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LA MUJER Y HEGEL Penelope Rodríguez Esta exposición tiene dos partes. La primera muestra cuáles son los tópicos que me han preocupado al acercarme a la problemática femeni- na; trato de demostrar en esta primera parte la insuficiencia y la super- ficialidad de muchas explicaciones desde algunos enfoques teóricos. En la segunda parte trato de presentar una forma alternativa de mirar los problemas que presento a la luz de Hegel. Desde el inicio del interés investigativo por la problemática de la mujer me ha inquietado: 1. Conocer cuál ha sido la condición de la mujer en diferentes socieda- des y en diferentes momentos históricos. 2. Entender por qué dicha condición femenina se presenta reiterada- mente en forma de subordinación, represión y discriminación. 3. Explicar las causas que motivaron la búsqueda de un cambio en la situación femenina a partir de una lucha feminista. 4. Analizar cuáles serán los efectos a largo plazo de estos cambios para la sociedad en conjunto. En este camino de indagación me he encontrado permanentemente con explicaciones parciales, conjeturales, referidad únicamente a hechos contingentes; y en las diferentes disciplinas que han abordado el proble- ma lo que se halla es una parcelización del fenómeno sin atinar a la esencia del mismo. Así por ejemplo:

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LA MUJER Y HEGEL

Penelope Rodríguez

Esta exposición tiene dos partes. La primera muestra cuáles son los tópicos que me han preocupado al acercarme a la problemática femeni­na; trato de demostrar en esta primera parte la insuficiencia y la super­ficialidad de muchas explicaciones desde algunos enfoques teóricos. En la segunda parte trato de presentar una forma alternativa de mirar los problemas que presento a la luz de Hegel.

Desde el inicio del interés investigativo por la problemática de la mujer me ha inquietado:

1. Conocer cuál ha sido la condición de la mujer en diferentes socieda­des y en diferentes momentos históricos.

2. Entender por qué dicha condición femenina se presenta reiterada­mente en forma de subordinación, represión y discriminación.

3. Explicar las causas que motivaron la búsqueda de un cambio en la situación femenina a partir de una lucha feminista.

4. Analizar cuáles serán los efectos a largo plazo de estos cambios para la sociedad en conjunto.

En este camino de indagación me he encontrado permanentemente con explicaciones parciales, conjeturales, referidad únicamente a hechos contingentes; y en las diferentes disciplinas que han abordado el proble­ma lo que se halla es una parcelización del fenómeno sin atinar a la esencia del mismo. Así por ejemplo:

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1. La historia ha hecho una labor de rastreo mostrando y describiendo la situación subordinada de la mujer en la sociedades antiguas, las formas de esclavitud, la ausencia de derechos femeninos, la prepon­derancia de la ley patriarcal, etcétera, sin pretender interesarse por entender las razones de estos hechos.

2. Desde el marxismo las diferentes posturas feministas políticas han dado explicaciones como las siguientes:

a) La opresión de la mujer se debe a la propia ideología que la condiciona y la oprime por la maternidad y la crianza, reducién­dola a un espacio doméstico subordinado.

b) La opresión de la mujer forma parte de la opresión más general originada en el sistema de clases y en los diferentes modos de producción que han asignado una posición determinada a la participación laboral de la mujer.

c) La opresión de la mujer es producto de la supremacía masculina, a la que hay que oponerse.

Ninguna de estas supuestas explicaciones satisface a la razón.

Los más escépticos contestatarios consideran que la liberación fe­menina no es más que una moda anglosajona, como el hippismo, y que desaparecerá tan pronto las mujeres reconozcan las virtudes de su tra­dicional condición.

Cuando se analizan las causas del cambio de la condición de la mujer se indican los siguientes hechos:

a) El cambio en las condiciones materiales y en la división social del trabajo transformó la posición de la mujer en la familia, redujo su participación en la producción social, limitó su rol a la esfera repro­ductiva, todo lo cual llevó a que la mujer se rebelara exigiendo un mayor campo de acción a través del trabajo y la educación.

b) El modo de producción capitalista exigía una mayor cantidad de mano de obra barata, poco calificada, por lo cual se incentivó la participación de la mujer masivamente en la esfera laboral. De este modo, dicho cambio no obedece tanto a una conquista femenina como a un plan económico.

c) Se hacía necesario reducir las tasas demográficas de un modo ace­lerado y una forma era incentivar a la mujer hacia otros campos distintos a la maternidad y el hogar, a través de la educación y el ingreso a campos no tradicionales. Así, la liberación de la mujer en esos aspectos obedeció más a un plan económico.

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No es menor la falta de claridad y de esfuerzo intelectual que se nota cuando se trata de predecir las consecuencias de dicha liberación. Las posturas van desde las más indiferentes hasta las más apocalípticas, por ejemplo:

a) Los cambios realizados por la mujer no van a transformar nada en esencia.

b) Por culpa de la liberación femenina se han perdido todos los valores que regían en la sociedad.

c) Lo único que dicho cambio ha producido es la confusión en torno a los roles del hombre y la mujer.

d) La posición más optimista considera que al cambiar la posición de la mujer se logran relaciones más igualitarias, una mayor conciencia de su papel en la familia y en la sociedad, una mejor educación para los hijos, relaciones de pareja basadas más en el compañerismo que en la dominación y en el poder de uno sobre otro, etcétera.

Sin embargo, este hecho que está cuestionando y removiendo los cimientos mismos de la sociedad en su conjunto aparece como algo con­tingente, de lo cual aparentemente no podemos dar razón aún.

Elizabeth Badinter1, socióloga francesa, apuntaba muy bien el sen­timiento de incertidumbre que nos acompaña cuando queremos aproxi­marnos a entender de un modo más racional la situación de cambio en las concepciones sobre los géneros. Dice la autora:

Todos nos damos cuenta de que no se cambia impunemente la relación entre el hombre y la mujer. Hemos querido modificar las relaciones de poder dentro de nuestra sociedad y nos encontramos cambiando de naturaleza. Nuestras certezas más primordiales están trastornadas y convierten las evidencias en problemas. No disponemos de un modelo en qué basarnos, en ninguna época ni en ningún lugar.

Y añade:

El nuevo modelo que se va elaborando frente a nuestros ojos resulta angus­tioso por varias razones. Como actores de una revolución que apenas acaba de iniciarse, hemos perdido nuestros mismos puntos de referencia, sin aún estar seguros de los nuevos. Separados de nuestras raíces que pertenecen aún al mundo antiguo nos vemos envueltos en la corriente vertiginosa del gran cambio de civilización que hemos provocado. Esto suscita sentimientos contradictorios, fuentes de malestar, nos parece a la vez demasiado rápido y demasiado lento. Queremos romper con la antigua civilización al tiempo

1 Badinter, Elizabeth, El Uno es el Otro, Ed. Planeta. Bogotá. 1978.

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que tenemos a la nueva. Y por último, sabemos lo que ya no somos pero sin darnos claramente cuenta de lo que queremos ser.

En épocas de transición y cambio y ante incertidumbres que cues­tionan el fundamento mismo de las personalidades, los agentes sociales, los intelectuales, tienen una misión primordial: dar claridad, percibir la real magnitud del fenómeno y brindar las herramientas para entenderlo sin apasionamientos ni sectarismos.

Para este propósito las orientaciones teórico-metodológicas de Hegel son de gran ayuda en tanto apuntan a la esencia de lo real y ayudan a entender la necesariedad de ciertos hechos en la evolución del espíritu humano.

Primero: A la luz de Hegel la condición subordinada de la mujer puede entenderse como inserta en el proceso de desarrollo del espíritu en su recorrido hacia la autoconciencia. En la Fenomenología del Espí­ritu, Hegel expone los estadios por que atraviesa la conciencia en su camino a la antodeterminación. En el primer momento el yo, que prime­ro esa certeza de sí mismo, necesita poner frente a sí otra cosa y desdo­blarse en una referencia a lo extemo.

Es característico de la actitud de deseo que el yo subordine al objeto para así apropiárselo. Sin embargo, la aniquilación es inútil en tanto la autoconciencia necesita ser reconocida por otras autoconciencias como condición de la primera conciencia de sí.

Esta primera figura se presenta durante la esclavitud propia del mundo antiguo, en donde la lucha de las conciencias contrapuestas re­suelven la relación de señor y esclavo. El señor es la autoconciencia libre que impone su ley e iniciativa al siervo. El siervo es la conciencia escla­vizada, alienada, carente de libertad y ligada a la materia y al trabajo.

Me parece importante tomar en cuenta este momento porque, si bien Hegel lo ubica en el mundo antiguo, dicha dinámica no ha desaparecido en las relaciones de los dos sexos, en las cuales uno se ha erigido en señor y otro en siervo. Tal vez sea en el género femenino donde se ve con más claridad esta alienación del espíritu que Hegel encuentra en los siervos.

Mal determinada por la moral cristiana, la mujer ha abandonado su derecho a determinar por sí lo que es verdadero, bueno y justo y ha asumido el deber de aceptar lo que es impuesto por fe, aún en contra de su razón, alienando su libertad de pensamiento y hasta su entera per­sonalidad. En la esfera de la moral se ha mantenido en la reflexión abstracta y en la voluntad de asumirla como una lucha contra la satis­facción propia, expresada en la exigencia de hacer con horror lo que el

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deber ordena, dado que la moral femenina se fundamenta en el autosa-crificio como prueba de la virtud.

El mantenimiento de esta dinámica en las relaciones intergenéricas puede obedecer al hecho de que en el recorrido que va de la naturalidad a la eticidad, lo femenino representado en la mujer se presenta ante el espíritu como algo dual y ambiguo. Por un lado, encama la naturalidad que quiere superar, pues la mujer es asociada a la naturaleza. Pero, por otro lado, representa en tanto sujeto humano lo ético a que debe aspirar. Incapaz aún de reconciliar estos dos polos, el espíritu ha evolucionado de modo escindido manteniendo a la mujer como lo otro en que el varón se autoreconoce y autoafirma sin que se dé la integración en la vía contraria.

La condición históricamente subordinada de la mujer no obedece entonces solamente a factores biológicos, ni de clase, ni de raza, sino al propio y necesario desenvolvimiento del espíritu en su progreso hacia la eticidad; y al mantenerse diferenciado y escindido de su unidad genérica ha retardado dicho progreso. En otras palabras, el camino hacia la au­toconciencia, la voluntad, la libertad y la autodeterminación sólo ha sido recorrido a medias y tan sólo por la mitad del género humano. El hecho de estar lográndolo a costa de la esclavitud y de la servidumbre de la otra mitad atenta no sólo contra la mujer sino contra toda la especie humana, pues, de acuerdo con la dialéctica hegeliana, "en lo viviente, lo singular no existe como parte sino como órgano en el que está presente lo universal". La subordinación de un sexo por el otro, entonces, no sólo ha atentado contra la mujer sino contra el mismo hombre.

Esta consideración se materializó en la iniciativa expresada en la Ley 51 de 1981 (junio 2), por medio de la cual se aprueba la Convención sobre la eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 18 de diciembre de 1979 y afirmada en Copenhague el 17 de julio de 1980. Este texto registra que

La discriminación contra la mujer viola los principios de la igualdad de derechos, del respeto a la dignidad humana (...) y es un obstáculo para el aumento del bienestar de la sociedad y de la familia2.

Segundo: Las luchas feministas y las exigencias por parte de la mujer para ascender a un status superior deben verse entonces como un proceso de la eticidad hasta acceder al nivel de persona con voluntad y libertad autoconciente y reencontrar la unidad que se habia escindido.

2 Ley 51 de 1981.

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No es casual que las primeras reivindicaciones femeninas sean sus derechos como persona y ciudadana: derecho a la educación, al voto, a la ciudadanía, a la participación política y laboral, a su protección du­rante la maternidad, el parto y la lactancia, a la protección al menor, etcétera.

Prafraseando a Hegel podríamos decir que lo que está en la raíz de la emancipación femenina es el retomo hacia sí en sí misma, para ha­cerse existente como idea, como persona jurídica y moral, superando la relación anterior y la injusticia que ella misma había cometido contra su concepto y su razón al tratarse y dejarse tratar como algo exterior a su autoconciencia. Este retomo a sí descubre la contradicción de haber dado en posesión a otros su capacidad de derecho, eticidad y religiosidad que ella misma no poseía y que, tan pronto como las posee, existen socialmente como suyas y no como algo exterior.

Tercero: En términos de las consecuencias predecibles del cambio generado por la mujer deberíamos prever una aceleración en el progreso hacia la eticidad y no un desastre social.

La Ley 51 de 1981 expresa esto más claramente cuando afirma que "la máxima participación de la mujer en igualdad de condiciones con el hombre en todos los campos es indispensable para el desarrollo pleno y completo de un país, el bienestar del mundo y la causa de la paz". Po­dríamos extender esta afirmación diciendo que, en el plano de la socie­dad civil, es también condición para que el matrimonio sea realmente una relación ética y para que la socialización y la pedagogía puedan cumplir con su misión de hacer éticos a los hombres.

Más aún, podríamos afirmar que es esencial que se dé realidad y cumplimiento pleno a los derechos e intereses de todos, hombres y mu­jeres, como condición para que el Estado pueda cumplir con la tarea ética señalada por Hegel; para que los individuos sean conscientes de ser miembros de la totalidad sin que su particularidad sea anulada sino más bien completada; para que el estado no sea un universal abstracto que se enfrente a sus miembros sino que exista en y a través de ellos; y para que el Estado sea una unidad orgánica y la realidad de la libertad concreta.

En el caso colombiano el tránsito hacia dicha eticidad se puede co­menzar a percibir en el articulado de la ley 51 a que hemos hecho men­ción, el cual, si bien no ha tenido pleno desarrollo y concreción en la práctica cotidiana y social, constituye un punto de partida en el cual el Estado asume activamente la misión de elevar a hombres y mujeres al nivel de ciudadanos en igualdad de condiciones.

Los veintiocho artículos que conforman esta ley contienen lo siguien­te, dicho en forma resumida: condenar toda forma de discriminación

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contra la mujer; consignar este principio en la constitución y en las legislaciones; adoptar sanciones para su cumplimiento; asegurar un ple­no desarrollo y ejercicio de derechos y libertades humanas de la mujer; modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres que refuercen ideas de inferioridad y superioridad; y "Garantizar que la educación familiar incluya una comprensión adecuada de la maternidad como función social y el reconocimiento de la responsabilidad común de hombres y mujeres en cuanto a la educación y al desarrollo de sus hijos en la inteligencia de que los hijos constituirían la consideración primor­dial en todos los casos". Otros artículos hacen referencia a suprimir la trata de mujeres y la prostitución; garantizar la igualdad en votación, elección y representación política; garantizar la igualdad de oportuni­dades educativas y laborales; reconocer igualdad ante la ley; igual ca­pacidad jurídica, derechos para firmar contratos y administrar bienes e igualdad de derechos ante el matrimonio, etcétera. También existe un artículo dedicado especialmente a la eliminación de la discriminación contra la mujer en las zonas rurales.

Un análisis más detallado de leyes como esta nos ayudaría a enten­der que el movimiento de liberación femenina surgido de modo coyun-tural, espontáneo y no masivamente, fue un fenómeno que debía suceder necesariamente si la sociedad humana pretendía continuar su progreso hacia la eticidad.

Las contradicciones y malestares del presente representan un mo­mento de dicha evolución y no constituyen en sí mismos crisis inmane­jables y apocalípticas que conduzcan a un deterioro de la sociedad en su conjunto.

Síntesis de Preguntas, Respuestas e Intervenciones

Dr. Mesa: ¿Qué opina usted misma, tomando distancia sobre lo que ha escrito?

Expositora: Cuando estaba tratando de concretar esta exposición me di cuenta de que había muchas críticas contra Hegel en la postura feminista; pero también me di cuenta de que esas críticas no salían de las superficialidades que han caracterizado esos acercamientos teóricos a la problemática de la mujer. Creo que Hegel se aproxima a la esencia de los fenómenos y posibilita mirar lo real de manera más profunda. De manera que empecé a tratar de ver cómo sería ello.

En cuanto a la evolución del espíritu humano, siempre que leia la forma como él exponía todo esto sentía que faltaba algo. Yo como mujer, como elemento del género siempre como que intuía que en alguna me­dida lo femenino no estaba allí paralelamente en esa conducción del

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espíritu humano hacia la autodeterminación. Tenía temor de ubicar esto tan concreto dentro del discurso de Hegel, tan abstracto.

Sin embargo, no es descabellado pensar que la evolución del espíritu, como la expone Hegel, ha sido posible pero no para todo el género hu­mano, por condiciones reales como la propiedad, el contrato y los hechos relacionadas con las libertad, la voluntad y la autoconciencia; que para las mujeres no se ha dado tan fácilmente porque siempre han estado al margen, y durante muchos siglos por lo menos estuvieron al margen de estas condiciones. Sólo en los últimos decenios la mujer ha podido rela­tivamente avanzar a la par que el hombre.

Pero pienso que puede haber guías para comprender esto en Hegel y que se puede entender que los movimientos de la liberación de la mujer, toda esa lucha, toda esa inquietud por elevarse a un status superios, tienen razón de ser dentro del proceso del espíritu humano para acceder a un estadio superior de eticidad. Que no es simplemente una moda, que no es simplemente una revolución de las mujeres como suelen decir, sino que es un asunto del género humano, que es un asunto de la sociedad moderna, que nos está causando muchos problemas en el presente por­que estamos apenas en la acumulación, en el examen de la cuestión. Me parece bien, por ejemplo, lo que dice Hegel con respecto a que atentar contra la particularidad es atentar contra la universalidad. Siempre se ha creído que el problema de la subordinación de la mujer es un proble­ma femenino y en verdad es del género humano. Si se atenta contra la mujer se atenta contra la esencialidad humana.

Dr. Mesa: Marx, teniendo quizas en cuenta estas reflexiones de Hegel, en uno de los Manuscritos Económicos y Filosóficos del 443, anota cómo la pareja humana es el vínculo, el eslabón, dice él, por el cual se relaciona el género con la naturaleza; y, estudiando ese vínculo, indica cómo podemos advertir en él en que grado de evolución se halla una sociedad. ¿Usted encuentra en esto alguna afinidad con lo que leyó?

Expositora: Hace unos meses usted me había mencionado ese tex­to, pero yo no le encontraba importancia. Ahora se la encuentro desde Hegel.

Dr. Mesa: No se puede lesionar sin castigo ningún componente de ese eslabón que es la pareja humana.

Expositora: También me parece importante un elemento que he­mos discutido mucho durante este seminario y según el cual no es que

Marx, Cari. Manuscritos Económicos y filosóficos de 1844, conocidos también como Manuscritos de París. Obras de Marx y Engels. OME 5. Editorial Crítica SA. (Grupo Editorial Gnjalbo) Barcelona 1978.

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la subordinación haya sido culpa de alguien singular, no es que haya habido un señor que ha esclavizado a otro sujeto; sino que también el siervo ha permitido la subyugación en alguna forma. Ser consciente de eso es acelerar el proceso de liberación. Hay que tener en cuenta en esto la visión tradicio­nal de la culpabilidad: hay un amo y un esclavo, hay un culpable y una víctima. Esta ha sido la visión feminista que conduce a pensar que, como los culpables son los amos, hay que acabar con los amos; y, desde luego, los esclavos no reconocen participación alguna en su propia esclavitud.

En algunos momentos de mi investigación he tratado de discutir esa esclavitud pasiva, mostrando cómo la mujer sí ha participado en esa con­dición. Pero creo que Hegel me da más claridad para entender este proble­ma. Me parece importante ver cómo este es de tal naturaleza que se examina en las Naciones Unidas, se divulga a todos los estados que forman parte de esa organización y se asume como ley. O sea, es necesario conceder este espacio para poder lograr que la sociedad avance hacia un nivel de eticidad mayor y que el estado lo asuma en sus propios fundamentos.

Dr. Mesa: Usted dice que las múltiples formulaciones del problema, desde los más varios enfoques, no la satisfacen.

Expositora: En la bibliografía que he leído sobre esto siempre me he encontrado con una explicación parcial. En términos generales, si es el punto de vista marxista aparecen como origen las relaciones de cam­bio y de producción; las feministas dicen: no, es el sistema patriarcal el que hay que destruir; y entonces desarrollan toda una motivación de la lucha contra el sistema patriarcal. No he sentido que ninguna de estas explicaciones sea la respuesta.

Por mi parte, lo que he presentado hoy, tal vez incipiente, es un esfuerzo por aprender en Hegel a ver el problema. Pienso que una apro­piación mayor, o sea, ponerme en la labor de asimilar toda la dialéctica hegeliana y todos los elementos que Hegel proporciona, posiblemente me pueda fortalecer en un avance más firme.

También he estudiado la parte de la moral. Tengo un esquema de la religión, de los cambios económicos, tengo un inventario de las nuevas transformaciones de la misma religión. ¿Qué es lo que la religión ha aportado y qué es lo que ha cambiado? ¿Cuál es la diferencia entre el judaismo, el islamismo y el cristianismo en este asunto?

Además, toda la diferencia de lo que se trasluce en el Antiguo Tes­tamento con respecto al Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento es la defensa de la mujer, es María quien viene a reivindicar la feminidad que en el Antiguo Ibstamento había sido dañada por Eva; pero también me ha interesado mucho saber qué tan real es esa reivindicación de los

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valores femeninos, de la feminidad de la mujer a partir de la figura de María.

El estudio de San Pablo es muy importante para entender todo esto. San Pablo es como el personaje que todas las personas que trabajamos sobre la mujer empezamos a leer porque es precisamente quien dicta el canon para calificar la pureza e impureza de la mujer a partir de los hechos de la vida cotidiana, para entender ese elemento tan oscuro y tan enredado que es la mujer, lo femenino. Lo que yo advierto ahora es la necesidad de retomar estos hechos, de volver a ese inventario pero mirándolo en otra forma, dándole el peso que tal vez tenga cada uno de esos hechos en mi inquietud.

Dr. Mesa: Otros hechos que podrían ser considerados son los que surgen en la experiencia soviética, en todos los países socialistas pero particularmente de la Unión Soviética. Hacia el decenio del veinte hubo diferentes manifestaciones literarias, como el poema Nosotros de V. T. Kirilov, donde se anunciaba: "en el reino claro del futuro serán las mu­chachas más hermosas que la Venus de Milo". Sería interesante leer estos versos proletarios frente a la vida cotidiana que hoy esta siendo revelada. Pero en el transfondo propiamente esencial todo esto se ilumi­na: la situación de la mujer en China, en India, en Occidente, etcétera, esto me parece que tiene que verse, si se va a buscar no sólo describir sino explicar esa situación.

Asistente: En la exposición sobre la familia se mencionaron aspec­tos que podrían servir para el caso. ¿De qué manera el proceso de socia­lización y la interrelación de la mujer, la forma como se mezcla y se relaciona directamente con todos los problemas del desarrollo de la cul­tura le permite, en últimas, asumir una posición de autoconciencia de su vínculo con el hombre?

Y se mencionaba de alguna manera cómo, en la medida en que las condiciones modernas se hacen más individualizadas y se especializa mucho más la sociedad, la mujer se ve obligada a actuar en esa sociedad como individuo en quien la fortaleza para poder actuar va a depender precisamente de la conciencia de sí.

También se puede observar que resultan frecuentes, sobre todo en el presente, las relaciones de solidaridad y el vínculo de uno y otro individuo que no manifiestan la forma de matrimonio, pero que van mucho más allá. Una de las características que Hegel le da a la familia es precisamente la permanencia y esa permanencia está también rela­cionada con el problema del patrimonio familiar. Pero uno intuye que los individuos empiezan a manifestar relaciones muy profundas, víncu­los de solidaridad que les permiten afrontar las necesidades del trabajo, la necesidad de un patrimonio colectivo, etcétera, que están en otro espacio distinto al estricto vínculo matrimonial.

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No sé hasta qué punto sea un problema que atañe más a los intelec­tuales, pero es muy frecuente que, por lo menos en ese sector, las sepa­raciones y las uniones no son muy perdurables, son relativamente cortas, de uno o dos años.

Expositora: Yo veo dos cosas ahí. Primero, no creo que el hecho de las nuevas condiciones sociales conduzca mecánicamente a que la mujer cobre conciencia de sí. Eso lo veo yo en terapia de pareja e individual. En las terapias individuales uno se encuentra con mujeres que se de­sempeñan en un nivel ejecutivo y que a simple vista son muy autodeter-minadas, pero como individualidades tienen inmensos conflictos morales. Por ejemplo, con unos remanentes de moralidad cristiana que las tortura frente al mundo que deben asumir. O sea, yo siento que en esencia esas personas no se han cuestionado, ni se han realizado.

De manera que un cambio en las condiciones sociales que obliga a salir al trabajo no genera mecánicamente el cambio individual hacia la autoconciencia. Creo que faltan cosas para que eso se dé. Y en el estudio de la moral femenina eso también se percibe. Son personas aparente­mente muy liberadas, pero con unas auto- opresiones, autorecrimina-ciones, autosacrificios que les perturban toda su vida. Son seres escindidos. Se trata, por ejemplo, de una mujer ejecutiva que no puede conciliarse con la mujer madre que es en su casa y que todavía está sujeta a unos cánones de poder que dependen del esposo, donde el salario igual no implica necesariamente igualdad de relación de poder. En fin, creo que ese proceso hacia la autoconciencia no se da mecánicamente.

Y en cuanto al tipo de relaciones que se están dando pienso que forma parte del proceso, y que ahí también se encuentran bastantes problemas. Se ven muchas separaciones y otro tipo de relaciones dife­rentes al matrimonio, seguramente muy intensas y profundas, pero en las que en muy pocos casos uno encuentra la plena satisfacción de la gente. No digo con esto que la respuesta esté en el matrimonio tradicio­nal tal como lo plantea Hegel, o en la permanencia de la situación ma­trimonial. Eso lo que nos dice es que se hace necesario descubrir, encontrar el fundamento real de la opresión de la mujer.

Creo que el proceso anterior estuvo desequilibrado porque había un sujeto que no asumía éticamente el matrimonio -como lo quisiera He­gel- y no lo asumía éticamente porque no entraba en él por el querer libre, sino que ingresaba más por la determinación social que implicaba ganar una condición en la sociedad, la condición de estar casada; sólo en el momento en que la mujer accedía al matrimonio adquiría un lugar en la sociedad.

Las mujeres de estas generaciones intermedias nos enfrentamos a problemas muy graves como la contradicción entre el rol educativo, pro-

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fesional, intelectual y el espacio doméstico del matrimonio y la mater­nidad. Porque, obviamente, a través del trabajo, de la intelectualidad la mujer empieza a lograr autoconciencia, es decir, no necesita un matri­monio para lograr reconocimiento social. Pero socialmente, su núcleo social y lo que la rodea, le exigen permanentemente que acceda a la condición matrimonial. Y la edad parece estar asociada al cambio, por­que al parecer se puede dar permiso de seguir siendo una intelectual hasta cierta edad, pero después se convierte en una soltera, ¡en una solterona! Y la opinión sobre esta situación más o menos es: Pobrecita, qué habrá pasado que no quiso tener hijos, es una frustrada, etcétera.

En todo caso pienso que esto es parte del proceso, ingresamos en relaciones de ese tipo muy intensamente, muy profundamente, pero también nos evidenciamos como distintos hombres y mujeres.

Asistente: Sin embargo nos queda la pregunta central que surgía en la sesión pasada, cuando se decía: ¿por qué razón, de todas maneras, el vínculo hombre y mujer es esencial en la sociedad y por qué en algún momento los individuos necesitan objetivamente la exteriorización en otro, y la mejor manera, si se puede decir, para esa exteriorización es la forma de familia?

Dr. Mesa: Es identificación. Me acuerdo de una carta de Lassalle, discípulo muy ortodoxo de Hegel, como es sabido, en que, anunciándole a un amigo que se iba a casar, le decía: "me voy a identificar en una mujer".

Asistente: Yo tenía presente el párrafo 166 de Hegel sobre la dife­rencia de los dos sexos, donde él subraya que lo que caracteriza moral-mente al sexo femenino es, entre otras cosas, el sentimiento y la piedad. Yo quiero saber cómo se plantea hoy ese problema en la discusión femi­nista: ¿podría hoy ser válido este elemento que subraya Hegel? Que una de las características de la mujer frente al hombre sea esa acentuación de la sensibilidad, del sentimiento.

¿Es capaz la mujer de dar juicios objetivos en situaciones decisivas sin estar coloreados por el sentimiento o por la piedad? Uno lo experi­menta en la vida cotidiana: las mujeres en sus juicios sobre otras muje­res son muy subjetivas, por ejemplo.

Expositora: A mí lo que me parece muy cuestionable de la pregunta es la valoración inmediata: la objetividad es positiva, el sentimiento tiene una connotación negativa. Lo que yo he percibido es que tenemos que mirar el peso justo de cada cosa. Porque ni la objetividad seca, ni la sensibilidad desbordada son útiles para entender muchas cosas de la cotidianidad, de la realidad.

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Y se ha cuestionado mucho la división tajante, negativa para los géneros, cosa que se hablaba en otra sesión sobre la familia, de los roles instrumentales únicamente definidos para el varón y los roles afectivos para la mujer. Eso también ha esclavizado al hombre definitivamente. Es decir, la objetividad no es el todo, no hace consciente la totalidad del ser.

Y creo que en algunos países europeos muchos hombres han empe­zado a rebelarse contra la exigencia permanente de objetividad. Porque resulta que todos sus factores afectivos, todo su aspecto sensitivo, todo su aspecto emocional han tenido que reprimirlo en aras de la masculinidad.

En mi línea de análisis, lo que yo quiero desarrollar hacia el futuro es la integración en la diferencia. O sea, no ser iguales indiferenciados sino ver cómo dentro de la diferencia podemos ver la totalidad.

Yo creo que leyes como las que pretenden adjudicar al hombre una responsabilidad en la crianza de los hijos no se pueden realizar si el hombre mismo no accede a desarrollar dentro de sí un elemento paternal afectivo, no paternal instrumental, de proveedor. Desde luego, sin con­vertirse psicológicamente en mujer ni la mujer convertirse en hombre. Esa fue la primera etapa del feminismo radical. Entonces nos masculi-nizamos, la moda era contra los hombres, la moda era el lesbianismo, se negaba la maternidad o en su defecto se aceptaban los bebés probetas. Eso ya marcó un momento y ya está siendo totalmente revaluado, aun­que no deja de haber sectores recalcitrantes.

Pienso que lo que se vislumbra es un avance en este proceso y lo que vamos a buscar es un poco más de integración. Si la mujer ha explorado su masculinidad pero no ha dejado su sensitividad y su emocionalidad ¿con qué hombre se encuentra? ¿con un hombre que permanece en la objetividad y lo racional, pero no ha explorado su parte emotiva? Enton­ces volvemos a entrar en el desencuentro. Eso es lo que uno vislumbra en los tratamientos de pareja, en las sesiones de terapia: son dos discur­sos a destiempo, como con el deseo de que en un momento encuentren un punto de comunicación.

Y pienso que la agresividad de la mujer contra la mujer, toda esa emotividad no es natural, eso no surge de la feminidad solamente. Tam­bién creo que han sido mecanismos que hemos tenido que adoptar para abrir espacios.

Dr. Mesa: Pero la discusión está en el mismo punto en que Platón la formulaba. Ustedes recuerdan cómo para Platón el amor no se explica sino porque Dios ha hecho de una persona al final dos; las ha dividido y una parte natural y trágicamente busca la otra.

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