se está coordinando esfuerzos para optimizar el uso de los recursos en infraestructura y en potencial humano en áreas beneficiosas para el país. Cabe añadir que esta propuesta fortalece también el rol de la universidad, como fuente de una juventud ávida de investigar las fronteras del conocimiento.

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La Revolución De La Ciencia Y La TecnologíaLa revolución de la ciencia y la tecnología -en particular, las tecnologías de la información y comunicación- ha transformado profundamente, no sólo el sistema productivo, sino la estructura social en los países industrializados. Este proceso repercute con fuerza en los países en desarrollo y, por el momento, se traduce en un gran desconcierto con respecto a las políticas que corresponde adoptar.

En el escenario de quienes debaten sobre estos temas en América Latina es posible identificar por lo menos cuatro posturas diferenciadas:

Política científica tradicional

Esta postura, basada en la oferta de conocimientos, defiende la necesidad de una política cuyo eje sea asignar recursos al fortalecimiento de la investigación básica, siguiendo criterios de calidad. Esta postura predomina en la comunidad científica latinoamericana. La debilidad de esta posición es que en la experiencia de los países de América Latina los conocimientos producidos localmente no llegan a aplicarse en la producción o los servicios.

Política Sistémica de innovación

Esta postura, basada en la demanda de conocimientos postula la necesidad de una política cuyo eje sea el estímulo a la conducta innovadora de las empresas. En sus versiones más modernas, se aplica el enfoque de “sistemas de innovación”. La innovación, desde esta perspectiva, es vista como un proceso de interacciones múltiples que requiere la existencia de un tejido social innovador como sustento. La debilidad de esta posición es que en el sector productivo latinoamericano los sistemas de innovación son más un postulado teórico que una realidad. La comunidad científica suele rechazar el aspecto “economicista” de esta política.

Política para la sociedad de la información

Esta postura se basa en la potencialidad de internet y en la supuesta disponibilidad universal de los conocimientos. Pone el énfasis en fortalecer la infraestructura de información y telecomunicaciones. Esta postura es impulsada por sectores que, desde una perspectiva modernizadora, cuestionan la viabilidad de los esfuerzos orientados a lograr una capacidad científica endógena, sobre la base de que las tendencias globales producen una nueva distribución internacional del trabajo y del saber. La debilidad de esta posición radica en que confunde los procesos de creación y transmisión de conocimientos. La renuncia a producir conocimientos localmente afecta la capacidad de apropiarse de los que son generados fuera de la región. Esta perspectiva pierde también de vista que la solución de muchos de los problemas locales reclama conocimientos

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producidos localmente. Esta postura, que está en auge en ciertos países, no es propiamente una política científica y tecnológica, pero en la práctica la reemplaza.

Política de fortalecimiento de capacidades en ciencia y tecnología

Esta postura es ecléctica, ya que trata de rescatar, por una parte, las políticas de ciencia y tecnología propias de etapas anteriores, centradas en la producción local de conocimiento, pero procura, por otra parte, adaptarlas en función del nuevo contexto. Postula la necesidad de implementar políticas que no sólo tengan en cuenta la I+D, sino también las distintas etapas o modalidades del proceso social del conocimiento: la capacitación científica y técnica, la adquisición de conocimientos, su difusión y su aplicación en actividades productivas u orientadas al desarrollo social. La dificultad de esta postura radica en que los procesos de transformación que propone son graduales y están menos asociados al imaginario de los gurúes de la “modernización” (cuya influencia en la asignación de recursos es considerable), que confían en que milagrosamente, gracias a internet, se accede de lleno al primer mundo.

El debate entre las cuatro posturas señaladas aún no ha decantado y, en general, no ocupa el lugar central en la agenda de los países, ya que (salvo excepciones) predominan las políticas de ajuste que se traducen en una baja inversión en ciencia y tecnología. No obstante, se registra una toma de conciencia gradual acerca de los riesgos implícitos en el actual orden político y económico hegemónico, tanto en lo que se refiere a los procesos de exclusión, como a la degradación ambiental. Ello conduce a la necesidad de impulsar un modelo de desarrollo "sostenible".

La característica de "sostenible" (o sustentable) convierte al desarrollo en una meta de naturaleza más compleja e integradora que la idea de "desarrollo a cualquier precio" sobre la base de la cual se articularon muchas de las políticas públicas en Iberoamérica a partir de los años sesenta, incluyendo entre ellas a las de ciencia y tecnología, y le confiere un contenido ético superior al "desarrollo para pocos" que está implícito en el modelo vigente en la actualidad.

El "desafío del conocimiento" (Fajnzylber, 1992) es estratégico para los países latinoamericanos. Este desafío implica la necesidad de realizar grandes esfuerzos en materia de educación, investigación científica y modernización tecnológica. El cambio más profundo, respecto a los enfoques de décadas anteriores, no se refiere al énfasis puesto en el papel de la ciencia y la tecnología, sino a la comprensión de que éstas atañen no solamente a científicos y tecnólogos sino a la sociedad en su conjunto.

Endogenización del progresoTecnológico La búsqueda de investigadores por nuevas ideas y su interés por capturar una parte de la ganancia social que generan por las invenciones es el motor detrás del progreso

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tecnológico. Ejemplo: a medida que nuevas formas de matar mosquitos se inventen, las personas están dispuestas a pagar un sobreprecio por ese mecanismo que pueda prevenir mosquitos dentro del dormitorio.

El modelo está diseñado para explicar por qué los países avanzados presentan un crecimiento sostenido. El progreso tecnológico está determinado por la Investigación y Desarrollo (I+D) en los países desarrollados. Las ideas son bienes no-rivales (como la defensa nacional, las matemáticas, la ciencia básica) que pueden excluir a otros (por medio de patentes por ejemplo) y generan rendimientos crecientes a escala pues solamente se producen una vez y después el costo de copiarlos y reproducirlos es tendiente a cero.

Por ejemplo a Thomas Edison le costó gran esfuerzo producir la primera energía eléctrica comercialmente viable. Pero una vez fue generada, producir más luz era mucho más barato. Otro ejemplo, producir un procesador de palabras para voz tiene altos costos de investigación pero una vez se ha producido el diskette con el programa, copiarlo y reproducirlo tiene un costo mucho menor. Una hora de trabajo investigativo puede producir perfectamente 100 diskettes con el programa.

 

REFERENCIAS

Albornoz, Mario; Ciencia y Tecnología en Argentina; documento de trabajo; Universidad de Buenos Aires, 1989.

BID; Cerrando la brecha; informe producido por Román Mayorga; Washington, 1998.<http://www.campus-oei.org/salactsi/mayorga.htm>

Dagnino, Renato y Thomas, Hernán; La política científica y tecnológica en América Latina; 1971; en REDES, Vol. 6 Nº 13, Buenos Aires, mayo de 1999.

Herrera, Amílcar; Los determinantes sociales de la política científica en América Latina, en REDES, Vol. 2 Nº 5, Buenos Aires, diciembre de 1995.

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NACIONES UNIDAS; Ciencia y Tecnología para el Desarrollo – Proyecto de Programa de Acción; A/CONF.81/L..1; Viena, Austria, agosto de 1979.

RICYT; Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericanos / Interamericanos 1995-1998; Buenos Aires, 1999.