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Ruralidad y producción agrícola en Cuba: 50 años de transformaciones.
Johanna Cilano Pelaez
Las zonas las zonas rurales de Cuba son herederas de una larga tradición agro-
exportadora, de monocultivos y de extracción indiscriminada de recursos naturales (Le
Riverend, 1992; Moreno Fraginals, 1978; Marrero, 1974). Estos modelos agrícolas,
practicados durante aproximadamente cuatro siglos, generaron una alta dependencia de
insumos importados, provocaron la degradación de los suelos, la disminución de la
biodiversidad y una reducción drástica de la cubierta forestal (Funes, 2009).
Entre los principales problemas que caracterizaban el “campo cubano” en 1959
estaban: la situación de la tierra, dada la alta concentración de la propiedad de esta, y el
predominio del latifundio (tanto nacional como foráneo- principalmente de Estados
Unidos), donde el 9 % de las fincas concentraba el 73% de las tierras cultivables
(Jiménez, 1996); en igual sentido el 85% de los pequeños agricultores cubanos pagaba
renta y sufría la amenaza perenne del desalojo; alrededor de 400.000 familias vivían
hacinadas y en condiciones de insalubridad y analfabetismo1.
Así, la atención a las zonas rurales y las políticas agrarias ocuparon un papel central
en el proyecto revolucionario que llego al poder en 1959. Medidas que comenzaron tan
temprano como el 17 de mayo de 1959 con la Primera Ley de Reforma Agraria, y que
han sido una constante durante los últimos cincuenta años.
Entre 1960 y 1990 la agricultura cubana adopto un modelo industrial, caracterizado
por tecnologías de producción intensivas, especializadas y dependientes de altos
insumos externos, y la tendencia a concentrar la tierra en grandes empresas estatales,
que permitió aumentar la productividad de la tierra y del trabajo. Lo que podía parecer
favorable para la agricultura cubana, con un acceso casi ilimitado a tecnología y
recursos, a energía y capital en forma de subsidios, creó una enorme dependencia, con
serias consecuencias en términos de inseguridad alimentaria, que se manifestó
dramáticamente a inicios de la crisis de los noventa, cuando se demostró la alta
fragilidad e ineficiencia del modelo (Funes, 2009).
1 Tomado de “La historia me absolverá”, devenido plataforma programática de la Revolución Cubana donde se definían los 6 problemas fundamentales que aquejaban a la isla.
Por solo citar dos ejemplos, durante la década de 1980, la intensidad del uso de
fertilizantes alcanzó niveles comparables con los de países europeos, y a comienzos de
los años setenta la densidad de tractores llegó a ser aproximadamente de 1 por cada 50
hectáreas (que triplicaba la densidad de estos respecto a la región de centroamérica y el
Caribe).
Desde el punto de vista ambiental, el empleo de tecnologías costosas y de altos insumos
tuvo impactos negativos reportados por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio
Ambiente (CITMA): reducción de la biodiversidad, contaminación de las aguas
subterráneas, erosión de los suelos y deforestación.
Además para inicios de la década del 90, a pesar de la alta calidad de la infraestructura
instalada y de los crecientes niveles de capital, fertilizantes y concentrados disponibles,
se reconoce que la productividad de la tierra había comenzado a declinar (Nova, 2006),
ejemplo de ellos es la necesidad de formular un Programa Alimentario Nacional
(ANPP, 1991).
Desde el punto de vista social, la creación de las llamadas comunidades o pequeños
asentamientos poblacionales, construidas para los integrantes de las granjas estatales y
cooperativas (única forma de adquirir una vivienda, electricidad, equipos
electrodomésticos, etc.), se fomento, incluso desde el Estado el éxodo del campesino a
la ciudad, con la consecuente pérdida de su condición de campesinos, y la
desvinculación de las labores agrícolas. La vinculación al sistema educacional, y su
preparación como técnicos e ingenieros, así como su asignación a centros de trabajos
estatales, se convertían en factores de disuasión para convencer a sus padres de que
abandonaran las propiedades y a venderlas o entregarlas a las distintas cooperativas, que
provocó la pérdida de muchos agricultores experimentados, con sus conocimientos y
tradiciones. Todo ello contribuyo a que “culturalmente” la noción de ruralidad y
campesinado evocaran a un pasado triste que se logro superar, a condiciones de miseria
y pobreza, a trabajo “esclavo” y poco remunerado, en resumen “a aquello que no
queremos volver a ser”.
La crisis de los 90 y la caída del bloque socialista supusieron un nuevo reto para la
agricultura cubana y para las condiciones de vida en las zonas rurales. Se privilegio
entonces el apego a pequeñas formas de producción (incluida la agricultura urbana), la
presencia de nuevos actores rurales y el reordenamiento de la tierra. A pesar de los
reconocidos avances de las alternativas de bajos insumos para la producción
alimentaria, el país todavía importa cerca del 50% de los alimentos que necesita. Las
importaciones en este sentido han crecido de manera sostenida durante los últimos diez
años –de 0,7 billones de USD en 1997 a 1,5 en 2007, aproximadamente–, de forma
proporcional al incremento de la capacidad de compra del país. Además continua la
disminución de la fuerza de trabajo en el campo y la condición “rural”, después de 50
años de políticas de urbanización, deviene alternativa poco atractiva para la sociedad.
El presente trabajo busca acercarse a las políticas de atención a la zona rural y la
agricultura en la cuba revolucionaria. Se tratan de explicar algunos elementos que
caracterizaron el llamado “desarrollo” agrario en la Cuba de 1960 a 1990; y las
alternativas tan elogiadas de producción sustentable y agroecología nacidas en la década
del 90. Además de esbozar la situación actual y presentar algunas líneas o áreas
estratégicas de intervención, en las condiciones de incentivo a la producción agraria y a
la vida rural que vive el país.
Según estudios del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) la
ruralidad en Cuba asume los rasgos generales que caracterizan el contexto actual (tanto
global como regional) de creciente heterogenización y diversificación de espacios y
actividades, multiplicidad de actores socioeconómicos, fuentes y magnitudes de
ingresos, percepciones sociales, y proyectos de futuro. Consecuentemente, una
multiplicidad y coexistencia de estrategias de reproducción de la vida social, aun
cuando se reconoce que la actividad agrícola continúa siendo el eje estructurador de la
vida económica y social del espacio rural (Martin, 2007:2).
La definición de ruralidad de uso en Cuba, de acuerdo a datos de la Oficina Nacional
de Estadísticas (ONE), lo rural se establece primeramente por exclusión de lo urbano,
unido a la densidad de población y elementos de infraestructura (alumbrado público). Se
entiende entonces a la población rural como aquella que reside en viviendas dispersas o
aisladas; en asentamientos con menos de 2000 residentes permanentes; o aquella que
viviendo en lugares con 2000 o más habitantes, no cumpla con alguna de las siguientes
nueve características: trazado de calles y ordenamiento de las edificaciones; presencia
de espacios públicos (parques, plazas o paseos peatonales para el descanso, el
esparcimiento y el intercambio social permanente); alumbrado público; acueducto;
tratamiento de residuales; servicio médico; centro educacional; servicios gastronómicos
y comerciales; servicios de telefonía pública, correos y telégrafos, así como señales de
radio y televisión (ONE, 2002: 20-22) (Martin, 2007).
1959 el inicio de las transformaciones.
Las primeras medidas de transformación de la agricultura tuvieron como objetivo el
fomento de asentamiento poblacionales para garantizar el bienestar de las comunidades,
el desarrollo de una determinada infraestructura para el desarrollo del campo
(comunidades, viales, transporte, electricidad, etc.), el desarrollo de programas de
educación, salud, y otros servicios a la población, etc. Además buscaban la creación de
mejores condiciones laborales y de vida para los habitantes de las zonas rurales, que
propiciaran la elevación de las aspiraciones y motivaciones personales de los
trabajadores del campo, y se promovió la colectivización del trabajo (Jiménez, 2005).
El 17 de Mayo de 1959 fue firmada la Primera Ley de Reforma Agraria, que entregaba
la propiedad de la tierra a los que la trabajaban y eliminaba los latifundios que
permanecían en manos de la oligarquía nacional y de compañías extranjeras,
principalmente de los Estados Unidos (United Fruit Company), al limitar las
extensiones de la tierra como propietarios a 30 caballerías (402 ha.) (PLRA, 1959).
Leyendo en documento de la Ley resaltan entre las causas enunciadas por el gobierno
revolucionario cubano para la promulgación de la Primera Ley de Reforma Agraria las
siguientes: La concentración de la propiedad de la tierra en unas pocas manos, donde 2
336 fincas representaban el dominio sobre un área de 317 mil caballerías de tierra, lo
que significaba que el 1,5% de los propietarios poseían más del 46% del área nacional
en fincas; el desaprovechamiento de las tierras en las grandes fincas, donde se
mantenían las áreas cultivadas en una producción de bajos rendimientos (grandes
extensiones dedicadas a la ganadería), y otras totalmente ociosas, y a veces cubiertas de
marabú; la necesidad del crecimiento y diversificación de la industria cubana, para
facilitar el aprovechamiento más eficaz de sus recursos naturales y humanos, y la
eliminación de la dependencia del monocultivo agrícola; facilitar el surgimiento y
extensión de nuevos cultivos que proveyeran a la industria nacional de materias primas
y que satisficieran las necesidades del consumo alimenticio, consolidando y ampliando
los renglones de producción agrícola con destino a la exportación; elevar la capacidad
de consumo de la población mediante el aumento progresivo del nivel de vida de los
habitantes de las zonas rurales, contribuyendo a extender el mercado interior; arrancar,
de la situación de miseria tradicional, a la inmensa mayoría de la población rural de
Cuba; eliminar la aparecería y la producción latifundiaria, extensiva y antieconómica, y
sustituirla preferentemente, por una producción cooperativa, técnica e intensiva, que
llevara consigo las ventajas de la producción en gran escala; así como establecer
medidas para impedir la enajenación futura de las tierras cubanas en manos de
extranjeros (INRA, 1959).
La Primera Ley de Reforma Agraria proscribió el latifundio en Cuba, fijando el límite
máximo de caballerías a poseer por personas naturales o jurídicas en 30. Las tierras de
los que excedieran ese total fueron nacionalizadas y repartidas entre los campesinos y
obreros agrícolas, además fueron objeto de reparto las tierras pertenecientes al Estado y
a los municipios.
No se consideraron nacionalizables las áreas concedidas en propiedad a cooperativas
agrícolas de producción organizadas por el Instituto Nacional de Reforma Agraria, para
la explotación de tierras del Estado; las del Estado, Provincias y Municipios que
estuvieren dedicadas o se dedicaren a establecimientos públicos o de servicio general a
la comunidad; los montes cuando se declarasen incluidos en las reservas forestales de la
nación, sujetos para aprovechamiento, utilidad pública o explotación determinados por
la Ley y las de comunidades rurales destinadas a satisfacer fines de asistencia social,
educación, salud y similares, previa declaración de su carácter por el Instituto Nacional
de Reforma Agraria, y sólo en la extensión requerida para esos fines (PLRA, 1959).
Según la Ley fueron exceptuados del margen máximo de 30 caballerías:
- Las áreas sembradas de caña, cuyos rendimientos no sean menores del promedio
nacional, más de un 50%.
- Las áreas ganaderas que alcancen el mínimo de sustentación de ganado por
caballería que fije el Instituto Nacional de Reforma Agraria, atendido el tipo
racial, tiempo de desarrollo, por ciento de natalidad, régimen de alimentación,
por ciento de rendimiento en gancho en el caso vacuno destinado a carne, o de
leche, en el caso de vacuno de esa clase. Se considerarán las posibilidades del
área productora de que se trate por medio del análisis físico químico de sus
suelos, la humedad de los mismos y régimen de las lluvias.
- Las áreas sembradas de arroz que rindan normalmente no menos del 50% sobre
el promedio de producción nacional de la variedad de que se trate, a juicio del
Instituto Nacional de Reforma Agraria.
- Las áreas dedicadas a uno o varios cultivos o explotación agropecuaria, con o sin
actividad industrial, para cuya eficiente explotación y rendimiento económico
racional fuera necesario mantener una extensión de tierra superior a la
establecida como límite máximo en el Artículo 1 de la Ley (PLRA, 1959).
De 1960 a 1990… los años del “desarrollo” agrícola.
Bajo esta primera ley, en octubre de 1960 fueron creadas las Cooperativas Cañeras en
tierras de antiguos latifundios dedicados al cultivo de la caña de azúcar. Con esta
estructura el Estado el Estado poseía el derecho de la propiedad sobre la tierra, y los
medios de producción, y los integrantes de las cooperativas detentaban el usufructo de
la tierra
Los integrantes de estas Cooperativas Cañeras eran obreros agrícolas y no pequeños
propietarios. Según la economista cubana Blanca Rosa Pampín, en 1960 se contaba con
621 cooperativas cañeras, su tamaño promedio era de 1409 ha, con un total de 876 142
ha dedicadas al cultivo de la caña de azúcar (Pampín, 1996). Estas primeras
Cooperativas Cañeras sólo duraron un corto período (1960-1962). Respecto a su
organización y funcionamiento, se le señalaban en la época serios errores de carácter
organizativo y de métodos de dirección (Jimenez, 2006).
El 17 de mayo de 1961 se constituye la Asociación de Pequeños Agricultores (ANAP)
en el marco del su Primer Congreso, al amparo de las leyes revolucionarias. Como sus
principales antecedentes tenemos el Congreso Campesino en Armas (celebrado en
1958) y el trabajo organizativo del Comité Regional Campesino. El reglamento general
define que, por voluntad y decisión expresa del campesinado cubano, la ANAP es la
organización de masas de los cooperativistas, campesinos y sus familiares, cuyos
intereses económicos y sociales se corresponden con el desarrollo armónico de la
construcción del socialismo, y que sus proyecciones están basadas y orientadas hacia el
cumplimiento de la política agraria de la Revolución. Dispone de la siguiente estructura
orgánica y territorial: un Comité Nacional con un Buró Ejecutivo electo de su seno, así
como un aparato auxiliar de cuadros profesionales; Catorce Comités provinciales y 153
Comités municipales con sus respectivos Buró Ejecutivo.
En el año 1962 surgen las Sociedades Agropecuarias, la cuales se constituyeron sobre
la base de la voluntariedad de los campesinos de unir sus tierras, equipos y animales de
labor, para de forma colectiva hacer uso de la tierra, aunque tuvieron una vida breve y
su éxito o fracaso es difícil de analizar, si constituyen un primer intento de
cooperativizacion del campesinado cubana luego de la revolución.
En 1963 se promulgó la segunda Ley de Reforma Agraria, que redujo la tenencia de la
tierra hasta 67 ha, se nacionalizaron las fincas con mayor extensión, incrementándose la
participación estatal en la agricultura cañera. Con ella se buscaba aumentar la
diversificación de la producción y produjo una especialización que dio lugar a una
transformación de las cooperativas cañeras en granjas agropecuarias estatales
encargadas de suministrar la materia prima: es decir, la caña a los centrales azucareros.
Entre los motivos que originaron esta nueva ley de reforma agraria se encontraba la
existencia de fincas mayores de sesenta y siete hectáreas y diez áreas, (cinco
caballerías), que propietarios o poseedores burgueses retienen en sus manos en
detrimento de los intereses del pueblo trabajador, bien obstruccionando la producción de
alimentos para la población, especulando con los productos o utilizando con fines
antisociales y contrarrevolucionarios los elevados ingresos que obtienen de la
explotación del trabajo; un segundo Por cuanto destaca la existencia de una burguesía
rural incompatible con los intereses y los fines de la Revolución Socialista que se
construía; la necesidad de establecer las bases definitivas sobre las cuales se desarrollar
la agricultura, coordinando los esfuerzos de las empresas agropecuarias estatales y los
pequeños agricultores; y la intensión del gobierno de impulsar al máximo la agricultura
para satisfacer plenamente las necesidades de la población e incrementar el desarrollo
económico del país (SLRA, 1963).
La segunda ley de reforma agraria contaba con 9 artículos y sus disposiciones
principales postulaban: la nacionalización, y por consiguiente la adjudicación al Estado
Cubano de todas las fincas rústicas con una extensión superior a sesenta y siete
hectáreas y diez áreas (cinco caballerías de tierra) (art.1), exceptuando aquellas que
desde antes de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria estén siendo explotadas
en común por varios hermanos, siempre que la parte proporcional de la extensión de
dichas fincas que corresponda a cada hermano participante en la explotación, no exceda
de sesenta y siete hectáreas y diez áreas (cinco caballerías) (art.2) o aquellas fincas que
hayan sido mantenidas en excepcionales condiciones de productividad desde la
promulgación de la Ley de Reforma Agraria, y cuyos propietarios o poseedores hayan
demostrado una plena disposición a cooperar en la realización de los planes de
producción y acopio agropecuarios del Estado (art.3).
Se dispuso además que cuando el propietario o poseedor afectado por la presente Ley
residiere permanentemente en viviendas ubicadas en la Finca objeto de expropiación y
no poseyere vivienda urbana, podrá continuar residiendo en la misma, si así lo desea
mientras no pueda obtener otra vivienda en la ciudad o pueblo más inmediato a la finca
Art.5); y reconocía el derecho de los propietarios de las fincas expropiadas, que las
estuvieren explotando directamente o mediante administración en el momento de
promulgación, a percibir una indemnización. Quienes no se encontraban explotando las
mismas por sí o por medio de administración, no tendrían derecho a indemnización
alguna (art. 6).
La década de los años 1970s marca un periodo de auge e impulso al movimiento
cooperativo, que asumió como sus principales formas las Cooperativas de Crédito y
Servicio y Cooperativas de Producción Agropecuaria. El cooperativismo campesino fue
relanzado bajo el principio de la voluntariedad, con el objetivo de tecnificar y
humanizar el trabajo agrícola y la construcción de modernas comunidades
electrificadas, y atrajo a gran parte del campesinado, especialmente a las mujeres
(Figueroa y Averhoff, 2002). Bajo este régimen los cooperativistas mantienen su
propiedad individual, y se unen para obtener ciertos beneficios respecto a la asimilación
de tecnologías de punta, créditos bancarios, mejores formas de comercialización, entre
otros beneficios. Si en un momento determinado decidían no continuar perteneciendo a
la cooperativa, y se retiraban, y se mantenían como propietarios individuales de todos
sus medios de producción (Jiménez, 2006).
Las Cooperativas de Créditos y Servicios (CCS) -reguladas por la Ley 95 de 2002- la
constituyen la asociación voluntaria de agricultores pequeños que tienen la propiedad o
el usufructo de sus respectivas tierras y demás medios de producción, así como sobre la
producción que obtienen. Es una forma de cooperación agraria mediante la cual se
tramita y viabiliza la asistencia técnica, financiera y material que el Estado brinda para
aumentar la producción de los agricultores pequeños y facilitar su comercialización.
Tiene personalidad jurídica propia y responde de sus actos con su patrimonio (art. 5 Ley
95, 2002).
Según la misma disposición jurídica los fines para los que se crean las CCS son:
planificar, contratar, comprar, vender y utilizar en forma organizada y racional los
recursos y servicios necesarios para sus miembros y la cooperativa, en razón de la
producción agropecuaria; gestionar, tramitar y colaborar en el control, la utilización y
recuperación de los créditos bancarios necesarios para sus miembros y la propia
cooperativa; planificar y comercializar las producciones directivas de los miembros y de
la cooperativa; comercializar otras producciones y servicios autorizados en su objeto
social; adquirir, arrendar y explotar en forma colectiva los equipos agrícolas y de
transporte y construir las instalaciones necesarias para mejorar la eficiencia en la
producción y comercialización agropecuaria autorizadas en su objeto social (Ley 95,
2002).
Las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) son definidas por la Ley 95
como una entidad económica que representa una forma avanzada y eficiente de
producción socialista con patrimonio y personalidad jurídica propios, constituidas con
las tierras y otros bienes aportados por los agricultores pequeños, a la cual se integran
otras personas para lograr una producción agropecuaria sostenible (art.4).
Se constituyen con fines de desarrollar con eficiencia económica la producción
agropecuaria sostenible en atención a los intereses de la economía nacional, de la
comunidad y de la propia cooperativa; además de utilizar racionalmente los suelos
agrícolas, propiedad o en usufructo de la cooperativa y los demás bienes agropecuarios
y recursos productivos con que cuenta; incrementar sostenidamente la cantidad y
calidad de las producciones directivas y propiciar su rápida comercialización; y
desarrollar otras producciones agropecuarias y forestales, así como prestar servicios
agropecuarios que hayan sido autorizados en su objeto social (Ley 95).
Los principios de ambos tipos de entidades cooperativas vienen también expuestos en
la Ley 95, donde se destacan la voluntariedad para la incorporación y permanencia de
los miembros de las cooperativas; la cooperación y ayuda mutua entre todos los
miembros; la contribución al desarrollo de la economía nacional; la disciplina
cooperativista, donde todos sus miembros conocen, cumplen y acatan conscientemente,
las disposiciones de la Ley, los reglamentos, los acuerdos de la Asamblea General y las
demás leyes y regulaciones que son de aplicación en las cooperativas; la decisión
colectiva como vía para regir la vida económica y social de las cooperativas, de forma
democrática en la Asamblea General y la Junta Directiva, donde la minoría acata y se
subordina a lo aprobado por la mayoría. Otro de sus principios es la territorialidad; el
bienestar de los cooperativistas y sus familiares; la colaboración entre cooperativas; la
solidaridad humana; y la primacía del interés social en todos sus actos y acciones (Ley
95, 202).
En 1975 se realiza el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), donde el
Informe Central, y en su documento final- Tesis y Resoluciones-se hace un balance de
la situación rural de cuba desde la colonia hasta 1959, además se analizan los impactos
de las principales medidas tomadas por el gobierno revolucionario en los 15 años
transcurridos, y por último se plantean los retos y el camino a seguir en lo adelante.
La Tesis Agraria como se le llamo a esta parte del documento final fue una especie de
guía programática del rumbo a seguir por la política agraria y las relaciones con el
campesinado en lo adelante. Destacó logros como la erradicación del analfabetismo, la
atención medica extendida a todas las regiones rurales del país, el acceso a la educación,
el pleno empleo mediante la incorporación a cooperativas y al sistema agropecuario
estatal (granjas estatales, centrales azucareros, etc.), la mejoría en las condiciones de
vida de la población rural por la llegada de servicios de electricidad y salubridad, y la
construcción comunidades integrales, obras viales y medios de comunicación.
Destaca lo que en su momento se consideraba un gran logro que era la tecnificación y
mecanización que había alcanzado el agro en Cuba, a través de los programas de
cooperación y capacitación con el entonces bloque socialista esteuropeo; así como la
quimización (Tesis y resoluciones, 1975) con la utilización de diversidad de agentes
químicos, fertilizantes, plaguicidas, todo ello a la par con la creación de un sistema de
estudio, protección y enriquecimiento del medio natural.
El documento señala algunos problemas que ya enfrentaba la producción agrícola
cubana, como la baja productividad, el decrecimiento de las zonas cultivables, la
necesidad de lograr algún grado de autoabastecimiento nacional, la ineficiencia de
algunos sistemas de organización de la agricultura, y aventura dos posibles caminos o
variantes para superar esta situación: integrar la producción agrícola a los planes
económicos nacionales, y la producción cooperativa, no siendo estas excluyentes y
debiendo tomar en consideración la situación integral antes de escoger uno u otro
camino (Tesis y resoluciones, 1975).
Así, desde la década del 70 la evolución del cooperativismo puede enmarcarse en tres
etapas (Figueroa et al, 1985): Una primera, de 1977 a 1983 caracterizada por la
multiplicación acelerada del número de cooperativas y de campesinos asociados durante
una época de crecimiento económico nacional, y predominio de las pequeñas
cooperativas de gestión muy eficiente, aunque a partir de 1981 la política de
agrandamiento de las CPA tuvo efectos negativos, que se hicieron patentes a partir de
1983. Una segunda etapa, de 1984 a 1987 donde destaca la disminución creciente de la
integración a las cooperativas de nuevos campesinos, el gigantismo cada vez más
acentuado de estas entidades, la disminución de la rentabilidad y aumento del número
de cooperativas no rentables, con un período crítico entre 1986 y 1987 coincidente con
una fase recesiva de la economía nacional. Y una tercera etapa, de 1988 a 1993 donde
hay que señalar el agotamiento y parálisis del movimiento de transformación
cooperativa del campesinado. El apoyo estatal se concentró en el fortalecimiento del
sector de las CPA y no en la expansión del movimiento cooperativo.
Durante este mismo periodo, el modelo estatal agropecuario identificó en un solo
elemento la propiedad, la gestión y la administración directa por el Estado de las
explotaciones agropecuarias a través de un sistema empresarial con poca o casi ninguna
autonomía. Una densa red institucional de administración centralizada implantó
delegaciones territoriales del sector cañero y no cañero, y dos ministerios que cerraban
la pirámide (Ministerio de la Agricultura y Ministerio del Azúcar). El predominio de los
métodos y mecanismos de dirección del sector estatal terminó modificando e
impregnando los modelos cooperativo y campesino, integrándolos a sistemas no
mercantiles. La pérdida de eficiencia e integridad del desarrollo rural se hizo manifiesta
a finales de los años ochenta y más aún en 1993 y 1994. La tecnificación «fordista»
derivada de una tecnología soviética importada; la asimilación del modelo eurosoviético
de dirección de la agricultura, y ciertos elementos de la integración progresiva al
Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) obraron en direcciones que fueron
alejando progresivamente el desarrollo rural de las normas de la eficiencia (Figueroa y
Averhoff, 2002).
Sin embargo, en preciso señalar, siguiendo a Guzman, Pico y Leon (2003) que la
cooperativización (CCS y CPA) permitió mejorar las condiciones de vida del
campesinado cubano, en cuanto a vivienda, alimentación e ingresos; organizar mejor las
fuerzas productivas del campo en aras de lograr un aumento de la producción agrícola;
capacitar y escolarizar a todos los miembros de las familias campesinas y
cooperativistas, haciendo obligatoria la asistencia a la escuela de los niños de 5-12 años,
así como la obtención mínima de escolaridad de 9º grado, para todos sus miembros;
ofrecer una alternativa más viable, rápida y efectiva de atención a la salud en todas las
comunidades campesinas, de manera totalmente gratuita, con la atención primaria
garantizada, a través del desarrollo de diferentes planes de salud y terminando con el
médico de familia; dar posibilidades ilimitadas de superación superior a las familias
campesinas, en todas las especialidades universitarias abiertas en el país, incluyendo por
supuesto las del sector agropecuario; ser mucho más eficientes en su gestión, logrando
desarrollar a plenitud sus potencialidades, involucrando voluntades y esfuerzos, así
como distribuyendo las utilidades de acuerdo al aporte individual y colectivo.
En el proceso histórico de desarrollo agrorural que se inició a partir de 1959 se
delinearon dos tipos fundamentales de comunidades rurales: la comunidades naturales o
tradicionales, formadas, obviamente, sin intervenciones externas y portadoras de una
sólida identidad sustentada en lo consuetudinario; y las comunidades inducidas,
resultado del desarrollo social agrario llevado a cabo por la Revolución y que poseen
una identidad que se gestó en menor tiempo y está más expuesta a los cambios a nivel
regional y societal (http://www.grupochorlavi.org/accionco/desarrolloruralencuba.pdf) .
Los años 80 fueron el escenario de un fenómeno de concentración de la población
rural, y al mismo tiempo, una fuerte movilidad hacia las ciudades o zonas urbanas en
general. Una de las vías utilizadas para la concentración fue la construcción de
comunidades “inducidas”, en cuyo diseño original predominó un enfoque urbanizante
que, si bien contribuyó a elevar el bienestar social, modificó gradualmente el modo y
expectativas de vida rurales haciendo que los más jóvenes, entre ellos hijos de
campesinos y obreros agrícolas, buscaran en las ciudades y demás zonas urbanas la
realización de sus proyectos de vida distanciados de las necesidades y exigencias del
campo, elemento que repercutió desfavorablemente en la reproducción natural de la
fuerza de trabajo (http://www.grupochorlavi.org/accion/otro/desarrolloruralencuba.pdf).
Estas comunidades experimentan cambios en su identidad y prácticas culturales a
partir del creciente espacio que ocupan los socios de la cooperativa que poseen una
procedencia no campesina, fundamentalmente ex asalariados estatales que se acogen a
los beneficios derivados de la superioridad que en el orden de la eficiencia económica
muestran estas organizaciones en comparación con las empresas estatales. Ellos van
sustituyendo gradualmente a la masa de campesinos aportadores, que se extingue a
través de la jubilación, fallecimiento u por otra causa. Su reproducción natural se ve
amenazada por el sesgo antiagrícola que caracteriza las aspiraciones ocupacionales de
sus hijos (http://www.grupochorlavi.org/accioncolectiva/desarrolloruralencuba.pdf).
La década de1990 comienza marcada por este signo, sumado al hecho de que de los
países de Europa del Este, y especialmente de Rusia, llegaban a nuestro país la mayoría
de los insumos, piezas de repuesto y combustible; así como el 85 % de la actividad
comercial del país.
El modelo vigente en la producción agropecuaria cubana, basado en los principios de
la “revolución verde” y consistente en el monocultivo extensivo (caña de azúcar) con
abundante uso de maquinaria e insumos (fertilizantes y pesticidas químicos) importados
enfrento graves retos: falta de fertilizantes, falta de combustible, déficit de regadíos,
reducción de siembras, no reposición de cepas, necesidad de cortar hasta la última caña,
falta de implementos agrícolas, descenso de la atención a los productores, y falta de
piezas de repuesto, entre otros (Jiménez, 2006).
El Programa Alimentario Nacional y la llamada “Tercera Reforma Agraria” de los
90s.
El Programa Alimentario Nacional (PAL), aprobado por la Asamblea Nacional del
Poder Popular en 1990, se hizo eco de estas deficiencias acumuladas, y contenía además
las principales soluciones que debían adoptarse lo más rápidamente posible en virtud del
agravamiento de las condiciones internacionales- apenas un año después, se desintegró
la Unión Soviética y el campo socialista, y Cuba perdió unos vínculos comerciales,
financieros y tecnológicos forjados a lo largo de más de 30 años. La suma de los
fenómenos internos y externos antes mencionados daría paso a las políticas económicas
específicas de ajuste y reforma en el primer tercio de los años noventa, y a los que se
considera una tercera reforma agraria; que junto a la apertura en 1994 del mercado
agropecuario de libre oferta y demanda, marcan la serie de transformaciones relativas al
funcionamiento económico, al redimensionamiento de todo el sector agrícola, y a las
consecuencias socio-culturales que caracterizan a la Cuba de hoy.
La reforma del régimen de tenencia y explotación de la tierra tuvo su base jurídica en
la Constitución de la República (CR) reformada en 19929; donde se reconoce la
posibilidad de enajenación de una parte de la propiedad estatal socialista al transferir su
propiedad o administración a colectivos y personas naturales o jurídicas nacionales y
extranjeras (CR, 1992). En una reunión celebrada el 10 de septiembre de 1993 el Buro
Político del PCC estableció los principios de los cambios en el régimen agrario, y
seguidamente, ese mismo mes, el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros dictó los
Decretos-Ley 142 y 2708, los cuales definen el carácter y alcance de la apertura en
materia de tenencia del suelo y los principios del funcionamiento de las nuevas
cooperativas agropecuarias y de otros productores; y posteriormente se dictan las
Resoluciones No 354 y No 60 de 1993 del Ministerio de la Agricultura (MINAG) y del
Ministerio de la Industria Azucarera (MINAZ), respectivamente, que concretizaron
etapas y fórmulas organizativas y otras mediaciones del proceso de cambio (Fogueroa y
Alverhoff, 2002).
La reforma de 1993, considerada una tercera reforma agraria, difiere de las reformas
de 1959 y 1963 y de la política plasmada en las Tesis y resoluciones de 1975. Las dos
primeras reformas (1ra y 2da Ley de Reforma Agraria) propugnaron la socialización de
la gran propiedad privada agrícola y del campesinado, la de 1993 llevó a cabo un ajuste
estructural de la propiedad estatal mediante la parcelación de la tierra bajo diferentes
regímenes: en régimen cooperativo (fórmula dominante); en régimen de autogestión
participativa en las granjas no cooperativizadas; en régimen individual a favor de
personas y familias; y en régimen privado empresarial de parcelación (Figueroa y
Alverhoff, 2002).
Según Figueroa y Alverhoff (2002) entre los objetivos de la reforma se encontraba el
enfrentamiento a la crisis agroalimentaria (objetivo más inmediato) creando las
condiciones para la reactivación de la producción agropecuaria y agroindustrial. Otro
objetivo era lograr un ajuste del conflicto entre fuerzas productivas, formas de
explotación del suelo y funcionamiento del sistema agropecuario, es decir una fórmula
de desestatización de la agricultura; donde se imponía una intensificación del trabajo
manual para garantizar la supervivencia y superar la crisis. Esta nueva reforma y
repartición persiguió, además, la “rerulalización” y un nuevo desarrollo campesino.
La parcelación de la tierra del Estado se realizó en régimen de usufructo gratuito y por
tiempo indefinido, manteniendo la intangibilidad del monopolio estatal de la tierra como
objeto de propiedad en la mayor parte del territorio nacional; a la vez que la renta del
suelo y la valorización de la tierra siguieron siendo conceptos excluidos de la práctica
económica.
Los beneficiarios de la parcelación de la tierra fueron los colectivos de cooperativistas
integrados por ex trabajadores agrícolas estatales; los colectivos agrícolas
autogestionados de las granjas estatales agropecuarias; los campesinos y parceleros
usufructuarios que se beneficiaron de la repartición de las tierras estatales, quienes bajo
un régimen de usufructo gratuito produjeron productos de subsistencia y comerciales
(café, tabaco, etc.); los colectivos laborales de las empresas mixtas dotadas de capital
extranjero destinado a actividades agropecuarias; los colectivos laborales de carácter
extraordinario y temporal que comprendían miembros de las Fuerzas Armadas y del
Ministerio del Interior, y entidades no agrícolas dedicadas a la producción comercial y
de autoconsumo.
Una de las principales implicaciones de la reforma de 1993 fue la constitución de las
Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC), resultado de la conversión de la
mayoría de las granjas estatales de producción de caña de azúcar y otros cultivos. Están
constituidas con trabajadores provenientes de las empresas estatales, las tierras que les
han sido traspasadas en calidad de usufructo y los medios de producción comprados al
Estado; y se clasifican de acuerdo a su actividad fundamental en cañeras (atendidas por
el Ministerio del Azúcar, y no cañeras (atendidas por el Ministerio de la Agricultura),
dedicadas a cultivos varios, cítricos, frutales, café, tabaco y a la ganadería,
convirtiéndose en la forma principal del agro cubano (Jiménez, 2006) (DL 142, 1993).
Según las disposiciones del Decreto Ley 142 de 1993 están sustentadas en los
siguientes principios: 1. La vinculación del hombre al área como forma de estimular su
interés por el trabajo y su sentido concreto de responsabilidad individual y colectiva; 2.
El autoabastecimiento del colectivo de obreros y sus familias con esfuerzo cooperado,
así como mejorar progresivamente las condiciones de vivienda y otros aspectos
relacionados con la atención del hombre; 3. Asociar rigurosamente los ingresos de los
trabajadores a la producción alcanzada; 4. Desarrollar ampliamente la autonomía de la
gestión. Las unidades de producción que se proponen deben administrar sus recursos y
hacerse autosuficientes en el orden productivo.
Estas nuevas cooperativas tendrán el usufructo de la tierra por tiempo indefinido, serán
los dueños de la producción, podrán vender su producción al Estado a través de la
Empresa o en la forma que éste decida, pagarán el aseguramiento técnico-material,
operarán cuentas bancarias, comprarán a créditos los medios fundamentales de
producción, elegirán en colectivo a su dirección y ésta rendirá cuenta periódicamente
ante sus miembros, igual que se hace en las CPA; y cumplirán las obligaciones fiscales
que les correspondan como contribución a los gastos generales de la nación (DL 142,
1993).
Así tenemos que en 1989 el 82% de la superficie total y el 73% de la superficie agrícola
pertenecían a 385 empresas estatales, mientras para el año 2000 las cooperativas
agropecuarias de diferente tipo ocupan el 43% de la superficie total y el 61,3% de la
agrícola. De ellas, las UBPC ocupan el 28,7% de la superficie total y el 40,6% de la
agrícola (Díaz, 2005).
En octubre de 1994, dentro del contexto de las transformaciones económicas, se
realizó la reapertura del Mercado Agropecuario de venta minorista, otra de las medidas
trascendentales de este periodo. El hecho contribuyó a deflacionar los altos precios que
se manifestaban en la economía subterránea (Nova, 1995), ampliando las posibilidades
de oferta de alimento a la población y considerado como un factor de estimulo a la
producción y al productor, donde obtiene mejores precios, superiores a los que
tradicionalmente paga Acopio, la empresa comercializadora estatal, quien mantenía
hasta ese momento el monopolio de compra y venta de la producción agropecuaria-
tanto mayorista como su posterior distribución al mercado minorista (Jiménez, 2006).
A pesar de ellos, existen grandes dificultades para el acceso y participación de los
productores en este mercado, debido a diferentes causas como los elevados
compromisos contractuales fijados por Acopio (de obligatorio cumplimiento para poder
concurrir al Mercado Libre), tanto para las UBPC como para las CPA, destinados a la
satisfacción de la canasta básica y al mercado estatal, y por consiguiente a precios bajos
establecidos por el Estado; esta limitación a la oferta no facilita que los precios
disminuyan.
A esta situación hay que añadirle las dificultades que se confrontan para la
transportación de los productos, al no disponer de los medios de transporte necesarios, ó
los elevados precios que se ven precisados a pagar por el concepto de fletes, que
incrementan sus gastos y reducen sus ganancias.
Jiménez (2005) señala además la existencia de una serie de restricciones sobre las
UBPC, CPA y otros productores, respecto a la participación de algunos productos, que
no están autorizados a vender en el Mercado libre Agropecuario como son: papa
(recientemente liberada a primeros de 2012), café, carne vacuna, leche y derivados,
huevos, arroz, cítricos, entre otros ó algunos de ellos requieren autorizaciones
particulares. Además de la ausencia de un mercado de insumos y servicios donde el
productor pueda acudir, y donde pueda seleccionar de acuerdo a la calidad y precio.
El ajuste de principios de la década de 1990 se vinculó también a otro conjunto de
acciones y cambios, entre los que cabe destacar los siguientes (Figueroa y Averhoff,
2002):
desarrollo de la agricultura urbana mediante organopónicos y huertos integrales
urbanos destinados a la producción de hortalizas, arroz y otros cultivos en el
interior y en los alrededores de ciudades y pueblos.
introducción de sistemas tecnológico-productivos de bajos insumos y alta
densidad de mano de obra, con el propósito de combinar más racionalmente el
modelo productivo convencional o clásico con un modelo de producción
sostenible.
fortalecimiento de los centros de investigación agropecuaria con el objeto de
introducir nuevas tecnologías sustitutivas de los insumos agroquímicos y de la
mecanización.
La reforma ha modificado sustancialmente la estructura de la tenencia del suelo
existente hasta finales de 1992. A partir de finales de 1993, se parcelaron más de
3,3 millones de hectáreas de superficie agrícola estatal a favor de colectivos y
trabajadores.
En 1998, algo más del 50 por ciento del fondo agrícola nacional correspondía al
sector cooperativo, mientras que el Estado disponía de un tercio de dicho fondo:
una parte era explotada según el esquema tradicional, y otra se encontraba en
transición a granjas integrales de nuevo tipo. El resto de la tierra era explotado
por las granjas militares, los colectivos de contingentistas, las entidades del
Poder Popular, instituciones científicas y otras instituciones. Finalmente, el
sector privado campesino y parcelero disponía de algo más del 16 por ciento de
la superficie agrícola nacional (el 72,1 por ciento del fondo de tierra privada en
CCS, equivalente a un 12 por ciento de la tierra agrícola nacional). Los
agricultores privados restantes eran campesinos no asociados a CCS y la casi
totalidad de los parceleros o conuqueros (ONE, 1998).
En el año 2000, el número de agentes agrícolas consistía en más de 4 300
entidades estatales, cooperativas y asociaciones económicas, y 2 709 CCS con
alrededor de 90 000 asociados; el resto del sector privado incluía unos 118 000 a
125 000 productores campesinos, parceleros y patieros independientes.
La Agricultura Urbana comenzó su desarrollo en Cuba en los críticos años 90 como un
movimiento agrícola en las ciudades y asentamientos poblacionales con el objetivo de
obtener la máxima producción de alimentos diversos, frescos y sanos en áreas
disponibles, anteriormente improductivas.
El proceso ha sido una de las transformaciones más exitosas de esa época y ha
generado un conjunto importante de acciones y prácticas que van desde la educación
ambiental, la calidad de los alimentos que se consumen, recuperación de espacios
inutilizados y un conjunto de acciones de reactivación comunitaria y ciudadanización.
La agricultura urbana se basa en prácticas orgánicas, que no contaminan el ambiente,
en el uso racional de los recursos de cada territorio, y en una comercialización directa
con el consumidor. Por su ubicación geográfica y destino de consumo, es una
agricultura de bajos insumos, que no permite el uso de agrotóxicos, con extrema
economía en el uso del agua, y exquisitez en el cuidado de la fertilidad de sus tierras,
manejo de los cultivos y de los animales
(http://www.desal.org.mx/pdf/COMPANIONI---La_agricultura_urbana_en_Cuba.pdf ).
El programa de agricultura urbana cuenta actualmente con 26 subprogramas que
abarcan temas específicos como la producción de hortalizas, plantas medicinales,
condimentos, granos, frutas y crianza de animales (gallinas, conejos, ovinos, caprinos,
porcinos, abejas y peces), que se desarrollan a través de todo el país.
A pesar del éxito reconocido, y de la unanimidad que existe en los expertos en el
agotamiento del modelo de la revolución verde que primo la agricultura cubana desde
los años 70, existen factores que limitan el desarrollo de prácticas agroecológicas:
1. La conciencia del empleo de técnicas agroecológicas aún se apoyan en buena
medida en el interés económico productivista.
2. Los mecanismos de gestión y participación aún no se han desarrollado a fondo,
por lo que el interés de producir y conservar el medio ambiente no se despliega
como se requiere.
3. Se observa poca ayuda al funcionamiento del mercado actual para motivar
demandas agroecológicas.
4. No existen incentivos económicos que promuevan la agricultura ecológica.
5. Existe una escasa institucionalización de las ideas y prácticas de la agricultura
ecológica que se manifiesta en las comunidades rurales.
6. Indefinición del tiempo de tenencia de la tierra en usufructo gratuito.
Actualidad: transformaciones y nuevos retos.
Los cambios de la década de 1990 marcaron un signo alentador para el repunte de los
sistemas productivos, de la producción de bienes de consumo directo y de materias
primas destinadas a la agroindustria, y del mercado interno y externo al incremento y a
la estabilización de la mano de obra rural.
No son pocos los estudios efectuados que dan cuenta del retorno, desde principios de
la década del 90, de efectivos laborales a las tareas agrícolas, que ha dado lugar a la
emergencia del término de “recampesinización” (Martín, 2007) aludiendo a una
particularidad propia del proceso de reajuste cubano a contrapelo de la extendida
tendencia a la “descampesinización” que caracteriza a las reformas implementadas en el
área hacia el último cuarto del siglo XX. Una reciente investigación en la oriental
provincia de Granma revela que algo más de la cuarta parte de los miembros de las
UBPC y el 43% de los usufructuarios de las CCS, eran con anterioridad obreros
estatales- no precisamente empleados en el sector agropecuario- produciéndose una
redistribución de efectivos de otros grupos hacia los “nuevos nichos de la estructura
social agraria” (Leyva, 2006: 83-85) (Martin, 2007: 8).
Algunas tendencias de la estructura de la ocupación en las zonas rurales se mantienen
desde las reformas de los 90 hasta la actualidad, como son el aumento de los ocupados
en la actividad agropecuaria en la economía nacional; la pérdida del peso de los
trabajadores vinculados a la propiedad estatal; la resignificación del peso de las formas
cooperativas de producción por la emergencia de las Unidades Básicas de Producción
Cooperativa (UBPC); el decrecimiento del grupo de campesinos cooperativistas (CPA),
asociado a una disminución del número de socios, de Cooperativas y de tierras; la
emergencia y crecimiento sostenido de los campesinos usufructuarios en tierras del
estado; y el fortalecimiento del grupo de campesinos privados, tanto en su peso
numérico como en cantidad de tierras y en ingresos percibidos (Martín, 2007).
Son varias las consideraciones sobre las dificultades y problemas que aún confrontan
las UBPC, las cuales se han mantenido casi desde su creación, junto otras surgidas en el
transcurso de los casi veinte años de constituidas:
♦El elevado nivel de compromiso de ventas establecidos con Acopio, superior al
70%2 de la producción fundamental (alimentos destinados a la canasta básica), así
como el compromiso adicional de vender una cantidad de todos los renglones que no
clasifican como producción fundamental. Los precios pagados por Acopio son muy
inferiores a los del Mercado Libre Agropecuario y por lo general no cubren los costos.
♦La existencia de una empresa (como nivel intermedio), que agrupa a las UBPC y que
finalmente es la que orienta, determina y centraliza las decisiones, desde lo que deben
producir, a quien vender, a que precios, que insumos recibirán, que inversiones realizar,
entre otros aspectos.
♦Los recursos los reciben por asignación centralizada, no existiendo un mercado de
insumo, ni de equipamiento, donde el productor pueda acudir.
♦Las UBPC ganaderas no pueden acudir con su producción fundamental (leche y
carne) al Mercado Libre Agropecuario, como tampoco aquellas arroceras, citrícolas y
los productores de papa.
♦Presentan dificultades internas en la contabilidad y la estabilidad de los
cooperativistas (Nova, 2008:4).
Entre los años 2002 y el 2007 el área ociosa se incrementó de forma sostenida, algo
coincidente con el inicio de la etapa de redimensionamiento de la agroindustria cañera,
aunque no atribuible totalmente a este proceso. Por otro lado las importaciones en
alimentos crecen de forma importante, se calcula que durante el año 2008 estas han
ascendido aproximadamente a unos 2,400.0 millones de dólares estadounidenses (Nova,
2008:8).
El resumen de la década de 2000 a 2010 se caracterizaría por el descenso de la
producción agrícola y ganadera, el registro de magnitudes importantes de tierras
agrícolas ociosas, y por volúmenes de importación de alimentos cada vez más elevados,
para cubrir el déficit de la producción nacional.
Desde el año 2007 y 2008 comienza otro proceso de redimensionamiento de la
agricultura que parte de algunas premisas como:
En primer lugar, un nuevo proceso de descentralización de las empresas estatales y la
promoción de la cooperativización para mantener a las personas vinculadas a la tierra.
En ese intento han sido claves la entrega de tierras en usufructo, la reducción de la
escala de producción y la diversificación (Funes-Monzote, 2009).
En segundo lugar, la desactivación de 110 centrales azucareros de los 155 existentes,
por lo que la mitad de las más de 1.4 millones de hectáreas antes dedicadas al
monocultivo de caña de azúcar está disponible para otros propósitos agrícolas.
En tercer lugar, alrededor del 40% de las dos millones de hectáreas cubiertas por
pastos (cerca de 900 000 ha) están invadidas actualmente con marabú (Dichrostachys
cinerea) y aroma (Acacia farnesiana), dos especies leñosas de leguminosas de rápido
crecimiento, la causa principal de esta desmedida invasión es el abandono de los suelos
agrícolas y el uso inapropiado de la tierra (Funes-Monzote, 2009).
Las nuevas regulaciones aprobadas en el 2009 permitirían a los productores arrendar
hasta 67 hectáreas, frente al máximo permitido hasta ahora, 13 hectáreas, "Las personas
o usufructuarios que realmente han demostrado que pueden producir podrán aumentar
su territorio hasta cinco caballerías (165 hectáreas)" (Funes-Monzote, 2009).
Como parte de un plan de medidas para intentar aumentar la producción, el gobierno
ha entregado en usufructo desde 2008 cerca de 1,6 millones de hectáreas de tierra a
143.000 campesinos y aspirantes a hacerla producir, pero los usufructuarios se han
quejado de que la poca cantidad de tierras y otras restricciones obstaculizan la
producción.
Siguiendo un estudio realizado por Funes-Monzote (2009) en una provincia cercana a
la capital del país, a las personas que viven en los pueblos o ciudades se le torna casi
imposible enrolarse en este proyecto, porque no existen los medios necesarios para la
construcción de viviendas en los nuevos predios, medios de transporte, electricidad,
agua potable, etc., y mucho menos los insumos necesarios para acometer un trabajo
como el de fomentar la cría de ganado o cualquier actividad agrícola, además del alto
índice de robo que existe en las zonas rurales cubanas.
Las estadísticas oficiales habían reconocido desde el año 2006 que los pequeños
campesinos, con la mitad de la tierra en uso agrícola, eran responsables del 65% de
todos los alimentos producidos en el país. Específicamente en el sector ganadero, con
alrededor del 13% de las áreas de pastos (unas 300 mil hectáreas), poseían el 43,5% del
rebaño ganadero del país y en marzo de 2008 esta cifra ya era del 55% (ONE, 2008).
El presente proceso de “Actualización del modelo económico” en que se encuentra el
país abarca a la totalidad de los sectores económicos, con implicaciones importantes en
los aspectos económicos, sociales y políticos de la isla. Estas transformaciones han
quedado recogidas en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y
la Revolución, aprobados en el VI Congreso del PCC, en abril del 2011 y ratificadas en
la Conferencia del PCC celebrada en febrero del 2012 año (Nova, 2012:1).
Algunas de las transformaciones más profundas e importantes se han iniciado en el
sector agropecuario, que desde el año 2007 viene implementado una serie de medidas
encaminadas a la búsqueda de soluciones y a la reactivación de este sector, que
conduzcan al incremento de la producción, sustitución de importaciones de alimentos y
a la generación de excedentes para incrementar las exportaciones de bienes (Nova,
2012: 2).
Entre estas medidas se encuentran el incremento del precio de la leche, la carne bovina
y productos agrícolas; el proceso descentralizador de funciones identificando –con el
Municipio como el espacio clave para el desempeño y toma de decisiones dentro de la
actividad agrícola territorial; la contratación libre de la fuerza laboral, ampliación del
microcrédito agrícola y la descentralización paulatina de la comercialización de los
productos agrícolas (Nova, 2012:3).
La medida más importante ha sido la entrega de tierras agrícolas ociosas (sin cultivar)
bajo condiciones de usufructo a personas naturales. La entrega se realiza bajo las
condiciones de contrato de arrendamiento, por un periodo de 10 años renovables. El
decreto ley 259 es el encargado de regular dicho proceso, pero aunque constituye un
paso importante y decisivo, a la vez, estuvo impregnado de una serie de restricciones y
limitaciones que encierran un grado importante de incertidumbre para los beneficiados2
(Nova, 2012:3).
En un estudio del 2012 Armando Nova destaca como la actual distribución de tierras
ociosas conduce a la vez hacia un nuevo escenario y modelo agrícola que establece y
consolida el predominio de los productores no estatales, particularmente las
Cooperativas de Créditos y Servicios (CCS) y el productor privado, que pudiera pasar
de un 18,5 al 51,0 % de tenencia de la tierra.
¿Qué falta aun?
A pesar de las medidas implementadas desde el 2007 los resultados obtenidos no han
sido los esperados, cifras productivas de los años 2009 y 2010 mostraron que durante
ese periodo la producción agrícola y pecuaria descendió, ó en el mejor de los casos se
mantuvo estable (ONE, 2011).
Estudios analizados por Nova (2012) consideran que el factor más importante que
incide de forma no favorable lo constituye la dilación en la implementación de las
medidas en el sector agrícola cubano, plasmados en los Lineamientos Económicos y
Sociales aprobados en el VI Congreso del PCC y la no consecuente aplicación
sistémica de los mismos:
1. Demora en las entregas de tierras en usufructo dentro de los marcos del Decreto
Ley 259 y su Reglamento (aspectos burocráticos fundamentalmente).
2. Un mercado de insumo, medios de trabajo y medios de producción insuficiente,
con elevados precios, y no ajustado a la demanda, requerimientos, calidad y
especificidades de los productores y regiones, por lo general se ha hecho
modular.
3. Necesidad de modificar el Decreto Ley 259, para eliminar los factores de
incertidumbre que encierra y que no favorecen la permanencia del productor.
4. La no implementación amplia de las medidas encaminadas a la
descentralización de la comercialización y eliminación del monopolio del
sistema de Acopio Estatal.
2 Incertidumbres referentes al periodo del tiempo de entrega en usufructo, la cantidad de área a entregar, la condición hereditaria del usufructo, y el derecho sobre la vivienda a construir.
5. El tema de los precios pagados a los productores, los cuales no resultan lo
suficientemente estimulantes, en particular de aquellos productos que sus-
tituyen importaciones.
6. Acción tardía en la entrega de créditos y asistencia técnica necesaria. (Nova, 2012:
6 y 7).
A pesar de todas las transformaciones aun no están resueltos tres aspectos
fundamentales del problema de sector agropecuario en Cuba (Nova, 2012:7): La no
realización de la propiedad, que el productor pueda tomar sus propias decisiones a lo
largo del ciclo producción-distribución-cambio-consumo; el no reconocimiento real y
objetivo de la existencia del mercado y su papel de complementariedad con la
planificación; y la falta de enfoque sistémico en la concepción e implementación de
las medidas.
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