LA SANGRE DE JESÚS DE NAZARET(Extraído del libro “Seducido por el Crucificado” de Emilio M. Lazariegos)

¿Cómo la sangre del hijo del carpintero podía liberar al hombre? ¿Acaso “esa sangre” era “real” de la descendencia del Rey David? Pero lo cierto es que un desconocido, un Nazareno, uno de tantos ha derramado la sangre por el hombre y el hombre ha sido salvado. En su sangre estaba vertida toda la sangre de la humanidad, en su sangre estaba sumido todo el dolor del hombre.

Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es el cordero sin tacha, inmaculado, de la nueva alianza que al ser inmolado va a liberar al hombre. Es el Cordero sacrificado en la nueva montaña y sobre el ara de la cruz. Es el Cordero inocente, el único que presenta ante el Padre la pureza, la transparencia de lo más profundo de su ser: la sangre.

En su sangre hemos sido lavados, hemos sido sumergidos. En su sangre hemos sido sepultados, hemos sido empapados. En su sangre hemos sido rociados. Su sangre (dichosa sangre) nos ha dado vida nueva: Vida eterna.

Creo en el hombre que se ha dejado matar por mí. Creo en Jesús, que nadie le forzó a subir al altar de la cruz para ser crucificado, sino que el mismo se entregó. El mismo se ofreció como víctima por muchos, por el pueblo. Creo en el Hombre que en su sangre nos dio vida, nueva vida y en la vida nos hizo hijos de Dios. Creo en el Hombre que me amó hasta el extremo: dar su sangre.

La sangre derramada por Jesús es la manifestación del amor del Padre. En la sangre del hijo único, el Padre nos amó hasta el límite. Ya no nos podía amar más. Esta es la medida del amor del Padre: la sangre derramada del Hijo.

Creo en alguien, Jesús, que selló con su sangre la verdad de su mensaje, la Verdad de su Evangelio. Jesús escribió su Buena Nueva en la sangre fresca y pura derramada en la cruz. La cruz de Jesús la única que salva, ES CRUZ POR SU SANGRE. Lo más bello de Jesús por el hombre es el haber dado su VIDA, su SANGRE por el hombre. En su sangre he renacido, he vuelto a la vida, he sido perdonado, reconciliado. En su sangre soy hijo de Dios.

Ahí está hundido en el Huerto en la noche. Ante sus ojos: la cruz cercana. Está con las manos tensas agarrando el Cáliz de su sangre. Lo siente. Lo vive. Está con el Cáliz de su sangre a punto de beberlo.

Le duele, le aflige, le ahoga el morir, el dar su sangre en la cruz. Y de nuevo ora. Y le dice al Padre, muriéndose de tristeza, temblándole la voz, arrancada entre sollozos y lágrimas: “Padre mío, si es posible aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y así ora y ora durante tres horas seguidas de dolor, su mal trago, su amargura.

Jesús tiene en su cáliz, en su sangre, todo el dolor del mundo, todo el pecado del hombre. Por fidelidad al Padre, por amor al hermano (al hombre) acepta, asume el cáliz.

Y en el huerto suda sangre. De la tensión que tiene se le revientan las arterias y de su frente caen como gotas de sangre que empapan la tierra donde Él tiene reclinada la cabeza, hundida su frente. Es la sangre del nuevo Abel. Y es el golpe, el rechazo de la humanidad asesina como el viejo Caín.

Muerto. Asesinado. Desfigurado, irreconocible como “el más bello de los hijos de los hombres”, Jesús está en la cruz abandonado en las manos del Padre. No basta. El soldado que lo vigila con la lanza le abre el costado. Y al instante sale sangre y agua. Es la sangre del Salvadora. Es la Sangre del Hijo del Hombre. Es la sangre del Hijo de Dios. Es la sangre del Hijo de María, que le contempla a distancia. Es la sangre chorreando gracia y verdad.

Sangre del costado que es vida.La sangre que brota de su costado es lo “más íntimo”, lo más profundo, lo más entrañable de Jesús. Es su VIDA. Es su ESPÍRITU. Es el aliento nuevo para la humanidad. Su sangre es el nuevo fuego, la nueva llama de amor viva.

Su sangre es el nuevo aceite que marcará, ungirá al hombre nuevo. En su sangre brotada del costado el hombre puede abrir su ser, de par en par, y recibir el rocío nuevo de la mañana, la lluvia temprana que fecunda la tierra. En su sangre el hombre puede mojarse, empaparse, estremecerse, gozarse y abismarse… porque en su sangre (en su Espíritu) el hombre nace como criatura nueva, como HIJO DE DIOS.