filosofia y desarrollo de la ciencia i

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Filosofía y desarrollo de la ciencia

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Page 1: Filosofia y Desarrollo de La Ciencia I
Page 2: Filosofia y Desarrollo de La Ciencia I

FILOSOFÍA Y DESARROLLO

DE LA CIENCIA I

ENCARAR LA CIENCIA FILOSÓFICAMENTE

Page 3: Filosofia y Desarrollo de La Ciencia I

INSTITUCIONES DEL PROGRAMA DOCINADE Instituto Tecnológico de Costa Rica Universidad Nacional de Costra Rica Universidad Nacional de Educación a Distancia de Costa Rica Universidad Nacional Autónoma de México Universidad Autónoma Chapingo Universidad Nacional de León Nicaragua ANUIES-CSUCA

Ins tituto Tecno lógico de C osta Rica

T EC

U N E D

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FILOSOFÍA Y DESARROLLO DE LA

CIENCIA I

ENCARAR LA CIENCIA FILOSÓFICAMENTE

Dennis Huffman Schwocho (Editor)

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La presentación y disposición en conjunto de FILOSOFÍA Y DESARROLLO DE LA CIENCIA I Encarar la Ciencia Filosóficamente son propiedad del Instituto Tecnológico de Costa Rica y de la Universidad Autónoma Chapingo Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida mediante ningún sistema o método, electrónico o mecánico sin consentimiento por escrito del Editor. Derechos reservados © 2005 Instituto Tecnológico de Costa Rica/ Universidad Autónoma Chapingo Km. 38.5 Carretera México-Texcoco Texcoco, Edo. de México, CP 56230, México.

ISBN: 968-02-0123-6 (obra completa) ISBN: 968-02-0124-4

Impreso en Costa Rica Impreso en México

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PRÓLOGO El desarrollo integral de la región latinoamericana involucra el desarrollo de su ciencia. Primero, porque lo necesita las eco-nomías de los países que la conforman si aspiran a ser múlti-ples, dinámicas e independientes. Segundo, porque no hay cultura moderna sin una vigorosa ciencia al día. La ciencia ocu-pa hoy el centro de la cultura y tanto sus métodos como sus resultados se irradian a otros campos de la cultura, así como a la acción. Tercero, porque la ciencia puede contribuir a confor-mar una ideología adecuada al desarrollo social y político re-queridos: una ideología dinámica antes que estática, crítica antes que dogmática, iluminada antes que oscurantista, y realis-ta antes que utópica.

Las economías sin base tecnológica y científica son rutinarias y dependientes. Una cultura sin ciencia es erudición fósil, inca-paz de comprender el mundo moderno y de ayudarlo a salir adelante. Y una ideología sin meollo científico es anacrónica e irracional; será capaz de encender el entusiasmo pero no de ayudar a entender; podrá ayudar a conservar o a destruir pero no a renovar, porque para construir hay que saber.

Ciertamente, se puede importar conocimiento. Lo hacen todos los países en vías de desarrollo al suscribirse a publicaciones extranjeras o al vincularse sus comunidades científicas con aquéllas de otros países más desarrollados. Pero esto es con-sumo, no producción, en tanto que la investigación científica es productora. Además, el consumo de conocimiento requiere co-nocimiento previo. Para poder entender un artículo científico hace falta recibir un entrenamiento adecuado. No basta, pues,

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Prólogo

importar publicaciones, ni siquiera de los expertos; o de perte-necer a redes científicas internacionales. Hay que poseer cono-cimiento y discriminación para poder aprovechar a unas y a otros. Más aún, la fe ciega en los modelos extranjeros y en los expertos importados puede ser desastrosa, porque lo que sirve en una nación puede no servir en otra. Cada nación debe for-mar sus propios expertos, tanto en las ciencias básicas como en las aplicadas. Sólo así podrá saber qué debe desear y qué necesita para alcanzar sus fines.

No hay duda, entonces, de que el desarrollo de Latinoamérica es necesariamente integral, no unilateral, y de que el núcleo mismo de un plan racional y factible de desarrollo integral debe ser un plan de desarrollo de la investigación científica. Se trata, pues, de elaborar una política realista de la investigación cientí-fica, una política viable con los recursos disponibles y, a la vez, una política que dé frutos científicos y sociales.

En este contexto, la palabra filosofía es ambigua: unas veces significa filosofía propiamente dicha (lógica, gnoseología y me-tafísica) y otras significa criterio y plan de acción (política). Es obvio que los dos conceptos denotados por la misma palabra son bien distintos: la filosofía de la biología difiere del conjunto de normas y planes que puede elaborar una institución para promover el desarrollo de la ciencia biológica. Con todo, ambos conceptos están relacionados. La relación es ésta: toda política presupone una filosofía. En particular, toda política de desa-rrollo científico presupone una filosofía de la ciencia.

Se puede concluir que las filosofías de moda son incapaces de estimular el desarrollo científico integral, entendiendo por tal el desarrollo de la ciencia pura y aplicada, teórica y experimental, natural y social. Unas filosofías se oponen a toda ciencia o la ignoran; otras exageran la importancia de las operaciones empí-ricas o bien de la especulación; otras ven sólo la ciencia aplica-da o bien sólo la pura; otras, en fin, excluyen de la investigación científica precisamente los temas más urgentes y promisorios: todo lo concerniente a la psique y a la comunidad. Parecería, pues, que la filosofía, lejos de ser supuesto de una política del

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Prólogo

desarrollo científico, debiera dejarse de lado si ha de empren-derse el fomento de la investigación científica. Lo que podría considerarse una contradicción de la tesis inicial, de que toda política presupone una filosofía.

Sin embargo, no hay tal contradicción: no se ha dicho que toda buena política presuponga alguna filosofía cualquiera sino que toda política presupone alguna filosofía. Si la filosofía es mala, también lo será la política. Si la filosofía es sana, la política podrá ser utópica pero al menos estará bien inspirada. En todo caso, no hay evasión de la filosofía puesto que se la lleva aden-tro. Lo que se ha dicho hasta ahora sugiere que las filosofías de escuela, los ismos, no pueden inspirar el desarrollo científico integral. Y esto no debe sorprender, porque una filosofía de escuela es, por definición, fija y parcial, por lo tanto incompatible con algo dinámico y multifacético como es la investigación cien-tífica. El desarrollo científico integral requiere una filosofía di-námica e integral de la investigación científica, que haga justicia tanta a la observación como a la teoría, tanta a la construcción como a la crítica, tanta al aspecto cosmológico como al social, tanta al aspecto básico como al aplicado, tanta a la estructura lógica como a la dinámica metodológica de la investigación. Desgraciadamente, esta filosofía no existe o al menos no es popular.

La filosofía de la ciencia más difundida en los círculos científicos de todo el mundo ---el primero, el segundo y el tercero--- es un positivismo ya muerto entre los filósofos, incluso los positivistas. Ese positivismo anticuado es el que informa las ideas corrientes acerca de lo que debiera ser la ciencia en los países en desa-rrollo. Puesto que es un obstáculo al desarrollo, se empieza por criticarlo.

La idea más difundida acerca de lo que debiera ser la ciencia en los países en desarrollo parece ser ésta: debiera ser empírica antes que teórica, regional antes que universal, aplicada antes que pura, natural antes que social, y en todo caso filosóficamen-te neutral.

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Prólogo

En la época contemporánea no hay tal cosa como ciencia empí-rica privada de teoría, y esto por dos razones. La primera razón es que la finalidad de la investigación científica desde Galileo y Descartes no es acumular datos sino descubrir leyes, y una ley es un enunciado referente a una pauta supuesta real; más aún, una ley científica no es una proposición aislada sino una fórmu-la perteneciente a una teoría, por subdesarrollada que ésta sea. Una generalización empírica es superficial y carece de los múl-tiples apoyos y controles de que goza un enunciado encastrado en un reticulado teórico. La segunda razón por la cual no hay ciencia moderna, sin teoría, es que todo dato de interés científi-co se obtiene con ayuda de alguna hipótesis, a menudo con ayuda de teorías, y en todo caso se lo busca en relación con alguna teoría. Esto vale, en particular, para los datos de labora-torio obtenidos con ayuda de instrumentos cuyo diseño se funda en teorías físicas y químicas. El dato aislado carece de valor científico: un dato adquiere interés cuando puede encajar en una teoría, sea para ponerla a prueba, sea para deducir expli-caciones y predicciones. En suma, una de las características de la ciencia moderna es la síntesis de experiencia y teoría. Quíte-se la experiencia y quedará la especulación pura. Quítese la teoría y quedará el conocimiento popular o común, a lo sumo precientífico. Sin teoría se obtendrá información superficial e inconexa: sólo dentro de la teoría se alcanzan la profundidad y la totalidad.

La segunda tesis popular es que la ciencia de un país en desa-rrollo debiera ser regional: que debiera limitarse a estudiar los hechos típicos, las curiosidades regionales que no se encuen-tran en otras partes. Esto es obvio desde el punto de vista empi-rista: hacer ciencia es observar, sólo puede observarse lo que está a mano, y estudiar lo que hay en cualquier parte es dupli-car innecesariamente las observaciones. Así, por ejemplo, se-gún esto la astronomía argentina debiera limitarse a catalogar las estrellas del cielo austral, la botánica venezolana a hacer herbarios de plantas tropicales, y la sociología mexicana a ob-servar la comunidad indígena del altiplano centroamericano. Aunque parezca paradoja, esta tesis es sostenida tanto por nacionalistas extremos como por quienes consideran a nuestros países como proveedores de materia prima; sea petróleo o da-

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Prólogo

tos científicos. Evidentemente, es una tesis falsa, el error pro-viene del falso supuesto filosófico de que conocer es observar. Este supuesto es también el que subyace al temor a las dupli-caciones. Este temor es infundado, precisamente porque el conocimiento científico no se limita a observar: la observación se hace en un contexto conceptual, se describe con ayuda de ideas teóricas, y pone a prueba o enriquece a estas últimas. Tratándose de un proceso tan rico, la probabilidad de que dos investigadores obtengan exactamente los mismos resultados es muy pequeña. Y aun cuando la duplicación fuera frecuente, no sería redundante, ya que la verificación independiente es indis-pensable. En todo caso, la exigencia de limitar la investigación a lo autóctono tiene por efecto rebajar trágicamente el nivel de la investigación, ya que la finalidad de la ciencia es encontrar y explicar pautas generales de comportamiento natural y cultural, no describir idiosincrasias.

La tercera tesis popular es que en nuestros países la ciencia pura es un lujo y que, por consiguiente, habría que comenzar por la tecnología, postergando todo esfuerzo en ciencias bási-cas. Esta tesis pragmatista ignora que la tecnología moderna es ciencia aplicada. Ignora que la producción de granos se mejora seleccionando semillas con ayuda de la genética y de la ecolo-gía. Ignora que no hay siderurgia competitiva en metalografía, y que ésta es un capítulo de la cristalografía; que la cristalografía teórica es mecánica cuántica aplicada y que la experimental requiere la técnica de los rayos X, que a su vez supone la óptica y el análisis de Fourier. La tesis pragmatista ignora igualmente que la criminalidad y otros problemas sociales no se resuelven aumentando la fuerza policial sino efectuando reformas econó-micas, sociales y educacionales, y que todas estas reformas, para ser eficaces, deben plantearse y ejecutarse a la luz de estudios económicos, sociológicos y psicológicos. En suma, la tesis pragmatista es poco práctica: al preconizar el predominio de la praxis sobre la teoría asegura el fracaso de la acción y el triunfo de la improvisación que apunta a fines sin examinar me-dios y que, encandilada por las cosas, olvida a los hombres. Ciertamente, sería igualmente absurdo proponer lo inverso, es decir, que se postergue el desarrollo de la ciencia aplicada has-ta alcanzar un buen nivel en ciencia básica. La sociedad exige

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Prólogo

medidas rápidas y hay más gente atraída por la acción que por el estudio. Pero quien preconice la subordinación de la ciencia pura a la aplicada desconoce la naturaleza de la tecnología moderna. La solución no está en desarrollar la una a expensas de la otra, no está en postergar una de ellas, sino en desarrollar ambas a la vez.

La cuarta tesis popular es que las ciencias naturales deben tener preeminencia sobre las ciencias del hombre. Esta creen-cia parece fundarse en dos opiniones falsas. La primera es que lo urgente es la tecnología, y que ésta se limita a la producción, es decir, a las ingenierías físicas y biológicas. Esto no es ver-dad: los desarreglos psíquicos y los sociales son materia de las ciencias psicosociales aplicadas, y no está probado que estos problemas son menos importantes que los problemas de la producción. Lo único cierto es que las naciones desarrolladas enfrentan pavorosos problemas psicosociales precisamente por haberlos descuidado en beneficio de la producción. La segunda opinión falsa que subyace a la cuarta tesis popular es de natu-raleza histórica: las ciencias del hombre se han desarrollado tardíamente y en imitación de las ciencias de la naturaleza, y así debe seguir siendo. Lo primero es cierto, lo segundo no: el desarrollo científico de los países latinoamericanos no tiene por qué recorrer todas las etapas del desarrollo de la ciencia uni-versal. Se puede ahorrar la astrología, la alquimia, la acupuntu-ra y el psicoanálisis, abordando directamente las fronteras de la investigación contemporánea, al menos en la medida en que no requieran recursos fabulosos. Todo es cuestión de disponer de recursos humanos y de adoptar una actitud científica, no pre-científica o seudo-científica, al abordar los problemas de las ciencias del hombre.

La quinta y última tesis de la filosofía popular que se está consi-derando es que la ciencia en los países en desarrollo tiene tan-tos problemas urgentes que no tiene tiempo para perder en análisis filosóficos. Esto presupone, o bien que ya se está en posesión de la filosofía verdadera y definitiva, o que se puede prescindir de la filosofía. Lo primero es un dogma indigno de un científico, para quien ningún principio debiera ser incorregible, en particular ningún principio filosófico. En cuanto a la opinión

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Prólogo

de que la filosofía es un lujo, no es cierta; toda investigación científica presupone una lógica, una gnoseología y una metafí-sica. Sin lógica no hay control de las inferencias; sin ciertos supuestos sobre el conocimiento no hay búsqueda libre de la verdad ni criterio de verdad; sin supuestos metafísicos acerca de la existencia de caracteres esenciales y pautas objetivas no hay búsqueda de unos y otras. No hay manera de librarse de la filosofía, que es tan ubicua como Dios. Lo que cabe hacer es advertir tales supuestos, examinarlos críticamente, reformarlos de tiempo en tiempo, y desarrollar sistemas filosóficos acordes con la lógica y con la ciencia, y favorables a la investigación ulterior.

En suma, las cinco tesis de la filosofía popular del desarrollo científico en los países en desarrollo son nefastas; de aplicarse, distorsionarían y retardarían el avance de la ciencia. Esas cinco normas nefastas se fundan en una falsa filosofía de la ciencia; se debe reemplazar esta filosofía fragmentaria por una filosofía integral de la investigación.

Una adecuada filosofía de la investigación científica deberá reconocer que ésta es una empresa multifacética: que tiene un lado teórico y otro empírico; que es diversa en cuanto a su mé-todo y su finalidad, en que cada región posea objetos o temas típicos; que tiene un lado puro y otro aplicado; que se ocupa tanto de la naturaleza como del hombre; y que tiene supuestos filosóficos tanto como resultados de importancia filosófica. Estas cinco tesis parecen obvias y sin embargo son impopulares, par-ticularmente entre los responsables de la planificación del desa-rrollo científico.

Si se aceptan estas tesis sobre el carácter integral y holístico de la ciencia, entonces se adoptará una política integral del desa-rrollo científico. Esta política se resume en las cinco normas siguientes:

A) Fomentar la investigación teórica y sus contactos con la investigación empírica. La investigación de campo o de laboratorio rara vez requiere estímulo: los investigadores

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Prólogo

con inclinaciones teóricas son siempre una minoría. En cambio, la investigación teórica es a menudo desalentada, a veces por excesivo amor a lo práctico y otras veces por ig-norancia. Por ejemplo, pocos saben de la existencia de la biología teórica, de la sociología matemática y de la lingüís-tica matemática: la mayoría esboza una sonrisa ante la me-ra mención de estos nombres. Es preciso estimular al joven con inclinaciones teóricas, recordándole al mismo tiempo que, por imaginativa que sea, una teoría científica debe aprobar los exámenes empíricos y debiera estimular nuevas investigaciones teórico-empíricas. Debe estimulársele ade-más a que ayude a los experimentadores a resolver sus problemas, fomentándose así la integración de la teoría con la experiencia. Este fomento de las relaciones de la teoría con la experiencia científica no debe llevar al extremo de hostilizar la investigación teórica desconectada de trabajos experimentales regionales pero de posible relevancia a tra-bajos experimentales en otros países. Ni siquiera debe lle-var a desalentar investigaciones que por el momento pare-cen carecer de relevancia empírica: las relaciones con la experiencia no se conocen de entrada y, si bien no se las ve en un momento dado, acaso pueda vérselas más adelante. En este punto, como en los demás, no se trata de cerrar caminos sino de allanar los caminos más convenientes. Sobre todo, no se trata de forzar sino de alentar.

B) Estimular la elección de problemas de interés nacional pero insistir en que se los trate a nivel internacional. Sería absurdo desaprovechar la oportunidad de medir rayos cósmicos en Chacaltaya, de hacer biología del trópico en Amazonia, o de estudiar a los indios motilones en Venezue-la. Las peculiaridades nacionales deben recibir especial atención, tanto para enriquecimiento del saber universal como para su eventual utilización. Pero todo objeto o pro-blema típico deberá tratarse con los métodos y fines particu-lares de la ciencia. Biología del trópico, bien; biología tropi-cal, no. Además, los temas autóctonos no deben desplazar a los demás. Una cosa es preconizar el relevamiento geoló-gico de la zona andina y otra exigir que la geología íntegra de un país andino se dedique a esta tarea, con descuido de la geología teórica y de laboratorio. Una cosa es fomentar el

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Prólogo

estudio de la fauna regional y otra limitarse a coleccionar, describir y clasificar especimenes autóctonos. No hay geo-logía moderna sin física y química, ni hay taxonomía bioló-gica sin genética, filotecnia y ecología. Quien preconice limi-tar la actividad científica de una zona al estudio de lo típico con olvido de lo universal, preconiza en realidad el retorno a siglos anteriores, cuando había disciplinas autónomas y ca-pítulos autónomos dentro de cada ciencia. Este provincia-lismo es cosa del pasado: la investigación, sin dejar de dife-renciarse, se ha integrado gracias a las teorías y técnicas comprensivas. En suma: ciencia con rasgos nacionales, sí; ciencia nacionalista, no.

C) Fomentar la ciencia básica tanto como la aplicada. Hay que tener en cuenta que la ciencia básica es valiosa en sí misma, porque nos permite comprender el mundo, y no sólo porque nos permite transformarlo. La ciencia aplicada, en cambio, no existe sin la pura. La agronomía es biología aplicada, la farmacología es bioquímica aplicada, la psiquia-tría científica es psicología y farmacología aplicadas, y así sucesivamente. Ciertamente, se puede ejercer una profe-sión técnica sin realizar investigación. Pero este ejercicio, para ser eficaz, deberá fundarse sobre investigaciones pu-ras y aplicadas realizadas por otros. El buen médico está in-formado sobre las recientes adquisiciones de la investiga-ción biológica aplicada, la que a su vez se funda sobre la investigación básica en biología y bioquímica. Algo similar vale para el ingeniero, el agrónomo y el trabajador social. Antes de obrar hay que informarse y pensar; antes de apli-car hay que tener qué aplicar; y si se quiere innovar respon-sablemente en la acción, hay que hacerlo sobre la base de conocimientos científicos: lo otro es rutina o improvisación.

D) Estimular las ciencias del hombre. El primer paso en esta dirección es advertir que las modernas ciencias del hombre, por ser a la vez empíricas y teóricas, tanto de laboratorio y campo como de lenguaje matemático, y por proponerse el hallazgo de pautas generales con un método común a toda la ciencia, son hermanas de las ciencias de la naturaleza y por lo tanto independientes de las humanidades entendidas en sentido tradicional. Mantener a las ciencias del hombre bajo el control de las humanidades, allí donde éstas siguen

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Prólogo

dominadas por un espíritu tradicionalista y anticientífico, es condenarlas al atraso: es impedir o al menos retardar su constitución en ciencias propiamente dichas. Por esto, a menos que se renueve totalmente el espíritu de las faculta-des de humanidades por la vía de la filosofía científica, las ciencias del hombre debieran cultivarse en las facultades de ciencias o en facultades independientes.

E) Estimular la filosofía científica. Una falsa filosofía de la ciencia puede descarriar la política científica y llevar a des-pilfarrar fortunas. Los propios científicos debieran, por lo tanto, interesarse por el desarrollo de una filosofía científica de la ciencia. Nótese bien: no se trata de adoptar una filoso-fía ya hecha sino de construirla. A diferencia de la matemá-tica o de la genética, en el campo filosófico no hay autores, textos ni teorías canónicos: todo o casi todo está por hacer-se, todo es materia de debate y de investigación. Pero esto no debiera abrir las puertas a la improvisación. En este campo, la investigación responsable está limitada por la ló-gica y por la ciencia. Quien ignore las dos nada podrá apor-tar. Quien conozca una de ellas podrá plantear problemas y criticar soluciones. Solamente quien esté familiarizado con ambas podrá hacer contribuciones originales a la filosofía de la ciencia.

Si los científicos desean que se constituya una filosofía realista e integral de la ciencia, que dé cuenta de la investigación tal como se la practica al nivel más avanzado en todos los campos, y que la ayude a avanzar y madurar en lugar de oscurecerla o de frenarla, deberán poner manos a la obra ellos mismos. Pero no sin ayuda: deberán recurrir a la lógica y a la historia de las ideas filosóficas y científicas, so pena de incurrir en inexactitu-des y oscuridades y de inventar el paraguas. Pero no basta informarse, ni comentar y criticar a tal o cual autor: hay que abordar los problemas epistemológicos del mismo modo que se aborda los problemas científicos, es decir, no sólo con conoci-miento adecuado de los antecedentes, sino también con espíritu crítico y con el propósito de hacer más luz. Al igual que el cientí-fico, el filósofo de la ciencia se propone obtener conocimiento original. La diferencia está en que el científico averigua algo

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Prólogo

acerca del mundo, en tanto que el filósofo de la ciencia averigua algo acerca de la ciencia.

La constitución de grupos de lógica y epistemología, dentro o fuera de las comunidades científicas latinoamericanas pero en todo caso con fuerte participación de científicos con inquietudes filosóficas y de filósofos amigos de la ciencia, debiera contribuir a modernizar la cultura humanística del país así como a debatir acerca de los fines del desarrollo científico.

Esta antología agrupa diecisiete trabajos de filósofos de la cien-cia que abordan la problemática de vincular la filosofía con el desarrollo de la ciencia, mismos que se ubican en cinco capítu-los:

A. El primero abarca la Articulación de los aspectos epistemológicos, filosóficos y ontológicos de la ciencia con la finalidad de argumentar la necesidad de encarar la ciencia filosóficamente para sustentar un de-sarrollo integral de la misma.

B. El segundo busca profundizar sobre la Conceptualiza-ción de la Ciencia y su finalidad de establecer genera-lizaciones (leyes, teorías y premisas) que gobiernan el comportamiento natural y humano del mundo; en la que el problema de utilizar de forma adecuada el conoci-miento científico que se tiene es un problemas más acuciante que la producción de más conocimiento cien-tífico en las sociedades contemporáneas.

C. El tercero analiza diversos Aspectos Filosóficos de la Ciencia que determinan la elaboración y validación de paradigmas de investigación científica con el propósito de establecer sistemas explicatorios no como un cuerpo de conclusiones fijas e inobjetables, sino más bien co-mo los productos corregibles de un proceso continuo de investigación que implica el uso infatigable de métodos intelectuales de crítica.

D. El cuarto examina Diversos Enfoques Epistemológi-cos de la Ciencia que afectan a la selección y uso de métodos, procedimientos y medios de investigación

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Prólogo

(generales, específicos y particulares); mismos que di-ferencian en el cuerpo de la ciencia: el material fáctico acumulado en el curso de su desarrollo, es decir, los resultados de las observaciones y los experimentos; los resultados de la generalización del material fáctico, ex-presados en las correspondientes teorías, leyes y prin-cipios; las proposiciones científicas apoyadas en los hechos, las hipótesis que requieren ser comprobadas ulteriormente por la experiencia; y las interpretaciones teóricas generales, filosóficas, de principios y leyes construidos socialmente por la ciencia. Todos estos as-pectos y facetas de la ciencia coexisten en estrecha re-lación.

E. El quinto, y último capítulo, discute la problemática del Aprendizaje de la Ciencia desde diferentes ámbitos formales e informales; se centra en el conocimiento científico como objeto de estudio desde diversas pers-pectivas epistemológicas cuyo propósito principal es sustentar la formación científica en la capacitación de sujetos epistémicos críticos. Se consideran que los as-pectos filosóficos y ontológicos de la ciencia deberían ser rectores a la hora de analizar cualquier acto peda-gógico con una mirada epistemológica. Estas ideas, o concepciones previas de los formadores de investigado-res, constituyen aspectos didácticos básicos para com-prender los procesos de enseñanza y aprendizaje sobre el quehacer científico.

A través de estas lecturas se pretende argumentar que una buena política de desarrollo incluye una política del desarro-llo científico. Y una política del desarrollo científico supone una filosofía de la ciencia. La filosofía de la ciencia y el de-sarrollo de la investigación son dos pordioseros que pasan hambre si van separados pero prosperan si se juntan. Si ca-recemos de una filosofía adecuada no lograremos una polí-tica adecuada. Si carecemos de una y otra deberemos des-arrollar ambas a la vez. En el transcurso de este proceso cometeremos errores pero podremos aprender de ellos y corregir el rumbo futuro. En cambio, si copiamos lo ajeno o pedimos a otros que nos digan qué debiéramos desear, se-

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Prólogo

guiremos atados y a oscuras. Tenemos que repensar tanto una filosofía latinoamericana de la ciencia como una política regional de desarrollo científico, de ello depende el desarro-llo económico-social de nuestros países.

Dennis Paul Huffman Schwocho Universidad Autónoma Chapingo

México

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Índice de Contenido Prólogo 5 CAPÍTULO UNO: Articulación de los aspectos epistemológicos, filosóficos y ontológicos de la ciencia

Dennis Paul Huffman Schwocho, Aspectos Epistemológicos, Filosóficos y Ontológicos del Desarrollo Científico 23

CAPÍTULO DOS: Conceptualización de la Ciencia

Pablo Cazau, Los Antepasados del Conocimiento Científico 109

Paul Feyerabend, El Realismo y la Historicidad del Conocimiento 131

Antonio J. Diéguez Lucena, Cientifismo y Modernidad: una Discusión sobre el Lugar de la Ciencia 153

Gerardo A. Rodríguez Casas, ¿Es Posible una Epistemología Integral? 185

CAPÍTULO TRES: Aspectos Filosóficos de la Ciencia

Gabriel J. Zanotti, La Epistemología y sus Consecuencias Filosófico-Políticas 213

Blanca Inés Prada Márquez, Filosofía de la Ciencia y Valores 237

Armando Alcántara Santuario, Ciencia, Conocimiento y Sociedad en la Investigación Científica Universitaria 257

Antonio Grandio, El Paradigma Emergente en la Ciencia 295

Índice Analítico 347

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FILOSOFÍA Y DESARROLLO DE LA CIENCIA II

CAPÍTULO CUATRO: Diversos Enfoques Epistemológicos de la Ciencia

Ulises Toledo Nickels, La Epistemología según Feyerabend 349

Thomas S. Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas 407

Luis Javier Robledo Ruíz, Karl Popper y la Epistemología Contemporánea 441

Pablo Cazau, El Modelo Hempel-Oppenheim de Explicación Científica 467

CAPÍTULO CINCO: Aprendizaje de la Ciencia

Jorge Núñez Jover, Lo que la Educación Científica no Debería Olvidar: Rigor, Objetividad y Responsabilidad Social 485

Jorge Capella Riera, Conocimiento y Gestión del Conocimiento 519

Luis Botella, El Ser Humano como Constructor de Conocimiento: el Desarrollo de las Teorías Científicas y las Teorías Personales 569

J. Cullen, Educación, Epistemología y Competencias del Egresado: el Debate Epistemológico de Fin de Siglo y su Incidencia en la Determinación de las Competencias Científico-Tecnológicas en los Diferentes Niveles de la Educación Formal 655

Índice Analítico 671

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CAPÍTULO UNO:

Articulación de los Aspectos Epistemológicos, Filosóficos y

Ontológicos de la Ciencia

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ASPECTOS EPISTEMOLÓGICOS, FILOSÓFICOS Y ONTOLÓGICOS DEL DESARROLLO CIENTÍFICO

Dennis Huffman Schwocho1

0. INTRODUCCIÓN

¿Las ciencias actuales buscan explicaciones unificadas del mundo o pretenden generar diversas teorías que compiten entre sí para proveer mejores ideas acerca de cómo es la realidad natural y cultural?, ¿Los científicos hoy en día tienen razones para creer que las teorías contemporáneas son verdaderas cuando las teorías científicas del pasado han resultado ser fal-sas?, ¿Hay algo que distingue específicamente las teorías ac-tuales de las anteriores?, ¿Cómo pueden los científicos poner a prueba teorías acerca de entidades y procesos no observables? Estas son algunas de las preguntas que los filósofos de la cien-cia se proponen resolver.

¿Por qué los filósofos se interesan en la ciencia? En su nivel más simple, dicho interés se basa en las inquietudes filosóficas sobre la naturaleza de la realidad y los fundamentos y límites del conocimiento humano. Sin embargo, una respuesta cabal a esta pregunta iría más allá de este nivel y afectaría a más disci-plinas que la filosofía en sí. La cantidad de conocimiento cientí-

1 Profesor-investigador de tiempo completo de la División de Ciencias Económico-Administrativas en la Universidad Autónoma Chapingo, México.

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

fico que se produce hoy en día es inmensa y afecta profunda-mente a la vida de todos.

La ciencia también ha despertado un profundo interés entre los representantes de otras disciplinas. Por una parte, los filósofos exploran las características generales de la ciencia que se rela-cionan directamente a su función como una actividad humana en la producción de conocimiento especializado: la naturaleza y tipos de sus explicaciones, la naturaleza de sus procedimientos para validarlo, sus patrones de desarrollo, el estatus verídico de sus teorías, etc. Por otra parte, los historiadores quieren saber cómo los conceptos, métodos, y fines de la ciencia han llegado a su actual estado de desarrollo, cuáles factores han promovido sus cambios en diferentes momentos y lugares, y cuáles fuer-zas económicas y sociales han promovido o inhibido dichos cambios. En contraste, los psicólogos analizan los tipos de indi-viduos que se ocupan de la tarea científica, quieren saber qué relación tienen sus características de personalidad y de motiva-ción con sus estilos de investigación, y, en general, cuáles pro-cesos psicológicos caracterizan su trabajo científico. Además, los sociólogos quieren comprender hasta qué punto y en qué manera los individuos son influenciados por los diversos contex-tos sociales y culturales en que trabajan, y hasta qué punto las presuposiciones de la sociedad moldean los resultados de la investigación científica.

Dichos enfoques para el estudio de la ciencia ---el filosófico, el histórico, el psicológico y el sociológico--- no son independien-tes entre sí. Por ejemplo, un punto de vista filosófico que retoma la naturaleza de la comprobación teórica puede dar pié a pers-pectivas sociológicas sobre la influencia de factores sociales en torno a la aceptación o rechazo de las teorías por parte de los científicos; y, a su vez, la investigación sociológica en esta área pondría a prueba y, en última instancia, refinaría los puntos de vista de los filósofos. En un caso similar, los datos históricos pueden sugerir puntos filosóficos de vista sobre los patrones generales del desarrollo de la ciencia, los cuales, a su vez, ayu-darían a construir narraciones históricas. Los datos históricos también podrían ser utilizados para comprobar hipótesis psico-lógicas y sociológicas en torno a la ciencia: por ejemplo, los

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

diarios detallados de las investigaciones experimentales, hipó-tesis, especulaciones, planes y observaciones del físico inglés Michael Faraday del siglo XIX podrían utilizarse para comprobar hipótesis psicológicas sobre las inferencias científicas. Hipótesis exitosas en el campo de sociología o psicología podrían, a su vez, ofrecer elementos relevantes que no se retomaron antes para elaborar narraciones históricas y, así, lograr investigacio-nes más exitosas.

Sin duda la comprensión holística de la ciencia sólo se dará con la integración de todos estos enfoques para estudiar la natura-leza, relevancia e impacto de la tarea científica. La filosofía de la ciencia tiene un papel muy importante en esta intención de aclarar, explicar, comprender y fundamentar la actividad cog-noscitiva sistemática de la ciencia. Como señala Hessen (1982:20): “la filosofía es, en primer término... una autorreflexión del espíritu sobre su conducta valorativa, teórica y práctica. Como reflexión sobre la conducta teórica, sobre lo que llama-mos ciencia, la filosofía es teoría del conocimiento científico, teoría de la ciencia. Como reflexión sobre la conducta práctica del espíritu, sobre lo que llamamos valores en sentido estricto, la filosofía es teoría de los valores. Mas la reflexión del espíritu sobres sí mismo no es un fin autónomo, sino un medio y un camino para llegar a una concepción del universo. La filosofía es, pues, en tercer lugar teoría de la concepción del universo. La esfera total de la filosofía se divide, pues, en tres partes: teoría de la ciencia, teoría de valores, teoría de la concepción del universo.”

Cuando se habla de la filosofía de la ciencia se detectan dos maneras de concebir esta tarea especializada:

A. Como un conjunto de proposiciones que pueden ser desde la descripción de observaciones detalladas hasta la explicación teórica más abstracta de dichas observa-ciones, a partir de:

a. productos finales de investigación b. elaboraciones de enunciados teóricos de lo que

se ha comprobado empíricamente o

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c. explicaciones tentativas del porqué los fenóme-nos son así; y

B. Como el conjunto de actividades que realiza el científico para lograr una explicación y comprensión del mundo que incluye:

a. Proposiciones provisionales y factores que afectan el resultado de la investigación

b. Especulaciones sobre la explicación de expe-riencia obtenida

c. Secuencia de eventos que influyen sobre la descripción o explicación de algún aspecto del fenómeno estudiado.

Para lograr una definición más o menos clara de filosofía de la ciencia se puede partir de cinco características de esta discipli-na:

A. Concierne las causas esenciales de las cosas. B. Utiliza un lenguaje común o precientífico para eviden-

ciar la experiencia. C. Sus enunciados son generalizaciones. D. Es de naturaleza especulativa que no requiere confir-

mación empírica. E. No se ocupa directamente del mundo natural.

Existen dos maneras de abordar su objeto de estudio, es decir, la ciencia: por un lado, se puede acercar desde afuera de la ciencia, en un contexto más amplio, se derivan teorías sobre cómo debería ser y realizarse la investigación científica; y, por otro lado, se puede estudiar desde adentro de la ciencia para elaborar explicaciones de cómo proceden o han procedido los científicos para generar conocimiento.

Hay dos enfoques principales de la filosofía “externa” de la ciencia:

A. El que visualiza la ciencia como un ideal del conoci-miento humano, o como un tipo específico de éste. Este tipo de filosofía supone que se puede entender mejor su

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naturaleza a partir de una teoría general sobre el cono-cimiento y el ser. Esto fue la base de la discusión de Platón y Aristóteles acerca de la naturaleza de la cien-cia, que retomó un punto de vista epistemológico o fe-nomenológico, del cual se derivaron teorías generales o “metafísicas”2 de la ciencia, antes de realizar cualquier análisis acerca de los procedimientos científicos utiliza-dos.

B. El que concibe la ciencia como una estructura lógica de demostración o validación del conocimiento especiali-zado. Desde esta perspectiva, la filosofía de la ciencia es una forma de lógica deductiva de demostración o de lógica inductiva de confirmación. Como una forma de reconstrucción de sistemas formales, puede haber poca referencia a la práctica presente o pasada del científico. Puede tener un carácter normativo que indica cómo los científicos deben proceder cuando enfrentan dos teorí-as que compiten entre sí para explicar un fenómeno dado; o puede tener la intención de reconstruir racio-nalmente la lógica general de la investigación científica.

Las discusiones filosóficas sobre la naturaleza de la ciencia, hasta el siglo XIX, casi siempre fueron de carácter externo; a partir de entonces, con los trabajos de filósofos de la ciencia como Whewell y Mill, se empezó retomar la práctica de la cien-cia desde una visión interna de ésta para analizar los factores metodológicos y epistemológicos de lo que hacen los investiga-dores.

La filosofía, hoy en día, aborda la ciencia desde tres perspecti-vas: epistemológica3 que retoma la ciencia desde teorías gene-rales del conocimiento o desde un análisis de sus procedimien-

2 La metafísica tradicionalmente es el estudio de las propiedades más generales del mundo físico, pero incluye también la mente humana y cualquier otro aspecto del ser. 3 La epistemología es la rama de la filosofía que se refiere a la ciencia propiamente dicha y al conocimiento científico. Estudia el origen, la estructura, los métodos y la validez del conocimiento.

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tos; ontológica4 que explora la relevancia de las premisas, pro-posiciones y teorías de la ciencia; y la filosofía de la naturaleza5 que diferencia entre el conocimiento científico de la naturaleza y el conocimiento filosófico de ésta.

La epistemología aborda la ciencia como una forma especiali-zada de conocer el mundo (a través de explicación, comproba-ción, descubrimiento, medición, conceptualización, etc.); es el estudio de los métodos que utilizan las ciencias para generar conocimiento; no se ocupa de las teorías científicas particulares (desde las disciplinas específicas de estudio: biología, química, física, etc.).

La ontología abarca la ciencia para determinar hasta qué punto las estructuras científicas reflejan la estructura “verdadera” del mundo natural o cultural del hombre; no se ocupa de las estruc-turas generales del conocimiento científico, ni con las estructu-ras que ocurren en la naturaleza, sino analiza el problema de cómo se relacionan estas estructuras; pretende responder a la pregunta ¿qué dice la ciencia acerca del mundo?

La filosofía de la naturaleza se acerca a la ciencia para analizar problemas relacionados con las características de la mente humana, las relaciones de espacio y tiempo, la determinación de relaciones de causalidad, etc.; como una extensión especu-lativa de la ciencia, busca clarificar conceptos, constructos y variables utilizadas en la investigación; y hace distinciones entre

4 La ontología es la rama de filosofía que abarca el estudio del ente en cuanto ente. Introducido en la filosofía por Wolf, se refiere a la ciencia de los principios fundamentales del ser, doctrina de las categorías de una cosmología o metafísica de la esencia de las cosas. 5 La autorreflexión de la naturaleza de las cosas puede entenderse de los siguientes modos: a) como lo objetivo, frente a lo subjetivo; b) como una norma objetiva de valores, frente a las convenciones, leyes y cos-tumbres; c) como el orden cósmico general, habitualmente atribuido a Dios, frente a las desviaciones humanas de este orden; d) como lo que existe independientemente del hombre y de su influencia, en oposición al arte; o e) como el comportamiento instintivo o espontáneo del hom-bre, frente al comportamiento intelectual.

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las fuentes de información que se utilizan en la construcción lógico-lingüística y metodológica de las proposiciones, premisas y teorías científicas.

Las relaciones entre la ciencia y la filosofía son muy estrechas y así lo han sido siempre. En realidad, el conocimiento científico y la reflexión filosófica sobre este conocimiento surgieron simultá-neamente en la historia. Se han desarrollado tanto paralelamen-te como en una serie alternada de avances, aun cuando no siempre se muestren de manera tan ostensible sus muchos vínculos mutuos; inclusive, en ciertos períodos de sus respecti-vos desenvolvimientos, dichos nexos han carecido de armonía y hasta han resultado antagónicos. Sin embargo, en las mejores épocas de su historia, cuando la ciencia y la filosofía se des-arrollaban con mayor vigor, entonces también se hacían más estrechas y numerosas sus relaciones, a la vez que se volvían más aparentes y su necesidad recibía un reconocimiento gene-ral.

Gortari (1982:34-35) señaló que “las consecuencias inherentes al cultivo y el estudio de la filosofía de la ciencia son muchas y todas ellas importantes. Algunas de ellas son: la obtención de una comprensión mejor de la actividad científica, el logro de cierto alivio en la estrechez de la especialización, la ampliación del panorama del conocimiento científico, la determinación del significado y la eficacia de la historia de la ciencia; la conquista de una actitud más crítica para juzgar los trabajos propios y ajenos, y para comunicarlos; el surgimiento del interés por la lectura directa de los creadores científicos; la remoción de las barreras para que influyan las ideas entre los diversos campos de la ciencia; el fortalecimiento de la influencia recíproca entre distintas disciplinas; la ampliación de las posibilidades de apli-cación de concepciones, métodos y resultados en otros domi-nios; la suscitación de investigaciones interdisciplinarias y transdisciplinarias; y, tal vez la principal, el tener conciencia de todo lo que se hace en la investigación científica, ya que la filo-sofía es la conciencia de la ciencia.”

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Se organizó este trabajo en siete partes:

A. La relación entre los métodos de la ciencia y su filosofía que se basa en los rasgos esenciales de la ciencia, las principales características del trabajo científico y la ne-cesidad de que los investigadores encaren su trabajo fi-losóficamente.

B. Las políticas de la ciencia y su análisis filosófico en tor-no a la finalidad de la ciencia, los orígenes sociales del conocimiento y las dimensiones políticas y sociales del trabajo científico.

C. Los valores de la ciencia que se basan en una ética y código moral que guían la función social de la investi-gación científica.

D. El desarrollo histórico de la ciencia que retoma los plan-teamientos Kuhn (1995) con respecto al desarrollo de programas de investigación, la conceptualización de pa-radigmas, la función de la “ciencia normal”6 y el papel importante de las revoluciones científicas en la sustitu-ción de un paradigma científico por otro.

E. El desarrollo de los medios del conocimiento científico que abarca la conceptualización de los medios utiliza-das en la actividad cognoscitiva de la ciencia en su de-sarrollo como evolución natural para sustituir unas teo-rías y estilos de pensamiento por otros más adecuados para la explicación y comprensión del mundo natural y cultural del hombre.

F. La posibilidad de una ciencia latinoamericana que inte-graría diferentes aspectos del estudio filosófico, históri-co, psicológico y sociológico de la ciencia para estable-cer un sentido regional de la investigación especializada que fuera más acorde con la idiosincrasia y el desarrollo histórico-social de los países que conforman dicha re-gión.

6 Kuhn (1995:33) señala que la ciencia normal significa “investigación basada firmemente en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior.”

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A través de la lectura de este trabajo, se pretende iniciar un proceso de concientización sobre la determinación multi-conceptual de la ciencia y el papel de la filosofía en su desarro-llo como actividad cognoscitiva social.

1. MÉTODOS Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

Por medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta. La ciencia intenta amasar y remol-dear la naturaleza (tanto concreto como artificial) a sus propias necesidades; construye la sociedad y es a su vez construido por ella; trata luego de remoldear este ambiente artificial para adap-tarlo a sus propias necesidades. Crea así el mundo de los arte-factos y el mundo de la cultura. Bunge (2003:9) considera la ciencia tanto arte, en la formulación de preguntas, como técnica que pone a prueba las respuestas a dichas preguntas: “la cien-cia como actividad ---como investigación--- pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes mate-riales y culturales la ciencia se convierte en tecnología. Sin em-bargo, la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la considera-mos como un bien por sí mismo, esto es, como un sistema de ideas establecidas provisionalmente (conocimiento científico), y como actividad productora de nuevas ideas (investigación cien-tífica)”.

1.1 Rasgos esenciales de la ciencia

Los rasgos esenciales de las ciencias de la naturaleza y de la cultura son racionalidad7 y objetividad8. Por conocimiento ra-cional se entiende:

7 Por racionalidad se refiere a la capacidad intelectual del ser humano de interpretar y juzgar su mundo natural y artificial (constructos de la

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A. Que está constituido por conceptos, juicio y raciocinio, y no por sensaciones, imágenes, pautas de conducta, etc. Sin duda, el científico percibe, forma imágenes (modelos visuales) y hace operaciones; pero tanto el punto de partida como el punto final de su trabajo son ideas.

B. Que esas ideas pueden combinarse de acuerdo con al-gún conjunto de reglas lógicas, con el fin de producir nuevas ideas (inferencia deductiva e inductiva). Éstas no son enteramente nuevas desde un punto de vista es-trictamente lógico, puesto que están implicadas por las premisas de la deducción e inducción; pero son gno-seológicamente nuevas en la medida en que expresan conocimientos de los que no se tenía conciencia antes de efectuarse la deducción o la inducción.

C. Que esas ideas no se amontonan caóticamente o, sim-plemente, en forma cronológicamente, sino que se or-ganizan en sistemas de ideas, eso es, en conjuntos or-denados de proposiciones (teorías).

Que el conocimiento científico de la realidad es objetivo, signifi-ca:

A. Que concuerda aproximadamente con su objeto, vale decir, que busca alcanzar la verdad.

B. Que verifica la adaptación de las ideas a los hechos re-curriendo a un comercio particular con los hechos (ob-servación, experimentación o argumentación lógica), in-

mente humana) a partir de la conceptualización, la lógica y la morali-dad. 8 Se puede entender la objetividad desde diversos puntos de vista: por un lado puede referirse a un carácter universal del conocimiento cientí-fico; por otro, puede circunscribirse al intento del investigador a limitar los efectos negativos ---usualmente inconscientes--- de sus propios prejuicios sobre el proceso de generar conocimiento; y, de otra mane-ra, puede entenderse como el grado en que el conocimiento generado se acerca a una explicación verídica del mundo concreto ---independiente de la subjetividad inherente en cualquier actividad humana---.

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tercambio que es controlable y hasta cierto punto re-producible y/o enseñable.

Ambos rasgos de la ciencia, la racionalidad y la objetividad, están íntimamente unidos. Así, por ejemplo, lo que usualmente se verifica por medio del experimento es alguna consecuencia ---extraída por vía deductiva---, o lo que se confirma por medio de la lógica es alguna conclusión ---por vía inductiva--- de alguna hipótesis o premisa; otro ejemplo: el cálculo no sólo sigue a la observación sino que siempre es indispensable para planearla y registrarla. La racionalidad y objetividad del conocimiento cientí-fico pueden analizarse en un cúmulo de características a las que se pasa revista en lo que sigue.

1.2 Principales características de la ciencia

Se puede señalar ciertas características de la actividad científi-ca, independientemente de sus métodos para generar conoci-miento, que representan a la imagen generalmente aceptada del trabajo de investigación:

A. Parte de los hechos y siempre vuelve a ellos. Los enun-ciados construidos se llaman “datos empíricos”; se ob-tienen con ayuda de teorías (por esquemáticas que sean) y son a la vez la materia prima de la elaboración teórica. Una subclase de datos empíricos es de tipo cuantitativo; los datos numéricos y métricos se dispo-nen a menudo en tablas. Pero la recolección de datos y su ulterior disposición en tablas no es la finalidad princi-pal de la investigación: la información de esta clase de-be incorporarse a teorías si ha de convertirse en una herramienta para la inteligencia y la aplicación.

B. Descarta hechos, produce nuevos hechos y los explica. El sentido común parte de los hechos y se atiene a ellos: a menudo se limita al hecho aislado, sin ir muy le-jos en el trabajo para correlacionarlo con otros o de ex-plicarlo. En cambio, la investigación científica no se limi-ta a los hechos observados: los científicos exprimen la realidad a fin de ir más allá de las apariencias, rechazan

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el grueso de los hechos percibidos, por ser un montón de accidentes, seleccionan los que consideran que son relevantes. El conocimiento científico racionaliza la ex-periencia en lugar de limitarse a describirla, la ciencia de cuenta de los hechos, no inventariándolos sino ex-plicándolos por medio de hipótesis o premisas teóricas.

C. La investigación científica aborda problemas circuns-criptos, uno a uno, y trata de descomponerlo todo en elementos (no necesariamente últimos o siquiera re-ales). La investigación científica no se plantea cuestio-nes tales como “¿cómo es el universo en su conjunto?” o “¿cómo es posible el conocimiento?” Trata, en cam-bio, de entender la situación en su totalidad en términos de sus componentes, intenta descubrir o construir los elementos que componen cada totalidad, y las interco-nexiones que explican su integración.

D. Una consecuencia del enfoque analítico de los proble-mas es la especialización. No obstante la diversidad de los métodos científicos, su aplicación depende, en gran medida, del objeto de estudio; esto explica la multiplici-dad de técnicas y la relativa independencia de los di-versos sectores de la ciencia. “La especialización no ha impedido la formación de campos interdisciplinarios, ta-les como la biofísica, la bioquímica, la psicofisiología, la psicología social, la teoría de la información, la ciberné-tica, o la investigación operacional. Con todo, la espe-cialización tiende a estrechar la visión del científico indi-vidual; un único remedio ha resultado eficaz contra la unilateralidad profesional, y es una dosis de filosofía” (Bunge, 2003:20).

E. Sus problemas son distintos, sus resultados son claros. El conocimiento ordinario usualmente es vago e inexac-to; en la vida diaria se preocupa poco por dar definicio-nes precisas, descripciones exactas, o mediciones afi-nadas: si éstas preocupan a uno demasiado, no se lo-graría marchar al paso de la vida. La claridad y la preci-sión se obtienen en ciencia de las siguientes maneras:

a. Los problemas se formulan de manera clara: lo primero, y a menudo lo más difícil, es distinguir cuáles son los problemas,

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b. La ciencia parte de nociones que parecen cla-ras al no iniciado; y las complica, purifica, y eventualmente las rechaza, la trasformación progresiva de las nociones corrientes se efec-túa incluyéndolas en esquemas teóricos,

c. La ciencia define la mayoría de sus conceptos: algunos de ellos se definen en términos de con-ceptos no definidos o primitivos, otros de mane-ra implícita, esto es, por la función que desem-peña en un sistema teórico (definición contex-tual),

d. La ciencia crea lenguajes artificiales inventan-do símbolos (palabras, signos matemáticos, símbolos químicos, etc.); a estos signos se les atribuye significados determinados por medio de reglas de designación y

e. La ciencia procura usualmente medir y registrar los fenómenos. Los números y las formas geo-métricas son de gran importancia en el registro, descripción y la inteligencia de los sucesos y procesos.

F. No es inefable sino expresable, no es privado sino pú-blico. El lenguaje científico comunica información a quienquiera haya sido adiestrado para entenderlo. La comunicación es posible gracias a la precisión, y es a su vez una condición necesaria para la verificación o comprensión de los datos empíricos y de las hipótesis o premisas científicas.

G. Debe probar el examen de la experiencia. A fin de ex-plicar un conjunto de fenómenos, el científico inventa conjeturas fundadas de alguna manera en el saber ad-quirido. Sus suposiciones pueden ser cautas o auda-ces, simples o complejas, en todo caso, deben ser puestas a prueba.

H. No es errática sino planeada. Los investigadores no tantean en la oscuridad: saben lo que buscan y cómo encontrarlo. El planteamiento de la investigación no ex-cluye el azar; sólo que, al hacer un lugar a los aconte-cimientos imprevistos, es posible aprovechar la interfe-rencia del azar y la novedad inesperada.

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I. Una ciencia no es un agregado de informaciones inco-nexas, sino un sistema de ideas conectadas lógicamen-te entre sí. Todo sistema de ideas, caracterizado por cierto conjunto básico (pero refutable) de hipótesis o premisas peculiares, y que procura adecuarse a una clase de hechos, es una teoría. El hecho de que la cien-cia es fundada, ordenada y coherente es lo que la hace racional. La racionalidad permite que el progreso cientí-fico se efectúe no sólo por la acumulación gradual de resultados, sino también por revoluciones.

J. Ubica los hechos singulares en pautas generales, los enunciados particulares en esquemas amplios. La cien-cia no se sirve de los datos empíricos ---que siempre son singulares--- como tales; éstos son mudos mientras no se los manipula y convierte en piezas de estructuras teóricas. En efecto, uno de los principios ontológicos que subyacen a la investigación científica es que la va-riedad y aun la unicidad en algunos aspectos son com-patibles con la uniformidad y la generalidad en otros aspectos.

K. Busca leyes (de la naturaleza y la cultura) y las aplica. El conocimiento científico inserta los hechos singulares en pautas generales llamadas “leyes naturales” o “leyes sociales”. Tras el desorden y la fluidez de las aparien-cias, la ciencia construye las pautas regulares e irregu-lares de la estructura y del proceso del ser y del deve-nir. En la medida en que la ciencia es esencialista, in-tenta llegar a la raíz de las cosas. Encuentra la esencia en las variables o los factores relevantes y en las rela-ciones invariantes entre ellos.

L. Intenta explicar los hechos en términos de leyes o cons-tructos teóricos y en términos de principios. Los científi-cos no se conforman con descripciones detalladas; además de inquirir cómo son las cosas, procuran res-ponder a por qué ocurren los hechos como ocurren y no de otra manera. La ciencia deduce o induce proposicio-nes relativas a hechos singulares a partir de constructos

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teóricos y elabora enunciados nomológicos9 aún más generales (principios).

M. Trasciende la masa de los hechos de experiencia, ima-ginando cómo pudo haber sido el pasado y cómo podría ser el futuro. La predicción es, en primer lugar, una ma-nera eficaz de poner a prueba las hipótesis o premisas teóricas; pero también es la clave del control o de la modificación del curso de los acontecimientos. La pre-dicción científica, en contraste con la profecía, se funda sobre teorías y sobre informaciones específicas fidedig-nas, relativas al estado de cosas actual o pasado.

N. No se reconoce barreras a priori que limiten el conoci-miento. Las nociones acerca del medio natural o cultu-ral, o acerca del yo, no son finales: están todas en mo-vimiento, todas falibles. Siempre es concebible que pueda surgir una nueva situación (nuevas informacio-nes o nuevos trabajos teóricos) en que las ideas de uno, por firmemente establecidas que parezcan, resul-ten inadecuadas en algún sentido.

O. Busca la verdad, es eficaz en la provisión de herramien-tas para el bien o para el mal. El conocimiento ordinario se ocupa usualmente de lograr resultados capaces de ser aplicados en forma inmediata; con ello no es sufi-cientemente verdadero, con lo cual no puede ser sufi-cientemente eficaz. Cuando se dispone de un conoci-miento adecuado de las cosas es posible manipularlas con éxito. La utilidad de la ciencia es una consecuencia de su objetividad, sin proponerse necesariamente al-canzar resultados aplicables, la investigación los provee a la corta o a la larga. La conexión de la ciencia con la tecnología no es, por consiguiente, asimétrica. Todo avance tecnológica plantea problemas científicos, cuya solución puede consistir en la invención de nuevas teo-

9 El modelo nomológico de razonamiento tiene la finalidad de estable-cer leyes o teorías mediante la interrelación lógica entre el explanadum (la proposición que describe el fenómeno que ha de explicarse, no el fenómeno en sí) y el explanans (la clase de aquellas proposiciones que se aducen para explicar el fenómeno). Una explicación nomológica deductiva se llevará a efecto cuando el explanandum sea una conse-cuencia lógica del explanans.

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rías o de nuevas técnicas de investigación que conduz-can a un conocimiento más adecuado y a un mejor do-minio del asunto. La ciencia y la tecnología constituyen un ciclo de sistemas interactuantes que se alimentan el uno al otro. El científico torna inteligible lo que hace el técnico y éste provee a la ciencia de instrumentos y de comprobaciones; y lo que es igualmente importante, el técnico no cesa de formular preguntas al científico, añadiendo así un motor externo al motor interno del de-sarrollo científico.

1.3 Encarar la ciencia filosóficamente

“Presumiblemente, a lo sumo diez de cada cien científicos suele tener inquietudes filosóficas, y de estos diez apenas uno se resuelve a encararlas de manera sistemática. En países cuyos científicos puros no llegan a mil, apenas puede esperarse que haya diez epistemólogos” (Bunge, 2003:82). Hace dos décadas, casi todos los científicos que abordaban cuestiones filosóficas10 lo hacían al promediar su carrera o al terminarla. Este fenómeno no se debe solamente a la información unilateral que suele reci-bir el especialista: en parte se debe a que, para poder advertir la existencia de problemas filosóficos en el seno mismo de una especialidad científica, y para abordarlos, se necesita adquirir cierta experiencia y despojarse, así sea transitoriamente, de la necesidad de obtener resultados inmediatos aun a costa de la profundidad de su comprensión. Pero tarde o temprano se ad-vertirán los investigadores que quien encuentra grandes solu-ciones es quien enfoca los problemas con más amplitud, quien adopta una actitud filosófica ante la ciencia, es decir, quien sitúa el problema dado en su contexto más amplio y está dispuesto a revisar los fundamentos mismos de las teorías o de las técni-cas. Así nació la ciencia moderna y así se renovó en el curso del último siglo.

10 Cuando se habla de “filosofía de la ciencia” se entiende el examen filosófico de la ciencia: sus problemas, métodos, técnicas, estructura lógica, resultados generales, etc.

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Las cuestiones epistemológicas abarcan filosofías de, en, des-de, con y para la ciencia:

A. El objeto de la reflexión filosófica es la ciencia en sí: sus contenidos disciplinarios, instrumentos, procedimientos, principios axiológicos, etc.

B. Se estudian las implicaciones filosóficas de la ciencia, el examen de las categorías, hipótesis y premisas que in-tervienen en la investigación científica, o que emergen en la síntesis de sus resultados.

C. Se trata de una filosofía que enfrenta la ciencia, que ha sustituido la especulación sin freno por la investigación guiada por métodos de generar conocimiento sistemáti-camente, exigiendo que sus enunciados tengan sentido y que la mayoría de las aseveraciones sean explicables o comprensibles.

D. Engloba una filosofía que acompaña a la ciencia, que no se queda detrás de ella, que no especula sobre el ser y el tiempo al margen de las ciencias que se ocupan de los distintos tipos de ser y de acontecer: que es, en suma, una disciplina que no emplea conocimientos anacrónicos ni trata de forzar puertas ya abiertas.

E. No se limita a nutrirse de la ciencia, sino que aspira a serle útil, al señalar, por ejemplo, las diferencias que existen entre la definición y el dato, o entre la verdad de hecho y la proposición que es verdadera o falsa inde-pendientemente de los hechos: será ésta una filosofía que no sólo escarba los fundamentos de las ciencias para poner en descubierto las hipótesis filosóficas que ellas admiten en un momento dado, sino que además aclare la estructura y función de los sistemas científicos, señalando relaciones y posibilidades inexploradas.

Las prácticas epistemológicas del científico abarcan todas éstas actividades sin reducir el ámbito de la disciplina en cuestión a un capítulo de la teoría del conocimiento, sino permite abarcar todos los aspectos que pueden presentarse en el examen de la ciencia: el lógico, el gnoseológico, y eventualmente el ontológi-co. La filosofía de la ciencia no sólo incorpora el examen de los supuestos filosóficos a la investigación científica, sino que tiene

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derecho a una elaboración creadora en un nivel diferente del científico aunque reposa sobre él: en nivel metacientífico11.

No hay pensador más entrometido que el epistemólogo: hoy señala una hipótesis filosófica oculta en un sistema teórico, mañana le discutirá al científico el derecho de usar cierta cate-goría en determinado contexto, y pasado mañana propondrá una teoría sobre determinada clase de conceptos o de opera-ciones de la ciencia. La epistemología no está por encima ni por debajo de la ciencia: está a la vez en la raíz, en los frutos y en el propio tronco del árbol de la ciencia.

Aunque hay quienes sostienen que la filosofía de la ciencia es sólo lógica de la ciencia o a lo sumo análisis sintáctico y semán-tica del lenguaje científico; y aunque los formalistas afirman que el epistemólogo sólo debe interesarse por la estructura lógica de las teorías acabadas, es un hecho que las ciencias no sólo trabajan con conceptos, sino también con cosas, tanto naturales como artificiales. Siendo los actos del científico tan importantes como su pensamiento, la epistemología no debería limitarse a la lógica y el lenguaje de la ciencia; no debería ser sólo teoría de teorías, sino también teoría de actos, es decir, metodología y no sólo metateoría. Por consiguiente, la lógica y la teoría de los signos son herramientas importantes del epistemólogo, pero no las únicas.

Mientras la psicología de la ciencia estudia el correlato psíquico del concepto y del acto del científico, y mientras la sociología de la ciencia estudia la función social de la ciencia y eventualmente la responsabilidad social del científico, la filosofía de la ciencia, por su parte, se ocupa de los aspectos lógicos, gnoseológicos y ontológicos de la ciencia, y no del comportamiento individual o social del investigador científico. Los saberes que conforman el bagaje intelectual del científico consciente de la naturaleza y del impacto potencial de su profesión incluyen: la epistemología, la lógica, la teoría de lenguaje, la historia de la ciencia, y la filoso-

11 Por metacientífico se refiere al carácter filosófico de estudiar científi-camente a la ciencia.

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fía, la psicología y la sociología de ésta. El investigador que encara su ciencia filosóficamente se esfuerza por saber qué es el saber. Por consiguiente, aunque difieren, distan de ser ajenas entre sí: cada una de ellas ilumina una faceta de un mismo ob-jeto: el saber científico.

Hay quienes piensan que, aunque el científico cobre conciencia de las implicaciones y proyecciones no científicas de su propio trabajo, no por ello será más eficaz en su especialidad: conce-den que será más culto y que por consiguiente vivirá una vida más racional y más rica, pero arguyen que, en cambio, no des-cubrirá ni inventará más ni mejor, sino al contrario, pues se dis-traerá con las lecturas y meditaciones marginales a su especia-lidad. Esta difundida opinión refleja, sin duda, una preocupación responsable por ahorrar desvíos inútiles, pero no ha sido com-partida por los grandes maestros del pensamiento científico, y es más bien típica de quienes toman los instrumentos por fines.

El estudiante de las ciencias y el investigador que alguna vez dediquen una parte de su tiempo a estudios de carácter episte-mológico podrían obtener de éstos algunos de los siguientes beneficios:

A. No serán prisionero de una filosofía incoherente y adop-tada inconscientemente; podrán entonces corregir, sis-tematizar y enriquecer las opiniones filosóficas que de todas maneras integran su visión del mundo.

B. No confundirán lo que se postula con lo que se deduce o induce, la convención verbal con el dato empírico, la cosa con sus cualidades, el objeto con su conocimiento, la verdad con su criterio, y así sucesivamente. Esto les ahorrará buscar demostraciones de definiciones, les impedirá confundir pruebas lógico-matemáticas con ve-rificación empírico-lógica y les ayudará a sopesar el so-porte empírico de las teorías; en general, se esforzarán por entender los términos que emplean, tal como se es-forzaron, antes que él, los científicos con mentalidad fi-losófica que construyeron la ciencia moderna.

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C. Se habituarán a explicar las suposiciones e hipótesis, lo que les permitirá saber qué es lo que hay que corregir cuando la teoría no concuerda satisfactoriamente con los hechos.

D. Se acostumbrarán a ordenar sistemáticamente las ideas y a depurar el lenguaje; se habituarán, en suma, a buscar la coherencia y la claridad.

E. Afilarán su bisturí crítico: la meditación epistemológica, al habituar a exigir pruebas, es buen preventivo del dogmatismo.

F. Con alguna formación epistemológica podrán mejorar sus estrategias de investigación, al proceder con mayor cuidado en el planteamiento de los experimentos o de los cálculos y en la formulación de las hipótesis, así como en la evaluación de las consecuencias de unos y otras. La epistemología ciertamente no ayuda a medir ni resolver ecuaciones, pero en cambio ayuda a ubicar es-tas operaciones en el proceso de la investigación.

G. Su atención se desplazará del resultado al problema, de la receta a la explicación, de la ley empírica a la ley teó-rica. Ninguna teoría les satisfará en forma definitiva: siempre encontrarán alguna objeción que hacerle.

H. La filosofía y la historia de la ciencia les acostumbrará a considerar la marcha de la ciencia, no como un desarro-llo meramente aditivo, sino como un proceso en que cada solución plantea nuevos problemas, en que viejas hipótesis desechadas por un motivo pueden volver a cobrar interés por otro motivo, y en que cada problema tiene varias capas y, por lo tanto, varios niveles de so-lución. En cambio, para quien no enfoca la ciencia con una actitud filosófica e histórica, toda fórmula científica es trivial en cuanto a manejarla, y la teoría más reciente es la definitiva o por lo menos la penúltima.

I. Se ampliarán su horizonte, al enriquecerse el surtido de relaciones lógicas y de posibilidades de interpretación.

J. Obrarán con cautela cuando tantee terreno nuevo; ex-tremarán las exigencias de comprobabilidad y de expli-cación, dudarán del valor de los datos empíricos que encajan en teorías endebles y no dejarán que los deta-lles les oculten lo esencial.

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Por todos estos motivos conviene al desarrollo de la ciencia que los profesores de ciencia llamen la atención sobre los pro-blemas filosóficos y las raíces históricas de las cuestiones cien-tíficas; por los mismos motivos conviene incluir el estudio de la filosofía de la ciencia en los planes de estudio de las diversas ciencias particulares. Con ello no se agregarán conocimientos específicos acerca del mundo, pero sí se facilitará la correcta comprensión, profundización, ordenación y evaluación de di-chos conocimientos. El científico o estudiante de ciencias que dedique alguna atención a este género de estudios no se dis-traerá necesariamente, sino que recibirá estímulos para encarar su tarea con mayor profundidad y responsabilidad, y hasta con más amor; advertirá que su trabajo es más complejo, más im-portante y hasta más bello de lo que había creído. Desde luego, existe el peligro de que algunos se pasen al campo de la epis-temología o al de la historia de la ciencia; pero es un riesgo aceptable ---si no deseable--- para reforzar el desarrollo cons-tante de la ciencia. Este tipo de desarrollo científico se basaría en una comprensión cabal de las implicaciones políticas de los investigadores ante sus responsabilidades sociales y económi-cas.

2. POLÍTICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

Usualmente se considera que la ciencia deshumaniza, que trata inadecuadamente como objetos a personas y sociedades, así como a la naturaleza. El hombre percibe la pretendida neutrali-dad y ausencia de valores de la ciencia como un engaño, per-cepción estimulada por el fenómeno, cada vez más común, de los desacuerdos existentes entre expertos opuestos en disputas sobre cuestiones de hechos científicos, con dimensiones políti-cas. Por lo general, se considera que la ciencia está implicada en la destrucción y amenaza de eliminación del entorno, tanto natural como humano, como resultado de los avances tecnoló-gicos.

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La concepción general de la ciencia que buscaban los filósofos positivistas pretendía ser universal y ahistórica en el sentido de que pretendía aplicarse a todas las afirmaciones de la ciencia por igual a partir de una teoría unificada de la ciencia12. Sin embargo, desde el siglo XVII los filósofos han centrado su aná-lisis de las teorías del conocimiento desde la perspectiva de la naturaleza humana. Puesto que es el ser humano quien produ-ce y evalúa el conocimiento en general y el conocimiento cientí-fico en particular, para comprender de qué maneras se pueden adquirir y evaluar adecuadamente el conocimiento, se debe considerar la naturaleza de los seres humanos que lo adquieren y valoran. Esos aspectos son la capacidad que tienen los humanos de razonar y de observar el mundo mediante los sen-tidos.

Las teorías racionalistas y empiristas de la ciencia padecen serios problemas internos. Los racionalistas, que intentan justifi-car como verdades del mundo proposiciones a las que llegan a través de la claridad y nitidez del pensamiento, se vieron de hecho obligados a adoptar una noción problemática de autoevi-dencia. Por otro lado, los empiristas se enfrentaron con muchos problemas sobre la falibilidad y el alcance restringido de los sentidos; con la cuestión de justificar las generalizaciones, era necesario ir más allá de la evidencia proporcionada por las apli-caciones singulares de los sentidos (el problema de la induc-ción).

Debido a que los individuos humanos son formados por la so-ciedad en que viven, resulta notoriamente difícil definir alguna esencia inmutable que yazga detrás de las diferencias sociales, culturales e históricas. No hay duda de que un rasgo esencial de los humanos es que son capaces de pensar y sentir. Sin embargo, no es probable que resulte fructífero buscar la natura-leza de la ciencia en todo lo que haya de universal en esas ca-pacidades por la simple razón de que, cualesquiera que puedan ser las capacidades permanentes de los humanos, los procesos 12 Esta posición teórica pretende defender la ciencia apelando a una explicación ahistórica y universal de sus métodos y normas como una estrategia positivista lógica que rige su desarrollo y valoración.

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de razonamiento, observacionales y experimentales implicados en la ciencia, se evolucionan históricamente.

2.1 Finalidad de la ciencia

Se puede entender la finalidad de la ciencia como la producción de conocimiento del mundo, así, la finalidad de las ciencias naturales es la producción de conocimiento del mundo natural, en cuanto opuesto al social o humano. Es posible apreciar, al menos de modo tosco y rápido, la distinción entre la finalidad de, o el interés en, producir conocimientos y otros fines tales como servir los intereses políticos o económicos de clases, grupos o individuos específicos.

Si se adopta la idea de que la finalidad de la ciencia es el esta-blecimiento de generalizaciones que gobiernan el comporta-miento de los mundos natural y humano, entonces se puede dar cuenta de que hay que resolver un problema fundamental ¿Cómo hay que establecer estas generalizaciones? Ahí hay un auténtico problema a solucionar, si se reflexiona que el mundo es complejo y confuso, de modo que no es posible discernir regularidades que puedan constituir generalizaciones científicas que le sean aplicables. ¿Cómo se han de establecer las genera-lizaciones científicas, sin excepción, dada la naturaleza desor-denada del mundo observable?

La ciencia reproduce su práctica social en aspectos fundamen-tales. Los informes observacionales y los resultados experimen-tales son productos humanos sociales que surgen como resul-tado de la argumentación, experimentación o reconstrucción conceptual teórica. Sin embargo, por lo general, se puede en-tender su aceptación, y cuando es necesario su rechazo o transformación, en función de la finalidad de la ciencia, sin recu-rrir siempre a factores sociales más amplias.

Los métodos y normas científicos son productos sociales, histó-ricamente contingentes, sujetos a cambio, pero si los sociólogos de la ciencia han de argumentar a favor de la determinación social del contenido cognitivo de la ciencia de manera que

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ofrezca cierta base al escepticismo con que se le atribuye de forma típica, deben hacer algo más que combatir filosofías de la ciencia extremas y en gran medida pasadas de moda.

2.2 Orígenes sociales del conocimiento científico

Si se evalúan afirmaciones con el propósito de que el contenido y naturaleza del conocimiento científico estén sometidos a ex-plicación sociológica, entonces es necesario tener claro qué es exactamente lo que hay que explicar y a qué equivale una ex-plicación. Un modo de elaborar la afirmación es entender que la explicación de algún caso de conocimiento científico conlleva el discurso histórico de cómo se construyó ese conocimiento. Si se entiende de este modo las afirmaciones de los sociólogos, entonces se puede conceder que el contenido del conocimiento científico está sujeto a explicación sociológica. Sucede con fre-cuencia que los conceptos y prácticas empleados en la ciencia con un buen propósito, tienen sus orígenes en el mundo social ajeno a la práctica científica rígidamente concebida. A veces resulta apropiada una concepción sociológica de los orígenes del conocimiento científico.

Si explicar el componente del conocimiento científico consiste en dar una explicación completa y adecuada de cómo surgió, entonces se puede conceder, sin dificultad, que será relevante toda una serie de factores de los que se ocupan de forma típica los sociólogos, de modo que se puede decir que aquí hay un papel legítimo para una sociología del conocimiento científico. Se puede pretender explicar, y evaluar, cómo y en qué medida funciona como tal una muestra de conocimiento científico. Se puede considerar en qué medida contribuye a la finalidad de la ciencia.

Los estudios sociológicos indican cómo pueden influir en la práctica de la ciencia intereses ajenos a los que sirve la finali-dad de la ciencia. Chalmers (1992:147) señala que “no existe fundamento para asumir de forma complaciente que la práctica científica procede en realidad de una manera que está determi-nada solamente, o incluso principalmente, por la finalidad de

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producir conocimiento adecuado. La práctica de la ciencia está interconectada inevitablemente con otras prácticas que tienen otras finalidades y sirven otros intereses.

2.3 Dimensión política y social de la ciencia

La finalidad de las ciencias naturales y humanas es ampliar y mejorar el conocimiento general existente del funcionamiento del mundo. Se puede calibrar la adecuación de los intentos en ese sentido, contrastando las afirmaciones de conocimiento con el mundo, mediante las pruebas experimentales y observacio-nales más exigentes de que se disponen. Aunque no hay un método universal ni un conjunto de normas que estén por enci-ma de esta búsqueda de conocimiento, y aunque siempre existe la posibilidad de que la finalidad se vea frustrada por la entrada subrepticia de otros intereses con diferentes finalidades, esa finalidad se puede lograr, y a menudo se obtiene.

Aunque se puede distinguir la finalidad de la ciencia de otras finalidades, y se pueden diferenciar las valoraciones epistemo-lógicas de otras valoraciones, no se puede separar la práctica científica implicada en la prosecución de esa finalidad de otras prácticas que persiguen otras finalidades.

Los factores subyacentes a la satisfacción de las condiciones necesarias para el trabajo científico conllevan un amplio domi-nio de intereses diferentes a la producción de conocimiento científico. El mero hecho de que no se puede separar la práctica científica de otras prácticas que satisfacen otros intereses no implica, por sí mismo, que se subvierta la finalidad de la ciencia. El análisis funcionalista, algo conservador, que realizó Robert Merton (1977)13 de la organización institucional de la ciencia lo puso en gran medida de manifiesto. Merton consideró que la ciencia estaba gobernada por normas que definían el código apropiado de comportamiento de los científicos, normas de

13 Merton, R. K. (1973). Science and the sociology of knowledge. Chi-cago University, editorial Chicago Press; La sociología de la ciencia, 2 volúmenes, Madrid, Ed. Alianza, 1977.

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universalidad, desinterés, comunismo y escepticismo organiza-do. Se presumió que la lealtad a estas normas promovía la fina-lidad de la ciencia. Pero los científicos individuales tienen sus propios fines e intereses, tales como la adquisición de riqueza, fama o poder. Merton sugirió que la finalidad de la ciencia se reconciliaba con los fines de los científicos mediante el sistema institucionalizado de recompensas y castigos. De este modo, los científicos son obligados a actuar de manera que sirvan a los intereses de la ciencia, porque ése es precisamente el modo de actuar que da como resultado las recompensas que sirven sus propios intereses. Por supuesto, hay otros intereses en juego en la práctica científica, como los de las profesiones, los gobiernos y los monopolios industriales. Sin embargo, éste sí sirve para sacar a relucir automáticamente la ciencia y sus sis-temas de valores diferenciados que niegan el carácter “neutral” de la praxis científica14.

3. CIENCIA Y VALORES

Los científicos comenzaron a interesarse por la ética cuando la propia ciencia se convirtió en un factor decisivo de la economía y de la política, lo que no ocurrió hasta hace pocos años (Mario Bunge, en Pérez Rojas, 1984). Los problemas de la conducta moral habían sido tradicionalmente dejados en manos de filóso-fos y teólogos. Pero ni uno ni otros fueron capaces de predecir los conflictos morales que habrían de preocupar a los científicos de la actualidad: las tensiones entre la libertad y la seguridad, el bien universal y el interés privado, la verdad y la ideología. ¿Cómo podrían haber previsto semejantes dificultades si creían que la ciencia se ocupaba tan sólo de hechos, jamás de valo-res, y que las normas de conducta no podían fundarse en el conocimiento científico, de manera que la ética era totalmente ajena al espíritu de la ciencia como a sus resultados?

14 La praxis científica significa “acción o experiencia práctica” por medio del cual la ciencia como sujeto social tiende a transformar el mundo natural y artificial del hombre.

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Es cosa sabida que los científicos, en cuanto tales, se enfrentan con problemas morales. Por ejemplo, siempre se ha dicho que la devoción por la verdad es la norma moral suprema del cientí-fico y que el cumplimiento estricto de este precepto es un re-querimiento interno de la ciencia, nunca resultado de una com-pulsión externa. Pero el compromiso moral que asumen los investigadores no se advirtió claramente hasta que no se tuvo a la vista la prostitución en gran escala de la ciencia. El científico de estos días no se parecía al mercenario intelectual del Rena-cimiento sino más bien al intelectual de la Edad Media, por cuanto estaba a sujeto no sólo a un empleador sino también a un inquisidor. Esta sujeción, o la consiguiente distorsión de la ciencia y de sus artífices, es un fenómeno de masas que atañe a millones de científicos de todo el mundo, ya que está termi-nando con aquella orgullosa independencia que había logrado el intelectual del siglo XIX.

3.1 Ética de la ciencia

La ciencia carece de un objeto de investigación único: cualquier problema que involucre conocimiento, sea teórico o práctico, fáctico o valorativo, puede abordarse de manera científica; y por cierto que con mayor provecho que si se lo hace sin limitarse a un método fijo. Ahora bien, una decisión moral exige un cono-cimiento de la naturaleza de los conflictos morales, de los desi-derata y de los medios disponibles para alcanzar estos fines.

Los valores no son cosas materiales ni espirituales, sino propie-dades relacionales que, en ciertas ocasiones, se atribuyen a cosas, actos o ideas en relación con ciertos desiderata. Por consiguiente, los valores no pueden oponerse a la realidad, sino que son un aspecto de ese fragmento de la realidad que el cien-tífico elabora y que llama experiencia.

Si bien es cierto que la ciencia tradicional, en cuanto conoci-miento sistemático acumulado, pretende ser “éticamente neu-tral” en gran parte, también es cierto que ella abandona la neu-tralidad ética cuando estudia ciertos objetos que, lejos de ser naturales, son bio-psico-sociales; tales como las necesidades,

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los deseos y los ideales de los hombres, así como los medios para satisfacerlos (Bunge; en Peréz Rojas, 1984). Más aún, la ciencia crea bienes o, para decirlo metafóricamente, crea valo-res. Toda actividad humana, si es consciente, es al mismo tiempo de juicio y valorativa. Los valores involucrados en toda acción reflexiva se crean y destruyen en la acción misma, junto con las transformaciones de los objetos valiosos (cosas, actos, pensamientos) involucrados en la acción. La ciencia, la tecnolo-gía, la técnica y el arte, como formas de acción, crean objetos valiosos en algún respecto, para alguien, etc. Las instituciones los preservan, multiplican o destruyen.

3.2 Código moral en la ciencia

La investigación científica tiene un código moral propio. Aun aquéllos que niegan que la ciencia, en cuanto cuerpo de cono-cimientos, esté relacionada con valores y normas morales, ad-mitirían que la ciencia, en cuanto investigación, se ajusta a cier-tos preceptos plasmados en las doctrinas de las comunidades científicas correspondientes.

Así, la investigación científica es una escuela de moralidad por-que exige la adquisición o el refuerzo de los siguientes hábitos:

A. Honestidad intelectual o “culto” de la verdad; amor por la “objetividad”15 y la “comprobabilidad”16, desprecio por

15 Las propiedades de las cosas cuya presencia o ausencia dependen de y se varían con diferentes observadores o pensadores se dicen ser subjetivas; mientras aquéllas que no se varían de esta manera o per-manecen igual en relación a un marco teórico o punto de vista fijo, se dicen objetivas. Las propiedades del mundo externo que existen inde-pendientemente de la mente humana se dicen objetivas, y aquéllas cuya presencia depende de la existencia de la mente humana se dicen subjetivas. Este debate entre lo subjetivo y lo objetivo del conocimiento científico se hace más complejo cuando se considera que la compren-sión, y por ende la explicación tanto del mundo natural como del mun-do artificial, parte de la capacidad intelectual del hombre a interpretar sus experiencias como resultado del interjuego de ambos mundos.

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la mentira y el pensamiento desiderativo. A su vez, la observancia de la honestidad intelectual exige

B. Independencia de juicio, es decir, el hábito de buscar pruebas en lugar de rebajarse ante la autoridad. La honestidad intelectual y la independencia de juicio exi-gen, para ser practicadas, una dosis de

C. Coraje intelectual: decisión de defender la verdad, criti-car el error y denunciar la farsa, cualquiera sea su ori-gen y, en particular, si proviene del mismo investigador. La crítica y la autocrítica (que no debe confundirse con el autoflagelamiento), si se practican con coraje, inspi-ran el

D. Amor por la libertad intelectual y, puesto que el científi-co es básicamente un generalizador, el amor por las li-bertades sociales e individuales hacen posible la liber-tad académica. Específicamente, la práctica de la cien-cia conduce a despreciar toda autoridad infundada, sea intelectual o política, y todo poder injusto. Finalmente la honestidad intelectual y el amor por la libertad llevan a reforzar el

E. Sentido de la justicia, que no es precisamente el aca-tamiento de la ley positiva, que a menudo es injusta y que siempre es impuesta desde afuera, sino la disposi-ción a tomar en cuenta los derechos ajenos y las opi-niones y sentimientos del prójimo.

Honestidad intelectual, independencia de juicio, coraje intelec-tual, amor por la libertad y sentido de la justicia son cinco valo-res morales, o virtudes, que la generación del conocimiento científico exige y refuerza mucho más que la práctica de la ley, por cuanto proviene de un código interno, autoimpuesto, que se ajusta al mecanismo de investigación y que subsiste sin necesi-dad de sanción externa. Cinco virtudes que acompañan la bús-queda de la verdad en las ciencias naturales y humanas, pero más en las primeras que en las segundas, precisamente porque en aquéllas las exigencias de rigor lógico y de corroboración empírica son más severas.

16 La capacidad de la evidencia empírica para confirmar una o varias hipótesis o teorías.

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Mientras no se emprenda la organización científica de la socie-dad, mientras el código moral de la sociedad sea incompatible con el de la ciencia, será posible corromper al individuo aún cuando sea un buen científico. El abismo entre la ciencia y la sabiduría es todavía enorme. Pero lo importante es que es po-sible tender un puente sobre él y que se debe hacerlo, si se quiere salvar a la civilización. El dilema es claro: o los científicos terminan por corromperse integralmente, ayudando a los políti-cos a arrastrarse al aniquilamiento definitivo, o la sociedad adopta una organización científica aún insospechada y un códi-go moral tan razonable, y tan bien adaptado a su estructura, como de hecho es el código moral de la ciencia. La consolida-ción de las comunidades científicas y el cumplimiento cabal de se función social depende de este código moral que es el resul-tado de la conciencia de sus miembros sobre el devenir históri-co de la ciencia y su vinculación con el desarrollo social.

4. DESARROLLO HISTÓRICO DE LA CIENCIA

Un análisis histórico de las teorías como estructuras muestra el sentido del progreso de las ciencias como tales. Dicho desarro-llo puede entenderse desde distintas perspectivas epistémicas:

A. El desarrollo inductivista de la ciencia que se basa en la acumulación creciente y variada de observaciones que permite la formación de nuevos sistemas conceptuales.

B. El desarrollo deductivista de la ciencia que enfatiza la precisión y claridad cada vez más contundentes de sus argumentos para la confirmación de sus premisas.

C. El desarrollo falsacionista de la ciencia que se apoya en la acumulación de observaciones y la precisión en los instrumentos, técnicas y procedimientos de experimen-tación que promueven la eliminación de conjeturas teó-ricas establecidas.

D. El desarrollo Kuhniano de la ciencia que parte del com-portamiento de las comunidades científicas en el reem-plazo revolucionario de sus paradigmas en crisis.

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Esta última concepción del “desarrollo de la ciencia” es la esen-cia de la innovación consciente de la praxis científica señalada anteriormente que promueve un progreso relevante de las co-munidades científicas. El significado de los conceptos científicos depende de la estructura de la teoría a que pertenecen y que la precisión de aquéllos depende de la exactitud y el grado de coherencia de ésta es algo que puede resultar más plausible observando las limitaciones de algunas alternativas en las que se puede considerar que un concepto adquiere significado. Una de estas alternativas es la tesis de que los conceptos adquieren su significado mediante una definición17. Hay que rechazar las definiciones como procedimiento fundamental para establecer significados. Los conceptos sólo se pueden definir en función de otros conceptos cuyos significados están ya dados. Si los signi-ficados de estos últimos conceptos son también establecidos por definición, es evidente que se producirá una regresión infini-ta a menos que se conozcan por otros medios los significados de algunos términos. Un diccionario es inútil a menos que ya se sepan los significados de muchas palabras. Newton no pudo definir la masa o la fuerza en términos de conceptos prenewto-nianos. Tuvo que superar los términos del viejo sistema concep-tual desarrollando uno nuevo. Una segunda alternativa es la sugerencia de que el significado de los conceptos se establece a través de la observación, mediante una definición ostensible. La afirmación de que los conceptos sacan su significado, al menos en parte, del papel que desempeñan en una teoría se ve apoyada por el desarrollo histórico de la ciencia.

17 Los términos “concepto” y “constructo” tienen significados similares. Sin embargo, existe una diferencia importante. Un concepto expresa una abstracción formada por generalizaciones sustraídas de casos particulares; mientras un constructo es un concepto que ha sido inven-tado o adoptado de manera deliberada y consciente para un propósito científico especial. A menudo se confunden estos términos con la pala-bra variable que es un constructo o propiedad que adquiere distintos valores, con frecuencia es un símbolo al cual se le asignan valores numerales. Existen dos tipos de definiciones de constructos o varia-bles: el primero es definir la palabra usando otras, esto es lo que hacen de manera usual los diccionarios; el segundo es decir qué acciones o conductas expresa o implica una palabra.

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4.1 Desarrollo de programas de investigación

Una de las concepciones de las teorías científicas como estruc-turas complejas es el concepto de Lakatos sobre el desarrollo histórico de la ciencia como programas de investigación18. Exis-ten dos razones por las cuales hay que considerar a las teorías como estructuras organizadas de algún tipo: el hecho de que el estudio histórico muestra que las teorías poseen esa caracterís-tica y el hecho de que los conceptos solamente adquieren un significado preciso mediante una teoría coherentemente estruc-turada. Una tercera razón surge de la necesidad de desarrollo por parte de la ciencia. Es evidente que la ciencia avanzará de modo eficaz si las teorías están estructuradas de manera que contengan en ellas prescripciones e indicaciones muy claras con respecto a cómo se deben desarrollar y ampliar.

El núcleo central de un programa de investigación se vuelve consolidado por la decisión metodológica de los miembros de una comunidad científica. Cualquier insuficiencia en la confron-tación entre un programa de investigación articulado y los datos observacionales no se ha de atribuir a los supuestos que consti-tuyen el núcleo central, sino a alguna parte de la estructura teórica que conforma al cinturón protectora constituida por las hipótesis auxiliares explícitas que complementan el núcleo cen-tral, junto con los supuestos subyacentes a la descripción de las condiciones iniciales y los enunciados observacionales.

La heurística negativa de un programa consiste en la exigencia de que durante el desarrollo del programa el núcleo siga sin modificar e intacto. Cualquier científico que modifique el núcleo central se apartará de ese determinado programa de investiga-ción. El hincapié de Lakatos en el elemento convencional que corresponde al trabajo dentro de un programa de investigación, 18 El término “programa de investigación” fue utilizado por Imre Lakatos para señalar una estructura que sirva de guía a la futura investigación tanto de modo positivo como negativo. La característica definitoria de un programa es su núcleo central. Toma la forma de hipótesis teóricas muy generales que constituyen la base a partir de la cual se desarrolla el trabajo de una comunidad científica.

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en la necesidad que tienen los científicos de decidir aceptar su núcleo central, tiene mucho en común con la postura de Popper acerca de los enunciados observacionales. La principal diferen-cia estriba en que, mientras que en Popper las decisiones sólo conciernen a la aceptación de los enunciados singulares, en Lakatos el mecanismo se extiende hasta ser aplicable a los enunciados universales que constituyen el núcleo.

La heurística positiva, ese aspecto de un programa de investi-gación que indica a los científicos el tipo de cosa que deben hacer en vez del que no deben hacer, es algo más vaga y más difícil de describir de manera específica que la heurística nega-tiva. La heurística positiva indica cómo se ha de completar el núcleo central para que sea capaz de explicar y predecir los fenómenos. El desarrollo de un programa de investigación no sólo supondrá la adición de las oportunas hipótesis auxiliares, sino también el desarrollo de las técnicas e instrumentos de investigación idóneos.

De lo expresado anteriormente, se desprenden dos maneras de valorar el mérito de un programa de investigación. En primer lugar, un programa de investigación debe poseer un grado de coherencia que conlleve la elaboración de un programa definido para la investigación futura. En segundo término, un programa de investigación debe conducir a la construcción de nuevos fenómenos o problemas de vez en cuando. Un programa de investigación debe satisfacer ambas condiciones si se pretende calificarse de científico.

4.2 Paradigmas de Kuhn

Una segunda concepción de las teorías científicas como estruc-turas complejas es aquélla planteada por Thomas Kuhn (1995). Al centrar su atención en las inconsistencias de las concepcio-nes tradicionales de la ciencia desde la perspectiva inductivista o falsacionistas, descubrió que sus ideas preconcebidas acerca de la naturaleza de la ciencia quedaba hechas añicos. Intentó proporcionar una teoría de ciencia que estuviera más acorde con la situación histórica tal y como lo veía. Un rasgo caracterís-

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tico de su teoría es la importancia atribuida al carácter revolu-cionario del progreso científico, en la que una revolución supone el abandono de una estructura teórica y su reemplazo por otra, incompatible con la anterior. Otro aspecto importante reside en el importante papel que desempeñan en la teoría de Kuhn las características sociológicas de las comunidades científicas.

La desorganizada y diversa actividad que precede a la forma-ción de una ciencia se estructura y dirige finalmente cuando una comunidad científica se adhiere a un solo paradigma19. La “ciencia normal”20 de Kuhn articula y desarrolla el paradigma en su intento por explicar y acomodar el comportamiento de algu-nos aspectos importantes del mundo natural y humano. Al hacerlo experimentan inevitablemente dificultades y se encuen-tran con aparentes falsaciones. Si las dificultades de este tipo se escapan de las manos, se desarrolla un estado de crisis. Esta crisis se resuelve cuando surge un paradigma completa-mente nuevo que se gana la adhesión de un número de científi-cos cada vez mayor, hasta que finalmente se abandona el pa-radigma original, acosado por problemas. El cambio discontinuo constituye una revolución científica. El nuevo paradigma, lleno de promesas y no abrumado por dificultades en apariencia in-superables, guía entonces la nueva actividad científica normal hasta que choca con serios problemas y aparece una nueva crisis seguida de una nueva revolución.

Chalmers (2001:129) señala que una ciencia madura está regi-da por un solo paradigma que “establece las normas necesarias para legitimar el trabajo dentro de la ciencia que rige. Coordina y dirige la actividad de <<resolver problemas>> que efectúan los científicos normales que trabajan dentro de él. La caracterís-tica que distingue a la ciencia de la no ciencia es, según Kuhn, la existencia de un paradigma capaz de apoyar una tradición de ciencia normal.” Entre los componentes típicos que constituyen

19 Un paradigma está constituida por los supuestos teóricos generales, las leyes y las técnicas para su aplicación que adoptan los miembros de una determinada comunidad científica. 20 Kuhn señala que la ciencia normal es una actividad de resolver pro-blemas gobernada por las reglas de un paradigma.

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un paradigma se encuentran las leyes explícitamente estableci-das y los supuestos teóricos comparables al núcleo central de un programa de investigación lakatosiano. También se incluyen en el paradigma el instrumental y las técnicas necesarios para hacer que las leyes del paradigma se refieran al mundo natural y humano. Además, todos los paradigmas contienen algunas prescripciones metodológicas muy generales.

La ciencia normal conlleva intentos detallados de articular un paradigma con el propósito de compaginarlo mejor con la natu-raleza y la cultura. Un paradigma siempre será lo suficientemen-te impreciso y abierto como para permitir que se hagan este tipo de cosas. La ciencia normal debe presuponer que un paradigma proporciona los medios adecuados para resolver problemas que en él se plantean. Se considera que un fracaso en la resolución de un problema es un fracaso del científico, más que una insufi-ciencia del paradigma.

Lo que distingue a la ciencia normal, madura, de la actividad relativamente desorganizada de la preciencia inmadura es el acuerdo en lo fundamental. Según Kuhn, la preciencia se carac-teriza por el total desacuerdo y el constante debate de lo fun-damental, de manera que es imposible abordar el trabajo deta-llado, esotérico. Habrá cuantas teorías como científicos y cada teórico se verá obligado a comenzar de nuevo y a justificar su propio enfoque.

Un aspirante a científico que no posee una formación epistemo-lógica adecuada, se pone al corriente de los métodos, las técni-cas y las normas, efectuando estudios normales y, finalmente, hace alguna investigación bajo la supervisión de alguien que ya es un experto dentro del paradigma en que se mueve. No será capaz de hacer una relación explícita de los métodos y las téc-nicas que ha aprendido. Debido al modo en que es adiestrado, un científico normal típico será inconsciente de la naturaleza precisa del paradigma en el que trabajo e incapaz de articularla; trabajo propio del filósofo de la ciencia.

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Así, el científico normal trabaja confiadamente dentro de un área bien definida, dictada por un paradigma. El paradigma se le presenta con un conjunto de problemas definidos, junto con unos métodos en que él confía serán adecuados para su solu-ción. La mera existencia de problemas sin resolver no constitu-ye una crisis. Kuhn reconoce que los paradigmas siempre en-contrarán dificultades. Siempre habrá anomalías. Solamente en condiciones especiales las anomalías se pueden desarrollar de tal manera que socaven la confianza en el paradigma. Se con-sidera que una anomalía es particularmente grave si se juzga que afecta a los propios fundamentos de un paradigma y, no obstante, resiste con vigor a los intentos de eliminarla por parte de los miembros de la comunidad científica normal.

Cuando se llega a considerar que las anomalías plantean al paradigma serios problemas, comienza un período de inseguri-dad profesional marcada. Los intentos por resolver el problema se hacen cada vez más radicales y progresivamente se van debilitando las reglas establecidas por el paradigma para solu-cionar problemas. Los científicos normales comienzan a enta-blar discusiones metafísicas y filosóficas y tratan de defender sus innovaciones, de estatus dudoso desde el punto de vista del paradigma, con argumentos filosóficos. Los científicos empie-zan incluso a expresar abiertamente su descontento e intranqui-lidad con respecto al paradigma reinante. Una vez que un para-digma ha sido debilitado y socavado hasta el punto de que sus defensores pierden su confianza en él, ha llegado el momento de la revolución. El nuevo paradigma será muy diferente del viejo e incompatible con él.

Los paradigmas rivales considerarán lícitos o significativos di-versos tipos de cuestiones. El paradigma en el que se esté tra-bajando guiará el modo en que el científico vea un determinado aspecto del mundo. Kuhn mantiene que, en cierto sentido, los defensores de paradigmas rivales viven mundos diferentes. No existe un argumento puramente lógico que demuestre la supe-rioridad de un paradigma sobre otro y que, por lo tanto, impulse a cambiar de paradigma a un científico racional. La decisión del científico dependerá de la prioridad que dé a muchos factores. Éstos incluirán cosas tales como la simplicidad, la conexión con

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alguna necesidad social urgente, la capacidad de resolver algún determinado tipo de problema, etc. En opinión de Kuhn, qué tipo de factores resultan eficaces para hacer que los científicos cambien de paradigma es algo que debe explicar la investiga-ción psicológica y sociológica.

Así pues, hay ciertas razones interrelacionadas de que no haya un argumento lógicamente convincente que dicte el abandono de un paradigma por parte de un científico cuando un paradig-ma compite con otro. No hay un criterio único por el que un científico pueda juzgar el mérito o porvenir de un paradigma y, además, los defensores de los programas rivales subscribirán distintos conjuntos de normas e incluso verán el mundo de dis-tinta manera y lo describirán en distinto lenguaje. El propósito de los argumentos y discusiones entre defensores de paradig-mas rivales debe ser persuadir y no coaccionar.

Una revolución científica corresponde al abandono de un para-digma y a la adopción de otro nuevo, no por parte de un científi-co aislado sino por parte de la comunidad científica en su totali-dad. A medida que se convierten más científicos, por diversas razones, al paradigma, hay un creciente cambio en la distribu-ción de las adhesiones profesionales. Para que la revolución tenga éxito, este cambio ha de extenderse hasta incluir a la mayoría de los miembros de la comunidad científica, quedando sólo unos cuantos disidentes, los cuales serán excluidos de la nueva comunidad científica.

4.3 Función de ciencia normal y revoluciones

Si todos los científicos fueran y siguieran siendo científicos normales, una determinada ciencia se vería atrapada en un solo paradigma y nunca progresaría más allá de él. Desde el punto de vista Kuhniano, este sería un grave defecto. Un paradigma entraña un determinado marco conceptual a través del cual se ve el mundo y en el cual se le describe, y un determinado con-junto de técnicas experimentales y teóricas para hacer que el paradigma se compagine con la naturaleza y la cultura. Pero no hay ninguna razón a priori para esperar que un paradigma sea

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perfecto o que sea el mejor del que se dispone. No hay proce-dimientos inductivos o deductivos que permitan llegar a para-digmas perfectamente adecuados. En consecuencia, la ciencia debe contener dentro de sí la manera de pasar de un paradig-ma a otro mejor. Esta es la función que cumplen las revolucio-nes, usualmente iniciadas y sostenidas por aquellos científicos con formación filosófica e inquietudes epistemológicas. Todos los paradigmas serán inadecuados en alguna medida por lo que se refiere a su compaginación con la naturaleza o la cultura. Cuando se desarrolla una crisis, el paso revolucionario de re-emplazar todo el paradigma por otro resulta esencial para el progreso efectivo de la ciencia.

Chalmers (2001:140) señala que su alternativa al “progreso acumulativo que es la característica de las concepciones induc-tivistas de la ciencia es el progreso a través de las revoluciones. Según los inductivistas, el conocimiento científico aumenta con-tinuamente a medida que se hacen observaciones más nume-rosas y más variadas, permitiendo que se formen nuevos con-ceptos, que se refinen los viejos y que se descubran entre ellos nuevas y justas relaciones. Desde el particular punto de vista de Kuhn, no es un error, porque ignora el papel que desempeñan los paradigmas guiando la observación y la experimentación. Es precisamente porque los paradigmas tienen esa influencia per-suasiva sobre la ciencia que en ellos se practica por lo que su reemplazo por otro debe ser revolucionario”.

Los diferentes científicos o grupos de científicos bien pueden interpretar y aplicar el paradigma de un modo algo diferente. Enfrentados a la misma situación, no todos los científicos toma-rán la misma decisión ni adoptarán la misma estrategia. Eso tiene la ventaja de que se multiplicará el número de estrategias intentadas. Así, los riesgos se distribuyen por toda la comunidad científica en cuestión y las probabilidades de tener éxito a largo plazo aumentan, y así se presentan más oportunidades para lograr un desarrollo científico sostenido.

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5. DESARROLLO CIENTÍFICO

Kedrov y Spirkin (2001:5) definen la ciencia como un concepto “utilizado para designar tanto el proceso de elaboración de los conocimientos científicos, como todo el sistema de conocimien-tos confirmados por la práctica y que representan la verdad objetiva, así como para expresar las distintas esferas de los conocimientos científicos, las distintas ciencias”. Así, se concep-tualiza la ciencia como un complejo fenómeno social que tiene muchas facetas y se halla ligado a otros muchos fenómenos de la vida social. La aparición de la ciencia y su desarrollo es una parte inseparable de la historia general de la humanidad. Si la ciencia no puede desarrollarse al margen de la sociedad, tam-poco ésta puede existir, en un elevado nivel de su desarrollo sin la ciencia. El sentido histórico del nacimiento y desarrollo de la ciencia reside en satisfacer las necesidades de la vida social. Sobre la elección del objeto de investigación científica, la orien-tación y ritmos del desenvolvimiento de la ciencia, y el carácter de sus frutos, influyen muchos factores sociales: las necesida-des de la producción material, la práctica político-social, el ré-gimen económico de la sociedad, el carácter de la concepción del mundo dominante, las distintas formas de la conciencia so-cial, el nivel de desarrollo de la producción, la técnica, la cultura y la educación, así como la lógica interna del mismo conoci-miento científico.

5.1 Regularidades del desarrollo científico

Se consideran como regularidades más importantes del progre-so de la ciencia las siguientes:

A. La dependencia del desarrollo de la ciencia con respec-to a la práctica histórico-social. Esta es la principal fuer-za motriz a la fuente del avance de la ciencia.

B. La independencia relativa del desarrollo de la ciencia. Sean cuáles fueran las tareas concretas planteadas por la práctica científica, su solución sólo es realizable si se logra un determinado nivel de progreso en el proceso mismo del conocimiento de la realidad, proceso que se

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realiza con base en el tránsito consecuente del fenó-meno a la esencia y de la esencia menos profunda a una cada vez más profunda.

C. La sucesión en el desarrollo de las ideas y principios, de las teorías y conceptos, de los métodos y procedi-mientos de la ciencia, la indisolubilidad de todo el cono-cimiento de la realidad como un proceso unido interna-mente y orientado a un fin. Cada escalón superior en el desarrollo de la ciencia aparece sobre la base del esca-lón precedente, sobre la base de mantener todo lo va-lioso que ha sido acumulado con anterioridad. A medida que las verdades relativas van formando la “absoluta”21, la verdad (relativa) lograda en la etapa posterior resulta en correspondencia interna con la verdad menos com-pleta, alcanzada con anterioridad.

D. La gradualidad en el desarrollo de la ciencia, en la que se alternan períodos de desarrollo relativamente pacífi-co (evolutivo) y de transformación brusca (revoluciona-ria) de sus fundamentos teóricos, del sistema de sus conceptos y nociones (de la representación del mundo). El desarrollo evolutivo de toda ciencia es el proceso de la gradual acumulación de nuevos hechos, de datos ob-servables y sensibles en los marcos de las concepcio-nes teóricas existentes, en relación con lo cual tiene lu-gar la ampliación, precisión y reelaboración de las teo-rías, conceptos y principios ya adoptados con anteriori-dad. La evolución en la ciencia adviene cuando co-mienza el rompimiento radical y la reelaboración de las concepciones ya establecidas, la revisión de las teorías y principios fundamentales como resultado de la elabo-ración de nuevos datos, del descubrimiento de nuevos fenómenos que no caben en los marcos de las anterio-res concepciones. Pero, con todo, no es el contenido mismo de los anteriores conocimientos lo que es objeto

21 Se utiliza el término verdad absoluta como un ideal científico (no alcanzable) en el sentido que toda proposición, científica o no, tiene un grado de verdad proporcional a la completitud de su coherencia de significación con los diversos sistemas epistémicos de comunidades particulares al que pertenece.

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de rompimiento y abandono, sino su incorrecta interpre-tación.

E. La interacción e intervinculación de todas las ramas in-tegrantes de la ciencia, a resultas de lo cual el objeto de una ciencia puede y debe ser investigado con los méto-dos y procedimientos de las demás ciencias. Como re-sultado de ello se crean las premisas indispensables para descubrir de modo más complejo y profundo la esencia y las explicaciones teóricas de fenómenos cua-litativamente distintos. Esta interconexión de las ramas de la ciencia determina algunas particularidades de su desarrollo histórico.

F. La libertad de crítica, el examen sin obstáculos de los problemas discutibles o dudosos de la ciencia; la con-frontación abierta y libre de las distintas opiniones, Da-do que el carácter dialécticamente contradictorio de los procesos de la naturaleza y del hombre no es descu-bierto en la ciencia de súbito y directamente, en las opi-niones y concepciones en lucha se reflejan sólo algunos aspectos contradictorios de los procesos estudiados. Como resultado de esta lucha se supera la inevitable parcialidad inicial de los diferentes puntos de vista sobre el objeto de investigación y se elabora un punto de vista más adecuado a una realidad en particular.

La incomprensión en cuanto a la interrelación y la interpenetra-ción de los diversos métodos de la ciencia es la causa de distin-tas manifestaciones de parcialidad en los puntos de vista sobre el objeto de investigación; las más típicas de los cuales son: negación de la aplicabilidad de los métodos de unas ciencias al estudio de los objetos de otras; o al contrario, la negación de la especificidad e incluso de la existencia misma del objeto de una ciencia con base en que puede ser objeto de estudio, emplean-do los métodos de las demás ciencias.

Todo intento encaminado a paralizar la libertad de crítica y la discusión científica, encadenando la ciencia a una sola perspec-

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tiva epistemológica22 como la única verdadera y que no admite discusión, la llevaría a su estancamiento.

Finalmente, toda actitud administrativa en la esfera de la cien-cia, la sustitución de la argumentación científica por decretos y medidas organizativas, el monopolismo y la prohibición de la libre discusión, o su reducción a la derrota organizada de ante-mano de unos puntos de vista indeseables para imponer otros, así como otros fenómenos inherentes al culto a una perspectiva epistemológica considerada como la única válida, son incompa-tibles con la verdadera ciencia y entrañan grandes peligros para ella.

5.2 Lugar de la filosofía en el sistema de las ciencias

El problema de la interrelación entre la filosofía y las ciencias constituye el núcleo de toda la historia de la clasificación de éstas, la cual puede ser dividida en tres etapas:

A. A la ciencia indivisible de la antigüedad y parte de la Edad Media,

B. A la diferenciación de las ciencias entre los siglos XV y XVIII (división analítica de los conocimientos en ramas independientes), y

C. A su integración, iniciada en el siglo XIX (reconstitución sintética, agrupación de las ciencias en un sistema úni-co de conocimientos).

En cada una de estas etapas históricas se fueron formulando, en lo esencial por vía distinta, las interrelaciones entre la filoso-fía y las ciencias, en correspondencia con lo cual se definió también de modo distinto el objeto mismo de la filosofía.

22 Por perspectiva epistemológica se entiende el punto de vista del investigador sobre la situación del conocimiento y su interrelación con los diversos aspectos estructurales, ontológicos y filosóficos de la tarea científica.

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En la primera etapa, la filosofía incluía todas las ramas del co-nocimiento. En la filosofía natural única, lo general absorbía y disolvía por completo lo particular. En la segunda etapa, en virtud de la diferenciación que se había iniciado entre las cien-cias y la filosofía, se fueron desprendiendo sucesivamente de esta última, una tras otra (al principio las matemáticas, la mecá-nica y la astronomía; después, la física y la química; posterior-mente, la biología y la geología; y, por último, la antropología, la psicología y las ciencias sociales; estas últimas se incorporaron a la filosofía bajo el aspecto de sociología).

Pero la tendencia a la diferenciación llevó en determinadas condiciones históricas a la negación de la filosofía, en general, como ciencia independiente, al intento de disolverla en las cien-cias, como se reflejó en el positivismo23. Ambas concepciones extremas, erróneas totalmente acerca de la correlación existen-te entre la filosofía y las ciencias, se mantuvieron durante la tercera etapa, cuando se inició la tendencia a la síntesis de las ciencias. Esta tendencia tenía un carácter dialéctico: se apoya-ba en los resultados de la precedente diferenciación de los co-nocimientos y expresaba la necesidad de establecer entre ellos una conexión interna. Es más, fue estimulada directamente, por el continuo proceso de diferenciación de las ciencias, comen-zando con la creación de la atomística química y, en particular, con el descubrimiento de la ley de conservación y transforma-ción de la energía. Las nuevas ramas del conocimiento (teoría mecánica del calor, teoría cinética de los gases, astrofísica, química física, en especial la electroquímica y la termodinámica química, la bioquímica, la biofísica, y varias otras más) fueron punto de enlace entre las ciencias, antes dispersas, y llenaron el vacío que existía entre algunas ciencias, con lo cual llevaba a cabo la síntesis de las ciencias en un sistema único. De este modo, ambas tendencias contrapuestas del desarrollo científico (la diferenciación de las ciencias y su integración) constituían una unidad dialéctica.

23 Se empleó el término positivismo por primera vez para definir la doctrina de Auguste Comte (1798-1857), según la cual, la forma de conocimiento suprema es una simple descripción de los fenómenos considerados como sensibles.

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Este carácter dialéctico del desarrollo de las ciencias se expre-só también en las relaciones entre la filosofía y las ciencias: la necesidad de contacto más estricto entre ellas se hizo evidente a mediados del siglo XIX, al revelarse la inconsistencia de la vieja filosofía natural y del positivismo, de moda por ese enton-ces.

La filosofía proporcionó a las ciencias naturales el “método de conocimiento científico”24, le indicó el modo de abordar el estu-dio de los fenómenos, así como la teoría general de su conoci-miento. A su vez, los avances de las ciencias naturales le serví-an a la filosofía de material concreto para hacer generalizacio-nes, para elaborar el método indicado y la teoría del conoci-miento, es decir, para su enriquecimiento ulterior. Así, la filoso-fía mantuvo el campo de la dialéctica y la lógica mientras todo lo demás pasó a formar parte de las ciencias naturales y sociales. Durante este proceso constante de diferenciación e integración de las ciencias, como evolución social de la investigación, los medios utilizados para concretar dicho desarrollo también fue-ron modificándose.

6. MEDIOS DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

La ciencia se forma históricamente como un proceso especial del conocimiento. Durante un largo período de desarrollo sufren cambios todos los elementos fundamentales que constituyen el proceso de conocimiento. En el transcurso del desarrollo de la ciencia:

A. La actividad cognoscitiva en la ciencia es realizada por grupos de personas que conforman comunidades espe-

24 El llamado método científico se basa en la elaboración y verificación de hipótesis mediante el proceso de experimentación, con la finalidad de establecer relaciones causales entre fenómenos directamente ob-servables a partir de la aceptación o rechazo de teorías ya estableci-das.

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cializadas. En esto radica su diferencia esencial del proceso empírico-espontáneo del conocimiento25. El desarrollo del proceso de conocimiento en forma cientí-fica se convierte en el fin social de estas comunidades. La actividad cognoscitiva de los científicos comienza a realizarse en forma de investigación. La historia del de-sarrollo de la ciencia es al mismo tiempo la historia de esta forma compleja de actividad.

B. En la ciencia se crean y se elaboran los medios del co-nocimiento:

a. Materiales: diversos aparatos, instalaciones ex-perimentales, etc.

b. Matemáticos: métodos de cálculo, teorías ma-temáticas, etc.

c. Lingüísticos y lógicos: diferentes lenguajes arti-ficiales, reglas de la estructura de las definicio-nes elaboradas en la lógica de demostración.

“La creación y el perfeccionamiento de estos medios de cono-cimiento y la elaboración de los métodos especiales de su utili-zación, desempeñan un importante papel en el desarrollo de la ciencia; con ellos está relacionada la formación de la actividad científico-investigativa, la obtención y comprobación de los hechos, de los conocimientos, y las soluciones constructivas en la ciencia” (Academia de Ciencias de Cuba, 1985:170).

En el proceso empírico-espontáneo del conocimiento, no exis-ten los medios especiales que permiten modificar los objetos a fin de conocerlos. Las diversas transformaciones de los objetos con la ayuda de los instrumentos de trabajo son al mismo tiem-po las fuentes fundamentales del conocimiento. La acción prác-tica encaminada a crear los objetos de uso con un fin cognosci-

25 El proceso empírico-espontáneo del conocimiento se basa en dos importantes peculiaridades epistémicas: a) la obtención de conocimien-tos no deviene una forma independiente de actividad, está entrelazado con las diferentes formas de acción práctica que conlleva la transfor-mación de los objetos de trabajo; y b) el objetivo fundamental del acto cognoscitivo es en la solución de los problemas y la superación de las dificultades con que tropieza el hombre en la actividad práctica.

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tivo, no está separada aún. Precisamente en esto consiste una de las causas principales del lento desarrollo del proceso empí-rico-espontáneo del conocimiento.

6.1 Medios materiales del conocimiento

Los medios materiales del conocimiento, especialmente crea-dos en la ciencia para el estudio de los objetos, superó en gran medida estas limitaciones. La posibilidad y la necesidad de la creación de dichos medios fueron importantes logros en la his-toria de la ciencia. Su punto de partida es, sin duda, el proceso de trabajo. Ya en los más primitivos procesos de trabajo realizó un importante papel el elemento constructivo: los instrumentos de trabajo se ponen en interacción con los objetos de la natura-leza; y dichos instrumentos de trabajo, por lo general, existieron en condiciones naturales, independientemente de los fines y de la actividad práctica del hombre. Sin embargo, en cualquier proceso de trabajo, la actividad constructiva dirigida hacia la búsqueda de nuevas interacciones, de cambios en los instru-mentos de trabajo, estaba supeditada a la creación de los obje-tos de consumo. En ninguna época los hombres pudieron pres-cindir de este papel decisivo del proceso de trabajo.

Los medios materiales del conocimiento se crean especialmen-te con el propósito de estudiar los objetos de la naturaleza y de la cultura. A este fin se supedita toda actividad constructiva para transformarlos, perfeccionarlos, ampliar la esfera de su aplica-ción, etc. En el desarrollo de la ciencia surge la necesidad de creación y utilización de dichos medios del conocimiento. En la historia de las ciencias es posible observar que, para la solución de cualquier problema, fue necesario crear o perfeccionar los aparatos, estructuras, instrumentos, etc.

Todos los medios materiales del conocimiento constituyen cons-trucciones especiales que permiten resolver tareas concretas:

A. Cambiar el comportamiento de los objetos para mostrar sus características, dependencias, condiciones de con-servación o desaparición, etc.

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B. Medir las diferentes características cuantitativas de los objetos estudiados.

C. Observar sistemáticamente los objetos o sus caracterís-ticas sin intervenir directamente en su ser.

Los medios materiales del conocimiento permiten dividir y estu-diar sistemáticamente, con un fin determinado a los objetos y sus diversas características; reproducir repetidamente los cam-bios experimentales a través de cualquier condición dada; com-parar los resultados de la observación y de la medición; y con-trastar los supuestos establecidos con los resultados experi-mentales obtenidos.

La actividad cognoscitiva de los científicos en aquella época estaba dirigida, ante todo, hacia las esferas sociales en las cua-les se concentraban los intereses principales de los grupos do-minantes; la división y el control de la tierra, el ejército, la nave-gación, la dirección de aparato estatal, etc. Estos tipos de acti-vidad exigían experiencia y conocimientos especiales, y se con-virtieron en campo de aplicación de los conocimientos obtenidos en la ciencia.

6.2 Medios matemáticos del conocimiento

En la historia de la ciencia, las necesidades de las disciplinas empíricas estimularon activamente el desarrollo de la matemáti-ca. En la ciencia actual, algunos científicos pueden tomar parte en la elaboración de los métodos matemáticos; sin embargo, los nuevos métodos formalistas se crean ante todo por los repre-sentantes de la llamada “matemática pura”. Dentro de la misma matemática se forman nuevas direcciones; así como en otras ciencias, la profesionalidad de la investigación es condición necesaria para la obtención o la fundamentación de nuevos resultados. Los investigadores que se ocupan del estudio de los objetos naturales o culturales, pueden tomar los métodos ma-temáticos ya elaborados, mas para esto deben seguir el desa-rrollo de la matemática; necesitan saber qué se ha hecho ya en las ciencias matemáticas y encontrar métodos, ideas y resulta-

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dos tales, que sean de posible empleo para la solución de los problemas concretos de sus ciencias.

6.3 Medios lógico-lingüísticos del conocimiento

En el desarrollo de las ciencias desempeñaron un importante papel la utilización y elaboración de los medios lógico-lingüísticos del conocimiento. Desde Aristóteles, los lógicos estudian esmeradamente la actividad pensante del hombre. Especial atención se da al proceso de construcción de las de-mostraciones utilizadas en la ciencia, a modo de interrelación y afirmación de los conceptos en un armónico sistema de cono-cimientos o en cualquier esfera de objetos. Baldovinos (1998:49) señala que “el lenguaje científico, consistía, ---y con-siste--- en describir mediante el empleo de palabras adecuadas, ciertos fenómenos en sus varios momentos, determinando sus relaciones tanto recíprocas como constitutivas del propio fenó-meno, aun cuando el problema considerado no pudiera expli-carse en su complejidad inmediata, en todo el conjunto de las relaciones que lo constituyen, sino parcialmente según los co-nocimientos que paulatinamente fueran obteniéndose.” En cual-quier investigación, el científico no sólo tiene que construir los razonamientos, sino controlar este proceso, el carácter de la utilización de los medios lingüísticos para la construcción de las demostraciones y otras deducciones o inducciones. La comple-jidad de la actividad cognoscitiva en la ciencia, mostró que era importante apoyarse en la intuición y la experiencia. En cual-quier razonamiento científico se utilizan estructuras lingüísticas, en las cuales, sobre la significación de las proposiciones, los conceptos y los signos, influyen diversas asociaciones, así co-mo los matices de las construcciones lingüísticas, etc. Para el efectivo control del proceso de construcción de las deducciones, inducciones, conclusiones, demostraciones y confirmaciones, se necesita una teoría que estudie especialmente la estructura de este proceso, las premisas y condiciones que influyen en los resultados obtenidos. Solamente de este modo es posible en-contrar y eliminar los argumentos aceptados intuitivamente, sin sentido crítico, y las inconsecuencias lógicas. Para comprobar lo correcto de la demostración es necesario analizar todos los pasos lógicos en este proceso. Dichas teorías se elaboran en la

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lógica. En la historia de la ciencia, estas teorías cambiaron. Sin embargo, todas ellas resolvieron importantes problemas:

A. ¿Qué estructura de los razonamientos lógicos y cuáles normas deben satisfacer los procesos de construcción de las conclusiones, demostraciones y confirmaciones en la ciencia?

B. ¿Hasta qué punto el sentido de los conceptos y térmi-nos científicos depende del carácter de los métodos ló-gicos y, por consiguiente, de la comprensión y utiliza-ción de los resultados de la actividad cognoscitiva, de los hechos y conocimientos científicos?

C. ¿De qué forma son usados los medios lógicos y lingüís-ticos para la vinculación de las diversas formulaciones en un sistema armonioso de conocimientos, que posibi-lite la comprensión de los objetos estudiados y permita obtener las conclusiones para la explicación y predic-ción de los hechos?

D. ¿De qué forma pueden hacerse concordar unos siste-mas de conocimientos con otros?, etc.

La lógica actual, en comparación con la tradicional, dio un gran paso de avance en la elaboración de los medios lógicos del conocimiento. La construcción y estudio de diversos sistemas simbólicos permitieron llegar a un importante resultado: la posi-bilidad de elaborar modos de construcción de las conclusiones, en forma de una secuencia especial de símbolos, organizados por un riguroso sistema de reglas. Este descubrimiento lleva a una considerable ampliación de la esfera de aplicación de los medios lógicos del conocimiento. Se descubrió la posibilidad de construir diversas máquinas computadoras y utilizarlas en la investigación científica y otras esferas como medio de automati-zación del trabajo intelectual. Se hacen intentos de elaborar nuevos sistemas formales, junto a los utilizados en las matemá-ticas, en el análisis teórico de complejos procesos y en la bús-queda de nuevas posibilidades teóricas.

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6.4 Desarrollo de la propia ciencia

La ciencia, a diferencia del proceso empírico-espontáneo del conocimiento, comienza a estudiar, no sólo aquellos objetos con los cuales el hombre tiene que ver en su actividad práctica coti-diana, sino los diversos objetos que aparecen en el curso del desarrollo de la propia ciencia.

En la historia de la ciencia la separación y estudio de unos obje-tos siempre conlleva la separación y análisis de otros objetos. La ciencia no sólo explica aquello que el hombre utiliza prácti-camente, como las diferentes formas del movimiento mecánico, el calor, la luz, los procesos de fermentación, las reacciones químicas aisladas, etc.; sino que descubre nuevos objetos y, consecuentemente, la posibilidad de su utilización práctica en la creación de bienes de consumo y en la transformación de la naturaleza circundante y de la propia cultura.

En la ciencia, las diversas disciplinas estudiadas se describen y explican con la ayuda de sistemas especiales de categorías. Sin ellas es imposible formular los problemas, describir los objeti-vos, llevar a cabo el estudio sistemático a un fin, fundamentar lógicamente y comprobar empíricamente los resultados obteni-dos, los hechos y los conocimientos. En el transcurso del desa-rrollo de la ciencia los investigadores toman conciencia de la importancia de semejantes sistemas de categorías.

Esos resultados, hechos y conocimientos son sometidos a cui-dadoso estudio. Se formulan exigencias lógicas y gnoseológi-cas26 a los sistemas de conceptos, con ayuda de los cuales se expresa el conocimiento científico:

26 Las exigencias lógicas se refieren al modo aceptado por una comu-nidad científica de formular sus conceptos, postulados y presupuestos básicos del razonamiento científico; mientras las exigencias gnoseoló-gicas se refieren a las condiciones consideradas necesarias de origen, naturaleza, límites y validez para generar conocimiento científico.

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A. Los conceptos deben relacionarse con la disciplina con-creta, con las características asiladas, con los hechos establecidos, etc.

B. Deben ser, en principio, comprobables empíricamente, es decir, con ayuda de los medios elaborados por la ciencia y los medios del conocimiento es posible esta-blecer el grado de su autenticidad y exactitud.

C. Deben poseer un carácter sistemático o una dependen-cia lógica entre los conceptos del sistema de conoci-miento, lograda ésta última a través de medios cognos-citivos, lógicos y concretos.

La elaboración y formulación de estas exigencias se convierte en una necesidad excepcional en la ciencia. El desarrollo de ésta lleva a la división de las esferas de obtención y utilización de los conocimientos. En esto la ciencia se diferencia esencial-mente del proceso empírico-espontáneo del conocimiento.

En la ciencia, la actividad cognoscitiva es realizada por comuni-dades especializadas. Aquí surge una función completamente nueva: la transmisión de los conocimientos de quienes los ob-tienen a quienes los utilizan fuera de la ciencia. Por otra parte, en el transcurso del desarrollo de la ciencia, constantemente crece el volumen de los conocimientos que se utilizan para la obtención de nuevos conocimientos científicos.

La transmisión de los conocimientos, tanto para quien los utiliza fuera de la ciencia como en su aplicación para la obtención de nuevos conocimientos dentro de la misma ciencia, exige un estudio serio de los resultados de la actividad cognoscitiva de los científicos. En relación con esto, se elaboran los criterios lógico-gnoseológicos, de acuerdo con los cuales se aceptan o se rechazan los resultados. Sin estos criterios, es imposible utilizar estos resultados en la ciencia o fuera de ella para la creación y el perfeccionamiento de instrumentos de trabajo, la dirección de los hombres, etc.

Las interacciones y dependencias que se forman en la ciencia entre la actividad cognoscitiva de los científicos, los medios del

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conocimiento, los objetos o materias del mismo y los resultados de la actividad cognoscitiva, hacen de la ciencia un proceso relativamente independiente, Todos los factores y condiciones sociales, en última instancia, influyen sobre estos elementos de la estructura de la ciencia y sus dependencias. Los cambios en la ciencia se realizan en los marcos y sobre la base de su pro-pia estructura.

En la ciencia actual ocurren cambios que ejercen una gran in-fluencia sobre el carácter de la actividad cognoscitiva de los científicos. Su revelación y estudio es tarea de las investigacio-nes lógico-metodológicas. La división del trabajo realiza aquí un papel especialmente importante. Esto lleva a la formación:

A. De investigadores ocupados en resolver las tareas cog-noscitivas empíricas (planeación y realización de las observaciones, mediciones y experimentos; transforma-ción práctica de los objetos para conocerlos; comproba-ción experimental de las hipótesis o elaboración de constructos teóricos acerca del mundo natural y cultu-ral, etc.

B. De investigadores ocupados en la solución de tareas teóricas; búsqueda y fundamentación de las nuevas orientaciones del desarrollo de la ciencia, elaboración y modificación de las hipótesis y teorías, construcción, armonización y formulación de leyes, estudios críticos de las soluciones propuestas para los problemas, etc.

C. De investigadores ocupados en la elaboración de los medios materiales, matemáticos o lógico-lingüísticos del conocimiento.

Esta división del trabajo científico crea nuevas condiciones, antes no conocidas, para la actividad cognoscitiva de los cientí-ficos. Entre estas comunidades científicas surgen dependencias que influyen en el desarrollo de toda la ciencia actual. En las condiciones de la división del trabajo científico, los resultados de la actividad cognoscitiva de determinados grupos de investi-gadores llegan a ser punto de partida para la actividad cognos-citiva de otros. La efectiva utilización de dichos resultados pre-

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supone el acuerdo mutuo, por lo menos en los siguientes pun-tos esenciales:

A. ¿Qué son los hechos? B. ¿Cuáles exigencias deben satisfacer la formulación y

concordancia de los conocimientos teóricos y empíricos en la ciencia?

C. ¿Cuáles son las exigencias normativas para la intro-ducción y precisión de los términos y conceptos, para la elaboración de definiciones, conclusiones, demostra-ciones y confirmaciones?

D. ¿Cuáles exigencias debe plantearse a la construcción de las distintas formas de explicación científica y a los métodos de comprobación empírica?

E. ¿Cuáles condiciones debe satisfacer la formulación de los problemas científicos?

Precisamente por eso la actividad cognoscitiva de los científicos y sus resultados tienen que ser objeto de un cuidadoso estudio en las actuales investigaciones filosóficas.

6.5 Actividad cognoscitiva en la ciencia

Tanto la actividad cognoscitiva en el proceso empírico-espontáneo del conocimiento, o la actividad cognoscitiva coti-diana del hombre27 como la actividad cognoscitiva en la ciencia o la investigación científica, están dirigidas a la superación y estudio de los objetos naturales y artificiales. Estos objetos se convierten en objetos del conocimiento. Pero en los modos de separación de estos objetos y en la forma de su inserción en el proceso de conocimiento, se presentan importantes diferencias.

La investigación científica se distingue de la actividad cognosci-tiva cotidiana por su carácter sistemático y dirigido a un fin. La investigación orientada hacia la solución del problema científico

27 Algunas veces se utilizan los conceptos conocimiento común, expe-riencia cotidiana del hombre y otros; en este trabajo se utiliza el con-cepto de actividad cognoscitiva cotidiana.

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no se detiene en los conocimientos obtenidos durante la solu-ción de tareas y dificultades prácticas. Todo problema científico se formula conscientemente como un fin que ha de ser alcan-zado en el transcurso de la investigación; a su solución se su-pedita toda la acción cognoscitiva del científico. Del problema depende, en gran medida, el carácter de la actividad cognosciti-va.

La formulación del problema científico es una actividad cognos-citiva muy compleja del investigador. Frecuentemente, en la ciencia, la formulación correcta del problema se convierte en estímulo para nuevas investigaciones. La toma de conciencia y la formulación de cualquier nuevo problema es una demostra-ción del progreso de la ciencia. Por otra parte, los científicos nunca renuncian a los problemas no resueltos. Cada nueva generación de investigadores vuelve a ellos una y otra vez, los estudian y algunas veces vuelven a ellos al incluirlos en las nuevas investigaciones. El problema científico se puede anali-zar como la búsqueda de algún resultado. Usualmente se for-mulan preguntas de investigación que guían todo el proceso lógico-gnoseológico de la ciencia.

Cualquier problema científico presupone un momento dado en el cual todavía no son conocidos el camino, los métodos y los medios de su solución. Por ello, al formular el problema científi-co, el investigador debe estudiar si éste tiene solución, para lo cual debe saber qué exigencia tiene que satisfacer el problema en cuestión y en qué se diferencian los problemas científicos de los problemas que se analizan en sistemas especulativos de razonamiento, por ejemplo, los teológicos. En la comprensión de estos problemas se cuenta, ante todo, con la preparación del investigador. Frecuentemente tiene que emplear en su solución gran cantidad de tiempo y de fuerzas. Su objeto de estudio será entonces el problema, así como las exigencias planteadas a su formulación, y no los fenómenos mecánicos, físicos, químicos, biológicos, sociales, etc.

Cualquier problema científico debe ser formulado en los con-ceptos de la ciencia, es decir, partiendo de los sistemas de co-

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nocimientos científicos ya elaborados. El investigador, indepen-dientemente de los nuevos hechos, causas y orientaciones que trate, deberá partir en última instancia de los conocimientos establecidos que se refieren a los fenómenos estudiados, de los distintos métodos utilizados para el estudio y explicación de los fenómenos.

Los conocimientos establecidos cumplen una importante fun-ción: con su ayuda cualquier problema científico se puede coor-dinar con los objetos presupuestos o construidos. Cualquier problema científico, que por principio admite solución, siempre presupone la utilización de métodos y medios científicos del conocimiento. Por eso, junto al análisis de los conocimientos, el investigador tiene que estudiar los métodos y los medios del conocimiento, el carácter y grado del dominio práctico de de-terminado grupo de fenómenos, las posibilidades cercanas o lejanas de solución del problema científico. Independientemente de otras cuestiones, resulta imposible afirmar algo si el proble-ma dado no es soluble. La historia del desarrollo de la ciencia y la aplicación práctica de los conocimientos científicos realiza aquí un papel excepcionalmente importante. Por ejemplo, hace tiempo está establecido que no es posible crear un motor de actividad perpetua y consecuentemente no es razonable formu-lar nuevos problemas relacionados con su creación o con la búsqueda de algunas posibilidades de su construcción todavía no estudiadas. Esto se basa no sólo en la gran cantidad de intentos prácticos fallidos para construir un motor perpetuo, sino también en los cálculos teóricos que se fundamentan cada vez más con la ampliación de los conocimientos. Frecuentemente los nuevos problemas en la ciencia conducen a una seria revi-sión de las representaciones existentes. En tales casos, la posi-bilidad o imposibilidad de solución de nuevos problemas con-fronta grandes dificultades. Sin embargo, la repuesta a estas preguntas es completamente necesaria; de ella dependerá la atención que los investigadores presten a dichos problemas.

En dependencia del carácter de los objetos estudiados y espe-cialmente del carácter de los problemas a solucionar en la cien-cia, se pueden distinguir tres formas fundamentales de investi-gación:

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A. Investigaciones teóricas fundamentales. Los problemas científicos solubles en tales investigaciones son particu-larmente complejos. Están dirigidos a la búsqueda de nuevas ideas, caminos y métodos de conocimientos y de explicaciones. Su solución, como regla, exige un profundo análisis de los sistemas de conocimiento cien-tífico ya elaborados, es decir, de las teorías, leyes, hipó-tesis, estudios críticos de las posibilidades gnoseológi-cas, de los métodos y medios del conocimiento utiliza-dos. También se presta gran atención a la fundamenta-ción de los nuevos problemas.

B. Investigaciones teóricas dirigidas a un fin. Como regla, aquí el científico tiene que ver con problemas teóricos ya formulados. Sus esfuerzos pueden ser dirigidos hacia el estudio crítico de las soluciones antes propues-tas, a la modificación, precisión o comprobación empíri-ca de las leyes, teorías e hipótesis aceptadas en las ciencias. En el desarrollo de cualquier ciencia esta for-ma de investigación desempeña un papel muy impor-tante. En este caso la atención de una gran cantidad de investigadores se concentra, en última instancia, en la distinción entre los conocimientos científicos estableci-dos y todo el volumen de información de los objetos es-tudiados. Precisamente aquí se traza una línea divisoria entre los conocimientos verificados y los hipotéticos, y se toma conciencia de los nuevos problemas, y nuevos “puntos de crecimiento”. Sin esta forma de investiga-ción, en la ciencia no serían posibles las investigacio-nes teóricas fundamentales.

C. Investigaciones aplicadas dirigidas a la utilización prác-tica de las leyes y teorías formuladas. Estas investiga-ciones tienen los más diversos fines: buscar métodos de utilización de fuentes de energía nuevas o ya cono-cidas; crear nuevo medios de trabajo, nuevos medios materiales del conocimiento, nuevas sustancias, etc. No es difícil comprender que las investigaciones aplicadas no sólo son importantes para el desarrollo de la econo-mía nacional, sino para el desarrollo de la misma cien-cia. Éstas exigen esfuerzos excepcionalmente minucio-sos y la creación de grandes colectivos de científicos.

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Frecuentemente conducen a nuevos descubrimientos científicos. El vínculo entre las investigaciones científi-cas fundamentales y dirigidas a un fin, de una parte, y las investigaciones aplicadas, de otra, es cada vez más complejo en la ciencia actual28.

En la investigación científica, la delimitación de las tareas cog-noscitivas desempeña un importante papel. Las tareas cognos-citivas, en forma más general, se pueden determinar como eta-pas necesarias en el camino de la solución de los problemas científicos. Se formulan a manera de orientaciones concretas dirigidas a un fin, gracias a las cuales la solución de los proble-mas se descompone en etapas cognoscitivas separadas, reali-zadas con una secuencia conscientemente determinada y con ayuda de los correspondientes métodos del conocimiento.

6.6 Sustitución y lucha de teorías

Una amplia visión del desarrollo del conocimiento científico muestra la presencia en él de dos tendencias: en primer lugar, la tendencia al crecimiento de una multiplicidad de teorías y, en segundo lugar, la tendencia a la formación de una teoría gene-ral unificada. Partiendo de la primera tendencia, de la tendencia a la fragmentación de las teorías científicas, a la creación de formaciones teóricas cerradas y autónomas, el desarrollo del conocimiento científico se muestra como el proceso de separa-ción de las formas cognoscitivas, por su adquisición de inde-pendencia y aislamiento. La segunda tendencia, hacia una teo-ría unificada, también puede situarse en la base de las concep-ciones del desarrollo científico, el cual desde estas posiciones, se considera el movimiento hacia una teoría generalizada como la superación del asilamiento de las formas cognoscitivas y como síntesis de las teorías que antes se consideraban autó-nomas.

28 En este trabajo no entra el análisis de los llamados descubrimientos casuales. Sin embargo, se debe señalar que estos descubrimientos son casuales en la ciencia sólo en relación con determinados fines concretos de la actividad cognoscitiva de los investigadores.

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Estos dos procesos: la formación de un conjunto de teorías asiladas y el movimiento hacia una teoría generalizadora, no están separados entre sí, pues constituyen dos etapas en el desarrollo del conocimiento científico. La hipertrofia de cualquie-ra de ellos conduce a una explicación unilateral del desarrollo del conocimiento científico, a la conversión de uno solo de los aspectos del progreso científico en modelo de desarrollo de la ciencia. Dentro de la filosofía de las ciencias, a partir del siglo XIX, se han venido formando dos formas principales de explicar el desarrollo del conocimiento científico, una de las cuales abso-lutiza la tendencia a la divergencia de las teorías científicas, mientras que la otra se fundamenta en la idea de la convergen-cia de los sistemas teóricos.

El proceso de desarrollo del conocimiento científico no se detie-ne aquí, ni se limita a la creación de un conjunto de teorías competitivas. Después del período de desmembramiento del conocimiento en varias contrateorías, surge y se toma concien-cia de la necesidad de una síntesis teórica de las diferentes teorías. Este intento por crear una nueva integridad sistemática, se manifiesta de diversas maneras, en particular, en los ele-mentos de una exposición sistematizada de la teoría, donde el acento recaiga sobre la secuencia lógico-formal de la exposi-ción. Una auténtica síntesis teórica está ligada a la creación de una teoría más general que incluya como sus momentos unila-terales y abstractos las teorías anteriores.

6.7 Sustitución de estilos de pensamiento

La teoría marxista de las ciencias, que subraya la importancia del estudio de las teorías concurrentes, sus relaciones mutuas y sus luchas entre sí, presta también atención al hecho de que independientemente del carácter contradictorio de las diferentes teorías, existen determinadas ideas fundamentales que unifican estas teorías en los marcos de un determinado período, y que caracterizan toda época en el desarrollo científico. Estos princi-pios fundamentales, en los cuales se basa una cierta secuencia o conjunto de teorías, se conservan durante el tránsito de un

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sistema teórico a otro aunque, como es natural, modificándose y adquiriendo en cada caso una forma específica.

Estas ideas fundamentales, que garantizan la sucesión en el desarrollo del conocimiento científico y que pueden compararse con las invariantes de un grupo de transformaciones, constitu-yen las características decisivas de un determinado estilo de pensamiento. El análisis de estas ideas fundamentales, de las tendencias generales del pensamiento, que se modifican muy lentamente y forman determinados períodos filosóficos con ideas características en todas las ramas de la actividad huma-na, incluyendo las ciencias, constituyen uno de los problemas más importantes del análisis teórico del desarrollo del conoci-miento científico.

La constitución de un determinado estilo de pensamiento está relacionada con las transformaciones de determinada teoría, que posibilita, en una cierta etapa del conocimiento, su mayor desarrollo, convirtiéndose en patrón para el estudio de todas las demás formas del conocimiento, en norma y ejemplo, de con-formidad con el cual se construyen los modos de explicar la realidad, los métodos de investigación y los métodos de exposi-ción de los resultados de las búsquedas científicas. Esta con-versión de la teoría en patrón y norma del conocimiento científi-co, presupone la realización de una reflexión filosófico-metodológica acerca de sus fronteras y posibilidades, y de las reglas y métodos de su elaboración. Sólo sobre la base de esta reflexión acerca de los principios de construcción de la teoría, y gracias a ella utilizada como fundamento de la institucionaliza-ción de la ciencia, es que puede convertirse en paradigma, ca-racterizar un determinado estilo de pensamiento y proponer ciertos principios de explicación de la realidad.

La evolución del conocimiento científico dentro de un determi-nado estilo de pensamiento constituye un proceso de amplio desarrollo de los principios básicos del estilo dado, la aplicación de las ideas fundamentales de partida y de los modos de pen-samiento a nuevas zonas empíricas, así como el desarrollo del núcleo interior de la teoría en un programa investigativo y una

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determinada secuencia de teorías. A medida que las teorías que forman el núcleo interior del estilo de pensamiento entran en conflicto con los hechos que la contradicen, a medida que la teoría hace surgir hipótesis ad hoc, comienza a hacerse cons-ciente de la necesidad de modificar el sistema conceptual que sirve de norma para un determinado período de desarrollo de la ciencia. Comienza un período de crisis para el anterior estilo de pensamiento, la descomposición de las normas y reguladores metodológicos a los cuales estaba subordinada la ciencia en el período anterior. Este proceso concluye con la reconstrucción radical de todo el aparato conceptual y metodológico, con la formación de un nuevo estilo de pensamiento, en cuyos marcos se desenvuelve el conjunto de teorías. Este proceso de meta-morfosis radical en el estilo de pensamiento se denomina pro-ceso de revolución científica.

Este concepto de revolución y cambio paradigmático en las comunidades científicas abre la posibilidad de desarrollo cientí-fico como la regionalización de la actividad cognoscitiva espe-cializada y, por ende, posibilita la realización de una ciencia latinoamericana.

7. POSIBILIDAD DE UNA CIENCIA LATINOAMERICANA

La cultura científica29 tiene dos expresiones principales: cuando está en proceso de elaboración, mediante la actitud creativa del investigador que la produce para enfrentar con ella la naturaleza de una comunidad científica y el trabajo en ella; y cuando crea-da y consolidada su estructura se constituye en hábitos, usos y costumbres transmitiéndose posteriormente a sucesivas gene-raciones de investigadores que la reciben y la viven sin haber tenido ninguna participación en su gestión. En el primer caso, la

29 Por cultura científica se entienden los valores intrínsecos de una comunidad de investigadores, por un lado; y los medios de ésta, por otro, es decir, los instrumentos, costumbres e instituciones de los gru-pos de científicos, o la utilización de tales medios.

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cultura científica proporciona todo el repertorio de instrumentos y soluciones que permiten al científico vencer el medio en que se mueve y hacer de la historia su naturaleza; en el segundo, se sobrepone a la vida individual, hasta que el investigador se re-bela contra ella, niega su valor y decide construir sus propios instrumentos para enfrentar los nuevos problemas. Esa rebeldía contra la imposición de la cultura científica dominante, que de-termina el trabajo de investigación en un país determinado, es una crisis histórica. Éstas se suceden en forma cíclica. Sin em-bargo, esta negación del sistema epistémico30 anterior es una negación dialéctica que no suprime lo que niega sino que lo supera. Ese sedimento de los procesos históricos es el patrimo-nio de las comunidades científicas.

Al intentar una reflexión sobre la posibilidad y el sentido de una ciencia latinoamericana brota una serie de interrogantes que es preciso responder para su conveniente formulación y para ubi-carse adecuadamente ante el asunto. Tal propósito lleva uno a plantearse cuestiones fundamentales de la propia filosofía de la ciencia. Del mismo enunciado del tema surge una primera pre-gunta: ¿es posible hablar de una filosofía de la ciencia latinoa-mericana desde una perspectiva regional y por lo mismo históri-co?

La validez de una filosofía de la ciencia adquiere su verdadero peso cuando la realidad (pensamiento y ser) entre como parte esencialmente integrante del quehacer del investigador.

7.1 Historicidad de la filosofía de la ciencia

¿Es la filosofía de la ciencia una categoría histórica sujeta a las leyes de la historia, a sus oscilaciones y pasiones, a sus com-promisos y situaciones; o es, por el contrario, una categoría estrictamente racional, metafísica y ahistórica la que define su naturaleza ontológica? En este punto se dividen los filósofos y

30 El sistema epistémico se refiere a la estructura e interrelación de un conjunto de principios y pautas de conducta que rigen la generación, conservación, depuración, transmisión y aplicación del conocimiento.

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los científicos; escisión desgarradora porque exige tomar parti-do y decidir.

Buscar uno u otro camino es determinación del filósofo de la ciencia, y es una decisión del científico. Pero además de ella e independientemente de ella, la filosofía de la ciencia, aun en los casos en que se le considera idea pura, sigue siendo historia, razón y pasión del investigador.

La acción científica misma actúa como categoría mediadora entre el sujeto y el objeto de estudio. La más estricta meditación ontológica sobre sujetos que podrían ser considerados metahis-tóricos, la reflexión sobre el ser, el ente o los valores, en cuanta acción de la inteligencia y de la conciencia, se encarnan en la historia. Al relacionarse el ser con la conciencia y la razón cien-tífica, se temporaliza y entra en la historia.

Con el Renacimiento surge el antropocentrismo31 y el nuevo humanismo sobre la base del hombre de la razón que sustituye al hombre de fe de la Edad Media, y pone en crisis los valores y la estructura de la sociedad y del ser humano del medioevo. Posteriormente, el racionalismo cartesiano estableció el co-mienzo y la naturaleza de la Edad Moderna, iniciando el domi-nio de la razón sobre todas las demás expresiones humanas. Este nuevo mundo fue producto también de las transformacio-nes socio-económicas, del desarrollo del comercio, de la Revo-lución Industrial y de la consolidación y desarrollo del capitalis-mo. Además, surgió el estado-nación como nueva forma de organización sociopolítica producida por la reunificación de los feudos y nació el concepto jurídico de la soberanía. Se produjo la separación de la filosofía y la ciencia; surgió el positivismo que subyace y define a ambas y que determinó la síntesis dia-léctica en las relaciones entre el pensamiento y la acción, entre las ideas y la economía, entre la ciencia y los requerimientos para la producción para consolidar y hacer avanzar el capitalis-mo.

31 El término antropocentrismo puede referirse a un humanismo extre-mo que concibe al mundo sólo como experiencia humana.

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En el siglo pasado y particularmente en la época actual, la crisis de la ciencia latinoamericana es producto de las enormes des-igualdades nacionales e internacionales, de la ausencia de un sentido humano en la revolución tecnológica y del hecho de que la ciencia y la tecnología, en no pocos casos, son usadas contra el hombre. El ser del científico es un desplegarse que deviene en historia. El proceso de construcción de la historia es el pro-ceso de su formación y su desarrollo. Por ello, toda crisis histó-rica se convierte en última instancia en una crisis del hombre, y correlativamente toda crisis de la ciencia llega a ser, al final, una crisis histórica.

Queda por ver hasta qué punto las sociedades en los países latinoamericanos son capaces, como resultado de sus contra-dicciones, de superar esta crisis, modificar sus estructuras y producir nuevos valores, o rescatar aquéllos sepultados en los excesos del racionalismo, del positivismo y del pragmatismo utilitario.

7.2 Filosofía latinoamericana de la ciencia

La filosofía latinoamericana de la ciencia es asumida como una perspectiva y como una alternativa, parten de una situación concreta, de una realidad histórica: América Latina. De ella to-man sus elementos esenciales y asumen, desde esa situación, los problemas universales del hombre y de la sociedad. La filo-sofía de la ciencia resume, más o menos en forma ordenada, los resultados de investigación que buscan uniformar la natura-leza, procesos y productos de la tarea científica.

Si con el concepto y función del término “filosofía de la ciencia latinoamericana” se pretendiera hacer una epistemología lati-noamericana o enclaustrarla en fronteras, o limitarla a temas específicos de una región, o transformarla en una especie de ciencia social, merecería diversas críticas, tanto por parte de filósofos como de científicos. Pero si el concepto no contiene una proposición de auto limitación temática, ni pretende que los científicos latinoamericanos hablen de una filosofía propia como quien habla de su propiedad cercada, en este caso tales críticas

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se basarían en una petición de principio, en supuestos que no formarían parte de lo que se formulaba y serían, por lo mismo, inexactas. Si además esos planteamientos se hacen para re-afirmar o expresar tácitamente que no hay más epistemología que la norteamericana o la europea, ni otros valores científicos más que los suyos, tal actitud implicaría un contenido ideológico que voluntaria o involuntariamente trata de imponerse.

Hablar de una ciencia latinoamericana no significa hablar de una actividad social para América Latina o para los latinoameri-canos; representa más bien la posibilidad de una visión crítica y universal, una alternativa dentro de una situación histórica.

Adoptar una conciencia de situación no es caer en una nueva forma de dominación asumida por el científico; por lo contrario, es reconocer en crisis lo que hasta hoy se tenía por válido, cuestionar los dictados de una comunidad científica en particu-lar, rechazar su racionalidad abstracta que se desmiente en cada práctica concreta, luchar por otra alternativa y por otros valores. Además, suponer que esta visión crítica limita, es acep-tar a priori la universalidad y la eternidad de los valores domi-nantes y es, eso sí, adoptar una conducta colonizada.

Rehusar un camino dictado por las comunidades científicas dominantes no significa, sin embargo, rechazar un sistema epis-témico establecido sino resistir a la dominación e imposición que en su nombre se ejercen. Expresa también reafirmar la propia ruta. Esta actitud que se asume ante los dictados de la imposición norteamericana o europea exige su conocimiento crítico para recuperar lo valioso y vigente; reiterar, en la plurali-dad de las ciencias, la creatividad del investigador. Se trata de recuperar la identidad de acuerdo con las particularidades de la región pero con una visión universal. Esta acción, válida para América Latina y para otras regiones del mundo, reivindica una pluralidad epistemológica en donde, por complementación o por contradicción dialéctica, se alcanza un nuevo sentido de la uni-versalidad. Ésta no es simple coexistencia de sistemas episté-micos diferentes y compatibles, es la relación entre ellas; no es suma, es síntesis. No es tolerancia, es integración y, a veces,

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contradicción. La pluralidad científica es una forma de universa-lidad en tanto que al expresar a diferentes comunidades científi-cas, se contempla la creatividad del investigador. Esta crítica de la unicidad científica32 impuesta por otros países y la reafirma-ción de la pluralidad de las ciencias naturales y humanas signi-fica la toma de conciencia de una situación histórica.

Esta posición epistemológica trata de considerar una doble po-sibilidad: para América Latina de ser vista desde la óptica de una filosofía de la ciencia propia y para esta filosofía de la cien-cia de encontrar en América Latina parte de un proceso creador de una nueva ciencia con nuevos valores; la ontología y la axio-logía33 a las luces de una ciencia que toma al hombre en su situación específica.

7.3 Relación histórico-epistemológica entre filosofía y ciencia

En el análisis de la relación existente entre la historia y la epis-temología, se debe tener en cuenta la relación de la filosofía con la ciencia. Mientras la filosofía es pregunta, la ciencia es respuesta. “El límite de la ciencia está en el problema resuelto, la infinitud de la filosofía en el acoso permanente al misterio… la filosofía es el origen de la ciencia…” (Serrano Caldera, 1987:33). Mientras haya alguien que pregunte y algo qué pre-guntar, habrá filosofía de la ciencia. Ciertamente que siempre habrá más preguntas que respuestas, más problemas que solu-ciones, más dudas que certezas.

Más específicamente: es problema de la filosofía lo relacionado con el origen y fundamentos de las ciencias particulares y sus correspondientes relaciones epistemológicas. Cuando el cientí- 32 La unicidad científica se refiere a una perspectiva homogénea de conceptualizar, realizar y aplicar la ciencia independientemente de las particularidades de cada comunidad de investigadores o de los diver-sos sistemas epistémicos que utilizan. 33 La axiología es un término para designar la teoría del valor (lo de-seado, lo preferido, el bien), investigación de su naturaleza, criterios y “estatus” metafísico.

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fico siente la necesidad de explicarse los principios fundamenta-les de su ciencia y de las demás ciencias, las relaciones entre ellas y la articulación sistemática de sus categorías y conceptos, surge para la ciencia la necesidad de la filosofía. Hay entre ciencia y filosofía una relación histórica. La ciencia se apoya en la filosofía cuando evalúa sus categorías epistemológicas, a la vez que la filosofía deviene en una labor científica, sin limitarse exclusivamente a ello ni subsumirse a la ciencia experimental. El punto de convergencia entre ambas es el método. “La activi-dad metodológica relaciona particularmente la filosofía con la ciencia. Es una articulación dialéctica. En este plano, la filosofía realiza la reflexión de las conclusiones científicas y llega a ser, como dice De Gotari, la conciencia de la ciencia. Corresponde a ella realizar el examen crítico de la actividad científica y elevar los conceptos de la ciencia a su más eminente expresión en el campo de la reflexión filosófica” (Serrano Caldera, 1987:33).

La ciencia, a su vez, pasa a ser filosófica cuando busca las posibles conexiones entre los conocimientos adquiridos, cuando la comprobación experimental o la interpretación racional de ellos los convierten en representaciones objetivas, cuando re-quiere de un sistema de categorías, conceptos y supuestos hipotéticos para representar adecuadamente los logros de la tarea científica y así poder ordenarlos y relacionarlos con otras tareas del conocimiento. Además, se vuelve imprescindible la función filosófica de la ciencia para formular en teorías, la verifi-cación empírica, la demostración racional y la reconstrucción intelectual de la realidad.

En esta relación de la filosofía con la ciencia, que es esencial-mente el resultado de un determinado grado de desarrollo so-ciocultural, se explicita, de manera particular, el carácter históri-co de la filosofía, y también de la ciencia, tanto en el aporte de la filosofía a la ciencia en cuanto se presenta en el origen de ésta y en la formulación metodológica, como la influencia de la ciencia en la filosofía en la medida en que exige a ésta la formu-lación lógica de los resultados de la experiencia y el razona-miento.

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7.4 Sentido regional de la ciencia latinoamericana

Establecidos el sentido histórico de la filosofía, los modos de relación entre filosofía e historia, y entre filosofía y ciencia, a partir del sujeto, el objeto y el medio; vistas además las expre-siones históricas de las categorías de la filosofía a través de distintas manifestaciones teóricas; analizado en lo posible la historicidad de la ontología y hasta el mismo sentido histórico del ser del científico, convendría precisar un poco más sobre el sentido de la regionalidad34 de la ciencia latinoamericana.

Si se toma en cuenta a América Latina, se observa que, a pesar de las múltiples expresiones culturales, económicas y sociales, existen elementos históricos que dan unidad a tal disimilitud y permiten hablar, sin perjuicio de las características propias de cada país o grupo de países, de la región latinoamericana. Prin-cipalmente habría que mencionar la raíz española e indígena común, la singular articulación que presenta el mestizaje frente a lo que se llama la cultura occidental, que si bien no es una realidad que integra sino que disocia; constituye, sin embargo, una posibilidad a condición de que se le plantee correctamente, la lengua, la religión y la situación común de dependencia, con diferencias de grado, frente a los Estados Unidos y, en general, frente al mundo industrializado. Todo ello dentro de los límites geográficos que le son propios.

La respuesta en lo esencial a la pregunta: ¿es legítimo hablar de una ciencia latinoamericana con adjetivación regional?, tiene que ser válida para cualquier región del mundo donde el pro-blema se presente. Pero, sin perjuicio de lo anterior, las diferen-tes situaciones históricas de las regiones presentan característi-cas que deben ser consideradas en un análisis cabal de la cien-cia latinoamericana.

34 Para efectos del presente estudio, se usa el término regionalidad para designar al conjunto de elementos socioculturales que se produ-cen y existen en una región geográfica con algunos rasgos o caracte-rísticas comunes que permiten configurarlos como tal y en un período histórico determinado.

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Aún cuando la pregunta es válida para esta región, su grado de desarrollo exige una formulación conceptual particular. Habida cuenta de lo anterior, convendría entonces formular la pregunta de siguiente manera: ¿es posible hablar de una filosofía de la ciencia latinoamericana? La respuesta lleva uno en dos direc-ciones: a una posibilidad conceptual y a otra real. Desde el pun-to de vista de análisis, la consideración de la posibilidad con-ceptual debe ser hecha en primer lugar. Si en algún momento, por razones que por ahora no interesa analizar, se dijera que existe una filosofía de la ciencia latinoamericana, al asumir su existencia con esa denominación específica, estaría implícita su legitimidad y resuelta positivamente su posibilidad. Si existe, quiere decir que la posibilidad de su existencia era una formula-ción legítima. Pero si, por el contrario, se dijera que no existe una filosofía de la ciencia latinoamericana, tal negación no asume la precisión y el rigor necesarios para configurar una respuesta plena y diáfana. En efecto, la inexistencia de algo obedece a una consideración circunstancial que no ha permitido en un momento determinado que ese hecho o fenómeno se produzca, pero que en otras circunstancias y cumplido ciertos supuestos podría darse, o bien a la imposibilidad total de que ese hecho esperado se realice en atención ya no a considera-ciones circunstanciales sino esenciales.

La aparición y desarrollo de la ciencia y de la sociedad industrial ha sido uno de los elementos que permite identificar histórica-mente a Europa. La expansión comercial y el desarrollo del capitalismo es la base sobre la cual ha ejercido su hegemonía. En el siglo XIX esta situación se modificó. El centro de poder económico y militar se desplazó a los Estados Unidos y a partir de ahí se planteó la más importante red de relaciones interna-cionales. Una nueva realidad, el Tercer Mundo, surgió también en busca de su autonomía e identidad frente a los bloques de poder mundial. América Latina, con un interesante proceso cul-tural y en busca de su reafirmación y de su autenticidad históri-ca, apareció formando parte del Tercer Mundo pero con sus raíces hundidas en el Occidente.

La vigencia histórica de otras regiones del mundo y la celeridad y eficacia de los medios de comunicación están dando paso a la

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formación de nuevas formas culturales, que tratan de rescatar lo genuino y de encontrar una identidad, integrándola precisamen-te en la universalidad de la cultura. ¿Qué posibilidades tiene la filosofía ante esta nueva coyuntura? ¿Es posible pensar en una filosofía de la ciencia latinoamericana? ¿Cuál es o debe ser el sentido de esta filosofía? Dejando por un momento estos inter-rogantes y dirigiéndose de nuevo la mirada hacia Europa, la tesis y antítesis de una realidad cuyo origen y destino se entre-cruzan dialógicamente.

Ser auténtico significa desentrañar lo propio e integrarlo a su tiempo y realidad, es decir, darle universalidad. Por ello, el re-encuentro de la cultura y su ubicación en el tiempo actual exi-gen dos acciones del pensamiento: la una vertical, que penetre con profundidad las entrañas del origen; y la otra horizontal, que regrese a las costas desde donde partió una cultura dominante y ajena que se impuso por la fuerza, pero que, quiérase o no, forma parte de una realidad histórica. Vista desde este último aspecto, esta actitud es un poco el regreso de las carabelas de Colón con un nuevo puerto de arribo y con una nueva tripula-ción. El regreso a Europa, entendido como negación dialéctica y en el más pleno sentido objetivo y crítico, es uno de varios ca-minos que el latinoamericano debe andar en la búsqueda de su ser histórico.

La filosofía de una ciencia latinoamericana, por su parte es una posibilidad de contribución a la forja de una nueva y universal dimensión del científico y su relación con el mundo, percibido y actuada desde la cual se incorpora y contribuye a la forja de una historia más humana, conceptualizar la síntesis de supera-ción del dominio de comunidades científicas ajenas, contribuir al planteamiento de una nueva ciencia por primera vez universal y a la traducción conceptual de un científico nuevo, una nueva epistemología latinoamericana y una nueva escala de valores que dolorosamente la propia realidad está formando. Así como también es formular teóricamente la contradicción entre domi-nación y liberación, contribuir a la elaboración de las categorías de una nueva ética científica y a la recuperación de una realidad plena. Es, en fin, aceptar un problema pero también una espe-ranza, una perspectiva y un compromiso.

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Si se visualiza el desarrollo de la ciencia desde su capacidad de responder a preguntas dirigidas a las particularidades regiona-les, en torno a las tareas filosóficas de vigilancia epistemológi-ca, de formalización de sistemas propios de ideas y de la inno-vación de teorías y estilos de pensamiento acordes con la idio-sincrasias y culturas de Latino América, para su integración a una nueva universalidad científica; entonces, la filosofía de la ciencia tiene una importancia primordial en su fundación.

8. CONCLUSIONES

La investigación científica es una actividad cognoscitiva cíclica, tanto porque de los resultados se desprenden nuevas hipótesis, iniciándose así nuevos ciclos, como porque cada una de las fases puede dar lugar a indagaciones epicíclicas, en las cuales se repiten las fases anteriores. En la realización de cada una de sus etapas aparece la textura filosófica de la ciencia. En efecto, los problemas científicos surgen dentro del contexto formado por la concepción científica del mundo establecida por la filoso-fía, inclusive en aquellos casos extremos en que el problema consiste en poner en crisis dicha concepción, ya sea contradi-ciéndola o llevándola a un callejón sin salida. Por otra parte, los conocimientos que son revisados, y cuya comprensión se pro-fundiza con vistas a establecer un planteamiento claro y distinto del problema, se encuentran impregnados del contenido filosófi-co de la ciencia. El planteamiento mismo del problema requiere el ejercicio acertado de la imaginación racional. La búsqueda de la solución y la formulación de la hipótesis se rigen por las re-glas metodológicas impuestas por las comunidades científicas dominantes. La predicción de las consecuencias constituye una aplicación de la imaginación creadora, guiada por las reglas de la lógica y la lingüística. La planeación en que se puede provo-car el surgimiento o la presencia del proceso en cuestión, de los medios para mantener el control de esas condiciones y de los procedimientos para observar, contar y medir el comportamien-to del proceso científico. La interpretación de los resultados obtenidos es una tarea decididamente filosófica, por más que

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sean los científicos quienes la realicen. Los resultados ya inter-pretados se insertan en el sistema de la disciplina respectiva, mediante sus relaciones lógicas con los otros conocimientos ya sistematizados. Para la indagación de las consecuencias impli-cadas por el resultado, se recurre de nuevo a la concepción filosófica del mundo y se utilizan las reglas que sirven para el establecimiento de hipótesis. En fin, el surgimiento de nuevos problemas vuelve a ser una tarea impregnada de filosofía.

Así, la filosofía de la ciencia se ocupa de los problemas filosófi-cos de la ciencia, poniéndolos en claro y coadyuvando a su solución. Entre los principales problemas que estudia la filosofía de la ciencia, se tiene:

A. Los fundamentos filosóficos del conocimiento científico; B. El contenido filosófico de la actividad científica, inclu-

yendo sus métodos; C. Las implicaciones filosóficas de los resultados obteni-

dos en la investigación científica; D. El desarrollo histórico de la actividad científica; E. El progreso científico y las condiciones en que se pro-

duce; F. La interacción de la ciencia y la tecnología; G. La influencia recíproca entre la ciencia y el desenvolvi-

miento de la sociedad; y H. El papel que desempeña la ciencia en la transformación

del mundo.

Uno de los propósitos más importantes de la filosofía de la cien-cia es él de llegar a comprender el modo como actúa la ciencia y la forma en que se encuentra vinculada con las otras activida-des sociales. Como consecuencia de la función que desempeña la ciencia como fuerza impulsora de la sociedad, la pertinencia del análisis científico sobre la ciencia crece continuamente. Además de su enfoque propiamente filosófico, dicho análisis se realiza de acuerdo con enfoques diversos: como historia de la ciencia, sociología de la ciencia, política de la ciencia, psicolo-gía de la ciencia y como economía de la ciencia.

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Otro aspecto fundamental del desarrollo amplio de la filosofía de la ciencia es el análisis de las necesidades internas de la activi-dad científica, comprendiendo el funcionamiento y la organiza-ción de las comunidades científicas y sus centros de investiga-ción. De esta manera se empieza a constituir un cuerpo de co-nocimientos acerca de la organización de la ciencia, que se va integrando con el caudal de conocimientos derivados de las disciplinas que se dedican a la historia, la sociología, la política, la psicología y la economía. En este sentido, se presta una atención cada vez mayor a la recolección sistemática de infor-mación cuantitativa y cualitativa sobre las actividades científicas que se realizan, en forma suficientemente abundante y regular para ser analizado y permitir su interpretación precisa. También se viene prestando una atención creciente al problema del aná-lisis científico de la política y la administración de la investiga-ción científica. Como resultado de los estudios efectuados, se empiezan a conocer datos acerca de cuestiones tan importan-tes como la motivación, la publicación, la información, el trabajo en equipo y la colaboración de varios investigadores en un mismo trabajo. Sin duda, los estudios sobre la sociología y la psicología de los científicos, de la organización comparada de las instituciones científicas y de la eficacia de su funcionamien-to, junto con el análisis de las redes de citas y la estructura de la ciencia y de sus nodos, aportarán materiales extraordinarios para la comprensión de la ciencia y la planeación eficaz de su desarrollo.

Un desarrollo de la ciencia que puede entenderse desde dife-rentes perspectivas filosóficas como:

A. Evolución natural e histórica de procesos continuos y simultáneos de diferenciación e integración de sus pos-tulaciones, teorías y leyes;

B. Aplicación práctica creciente del conocimiento teórico generado;

C. Formulación constante de nuevas preguntas y formas de darles respuestas;

D. Perfeccionamiento de los medios del conocimiento es-pecializado; y

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E. Regionalización de comunidades científicas que contex-tualizan problemas, métodos, procedimientos, instru-mentos y finalidades de investigación según las particu-laridades de cada país.

Todas estas acepciones del desarrollo científico implican enca-rar la ciencia filosóficamente, lo cual requiere una formación amplia que rebase en mucho lo que usualmente se entiende por capacitación científica; es decir, la acumulación de conocimien-tos en disciplinas especializadas y el aprendizaje artesanal de métodos específicos de indagación sistemática. Es necesario formar investigadores a partir de una práctica constante en vigi-lancia epistemológica, la capacidad de formalizar sistemas de ideas y la disposición de innovar continuamente teorías y estilos de pensamiento (Véase Figura 1).

La vigilancia epistemológica, como práctica consciente de ase-gurar la coherencia filosófica, metodológica y axiológica de la actividad cognoscitiva del investigador, tiene sus bases en:

A. El control epistémico de los procesos, resultados y finalidades de la ciencia que permite la comprensión, profundización, ordenación y evaluación de los conoci-mientos generados y del comportamiento del científico en su trabajo cotidiano.

B. La comprensión interdisciplinaria de la actividad científica desde la interrelación de los aspectos filosó-ficos, históricos, psicológicos, sociológicos y económi-cos de la investigación en la determinación del signifi-cado y la eficacia de la ciencia como una actividad so-cial

C. Una actitud crítica para juzgar los trabajos propios y ajenos del científico con la finalidad de evitar que su trabajo se limite a los dictados de un paradigma único de ciencia.

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Figura 1. Filosofía y desarrollo de la ciencia

VIGILANCIA EPISTEMOLÓGICA

FORMALIZACIÓN DE SISTEMAS DE IDEAS

INNOVACIÓN DE TEORÍAS Y ESTILOS DE PENSAMIENTOS

Ética profesional

Actitud crítica

Comprensión interdisciplinaria

Control epistémico

Contexto

Lenguaje

Lógica ENCARA LA CIENCIA FILOSÓFICAMENTE

Análisis interdisciplinario del trabajo científico

Conciencia política y social

Evaluación de paradigmas

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D. Una ética profesional que guía su tarea científica por los juicios de aprobación o de desaprobación, los juicios sobre lo correcto o lo incorrecto, la bondad o maldad, la virtud o el vicio, lo apetecible o lo sensato de las accio-nes, disposiciones, fines, objetos o estados de la cien-cia.

La formalización de las ideas es la base lógico-lingüística de la ciencia que busca garantizar la validez de los procesos del pen-samiento y los procedimientos que se utilizan en la adquisición del conocimiento científico, tanto teórico como experimental. Por consiguiente, la lógica analiza los elementos del pensa-miento y las funciones que los enlazan, determina su estructura y esclarece las leyes de su construcción, y formula rigurosa-mente las operaciones que se pueden ejecutar entre esos ele-mentos. Por otra parte, la lógica investiga las actividades cientí-ficas conducentes al establecimiento de consecuencias teóricas y de secuelas experimentales, determinando sus fases y su desarrollo, lo mismo que los fundamentos en que se apoyan y el carácter de sus resultados. Igualmente, la lógica indaga las relaciones mutuas y la realidad representada por el pensamien-to. También la lógica extiende su examen crítico a los funda-mentos del conocimiento científico y a las diversas modalidades de su desenvolvimiento, la estructura de las leyes de la natura-leza, de la sociedad y del pensamiento, el carácter y la función de las categorías, y los distintos procedimientos de investiga-ción, de demostración, de sistematización, de argumentación y de comunicación de los resultados; lo mismo que a las condi-ciones de la validez de los conocimientos logrados, los vínculos entre las expresiones del conocimiento y las manifestaciones de los procesos conocidos, y, en fin, de analizar la estructura mis-ma de la ciencia.

El lenguaje es la manifestación más obvia del proceso de for-malizar sistemas de ideas a partir del análisis semántico35 de

35 La semántica es el estudio de las relaciones entre los signos y los objetos a los que son aplicables.

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sistemas axiomáticos36 e inductivos37. Para la descripción de las propiedades de un lenguaje construido semánticamente, resulta necesario introducir ciertos tipos de conceptos a fin de especificar la interrelación entre los lenguajes formales y aque-llos dominios materiales que pudieran representar. A partir de la interpretación y los modelos se pretende cubrir ciertos requeri-mientos:

A. No contradictoriedad semántica: un sistema formal es no contradictorio semánticamente, si es realizable.

B. Completitud semántica: La completitud semántica ab-soluta se da cuando cada proposición significativa del mismo se puede inferir, y a la inversa, es decir, cuando cada proposición, significativa en relación con cualquier modelo de ese sistema, también se puede inferir; la completitud semántica relativa se da en relación a una determinada interpretación, cuando cada proposición que corresponde a una fórmula verdadera dentro de la interpretación, se infiere en el sistema.

C. Resolubilidad semántica: Un sistema formal es se-mánticamente resoluble cuando puede señalarse el proceso efectivo que permite decidir si cada proposición del sistema es o no significativa.

D. Categoricidad: Un sistema formal es categórico en sentido absoluto cuando todos sus modelos son isomor-fos entre sí; y es relativamente categórico en relación a un determinado conjunto K de objetos, que le pertene-cen, si todos los modelos de este sistema, en los cuales el conjunto K recibe una u otra interpretación semánti-ca.

36 El método axiomático es la construcción de sistemas deductivos que consiste en deducir mediante reglas fijadas todas las afirmaciones del sistema salvo unas pocas, a partir de estas pocas dadas, que se con-sideran axiomas o postulados del sistema. 37 La inducción se usa para significar una inferencia ampliativa, para distinguirla de la explicativa; ésta es la clase de inferencia que intenta alcanzar una conclusión con respecto de todos los miembros de una clase partiendo de la observación de sólo algunos de ellos.

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El contexto de las ideas se refiere a un proceso de razonamien-to a partir de un ir y venir entre un pensamiento analítico y otro sintético38 con la finalidad de no quedarse en descripciones simples de los fenómenos sino ubicarlos teórico y históricamen-te para llegar a una explicación y comprensión cada vez más profundo del mundo natural y cultural. El análisis no consiste en una mera enumeración de las determinaciones contenidas en una determinación superior. Tampoco es el simple desglosa-miento de las notas características ya conocidas y que se en-cuentran reunidas en la unidad sintética. Por lo contrario, el análisis consiste en la determinación de esas nuevas propieda-des que se han producido, o que únicamente se manifiestan, como resultado de la combinación sintética. Por otra parte, el análisis es también una pesquisa, teórica o experimental según el caso, que se realiza para poner al descubierto cuáles son los elementos componentes de la síntesis.

En el dominio de la ciencia, cada concepto representa la sínte-sis formada con todos los conocimientos obtenidos acerca de un proceso o de una clase de procesos. En esa integración sintética del concepto se tiene una determinación unitaria y de conjunto, que supera a las determinaciones parciales de los distintos elementos y aspectos del proceso de la clase de pro-cesos en cuestión. En tanto que las teorías científicas expresan las relaciones generales que tienen cumplimiento en la actividad de los procesos objetivos, dichas teorías constituyen las síntesis superiores del conjunto de los conocimientos logrados a través de la investigación científica.

El desarrollo de la ciencia, como proceso y resultado de la acti-vidad cognoscitiva de los investigadores que participan en la

38 El conocimiento científico forma constantemente síntesis de las de-terminaciones logradas a través del desarrollo racional y de los resul-tados de investigación. En la síntesis (en oposición al análisis que busca separar el objeto de estudio en sus componentes básicos para facilitar la comprensión del evento o fenómeno en cuestión) se tiende a unir, a asociar. En la lógica se llama juicio sintético al juicio cuyo predi-cado añade algo al sujeto. Estos juicios estarían basados en la expe-riencia.

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innovación de los paradigmas dominantes en diversas comuni-dades científicas, puede entenderse, por un lado, como un pro-ceso de cohesionar, homogeneizar o fortalecer el consenso de la comunidad científica con respecto a su concepción de la ta-rea investigativa; mientras, por otro lado, los disidentes dirían que es la diversidad conceptual y procedimental de la ciencia que permite el desarrollo como mejoramiento continuo. En este trabajo se considera importante no quedarse ni en una posición filosófica de consenso ni de disenso. Lo esencial del progreso de la ciencia es la calidad de la evidencia atrás de cada movi-miento que se manifiesta mediante procesos de evaluación de los paradigmas dominantes con base en el cumplimiento o no de sus funciones sociales y económicas; a través de la concien-cia política de los investigadores sobre los factores organizacio-nales de la ciencia que influyen sobre el diseño e implementa-ción metodológica de sus estudios; y por la aplicación de los resultados obtenidos.

La combinación de propósitos de interpretación, predicción y de praxis social como finalidades deseadas y necesarias de la tarea científica implica realizar esfuerzos multi, trans e interdis-ciplinarios para contribuir a conformar una ideología adecuada al desarrollo de los países latinoamericanos: una ideología di-námica antes que estática, crítica antes que dogmática, ilumi-nada antes que oscurantista, y realista antes que utópica. Una cultura sin ciencia es erudición fósil incapaz de comprender el mundo moderno y de ayudarlo a salir adelante. Y una ideología sin meollo científico es anacrónica e irracional; podrá ayudar a conservar o a destruir pero no a innovar, porque para construir hay que saber con conciencia.

El encarar la ciencia filosóficamente es la mejor manera de ga-rantizar un desarrollo sostenido de la misma. No basta importar conocimiento para su consumo acrítico sino producirlo con un profundo sentido de responsabilidad, compromiso y ética socia-les.

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CAPÍTULO DOS:

Conceptualización de la Ciencia

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LOS ANTEPASADOS DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO1

Pablo Cazau2

Lo que hoy llamamos conocimiento científico es un produc-to relativamente reciente en la historia de la humanidad, y tiene sus orígenes en otras formas de conocimiento como el saber cotidiano, la mitología y la filosofía, con los cuales presenta algunas semejanzas y diferencias.

0. INTRODUCCIÓN

En la época de los egipcios, de los griegos y aún en la Edad Media no existía la ciencia, o por lo menos lo que hoy entende-mos habitualmente como conocimiento científico. Existían, sí, otras formas de conocimiento que de alguna manera son los antepasados del saber científico, ya que la ciencia no ha surgi-do de la nada y ha heredado algunas de sus características, al propio tiempo que ha incorporado otras nuevas con el fin de aumentar su conocimiento del mundo y la posibilidad de su transformación, para bien o para mal. La presente nota intenta

1 Fuente: http://galeon.com/pcazau/artep_antep.htm Consultado el día 27 de agosto de 2003. 2 Prof. de Enseñanza Media y Superior en Psicología, Buenos Aires, Mayo 1997.

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hacer un breve rastreo histórico de esas formas de conocimien-to precientífico para, finalmente, describir el sentido actual de lo que hoy entendemos por ciencia.

El surgimiento del pensamiento científico en el Renacimiento no significó la muerte de las formas anteriores del conocimiento, del mismo modo que el nacimiento de un nieto no significa la muerte del abuelo. Hoy en día se mantiene viva, en los umbra-les del tercer milenio, la gran familia del saber: el bisabuelo (el saber cotidiano), el abuelo (los mitos y la religión), el padre (la filosofía) y el hijo (la ciencia) que aún está en pañales y que, como todo bebé en sus momentos difíciles, suele recurrir a al-guno de sus antepasados vivientes. En nuestra caracterización de cada una de estas formas de conocimiento tomaremos como punto de referencia varios parámetros en función de los cuales los diferenciaremos: su finalidad (especulativa, práctica, explica-tiva), sus fundamentos (experienciales, mágicos, racionales) y su grado dogmaticidad (ver esquema 1).

ESQUEMA 1

SABER CO-TIDIANO

Practico Dogmático Experien-cial

No explica-tivo

SABER MÍTI-CO

Practico Dogmático Mágico Explicativo

SABER FILO-SÓFICO

Especulativo Critico Racional Explicativo

SABER CIEN-TÍFICO

Especulativo y practico

Critico Racional y experiencial

Explicativo

Lo subrayado representa una novedad respecto del conocimien-to anterior.

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1. EL CONOCIMIENTO COTIDIANO

Podemos considerar al saber cotidiano como el más antiguo de todos, y cabe suponer que existe desde los albores de la huma-nidad. Algunas veces fue llamado también 'sentido común', y otras 'saber vulgar' y aún 'saber precientífico'. No nos gustan estas dos últimas denominaciones: la primera por su connota-ción desvalorizadora, y la segunda por ser excesivamente am-plia, ya que hay otras formas de conocimiento, además del sa-ber cotidiano, que también precedieron cronológicamente a la ciencia, como los mitos y la filosofía.

Hemos preferido otra denominación habitual, la de 'conocimien-to cotidiano' porque hace hincapié en la idea que es un conoci-miento que 'usamos todos los días', más allá de si somos filóso-fos, científicos, artesanos o simples peones. De hecho, es per-fectamente concebible que durante todo el día un eminente científico, luego de investigar concienzudamente la efectividad de una droga que favorezca la coagulación sanguínea en un gran laboratorio (saber científico), llegue a su casa, se corte con el cuchillo y se aplique el viejo remedio que su padre le enseñó, para detener la hemorragia (saber cotidiano).

E. Nagel nos indica acertadamente que "la adquisición de un conocimiento confiable acerca de muchos aspectos del mundo ciertamente no comenzó con el advenimiento de la ciencia mo-derna y el uso conciente de sus métodos. En realidad muchos hombres, en cada generación, repiten durante sus vidas la his-toria de la especie: se las ingenian para asegurarse habilidades y una información adecuada, sin el beneficio de la educación científica y sin adoptar premeditadamente modos científicos de proceder".

Conocimiento cotidiano es por ejemplo saber que cuando sopla viento del sudeste tendremos tormenta, saber que si uno pone los dedos en el enchufe se electrocuta, saber que si nos apli-camos una barra de azufre desaparecerá el dolor muscular, saber que si a una persona la halagamos probablemente consi-gamos que nos haga algún favor, etc. Para todo ello no necesi-

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tamos haber estudiado ni meteorología, ni física, ni medicina ni psicología, vale decir, el saber cotidiano no es aún necesaria-mente saber científico.

Cabe la siguiente duda: cuando yo aprendo algo porque se lo escuché al Dr. Socolinsky en la televisión, ¿es eso conocimien-to cotidiano o conocimiento científico, habida cuenta de que supuestamente el Dr. Socolinsky representa la ciencia? Res-puesta: en principio sigue tratándose de saber cotidiano, ya que no obtuvimos ese conocimiento aplicando el método científico, sino que lo hemos incorporado por la vía de una autoridad en la que confiamos. Ese conocimiento sólo es científico en la medi-da en que fue producido por el investigador que escribió un artículo que luego leyó Socolinsky, y que luego éste nos lo transmitió a nosotros. Y así, lo que caracteriza el saber cotidia-no, entre otras cosas que enseguida veremos, es el modo de obtenerlo: una cosa es producirlo mediante la aplicación de un método científico, o otra muy distinta incorporarlo por la expe-riencia propia o ajena. De hecho, en la vida diaria aprendemos muchas cosas útiles tanto si vienen del Dr. Socolinsky como si vienen de la abuela, y solemos poner ambos saberes en un mismo rango de importancia.

Vamos a caracterizar con mayor precisión este saber cotidiano a partir de cuatro características, tres positivas y una negativa: es práctico, el dogmático, es experiencial y no es explicativo.

A. El saber cotidiano es práctico.- La finalidad principal del saber cotidiano es obtener información para producir algún resultado útil, y poder movernos así en el mundo de todos los días. Sólo secundariamente puede estar motivado por la simple curiosidad o el afán de saber por el saber mismo. Conocer qué colectivo conviene tomar para viajar sentado, o saber cómo se hace un huevo fri-to o cómo se cambia la rueda de un coche no es el re-sultado de algún impulso epistemofílico o de una sed de conocimiento por el conocimiento en sí, sino una exi-gencia de la vida diaria.

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Por este motivo, el saber cotidiano es universal, es decir patri-monio de todas las personas, más allá de su grado de instruc-ción e incluso de sus predilecciones vocacionales, ya que, por ejemplo, una persona puede no tener vocación ni interés por el arte culinario, pero si por las circunstancias de la vida está obli-gado a cocinar, deberá incorporar este saber a los efectos de su supervivencia.

En suma, detrás del saber cotidiano debemos ver no un afán especulativo por conocer sino un afán por dominar nuestro en-torno, por ejercer un poder que nos permite sobrevivir, o al me-nos vivir mejor.

B. El saber cotidiano es dogmático.- Un saber dogmático es un saber que no cuestiona, no se critica, no se discu-te, y su lema es "las cosas son así, y punto". Desde ya, cuando decimos que el saber cotidiano es dogmático estamos queriendo decir que tiene una tendencia a ser-lo, que es más fuerte que la tendencia a la rectificación. Dentro de nuestro conocimiento diario podemos intro-ducir algunas modificaciones, cuestionar ciertos proce-dimientos, pero esto no es la regla: una vez que nuestra madre nos enseñó a hacer un huevo frito de tal manera, o a utilizar cierto remedio en ciertos casos, tendemos a seguir haciéndolo de la misma forma, sin cuestionarlo, el resto de nuestros días.

Y es natural que ello sea así, ya que si a cada cosa que apren-demos o que hacemos la cuestionamos y la criticamos, no nos quedaría tiempo para vivir y nuestra existencia sería un caos. Autores como Cohen y Nagel invocan una tendencia muy humana a la "tenacidad", cuando señalan que "el hábito o la inercia hacen que nos resulte más fácil seguir creyendo en una proposición simplemente porque siempre hemos creído en ella". Esta tendencia también podría explicar esta característica dog-mática del saber cotidiano, que por lo otro lado está convalidada por infinidad de hechos donde vemos como las personas y los pueblos han mantenido durante siglos, prácticamente sin modi-

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ficación, y transmitiéndose de generación en generación, pro-cedimientos para fabricar el pan o para ordeñar la vaca.

C. El saber cotidiano es experiencial.- ¿De dónde nos vie-ne este saber de todos los días? ¿Cómo lo justificamos si alguien nos pregunta acerca de la legitimidad de nuestro saber diario? Podemos hablar al respecto de dos fuentes principales: la experiencia propia y la expe-riencia ajena. Lo que sabemos de todos los días lo sa-bemos porque 'yo mismo lo he comprobado por mis propios medios', o bien porque 'me lo dijo mi papá, que de eso sabe mucho' (quien a su vez lo sabe porque él mismo lo ha comprobado por experiencia personal). El saber ordeñar una vaca es un típico conocimiento que se enseña y se transmite de generación en generación, pero el primero que lo adquirió lo hizo por propia expe-riencia. Otro tipo de saber lo hemos incorporado por experiencia propia porque no hemos encontrado a na-die que ya lo sepa, o bien porque no hemos tenido tiempo para consultarlo. En última instancia, se trata de un saber aprendido por el método del ensayo y error: aprendemos ciertas conductas e incorporamos ciertos conocimientos porque efectivamente han dado resulta-do, han sido exitosos, y eso es más que suficiente para poder movernos en la vida diaria.

D. El saber cotidiano no es explicativo.- Los paños fríos alivian una herida, cierto botoncito del control remoto anula el sonido del televisor, el polvo leudante hace más esponjoso el puré, y las papas se conservan mejor en un lugar seco y oscuro. Sabemos todo esto pero no nos interesa el porqué ocurre así, es decir, en general, el saber cotidiano no intenta buscar explicaciones.

Desde ya, estamos hablando de explicaciones profundas, no de explicaciones superficiales: la explicación superficial de porqué se esponja el puré remite simplemente a que le hemos puesto polvo leudante, mientras que una explicación profunda remite a lo inobservable a simple vista, como por ejemplo invocar cierta supuesta mezcla o combinación química entre ambos produc-tos. El interés del saber cotidiano se agota a lo sumo en una

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explicación superficial, y a veces ni siquiera en ello, sino sola-mente en el percatarse de una simple correlación. Es como si pensáramos: "no sé si el polvo leudante es o no la causa del esponjamiento; simplemente, cada vez que agrego ese polvo, el puré se esponja".

Todo esto no significa que en el ámbito del saber cotidiano no se invoquen explicaciones más profundas, pero estas tienen a lo sumo, en la vida diaria, el valor de un argumento persuasivo, como cuando alguien intenta vendernos determinado medica-mento argumentando que actúa sobre las sinapsis neuronales favoreciendo la liberación de serotonina. Una vez que hemos comprado el remedio, nos interesará menos la cuestión de la serotonina que el hecho real y concreto de que elimina el sín-toma molesto.

A propósito de este tipo de argumentación, consignemos que el saber cotidiano puede confundirse con el saber científico en otro aspecto: el lenguaje. Muchas personas, luego de haber leído muchas revistas de interés general afirman que ellas con-sumen alimentos con vitamina E para poder destruir los radica-les libres y demorar el envejecimiento prematuro de las mem-branas celulares, y otras sostienen con énfasis que las cremas hidratantes mantienen la piel lozana porque la llenan de agua. Se trata casi siempre de simple palabrerío, e incluso hasta mu-chas veces equivocado, porque por ejemplo la crema hidratante no 'llena' de agua la piel, sino que tapa sus poros evitando que el agua salga al exterior. Además, no es conocimiento científico porque no está organizado como tal y conectado lógicamente con otros conocimientos.

Una prueba de ello es que si preguntamos al que hablaba de la vitamina E qué son los radicales libres, ahí ya no sabrá qué responder (o se manda una broma y dice que un ejemplo de radical libre es Angeloz). Habida cuenta de que el hombre tiene siempre una tendencia a preguntarse los porqués, el saber coti-diano tiene dos razones principales para oponerse a esa ten-dencia y no buscar explicaciones profundas (o explicaciones propiamente dichas):

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A. Con o sin explicación, el saber diario es igualmente efectivo, práctico, útil. ¿Para qué entonces complicarse la vida buscando explicaciones a todos los pequeños sucesos de la vida cotidiana? El hecho de conocer la explicación bioquímica de porqué la aspirina quita el do-lor no aumenta la eficacia de la aspirina

B. La necesidad de concentrarnos en nuestras actividades cotidianas como peinarnos, estudiar, trabajar o divertir-nos, nos resta oportunidades para satisfacer necesida-des menos acuciantes, como la curiosidad. Esta se despierta en todo caso cuando estamos frente a fenó-menos raros que contradicen nuestra experiencia habi-tual, como cuando vemos al prestidigitador hacer un truco de magia, pero normalmente nuestra curiosidad no llega al extremo de intentar buscar una explicación sobre el porqué la aspirina es efectiva o sobre el porqué de las mil cosas que hacemos diariamente.

Si nuestro saber diario es efectivo o si no somos curiosos, no buscaremos explicaciones. Pero sí comenzaremos a buscarlas cuando:

A. Nuestro saber empiece a fallar: la aspirina que tomá-bamos ya no nos cura el dolor de cabeza, y

B. Se nos despierte la curiosidad por averiguar las causas de todo lo que ocurre. Tal vez ambas situaciones se re-alimenten entre sí influyéndose mutuamente: no es algo que intentaremos resolver en estas líneas. Lo que sí es importante destacar es que fue la impotencia del saber cotidiano y el afán de satisfacer su curiosidad, lo que impulsó al hombre a trascender el simple saber diario y buscar nuevas formas de conocimiento, el primero de los cuales fue el mítico.

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2. EL CONOCIMIENTO MÍTICO

Dentro de este tipo de saber incluimos una vasta gama de in-quietudes humanas, desde las supersticiones hasta las mitolo-gías y las religiones monoteístas, las que, si bien son diferentes entre sí en muchos aspectos, comparten no obstante el hecho de constituir una forma de conocimiento distinta al saber coti-diano, y cuyas características enunciamos a continuación.

A. El saber mítico es explicativo.- Quizá los antiguos sabí-an como hacer para matar a ciertos bichos que comían la cosecha, pero no sabían como hacer que llueva para que la cosecha no se perdiera. El saber cotidiano revela aquí toda su impotencia frente a cuestiones que están más allá de sus posibilidades reales: no puede recurrir ni a la experiencia ajena porque sus padres no saben como hacer llover, ni a la experiencia propia porque una vida no le alcanza para descubrir como controlar la llu-via.

El hombre decide entonces inventar una causa para actuar so-bre ella y producir el efecto deseado. Tal vez se pueda hacer llover si en las noches de luna llena duermo con un sapo muerto debajo de la cama (solución supersticiosa), o si invoco la cle-mencia o los favores del dios de la lluvia (solución religiosa). Como vemos, el hecho de inventar una causa de la lluvia es ya plantearse una explicación para la misma: llovió porque dormí con el sapo o porque un dios tuvo clemencia de mi pueblo. No se trata ya, como vemos, de una explicación superficial sino de una explicación más profunda, fundada en vínculos de causa-efecto mágicos.

Dotado de esta nueva herramienta explicativa, y tal vez motiva-do también por su afán su curiosidad, el hombre se lanzó a partir de allí a explicaciones más vastas, como dar cuenta de los orígenes del universo, del hombre o de los animales, na-ciendo así los diversos mitos de la humanidad.

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B. El saber mítico es práctico.- No obstante, lo que preva-lece en el saber mítico es la finalidad práctica sobre la especulativa. Cada vez que se necesitaba resolver una situación concreta y el saber cotidiano nada podía hacer, se recurría a actitudes supersticiosas o religio-sas.

C. El saber mítico es dogmático.- Nada más dogmático que una creencia supersticiosa o religiosa. Se trata de 'ilusiones' en un sentido similar al freudiano (3), es decir, una creencia muy particular porque en su motivación u origen se esfuerza el trabajo del deseo, lo que implica que el sujeto mantiene su creencia a pesar de que la realidad objetiva le dice lo contrario.

En efecto, el sapo debajo de la cama no es la causa de la lluvia, y a pesar de que el campesino duerme con él, no siempre llue-ve (esta es la realidad objetiva). Su creencia inconmovible en el sapo hace entonces que no la abandone e invente entonces explicaciones ad hoc para justificar el fracaso, como por ejem-plo pensar que el ritual no se realizó con la debida exactitud ni el debido orden en los pasos. Tal vez la complejidad de ciertas rituales sirva a este propósito de poder encontrar fácilmente explicaciones que permitan mantener la creencia cuando fraca-san los intentos por controlar la naturaleza.

Acerca del por qué este saber es dogmático, podría pensarse que es la última oportunidad que el hombre siente que tiene a su disposición para dominar los acontecimientos del mundo, lo que lo fuerza a creer en él más allá de toda consideración de la realidad objetiva.

D. El saber mítico es mágico.- El carácter mágico de este saber reside en el tipo de explicaciones que plantea, es decir, explicaciones que, no solamente están no están fundadas en los hechos, sino que además invocan vín-culos mágicos de causa-efecto, como lo hemos ya indi-cado. El pensamiento mágico implica el convencimiento de que de cualquier cosa puede salir cualquier otra co-sa: así como de una galera puede salir un conejo, de un

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sapo puede salir la lluvia o de una invocación religiosa un deseo realizado. No es lo mismo creer en la magia que creer en el azar, donde también de cualquier cosa pueda salir cualquier otra cosa: la diferencia está en que en el pensamiento mágico hay un fatal determinis-mo de que de cierta cosa saldrá obligatoriamente otra, mientras que el azar es todo lo contrario (indeterminis-mo): de algo no se sabe que saldrá.

En el plan general de la evolución de un tipo de conocimiento a otros, el saber mítico representa por un lado un retroceso, por-que se pasa de un conocimiento fundado en la experiencia a un conocimiento mágico, pero por el otro lado representa un avan-ce por ser el primer saber que se propone dar explicaciones, es decir, responder a un porqué, ahondar en el conocimiento de la realidad más allá de lo fenoménico y de la experiencia inmedia-ta.

3. EL CONOCIMIENTO FILOSÓFICO

Existe una filosofía occidental y una filosofía oriental. Lo que aquí consideraremos como comienzo del conocimiento filosófico tiene relación con la primera, porque la filosofía oriental repre-senta una transición donde aún el saber filosófico propiamente dicho está muy impregnado del saber mítico religioso.

En general, el pensamiento oriental corresponde a los sistemas filosófico-religiosos de los países del Cercano, Medio y Lejano Oriente, por ejemplo Asia Menor, Siria, Irán, Japón y particular-mente India y China. Las filosofías árabe y judía están en un punto intermedio entre el pensamiento oriental y el occidental.

A diferencia del pensar occidental, las filosofías orientales están más directamente relacionadas con la religión que con la razón. Por ello, el problema central no es la actividad cognoscitiva sino la posibilidad de salvación del hombre, sea en un contexto cós-mico, como en la filosofía india, sea en un contexto social, como

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la filosofía china. Así, el hombre no cuenta casi como individua-lidad, como voluntad autónoma capaz de conocer mediante la razón, sino como un ser que ha de cumplir un ciclo en el marco de una religión suprapersonal: el hombre deja de ser indepen-diente para ser un eslabón dentro de un orden religioso- filosófi-co, o para ser un medio para el cumplimiento de un plan divino. El sabio oriental busca la salvación, y el sabio occidental el co-nocimiento, de donde se desprende que la primera sea una filosofía de la acción, donde el hombre debe hacer ciertas cosas para poder salvarse, y la segunda una filosofía de la contempla-ción de la realidad y de una reflexión sobre ella. El oriental atiende su mundo interno, mientras que el occidental está más centrado en el mundo exterior.

Situamos el origen de la filosofía occidental alrededor del siglo VI AC con los primeros filósofos griegos, verdaderos pioneros en esto de luchar contra el pensamiento mitológico tan arraiga-do en sus mismos congéneres. Este pasaje de una conciencia mítico-religiosa a una conciencia racional-filosófica se va produ-ciendo gradualmente: de hecho, el pensamiento de los primeros filósofos griegos -los presocráticos- está bastante imbuído aún de la mitología, pero poco a poco se van desprendiendo de ella y, cuando llegamos a la culminación de la filosofía griega, en Aristóteles, apenas si hallaremos vestigios de esta mitología. La obra de Platón representaría, a nuestro criterio, una etapa in-termedia en este proceso donde coexisten relatos mitológicos y pensamiento propiamente filosófico. Es probable que el mismo Platón haya sido bastante escéptico en cuanto a sus relatos míticos, y quizá los haya utilizado sólo como metáforas para hacerse entender por un entorno aún muy pegado a la mitolo-gía.

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ESQUEMA 2

PENSAMIENTO ORIENTAL PENSAMIENTO OCCIDENTAL Inclinación hacia lo afectivo Inclinación hacia lo cognoscitivo Valor: la salvación Valor: la razón No hay individualidad: el sujeto se fusiona con el universo.

Individualidad Autonomía

Predomina la anterioridad trans-formadora del yo.

Predomina la acción transforma-dora sobre la realidad exterior.

Predomina lo religioso Predomina lo filosófico.

Veamos entonces las características de este saber filosófico occidental, tal como lo conocemos desde los griegos hasta nuestros días.

A. El conocimiento filosófico es explicativo.- No cabe duda de que las teorías filosóficas intentan dar explicaciones del mundo, del hombre, del conocimiento, de la vida y la muerte, etc. Pero a diferencia de las explicaciones míti-co-religiosas, que apelan a entidades sobrenaturales como los dioses, los ángeles o los demonios, la expli-cación filosófica apela bien a entidades naturales (el agua, el aire, la tierra, el fuego, etc), bien a entidades abstractas e impersonales (arjé, etc), con lo cual se li-beran de explicar el fundamento y origen de las cosas a partir de supuestas entidades antropomórficas que, co-mo los dioses del Olimpo, pueden decidir sobre el des-tino de los acontecimientos.

B. El conocimiento filosófico es racional.- El fundamento del saber puede ser experiencial, mágico o racional. El saber cotidiano es experiencial porque se funda en un enlace entre hechos descubierto a través de la expe-riencia; el saber mítico es mágico porque se funda en una relación 'mágica', inventada, no empíricamente constatada; el saber filosófico es racional porque se

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funda en una relación lógica: los hechos ocurren de tal o cual manera porque son una consecuencia lógica de ciertos principios considerados verdaderos (los axio-mas, por ejemplo). Esto significa que la racionalidad del saber la entendemos aquí como la posibilidad de orga-nizar los conocimientos en un sistema deductivo donde unos de pueden inferir a partir de otros en forma nece-saria. El prototipo de este saber podemos encontrarlo en la geometría de Euclides o en la metafísica aristoté-lica.

El conocimiento está así jerarquizado: unos son más generales que otros, existiendo entre ellos relaciones de deducibilidad (unos de deducen de otros), de manera tal que un juicio es ver-dadero no en virtud de una correspondencia con la realidad (saber experiencial) sino simplemente porque se infiere deducti-vamente de otro juicio considerado verdadero por su simplicidad y su auto evidencia.

En las mitologías hay también una jerarquización, sólo que aquí lo que sobresale es una jerarquía de parentesco: el mundo de los dioses es una gran familia donde están los padres, los her-manos, los primos y los tíos, y donde por ejemplo Urano se casó con Vesta y tuvieron un hijo que se llamó Saturno, el cual a su vez se casó con Cibeles y tuvo varios hijos como Júpiter, Neptuno, etc. Y así, los filósofos griegos sustituyeron la relación "su padre es" por la relación "se deduce de".

C. El conocimiento filosófico es crítico.- En los últimos 2000 años, la religión cristiana ha variado muy poco en sus dogmas, mientras que la filosofía ha cambiado mu-cho porque ha sido capaz de revisar críticamente sus propias afirmaciones y las de filosofías anteriores. Y más aún: la época en que la filosofía se ha estancado ha sido precisamente la época de los 'años oscuros' de la Edad Media, coincidentes con un neto predominio re-ligioso.

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Desde ya que hubieron cismas religiosos, y no sólo por razones políticas sino también de dogma, pero donde con mayor fuerza se puede apreciar el carácter crítico del conocimiento es en la filosofía, que no está tan obligada a soportar el peso de las tra-diciones anteriores. Antes bien, muchas filosofías, por no decir todas, surgieron oponiéndose a planteos previos, mientras que las religiones no suelen surgir oponiéndose a otras religiones distintas. Y aún dentro de la evolución de un mismo filósofo, pueden verse también discontinuidades, como cuando se habla de un 'primer', de un 'segundo' y de un 'tercer' Husserl, o de un 'primero' o 'segundo' Wittgenstein. Pero tal vez sea Descartes el ejemplo más espectacular, cuando decide poner en duda todos los saberes anteriores y, consecuente con el espíritu de la filo-sofía, se propone iniciar desde sus fundamentos y sin supues-tos previos, un nuevo conocimiento.

D. El conocimiento filosófico es especulativo.- Mientras que la principal finalidad del saber cotidiano y del mítico es obtener conocimiento para dominar y controlar los acontecimientos de la realidad, la filosofía tiende a con-siderar el conocimiento como medio para satisfacer la curiosidad acerca de cómo y porqué el mundo es como es, o para alcanzar una cierta perfección del alma, con ciertas resonancias platónicas, más allá de la utilidad inmediata y material que este saber pueda reportar.

Así, el conocimiento deja de ser práctico y pasa a ser especula-tivo, tomando esta expresión en el buen sentido: especular no significa aquí hablar de cualquier pavada, sino reflexionar, pen-sar, discutir, criticar, relacionar ideas más allá de las posibles utilidades inmediatas de estas actividades pensantes, con el fin de alcanzar un sistema coherente de conocimientos sobre el mundo y el hombre. Los mitos populares suelen recoger estas características cuando dicen que la filosofía es inútil porque habla de todo sin hablar de nada en particular.

Lo que mueve a los saberes cotidiano y mítico es la necesidad (de controlar el mundo), y lo que mueve a la filosofía es la cu-

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riosidad: después de todo los ladrones, los chismosos y los filósofos iniciaron sus carreras siendo curiosos.

Consignemos, por último, que cuando decimos que la filosofía es especulativa nos referimos a cierta actitud de los filósofos. Desde otro punto de vista la filosofía es práctica si considera-mos la influencia que pueda tener para la vida cotidiana, más allá de la intención de los filósofos. Por ejemplo, el ejercicio de la medicina en un país se ve afectado por la tradición filosófica. Descartes introdujo en Francia el respeto por el razonamiento y el desprecio por la praxis. Como resultado, el médico francés se vio siempre más preocupado en estudiar procesos más que resultados, e ideas más que evidencias. En el otro extremo, los filósofos empiristas británicos creen que el conocimiento deriva de la experiencia, con lo cual los médicos de ese país se basan más en la experiencia que en la teoría.

En síntesis, si lo comparamos con el saber mítico, el conoci-miento filosófico deja de ser mágico y comienza a ser racional, deja de ser dogmático para ser crítico, y empieza a perder prac-ticidad para adquirir un sesgo especulativo.

4. EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Luego de un largo trayecto llegamos así al surgimiento del co-nocimiento científico, que un poco convencionalmente podemos situar en la época de la historia llamada comúnmente Renaci-miento o Humanismo (siglos XV y XVI). Si tenemos que men-cionar a algún conspicuo representante de esta nueva forma de conocer deberíamos referirnos, a riesgo de quedar mal con muchos otros, a Galileo Galilei. Examinemos entonces las ca-racterísticas de este saber científico, que ha ido creciendo inin-terrumpidamente desde entonces hasta nuestros días.

A. El conocimiento científico es racional y experiencial al mismo tiempo.- Esta característica del saber filosófico de estar organizado como un sistema jerárquico de

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enunciados deducibles unos de otros, y que es lo que aquí designamos racionalidad, y fue algo que el saber científico heredó de la filosofía. Incluso algunos autores llegan a considerar esta característica como lo esencial de la ciencia: "Reservamos el término 'ciencia' para el conocimiento general y sistemático, esto es, aquel en el cual se deducen todas las proposiciones específicas de unos pocos principios generales".

Galileo sintetiza estas dos características -racional y experien-cial- que por primera vez se dan juntas, en una frase que apa-rece en una carta que le envía a su protectora, Cristina de Lo-rena, en 1615, donde cuestiona ciertos dogmas religiosos y plantea la necesidad de empezar a confiar más en "los datos de los sentidos y en las demostraciones necesarias". Los datos de los sentidos tienen que ver con lo experiencial, o las demostra-ciones necesarias con lo racional.

Cualquier afirmación científica, para ser tal, debe estar verifica-da -o por lo menos ser verificable- empíricamente, pero además debe estar incluida en un sistema deductivo más amplio donde se relaciona con otras afirmaciones y donde todas son inferibles a partir de algunos principios fundamentales. El saber cotidiano no encuentra relación entre un rayo de luz, un sonido y las on-das que se forman en el agua al tirar una piedra, mientras que el saber científico los relaciona viéndolos como diferentes mani-festaciones de un mismo principio de propagación ondulatoria. Del mismo modo, el saber cotidiano puede no encontrar rela-ción entre los chistes y los sueños, cuando el saber científico los relaciona a partir de un mismo principio del cual se deducen: la hipótesis del inconsciente. Esto es lo que queremos afirmar cuando decimos "racional": los diversos conocimientos no están aislados sino organizados sistemáticamente en función de ideas más generales.

La filosofía es también racional, pero no se preocupa por verifi-car empíricamente sus afirmaciones. La ciencia en cambio, es un saber experiencial porque intenta siempre someter a prueba sus hipótesis, por ejemplo mediante un experimento: "la pres-

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cripción de que las hipótesis científicas deben ser capaces de aprobar el examen de la experiencia es una de las reglas del método científico".

B. El conocimiento científico es especulativo y práctico al mismo tiempo.- La ciencia no tiene solamente como ob-jetivo aumentar el conocimiento del mundo por una cuestión de afán de saber, sino que también se propone sacarle un provecho a ese conocimiento con el fin de poder predecir los acontecimientos y así dominar la na-turaleza. 'Hereda' así el carácter especulativo de la filo-sofía, al mismo tiempo que la practicidad del saber coti-diano: la ciencia es el único tipo de saber que es al mismo tiempo especulativo y práctico.

C. El conocimiento científico es explicativo.- Mientras el saber filosófico intenta explicaciones 'últimas', las expli-caciones científicas no tienen tantas pretensiones, aun-que tampoco llega al extremo de contentarse con las 'explicaciones' superficiales del saber cotidiano, ni me-nos aún con las mágicas del conocimiento mítico. El saber cotidiano podría explicar un ataque de histeria diciendo que alguien la puso nerviosa, o apelando a ex-plicaciones más tautológicas del tipo "y bueno, la mujer estaba loca". El saber mítico tan vez invocaría una po-sesión demoníaca o un maleficio. En cambio, una expli-cación científica procuraría explicaciones de otro tipo, invocando procesos inobservables a partir de una teoría de la neurosis, como hace el psicoanálisis.

La filosofía, por su parte, considera en general que no son esos los tipos de problemas que intenta abordar o, si lo hace, los aborda desde una perspectiva mucha más abstracta y general. Por dar un ejemplo, un filósofo podría contestar porqué este ataque histérico simplemente "es", es decir, contestaría desde la teoría general del ser (o metafísica, tal vez la rama más im-portante de la filosofía).

Esto es así porque la filosofía intenta ser un saber sin supues-tos, o sea, no da nada por sentado, como hace el científico. A

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este último ni se le ocurre preguntarse por el ser o el existir: parte del supuesto de que las cosas son y existen, y desde allí comienza su investigación.

D. El conocimiento científico es crítico.- La ciencia cambia mucho más rápidamente que los dogmas religiosos, porque no suele aceptar sin más las opiniones prevale-cientes y busca ella misma probarlas con sus propios métodos. Lacan decía que la ciencia es un cementerio de teorías, donde las nuevas van matando a las anterio-res, y la misma obra de Freud es un ejemplo típico de ello en cuanto está constituida por un número conside-rable de rectificaciones de afirmaciones anteriores, que incluso habían sido planteadas por el mismo creador del psicoanálisis.

A diferencia del saber mítico, que es cerrado, el conocimiento científico tiende a no considerar que ya está todo explicado: la ciencia es un saber abierto que deja un interrogante detrás de cada nueva respuesta encontrada.

5. LA OPINIÓN DEL POSITIVISMO DE COMTE

Hacia mediados del siglo XIX Augusto Comte, padre del positi-vismo, publica su "Discurso sobre el espíritu positivo", que es uno de esos textos que podríamos llamar fundacionales, por cuanto exponen los principios de una doctrina y un programa general para desarrollarla. Esta doctrina se llamó positivismo, y de alguna forma viene a condensar en poco espacio toda la concepción sobre la ciencia que había comenzado a perfilarse desde el Renacimiento. Aún hoy, muchas veces sin darnos cuenta, seguimos pensando sobre la base de este programa y, a pesar de las diversas rectificaciones y críticas que ha sufrido, no hay aún, a nuestro criterio, una posición que sea realmente alternativa.

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En cualquier texto es posible encontrar, en efecto, una apología del saber científico de inspiración positivista, donde hasta llegan a parafrasearse algunas ideas famosas de Comte. Bunge, por ejemplo, sostiene que "la ciencia es un estilo de pensamiento y acción: precisamente el más reciente, el más universal y el más provechoso de todos los estilos".

Estamos de acuerdo en que es el más reciente, mientras que con respecto a lo demás es algo por lo menos criticable: desde el punto de vista de la cantidad de gente que detenta saberes, el conocimiento cotidiano o el mítico es más universal que el científico, y desde el punto de vista del nivel de profundidad de las reflexiones, la filosofía es más universal que la ciencia.

En cuanto a la idea de ciencia como conocimiento provechoso, se trata de otra conceptualización de Comte donde relaciona indisolublemente la ciencia con el progreso de la humanidad, cuestión también bastante discutible no sólo por la cuestión de la bomba atómica, sino sobre todo porque hay otros tipos de saberes que han demostrado ser más eficaces que el científico.

Una evaluación objetiva del original programa positivista com-tiano nos obliga a pensar que: a) por un lado, valoriza la ciencia más de la cuenta, sobre todo cuando dice que después del sa-ber científico no puede ningún otro tipo de conocimiento supe-rior (lo mismo podrían haber dicho los griegos de la filosofía, o los teólogos medievales de la religión); b) por otro lado resca-tamos algunas características definitorias de Comte sobre la ciencia, y que hemos enumerado anteriormente.

Rescatamos también su reseña histórica sobre la evolución del conocimiento humano: yo mismo, al referirme a los antepasa-dos del saber científico, recibí sin saberlo esta influencia com-tiana. En efecto, en su "Discurso sobre el espíritu positivo", Comte describe su 'ley de la evolución intelectual de la humani-dad o ley de los tres estados', según la cual la ella atravesó tres etapas: la teológica o 'ficticia' (que corresponde al saber mítico y donde el fundador del positivismo incluye el fetichismo, el polite-

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ísmo y el monoteísmo), la metafísica o abstracta (el saber filo-sófico), y la positiva o 'real' (el saber científico).

Por ejemplo, al referirse al tránsito del saber mítico-religioso a la filosofía, dice que "en realidad, la metafísica, como la teología, trata sobre todo de explicar la naturaleza íntima de los seres, el origen y el destino de todas las cosas, el modo esencial de pro-ducción de todos los fenómenos; pero en lugar de operar con los agentes sobrenaturales propiamente dichos, los reemplaza cada vez más por esas 'entidades' o abstracciones personifica-das cuyo uso, verdaderamente característico, a permitido a menudo designarla con el nombre de 'ontología'. Si algo hemos de concluir, en suma, es que el conocimiento científico tiene su propia identidad que los distingue de otros saberes, pero las diferencias con estos a veces no son tan tajantes como tal vez haya podido mostrarse, a los fines didácticos, en la presente nota.

6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ÁNGEL, Ernest (1986). La estructura de la ciencia: proble-mas de la lógica de la investigación científica. Ed. Pai-dós. Buenos Aires.

BUNGE Mario (1989). La ciencia, su método y su filosofía. Ed. Eudeba. Buenos Aires.

BUNGE Mario (1971). La investigación científica: su estrate-gia y su filosofía. Ediciones Ariel. Barcelona.

CAZAU Pablo (1987). “Investigación teórica e investigación empírica", en El Observador Psicológico, N°18 Argentina.

COHEN Morris y NAGEL Ernest (1979). Introducción a la ló-gica y al método científico, Volumen II. Ed. Amorrortu Edi-tores. Buenos Aires.

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COMTE Augusto (1982). Discurso sobre el espíritu positivo. 9° edición Ed. Aguilar. Buenos Aires.

FERRATER MORA J. (1979). Diccionario de filosofía. Ed. Alianza Editorial. Madrid.

FREÍD, S. (1926). El porvenir de una ilusión. Ed. Aguilar. Ar-gentina.

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EL REALISMO Y LA HISTORICIDAD DEL CONOCIMIENTO1

Paul Feyerabend2

0. INTRODUCCIÓN

El problema al que alude el título no es nuevo. Surgió en Occi-dente con los presocráticos; fue formulado por Platón y Aristóte-les, desmantelado por el ascenso de la ciencia moderna, y re-apareció con la mecánica cuántica y la creciente fuerza de los enfoques históricos (por oposición a teóricos) del saber. El pro-blema consiste, en resumen, en la cuestión siguiente: ¿Cómo es que una información que es resultado de cambios históricos e idiosincráticos pueda referirse a hechos y leyes independien-tes de la historia? Para examinar el problema, lo sustituiré por dos supuestos y las dificultades que suscita su uso corriente.

1. LOS SUPUESTOS

El primer supuesto es que las teorías, los hechos y los procedi-mientos que constituyen el conocimiento (científico) de un pe-riodo determinado son resultado de unos desarrollos históricos específicos y sumamente idiosincráticos.

1 Fuente: http://ctes.fsf.ub.es/prometheus21/articulos/feyerabend.htm Consultado el día 22 de agosto de 2003.2 Revista MANIA. Artículo publicado originalmente en inglés en The Journal of Philosophy; vol. 86, n. 8, agosto de 1989.

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Muchos hechos apoyan esa suposición. Los griegos poseían la inteligencia y los conocimientos matemáticos necesarios para desarrollar las perspectivas teóricas que surgirían en los siglos XVI y XVII y, sin embargo, no lo hicieron. "La civilización china -escribe J. Needham1 - había sido mucho más eficaz que la europea, durante los catorce siglos previos a la revolución cien-tífica, en la exploración de la naturaleza y en el empleo de tal conocimiento en beneficio de la humanidad"; y, sin embargo, esa revolución tuvo lugar en la "atrasada" Europa: no fue el conocimiento bueno sino el deficiente el que condujo a un co-nocimiento mejor. La astronomía babilónica se centraba en acontecimientos particulares, tales como la primera aparición de la luna después de la luna nueva, y construía algoritmos para predecirlos. Ni las trayectorias, ni las esferas celestes ni las consideraciones de la trigonometría esférica desempeñaron papel alguno en esos algoritmos. La astronomía griega postuló primero unas trayectorias físicas (Anaximandro), luego otras geométricas, y construyó sobre esa base. Ambos métodos fue-ron empíricamente adecuados y capaces de refinamiento (ecuantes, excéntricas y epiciclos en la astronomía griega, los polígonos en lugar de las funciones escalonadas o en zigzag en la alternativa babilónica). Lo que determinó la supervivencia de una de ellas y la desaparición de la otra no fue la adecuación empírica sino factores culturales2.

Algunos estudios recientes han añadido pruebas impresionan-tes a esas observaciones generales. Los historiadores de la ciencia que examinan la microestructura de la investigación científica, en particular la moderna física de alta energía, halla-ron muchos puntos de contacto entre el establecimiento de un resultado científico y la concertación de un complicado pacto político. Resultó que incluso los "hechos" experimentales de-penden de compromisos entre diferentes grupos dotados de diferentes experiencias, filosofías, respaldos financieros y trozos de alta teoría que apoyen su posición. Numerosas anécdotas confirman la naturaleza histórico-política de la práctica científi-ca3.

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El segundo supuesto es que lo que se ha descubierto gracias a esos procedimientos idiosincráticos y dependientes de la cultu-ra(y que se formula y se explica, por tanto, en términos igual-mente idiosincráticos y dependientes de la cultura) existe de modo independiente de las circunstancias de su descubrimien-to. Podemos suprimir el camino que condujo al resultado sin perder el resultado mismo. Llamaré esa suposición el supuesto de separabilidad.

También el supuesto de separabilidad se puede apoyar con diversas razones. ¿Quién negaría, en efecto, que había átomos mucho antes de que se inventaran los centelleadores y la es-pectroscopia de masas, que esos átomos obedecían las leyes de la teoría cuántica mucho antes de que éstas fueran escritas, y que seguirán haciéndolo cuando el último ser humano haya desaparecido de la faz de la tierra? ¿Acaso no es verdad que el descubrimiento de América, siendo resultado de maquinaciones políticas motivadas por creencias falsas y cálculos erróneos, y resultado además malinterpretado por el mismísimo Colón, no afectó en modo alguno las propiedades del continente descu-bierto? Poco importa que algunos filósofos se opongan a tales juicios temerarios, instándonos a dejar que la ciencia hable por sí misma, ya que la "ciencia misma" está llena de juicios teme-rarios como los mencionados4.

Hasta aquí, pues, los dos supuestos que subyacen al problema; veamos ahora las dificultades.

2. LAS DIFICULTADES

El supuesto de separabilidad forma parte no sólo de la ciencia sino también de las tradiciones no científicas. Según Herodoto y el sentido común de los griegos de los siglos sexto y quinto antes de Cristo, Homero y Hesíodo no crearon a los dioses sino que se limitaron a enumerarlos y describir sus propiedades. Los dioses habían existido antes y se suponía que seguirían vivien-do independientemente de los deseos y los errores humanos.

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También los griegos creían que podían suprimir el camino que condujo al resultado sin perder el resultado mismo. ¿Se sigue de eso que nuestro mundo contiene campos y partículas junto a dioses y demonios?

Los defensores de la ciencia contestan que no, porque los dio-ses no tienen cabida en una concepción científica del mundo. Pero si se supone que las entidades postuladas por una con-cepción científica del mundo existen con independencia de ésta, ¿por qué no ha de valer lo mismo para los dioses antropomor-fos? Es cierto que poca gente cree hoy en día en tales dioses, y que quienes creen en ellos raras veces ofrecen razones acep-tables; pero la suposición era que la existencia y la creencia son cosas distintas y que una nueva edad oscura de la ciencia no acabaría con los átomos. ¿Por qué se habría de dar un trata-miento distinto a los dioses homéricos, cuya edad oscura es la actual?

Los partidarios de la concepción científica del mundo responden que hay que darles un tratamiento distinto porque la creencia en los dioses no sólo desapareció sino que fue refutada con argu-mentos. De las entidades postuladas por tales creencias no se puede decir que existan separadamente; son ilusiones o "pro-yecciones" que no tienen significado alguno al margen del me-canismo proyector.

Pero los dioses griegos no fueron "refutados con argumentos". Los adversarios de las creencias populares acerca de los dio-ses jamás ofrecieron razones que demostrasen lo inadecuado de tales creencias partiendo de supuestos comunes. Lo que encontramos es un cambio social gradual que condujo a nuevos conceptos y a nuevos relatos construidos con esos conceptos.

Consideremos dos objeciones tempranas a los dioses de Homero. La primera pertenece a un conocido libelo de Jenófa-nes, el filósofo viajero5. Dice que los etíopes pintan a sus dioses negros y chatos, los tracios rubios y con ojos azules; y añade:

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Pero si manos tuvieran los bueyes, caballos, leones y esculpir y pintar supieran igual que los hombres, a caballo el caballo, igual que los bueyes al buey parecida traza de dioses pintada tendrían y en piedra esculpida, tal como ellos mismitos luciendo figura y porte (ib., fr. 15). El dios "verdadero" se describe, por contraste, como sigue: Un solo dios, entre dioses y hombres más grande que nadie, ni en cuerpo igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre en lo mismo quedando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de un lado a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo el querer de su mente todo lo mueve. (ib., frs. 23-26).

¿Cabe esperar que esos versos convenzan a un "etíope" o a un "tracio" empedernido? Ni hablar. La respuesta obvia sería la siguiente: "Parece que a ti, Jenófanes, no te gustan nuestros dioses; pero no has demostrado que no existan. Lo que has demostrado es que ellos son unos dioses tribales, que se pare-cen a nosotros y actúan como nosotros, y que no se ajustan a tu propia idea de dios como un superintelectual. ¿Pero por qué semejante monstruo habría de ser medida de existencia?".

Incluso se puede volver del revés la burla de Jenófanes, como demuestra un comentario de Timón de Fliunte, discípulo de Pirrón:

Jenófanes, medio modesto, el engaño de Homero abatió; a un dios inventó sin nada humano y en todo igual, inmóvil, sin pena, más listo aún que la misma listeza6.

Resulta, pues, que la burla de Jenófanes sólo funciona si la entidad que quiere introducir se halla impresa ya en las mentes de sus contemporáneos; formaliza un proceso histórico, pero no puede originarlo. (Sospecho que éste sea rasgo común a todos los "argumentos" que hacen "avanzar al pensamiento").

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Otra "prueba" temprana contra el politeísmo, recordada por la escuela aristotélica7, aclara todavía más la situación. Según esta prueba,

Dos o bien es uno o bien es muchos si son muchos, son o bien iguales o bien desiguales si son iguales, son como los miembros de una democracia pero los dioses no son miembros de una democracia: por tanto, son desiguales pero si son desiguales, un dios inferior no es Dios por tanto Dios es uno.

La prueba da por supuesto que ser divino significa lo mismo que detentar el poder supremo. No era éste el caso de los dioses homéricos. Una vez más, la prueba da en el blanco sólo des-pués de que se haya producido el cambio necesario de la no-ción de divinidad: fue la historia, no los argumentos, lo que minó a los dioses. Pero la historia no puede minar nada, al menos según el supuesto de separabilidad. Ese supuesto sigue obli-gándonos a admitir la existencia de los dioses homéricos8.

No nos obliga ---objetan los realistas científicos--- porque la creencia en unos dioses antropomorfos, aunque tal vez no haya sido refutada con razones, no fue nunca una creencia razona-ble. Solamente las entidades postuladas por creencias razona-bles se pueden separar de la historia. Llamaré a éste el supues-to de separabilidad modificado.

Ahora bien, hacer de lo razonable un criterio de la existencia separable de las cosas supone que las cosas se adaptan a los criterios de existencia y no al revés. La práctica científica no corresponde a ese supuesto, y le sobran razones. Decimos que los pájaros existen porque podemos verlos, capturarlos y tener-los en la mano. El procedimiento es inútil en el caso de las par-tículas alfa, y los criterios que se usan para identificar las partí-culas alfa no nos sirven cuando se trate de galaxias distantes o de neutrinos. Los quarks fueron durante un tiempo objeto de duda, en parte porque las pruebas experimentales estaban con-

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trovertidas, en parte porque se requerían nuevos criterios para unas entidades supuestamente incapaces de existir aislada-mente (el "confinamiento"). Podemos medir la temperatura con un termómetro; pero eso no nos lleva muy lejos. La temperatura del centro del Sol no se puede medir con ningún instrumento conocido, y la temperatura de acontecimientos tales como los primeros segundos del universo ni siquiera estaba definida an-tes de que llegara la segunda ley de la termodinámica. En todos esos casos, los criterios se fueron adaptando a las cosas, cam-biando y proliferando cuando entraban en escena cosas nue-vas. Decir que los dioses homéricos no existen porque no se pueden encontrar con experimentos o porque los efectos de sus actos no pueden reproducirse, es violar ese procedimiento. Pues si Afrodita existe y posee las cualidades e idiosincrasias que se le atribuyen, ciertamente no se quedará sentada para someterse a algo tan estúpido y tan humillante como puede ser una prueba de efectos reproducibles. De modo parecido se comportan las aves huidizas, los agentes secretos y la gente que se aburre fácilmente.

Permítanme que me extienda un poco sobre este punto. "El hombre sabio adapta sus creencias a la evidencia", dice Hume9, y muchos científicos están de acuerdo. Con más detalle se ex-presa Aristóteles: "De todos los seres compuestos por naturale-za, algunos (los astros) son ingénitos e imperecederos por toda la eternidad, mientras que otros están sujetos a generación y destrucción. Resulta que respecto a los primeros... los estudios que podemos llevar a cabo son menos, porque tanto los puntos de partida de la indagación como las propias cosas que desea-mos conocer presentan poquísimas apariencias observables. Estamos mejor equipados para adquirir conocimientos acerca de las plantas y los animales perecederos, porque crecen a nuestro lado. Cada uno de los dos estudios tiene un atractivo peculiar. Si bien de aquéllos alcanzamos a ver poca cosa, obte-nemos de ello, sin embargo, mayor placer que de todo cuanto nos rodea, ya que es conocimiento valioso, del mismo modo que el más breve vislumbre fortuito del ser amado nos da más placer que la contemplación detenida y pormenorizada de mu-chas otras cosas. Pero esta última se aventaja en conocimiento, siendo el saber acerca de éstas mejor y más abundoso"10.

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Pero el poder epistémico que se atribuye a las diversas áreas de investigación no se conforma a este principio. Los artesanos de todos los tiempos poseían información detallada sobre las propiedades de los materiales y su comportamiento en las cir-cunstancias más variadas, mientras que las teorías de la mate-ria, desde Demócrito hasta Dalton, fueron considerablemente menos detalladas y su relación con la evidencia mucho más tenue11. Aun así, las cuestiones de la realidad y de los métodos adecuados de descubrimiento se formulaban a menudo en tér-minos de esas teorías y no en términos artesanales. La infor-mación de los artesanas no contaba ni siquiera como saber. En tiempos más recientes, a la hidrodinámica y a la teoría de la elasticidad, a pesar de sus múltiples conexiones con la expe-riencia, se les asignaba un sitio muy por debajo de la mecánica abstracta (Lagrange, Hamilton). Incluso a ciencias enteras como la química y la biología se les atribuyó durante largo tiempo un papel secundario en la jerarquía de las ciencias.

Cuando a mediados del siglo diecinueve la escala de tiempo de la geología y la biología rebasó la edad del Sol calculada por físicos como Helmholtz y Kelvin y la datación correspondiente del enfriamiento de la superficie terrestre, se dio preferencia a las cifras sumamente conjeturales de los físicos12. Hemos de concluir que la autoridad de que goza cada materia es resultado de desarrollos históricos idiosincráticos, al igual que su forma. Es cierto que la tenacidad de los atomistas dio sus frutos: ni la física moderna de partículas elementales, ni la química cuántica ni la biología molecular existirían sin ella. Pero esos logros no se podían prever, y la invocación de ignotos y aun inconcebibles efectos futuros puede hacerse valer igualmente a favor de los dioses. Así pues, el supuesto de separabilidad modificado no nos ayuda tampoco a desembarazarnos de los dioses: habien-do decidido separar historia y existencia, debemos separar la existencia de los dioses aun de la argumentación científica más "avanzada".

Resulta, pues, que ni el supuesto de separabilidad ni el supues-to de separabilidad modificado pueden obligarnos a aceptar los átomos negando a la vez a los dioses. Un realismo que separa el ser de la historia se ve forzado a poblar el ser de cuantas

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criaturas fueran y aún sigan siendo consideradas por científicos, profetas y otros. Para evitar tal abundancia, algunos filósofos y científicos hallaron el siguiente recurso: las entidades científicas (y, para el caso, todas las entidades) son, según ellos, proyec-ciones, y en cuanto tales se hallan vinculadas a la teoría, a la ideología y a la cultura que las postula y las proyecta. La afir-mación de que ciertas cosas son independientes de la investi-gación o de la historia pertenece a unos mecanismos de pro-yección particulares que "objetivizan" su ontología, y no tiene sentido alguno al margen del escenario histórico que contiene esos mecanismos13. La abundancia se da en la historia; no se da en el mundo.

Pero no todas las proyecciones tienen éxito. Las mencionadas "entidades científicas" no son meros sueños; son inventos que pasaron por largos periodos de adaptación, corrección y modifi-cación, y luego permitieron a los científicos producir unos efec-tos hasta entonces desconocidos. De modo parecido, los dioses de la Antigüedad y el Dios uno y trino del cristianismo que los reemplazó tampoco fueron meras visiones poéticas. También ellos tuvieron efectos. Influyeron en las vidas de individuos, grupos y naciones enteras. Los dioses y los átomos acaso hayan empezado como "proyecciones", pero recibieron una respuesta; lo cual significa que lograron, por lo visto, tender un puente por encima del abismo que los realistas ingenuos habían colocado entre el ser y su propia existencia histórica. ¿Por qué desapareció esa respuesta en el caso de los dioses? ¿Por qué es tan poderosa en el caso de la materia?

3. EL PODER DE LA CIENCIA

Lo que he dicho hasta aquí es sencillo y claro. Con todo, ni si-quiera un razonamiento bien construido nos libra de la impre-sión arrolladora de que lo que mató a los dioses antropomorfos fue la llegada del racionalismo filosófico primero, luego científi-co. Por tanto, volveré a atacar la cuestión desde un ángulo lige-ramente distinto. Los dioses -tanto los dioses homéricos como

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el omnipotente Dios creador del cristianismo- son poderes no sólo morales sino también físicos. Provocan tempestades, te-rremotos e inundaciones; infringen las leyes de la naturaleza para producir milagros; levantan los mares y detienen el curso del Sol. Pero tales acontecimientos hoy en día o bien se niegan o bien se explican por causas físicas, y la investigación va ce-rrando rápidamente las lagunas que quedan. Proyectando así las entidades teóricas de la ciencia, vamos destituyendo a los dioses de su posición de poder, y como las entidades más fun-damentales de la ciencia obedecen a leyes independientes del tiempo, demostramos que nunca existieron. Muchas personas religiosas han aceptado esos argumentos y han diluido su credo hasta hacerlo concordar con esta filosofía.

Ahora bien, el hecho de que la ciencia domine ciertas áreas del conocimiento no basta de por sí para eliminar cualquier idea alternativa. La neurofisiología ofrece unos modelos detallados de los procesos mentales y, sin embargo, tanto científicos como filósofos de inclinaciones científicas mantienen con vida el pro-blema de mente y cuerpo. Algunos científicos incluso proponen "colocar a la mente y la conciencia en el asiento del conduc-tor"14, o sea devolverles el poder que tuvieron antes del auge de la psicología materialista. Esos científicos se oponen a la elimi-nación y/o reducción de las ideas y las entidades psicológicas de tipo precientífico. No hay razón alguna para tratar de modo distinto a los dioses, cuyos aspectos numinosos desde siempre se han resistido a la reducción.

En segundo lugar, la referencia a unas leyes fundamentales independientes del tiempo sólo funciona si a éstas pueden re-ducirse las explicaciones modernas de sucesos que antes se atribuían a causas divinas, tales como tempestades, terremotos, erupciones volcánicas, etc. Pero no existen reducciones acep-tables del género requerido. Los campos especiales introducen modelos especiales cuya derivabilidad de la física fundamental se supone, pero no se demuestra. Descartes fue ya consciente de esa situación cuando, en un comentario sobre la riqueza del mundo, se confesó incapaz de reducir a sus propios principios fundamentales las propiedades de procesos especiales como la luz, usando en lugar de ello una variedad de "hipótesis"15.

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Cuando Newton discute las propiedades del movimiento en medios resistentes16, abandona el estilo deductivo de su astro-nomía planetaria; su tratamiento del problema es "casi entera-mente original y en gran parte erróneo. En cada párrafo empie-zan nuevas hipótesis; se emplean generosamente supuestos ocultos y los supuestos explicitados a veces no se usan en ab-soluto"17. Los investigadores modernos en este terreno recha-zan explícitamente toda exigencia de reducción: "Desdeñar la física del continuo porque no se puede derivarla de la física nuclear es tan ridículo como sería reprocharle que no tiene fun-damento en la Biblia"18. La teoría general de la relatividad estu-vo conectada durante largo tiempo con las leyes planetarias conocidas sólo por conjeturas, no por derivación (calculando la trayectoria de Mercurio, se añadía la solución de Schwarzschild a los resultados de la teoría de la perturbación pre-relativista, sin haber demostrado, a partir de los principios fundamentales, que ambas describían adecuadamente la situación del sistema planetario). La conexión entre la mecánica cuántica y el nivel clásico es bastante oscura y sólo recientemente ha sido tratada de manera más satisfactoria19. La meteorología, la geología, la psicología, grandes partes de la biología y los estudios sociales se hallan más lejos todavía de la unificación. En lugar de una multitud de particulares firmemente atados a un conjunto de leyes fundamentales invariantes en el tiempo tenemos, pues, una variedad de enfoques cuyos principios unificadores se man-tienen indistintamente en un segundo plano: situación bastante parecida a la que se dio en Grecia tras la victoria de Zeus sobre los Titanes20.

En tercer lugar, estamos lejos de poseer un conjunto único y consistente de leyes fundamentales. La física fundamental, supuesta raíz de todas las reducciones, se halla todavía dividida en dos dominios principales: el mundo de lo muy grande, do-mesticado por la relatividad general de Einstein, y el mundo cuántico, que aún no está completamente unificado en sí mis-mo. "La naturaleza gusta de hacerse parcelizar", escribió Dyson describiendo esta situación21. Los elementos "subjetivos", como los sentimientos y las sensaciones, que forman otra "parcela", quedan excluidos de las ciencias naturales, aunque juegan un papel en su adquisición y control. Eso significa que el problema

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(sin resolver) de mente y cuerpo afecta los fundamentos mis-mos de la investigación científica. La ciencia tiene grandes la-gunas; la unidad y el alcance universal que pretende poseer no son hechos sino supuestos (metafísicos), y aquellas de entre sus proyecciones que funcionan provienen de áreas aisladas y carecen, por tanto, del poder destructivo que se les atribuye. Muestran como ciertos sectores del mundo responden a toscas aproximaciones, pero no nos ofrecen ninguna clave acerca de la estructura del mundo como un todo.

Y finalmente, la teoría cuántica, siendo la teoría más fundamen-tal y mejor confirmada de la física actual, rechaza las proyec-ciones incondicionales, haciendo depender la existencia de unas circunstancias específicas e históricamente determinadas. Las moléculas, por ejemplo, entidades fundamentales de la química y de la biología molecular, en lugar de simplemente existir y punto, sólo aparecen en condiciones bien definidas y bastante complejas.

Si alguien insiste todavía en que los trozos sueltos de ciencia que revolotean por ahí en nuestros días son muy superiores a las colecciones análogas de tiempos pasados (una naturaleza viviente, dioses caprichosos, etc.), entonces he de remitirme a lo que dije antes: a saber, que esa superioridad es el resultado de haber seguido un camino de menor resistencia. Con experi-mentos se puede atrapar la materia, no a los dioses. Dicho sea de paso que ese punto juega un papel también en el interior de las ciencias. R. Levins y R.C. Lewontin22 escriben, comentando la significación de los recientes avances de la biología molecu-lar, que "el enorme éxito del método cartesiano y de la visión cartesiana de la naturaleza resulta en parte de un camino histó-rico de menor resistencia. Los problemas que sucumben al ata-que se persiguen con mayor vigor, precisamente porque ahí funciona el método. Otros problemas y otros fenómenos se dejan de lado, alejados de la comprensión por el compromiso a favor del cartesianismo. Los problemas más arduos no se afron-tan, aunque sea por la sola razón de que las carreras científicas brillantes no suelen edificarse sobre el fracaso constante. Así los problemas que plantea la comprensión del desarrollo em-brionario y psíquico o la estructura y función del sistema nervio-

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so central permanecen más o menos en el mismo estado insa-tisfactorio en que se hallaban hace cincuenta años, mientras los biólogos moleculares van de triunfo en triunfo describiendo y manipulando genes"(ib., pp. 2s.). E. Chargaff23 escribe: "A me-nudo se considera que la insuficiencia de toda experimentación biológica frente a la vastedad de la vida puede compensarse mediante una firme metodología. Los procedimientos claramen-te definidos presuponen unos objetos sumamente limitados"(ib., p. 170). No se podría expresar con mayor claridad la insuficien-cia de la ciencia frente a los dioses.

4. DOGMATISMO, INSTRUMENTALISMO, RELATIVISMO

Ante tal situación caben distintas reacciones. Una consiste en desentenderse del problema y seguir describiendo el mundo conforme a la metafísica que prefiera cada cual. Ésta es la acti-tud de la mayoría de los científicos y filósofos científicos. Es una actitud sensata: fue la de los griegos y romanos cultos que si-guieron fieles a sus dioses en medio de una lluvia de objeciones filosóficas. Pero no resuelve nuestro problema.

Los instrumentalistas reaccionan abandonando el segundo su-puesto, aunque no del todo ("nada existe"), sino sólo respecto a ciertas entidades24. La confrontación con ontologías alternativas reaviva el problema.

Los relativistas aceptan el primer supuesto pero relativizan el segundo: los átomos existen, dado el marco conceptual que los proyecta. El problema es, en este caso, que las tradiciones no sólo carecen de fronteras bien definidas sino que contienen ambigüedades y métodos de cambio que capacitan a sus miembros para pensar y actuar como si no hubiese fronteras: cada tradición es, en potencia, todas las tradiciones. Relativizar la noción de existencia reduciéndola a un solo "sistema concep-tual" que luego se aísla del resto y se presenta como un recorte exento de ambigüedades, es mutilar a las tradiciones reales y crear una quimera25. No deja de ser paradójico que tal sea la

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actitud de gente que se precia de tolerante para con todas las maneras de vivir.

Los relativistas aciertan, sin embargo, al afirmar que la tentación de proyectar ciertas entidades (dioses o átomos) se acrecienta en determinadas circunstancias y disminuye en otras. Una vez dadas las circunstancias favorables, las entidades "aparecen" efectivamente de manera clara y decisiva. Los recientes desa-rrollos de la interpretación de la mecánica cuántica sugieren que tales aparición han de considerarse fenómenos (el término es de Bohr) que trascienden la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo (que subyace al segundo supuesto): son "subjetivos" en cuanto no podrían existir sin la guía idiosincrática, conceptual y perceptiva, de algún punto de vista (no necesariamente explíci-to); pero también son "objetivos", ya que no todas las maneras de pensar dan resultados ni todas las percepciones son fiables. Hace falta una nueva terminología para adaptar nuestro pro-blema a esta situación.

5. LOS SERES HUMANOS COMO ESCULTORES DE LA REALIDAD

Según el primer supuesto, nuestras maneras de pensar y de hablar son productos de desarrollos históricos idiosincráticos. Tanto el sentido común como la ciencia ocultan esta situación. Afirman, por ejemplo (segundo supuesto), que los átomos exis-tían mucho antes de ser descubiertos. Eso explica por qué la proyección halló respuesta, pero pasa por alto que tampoco quedaron sin respuesta otras proyecciones enteramente distin-tas.

Una manera mejor de contar la historia es la siguiente. Los cien-tíficos, equipados con un complejo organismo e insertos en unos entornos físicos y sociales sujetos a cambios constantes, emplearon diversas ideas y acciones (y, mucho más tarde,

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equipamientos que llegarían a incluir complejos industriales como el CERN) para fabricar, primero, unos átomos metafísi-cos, luego unos toscos átomos físicos y, finalmente, unos com-plejos sistemas de partículas elementales, a partir de un mate-rial que no contenía esos elementos pero que era capaz de amoldarse a ellos. Desde este punto de vista, los científicos son escultores de la realidad; aunque escultores en un sentido es-pecial. No sólo actúan causalmente sobre el mundo (aunque eso también lo hacen, y tienen que hacerlo si quieren "descu-brir" nuevas entidades), sino que también crean unas condicio-nes semánticas que generan interferencias fuertes que actúan desde los efectos conocidos a las proyecciones novedosas y, a la inversa, desde las proyecciones a los efectos experimental-mente verificables. Estamos ante la misma dicotomía de des-cripciones que Bohr introdujo en su análisis del caso de Eins-tein, Podolsky y Rosen26. Cada individuo, cada grupo y cada cultura trata de lograr un equilibrio entre las entidades que pos-tula y las creencias, necesidades, expectativas y maneras de argumentar predominantes. El supuesto de separabilidad surge en casos (tradiciones, culturas) especiales; pero no es condi-ción que satisfaga (ni que haya de satisfacer) todo el mundo, y ciertamente no es una base sólida para la epistemología. En resumidas cuentas, la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo y la dicotomía correspondiente entre descripciones y construccio-nes es demasiado ingenua como para orientar nuestras ideas sobre la naturaleza y las implicaciones de las pretensiones del conocimiento.

No estoy afirmando que cualquier combinación de acciones causales y semánticas haya de conducir a un mundo bien arti-culado y en el cual se pueda vivir. El material al que se enfren-tan los seres humanos (y, por cierto, también los perros y los simios) requiere una aproximación adecuada. Ofrece resisten-cia; ciertas construcciones no hallan en él ningún punto de apo-yo y simplemente colapsan (el caso de algunas culturas inci-pientes como, por ejemplo, los cargo cults). Por el otro lado, ese material es mucho más maleable de lo que se suele suponer. Moldeándolo de determinada manera (la historia de la tecnolo-gía que conduce a un aerodinámico entorno tecnológico y a grandes ciudades de la investigación como el CERN), obtene-

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mos partículas elementales; procediendo en otro sentido, obte-nemos una naturaleza viviente y llena de dioses. Incluso el "descubrimiento" de América, que cité en apoyo del supuesto de separabilidad, admitió cierto margen de libertad, como de-muestra el fascinante estudio de Edmundo O'Gorman La inven-ción de América27. La ciencia ciertamente no es la única fuente de información ontológica fiable.

Importa leer estas afirmaciones de la manera justa. No se trata de un bosquejo de una nueva teoría del conocimiento que ex-plique la relación entre los seres humanos y el mundo y ofrezca una fundamentación filosófica para cualesquiera descubrimien-tos que se hagan. Tomarse en serio el carácter histórico del conocimiento significa rechazar cualquier intento de esa índole. Podemos describir los resultados que hayamos obtenido (aun-que la descripción siempre será fatalmente incompleta), pode-mos comentar las semejanzas y las diferencias que nos hayan llamado la atención, podemos tratar incluso de explicar "desde dentro", es decir, empleando los medios prácticos y conceptua-les que nos ofrece algún enfoque particular, lo que gracias a tal enfoque hayamos descubierto (la teoría de la evolución, la epis-temología evolucionista y la cosmología moderna pertenecen a esta categoría). Podemos contar muchos cuentos interesantes. Pero no podemos explicar cómo el enfoque elegido se relaciona con el mundo ni por qué, en términos del mundo, tiene éxito; pues eso equivaldría a conocer los resultados de todos los en-foques posibles o ---lo que viene a ser lo mismo--- a conocer la historia del mundo antes de que el mundo haya tocado a su fin.

Aun así, no podemos prescindir del saber hacer científico. El impacto material, espiritual e intelectual de la ciencia y de las tecnologías basadas en ella ha transformado nuestro mundo. La reacción del mundo ante esa transformación (reacción bastante extraña, por cierto) es que estamos atrapados en un entorno científico; necesitamos a los científicos, ingenieros, filósofos de inclinaciones científicas, sociólogos, etc., para habérnoslas con las consecuencias. Mi tesis es que esas consecuencias no es-tán fundadas en una naturaleza "objetiva" sino que provienen de un complicado juego recíproco entre un material desconoci-do y relativamente maleable, por un lado, y, por el otro, unos

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investigadores que influyen sobre el material a la vez que éste influye en ellos y los cambios; en fin de cuentas, es el mismo material del que están hechos ellos mismos. No por ello resulta más fácil eliminar los resultados. No se puede apartar de un soplo el lado "subjetivo" del conocimiento, inextricablemente entrelazado con sus manifestaciones materiales. Lejos de sólo constatar lo que estaba ya ahí, creó unas condiciones de exis-tencia, un mundo que corresponde a esas condiciones y una vida adaptada a este mundo; esos tres hechos juntos apoyan o "establecen" ahora las conjeturas que condujeron a ellos. Aun así, una ojeada a la historia demuestra que este mundo no es un mundo estático poblado por hormigas pensantes (y que pu-blican) que recorriendo sus grietas van descubriendo poco a poco los contornos de este mundo sin ejercer ningún efecto sobre él, sino un ser dinámico y de muchas facetas que refleja la actividad de sus exploradores e influye en ella. En otros tiem-pos estaba lleno de dioses; luego se convirtió en un insípido mundo material; y se puede cambiarlo de nuevo, si sus habitan-tes tienen la determinación, la inteligencia y el ánimo de dar los pasos necesarios.

NOTAS

1. Science in Traditional China, Nueva York-Cambridge, 1981, pp. 3, 22ss. Sobre los detalles, véanse las sec-ciones de Needham et al., Science and Civilisation in China, Nueva York-Cambridge, 1956ss., en particular el vol. V, parte VII. Una breve pero sugerente compara-ción entre los desarrollos que se dieron simultáneamen-te en Grecia y en China se encuentra en los artículos de Jacques Gernet y Jean-Pierre Vernant en Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, Siglo XXI, Madrid, 1982.

2. La convicción de que la astronomía griega fue intrínse-camente superior a la babilónica refleja una parte de las pruebas de que había, por un lado, teorías estables y, por el otro, unos programas de investigación de rápido

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crecimiento. Pero el crecimiento de un lado y la estabili-dad del otro no se debía a éxitos u obstáculos empíri-cos sino a unas condiciones sociales diferentes. Véase G.E.R. Lloyd, The Revolution of Wisdom, California University Press, Berkeley, 1987, cap. 2.

3. Detalles en Andrew Pickering, Constructing Quarks, Chicago University Press, Chicago, 1984; Peter Gali-son, How Experiments End, Chicago University Press, Chicago, 1987, y en el número de septiembre de 1988 de la revista Isis. Las anécdotas gozan de escasa popu-laridad entre los lógicos que creen que la ciencia avan-za gracias al uso racional de principios racionales; pero adquieren importancia una vez la práctica científica se haya reintegrado a la historia.

4. Arthur Fine, The Shaky Game, Chicago University Pre-ss, Chicago, 1986, libro interesante y sumamente in-formativo, nos invita a "dejar que la ciencia se valga por sí misma y examinarla sin la ayuda de los 'ismos' filosó-ficos"(p. 9), a "tratar de entender la ciencia en sus pro-pios términos, y no leer en ella lo que en ella no está"(p. 149). Dado que en mi Tratado contra el método (trad. cast. Tecnos, Madrid, 1986) he propuesto una perspec-tiva parecida, veo la posición de Fine con mucha simpa-tía, pero no puedo aceptarla como definitiva. La ciencia no es la única empresa que produce pretensiones de existencia, ni son los razonamientos científicos las úni-cas "complejas redes de juicios" en que "fundan" tales pretensiones (p. 153). ¿Hemos de convertirnos en rela-tivistas complacientes que aceptan como existente cualquier cosa que alguien nos proponga de forma sufi-cientemente complicada (con una "red compleja de jui-cios"), o no deberíamos más bien elegir las redes y en-contrar razones que justifiquen nuestra elección? De todas maneras, la biología molecular, la teoría de la evolución, la cosmología y aun la física de altas energí-as (véase Pickering, op. cit., p. 404, sobre el "realismo retrospectivo" de los científicos) contienen suficientes pretensiones de existencia "objetiva" como para colocar las dificultades que trataré en el capítulo siguiente en el centro mismo de la ciencia.

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5. En Diels-Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Zurich, 1983, fragmento 16.

6. En Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 224 (Jenófa-nes A 35 Diels-Kranz).

7. Seudo-Aristóteles, Sobre Meliso, Jenófanes y Gorgias, 977a14ss.

8. Marcello Pera objeta que he empleado en mi argumen-tación una noción demasiado restringida de 'argumen-to'. Respondo que entiendo por 'argumento' cualquier historia que se pueda contar en un tiempo relativamente breve, que obedezca al propósito de demostrar que los dioses homéricos no existen, y que persiga ese objetivo con medios "intelectuales", es decir, usando proposicio-nes y no procedimientos como el terror, el hipnotismo, etc. Habría que añadir que los dioses antiguos no fue-ron creaciones de la fantasía sino presencia viviente. En la sobria Roma participaban incluso en el proceso político: véase la edición revisada de Against Method, Verso, Londres, 1988, cap. 16, sobre los dioses homé-ricos; Robin Lane Fox, Pagans and Christians, Norton, Nueva York, 1987, parte primera, sección 4, titulada "Seeing the Gods", sobre el Imperio Romano tardío; y Donald Strong, Roman Art, Penguin, Londres, 1982, sobre la Roma republicana e imperial hasta el siglo cuarto. El Dios trino y uno del cristianismo y los santos influyeron profundamente en las artes, en la filosofía y la política de Occidente, y no sólo en retrospectiva sino para las mismas personas que elaboraron los detalles.

9. An Enquiry Concerning the Understanding, sección X. 10. Aristóteles, De partibus animalium, I, 5. 11. Cyril Stanley Smith, A Search for Structure, MIT, Cam-

bridge, 1981, distingue entre las teorías de la materia, tales como la teoría atomista, y el conocimiento de ma-teriales. Describe cómo éste surgió varios milenios an-tes que aquéllas, fue más detallado y se vio a menudo obstaculizado por consideraciones teóricas. En una ex-posición presentada y explicada en From Art to Scien-ce, MIT, Cambridge, 1980, demostró la enorme canti-dad de información contenida en los productos de los artesanos antiguos. Norma Emerton, The Scientific

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Reinterpretation of Form, Cornell, Ithaca, 1984, describe la batalla entre las teorías de la forma (que estaban bastante próximas a las prácticas artesanales) y el ato-mismo (que no lo estaba) y comenta los métodos que usaban los atomistas para defender su supremacía.

12. D. Burchfield, Lord Kelvin and the Age of the Earth, Hill & Wang, Nueva York, 1975.

13. Fine, op. cit., cap. 6, ha demostrado que así entendía también Einstein su propio "realismo".

14. R. Sperry, Science and Moral Priority, Greenwood, Westport, CT, 1985, p. 32.

15. Discurso del método, VI. 16. Principia, libro II. 17. C. Truesdell, Essays in the History of Mechanics,

Springer, Nueva York, 1968, p. 9. 18. Encyclopedia of Physics, vol. III/3, Springer, Nueva

York, 1965, p. 2. 19. Un resumen de los problemas y esbozo de soluciones

posibles ofrece Hans Primas, Chemistry, Quantum Me-chanics and Reductionism, Springer, Nueva York, 1981. El libro contiene también una discusión detallada de la relación entre la química y la física fundamental.

20. Hesíodo, Teogonía, vv. 820ss. 21. Disturbing the Universe, Harper & Row, Nueva York,

1979, p. 63. Los teóricos de las supercuerdas tratan de superarla multiplicidad restante, pero lo único que han conseguido hasta la fecha es forjar un lenguaje en el cual pueden hablar de todo sin llegar nunca a ningún resultado concreto. En las palabras de Richard Feyn-man, "tengo la fuerte impresión de que eso es un sin-sentido"(P.C.W. Davies y J. Brown, eds., Superstrings, Cambridge, Nueva York, 1988, p. 194). Por lo demás, incluso si los teóricos de supercuerdas lograsen unificar la física fundamental, aún tendrían que habérselas con la química, la biología, la conciencia, etc.

22. The Dialectical Biologist, MIT, Cambridge, 1985. 23. Heraclitean Fire, Rockefeller University Press, Nueva

York, 1978. 24. Como observó Duhem cuando describió cierta fase del

debate entre realistas e instrumentalistas como una ba-

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talla "entre dos posiciones realistas" (To Save the Phe-nomena, Chicago University Press, Chicago, 1969, p. 106).

25. He descrito este aspecto del relativismo en el cap. 10 de mi libro Farewell to Reason, Verso, Londres, 1987. (En la presunta traducción castellana de esta obra, Adiós a la razón, Altaya, Barcelona, 1998, reedición a su vez de la publicada por Tecnos, Madrid, 1992, no fi-gura ningún capítulo 10 ni, por lo demás, indicación al-guna de lugar y fecha de publicación del original inglés - N. del T.).

26. Véase la reimpresión en J.A. Wheeler y W.H. Zurek (eds.), Quantum Theory and Measurement, Princeton University Press, Princeton, 1983, p. 42. El presente ensayo está basado firmemente en las ideas de Bohr. Al leer el epílogo de Paul Hoyningen, Die Wissens-chaftsphilosophie Thomas Kuhns, Vieweg, Braunsch-weig, 1989, me di cuenta de que sus ideas fueron muy parecidas, casi idénticas, a la filosofía aún inédita del úl-timo Kuhn. Pregunté a Hoyningen cómo explicaría él semejante armonía preestablecida (cuando escribí este texto no estaba familiarizado con la filosofía del último Kuhn). Me contestó: "La gente razonable piensa si-guiendo las mismas líneas"; respuesta que parece ente-ramente aceptable.

27. Edmundo O'Gorman, La invención de América. Investi-gación acerca de la estructura histórica del nuevo mun-do y del sentido de su devenir, Fondo de Cultura Eco-nómica, México, 1984.

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CIENTIFISMO Y MODERNIDAD: UNA DISCUSIÓN SOBRE EL

LUGAR DE LA CIENCIA1

Antonio J. Diéguez Lucena2

RESUMEN

El cientifismo, en tanto que concesión de una total preeminencia a la ciencia sobre el resto de la cultura, es un producto de la modernidad. Sin embargo, sus efectos se muestran también contrarios a los ideales más genuinos que alentaron el proyecto moderno. La crítica al cienti-fismo ha podido por ello tomar dos vertientes: la de los que ponen el acento en lo que tiene de opuesto al espíritu moderno, y la de los que consideran que es un resultado inevitable de una concepción errónea de la razón, sobre la que se asienta toda la modernidad. Aquí se expo-ne el desarrollo de ambas vertientes y se analiza la relación que esta-blecen entre la ciencia y el mundo de la vida.

ABSTRACT

Scientism, as a concession of a total pre-eminence of science over the rest of the culture, is a product of modernity. Nevertheless, its effects are also contradictory to the most genuine ideals that enlivened the modern project. For that reason, the criticism of scientism has devel-oped in two different directions: that of those who emphasize aspects

1 Fuente: http://webdatos.uma.es/filosofía/dietxt1.htm Consultado el día 30 de agosto de 2003. 2 Universidad de Málaga.

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which are contrary to modernity, and that of those who consider that scientism is an unavoidable result of a misconception of reason, on which modernity is based. Here we deal with the development of both critical orientations, and we analyze the relationship established be-tween science and life-world.

1. CRISIS DE LA CIENCIAS

En 1936 Edmund Husserl abría la que sería su obra más influ-yente, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, con la siguiente pregunta: ¿Puede efectivamente hablarse de una crisis de las ciencias dado lo continuo de sus éxitos? Por crisis entendía Husserl el cuestionamiento del modo en que las ciencias se han propuesto a sí mismas objetivos y tareas, y han elaborado una metodología. Su respuesta a la pregunta era afirmativa. Creía que el fracaso de las ciencias podía cifrarse en su incapacidad para responder a las cuestio-nes que más han interesado siempre al hombre: "las relativas al sentido o sin sentido de la existencia humana" [17, p. 6]. Ese fracaso había conducido a la pérdida de la gran fe que las cien-cias tenían en sí mismas, una fe que la Ilustración quiso que fuera sustituto de la fe religiosa para conseguir la sabiduría y, mediante ella, una vida digna de ser vivida [cf. 16, pp. 8-9].

Husserl no veía la causa principal de esta crisis en la carencia de legitimidad o de efectividad de los métodos y resultados al-canzados en la ciencia. Estos eran adecuados si el fin se situa-ba en un avance continuo en los conocimientos y un éxito prác-tico cada vez más notable. El problema radicaba en que ese fin era insuficiente de acuerdo con las pretensiones iniciales y las esperanzas que la época moderna depositó en la ciencia desde su fundación. Pensaba que la crisis era consecuencia del aban-dono de todo intento de elaborar, aunque fuera situándola en el infinito, una ciencia omniabarcadora y universal, en la cual se integraran armónicamente las distintas ciencias particulares, y que sirviera de guía al ser humano para proporcionar a su exis-tencia un sentido racional. Tal abandono condujo a la reducción del conocimiento científico a ciencias positivas especializadas

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que generaban grandes logros teóricos y prácticos pero que sólo podían dar respuesta a los "problemas de hecho", dejando de lado los "problemas de razón". Precisamente, el éxito de las ciencias positivas obedecía a su especialización, a su objetivis-mo fisicalista y a la renuncia a plantear cuestiones fundamenta-les, es decir, se conseguía a costa de la merma en los amplios objetivos iniciales. A partir de la segunda mitad del siglo XIX el hombre moderno se dejó deslumbrar por la prosperidad que las ciencias traían, lo que "significó paralelamente un desvío indife-rente respecto de las cuestiones decisivas para una humanidad auténtica" [17, p. 6]. Los éxitos de las ciencias no eran, pues, una evidencia en contra de su pretendida crisis. Por el contrario, la crisis estaba en el hecho mismo de unas ciencias cada vez más exitosas, inmersas en un progreso continuo y ciego, que caminaban disociadas del "mundo de la vida", o sea, de ese "suelo universal de la vida humana en el mundo" [17, p. 163], de ese horizonte cotidiano de posibles experiencias que está pre-viamente dado al, y es presupuesto por, el mundo objetivo-científico. Lo grave era además que el hombre moderno había fundado su especificidad renovadora frente al hombre antiguo y medieval en la nueva visión del mundo que las ciencias aporta-ban; la crisis de éstas significaba entonces una crisis de la "humanidad europea", lo que para Husserl era tanto como decir de los hombres modernos en su conjunto.

No pretendo que el diagnóstico husserliano sea incontestable o válido sin más para la situación presente (y mucho menos el fármaco que Husserl prescribe: la fenomenología trascendental como recuperación del ideal de un conocimiento riguroso y uni-versal fundamentado sobre el mundo de la vida), pero sí creo que sus categorías centrales pueden servir de hilo conductor para orientarnos en la discusión reciente sobre el papel de la ciencia en la cultura. Aplicando las mismas categorías de dia-gnosis podemos decir que, pese a las lamentaciones constan-tes por los desajustes que crea la especialización científica, nadie considera hoy como una objeción contra las ciencias el no haber obtenido un conocimiento omniabarcante capaz de resol-ver los enigmas más profundos de la condición humana y dotar de razón los avatares de "unos seres sometidos, en esta época desventurada, a mutaciones decisivas" [17, p. 6]. Unos porque

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piensan que todavía es demasiado pronto, apenas la infancia de la humanidad, para pedirle tales cosas a la razón científica, otros porque consideran que un objetivo así es un completo despropósito, en esta era nuestra de la tecnociencia el único objetivo que se reclama a las ciencias, el que permite la finan-ciación de su costoso funcionamiento, el que interesa verdade-ramente a empresas, políticos, ciudadanos y científicos, es el éxito teórico y práctico. Descartados como pretenciosos o como impropios los amplios objetivos de felicidad, libertad y progreso moral que la Ilustración pensó como alcanzables por la sola fuerza de la razón, la ciencia funciona a la perfección generan-do prosperity en manos de los expertos de todo el mundo. En ese sentido no sólo no hay crisis, sino que jamás ha habido una presencia igual de la ciencia en todos los ámbitos de la vida humana, jamás ésta ha dependido tanto del conocimiento cien-tífico-técnico, jamás la ciencia ha gozado de tanto poder y tanto prestigio.

Lo sorprendente es que una reconsideración tan general de intereses no ha ido acompañada hasta bien entrado el siglo XX de un cambio parejo en la interpretación del papel que la cien-cia, como actividad intelectual encarnada en instituciones, per-sonas y productos, juega en el marco general de la cultura. Si se puede hablar hoy de crisis de la ciencia, es aquí donde se la encuentra, en su entronque social y político, y en el valor que se le concede en comparación con otras instancias culturales. No, evidentemente, porque se haya debilitado frente a éstas o por-que haya perdido conexiones con los centros de poder, sino porque la solidez de estas conexiones ha hecho posible una extensión tal de su influencia que ha llegado a ser vista como una fuerza destructora de los ideales de la modernidad. Esto es lo que Husserl supo entender tempranamente; el decaimiento del proyecto moderno (en el que la ciencia ocupa un lugar prin-cipal) no se produce a pesar del triunfo de las ciencias positivas, sino muy especialmente a causa del mismo. La ciencia no fue capaz de desarrollar el potencial liberador que se le adscribía y se transformó en una fuente de dominio que expande sobre la totalidad de la existencia humana un tipo unilateral de racionali-dad, matematizante, objetivista, naturalista y tecnificadora. La crisis de la ciencia no es una crisis de crecimiento, ni siquiera

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sólo de fundamentos (aunque también lo sea), es ante todo una crisis en la legitimidad de sus pretensiones y en el sentido de su tarea.

En el momento en que se tiene clara conciencia de que el co-nocimiento científico no puede ofrecer al ser humano el perfec-cionamiento integral que en otro tiempo se le pedía, el éxito de la tecnociencia estimula la imposición de sus fines sobre cua-lesquiera otros. El desarrollo científico-técnico se valora por encima incluso de aquellas necesidades humanas que se supo-ne que trata de satisfacer y no busca ya, por tanto, una justifica-ción más allá de sí mismo. Cualquier sacrificio vale la pena si es en aras del avance de los conocimientos. La ciencia recurre como legitimación al prestigio que le concede el progreso impa-rable de su efectividad, del cual la prosperidad y el bienestar material serían productos deseados. Fundamenta su legitimidad en el factum de su triunfo. Se oye decir que la derrota del positi-vismo ha significado la caída del mito de la ciencia. Habría que añadir, para no llevar a equívocos, que esa derrota se ha pro-ducido en la época en la que la ciencia no necesita de ninguna filosofía que la justifique o la exalte. He aquí lo paradójico: nun-ca como hoy se ha obtenido tanto beneficio de la ciencia y, sin embargo, nunca como hoy ha sido tan contestada y temida. Como explicaremos a continuación, el gigantismo de la ciencia representa un peligro para aquellas conquistas principales de las Luces que hicieron posible su espectacular desarrollo. Ve-mos como en nombre de la ciencia se limita la discusión crítica de muchas ideas, se cercena la libertad de expresión de los no expertos, o se pierde el respeto por las tesis minoritarias y hete-rodoxas que no cuentan con su aval. Una situación para la que valdrían estas palabras de Wellmer: "el proyecto cultural de la modernidad acaba en gestos defensivos, mientras que la mo-dernización técnica de la sociedad sigue avanzando con rapi-dez" [36, p. 112].

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2. AUGE DEL CIENTIFICISMO

Vivimos una época de auge del cientifismo. El cientifismo es la aceptación del éxito de la ciencia como justificación de su supe-rioridad en todo respecto sobre otras tradiciones culturales.[1] Se trata de una especie de huida hacia adelante propiciada por la sobreestimación de ciertas características atribuidas a la ciencia moderna, como son el rigor, la objetividad, la fundamen-tación, el carácter metódico, la efectividad, etc. Si antaño fue una posición teórica elaborada, en la actualidad cobra la forma de una actitud general asumida tácitamente: es el modo como nos relacionamos con la ciencia y como ésta (a través de sus representantes) espera ser recibida. Dicha actitud consiste en dejar a la ciencia la última palabra sobre todo tipo de cuestiones teóricas y prácticas siempre que ésta quiera tomarla, y en los temas decisivos siempre quiere. Con ello, por un lado, conoci-miento fiable se hace sinónimo de conocimiento científico. Habermas lo hace notar: "El 'cientifismo' significa la fe de la ciencia en sí misma, o dicho de otra manera, el convencimiento de que ya no se puede entender la ciencia como una forma de conocimiento posible, sino que debemos identificar el conoci-miento con la ciencia" [7, p. 13]. Y, por otro lado, esa fe se plasma en obras, al tomar a la ciencia como el mejor recurso aplicable a todos los problemas humanos, ya sean técnicos, éticos, políticos, sociales, etc., recurso que administran celosa-mente los expertos. "En un contexto como éste ---ironiza Pierre Thuillier--- es de esperar que las ideologías sigan perdiendo terreno. Nosotros, hombres de la sociedad "científica", vamos por fin a poder prescindir de la filosofía, la ética y la política. No será ya preciso promover valores ni formular proyectos propia-mente políticos. Gracias a los expertos de toda índole, la "racio-nalidad científica" reinará como una especie de poder autóno-mo. [...] Al final, es el mismo mundo de la acción el que se ve transformado. [33, p. 106, cf. pp. 92-93 y 34, p. 225]. Una situa-ción así sería muy del agrado de los cientifistas. Mario Bunge, sin ironía alguna, le da una calurosa bienvenida. Su idea es que "una acción política racional no se inspira en consignas ideoló-gicas, sino en conocimientos científicos" [2, p. 104]. Por consi-guiente, lo que hay que hacer es eliminar las viejas ideologías y sustituirlas por "ideologías científicas, esto es, sistemas de

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creencias fundadas en el estudio científico de la realidad social y de las necesidades y deseos de la gente", y cuando nazca una ideología de tal cuño, "dejará de ser ideología en el sentido clásico y terminará entonces el conflicto entre ciencia e ideolo-gía" [2, p. 107]. Bunge nos recuerda con ello una de las mejores y más antiguas maneras de terminar con un conflicto: eliminar completamente al rival. Cualquier conflicto entre la ciencia y lo que no es ciencia debe encontrar, según parece, una solución semejante. La ciencia, finalmente victoriosa, nos guiará por los nuevos y ahora ya despejados senderos de la política. No cabrá más disidencia que la del estúpido o la del ignorante.

El cientifismo ofrece una respuesta simple al problema de Hus-serl: no hay motivo de preocupación alguna porque no es ver-dad que las ciencias hayan perdido la fe en sí mismas como Husserl creía. Si las ciencias no han podido responder a mu-chas cuestiones fundamentales que importan al hombre ha sido a causa de su inmadurez temporal y no por renuncia a ellas. La disociación entre las ciencias y el mundo de la vida ---necesaria para avanzar rápidamente en un primer periodo--- quedará fi-nalmente superada mediante la disolución de éste en aquéllas. El residuo de lo no tratable científicamente será cada vez me-nor, las ciencias irán arañando continuamente parcelas a otros saberes pre- o extracientíficos. El mundo de la vida, como ámbi-to cotidiano de lo presupuesto, será configurado hasta donde sea posible por lo científico-objetivo, y lo que no encaje será declarado fútil, carente de sentido o irracional.

Las raíces del cientifismo son antiguas. Tanto Bacon como Descartes asignaron al conocimiento científico la finalidad de obtener poder y dominio sobre la naturaleza, incluyendo la natu-raleza humana, al tiempo que le subordinaron las demás ramas del saber. La persecución de este objetivo tuvo resultados tem-pranos que pusieron a la ciencia en un camino ascendente has-ta hacer de ella un modelo para otras formas de conocimiento, en especial para las que tenían alguna parte en el manejo de las cuestiones sociales. Los enciclopedistas franceses hereda-ron la idea y la propagaron, pero cuando el cientifismo se elabo-ró teóricamente y se hizo beligerante fue en el siglo XIX a través de la escuela positivista. La intención última de Saint-Simon y

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de Comte era reorganizar toda la sociedad bajo directrices cien-tíficas. En la fase final de la historia, en la cual ellos suponían que ya se había entrado, el poder temporal quedaría en manos de la industria y de la ciencia unidas en estrecha relación, en tanto que el poder espiritual de los sacerdotes sería sustituido por el de los hombres de ciencia. Entre los años 30 y 50 de nuestro siglo las tesis cientifistas fueron remozadas por la filoso-fía del positivismo lógico. Las despojaron del caduco ropaje historicista en el que las había envuelto el viejo positivismo y las lanzaron a la calle con la vestimenta mucho más respetable de la lógica matemática, dejando como resultado una profunda impronta en la visión que tienen de la ciencia muchos de sus practicantes.

Aclaremos que el cientifismo no depende del concepto de cienti-ficidad que se acepte, porque no es una caracterización del método científico o un compromiso personal más o menos fuer-te con los dictados de la ciencia. No hace falta ser un racionalis-ta trasnochado o un positivista dogmático, ni creer que la cien-cia está en posesión de una verdad absoluta y demostrada, para ser cientifista. El cientifismo depende de la posición que se le otorgue a la ciencia en el conjunto de la cultura y de la rela-ción que se quiera que mantenga con los dominios extracientífi-cos. Así, se puede ser un falibilista que crea que el conocimien-to científico no puede quedar jamás definitivamente establecido, permaneciendo siempre conjetural, y al mismo tiempo erigir el modelo de una ciencia falibilista, conjetural y crítica en vara para medir lo que es o no es buena filosofía, buena política, buena economía y hasta buen comportamiento ético. Esto es lo que hace, por ejemplo, Popper.

El único peligro que parece ver Popper en la ciencia es que algunas veces puede ser mal utilizada, pero ---añade inmedia-tamente--- eso es algo que ocurre con casi todo, hasta con la música, y desde luego es un peligro que la ciencia compensa con una ayuda sin la cual no podríamos "salir del pantano en el que nos hemos metido". Así que, "pese a todo, las ciencias de la naturaleza constituyen nuestra mayor esperanza" [28, p. 63]. Para él no cabe acusar de cientifismo a ninguno de los grandes científicos, ya que todos eran cautos respecto de la ciencia;

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sabían que no sabían nada. Al igual que Newton, se veían a sí mismos como un muchacho que fuera recogiendo piedrecitas por la playa mientras se extiende a lo lejos el vasto océano de lo ignorado. "La conciencia de esa falibilidad de la ciencia ---nos dice--- es lo que distingue al científico del cientifista. Porque si algo puede decirse del cientifismo es que se trata de una fe ciega, dogmática, en la ciencia. Y esa fe ciega es algo ajeno al verdadero científico. Por eso los reproches de cientifismo quizá vayan dirigidos a ciertas ideas populares que se tienen de la ciencia, pero no afecta a los científicos propiamente dichos" [28, p. 65].

Pero la cuestión no es si los grandes científicos han sido o no cientifistas. Admitamos que Popper tenga razón en este punto, sin embargo, no es un asunto de convicciones personales lo que aquí se discute. El problema no está en lo que los científi-cos piensen en su fuero interno, sino en que, al igual que la audiencia a la que se dirigen, se encuentran involucrados en una situación ---que no pueden modificar a voluntad--- según la cual su pericia científica los convierte casi siempre en los que hablan y la impericia de los otros los convierte en los que deben escuchar. La opinión del hombre común, cuando se la tiene en cuenta, sólo vale como muestra para tomar el pulso a la situa-ción; la del experto, por el contrario, es la que determina cómo tratar la situación. El cientifismo no tiene por qué ser una fe ciega y dogmática en la ciencia, es ---como hemos dicho--- la identificación de la ciencia con el conocimiento o, si se quiere, la ciencia convertida en fe (dogmática o no).

Poco importa que ese conocimiento sea falible o infalible si es el único que cuenta. Es natural que en las últimas décadas ningu-na filosofía haya vuelto a enarbolar la bandera del cientifismo: nadie se toma el trabajo de sostener una bandera que ondea en el mástil más alto. Dejando a un lado las contadas excepciones de algunos nostálgicos de la metafísica pre-crítica, ningún filó-sofo serio ve en la filosofía un rival de la ciencia en los mismos terrenos. Y, lo que es más, aquéllos terrenos que la filosofía consideraba como propios han sufrido numerosas incursiones por parte de la ciencia, que ha logrado en ocasiones conquistar-los por completo o introducir en ellos un enfoque y un modo de

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proceder muy cercano al de las disciplinas científicas afines. El desarrollo reciente de las ciencias cognitivas es un ejemplo muy ilustrativo de cómo viejos problemas que han pertenecido du-rante siglos al núcleo de la filosofía son replanteados de manera que quedan absorbidos por la ciencia, descartándose cualquier respuesta puramente filosófica o ajena a los resultados ofreci-dos por los científicos. Otro ejemplo de voracidad cientifista muy a la orden del día lo encontramos en los esfuerzos de algunos biólogos y sociobiólogos por explicar toda la conducta moral sobre bases genéticas y evolutivas.

Una idea que predica con afán el credo cientifista es la de la neutralidad de la ciencia. Hay quien llevado de su devoción declara política y valorativamente neutral también a la tecnolo-gía asociada con ella, pero no hace falta llegar tan lejos. El cien-tifista puede conformarse con afirmar que, como reza el título de un trabajo de Mario Bunge, "la ciencia básica es inocente, pero la ciencia aplicada y la técnica pueden ser culpables" [incluido en 4, pp. 193 y ss.]. Lo cierto es que después de las críticas efectuadas desde Heidegger en adelante contra la concepción instrumental de la técnica, resultaba bastante difícil sostener que los efectos de la técnica dependen sólo de su buen o mal uso, como si la aplicación de la misma no estuviera condiciona-da en ningún aspecto por características inherentes que impi-den o favorecen determinados usos y que configuran relaciones sociopolíticas y hasta auténticas formas de vida [cf. 37]. Pero le parecía a algunos que quedaba el seguro refugio de la ciencia pura, alejada de los intereses materiales que guían el desarrollo técnico. Como se supone que el científico sólo quiere conocer y el conocimiento científico es beneficioso o, al menos, neutro, puesto que es igual para todos, se concluye que "el científico básico [...] es inocente de los males sociales actuales, salvo el de sobrecarga de la información" [3, p. 193].

Esta dicotomía entre lo teórico y lo técnico, entre la ciencia pura y su aplicación práctica, con la que se quiere exculpar de todo mal a la primera, se muestra bastante problemática. Hasta la segunda mitad del siglo XIX quizás era posible todavía mante-ner la imagen de la ciencia como una empresa fundamental-mente teórica que, de cuando en cuando, encontraba la manera

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de ser aplicada tecnológicamente con la ayuda de espíritus ingeniosos. Hasta entonces la ciencia pura y la tecnología eran elaboradas en instituciones diferentes, con finalidades diferen-tes y por individuos pertenecientes a tradiciones profesionales diferentes. Hoy, sin embargo, no se puede ignorar que la cien-cia moderna tuvo desde sus inicios una vocación tecnológica que acabó cuajando en los resultados que de sobra conoce-mos. Ya dijimos que tanto Bacon como Descartes vieron el co-nocimiento científico no como una mera contemplación teórica de la realidad, sino, sobre todo, como una fuente de dominio y de poder operativo. Incluso se discute si no fue en realidad el desarrollo técnico experimentado a finales de la Edad Media y los albores del Renacimiento el que, a través de la modificación de las mentalidades, los hábitos y las condiciones sociales, propició el nacimiento de la ciencia moderna [cf. 18].

Si la ciencia moderna ha sido siempre un fáustico saber para la acción, para la manipulación y la apropiación de la realidad, con el avance de la industrialización dispone de unos instrumentos idóneos para realizar esa tarea. La industria reclamaba nuevas tecnologías que el saber artesanal no podía ofrecer, volvió en-tonces su mirada al científico, primero de forma tímida pero después decidida. La ciencia y la técnica se encuentran así en una unión fructífera que se estrecha con el tiempo. Se ha hecho usual entre los investigadores el término 'tecnociencia' para expresar esa relación. En la época contemporánea la técnica se hace científica, puesto que busca sólo en la ciencia fundamen-tación e impulso, pero la ciencia se hace también tecnológica en la medida en que su desarrollo se hace impensable sin un desa-rrollo simultáneo de la técnica. Al complejo instrumental técnico que el científico actual necesita en sus investigaciones se aña-de el que, para bien o para mal, la sociedad se muestra muy reacia a financiar líneas de investigación que no tengan aplica-ciones técnicas rentables a corto plazo. A su vez, los científicos saben que su reconocimiento profesional depende en mucho de la efectividad práctica de sus descubrimientos. La ciencia nece-sita hoy de la técnica para desarrollarse y debe producir técnica para financiarse. La investigación pura, entendida como aquélla que sólo busca el conocimiento por el conocimiento mismo, queda, pues, como un mito del pasado. No se trata con ello de

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negar el evidente elemento teórico de la ciencia, ni de eliminar la distinción conceptual entre ciencia y técnica, sino de entender que la ciencia es indisociable de la técnica, y que lo es por su intrínseco carácter práctico, no por un azar de la historia. Como explica Hottois, "que la ciencia es técnica quiere decir, sobre todo, que la técnica constituye una mediación esencial de la relación científica con lo real" [15, p. 29].

No es posible tampoco seguir manteniendo por más tiempo la idea de que la ciencia es un conjunto de contenidos teóricos o de productos intelectuales que poseen un carácter objetivo y autónomo, al modo del mundo tres de Popper. Ni que la historia de la ciencia es la historia de los cambios de teoría que los cien-tíficos han ido efectuando en función de decisiones referidas exclusivamente al contenido de las mismas y a su relación con la evidencia empírica. La ciencia, además de consistir en teorí-as, experimentos, argumentaciones, decisiones racionales, etc., es una actividad encauzada en instituciones sociales y realizada por grupos de individuos que, aunque son seres racionales, no lo son siempre, ni siquiera cuando hacen ciencia. Por eso, la filosofía de la ciencia, incitada especialmente por la obra de Thomas Kuhn, ha destacado en las últimas décadas la impor-tancia de los factores externos en la investigación científica. Los factores externos son los que no pertenecen propiamente al contenido cognoscitivo de las teorías, sino a quienes producen la ciencia y al entorno cultural que les rodea. Tales factores son imprescindibles para acceder a una explicación real y convin-cente del desarrollo histórico de la ciencia.

Así pues, la ciencia no sólo es técnica, sino que es también social. Aun cuando pudiera salvarse la "pureza" del científico básico acudiendo a la muy remota aplicabilidad técnica de sus investigaciones, quedaría el hecho de que su trabajo se realiza ineludiblemente bajo instituciones (laboratorios, empresas, fun-daciones, etc.) sometidas a presiones de muy diversa índole. Esas instituciones utilizan los conocimientos obtenidos con fina-lidades que, como es notorio, no siempre son beneficiosas para todos o neutrales.

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3. LA CIENCIA COMO MODELO DE CONOCIMIENTO

Tanto los que fomentan el cientifismo directa o indirectamente como los que lo critican no tendrían dificultad en aceptar que se trata de un producto típico del espíritu moderno. Habermas, que dedica una atención especial al asunto, sitúa una de sus causas principales en el pensamiento postmetafísico que impregna la filosofía del siglo XX y que él estima un motivo específicamente moderno. La erección paulatina de la ciencia en un modelo de conocimiento hizo perder a la filosofía los privilegios cognitivos de que gozara anteriormente, reduciéndola a una disciplina especializada entre otras. Pero este destronamiento reforzó aún más el ascenso de la ciencia como modelo de conocimiento y dio pávulo a un cientifismo "cuyo resultado no sólo ha sido so-meter la exposición del pensamiento filosófico a estándares analíticos más rigurosos, sino también erigir sofocantes ideales de cientificidad" [12, p. 18].

A lo largo de la modernidad el éxito de las ciencias empíricas fue transformado en una amonestación contra todo género de conocimiento incapaz de igualarlas. La imitación de sus modos de procedimiento, de su rigor metódico, de su fundamentación empírica o de la certeza de sus resultados es un tema que se repite con variaciones en el racionalismo continental, el empi-rismo británico, el positivismo, Husserl, el marxismo y el neopo-sitivismo. Sin embargo, lo que en un principio estuvo ligado a una llamada para la liberación de los dogmas recibidos y a la aceptación consecuente de la mayoría de edad en el pensa-miento mediante el uso de la propia razón, terminó traicionando ese impulso inicial y no tardó en aparecer como una nueva fuente de autoridad indiscutible, como un poder espiritual que no tolera más crítica que la que surge desde su interior para perfeccionar su alcance, sin poner en entredicho el propósito general. Se gesta así el mito de la ciencia, como lo ha llamado Feyerabend, la idea de un conocimiento que cuenta con un método racional de selección de hipótesis capaz de garantizar la validez de sus resultados por encima de cualesquiera otros. Un conocimiento con el que sus promotores y administradores se consideran legitimados para velar por la salud espiritual de todos, atribuyendo o negando los favores de su prestigio en una

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tarea sin fin, en la que el enemigo aparece siempre bajo una forma nueva: religión, astrología, superstición, ideologías, "pseudociencias", etc. El espíritu moderno genera así una ra-cionalidad científica que se revuelve contra los propios ideales de la modernidad al tornarse exclusiva, totalizadora, y pretender el monopolio de la racionalidad. Aun cuando es un producto de la modernidad, el cientifismo la contradice en lo que ésta tiene de apertura al uso libre y plural de una razón amplia, capaz de autorreflexión y no meramente objetivista, técnica y reificadora. Choca además en un punto en el que justamente Kant había puesto el rasgo definitorio de la Ilustración, a saber, en que el uso de la razón se ejerciera sin la tutela de otro, que fuera el uso de la propia razón [19, p. 25].

Quienes, como Apel y Habermas, han basado su crítica al cien-tifismo en sus contradicciones con el espíritu moderno, han tendido a destacar el peligro de que una dimensión parcial y unilateral de la racionalidad domine sin cortapisas todas las esferas de la vida, pero han creído también que el proyecto moderno que cristalizó con la Ilustración era salvable como tal una vez que se reequilibrara el conjunto y se limitaran los exce-sos. Habría, por tanto, que comenzar por la constatación de dicha dominación cientifista del mundo de la vida y tratar a con-tinuación de poner los medios necesarios para que no queden destruidas sus estructuras internas.

Así, para Habermas, es injusto culpar globalmente al proyecto moderno por algo que en realidad procede de su desvirtuación. Él es consciente, como nos recuerda Bernstein, de que el lado oscuro del legado de la Ilustración no debe llevar a la impugna-ción completa del mismo: "sabe que el ascenso del positivismo, del cientifismo, del desencanto del mundo, del relativismo, del emotivismo, y el triunfo de la razón instrumental, tienen su ori-gen en las ambigüedades sistemáticas de la tradición ilustrada. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que necesitamos preser-var la verdad implícita en esa tradición y reconstruir su potencial emancipatorio" [1, p. 189]. No son la racionalización general del mundo de la vida ni los procesos de secularización y diferencia-ción estructural crecientes que la modernidad comporta los cau-santes, según Habermas, de las patologías que han hecho ex-

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perimentar la mayor parte de nuestro siglo como una época de crisis cultural y social. La razón hay que buscarla más bien en el empobrecimiento cultural provocado por "la ruptura elitista de la cultura de los expertos con los contextos de la acción comunica-tiva" y en la cosificación de la práctica comunicativa inducida por "la penetración de las formas de racionalidad económica y administrativa en ámbitos de acción que [...] se resisten a que-dar asentados sobre los medios dinero y poder" [10, II, p. 469].

En un análisis ya clásico, Habermas mostró que en el capitalis-mo tardío la política abandona la realización de fines prácticos y se orienta hacia la resolución de cuestiones técnicas en orden a prevenir las disfunciones que puedan amenazar al sistema so-cial. Dichas cuestiones técnicas, al quedar al margen por su propia naturaleza de la discusión pública, contribuyen a la des-politización de las masas. Mientras esto sucede, la técnica se cientifiza y se alía con la industria formando un sistema único en el que ciencia y técnica son la primera fuerza productiva. El desarrollo económico y social aparece entonces como depen-diente de un progreso científico-técnico cuya legalidad inmanen-te impone de forma coactiva ciertos patrones de actuación. La lógica de este desarrollo se utiliza consecuentemente para legi-timar la despolitización de las masas y la transformación tecno-crática de la sociedad [cf. 8, pp. 80-91]. ¿Qué cabe hacer al respecto? No se trata, según su criterio, de reclamar el adveni-miento de una nueva ciencia y una nueva técnica con fines no dominadores, como quería Marcuse, sino de mantener separa-dos dos conceptos de racionalización, el correspondiente a la acción racional con respecto a fines (o acción teleológica) y el correspondiente a la interacción social lingüísticamente media-da (o acción comunicativa), y de impedir que el primero sustitu-ya al segundo. Dicho de otro modo, la racionalidad propia del desarrollo tecnocientífico, orientada hacia el éxito y cuya función es la disposición de los medios más eficaces para la consecu-ción de un fin dado, no debe suplantar en sus ámbitos específi-cos a la racionalidad comunicativa, cuya orientación es la com-prensión intersubjetiva.

Habermas no ha dejado de insistir desde entonces en la nece-sidad de reapropiación de la cultura del experto desde el punto

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de vista del mundo de la vida [2]. "El mundo de la vida ---escribe--- tiene que hacerse capaz de desarrollar a partir de sí mismo instituciones que pongan límite a la dinámica interna y a los imperativos de un sistema económico casi autónomo y sus complementos administrativos" [9, p. 100]. Las tres esferas independientes en las que Max Weber pensaba, siguiendo a Kant, que se escindía la razón en la época moderna, la esfera de la ciencia, la de la moralidad y la del arte, deben abrirse las unas a las otras sin que eso suponga una invasión de los ámbi-tos propios de cada una. El único modo de curar una praxis cotidiana reificada es creando una interacción ilimitada de los elementos cognitivos-instrumentales con los morales-prácticos y los estéticos-expresivos [cf. 9, p. 98]. En efecto, volviendo a lo visto, el problema radica en que la colonización del mundo de la vida por parte de lo cognitivo-instrumental impuesta por la do-minación de los subsistemas económico y burocrático autono-mizados (y posibilitada por la racionalización moderna del mun-do de la vida) genera una cosificación de las relaciones comuni-cativas, mientras que, paralelamente, la separación entre la cultura de los expertos y los contextos de acción comunicativa causa un empobrecimiento cultural de la práctica comunicativa cotidiana. Frente a esto lo que debe exigirse no es una menor racionalización del mundo de la vida, en franca reacción contra los procesos de modernización, sino la protección y la amplia-ción de los ámbitos que corresponden a la práctica comunicati-va, así como el retorno al equilibrio entre los tres elementos mencionados [cf. 25, pp. 478-479].

La eliminación de las pretensiones totalizadoras de ciertas di-mensiones de la razón no ha de conducir, por consiguiente, a su desmembración en instancias irreconciliables e incomunica-bles. Todo lo contrario, la razón ---y este es el núcleo de la de-fensa habermasiana de la modernidad--- conserva en la multi-plicidad de sus voces una unidad primordial que justifica la con-fianza en la posibilidad, al menos en principio, de una comuni-cación no distorsionada y de un consenso entre los interlocuto-res racionales, sea cual sea el lugar espacial y temporal de su discurso. Entre el objetivismo que ignora todos los contextos y el contextualismo relativista, la razón comunicativa se encuentra históricamente "situada", pero mantiene pretensiones de validez

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universales que, aún dependiendo del contexto, lo trascienden: "Los procesos fácticos de entendimiento llevan inscrito un mo-mento de incondicionalidad [...]. La validez que se pretende para las proposiciones y las normas trasciende los espacios y los tiempos, "elimina" espacio y tiempo, pero tal pretensión se entabla en cada caso aquí y ahora, en contextos determinados, y se acepta o se rechaza con consecuencias fácticas para la acción" [11, p. 382, cf. 12, p. 180].

4. LOS PRESUPUESTOS DE LA MODERNIDAD

Muy diferentes son los planteamientos de quienes ven en el cientifismo un resultado inevitable de los presupuestos de la modernidad antes que una fuerza distorsionadora del verdadero proyecto moderno. Estos críticos, a los que se ha dado en en-cuadrar bajo el apelativo de postmodernos, no se conforman con poner límites a una racionalidad científica desbocada para salvaguardar la autonomía de las demás dimensiones de la razón. Su propósito es desmontar por entero la comprensión que las ciencias han tenido de sí mismas durante la época mo-derna. Para ellos la ciencia nunca fue en realidad como decía la imagen que formó la modernidad, ni en sus procedimientos metodológicos, ni en su validez racional, ni en su evolución epistemológica. Es más, el cientifismo no puede ser superado mediante un reequilibrio de todos los dominios de la razón, por-que es el concepto mismo de razón que la modernidad sustenta el que desemboca en esa imagen falseada de la ciencia que la alza sobre los demás saberes. El fallo no está, pues, en una racionalidad científica desbocada, sino en un concepto de razón que constriñe la diversidad, que busca la unificación, que impo-ne la universalidad, que exige la fundamentación y que se legi-tima en el progreso continuo. Que ese concepto de razón haya llevado a la colonización del mundo de la vida por parte de la racionalidad cognitivo-intrumental, por utilizar la terminología de Habermas, no es en absoluto sorprendente. Otra cosa habría sido un milagro. Por eso, querer limitar el dominio de dicha ra-cionalidad dejando intacta la causa que lo produjo, el propio

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concepto moderno de razón, sería para estos críticos no haber resuelto el problema.

El proceso que ha conducido a esta visión crítica de la imagen moderna de la ciencia ha sido gradual y no tuvo en sus prime-ros momentos las repercusiones amplias que tiene ahora. En realidad, se puede decir que es con la difusión de la obra de Kuhn y Feyerabend cuando comienza a verse claramente que lo que estaba ocurriendo en la filosofía de la ciencia iba más allá de la crítica al neopositivismo y podía ser conectado con otros movimientos renovadores de la filosofía y el arte de nues-tro tiempo.

Anteriormente se habían producido cambios significativos en la imagen tradicional de la ciencia, pero aún no estaban lo sufi-cientemente alejados de los presupuestos fundamentales en que se basaba esa imagen. El más destacado de ellos vino dado por la crítica de la caracterización del conocimiento cientí-fico como conocimiento fundamentado (demostrado, verificado, confirmado) sobre una base firme (experiencia, axiomas eviden-tes) que lo justifica. La defensa de la falibilidad y del carácter conjetural del conocimiento científico contaba ya con antece-dentes notables, como los de William Whewell y Charles S. Peirce, y fue asumida en nuestro siglo por Popper y por Laka-tos. Para la imagen prevaleciente durante toda la modernidad, la ciencia es episteme, conocimiento integrado por verdades probadas que se establecen permanentemente y se acumulan una tras otra formando un cuerpo sistemático. Según esto, los problemas centrales que conciernen a la epistemología serían el de la justificación de los conocimientos (la búsqueda de sus fundamentos) y el del crecimiento de los conocimientos (la bús-queda de un método) [cf. 21, pp. 250-251]. Popper y Lakatos ofrecieron como alternativa un conocimiento científico que per-manece siempre hipotético y que no puede ser justificado o fundamentado definitivamente, sino falsado o refutado, y aún esto sólo conjeturalmente y en la medida en que la comunidad científica lo decide.

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A pesar del giro que supone la filosofía falsacionista, permane-ce todavía ligada en aspectos esenciales a la visión anterior de la ciencia. Sigue contando, por ejemplo, con la idea de un mé-todo específico de resolución de problemas en la ciencia, con un progreso que se explica en función de decisiones racionales de los científicos basadas en ciertas ventajas objetivas de los contenidos de unas teorías sobre los de otras, y con una con-cepción de las teorías según la cual éstas pretenden ofrecer una representación fiable de "lo que está ahí fuera". Pero, sobre todo, sigue confiando en el carácter universal de la razón, os-tentado modélicamente por la racionalidad científica.

El siguiente paso dado cuestionó desde su base estas ideas. Inspirados en casi todos los casos por el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas, fueron filósofos como Hanson, Po-lanyi, Bachelard, Toulmin, Quine y especialmente Kuhn y Feye-rabend quienes se atrevieron a darlo. La crisis de fundamenta-ción había disuelto la esperanza de obtener un punto arquimé-dico en el que apoyar la certidumbre de los conocimientos cien-tíficos y había preparado el camino para una crisis aún más profunda que implicaba una auténtica ruptura con la imagen moderna de una ciencia modelo de racionalidad. También con-tribuyó a este cambio el auge experimentado por la sociología de la ciencia postmertoniana bajo el influjo del llamado "progra-ma fuerte", que buscaba la explicación en términos sociales de cualquier tipo de creencia científica, independientemente de que se la tuviera por verdadera o por falsa. Los autores más impor-tantes en esta nueva etapa de la sociología de la ciencia han sido Barnes, Bloor y Shapin de la Universidad de Edimburgo, y Latour y Woolgar, entre otros.

La tarea que llevaron a cabo a partir de los años sesenta estos filósofos y sociólogos consistió en recurrir al estudio de la prác-tica real de la ciencia y a su historia para mostrar que, lejos de ser ese conocimiento aséptico, racional y autónomo que se preconizaba, la ciencia, como cualquier otro producto cultural, estaba histórica y socialmente condicionada y era, en palabras de Feyerabend, "mucho más 'cenagosa' e 'irracional' que su imagen metodológica" [5, p. 166]. No es necesario repetir aquí las tesis principales de Kuhn y Feyerabend, que son de sobra

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conocidas. Nos ceñiremos a su significado principal y a las im-plicaciones que han tenido en la configuración de una sensibili-dad postmoderna hacia la ciencia, especialmente en las obras de Lyotard y de Rorty.

La nueva actitud hacia la ciencia desmontó uno a uno los viejos dogmas que todavía quedaban en pie tras la crítica falsacionis-ta. Abandonó la pretensión de establecer algún tipo de criterio de demarcación entre la ciencia y la no-ciencia, cuestionó la existencia de un método científico universal, destacó la influen-cia de los factores externos en las decisiones de la comunidad científica, reformuló la idea del progreso científico en el sentido de que éste no sólo no consiste en acumulación de verdades probadas, como ya viera Popper, sino que tampoco comporta necesariamente un aumento de contenido ni un acercamiento a la verdad, e insistió en el carácter discontinuo del cambio cientí-fico y en la carencia de una instancia neutral de evaluación ob-jetiva de las teorías rivales (tesis de la inconmensurabilidad de las teorías). El cambio de una teoría rival a otra puebla el mun-do de nuevos objetos que hacen del mundo en el que el científi-co vive después del cambio un mundo diferente. Dicho de un modo más general, no hay un punto de vista unificador al que puedan ser traducidos todos los juegos de lenguaje, ni un crite-rio neutral para elegir entre ellos. Con esto cae también la con-cepción puramente representativa del conocimiento científico. Kuhn rechaza expresamente dicha idea: "La noción de un para-lelo entre la ontología de una teoría y su contraparte 'real' en la naturaleza, ahora me parece, en principio, ilusoria" [20, p. 314]. La sociología de la ciencia propuso sustituir esta concepción representativa por otra que pusiera de relieve el modo en el que el mundo natural, sobre el que siempre se había supuesto que se constituye el conocimiento científico, es en realidad una construcción social. O sea, es el entramado social (las creen-cias, los conocimientos, las expectativas, la totalidad de la cultu-ra, la identidad de los participantes, etc), el que, según explica Woolgar, constituye al objeto. Lo cual significa nada menos que la inversión de la relación supuesta entre representación y obje-to, siendo la representación la que da lugar al objeto [cf. 38, p. 99].

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Lo que está aquí en juego es el concepto mismo de racionali-dad. Si la racionalidad consiste en lo que han mantenido hasta ahora los filósofos de la ciencia o los libros de texto científicos, entonces la historia nos muestra que la ciencia no es racional. De hecho, si queremos seguir hablando de racionalidad en la ciencia, hemos de modificar sustancialmente lo que entende-mos por racionalidad. Es más, el progreso científico no sería posible si no se produjeran diversas desviaciones 'irracionales' de los viejos estereotipos metodológicos. "Incluso en ciencia ---concluye Feyerabend--- la razón no puede ser, y no debería permitirse que fuera, comprehensiva y [...] debe ser marginada, o eliminada, con frecuencia en favor de otras instancias" [5, p. 166]. Por eso mismo, porque la ciencia es más una habilidad y un arte que una empresa racional que obedece a estándares inalterables de la razón, porque no hay nada que permita distin-guirla definitivamente de otros saberes, y porque incluso po-dríamos construir un mundo más agradable sin ella, al menos en la forma en que hoy la conocemos, la ciencia debe ser con-siderada en una sociedad libre como una tradición entre otras y carecer de privilegios especiales. La supuesta superioridad actual de la ciencia no obedece, según él, a que posea más méritos que otras tradiciones y formas de conocimiento, sino sólo a que "el show está preparado a su favor" como conse-cuencia de presiones políticas, institucionales y militares [6, p. 112]. Debería producirse, por tanto, una intervención política decidida que compensara este desequilibrio.

Entre los filósofos que propiamente han auspiciado el adveni-miento de la postmodernidad, quizás sean Lyotard y Rorty los que más detenidamente han hablado del papel que desempeña la ciencia en las transformaciones culturales de nuestro tiempo. Lyotard asume sustancialmente, en lo que a la visión disconti-nua y "no-racional" del desarrollo científico se refiere, las opi-niones de Kuhn y Feyerabend. Simpatiza sobre todo con los esfuerzos de este último por mostrar que no hay diferencias interesantes entre los fines y procedimientos de los políticos y de los científicos, así como con su lucha contra el totalitarismo de la Razón ejercido a través de la alianza entre la ciencia y el Estado [cf. 23, pp. 76 y 86, y 31, p. 167]. Para Lyotard, el saber científico, a diferencia de los "saberes narrativos", es una clase

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de discurso dominado por la exigencia de legitimación. Durante la modernidad buscó esa legitimación en ciertos metarrelatos filosóficos (la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del sentido, la emancipación del sujeto razonante o del trabajador, etc.). Pero el proyecto moderno ha sido definitivamente liquidado (Auschwitz es uno de los muchos símbolos de esa liquidación) y nuestra época postmoderna se caracteriza porque ya no es posible seguir creyendo en los grandes relatos (ni siquiera en el metarrelato habermasiano).

La ciencia se encuentra, pues, con un problema de legitimación. Lo curioso es que la decadencia de los grandes relatos legiti-madores es, según Lyotard, un efecto y a la vez una condición del desarrollo de la ciencia. La ciencia utilizó sus propios crite-rios para juzgar esos grandes relatos y los desautorizó presen-tándolos como fábulas carentes de credibilidad. Una vez hecho esto, quedó expedito el camino para que el saber científico avanzase sin la rivalidad de los saberes narrativos. Sin embar-go, esos grandes relatos que había desautorizado eran también los que la ciencia había utilizado para legitimarse como modo de saber, con lo que su victoria sobre ellos acarreó asimismo una erosión de su legitimidad. Como ya no queda ninguna ins-tancia externa en la que buscar legitimación, es su propio po-der, su performatividad o efectividad, lo que bajo la presión del positivismo se quiere hacer fuente de legitimación. Pero hay algo en la tradición moderna que impide que el discurso del poder constituya sin más una tal fuente, y ese algo es la distin-ción tradicional "entre la fuerza y el derecho, entre la fuerza y la sabiduría, es decir, entre lo que es fuerte, lo que es justo y lo que es verdadero" [22, p. 86]. La efectividad y el poder de la ciencia no son aceptables como legitimación a menos que se confunda de modo inexcusable diferentes razones, como la razón de Estado con la razón de saber. Por eso, el pensamiento filosófico tras el fin de los metarrelatos no debe caer en "el pragmatismo positivista ambiental que, bajo su apariencia libe-ral, no es menos hegemónico que el dogmatismo" [23, p. 77]. Ahora bien, no todos los relatos han dejado de ser creíbles en nuestra época; sólo han dejado de serlo los metarrelatos, las grandes narraciones con función legitimatoria. Persisten intoca-das esa multitud de pequeñas historias que jamás pretendieron

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legitimar nada y que constituyen el entramado de la vida coti-diana [cf. 23, pp. 31-32]. Por otra parte, la ciencia en el momen-to actual no busca, según Lyotard, una mayor performatividad. Su modo de proceder es buscar el contraejemplo, la paradoja, y determinar luego nuevas reglas del juego de razonamiento que los justifiquen. La eficiencia se da por añadidura, no porque se la busque en sí misma. El saber científico postmoderno es un juego de lenguaje cuyo discurso sobre las reglas de validez se ha hecho inmanente. Junto a él están todos los demás juegos de lenguaje, todos ellos con sus reglas propias. Cada uno de los discursos que producen esta pluralidad de juegos es irreduc-tiblemente local, en contra de lo que Habermas piensa. Tampo-co el consenso es suficiente para dar legitimidad al discurso científico postmoderno, porque dicho consenso, además de violentar la heterogeneidad de los juegos de lenguaje, o bien se basa en el metarrelato de la emancipación, o bien es utilizado sólo para mejorar la performatividad. Mas bien es la paralogía y la disensión, capaz de ofrecer siempre nuevas reglas de juego, lo que conforma la pragmática de la ciencia postmoderna. Lo más cercano a una legitimación que puede lograr esa búsqueda de la diferencia es su capacidad para generar nuevas ideas [cf. 22, p. 116].

Por su parte, Rorty se muestra más constructivo y más ambicio-so que Feyerabend y Lyotard. No le basta con que la ciencia sea una tradición o un juego de lenguaje entre otros, quiere promover además como modelo cultural uno tradicionalmente contrapuesto a la ciencia. Más que equiparar la ciencia con el arte, es el arte, y la poesía en particular, el que ha de erigirse en modelo de una nueva racionalidad flexible, diversificadora, crea-tiva y multiforme. El héroe cultural es ahora el poeta vigoroso y el revolucionario utópico en lugar del científico, es decir, aque-llos seres capaces de apreciar la contingencia de todo lo huma-no y de protestar ante las restricciones sociales arbitrarias. La verdad científica ---como también sugiere Vattimo--- deja paso a una experiencia estética y retórica de la verdad y a una esteti-zación general de la existencia [cf. 35, pp. 19-20]. La historia de la ciencia, lo mismo que la de las artes, la del lenguaje y la del sentido moral, es la historia de un conjunto de metáforas entre las cuales cabe la comparación, pero no la elección mediante

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un criterio racional. Cada época crea su léxico y el de la Ilustra-ción, compuesto de voces como 'verdad', 'racionalidad', 'morali-dad', 'universalidad' se ha vuelto obsoleto, hasta el punto de constituir incluso un peligro para la sociedad democrática. Así pues, lo que procede no es un cambio de creencias, ni una refu-tación de los ideales anteriores, sino un cambio de léxico, una redescripción del mundo que haga inútil el viejo juego de len-guaje en el que se formaban las dicotomías racional/irracional, absolutismo/relativismo, objetivo/subjetivo, y otras tantas. Fren-te a la esperanza ilustrada de "cientifizar" la sociedad y de re-emplazar la pasión por la razón, la nueva esperanza debe ser "poetizar" la cultura. Una cultura poetizada se habrá desemba-razado del léxico de la Ilustración y, mediante la redescripción de sí misma en un nuevo léxico, podrá tornar borrosas las cita-das dicotomías [cf. 32, pp. 72 y ss.]. En ella, por lo tanto, care-cerían de sentido cuestiones sobre la objetividad de los valores o la racionalidad de la ciencia. El científico dejaría de ser esa especie de sacerdote que pone en contacto a la humanidad con algo que está más allá de ella misma: la realidad objetiva. Entre otras razones porque la racionalidad y el deseo de objetividad no serían virtudes por encima de todas, y la ciencia sería más relevante como ejemplo de solidaridad entre los hombres. ¿Por qué se le ponen tantos reparos desde la filosofía y la ciencia a una sociedad así? Según Rorty "lo que nos impide relajarnos y disfrutar de la nueva borrosidad (fuzziness) quizás no es más que un retraso cultural, el hecho de que la retórica de la Ilustra-ción ensalzó las ciencias naturales emergentes en un vocabula-rio que había quedado de una era menos liberal y tolerante" [30, p. 44].

5. LOS FILÓSOFOS POSMODERNOS

Retomando ahora el Leitmotiv con el que partimos, se puede decir que si el cientifismo disolvía el mundo de la vida en los dictados de la ciencia y la técnica, los filósofos postmodernos hacen del mundo de la vida la única instancia regulativa, en la cual todos los saberes, incluida la ciencia, contribuyen como

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elementos enriquecedores siempre y cuando no se atribuyan funciones integradoras de los demás, y mucho menos intenten convertirse en una metanarración que los fundamente. Ahora bien, el mundo de la vida no puede ser ya para estos filósofos lo que era para Husserl o para Habermas. No posee el carácter unitario y común que ambos le atribuían. No es un "suelo uni-versal", ni un horizonte compartido, ni una estructura básica sobre la que se edifica la interacción social. El mundo de la vida ha sido compartimentalizado, diversificado, separado en instan-cias heteromorfas, cada una con un conjunto particular de re-glas de juego. En él no hay nada universal o común. Ya no em-plean cuando hacen referencia a la vida cotidiana la expresión singular 'mundo de la vida', cargada además de resonancias metafísicas indeseadas, sino que prefieren usar en plural la expresión wittgensteiniana 'formas de vida'.

Pero no es eso todo. Desaparece asimismo cualquier preten-sión de convergencia o de comunicación no distorsionada entre los distintos juegos de lenguaje. Desaparece, desplazada por las racionalidades locales de cada juego, la idea de una racio-nalidad universal. Y no cabe siquiera lamentarse con Husserl de que queden sin respuesta "las cuestiones decisivas para una humanidad auténtica", porque no existe eso de "una humani-dad" y menos "auténtica", y es muy dudoso que haya respues-tas.

Una fragmentación semejante, acompañada de una acentua-ción tan marcada del disenso, la diferencia y lo inconmensura-ble, no puede por menos de conducir, como han señalado repe-tidamente sus detractores, a una pérdida de la capacidad de crítica social. En este punto no me resisto a un breve comenta-rio: la apología (postmoderna) de la irreductibilidad de la dife-rencia es contraria a la defensa (moderna) del derecho a la diferencia y perjudicial, por tanto, para todos aquellos que sien-ten una urgencia mayor por individualizarse en el seno de una minoría férreamente cohesionada, aunque marginada social-mente, que por ver reconocido el carácter peculiar o "diferen-cial" de su grupo. La Nueva Derecha francesa ofrece un claro ejemplo de esta oposición.

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El problema con el que se enfrentan filosofías como las de Lyo-tard, Vattimo y Rorty es que, al dar por liquidado el proyecto moderno, no sólo se deshacen de los aspectos totalitarios de la razón ilustrada, sino que con ellos arrojan por la borda también los instrumentos críticos con los que desmontar los abusos de la sinrazón, que ---no hay que olvidarlo--- siguen siendo los más sangrantes. Por otro lado, una vez desestimados esos instru-mentos críticos, no hay modo de evitar que la performatividad tecnocientífica de la que habla Lyotard, imponga su desarrollo incontrolado. Las racionalidades locales carecen de fuerza para resistir las exigencias del imperativo tecnológico. Es difícil ima-ginar cómo el disenso, la paralogía o los cambios de léxico pueden ser en la sociedad actual una barrera o tan sólo un fre-no para los peligros que comporta la expansión de la racionali-dad tecnocientífica a todas las esferas de la vida. La desmem-bración de la razón no es además un garante contra la tiranía de la razón. Así únicamente cambiamos la tiranía de una uni-versalidad sofocante por las tiranías mucho peores de los con-textos y los localismos [cf. 24, p. 24]. Si las reglas de validez no pueden ser justificadas racionalmente, si sólo cabe mostrar su función en diferentes contextos, la racionalidad local no significa entonces otra cosa que la aceptación incuestionada de los dife-rentes juegos y la reducción de la crítica a pequeñas escaramu-zas en el interior de los mismos. Dejando aparte lo que pueda suceder en otros ámbitos, el análisis habermasiano de la fun-ción ideológica desempeñada por la ciencia y la técnica incita a la ejecución de un verdadero control democrático de la ciencia, proporciona una orientación sobre el sentido de dicho control, y delimita un marco general ---el de la razón comunicativa--- que, sin constreñir arbitrariamente, posee un carácter normativo ca-paz de cuajar en programas de actuación concretos. Es muy dudoso, en cambio, que pueda hacerse lo mismo con las pro-puestas metafilosóficas de Lyotard o de Rorty. Digamos final-mente que hay mucho de cierto en la indicación de Putnam de que bajo el deseo de los estructuralistas y de sus sucesores, de confinar la racionalidad entre los límites de las normas cultura-les locales, yace también oculto un cientifismo, aunque de tipo diferente al positivista, en el que la antropología ha sustituido a la física como ciencia inspiradora [cf. 29, pp. 130-131].

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Rorty, el más sensible de ellos al problema del mantenimiento de la capacidad crítica ante las injusticias y el sufrimiento, da por sentado que para los intelectuales contemporáneos las cuestiones referentes a fines son cuestiones de arte y de políti-ca antes que de religión, de filosofía o de ciencia [cf. 32, p. 23]. Y es muy posible que para muchos intelectuales sea así, pero ¿qué decir de esa mayoría de los habitantes del planeta que no tienen acceso a la cultura o no tienen la educación o la libertad suficiente para intervenir en asuntos políticos, y cuyo único con-tacto con la realidad que hay más allá de su entorno inmediato es la televisión o los objetos provenientes del mundo tecnológi-co? ¿También para toda esa gente las cuestiones sobre fines las contesta hoy el arte y la política en lugar de la religión o la técnica? ¿Están los científicos y los ingenieros incluidos en esa categoría de intelectuales de los que habla? Parece un cuadro idílico este que nos pinta Rorty para una sociedad en la que sus miembros esperan siempre con ansiedad la siguiente innova-ción tecnológica para adaptarse inmediatamente a ella y gustan de imaginar qué cambios reclamará en ellos.

Nadie, tampoco Habermas, que se resiste a dar por cerrada la modernidad, ha tenido intención de negar los cambios que nuestro tiempo nos ha hecho contemplar. Es evidente que han pasado definitivamente muchas de las cosas que dieron su ser a la modernidad. Pasó la confianza en un progreso inevitable e irreversible de la historia humana hacia etapas de mayor pleni-tud; progreso movido por el avance de los conocimientos, pero integrado también por el desarrollo de las capacidades morales y de la felicidad general. El lado totalitario de la Ilustración, o dicho de otro modo, el peligro que encierra el cumplimiento de la razón unificadora, ha sido suficientemente denunciado. [cf. 14]. Ahora está por ver si el camino que nos señalan los profe-tas de la postmodernidad es el que tenemos que recorrer. Su-giero que una buena manera de entender la postmodernidad sería verla como el momento en el que la modernidad hace balance (en el triple sentido de oscilar hacia el otro lado, mante-nerse de forma insegura y comparar lo conseguido con lo perdi-do). En tal caso, los filósofos postmodernos han puesto con mayor o menor motivo toda la carga en el debe de la moderni-dad. Pero el balance no se cierra hasta que se incluye el haber.

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Mi intención en estas páginas ha sido dejar constancia de cómo el pensamiento sobre la ciencia y la técnica es uno de los ejes fundamentales sobre los que se mueve el actual debate acerca del fin de la modernidad. No podía ser de otro modo; el proyecto moderno ha sido frecuentemente identificado con el despliegue de la ciencia moderna, aun cuando, como creo que queda visto, eso no deja de ser una dañina simplificación. Es injusto equipa-rar la modernidad con la razón científica o el cientifismo con las Luces. La mera lectura de Kant sirve para despejar cualquier duda al respecto. De ahí que la crítica al cientifismo, lejos de ser una reacción anti-ilustrada, debería partir de los propios valores del proyecto moderno que el cientifismo traicionó. De otro modo corre el peligro de convertirse en un instrumento de quienes siempre han despreciado o temido a la ciencia por ser contraria a sus dogmas favoritos. El cientifismo es una determinada acti-tud social o una posición filosófica con respecto a la ciencia. En la medida en que no se identifica con la ciencia ---aunque ésta lo aproveche ampliamente---, ni con la razón ilustrada ---aunque sea su producto---, la crítica al cientifismo no debería usarse para hacer de la ciencia y la técnica chivos expiatorios de todos los males que nos aquejan, ni para quitarle todo el lustre a la razón; porque cuando nada garantiza el progreso sólo la razón puede impedir el retroceso.

6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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[1]. El término 'cientifismo' (scientism) fue introducido en la lite-ratura filosófica de habla inglesa por F. A. Hayek en un artículo aparecido en 1941 y publicado después en su libro The Coun-ter-Revolution of Science (1ª ed. 1952). Allí reconoce haberlo tomado prestado de algunos autores franceses. No obstante, Hayek le da un sentido más estrecho del que tiene en la actua-lidad y del que aquí usamos. Para Hayek cientifismo significa "imitación servil del método y el lenguaje de la ciencia" [13, p. 24]. En un sentido muy similar lo utilizó Popper [cf. 26, P. 74 y 27, p. 174 y nota]

[2]. Precisemos que Habermas no entiende exactamente lo mismo que Husserl por 'mundo de la vida'. Para Habermas el concepto fenomenológico de 'mundo de la vida' está ligado a una filosofía del sujeto que no tiene suficientemente en cuenta el carácter lingüísticamente mediado de la interacción social, por ello su propósito es situarlo en el contexto de una teoría de la comunicación, donde sea complementario del concepto de acción comunicativa. Sólo así se evitará el sesgo culturalista del que adolece el concepto fenomenológico y podrá estructurarse el mundo de la vida sus tres componentes: cultura, sociedad y personalidad.

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¿ES POSIBLE UNA EPISTEMOLOGÍA INTEGRAL? 1

Gerardo A. Rodríguez Casas

0. INTRODUCCIÓN

La tesis Integrismo -Notas en torno a la constitución de una epistemología integral- invita al diálogo, lo que debe entenderse no en el sentido de un método mayéutico que haga renacer los diálogos platónicos, ni siquiera de un coloquio entre el autor y el lector, sino en el de internarse en la casa de la historia del pen-samiento de la humanidad, porque ahí mora la sabiduría. Por esta razón la constitución de una epistemología integral preten-de recorrer aquella historia mediante un análisis que le permita distinguir sus niveles. Por ello se plantea como criterio no el contenido que hace referencia en todos ellos a los grandes pro-blemas que aquejan a la humanidad, sino al modo como estos problemas se visualizan. La hipótesis de fondo es que a cada nivel corresponden estructuras comunes de carácter fundamen-tal que le distinguen de las de otro nivel. Evidentemente el de-sarrollo de uno propicia el surgimiento de otro, y el análisis de-berá ser capaz de aislar en el estudio de las personalidades los rasgos individuales de aquéllos pertenecientes a las estructuras fundamentales.

1 Fuente: http://www.meerodigital.unam.mx/ANUIES/iberfilosofia/91/ sec_2html Consultado el día 13 de octubre de 2003. Revista de filo-sofía. Departamento de Filosofía de la Universidad Iberoamericana, plantel México. Número 91 enero-abril 1998.

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Una dificultad importante estriba en que la evolución del pen-samiento de la humanidad no ha sido uniforme y constante, como en algún grado puede hablarse de las llamadas ciencias naturales sino, al contrario, las cosmovisiones se repiten y en-tremezclan con variados matices en la pluralidad de pueblos. Esto puede llevar a concluir en la 'imposibilidad de un estudio riguroso con algún grado de veracidad en las llamadas ciencias humanas, sobre todo si se refiere al pensamiento, en el que parece no haber valor alguno que posea consistencia, por lo que sea necesario arribar al escepticismo de una crisis radical en una era del vacío.

Nuestra propuesta presenta otra alternativa: No juzgar por las diferencias y por las negativas, sino por las afirmaciones y las coincidencias, aunque éstas sean parciales y no idénticas sino equivalentes. No de otra manera progresan las tautologías lógi-cas, las proporciones matemáticas, etc. Por tanto, en la ade-cuación de equivalencia estriba la integración de un nivel, al que llamamos epistémico por considerar que está constituido por un conjunto de elementos que estructuran ciertos cuadros de com-prehensi6n equivalentes en su modo de pensar, actuar, ... y, en general, de ser.

Una episteme como conocimiento verdadero, se valida con base en la serie de postulados, principios, leyes, teorías, etc. que le sustentan en un grado de verificación. Nuestro trabajo parte del análisis de estos cuadros para mostrar en la base de ellos las estructuras que le posibilitan en sus funciones, con la formalidad que le dota de sentido y, por tanto, con los límites que le circunscriben. Límites que en ocasiones son inconscien-tes, pero que en otras han sido tomados como postulados de entrada de modo consciente y querido. Aquellas experiencias y estos experimentos son la historia del pensamiento de la huma-nidad, que este trabajo recorre en un intento de recobrar aque-llos elementos que consideran que pueden permitir la supera-ción de la crisis postmoderna.

La Contrastación onto y filogenética en una pluralidad de auto-res sobresalientes en el tema y aspecto considerado permite

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diferenciar y caracterizar estructuras básicas en siete epistemes fundamentales: 1 a. Orgánicomitica; 2a. estético-romántica; 3a. empírico-utilitarista; 4a adecuativo-intelectualista; 5a. científicio--racionalista; 6a. fenomenológico-existencial, y 7a. voluritarista.

1. LA TOTALIDAD DEL SER HUMANO

Las diversas epistemes fundamentales son integrales en cuanto involucran la totalidad del ser humano en su respectivo grado de evolución y desarrollo, pero -lo característico de cada una de ellas es que la primordialidad de: un factor y potencia facultativa reduce las funciones de las otras potencias. Los elementos son restringidos en su visión y subordinados en sus funciones a la perspectiva dominante; pero cuando la estructura y las funcio-nes de la potencia y factor preponderante vienen a explicarse en su contenido y en su visión global, surge inevitablemente una extrapolación en la que el elemento reductor se extrapola a todo lo reducido. A medida que se extrapolan las estructuras reductoras el error se hace cada vez más patente y la reacción hace que la perspectiva se invierta y la reducción cambie de hábito. De este modo la reducción termina en el campo opues-to; lo que permite que enunciemos la primera ley epistemológi-ca: "A toda reducción corresponde una extrapolación igual y opuesta. la segunda ley es una consecuencia de ésta: "La ex-trapolación en la reducción de su error concluye en el campo opuesto",- y, finalmente, la tercera ley sostiene que- "La. inter-acción de la asimilación-reducción con la adecuación-amplificación posibilita la trascendencia en la visión integrado-ra".

El método consistirá, por tanto, en contrastar los diversos nive-les epistémicos para obtener su superación e integrarlos. He aquí el objetivo primordial: la constitución de una epistemología integral, que reúna las ventajas de todas las epistemes reduci-das y evite sus errores. Para lograrlo, la conclusión delinea una estructura integrada del conocimiento, asignando funciones a cada facultad', potencia o factor, de acuerdo a su capacidad y

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naturaleza, fórmula leyes y esboza proyectos para una investi-gación integral.

Aunque en sentido amplio se puede llamar conocimiento a ac-tos separados como el ver, imaginar o conceptualizar, sin em-bargo, en sentido estricto, el conocimiento humano es integral y está constituido por las diversas potencias que en sus relacio-nes funcionales establecen una estructura dinámica como un todo, en el que las funciones de un elemento, potencial condi-cionan ineludiblemente, las funciones de otro en torno al objeto; por lo que el cambio en uno de estos elementos influye en el mismo sentido, en los demás componentes del conocimiento. El conocimiento es una estructura altamente organizada en la que la primordialidad se encuentra ubicada en la comprensión de la conciencia; sin ella el complejo estructural sería ciego, pero sin estructura la conciencia estaría vacía.

La comprensión exige la atención de la conciencia para captar en una visión intelectual el objeto considerado en sí y en su sentido, en relación a la experiencia existencial del sujeto que comprende. La comprensión de diversos actos del sujeto permi-te distinguir, por su primordialidad, los diferentes niveles del conocimiento con sus estructuras potenciales; y la comprensión sintética del complejo funcional permite la comprensión del co-nocimiento humano en su realidad integral. El conocimiento de sí exige una presencia del sujeto ante sí, en la que el objeto considerado es él mismo y el llamarle objeto, no es sino una distinción racional.

La relación de la comprensión de la conciencia con la estructura cognoscitiva de las demás potencias se expresa en la intencio-nalidad que hace referencia, por presencia-análisis-valoración, a la función primordial, así como a la trama global de la estruc-tura integral y a las funciones potenciales que intervienen en la elaboración del conocimiento. Fundamentalmente, la intencio-nalidad es la que permite ir descubriendo, paulatina y parcial-mente, la estructura del conocimiento humano. La intencionali-dad primaria de la conciencia se complementa y confirma con el análisis racional y con la valoración volitivo-existencial.

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La apertura trascendente de la conciencia es amplia, pero no vaga e indeterminada; así, la intencionalidad de la conciencia directa es la relación existencial con el ser, que en su reflexión racional se torna conocimiento esencial, y en la proyección voli-tiva, intencionalidad realizativa; la mirada extrospectiva dice relación con el ser externo y la visión introspectiva con el propio ser. La intencionalidad dice referencia directa y primordial al ser en sus diferentes dimensiones; dada su impostación corpórea: en lo temporal toma en cuenta su tridimensionalidad y en lo espacial su doble dimensión relacional. La apertura conciencial es trascendencia al ser, para ser y en el ser.

Por otra parte, el tiempo es continuo y sin relación al movimien-to concreto se torna inasible e ininteligible a la mente humana. La eternidad rebasa los límites de nuestra mente y sólo se hace comprensible en relación a la, temporalidad, y ésta se hace inteligible en relación al movimiento físico y, aún más, al trans-curso de la experiencia existencial de la conciencia, que en su visión comprehensiva es sintética, pero que requiere de la dis-tinción analítica de la razón (a partir de un momento para distin-guir el presente del pasado y del futuro), para evitar la confusión de 'lo indeterminado, de igual modo distingue espacialmente lo que pertenece al sujeto pensante de lo que no está integrado a la unidad de su ser personal-individual, aunque el ser universal le integre en la totalidad; de otro modo la indistinción genera la confusión.

La conciencia, por ser intuitiva, sólo es presente y autopresente; el pasado se posee en síntesis como experiencia captativa-realizadora y el futuro se posee en el presente como apertura al proyecto trascendente o simple trascendencia. La temporalidad conciencial es unitaria y sintética: Autocomprehensiva, sin posi-bilidad de aceleramiento o retroceso en su propia naturaleza: Es el presente atado al movimiento corporal. La conciencia se de-sarrolla corno trascendencia, es autotrascendencia; su capaci-dad comprehensiva se desarrolla con este ritmo, como autocre-cimiento intelectual e integral. De aquí surge otro tipo de tempo-ralidad, la que depende del movimiento corpóreo y que le rela-ciona con el universo material y le condiciona a él.

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El tiempo consciencial es sintético en sí mismo, puesto que permanece en su identidad como principio -inmanente- funda-mental y parte de él para el proceso cognoscitivo -trascendental- que consiste en la identificación. Sin embargo, debido a su unión substancial con el cuerpo vivencia a través de la razón una temporalidad analítica que se pierde en la sucesión pretérita en el deslizamiento del presente hacia el futuro. Debido a ello, la razón cree descubrir en la conciencia una temporalidad analítica. Perspectiva ésta que resbala en el reflejo conciencial de la temporalidad corpórea para caer en el devenir del movi-miento corpóreo.

La conciencia intuitiva está supeditada a la abstracción repre-sentativa de la memoria racional en la conservación de datos pasados, así como a la concreción representativa de la memo-ria imaginativa. He aquí una de las relaciones que ligan unita-riamente la conciencia a la estructura humana integral.

La actividad sintética de la conciencia manifiesta su capacidad o potencia sintetizadora como esencia de su propia naturaleza intuitiva inmanente-trascendental, como comprensiva de sí y del otro. Tal síntesis es espontánea y no artificialmente construida, lo que muestra que es generada por la naturaleza misma de la conciencia.

La intencionalidad siempre surge de la conciencia que se hace presente y tiende -positivamente- hacia algo o evita -negativamente- algo. La intencionalidad es exclusivamente la tendencia consciente, que en este sentido distingue el nivel intelectual de los inferiores: a) El nivel sensible, cuya propen-sión recibe llanamente el nombre de tendencia. b) El nivel orgá-nico -no sensibilizado y/o intelectualizado en acto-, que simple-mente pulsa (pulsiones) hacia la satisfacción de sus necesida-des. En el nivel propiamente intelectual se da la volición, que de modo consciente, reflexivo y querido, persigue valores que le han de realizar. Sin duda que la intencionalidad -tendencia, volición y pulsión- es el factor primordial resultante -en la parte estructurada y no en la estructurante- del horizonte pasado y

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que se proyecta en el horizonte futuro. He ahí la importancia de distinguir los diferentes niveles.

La conciencia capta a través de diversas potencias un conjunto de características que identifican un objeto (o especie de ellos) y no cabe duda que tal conjunto en su síntesis personal es una creación de la conciencia; pero dicha creación no surge de la nada ni siquiera de la subjetividad pura trascendental, sino que dice relación intencional primordial al objeto real al cual hace referencia explícita, y pretende haber abstraído de él tales ca-racterísticas. La reflexión sobre el acto comprehensivo nos hace comprender, o más bien discomprender, los elementos subjeti-vos que dan el modo y la característica personal de comprender el objeto, es decir en la adecuación hay mayor o menor grado de asimilación.

La comprensión es el acto por el que la conciencia intuye el conjunto de características que identifican un objeto en un inten-to de evidenciarlo en su ser.

La discomprensión es el acto por el que la conciencia intuye el conjunto de características que identifican un objeto tratando de evidenciar, ayudada de la reflexión, los elementos estructurales subjetivos que han intervenido en la comprensión de ese mismo objeto. En este mismo acto la razón realiza la abstracción de los correspondientes elementos subjetivos para conservar sus con-ceptos, y la conciencia logra la comprensión de sí.

2. HORIZONTE E INTENCIONALIDAD DE LA CONCIENCIA

El horizonte es el conjunto de elementos y factores ---subjetivos y objetivos--- que conjugados en una circunstancia concreta posibilitan una tendencia ---a nivel sensible---, una compren-sión, un juicio y/o una volición ---a nivel intelectual---. Horizonte e intencionalidad son diversos pues ésta indica la torna de con-ciencia de las referencias de un acto, sea éste comprehensivo, volitivo, etc. En cambio, el horizonte indica los factores que ge-

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neran. Es cierto que, en un mismo acto, los elementos pueden coincidir, pero la dinámica de acción será inversa porque mien-tras el horizonte es proyectivo, la intencionalidad es retrospecti-va, si se mira al pasado; en cambio, el papel y la acción se in-vierte si se mira del futuro, porque la intencionalidad siempre parte del presente conciencial hacia el objetivo (pasado o futu-ro), en tanto que el horizonte es el contexto estructural que vie-ne del pasado o el futuro hacia el presente conciencial y posibili-ta la comprensión. El horizonte pertenece a la estructura, la intencionalidad a la conciencia; ambos se complementan e inte-gran en la acción cognoscitiva, pero su fuente es diversa y, por consiguiente, el sentido de su reciproca interacción es inverso.

La intencionalidad inmediata y próxima es la relación principal y fundamental que explica el conocimiento actual, haciendo refe-rencia a los elementos -subjetivos y objetivos- que de modo inmediato y próximo le han generado. La intencionalidad se torna mediata en primer grado, 2º, 3º, n grados, a medida que interviene uno, 2, 3, n elementos, que en forma encadenada median en la obtención del conocimiento en forma actual. De-cimos en forma actual para indicar factores actuantes de forma destacada en la síntesis general conciencial, porque esta sínte-sis es el contexto progresivo que posibilita toda comprensión y que no es intencional, sino de forma remota.

La intencionalidad -tendencia, volición o pulsión conjunta el horizonte pasado y desencadena la acción para alcanzar el horizonte futuro. La conciencia no nada entre el pasado y el futuro, sino que los sintetiza en la esencia de su ser. La inten-cionalidad es la relación abierta de la conciencia para obtener su propia trascendencia. La conciencia está constituida en su núcleo por la presencia intuitiva, evidenciativa, cuyo desarrollo se logra por la íntencionalidad, como proyección hacia el hori-zonte; y se culmina en la síntesis a través de la comprensión-afirmación-realizativa-integral. He aquí la conciencia en su esencia propia cuya proyección realizativa se funde con la esencia sensitivo-orgánica.

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La conciencia está distendida entre dos horizontes: el pasado y el futuro, pero ella siempre es presente, sin que pueda invadir horizontes sin presencial izarlos y hacerlos parte de su ser sin-tético presencializante. La distensión conciencial se retroproyec-ta en una retrotensión coordinante del pasado y, por otra parte, se proyecta, no en una negación, sino en una afirmación de sí, en una protensión trascendental de su propio ser. He aquí la síntesis presencializante de la conciencia, cuyo tiempo inma-nente es el devenir en el presente, porque ahí el pasado y el futuro están presentes.

La conciencia primitiva es aquella en la que la acción intelectual se encuentra ligada a la sensibilidad en dependencia de la im-presión; en tanto que la conciencia directa es aquella que ha logrado independizarse y darse cuenta de sí, como presencia interior a su propia acción, en la que se capta a sí como sujeto; esa experiencia inmanente es de tipo comprehensivo: acto en, el que la inteligencia capta lo presente a ella como datos exis-tentes, en sí, de modo directo, sin la intervención formal y obje-tiva del concepto y su correspondiente expresión esencializado-ra. Sin la presencia comprehensiva de la conciencia no es posi-ble conocimiento alguno propiamente humano; he aquí el nú-cleo y germen de toda inteligencia. Conciencia refleja es la con-ciencia directa que retorna sobre sí para analizar, reconstruir,... sus actos. Conciencia proyectiva es la conciencia/autocon-sciente, que conociendo su ser y su circunstancia planea su autorrealización. Conciencia trascendental es aquella que busca la superación de su ser inmanente en una superación que reba-sa las posibilidades de su propia naturaleza.

La conciencia integral es aquella que une, en una estructura integrada en sus funciones, los diversos niveles potenciales dando a cada uno sus funciones propias, sin exclusivismo y preponderancias reductoras, en la búsqueda de un equilibrio y armonía integral, que propicie la realización integral del hombre. Las etapas que conducen la conciencia al culmen -indicado se han desarrollado ya a través del trabajo y son: 1., conciencia primitiva; 2. conciencia directa; 3. conciencia reflexivo-racional; 4. conciencia comprehensivo-postrracional; 5. conciencia pro-

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yectivo volitiva; 6. conciencia comprehensivo realizativo valora-tiva; 7. conciencia integral.

Las cogitationes son las vivencias procedentes, de la razón, pero no son todas las vivencias, así las voliciones existenciadas son las vivencias de la libre voluntad; las sensaciones, las, co-rrespondientes a los sentidos externos y las representaciones concretas, así como los sentimientos y tendencias las proce-dentes de la sensibilidad interna; pero las vivencias generales a todo conocimiento propiamente humano son las que proceden del yo trascendental que, presencializa y concientiza el conoci-miento a todos los niveles. De ahí procede la vivencia integrati-va y comprehensiva del ser humano como tal.

Los grados de evidencia son diversos del nivel de evidencia (conciencial). Los grados se dan por cercanía a la identificación del elemento, relación, estructuración u operación real. Eviden-cia, integral: El principio que la rige es el de la identidad, en donde los elementos y las funciones se explican, en la estructu-ra total y donde la coherencia de los principios revelan el ser en su integridad entitativa. Evidencia no integral: Carece de ele-mentos para lograr la evidencia integral... Evidencia apodíctica: Es aquella, cuya fundamentación es tal que elimina la hipótesis contraria y la muestra como absurda e imposible. Evidencia asertórica: Es aquella en la que la falta de elementos hace po-sible diversas hipótesis, incluso la contraria,

Conocer es identificar y diferenciar para integrar, precisar cada vez más el predicado acerca de un objeto y aproximarse a su realidad. Hay tres tipos de organización en el desarrollo total del conocimiento, humano: la sensible, la racional y la existencial. A cada una de ellas le precede una etapa intermedia en la que la etapa superior se encuentra aún ligada en sus funciones a la etapa inferior; por lo tanto, podemos decir que se dan tres eta-pas divididas cada una de ella en dos fases, lo que da un total de seis fases. El punto de partida: Es el organismo innato que arranca automáticamente las estructuras heredadas del cono-cimiento. El conocimiento sensible y su lógica, como esquema de organización de datos, se encuentra en la primera fase de-

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pendiendo del organismo como proceso automático. La expe-riencia sensible de los entes en su continuidad espacio (1a. característica) temporal (2a. característica) proporciona la uni-dad y permanencia de los objetos (3a. característica). Esto se hace posible por los esquemas que la percepción y experiencia generan. Tales esquemas permiten organizar los datos sensi-bles en el espacio (1a. ley) y en el tiempo (2a. ley) con referen-cia a la realidad espacio-temporal (3a. ley). A la objetividad es-pacial va unido el color y la figura, en tanto que la objetividad temporal va acompañada de la duración continua en el cambio cualitativo, cuantitativo y local. la organización de estos elemen-tos en un esquema general se realiza en la potencia llamada sentido común. la comparación sensible e inmediata de objetos con características iguales o semejantes (4a. característica) en un golpe de vista (externo o interno) permite organizar los obje-tos bajo la ley de la semejanza (4a. ley) y la desemejanza (5a. ley).

En un principio las funciones se realizan automática (y sub-conscientemente) por la sensibilidad externa (1a. fase); pero a medida que la experiencia va formando la, sensibilidad interna, la organización se realiza, no sólo a nivel de relaciones entre datos presentes ante la sensibilidad externa, sino entre recuer-dos o imágenes internas familiares y objetos externos; y aún, posteriormente, mutuamente entre recuerdos (2a. fase).

En la 2a. fase es posible, con base en los recuerdos, seguir la secuencia (6a. característica) de hechos y fenómenos y en base a éstos construirlos imaginativamente en su secuencia espacio temporal (6a. ley). La experiencia permitirá a continuación ob-servar y experimentar la secuencia de los hechos para relacio-nar un hecho con otro hecho, no sólo en la sucesión espacio-temporal (movimiento), sino en la acción de uno sobre el otro; así el tirar un vaso y quebrarse, ser golpeado por el hermanito y doler, etc. La acción de un acto (causa) sobre otro (efecto) (7a. característica) propicia la formación de la ley de causalidad (7a.), que permite organizar los hechos en la relación activa de unos con otros.

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A través de todas estas características y sus correspondientes leyes, el niño va identificando los entes en su identidad real. Por consiguiente, es necesario afirmar que el "primer principio onto-lógico" es el principio de identidad y que éste da origen al primer principio epistemológico: El principio de identificación; pero, ¿de dónde surgen estos principios? El principio de identidad, sin duda, proviene del ser y su constitución, cuyos aspectos van siendo descubiertos poco a poco para ir integrando mentalmen-te el ser en su identidad, es decir, en lo que es y en lo que lo constituye; y, así, el primer principio del ser da origen al primer principio cognoscitivo: "El principio de identificación.

3. LA INDEPENDENCIA DEL SER

El principio de identidad puede formularse en el aspecto exis-tencial: El ser existe en la independencia de su unidad. En el aspecto esencial, puede formularse: "El ser es lo que es en su esencia constitutiva. Finalmente el aspecto integral reúne am-bos aspectos y se formula: "El ser existe en su unidad esencial. Ahora bien, ¿cómo es posible que el principio de identidad dé origen al principio de identificación? Esto no sería posible sino por la capacidad de una potencia humana adecuada para cap-tar el ser en su identidad y esta potencia es la conciencia que, por una parte, tiene como objetivo propio el captar el aspecto existencial del ser y, por otra parte, al estar presente ante todas las potencias cognoscitivas puede, por su facultad comprehen-siva y sintetizadora, captar el ser en su esencia e integridad existencial, por lo tanto, el principio de identificación (bajo sus tres aspectos: existencial, esencial e integral) es el principio que rige las funciones de la conciencia en su actividad cognoscitiva. Las funciones de la conciencia son tres y pueden expresarse con las tres leyes siguientes que, evidentemente, están regidas por el principio de identificación: ley de presencia: para que un ser sea -identificado es, necesario que esté presente directa e inmediatamente ante la conciencia: o en sentido inverso, que ésta esté presente ante ese ser. Ley de síntesis: para que la identificación progrese es necesario que los datos sean coordi-

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nados e integrados en la unidad del ser. Ley de comprensión: El ser es captado en su identidad por la evidencia intuitiva y com-prehensiva, que la conciencia realiza a través de los diversos niveles cognoscitivos. Evidentemente el grado supremo de iden-tificación se realiza a nivel integral. No, por ello, puede pensarse que sea total pues la totalidad del ser espera ser conocida como meta final, que aún aguarda, sin que proyecto alguno pueda predecir su momento histórico.

Debido a la rigidez de la sensibilidad, ésta tiene sólo una visión directa e irreversible y si la conciencia, hasta cierta edad, ha sido estructurada únicamente por la sensibilidad, estará ella en igualdad de miras (conciencia primitiva o primera). Tal situación será superada por la flexibilidad intelectual de la conciencia que, desdoblándose, generará la visión inversa y creará con ello la razón, pudiendo, mediante ella, conocerse a sí misma explíci-tamente, analizar, abstractamente lo conocido en visión directa o contextual, buscar relaciones que no son visibles ante la per-cepción, sensible, descubrir la coherencia que aparece como oposición ante la: sensibilidad, encontrar la estructura funcional de un ser con sus leyes correspondientes. Las funciones de la razón dependen de las siguientes leyes:

Ley de reflexión interacción: La razón tiene su punto de partida en la conciencia y sólo en interacción (recíproca: directa e in-versa), con ella logra su progreso. Ley de análisis: La razón entiende primeramente los datos: conceptual izándolos, unién-dolos, separándolos, comparándolos y clasificándolos. Ley de abstracción: De los datos analizados la razón abstrae, por infe-rencia, datos y relaciones faltantes. Ley de reconstrucción. Los datos y relaciones permiten a la razón reconstruir hipotética-mente la estructura funcional del ser en estudio. Ley de verifica-ción: La vuelta a la realidad, mediante la experimentación, cohe-rencia -de datos, etc., permitirá a la razón la verificación parcial o total de sus hipótesis; o, por el contrario, la falsación de éstas. Ley de deducción: La verificación permitirá a la razón deducir las leyes con la justificación pertinente. En ocasiones, la recons-trucción permitirá la deducción, dejando para el final la verifica-ción. Estas leyes hacen referencia a las funciones generales de

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la razón por lo que al proyectar un método deberán adecuarse al objeto en estudio y a sus circunstancias.

La razón pasa en el desarrollo de sus funciones por dos fases. La primera corresponde a la etapa en la que la razón unida a la conciencia no logra independizarse de la sensibilidad. Durante este tiempo la razón está impedida para desarrollar sus funcio-nes propias y se restringe a representar mediante signos (escri-tos, orales, etc.) las imágenes de objetos y/o acciones concre-tas, que la sensibilidad (a través de la conciencia) le presenta: Esta es la ley de representación significativa. Esta ley es com-plementada por la ley de comunicación: La medida de la repre-sentación significativa indica la medida de comunicación. Estas dos funciones integran la primera fase de la razón y continúan en función uniéndose a las otras funciones ya mencionadas para dar lugar a la segunda fase racional.

La segunda fase racional pasa por un momento de concretici-dad en el que los signos, si bien ya no representan imágenes sino propiedades y/o cualidades que caracterizan al objeto y/o acción, están referidos directamente a objetos concretos y su lógica es simple y ligada a este nivel. En el segundo momento los signos se desligan de la concreticidad y, conservando sus características, desarrollan una lógica mucho más compleja sin perder el contacto con la realidad. La razón, al surgir de la con-ciencia, toma en consideración la visión directa y la inversa (por la naturaleza de sus funciones). Ahora bien, el objetivo propio de la razón es la esencia del ser, por lo que el principio propio y primero de la razón es el principio de no contradicción en su aspecto esencial, que retorna en su primera parte el principio de identidad, y que se formula así: Es imposible que un ser tenga una esencia constitutiva y no la tenga al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. Esta formulación insiste en el aspecto ontológi-co; si se insiste en el aspecto lógico, se formula así es imposible afirmar y negar una misma esencia constitutiva de un ser, al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.

El principio de identificación es Propio de la conciencia y resuel-to por sus propias funciones, en el aspecto existencial. Sin em-

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bargo, esto no es posible en el aspecto esencial, porque el prin-cipio de identidad (así propuesto), rebasa las funciones con-cienciales y sale fuera de su objetivo; por lo que es remitido a la razón para que en labor conjunta sea resuelto en los problemas cognoscitivos que se presenten. Ahora bien, el principio de identidad, al ser asumido por la razón, toma la forma de princi-pio de no contradicción, que ya expusimos la razón presta tam-bién sus servicios a la voluntad y, bajo este aspecto vital, el principio de no contradicción se formula: Es imposible realizar y no realizar un proyecto de vida al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto, o también: Es imposible que un proyecto simple realice y no realice un determinado valor vital, al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. El principio del tercero excluido no es otro, fundamentalmente, que el principio de no contradicción con diversa expresión.

El principio de no contradicción tiene su plena aplicación a las esencias de los seres, y da lugar al principio de la naturaleza de las esencias: toda esencia es universal y necesaria y explica la naturaleza constitutiva y funcional de ese ser, en cuanto tal. De ninguna manera se pretende que las esencias sean perfectas, inmutables y eternas, sino todo lo contrario- están en continua evolución en la búsqueda de su perfección y adaptación al me-dio; pero, pueden extinguirse por desadaptación, por ceder ante otra especie más fuerte, etc., sin embargo, la estructura esen-cial explica el ser en lo que es y en su evolución, es un ser en devenir.

Ciertamente el principio de la naturaleza de las esencias se refiere, primordialmente, al ser en cuanto permanece tal ser (o especie), ahora que, en cuanto deviene (o evoluciona la espe-cie) se le aplica el principio de razón suficiente que -se formula así: Un cambio es posible, en cuanto hay razón suficiente para que sea así y no de otra manera y para medir la posibilidad de tal cambio se aplica el cálculo de probabilidades, tomando en cuenta la multiplicidad de los factores y la complejidad de la estructuración interactiva.

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Conciencia y razón, en relación a la acción, mueven la voluntad que en una primera fase, queda a medio camino en dependen-cia de la razón, pues habiendo mostrado ésta la esencia poseí-da, pretende (la razón), a través del juicio teórico, indicar el derrotero a seguir en concordancia con aquélla (la esencia natu-ralmente poseída). En un principio debe ser así, puesto que el punto de partida es la propia esencia naturalmente poseída, pero una vez que ésta se ha fortalecido en su acción natural, debe iniciar el camino de la realización de la propia personali-dad en una trascendencia continua; es aquí donde se inicia la segunda fase volitiva.

Es posible que la fuerza de la independencia volitiva la lleve a una especie de embriaguez libertaria, en la que vagabundee en todos sentidos queriendo vivirlo todo, pero sin profundidad ni sabiduría. Sin embargo, esta experiencia le servirá para madu-rar y encontrar el sentido y orientación de la propia existencia. Aquí se entra de lleno en la segunda fase con la integración de la voluntad a las otras potencias humanas.

El principio fundamental que rige la acción general de la volun-tad es el siguiente: principio de realización: La realización per-sonal exige trascenderse en la propia proyección a nuevas di-mensiones y valores en la integración existencial v activa del propio ser. Este principio se lleva a cabo a través de tres fun-ciones o leyes de la voluntad. Ley de libertad: la realización de la propia existencia exige la decisión consciente, racional y que-rida de tomar el compromiso de vivir. Ley de autonomía: La realización personal exige ser capaz de regir la propia acción, coordinando el compromiso consigo mismo con el- compromiso con los demás. ley de amor: La única energía interior capaz de realizar la persona, en cuanto tal, es, el amor. la verdad exis-tencial: es comprendida sólo en la existencia misma de la propia realización que por convivencia con el género humano (con el otro: tú) hace posible comprender la Verdad de la existencia del hombre (del yo-tú: nosotros).

Ley de interacción: La influencia de un pensamiento en otro es directamente proporcional al impacto aceptado, que reestructu-

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ra el sistema del sujeto receptor, e inversamente proporcional a la incoherencia del pensamiento influyente con, los valores y/o verdades aún aceptadas o consideradas como aún válidas, al menos provisionalmente. La influencia bilateral es momentánea y una abstracción en la totalidad de un pensamiento, pues la realidad humana se da en amplios campos epistémicos, que interactúan, a su vez, unos sobre otros; la realidad es integral. Un campo epistémico es una forma estructura( de pensamiento dominante en un grupo social. Un campo epistémico aislado es una verdadera abstracción porque los campos se entrecruzan en una variada integración de la pluralidad de campos epistémi-cos que se dan en la humanidad; al que bien podemos llamar "universo epistémico".

4. LA LIBERTAD FUNDAMENTAL DEL SER HUMANO

La libertad fundamental del ser humano consiste en el desarro-llo de esta capacidad de aceptación, o no, de un grado de in-fluencia en su interacción con el otro. Si esta libertad fundamen-tal es nula, en realidad aquel espíritu es incapaz de autotras-cenderse y de todo desarrollo. El espíritu humano crece en su libre autotrascendencia. Se considera que una estructura per-manece cuando conserva el mismo núcleo rector, aun cuando los otros elementos sufran fuertes cambios; el cambio del nú-cleo exige una reestructuración total, que sume en una crisis revolucionaria al sujeto; la solución aflora cuando surge un nue-vo núcleo en torno al cual se lleva a cabo la nueva reestructura-ción.

La ley anterior permite explicar la influencia de las grandes per-sonalidades, así como las revoluciones radicales y las simples reformas, conservando en lo íntimo de la persona aquella liber-tad que hace crecer, eliminar o transformar, en una verdadera creación, los elementos y la forma de su propia esencia o es-tructura; lo que no olvida la parte inconsciente del ser humano que evoluciona dados sus propios esquemas, mientras éstos no

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son conscientizados y transformados por la libre voluntad del hombre.

Nos parece momento oportuno recordar lo dicho al hablar de Descartes: La dinámica interactiva no sigue la línea recta, sino que es semejante al movimiento astronómico, se mueve en elipsis, pero abiertas en espiral, por la libertad que puede cam-biar de foco, al internarse en otros campos epistémicos, al evo-lucionar en la autotransformación de los propios ámbitos epis-témicos, en la integración, también evolutiva, de su propia per-sonalidad. La libertad impide la mecanización de estos proce-sos.

La ley de la quietud, paralela a la ley de la inercia, es una ley abstracta que surge, en último término, como primer principio de la razón analítica; pero tal abstracción no corresponde a la rea-lidad, aunque se fundamente en ella su extracción, porque tal situación no se da en esa forma abstracta en la realidad. Hecha esta observación formularemos la ley de la quietud o ley epis-témica de la inercia: Un pensamiento permanece quieto, o lo que es lo mismo, en un estado de movimiento uniforme, cuando no interactúa con otro sujeto capaz de influir en su estructura a tal grado que, dada su libre aceptación, aquélla se transforme; por lo que se considera que aquella estructura sigue siendo esencialmente la misma; la misma forma estructural en la que el mismo núcleo con la misma organización elemental propicia el mismo funcionamiento: la vida se repite sin pensar y actúa de forma siempre igual y 'cuasidéntica'. Una vez enunciada esta ley no me parece imposible que algún espíritu haya llegado a tal abstracción de la realidad humana en un estado nirvánico en el que la acción autocreativa se ha eliminado, la conciencia, con su apertura al infinito, con su libertad autotrascendente se ha eliminado, el espíritu aparece en un estado de aniquilamiento tal, que parece vivir una vida vegetativa. Ciertamente a nuestra visión aquella vida con su perspectiva no aparece en modo alguno atrayente, es como ubicarse en el momento en que nace un espíritu, en su punto de partida cero.

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La filosofía integral de la persona o personología estudia la per-sonalidad cuyo primer principio es: la persona tiene conciencia de su ser y desempeña un oficio que permite el desarrollo social y que se revierte en realización personal. La persona necesa-riamente es un ser dinámico social. Todo hombre es persona, en cuanto a las potencialidades de su ser humano; pero sólo el desarrollo integral de sus potencias le permitirá llegar a ser per-sonalidad. La personología necesariamente incluye el estudio de las grandes personalidades para llegar a la abstracción de los rasgos comunes y los principios fundamentales de su reali-zación. Con esto no se pretende que -todos posean la misma estructura de personalidad (la estructura humana ciertamente es la misma y ya en este estudio antropológico se delinean los rasgos comunes más sobresalientes) pues si en algo se distin-gue el hombre de otras especies terrestres es precisamente en la libertad de la realización de su ser.

La realización plena del hombre sólo es posible a nivel integral. Este nivel no es la suma de la acción de todas las potencias y facultades del hombre, sino la superación en un nivel donde ellas trabajan conjunta e integradamente. De la misma manera que una molécula de agua no es la suma de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno en la que ellos actúen separada-mente, sino la integración de ellos, en una estructura conjunta dinámica y activa. Así en el hombre la totalidad de sus faculta-des deben integrarse para generar la "personalidad". Dependen de las diversas estructuras integracionales los diferentes tipos de personalidad. No todo hombre sobresaliente en una activi-dad (individual o social) es por ello mismo personalidad. Para diferenciarlos a éstos les llamaremos con el nombre de perso-najes y reservaremos el de personalidad sólo para los hombres de realización integral.

El sentido moral es el indicado por la primordialidad valorativa de una persona. Dicha primordialidad depende del nivel episte-mológico preponderante y de su impostación práctica. La im-postación epistemológica en la que se da a un factor el campo completo del conocimiento con una radicalidad cuasi-absoluta es una abstracción teórica no realizable en la práctica. Lo facti-ble es, que en ella un factor reciba la preponderancia y en tomo

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a él giren y se subordinen las funciones de las demás faculta-des; lo que, en la existencia concreta, permite clasificar, no sólo la episteme que desarrollan, sino también la conducta ética que llevan a cabo; así si se da la primacía al placer orgánico encon-tramos al hombre hedónico y según la tendencia que siga da lugar a diferentes tipos de hombre: si la preponderancia recae en atesorar riquezas se da el hombre económico; si ejercer el poder y dominar a los demás se tiene al hombre político; si la satisfacción del placer carnal, se llega al hombre sexual; si la comida y bebida, al glotón y al bebedor, etc., en cambio, si la preponderancia recae en la sensibilidad interna se tiene en la "esfera estética" al 'hombre romántico', como el poeta, el goza-dor de honores, etc.; si la preponderancia se encuentra en la búsqueda y en la contemplación de la verdad, se llega, a nivel racional, al hombre científico; y a nivel trascendental, al hombre contemplativo, ambos dan lugar al hombre teórico; si la prepon-derancia se da a la práctica social se tiene al hombre socialista; si, por el contrario, es la actividad individual la que obtiene el mayor peso se encuentra al hombre pragmático-liberal; si la práctica de lo que conduce al nivel trascendental es absorbente y preponderante, se llega al hombre trascendental; finalmente, la realización de los diversos niveles en una estructuración equi-librada y jerárquicamente coordinada permite se dé el hombre íntegro dónde el ejercicio de cada ámbito interactúa unido al todo humano en la armonía de su íntegro ser.

El hombre se ubica en un nivel trascendente cuando supera las pasiones bajas al servicio de lo puramente material en la bús-queda de valores propiamente humanos de nivel intelectual y moral; en contraposición, el hombre intrascendente permanece en un bajo nivel, esclavo de sus pasiones e instintos. El hombre trascendental es aquél que realiza en su ser no sólo valores humanos trascendentes, sino que busca eternizarse en la ad-quisición de valores que le permitan trascender la misma natu-raleza humana en la participación de dones propiamente divi-nos.

La presencia de la conciencia ante las diferentes facultades y niveles epistémicos permite que el yo, sujeto trascendental, aparezca en cada uno de aquellos niveles con características y

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rasgos epistémicos apropiados a la nueva perspectiva, en su visión reducida y adecuada. De ahí la pluralidad del yo, que fundamentalmente son los siguientes: El yo físico-biológico o corpóreo: sujeto de las funciones orgánicas. El yo empírico: sujeto de la experiencia sensible. El yo racional: sujeto de la reflexión analítica y crítica. El yo volitivo: sujeto del querer y decidir lo práctico-existencial. El yo trascendental: Sujeto de toda conciencia y fuente original del ser humano.

El nivel integral reúne al universo en el ser humano, no en cuan-to posea a todos en su diferencia esencial, sino en cuanto unifi-ca en la capacidad de su realización existencial la diversidad esencial del universo en la síntesis comprehensiva de su micro-cosmos. El nivel integral comprende en su unidad la diversidad de los niveles específicos.

En el nivel integral la primordialidad la tiene la conciencia inte-gral, que comprehende sintéticamente el propio ser, lo autoana-liza para comprender su naturaleza existencial y poder autorrea-lizarla a la medida de su ser integral. He aquí el principio que lo rige: La autotrascendencia integral.

El ser integral del hombre le define en su núcleo fundamental como ser capaz de trascenderse en una comprensión sintética a través de un proceso intuitivo-abstracto-realizativo.

5. LA EPISTEMOLOGÍA EN LA REFLEXIÓN CIENTÍFICA

La epistemología es un campo en el que la filosofía y la ciencia se han encontrado y en el que a cada una de ellas le resulta imposible prescindir de la otra. La rigurosidad de la episteme ha exigido a la filosofía retomar la reflexión científica y sus métodos de precisión. Por su parte, las ciencias al pretender fundamen-tarse han debido echar mano de nociones filosóficas y se han encontrado en caminos trillados desde antaño por los filósofos. Pero como la epistemología ha invadido todos los campos cien-tíficos y/o filosóficos, será difícil que en un futuro próximo algún

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campo pretenda permanecer aislado. La integración, aunque lentamente y con múltiples dificultades, está en marcha. La interdisciplinariedad implica una estrecha colaboración integrati-va de métodos y contenidos.

La objetividad en las ciencias humanas no es la adecuación al objeto-cosa o a la esencia preestablecida sino a un proyecto del ser humano que posibilite su trascendencia; y se le considera más objetivo cuanto mayor es el nivel trascendental que de modo real puede lograr, de acuerdo a un desarrollo integral. En el punto que venimos considerando lo objetivo coincide con lo subjetivo, no en un sentido teórico-idealista de corte abstracto, sino teórico-práctico-existencial.

El integrismo no es un relativismo perspectivista porque no cir-cunscribe la verdad a la perspectiva. Por un lado, es cierto que afirma la no posesión de la "verdad absoluta" por parte del hombre actual y que éste posee una multiplicidad de perspecti-vas, que aquí intentamos comprender, pero, por otro lado, el análisis trata de explicar el aspecto veritativo que envuelve cada perspectiva, así como su propia extrapolación, con la finalidad de procurar la integración de las diversas perspectivas no en una suma indiscriminada, sino en la sintetización total de la estructura humana, en la que cada capacidad desempeña sus funciones propias (sin extralimitarlas) y se integra a las demás. La verdad así lograda es integral en el sentido de hecha por el hombre y a la medida del hombre; ahí la subjetividad íntegra interactúa con el mundo en una integración-trascendente.

Integrismo es el estudio continuo y progresivo del hombre en su afán por develar el ser y su entidad. He aquí la investigación, que en su profundidad, altura y amplitud es, a la vez, fundamen-tal e integral.

Sin sujeto (persona o cosa a la cual se hace referencia) no hay verdad, pero tampoco sin predicado (enunciado afirmativo o negativo de parte del cognoscente) pues, la verdad ontológica es la adecuación de la mente con la realidad de la cosa (adae-quatio intellectus et rei) pues la cosa (persona y objeto) es inte-

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ligible en su estructura esencial (adaequatio rei ad intellectum): Verdad óntica porque el sujeto cognoscente posee una estruc-tura capaz de adecuarse progresivamente a la cosa (adaquatio intellectus ad rem): Verdad lógica. Luego, la verdad ontológica no es absoluta, sino relativa a la progresiva adecuación entre el predicado y el sujeto, que se da en su máxima realización en el hombre como adecuación de la existencia al ser trascendente: verdad existencial, que se acrecienta en la continua ascensión de niveles y encuentra su culmen en la trascendencia integral.

La verdad es integralmente subjetivo-objetiva, porque incluye la interacción de ambos en su realización. El sujeto posee una estructura individual y el objeto tiene, también, su propia estruc-tura; pero separarlas es producto de la abstracción. El análisis científico las aísla, pero las estructuras están abiertas y (sólo así) funcionan en interacción. Hablar de la subjetividad y/u obje-tividad de la verdad es reducir-abstraer un aspecto de la misma verdad. Reducción que en su desarrollo no soporta su propia restricción y en reacción extrapoladora se extiende... la verdad no soporta la reducción porque es integral. No exageramos si afirmamos que los experimentos mismos, así sean de rigurosa cientificidad, son el efecto de dicha interacción.

La interacción entre las ciencias permite una acción-reacción entre ellas, que les permite superarse e integrarse sintéticamen-te y no en un idealismo absoluto sino en un acercamiento pro-gresivo en su adecuación cognoscitiva de la realidad. Así ha sucedido, por ejemplo, con la ciencia físico matemática como con acierto y destreza nos lo muestra J. Ullmo, destacado epis-temólogo francés y uno de los críticos más sobresalientes del momento. Este eximio epistemólogo defiende un realismo ope-ratorio, fundamentándose en la historia de la ciencia, en la que analiza sus éxitos como el de Bachelard con las síntesis quími-cas, Dirac con el positrón, Yukawa con el mesón, etc.; y, aún con mayor énfasis se refiere a las resistencias y al constreñi-miento científico sobre los prejuicios subjetivos de científicos. Así, por ejemplo, Lorentz con la teoría de la relatividad espacial, Painlevé con la mecánica relativista, gran número de científicos con la teoría quántica, etc. Ullmo apoya una verdad dinámica contra una verdad estática, pues afirma la existencia de una

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"verdad en devenir" que se adecua progresivamente a la reali-dad.

La ciencia galileana pretendió reducirse a un conocimiento me-ramente fenoménico (dejando fuera el ser con su esencia), des-criptivo de aquellas relaciones sensibles intrafenoménicas (por tanto, sin referencia a lo causal e inteligible). Tal concepción partió del conocimiento físico, pero cuando la ciencia se exten-dió a las ciencias sociales, el reduccionismo se hizo patente en su extrapolación; así se vio la necesidad de lo cualitativo, lo causal y lo esencial. El concepto de estructura pretendió res-ponder a la síntesis de aquellas perspectivas, pero del núcleo de este concepto surgieron nuevamente tres aspectos: el siste-ma organizativo del conjunto funcional, como leyes operativas de cambio y movimiento; los científicos encontraron aquí un campo fértil para su acción. La misma dinámica los llevó al con-cepto filosófico de forma como modelo estructural que a través de aquella dinamicidad sistemática constituye al ser en su enti-dad esencial. Ambos aspectos se complementan para la consti-tución de una esencia determinada, pero la inclusión de las ciencias humanas abre la perspectiva hacia la realización del hombre en su ser, con lo que surge la categoría de interacción no entre una materia determinable, sino entre una forma asimi-ladora y una estructura adecuante, así como en acción inversa una forma adecuadora y una estructura asimilada. En el campo práctico, una existencia creadora de su ser y una circunstancia esencial determinada interactúan en una libertad condicionada para crear una existencia adecuada a la estructura histórico-social y, a la inversa, una esencia asimilada en su forma al mo-delo creado de valores, etc. En este punto las perspectivas se entrecruzan para unirse en lo que llamamos una visión integral.

El integrismo no es un eclecticismo, porque posee un principio diferente al de los elementos integrantes. Este principio unifica los distintos factores en un nuevo sistema. El fundamento de este principio es el ser real en la totalidad que es abarcable por la integridad cognoscitiva del hombre. Ahora bien, como el ser más presente y con mayor totalidad entitativa es el hombre mismo, el conocimiento integral se dirige al ser humano en su naturaleza integral. De este modo se pretende unificar metafísi-

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ca (como estudio del ser en cuanto tal) y epistemología (como estudio del conocer en cuanto tal) en un saber integral (como ciencia y filosofía a la vez), en el que el saber es sabiduría teó-rico-práctica, con la finalidad de alcanzar la máxima realización valorativa del hombre. La formulación del principio es simple: Integrar: ser, conocer y actuar para lograr la realización del hombre en cuanto tal.

La preponderancia de una episteme da, de modo coherente, el papel fundamental al tratado filosófico que da base y desarrollo al ámbito en el que se ubica. Así, los racionalistas (de tinte cien-tífico) al formalismo de la lógica con su exactitud y rigor, aunque sean en gran medida abstractos; los voluntaristas a la ética y a la axiología, aunque los principios del actuar sin conexión con el ser carezcan de sentido; el racionalismo realista, que abstrae las esencias del ser real por intuición intelectiva, a la ontología, aunque ignore ingenuamente la génesis constitutiva de la propia inteligencia y su correspondiente influencia en el conocimiento del ser; el empirismo, en su desfasamiento irracional, no en-cuentra tratado filosófico que le dé fundamento y arriba a un letal escepticismo; al nihilismo llegan también otras epistemes que carecen de un tratado filosófico fundamental pues al no tener primeros principios de apoyo, se pierden en el vacío del sin sentido. Tal es el caso de la episteme del poder, de lo hedó-nico-sexual, del miticismo, del economicismo, etc. El nivel inte-gral toma en cuenta la existencia íntegra del ser humano en su génesis y evolución actual, para valorar la fundamentación de interacción integrada de los principios, pues ésta es la realidad humana; ahí intervienen los primeros principios del ser (ontolo-gía), los primeros principios del conocer (lógica) y los primeros principios del actuar (ética) donde una epistemología integral busca su génesis interactiva para juzgar de su fundamentación teórico-práctica en relación a la realización integral del hombre.

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6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Hemeroteca Virtual ANUIES. Dirección electrónica: http://www.hemerodigital.unam.mx/ANUIES Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Edu-cación Superior. Dirección electrónica: http://www.anuies.mx

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CAPÍTULO TRES:

Aspectos Filosóficos de la Ciencia

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LA EPISTEMOLOGÍA Y SUS CONSECUENCIAS FILOSÓFICO-POLÍTICAS1

Gabriel J. Zanotti

0. INTRODUCCIÓN

“...Por ello, el problema de la demarcación entre ciencia y pseu-dociencia no es un pseudoproblema para filósofos de salón, sino que tiene serias implicaciones éticas y políticas”. Así dice Lákatos en su pequeno pero importantísimo artículo “Ciencia y pseudociencia”, que fue incluido como introducción en su famo-so y clásico ensayo sobre los SRP [1].

Opino que Lakatos está absolutamente acertado sobre las gra-ves implicaciones ético-políticas de los problemas epistemológi-cos, a tal punto que trataré de desarrollar el tema en este ensa-yo.Uno puede, efectivamente, filosofar ad eternum sobre el problema de la ciencia y la pseudociencia; citar con erudición a todos los autores que han opinado al respecto, desde Mill a McCloskey, hacer como si el mundo externo no existiera, y quedar muy bien.

Pero no. Afuera de las bibliotecas existe un mundo que no ha leído jamás una línea de epistemología, pero que no puede

1 Fuente: http://www.economia.ufm.edu.gt/ProfesoresInvestigadores/ Zanotti/Epistemología%20y%20política.htm Consultado el 11 de junio de 2003.

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acceder legalmente a un tratamiento “no-científico” contra el cáncer. Afuera de las bibliotecas existe un mundo donde fun-cionarios estatales imponen coactivamente un determinado criterio de demarcación, dando por supuesto que ese criterio está clara y distintamente determinado y que, aunque fuera así, existe un supuesto derecho de imponerlo por la fuerza. Y eso es grave, si es que se tiene alguna noción de la importancia de los derechos personales y la consiguiente libertad individual.

Uno puede correr el riesgo de desautorizarse tocando estos temas. ¿Qué tiene que ver la más alta epistemología con un mero discurso político? No, no se trata de un “mero” discurso político. Se trata de las preocupaciones morales que alimentan a nuestra actividad intelectual. Si hay algo que ha quedado cla-ro en el debate epistemológico contemporáneo, es que toda teoría ---y las teorías epistemológicas, también--- son theory-laden [2] (cargado de teoría) y por ende value-laden [3] (carga-do de juicios de valor). Esto es (y sin por ello aceptar todos los criterios filosóficos de Habermas), toda teoría tiene un sano ideal emancipatorio, lo cual no niega -sino al contrario- su in-dispensable carácter teorétic o [4]. Esto es, las teorías no tienen sólo el valor de la búsqueda de la verdad en sí, sino también el valor de la búsqueda de un mundo “más humano” [5], un mundo con menos violencia, con menos pobreza y miseria, un mundo con más libertad, más acorde con la dignidad humana. [6] La búsqueda de la verdad y la búsqueda del bien del prójimo no son, por otra parte, algo muy distinto, pues, desde un punto intersubjetivo, la verdad es el encuentro con el otro.

Siendo esto así, veamos de qué modo el debate epistemológico actual puede ayudar al logro de un mundo más justo.

1. POPPER Y EL “EPISODIO DE 1919”

Las implicaciones políticas del famoso autor austriaco han sido comentadas, a favor y en contra, hasta el cansancio. Es más, a veces se lo conoce sólo como el autor de La Sociedad abierta y

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sus enemigos [7] y luego el lector se va enterando de que “ade-más” es autor de importantes libros sobre filosofía de la ciencia.

Por lo tanto, estamos en un caso de resonancias políticas cono-cidas. Vamos a dividir nuestro análisis en dos aspectos. El pri-mero, un análisis de esas “resonancias”, suponiendo lo habitual en la “comunidad epistemológica”: que Popper es ante todo un epistemólogo con implicaciones ético-políticas. El segundo as-pecto será analizar una interpretación que ha surgido última-mente: que es al revés. Esto es, que Popper es ante todo un autor que parte de una premisa moral y toda su epistemología no es más que una lógica consecuencia de esa premisa.

La interpretación habitual del Popper de La Sociedad abierta es que su método de conjeturas y refutaciones “sedimenta” natu-ralmente en una sociedad que es un libre intercambio de conje-turas, y que por ende es “abierta”, contrariamente a aquellas sociedades “cerradas” que no permiten la mutua crítica. Una sociedad libre, con libertad de expresión y un marco institucio-nal adecuado -que Popper identifica con the rule of law [8] ---sería el resultado político de un pensamiento fundamentalmente epistemológico---.

Dejando de lado las interminables discusiones sobre si son correctas las interpretaciones popperianas sobre el pensamien-to de Platón, Hegel y Marx, y dejando de lado, también, la im-portancia -en mi opinión desmesurada- que se le ha dado a este libro[9], tengamos en cuenta que este “resultado político” tiene sus detractores y sus defensores.

Sobre sus defensores, no hay mucho que comentar. Ellos ven en la actitud gnoseológica básica de Popper el mejor fundamen-to para una sociedad abierta a la mutua crítica y a la libertad individual que de ello resulta. Esa actitud es la conciencia de la provisionalidad del propio pensamiento, su “conjeturalidad” y su consiguiente testeo mediante la crítica. Sobre esto no tengo más que comentar lo que ya opiné en otra oportunidad [8a] : hay posiciones metafísicas que también deben estar abiertas a la crítica -esto lo dice explícitamente Popper [10] y sobre las

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cuales se puede tener certeza. Aún así deben ser expuestas a la mutua crítica. Esto es, la apertura a la crítica no es un resul-tado privativo de la falta de certeza. Es un resultado de que, cualquiera que fuere la posición sostenida, ella no puede ser impuesta por la fuerza a la inteligencia del otro.

Esto es una premisa anterior a que el contenido del pensamien-to sea científico-positivo (testeable) o religioso. En ambos ca-sos, el deber de no imponer las propias ideas por la fuerza es el mismo. Esto es a veces olvidado por algunos entusiastas pop-perianos.

Con respecto a los detractores de Popper, su análisis es más interesante porque nos lleva al segundo aspecto, sin salir aún del primero.

En ambientes tomistas, que conozco bien, es común colocar a Popper como un relativista con respecto a la verdad que funda a la tolerancia mutua en ese relativismo. Aunque esta interpre-tación fuera verdadera, ella no sería una objeción al pensamien-to propiamente epistemológico de Popper. Sin embargo, esa interpretación es falsa, debido en parte al relativo desconoci-miento que a veces se tiene del liberalismo tradicionalista britá-nico de Popper [11], de la apertura siempre in crescendo de Popper al pensamiento metafísico (donde se incluye su defensa de la noción de verdad en sí) [12], de la férrea oposición de Popper al neopositivismo [13] y de su ensayo Tolerancia y res-ponsabilidad intelectual [14], donde Popper enfatiza explícita-mente su “norma moral” fundamental: “no matarás nunca en nombre de un idea”. Es un noble llamado de atención a los inte-lectuales: que nunca sus ideas y escritos sean causa de gue-rras y matanzas.

Pero, por qué la insistencia popperiana en esta cuestión? Esto nos lleva al segundo aspecto. Ultimamente se ha distinguido entre el Popper “metodólogo” y el “Socratic Popper” [15]. Esto es, que más allá del Popper de la falsabilidad, el contenido em-pírico, el grado de corroboración, el antiinductivismo, los deba-tes sobre la probabilidad, los falsadores potenciales y otros

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tecnicismos, todos ellos más o menos discutibles, hay un Pop-per “Socrático” con el cual es más fácil estar de acuerdo: es el Popper defensor del diálogo, la tolerancia, la posibilidad de error en la propia posición y verdad en la posición ajena, y la mutua crítica no ya como un solo instrumento de las ciencias, sino como una norma más general, un postulado moral que implica el propio progreso y el de la humanidad misma. Este Popper sería mucho más importante que el “metodólogo”.

El ano pasado, en Julio de 1997 [16], el epistemólogo espanol Mariano Artigas dio un paso más en este sentido. En una po-nencia en la Notre Dame University [17], Artigas propuso una reinterpretación del pensamiento popperiano. La epistemología de Popper es una consecuencia -no la causa- de su posición ética fundamental. El cuasi-imperativo categórico “no matarás en nombre de una idea” surge en la mente del joven Popper en un importante episodio de 1919, episodio tiene para él explíci-tamente una importancia fundamental y es relatado no sólo en su autobiografía, sino en sus últimos escritos [18]. Artigas sos-tiene que estos escritos son claves para la interpretación del pensamiento popperiano y que no se les ha prestado la aten-ción que merecen.

El “episodio de 1919” sucede cuando el joven Popper (17 anos) formaba parte del partido comunista vienés. La esencia de la cuestión es que el partido ordena una revuelta callejera con plena conciencia de su peligrosidad. Y, efectivamente, algunos jóvenes activistas mueren en el episodio. Popper se siente par-tícipe de la decisión y ve allí algo clave: que determinadas ideas, dictadas desde Moscú y obedecidas en Viena, sin posibi-lidad alguna de crítica [19], producen violencia y muerte. El ale-jamiento teórico y práctico de Popper respecto del marxismo y de toda teoría que no admitiera la crítica es allí definitivo. Los críticos del “relativista” Popper, que lo hacen quedar práctica-mente como un inmoral libertino, deberían advertir la profunda intuición moral de alguien que frente a un episodio de violencia reacciona de este modo. Creo que no muchos hicieron lo mis-mo.

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La tesis de Artigas -muy bien documentada- es que a partir de allí es que debe entenderse todo el pensamiento popperiano, como una actitud ética fundamental, a partir de la cual su epis-temología es un sistema emergente.

Aunque la hermenéutica de Artigas no fuera correcta -cuestión sobre la cual todavía no abrimos juicio-, todo esto muestra aún más la íntima relación entre la epistemología, la más alta filoso-fía política y las cuestiones más profundas de la propia existen-cia. La noción de crítica en Popper no es una aséptica herra-mienta del método científico. En mi opinión, es una actitud vital: es reconocer en el otro su derecho a la interpelación, dado que toda persona tiene el deber de no imponer sus ideas por la fuerza. Ello es así independientemente del grado de certeza que yo pueda tener sobre mis ideas. El diálogo emerge consi-guientemente como un corolario moral de ese deber fundamen-tal. Un deber que no surge de ninguna duda sobre la verdad, sino de la certeza de que el diálogo no es el origen, pero sí el camino humano para llegar a la verdad [20].

2. KUHN, LOS PARADIGMAS Y EL ESTADO

El pensamiento del más prestigioso historiador de las ciencias norteamericano parece el más alejado de toda connotación política. Sin embargo, ello no es así. Una sociedad libre implica instituciones políticas que hagan posible la mutua crítica. Y la discusión en torno a los famosos paradigmas juega un factor clave en todo ello.

Ante todo, una aclaración: el pensamiento de Kuhn es más difí-cil de interpretar que el de Popper. Dado que en 1962 Kuhn parece decir claramente que los paradigmas son totalmente relativos al contexto cultural y que no hay ningún criterio racio-nal en sí que esté por encima de los paradigmas [21], la versión de “Kuhn el irracionalista” está muy extendida y yo mismo la subscribí en determinado momento [22] . Empero, cabe advertir que el Kuhn de “La tensión esencial” [23] representa un giro o

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tal vez su pensamiento más originario: la racionalidad por él descartada no era la racionalidad en sí sino una racionalidad “algorítmica” [24] proveniente del corazón del iluminismo racio-nalista. Si esto es así, parece más sencillo de resolver el famo-so problema hermenéutico sobre si Kuhn describe los cambios “no racionales” de paradigma con agrado, casi como si los estu-viera “prescribiendo”, o, en cambio, lo hace sin decir que ello sea deseable. Pero no es ese el objetivo en este momento.

Y no lo es porque estamos apuntando a otra cosa: independien-temente de los quizás interminables debates sobre qué quiso decir Kuhn, es claro que muchos de sus análisis de sociología de la ciencia han causado un fuerte impacto porque, nos guste o no, muchas de las cuestiones por él analizadas “pasan”. Esto es, nos guste o no, la ciencia no es totalmente racional. Puede ser que, por motivos no racionales [25], haya un cambio de paradigma que incluya método, contenido y lenguaje (produ-ciéndose con ello el problema de la inconmensurabilidad [26]) sin que ello implique que la ciencia sea necesariamente y siem-pre no racional. Pero, cuando es así, hay un factor que influye fuertemente en los cambios de paradigma, y que está relacio-nado directamente con el objetivo de este ensayo.

Ese factor es el poder político. Haciendo honor al ejemplo favo-rito de Kuhn, comentaré por un momento algo que nos explica F. Dessauer cuando analiza el caso Galileo [27] (el lenguaje utilizado será, no obstante, el de Kuhn). Quienes sostenían el paradigma dominante (a saber, el sistema tolemaico), al verse amenazados por el prestigio creciente del paradigma alternativo (el paradigma copernicano, presentado por Galileo como una certeza físico-astronómica) no recurrieron a la argumentación racional, sino al factor que decidía si el responsable del otro paradigma seguía diseminando sus peligrosas, no científicas y ponzonozas doctrinas. Ese factor era el poder político. Ahora bien, el poder político de ese tiempo no estaba muy preocupado por las discusiones astronómicas. Pero había otro poder que sí lo estaba (y, como dice Feyerabend, por razones altruistas, no por “prestigio profesional” [28]) y ese poder era la jerarquía de la Iglesia, cuyas decisiones al respecto, como se sabe, estaban por encima del “príncipe” temporal.

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Quienes recurrieron al poder, a la fuerza, y no a la crítica, para frenar la hipótesis copernicana (que Galileo no consideraba como hipótesis) no lograron que la nueva hipótesis no se abrie-ra paso, pero lograron, a corto plazo, mantener sus puestos. Ahora bien: han cambiado mucho las cosas? Antes fue un pro-blema eclesial con derivaciones políticas; ahora son cuestiones directamente políticas, llámese Naciones Unidas, Washington D.C., Conicet o ejercicio “ilegal” de la medicina.

No estoy sosteniendo la naif suposición de que estas cuestio-nes no suceden en ámbitos privados. Claro que suceden. Sim-plemente, estoy marcando una tendencia, creo que sencilla. Cuanto más reducidas sean las diversas ofertas del sector pri-vado, y más monopólica sea la oferta educativa del sector esta-tal -esto es: cuanto más estén unidos estado y ciencia- las posi-bilidades de que las disputas de poder -y no la crítica- decidan la suerte de hipótesis alternativas son mayores. Eso es todo. Nada más ni nada menos; nada nuevo; nada que no sepamos y/o no hayamos vivido. No implica decir, reitero, que las dispu-tas de poder no existan en el sector privado. Ser echado de una universidad privada -por mi color de pelo- y tener que buscar trabajo en otra es un problema, y grave. Ser declarado traidor, encarcelado y enviado a un campo de concentración es otro (y no estamos hablando de la ex-URSS).

3. LAKATOS: SUS IMPLICACIONES ÉTICAS Y POLÍTICAS

Habitualmente corresponde presentar a un autor haciendo una breve referencia a su pensamiento. Pero en este ensayo no será inapropiado aclarar que el gran filósofo de las matemáticas y epistemólogo, el consagrado autor de los ya clásicos SRP, era un exiliado de su Hungría natal, “refugiado” en Inglaterra, discí-pulo de Popper y, junto con éste, uno de los pocos pensadores que, en la década del 60, no dudaba un segundo en criticar agudamente al marxismo ---cosa que no quedaba por entonces “muy bien” en la comunidad científica---.

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Sin embargo, no dudo en decir que, independientemente de esto, había en la epistemología de Lakatos una “lógica interna” muy interesante para los fines de este ensayo. No es ninguna novedad decir que los SRP de Lakatos intentan superar la dia-léctica entre los sistemas de Popper y Kuhn. El falsacionismo del primero se mantiene en la distinción entre programa empíri-camente progresivo o regresivo, y la sensibilidad histórica del segundo en la noción de núcleo central no falsable por conven-ción. Hay un aspecto, sin embargo, menos destacado por el mismo Lakatos, que para mí [29] es fundamental.

No hay norma alguna -y menos aún, algorítmica- que permita decir cuándo un programa se convierte en empíricamente pro-gresivo o regresivo. La objeción de Feyerabend emana natu-ralmente: mi amigo Lakatos, no has hecho más que poner lin-das palabras a un anarquismo disfrazado. Si no se puede saber cuándo se pasa de un programa progresivo a uno regresivo, y viceversa, cuál es el criterio de demarcación? La respuesta de Lakatos, como quien no da importancia al problema, casi como una nota al pie, es básica: es la noción de riesgo lo que permite distinguir lo racional de lo no racional. Por supuesto que un científico sabe que corre el riesgo de estar trabajando muchos anos en un programa progresivo que repentinamente se vuelva regresivo, dada una molesta e importante anomalía, pero es esa conciencia de riesgo ---esencial, en mi opinión, a la falsabi-lidad--- lo que lo mantiene dentro de lo racional.

Pero lo que Kuhn y Feyerabend también enfatizaron siempre -más allá de esta respuesta lakatosiana, plenamente satisfacto-ria, a mi juicio, desde un punto de vista normativo es que los científicos, en general, no saben eso. Ello, en mi opinión, no obsta al progreso de la ciencia, pues yo creo que ésta es un orden espontáneo que funciona con independencia del conoci-miento disperso de los científicos, bajo ciertas condiciones. No es el momento de desarrollar esa tesis. Lo importante ahora es que ninguna conciencia de riesgo caracteriza a los científicos aferrados no sólo a un determinado paradigma, sino también ---sin saberlo--- a un paradigma inductivista, fuertemente extendi-do, que les dice que el método científico consiste en observar datos, plantear la hipótesis, someterla a “prueba” empírica y de

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ese modo establecer una “ley”. Todo ello es una falsedad abso-luta, una ilusión óptico-metodológica total y completa, como Popper demostró desde el principio de sus escritos [30] hasta el final [31], pero ello no afecta a lo que un científico “cree” que está haciendo, quiere hacer o le conviene hacer creer que hace.

Sinteticemos. Desde Mill hasta Lakatos, mucha agua ha corrido bajo el río epistemológico. La noción de “ciencia” ---y el consi-guiente criterio de demarcación--- se ha ido ampliando. Hoy se sabe que las hipótesis no se “prueban” de ningún modo, pero no sólo eso. Quien ha comprendido el debate Popper-Kuhn-Lakatos, sabe que la ciencia trabaja en criterios muy amplios, muy elásticos, en programas de investigación donde lo que en un momento gozó de un reinado de corroboración, lo puede perder, y otro programa que fue enviado al ostracismo de lo antiguo, puede emerger de su mar de anomalías y recuperar -sin saber hasta cuándo- otro período de corroboración. Parece anárquico, pero no es más que el lógico resultado de las bási-cas nociones popperianas: se trabaja con conjeturas que se intuyen, que no son nunca absolutamente corroboradas, ni ab-solutamente falsadas.

Ahora bien, algunos epistemólogos conocen este debate, están concientes del problema, aunque opinen distinto sobre su solu-ción. Pero, como ya dije, no pocos científicos -el número exacto es irrelevante-, sin ninguna mala voluntad, no son siquiera con-cientes del problema [32]. No lo sabe el médico aferrado a su diagnóstico y tratamiento cual nueva tabla de Moisés revelada a la humanidad. No lo sabe el físico aferrado a sus constantes matemáticamente expresadas como si fueran necesidades me-tafísicas en todos los mundos posibles. No lo sabe el sociólogo aferrado a sus estadísticas cual nuevo oráculo todopoderoso...

Y estoy llegando al punto central. Ellos no lo saben. Y menos aún lo sabe el político que puede acceder a un puesto de poder ---y ese político, ese “tipo ideal” que estoy utilizando, puede ser el mismo científico en cuanto funcionario---. Y entonces, dado que piensa que se puede saber perfectamente qué es lo cientí-fico y lo que no, con toda buena voluntad prohibirá o quitará el

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famoso subsidio a lo que no es científico. Lo cual es lo menos que puede pasar: si estamos en algún sistema totalitario, las consecuencias serán vitalmente más graves.

Por supuesto que ello atenta gravemente contra el progreso de la ciencia, pues atenta contra las condiciones institucionales de crítica. Pero lo que me preocupa no es tanto, de manera abs-tracta, el progreso de la ciencia. Me preocupa la libertad indivi-dual de cada persona para enseñar y/o aprender de acuerdo con su conciencia; para actuar, sin coacciones, de acuerdo con su conciencia. Y me preocupa, por parte de quien ejerce el po-der, no tanto que no sepa epistemología, sino que con toda buena voluntad -cuando no es un tirano- se ponga en el lugar de Dios y, sin pedir permiso a la conciencia de su igual -otro ser humano, igual que él en dignidad- irrumpa en ella en nombre de la ciencia. Y esta preocupación no surge de una noción indife-rente de la autonomía de la conciencia. El derecho a la ausen-cia de coacción sobre la propia conciencia [30] a no surge de decir “haz lo que quieras mientras no me molestes”. Eso es una indiferencia hacia el prójimo, que roza el desprecio. No. Surge de ver a la conciencia del otro como el sagrario sólo humano más profundo, donde se dialoga a solas con Dios [33]. Se pue-de intentar colaborar en ese diálogo según nuestra buena vo-luntad y según nos hayan dado permiso. Pero no se lo puede interrumpir.

No se puede tomar el lugar de Dios y sustituirlo por la ciencia. Tal vez ahora se entienda más a Lakatos cuando concluye di-ciendo: “...el problema de la demarcación entre ciencia y pseu-dociencia no es un pseudoproblema para filósofos de salón, sino que tiene serias implicaciones éticas y políticas” [35].

El tema, empero, está lejos de haber concluido. Sólo he prepa-rado el terreno. Feyerabend: de escéptico a liberal. A pesar de algunos indicios que indican lo contrario, parecería que estoy argumentando de este modo: dado que el criterio de demarca-ción entre ciencia y pseudociencia es muy elástico, “entonces” no debe ser impuesto coactivamente.

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Pero no es ese el eje central de la cuestión. Aunque dicho crite-rio fuera claro y distinto, no debe ser impuesto por la fuerza, dado que ninguna idea debe ser impuesta por la fuerza. Y, por ende, resulta peor aún que ideas provisorias y conjeturales sean impuestas por la fuerza [36].

Vamos a detenernos in extenso en este punto. Feyerabend podría ser considerado como el post-moderno de los epistemó-logos. Y, efectivamente, su iconoclasta Tratado contra el méto-do [37] da motivos de sobra como para que se lo interprete co-mo un irracionalista, un escéptico y un relativista total. Yo pen-saba así anos atrás [38]. Y no es para menos: su argumenta-ción sobre las consecuencias últimas del problema de la theory-ladenness son muy claras. Si los datos necesarios para el tes-teo empírico son totalmente interpretados a partir de hipótesis previas, y el testeo empírico es lo que divide a la ciencia de la metafísica, entonces no hay posibilidad de hacer testeo empíri-co; luego todo es metafísica (conclusión de ningún modo lamen-table para Feyerabend).

Pero, como siempre, los últimos escritos de Feyerabend dan tal vez la clave para entender el “núcleo central” del pensamiento de este singular e importante autor. Su Adiós a la razón [39] no es en realidad una despedida a la razón como tal, sino a una razón impuesta por la fuerza.

Este libro es tan rico que por sí mismo daría lugar a un ensayo sobre él. Lamentablemente no podemos detenernos ahora en eso. Empero, hay un punto que considero clave. En determina-do momento nos encontramos con este punto: “Ciencia: una tradición entre muchas”. No se dice allí que la ciencia sea una tradición de pensamiento en sí despreciable o irracional, sino que no tiene por qué tener, como tradición de pensamiento, una superioridad legal frente a otras.

La pregunta es, pues, por qué colocarla como un nuevo tribunal inquisitorio (y hubo muchos) cuando se supone ---se supone--- que suponemos ---la reiteración es adrede--- que ya no los hay.

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¿Aceptaría alguien en el Occidente del siglo XX que un funcio-nario estatal venga a imponerle coactivamente la religión que le conviene? No, por supuesto. Qué escándalo! Pero por ¿qué el escándalo? ¿Por conciencia del respeto a la conciencia o por-que la religión no interesa o “ninguna hace daño”?

“Los más recientes intentos de revitalizar viejas tradiciones ---dice Feyerabend---, o de separar la ciencia y las instituciones del Estado, no son por esta razón simples síntomas de irracio-nalidad; son los primeros pasos de tanteo hacia una nueva ilus-tración: los ciudadanos no aceptan por más tiempo los juicios de los expertos; no siguen dando por seguro que los problemas difíciles son gestionados por los especialistas; hacen lo que se supone que hace la gente madura [aquí Feyerabend hace una importante cita al pie]: configuran sus propias mentes y actúan según las conclusiones que han logrado ellos mismos” [40]. Y cuál es esa importante nota al pie? La siguiente: “Según Kant , la ilustración se realiza cuando la gente supera una inmadurez que ellos mismos se censuran. La ilustración del siglo XVIII hizo a la gente más madura ante las iglesias. Un instrumento esen-cial para conseguir esta madurez fue un mayor conocimiento del hombre y del mundo. Pero las instituciones que crearon y expandieron los conocimientos necesarios muy pronto conduje-ron a otra especie de inmadurez. Hoy se acepta el veredicto de los científicos o de otros expertos con la misma reverencia pro-pia de débiles mentales que se reservaba antes a obispos y cardenales, y los filósofos, en lugar de criticar este proceso, intentan demostrar su ‘racionalidad’ interna” [41].

Hay aquí tres hermenéuticas que no deben confundirse. Prime-ro, lo que piensa Feyerabend. Segundo, lo que piensa Kant. Tercero, lo que pienso yo (y esto, no porque me considere a la altura de ellos, sino para no hacerles decir lo que no dijeron).

En cuanto a lo primero, es evidente que la calificación de “post-moderno” y/o irracionalista a alguien que habla de una nueva ilustración y cita a Kant ---y considerando, además, el contexto de su obra--- es, al menos, dudoso. Sobre lo que piensa Kant, no es el momento de analizarlo.

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Lo importante aquí es: ¿qué es esa “madurez” de la que habla Feyerabend? ¿Qué es esa madurez frente a las iglesias, obis-pos y/o cardenales? ¿Qué es, en última instancia, la madurez frente a cualquier idea, pensamiento, tradición o doctrina ---religión, ciencia y filosofía incluidas--- que se nos proponga?

Feyerabend ensaya una definición: la configuración de la propia mente y actuar según las propias conclusiones. Y qué es ello, a su vez? Ello es, nada más ni nada menos, que proceder según nuestra conciencia. Y proceder según nuestra conciencia no es hacer lo que se nos antoje siempre que no molestemos al veci-no. Es -aunque no sólo eso [37a] - ejercer el derecho que todo ser humano tiene a la ausencia de coacción sobre su concien-cia, dado el deber que todo ser humano tiene de no imponer sus ideas por la fuerza. La definición de libertad religiosa del Concilio Vaticano II dice así: “...Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana; y esto de manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos”. [42]

Esta definición no se basa en un indiferentismo en torno a la verdad y/o el bien. No considera a la religión como algo poco importante y que todas sean lo mismo, inofensivas y/o irrelevan-tes, y por ende, con un derecho a la libertad frente a ellas. Al contrario, esta definición está dada por quienes consideran -y me adhiero- que la religión es la esfera más importante de lo humano, que no todas las religiones son igualmente buenas y/o verdaderas y que la Católica es la que tiene la plenitud de los medios de salvación. Si, pensando eso, se reconoce -no se otorga- el derecho a la inmunidad de coacción [43], entonces se tiene una verdadera conciencia de la libertad. Si se adquiere la conciencia de que los demás hombres no pueden ejercer coac-ción allí donde se juega lo más importante de mi existencia -la Fe- entonces el paso hacia la libertad está dado. Porque, en ese caso, ¿cómo puede justificarse la coacción en otros ámbi-tos menos importantes?

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¿Se comprende mejor ahora el espanto de Feyerabend frente a criterios científicos impuestos desde el estado? El ya había observado, muy agudamente, que Occidente habla mucho de separación entre Iglesia y estado, pero no de la separación entre estado y ciencia. Más allá del sentido más bien negativo que para mí tiene la palabra “separación”, por lo cual prefiero la palabra “distinción” [44], estoy convencido de que la observa-ción de Feyerabend da en un punto clave. Es muy fácil separar iglesias y estado, y eliminar todo tipo de dependencia económi-ca entre ambos, cuando, en última instancia, (como motivo últi-mo y tácito) la religión no importa. Pero la ciencia... Ah!, eso es otra cosa! Ella es la nueva revelación de los dioses del ilumi-nismo racionalista. Entonces, nada de “derecho a la ausencia de coacción”. ¿No quiere educarse Ud. ni a sus hijos en letras, matemáticas y geografía? ¡Pues a la cárcel! ¿Quiere Ud. aplicar a su paciente un tratamiento “no científico”? ¡Pues a la cárcel! ¿Quiere Ud. negarse a recibir un tratamiento “no científico”, “no probado”? Idem! ¿Quiere Ud. negarse a tener un documento, a firmar mil papeles y exigencias para entrar y salir de lo que una conjetural noción de estado-nación llama territorio nacional? ¡Ni se le ocurra!

Pero, si quiere Ud. escupir el rostro de Dios, ¡adelante! Total, ¿qué importa eso? Y, para que se nos entienda bien, no apun-tamos a que una cosa espantosa como la anterior sea legal-mente prohibida. Apuntamos a que, si no imponemos una reli-gión por la fuerza ---que es lo más importante de la vida huma-na--- menos aún una ciencia por la fuerza. Pero, volvemos a decir, ello está implicado en algo anterior: ninguna idea puede ser impuesta por la fuerza. Como ya dije en otra oportunidad [45], ello es contradictorio con la naturaleza de la inteligencia y la naturaleza de la verdad. Y ello funda el deber de no imponer las ideas por la fuerza, el derecho consiguiente a la ausencia de coacción sobre la conciencia y una serie de consecuencias político-sociales que Occidente aún no ha asumido. Es más: creo que seguimos igual que antes. Se comete el mismo error: coacción en lo considerado importante. Antes, lo importante era la religión: palos para el disidente. Ahora, lo importante es lo científicamente “probado”: palos para el disidente. El paso ade-lante se dará el día que le digamos al prójimo: esto es suma-

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mente importante para ti; luego menos aún se te puede imponer por la fuerza, luego eres libre, por derecho propio, y no porque yo te lo conceda.

Calma. Busquemos lo que refutaría nuestra posición. Seamos popperianos. Cuál es el análogo falsador potencial de lo ante-rior? Una objeción muy conocida. Se me puede decir que lo religioso importa, pero no al bien común temporal, en el cual están varias de las cuestiones antes citadas y que, por ende, el estado debe “ocuparse”. Y otra cosa: parece que mi enfático recuerdo en los derechos de la conciencia olvida el deber de proteger a gente ignorante de los engaños de charlatanes y chapuceros que pueden ocasionar un grave daño a su vida.

Respuesta: ojalá llegue el momento en el que se comprenda que lo esencial del bien común es el respeto a los derechos personales. Y que, por lo tanto, lo que delimita el campo de acción de una eventual autoridad no es que algo sea sobrenatu-ral o temporal, sino que sea conforme o no con los derechos personales.

Hay derecho a la libertad religiosa porque hay derecho a la au-sencia de coacción en materia religiosa. Hay derecho a la liber-tad de enseñanza porque hay derecho a la ausencia de coac-ción en materia de enseñar y aprender. Hay derecho de libre asociación porque hay derecho a la ausencia de coacción sobre las asociaciones a las que... Y así.

Y la “auctoritas” no es igual a la noción moderna de estado-nación. ¿De dónde sale que “debe” haber naciones, territorios nacionales, banderas e himnos? ¿Por qué los seres humanos están ahora obligados a pertenecer a alguna de esas cosas, y rendir un analógico culto a sus liturgias? ¿Qué coherencia tie-nen estos nuevos imperios romanos que han surgido por do-quier, cuando al mismo tiempo sus integrantes no están obliga-dos a pertenecer a ninguna religión? O tal vez tiene esto la misma coherencia que, precisamente, el Imperio Romano. Pa-guen los impuestos, rindan culto al emperador (de pie al cantar el himno, juramento a la bandera...); ni se les ocurra, bajo pena

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de civil excomunión, negarse a la protección del estado de bienestar (seguro social obligatorio, etc) y, en todo lo demás, que no tiene ninguna importancia, hagan lo que quieran [46].

Y sobre los “expertos” que custodian a la pobre gente... No nos estamos refiriendo a la sana preocupación por el prójimo. No nos estamos refiriendo al buen samaritano que tal vez hasta tenga que gritarnos un poco para que aceptemos su curación. Nos estamos refiriendo al estado, a las cárceles, a la policía, ejercida contra quien finalmente diga “no” a las más convincen-tes argumentaciones del buen samaritano. Esto es, a la noción de “fuerza” aclarada en la nota 32a. Es contra esa prepotencia de los “expertos” que Feyerabend ha escrito páginas maravillo-sas. ¿Quién decide coactivamente quién es el sabio y quién el ignorante? ¿Quién tiene el derecho de imponer legalmente a un médico occidental sobre el brujo de una tribu, cuando la obliga-ción de rendir culto a Dios no puede ser impuesta legalmente? ¿Quién impone las cosas esenciales para la vida? Yo, por ejemplo, afirmo, y plenamente convencido, que lo esencial de la vida humana es amar a Dios y al prójimo (en ese orden), y que la única religión verdadera y esencial para la salvación es la Católica, Apostólica y Romana.

Afirmo plenamente convencido que la existencia de Dios es una certeza mil veces más firme que las absolutas conjeturas de la física contemporánea. Afirmo que una oración a Fray Martín de Porres, hecha con Fe auténtica, puede ser más efectiva que terribles sesiones de quimioterapia, que espero que dentro de 500 anos queden igual que lo que ahora son las cauterizaciones a hierro hirviente de no hace mucho tiempo. Sé que muchos lectores deben estar espantados por estas firmes convicciones (cuyo fundamento quisiera enseñar pacíficamente a todo el mundo, porque el respeto no es indiferencia). Pero al menos pueden quedarse tranquilos: no me voy a autotitular experto ni tampoco voy a imponer mis ideas por la fuerza desde una se-cretaría de salud pública [47].

Y otra tranquilidad: estoy abierto a la crítica. Debe ser porque soy un popperiano relativista...

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4. CONCLUSIÓN

No muchos anos después de su paradigmático ensayo Toleran-cia y responsabilidad intelectual [48], Popper dio una conferen-cia, en 1989 -providencial ano- en la cual reiteraba los mismos conceptos [49]. Volvió a recordar la importante misión de los intelectuales para un mundo mejor, y preguntó: “...I would now like to return to my point of detarture. The future is quite open; we can influence it. We are thus saddled with a heavy respon-sability, and we know next to nothing.

What can we do that is positive? Can we do anything to prevent terrible events like those in the Far East? I am referring to the nationalism and racism and the victims of Pol Pot in Cambodia, to the victims of the Ayatollah in Iran, to the victims of the Rus-sians in Afghanistan, and to the recent victims in China. What can we do to prevent such unspeakable events? Can we do anything? Prevent anything?” [50].

Su respuesta constituye nuestra única humana esperanza:

“My answer to this question is: yes” [51].

Este ensayo fue escrito en enero de 1998. El autor agradece los comentarios de Marcela Albanese, Carlos Alvarez, Luciano Elizalde, Marcela Farre, Juan Luis Iramain, Alejandro Gómez y Alejandro Tagliavini, si bien, como es habitual subrayar, la res-ponsabilidad por todo lo aquí afirmado es absolutamente mía.

NOTAS

1. Ver Lakatos, I. (1989). La metodología de los programas de investigación científica. Ed. Alianza. Madrid.

2. He analizado este tema en mi art. “El problema de la ‘Theo-ry Ladenness’ de los juicios singulares en la epistemología

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contemporánea”, en Acta Philosophica, vol. 5 (1996), fasc. 2, pp. 339-352.

3. Ver Crespo, Ricardo (1997). La economía como ciencia moral. Ed. Educa. Buenos Aires.

4. Ver Habermas, J. (1965). “Conocimiento e interés”, en el libro Ciencia y técnica como ‘ideología’. Ed. Tecnos. Ma-drid, 1989; Husserl, E. (1970). The crisis of European sciences. Ed. Northwestern University Press; he desarro-llado este tema en mi art. “Hacia una fenomenología de las ciencias sociales”, inédito, enero de 1997.

5. Ver Populorum Progressio, de Pablo VI. 6. Ver Popper, K.: “Tolerancia y responsabilidad intelectual”

[1981], en Popper, K. (1984). Sociedad abierta, universo abierto (conversación con Franz Kreuzer). Ed. Tecnos. Madrid.

7. Paidós, Barcelona, 8. Ver Conjeturas y refutaciones. Ed. Paidós. Barcelona,

1983, cap. 17; y The lesson of this century. Routhledge, 1997.

9. En mi opinión, otros textos son más importantes para el pensamiento político de Popper, pero no es el momento de tocar el tema. Al respecto, ver mi Popper, búsqueda con esperanza, Ed. de Belgrano, Buenos Aires, 1993, parte II, cap. 7.

10. Ver art. citado en nota 2, pág. 352, nota 32. 11. Ver Conocimiento objetivo. Ed. Tecnos. Madrid, 1988,

cap. 2. 12. Ver Conjeturas y refutaciones, op. cit., caps. 16 a 18. 13. Ver, especialmente, Conocimiento objetivo, op. cit., El uni-

verso abierto. Ed. Tecnos, Madrid, 1986, y K. Popper y K. Lorenz: O futuro esta aberto; Fragmentos, Lisboa, 1990.

14. La oposición de Popper al neopositivismo, definido éste como una ideologización del inductivismo y la afirmación de falta de sentido de la metafísica, está en mi opinión fuera de toda duda. Si quedan dudas, ello se debe a una definición más amplia de neopositivismo.

15. Op. cit. 16. Ver L.A. Boland (1994). “Scientific thinking without scientific

method: two views of Popper”, en Roger E. Backhouse (edi-

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Page 227: Filosofia y Desarrollo de La Ciencia I

Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

tor). New directions in economic methodology. Ed. Routhledge, 1994.

17. Este ensayo fue escrito en enero de 1998. 18. Texto aún inédito. 19. En The Lesson..., op. cit. 20. La violencia está paradójicamente presente en grupos “vio-

lentamente antitotalitarios”, como algunos anarco-capitalistas, que también conozco bien. A pesar de que el contenido de lo que afirman parece estar excluido de toda violencia, por el principio de no agresión y cosas por el esti-lo, la actitud con la que predican sus ideas, su cerrazón completa a la crítica ---aunque sea metódica--- y la creencia de que han encontrado el sistema social perfecto los coloca muy cerca de una posición potencialmente revolucionaria violenta.

21. En este sentido, la conexión entre el pensamiento de Pop-per y Habermas parece más que evidente -especialmente por la noción habermasiana de “aceptación racionalmente motivada”- pero este tema no se ha trabajado mucho debi-do, paradójicamente, a la falta de diálogo entre le escuela de Frankfurt y los popperianos, cuando en ambas escuelas el diálogo tiene una importancia capital...

22. Ver su clásico La estructura de las revoluciones científi-cas, Ed. FCE, 1971.

23. En “Epistemología contemporánea y filosofía cristiana”, Sapientia, Nro. 180, 1991.

24. Ver Kuhn, T. (1996). La tensión esencial. Ed. FCE. Argen-tina.

25. Op. cit., caps. XII y XIII. 26. Sobre el criterio de “racionalidad” ver mi art. “La investiga-

ción científica y pensamiento prudencial”, en Acta Philo-sophica, vol. 6 (1997), fasc. 2, pp. 311-126.

27. Ver Kuhn, T. (1989). Qué son las revoluciones científicas y otros ensayos. Ed. Paidós. Madrid.

28. Dessauer, F. (1965). El caso Galileo y nosotros. Carlos Lohlé ed. Buenos Aires.

29. Ver Feyerabend, P. (1996). Adiós a la razón. Ed. Tecnos. Madrid. parte I, punto 7.

30. Hemos explicado este punto detenidamente en nuestro art. “Investigación científica y...”, op. cit.

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

31. Ver La lógica de la investigación científica [1934]. Ed. Tecnos. Madrid, 1985.

32. Ver The myth of the framework. Ed. Routhledge, 1994. 33. Este desfasaje entre la práctica habitual de los científicos y

las discusiones epistemológicas es estudiado por la misma epistemología.

34. Ver declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad reli-giosa, del Concilio Vaticano II.

35. Ver Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, cap. I, punto 16.

36. Op. cit. 37. Una aclaración explícita de lo que está implícito en el con-

texto y en citas posteriores: “fuerza”, “coacción” están utili-zadas en el sentido de fuerza física, jurídicamente ejecuta-ble. Esto es, imponer algo por la fuerza es imponerlo de modo tal que quede tipificado un delito, un acto ilícito segui-do de una sanción (esto incluye todo tipo de disposiciones estatales no directamente pertenecientes al derecho penal pero cuya “resistencia” por parte de una objeción de con-ciencia conduciría finalmente a ser encarcelado). No nos estamos refiriendo a otro tipo de coacciones y/o presiones, psicológicas, sociológicas y/o linguísticas (actos perlocucio-narios ocultos), muy relevantes y, a veces, posibles de ser moralmente admisibles, pero que no constituyen el objetivo de este ensayo. La libertad política aquí propugnada no es la de un mundo perfecto; es, al menos, la de un mundo donde no pensar y/o no actuar como el otro no constituya delito.

38. Ed. Tecnos. Madrid, 1981. 39. En “Epistemología contemporánea y...”, op. cit. 40. Op. cit. 41. Op. cit., p. 60. 42. Idem. 43. Una conciencia “madura” es una conciencia que ha crecido

moralmente. Es, ante todo, una conciencia recta, esto es, verdadera y cualificada por la prudencia, mediante la cual una persona juzga con verdad y certeza sobre una cuestión particular y se decide por sí misma, sin ningún tipo de temor servil, por al amor a Dios y el prójimo. La persona vive así en lo verdaderamente bueno y verdadero sin temores de

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

por medio -excepto el santo temor de Dios- con plena y go-zosa libertad.

44. Op. cit. 45. Sobre el tema clave de la libertad religiosa, ver Amadeo de

Fuenmayor, La libertad religiosa, Eunsa, Pamplona, 1979. Sobre este tema he opinado con detalle en mi art. “Re-flexiones sobre la encíclica ‘Libertas’ de León XIII”, en El Derecho, Nro. 7090, del 11/11/1988; en “En defensa de la dignidad humana y el Concilio Vaticano II”, en El Derecho, Nro. 5913, 27/1/1984; en mi libro El humanismo del futuro, Edit. de Belgrano, Buenos Aires, 1989, cap. 1, punto 3, cap. 4, punto 8. Sobre temas centrales en este caso como la obligación per accidens de la conciencia errónea y otros temas, ver García López, Jesús: Los derechos humanos en Sto. Tomás de Aquino, Eunsa, Pamplona, 1979.

46. Ver “Reflexiones sobre la encíclica ‘Libertas’...”, op. cit. 47. En mi art. “Verdad y sociedad abierta”, en Sociedad Libre,

Nro. 2, 1991. 48. Si alguien objetara, inteligentemente, que hay cuestiones

menos importantes, incluso triviales -como detenerse frente a un semáforo (y ello, admitiendo que las calles sean bienes públicos)- donde la coacción es admisible, volvemos a reite-rar que lo que delimita el campo de una legítima coacción por parte de una autoridad es que sea atentatorio contra los derechos individuales.

49. Casualmente, “salud” y “salvación” tienen el mismo origen etimológico: salus, salutis. Antes la coacción se ejercía so-bre la salud espiritual; hoy, sobre la salud física. Pero la per-sona humana es una. Y es esa persona humana, con uni-dad sustancial cuerpo-alma, la que tiene derecho a la au-sencia de coacción sobre su conciencia. Por otra parte, oja-lá todos tuvieran la misma convicción, a saber, de no impo-ner sus ideas por medio de organismos burocráticos del es-tado moderno. Pero, claro, el problema es que el contenido doctrinal de determinadas convicciones lleva a ello con toda coherencia. Si alguien está convencido de que es legítimo coaccionar al prójimo para defenderlo contra sus debilida-des e ignorancias, entonces será coherentemente parte de aquello que conduce al estado tutelar anunciado por To-queville. Un totalitarismo latente, un “mundo feliz” a los pa-

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los, es lo que late en las más nobles intenciones de las per-sonas más altruístas. No es sólo Stalin el problema, sino la creencia de que la burocracia moderna es lo mismo que Je-sús en la Bodas de Caná. No es sólo Hitler el problema, si-no la creencia de que ser “Ministro de Bienestar Social” es lo mismo que ser la Madre Teresa.

50. Op. cit. 51. “Freedom and Intellectual Responsability”, en The Les-

son..., op. cit. 52. Op. Cit., pag. 86. 53. Ibidem. El subrayado es mío.

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FILOSOFÍA DE LA CIENCIA Y VALORES1

Blanca Inés Prada Márquez2

RESUMEN

Nos proponemos en este artículo plantear que la filosofía de la ciencia no puede seguirse considerando únicamente como una actividad epis-témica y metodológica, sino también como actividad axiológica, en el sentido de que su reflexión no debe apuntar solamente al cómo se han desarrollado las teorías científicas, sino también al deber ser de la ciencia, promoviendo nuevos valores tanto epistémicos como prácticos dentro del quehacer científico, y enfatizando sobre la responsabilidad ética y social del investigador.

1. ¿EXISTEN VALORES EN LA CIENCIA? ¿CUÁLES DE ESOS VALORES LE INTERESAN A LA REFLEXIÓN FILO-SÓFICA?

Desde Moore, con su conocida "falacia naturalista" se solía considerar, por los filósofos de la ciencia, en las primeras déca-das del siglo XX, que esta debía ser una actividad descriptiva, explicativa y predictiva, y que las teorías debían ser falsables, comprobables, verificables, enfatizando los valores cognitivos o

1 Fuente: http://www.campus-oei.org/valores/prada.htm Consultado el día 19 de agosto de 2003. 2 Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga (Colombia). No-

viembre 30 de 2001.

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

epistémicos en la ciencia, pero en modo alguno se debía pre-guntar sobre el deber ser del quehacer científico. El mismo Laudan, en su libro Science and Values (1), insiste en que los valores y normas que él estudia no son los valores éticos, ni las normas morales, sino los valores cognitivos y las normas o re-glas metodológicas.

Sin embargo, a mediados del siglo XX, con las consecuencias de la bomba atómica, y en particular en los últimos veinte años con el comienzo de la ingeniería genética, se fue tomando con-ciencia de que la ciencia no era, como pensaban los iluministas, suficiente por sí misma para instaurar una sociedad armónica, sino que ella ofrecía sí muchos beneficios a la humanidad, pero también significaba un inmenso riesgo. En otras palabras, se comprendió que la ciencia no era solamente una actividad teo-rética, sino también una actividad práctica capaz de transformar el mundo, e incluso de destruirlo. El científico no sólo indaga cómo es el mundo, sino que con su actividad está permanente-mente transformándolo.

La ciencia como decía Bacon es poder. Quien conoce las leyes de la naturaleza tiene también el poder de dominarla. El filósofo inglés se mostró siempre muy entusiasmado ante el poder ma-ravilloso que empezaba a vislumbrar en la ciencia, la cual veía como valor biológico puesto que tiene una importancia capital para la vida. Las ventajas que la ciencia ofrece son para Bacon fundamentalmente prácticas y utilitarias: gracias a ella la huma-nidad ya no tiembla aterrorizada ante las fuerzas de la naturale-za, posee los medios para mitigar o evitar el sufrimiento, y pue-de conseguir una vida más placentera y armónica. Antes el universo era un enemigo que se mostraba siempre hostil al hombre, ahora el universo puede convertirse en amigo gracias al progreso científico. Cuanto mayor es el conocimiento científi-co mayor es el dominio que se puede ejercer sobre la naturale-za. Como puede verse, es grande el entusiasmo de Francisco Bacon frente al valor práctico del conocimiento científico.

Una consecuencia de este valor práctico de la ciencia es la fórmula de Augusto Comte: “saber es prever”. Cuando se cono-

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

cen las leyes a que obedecen los fenómenos se pueden prever los hechos y pronosticar los sucesos. Bacon y Comte señalan valores muy importantes, pero todos esos valores son de carác-ter práctico y utilitario. Existen además valores de otro orden, valores ideales de la ciencia que se refieren a su función teóri-ca. La ciencia por ejemplo conduce a una gran unificación de los conocimientos y a ensanchar el horizonte del pensamiento. La ciencia, como decía Einstein, no vale solamente por sus aplicaciones prácticas sino también por las ideas que aporta para la comprensión y explicación del mundo (2). Pero también podríamos hablar de los valores éticos, sociales, culturales y políticos que desencadena no tanto el desarrollo de las teorías científicas, sino la aplicación de éstas (tecnociencia).

Poco a poco se ha ido comprendiendo que la ciencia encierra una multiplicidad de valores y esto ha hecho pensar a algunos filósofos de la ciencia, que su actividad debe ampliarse involu-crando en su trabajo el estudio epistémico y metodológico, pero también el axiológico, de tal manera que hoy día es difícil man-tener una separación radical entre la filosofía de la ciencia y la filosofía práctica, como trató de buscarlo Locke en sus Ensayos sobre el entendimiento humano, al separar entre Física (filosofía natural), Filosofía práctica (Etica) y Semiótica (o doctrina de los signos)(3).

En general, los filósofos que se han inscrito en la tradición empi-rista inspirados en Locke y Hume, y más tarde en Kant (4), y los neokantianos, redujeron la racionalidad de la ciencia a una ra-cionalidad pura, separando la ciencia de la axiología; concep-ción que ha sido seguida incluso por sociólogos de la ciencia como Max Weber (5), para quien la finalidad de la ciencia, sea esta social o natural, es decir la verdad, tratando además de describir y explicar los fenómenos de la mejor manera posible. Según Weber, sólo se posee conocimiento científico cuando se logran explicaciones causales, pero sabemos muy bien que las explicaciones causales representan visiones muy fragmentadas y parciales de la realidad y exigen un retroceso causal, retroce-so que debería llevar hasta el infinito, pero como esto es impo-sible el investigador se ve obligado a seleccionar aquellos as-pectos que le interesa estudiar. Esta selección sólo puede reali-

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zarse haciendo referencia a valores. Dado que en la ciencia, a su juicio, no deben expresarse juicios de valor, plantea Weber que "el hombre de ciencia debe indicar claramente dónde y cuándo termina de hablar el científico y dónde y cuándo co-mienza a hablar el hombre de voluntad" (6). Esta reflexión la tiene muy en cuenta, sobretodo al referirse, en El Político y el científico, a la actividad docente. El maestro no es un caudillo que orienta políticamente a sus estudiantes, ni un profeta que reparte revelaciones sobre cómo actuar y sobre el sentido del mundo, sino un orientador cuya tarea es crear claridad y res-ponsabilidad respecto a las posiciones que el alumno tome en relación con el mundo. El profesor ofrece pistas para que el alumno reflexione y asuma críticamente su compromiso político y ético como persona y como ciudadano (7). Sin embargo nos preguntamos: ¿es posible mantener una tal neutralidad en la docencia, sobretodo hoy, cuando la ciencia ha tocado las fibras más íntimas del ser humano, como sucede por ejemplo con la ingeniería genética? ¿O cuando la investigación sirve para des-arrollar métodos crueles de destrucción masiva, como las armas nucleares o biológicas?

Robert Mertón, otro sociólogo de la ciencia, recalcará al contra-rio que la ciencia no sólo ofrece una acervo muy importante de conocimientos acumulados, y de métodos para lograr dichos conocimientos, sino que ella incluye también una serie de prác-ticas sociales o comunitarias, prácticas que naturalmente están regidas por normas y valores, de donde deduce que además de una metodología y una epistemología, la filosofía de la ciencia debería incluir también una axiología, si de verdad quiere acer-carse a la práctica científica real. Sin embargo, siguiendo una tesis reduccionista, se centró únicamente en el conocimiento científico y su expansión, dejando de lado el contexto de aplica-ción, sin duda una de las grandes peculiaridades de la ciencia(8), y donde el problema de su ethos y de sus valores resulta más importante.

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2. EL TEMA DE LOS VALORES EN LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA DESARROLLADA POR POPPER, KUHN Y LAUDAN

Muy diferente será la visión que puede deducirse de la filosofía de Karl Popper. Aunque algunos filósofos, con una mirada su-perficial sobre su obra lo hayan catalogado de cientificista, y hayan querido ver en él un exponente de la neutralidad valorati-va, en la filosofía de la ciencia popperiana subyace un fuerte imperativo moral; la falsación y la crítica no sólo son preceptos metodológicos sino también reglas propias del ethos de la cien-cia.

Las consecuencias filosóficas del falsacionismo popperiano van mucho más allá de la ciencia experimental, concentrándose en lo que él llama "racionalismo crítico" (9). Sin embargo, en La Lógica de la Investigación científica, Popper centra toda su pre-ocupación en resolver los aspectos prácticos de su metodolo-gía, y no ve las consecuencias filosóficas de su método; por otra parte, al centrar la crítica solamente en las refutaciones empíricas de las teorías científicas, relega a un segundo plano el "método de la discusión racional". Popper es el primero en darse cuenta de las limitaciones de su método en este campo (10).

Es así como, a partir de los debates que sostiene después de publicada la Lógica empieza a encontrarle universalidad a su método; ya en 1937, al analizar y tratar de darle sentido a la triada dialéctica hegelina de tesis, antítesis y síntesis, propone el método de "resolución de problemas" como consecuencia del método de "ensayo y error". Comprendió Popper que su énfasis en la eliminación crítica y en el surgimiento permanente de nue-vos problemas, podía aplicarse en todos los ámbitos de las actividades humanas y no solamente en las ciencias experimen-tales; es por ello que en la Sociedad abierta y sus enemigos logró especificar por primera vez los rasgos fundamentales de lo que seguirá llamándose “racionalismo crítico”. Aquí el princi-pio de falibilidad del conocimiento humano (toda teoría en prin-cipio puede ser falsa), se une al mensaje socrático “sólo sé que nada sé”, junto con una concepción de la racionalidad como

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“apertura a la crítica intersubjetiva”, en donde se ve a los otros sujetos en su verdadera dimensión, es decir, portadores de racionalidad. Más tarde en su conferencia “Tolerancia y respon-sabilidad intelectual” elevará este principio al rango de principio ético (11).

La comunicabilidad del conocimiento científico al igual que su crítica son condiciones indispensables para lograr la intersubje-tividad, tesis esta que ya no tiene que ver con la metodología, ni con la epistemología, sino con la axiología, o si se quiere, se dan aquí los primeros pasos en esta dirección. Es más, la con-cepción popperiana del ethos de la ciencia conduce a vincular la actividad científica con las normas políticas e institucionales de la sociedad concreta en donde la ciencia se elabora: “en último término, el progreso depende en gran medida de factores políti-cos, es decir, de instituciones políticas que salvaguarden la libertad de pensamiento” (12). Si bien Popper es demasiado idea-lista en su consideración sobre las instituciones, si podemos decir que con él se abre un campo de investigación para la filo-sofía de la ciencia alejada de las tendencias empiristas y cientí-ficistas.

Esta axiología de la ciencia que subyace en la filosofía poppe-riana nos muestra nuevos valores que pueden considerarse fundamentales para el desarrollo de la actividad científica, por ejemplo, la libertad de pensamiento y la libertad de crítica. Sin llegar a afirmar que democracia y libertad sean condiciones indispensables para lograr el desarrollo científico (la historia ha mostrado en numerosas ocasiones que esto no ha sido así), sin embargo, la ciencia siempre ha florecido en mayor medida en aquellas regiones más democráticas, porque si bien la ciencia es una actividad regulada y normatizada, la posibilidad de criti-car y mejorar dichas reglas siempre debe estar abierta.

De igual manera Thomás Kuhn, mostró, no tanto en la Estructu-ra de las revoluciones científicas (1962) sino en su conferencia de 1973 “Objetividad, juicios de valor y elección de teorías” (13) (escrita fundamentalmente para responder a las críticas de La-katos, Shape y Shefer), que el proceso de evaluación de teorías

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rivales resulta ser mucho más complejo de lo que creyó la filo-sofía empirista de la ciencia. Kuhn distingue entre reglas y valo-res y afirma que los criterios de elección de teorías (precisión, coherencia, amplitud, simplicidad y fecundidad) funcionan como valores incompletos y no como reglas de decisión, puesto que a la hora de enjuiciar las teorías, científicos adscritos a los mis-mos programas de investigación pueden expresar valoraciones distintas.

Para Kuhn la racionalidad científica depende de una pluralidad de valores compartidos, cuya fluctuante combinación suscita la elección de unas teorías frente a otras. Considera que no hay ningún algoritmo compartido de elección racional de teorías que pudiera dilucidar la mayor o menor científicidad de las teorías científicas teniendo en cuenta su grado de corroboración (como lo plantea Carnap) o de falsación (al estilo popperiano), ni por su aproximación a la verdad (escuela de Helsinki), ni por su capacidad para la resolución de problemas (Laudan), sino que la elección entre teorías rivales está regida por una pluralidad de valores, valores que han ido evolucionando según las épo-cas y que además se van comunicando de una ciencia a otra (14). De la filosofía de la ciencia kuhniana se desprende que la comprensión de la racionalidad científica exige no sólo un traba-jo metodológico y epistemológico, sino también axiológico; es más, la comprensión del ethos de la ciencia necesita de la reali-zación de un estudio profundo de los valores que subyacen dentro del quehacer histórico de los hombres de ciencia (trabajo que no ha sido realizado todavía), pero que dio pie al interesan-te libro de Larry Laudan, Science and Values (1984), que ya hemos mencionado(15).

En el libro citado se propuso Laudan elaborar una teoría unifi-cadora de la racionalidad científica, trabajo que había ya inicia-do en El progreso y sus valores (1977) (16), donde se afirmaba que la ciencia, en esencia, es una actividad de resolución de problemas (17), coincidiendo aquí con Popper, y Kuhn, pero sub-rayando que resolver problemas no se reduce a explicar hechos, en efecto hay numerosos hechos que durante largo tiempo no supusieron problemas científicos aceptándose expli-caciones míticas, religiosas o astrológicas. Laudan se separa

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también de Popper al considerar que la verdad y la falsedad son irrelevantes para la resolución de problemas (18), y coincide con Lakatos al afirmar el criterio de racionalidad fundado en el pro-greso, “la racionalidad consiste en la elección de teorías más progresivas” (19).

Sin embargo Laudan sólo se ocupa de los valores epistémicos (verdad, coherencia, simplicidad y fecundidad predictiva), o lo que él llama “la evaluación cognoscitivamente racional”, consi-derando que la ciencia sólo debe ocuparse de la evaluación de las cuestiones epistémicas de la ciencia, renunciando al análisis de la praxis científica en toda su complejidad, considerando que ésta (la praxis científica) pertenece a dimensiones no racionales de la evaluación de problemas, pero curiosamente reinvindica la dialéctica y la pluralidad de concepciones rivales como signo de racionalidad y de progreso.

Otros autores como Echeverría, por ejemplo, se preguntan ¿por qué habría que separar la reflexión filosófica sobre la actividad científica de una reflexión sobre los valores plurales que de hecho la rigen? Y responde que la filosofía de la ciencia no sólo ha de incluir una axiología, sino que dicha axiología no debe limitarse sólo a los valores epistémicos, sino también a aquellos valores de relevancia y utilidad social (20).

3. LA ILUSIÓN DE CONSTRUIR UNA ÉTICA CIENTÍFICA

Algunos autores se preguntan también si es posible una ética científica, pregunta que podría significar que es posible funda-mentar la ética en la ciencia, o más bien, que toda ciencia (y toda actividad humana) debe fundamentarse en la ética. Por lo menos podemos hablar de tres proyectos de ética científica: en el siglo XVII el proyecto cartesiano, y en el siglo XX los proyec-tos de Mario Bunge y Miguel Angel Quintanilla.

Descartes, en el prefacio a los Principios plantea su idea moral fundamentada en las ciencias. Con la imagen del árbol nos dice

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que la moral es una rama que presupone un conocimiento com-pleto de las otras ciencias (la medicina y la mecánica que eran las ciencias de su época) y por ello era el último peldaño en la escala de la sabiduría. La misma idea había sido expresada en la sexta Parte del Dircurso del método, en donde escribió:

Esas nociones (de la física) me han enseñado que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de la filosofía especulativa, enseñada en las escuelas, es posi-ble encontrar una filosofía práctica, por medio de la cual, cono-ciendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros y de los demás cuerpos que nos rodean, tan distinta-mente como conocemos los oficios varios de nuestros artesa-nos, podríamos aprovecharlas del mismo modo, en todos los usos a que sean propias y de esta forma hacernos como due-ños y señores de la naturaleza (21).

Descartes, optimista como Bacon frente al desarrollo científico, fue el primero en creer en la utopía tecnológica de la moderni-dad, al considerar que la tecnología nos ayudaría a vivir mejor, a ser más felices, controlando racionalmente la naturaleza y las pasiones, pero como en su época el desarrollo científico era incipiente, considera suficiente plantear sólo una moral provi-sional, en espera de un mayor desarrollo de las ciencias y las artes.

Después de Descartes ha habido varios proyectos para funda-mentar la ética en la ciencia, no tanto en una ciencia puramente teórica, como lo era la ciencia de la época cartesiana, sino en una ciencia experimental, capaz de tener eficacia gracias a su aplicación en la transformación del mundo. Así pues, en el siglo XX con el impresionante desarrollo de la tecnología, algunos pensadores creyeron llegado el momento de realizar el proyecto cartesiano, postulando que la ética debía basarse en la raciona-lidad científico-tecnológica y convertirse en tecnoética. Una tecnoética que como la ciencia pudiera describir y explicar los actos humanos, predecir y aplicar dichas predicciones para controlar y dominar la naturaleza humana y la sociedad.

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El primer caso al que quiero referirme es al de Mario Bunge, quien entiende la “ética científica” como la ciencia de la conduc-ta deseable, empleando el método científico y los conocimientos de la ciencia acerca del individuo y la sociedad. Esta ética re-queriría tres niveles: el descriptivo, el normativo y el metaético. Por lo tanto, “la nueva ética que se prefigura constará proba-blemente de tres ramas: la ètica descriptiva o ética psicosocial, que sería la ciencia de la conducta considerada como fenómeno psicosocial; la ética normativa o ética teórica, ética de la con-ducta deseable en cada contexto; y la metaciencia o filosofía científica de la ética científica que sería la consideración filosófi-ca de la ética científica” (22). De la sensibilización del científico ante los problemas morales y de la capacidad del moralista para fundar su discurso en el saber contrastado de la ciencia, de-pende, según Bunge, el éxito del proyecto de fundamentación racional del saber ético.

No hay duda que la comprensión de muchos problemas mora-les como la delincuencia, el consumo de drogas, la violencia y otros, exigen hoy sólidos conocimientos científicos en biología, psicología y sociología, particularmente, pero pensamos que aquí no radica todo el problema. En ética tenemos necesidad de un trabajo interdisciplinario. La comprensión de los comporta-mientos humanos en el mundo actual, donde existen múltiples concepciones de vida buena, exige algo más que investigación científica: exige la aceptación del imperativo de la dignidad humana, dignidad que se fundamenta en el hecho de que el hombre es un ser racional y como tal un ser libre y autónomo, cuya ontología rechaza todo intento de instrumentación al ser un fin, jamás un medio. No se puede hacer hoy una ética de espaldas a la ciencia, pero tampoco olvidar que todo discurso ético es ya un discurso filosófico sin que esto suene como parti-dismo hegemónico a favor de la filosofía, sino en el sentido de que todo discurso ético esta orientado hacia el deber ser.

Por su parte Quintanilla, para quien la opción por la razón con-lleva irremisiblemente a la opción por la racionalidad científica, quisiera hacer de la ética una tecnología capaz de controlar la maldad humana y lograr la realización del bien (23). Si la moral se entiende como costumbre, la ética sería entonces una tecno-

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logía social que podría cambiar las malas costumbres e incenti-var otras. Pero si la moral se entiende como acción determinada por los genes, entonces la ética sería una tecnología biológica, presuponiendo en ambos casos lo que es moral para poder controlar y transformar el comportamiento humano. Pero ¿quién tiene los criterios para decidir? ¿Quién sabe lo que es el bien para medir una acción particular?... ¿Los científicos? Si así fuese, caeríamos en una pérdida absoluta de libertad y por lo tanto de la ética misma. O ¿acaso los políticos? En este caso ¿no estarían los científicos autorizados a ocultar su responsabi-lidad moral?.

Hay también la tendencia a fundamentar la ética en la biología. Así por ejemplo, mientras J. Monod(24) excluyó la ética de la ciencia porque consideraba que no hay que confundir conoci-miento con ética, verdad con valores, E O. Wilson(25) trata de fundar la ética en la biología, a partir de su propuesta de “nueva síntesis” entre biología y sociología que termina en una reduc-ción de lo social a lo biológico. Wilson nos dice que existen re-glas “epigénicas” que nos llevan a actuar de manera egoísta o altruista, reduciendo la explicación de la conducta moral (al-truismo, imperativos éticos, egoísmo, etc.) a una explicación genética, sustentando en últimas toda la cultura en los genes. La cultura humana, dice Wilson, “es la técnica tortuosa por me-dio de la cual el material genético humano ha sido y será con-servado intacto. No es posible demostrar otra función definitiva de la moral” (26).

Aceptando que existen condicionamientos biológicos, psicológi-cos, económicos y sociales en nuestros comportamientos, el problema está en la actitud reduccionista por parte de científicos y filósofos. No se puede desconocer que la investigación cientí-fica ha abierto un amplio panorama para la reflexión ética, sin que por ello se haya logrado hacer del comportamiento humano un hecho capaz de ser comprendido, en toda su complejidad, únicamente acudiendo a estudios específicamente científicos.

A medida que avanza la investigación científica el ser humano en su totalidad se ha visto implicado en ella, las fibras más ínti-

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mas de su ser son ahora, fácilmente manipulables por dicha investigación. Es urgente por lo tanto realizar una reflexión filo-sófica que involucre a la actividad científica en toda su comple-jidad, centrada fundamentalmente en todos aquellos criterios axiológicos que dicha actividad pone en marcha, y en las con-secuencias prácticas que su aplicación tiene para el hombre, la sociedad y el medio ambiente. Hasta la fecha la mayoría de los filósofos y sociólogos de la ciencia se han ocupado casi exclusi-vamente de los contextos de descubrimiento y justificación, desconociendo otros contextos como los de educación y aplica-ción; además han simplificando demasiado el contexto de eva-luación ya que se ha reducido sólo al estudio de teorías alterna-tivas, sin tener en cuenta que la praxis científica es un proceso interactivo que tiene lugar en todas las fases del proceso cientí-fico.

4. LA PROPUESTA DE NICHOLÁS RESCHER EN TORNO AL TEMA DE LOS VALORES EN LA CIENCIA Y LA TECNOLO-GÍA

Nicholás Rescher en su libro Razón y valores en la Era científi-co-tecnológica, después de analizar ampliamente toda la pro-blemática del valor, y de mostrar que el valor no es sólo una cuestión subjetiva, sino también objetiva, explica que los valores en la ciencia tienen que ver fundamentalmente con:

Los objetivos de la ciencia: los cometidos de la investigación científica siempre tienen que ver con valoraciones, por ejemplo, el tema de una investigación es elegido por sujetos individuales o por grupos, pero dicha elección se hace siempre dando prefe-rencia a unos temas sobre otros y teniendo en cuenta la inver-sión en tiempo, esfuerzos y recursos. La conducta misma del investigador está vinculada con valores tales como la veracidad, la precisión, la objetividad. De igual manera sucede con la des-cripción efectiva, la predicción, el control y dominio de la natura-leza que se traduce en tecnología.

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Valores de la ciencia en cuanto a teoría. Ciertos factores de valor constituyen los desiderata de las teorías científicas, en los cuales se incluyen los factores de coherencia, consistencia, generalidad, comprensibilidad, simplicidad, exactitud, precisión y otros. Aquí se encuentran también los valores incluidos en la gestión del riesgo cognitivo, en especial los standars de prueba y rigor en las consideraciones que sirven para determinar, cuán-tas pruebas empíricas se requieren para justificare la aceptabili-dad de ciertas afirmaciones científicas.

Valores de la ciencia en cuanto proceso de producción: valores inherentes a los trabajadores científicos, es decir a los actores mismos, tales como perseverancia y persistencia, vera-cidad, honradez intelectual, cuidado del detalle, pasión por la búsqueda de la verdad, modestia intelectual. Aquí entran tam-bién los estímulos al investigador y la búsqueda por el investi-gador mismo de incentivos y premios.

Valores de la ciencia en cuanto a aplicación: Algunos facto-res de valor representan el beneficio de los productos de la ciencia, relacionados principalmente con la aplicación de ésta a las ventajas de los desideratas humanos, tales como el bienes-tar, la salud, la longevidad, la comodidad, etc., especialmente hablando de ciencias como la medicina, la agricultura y la inge-niería genética(27). En estas ciencias sobre todo encontramos los modos a través de los cuales los valores impregnan la labor científico-tecnológica, por ejemplo al evaluar el carácter desea-ble o no de las diversas implementaciones tecnológicas, al pre-guntar ¿es deseable (ética o moralmente) realizar manipulacio-nes psicológicas, organizar grupos de presión para orientar la opinión, desarrollar armas de destrucción masiva, etc?. En di-versas áreas de la medicina surgen preguntas sobre la clona-ción y el aborto, sólo para dar dos ejemplos; o sobre la puesta en práctica de la investigación médica: el ensañamiento tera-peútico, la eutanasia, la prolongación artificial de la vida, y mu-chas otras preguntas que hoy plantea el desarrollo de las últi-mas tecnologías en medicina (28).

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El conocimiento científico es un bien humano, un bien valiosísi-mo, pero al fin y al cabo un bien entre otros, puesto que el hom-bre además de bienes específicamente cognitivos, estima tam-bién otros bienes relacionados con la calidad de vida personal y comunitaria: bienestar físico, compañerismo, atractivo del medio ambiente, armonía social, desarrollo cultural, etc. El progreso científico-tecnológico si es cierto, como pensaba Francisco Ba-con, que puede hacer más fácil la vida humana, pero no la sim-plifica ni elimina su complejidad, y con frecuencia, mal emplea-da, aumenta por el contrario los problemas, o plantea nuevos problemas. Problemas que obligan hoy a preguntarnos seria-mente sobre los límites del progreso científico, límites no tanto teóricos sino prácticos. No se trata de ponerle límites a la mente humana, sino sólo de ponerle límites a la aplicación irresponsa-ble de aquello que el hombre es capaz de inventar o descubrir.

5. A MANERA DE CONCLUSIÓN

Los valores desempeñan un papel central en la ciencia y ese cometido no es arbitrario o añadido, sino inherente a su propia estructura de búsqueda racional de comprensión y acomoda-ción al mundo natural que constituye el entorno de nuestra vida. No hay por lo tanto cabida para separar la ciencia de las cues-tiones evaluativas, ni de la ética. Al contrario se impone la ne-cesidad de incluir dentro del ámbito de la filosofía de la ciencia no sólo una axiología enfocada hacia los valores epistémicos, y metodológicos, sino también hacia los valores sociales, éticos, estéticos y ecológicos en la ciencia. Esta axiología estudiaría la ciencia tal como ella se produce tanto a nivel individual, como grupal, institucional, y social. Trabajo en el cual colaborarían naturalmente filósofos, historiadores y sociólogos de la ciencia, pero también expertos en la incidencia de la tecnociencia en la sociedad, y ojalá también científicos.

La conciencia del sentido axiológico de la actividad científica debería tenerse muy en cuenta en la formación y educación de los futuros hombres de ciencia y tecnología. Nadie ignora que la

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educación científica es un proceso enfocado hacia la construc-ción de saber teórico y práctico" por eso adopta la forma de saber sobre el mundo. En ningún contexto como en el educativo es indispensable la normatización, en ningún contexto fracasa tanto la idea de Feyerabend de "todo vale" (29). Puesto que la enseñanza de la ciencia es condición necesaria para la repro-ducción y el mejor desarrollo del conocimiento científico, sería un error ignorar los valores que rigen esta fase de la educación científica: orden, claridad, capacidad argumentativa, potencia-ción del espíritu crítico, modestia intelectual, respeto por la dig-nidad humana, interés por ayudar a solucionar los problemas más graves de su propia sociedad y respeto por el medio am-biente, son entre otros, valores que deben empezar a desarro-llarse desde los bancos de la escuela y enfatizarse sobretodo en la universidad.

Si la filosofía de la ciencia tomara en cuenta la pluralidad axio-lógica de la actividad científica, no tendría por qué ser conside-rada como un saber de segundo nivel o teorización de teoriza-ciones, como lo plantea Ulises Moulines (30), puesto que su ám-bito de estudio no dependería solamente de cómo se ha des-arrollado la actividad científica, sino del deber ser de esta activi-dad. Lo cual no significa que estemos postulando una filosofía de la ciencia normativa en cuanto a los contenidos y métodos de la ciencia, sino, que sin dejar de intensivar el pluralismo me-todológico, promoviera también valores tanto epistémicos como prácticos que pudieran ofrecer innovaciones axiológicas al tra-bajo realizado por los hombres de ciencia y tecnología. Una filosofía de la ciencia capaz de concienciar sobre la necesidad de humanizar la actividad científica en un mundo donde priman los medios sobre los fines, y donde la ciencia ya no es la bús-queda desinteresada del saber, sino también la búsqueda del saber con intenciones mercantilistas y politiqueras para domi-nar, controlar y ganar.

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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__________ (1995). El Político y el científico. Ed. Altaza. Ma-drid.

Notas:

1. Berkeley, University of California Press, 1984. 2. Ver: FINGERMANN, Gregorio. Lógica y teoría del cono-

cimiento. Buenos Aires, Ateneo, pp. 151-159.

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

3. LOCKE, op, cit, Madrid, Ed. Nacional, 1980, vol. II, p. 1070.

4. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Traducción de García Morente. Madrid, Spasa-Calpep. 1967, p. 135.

5. Sobre la teoría de las ciencias sociales. Barcelona, Pe-nínsula, 1971.

6. Ibid, p. 19. 7. (7)WEBER, Max. . El político y el científico. Capítulo 2:

La ciencia como vocación. Altaya, Barcelona, 1995. 8. MERTON, Estudios sobre sociología de la ciencia. Ma-

drid, Alianza, 1980, pp. 66-69. 9. PRADA M. Blanca Inés. Ensayos en torno al pensa-

miento de Karl Popper. Bucaramanga, ediciones UIS, 1994, p. 8.

10. Lógica de la Investigación científica. Madrid, Tecnos, 1985, p. 43.

11. Sociedad abierta, universo abierto. Madrid, Tecnos, 1984, pp. 139-158.

12. Miseria del historicismo. Madrid, Alianza, 1978, p. 170. 13. Conferencia dictada por Kuhn en la Furmant University

el 30 de noviembre de 1973. Ver La tensión esencial, F.C.E, México, 1987, pp. 344- 364.

14. La tensión esencial. . Madrid, F.C.E., 1983, pp. 355-360.

15. Berkeley Univ. of California Press. Este libro no está traducido al español pero se puede consultar un estudio muy interesante de GONZALEZ J. Wenceslao, El pen-samiento de Laudan. En particular el capítulo tercero. Universidad de Coruña, 1998.

16. Hay traducción española. Madrid, Encuentro, 1986. 17. Ibid, p. 39. 18. Ibid, p. 54. 19. Ibid, p. 33. 20. “El pluralismo axiológico de la ciencia”. En J. L. ECHE-

VARRIA. Isegoría, 12 (1995), pp. 44- 79. 21. Ver Discurso del método, Dióptrica, Meteoros y Geome-

tría. Ediciones Alfaguara, Madrid, 1987, pp. 44-45. 22. BUNGE, Mario. Etica y ciencia. Buenos Aires, Siglo XX,

1972, p. 81.

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

23. QUINTANILLA, Miguel Angel. A favor de la razón. En-sayos de filosofía práctica. Madrid, Taurus, 1981.

24. Ver, El azar y la necesidad. Barcelona, Barral, 1971. 25. Sobre la naturaleza humana. 26. Sobre la naturaleza humana. Cita de RUIZ de la PEÑA.

Las nuevas antropologías. Santander, Sal Terre, 1983, p. 236-237.

27. RESCHER, Nicholás. Razón y valores en la Era científi-co-tecnológica. Madrid, Paidós, 1999, pp. 90-94.

28. Ver. ANDORRO, Roberto. Bioética y dignidad de la per-sona. Madrid, Tecnos, 1998. Ver también BAUDOUIN Jean – Louis y BLONDEAU Danielle. La ética ante la muerte y el derecho a morir. Barcelona, Herder, 1995.

29. Ver ECHEVERRIA, Javier. "El pluralismo axiológico de la ciencia". En Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Po-lítica, No. 12,. Barcelona, 1995.

30. MOULINES, Ulises. "La filosofía de la ciencia como dis-ciplina hermeneútica". En Isegoría. Revista de Filosofía moral y política. Barcelona, 1990, pp. 110.

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CIENCIA, CONOCIMIENTO Y SOCIEDAD EN LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA UNIVERSITARIA1

Armando Alcántara Santuario2

RESUMEN

En este artículo se ofrecen varios elementos de carácter teórico acerca de las implicaciones y determinantes sociales del conocimiento científi-co, así como del lugar de la investigación científica en las universida-des de los países industrializados y las naciones en desarrollo. En cuanto a las aportaciones de la sociología de la ciencia al debate ac-tual acerca del papel de esta última en la sociedad, se revisan las perspectivas funcionalista y no funcionalista. Asimismo, mediante la discusión de la universidad como el hogar de la ciencia, se cuestiona la responsabilidad que aquélla tiene para responder a las demandas y necesidades sociales.

In this article the author presents a number of theoretical elements regarding the implications and social determinations of scientific knowledge. The role of scientific research in universities in both the industrialized and the developing countries is also examined. With respect to the contributions of the sociology of science to the current debate on the role of science in society, the funcionalist and non functionalist perspectives are reviewed as well. Finally, by discussing the place of the university as the home of science, the author puts into

1 Fuente: http://www.cesu.unma.mx/iresie/revistas/perfiles/PERFILES-index.html Perfiles Educativos, N° 87, Año 2000. Consultado el día 27 de febrero de 2003. 2 Investigador del Centro de Estudios sobre la Universidad, UNAM

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

question the responsibility of the university to meet the demands and needs of society at large.

Palabras clave: Sociología del conocimiento, sociología de la cien-cia/investigación científica, comunidades científicas, universidades, países industrializados, países en desarrollo

Key words: Sociology of knowledge, sociology of science/ scientific research, scientific communities, universities, industrialized countries, developing countries.

0. INTRODUCCIÓN

Para nadie pasa desapercibido que el inmenso desarrollo cientí-fico y tecnológico es uno de los aspectos que en mayor medida caracterizan el fin del segundo milenio y que seguramente mar-cará el siglo xxi. El nivel de progreso alcanzado por la investiga-ción científica y las ulteriores aplicaciones tecnológicas durante el último medio siglo ha sido considerado, con mucho, superior al logrado en todos los años anteriores. Un crecimiento tan grande ha tenido muchos y variados efectos no sólo en campos particulares de la investigación y la industria, sino en una gama enorme de aspectos de la vida cotidiana, llegando a transformar los hábitos y costumbres de sociedades enteras. En este senti-do, los currícula en general y el universitario en particular, no han sido ajenos a los cambios y transformaciones que modifi-can ---a veces de manera dramática--- los contenidos y las prácticas de los establecimientos universitarios.

El trabajo que aquí se presenta ofrece una serie de elementos ---fundamentalmente de carácter teórico--- que van desde las implicaciones y determinaciones sociales del conocimiento en general, hasta el análisis de la relación entre el desarrollo cientí-fico y la educación superior en el marco de los países de recien-te industrialización. Dicho trayecto pasa también por el examen

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de las formas en que los científicos y tecnólogos efectúan su trabajo de búsqueda, indagación y aplicación. En este respecto, se presentan dos perspectivas diferentes. Por un lado, una de esas visiones subraya que la ciencia académica es una institu-ción social cuya meta es la extensión del conocimiento legitima-do. La otra, en contraste, se sumerge en el estudio detallado de la actividad científica. Este segundo enfoque interroga a la cien-cia y los científicos acerca de las formas en que se seleccionan y modifican las teorías, así como la manera en que se valoran las evidencias y se presentan con relación a sus supuestos teóricos. Indaga también sobre los intereses que persiguen los científicos y las maneras en que alcanzan o tratan de alcanzar sus objetivos.

Lo que aquí se expone es, entonces, un panorama de los de-terminantes sociales, las prácticas involucradas en el quehacer científico y sus implicaciones sociales a la luz de los grandes procesos de transformación que está provocando el acelerado desarrollo de la ciencia y la tecnología en las sociedades con-temporáneas.

1. SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO

Podemos afirmar […] que la sociología del conocimiento, a dife-rencia de la historia ortodoxa de las ideas, no tiene como objeti-vo remontarse hasta sus orígenes más remotos. Porque si uno se inclinara a trazar motivos similares en el pensamiento hasta sus antecedentes últimos, siempre sería posible hallar "precur-sores" para cada idea […] El propósito más idóneo de nuestro estudio es el observar cómo y de qué forma la vida intelectual en un momento histórico dado se relaciona con las fuerzas so-ciales y políticas existentes.

Karl Mannheim

La sociología del conocimiento emergió como un campo espe-cial de la investigación sociológica a fines de la década de los

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veinte. En sus inicios, esta área de la sociología tenía que ver con la influencia de las instituciones sociales en el desarrollo de las ideas. De acuerdo con Merton (1968), el término "conoci-miento" debe interpretarse en un sentido muy amplio, dado que los estudios en este terreno se han relacionado virtualmente con el rango completo de productos culturales (ideas, ideologí-as, creencias jurídicas y sociales, filosofía, ciencia, tecnología). Pero cualquiera que sea la concepción que se tenga del cono-cimiento, la orientación de la disciplina en cuestión sigue siendo fundamentalmente la misma: las relaciones entre el conocimien-to y otros factores existentes en la sociedad o en la cultura. En un nivel más teórico, Merton (1968) argumenta que:

Un punto central de acuerdo en todas las aproximaciones a la sociología del conocimiento consiste en la tesis que considera que el pensamiento tiene una base existencial en la medida en que no tiene una determinación inmanente y en la medida en que alguno de sus aspectos puede ser derivado de factores extra cognitivos (p. 516).

Los filósofos del iluminismo francés y escocés fueron los prime-ros en reconocer que todas las diferencias tenían un origen social y que eran, por lo tanto, el resultado de factores sujetos al control de la sociedad. Dichos filósofos también se dieron cuen-ta de que un amplio rango de factores sociales, económicos y políticos son los responsables de moldear la génesis, estructura y contenido de la conciencia humana.

Marx fue uno de los precursores más importantes en este cam-po, con su teoría de que, al menos bajo ciertas condiciones históricas, las realidades económicas determinan en última ins-tancia la "superestructura ideológica" mediante varios procesos socioeconómicos. Así para Marx (1904), el modo de producción de la vida material determina el carácter general de los proce-sos de la vida social, política e ideológica. No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino por el con-trario, su existencia social determina su conciencia (pp. 11 y 12).

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En otras palabras, la posición de una persona en la estructura social de clases afecta las ideas que él o ella acepta y produce. Esta concepción ha permanecido como tema central en la so-ciología del conocimiento, y ha inspirado algunos análisis socio-lógicos muy importantes acerca de los problemas de la produc-ción cultural, tal como es el caso de los trabajos de Lukács (Stehr y Meja, 1985).

Por su parte, Weber tomó una posición contraria. Desde su perspectiva, las ideas no son afectadas completamente por los factores materiales, pues tienen un papel independiente en la sociedad. Weber examinó la influencia de los factores religiosos sobre el desarrollo de la economía, así como la influencia de las ideas en las relaciones entre las clases sociales (Crane, 1972). Así lo apunta al inicio de su obra ya clásica La ética protestante y el espíritu del capitalismo:

Las fuerzas mágicas y religiosas, así como las ideas éticas del deber sobre las cuales aquéllas están basadas, siempre han tenido en el pasado las más importantes influencias formativas sobre la conducta (Weber, 1958, p. 27).1 Durkheim ha sido otro de los pioneros de la sociología del conocimiento. Argumenta que las categorías básicas que ordenan la percepción y la expe-riencia (espacio, tiempo, causalidad y dirección) se derivan de la estructura social, al menos en las sociedades más simples (Durkheim, 1943). Junto con Mauss y Lévy-Bruhl, Durkheim (1901) examinó las formas de la clasificación lógica que tienen las sociedades "primitivas" y concluyeron que las categorías básicas de la cognición poseen orígenes sociales. Sin embargo, este tipo de análisis no pudo ser aplicado a sociedades más complejas.

Scheler es otra figura destacada en este campo. Analizó la no-ción marxista de subestructura al identificar diferentes "factores reales", los cuales creía que condicionaban el pensamiento en diferentes periodos históricos y en varios sistemas sociales y culturales de manera específica. Tales "factores reales" han sido considerados en ocasiones como fuerzas instintivas institu-cionalizadas, y como representantes del concepto ahistórico de

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subestructura (Scheler, 1980 [1924]). El énfasis de Scheler so-bre la existencia de una esfera de valores e ideas eternos ha limitado la utilidad de su noción de "factores reales" para expli-car el cambio social y cultural (Stehr y Meja, 1985).

Fue Karl Mannheim, sin embargo, quien aportó las bases pro-gramáticas más elaboradas y ambiciosas para el análisis socio-lógico de la cognición. Mannheim sugirió que los factores bioló-gicos (tales como la "raza"), los elementos psicológicos (tales como una "voluntad de poder"), espirituales y aun fenómenos supranaturales pueden tomar el lugar de las relaciones econó --micas básicas en la subestructura (Mannheim, 1936). También realizó investigaciones de las condiciones sociales asociadas a diferentes formas de conocimiento y algunos de esos estudios son considerados hoy todavía como ejemplos de primer nivel de la clase de análisis que es capaz de realizar la sociología del conocimiento. Mannheim creía que la sociología del conoci-miento estaba destinada a desempeñar un papel principal en la vida intelectual y política, particularmente en una época de diso-lución y conflicto, mediante el examen sociológico de las condi-ciones que dan origen a la competencia de ideas, las filosofías políticas, las ideologías y los distintos productos culturales (Stehr y Meja, 1985).

Stehr y Meja (1985) han identificado tres periodos en la obra de Mannheim: la fase húngara (hasta 1920), la alemana (1920-1933) y la británica (1933-1947). Entre los autores que más influyeron en Mannheim están Georg Lukács, Georg Simmel, Edmund Husserl, Karl Marx, Alfred y Max Weber, Max Scheler y Wilhelm Dilthey. Por medio de estos autores, el historicismo alemán, el marxismo, la fenomenología, la sociología y, más tarde, el pragmatismo anglosajón, llegaron a ser influencias decisivas en su obra (Meja y Stehr, 1985). Los escritos del pe-riodo húngaro de Mannheim, principalmente sobre temas litera-rios y filosóficos, fueron, según Meja y Stehr (1985), un primer intento por ir más allá de la perspectiva idealista alemana acer-ca de la historia y la sociedad. La fase alemana fue la más pro-ductiva de Mannheim, en la que gradualmente viró de la filoso-fía a la sociología, enfocándose al estudio de las posibles rela-ciones sociales de la cultura y el conocimiento. La fase británica

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

en la obra de Mannheim tuvo una orientación más práctica. La tesis principal durante ese periodo fue que la sociología aplica-da debería interesarse en analizar ampliamente la estructura de la sociedad moderna, especialmente por medio de la planeación social democrática, dentro de la cual la educación debería tener un papel central.

Los temas originales de la sociología del conocimiento, apuntan Meja y Stehr, se formularon en Alemania durante un periodo de gran crisis social, y pueden verse, al igual que Mannheim mis-mo los vio, como el producto de la más grande disolución y transformación en los terrenos social, político y económico, acompañándose además de las más altas formas de reflexivi-dad, autoconciencia y autocrítica (Meja y Stehr, 1985).

Mannheim postuló la existencia de una relación entre la estruc-tura particular y las metas de los grupos sociales y los tipos de visión general del mundo que ellos mismos crean y aceptan. Así, por ejemplo, los grupos conservadores crean y mantienen una visión estática del mundo, mientras que los grupos progre-sistas o revolucionarios adoptan una visión dinámica. También se preocupó por el hecho de que los miembros de diferentes generaciones tienen diferentes perspectivas de sus experien-cias y propósitos, y que éstos algunas veces dan como resulta-do conflictos entre tales generaciones (Crane, 1972).

Diana Crane (1972) sostiene que aunque la sociología del co-nocimiento ha proporcionado una orientación para la sociología de la ciencia, sus ideas teóricas no han podido ejercer una in-fluencia sólida. Crane argumenta que las clases de temas teóri-cos sustentados por el sociólogo del conocimiento han recibido poca atención. La tesis central de la sociología del conocimiento de que el contenido de las ideas está de alguna manera influido por la estructura social, ha sido ignorada casi por completo. Parte de la explicación para este descuido, señala Crane, radica en la vaguedad de dichas ideas y en las dificultades que se tiene para probarlas empíricamente (Crane, 1972).

2. CONOCIMIENTO Y ESTRUCTURA SOCIAL

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

Antes de proceder a examinar con mayor detalle la sociología de la ciencia, es conveniente mencionar las contribuciones de otras disciplinas y autores al debate acerca de la interacción entre el conocimiento y la estructura social. El sociólogo alemán Jürgen Habermas (1971) parece compartir el enfoque de Mann-heim en cuanto al argumento de que la sociología del conoci-miento ha emergido para contrarrestar la influencia incontrolable de los intereses en un nivel de mayor profundidad, los cuales se derivan menos del individuo que de la situación objetiva de los grupos sociales.

Más recientemente, Hilary Korn- blith (1994) ha examinado la importancia de los factores sociales en la epistemología desde una perspectiva conservadora. Su postura es una relación que deja un considerable espacio para recibir información concer-niente al estudio de los procesos de grupo e instituciones, pero también deja sin cambios sustanciales la estructura total de teorías epistemológicas. Como una explicación de la posibilidad del conocimiento, la epistemología constituye, de acuerdo con él, una empresa importante que puede contribuir al avance del conocimiento mismo al poder corregir y refinar las maneras en que los individuos acceden a sus creencias.

La influencia de los factores sociales, según Kornblith, se ex-tiende mucho más allá de la producción de conceptos e ideas y permea en su totalidad el conjunto de creencias. Dicha influen-cia comienza en el nacimiento, puesto que el lenguaje no lo reinventa cada persona en aislamiento social. Debido a que la adquisición del lenguaje está mediada socialmente, Kornblith afirma que los conceptos adquiridos por la gente son, a su vez, mediados desde su comienzo mismo. Kornblith observa un im-portante paralelo entre las formas en que las características de nuestros mecanismos psicológicos afectan nuestras creencias y las maneras en que ciertas características de nuestra situación social influyen en esas mismas creencias. Es esta la razón, de acuerdo con Kornblith, para investigar los factores sociales de la cognición, en virtud de que estos factores constituyen la parte esencial de una posición naturalista en epistemología.

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Aun cuando Kornblith da gran importancia al papel de los facto-res sociales en la cognición, se cuestiona, sin embargo, si exis-te lugar para que operen factores de naturaleza no social. Con-sidera que la respuesta a esta pregunta debe situarse sobre un continuo. En un extremo estaría la posición que sostiene que la cognición es solamente social. Esta posición considera también, por supuesto, factores no sociales que realizan un papel causal en la producción de creencias individuales, aun cuando las dife-rencias en estas creencias individuales siempre se explicarán, en el fondo, recurriendo a fenómenos sociales. En el otro ex-tremo del continuo, Kornblith señala la posición que considera que todas las diferencias individuales en las creencias se expli-can por medio de factores sociales. Argumenta que ambos ex-tremos ofrecen sólo una parte del cuadro completo y deben rechazarse. Para Kornblith, en todo caso, la adquisición y reten-ción de creencias debe considerarse como el producto tanto de factores sociales como de no sociales, y ambos tipos de facto-res tendrán que tomarse en cuenta en cualquier investigación en el curso de la evaluación epistémica (Kornblith, 1994).

El análisis de Kornblith ha mostrado que los estudios sociales de la ciencia tienen un papel importante que jugar dentro de una epistemología naturalista, pero no todos esos estudios son los mismos desde el punto de vista epistemológico. Él sugiere que los epistemólogos necesitan considerar el trabajo sociológico bien informado, si es que desean completar el programa que los epistemólogos naturalistas les han propuesto. Según su punto de vista, para que el trabajo de sociología sea relevante debe tener, como motivo principal, intereses epistemológicos.

Esta revisión general de la sociología del conocimiento se ha beneficiado con distintas contribuciones hechas al argumento de que el contenido de las ideas está influido de alguna manera por la estructura social. Pasemos ahora a examinar una de las formas más elevadas del conocimiento: el conocimiento científi-co. Tal como fue el caso del conocimiento en general, la inves-tigación científica constituye una actividad socialmente determi-nada que, a su vez, tiene la capacidad de influir en la sociedad como un todo.

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3. ENFOQUES SOCIOLÓGICOS AL ESTUDIO DE LA CIEN-CIA

Desde el principio de la época moderna la perspectiva de un avance ilimitado de la ciencia y la tecnología, acompañado a cada paso por el mejoramiento moral y político, ha ejercido un considerable dominio sobre el pensamiento occidental. En co-ntra de esto, la conciencia radicalizada de la modernidad del siglo XIX expresó dudas fundamentales y duraderas acerca de la relación que tenía el "progreso" con la libertad y la justicia, la felicidad y la autorrealización.

Thomas McCarthy

La sociología de la ciencia es un campo especializado de inves-tigación que puede ser considerado como una subdivisión de la sociología del conocimiento, y tiene que ver con el ambiente social de esa clase particular de conocimiento que se deriva de, y regresa al, experimento o la observación controladas. En un sentido amplio, la materia de estudio de la sociología de la cien-cia es la interdependencia dinámica entre la ciencia, en cuanto actividad social que da origen a productos culturales y civilizato-rios, y la estructura social que la rodea (Merton, 1968). De modo parecido, Ben-David y Sullivan definen esta área de indagación como aquella que tiene relación con las condiciones sociales y los efectos de la ciencia, y con las estructuras sociales y los procesos de la actividad científica (Ben-David y Sullivan, 1975). --Los que practican la sociología de la ciencia, tal como se la concibe en la actualidad, pueden dividirse, según Bloor (1985), en dos escuelas. Una de ellas es básicamente estadounidense. Está centrada alrededor de la obra de Robert K. Merton y pro-cede del punto de vista estructural-funcionalista. La otra, que corresponde a un agrupamiento más heterogéneo, puede de-nominarse "constructivista" en su orientación y está más cerca-no a la tradición europea de la sociología del conocimiento. Las dos escuelas, señala Bloor, se dividen en función de su selec-ción de problemas, los métodos de investigación que prefieren y

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su estilo teórico, además del nivel de abstracción con que traba-jan, y algunas veces por las actitudes mostradas hacia su objeto de estudio, la ciencia misma (Bloor, 1985).

4. PERSPECTIVAS FUNCIONALISTAS EN LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA

El enfoque funcionalista considera a la ciencia pura o académi-ca como una institución social cuya "meta" es la extensión del "conocimiento legalizado". Esta meta, que representa un "valor" para los miembros de la institución, se asume para dar origen a determinados "imperativos institucionales". Estos pueden ser codificados en términos de las "normas" de la ciencia, las cua-les con algunas adiciones y modificaciones se han identificado del modo siguiente:

A. La norma del escepticismo organizado se aplica al es-crutinio crítico de todos los postulados del conocimien-to.

B. La norma que se refiere al universalismo requiere que cuando los científicos tengan que valorar afirmaciones sobre el conocimiento, ignoren todas las particularida-des, tales como raza, sexo, nacionalidad y religión del que hace las afirmaciones y se restrinjan ellos mismos a criterios racionales, académicos y técnicos.

C. La norma de comunitarismo señala que al científico no le pertenecen sus descubrimientos. El conocimiento es propiedad común de la comunidad científica.

D. La norma del desinterés es aplicada por el científico al trabajar por la ciencia y la verdad en sí mismas, y no por la búsqueda de la ganancia personal o la fama (Bloor, 1985 y Merton, 1968).

Este cuadro general se basa en la idea de que el éxito de la ciencia ha sido el resultado de la materialización de tan eleva-dos ideales en los niveles institucionales. La institución (ciencia) trabaja de ese modo como si fuera un sistema de intercambio

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en el cual los "dones" del conocimiento o las contribuciones a la ciencia son recompensadas por medio del "reconocimiento". Al mantener impoluto el sistema de intercambios se asegura que la institución funcione correctamente a la luz de sus metas (Bloor, 1985).

Conceptos tales como "reconocimiento" y "recompensa" son susceptibles de ser medidos cuantitativamente: premios y gra-dos académicos y becas de investigación pueden ser contados y clasificados. La "cantidad" de trabajo científico aportado por un individuo puede medirse por el número de artículos y libros. La "calidad" se operacionaliza por lo común mediante la fre-cuencia con la cual un artículo o libro publicado es citado por otros científicos. El resultado ha sido, según Bloor, el hacer resaltar el carácter altamente estratificado de la comunidad científica: la mayoría de los científicos producen pocos artículos. Los altos niveles de productividad, tanto en calidad como en cantidad, son prerrogativa de muy pocos científicos. El mismo carácter altamente sesgado se aplica a la distribución de reco-nocimientos: está concentrado en muy pocas manos. Esto plan-tea la interrogante, tal como lo señala Bloor, crucial desde el punto de vista funcionalista, de qué tanto las dos distribuciones se relacionan de manera "justa" y "racional". La conclusión ge-neral de los investigadores ante este cuestionamiento es que las recompensas y reconocimientos están distribuidos de una manera "justa", es decir, las obras que son muy citadas son altamente reconocidas. Más aún, factores tales como el estatus de la institución de la cual proviene el trabajo parecen tener sólo un efecto marginal al otorgarse las recompensas y reconoci-mientos (Bloor, 1985).

Los trabajos de Derek John de Solla Price, Diana Crane y Jo-seph Ben-David son representativos de la perspectiva funciona-lista en la sociología de la ciencia. El libro de Price, Little scien-ce, big science… and beyond (1986), expone su visión de la cambiante estructura y la dinámica de la actividad científica en un amplio espectro que va desde los modos de colaboración encontrados en los "colegios invisibles" (redes de comunicacio-nes entre los científicos) hasta los aspectos globales de la cien-cia contemporánea. Price es también el padre de la "cientome-

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tría" (o bibliometría), el campo de estudio dedicado al análisis cuantitativo de la ciencia y el desarrollo científico. Se ocupa de analizar estadísticamente los problemas generales de la forma y tamaño de la ciencia, así como las reglas fundamentales que controlan el crecimiento y la conducta de la ciencia en general. De esta manera, Price intenta desarrollar un cálculo de la fuerza de trabajo, la literatura, el talento y los gastos en ciencia a esca-la nacional e internacional.

En Invisible colleges (1972), Diana Crane sostiene que en agu-do contraste con la atención puesta a la forma en que el cono-cimiento es acumulado, distribuido y utilizado, se ha descuidado el porqué y el cómo crece el conocimiento. Su tesis principal consiste en que el crecimiento logístico del conocimiento cientí-fico es el resultado de la explotación de las innovaciones inte-lectuales por parte de un tipo particular de comunidad social. La interrogante que ella examina es de qué manera las comunida-des científicas afectan el crecimiento del conocimiento. Crane argumenta que el análisis de la organización social de las distin-tas áreas de investigación ha mostrado que los círculos sociales tienen colegios invisibles que ayudan a unificar esas áreas y proporcionar coherencia y dirección a sus respectivos campos.

Conceptos centrales dentro del enfoque de Joseph Ben-David a la sociología de la ciencia son: "ciencia", "papel" y "enfoque institucional". Su concepto de ciencia puede inferirse de su des-cripción de lo que los científicos hacen: los científicos están involucrados en descubrir las "leyes de la naturaleza" que no pueden ser cambiadas por la actividad humana. De esta forma no solo se enfrentan ---como en las matemáticas--- con la lógica inmanente de su propio sistema de pensamiento, sino que aceptan la restricción adicional de que sus sistemas tienen que adecuarse a la estructura de los eventos naturales. En principio, esto es así también para los científicos sociales y los estudiosos de la cultura (Ben-David, 1971, p. 1).

Varias implicaciones pueden deducirse de esta concepción de ciencia:

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A. Los científicos están fundamentalmente en la búsqueda de un conjunto positivamente dado de relaciones (le-yes) naturales y sociales,

B. Dichas relaciones son independientes de la actividad humana, y

C. La lógica fundamental del pensamiento humano corres-ponde a estas regularidades básicas de la naturaleza. Con respecto al "papel" como concepto sociológico, Ben-David argumenta que es "el patrón de conductas, sentimientos y motivos concebidos por la gente como una unidad de interacción social con una función distin-ta a la suya y considerada como apropiada en una si-tuación específica" (pp. 16 y 17). El tercer concepto central es el "enfoque institucional". Más que el estudio de las interacciones interpersonales, este enfoque im-plica un estudio de las condiciones sociales y estructu-rales para el desarrollo de la ciencia organizada. Puede decirse que estos tres conceptos apoyan la noción de sentido común de que en el caso de todas las ciencias, incluidas las naturales, la ciencia no es solo institucio-nalmente distinta sino también funcionalmente exterior a otras formas de trabajo en la sociedad, y finalmente, que los cambios de motivos y valores, más que los con-flictos de cambio de clase y su base material, son la fuerza que guía la transformación histórica de la socie-dad (Gran, 1974).

El enfoque funcionalista ha sido criticado en varios aspectos. Mulkay (1980), por ejemplo, en referencia a la cientometría, sostiene que la correlación de la alta frecuencia en las citas y el alto nivel de recompensa podría fácilmente ocultar patrones de acceso diferencial a recursos y oportunidades en el quehacer científico. Otra crítica afirma que cuando el trabajo científico es examinado detalladamente, el marco teórico funcionalista, parti-cularmente las denominadas "normas de la ciencia", se convier-ten en menos explicativos cada vez. De esa forma, la sociología de la ciencia, tal como la conciben los funcionalistas, se convier-te en su mayor parte en la sociología del científico, más que en la sociología del conocimiento científico.

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5. ENFOQUES ALTERNATIVOS AL ESTUDIO SOCIAL DE LA CIENCIA

La alternativa al paradigma funcionalista se ha caracterizado por sumergirse en un estudio detallado de la actividad científica. Los estudios de caso contemporáneos e históricos han sido utilizados para plantear interrogantes como las siguientes: ¿De qué manera las teorías son seleccionadas y modificadas? ¿De qué modo se valora la evidencia experimental y es presentada en relación con los supuestos teóricos? ¿De qué forma creamos nuestra conciencia emergente de que existe una realidad inde-pendiente? Tales pesquisas pronto revelan, de acuerdo con Bloor, que existe un abundante material empírico que no ha recibido una respuesta adecuada por parte de los funcionalis-tas. Un ejemplo de esta forma de trabajo es el estudio de los supuestos que han replicado o dejado de replicar el trabajo experimental de otros (Bloor, 1985). El libro de Bruno Latour, Science in action (1987), ofrece un desafiante examen de la ciencia, y muestra cómo el contexto social y el contenido técni-co son esenciales para un entendimiento adecuado de la activi-dad científica. Enfatiza que la ciencia sólo puede entenderse por medio de su práctica. Para lograrlo, Latour analiza la ciencia y la tecnología en acción, es decir, el papel de la literatura cien-tífica, las actividades realizadas en los laboratorios, el contexto institucional en el mundo actual y la manera en que los inventos y descubrimientos son aceptados. Lo expresa de la siguiente forma:

Estudiamos la ciencia en acción y no la ciencia o la tecnología ya elaboradas; para poder hacerlo, ya sea que lleguemos antes de que los hechos y las máquinas sean puestos en la caja ne-gra, o que sigamos las controversias que la reabren (Latour, 1987, p. 258).

El enfoque de Latour al estudio de la ciencia, tecnología y so-ciedad es una penetración desde el exterior hasta los interiores del trabajo científico y tecnológico, para después salir de ahí y

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explicar al espectador como funciona todo. No solamente anali-za los productos finales tales como una computadora, una plan-ta nuclear, una teoría del cosmos, etcétera; además, sigue a los científicos e ingenieros en las ocasiones y los lugares donde planean la construcción de la planta nuclear, elaboran la teoría del cosmos, modifican la estructura de una hormona anticon-ceptiva, o desagregan las cifras utilizadas en un nuevo modelo económico. Latour va de los productos finales a la producción, desde los objetos "fríos" más estables hasta los más "calientes" e inestables. En lugar de hacer más complicados los aspectos técnicos de la ciencia ("meterlos en la caja negra") y luego bus-carles influencias sociales, él está ahí antes de que se cierre la caja y se vuelva negra.

Uno de los principales puntos de interés para Latour es el análi-sis de una de las situaciones más simples dentro de la actividad científica: cuando un científico pone en circulación el plantea-miento o la consideración de un problema y lo que sucede cuando los otros lo creen o lo desmienten. Señala que lo deter-minante en la objetividad o subjetividad de un argumento, la eficiencia o perfección de un mecanismo, no es observable por sus cualidades intrínsecas sino por todas las transformaciones que experimentará más tarde en manos de otros. Latour sugie-re, en consecuencia, que "el destino de los hechos y las máqui-nas está en manos de los usuarios posteriores; sus cualidades son de esta manera una consecuencia, no la causa de una ac-ción colectiva" (Latour, 1994, p. 259).

El análisis de la actividad científica realizado por Latour muestra un incremento fantástico en el número de elementos ligados al destino de un argumento, tales como artículos, laboratorios, nuevos objetos, profesiones y grupos de interés. Observa que tal incremento en el número de elementos relacionados con una argumentación científica tendrá que ser pagado y ello hace que la producción de hechos creíbles y artefactos eficientes sea un asunto costoso. El costo no sólo se evalúa en términos de dine-ro, sino por el número de personas involucradas, por el tamaño de los laboratorios e instrumentos, por el número de institucio-nes que recolectan datos, por el tiempo que se invierte en ir de la "idea seminal" hasta los productos explotables y por la com-

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plicación de los mecanismos que permiten apilar las cajas ne-gras. Dado que el curso del proceso es tan costoso que sola-mente pocas personas, países, instituciones o profesiones son capaces de soportarlo, esto significa, según Latour, que la pro-ducción de hechos y artefactos no puede ocurrir en cualquier lugar ni sin costo, sino tiene lugar únicamente en un número limitado de lugares en tiempos determinados. En otras palabras, la ciencia y la tecnología (tecnociencia) se realizan en lugares relativamente nuevos, escasos, costosos y frágiles que han podido acumular cantidades desproporcionadas de recursos; dichos lugares suelen ocupar posiciones estratégicas y estar relacionados unos con otros.

Si la tecnociencia pudiera describirse por ser tan poderosa y sin embargo tan pequeña, tan concentrada y tan tenue, significaría que tiene, como apunta Latour, las características de una red. La palabra red indica, tal como dicho autor lo sugiere, que los recursos están concentrados en pocos lugares, que son los nudos y nodos conectados unos con otros. Tales conexiones transforman los recursos que se encuentran esparcidos en una red que pareciera extenderse por todas partes. La noción de red, tal como sugiere Latour, sería de utilidad para reconciliar los dos aspectos contradictorios de la tecnociencia y para en-tender la forma en que tan poca gente parece cubrir todo el mundo. Para él, la historia de la tecnociencia es en gran parte la historia de los recursos esparcidos a lo largo de diversas redes para acelerar la movilidad, precisión, combinación y cohesión de los indicios que han hecho posible la acción a distancia.

Más recientemente, en su artículo "The fate of knowledge in social theories of science", Helen Longino (1994) analiza la indagación científica desde una perspectiva que reconoce las dimensiones sociales de la investigación, así como permite la existencia de preocupaciones normativas y prescriptivas que han sido tradicionalmente del interés de los filósofos. Longino concuerda con aquellos sociólogos y antropólogos de la ciencia que han sostenido que el conocimiento científico no se desarro-lla solamente por la aplicación de procedimientos derivados de la clase de normas epistemológicas reconocidas por los filóso-fos. En lugar de eso, argumentan, los científicos negocian, pi-

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den prestado, efectúan trueques, y roban a otros para que sus interpretaciones sean aceptadas, su objetivo sobreviva o resulte vencedor en el juego de la ciencia. Esta última es, según este punto de vista, socialmente construida. Tal como lo expresa Longino:

La ciencia se construye socialmente en el sentido de que la congruencia de una hipótesis o teoría junto con los intereses sociales de los miembros de una comunidad científica determi-na su aceptación por dicha comunidad, más que por una con-gruencia de la teoría o la hipótesis con el mundo (Longino, 1994, p. 136).

Además, sólo si entendemos la investigación científica como algo fundamentalmente social, y al conocimiento científico como el resultado de interacciones discursivas, es posible, de acuerdo con Longino, postular que la pesquisa científica es objetiva. Aun los resultados de los dos elementos fundamentales de la inda-gación científica, el --razonamiento y la observación, se proce-san socialmente antes de incorporarlos al cuerpo de ideas que es ratificado por la circulación y el uso. Por tanto, lo que merece el honorífico término de "conocimiento" es resultado del diálogo crítico acerca de la observación, el razonamiento y las prácticas materiales entre individuos y grupos que sostienen puntos de vista diferentes. En consecuencia, el conocimiento se construye no por los individuos, sino por una comunidad interactiva.

Longino ha identificado cuatro características o condiciones de las comunidades científicas en las que tienen lugar interaccio-nes subjetivas y objetivas acerca de lo que es ---y también de lo que no es--- el conocimiento científico. En primer término, de-ben existir lugares públicamente reconocidos que permitan la crítica de evidencias y métodos, así como de supuestos y razo-namientos. En segundo lugar, debe llevarse a cabo la crítica en forma tal que las creencias y teorías puedan cambiar a lo largo del tiempo en respuesta al discurso crítico que se realice. En tercer término, deben existir estándares públicamente reconoci-dos en referencia a los cuales se puedan evaluar teorías, hipó-tesis y prácticas observacionales y sobre las cuales la crítica

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sea relevante con relación a las metas de la comunidad de in-vestigadores. En cuarto lugar, dichas comunidades habrán de caracterizarse por la existencia de una igualdad en la autoridad intelectual. Así, el consenso no debe ser resultado del ejercicio del poder económico o político, ni de la exclusión de perspecti-vas disidentes, sino de un diálogo crítico en el que todas las perspectivas relevantes estén representadas. Longino reconoce que ninguna comunidad está totalmente completa en el sentido de contener todas las posibles perspectivas dentro de sí misma. El conocimiento científico, añade, no es el producto de un con-senso final, sino consiste en diversas aprehensiones teóricas del mundo lo suficientemente estables como para permitir su elaboración y aplicación durante algún tiempo. El que su resul-tado exitoso pueda denominarse "conocimiento" depende de la inclusión dentro del diálogo de todas aquellas perspectivas que tengan un sustento en la materia objeto de estudio. Es en este aspecto de la inclusividad, según Longino, en el que las atribu-ciones del conocimiento son de manera más clara objeto de gradación.

El análisis anterior señala que si bien en gran medida la crea-ción de conocimiento es una tarea individual, el proceso de socialización con frecuencia desempeña un papel crucial para la validación, difusión y consumo de los productos científicos. Es la valoración crítica por parte de la comunidad científica la que determina el valor científico y la importancia de las teorías, hipó-tesis y modelos.

El posmodernismo también ha examinado algunas de las impli-caciones de la ciencia. El análisis de Carl Bereitner es represen-tativo de este enfoque. Bereitner (1994) centra su trabajo en dos ideas principales. La primera es la concepción posmoder-nista de la inexistencia de un punto de vista desde el cual ver el mundo. La segunda es la idea de ciencia como un discurso progresivo.

El enfoque posmodernista que considera la inexistencia de ob-jetividad desde la cual juzgar si algo es una verdad absoluta tiene, de acuerdo con Bereitner, cinco implicaciones:

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A. La ciencia de corriente principal (o dominante) ha sido desenmascarada y ha mostrado carecer de fundamen-to.

B. No existe progreso real dentro de la ciencia, sólo existe cambio, producido en gran medida por las luchas de poder entre grupos competitivos.

C. El pensamiento científico o el método científico no tie-nen ningún mérito intrínseco. Es solamente la forma en que un grupo de gente con elevada influencia acostum-bra a pensar.

D. Las llamadas falsas concepciones solo son falsas si se les juzga desde cierto punto de vista y son perfecta-mente correctas cuando se les mira desde otras pers-pectivas menos imperialistas.

E. Lo que constituye un hecho y lo que constituye una ex-plicación adecuada de un hecho son específicos de la idiosincrasia del grupo. Desde la perspectiva de Berei-ter la tercera y cuarta implicaciones son las más direc-tamente relacionadas con la educación.

La importancia del análisis del discurso dentro del progreso científico, según Bereiter, fue una aportación del filósofo aus-tríaco Karl Popper, y posteriormente por Imre Lakatos. Su im-portancia proviene del reconocimiento de que las teorías cientí-ficas no pueden ser verificadas sino, cuando mucho, falseadas. Por lo tanto, el progreso se origina a partir de la crítica continua y de los esfuerzos por superarla modificando o reemplazando teorías. De acuerdo con esta perspectiva, la investigación no genera el progreso directamente, sino lo hace al proporcionar evidencias que puedan ser incorporadas dentro del discurso crítico, a partir del cual pueden conducir al progreso. El concep-to de progreso científico no depende de un punto de vista obje-tivo para emitir un juicio y una idea del método científico que no presupone la esfera de la verdad objetiva. Ello también conduce a una forma humana y moderada de tratar con los conceptos equivocados y la información de tipo autoritaria. Por encima de todo, señala Bereiter, apoya una perspectiva de la enseñanza de la ciencia en la cual los estudiantes pueden ser realmente parte de la empresa científica, más que simples espectadores o postulantes.

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Bereiter concluye afirmando que el pensamiento posmodernista tiene implicaciones revolucionarias para la enseñanza de la ciencia, aunque no se trata de las implicaciones que los críticos posmodernos tendrían en mente. El concepto de ciencia no se reduce a un solo conjunto de creencias sostenido por un grupo determinado. En lugar de eso, Bereiter sugiere que implican reconocer la ciencia como una manera poco usual de discurso y el hallazgo de formas de incorporar a los estudiantes dentro de ese discurso.

6. APORTACIONES HISTÓRICAS Y FILOSÓFICAS AL ES-TUDIO DE LA CIENCIA

La obra seminal de Thomas Kuhn, The structure of scientific revolutions (1970), ha sido el punto de partida de muchos de los debates mencionados en este capítulo. Derivado de la historia de la ciencia, su tesis principal señala que el crecimiento y de-sarrollo del conocimiento científico tienen lugar como resultado del desenvolvimiento de un paradigma o modelo de realización científica que establece lineamientos para la investigación. Después de un periodo de "ciencia normal",2 durante el cual las implicaciones del paradigma son explorados, una serie de hechos (y problemas) que el paradigma no puede explicar resul-tan inevitables. El campo en cuestión atraviesa entonces por un periodo de "crisis" durante el que se propone un nuevo para-digma, el cual es eventualmente aceptado.

En el postfacio a la edición de 1969 de su libro antes menciona-do, Kuhn trata de explicar con mayor detalle el significado del término paradigma, el cual había provocado cierta confusión debido a lo impreciso de su utilización. De ese modo señala que a lo largo de la obra en cuestión, dicho término se ha usado en dos sentidos diferentes. El primero correspondería a la conste-lación completa de creencias, valores, técnicas, etcétera, que son compartidas por los miembros de una determinada comuni-dad. Este sentido del término tendría una naturaleza más socio-lógica. En segundo lugar, la palabra paradigma denota una

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especie de elemento dentro de la constelación arriba mencio-nada, el cual comprendería las soluciones concretas a las pre-guntas complejas, las cuales al ser empleadas como modelos o ejemplos, pueden reemplazar a las reglas explícitas como base para la solución de otras preguntas complejas de la ciencia normal. En este sentido, el paradigma se relaciona estrecha-mente con los ejemplos más cercanos a los logros científicos del pasado (véase Kuhn, 1970, p. 175).

Kuhn delinea el proceso que conduce a un descubrimiento cien-tífico al considerar que en la ciencia lo novedoso emerge con dificultades, manifestándose mediante resistencias que ocurren en un contexto lleno de expectativas. Inicialmente sólo lo que es anticipado y normal se lleva a la experimentación, aun bajo circunstancias en las que alguna anomalía pudiera observarse con posterioridad. Un mayor conocimiento personal, sin embar-go, no da como resultado la conciencia de que algo está equi-vocado o que se relaciona con algo que fue erróneo en el pasa-do. La conciencia de la anomalía abre un periodo en el cual las categorías son ajustadas hasta que lo inicialmente anómalo se convierte en lo que se había anticipado. Hasta este momento, el proceso de descubrimiento se ha completado. Él también con-sidera que las revoluciones científicas se inician mediante un sentimiento creciente de que un determinado paradigma ha dejado de funcionar adecuadamente en la exploración de un aspecto de la naturaleza al cual dicho paradigma había condu-cido con anterioridad. Kuhn subraya que el sentido de "disfun-ción" que pudiera conducir a una crisis es un prerrequisito para la revolución científica.

Por otro lado, Karl Popper ha negado la existencia de cualquier procedimiento de verificación en forma absoluta. En vez de eso, señala la importancia de la falsación, es decir, de aquella prue-ba que debido a su resultado negativo, requiere que una teoría establecida sea rechazada. Lakatos (1978), por su parte, ha señalado que en el código de honor del falsacionismo una teo-ría es científica sólo si puede hacérsela entrar en conflicto con un postulado básico, y una teoría debe ser eliminada si también contradice dicho postulado. También según Popper, una condi-ción posterior que una teoría debe satisfacer a fin de que sea

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considerada como científica es que debe predecir hechos nove-dosos, es decir, inesperados a la luz del conocimiento anterior. Según la metodología de Imre Lakatos, los grandes logros cien-tíficos constituyen programas de investigación, los cuales pue-den ser evaluados en términos de problematizaciones progresi-vas y degenerativas, y las revoluciones científicas consisten en un programa de investigación que sobrepasa o supera a otro. Esta metodología, argumenta Lakatos, ofrece una nueva re-construcción de la ciencia. Se la presenta haciendo contraste con el falsacionismo y el convencionalismo, de los cuales toma elementos esenciales.

De acuerdo con el método de Lakatos, la unidad básica de eva-luación debe ser no solamente una teoría aislada o un conjunto de teorías, sino un programa de investigación, junto con un núcleo duro convencionalmente aceptado (y, por tanto, por una decisión provisional "irrefutable") y una heurística positiva que defina los problemas, delinee la construcción de una especie de cinturón de hipótesis auxiliares, prevea anomalías y pueda con-vertirlas exitosamente en ejemplos, todo ello de acuerdo con un plan preconcebido. El científico enumera las anomalías, pero en la medida que su programa de investigación mantiene su impul-so, puede hacerlas de lado libremente. Al contrario de lo postu-lado por Kuhn, es principalmente la heurística positiva de su programa y no las anomalías, lo que dicta la elección de los problemas. Sólo cuando la fuerza impulsora de la heurística positiva se debilita, puede prestársele mayor atención a las anomalías. La metodología utilizada por Lakatos en los progra-mas de investigación puede explicar de esta manera el alto grado de autonomía de la teoría científica; lo que no pueden las desconectadas cadenas de conjeturas de los ingenuos falsacio-nistas. Así, lo que para Popper es externo, metafísico, se con-vierte, desde la perspectiva de Lakatos, en el núcleo duro inter-no del programa (Lakatos, 1978).

7. LA UNIVERSIDAD COMO EL HOGAR DE LA CIENCIA

Las universidades son instituciones centrales en las sociedades modernas. No sólo proporcionan la educación que requieren las

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economías basadas en el desarrollo tecnológico, sino también constituyen los centros más importantes para la investigación y la innovación en diferentes áreas […] Las universidades son [también] participantes activos del sistema internacional de co-nocimientos, asegurando así que la sociedad tenga conciencia de lo que sucede en el mundo cada vez más globalizado de la ciencia, el trabajo académico y la investigación […] La universi-dad es, de muchas maneras, la institución quintaesencial de la nueva sociedad basada en el conocimiento del siglo XXI.

Philip Altbach

Tradicionalmente en la mayoría de los países, el lugar institu-cional más importante para la ciencia durante más de un siglo ha sido el sistema de educación superior, en donde se halla condicionada por las características de dicho sistema. En su análisis del papel de las universidades estadounidenses en el desarrollo de la investigación científica, Daniel Wolfle (1972) apunta que fue hacia el final del siglo XIX cuando la ciencia se convirtió en una actividad institucionalizada dentro de los esta-blecimientos de educación superior. También sugiere que du-rante el periodo que va de 1802, fecha en que fue nombrado el primer profesor de Química en Yale, hasta 1902, cuando se celebró el décimo aniversario de la Universidad de Chicago, la ciencia quedó firmemente establecida, y la investigación adqui-rió un gran respeto y aun en ocasiones fue adecuadamente financiada.

Wolfle argumenta que, a fin de que la ciencia llegase a ser una actividad legitimada dentro de la universidad, tuvo lugar a lo largo de ese siglo un debate alrededor de cuatro temas interre-lacionados. El primero fue el de la profesionalización de la cien-cia. Ésta se transformó de una actividad de entretenimiento propugnada por un pequeño grupo de caballeros aficionados, a la vocación de un grupo organizado de científicos profesionales. El segundo fue un largo debate ---que continúa hasta el presen-te---, acerca de la naturaleza de la ciencia y de la clase de tra-bajo científico a ser perseguido. A ese respecto se plantearon las siguientes preguntas: ¿Cuánto esfuerzo debería dedicarse a

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resolver problemas prácticos y cuánto al desarrollo del conoci-miento científico por sí mismo? ¿Cuánto progreso debería hacerse mediante la observación y la recolección empírica de datos, y cuánto trabajo experimental dedicarse a la planeación y desarrollo de teorías integradoras? La pregunta sobre dónde debería estar el hogar de la ciencia era en esos tiempos secun-daria ante la pregunta del tipo de trabajo que debía ser realiza-do.

El tercer tema fue la búsqueda de patrocinadores. Los científi-cos deseaban hacer su trabajo e intentaban cualquier medio de apoyo que pudiera ofrecerles esa oportunidad: sociedades cien-tíficas, benefactores adinerados, subscripciones populares, gobiernos federales y estatales, institutos de investigación inde-pendientes, colegios y universidades. El cuarto tema fue el de-sarrollo de la universidad misma. Hasta las últimas décadas del siglo XIX, las incertidumbres con respecto al hogar adecuado para la ciencia se acompañaron de dudas acerca de en qué medida la idea de universidad podría ser trasplantada a Estados Unidos. Las universidades inglesas y alemanas fueron las insti-tuciones que más influyeron en la educación superior de esa época, y los alemanes eran la envidia de numerosos científicos estadounidenses. La investigación era, sin embargo, una activi-dad de interés menor dentro de las universidades británicas, y la mayor parte de la investigación que se hacía en ese tiempo se efectuaba en otros tipos de instituciones. Las universidades alemanas fueron más hospitalarias a la ciencia, aunque gran parte de dicha hospitalidad era tolerancia pasiva, más que apo-yo activo; algunos profesores alemanes tenían nombramientos simultáneos como directores de institutos de investigación cien-tífica independientes (Wolfle, 1972). En la evolución de estos cuatro temas, los científicos fueron los protagonistas. A pesar de la falta de tiempo e instalaciones adecuadas, trabajaron en la ciencia y comenzaron a hacer evidente que su trabajo era esencial para el logro de los objetivos de la universidad esta-dounidense.

Un análisis posterior de las relaciones entre la ciencia y la edu-cación superior se halla en el libro de Burton Clark, Perspecti-ves on higher education: eight disciplinary and comparative

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views (1984). Clark argumenta que esta relación constituye un asunto crítico. Señala que las disciplinas científicas son la parte más dinámica del "imperativo disciplinario" dentro de las institu-ciones de enseñanza superior. Cada uno de los campos cientí-ficos se convierte en una fuente de membresía, compromiso, prestigio y autoridad que recorre las instituciones dentro del sistema y finalmente todos los sistemas nacionales, condicio-nando poderosamente a la educación superior. No obstante, el "imperativo institucional", a su vez, constituye una crítica a to-das las disciplinas: cada institución convierte a los miembros de varias disciplinas en los de una o unas cuantas asignándoles tareas, ofreciéndoles ciertas recompensas y sanciones, distri-buyendo prestigio y ejerciendo autoridad. De esta manera, campo por campo y como un todo, la ciencia va siendo condi-cionada por la educación superior.

Schwartzman (1984) hace notar que el estudio de los lugares específicos en los cuales los científicos realizan su trabajo ha sido ignorado en la literatura sobre el tema. Los estudios de Joseph Ben-David (1971 y 1977; Ben-David y Abraham Zloczo-wer, 1962) son de los pocos efectuados en esta temática.3 La relación entre la ciencia y la educación superior varía significati-vamente entre distintas sociedades. La mayor dicotomía radica, según Clark (1984), en la "ciencia adentro" y la "ciencia afuera" del sistema de educación superior. Apunta que el sistema más avanzado del siglo xix, el alemán, tenía a la ciencia en un lugar privilegiado, siguiendo la creencia de que la docencia y la inves-tigación deberían estar estrechamente acoplados. Tanto en Alemania como en Francia (el otro sistema adaptado por las universidades estadounidenses de esa época), la ciencia, sin embargo, se localizaba cada vez más fuera del sistema. Tales sistemas realizaron esfuerzos importantes por situar a la "mejor ciencia" (es decir, la de mayor desarrollo) alejada de las de-mandas de una distribución uniforme de recursos, las cuales eran provocadas por el sistema de educación superior. En con-traste, Francia institucionalizó una variante en la cual la ciencia se desarrolló principalmente en un conjunto separado de aca-demias de investigación. La antigua Unión Soviética también siguió el modelo de "ciencia afuera" en el que la educación su-

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perior llevaba a cabo la docencia y los institutos realizaban la investigación científica.

Burton Clark observa también que donde la diferenciación de sectores es extrema, como en el caso de Estados Unidos, la variación en el compromiso con la ciencia también es extrema. Aproximadamente las 50 principales universidades estadouni-denses conocidas como "universidades de investigación" (re-search universities), constituyen grandes concentraciones de fondos para investigación y personal científico. En contraste, los más de mil colegios comunitarios carecen virtualmente de fon-dos para el trabajo científico (Clark, 1984). Además, como es sabido, la "gran ciencia" es un asunto muy costoso. Si se ex-tendiera por todo el sistema de educación superior, haría de todas las partes del sistema algo muy caro, una condición que a su vez fortalecería las posiciones de quienes argumentan en contra de la expansión y la ampliación del acceso. La ciencia de alto nivel también requiere de mucho talento, generalmente en forma concentrada, y por tanto difícil de ser esparcido por todo el sistema. De esa forma el costo y el talento alientan la concen-tración de la ciencia en ciertas partes del sistema, con todo lo que trae como consecuencia en forma de privilegios y financia-miento diferencial. De acuerdo con esta línea de pensamiento, en el contexto latinoamericano las grandes universidades públi-cas (como la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de Sao Paulo y la Universidad Nacional Autónoma de México, por citar las más importantes), serían claros ejemplos de institucio-nes en las que la realización de la investigación científica se asocia con una muy considerable concentración de recursos financieros y talento. Asimismo, Burton Clark señala que aun cuando sea abierta y pluralista en su organización interna, la llamada "República de la Ciencia" presiona a la educación su-perior hacia una diferenciación de instituciones y sectores, los que a su vez serán clasificados en una jerarquía de tareas, re-compensas y estatus. En consecuencia, los grandes aspectos estructurales del sistema de educación superior, particularmen-te la diferenciación de sectores y la jerarquía institucional, se convierten en asuntos decisivos en el progreso de la ciencia (Clark, 1984).

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Por otra parte, en su análisis de la organización de la actividad científica en la UNAM, la socióloga Teresa Pacheco (1994) sos-tiene que en la mayoría de los casos, incluyendo el de México por supuesto, la historia ha mostrado la forma en la que tradi-cionalmente la universidad ha sido una organización dedicada a la promoción y el avance del conocimiento. También observa que el alto nivel de estructuración y el desempeño de la univer-sidad, así como su elevado nivel de especialización, permiten a los profesionales y especialistas un grado considerable de au-tonomía y libertad en el desarrollo de su trabajo como intelec-tuales. Estos profesionales y especialistas, a su vez, se identifi-can con los intereses y objetivos de la universidad. Pacheco también señala que los investigadores asociados con la univer-sidad disfrutan de un importante grado de autonomía e inde-pendencia con respecto a la misión global de la universidad en la sociedad. La razón para este grado de autonomía e indepen-dencia radica en el hecho de que ellos siguen, como grupo, principios específicos de organización y funcionamiento, pro-ductividad, intercambio, movilidad y proyección en el desarrollo de sus actividades. Pacheco argumenta que el rendimiento no se realiza de manera homogénea ni en total acuerdo entre los diferentes integrantes del grupo al cual pertenece determinado científico.4 En el ámbito organizacional, el análisis de Teresa Pacheco subraya que tanto la institucionalización de las activi-dades científicas como la profesionalización de la investigación dan lugar a prácticas sociales particulares que son valoradas de manera diferencial. Dicha diferencia está en función de diversos elementos tales como el tipo de incorporación y/o aceptación de las reglas sociales e institucionales y de las condiciones socio-históricas que influyen sobre el desarrollo de las prácticas cien-tíficas. Otros elementos podrían ser las reglas no formales que provienen de diferentes niveles ---social, institucional, grupal o individual---, diversas formas de representación y/o manifesta-ción del rigor científico y la productividad dentro de un campo específico, y el valor que la productividad científica tenga para la sociedad y para el campo científico particular (Pacheco, 1994).

En su estudio de la relación entre el desarrollo científico y la educación superior en cuatro países de reciente industrializa-

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ción (Malasia, Singapur, República de Corea y Taiwán), Philip Altbach (1989) encontró que la infraestructura científica principal en esos países estaba localizada en las universidades. También señaló que si bien estas cuatro naciones asiáticas han logrado importantes resultados en ciencia y tecnología, la ciencia con-temporánea constituye un fenómeno internacional, y en ese sentido el llamado "tercer mundo" es particularmente depen-diente de la red internacional de conocimiento. Esto es así de-bido a que las universidades y los laboratorios de investigación más importantes están situados en un puñado de países tales como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia y, an-tes de la debacle del "socialismo realmente existente", en la Unión Soviética. Estos países gastan el mayor porcentaje del mundo en investigación y desarrollo (id).5 Son también la sede principal de las mayores editoriales de libros y revistas científi-cas. Los países antes mencionados producen el mayor número de patentes y sus descubrimientos e innovaciones dominan la ciencia y la tecnología (ct) en el ámbito mundial. Las agendas de investigación de estos países dominan también la investiga-ción en el mundo. Asimismo, gran número de científicos y aca-démicos de los llamados "países del tercer mundo" se formaron en los países industrializados y mantienen lazos fuertes con los centros metropolitanos. Todos estos factores ligan necesaria-mente a las naciones en desarrollo al sistema internacional de conocimiento y las hacen dependientes, en un grado significati-vo, del "conocimiento importado".

Altbach argumenta que los más importantes hallazgos en la investigación son casi siempre importados y el trabajo básico principal se realiza en otras partes. También hay la sensación de que el trabajo científico de mayor envergadura se realiza en los países centrales. Como consecuencia de lo anterior, existe con frecuencia la percepción por parte de los científicos y algu-nos funcionarios de las universidades y el gobierno ---quienes establecen criterios y juzgan los avances en la carrera profesio-nal---, de que el trabajo local tiene poca importancia.6 Altbach observa una paradoja dentro de los países objeto de su estudio, en la que la mayor atención está centrada en el fortalecimiento de las instituciones científicas locales, mientras que al mismo

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tiempo se da la mayor prominencia y prestigio a la ciencia que proviene del extranjero.

Pero a pesar de las desventajas estructurales de estar situados en la periferia, varios países en desarrollo (particularmente los que Altbach analiza: Malasia, Singapur, República de Corea y Taiwán), han tenido avances impresionantes en la proporción de los recursos dedicados al conocimiento científico. Estos paí-ses reconocen que nunca serán totalmente independientes de los grandes centros (incluido Japón). Están convencidos, sin embargo, de que el desarrollo científico local puede contribuir no solamente al logro de un sistema con mayor madurez y pro-ductividad académica, sino también a las innovaciones científi-cas que serán de utilidad para la industria y la tecnología loca-les. Tales desarrollos pueden producir también el personal re-querido no solamente para la investigación, sino para el creci-miento industrial de alta tecnología. En estos países ---también conocidos como los "Cuatro Dragones del Pacífico"--- es posi-ble observar la existencia de un desarrollo científico que perma-nece como parte del sistema internacional de conocimiento, aunque al mismo tiempo tiene raíces locales cada vez más fuer-tes que han sido estimuladas por el gobierno y las políticas académicas, así como por la provisión suficiente de fondos para el desarrollo científico local (Altbach, 1989).7 Podría esperarse que las experiencias exitosas de estos cuatro países pudieran ser emuladas o replicadas por otros países en desarrollo, parti-cularmente por algunos de América Latina. Sería necesario, para ver en qué medida ello es posible o no, realizar investiga-ciones y estudios de caso específicos.8

8. CONCLUSIONES

Tomando en cuenta la frase de Mannheim citada como epígrafe al principio de este trabajo, podría concluirse que la principal contribución de la sociología de la ciencia al debate sobre el

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papel de la ciencia en la sociedad es el hacer posible la indaga-ción de la manera en que la vida intelectual en un momento histórico dado se relaciona con las fuerzas políticas y sociales existentes. Con el fin de responder a este interrogante, en este artículo se revisaron dos enfoques distintos. El primero corres-pondió a la perspectiva funcionalista, la cual sostiene que la ciencia académica es una institución social cuya "meta" es ex-tender el "conocimiento certificado". Esta orientación ha des-arrollado una cantidad considerable de trabajo, usando princi-palmente instrumentos cuantitativos de análisis. El segundo enfoque, que podría denominarse como la perspectiva no fun-cionalista, apoya su trabajo en el análisis de las complejas di-námicas e interacciones que se dan entre los miembros de los grupos científicos y los intereses que persiguen. Esta posición ha mostrado que los científicos no solamente buscan el progre-so de la ciencia, sino que pretenden también alcanzar prestigio y objetivos económicos y políticos. La sección referida al tema de la universidad como hogar de la ciencia, intentó demostrar que la ciencia que se realiza en su seno está siendo influencia-da cada vez más tanto por los intereses de la sociedad como por los de la institución misma, y aun por los de las empresas privadas, como lo muestra actualmente el caso de los países altamente industrializados. No obstante, la ciencia --universitaria es capaz también de producir cambios sociales, principalmente por medio de los efectos que la aplicación de sus productos ---la tecnología, por ejemplo---, tiene sobre la vida cotidiana de la gente. Esto también tiene repercusiones en el currículum uni-versitario debido a los retos que los avances de la ciencia y la tecnología le plantean y a los cuales necesita responder de manera eficaz y oportuna. Otro reto lo constituyen las crecientes demandas sociales que otorgan a las instituciones de educación superior mayores responsabilidades en los terrenos de la for-mación profesional, la solución de grandes problemas naciona-les y la movilidad social, en una época en que los recursos insti-tucionales atraviesan por una etapa de astringencia financiera. Queda, entonces, por ver en el futuro inmediato qué tan capa-ces son estas instituciones de enfrentar y superar desafíos de tan grande magnitud.

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NOTAS

1. Asimismo, Talcott Parsons destaca en el prefacio de di-cha obra que el gran conocimiento de Weber y su cui-dadoso análisis estructural de las comparaciones entre diversas instituciones sociales le permitieron situar el problema del papel de los valores en la determinación de la acción social humana desde una perspectiva teó-rica que hizo ver como obsoletos los planteamientos an-teriores de dicho problema. "De esa forma —añade Parsons—, así como en el caso del orden industrial, en el campo teórico en general, lo importante de la obra de Weber no fue la manera en que juzgó la importancia re-lativa de las ideas o de los factores económicos, sino la forma en la que analizó los sistemas de la acción social dentro de los que las ideas y valores, así como las `fuerzas económicas' operan para influir una determina-da acción" (Weber, 1958, p. xvi).

2. De acuerdo con Kuhn (1970), la "ciencia normal" se ba-sa en la investigación que está firmemente cimentada en uno o más de los logros científicos del pasado, lo-gros que una determinada comunidad científica recono-ce que, durante cierto tiempo, ofrecen los fundamentos para su práctica ulterior (véase p. 10).

3. Entre algunos de los ejemplos más recientes de estu-dios semejantes que examinan los casos de América Latina se encuentran los de Simon Schwartzman (1991); Jacqueline Fortes y Larissa Adler-Lomnitz (1994) y Teresa Pacheco (1994).

4. Una revisión crítica del concepto de "comunidad cientí-fica" es el trabajo de Rosalba Casas (1980). La autora argumenta que el concepto en cuestión debe examinar-se con mayor cuidado, particularmente en lo que se re-fiere a la relativa autonomía de los científicos, así como en la forma en que la sociedad en general, y las institu-ciones en particular, influyen en su trabajo y su organi-zación. Por su parte, Clark Kerr (1995) señala que en una universidad con múltiples facetas y diversas funcio-nes, a la que denomina multiversidad, conviven varias comunidades con distintos intereses (a veces hasta an-

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tagónicos); por ejemplo, las comunidades de los estu-diantes de licenciatura y los de posgrado; los académi-cos más inclinados a la docencia o a la investigación; los profesores de las humanidades, las ciencias socia-les y las naturales; la de los administradores, entre otras (véanse pp. 14 y 15).

5. Por citar tal vez uno de los casos más extremos entre los países altamente industrializados, baste mencionar que, de acuerdo con la National Science Foundation, el gasto total en id de Estados Unidos comenzó a crecer a una tasa de 5% a partir de 1995 hasta llegar a 7% en 1999. En el sector de las grandes corporaciones el cre-cimiento alcanzó los 169 mil millones de dólares (mmd), representando cerca de 70% del gasto total nacional (247 mmd). El presupuesto federal en id para el año fis-cal 1996 fue de 75 mmd, ascendiendo a 83 mmd para el año fiscal 2000. Asimismo, el gobierno federal sigue siendo en ese país la fuente principal de financiamiento a la investigación académica que se realiza en universi-dades e institutos de investigación no universitarios, al aportar 16.1 mmd de un total de 28.3 mmd. Finalmente, si bien pudo observarse un decremento en la investiga-ción financiada por el Departamento de Defensa entre 1992 y 1996, se observó un crecimiento en las asigna-ciones correspondientes a los Institutos Nacionales de Salud (nih) entre 1996 y 2000 (Hart y Branscomb, 2000).

6. Un ejemplo de esta situación radica en el hecho de que en muchos países en desarrollo, los científicos son más recompensados por el número de sus publicaciones en revistas extranjeras, particularmente las que son publi-cadas en Estados Unidos, Europa Central y Japón.

7. Véase también el trabajo de Martin Carnoy (1992) para un análisis de estos temas, el cual, además de los "Cuatro Dragones", incluye también a países como Bra-sil y México.

8. Entre los trabajos de reciente aparición que pretenden hacer aportaciones en esta dirección, pueden citarse Alcántara (1999) y Vessuri (2000). Asimismo, el quinto capítulo del documento Higher education in developing

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countries: peril and promise, editado bajo los auspicios del Banco Mundial y la unesco, explora distintos aspec-tos del desarrollo científico y tecnológico en el ámbito mundial.

9. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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EL PARADIGMA EMERGENTE EN LA CIENCIA1

Antonio Grandio

"The line it is drawn, the curse it is cast The slow one now will later be fast.

As the present now will later be past. The order is rapidly fadin'

And the first one now will later be last For the Times They are a-Changin'"

Bob Dylan (1964).

0. INTRODUCCIÓN

Antes de abordar las fundamentales aportaciones de lo que ha venido a denominarse "el nuevo paradigma", permítasenos una breve reflexión sobre un supuesto básico muy arraigado en todas las ciencias que, pensamos, conviene revisar profunda-mente, con todas las implicaciones que se derivan de él. A nuestro juicio, es uno de los obstáculos más formidables que deberíamos remover para comprender este nuevo, pero tam-bién fascinante, "modelo del mundo". Nos referimos a la noción de "causalidad". Es una rémora formidable, en gran parte, por parecer estar firmemente asentada en la "lógica" y el "sentido

1 Fuente: http://www3.uji.es/∼agrandio/tesis/Te2.htm Consultado el día 15 de octubre de 2004.

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común": como cuando pensábamos que la tierra era plana, así también nos hemos acostumbrado a pensar que todas las co-sas tienen una "causa y un efecto". La causalidad es uno de los pilares de nuestra ciencia. Pero lo cierto es que, a tenor del nuevo paradigma, puede ser vista dentro de un marco mayor, como un caso particular de una "realidad" más vasta.

1. LA NOCIÓN DE CAUSALIDAD

La inmensa mayoría de la formulación pasada y presente de la ciencia tiene como estructura fundamental la operativización de modelos explicativos por medio de la causalidad. El supuesto básico más sencillo es que la variación del "valor" de una "va-riable", llamada independiente, produce efectos significativos en otra llamada "dependiente". Brevemente, y en su formulación más simple, suele representarse por la notación matemática al uso de la siguiente forma: Y = f(x)

Donde Y es la variable que se supone "depende" de otra (x). Alteraciones en el valor de esta última, se traducirán inexora-blemente en alteraciones en la primera, cuyo valor exacto viene mediatizado por la función (f) con sus operadores (normalmente matemáticos) y parámetros correspondientes.

Además, ciertamente, una ecuación matemática de tal tipo no obliga a una interpretación unívoca en términos de causalidad. Sabemos que el concepto de "correlación" es mucho más am-biguo y menos comprometido. Significa este último que, de al-guna forma aún no especificada, esas dos (o más) "variables" están "relacionadas". Obsérvese que es cuando introducimos el tiempo que emerge en nuestra mente la noción de secuencia, de inicio y de fin, de proceso y de partes que, como una "gestalt" (en gran modo determinada por el deseo de observador, del científico y su teoría) se recortan sobre un fon-do borroso donde el foco de nuestra atención se retira de la totalidad para percibir una realidad, que antes era indivisible, como constituida por fragmentos ahora. Es decir, es la fragmen-

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tación de la realidad inherente a la abstracción la que crea el tiempo en nuestra mente.

Estos fragmentos fenomenológicos que habitan en nuestro pen-samiento reciben científicamente la denominación de "varia-bles", lo cual supone la otra abstracción "representacional" ne-cesaria para acometer el último y fundamental paso de la nues-tra "objetivación" del mundo real: la medición. Esta no es sino asociar números a objetos según reglas (Stevens, citado y des-arrollado por Meliá, 1990, 26-31). Pero ¿cómo establecemos la validez y la "cientificidad" de estas reglas?

Como ejemplo, nótese que las Fuentes del Derecho (las leyes jurídicas) son atribuidas a la Ley, la Costumbre y los Principios Generales del Derecho (y, para algunos, también la Jurispru-dencia). Mas ¿No nacen asimismo de la costumbre y de los principios generalmente aceptados las leyes y métodos de las ciencias? ¿No son en buena parte reglas que nuestro colectivo ha interiorizado por socialización o aculturación?

Realmente, este tipo de polémica no es nuevo en absoluto. Remontándonos más de dos milenios atrás, y parafraseando la célebre cita de A. N. Whitehead, la historia de la Filosofía (y de la Ciencia) no es más que una serie de notas al pie de Platón. Este, como sabemos, siempre estableció una fuerte distinción entre conocimiento y opinión, y el empiricismo, el basarse en el mundo de lo tangible, era para él mera opinión.

Un vistazo a disciplinas más próximas no nos depara nada nue-vo en este sentido. Recientemente, Godfrey y Hill (1995, 519) se refieren al problema los inobservables en Dirección Estra-tégica, desatacando que ninguno de los paradigmas pasados o actuales (Teoría de la Agencia, Costes de Transacción, Recur-sos y Capacidades, etc.) está libre de cimentarse en variables no observables. Tras distinguir dos grandes posturas respecto a este problema (la de los positivistas y las de los realistas), para-frasean al Nobel de Economía, F. A. Hayeck quien denunciaba el error científico de igualar la mensurabilidad de un construc-

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tuo con su relevancia en la explicación (Hayeck, 1989 en Godfrey & Hill, 1995, 531).

Sin embargo los tiempos han ido fluctuando de una postura o otra y, con el nuevo paradigma, viejas controversias renacen. De modo que esto es sumamente importante si consideramos que es a toda esta cambiante y, en cierto modo arbitraria, abs-tracción a la que llamamos "realidad científica empírica". Los físicos, como describiremos, y bajo el influjo de Newton, pensa-ron implícitamente hasta hace bien poco, que la realidad última (el átomo) se componía de "partículas sólidas" y quizás redon-das. Hoy tal "representación" no tiene sentido.

Además, la idea de la causalidad nace de esta representación newtoniana de la realidad. Veamos a continuación las "reglas" de la causalidad, concepto que, si bien proporciona una simplifi-cación útil y elegante, no hace una buena réplica de la compleja realidad social. Sin embargo, a veces, es aceptado con un inusi-tado y, quizás, excesivamente cándido entusiasmo.

Para que exista causalidad entre dos variables deben darse ciertas condiciones. Como ejemplo podemos citar las siguientes (Asher, 1976, en Meliá, 1990, 138-139):

A. Debe existir covariación entre X e Y. B. Debe existir una asimetría temporal o un orden tempo-

ral entre ambas. C. Se debe eliminar la hipótesis de que terceras variables

intervienen en la relación como factores causales."

Este modelo clásico, si bien válido para explicaciones sencillas y simples, puede tener más inconvenientes que ventajas cuan-do queremos explicar o conocer los hechos sociales mínima-mente relevantes. ¿Qué ha hecho que los científicos se hayan preocupado tanto por la causalidad?

La respuesta bien pudiera descansar en aspectos filosóficos y culturales. Una de las más plausibles es que hayamos hereda-do un modelo mecanicista del universo que tanto prestigio dio a

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la astrofísica y que ha sido envidiado por todas las ciencias (fueran estas naturales o sociales). Antes de Newton, el hombre se sentía mucho más cercano a todo lo existente, pero:

"... las tres leyes del movimiento de Newton y su modelo mecá-nico del sistema solar se convirtieron en el plano de un diseño completamente inanimado. Las cosas se movían porque seguí-an reglas que se encontraban fijadas y predeterminadas, un frío silencio invadió aquellos firmamentos en otro tiempo fecundos. Los seres humanos y sus luchas, el conjunto de la conciencia y de la propia vida, se convirtieron en algo irrelevante para el funcionamiento de aquella vasta máquina universal." (Zohar, 1990, 8).

Cada día, sin embargo, surgen más críticas destacando la insu-ficiencia de los modelos causales. Curiosamente, además, es necesario parar mientes en el hecho de que las Ciencias Socia-les estén manteniendo un método científico importado desde las ciencias naturales que, además de ajeno a estas, ya no es utili-zado por aquellas. Como vamos a ver, las Ciencias Naturales, en muchos campos, sencillamente lo han trascendido.

Tal proceder quizás responda en parte a unas necesidades corporativas específicas que sólo incidentalmente guardan pa-rentesco con la ciencia. Recuérdese que hace tiempo la Eco-nomía, y hace mucho menos la Psicología, tuvieron que abrirse camino entre las ciencias más "veteranas" y tomar en conse-cuencia unos votos de "pureza" metodológica que podrían hacer sonreír a colegas de otras disciplinas.

Sin embargo, no es justo criticar tales posturas. Gracias a ellas se ha conseguido mucho (si no todo) en el desarrollo de sus cuerpos teóricos, amén del merecido reconocimiento y status otorgado por la sociedad a estas disciplinas y a su rigor metodo-lógico. Pero es dudoso esperar que las Ciencias Sociales del presente y del mañana puedan seguir dando lo mejor se sí de este modo. La "experimentación" y la modelización "estadística" econométrica o psicométrica al uso, tal y como son concebidos tales términos en la actualidad deben, en opinión de muchos,

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ser asimilados y trascendidos en la búsqueda de un "nuevo paradigma", que las bases y los cimientos ya han sido echados y que una nueva etapa debe sustituir, con su metodología in-herente, a la antigua.

Parece evidente que, lo que llamamos epistemología (y mucho más pues la metodología), surge desde unas bases en buena parte irracionales, en el sentido de que no podemos demostrar lo que más evidente nos parece y que, con el tiempo, puede resultar ser falso (o un caso muy particular de una ley mayor). Por ejemplo, cuando afirmamos ser "científicos empíricos positi-vistas", mantenemos implícitamente que la realidad es un hecho de una sola cara, la materia su fundamental esencia y lo positi-vo (observable y por ende, medible) lo único existente. Fue-ron Platón, con su alegoría de la caverna, mas tarde Kant con su distinción entre "fenómeno" y "noumeno" y más recientemen-te la Fenomenología de Husserl quienes insistieron en la dificul-tad, si no imposibilidad, de acceder a una "realidad" unidimen-sional. Estas visiones, como veremos, resurgen con fuerza en el nuevo paradigma emergente, de modo que es muy difícil poder sostener la validez de perspectivas únicas o simplificaciones excesivas.

Nos es interesante también, desde el punto de vista aquí pre-sente, distinguir entre dos conceptos: realidad y verdad. La primera viene de "res, rei": cosa, objeto; mientras que la segun-da supone un significado más profundo y esencial. "Cosa" difí-cilmente puede ser asimilado a "hecho" y presupone implícita-mente que lo factual está formado primariamente de partes relativamente independientes con unas relaciones entre ellas secundarias. La ciencia "asume" como postulado axiológico fundamental que la identidad de estas cosas "existe" en cuanto a ellas mismas y no en cuanto a su compleja vinculación rela-cional con el entorno. Así es como se arbitra la explicación cau-sal soslayando la naturaleza del vínculo existente entre las "va-riables" y enfatizando la realidad de ellas como identidades. Además, "cosa" no es algo neutro. Para un nativo de ciertas islas del pacífico los zapatos que calzamos son cierto tipo de "pequeñas canoas" donde encerramos nuestros pies. El benefi-cio empresarial tiende a 0 para el economista clásico, al máxi-

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mo para el de empresa, al satisfactorio para la Dirección Estra-tégica y es un particular mito histórico para el antropólogo cultu-ral.

De esta forma nos acostumbramos a investigar sólo aquello que nuestra metodología nos permite, dejando de lado todo fenó-meno que ponga en apuros nuestras creencias con su método correspondiente. Bastantes veces, no nos importa cuan impor-tante sea el tema; si no cabe dentro de nuestros esquemas, resolvemos desdeñarlo argumentando unas cuantas frases hechas acerca del rigor y el método. En el ámbito de la Empre-sa, abordaremos también en próximos capítulos la naturaleza ritual e irracional que descansa detrás de toda la aparente ra-cionalidad ligada con la toma de decisiones en la empresa y el procesamiento de la información.

Además, es un hecho que, viviendo una época de utilitarismo a ultranza, exista un sutil, que no pequeño, sesgo dentro de los modelos explicativos. Buena parte de este puede concretarse en lo que ha dado en llamarse su "poder de predicción". Don-de hay predicción posible hay inexcusablemente posibilidad de control. Y donde hay control hay poder. Así, es de uso común hablar de variables "control", variable predictora, etc. El poder es pues un pilar básico de lo social. Como el pez que vive en el agua, en lo social nos investigamos a nosotros mismos, somos a la vez observadores y observados y la búsqueda del poder quizás represente ese "agua" donde nos movemos inconscien-temente. El poder, el deseo, el "beneficio", lo emocional en su-ma alimenta y conforma nuestra racionalidad.

A nuestro juicio, y como expondremos más adelante, los cientí-ficos e investigadores nos hallamos distribuidos, en términos de centralidad estadística, en el nivel 4 de la jerarquía de necesi-dades de Maslow: el status, el poder, la necesidad de logro y la admiración social. Si aceptásemos esta opinión, los sesgos serían fácilmente detectables: más que búsqueda de significa-dos (propios del nivel 5 de autorrealización) o de integración (propios del nivel 6 de trascendencia) el científico medio "com-petiría" en credibilidad e "ingenio" por proveerse de estos "re-

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cursos escasos" de 4º nivel rebajando sistemática, aunque ele-gante, astuta y subrepticiamente, las teorías rivales en beneficio de las propias. Retomaremos inmediatamente a este autor, pero antes recojamos unas muy pertinentes reflexiones generales desde la Filosofía.

Como recoge Peiró, J.M., resulta interesante en este sentido la diferencia que Ortega y Gasset (1940) establece entre ideas y creencias:

"mientras que las ideas se tienen, en las creencias se está y además se está de tal modo que de ellas no se suele tener «ni idea», sobre todo cuando se trata de las creencias básicas o fundamentales en que reposa nuestra vida". (Ortega, 1940 en Peiró, 1990, 159).

Ampliémoslo con palabras del propio Ortega y Gasset:

"Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma ... En ellas «vivimos, nos movemos y somos». Por lo mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pen-samos. Cuando creemos de verdad en una cosa, no tenemos la «idea» de esa cosa, sino que simplemente «contamos con ella»" (Ortega y Gasset,1940, 19).

Pero la naturaleza de las ideas en bien distinto:

"En cambio, las ideas, es decir, los pensamientos que tenemos sobre las cosas, sean originales o recibidos, no poseen en nuestra vida valor de realidad. Actúan en ella precisamente como pensamientos nuestros y sólo como tales...

De las ideas-ocurrencias -y conste que incluyo en ellas las ver-dades más rigurosas de la ciencia- podemos decir que las pro-ducimos, las sostenemos, las discutimos, las propagamos,

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combatimos en su pro y hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que ni podemos es ... vivir de ellas" (Ortega y Gas-set,1940, 21-2).

Así pues,

"... cuando se trata de entender una sociedad (o una organiza-ción) mucho más importante -y más difícil- que saber cuáles son las ideas existentes en ella es averiguar cuáles son sus creen-cias básicas" (Ortega y Gasset,1940, 25).

Estas afirmaciones de Ortega las amplia Julián Marías (1972):

"La importancia de estas creencias no es intelectual sino vital; no es tan importante una creencia cuanto más amplia y honda-mente permite entender lo real sino cuanto más decisivamente condiciona un vida; y su solidez no es asunto de «evidencia» o de «demostración» sino de lugar de implantación" (Marías, 1972, 126 en Peiró, 1990, 160).

No obstante, este trabajo trata de indagar tanto en el conjunto de ideas como en el de creencias compartidas por la comunidad científica. A continuación nos centraremos en una de las creen-cias más difundidas cuyo lugar de implantación es esta última. Esta viene referida al problema de los medios y los fines en la investigación científica. Y nos basaremos en Abraham Maslow (1970), el cual sigue una orientación muy cercana a la nuestra respecto a la naturaleza, objeto y metodología de la Ciencia, además de servirnos como síntesis de cuanto hemos comenta-do hasta ahora.

2. MOTIVACIÓN Y CIENCIA: EL CONFLICTO ENTRE ME-DIOS Y FINES

Como decíamos, algunos de los problemas de la "ciencia orto-doxa" son consecuencia de lo que Maslow denomina centrarse

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en los medios y no en los fines. Centrarse en los medios signi-fica que el científico considera que la esencia de la ciencia se encuentra en los instrumentos, técnicas, etc., en la metodología. Con ello se olvida de que, realmente, la esencia se encuentra en los problemas que se plantean, en los interrogantes. Ello equivaldría a estimar como sinónimos a la ciencia y al método científico (Maslow, 1970, 286). Desgraciadamente, para Mas-low, esto está ocurriendo, con las consecuencia que vamos a apuntar:

A. Pérdida de sentido, de vitalidad y de significación de los problemas, así como de la creatividad en ge-neral. Si revisamos las críticas que se realizan a los di-versos trabajos científicos nos encontramos con que to-das van dirigidas al método, a las técnicas, etc. No es corriente encontrar una crítica dirigida a lo insustancial de su objeto "... ya no es preciso que ofrezca contribu-ción alguna al saber ... lo que importa es que esté bien hecha ... Por lo tanto, llegan a «científicos» gentes que son absolutamente inertes desde el punto de vista de la creatividad" (Maslow, 1970, 286).

B. Pone a los técnicos y a los manipuladores de apara-tos en el puesto de mando de la ciencia, desban-cando a los que tienen preguntas que hacer y pro-blemas que resolver. Sin llegar a una polarización irreal, el autor hace hincapié en la diferencia entre los científicos que saben sólo saben cómo se hace y los que también saben qué hay que hacer (287).

C. Sobrevalorar la cuantificación indiscriminadamente como un fin en sí misma. La forma pasa a ser el ele-mento primordial dentro de la investigación y "la ele-gancia y precisión se anteponen a la pertinencia y el grado de implicación".

D. Tratan de encajar sus problemas a las técnicas, en vez de lo contrario. El investigador determinado por la metodología al uso, intenta resolver aquellas cuestiones que puedan ser tratadas por sus métodos, olvidando quizá que primero debe ser la pregunta y posteriormen-te cómo resolverla.

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E. Conduce a crear una jerarquía de ciencias. En esta, y de modo pernicioso, "la física es más «científica» que la biología, la biología más que la psicología y la psico-logía más que la sociología..." (Maslow, 1970, 288).

F. Compartimentaliza las ciencias demasiado, edifica murallas entre ellas que separan los territorios. Esta separación los convierte en "rivales", necesitando de-mostrar sus conocimientos. Por ello, el investigador pa-sa a ser una persona que "sabe" en vez de ser un indi-viduo que "está intrigado".

G. Crea un abismo demasiado grande entre los cientí-ficos y otros buscadores de la verdad, y entre sus diferentes métodos de búsqueda de la verdad y el entendimiento. Está situación desemboca en el gran alejamiento entre investigadores y poetas, artistas o fi-lósofos. Es el "método científico" el que los coloca en reinos diferentes imposibilitando cualquier colaboran-ción entre ellos. Sin embargo, como apunta Maslow: "... muchos de los grandes científicos han sido también ar-tistas y filósofos, y han sacado tanto alimento para sus ideas de los filósofos como de sus colegas científicos" (Maslow, 1970, 289). Asimismo, Maslow hace hincapié en el hecho de que centrarse en "método" desemboca en la aparición de la llamada Ciencia Ortodoxa. Es és-ta la que marca "el camino a seguir" en las investiga-ciones del momento. De este modo, parece insoslaya-ble una serie de consecuencias, bastante negativas, en el tema que nos ocupa. De modo resumido serían:

H. Tiende inevitablemente a crear una ortodoxia cientí-fica, que genera a su vez una heterodoxia. Las "leyes del método científico", resultado de las respuestas del pasado, se convierten dogmas a los que hay que seguir con suma lealtad. Esto las convierte en "... ataduras del presente, en vez de ser meras ayudas y sugerencias". Esta disposición es bastante arriesgada en las ciencias sociales. Si bien sus objetos de estudio son intrínseca-mente diferentes de los de las ciencias físicas, su leal-tad al método les lleva a aferrarse a él de modo peligro-so.

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I. Uno de los mayores peligros de la ciencia ortodoxa es que bloquea el desarrollo de nuevas técnicas. Si existen unas leyes metodológicas formuladas, cualquier técnica que difiera de ellas es acogida con hostilidad. Esta hostilidad hace que la innovación en este terreno sea lenta. No obstante, cualquier idea heterodoxa, si resiste la batalla, cuando pasa a ser aceptada por el mundo científico se convierte en ortodoxa (Maslow, 1970, 290).

J. La ortodoxia limita cada vez más la jurisdicción de la ciencia. Puesto que muchas de las preguntas de al-gunos investigadores no se pueden responder con la metodología ortodoxa, éstos renuncian a desarrollar áreas de gran interés. Las repercusiones son sobrada-mente conocidas: "investigar más de lo mismo" (Mas-low, 1970, 290-1).

K. La ortodoxia centrada en los medios enseña a los científicos a sentirse «sanos y salvos» cuando de-berían ser arriesgados y valientes. Los investigado-res centrados en la metodología se mueven sobre ca-minos seguros. Sin embargo, como señala Maslow "... el lugar adecuado para los científicos, de vez en cuando por lo menos, es en medio de lo desconocido, lo caóti-co, lo solamente entrevisto, lo inimaginable, lo misterio-so, lo inexpresado..." (Maslow, 1970, 292).

Y concluye diciendo que:

"El exceso de énfasis en métodos y técnicas estimula a los cien-tíficos I) a creerse que son más objetivos y menos subjetivos de lo que en realidad son, y 2) a pensar que no tienen que impli-carse en cuestiones de valores" (Maslow, 1970, 292).

Por último, Maslow hace una breve referencia al Lenguaje co-mo único medio del que dispone el científico para transmitir sus conocimientos y a las Teorías como modo de describir las "ver-dades científicas". Así, uno de los errores en el que incurren algunos científicos es olvidar que el lenguaje es un modo de

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expresión y no la verdad en sí. De este modo, ocurre que, en cuanto al lenguaje:

"... Los científicos creen que su lenguaje es exacto y otros son inexactos. Paradójicamente el lenguaje de los poetas, siendo más inexacto, es más verdadero. A veces es incluso más exac-to." (Maslow, 1970, 317)

Por otra parte, en cuanto a las teorías:

"... las teorías construidas sobre categorías son casi siempre abstracciones, es decir, enfatizan ciertas cualidades del fenó-menos como más importantes que otras o como más dignas de ser percibidas. ... Aldous Huxley (1944) dice: «Cuando un indi-viduo crece sus conocimientos se van haciendo más conceptu-les y sistemáticos en forma, y su contenido factual y utilitario crece enormemente. Pero estas ganancias tienen como contra-partida un deterioro en la calidad inmediata de la aprehensión, un desgaste y una pérdidda del poder intuitivo»" (Maslow, 1970, 318-319).

La recomendación final de Maslow, hace referencia a que el científico no debería, como de hecho hace, sobrestimar sus métodos o procedimientos de acceder a la realidad puesto que:

"... Los procesos cognitivos ordinarios del intelectual en funcio-nes, el científico, etc., pueden hacerse más potentes si se re-cuerda que estos procesos no son las únicas armas posibles en el arsenal de los investigadores. Hay también otras. Si normal-mente han quedado relegadas al poeta y al artista es porque no se entendía que estos medios de cognición abandonados di-eran acceso a esa porción del mundo real que está oculta lejos del mundo exclusivamente abstracto e intelectual" (Maslow, 1970, 319).

Volviendo a nuestro análisis, además, démonos cuenta de que, casi imperceptiblemente, se identifica poder explicativo con poder de predicción. Ahora bien, el poder (la necesidad de po-der ---status, reconocimiento--- nace de la fragmentación arbi-

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traria, quizás tributaria de los deseos de éxito y reconocimiento social. Por ejemplo, los estados subvencionan la investigación deportiva si hay que "demostrar algo" al mundo. Pero el nacionalismo que da pie a tal investigación no es investigado sino hasta el límite en que esta empiece a cuestionarlo. Es es-tratégicamente preferido "poder controlar sin comprender" que "comprender" a secas, siendo esto último peligroso para el "sta-tus quo".

Viene esto a colación porque perecen ser este tipo de fenóme-nos los que potencian la investigación de tipo causal. Aunque inestimablemente útiles, a corto plazo, en el campo operativo y tecnológico, frenan la oportunidad de concebir un tipo de co-nexiones más complejas, sutiles y significativas de la realidad que deberían irrumpir, incluso con sus relevantes aportaciones a la tecnología.

Sea como fuere, esta cosmovisión, esta especie de "paradigma causal", supone unas creencias y actitudes implícitas:

A. Que la realidad está formada por partes separadas. B. Que estas partes están conectadas de forma que una

manipulación en una de ellas puede producir efectos "observables" en otras.

C. Que el observador es algo separado de lo observado.

Así las cosas, podemos justificar mejor nuestra exposición de ciertos cambios significativos en algunas ciencias traídos por científicos contemporáneos de reconocida solvencia. Para em-pezar parecen existir indicios de que lo que llamamos hechos "objetivos", materia o realidad, son conceptos tan confusos para los físicos como para nosotros los de "performance", motiva-ción, liderazgo, demanda, consumo o inversión.

Los términos físicos anteriormente citados están siendo aban-donados por la Física moderna (ciencia paradigmática en el método científico natural). Y son abandonados porque parece existir fuerte evidencia de que el átomo no está formado exac-tamente de partículas separadas (Bohm, 1980, 26). En general,

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todos los modelos mecanicistas corpusculares (la realidad como partículas sólidas) están cediendo ante los modelos ondulato-rios (la realidad como vibración u onda). Si parecía claro hace 100 años que "todo era materia", después "todo es energía", hoy, lo que parece más correcto afirmar es que "todo es vibra-ción". Aún así, los físicos, epistemológicamente, y si se nos permite la expresión, están confusos.

Siendo esto así, la primera de las creencias o suposiciones se viene abajo. Y por reflexión lógica también las otras dos. Ahora bien ¿qué importancia practica (léase predictora) tiene esto para nosotros, los investigadores sociales?".

3. EL NUEVO PARADIGMA

Recientemente, físicos como David Bohm (1971, 1980), Fritjof Capra, David Peat (1987) (este último basándose en las clási-cas teorías de Karl Jung, -1950-) y el premio Nobel Ilya Prigogi-ne, biólogos como Rupert Sheldrake (1985), filósofos como R. Weber (1982), el psicólogo y neurofisiólogo Karl Pribram (1971), el psicólogo de la conciencia Ken Wilber (1977, 1982) y muchos más, han dado a luz varios trabajos que podrían sinteti-zarse en lo que parece ser un nuevo "Paradigma" de la Ciencia, un paradigma radicalmente original que involucra a muchas ciencias en común y que ha venido a llamarse "El Paradigma Holográfico", "Las Ciencias de Espejo" o "La Naciente Ciencia de la Totalidad". Tal paradigma, no obstante, se está exten-diendo rápidamente hacia campos más afines a nuestras disci-plinas tales como a la Teoría de la Organización y del Manage-ment. A estas últimas les dedicaremos el próximo capítulo; en este nos centraremos en las ciencias naturales de donde ha surgido este nuevo paradigma.

El esquema de este nuevo paradigma queda expuesto en la tabla siguiente: Tabla 2.1: El Nuevo Paradigma.

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TÓPICO TEMA CLAVE AUTOR(ES) METÁFORA

1 sincronicidad causali-dad/tiempo sincronicidad

David peat desdeCcarl G. Jung

dos cámaras y el pez

2 ordenes implícitos ordenes explícitos estadistica/ causalidad

variables ocul-tas no localesholomovimiento

David Bohm Jacobo Grinberg Zylberbaum

paradoja E.R.P.

3 cerebro holográfico

no localidad de la información:el todo en las partes

Karl Pribram desde den-nis Gabor

experimento de Lashley: ablación parcial del cerebro

4 campos mfogenéticos

or-

ake r

información activa por reso-nancia mórfica

Rupert Sheldr

el científico y el televiso

5 estructuras disipativas

termodinámica: caos y orden

Ilya Prigogi-ne

ejemplo del cazo de agua

6 estructuras fractales

matemática iterativa: caos y orden

Benoit Man-delbrot

curva de Peano

Fuente: (1) y Elaboración Propia.

4. SINCRONICIDAD, UNA ALTERNATIVA A LAS HIPÓTESIS DE CAUSALIDAD

Siguiendo con la discusión anterior sobre la causalidad, volva-mos a la 2ª afirmación inicial: la de la asimetría temporal entre las variables.

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El físico David Peat en su obra "Sincronicidad" (concepto toma-do de Jung) afirma:

"Al igual que los físicos buscan una teoría de campo unificada, Karl Jung y otros buscaban la sincronicidad, esto es, el principio unificador tras las coincidencias significativas, la conciencia individual y la totalidad del espacio y el tiempo" (Peat, 1988, 291).

En su libro con el mismo nombre, Peat describe la amistad que se fraguó entre el físico Wolfgang Pauli, premio Nobel de Física en 1945, y conocido por su famoso "Principio de Exclusión" aplicado a las órbitas atómicas) y el psicólogo Karl Gustav Jung. De resultas de las conversaciones entre ellos, este último des-cribió de varias formas la sincronicidad. Así lo relata Peat:

"- «La coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos no rela-cionados causalmente, que tienen el mismo significado o un significado parecido»

«- Actos creativos»

«- Paralelismos acausales»

También escribió <Jung> que:

-«las coincidencias significativas no pueden concebirse como la pura casualidad -cuanto más se multiplican y cuanto mayor y más precisa es la correspondencia... ya no pueden considerar-se pura casualidad, sino que, por falta de una explicación cau-sal, deben considerarse combinaciones significativas»." (Peat 1987, 34-35).

Siguiendo a este autor (Peat, 1987, 35) Jung (Jung, 1950, 129) propuso dos continuos independientes (ortogonales en la jerga psicométrica) para enmarcar su concepción. Según Jung: "Es-pacio, tiempo y causalidad, la tríada de la física clásica, se vería completada entonces con la sincronicidad para convertirse en

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una tétrada, un quaternio que hace posible el juicio completo ... la sincronicidad es para los otros tres principios lo que la unidi-mensionalidad del tiempo es para la tridimensionalidad del es-pacio ... " (Jung, 1950, 129).

Se está hablando pues, de la posibilidad de un "principio conec-tor acausal": la sincronicidad:

"sucesos únicos, significativos y acausales que implicarían al-guna forma de patrón" (Peat, 1987, 45).

Pero la hipótesis radical subyacente a la sincronicidad es la de suponer una "conexión", en el sentido literal, entre la mente y la materia, en lo psíquico y lo físico. Como afirma Jung:

"Si la ley natural fuera una verdad absoluta, entonces lógica-mente no podría haber ningún proceso que se saliese de ella. Pero, dado que la causalidad es una ley estadística, se mantie-ne como tal a nivel medio, y, por consiguiente, da lugar a ex-cepciones que de alguna forma han de poder experimentarse, es decir, han de ser reales." (Jung, 1950, 139).

En una de las tres formas admitidas por este autor, la "coinci-dencia temporal significativa" se da en:

"La coincidencia de un estado psíquico con su proceso objetivo correspondiente, cuyo acontecer tiene lugar simultáneamente." (Jung, 1950, 140).

De modo que podemos plantear la sincronicidad como la alter-nativa o complemento "mental" de la causalidad física. Lo físico y lo mental son ámbitos tradicionalmente enfrentados en nues-tra cultura. Tal enfrentamiento llegó a su apogeo con el dualis-mo cartesiano. Estos dos puntos de vista pueden sintetizarse en la siguiente tabla:

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Tabla 2.2.- Relación entre lo Mental y lo Físico. Fuente: Zohar, 1990, 119. (2)

Mental Físico Subjetivo (privado) Objetivo (público) No espacial Espacial Cualitativo Cuantitativo Dirigido a su fin Mecánico Poseedor de memoria Sin memoria Holístico Atomísmtico Emergente Composicional Intencionado "Ciego" no intencionado

La causalidad tiene elegantes imágenes: las de las bolas de billar, la de una locomotora arrastrando vagones etc. pero todas ellas son fruto del reduccionismo implícito en una visión físico-mecanicista heredada de la ilustración. La formulación cruda de la causalidad es pues:

"Daremos (...) reglas, pero cada una no es sino una aplicación del gran principio del orden causal: el después no puede causar el antes ... no hay modo de cambiar el pasado ... las flechas de una dirección fluyen con el tiempo." (Davis, 1985, 11).

Y uno de los grandes desarrollos metodológicos de esta creen-cia llevada al extremo es esa técnica conocida como el "Path Analisis" o "Análisis de Senderos" en la que una serie concate-nada de variables se suceden, con bifurcaciones, secuencial-mente con algún bucle de retroalimentación, pero siempre des-lizándose en el devenir inmutable del tiempo. Aún así, se acepta que existen situaciones donde no puede hablarse de causalidad estricta porque las variables parecen estar interrelacionadas de forma inextricable. Se habla entonces de un "Loop" o "lazo". Y

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se afirma a continuación que estos últimos presentan innume-rables problemas metodológicos, estadísticos e incluso filosófi-cos, a nivel de las asunciones teóricas adoptadas previamente (Davis, 1985, 32).

Abundando en las afirmaciones anteriores Peat ratifica:

"La cadena de la causalidad lineal es una mezcla de costum-bres, creencias y sentido común. Pero este último se basa en una serie de suposiciones, como son:

- Que dos sucesos están separados sin ambigüedad el uno del otro y tienen su propia existencia independiente como, por ejemplo, dos cuerpos con límites bien definidos.

- Que algún contacto, fuerza o influencia fluye de un cuerpo o suceso hacia el otro.

- Que existe un flujo claro de tiempo ocurriendo la causa en el pasado y el efecto en el presente." (Peat, 1987, 52-53)

Asimismo, el observador, el científico, usa su mente como si perteneciera a un orden absoluta y radicalmente distinto de lo que observa (nótese que esto lo puntualizan los físicos: imagí-nese cómo debe hacer al caso en ciencias sociales).

Pero nuestra mente no parece funcionar así:

"...una parte de la mente puede estar envuelta en una especie de conciencia intemporal mientras otros aspectos siguen un «hilo de pensamiento» lineal. En general, por lo tanto, nuestro mundo interior no cumple los tres criterios en que se basa la causalidad:

- Los sucesos no son claramente distinguibles ni independien-tes.

- No hay un flujo claro de influencia de un suceso al siguiente.

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- El tiempo no es lineal y sin ambigüedad." (Peat 1987, 54).

Como hemos sugerido, el modelo que Jung y Pauli exponen no presenta la sincronicidad y la causalidad como dos conceptos irreconciliables sino como "..percepciones dobles de una misma realidad fundamental" (Peat, 1987, 70).

Así, un paso más hace afirmar también a Peat que la sincronici-dad es el puente entre mente y materia, es decir, donde los mecanismos causales se reducen a la confusión absoluta (co-mo en el universo subatómico), aparece una comprensión "eco-lógica" donde cada suceso no es sino una parte más del siste-ma total dotada, además, de significación para el sujeto obser-vador (por ejemplo el científico). Y esto no se afirma como una metáfora sino en su sentido literal.

Hay un ejemplo de David Bohm (en Briggs & Peat, 1985, 132) que ilustra la existencia de órdenes de realidad implícitos que suponen, por conexión no causal, la existencia de variables ocultas no locales sincrónicas. Es el ejemplo de dos cámaras de televisión en ángulo recto filmando a un pez en el agua. Las dos imágenes suponen dos perspectivas del pez, el cual, percibién-dolas, no entiende que es él mismo, el mismo fenómeno, en dos perspectivas diferentes bidimensionales.

Finalmente, y ampliando este ejemplo, encontramos otra des-cripción parecida que, a nuestro juicio, atañe centralmente a las creencias implícitas en cualquier ciencia y su evolución. Es un ejemplo dado por el biólogo Rupert Sheldrake cuyas aportacio-nes ampliaremos más adelante. En él relata lo que podría suce-der si un supuesto científico que no supiera nada acerca de un televisor ni de la existencia de ondas electromagnéticas intenta-ra investigarlo:

"... al principio podría pensar que contiene pequeños seres cu-yas imágenes ve en la pantalla. Cuando mirara adentro y en-contrara transistores y lámparas podría adoptar una hipótesis similar a la de los reduccionistas: las imágenes resultan de una interacción entre esas partes mecánicas. Esta hipótesis queda-

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ría respaldada si descubriera que al sacar algunas partes la imagen se distorsiona o desaparece. Si en este punto alguien (como Sheldrake) sugiriera que la imagen no resulta de estas partes sino que depende de influencias invisibles que entran en ellas, el investigador rechazaría la idea con desdén. Argumenta-ría que el televisor pesa lo mismo cuando está encendido y cuando está apagado. Admitiría que ahora no puede explicar todo a partir de las interacciones entre las partes de la caja, pero que sin duda podrá hacerlo alguna vez. Comparada con la potencia de salida eléctrica que alimenta el televisor, la potencia de la señal de TV es muy débil y sutil. Pero es obviamente cru-cial." (Briggs & Peat, 1985, 246).

Esta analogía nos recuerda la de Bohm de las dos cámaras de televisión y el pez. En ambos casos, los teóricos del nuevo pa-radigma señalan procesos ocultos en otra dimensión que tras-cienden las correlaciones entre las partes mecánicas.

Las ondas electromagnéticas en VHF y UHF de la emisora de televisión son "variables ocultas" sincrónicas respecto al televi-sor, puesto que no poseen ubicación espacial (no locales) y, dentro de su ángulo de cobertura, gozan de ubicuidad total. Además no son "causa" de la imagen, sino que las ondas, esté encendido y/o sintonizado el aparato, existen con independen-cia de él y no tienen naturaleza material como el receptor. El que esté sintonizado o no, no es un problema de causa y/o efecto de la vibración de la ultrafrecuencia, sino que son la misma realidad en dos planos distintos. Y lo que percibimos, (las películas y documentales) son completamente ajenos a la tecnología y la naturaleza ondulatoria de la señal, aunque inclu-so esta sea inusitadamente débil.

Caben interpretaciones causales reduccionistas: el giro del dial del aparato "causa" la imagen, las ondas "chocando" contra la antena crean las figuras etc. Pero tales explicaciones nunca desvelarían la profunda naturaleza de la vibración, de la sincro-nía.

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5. ÓRDENES IMPLÍCITOS Y EXPLÍCITOS: VARIABLES OCULTAS

David Bohm, antiguo colaborador de Einstein en Princeton, (éste dijo de aquél que sería quien llevara a cabo su frustrada búsqueda del Campo Unificado), plantea los conceptos de "Orden Implicado y Orden Explicado" para intentar abrir una vía en el callejón sin salida de la indeterminación espacio-temporal de la Mecánica Cuántica a la hora de explicar la posi-ción de una partícula atómica (modelo al cual Einstein no profe-só demasiada estima, a pesar de su éxito para explicar los fe-nómenos subatómicos): la dificultad para predecir la ubica-ción, en espacio y tiempo, de cualquier partícula atómica, dentro del modelo.

A diferencia de la Teoría Mecanicista de Newton, la Teoría Cuánticatiene tres características básicas:

A. “El movimiento es generalmente discontinuo en el sen-tido de que la acción está constituida por cuantos indivi-sibles (que implican también que un electrón, por ejem-plo, pueda pasar de un estado a otro sin pasar por to-dos los estados intermedios).

B. Las entidades, como los electrones, pueden mostrar propiedades diferentes (por ejemplo, como partícula, como onda, o como algo intermedio), dependiendo del entorno en el que existan y desde el que están sujetas a observación.

C. Dos entidades, como los electrones, que se combinan al principio para formar una molécula y que después se separan, muestran una peculiar relación no local que puede describirse como una conexión no causal de elementos que están separados (como se demuestra en el experimento de Einstein, Podolsky y Rosen)." (Bohm, 1980, 244).

Añade Bohm que estas leyes son, simplemente, estadísticas, y que no pueden predecir aisladamente los acontecimientos futu-ros individuales (¡como las mismas Ciencias Sociales!). Así, la

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mecánica clásica (y también la propia Teoría de la Relatividad de Einstein):

"... precisa de la causalidad estricta (o determinismo) y locali-dad. Por el contrario, la teoría cuántica precisa de discontinui-dad, no causalidad y no localidad" (Bohm, 1980, 245).

En el intento de explicar esta nueva "realidad descubierta", Bohm postula una teoría en la que todo fenómeno tiene diver-sos niveles de expresión, de tal forma que la luz, por ejemplo, como es estudiada en óptica, responde a unas leyes que no son más que el Orden "Desplegado", en las tres dimensiones co-nocidas, correspondiente a otros Ordenes "Implícitos" o "Ple-gados".

Sin embargo, estos órdenes "plegados" son, en el modelo de Bohm, más reales que los "desplegados", de tal forma que la explicación última no puede encontrarse en el fenómeno "des-plegado" mas que a un nivel operativo, de "andar por casa". Si forzamos la investigación, o refinamos los instrumentos hasta límites determinados, nos toparemos con que la observación debe plantearse en otro nivel y con otras unidades de análisis o variables que, quizá por el momento, no son objetivables y de las cuales poco sabemos.

Un examen superficial de lo hasta aquí expuesto nos haría con-cluir que todo parece ser relativamente habitual, sobre todo para cualquier investigador social. Donde empieza lo asombro-so, y por tanto el conflicto, es que un avance a través de esos órdenes nos llevan a conceptos sugeridos por algunos físicos como "el pensamiento", "la conciencia" etc., en el sentido de órdenes plegados respecto a lo que la física clásica llamaba "materia". La materia sería pues, un estado particular de un "pensamiento-emoción-conciencia" que funciona dentro de un modelo más o menos mecánico, pero sujeto en última instancia al orden "implícito" con respecto a ella y que es mucho más sutil, complejo y creativo. Más, en suma, holista. He aquí una afirmación "extraña" para un físico:

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"El electrón, si tenemos en cuenta que responde a un significa-do de su entorno, está observando el entorno: hace lo mismo que los seres humanos." (Bohm en Weber, 1990, 81).

De hecho, una de las explicaciones más atrevida dada por parte del colectivo (tesis debida al físico Eugene P. Wigner, premio Nobel de 1963), fue que el experimentador influía de forma inextricable en las observaciones en tanto que instrumento par-ticipante. ¿Cómo? ¡con su conciencia!: produciendo un "colap-so" en la Función de Onda ("derrumbando" la función de onda), colapso que, teóricamente, el mecanismo cerebral es capaz de producir (Peat, 1987, 175).

Para el investigador en el campo material, dotado de una visión estereoscópica, esa materia puede estar sujeta a un orden en cuanto objeto "sólido" material, o a un "desorden o caos" en cuanto a que, realmente, es un "fenómeno" que obedece a otros órdenes implícitos más sutiles que, observados desde la perspectiva del observador tridimensional, no cabe sino incluir en la llamada "varianza residual" la cual, en ciertas situaciones, es "demasiado significativa":

Bohm utiliza el término "reo-modo" para referirse a una espe-cie de "juego" que él sugiere (Bohm, 1980, 53). Consiste en "re-elevar" hasta nuestra atención algún aspecto de la realidad respecto al resto. La metáfora puede asimilarse al enfoque de una cámara fotográfica que enfoca cierto rango de la imagen en términos de distancia. Este fenómeno es parecido a aquél co-nocido en óptica como "profundidad de campo" y varía de forma inversamente proporcional a la apertura del diafragma del objetivo de la cámara, definiendo desde qué distancia hasta qué otra van a quedar enfocados los objetos. Aquellos que queden fuera de esta banda resultarán desenfocados. Pues bien, hablando en términos analógicos, podríamos afirmar que la banda que está enfocada goza de claridad y de explicación ordenada y causal por medio de modelos deterministas, mien-tras que lo desenfocado es el "entorno", necesitando de méto-dos estadísticos y modelos estocásticos para su desenfocada perspectiva:

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"(...) el desorden del comportamiento individual en el contexto de una ley estadística dada es, en general, compatible con la noción de leyes individuales más detalladas, aplicables a un contexto más amplio" (Bohm, 1988, 108).

En otras palabras, y conforme a la visión de este trabajo, los hechos observados no son sino un estado particular (materia) de una vibración con orden y parámetros radicalmente distintos, aunque unidos por un "significado" común. La representación modelizada de problemas pudiera requerir la explicitación de tantas variables que complicara el modelo hasta la irrelevancia mientras que su exclusión, por otra parte, engordaría significati-vamente el monto de la varianza no explicada. Ahora bien, si redefinieramos el nivel de análisis o encontráramos un modelo más integrador podríamos obviar este inconveniente sin dificul-tad.

Lo anterior nos remite a un viejo problema metodológico ligado a variables "fantasma", "ficticias" o de "holgura". Tanto en unas ciencias como en otras, se habla de "Variables Ocul-tas", inobservables, para dotar de mayor significación a los mo-delos usualmente débiles en poder explicativo.

Y es de obligada mención en todas las clases de iniciación a la metodología estadística la distinción entre conexiones causales y correlacionales entre variables. Que dos variables covaríen no implica su conexión causal, es decir, que una sea causa de la otra. Un ejemplo obvio es el hecho de que el número de ahoga-dos en el mar correlacione de forma estadísticamente significa-tiva con la venta de helados. Ello, lógicamente, no implica que lo primero sea consecuencia de lo segundo. Podemos hablar de correlación entre ambas variables pero la significación real del fenómeno sólo puede establecerse si, además, introducimos la variable "oculta" o "intervinente" "verano" o "estaciones del año".

Pero, ¿qué se esconde tras este proceder? Seguramente la creencia de que todo lo existente está sujeto a leyes que, a la larga, serán descubiertas y dotarán a las "covariaciones" de

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conexiones más claras como las del tipo causal. Pero los mode-los de causalidad, y esta es una de las proposiciones de esta obra, no son sino un caso particular de un modelo más amplio que pretendemos exponer.

Recordemos que en física se acepta como una ley natural veri-ficada la estrecha vinculación entre el espacio y el tiempo, de forma que se les atribuye la misma naturaleza. Se habla así del continuo Espacio-Tiempo. La Teoría de la Relatividad Generali-zada habla de ello, así como de la intercambiabilidad absoluta de masa y energía.

Pues bien, uno de los continuadores de Einstein es este autor, conocido, entre otras cosas, por su teoría de las "Variables Ocultas No Locales". En síntesis, y como hemos expuesto en el ejemplo del televisor, plantea la existencia de variables "ocul-tas", no sólo en el sentido de las "variables intervinientes", sino como aquellas pertenecientes a otro ámbito, nivel u orden que no operan de modo causal ni temporal ni localmente (geográfi-camente). Estos órdenes se dice que están plegados unos de-ntro de otros y que están en íntima relación. Las variables de un orden más plegado respecto a otro representan una relación de tipo "no causal ni local". Y estos órdenes no son abstracciones sino realidades "físicas" en el más amplio sentido del término (Bohm, 1980, 104).

6. EL MODELO HOLOGRÁFICO

Karl Pribram es otro de los pioneros de este nuevo paradigma. Su aportación a la "futura Ciencia de la Totalidad" es el llamado modelo "Holográfico". Pribram fue colaborador de B. F. Skinner, el fundador de la corriente conductista en Psicología y, con su libro junto a Galanter y Miller: "Planes y Estructura de la Conducta" (3), llevó a cabo la denominada "Revolución Cog-nitiva" (Miller, Galanter, & Pribram, 1960). Como sabemos, el conductismo rechazaba que todo cuanto aconteciera "dentro" de nuestro cerebro fuera objeto de la investigación científica: lo

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único científico en Psicología era la conducta, el comportamien-to constituido por los Estímulos y las Respuestas del organismo:

Estímulo -> Organismo (Caja Negra) -> Respuesta (Conducta, Comportamiento)

Recordemos que la Economía clásica, mediante un modelo casi "clónico" de la física newtoniana, también "modeliza" la empre-sa como una "caja negra" auspiciada por la clásica "mano invi-sible" de Adam Smith (Teoría de la Firma), cuyo objeto científico se reduce al análisis de los inputs (estímulos en Psicología) y los outputs (respuestas en Psicología):

Inputs (Factores Producción) --> Empresa (Caja Negra) --> Output (Productos)

Tal concepción fue criticada desde el principio por la naciente Economía de la Empresa:

"Los estudios clásicos, conocidos como enfoque de «teoría de la empresa o de la firma» (theory of the firm), plantearon un modelo convencional y utópico de la empresa en el mercado, como caja negra coherente con la idea de la «mano invisible», es decir, observando sus decisiones respecto a otros agentes y sin entrar en una explicación de cuáles son sus procesos inter-nos de comportamiento, de administración, y cual es su estruc-tura de organización, enfoque de caja blanca que caracteriza a la Economía de la Empresa, por el cual surge la idea de la «mano visible», tarea que desempeña el empresario". (Bueno, 1993, 27).

Volviendo a nuestra exposición, y ante la crisis inminente de tal marco conceptual, en el libro de Pribram y colaboradores se anunciaba que, gracias al nuevo paradigma del procesamiento de la información, importado de la cibernética y los ordenado-res, ya podía hablarse de "cognición" sin ser objeto de burlas "científicas". Irónicamente, puesto que los ordenadores y el software tenían existencia, pudo llevarse a cabo el "recambio

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epistemológico" en una ciencia muy necesitada de él. Tal fue el comienzo del neoconductismo o cognitivismo actual, paradigma mayoritariamente vigente aún en los círculos académicos(4).

Un problema central en neurofisiología es hallar dónde, en qué lugar, se encuentra almacenada la información en nuestro cere-bro y en el de todas las restantes especies. Experimentos con animales demostraban que extirpaciones de porcentajes eleva-dos del cerebro, de unas partes u otras, no eliminaban significa-tivamente el aprendizaje previo (i.e. Lashley en 1929). Ello pa-recía sugerir que la información no parece estar almacenada localmente, sino inexplicablemente repartida en la totalidad del cerebro.

Pues bien, en una conferencia, Pribram:

"(...) expuso una teoría polifacética que podría dar cuenta de la realidad sensorial como «un caso especial» construido por las matemáticas del cerebro, pero sacado de un dominio situa-do más allá del tiempo y del espacio y donde sólo existen fre-cuencias. La teoría podría dar cuenta de todos los fenómenos que parecen contravenir toda la «ley» científica existente al demostrar que tales restricciones son producto de nuestros constructos perceptuales. La física teórica ha demostrado ya que los acontecimientos no pueden describirse en términos mecánicos a niveles subatómicos. Pribram, famoso investigador del cerebro, ha reunido durante una década pruebas de que la «estructura profunda» del cerebro es esencialmente holográfica, de modo análogo al proceso fotográfico sin lente por el que Dennis Gabor recibió el premio Nobel" (Wilber, Bohm y otros 1986, 16-17).

Resumido telegráficamente, el holograma es una proyección tridimensional producida por un haz de luz, normalmente rayo láser, al interferir sobre una "fotografía" hecha previamente con este tipo de rayo sin lente. La observación directa del "negativo" impresionado no revela imagen alguna, necesitamos obtener la imagen añadiendo el rayo láser citado. Pero, y esto es lo impor-tante, si rompiéramos este en numerosos trozos, cada uno de

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ellos contendría siempre la totalidad de la imagen inicial, no una parte de ella, aunque con creciente pérdida de detalles.

"Holograma" viene del griego "holos": global, todo y de "gram": mensaje. Así, para Pribram, el cerebro es un Holograma que interpreta un universo holográfico. Nuestra visión estereos-cópica (con lentes) no nos deja percibir la realidad holográfica. En momentos tales como la experiencia cumbre de Maslow (5), la experiencia estética o mística (sincronicidad para Jung, Pauli y Peat) sí que existe esta percepción, para la cual:

"Los fenómenos físicos no son más que subproductos de una matriz simultánea en todas partes. Los cerebros individuales no son mas que trocitos de un holograma mayor. En ciertas cir-cunstancias tiene acceso a toda la información existente en el sistema cibernético total ... El modelo holográfico es una de esas teorías integrales que abarca toda la vida salvaje de la ciencia y del espíritu. Quizá sea el paradigma paradójico, sin límites, por el que ha estado clamando nuestra ciencia ... En contra de lo que todo el mundo sabe que es así, quizá no sea el cerebro el que produce la conciencia, sino más bien la concien-cia la que crea la apariencia del cerebro, la materia, el espacio, el tiempo y todo lo que nos gusta interpretar como universo físico" (Wilber, Bohm y otros 1986, 16-17).

De este modo, nos encontramos con una visión que explica la realidad, sea esta física, biológica o social, como una infinita variedad de frecuencias en interacción formando patrones de interferencia con nuestro cerebro, el cual, por medio de trans-formaciones matemáticas (series de Fourier) las reduce a pa-trones más simples. Aunque inicialmente el cerebro es un holo-grama dentro de un holograma mayor indiferenciado (como las teorías psicodinámicas de Freud sugerían, el niño carece de conciencia de separación entre él y el exterior), el aprendizaje hace que:

"aprendemos a responder principalmente a ciertas frecuencias y no a las transformaciones constantes de frecuencias. Unos

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pocos hologramas selectos se estabilizan y aparentemente se separan unos de otros convirtiéndose en «cosas». Los holo-gramas, formados como memoria, refuerzan la impresión de que hay cosas separadas y así el mundo espaciotemporal ex-plícito que conocemos evoluciona a partir del universo implícito de ondas y frecuencias". (Briggs & Peat, 1985, 291).

Ya hemos comentado que existe una significativa aplicación de este modelo a la Organización de Empresas hecha por diversos autores. La contemplaremos en el próximo capítulo de este trabajo.

7. LOS CAMPOS MORFOGENÉTICOS Y LA RESONANCIA

Rupert Sheldrake, como biólogo, se preguntaba cómo distingue el ADN que debía, según donde esté, duplicarse como piel, uña o cartílago etc. Para explicarlo propuso la existencia de "Cam-pos Morfogenéticos". Estos se asemejarían a campos magné-ticos que dirigen la duplicación del código genético biológico, siendo los responsables de la especialización del A.D.N. en órganos diferentes. El mecanismo para llevarlo a cabo sería la "Resonancia Mórfica" de forma que el A.D.N. respondería de forma diferencial al duplicarse de acuerdo a las directrices del Campo Morfogenético, "Resonando" con respecto a éste, dando lugar a la teoría que el bautizó como la "Formación Causativa" (Sheldrake, 1985, 90 y 127).

Además, estos campos suponen la existencia de una "memoria colectiva" donde quedan permanentemente almacenados las experiencias de todas las especies vivientes, influyendo sobre las conductas y desarrollos de la evolución de aquellas y, a su vez, siendo influidas por estos. Como hemos expuesto, la forma en cómo esta influencia se lleva a cabo es por "resonancia mór-fica", concepto muy próximo al de sintonía que esta tesis plan-tea en capítulos posteriores.

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Este campo recuerda mucho a los órdenes plegados o implíci-tos de Bohm (de hecho estos dos científicos (6) han discutido reiteradamente sus teorías). Y, rozando lo fantástico, postula asimismo la existencia de una "memoria colectiva" biunívo-camente ligada a la conciencia de todo lo existente, incluido el hombre y su sociedad. Existen ya varios experimentos que pa-recen dar la razón a Sheldrake. No obstante, las investigaciones siguen para dar o no el espaldarazo definitivo a su teoría. Des-cribamos brevemente los experimentos realizados.

Sheldrake intentó dar el espaldarazo a su teoría de los "Campos Morfogenéticos" con un experimento en el que colaboró el canal ITV en Gran Bretaña.

En un programa televisivo se mostró, a una audiencia de unos 2 millones de espectadores, un dibujo que contenía una imagen oculta.

"Unos minutos después se enseñó la respuesta y se "fusionó" de nuevo con la imagen enigmática, de manera que la imagen anteriormente oculta era evidente. Al final del programa se vol-vió a mostrar el mismo dibujo.

Unos días antes de la transmisión televisiva se mostraron am-bos dibujos a un grupo de sujetos de Gran Bretaña, Europa, África y América para, unos días después, mostrarlos a otro grupo comparable con el anterior (i.e. estudiantes).

Se tomaron precauciones de que fueran aquellos que no hubie-sen visto el programa (ni tuviesen noticia de él) los que contes-taran las pruebas posteriores. Además se presentaron 2 dibujos parecidos, sirviendo el que no fue revelado como control.

El aumento de individuos que acertaron el dibujo mostrado pos-teriormente fue un 76% superior, estadísticamente significativo al nivel del 1%, frente al 9% superior del dibujo control. (Shel-drake, 1985, 297).

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Se ha repetido el experimento con las ondas de radio obtenien-do resultados similares, pero no podemos extendernos más en ello. Naturalmente, también ha provocado la inevitable polémica entre detractores y defensores de la teoría en los círculos aca-démicos y científicos.

Abundando en esta línea, existe también un "preocupante expe-rimento" en neurofisiología cerebral donde se pretende demos-trar que:

"la dicotomía materia-conciencia es falsa y que lo único existen-te es la conciencia en diferentes niveles" (Grinberg-Zylberbaum, 1988, 11).

El experimento pretendía emular aquellos famosos y paradóji-cos resultados obtenidos por Einstein, Rosen y Podolsky con partículas subatómicas en 1935 (paradoja ERP). Brevemente, en este último fenómeno se observó que, cuando dos partículas elementales (p.ej. electrones) interactúan y después se separan espacialmente, una modificación posterior en la trayectoria de una de ellas "causa" una modificación concomitante en la tra-yectoria de la otra, con independencia de la distancia entre ellas. Parece pues ser que "de algún modo" están en comuni-cación o "conocen" lo que le sucede a la otra". No hay explica-ción científica oficial. Einstein se desentendió del asunto reco-nociendo su incapacidad para explicarlo. Pero sí existe una fuerte corriente que comienza a desempolvar los conceptos de "éter" y de la conciencia a los niveles cuánticos, a la cual nos hemos referido al comienzo de esta obra.

Después de haber comprobado experimentalmente que la tasa de correlación cerebral interhemisférica y la propia actividad electrofisiológica se volvía similar en sujetos que estuviesen en comunicación directa (independientemente de los canales sen-soriales habituales), la tesis ERP de Grinberg-Zylberbaum para sujetos humanos fue que, después de que estuvieran en comu-nicación directa, la separación y/o aislamiento espacial de cada uno de ellos no implicaría la total incomunicación entre ellos.

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"Para ello, pares de sujetos se hicieron interactuar en el interior de una cámara de Faraday y después fueron separados en dos cámaras aisladas. Una vez en las dos cámaras, a uno de los sujetos se le estimuló con destellos luminosos y sonidos para lograr potenciales provocados en la zona del vertex. Al mismo tiempo el otro sujeto mostró la aparición de 'potenciales transfe-ridos' en la misma zona tal y como puede observarse en las figuras..." (Grinberg-Zylberbaum, 1988, 23).

"Puesto que el sujeto en el cual se registraron los potenciales transferidos no sabía cuándo se estimulaba al otro sujeto, los resultados indican que la paradoja ERP existe a nivel humano" (Grinberg-Zylberbaum, 1988, 27).

Finalmente, y al contrario de lo que las teorías de Charles Dar-win postulaban, existen teorías que afirman que es la coopera-ción entre especies y ecosistema lo que explica mejor la evolu-ción, en vez de la competencia. Es lo que Erich Jantsch (físico y biólogo) plantea con lo que él llama Coevolución:

"El desarrollo de las estructuras en lo que se llama microevolu-ción refleja el desarrollo de las estructuras de la macroevolución y viceversa. Las microestructuras y las macroestructuras evolu-cionan juntas y en conjunto ... los cambios que se producen en la microescala instantáneamente producen cambios en la ma-croescala y viceversa. Ninguno de ambos «causa» los otros en el sentido habitual" (Briggs & Peat, 1985, 210).

Es pues una teoría cooperativa, no competitiva. A título de ejemplo, sus implicaciones en el conocido enfoque "Contingen-te" (Lawrence & Lorsch, 1967) de Organización de Empresas son evidentes.

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8. LAS ESTRUCTURAS DISIPATIVAS

Ylya Prigogine, premio Nobel de Química en 1977, denomina "Estructuras Disipativas" a aquellas alejadas del equilibrio, las que basan su existencia en la "disipación de la Entropía" en el seno de ella y gracias a ella, al contrario de los sistemas ter-modinámicos clásicos. La evolución secuencial de estas pre-senta una atractiva visión de cómo el orden y el desorden, el determinismo y el azar pueden ser, simplemente, diferentes estados del mismo fenómeno. Brevemente, llega un umbral donde la estructura de un evento cambia radicalmente mediante un "salto" para configurarse conforme a otra estructura muy distinta: por ejemplo, la nieve posee una estructura interna fuer-temente definida distinta a la correspondiente al estado líquido o como hielo o vapor. Y la conciencia es una de estas estructuras.

"Prigogine ha ampliado o reinterpretado la termodinámica de-mostrando que la segunda ley también puede señalar el surgi-miento de nuevas estructuras e indicando de qué manera el orden nace del caos (...) Revelando todas la implicaciones de la segunda ley, Prigogine puede demostrar que cuando flujos de materia y energía sostienen a un sistema apartado de su punto de equilibrio, es posible que crezcan nuevas formas y órdenes de estructuras."

Una de sus ilustraciones preferidas es la explicación de la lla-mada inestabilidad de Bernard. Ésta ocurre cuando en una co-cina se calienta una olla de agua o cuando el calor levanta en el desierto pequeñas partículas de arena en el aire nocturno.

"Si la olla de agua se calienta lentamente, el calor al principio se mueve hacia el agua fría a través de la conducción. Puesto que ninguna parte del líquido está lejos del equilibrio termal, la su-perficie queda llana e imperturbada. Sin embargo, cuando el agua del fondo se calienta, y por lo tanto es más densa, intenta subir mientras que, al mismo tiempo, el agua más fría baja. Bajo estos flujos en lucha, el agua ahora está lejos del equilibrio y contiene una mezcla de flujos, remolinos y espirales... de hecho, ya ha empezado el caos.

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Cuando la velocidad de calentamiento sigue aumentando, no obstante, se alcanza un punto crítico en el que el sistema entero pasa del desorden al orden. Esto ocurre cuando el calor ya no se puede dispersar lo suficientemente rápido sólo a través de movimientos fortuitos, y los pequeños remolinos de repente aumentan en flujos a gran escala. Casi mágicamente, el movi-miento del líquido se convierte en una serie de corrientes esta-bles de convección que producen un enrejado ordenado de corrientes hexagonales. Estas células de Bernard se pueden ver a veces en la superficie de una taza de café que se enfría cuando se observa desde un determinado ángulo. Patrones similares se pueden observar si uno sobrevuela el desierto por la noche. (...)" (Peat, 1989, 95).

9. COMPLEJIDAD, CAOS Y ESTRUCTURAS FRACTALES

La Teoría del Caos es una teoría matemática que trata de la ruptura de los sistemas ordenados dentro de otros caóticos. Desde su origen en el seno de las ciencias fícicas en los años 70, se ha desarrollado enormemente por su capacidad, entre otras, para describir ciertos fenómenos que se desenvuelven con altos grados de complejidad. Por ejemplo, el movimiento de las partículas a nivel cuántico o el tiempo metereológico, que tiende a desarrollar patrones aleatorios en la medida que inte-ractua con sistemas locales más complejos ("Chaos Theory," Microsoft Encarta, 1994).

Durante mucho tiempo, los científicos echaron en falta herra-mientas matemáticas para tratar los sistemas caóticos, de modo que trataron de evitarlos en la investigación teórica. Sin embar-go, en los años 70, el Físico Mitchell Feigenbaum (1985), de-terminó ciertos patrones consistentes en la duplicación de ratios cuando un sistema tiende hacia el caos (estas cantidades son conocidas como los números de Feigenbaum). Además, estos patrones están vinculados con la Geometría Fractal, que vamos a exponer más detalladamente a continuación, y exhibe ciertas afinidades con la Teoría de las Catástrofes (7).

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Uno de sus conceptos importantes es la de "atractor extraño". Un atractor extraño es un gráfico de Espacio-Fase que repre-senta la trayectoria de un sistema en movimiento caótico. Este sistema en movimiento caótico es completamente impredecible: dada la configuración del sistema en un determinado punto del tiempo, es imposible predecir con certeza cómo se formará un próximo punto en el tiempo. Sin embargo, el movimiento del sistema caótico no es completamente aleatorio.

Por otro lado, Benoit Mandelbrot, matemático de la multinacio-nal IBM y profesor de la Universidad de Yale, descubrió, tam-bién a principio de la década de los 70, una "geometría" total-mente nueva: el fractal. Fractal viene del latín "fractua", que significa irregular, aunque a Mandelbrot también le gustan las connotaciones de fraccional y fragmentario que posee la pala-bra. Esta geometría fue usada por su autor para "simular" osci-laciones de la cotización de las bolsas de modo que las grandes recesiones imitan las fluctuaciones mensuales y diarias, "... de modo que el mercado es autosimilar desde sus escala mayor hasta su escala menor" (Briggs & Peat, 1989, 90).

Una definición de diccionario, hecha por el mismo Mandelbrot para la enciclopedia Microsoft Encarta 95, de fractal es:

"Un fractal es una forma geométrica que es compleja y detalla-da en estructura a cualquier nivel de ampliación. A menudo los fractales son auto-similares, esto es, tienen la propiedad de que cada pequeña porción del fractal puede ser vista como una réplica a escala reducida del total." (Microsoft Encarta, 1994, 'fractal').

Un ejemplo de fractal es el de "copo de nieve". Originalmente concebida por Helge von Koch en 1904, es una curva construi-da tomando un triángulo equilátero y desarrollando iterativa-mente triángulos equiláteros sobre el tercio medio de los lados que son progresivamente más pequeños.

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Examinemos ciertas características tan importantes como des-concertantes de una ecuación fractal (Microsoft Encarta, 1994 'fractal' y Briggs & Peat, 1989, 95):

A. Su resultado sería una figura de área finita pero con un perímetro de longitud infinita, consistente en un número infinito de vértices.

B. Matemáticamente, tal curva carece de tendencia, es decir, no es diferenciable en ningún punto.

C. Autosimilitud, como dijimos cada pequeña porción del fractal puede ser vista como una réplica a escala redu-cida del total.

D. Pueden generarse por iteración.

El concepto "dimensión" es algo que difiere radicalmente de la geometría euclídea a que estamos acostumbrados. De esta manera, la dimensión de un fractal debe ser tomada como un exponente a la hora de medir su tamaño. Un fractal, así, carece de dimensión objetiva o cuantitativa, sino que depende de un componente cualitativo: la "dimensión efectiva" que elijamos para medir. En el caso de dos dimensiones euclídeas, esta osci-la entre 1 y 2. La máxima complejidad (2) viene expresada en la famosa curva de Peano, la cual tiene tantas sinuosidades que alcanza todos los puntos de un plano pero que nunca se cruza consigo misma. El "copo de nieve" citado como ejemplo, tiene 1,2618.

Mandelbrot ha sugerido que todos los fenómenos naturales (montañas, nubes, galaxias etc.) son fractales por naturaleza. Y ello ya tiene una vasta aplicación en la construcción y modelado de escenarios naturales, artísticos y arquitectónicos de todo tipo por medio de su modelización fractal iterativa.

A continuación mostramos tres ampliaciones sucesivas del frac-tal que lleva el nombre de Mandelbrot. En particular se ha am-pliado siempre el círculo pequeño izquierdo. Obsérvese cómo la complejidad y la repetición de patrones siempre es constante pero diferente. Además de la contradicción inherente a estas palabras, es de destacar la intrínseca belleza que posee, a pe-

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sar de que ha tenido que ser obtenido con 256 colores, reducido a escala de grises e impreso con una impresora cuya resolución no es la adecuada.

Concretamente, la ecuación iterativa de Mandelbrot es la si-guiente: Z = Z2 + C

Donde Z es un número complejo que puede variar y C un núme-ro complejo fijo. Una vez elegidos por el usuario, podemos retar al más potente de los ordenadores del mundo a sondear este cosmos.

Para finalizar, los fractales pueden considerarse pues el punto de unión entre el orden y el caos, entre el determinismo y el azar, entre la turbulencia y la vida ... que nacen de una iteración mecánica.

10. RESUMEN Y CONCLUSIÓN

Esbocemos un breve resumen de lo que el Nuevo Paradigma ha supuesto en las Ciencias Naturales:

A. Existe un Nuevo Paradigma (denominado "Ciencias del Espejo", Tª de la Complejidad o de Totalidad etc.) naci-do en las ciencias naturales: Física, Termodinámica, Biología etc. Sus características esenciales podrían re-sumirse en:

a. La materia no existe. El fenómeno ondulatorio parece incluirla como un caso particular (dotado de cierta permanencia) dentro de él.

b. Los Modelos mecánicos lineales, de causa-efecto, no pueden dar cuenta de una realidad cuya complejidad trasciende la posibilidad de explicación de tales modelos.

c. Las antiguas dicotomías Mente-Cuerpo, Natu-ral-Social, Espíritu-Materia, Individuo-

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Colectividad, Egoísmo-Altruísmo etc., son dife-rentes niveles de una misma realidad indivisi-ble, de un "holomovimiento" único.

d. La relación entre niveles se da más de forma sincrónica que diacrónica, de modo que las "va-riables implicadas" carecen también de locali-dad espacial en beneficio de una cier-ta "ubicuidad".

B. El cerebro humano parece percibir únicamente "fre-cuencias" además de ser él una parte de esas frecuen-cias, dotada de cierta permanencia. La percepción se da por "resonancia". Sin embargo, siendo ésta esporá-dica y parcial, el resto del trabajo lo ejecutan nuestras "representaciones" de la realidad que, en cuanto a imá-genes que son, "construyen" activamente la reali-dad. Así, nuestras representaciones son el sesgo de la percepción y el origen de la dualidad sujeto-objeto.

C. Parece existir cierta evidencia de la existencia de una "memoria colectiva" que interrelaciona todo y que es a la vez "causa y efecto", que "va junto a" la realidad (campo de complejidad) indiferenciadamente.

D. El caos y el orden, el azar y el determinismo son sub-productos de esta representación del campo de comple-jidad; deben, directamente, a esa representación su particular grado de caos y/o su orden. De todo caos surge un orden y de todo orden surge un caos. A su vez, un caos "objetivo" puede cobrar, para nuestros ojos, orden si cambiamos nuestra representación del fenómeno (y viceversa). Es de destacar también todo el nuevo desarrollo matemático de las llamadas Estructu-ras Fractales mediante las cuales ya puede "matemati-zarse" el "origen" del caos y el orden y su articulación empírica.

E. Dado el continuo Mente-Materia y la estrecha vincula-ción entre todos los niveles de lo existente, las supues-tas "Leyes Inmutables" del Universo (sean físicas, bio-lógicas o sociales) se asemejan más a unas leyes cam-biantes, interdependientes y en evolución, más que algo eterno estable y fijo "fuera" del universo mismo y ajeno a su devenir (como un "Deus ex-machina").

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Como podemos constatar, la investigación proveniente de las ciencias naturales implica importantes reflexiones sobre la epis-temología y metodología científica, en especial sobre las nocio-nes de causalidad. Como el modelo de la sincronicidad propo-ne, puede existir una correlación o vínculo entre variables distin-to a la postulada por la causalidad. A título de ejemplo, y como axioma implícito en la tesis de este trabajo, los distin-tos niveles de análisis de un mismo fenómeno (constitui-dos por las distintas ciencias sociales) no están vinculados por modelos causales sino que son la misma realidad exa-minada con parámetros y/o unidades de análisis distintos.

De modo que la noción de causalidad debe ser complementada con la de sincronicidad, la equivalencia de significados de distin-tos niveles. Un ejemplo que veremos más adelante es aquel que establece un claro paralelismo entre sexualidad, ansiedad y los paradigmas de planificación y de burocratización organiza-cional. De modo que tópicos aparentemente lejanos e inco-nexos se revelan como el mismo fenómeno en distintos niveles, no como una secuencia concatenada de causas y efectos.

Aplicando los distintos órdenes implícitos y explícitos de Bohm a la organización, podemos enfocar nuestra vista (hacer explícito un orden) en lo que, en un momento de la historia de la Teoría de la Administración, pareció más real: el organigrama funcional y jerárquico: la organización explícita o formal. El "descubri-miento" posterior de la organización informal fue un enfocarse más en otro aspecto o nivel de la realidad organizacional hasta entonces desconocido o ignorado. La "sintonía" con este nivel es hacer explícito un orden que hasta entonces estaba implícito. Sin embargo tales niveles de análisis no deben ser interpreta-dos como dos realidades distintas, aunque se postule que están relacionadas. Son simplemente una interpretación (representa-ción) desde marcos conceptuales y filosóficos distintos de una misma realidad que puede hacerse tan compleja y multinivel como marcos o esquemas conceptuales tengan los investigado-res.

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Dicho en términos generales: el "descubrimiento" de un variable "oculta", más profunda a todas ellas puede dar cuenta, con sim-ples modificaciones "paramétricas" en ella, de todas las realida-des o niveles que hasta entonces habían sido estudiadas como independientes y transformadas por sofisticados procedimientos de procesamiento de datos en correlaciones estadísticas signifi-cativas a tal o cual nivel de precisión. Valga decir que la investi-gación científica "crea" o "abstrae" ciertas "variables" que no son sino el resultado final de cierto "programa" o marco concep-tual con su léxico semántico propio en su intento de descifrar la realidad de acuerdo a él, unas interpretaciones mentales que asume como independientes o distintas para encontrar "correla-ciones entre ellas más tarde cuando, en realidad, no hacía sino carecer de una conciencia "holista" o global del fenómeno que observaba por culpa del modelo parcial de interpretación de la realidad.

También podemos reinterpretar lo anterior como una forma de "re-elevar" en términos de Bohm distintos aspectos de la reali-dad.

Centrándonos en el ámbito de la Organización y del Manage-ment, y como veremos más adelante, uno de los paradigmas vigentes en la actualidad, la Dirección Estratégica de la Empre-sa, en su vertiente más clásica intenta, mediante un mecanismo de orden (organización formal), adaptarse a un entorno cada vez más "turbulento" y "cambiante" enfocándose, "re-elevando" su identidad interna en detrimento de la realidad "externa" que permanece desenfocada respecto a sus modelos. Para investi-gar este ahora "aleatorio" entorno la empresa utilizará métodos estadísticos en la casi ciega búsqueda de ciertos "patrones o tendencias de evolución del mercado". Sin embargo, un analista experto de los "mercados de referencia" descubriría un orden lógico en estos mientras que vería los esfuerzos de la organiza-ción para hacerse hueco en este como "caóticos" y sujetos a los azarosos, y en cierto modo inaprehensibles deseos e intereses creados de sus miembros.

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Con las estructuras disipativas podemos comprender cómo fenómenos que en determinados niveles son caóticos, pueden, desde otro nivel, contemplarse como sujetos a un orden bien claro. Todo caos genera su orden y viceversa. Además, las distorsiones en el funcionamiento de la organización formal que caen dentro de la varianza de error, pueden, contemplando la organización informal desde un modelo sociocultural, ser explicadas dentro del orden propio de estas disciplinas.

Entronca, además, directamente con los enfoques de la visión holográfica que G. Morgan explica en el próximo capítulo en cuanto al principio de "especificación mínima crítica" (Morgan, 1986, 86) que postula la necesidad de limitar al máximo la crea-ción de normas u organigramas explícitos y formales para que, de la interacción espontánea, surja poco a poco la estructura necesaria. También emparenta con la conocida Estrategia Emergente de H. Mintzberg y J.B. Quinn (1991), en el sentido de que es necesario proteger y auspiciar tanto las estrategias deliberadas (planificadas) como aquellas que van surgiendo espontáneamente al estilo de las hierbas del jardín: el modelo "Grass-Roots" (Mintzberg & Quinn, 1991, 109).

Citemos también el "Incrementalismo Lógico" y su complemento con el Modelo Cuántico (Quantum Leaps) de formulación de Estrategias de estos mismos autores (Mintzberg & Quinn, 1991, 111). Los saltos cuánticos vienen del citado principio de exclu-sión Pauli y de uno de los principios fundamentales de la Teoría Cuántica citado.

En cuanto a disciplinas científicas, al movernos dentro del con-tinuo de relaciones que plantearemos, pueden llegar ciertas etapas donde se de una "crisis" entre el orden (discipli-na/ciencia) antiguo y el nuevo. Por ejemplo, un incremento in-cesante en la estandarización y frecuencia del comercio inter-nacional, con su formalización de los correspondientes contra-tos mercantiles de exportación, puede llegar a un umbral crítico donde su utilidad (la de los contratos) se torne en estorbo y requiera una adaptación automática a las "necesidades del mercado". Existiría una especie de "caos" de ineficiencia del

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modelo jurídico inversamente proporcional al orden más auto-mático y eficiente del mercado económico emergente (8).

Pero, además, si aceptamos que la realidad organizacional es una dialéctica continua entre racionalidad e irracionalidad, entre egoísmo y necesidad de afiliación, etc. ambos enfoques anterio-res podrían ser explicados dentro de un modelo más global con menor error que la suma de las varianzas residuales de los dos modelos anteriores aplicados de forma independiente. Un mo-delo en suma, y utilizando la nomenclatura propia de la Teoría de Sistemas, más sinérgico.

Hemos hecho un breve recorrido por algunas de las innovacio-nes más significativas de las ciencias físicas y naturales. Para finalizar este capítulo señalemos que, probablemente, y a tenor de la visión que se desprende de ellas, parece claro que el abismo entre espíritu, mente y materia comienza a diluirse en la luz del nuevo paradigma. Quiere esto decir que la separación entre ciencias físicas, naturales y sociales está dejando de tener sentido. Las, por varios siglos dadas por sentado, dicotomías entre ciencias y letras, ciencia y fe, razón y mito, y un largo et-cétera, vienen a ser sustituidas por conceptos sintéticos de un nivel superior.

Realmente, como apuntaba la cita de Bob Dylan que abría este capítulo: "los tiempos están cambiando".

Notas

(1) Esta tabla es prácticamente una síntesis de la bibliografía reseñada al final del capítulo.

(2) Originalmente en Feigl, H. The Mental and the Phísical. Ca-rece de año y editorial en el libro de D. Zohar.

(3) El original: "Plans and the structure of behavior".

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(4) Es interesante constatar que este libro fue publicado en 1960 y que fue de lectura obligada, al menos, en los cursos académicos 86/87 (siendo cursado este por el autor de esta tesis) y 87/88, dentro de la asignatura "Psicología Diferencial" de 4º Curso en la Facultad de Psicología de Valencia. Sin em-bargo, parecía ignorarse que hacía bastante tiempo que uno de sus autores había roto epistemológicamente con tal "Revolu-ción" para presentar su "Revolución Holográfica", a años luz de distancia respecto a las tesis expuestas en estos trabajos. El mismo Pribram se refería recientemente en una entrevista a este preocupante desfase entre la Universidad y el mundo de la investigación científica: "Los libros de texto van con un retraso de cincuenta años con respecto a las investigaciones científicas reales. Antes eran unos diez o quince años de diferencia (...) El problema con los libros de texto es que mucha gente tiene po-cas experiencias propias y lo que hace es leer libros de texto y escribir a partir de esos libros de texto otros libros.". (Pribram, 1991).

(5) Esta experiencia es un tema central en nuetro trabajo. Vol-veremos ampliamente a ella en próximos capítulos.

(6) En realidad, casi todos los científicos citados están en con-tacto más o menos estrecho, compartiendo la líneas fundamen-tales del "Nuevo Paradigma".

(7) La Teoría de las Catástrofes es un término para desarrollar un sistema de modelado matemático más satisfactorio a la hora de tratar con los eventos naturales radicalmente discontinuos (por ejemplo un metal que "cede" repentinamente) que los que puede proveer el tradicional Cálculo Diferencial. Fue introducido inicialmente por René Thom (1968) y atrajo muchos investiga-dores de las ciencias biológicas y sociales, aunque fue criricada por su escasa practicidad ("Catastrophe Theory," Microsoft En-carta, 1994).

(8) Estos "modelos" forman parte de nuestra aportación perso-nal en el capítulo dedicado al "Continuo de Relaciones Socia-les".

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Índice Analítico

Actividad Cognoscitiva, 75 Anomalía Científica, 415 Características de la Ciencia, 33 Causalidad, 296 Ciencia Latinoamericana, 82 Ciencia Normal, 59 Ciencia Regional, 89 Ciencia y Tecnología, 248 Ciencia y Valores, 48 Cientificismo, 158 Código Moral en la Ciencia, 50 Conciencia, 191 Conocimiento Científico, 124 Conocimiento Cotidiano, 111 Conocimiento Mítico, 117 Conocimiento Filosófico, 119 Conocimiento y Estructura Social, 264 Crisis Científica, 154 Desarrollo Científico, 61, 72 Desarrollo Histórico de la Ciencia, 52 Dogmatismo, 143 Epistemología, 205 Escultores de la Realidad, 144 Estructuras Disipativas, 329 Ética Científica, 49, 220, 244 Filosofía de la Ciencia, 31, 38, 43, 83, 87 Filosofía Latinoamericana de la Ciencia, 85 Filósofos Posmodernos, 176 Finalidad de la Ciencia, 45 Independencia del Ser, 196 Instrumentalismo, 143 Libertad Fundamental, 201 Medios del Conocimiento, 66, 68, 69, 70 Métodos, 31 Modelos de Conocimiento, 165 Modelo Holográfico, 321

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Filosofía y Desarrollo de la Ciencia

Modernidad, 169 Motivación y Ciencia, 303 Paradigmas, 218, 309 Poder de la Ciencia, 139 Política de la Ciencia, 43, 47, 220 Positivismo, 127 Programas de Investigación, 54, 55 Rasgos de la Ciencia, 31 Relativismo, 143 Revoluciones Científicas, 59 Sistema de las Ciencias, 64 Sociología del Conocimiento, 46, 259, 266, 267, 271 Supuestos Científicos, 131 Sustitución y Lucha de Teorías, 79 Sustitución de Estilos de Pensamiento, 80 Totalidad, 187 Valores, 237, 241, 249