introducción a la sagrada escritura 3

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

Tema 3. La alianza de Dios con su pueblo

 

Introducción 2

La revelación de Dios en la historia 2

Los rostros del Dios que protagoniza la historia 13

Los grandes temas bíblicos del A.T. 22

 

 

   

Índice

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

Teniendo en cuenta los ítems anteriores, ofrecemos un cuadro resumen con los principales acontecimientos que marcaron el devenir del pueblo de Israel y posteriormente, el de todos los hombres y mujeres que han abrazo el cristianismo como religión.

Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, como rey del universo.

El cielo y la tierra lo visible y lo invisible, todo cuanto existe es obra del amor de Dios que cuida de sus criaturas y jamás las abandona: cuanto salió de sus manos es bueno; sobre todo, el hombre, creado a su imagen y semejanza. Así comenzó la historia del amor de Dios a los hombres.

Gn 1,1 Gn 1,10.12 18.25

Dios no abandona al hombre pecador.

El hombre rompió su amistad con Dios. Pecó, se apartó de Él. Desde entonces el corazón del hombre perdió la paz. Sus hijos vendrán a este mundo, heridos ya por el pecado y la división, por el dolor, la soledad y la muerte. Pero el amor de Dios fue más fuerte que el poder del pecado. Dios no abandonó a sus hijos rebeldes desde siempre ha estado dispuesto a darles su perdón misericordioso.

Gn 3,1-24

 

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

Dios elige a Abrahán para hacerle «padre de los creyentes» y le promete su bendición.

Por ello, un día Dios eligió a un hombre llamado Abrahán para hacer llegar su amor a los pueblos. - Sal de tu tierra, le dijo, y vete a la tierra que te mostraré. Te haré padre de

una muchedumbre de pueblos a quienes por ti bendeciré y haré llegar mi amor.

Abrahán obedeció y marchó como le había dicho el Señor. Una noche el Señor dijo a Abrahán: - Mira al cielo; cuenta las estrellas si puedes. Así será tu descendencia. Abrahán creyó. El Señor hizo con él un pacto de amistad. Poco tiempo después Abrahán tuvo un hijo: Isaac. Con él nacía la esperanza de que un día, Dios cumpliría del todo su promesa. Pero Dios puso a prueba la fe de Abrahán. - Toma a tu hijo único, le dijo, al que quieres, a Isaac, y ofrécemelo en

sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré. Abrahán, en silencio, se dispuso a obedecer. Pero el Señor le dijo: - No hagas nada contra Isaac. Ahora sé que confías en Dios. Por no haberte

reservado tu hijo único te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa.

Y continuó la historia de la Alianza de Dios con los hombres. Empujados por el hambre, los hijos del patriarca Jacob bajaron a Egipto y se establecieron en este país, acogidos por su hijo José, quien fue, por envidia, vendido por sus hermanos. Pero José, venció el mal a fuerza de bien, y vivió una ejemplar experiencia de reconciliación. Así guía la historia la providencia divina, transformando el mal en ocasión de salvación.

Gn 12,1-3 Gn 12,4 Gn 15,5 Gn 15,6 Gn 15,18 Gn 21,3 Gn 22,1 Gn 2,2 Gn 42,1-2 Gn 37,28 Gn 45,4-5

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

 

 

 

Dios escucha el clamor de los israelitas, esclavos en Egipto, y elige a Moisés para que los libere.

En Egipto, con el tiempo, los israelitas fueron tratados como esclavos. Entonces, en la opresión, clamaron a Dios y el Señor escuchó sus gritos. Se acordó de ellos y les mandó a Moisés, su siervo. - Marcha, le dijo, te envío al Faraón para que saques de Egipto a Israel, mi

pueblo. Moisés se excusó: - ¿Qué les respondo, si los israelitas me preguntan cómo te llamas? El Señor añadió: - Soy el que soy: Yahvé. Este es mi nombre para siempre. Marchó Moisés. Se presentó al Faraón y le dijo: - Así dice el Señor, Dios de Israel: deja salir a mi pueblo. El Faraón no lo permitió y la situación de los israelitas empeoró. Moisés volvió una y otra vez ante el Faraón y le recordó lo que Dios exigía. Pero el Faraón no escucho. Dios mostró, entonces, su poder con prodigios y portentos, hasta que el Faraón, autorizó la salida de Israel.

Ex 1,9.11 Ex 2,23.25 Ex 3,10 Ex 3,13 Ex 3,14 Ex 5,1 Ex 8,11.15 Ex 12,29-30 Ex 13,31

   

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

Dios libera a su pueblo.

Capitaneados por Moisés, los israelitas salieron de Egipto. Llegaron al mar Rojo. El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar. Y los israelitas atravesaron el cauce desecado. El Faraón al darse cuenta de lo que había hecho, se arrepintió de su decisión, y se apresuró a lanzar contra los israelitas todas sus tropas y carros de combate, para ver si todavía podía detenerlos. Pero el Señor sembró el pánico entre los egipcios, trabó las ruedas de sus carros, y los israelitas vieron a los egipcios muertos en la orilla del mar. El pueblo creyó en el Señor, y confió en Moisés, su siervo.

Ex 13,17-20 Ex 14,2 Ex 14,5-7 Ex 14,24-25 Ex 14,31

En el monte Sinaí Dios hace Alianza con su pueblo y le da sus Mandamientos.

En el desierto, Dios estableció con ellos una solemne Alianza, y los hizo su pueblo. Allí Dios les prometió estar siempre en medio de ellos, protegiéndolos con su amor y con la fuerza de su brazo poderoso. Allí Dios entregó a su pueblo una Ley, unos Mandamientos, que fueran lámpara para sus pasos, luz en su sendero, y la alegría de su corazón. Durante cuarenta años, el pueblo caminó por el desierto hasta la tierra que Dios le había prometido dar. En su larga peregrinación, los israelitas no siempre permanecieron fieles a los mandatos de su Señor. Pero, una y otra vez, Dios salía a su encuentro para convertir sus corazones y atraerlos a Él. Y continuó la historia de la Alianza de Dios con los hombres.

Ex 19,5 Sal 95,10

   

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Dios protege a su pueblo mediante hombres que Él elige para que lo salven de sus enemigos.

Los israelitas cruzaron el río Jordán y ocuparon lentamente la tierra de la promesa. En momentos de peligro clamaban al Señor y éste hacía surgir de entre ellos a los jueces, o jefes-salvadores. Con el correr de los años el pueblo de Israel creció. La tierra que Dios le había dado llegó a ser un reino.

Jos 3,14-17 Jc 2,11-19

Dios elige a David para ser rey de su pueblo.

Un día Dios eligió a un joven pastor, a David, para ser rey de su pueblo. Le amó como a un hijo predilecto, estuvo con él en todas sus empresas y jamás le retiró su favor.

2 Sam 7,8

Dios promete a David que su dinastía no tendrá fin.

Dios dijo a David: - Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas para ser jefe de mi

pueblo Israel. Te haré grande y te daré una dinastía. Cuando mueras, tu trono permanecerá por siempre. Un hijo tuyo me construirá un Templo, la casa donde habitaré.

-

2 Sam 7,12-13

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División del reino de David. Los israelitas y sus reyes son infieles a la Alianza.

Salomón sucedió en el trono a David, su padre, y, en Jerusalén, construyó un Templo al Señor, su Dios. Pero, a su muerte, el reino de David, se dividió en dos. Casi todos los reyes que siguieron rompieron la Alianza con el Señor y, con su conducta infiel, apartaron al pueblo de su Dios. Pronto, muchos israelitas abandonaron al Señor para seguir a los ídolos, y, lejos de Él, se mostraron violentos, desleales e injustos. Pero continuó la historia de la Alianza de Dios con los hombres.

1 Re 12,16-20 1 Re 14,22-24

Dios elige a los profetas para que su pueblo vuelva a su Dios.

Dios hizo surgir entonces a los profetas para seguir manifestando a los hombres sus designios de amor. Dios los llamó. El encuentro con el Señor los colmó de alegría. Pero al mismo tiempo la misión que el Señor les encomendaba les llenaba de temor y sintieron, a veces, la tentación de huir de Dios, de no hablar en su nombre. La palabra de Dios, sin embargo, era como un fuego ardiente en sus entrañas cuya fuerza no podían resistir. Por eso clamaban, entre sobrecogidos y enardecidos: - Habla el Señor, ¿quién no profetizará? Así fue, en efecto: los profetas denunciaron con vigor infatigable, incluso ante los reyes, los crímenes cometidos contra la Alianza. Anunciaron a todos, sin desmayo, el juicio inminente de Dios para que, convertidos, volvieran a Él. Amaron, conmovidos, al pueblo de las promesas e intercedieron ante el Señor por él. Los profetas anunciaron también, jubilosos la Buena Nueva de la Salvación y mantuvieron despierta en el pueblo la esperanza de que Dios cumpliría pronto la promesa de enviarle a su Mesías, el Salvador.

1 Re 17,1 Jr 1,8 Jr 20,9 Am 3,8 Am 6,1-14 Jr 26,3 Am 7,2-3 Is 54; 60; 62 Is 11,1-10

   

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

 

Israel continúa sordo a las llamadas de Dios mediante los profetas.

Israel no quiso oír a los profetas, defensores de la Alianza. Confió en las fuerzas de sus hombres, en sus pactos con pueblos poderosos, en los muros de sus ciudades, y en sus carros de combate. De improviso sobrevino la tragedia. El rey Nabucodonosor cayó sobre Jerusalén y puso cerco a la capital. Arrasó el Templo, la ciudad y las murallas. Se llevó, cautivos a Babilonia a los hombres más capaces e influyentes del pueblo.

Ez 3,17 2 Re 25,1-12

En el destierro de Babilonia Dios purifica la fe de su pueblo y continúa hablándole.

Israel atravesó en el destierro la prueba más dura para su fe. Con angustia se preguntaba: - ¿Qué fue del Dios que nos salvó de Egipto e hizo Alianza con nosotros en el

desierto? - ¿A dónde han ido a parar sus promesas? ¿Cómo seguir esperando si el trono de David ha quedado vacío? - ¿Cómo dar culto al Señor, si el templo está en ruinas y vivimos lejos de

Jerusalén? - ¿Por qué, Señor, has rechazado del todo a tu pueblo?

Sal 77,9 Sal 77,8

El libro santo, Escritura Sagrada.

Pasaron los años. Los desterrados del reino de Judá, los judíos, sin rey, sin patria, sin templo, meditaban, junto a los canales de Babilonia, la historia religiosa de su pueblo. Dios les impulsó a reunir en un libro, las tradiciones de los padres, la predicación de los profetas y otros escritos santos.

Sal 137

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Dios libera a su pueblo del exilio. Vuelven a la tierra y reconstruyen el Templo.

Los profetas, durante el destierro, mantuvieron viva la esperanza de los desterrados. Decían de parte de Dios: - Haré con vosotros una Alianza nueva: No recordaré vuestros pecados, y

meteré mi Ley en vuestros corazones. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

Durante el exilio, Dios purificó muy a fondo la fe de los desterrados, y éstos comprendieron mejor la gravedad de haber roto la Alianza apartándose de su Señor. El pueblo, arrepentido, oraba al Señor: - Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado. Tú no lo desprecias.

Dios comenzó a cumplir estas promesas cuando el imperio de Babilonia cayó en manos de Ciro de Persia. Autorizados por este nuevo soberano, los judíos regresaron a la patria. Una vez en Jerusalén reconstruyeron el templo.

Jr 31,31-34 Ez 36,26-28 Sal 51,18-19

2 Cro 36,22-23 Esd 6,15-18

Dios instruye y educa a su pueblo por medio de los sabios.

Pasaron los años. El pueblo judío pasó a formar parte de la nueva potencia, Grecia. Se sintió fuertemente atraído por su cultura. Dios siguió conduciendo a su pueblo por medio de sabios israelitas. Estos guías espirituales ayudaron a los judíos a descubrir a Dios en la vida de los hombres de cualquier tiempo, raza y cultura, y valorar su rico patrimonio religioso y cultural. El modo de pensar de los paganos chocaba con muchas tradiciones judías. Y cuando en Palestina se intentó implantar por la fuerza una cultura extraña los judíos más fieles se rebelaron.

1 Mac 1,1-15 1 Mac 2,1-28

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

Se acerca el tiempo en que Dios mandará a su último enviado, el Mesías.

Estaba próximo el tiempo en el que Dios iba a cumplir sus promesas enviando a su Mesías. El pueblo purificado en su fe, continuaba aguardando y se preguntaba:

- ¿Quién será el Mesías? ¿Un rey poderos? ¿Un profeta? ¿Un personaje misterioso a quién llaman «Hijo del Hombre», que vendrá sobre las nubes del cielo a juzgar a los hombres?

- ¿Será más bien un rey sencillo y pobre que romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones y celebrará su justa victoria estableciendo su reinado con mansedumbre y humildad?

- ¿Acaso será aquel hombre paciente, siervo de Dios, torturado por el sufrimiento, que tomará para sí los pecados de todos?

Is 9, 5-6 Is 11, 1.3-5 Dt 18,18 Dn 7, 13-14 Zac 9,9-10 Is 52, 13 53,12

Dios elige, de entre su pueblo, un pequeño «resto» que confíe sólo en Él.

Por entonces, Dios hizo brotar en medio de su pueblo un pequeño grupo, débil y pobre, que vivía con la confianza puesta del todo en su Señor: les llamaron pobres de Yahvé.

Y oraban con insistencia:

- Ven pronto en nuestra ayuda, Señor, envíanos a tu Mesías Salvador.

Sof 2,3 Is 45,8

Hubo una mujer cuyo nombre era María: Dios la eligió para ser la madre del Mesías

En este pequeño resto de los pobres de Yahvé nació María, la humilde esclava del Señor.

En María, el pueblo de la promesa recibió la bendición que esperaba: de ella nació Jesús, el Mesías Salvador. Y la historia de Alianza de amor de Dios con los hombres llegó, finalmente, a su plenitud.

Lc 1,38 Gal 4,4

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

La historia del pueblo de Israel

Podemos dividir la historia del pueblo de Israel en seis etapas:

Época patriarcal

Los antepasados del pueblo de Israel, en el segundo milenio antes de Cristo, vivieron como nómadas. Se trasladaban en busca de pastos para sus ganados, a lo largo de las llanuras de Mesopotamia y las tierras de Canaán y de Egipto, es decir, lo que hoy llamamos la media luna fértil.

De la esclavitud en Egipto, a la liberación: Moisés Los israelitas bajaron a Egipto y allí fueron esclavizados por los egipcios. Moisés, hebreo educado en la corte del faraón, tras una estancia en el desierto, liberó a sus hermanos de raza, a mediados del siglo XIII antes de Cristo, tal vez en tiempos de Ramsés II. Las tradiciones de Israel señalan el monte Sinaí como lugar donde Dios estableció Alianza con su pueblo y le dio una Ley. Moisés organizó la vida del pueblo y preparó la conquista de Canaán (país de cananeos). Entrada y conquista de la tierra prometida. Josué y los jueces Josué, sucesor de Moisés, condujo a los israelitas a la invasión de Canaán a principios del siglo XII a.C. Comenzaron la conquista del territorio luchando contra los cananeos, posteriormente, se enfrentaron a los filisteos, pueblo venido del mar, que bautizó la zona como Palestina (país de filisteos). Josué repartió la tierra entre las doce tribus descendientes de los hijos de Jacob. Durante este período (1200-1040 a. C.) los israelitas estuvieron gobernados por jueces. Samuel fue el más importante de ellos. Jueces famosos de este periodo son Gedeón, Débora, también profetisa, y Sansón.

Importante:

Abrahán, Isaac, Jacob, llamado también Israel, y José son los nombres de patriarcas más conocidos de los que nos habla la Biblia.

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

Los reyes, el cisma político y religioso y los profetas El primer rey fue Saúl y fue sucedido por David. El rey David, unificó bajo su mando a las doce tribus, sometió a los filisteos y tras su conquista, hizo de Jerusalén la capital de su imperio. El sucesor de David, Salomón, construyó el Templo de Jerusalén. A su muerte se produjo la división política y religiosa del imperio: el Reino del Norte, o de Israel, cuya capital fue Samaría; y el Reino del Sur, o de Judá, cuya capital fue Jerusalén. Samaría cayó en poder del rey asirio, Sargón II, en el año 721 a. C, lo que provocó la desaparición del Reino del Norte. Jerusalén cayó en poder del rey Nabucodonosor, en el año 587, quien deportó a Babilonia a los israelitas más influyentes. Este período es la época de los grandes profetas que Dios envía a su pueblo: Natán (siglo X a. C.); Elías y Eliseo (siglo IX a. C.); Amós y Oseas (año 750 a. C.) en el Reino del Norte, Isaías y Miqueas (año 740 a. C.) en el Reino del Sur; Sofonías, Nahúm, Jeremías (año 630 a. C.); Habacuc (año 610 a. C.). El destierro en Babilonia

Los israelitas desterrados en Babilonia mantuvieron su fe en Yahvé ayudados por los sacerdotes y por el profeta Ezequiel (año 590 a. C.). Nace la comunidad judía.

El destierro termina en el año 538, gracias al edicto del monarca medo-persa Ciro el Grande. Pero no todos los judíos regresan a Palestina, se inicia así la denominada diáspora, es decir, el establecimiento de comunidades judías fuera de la tierra prometida. Estos judíos, que no podían acudir al Templo, organizaron su vida religiosa en torno a la sinagoga, lugar donde los judíos además de orar, pueden interpretar la Ley.

La vuelta del destierro

La vuelta del destierro, no supuso mayor tranquilidad, lejos de esto, los judíos estuvieron bajo el dominio de grandes imperios:

o Imperio persa: los gobernantes persas permitieron a los judíos conservar cierta independencia política y religiosa. Ejemplos son: el sacerdote Esdras, que inició la reconstrucción del Templo (515 a. C.) o el gobernador Nehemías, que reconstruyó las murallas de Jerusalén (423 a. C.). Este período es de los profetas Ageo y Zacarías (520 a. C.); Abdías, Joel y Malaquías (400 a. C.).

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

o Imperio de Alejandro Magno: la caída del Imperio persa, a manos de las

tropas de Alejandro Magno, provocó que Palestina cambiara de manos hacia el año 323 a. C. Con la llegada de los nuevos conquistadores los judíos empezaron a experimentar importantes influencias de la cultura griega. Aunque Alejandro mantuvo el respeto a las costumbres judías, tras su muerte y división de su imperio por sus generales, Palestina se vio afectada por los continuos enfrentamientos entre los seléucidas y los ptolomeos y cambió de manos sucesivamente. En tiempos del rey seléucida, Antíoco IV Epífanes (175 a 163 a. C.) estalló la rebelión de los macabeos, movimiento judío de liberación, a partir del cual se fundó la dinastía asmonea, que logró ampliar considerablemente las fronteras del reino judío y que entró en contacto con Roma.

o Imperio romano: los judíos se incorporaron a la provincia romana de Siria en tiempos de Pompeyo (63 a. C.). Siendo Augusto emperador, Palestina estaba gobernada por el rey aliado de los conquistadores, Herodes el Grande, bajo cuyo reinado nació Jesús.

Al discurso sobre Dios en la Biblia no le interesa la demostración de su existencia, pues su existencia es un presupuesto del pensamiento bíblico. La experiencia religiosa de las muchas y variadas formas en que Dios se manifestó a lo largo de la historia de Israel (Heb 1,19) fueron interpretadas sirviéndose del lenguaje religioso semítico de la época, en gran parte común a los países de Antiguo Oriente. A través de un proceso de asimilación y disimilación, de semejanza y diferencia. Tal como se comprobará a lo largo de la exposición. Este dato nos proporciona la primera clave hermenéutica o interpretativa para la comprensión de la revelación de Dios en el A. T.: es necesario tener en cuenta el contexto histórico religioso semita dentro del cual se inserta la historia de Israel; lo cual significa respetar la naturaleza histórica de la revelación. La segunda clave estriba en la consideración de la literatura del A. T. como el resultado de un largo y complejo proceso redaccional, sobre todo a partir del siglo VI a. C., en los tiempos del exilio y posteriores. Esta concepción teológica histórico-evolutiva es declarada abiertamente en Ex 6,3, donde Yahvé dice a Moisés de haberse revelado en el pasado como el sadday y sólo ahora, en los tiempos del éxodo de Egipto, se revela con su nombre por excelencia: Yahvé.

La gran novedad del A. T. acerca de Dios es que se presenta como un “Yo” en relación con un “tú”, bien sea un individuo o un grupo social o pueblo. Su ser o su nombre “Yahvé” se revela en esa relación personal mantenida a lo largo de la historia. Probablemente el discurso de la acción de Dios es la herencia más importante de la

Los rostros del Dios que protagoniza la historia

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

tradición del A. T. En efecto, con Abrahán, el padre de la fe, nace por primera vez en la historia la fe en Dios con proyección histórico-salvífica y social.

Un Dios único y transcendente

Esta fe en un Dios único y trascendente es en el A. T. un punto de llegada en el discurso sobre Dios y no un punto de partida; esta última impresión podría derivarse de una primera lectura de los textos. La fe de Israel confiesa de forma decidida que los dioses paganos son absolutamente “nada”. Isaías lo afirma abiertamente mediante un juego de palabras: “Los ´elohim (dioses paganos) son ´elihim (“nada”) (cf. Is 2,8.18.20; 10,10; también Lv 19,4; 26,1). En oposición a los “otros dioses” Yahvé aparece como el único Dios: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé” (Dt 6,4). En esta frase queda reflejado el credo fundamental de todo judío, ya desde tiempos remotos. Es la confesión monoteísta, repetida dos veces al día en el rezo del Shemá y proclamada públicamente cada semana en la sinagoga. Este modo de dirigirse a Dios como “Dios único”, está en el origen de la fe judía y marca su singularidad, pues hasta la aparición del cristianismo diferenciaba claramente a los judíos de todos los demás pueblos circundantes, donde dominaba la idolatría o la indiferencia religiosa.

El Dios único de los judíos era a la vez un Dios trascendente. Ya a partir del siglo III a.C., a fin de preservar la transcendencia divina, dejaba de pronunciarse el nombre divino de Yahvé, siendo sustituido por el de Adonay o Kyrios (Señor, en hebreo y griego, respectivamente) o por otros como la Potencia, el Bendito, el Nombre, el Lugar, la Gloria, la Presencia, la Palabra. Esta misma finalidad persigue la multiplicación de apelativos que acompañan al nombre de Dios: el Altísimo, el Omnipotente, el Santo, el Justo, el Misericordioso. Este modo de hablar no es el resultado de un raciocinio, sino de una experiencia religiosa íntima acerca de la soberanía divina sobre el mundo y sobre la historia. Pero con esta confesión de la transcendencia de Dios ¿no se corría así el peligro de desterrar a Dios de este mundo?, ¿no se hacía de Dios un ser solitario que inspiraba temor, y no amor?

Creador

El Dios trascendente del A. T. es a la vez un Dios cercano, pues dicha trascendencia no se ha de entender en el sentido filosófico del término. A través de su Presencia (Shekinah), de su Espíritu (Ruah), de su Sabiduría (Hakmah/Sophia) o de su Palabra (Memrá, Logos), se hacía presente en medio de los suyos. Es un Dios cercano, porque el Dios de la Biblia es un Dios personal, es un “Yo” que habla a un “tú”. Israel ha

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reconocido a lo largo de su historia que este Dios personal que ha salido a su encuentro (cf. Dt 4,33-34), que continuamente lo acompaña, que le sacó de la esclavitud y le dio la tierra, es el mismo que ha creado todo cuanto existe.

Los relatos bíblicos que nos hablan de un Dios Creador, especialmente Gn 1-2, no revelan a un Dios lejano, solitario. La fe en el Dios Creador se va desarrollando, tal como se ha indicado, a lo largo de la historia de Israel. Esta fe surge no tanto de la contemplación de la naturaleza, cuanto de su obrar en la historia del pueblo, que revela cómo el creador del mundo es el Dios de Israel y no las divinidades paganas, en particular las divinidades mesopotámicas. Esta visión, que le puede parecer trivial al lector moderno, sobre todo si es creyente, no era evidente, en absoluto, para el pueblo de Israel cuando se encontró confrontado con la cultura y la religión de Mesopotamia. Ésta última poseía diferentes “mitos de Creación” en los que los dioses locales extendían su dominación sobre el universo que ellos habían creado. Se trataba de una cultura muy superior a la de Israel y, además, se trataba de la civilización de los vencedores. En el relato bíblico asistimos a una desmitificación: sólo Dios es Dios, no el sol o la luna, éstos son criaturas.

Israel confiesa la Creación como el primer acto salvífico de Dios. Es muy probable que el contexto en que surge la narración del Génesis sobre la Creación sea la desesperanza del exilio, una situación de falta de vida, de salvación. Acorde a esta fe es la ubicación de la narración de la Creación en el comienzo del canon bíblico. Pues se trata del primer gesto de la relación de Dios con el hombre. Con este gesto inicial, queda claro que Dios crea al hombre para hacerle partícipe de su vida. Desde el comienzo Dios ha pensado en el hombre al crear el universo; y, por ello, también el hombre piensa a Dios, pues es su “imagen y semejanza”. En efecto, el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios para posibilitar el diálogo interpersonal de Dios con el hombre y del hombre con Dios. A esta relación se llama también “alianza” en la Biblia. El principio antrópico, el hombre como centro de la Creación, está muy claro en los relatos de la Creación bíblica.

Importante:

A lo largo de la Escritura se comprueba cómo la palabra es el medio privilegiado mediante el cual Dios se revela. Por ello, no es extraño que cree por medio de la palabra (“Y dijo Dios”; Gn 1,3.6.9.11.14.20.26), en cuanto que la Creación es la primera palabra o manifestación de Dios. La Creación aparece de este modo como el primer encuentro entre Dios y el hombre, y el fundamento de los demás encuentros. El encuentro por excelencia entre Dios y la humanidad acontecerá en la Palabra encarnada.

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Una nota dominante del relato de la Creación de Gn 1-2 es la armonía creacional. Una muestra de esta armonía es la exclusión de todo tipo de violencia. Éste es el significado de la separación de los espacios en que viven las diversas especies y el hombre, y de la presentación del ser humano como vegetariano. A esta armonía apunta la encomienda divina hecha a la persona humana de ser señora o custodio de la creación mediante su trabajo. La realidad histórica de un diluvio le sirve al autor sagrado como imagen de las consecuencias que se derivan de la ruptura del hombre con el Creador, también se rompe la armonía creacional. De este modo se muestra cómo el orden moral y ético tiene no sólo una transcendencia religiosa, también cósmica o creacional.

Señor de la historia

En el orden de los hechos, Israel llegó primero a percibir a Yahvé como el Señor de la historia y, como consecuencia, en un segundo momento, que Él era también el Señor de la Creación o el Creador. Como ya se ha indicado, la historia de Israel, sin excluir la historia universal, es el ámbito de la revelación de Dios. Ésta es la nota más singular del Dios bíblico, que lo distingue de todas las demás religiones circundantes. Yahvé es el Dios vivo, no porque muriendo resucite a nueva vida, como el dios cananeo Baal, sino porque en cuanto el Dios “verdadero” (Jr 10,10) actúa y reina en medio de su pueblo, le llama a la comunión con Él para que tenga vida en plenitud.

El Dios de la salvación y de la comunión

Ésta es la presentación dominante de Yahvé en la Escritura. Nos centramos en el libro del Éxodo. La relación de Yahvé con Moisés y con su pueblo revela la cercanía de su Dios. Ante estos dos, Yahvé se presenta como el Dios Salvador. Así se revela especialmente a lo largo del libro. Por ejemplo, toda la ley promulgada por Dios (decálogo y código de la Alianza), expresión de su autorrevelación, aparece encabezada, como si se tratase de un estribillo, por “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la esclavitud” (cf. Ex 20,2). Ex 2,23-25 presenta dos rasgos importantes del carácter liberador de Dios: Dios escucha el grito de Israel y se acuerda de la alianza establecida con los predecesores de Israel.

Respecto al primero, en Ex 3,7a (“Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto”), Dios afirma por primera vez en el Éxodo, y también en la Biblia, que Israel es su pueblo. La cercanía solidaria de Dios con Israel se expresa en el hecho de que el Dios que comprende el sentido del padecimiento sale de sí, con el fin de liberarlo de la servidumbre deshumanizadora. El encuentro entre Dios e Israel es un encuentro

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salvador, cuyo fin fundamental es la oferta divina de una vida en libertad. En lo referente al segundo rasgo, el recuerdo de la alianza de Dios hecha con los patriarcas subraya el carácter particular de la comunicación de Dios. Al igual que ocurre en Gn 17,2, el término “alianza” pone el énfasis en Dios, que es quien se entrega y se compromete. La alianza con los patriarcas es unilateral, y tiene valor en toda ocasión, incluso en los momentos en que Israel no es fiel a su Dios.

Las disposiciones que recibe Israel de Dios en el desierto y en el Sinaí revelan, en efecto, que Éste es el Señor de aquél. Particularmente en Ex 19,3-9 y 24,1-11, Dios se revela como el que, por medio de su palabra, busca y persigue establecer una alianza definitiva con los hijos de Israel. Yahvé es quien está al frente de su pueblo, indicándole el camino por el que debe andar para vivir la libertad recibida en el momento de salir de Egipto. Qué distinto es el Dios poderoso, que señala a su pueblo las prescripciones (cf. Ex 19,5), del Faraón opresor de Egipto. Mientras que éste sometía a Israel, con el fin de aniquilarlo y de destruirlo, el Dios de Israel le indica el camino para vivir en libertad: la obediencia a su Palabra, fuente de vida, esto es, de liberación definitiva, de total comunión con Él.

Hasta el paso del mar (es decir hasta Ex 15,21) la autorrevelación de Dios en el libro del Éxodo se lleva a cabo por medio de sus acciones; a partir de la entrada en el desierto, y particularmente en el Sinaí, Dios se entrega en alianza por medio de la palabra (decálogo y código de la Alianza). En este momento queda bien claro que lo que ha acontecido y lo que vendrá tiene su único sentido y su única justificación en el presente de la alianza, es decir, en que Dios quiere entrar en relación personal, cercana y definitiva con Israel. La revelación de Dios por su acción y por su palabra tiene como fin la salvación o liberación y la comunión o vinculación definitiva. No se pueden separar. En efecto, uno y otro definen el ser de Dios. De este modo se comprueba cómo la presencia de Dios en la historia de su pueblo tiene como último objetivo que éste viva en plenitud.

Rey y juez

La imagen de Yahvé como rey y juez es la más característica de las representaciones de Yahvé en el A. T. Ambos términos hablan del señorío de Yahvé sobre la historia. La imagen de Yahvé como rey sobresale por encima de la de juez, pues ésta depende de aquélla. Cuando Isaías recibe su llamada a la misión profética, se encuentra en presencia de alguien a quien describe como un rey: “He visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos” (Is 6,5); cuando el salmista compone sus himnos, es la majestad real de Dios el objeto fundamental de su alabanza (cf. Sal 48; 96-99). La

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representación violenta de Yahvé en el A.T. deriva, en gran medida, de estas dos imágenes de Yahvé como juez y rey.

La idea de la realeza del Señor tiene muchas facetas, pero la noción central, en todas ellas, es el combate divino contra las fuerzas del mal. En efecto, la fuerza de Yahvé como rey tiene por objeto hacer que triunfe su alianza y acabar con las fuerzas del mal (cf. Ez 20,33-34). Su acción violenta acontece cuando su majestad es ofendida, bien sea por la infidelidad de su pueblo a la alianza, bien porque las naciones le niegan su alabanza (Dt 32), particularmente si se piensan que ellas son la estancia última del poder (Egipto en Jr 46; Asiria en Nahúm; Babilonia en Is 47 y Jr 50-51). Así mismo, la majestad de Dios es afrentada cuando los impíos o naciones amenazan al pueblo de su alianza (cf. Is 59,63; Ez 25).

La representación metafórica de Yahvé como juez sugiere que Él mismo se siente profundamente afrentado por la injusticia. Este ser de Dios de velar por la justicia hace que sea juez no sólo de Israel sino también del resto de los pueblos, como bien se expresa, respectivamente, en los oráculos proféticos contra Israel y contra las naciones (cf. Am 1-2; Is 13-23; Jr 46-51; Ez 25-32). Pues Él es el Señor, el Soberano de todos los pueblos. Por ello, puede esperar y mandar, no sólo a su pueblo, sino también al resto de los pueblos que obren conforme a la justicia. El pecado es el lugar típico de la intervención judiciaria divina. La Biblia muestra cómo Dios actúa en relación con la culpa humana, poniendo en acto una sanción que, manifestando la gravedad del mal cometido, conciencie al pecador de su pecado y lo lleve a la conversión. En este sentido es como el juicio de Dios es justificante, en cuanto que está ordenado a que el pecador reconozca su pecado para que se arrepienta y vuelva al que es la Vida. Ésta es la perspectiva profética a la hora de interpretar las derrotas de Israel, especialmente frente a Asiria y Babilonia.

La imagen de Yahvé como rey y juez deriva fundamentalmente de la Alianza condicionada del Sinaí. En cambio, el anuncio de la “Nueva Alianza” (cf. Jr 31,31-34) sienta la base para la presentación de Yahvé, tan repetida también a lo largo de la Escritura, como “clemente y misericordioso” (Ex 34,6; 2 Cr 30,9; Jonás 4,2). Es nueva, porque a diferencia de la antigua, que supuso la liberación de la esclavitud de Egipto y la constitución de Israel como pueblo de Dios (cf. v. 32), esta última va a suponer la liberación del pecado. Es nueva, también, porque a diferencia de la antigua (“Ellos rompieron mi alianza”, v. 32), ésta no se podrá quebrantar, pues “pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Por lo que también cabe denominarla “Alianza Eterna” (Jer 32,40; Ez 16,60; Ez 37,26; Bar 2,35) y de paz (Ez 34,25; 37,26).

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De la admiración al escándalo

Señalamos las características más destacadas del actuar de Yahvé en la historia, que van de la admiración al escándalo. El salmista que contempla el obrar de Dios en el cosmos y en la historia exclama: “¡Oh Yahvé, Señor nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,10). Junto a este rasgo de admiración está el de soberanía. Isaías lo expresa de forma magnífica en el oráculo del cap. 18, a propósito de la embajada de Cus (Etiopía). Sobre la tierra reina la agitación: un pueblo temible y remoto se prepara para la guerra, se escuchan las trompetas. De repente, cambia el escenario. La agitación humana contrasta con la serenidad de Dios (cf. Is 18,4). El Imperio asirio no le inquieta (cf. v. 5). Es una actitud soberana, casi despreocupada, la de Dios ante una gran crisis histórica, en razón de su poder.

Un tercer rasgo de la acción de Dios en la historia es su oportunidad: no se adelanta ni se atrasa, llega en el momento previsto por el plan divino. Al hombre le puede parecer lo contrario: que Dios tarda en actuar. Es la tentación condenada por Isaías: “¡Ay […] de los que dicen: Que se dé prisa, que apresure su obra para que la veamos, que se aproxime y se cumpla el plan del Santo de Israel para que lo sepamos!” (Is 5,19). La única actitud posible es esperar con fe (cf. Hab 2,3). Su acción se asemeja a la del campesino, que sabe actuar con ponderación y destreza cuando llega la hora adecuada. Es lo que enseña la bella parábola de Is 28,23-29. El adjetivo, “extraño”, define el cuarto rasgo de la acción de Dios en la historia: no es fácil de entender, resulta extraña, sorprendente. El profeta desconocido del destierro, Deuteroisaías, fue quien mejor formuló este carácter extraño de la acción divina en la historia, la diferencia existente entre el modo de actuar de Dios y el que seguiría normalmente cada uno de nosotros (cf. Is 55,8-9). Y, por último, también la acción de Yahvé puede resultar escandalosa. El escándalo puede derivar de una acción concreta de Dios, por ejemplo, cuando exige el sometimiento de Judá y del resto de naciones circundantes a los babilonios como única forma de salvar la vida (cf. Jr 32,8). Pero el escándalo puede resultar también de la actitud permisiva, a primera vista, de Dios frente a los malvados o frente al sufrimiento de los inocentes. La historia se convierte en motivo de escándalo porque Dios parece que contempla silencioso e impasible las maldades que se cometen en la tierra, o por el triunfo aparente de los malvados. Así se percibe el obrar de Yahvé en los libros de Job y del Eclesiastés, principalmente.

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¿Cuándo Israel adquiere la conciencia de ser pueblo elegido, pueblo de Dios? El pueblo de Dios se plantea esta pregunta en tiempos del exilio y después. Israel se encuentra que ha perdido los elementos que pensaba que eran los constitutivos de su ser pueblo de Dios: la tierra, el rey y el Templo. Descubren cómo en el exilio, sin estos tres elementos, han seguido siendo pueblo de Dios. Luego no son imprescindibles. Tan sólo uno es necesario: el don de la Palabra de Dios, a lo que corresponde, por parte del pueblo, la acogida de esa Palabra. Estos tres elementos tampoco estaban presentes en los orígenes de Israel. Nos referimos al tiempo del éxodo, descrito por el libro que lleva este mismo nombre. Todo lo cual muestra que se puede ser pueblo de Dios sin tierra, sin rey y sin Templo. En el acontecimiento histórico del éxodo o salida de Egipto, Israel descubre el comienzo de su identidad como pueblo elegido por Dios. Es en Ex 3,7 donde Dios firma por primera vez que Israel es su pueblo. Esta confesión es fundamental. Es la razón de la solicitud de Dios hacia Israel, expresado en Ex 2,23-25, lo cual explica la liberación de la esclavitud y, en definitiva, la revelación o autodonación de Dios. Por ello, en el orden del ser, no de los acontecimientos, lo primero no es el éxodo (Egipto) y luego la Alianza (desierto: Sinaí), sino el amor de Dios que le ha llevado a establecer una alianza. Porque Dios ha decidido libremente vincularse definitivamente con Israel (alianza) se explica que Dios lo libere de la esclavitud y lo guíe hacia la tierra prometida. Este origen de Israel muestra que Dios ha sacado a Israel de la esclavitud para que viva en la libertad. A pesar de que su historia parezca desdecir este origen. Principalmente desde el exilio y postexilio, se quiere acentuar esta vocación a la libertad. Y también se muestra el camino, para vivir en el don de la libertad querido y otorgado por Dios es el cumplimiento del Decálogo y del Código de la Alianza (cf. Ex 19-24). Ésta es la gran lección del exilio: Israel se percató de que había vuelto a la opresión bajo el poder de Babilonia, como antes en tiempos de Egipto, porque había abandonado el camino de la libertad, esto es, el de la Ley y, por tanto, el de la vida. La vocación de Israel: un “reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,6) “Vosotros habéis visto lo que he hecho a los egipcios y cómo os he transportado en alas de las águilas y os he traído a mí. Ahora bien, si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza, seréis entre todos los pueblos mi propiedad peculiar; porque mía es toda la tierra, mas vosotros constituiréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,4-6a).

La vocación del pueblo de Dios

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Yahvé le ofrece la posibilidad de ser un pueblo particularmente privilegiado: ser su tesoro, su posesión personal. Pero es una dignidad, un privilegio que va precedida de una condición: “Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza”. Pues sólo así, Israel podrá cumplir su vocación de reino sacerdotal y nación santa. El sacerdocio al que está llamado a Israel es el de ser mediador y profeta de Dios en “toda la tierra”. La santidad consiste en separarse de todo aquello que va en contra de la voluntad de Dios. Particularismo y universalismo de la elección-vocación de Israel La elección-vocación de Israel por Yahvé es singular y única, pero no excluyente. Su elección “entre todos los pueblos de la tierra” presupone el hecho de que Dios es el Señor de toda la tierra y de todos los pueblos (cf. Am 3,2). En efecto, al elegir Dios a Israel, en él está pensando en todos los demás pueblos; al igual que cuando escoge como profeta a Jeremías está pensando en las naciones: “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí” (Jr 1,5).

Es en este contexto del exilio donde se ha de situar los discursos sobre la elección que se encuentran en el Deuteronomio y Deuteroisaías. La fe monoteísta, tan presente en esos dos libros, implica necesariamente universalidad. No es casual que el profeta que más acentúa el monoteísmo y su corolario de universalismo, sea también es el que más resalta el pensamiento de la elección (cf. Is 41,8-9; 43,10; 44,1) y su corolario de misión universal: “Yo, Yahvé, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas” (Is 42,6-8). Tras el destierro nos hallamos en el último estadio del proceso universalizador de la elección, siguiendo la línea del Deutero-Isaías. Ez 36 muestra cómo la restauración de Israel no se debe tanto a Israel: “No hago esto por vosotros” (v. 32), cuanto a las

Importante:

El exilio pudo significar el fin del pueblo de Yahvé, pero fue, al contrario, generador de una nueva identidad: Yahvé no es solamente el Dios de Israel, sino que es el único verdadero Dios del universo y Señor del destino de todos pueblos. Surge la pregunta de cómo compaginar la afirmación de que Yahvé es el Dios del cielo y de la tierra con la relación particular con Israel.

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naciones: “Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahvé - oráculo del Señor Yahvé - cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos” (v. 23). En Zac 2,15 se da un paso más; también hay asociación, pero la universalidad va más allá, se afirma de las naciones explícitamente: “Y serán un pueblo para mí”, expresión afín a la fórmula de alianza. En Is 56,3-8 son todos, incluso aquéllos que por la ley eran proscritos (los eunucos), los invitados por Yahvé a que acudan a su “Casa de oración”. Finalmente, en Is 66,18-21, Yahvé envía a sus mensajeros a toda la tierra; y de todos los países vienen judíos y gentiles; y, de entre estos últimos, es decir, entre los no judíos, “escoge” sacerdotes y levitas.

La elección de Israel como compromiso

La conciencia de ser el pueblo elegido ha permitido a Israel mantener su identidad a lo largo de una historia, a menudo, trágica y dolorosa. Los profetas, dependiendo de la situación histórica en que les tocó vivir, han silenciado, criticado o despertado dicha conciencia. Los profetas del pre-exilio han hecho una crítica a la Teología de la elección, porque ésta alimentaba una falsa seguridad, que le servía como base para rechazar el mensaje profético, el cual anunciaba la destrucción de Israel por las tropas asirias en respuesta a su infidelidad. Ésta es la contestación de Yahvé ante la falsa seguridad del destinatario: “A espada morirán todos los pecadores de mi pueblo, esos que dicen: ¡No se acercará, no nos alcanzará la desgracia!” (Am 9,10; cf. 6,1). Los profetas no niegan el hecho de la elección, sino que ofrecen la recta interpretación del mismo: la relación particular entre Dios y su pueblo no se ha de ver en clave de privilegio, sino como llamada de compromiso a vivir como pueblo suyo y, de este modo, a darlo a conocer ante las naciones como el único Dios (cf. y comparar Am 3,2 con 9,7). En cambio, durante el período del exilio se subraya el tema de la elección de Israel, como respuesta a la situación de crisis que cuestionaba tanto la identidad del pueblo como la de su Dios. Ahora, los profetas releen la elección con vistas a suscitar la confianza y la seguridad de un pueblo desesperanzado ante su presente y futuro (cf. Jr 39; Is 40).

Relación culto, justicia y conocimiento de Yahvé

Presente a lo largo de todo el A. T., pero especialmente en los profetas, en general, y especialmente en los anteriores al exilio. Es común la crítica a un culto meramente ritualista, que descuida la práctica del derecho (cf. Am 3,14; 4,4; 5,5; Os 4,4-10; Miq 3,11-12; Is 8,9-10; 22,8-9; 28,7; Sof 3,4; Jr 23,9-40; Ez 13,1-4; Zac 13,2…). Del

Los grandes temas bíblicos de A.T.

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mismo modo reprochan la falsa seguridad fundamentada en dicho ritualismo. Sin la conversión personal y el verdadero conocimiento de Yahvé de nada sirve la alianza, el Templo, la Ley (cf. Jr 8,8), el ser hijos de Abrahán (cf. Ez 33,24). No se trata de multiplicar las ofrendas y de ir al Templo, sino de “buscar” a Yahvé mediante la práctica del bien (Am 5,4.6.14; cf. también Os 10,12). Frente a una religión puramente ritual, sin exigencias de justicia, se afirma la prioridad absoluta de una relación personal y verdadera con el Dios viviente (cf. Is 29,13). A menudo se dice que han sido los profetas quienes han obrado el paso de una santidad cultual a una santidad moral. En verdad, ellos han afirmado esencialmente que la santidad o la religión cultual, cuyo centro era el Templo, exigía una santidad o una religión moral.

La alianza

La confesión de fe fundamental del hebraísmo: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6,4-5), guarda un estrecho paralelismo con: “Amaremos a Assurbanipal, rey de Asiria, y odiaremos a su enemigo. Desde este día, y hasta que vivamos, Assurbanipal será nuestro rey y Señor. No estableceremos ni buscaremos para nosotros otro rey u otro señor”. El paralelismo con el mandamiento central del Deuteronomio es claro, Dios es presentado a imagen del soberano asirio. Los autores deuteronomistas utilizan el modelo de un tratado de vasallaje para describir la relación entre Dios y su pueblo. Si bien, existe una clara diferencia: Israel tiene un Señor al que debe fidelidad absoluta, pero este soberano no es el gran rey asirio, sino Yahvé, el Dios de su pueblo. En este sentido, la recuperación de un modelo asirio pudo tener también un significado subversivo, anti-asirio: Israel debe obediencia sólo a Dios, no a ningún otro. Si bien, a su vez, ha conllevado un riesgo: al mostrar la superioridad del Dios de Israel frente a los dioses de aquel pueblo que amenazaba su existencia, Asiria, han asumido también el lenguaje violento, guerrero con que se describe a los dioses asirios.

Concepto clave:

El concepto de alianza no es original del Israel bíblico. Se trata de un lenguaje muy difundido en su entorno, que Israel retomó para expresar su propia fe y su propia identidad1. En efecto, la difusión de la ideología asiria es el primer ejemplo de universalización de una cultura dominante. Se puede hablar del influjo considerable de esta ideología asiria en la concepción de Dios, propia del A. T. Como lo pensaban los pueblos circundantes de sus dioses, Israel cree que Yahvé es su aliado y combate con él frente a sus adversarios (cf. Ex 14,25.30; Dt 1,30; 3,22).

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La alianza es indudablemente un modo humano de expresar y concebir las relaciones de Dios con su pueblo. Como todo lenguaje humano es una expresión imperfecta de la relación entre lo divino y lo humano. Esta relación se expresa del siguiente modo: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Lv 26,12; cf. Ex 6,7). Se ha de precisar que la alianza no debe ser entendida como un simple contrato bilateral, pues Dios no puede estar sometido a obligaciones del mismo modo que los seres humanos. La alianza, antes que todo, es un don de Dios que ha querido escoger un pueblo, por pura gracia, para hacerle partícipe de su santidad y de su proyecto salvífico. De todos modos, la alianza permitirá a los israelitas en las vicisitudes históricas recurrir a la fidelidad de Dios, pues Israel no había sido el único en comprometerse. Yahvé se había comprometido a ser su Dios, lo que implica el compromiso de darles la tierra, en la que puedan vivir como pueblo de Dios, y el de mantener su presencia bienhechorai. En el A. T. se pueden distinguir cuatro grandes alianzas: la pactada con Noé (Gn 6,18; 9,8-17), con Abrahán (Gn 15,18; 17,4-8), con Moisés o Alianza sinaítica (Ex 24,3-8) y, finalmente, la Nueva Alianza (Jr 31,31-34), su novedad es puesta en relación con la de Moisés, que sería la “antigua”. De estas cuatro, tres son incondicionadas o unilaterales, es decir, su cumplimiento se hace depender únicamente de Dios; en cambio, la de Moisés está condicionada a que Israel observe los preceptos de su Dios, por ello es bilateral, pues depende de Yahvé y de su pueblo. De la nueva alianza nos hablan especialmente los profetas Jeremías, Ezequiel y el Deutero-Isaias. En el libro de Jeremías encontramos la promesa de la “Nueva Alianza” (Jr 31,31-34). Es nueva, porque a diferencia de la antigua, que supuso la liberación de la esclavitud de Egipto y la constitución de Israel como pueblo de Dios (cf. v.32), esta última va a suponer la liberación del pecado. Dios va a perdonar a su pueblo (“Cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.”, v.34), haciendo realidad la súplica de Israel: “Hazme volver y volveré, pues tú, Yahvé, eres mi Dios” (v.18). Este perdón divino es el que crea la “Nueva Alianza”; se trata de la afirmación más original de Jeremías. Es nueva, también, porque a diferencia de la antigua (“Ellos rompieron mi Alianza”, v.32), ésta no se podrá quebrantar, pues “pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Por lo que también cabe denominarla “Alianza Eterna” (Jer 32,40). Esta interiorización de la Ley va a ser posible gracias a la donación del Espíritu de Dios, como señala el profeta Ezequiel: “Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas” (Ez 36,27). Es una nueva efusión de ese aliento vital que en Gen 2,7 dio vida al Adán apenas formado del barro. La presencia del espíritu divino en el interior del hombre (don) va a obrar una comunión tal entre éste y su Dios, que le llevará a caminar según la voluntad del Señor (tarea). En efecto, este espíritu es el verdadero agente de la conversión del pueblo (cf. Ez 36,22-31; 37,14). El Deutero-Isaías, aunque la menciona sólo en cuatro ocasiones, constituye la estructura fundamental de su mensaje. La califica como “Alianza de Paz” (54,10) y “Alianza Eterna” (55,3), pues es un don definitivo ofrecido por Dios a su pueblo.

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Juicio y salvación

La relación entre juicio y salvación es un tema dominante en el A. T. Así, los libros proféticos tienden a colocar las palabras salvíficas tras los oráculos de juicio, pero no siempre se vincula uno al otro en términos de causalidad o condición. Se puede decir que la forma final de los libros indica, en términos generales, el juicio como etapa anterior a la salvación. Según la perspectiva profética, juicio y salvación no se excluyen. La salvación no elimina el juicio, pero la salvación priva a éste del poder de ser la última palabra y le da un nuevo sentido, integrándolo como medio para conducir a la salvación.

El juicio es condición para la salvación en un mundo marcado por el pecado y por la obstinación. En este sentido, debe considerarse que: el juicio debe acontecer para evidenciar la contradicción entre la trasgresión y la voluntad divina; el juicio condenatorio es fruto de la falta de conversión del pueblo, que no corresponde a las amonestaciones divinas; el juicio es medio para eliminar la realidad opuesta a Dios generada por el pecado y crear las condiciones para el establecimiento de una nueva realidad; la necesidad del juicio no elimina la iniciativa divina de la salvación, sino que indica la importancia de la colaboración humana. No hay, pues, incompatibilidad entre juicio y salvación, puesto que Dios mantiene su misericordia y su voluntad salvífica, incluso en medio de una situación de juicio (cf. Os 11).

La esperanza mesiánica

Es común vincular el origen histórico de la esperanza mesiánica a la instauración de la monarquía davídica, que tiene su legitimación divina en 2 Sam 7: la promesa del profeta Natán se centra en la bendición permanente, gratuita e incondicional que Dios garantiza a David y a su descendencia, cuyo reino será una representación del señorío de Yahvé. A partir de David, la esperanza de salvación de Israel se unirá indisolublemente con el destino de la dinastía davídica.

Importante:

En las religiones judía y cristiana, el concepto de mesianismo, referido a la esperanza de una salvación consumada por un liberador futuro, representa la categoría primordial que podría recapitular la Teología bíblica y el pensamiento genuino de ambos credos.

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FUNDACIÓN SANTA MARÍA – EDICIONES SM 2013 Autor: Jose Luis Barriocanal. Facultad de Teología de Burgos

La espera del Mesías constituye la figura principal que configura la esperanza del pueblo de Dios. El Mesías esperado es descrito como mediador de la intervención salvadora de Dios. Unas veces es concebido como rey, otras como profeta y otras como sacerdote. Todo dependerá de las circunstancias históricas concretas en que se encuentre Israel, circunstancias que determinan fuertemente sus aspiraciones.

La esperanza en un Mesías-rey se apoya en la profecía mencionada de Natán a David (cf. 2 Sam 7,1-16) y alcanza su punto álgido en la reflexión profética del siglo VIII a. C., coincidiendo con la situación precaria de la monarquía ante la expansión del poderío asirio. Sobre este trasfondo histórico-político se colocan los anuncios proféticos de Miq 5,1-5 y de Is 7-12. Pero desde Ezequiel y su ideal teocrático, el mesianismo regio se va debilitando. Ni en el Deutero-Isaías (salvo la alusión a las promesas hechas a David en Is 55,3) ni en el Trito-Isaías hallamos huellas de dicho mesianismo regio. Se abre paso un nuevo mesianismo vinculado al Templo, llamado, mesianismo cultual. Bajo el influjo de Ezequiel, ciertos textos proféticos post-exílicos afirman que el Templo será el centro espiritual de la época mesiánica. Es el caso de Ag 2,1-9. Este oráculo de Ageo es de una gran densidad mesiánica, pues es como un resumen de los bienes mesiánicos que antiguamente dependían del mesías personal, y que ahora pasan a vincularse al Templo, morada de Dios, desde el cual Yahvé personalmente realizará dichos bienes: su proximidad (Ag 2,4b; Is 7,14; 41,10.13; Jr 30,11), la efusión de su Espíritu (Ag 2,5b; Ez 36,27; 37,14; 39,29; Joel 3,1-2), la conmoción escatológica (Ag 2,6), la puesta en movimiento de las naciones atraídas hacia el centro de la teocracia de Israel (Ag 2,7; Is 44,5; 45,14.20-24; 51,4-5; 56,3-8; 60,3.8-9), su gloria que llena el Templo (Ag 2,7.9; Ez 43,4-5), la paz (Ag 2,9; Is 9,5-6; Miq 5,4). Este mesianismo cultual también se puede percibir en Is 2,1-5.

La esperanza en un Mesías-sacerdote surge en el período posterior al destierro, cuando, en ausencia del rey, es el sumo sacerdote quien asume los poderes políticos y espirituales (cf. Zac 6,9-15). La persona del sumo sacerdote representa, a partir de entonces, la mediación privilegiada de la salvación prometida, y los autores sagrados comienzan a insertar en las antiguas tradiciones la promesa de un sacerdocio eterno, hecha a Aarón y a toda la casa sacerdotal (cf. Ex 40,15; Nm 25,13).

La esperanza en un Mesías-profeta surge también en el período post-exílico y corre paralela con la esperanza en un Mesías-sacerdote. El punto de partida es la relectura de Dt 18,15-18. El papel singular de Moisés, como profeta ejemplar y único, suscita la esperanza en un profeta ideal que renueve para el futuro la salvación anticipada en los acontecimientos del éxodo. El oráculo de Is 61,1-3 refleja esta esperanza de la comunidad post-exílica. La misión de ese profeta ideal, habilitado mediante el don del Espíritu, consiste sobre todo en un anuncio consolador y liberador para todas las categorías de desgraciados: pobres, abatidos, cautivos, tristes [...]. Parece ser que

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posteriormente, en algunos círculos del judaísmo, surge la idea de que la venida de este profeta escatológico o último se vería precedida por la venida de “Elías redivivo”, que se convierte así en el precursor del Mesías (cf. Mal 3,23; Eclo 48,10); a él le estaría reservada la tarea de disponer al pueblo para la llegada del Señor y de su Mesías.

                                                            i Cf. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas, n.º 38.