etica y psicologia. la declaracion de principios eticos

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* Sesión del día 22 de noviembre de 2011 ETICA Y PSICOLOGIA. LA DECLARACION DE PRINCIPIOS ETICOS PARA PSICOLOGOS Por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Helio Carpintero Capell* 93 En el congreso internacional de psicología que se reunió en Berlin en el año 2008 tuvo lugar un acontecimiento que no ha hecho demasiado ruido, pero que posee una efectiva importancia para el amplio mundo de la comu- nidad psicológica internacional, y más en general, de las ciencias sociales. En dicho congreso se aprobó una “Declaración Universal de princi- pios éticos”, con el apoyo de las organizaciones de mayor alcance e implan- tación en el plano internacional: la International Union of Psychological Sci- ence (IUPsyS), de un lado, y la International Association of Applied Psychology (IAAP), de otro. (A esas dos se ha sumado también la Sociedad Internacional de Psicologia Transcultural, una organización particularmente sensible a los condicionamientos culturales y regionales de los temas psicológicos). Se trata de las sociedades psicológicas que hoy tienen pleno reco- nocimiento en el mundo de las organizaciones científicas y los foros cultu- rales donde son admitidas como interlocutores válidos para los temas de su especialidad. Igual sucede con las instancias internacionales, como las Nacio- nes Unidas, la UNESCO, y sus distintas agencias y organismos análogos. La primera reúne en su seno a sociedades científicas y/o profesiona- les, cada una de las cuales aparece como miembro representante de la vida

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Page 1: ETICA Y PSICOLOGIA. LA DECLARACION DE PRINCIPIOS ETICOS

* Sesión del día 22 de noviembre de 2011

ETICA Y PSICOLOGIA.

LA DECLARACION DE PRINCIPIOS ETICOS PARA PSICOLOGOS

Por el Académico de NúmeroExcmo. Sr. D. Helio Carpintero Capell*

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En el congreso internacional de psicología que se reunió en Berlin enel año 2008 tuvo lugar un acontecimiento que no ha hecho demasiado ruido,pero que posee una efectiva importancia para el amplio mundo de la comu-nidad psicológica internacional, y más en general, de las ciencias sociales.

En dicho congreso se aprobó una “Declaración Universal de princi-pios éticos”, con el apoyo de las organizaciones de mayor alcance e implan-tación en el plano internacional: la International Union of Psychological Sci-ence (IUPsyS), de un lado, y la International Association of Applied Psychology(IAAP), de otro. (A esas dos se ha sumado también la Sociedad Internacionalde Psicologia Transcultural, una organización particularmente sensible a loscondicionamientos culturales y regionales de los temas psicológicos).

Se trata de las sociedades psicológicas que hoy tienen pleno reco-nocimiento en el mundo de las organizaciones científicas y los foros cultu-rales donde son admitidas como interlocutores válidos para los temas de suespecialidad. Igual sucede con las instancias internacionales, como las Nacio-nes Unidas, la UNESCO, y sus distintas agencias y organismos análogos.

La primera reúne en su seno a sociedades científicas y/o profesiona-les, cada una de las cuales aparece como miembro representante de la vida

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y la profesión psicológica que se lleva a cabo en su respectivo país. Consti-tuye un foro internacional para la psicología, que así se halla presente en losdiferentes círculos relativos a ciencia y tecnología hoy existentes en la esferainternacional. La segunda, en cambio, es una organización que agrupa enforma individual a psicólogos de todos los países, vinculados de un modo uotro a la práctica profesional, en sentido amplio, y haciendo con ello posi-bles múltiples acciones cooperativas de especialistas de distintos países ydiversa orientación.

Ambas organizaciones tienen una considerable trayectoria histórica.La dedicada a la psicología aplicada es continuadora y heredera de una pio-nera Association International de Psychotechnique, que se creó en 1920, enGinebra, con el propósito de fortalecer la unidad de la ciencia y la profesiónpsicológica tras los dramáticos choques habidos entre países europeosdurante la I guerra mundial. Sus promotores buscaban soldar las grietas ytender puentes entre las comunidades de científicos y profesionales que,movidos por un ideal científico común, se habían visto forzados a enfren-tarse unos con otros por razones de índole política y patriótica. Había quecrear nuevas redes interpersonales mediante la activa cooperación. Se tra-taba de restablecer la colaboración entre psicólogos para hacer frente demodo coherente y solidario a los problemas técnicos surgidos al diseñarprogramas de intervención ante los problemas sociales aparecidos en lassociedades modernas avanzadas. Por otro lado, la IUPSYS, sociedad for-mada por asociaciones nacionales, y creada en 1951, encontraba ante sí unmundo radicalmente escindido entre grandes bloques ideológicos, dondelas comunicaciones individuales habían sido en muchos casos interrumpidaspor los obstáculos plurales levantados entre los bloques, y que reforzabanla tensión de la llamada “guerra fría”. Hubo entonces que suplir o comple-mentar los contactos individuales mediante otros de orden institucional,reconocidos y muchas veces controlados por los gobiernos nacionales. Lacooperación quedó situada así en un plano social sobre el que podía recaerla supervisión de las autoridades políticas. Estas, en muchos casos, habíanllegado a reconocer el valor más o menos estratégico que tenía la psicolo-gía para los programas colectivos de control y bienestar social. La experien-cia de la II Guerra Mundial había dado un respaldo definitivo al valor socialde las técnicas psicológicas en una pluralidad de campos, desde la selecciónde personal a los más específicamente clínicos.

Los antecedentes

La preocupación por los problemas deontológicos en el campo delos temas psicológicos tiene un largo pasado. Es comprensible, ya que enellos está en juego casi siempre la intimidad de la persona, a la que en

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muchos casos se la naturaliza, y con frecuencia se trata de modificar mediantealguna intervención más o menos manipuladora. Aunque la psicología cien-tífica moderna no nació como un instrumento destinado a subvenir y resol-ver necesidades, ya fuesen individuales o de grupo, sin embargo se convir-tió enseguida en un saber del que derivaban técnicas de aplicación. Con ellonació acto seguido la pregunta por la moralidad de tales intervenciones, asícomo la de la distancia relativa que debería mediar entre cliente y psicólogo,y la índole de esa relación. De un modo casi natural apareció la reflexiónmoral sobre aquella práctica que tan de cerca atañía a la interacción de dosseres humanos. Su sistematización, en cada sociedad o grupo, vino a deter-minar el florecimiento de una variada serie de ‘códigos éticos’, generalmentecoincidentes en ciertas bases o principios, pero también en muchos casosdotados de especificidad claramente reconocible. Resultaba visible la influen-cia poderosa ejercida por las diferentes culturas y cosmovisiones en la regu-lación de la relación clientelar.

Ha influído en este desarrollo último la configuración creciente dela psicología como campo profesional dotado de una cierta estandarizacióny tecnificación. En ello ha cabido una parte no pequeña del mérito a los testsde inteligencia y personalidad. Una relación humana estrictamente interindi-vidual, de persona a persona, que muchas veces ha servido de cauce paradispensar la ayuda al otro por parte del psicólogo, difícilmente podría serobjeto de regulación normalizadora. Las acciones de consilio y de ayuda per-sonal escapan normalmente de las redes de profesionalización. Pero aquí,como en otros campos del saber, la tecnificación ha ido acompañada de laobjetivación y la cuantificación de los fenómenos, así como de la creación deinstrumentos y aparatos de medida y de análisis, que se han difundidoampliamente. Además, se han venido repitiendo crecientemente problemasy situaciones perfectamente tipificadas en individuos y grupos, con estructu-ras y rasgos reiteradamente presentes. Todo ello por fuerza había de tenercomo efecto la generalización de los procedimientos de intervención, unacreciente definición de los roles intervinientes, y una relativa ‘despersonali-zación’ de la figura del profesional (asesor, supervisor, orientador, terapeuta),cuya acción o acciones se iban a mostrar crecientemente como susceptiblesde generalidad, regulación normativa y evaluación.

En los más diversos lugares y países, y con las temáticas más varias,la práctica psicológica ha generado formas de obrar ‘mejores’ y ‘peores’, esdecir, ha mostrado disponer de un abanico de posibles procedimientos ymodos de trato en el acto mismo de la intervención. Ello ha exigido un aná-lisis, un estudio valorativo, y sobre todo, una reflexión normativa que fijaraniveles de calidad y procedimientos reglados que garantizaran su adecuadaaplicación. Por otra parte, enseguida se fue produciendo la difusión interna-cional de técnicas, de instrumentos, de modelos operativos, y una continua

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interacción en medios internacionales de profesionales procedentes de cul-turas y sociedades diversas. Todo ello había de terminar por hacer sentir lanecesidad de crear estándares de valor general, así como recomendacionesque guiaran al profesional en el ejercicio de sus facultades en las diferentessituaciones en que puede ser requerida su intervención.

Otro elemento importante procede de esa profesionalización de ladisciplina. Esta ha tenido como efecto inmediato su inclusión dentro delcampo de los servicios que una sociedad puede ofrecer a sus miembroscuando los necesitan, y respecto de los cuales se sienten con derecho a exi-gir ciertos niveles de calidad y responsabilidad a quienes se los proporcio-nan. Las condiciones de “buena” o “mala práctica”, que hoy se aplican aamplios sectores de la actividad social y profesional, han ido en todas lasocasiones lógicamente acompañadas de una demanda de normatividad desdela que asentar criterios y evaluar resultados. La práctica misma, en su deve-nir como tal, ha hecho necesaria la reflexión evaluadora y la fijación de lími-tes de responsabilidad.

Lógicamente, en todo este proceso, las dos organizaciones interna-cionales psicológicas ya mencionadas, dieron cauce y prestaron su apoyo, ala inquietud primero, y la demanda después, que reclamaba códigos regula-dores que pudieran satisfacer las necesidades sentidas individualmente.

Unas gotas de historia

La atención psicológica técnica a la otra persona lógicamente tieneuna “prehistoria”, que precede al surgimiento de la psicología científicomoderna, y su consolidación como campo científico diferenciado e indepen-diente. La demanda de atención a los temas mentales y psicológicos ha apa-recido ya en las primeras civilizaciones, y de ello se han ido ocupando pro-fesionales y personas experimentadas, pertenecientes a campos del saberpróximos a la psicología : la medicina, la filosofía, la religión, la educaciónEs notorio en cambio que el nacimiento de la ciencia psicológica contempo-ránea tuvo lugar a finales del siglo XIX, mediante un proceso en que tuvoespecial protagonismo el alemán Wilhelm Wundt (1832-1920), con su labo-ratorio de la Universidad de Leipzig (1879). Desde ese tiempo se ha venidodesarrollando una actividad técnica profesionalizada, en paralelo con el lentosurgimiento de la psicología aplicada.

Resulta, pues, que la mayor parte de los principios regulativos quese han revelado como eficaces a la hora de ordenar el campo propio de lapsicología ya tienen una larga historia previa, en buena medida ligada a lasreflexiones morales normativas aplicadas a aquellos campos profesionales

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afines, especialmente los de la praxis médica, que tiene múltiples puntos decontacto con la propia del psicólogo. Así, se ha señalado con frecuencia queen textos tan antiguos como el Código de Hammurabi. (entre 1700 y 1800años aC), ya se contemplaba la acción benéfica del médico, se regulaban cas-tigos para una práctica lesiva para el paciente, y hasta se daban orientacio-nes acerca de los emolumentos con que compensar al experto por su inter-vención (Sinclair, 2007). Mucho más interesante se muestra ser el juramentohipocrático (entre 400 y 500 aC), que en buena medida ha sido fuente de ins-piración para los profesionales de nuestro tiempo en su busca de una nor-mativa con raíces históricas. Aquí, en efecto, principios como el de no hacerdaño al paciente, la confidencialidad de las informaciones que sobre elpaciente reúne el terapeuta, o la obligación de mantener el nivel de conoci-mientos que permitan actuar con “dignidad y seguridad”, anticipan normasque hoy son asumidas por diversas codificaciones deontológicas de los psi-cólogos de nuestro tiempo ( Barcia et al. 1998).

En la reflexión preparatoria de la Declaración que estamos comen-tando, tales antecedentes no parecen haber tenido peso apreciable. En cam-bio, sí ha influído, comprensiblemente, el código ético que estableció la Ame-rican Psychological Association (APA) en 1958. Junto a la importancia de estaasociación, hoy la primera en su género en el mundo tanto por número comopor desarrollo científico y técnico, hay que reconocer también la madurez dela reflexión normativa alcanzada, que ha hecho de ese documento un impor-tante modelo y guía para los códigos que han venido después. Este resultóde un proceso largo de elaboracion, en donde se buscó fundar sus proposi-ciones sobre la base empírica de determinadas situaciones problemáticas yconflictos concretos surgidos en la práctica efectiva. Incluso se diferenciaronlos casos que correspondían a distintas líneas de intervención de la psicolo-gía aplicada —las organizaciones, los ambientes educativos, la problemáticaclínica, etc.—, para precisar mejor los rasgos particulares de cada esfera decuestiones. En sus diferentes artículos se hallan ya más o menos especifica-dos la mayoría de los valores y principios normativos que se han ido reco-giendo en los códigos posteriores, en especial todo lo relativo a la confiden-cialidad de los datos propios de las intervenciones, el consentimiento, lacompetencia técnica en relación con diagnósticos, exploraciones y terapias,y otras cuestiones análogas. Su planteamiento general podría condensarseen uno de sus primeros principios, en el que se afirma que “ como profesio-nal (practitioner) que es, el psicólogo sabe que tiene una grave responsabi-lidad social, porque su trabajo puede afectar de manera íntima a la vida delos otros” (Sinclair, 2007; APA, 2011).

Esa penetración de la intervención psicológica en las vidas ajenases, o debe ser, de una naturaleza singular. En efecto, se ha de hacer siempredesde un conocimiento científico-técnico, y no puede estar simplemente

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basada en criterios meramente compasivos o humanitarios. Se trata de imple-mentar una acción racional, resultado de un previo conocimiento científico-técnico, y cuya adecuación al caso concreto ha de poder ser establecida demodo justificado, esto es, de una manera probada. Análoga fundamentacióntambién ha de hallarse en el caso de la actividad investigadora, y en el tratoque en ella se aplique a los sujetos experimentales —en general, organismosvivos, y, en innumerables ocasiones, sujetos personales.

Con el despliegue de la psicología como técnica y como profesiónen gran parte de los países del Tercer Mundo, tras haberlo hecho en las socie-dades occidentales, desde finales del siglo XIX, se fue haciendo creciente laexigencia de una continua atención hacia los aspectos culturales y las dife-rencias ideológicas de las diferentes sociedades. Tales diferencias condicio-nan la manera particular de ser vista y vivida la realidad humana a través delas diversas cosmovisiones que subsisten en el mundo actual. La manera con-creta que cada sociedad tiene a la hora de situar y valorar a la persona haresultado tener un peso creciente sobre el modo de percibir la acción psico-lógica en su integridad.

Precisamente a la hora de trazar este marco, la riqueza represen-tada por las diversidades nacionales integradas en la International Union ofPsychological Science (IUPSYS) ha hecho por fuerza más intensa la atencióna los modos distintos de enfrentar las intervenciones especializadas segúnlos grupos y las culturas. Por consiguiente, no serán posiblemente aplicableslas mismas fórmulas de trato, ni de examen, ni de confidencialidad en paí-ses de clara cultura individualista, y en aquellos otros de cultura mucho máscomunitaria y grupal. También las diferencias políticas y religiosas han gene-rado formas idiosincráticas de plantear y desarrollar las distintas modalida-des de intervención técnica del psicólogo.

En un mundo crecientemente unificado como es el nuestro, las pra-xis profesionales se han ido aproximando y asemejando unas a otras, y entreunos y otros países. Se hacía, pues, necesaria, a juicio de muchos, una orde-nación con aspiraciones a regir la comunidad internacional en el campo espe-cífico de la intervención psicológica. (Una revisión reciente sobre la proble-mática de esta normativa referida a España, puede verse en Bermejo,2009).De ahí surge esta Declaración.

La Declaración de 2008. Precedentes

El interés por la elaboración de un código ético ha ido cobrandoforma e intensidad en los primeros años de este siglo. Una serie de investi-

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gadores y profesores, en muchos casos con experiencia profesional, fuerondando cuerpo al tema a través de conferencias y simposios organizados encongresos internacionales de las dos grandes sociedades promotoras men-cionadas. El profesor canadiense Janel Gauthier, de la Universidad de Laval,acertó a canalizar esas inquietudes, promoviendo la constitución de una comi-sión ad hoc, con miembros de diferentes países y culturas, interesados todosen la obra común de la redacción de un código con proyección internacio-nal. De este modo, fue progresando el trabajo, abierto al examen de códigosya existentes, en distintos países, así como al análisis de los desarrollos teóri-cos de deontología general (Gauthier, 2007; Ferrero y Gauthier, 2009).

En el año 2006 se alcanzó un primer borrador del documento, nolejano del final, pero tal vez más formalizado y articulado de lo que ésteúltimo ha venido a ser (v. Declar).

La declaración final

Se trata de un documento singular. Nunca antes había habido unintento semejante de unificar los planteamientos deontológicos de los psi-cólogos, generalmente recogidos en códigos o regulaciones nacionales.Como las cuestiones psicológicas están siempre teñidas de influencias cul-turales, había hasta ahora dominado una perspectiva ‘de abajo arriba’, quecomenzaba por afirmar la condición idiosincrática de cada código regulador.Este nuevo paso de ahora, por tanto, reafirma una voluntad de unidad delas comunidades de psicólogos. Cada una se sabe enfrentada con problemasanálogos a los de las demás, pero sobre todo, es consciente cada vez másde la condición global que ha alcanzado a tener la imagen de la psicología.Esta es vista en todas partes como una ciencia y una tecnología de granimpacto sobre las vidas individuales y los desarrollos grupales.

Se ha limitado voluntariamente la Declaración, por parte de sus pro-motores y de las sociedades que la apoyan, a una formulación de principios,al tiempo que se ha evitado hasta el más mínimo acento de imperiosidad ycoactividad. Sólo pretende trazar una imagen teórica de los elementos valo-rativos desde los que se ha de contemplar la tecnología psicológica. Lo quese busca es, pues, la creación de un marco consensuado dentro del cualquepa inscribir los desarrollos concretos que en cada sociedad y en cada cul-tura hayan tenido lugar o puedan generarse.

Han bastado a sus autores unas pocas páginas para presentar suobra. El resultado es un texto dividido en una Introducción y cuatro princi-pios. Cada principio va conectado con una serie de valores que deben ins-pirar la acción del psicólogo. La introducción está pensada para dar cuenta

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de la intención que ha llevado a la confección del documento ; los princi-pios, para precisar con brevedad cuáles parecen ser los principales aspec-tos o facetas del quehacer psicológico que caen bajo la normatividad aquíconsiderada; y en fin, ciertos valores concretos que aparecen unidos a losdistintos principios y que vienen a matizar en cada caso el sentido de éstos.

Resumen breve de su contenido

Se abre el preámbulo introductorio con una primera afirmación, quees ésta: “La ética se encuentra en el núcleo de toda disciplina”. Ella nos sitúa,pues, ante una consideración de la psicología como disciplina, esto es, comola forma social de una doctrina conceptual que se transmite, se enseña ysobre todo, se aprende. Está referida, de inmediato, a una comunidad socialdeterminada que es la formada por “las psicólogas y los psicólogos”, aquívistos ante todo como unos ‘profesionales’ que llevan a cabo sus trabajos enun “contexto social” (Declar, p.1).

No es irrelevante este punto de partida . Porque la perspectiva con-creta desde donde se va a construir esta declaración es la que correspondeal ámbito de dicha profesión. No estamos ante una consideración etimoló-gica del término, ni ante la definición de una disciplina filosófica o cientí-fica. Nos movemos de entrada en un marco social profesional. La psicolo-gía es hoy muy principalmente una profesión. Y en toda profesión, como essabido, hay un cuerpo de doctrina, unos miembros que la poseen, compar-ten y ponen en práctica de varios modos, unas aptitudes y habilidades espe-cíficas, con lo cual logran beneficios para la sociedad, para ellos mismos, ypara otras personas que se convierten en clientes suyos. De esa interacciónsurgen unas determinadas formas de praxis, de las que sus autores tienenplena responsabilidad, y sobre las que va a recaer una valoración y un jui-cio moral (França-Tarragó, 1999, 17).

El texto aspira a trazar el “marco moral compartido que guía e ins-pira a psicólogos y psicólogas de todo el mundo hacia los más elevadosideales éticos en su trabajo científico y profesional”. Como enunciado sin-tético de unos principios básicos, se supone que habría de cumplir lassiguientes funciones: ser fundamento de códigos éticos particulares; servirde medida estándar del progreso ético en psicología; unificar criterios entrelas comunidades nacionales, y sentar la base para la evaluación de sus posi-bles transgresiones (Declar, p.1).

En sus apartados concretos, busca establecer, de un lado, una seriede valores que inciden más o menos directamente sobre la praxis psicoló-gica; de otro, a formular unas reglas que materialicen y den cuerpo a esos

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valores reconocidos. Los principios a que se da expresión en el documentoson estos cuatro:

1. Respeto por la dignidad de las personas y los pueblos2. Cuidado competente del bienestar de los otros3. Integridad4. Responsabilidades profesionales y científicas con la sociedad.

De entrada hay que decir que estos principios aparecen reconocidospor doquier, en obras que reflejan el sentir general de grandes colectivos depsicólogos (e.g., Lindsay, 2008). Ello evidencia su alto grado de difusión yaceptación, así como, en relación con la Declaración que examinamos, elsentido integrador y continuista de su elaboración.

Objetivos del documento

Todo documento programático o declarativo de una comunidad ogrupo social da, más o menos directa e inmediatamente, expresión a su pro-yecto o proyectos colectivos, contribuyendo con ello a definir la imagensocial con que aspira a presentarse a los ojos de los demás. Las afirmacionessobre fines y metas pueden ser tomadas, por eso, como confesiones más omenos abiertas de la idea que de sí mismo tiene el grupo que las defiende ymantiene.

Aquí no es otro el caso. Los primeros párrafos del documento con-tienen la formulación de los objetivos buscados. También nos llega la decla-ración profesional de quienes, trabajando vocacionalmente en la interven-ción psicológica, se declaran radicalmente vinculados a la sociedad en quese hallan insertos (Declar, p.1).

De todos modos, algunas cosas llaman la atención en este texto. Lomás inmediato es el reconocimiento de la condición histórica del quehacerprofesional, y la necesidad de ajustar la regulación moral a las peculiaridadesde la diversidad social. Otra, la voluntad de complementar, pero no sustituir,a los códigos éticos concretos que las distintas sociedades pueden haber lle-gado a establecer de modo particular. Se diría que se trata de completar, porvía de radicación unificadora, las diferentes normativas o las varias praxis eva-luativas que han ido surgiendo en los diversos colectivos especializados.

El documento parte del reconocimiento de que el ser humano es unser histórica y socialmente situado. Los psicólogos, se dice en él, “reconocenque las vidas e identidades de los seres humanos, tanto individual como colec-tivamente, están relacionadas a través de las generaciones (cursivado mío), y

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que existe una relación recíproca entre los seres humanos y su ambiente natu-ral y social” (Declar. Preámbulo). La posición de cada persona queda defi-nida, de un lado, por la red de relaciones con su pasado histórico-social —lassucesivas generaciones—, y de otro, por las conexiones con su entorno físicoy social. La consecuencia es la aceptación de una responsabilidad del psicó-logo en relación con su mundo, y su consiguiente subordinación, como de laparte al todo. En nuestro caso, ello supone valorar el bienestar de la sociedadpor encima del de la disciplina y de sus miembros. Dicho de otro modo, lospsicólogos están ‘para’ servir a la sociedad, y no al revés. Pero como la socie-dad existe diversificada por las culturas, las tradiciones diversas, los desarro-llos étnicos y las transformaciones políticas, la Declaración asume y reconocedesde el primer momento esa diversidad de culturas y creencias. La conse-cuencia última de todo ello es que los principios morales, al ser aplicados deacuerdo con esa diversidad, habrán de ajustarse al “carácter local o regional”de las cuestiones a que haya que aplicarlos, “para asegurar su relevanciaacorde a la cultura, las costumbres, las creencias y las leyes locales o regio-nales” (Idem, p.1).

Esto explica que, desde el primer momento, cobren aquí protago-nismo los “países” y “pueblos” en plano de igualdad con las personas que losintegran. Aunque los destinos finales de la acción del psicólogo terminensiendo éstas últimas, cuyas dificultades y limitaciones se pretende resolver,desde el punto y hora en que los individuos son de índole social, cuantasmodificaciones se diseñen para aplicárselas se habrán de construir deacuerdo con una serie de niveles colectivos. Se habrá de considerar, por lopronto, los condicionamientos impuestos al individuo por su sociedad, lasexigencias del bien colectivo, y la motivación de orden general que impulsaa los seres humanos a construir “un mundo mejor”, de tal manera que susvalores se consoliden y en lo posible se maximicen.

Desde el primer momento se hace explícito aquí un supuesto gene-ral. Y es que la psicología aparece prioritariamente contemplada como saberaplicado y esencialmente ligado al bienestar humano y a las demandas socia-les. Desde esa perspectiva, lo que la acción del psicólogo trata de hacer escontribuir a la tarea general de “construir un mundo mejor”, donde prevalez-can los valores morales de la paz, libertad, responsabilidad, justicia, morali-dad y en general se respete de verdad la “condición humana” (Ibidem). Esdecir, que se ve su acción, ante todo, no como acto de pura ciencia,sino pri-mariamente como una técnica y una práctica ligadas a la esfera de los sabe-res aplicados, a las que cabe medir por su ‘utilidad’ y su mayor o menor con-tribución a la humanización de los semejantes.

Como luego veremos, este ‘primado de la práctica’ ha tenido y tieneinnumerables consecuencias. Señalaré una a guisa de ejemplo. En el campo

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teórico de la psicología experimental, los psicólogos interesados en cuestio-nes conceptuales han utilizado indistintamente para sus investigaciones suje-tos reales, organismos animales o computadoras; han buscado operar sobresistemas en los que se pudiera manipular e interrelacionar inputs percepti-vos y outputs de respuesta que permitieran alcanzar el descubrimiento derelaciones de dependencia entre ellos, a fin de poder formular generalizacio-nes —es decir, leyes comportamentales. En cambio, los investigadores apli-cados han debido atenerse a las condiciones que impone la presencia delsujeto humano en la experimentación, y consecuentemente, se han visto limi-tados por todas las salvaguardas que se han puesto a fin de mantener el tra-tamiento de los procesos experimentales de modo plenamente conforme conla ética. Esta rechaza innumerables formas de manipulación con sujetoshumanos, que en cambio son posibles con máquinas, y también, aunquelimitadamente, con animales. Tales constricciones afectan decisivamente a‘lo que se puede’ y ‘lo que no se puede’ hacer en los diseños experimenta-les. Historias como la narrada en La naranja mecánica, el notable film deStanley Kubrick, han resultado ser denuncias efectivas que han bloqueadoposibles líneas de investigación sobre técnicas de control de la conducta,campo en que destacó con luz propia nuestro compatriota José María Rodri-guez Delgado, recientemente desaparecido.

Contemplemos ahora, con algún detalle, los principios éticos quehan sido recogidos en la Declaración recientemente aprobada, de modo queobtengamos alguna luz complementaria para entender la realidad efectivade la psicología de nuestro tiempo.

Principio sobre dignidad de personas y pueblos

El primer principio que parece que debe guiar al psicólogo en suobrar en cuanto tal, el “más fundamental” y además, según se dice, uno “uni-versalmente encontrado a través de las fronteras geográficas y culturales, yde las disciplinas profesionales”, es “el respeto por la dignidad de las perso-nas”. Resulta, pues, que la psicología se ocupa y preocupa por las personas,y por ciertos problemas suyos, casi siempre personales. Y como las perso-nas son realidades sociales, que viven y se realizan en convivencia, y exis-ten inmersas en una “continuidad de vidas y culturas a lo largo del tiempo”,de ahí que se concluya diciendo que “el respeto por la dignidad de perso-nas incluye …el respeto por la dignidad de los pueblos”. Por eso es por loque “las psicólogas y los psicólogos aceptan como fundamental el Principiode Respeto por la Dignidad de las Personas y los Pueblos” (Id. Declar, p.2).Algunos han considerado éste como “el principio ético básico de la psicoé-tica” (Chamarro, 2007, 19).

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La explicación que aquí se da es sencilla. Esa dignidad vendría deque la persona posee un “valor inherente”, ligado a su condición misma detal, con independencia de sus variadísimas características individuales, inclu-ídas su posición social, la etnia, el género, sus capacidades, y las diferenciasaparentes o reales que puedan mediar entre cada una de ellas y todas lasdemás. A toda persona le corresponde una “igual consideración moral”,desde la cual tiene que ser atendida, entendida y tratada (Ibid.).

En el texto no se aborda ni se intenta dar una caracterizaciónsiquiera mínima de lo que aquí se entiende por persona. Esto, evidente-mente, lo da por supuesto. Cabe pensar, pues, que el concepto está tomadoaquí según el uso del mismo en la tradición occidental. Es de sobra sabidoque desde los principios de la Edad Media, se ha venido repitiendo aque-lla definición afortunada que de la persona hizo Boecio: ‘la sustancia indi-vidual de naturaleza racional’. Pero no parece probable que esa idea hayaservido de base a esta elaboración del principio, puesto que no hay en élninguna alusión a esa condición racional, que sería el rasgo característicode ese tipo de sustancia. Más bien cabría referirlo, en cambio, a una ideacompletamente genérica como, por ejemplo, la recogida por el WebsterDictionary, que la define asi: “hombre, mujer o niño en cuanto tiene unaindividualidad diferenciada o personalidad, o en cuanto distinto de un ani-mal o una cosa”. Tal delimitación podría venir un poco más matizada porotra acepción también recogida en ese mismo diccionario, que añade laidea de que es considerada “como poseyendo derechos y deberes” (Webs-ter, 1989). Individualidad, singularidad distintiva frente a animales y cosas,y participación en un orden normativo, que presupone libertad, y que sele ofrece a través de una serie de derechos y deberes: tales podrían ser lasnotas de la idea de persona concordante con las precisiones de esta Decla-ración.

Veamos ahora aquellos ‘valores’ que dan concreción a la proposicióngeneral mencionada (Id. Declar, p.2).

Para empezar, se afirma que se ha de tener en cuenta la dignidad yunicidad de cada persona. Esta estaría siempre y por principio por encima delvalor de toda cosa. Evidentemente, dentro de esa categoría habrá que incluira todos los implicados en la intervención —los clientes, los sujetos experi-mentales, y cuantos de algún modo estén relacionados con la intervenciónde que en cada caso se trate.

Junto al respeto a la persona, se habla también del respeto a “lospueblos”, a su diversidad, sus costumbres y creencias —sentimiento sololimitado en aquellos casos en que la dignidad de la persona, o su bien-estar pudieran verse afectados o mermados por la atención al grupo

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común. Aquí se manifiesta una visible voluntad de evitar todo posiblecentrismo europeo u occidental, y de afirmar en su lugar un universa-lismo multicultural.

También se han incluído aquí cuestiones mucho más directamenteconcernidas con la práctica diaria del psicólogo, a saber: “consentimientolibre e informado; “privacidad”; “confidencialidad” y tratamiento “con equi-dad y justicia” (Ibidem).

Todas están directamente implicadas en la relación interpersonal Psi-cólogo-Cliente, y marcan las exigencias mínimas requeridas para regular eltrato y la información que se genera y circula en dicha relación. Apuntan notanto a valores específicos de esta profesión en concreto, sino a aspectoscomunes a todas aquellas que tienen como objeto formal de su ocupaciónalguna dimensión personal e íntima de los implicados en la intervención pro-fesional.

Como el cliente es una persona, esta condición suya introduce con-dicionamientos básicos en la relación profesional establecida. Su carácterautónomo, libre y autodecisorio, que le dan dominio sobre sí, y que le hacen“dueño de sí”, hacen que al entrar en relación con el psicólogo, que de unmodo u otro viene a ayudarle en alguna cuestión de importancia para él, hade estar en condiciones de decidir sobre su futuro con el máximo conoci-miento y responsabilidad acerca de aquello que en la intervención se ledemande. Ha de poder dar un ‘consentimiento libre e informado’, sobre labase de las orientaciones y explicaciones que obtenga del técnico profesio-nal. Es claro que la acción personal no es posible sin un conocimiento pre-vio que la guíe. La idea del consentimiento libre e informado, un ideal al quelos casos individuales habrán de aproximarse más o menos plenamente, noes un criterio deontológico específico del psicólogo, sino genérico, presenteen innumerables códigos de las más diversas profesiones. Es también, porsupuesto, un tema central de la deontología médica, y hace ya muchos añosque se la ha considerado parte esencial de una buena terapéutica (Gracia,1989; Barcia et al. 1998). No podía faltar aquí. Pero tampoco se va más allá,ni se dan más precisiones sobre cómo entenderlo; son cuestiones sin dudaremitidas al detalle de los códigos profesionales, que habrán de desgranary explicitar estas reglas generales.

También son de importancia en la psicología, como en otras profe-siones que incluyen aspectos íntimos, personales, o con trascedencia para laimagen social de la persona, las cuestiones de privacidad y confidencialidad.Ambas van unidas a la fuerte implicación subjetiva que tienen todos losaspectos relativos a la conducta individual, y sobre todo a la personalidad yla mente del cliente. Dos palabras sobre ellas.

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Primero, la confidencialidad. La relación del psicólogo con su cliente,en una dimensión esencial, está envuelta en confidencias, en innumerablesocasiones. No me resisto a traer aquí las palabras de Laín Entralgo sobre laconfidencialidad a propósito de la amistad, porque arrojan luz sobre nuestrotema. “Confidencia —dice— es la donación de una parte de la intimidad pro-pia —esto es, de una parte de aquello que en la intimidad de un hombre esreal y verdaderamente ‘suyo’— a la persona del amigo” (Lain, 1986, 172). Y,añadimos ahora, donado también al médico, al psicólogo, al abogado, segúnel caso de que se trate. El cliente pone su bienestar, su fama, incluso su vida,en las manos del profesional en quien ha confiado.

El psicólogo ha de reservarse las informaciones que obtiene, dadoque el cliente ha puesto su vida íntima en sus manos y ha de respetar esareserva en la medida en que ha accedido a ella desde un contrato o acuerdoinicial. Todo el contenido de la relación psicólogo-cliente, incluído el hechode existir esa relación en forma profesional, ha de quedar reducido dentrodel mundo de relación entre cliente y psicólogo a un régimen de confiden-cialidad que mantiene lo informado en un régimen de seguridad reciprocaentre ambos, aunque haciendo posible el desarrollo de la intervención. (Sólolos casos de gravedad última para la vida del cliente o de un tercero puedenpermitir al psicólogo dejar en suspenso la confidencialidad de la informa-ción que pueda llegar a poseer, en ciertas situaciones).

Y segundo, la privacidad. El ámbito del mundo personal del cliente aque el profesional accede ha de ser siempre aquel, y solo aquel, que está rela-cionado con el campo de la intervención. El resto debe permanecer poseídoprivadamente por su protagonista. Es verdad que en muchos casos, se hacepreciso poner en relación elementos consabidos y compartidos con aspectosíntimos reservados para sí por el cliente; pero sólo avalado por un sólido fun-damento científico podrá el profesional tratar de penetrar ahí, y nunca paraobtener provechos marginales ilegítimos derivados de su conocimiento. Enuna palabra, el técnico no puede ni debe invadir facetas o aspectos de la vidadel cliente que no guarden relación efectiva con el problema que trata deresolver, y menos usar para otros fines cuanta información privilegiada haobtenido de aquel. El psicólogo ha de contribuir a consolidar y depurar lavida de las personas, y en ningún caso a violentarlas ni a profanar su realidad.

El principio del Cuidado Competente del Bienestar de los Otros

El segundo principio formulado en la Declaración dice que “las psi-cólogas y los psicólogos aceptan como fundamental el Principio de CuidadoCompetente para el Bienestar de los Otros” (Declar. Ppo.II, p.3).

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Con esas palabras se asume, y proclama la condición de la psicolo-gía como saber y hacer útiles, beneficiosos para el individuo y la sociedad.Caracteriza hoy el quehacer de los psicólogos, en su dimensión aplicada, esesentido positivo del saber técnico.

Este es un acento, hoy dominante, que sin embargo vino a añadirseen este campo a lo largo del siglo pasado. Originariamente las cosas fueronotras. La psicología moderna nació con una pretensión teórica, buscando com-prender los procesos mentales —sentir, pensar, aprender y querer, podríamosdecir— y tratando de clarificar, de este modo, la estructura de la subjetividadhumana. Concebida inicialmente como psicología fisiológica, su preguntalógica apuntaba hacia las estructuras orgánicas que hacen posibles aquellasfunciones. Su inmediata raíz biológica hizo que pronto se contemplara lasfunciones de la mente desde el punto de vista de la doctrina evolucionista,concebida como marco general de todos los problemas de la vida natural. Lapsicología se iría desplegando en los seres vivos en forma paralela a la evo-lución del organismo. Lo mental quedó enlazado con lo físico, la mente conel cuerpo, como examinó hace tiempo entre nosotros Jose Luis Pinillos (Pini-llos, 1983), y ello permitió el análisis y evaluación de los procesos mentalesdesde la perspectiva de la adaptación biológica y del ajuste al medio. La nuevapsicología se constituyó como ciencia natural de orientación puramente teó-rica. Pero toda ciencia tiende a generar una técnica que opere y controle elámbito fenoménico de su consideración. De esta suerte, el creciente desarro-llo de los conocimientos terminó por alentar el deseo de aplicarlos y asi obte-ner beneficios concretos. Surgió, pues, ya en un segundo momento, el des-arrollo de una vertiente aplicada, que enseguida se materializó en elestablecimiento de diferentes lineas de intervención. El psicólogo se enfren-taba así a un campo casi ilimitado de problemas. Dondequiera que el hom-bre siente, percibe, aprende, piensa, quiere y opera, puede hacerlo mejor opeor, puede conducirse con limitaciones o sobresalir en la ejecución. Puede,en fin, hacerse cuestión de su modo de operar y aspirar a lograr una posiblemodificación perfectiva. Y aunque, desde esta perspectiva, nada humano hayajeno a la psicología, las grandes demandas vinieron a concentrarse en unoscuantos puntos sobresalientes: el campo de los problemas clínicos, y el anchomundo de la formación para la acción, abarcándose aquí tanto los procesoseducativos como los quehaceres organizacionales, o empresariales, esencia-les en una sociedad como la nuestra,que está orientada al dominio técnico dela naturaleza física y humana. Así fueron surgiendo las grandes ramas de lapsicología aplicada, y con ello se vino a colocar en un término muy destacadoese principio de beneficio y utilidad para los otros desde el que hoy ya es for-zoso considerar las doctrinas en vigor en el campo de la psicología.

He recordado en alguna otra ocasión que, en los primeros tiemposde nuestra disciplina, uno de sus más distinguidos cultivadores, el inglés

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Edward B. Titchener (1867-1927), afincado en los Estados Unidos, y granpromotor de la consolidación de la nueva ciencia desde su cátedra y labora-torio de la Universidad de Cornell, criticó con energía el desarrollo de lasintervenciones aplicadas, convencido de que para ello era precisa más inves-tigación de la que hasta entonces había.

Escribiendo en 1909 a su colega el psiquiatra Adolf Meyer en el cursode una correspondencia que se ha hecho ya famosa, dejó claro su sentir :“Los creadores de ciencia han sido hombres para quienes la utilidad carecíade interés. Los aplicadores de la ciencia han sido aquellos a los que la teo-ría les atraía muy poco” (Leys & Evans, 1990, 121). No es preciso decir queél se identificaba plenamente con los primeros.

Sin embargo, sus palabras cayeron en cierto modo en el vacio, por-que las necesidades inmediatas de los hombres y mujeres que sabían ya dela existencia de la nueva ciencia, les impulsaron a éstos a pedir una ayuda quemuchos especialistas no pudieron negarse a dar. ¿Cómo iba a poder negarseel profesor Lightner Witmer, (1867-1956), en la Universidad de Pennsylvania,a tratar de corregir los gravísimos defectos de lectura de una niña incapaci-tada por su trastorno para una normal actividad escolar, si en sus claseshablaba a sus alumnas de percepciones, hábitos motores, lectura, lenguaje, ycosas semejantes, y entre esas alumnas se encontraba la maestra de la niña?¿O cómo iban a desoir los franceses Alfred Binet y Théodore Simon la lla-mada de maestros y educadores, y de las autoridades escolares, a fin de quese hallase algún método que diferenciase entre niños malos estudiantes, queno aprendían, y otros con dotación deficiente, incapacitados para aprender?Urgía que se pusiera orden y fundamento a la organización de las aulas, trasla implantación de la escolarización nacional en la república francesa a fina-les del siglo XIX. En general, a la base de una línea de intervención, hallamossiempre una necesidad humana imperiosamente sentida, que ha buscadoayuda de los nuevos psicólogos, al principio sin un rol definido, pero cre-cientemente expertos en cuestiones mentales y conductuales.

Como ya he escrito en otro lugar a este propósito, la psicología apli-cada “no solo ha consistido en trasladar principios generales a circunstanciasconcretas, sino también en crear nuevos modelos teóricos plenamente ajus-tados a los datos concretos, tratando de hacer frente a las demandas particu-lares, y obteniendo mediante tales intervenciones nuevas perspectivas teóri-cas” (Carpintero, 2004, 180). La aplicación, en suma, ha generado nuevosángulos y puntos de vista, desde los que contemplar y comprender la reali-dad psicológica.

Esa búsqueda del bien de los otros ha comenzado por hacer suyo elprincipio bien conocido de los médicos hipocráticos, que desde los tiempos

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de la antigua Grecia propusieron como máxima de su acción terapéutica elobrar “intentando no hacer daño”.

Otro valor aquí recogido es el que demanda al profesional “compe-tencia” en el campo en que va a actuar. La exigencia está formulada sinexcesivos subrayados. Emplea una forma tan genérica como ésta : se ha deasumir el valor de “desarrollar y mantener la competencia”. Alguna precisiónmás se añade luego : “El cuidado competente —se dice en el texto—requiere la aplicación del conocimiento y habilidades apropiadas para elcontexto natural, social y cultural, de una situación” (Declar, Ppo.II, p.2).Esta relativa ambigüedad de las expresiones busca tratar de contentar a todoel mundo. Pero en todo caso, no cabe olvidar que, cuando se pide compe-tencia al tiempo que se habla de intervenciones o aplicaciones basadas enconocimientos de una ciencia, la primera exigencia en cuestión de compe-tencia es la de la posesión por parte del técnico de una recta informaciónactualizada y precisa, probada científicamente hasta donde ello sea posible,y susceptible de ser justificada con los métodos racionales de la demostra-ción rigurosa o la inferencia probable. La exigencia de competencia equi-vale a un requerimiento de que el profesional posea el grado de formación,información actualizada y conocimientos de manera que esté socialmenteasegurada su capacidad para actuar con acierto y eficacia. La sociedad, queprotege al profesional de las ingerencias espúreas y los diversos intrusis-mos, exige de él a la vez rigor, formación y capacidad operativa. En todosistema deontológico, la posesión de un nivel de competencia suficientepor parte del profesional es un requerimiento general e insoslayable. Vol-veremos sobre ello al hablar de la demanda de “responsabilidad científica”,en el Principio IV.

El principio de cuidado competente, al requerir un sentido críticode la acción objetiva, ha incorporado al texto el requerimiento de un “auto-conocimiento”, del propio profesional. Estamos ante un saber reflexivo quedebe permitirle saber “cómo los propios valores, experiencias, cultura y con-texto social pudieran influir en las propias acciones e interpretaciones” (Decl.Ppo. II, p.3).

Se trata de un elemento central de ‘autoanálisis’, algo que desde muypronto ha venido estando presente en la formación de los especialistas enpsicología y psiquiatría dinámicas, en forma de “análisis didáctico”.

Es bien conocido el hecho de que el tema del autoanálisis está his-tóricamente vinculado a la figura de Sigmund Freud. En sus años de explo-ración del campo analítico (Jones, 1959, I, 331 ss), la propia experiencia desu personal análisis de sus sueños le abrió los ojos sobre la importancia heu-rística de ese conocimiento. Este, en efecto, le habría revelado tendencias,

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deseos, y en general toda una ordenación del propio psiquismo desde elcual habría luego que entender el de los demás. En sus “Consejos al médicoen el tratamiento psicoanalítico”, de 1912, admite que, aunque el caminobásico para conocer el propio inconsciente desde el cual conocer e interpre-tar el de los demás habría de ser el análisis de los propios sueños, ya queestos son “la via regia” para penetrar en aquel, sin embargo, como no todospueden conseguirlo, por eso, “uno de los muchos merecimientos contraídospor la escuela analítica de Zurich consiste en haber establecido que parapoder practicar el psicoanálisis era condición indispensable haberse hechoanalizar previamente por una persona ya perita en nuestra técnica” (Freud,OC, II, 1657). En pura doctrina psicoanalítica, el inconsciente del terapeutaha de recibir e interpretar al del paciente, y ha de hacerlo sin que sus pro-pias tensiones y censuras deformen sus análisis. El expreso conocimiento deestas últimas debe hacer posible su neutralización en relación con las viven-cias del cliente. Desde 1922, se impuso esa exigencia de psicoanálisis didác-tico en la Asociación Psicoanalítica Internacional, (Laplanche y Pontalis,1967).

Es cierto que otras escuelas no incluyeron tal precepto. El proyectode constituir un método basado en conocimientos científicos, obtenidos conmetodología objetiva, y con datos de naturaleza intersubjetiva, verificables,aparentemente haría innecesaria aquella explicitación de la subjetividad delconocedor o experimentador. Sin embargo, en innumerables situaciones clí-nicas o experimentales se ha evidenciado la presencia de elementos en larelación cliente-terapeuta, que mantienen una mayor o menor analogía conlos factores de ‘transferencia’ y ‘contratrasferencia’ psicoanalítica. (Como essabido, por la primera el cliente proyecta sobre el psicoanalista unas emocio-nes positivas o negativas vividas por él en tiempos pasados con sus proge-nitores; mediante la segunda, será el psicoanalista quien proyecte sus senti-mientos inconscientes sobre el paciente). Más en general aún, en situacionesya puramente experimentales, se producen influencias insospechadas deltécnico que interviene sobre los sujetos participantes. Es el fenómeno hoyconocido como “efecto experimentador”, “sesgo de experimentador” o ‘efectoPigmalión’, que pueden afectar y comprometer a los resultados de la inves-tigación. El género del experimentador y su interacción con el de los sujetosexperimentales, sus deseos en torno a su investigación, y, en general, “lasexpectativas de los investigadores pueden afectar lo que les comunican a lossujetos y lo que observan, registran y descubren en sus datos (Achenbach,1978,187; Myers y Hansen, 2001, 198 ss). Se trata en suma de que la subjeti-vidad del profesional, si no está controlada, si no está siendo reconocida poreste al operar, puede deformar insensiblemente las interpretaciones y losresultados de su trabajo. Esto es lo que,a mi juicio, se reconoce y se trata deneutralizar en la formulación normativa de la Declaración que ahora comen-tamos.

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El principio de Cuidado competente aparece por lo demás relacio-nado con algunos otros valores, como el “respeto por la capacidad …paratomar decisiones…” de los sujetos y clientes (Id., p.3). Aquí reaparece lainsistente afirmación acerca del carácter personal del cliente, y su condiciónautónoma y autoapropiada, con la que el psicólogo ha de contar, bien refe-rida a la persona misma de aquel, bien a través de los responsables jurídicosque lo representan. De otro lado, hemos mencionado aquel otro de la com-petencia, sobre el que enseguida volveremos. Sigamos adelante.

Principio de Integridad

Un tercer principio proclamado por la Declaración es la exigencia de“integridad” en las acciones del psicólogo. El sujeto ‘íntegro’, dice el Diccionariode la Real Academia Española, es el “desinteresado, recto, probo” (DRAE, 1956).Ello implica la firmeza y solidez moral en todas las acciones y determinacionesque haya de llevar a cabo en la resolución de un problema profesional.

Al postularlo, aparece acompañado de características y precisionesque contribuyen a fijar su alcance. Por lo pronto, se procura delimitar el rasgoen relación con el tema de la comunicación psicólogo-cliente. La comunica-ción ocupa un lugar central en toda actividad científica, ya sea entre especia-listas, o entre el técnico y el cliente. Aquí se dice que el psicólogo habrá demantener siempre un nivel de comunicación preciso y veraz, siendo honestoy respondiendo de la verdad de lo dicho.

Por ello se demanda al técnico precisión y veracidad en sus comuni-caciones e informes. Ha de ofrecer informaciones completas de cada caso ysituación, evitando sesgarlos al silenciar ciertas partes o contenidos de lo quehaya conocido. Naturalmente, se excluyen aquellos casos en que una informa-ción ‘completa’ pueda dañar a algunos de los individuos o grupos relaciona-dos, se rompa la confidencialidad o contengan elementos “culturalmenteinapropiados” (Idem, p.3).

También contempla la comunicación entre expertos, hecha en formasdiversas que van desde la simple consulta a la presentación científica de uninforme de caso en una reunión profesional. En multitud de ocasiones, estaspresentaciones son el camino efectivo por el que avanza la ciencia y el saber delos científicos, y no puede ser obviado ni profanado. Pero en todos los casos, seha de salvar la confidencialidad hacia el cliente, al tiempo que se respetan laspautas culturales que regulan las interrelaciones en una determinada sociedad.

Otro aspecto tenido aquí en cuenta es el posible ‘conflicto de inte-reses’ que puede surgir con ocasión de una determinada intervención. El

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profesional se puede ver sometido a este tipo de conflictos cuando su inter-acción afecta a grupos o clientes con pretensiones distintas, y en ocasionesrelativamente encontradas entre sí. Pensemos en evaluaciones de individuosque aspiran a puestos en organizaciones, y en las posibles exigencias porparte de los dirigentes o empleadores, interesados en obtener informacionessobre dimensiones privadas, confidenciales, de aquellos sujetos que el pro-fesional ha examinado. Toda información veraz que sobre esas personaspuede darse tiene que estar sometida, no sólo al principio de veracidad, sinotambién al de confidencialidad y de respeto a las diferentes creencias yexpectativas de las personas. En ocasiones, el interés egoista del técnico quebusca obtener una más alta consideración por parte de patronos o autorida-des gracias al resultado de su trabajo, podría perturbar su acción técnica,inclinándole a revelar a estos algunos datos o interpretaciones fundados noen hechos probados y ajustados al problema, sino en dimensiones persona-les, subjetivas, obtenidas gracias al trato con el cliente, y que, usadas intere-sadamente, pueden producir perjuicio a éste último, menoscabando su ima-gen en el grupo o en la sociedad.

La integridad también supone que se ha de maximizar la imparcia-lidad, y se han de minimizar los sesgos posibles. En cualquier caso, el pro-fesional no puede usar en beneficio propio las informaciones que obtiene,bien para explotar a otros, o para obtener ganancias propias que represen-ten un abuso de la información privilegiada que posee.

Se dice, además, que, caso de verse uno envuelto en problemas deintereses contrapuestos, y que no se puedan eludir, deberá declararlos parasu constancia y justa valoración. Finalmente, los elementos extracientíficos,en muchos casos puramente ideológicos, pueden llegar a jugar un papeldecisivo para sesgar el resultado y menoscabar la integridad moral que debepresidir toda su intervención. Frente a este peligro, el técnico ha de estarsiempre alerta, para tratar de evitarlo.

Principio de Responsabilidad Profesional y Científica con la Sociedad

La última faceta contemplada por esta Declaración Etica se refiere alos aspectos que directamente guardan relación con la índole científica delquehacer psicológico. A ello se refiere este Principio de Responsabilidad pro-fesional y científica que liga al psicólogo con su sociedad.

Algo hemos dicho ya de ello al hablar del requisito de ‘competen-cia’, pero volvemos sobre el tema dada su importancia para la concienciadel profesional.

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La ciencia psicológica es, primero, ciencia, y está sometida a los requi-sitos propios de ese tipo de conocimiento: objetividad, racionalidad, univer-salidad, comprobación empírica, replicabilidad. Pero es un saber que, al versaren medida eminente acerca de personas, y al tener como objeto propio deter-minados aspectos de la vida humana, no puede dejar de refluir sobre el hom-bre mismo, y sobre sus necesidades y dificultades. Cabe decir, parafraseandoa Terencio, que nada de lo humano puede ser ajeno al psicólogo. Y a la inversa,lo que el psicólogo hace y estudia, investiga y analiza, más pronto o más tarde,más o menos directamente, termina por revertir sobre la vida de los individuosy sobre el funcionamiento de los grupos sociales. Ahí radica ese vector de uti-lidad apuntando al beneficio personal que debe poder extraerse de su saber.

Pero esa índole científica del saber psicológico impone condicionesno sólo al técnico, sino al propio saber, que han de ser reconocidas y asumi-das. La psicología, se reitera aquí, es “ciencia y profesión”. No puede descan-sar en el mero empirismo y en el simple sentido común. Debe responder aun modelo determinado que interprete el campo de estudio, respecto del cualhaya evidencia empírica en su favor. Sobre esa evidencia ha de descansar laopción del técnico que emprende una determinada intervención. En cuantoel psicólogo opera desde una ciencia de ‘hechos’ su neutralidad axiológica esampliamente defendida por las comunidades de investigadores; en cuantoaplica un saber probable que admite alternativas teóricas, está sin duda some-tido a estimaciones subjetivas de las que el técnico puede y debe tener evi-dencia propia, aunque no sea posible adjuntar pruebas rigurosas.

Por otra parte, como saber aplicable y referible a lo humano individualy social, el proyecto de acción se orienta hacia un objeto sometido a los valo-res de humanidad que imponen sobre él sus demandas y exigencias, merece-doras de atención, pero con un peso que solo debe ser complementario alque puedan tener los puros argumentos científicos desde los que actuar. Elpsicólogo tiene siempre que ser consciente de hasta dónde llega su ciencia, ydesde dónde comienza su imaginación, su intuición y su buen juicio.

En general, para todo psicólogo que aplica los saberes de una cien-cia, su condición de científico entraña una exigencia insoslayable: la de queel saber desde el que vaya a actuar reuna las propiedades mínimas esencia-les de una ciencia positiva.

Esa demanda viene de lejos y ha condicionado profundamente eldevenir de nuestra ciencia. La psicología de mediados del siglo pasado con-templó el surgimiento de una multiplicidad de escuelas teóricas. Todas bus-caban justificar convincentemente la validez exclusiva de su particular inter-pretación de los fenómenos psicológicos. El conductismo y neoconductismode John B. Watson, Edward C. Tolman o Clark Hull, la psicología de la Gestalt

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de Wolfgang Köhler o Kurt Koffka, el funcionalismo de Edouard Claparèdeo Sir Frederic Bartlett, la reflexología pavloviana, y tantos otros sistemas omicrosistemas como se recogen en las historias de nuestra ciencia (Carpintero,2006), pretendían fundar sus tesis al tiempo que invalidaban las demás. A esetiempo vino a sucederle otro ya menos exigente, dispuesto a asumir cuantospedazos de teoría pudieran ser útiles para obtener resultados positivos encampos concretos. Así fue creciendo el ‘primado de la práctica’. Y entre losprofesionales, se extendió lo que muchos a veces han considerado un “sanoy útil eclecticismo”. La consecuencia, desde una perspectiva filosófica, podríatal vez parecer el abandono del ‘punto de vista de la verdad’. La posiciónresultaría menos conflictiva desde una creencia en ‘modelos alternativos’, queserían asumidos cuando ofrecen mejor adaptación al caso práctico de que setrate. Con todo, los crecientes procesos por ‘mala práctica’, y la frecuente ‘judi-cialización’ de la actividad que subyace a las intervenciones técnicas en todoslos campos, ha comenzado a actuar en sentido contrario, y a devolver a la pra-xis su sentido de ciencia aplicada como saber objetivamente fundado. Desdehace unos años se ha ido extendiendo por los diversos campos de la psico-logía la demanda de intervenciones técnicas que estén sustentadas sobre evi-dencia empírica (Pascual, Frias y Monterde, 2004). Los profesionales queactúan con conciencia y prudencia han de recurrir a diseños, interpretacionese instrumentos de los que puedan dar justificación suficiente, fundamentandosu empleo y sus inferencias y conclusiones incluso ante una corte de justicia.

Todo esto, sin embargo, está en mi opinión excesivamente reducido,en la Declaración, a pesar de que esa condición científica es un punto esen-cial para definir la praxis de estos profesionales, diferenciándola de todaacción puramente humanitarista bienintencionada.

Complementariamente, la Declaración subraya algunas líneas a tra-vés de las cuales se materializa este principio de responsabilidad científica yprofesional (Id., p.4).

Una es la responsabilidad de la psicología, y por tanto de los psicólo-gos como colectivo técnico, de “incrementar el conocimiento científico y pro-fesional”. El saber científico-técnico es una realidad abierta en continuo avancey progreso. La investigación se enfrenta siempre a un horizonte abierto dondecontinuamente surgen nuevos problemas. Pero también la praxis profesionales una vía de acceso a la realidad de los fenómenos psicológicos propios delhombre y de los grupos sociales, y quien se dedica a ella no puede sentir aje-nos los afanes indagadores ni renunciar a aportar nuevas ideas nacidas delcontacto concreto con la problemática humana.

La declaración termina reiterando de nuevo la idea de que el saberdel técnico ha de estar orientado hacia el buen uso, el bienestar individual y

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social. Y, en fin, reafirma la obligación de dotar de ideales éticos a sus pro-fesionales, como parte de su formación especializada, la cual ha de favore-cer también la posesión de una conciencia crítica desde la cual asumir elpropio quehacer profesional.

Con estos pensamientos, termina esta Declaración.

Cuestiones complementarias

Consideraremos ahora, para concluir, cuatro puntos generales queapuntan a profundos cambios estructurales en nuesta disciplina, explicitadospor la reflexión deontológica que hemos examinado.

El primero se refiere a la posición central que, en el campo de la psi-cología, tiene hoy la psicología aplicada.

La psicología, tal como queda caracterizada en esta Declaración,resulta primariamente ser la aplicada, o de intervención, y sólo secundaria-mente la puramente teórica.

Hoy es un hecho que el mayor contingente de psicólogos en ejerci-cio están dedicados a la acción profesional, y al desarrollo de instituciones ycentros en que ésta se practica. Utilizan, desde luego, de modo sistemático,técnicas de evaluación de individuos o grupos, a fin de establecer los pará-metros iniciales de cada problema, los resultados específicos producidos porla acción modificadora, y aquellos otros generales logrados en el marco másamplio del contexto en que se ha operado. En cada caso importa establecerla relación general de costo-beneficio de las intervenciones, y ello no sólo enel plano económico, sino también en el vital, o experiencial.

La popularidad y la aceptación social les llegó a los psicólogos en losdías de la Primera Guerra Mundial, cuando los gobiernos y los responsablessociales advirtieron la utilidad potencial de las técnicas de evaluación y diag-nóstico de personalidades, en relación con las grandes organizaciones nece-sitadas de personal, comenzando por los ejércitos y terminando por las escue-las y las fábricas. Como dice Albert Gilgen, “En todos los países… parececlaro que el apoyo a la investigación psicológica académica es ampliamentedependiente del mayor o menor grado de éxito de los psicólogos a la horade demostrar su utilidad para la sociedad” (Gilgen y Gilgen, 1987,16). Eseinterés se consolidó durante la II Guerra Mundial, y ha encontrado más tardeunas circunstancias sumamente favorables con la aparición de las nuevas tec-nologías del conocimiento y la información.

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Los modernos recursos tecnológicos que se han introducido entodas las organizaciones sociales, han planteado retos a las habilidades ycapacidades específicas de los usuarios que habían de ser resueltos en tiem-pos muy breves. La psicología se ha mostrado eficaz a la hora de diseñar yreestructurar procesos de aprendizaje, reciclaje y motivación, que han faci-litado los procesos transformadores que la sociedad necesitaba. También seha revelado extraordinariamente útil en el combate contra desórdenes psí-quicos potenciados por las nuevas formas de la vida en las sociedades posin-dustriales, en particular contra los trastornos de ansiedad y depresión, queafectan a gran número de contemporáneos nuestros, y que, a juicio demuchos especialistas, han creado sociedades en las que se ha multiplicadoel riesgo de padecimientos neuróticos y estresantes,derivados de las trans-formaciones técnicas logradas.

La creación de micromodelos teórico-tecnológicos ha facilitado eldiseño de operaciones ajustadas a campos y sectores concretos del compor-tamiento humano, cuyo análisis se ha beneficiado del reciente desarrollo dedos grandes líneas del saber científico hecho posible por las nuevas tecno-logías: el del campo de la computación, la inteligencia artificial y la simula-ción de conducta, por una parte, y el propio de la neurociencia, enriquecidocon la nueva tecnología de procesamiento de las neuroimágenes.

La continua interacción entre tecnología y teoría ha contribuído engran medida a borrar la distancia entre desarrollo conceptual y procedimientotecnológico, hecho del que se ha beneficiado en gran medida la intervenciónpsicológica, antes colocada en una posición ancilar respecto de la teoría, yahora situada a su mismo nivel. Se ha hecho más general el carácter interdis-ciplinar de las investigaciones y la intervenciones, y el conocimiento del fun-cionamiento de los grupos ha contribuido notablemente a consolidar a lospsicólogos en el seno de equipos de trabajo cada vez mas complejos.

De otra parte, la psicología aplicada ha logrado colocar en el cen-tro de la investigación científica a la persona, o, como gustaba de decir Euge-nio d’Ors, al “hombre que trabaja y juega”. Ya vimos más arriba que la dedi-cación al estudio de la persona y sus problemas es la materia del primerode los principios éticos comentados.

Aquí ha habido un importante cambio. Mientras la psicología teó-rica, fuertemente influida por una doctrina evolucionista que le servía demarco, acentuaba la continuidad comportamental entre el hombre y el ani-mal, y analizaba exhaustivamente a este último por evidentes razones deconveniencia y facilidad para la experimentación, el desarrollo de la psico-logía aplicada puso en primera línea de estudio la persona en su circunstan-cia, y afirmó con energía que el avance real en la teoría científica había de

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ir acompañado de un creciente dominio y control de los fenómenos estu-diados. El logro de ese control era, justamente, el núcleo originario e inspi-rador de la propia psicología aplicada. Cabría, pues, pensar que ésta últimaha reformado, y ampliado el modelo paradigmático de la psicología teórica,al poner el acento, de una parte, en la persona, y de otra, en el papel esen-cial del control de los procesos a la hora de comprenderlos y explicarlos.

Si, de acuerdo con Thomas Khun se define el paradigma de unaciencia, tomando por base aquella “matriz disciplinar” que en cada caso sepone en juego, podríamos caracterizar la propia de la psicología aplicadareuniendo en ella sus elementos más destacados: 1, su enfoque básico sobreel comportamiento y la mente de las personas; 2, su empleo de técnicas dise-ñadas para el análisis de sujetos personales empezando por el cociente deinteligencia (C.I.) de Stern y Binet, y siguiendo por las técnicas sociométri-cas, los procedimientos de role-playing, la creación de simuladores de con-ducta, y en innumerables laboratorios, la sustitución de los laberintos y corre-dores animales por el ordenador personal; y, en fin, 3, la relevancia delinterés social de los estudios realizados, como elemento decisivo para el con-trol de problemas y su aplicación útil a individuos y a grupos.

Como hemos venido viendo, se ha impuesto en gran medida la con-dición de esta psicología aplicada como saber “de personas” y “sobre per-sonas”. abriendo con ello un nuevo capítulo a la investigación.

En efecto, resulta que, mientras en la primera mitad del siglo XX

muchos investigadores de orientaciones conductista y reflexológica se cen-traron en el estudio del comportamiento animal, ya desde los años 1970s fuecreciendo el estudio del comportamiento humano en ambientes reales —clí-nico, escolar, organizacional—, a fin de producir resultados con utilidadsocial. Y con ese interés por la persona, se ha abierto una esencial tensiónen el propio campo teórico que está hoy lejos de estar resuelta.

Hoy hay una importante línea de estudio, desplegada por quienesofrecen una visión materialista y determinista del hombre, de su ética y supolítica, que toma a éste, a su mente y a su conducta como puros resultadosde la mecánica del cerebro —algo que recientemente ha explorado con grantalento nuestra compañera Adela Cortina (Cortina, 2011), y hace algún tiemponos presentó también Mariano Alvarez (Álvarez, 2007), en su discurso deingreso—; y hay, por otro lado, una línea bien diferente, la de aquellos otrosque, al construir y defender la psicología aplicada, que opera en beneficiode las vidas individuales y de las necesidades de grupos y organizaciones,asumen los principios de la Declaracion que hoy hemos examinado aquí, ycomienzan por reconocer la condición libre, social e histórica de la personaa la que estudian y a la que tratan. Exagerando los términos, yo diría que

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estamos viviendo en psicología una honda tensión entre Cerebro y Persona.Explorar el tema deberá quedar para una futura ponencia, cuando el ánimodé para ello.

Desde la perspectiva adoptada por esta Declaración, resulta evidenteque en ella se pone el acento sobre las diversidades de culturas y pueblos,la necesidad de compaginar la psicología científica con las modulaciones queen la mente y la conducta introducen estas realidades sociales, y la atencióna los valores de los grupos en cuanto determinantes de las creencias y lasacciones de sus miembros. De este modo se consolida una psicología de lapersona como realidad histórico social, lejos de todo intento de simplificaciónmecanicista y reduccionista de base cerebral. Estaríamos así asistiendo a unaconfrontación tácita de paradigmas dentro de la psicología actual.

La última consideración, que en este contexto importa hacer, es quetoda proclamación de la importancia de la utilidad del saber técnico, paraproducir bienestar a los individuos y a los pueblos, no puede hacer olvidarque el saber técnico del que hablamos es un saber científico, continuo cons-tructor de hipótesis explicativas y predictivas que han de someterse a laprueba de la falsación y están siempre abiertas a un cambio de paradigma.Cualquier intento de desligar la psicología actual de la más estricta metodo-logía científica entraña una desnaturalización de su esencia, y por lo mismo,una falsificación de su identidad. Pero igualmente, todo intento de desligaresta ciencia aplicada de la esfera de los valores, de la libertad y la responsa-bilidad vitales, carece de sentido y de ajuste con su realidad práctica mundana.

Uno de los grandes psicólogos de la escuela gestaltista, el alemánKurt Lewin, dijo en una ocasión, y todos venimos repitiendo su frase : “Nadahay más práctico que una buena teoría”. La práctica eficaz, en realidad, esaquella que se funda en el conocimiento de las leyes de los fenómenos aque viene referida. Hoy podríamos decir, de modo complementario, queuna práctica eficiente y efectiva también ilumina teóricamente el campo derealidad sobre el que se aplica.

Como se ve, el análisis de los principios morales que hoy reivindicael psicólogo para su acción y para sí mismo en nuestra sociedad, tiene impli-caciones de todo orden, y desde luego, las tiene a la hora de definir y con-cebir la realidad misma de la psicología de nuestro tiempo.

La visión de la psicología desde su “deber ser”, ayuda a perfilar conmás claridad las líneas de su propio “ser”. En todos los asuntos humanos,las consideraciones morales no son la quinta rueda del carro, sino una piezaesencial que nos pone en la pista del sentido del hombre mismo.

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APÉNDICE

DECLARACIÓN UNIVERSAL DE PRINCIPIOS ÉTICOSPARA PSICÓLOGAS Y PSICÓLOGOS1, 2

– Adoptada por la Asamblea de la Unión Internacional de Ciencia Psico-lógica (IUPsyS), en Berlín, el 22 de julio de 2008.

– Adoptada por la Comisión Directiva de la Asociación Internacional dePsicología Aplicada (IAAP), en Berlín, el 26 de julio de 2008.

PREÁMBULO

La ética se encuentra en el núcleo de toda disciplina. La Declaración Uni-versal de Principios Éticos para psicólogas y psicólogos se refiere al marco moralcompartido que guía e inspira a psicólogas y psicólogos de todo el mundo hacia losmás elevados ideales éticos en su trabajo profesional y científico. Las psicólogas ylos psicólogos reconocen que llevan a cabo sus actividades dentro de un ampliocontexto social. Reconocen que las vidas e identidades de los seres humanos tantoindividual como colectivamente están relacionadas a través de las generaciones, yque existe una relación recíproca entre los seres humanos y su ambiente natural ysocial. Las psicólogas y los psicólogos se comprometen a considerar el bienestar dela sociedad y sus miembros por sobre el bienestar de la disciplina y de sus miem-bros. Reconocen que adherir a principios éticos en el contexto de su trabajo, con-tribuye a lograr una sociedad estable que mejore la calidad de vida de todos losseres humanos.

Los objetivos de la Declaración Universal consisten en proporcionar: (a)un conjunto genérico de principios morales para ser utilizados como fundamentopor las organizaciones de psicología alrededor del mundo para desarrollar y revi-sar sus propios códigos de ética y estándares éticos específicos para cada país oregión; (b) un estándar universal frente al cual la comunidad psicológica mundialpueda evaluar el progreso de la relevancia ética y moral de sus códigos de ética;(c) un marco de referencia moral compartido por representantes de la comunidadpsicológica con el fin de hablar con una voz colectiva acerca de asuntos concernien-tes a la ética: y (d) una base común para la que la psicología en tanto disciplina eva-lúe una presunta conducta no ética de sus miembros.

La Declaración Universal describe aquellos principios éticos que estánbasados en valores humanos compartidos. Reafirma el compromiso de la comuni-dad psicológica de ayudar a construir un mundo mejor donde la paz, la libertad, la

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1 Se traduce la palabra psychologists por “psicólogas y psicólogos” para evitar involuntarias discriminacio-nes de género.

2 Versión castellana basada en versiones previas del Dr. Rubén Ardila y de la Dra. Andrea Ferrero.

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responsabilidad, la justicia, la condición humana, y la moralidad prevalezcan. Sub-sumidos dentro de cada principio se encuentran una serie de valores que se des-prenden de él. Estos valores no deberían ser entendidos de modo tal que agotenlas implicaciones de los principios asociados.

La Declaración Universal articula principios y valores asociados que songenerales y aspiracionales más que específicos y prescriptivos. La aplicación de losprincipios y valores para el desarrollo de normas específicas de conducta variará endiferentes culturas, y debe ser de carácter local o regional para asegurar su relevan-cia acorde a la cultura, las costumbres, las creencias y las leyes locales o regionales.

La significación de la contribución de la Declaración Universal depende desu reconocimiento y promoción por organizaciones de psicología, en los nivelesnacional, regional e internacional. Se solicita que cada organización de psicologíamantenga esta Declaración constantemente presente, y que a través de la enseñanzay la formación promueva el respeto por estos principios, y que a partir de medidasnacionales e internacionales asegure su reconocimiento y observancia universal.

PRINCIPIO I

Respeto por la Dignidad de las Personas y los Pueblos

El respeto por la dignidad de las personas es el principio ético más funda-mental y universalmente encontrado a través de las fronteras geográficas y cultura-les, y de las disciplinas profesionales. Proporciona el fundamento filosófico paramuchos de los restantes principios éticos principalmente destacados por las profe-siones. El respeto por la dignidad reconoce el valor inherente de todos los sereshumanos, sin importar diferencias aparentes o reales en relación con el estatus social,origen étnico, género, capacidades, o cualquier otra característica. Este valor inhe-rente significa que todos los seres humanos son dignos de igual consideración moral.

Todos los seres humanos, además de individuos, son seres sociales inter-dependientes que nacen, viven y son parte de la continua evolución de sus pueblos.La diferencia cultural, étnica, religiosa, de estructura social y otras características delos pueblos, son parte integral de la identidad de sus miembros y otorgan sentidoa sus vidas. La continuidad de vidas y culturas a lo largo del tiempo conecta a lospueblos de la actualidad con los pueblos de generaciones pasadas y con la necesi-dad de dar apoyo a las generaciones futuras. De esa forma, el respeto por la digni-dad de personas incluye la consideración moral y el respeto por la dignidad de lospueblos.

El respeto por la dignidad de las personas y los pueblos se expresa de dife-rentes formas en diferentes comunidades y culturas. Es importante reconocer y res-petar tales diferencias. Por otra parte, también es importante que todas las comuni-dades y culturas adhieran a valores morales que respeten y protejan a sus miembrostanto como personas individuales y como pueblos colectivos.

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POR LO TANTO, las psicólogas y los psicólogos aceptan como fundamen-tal el Principio de Respeto por la Dignidad de las Personas y los Pueblos. Al hacerlo,aceptan los siguientes valores asociados:

a) respeto por el valor único y la dignidad inherente de todos los sereshumanos;

b) respeto por la diversidad de personas y pueblos;c) respeto por las costumbres y las creencias de culturas, limitado sola-

mente cuando una costumbre o creencia contradiga seriamente el prin-cipio de respeto por la dignidad de las personas o pueblos, o causeserio daño a su bienestar;

d) consentimiento libre e informado;e) privacidad para los individuos, familias, grupos, y comunidades;f) protección de la confidencialidad de la información personal;g) equidad y justicia en el tratamiento de los otros.

PRINCIPIO II

Cuidado competente del Bienestar de los Otros

El cuidado competente del bienestar de los otros implica trabajar en subeneficio y, sobre todo, intentando no hacer daño. Ello incluye maximizar los bene-ficios, minimizar el daño potencial, compensando o corrigiendo el daño. El cuidadocompetente requiere la aplicación del conocimiento y habilidades apropiadas parael contexto natural, social y cultural, de una situación. También requiere la habili-dad para establecer relaciones interpersonales que refuercen potenciales beneficiosy reduzcan potenciales daños.

Otro requerimiento es adecuar el autoconocimiento acerca de cómo lospropios valores, experiencias, cultura, y contexto social, pudieran influir en las pro-pias acciones e interpretaciones.

POR LO TANTO, las psicólogas y los psicólogos aceptan como fundamen-tal el Principio de Cuidado Competente para el Bienestar de los Otros. Al hacerlo,aceptan los siguientes valores asociados:

a) preocupación activa por el bienestar de individuos, familias, grupos, ycomunidades;

b) tener cuidado de no hacer daño a los individuos, familias, grupos, ycomunidades;

c) maximizar los beneficios y minimizar los daños potenciales a los indi-viduos, familias, grupos, y comunidades;

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d) corregir o compensar efectos dañinos que hubieran ocurrido comoresultado de sus actividades;

e) desarrollar y mantener la competencia;f) autoconocimiento respecto a cómo sus propios valores, actitudes,

experiencias, y contexto social influyen en sus acciones, interpretacio-nes, elecciones, y recomendaciones;

g) respeto por la capacidad de individuos, familias, grupos, y comunida-des para tomar decisiones por sí mismos y para cuidar de sí mismos yentre sí.

PRINCIPIO III

Integridad

La integridad es vital para el avance del conocimiento científico y su apli-cación, y para el mantenimiento de la confianza pública en las psicólogas y los psi-cólogos. La integridad está basada en comunicaciones honestas, abiertas y precisas.Incluye reconocer, controlar y manejar sesgos potenciales, relaciones múltiples, yotros conflictos de interés que pudieran implicar un daño a otros o su explotación.

El levantamiento de la confidencialidad y comunicación completa de lainformación debe ser balanceada junto con otras consideraciones éticas, incluyendola necesidad de proteger la seguridad o la confidencialidad de otros, y respetandolas expectativas culturales.

Existen diferencias culturales a la hora de considerar los límites profesiona-les apropiados, las relaciones múltiples, y los conflictos de interés. Sin embargo, apesar de tales diferencias, se necesita un continuo control y manejo para asegurarque el interés personal no interfiera con el actuar acorde al mejor interés de losotros.

POR LO TANTO, las psicólogas y los psicólogos aceptan como fundamen-tal el Principio de Integridad. Al hacerlo, aceptan los valores siguientes asociados:

a) veracidad, y comunicaciones honestas, exactas y abiertas;b) evitar el levantamiento incompleto de la confidencialidad, a menos

que el levantamiento completo sea culturalmente inapropiado, o queviole la confidencialidad de otros, o implique potencialmente hacerun daño serio a los individuos, familias, grupos, y comunidades;

c) maximizar la imparcialidad y minimizar los sesgos;d) no explotar a otros para beneficio personal, profesional, o financiero;e) evitar conflictos de interés y expresarlos cuando no puedan ser evita-

dos o sean inapropiados de evitar.

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PRINCIPIO IV

Responsabilidades Profesionales y Científicas con la Sociedad

La psicología funciona como una disciplina dentro del contexto de la socie-dad humana. Como ciencia y como profesión, tiene responsabilidades con la socie-dad. Estas responsabilidades incluyen contribuir al conocimiento acerca del compor-tamiento humano y a la comprensión que las personas poseen sobre sí mismas ysobre los demás, y utilizar tal conocimiento para mejorar la condición de indivi-duos, familias, grupos, comunidades, y de la sociedad. También incluye llevar ade-lante sus actividades dentro de la sociedad de acuerdo a las más elevadas normaséticas, y estimulando el desarrollo de estructuras y políticas sociales que beneficiena todas las personas y pueblos.

Existen diferencias en el modo en que estas responsabilidades son inter-pretadas por las psicólogas y los psicólogos en las diferentes culturas. Sin embargo,necesitan ser consideradas de una manera que sea apropiada culturalmente y con-sistente con los principios éticos de esta Declaración.

POR LO TANTO, las psicólogas y los psicólogos aceptan como fundamen-tal el Principio de Responsabilidades Profesionales y Científicas hacia la Sociedad.Al hacerlo, aceptan los siguientes valores asociados:

a) la responsabilidad de la disciplina de incrementar el conocimientocientífico y profesional de manera que promueva el bienestar de lasociedad y de todos sus miembros;

b) la responsabilidad de la disciplina de asegurar que el conocimientopsicológico sea utilizado con propósitos benéficos, y de proteger eseconocimiento de ser mal utilizado, utilizado incompetentemente, oconvertido en inútil por otros;

c) la responsabilidad de la disciplina de conducir sus actividades de modotal que promueva el bienestar de sociedad y de todos sus miembros;

d) la responsabilidad de la disciplina de promover los más elevados ide-ales éticos en las actividades científicas, profesionales y de formaciónde sus miembros;

e) la responsabilidad de la disciplina de entrenar adecuadamente a susmiembros en sus responsabilidades éticas y en las competencias reque-ridas;

f) la responsabilidad de la disciplina para desarrollar su conciencia y susensibilidad ética, y ser lo más autocrítica como sea posible.

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