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DISCURSOS LEIDOS ANTE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA DEL EXCMO. SR. D. MIGUEL COLMEIRO EL DIA 11 DE MAYO DE 1893, MADRID. IMPRENTA DE LA VIUDA É HIJA DE FUENTENEBRO, Calle de Bordadores, núm. 10. 1893.

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DISCURSOS

LEIDOS ANTE LA

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA DEL

EXCMO. SR. D. MIGUEL COLMEIRO

EL DIA 11 DE MAYO DE 1893,

MADRID.IMPRENTA DE LA VIUDA É HIJA DE FUENTENEBRO,

Calle de Bordadores, núm. 10.

1893.

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DISCURSO

DEL

EXCMO. SR. D. MIGUEL COLMEIRO.

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SEÑOR ES ACADÉMICOS :

Elevada é insigne honra recibo al ingresar, por vuestrabenevolencia, en una de las corporaciones más ilustres denuestra patria, tomando asiento entre esclarecidos litera-tos, que siempre han dado á las ciencias su debida impor-

tancia, mostrando marcada predilección por algunas de-ellas. Acércanse á ciento ochenta los años de existenciaque cuenta la Real Academia Española , y durante tanlargo tiempo contribuyeron á enaltecerla muchos de nues-tros eminentes hombres de letras , cuya memoria seráimperecedera por las obras que legaron á la posteri-dad individual ó colectivamente , y en este concepto esdigno de especial mención el Diccionario de Autorida-

des (1726-1739), primordial trabajo en su género , y basefundamental de la Lexicografía castellana.

Si el distinguido humanista 1). Casimiro Gómez Orte-ga , primer profesor del Jardín Botánico instalado en elPrado de Madrid , y otros hombres científicos, fueronconducidos por la fama al seno de la Real Academia -Es-pañola en diversas ocasiones , habiéndolo sido aquél encalidad de supernumerario antes del año 1817, la reciente

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6 ACADEMIA ESPAÑOLA.

designación del que os dirige la palabra en este momento,

no es ciertamente debida á sus méritos literarios , ni tam-poco á que los adquiridos en el cultivo de las cienciashayan sido extraordinarios , pudiendo más bien atribuirseá la constante laboriosidad en la prosecución de determi-nados estudios, siempre con el deseo de contribuir á suadelantamiento en nuestra-patria, y procurando imprimir-les en lo posible un carácter español , tanto en el fondocomo en la forma. Sólo así se explica que haya podido serelecto para suceder al Excmo. Sr. D. Cristino Martos,gloria del foro y de la tribuna española , cuya- pérdida

lamentan los amantes del bien decir.Incumbe á esta Real Academia velar por la tersura,

fijeza y esplendor de la lengua castellana , aunque sinoponerse á la admisión de aquellas palabras y frases que,por los progresos y la generalización de los conocimientoscientíficos, se vayan introduciendo en el lenguaje común ylleguen á ser vulgares , aun cuando en su origen hayansido técnicas. Modifícanse lentamente los idiomas , y elnuestro es de ello buen ejemplo desde remotos tiempos, en

que á pesar de ser esencialmente derivado del latino,

adquirió pronto voces de muy distintas procedencias y seenriqueció además, en fuerza de la creciente cultura con

las palabras necesarias para expresar los conceptos filosó-ficos y científicos, que áun en tiempos relativamente anti-

guos, no dejaron de cundir entre las personas ilustradas,por más que no se contasen en el número de los sabios. Es

cierto que muchas palabras del lenguaje usual tienen unorigen vulgar y se formaron espontáneamente; pero no son

pocas las que partieron de lo alto y se difundieron á la vez

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que las ideas y opiniones concernientes á las diversas fasesde la ciencia , y que tradicionalmente conservadas , cons-tituyen el saber popular.

Todas las ciencias , y en particular aquellas que más

se relacionan por sus aplicaciones con las necesidadessociales, tienen prestados un número mayor ó menor de

términos propios al lenguaje común, y aunque esta afluen- ,cia diste de ser una novedad, es indudable que ha tomado

_incremento en los tiempos modernos por las tendenciasexpansivas que predominan, y por las nociones científicasque, al ser difundidas, se insinúan en algunas obras litera-rias, y que se revelan también en el lenguaje hablado, asírespecto de los símiles, como en las metáforas y diversasfiguras frecuentemente empleadas.

«La influencia de las ciencias en el lenguaje y en laliteratura,» es un hecho que puede reconocerse medianteel examen de los escritos de los prosistas y poetas culmi-nantes de cada época, cuyo grado de cultura expresan y

demuestran claramente , aunque no siempre pueda supo-nerse una grande difusión de los conocimientos alcanza-dos, y que como tales patentizan las producciones litera-rias. En ellas, no obstante , se ha transigido y se transige'michas veces con lo tradicional , por existir palabrasadmitidas y frases formadas según los conceptos cien-tíficos que dominaron en otro tiempo , y se modificaronesencialmente á fueron sustituidos por otros distintos naci-

dos . de nuevas investigaciones , particularmente en lo con-cerniente á cuanto progresa, mediante la más detenidaobservación , ó por los reiterados experimentos hechos

cada vez con mayor escrupulosidad.

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Fué el eminente Calderón de la Barca , entre nuestrospoetas, uno de los más sabios y profundos , brillando á l .vez por su inagotable ingenio y fecundísima imaginación,que no menoscabaron la elevación de sus conceptos filosó-ficos, ni fueron incompatibles con el peculiar conocimien-to de lo más impórtante que atesoraba la ciencia delsiglo XVII, durante el cual continuaron perfeccionándosepreferentemente los estudios físicos y astronómicos em-.prendidos en el anterior,que había producido á Copérnico.

Los pormenores, antes de ahora expuestos por personasilustradas , que analizaron las obras de Calderón bajo elpunto de vista científico con relación á su época ál serconmemorado el segundo centenario, ponen de manifiestoque el gran poeta ostentó con frecuencia su saber y de-mostró en diversas ocasiones no participar de vulgarescreencias, nada conformes á las leyes de la naturaleza, sin

que obstase esto al vuelo de su fantasía, rayando á veces

en lo inverosímil , y sin exagerar la intransigencia conmuchas ideas comunmente recibidas , aunque ya no lo

fueran en el dominio de la ciencia, ó, conformándose quizácon algunas de ellas. Es de todos modos cierto que el

lenguaje literario entonces, y hoy mismo, aunque modifi-

cado por los progresos científicos , no puede menos desentir la influencia delco tradicional , en palabras y frasessancionadas por el uso, acomodándose además, en muchos

casos, á la apariencia y no á la verdad de los hechos natu-rales, .áun cuando el conocimiento de ellos se halle bas-tante generalizado.

Aunque Calderón , en efecto, haya dado muestras deconocer suficientemente y con especialidad los - progresos.

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realizados en los estudios astronómicos, no por eso pres-cindió dé las frases alusivas al movimiento aparente delsol, empleándolas , como en la actualidad se hace , en lasobras puramente literarias, , que no exigen por serlo niconsienten toda la severidad y el rigor propios de las cien:tíficas. El autor de La vida es sueño pudo, no obstante,inclinarse á tener por cierto el movimiento de la tierra,supuesto que no le era desconocido el sistema de Copér-nico, que entonces como hipótesis había tenido acogidaen España entre los sabios, particularmente en la Univer-sidad de Salamanca. Tampoco es dé extrañar que el ins-pirado vate hablara de «la fábrica de los cielos » según laciencia antigua y conforme al lenguaje usual, por más quehubiese protestado alguna vez respecto de la existenciareal del cielo tal como se entendía , « pues no es cielo nies azul , » y esto en verdad no podría expresarse hoy mis-mo con mayor claridad y exactitud. Fuerza es confesar, encambio, que no fué Calderón, como no lo fueron otrosmuchos escritores de su época, igualmente precavido enlo concerniente á los errores de los antiguos naturalistasy á las ficciones tradicionales, que se referían á seres fan-tásticos, y en particular á los animales fabulosos.

Consideraciones semejantes á las anteriormente ex-puestas serían aplicables á los trabajos literarios de tiem-pos diferentes, y siempre con relación á los estudios cien-tíficos que predominaron y al grado de desarrollo quealcanzaron, pudiendo notarse que algunos descubrimien-tos parezcan previstos ó más bien imaginados por escri-tores poco ó nada versados en las ciencias, y en particu-lar por algunos poetas , que con el vuelo de su fantasía

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fueron más allá de lo que la fría y serena razón' pudierasugerirles. Es verdad que la interpretación de ciertos con-ceptos, hecha á la luz de los conocimientos después ad-quiridos, tiene mucho de casual y. arbitraria, cómo lo esla supuesta conformidad de algunos hechos con sueñosanteriores á ellos , siendo esto en realidad mera coinci-dencia, «y los sueños sueño son,» por otra parte, sin dudaalguna. Nada más susceptible de asemejarse á una pro-fecía alusiva al descubrimiento del Nuevo Mundo , quelo expresado en remota edad por Séneca en su Medea,

afirmando que tras luengos años el Océano pondría de

manifiesto una tierra inmensa (et ingens pateat tellus);

y sin embargo, como lo pensó el sabio jesuita José_ deAcosta (I 59o), aunque el trágico haya acertado, «y enesto no hay duda ... la puede con razón haber... en sí Sé-

neca adivinó ó si acaso dió en esto su poesía,» pareciendocreible que lo último haya sucedido al vate cordobés

como á otros en diversas épocas. Algunos pudieran men-cionarse que también adivinaron sin darse cuenta de ello

algo desconocido, y sabido es que el Fénix de , los inge-nios acertó casualmente al suponer que cualquiera noti-

cia, andando el tiempo, «vendría con el rayo mismo,»

sin saber que el rayo fuese electricidad , ni que el hombre

pudiera obtenerla y utilizarla como vehículo de lo escritoy de lo hablado.

Los grandes y positivos descubrimientos siempre influ-yeron é influyen actualmente en el lenguaje común, y

también más ó menos pronto en el literario, mereciendonotarse la trascendencia que bajo este punto de vista tu-

vieron los agigantados pasos que dieron los conocimientos •

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D. SIIGÜEL COLMgIltó.

geográficos después de haberse descubierto un nuevo con-tinente y multitud de islas, habiéndose á 'la vez demos-trado prácticamente la esfericidad de la tierra, sospechadapor algunos sabios , llegando esto á vulgarizarse inmedia-.tamente, y dando origen á muchas palabras y frases queenriquecieron nuestro idioma como los demás de las na-ciones cultas. El más extenso y perfecto conocimiento delglobo terrestre trajo consigo un cúmulo de datos y noti-cias de todo género, que exigieron medios de- expresiónadecuados, y en mucha parte importados de los paísesque con grande fruto exploraron nuestros viajeros. Exten-dióse en cambio la hermosa y rica lengua de Castilla por -una grande parte del mundo y principalmente se-propagóen el nuevo, llegando á ser una de las europeas que -sehablan por mayor número de individuos pertenecientes ádiferentes nacionalidades que si son ya distintas de lanuestra, continúan y seguirán unidas á ella por duraderosy firmes lazos debidos á la historia, la literatura y la

ciencia.Tienen y tuvieron siempre las ciencias médicas una

parte muy principal en la introducción de voces prim-iti-, vamente técnicas y sucesivamente vulgarizadas al propio

tiempo que los conceptos ó ideas reinantes en cada épocaentre las personas dedicadas á procurar el alivio de lasdolencias de sus semejantes, que naturalmente los escu-chan y atienden. Así fueron conociéndose y se conservan.en el lenguaje usual diversas nociones de los varios siste-mas médicos, desde los más antiguos hasta los más mo-dernos, con la consiguiente discrepancia, prestándose detodos modos.á que la manera de expresarse haya adqui-

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rido variedad y además caudal bastante considerable de

metáforas y símiles.Si el contacto de los médicos con todas las clases de

la sociedad ha contribuido y contribuye á difundir ideasdel saber científico más ó menos bien entendidas por elvulgo y las personas algún tanto ilustradas, generalizán-dose de esta manera el empleo de las correspondientes vo•ces técnicas en número bastante considerable, no es me-nos cierto que otro tanto viene sucediendo respecto de lasprofesiones que requieren conocimientos propios de lasciencias exactas, físicas y químicas. Sus múltiples aplica-ciones facilitan todavía en mayor grado las relaciones mu-tuas entre los hombres que las poseen y los de menoscategoría que , como auxiliares ó prácticos , adquierennecesariamente nociones de relativa importancia y se fa-

miliarizan con el lenguaje de aquellas que por este medio

llega á vulgarizarse, por lo menos dentro de ciertos lími-

tes. No obsta esto para que la tradición siga imperando,y conforme á la ciencia antigua continúen expresándose

conceptos ya desautorizados, tanto en lo físico como en lo

químico, siendo, por ejemplo, calificados de elementos

los cuatro que en manera alguna deberían así nombrarse,si hubiera de exigirse al lenguaje común el rigor científico,

que es propio del tecnicismo en armonía con los conoci-

mientos actuales. Sin embargo, fuera de aquello que eluso tradicional ha ya autorizado, no puede disculparse

cuanto se admita inconsideradamente, sobre todo en las

obras literarias, y sea la expresión de manifiestos errores.

El espectáculo de la naturaleza y la muchedumbre delos seres que cubren y pueblan nuestro globo, siempre pre

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llamó la atención de los hombres, cualquiera que hayasido el grado de su civilización y cultura. En esto prefe-

rentemente precedieron al estudio científico las aprecia-ciones vulgares, y por ende se originó una rica nomencla-tura popular en todas partes, y que abunda entre nosotros

tanto ó más que en cualquiera de ellas. Sucedió así pre-cisamente, porque lo útil y lo perjudicial hubo de distin-guirse en lo posible desde el origen de las sociedades , ylas producciones naturales de cada país tuvieron que em-plearse sucesivamente para satisfacer las necesidades hu-manas en fuerza de la experiencia, que enserió á la vez loque debía huirse ó evitarse. Todas las producciones nota-bles en ambos conceptos fueron, por tanto, designadascon nombres más ó menos adecuados y significativos, con-forme á las ideas ó creencias reinantes , y los más anti-guos naturalistas aceptaron por el pronto la nomenclaturadel idioma en que escribieron, porque se limitaron á des-cribir é historiar el relativamente corto número de seresque eran bastante conocidos, y estaban denominados po-pularmente á ofrecían interés bajo los aspectos médico yagronómico. Las obras de Historia natural que Grecialegó á la posteridad y Plinio compiló en Roma, domina-ron largo tiempo, y su nomenclatura, tomada de los res-pectivos idiomas y sin reglas especiales, no llegó á sus-tituirse por otra esencialmente científica hasta que loexigieron los progresos de las ciencias naturales.

Aunque los diferentes seres de la naturaleza que se co-nocen hayan recibido denominaciones verdaderamentecientíficas, conforme á las reglas establecidas por el in-signe Linneo y hasta el día subsistentes en cuanto á los

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animales y plantas, habiendo sido ineficaces . los intentos

de cambiar aquéllas en lo fundamental, no por eso resul-taron, absolutamente inmutables los nombres dados á lasespecies que constituyen los reinos animal y vegetal enque se hallan distribuidos los seres orgánicos. La actualnomenclatura , que se considera como la única posible óaceptable, está conexionada con las modificaciones queen la apreciación de los géneros son consiguientes á losnuevos estudios y al sucesivo aumento de las especies co-nocidas, resultando de ello muchas veces que hayan dedistribuirse de distinta manera las ya denominadas , va-

riando de género, sea éste nuevo ó antiguo , lo cual im-

plica la mudanza de nombre, áun cuando se conserve elespecífico, que acompaña al genérico. Así se originó laactual sinonimia, que no esperaban los discípulos más en-tusiastas del inmortal reformador de la Historia natural,creyendo muchos de ellos, inclusos algunos españoles,que la nomenclatura Linneana fuese completamente inal-terable , y por' tanto definitiva , aunque esto de todos

modos tendría mucho de ilusorio, atendida la movilidady sucesivo incremento de las ciencias, que se fundan enla observación de lo exterior al hombre, y cuyos límitesson incalculables.

Tiene la nomenclatura científica de los seres orgánicos,á pesar de las modificaciones que le son inherentes, laimportantísima condición de ser universal , y por tantoconocida y usada en todas las naciones cultas por los natu-ralistas, habiendo pasado de ellos en grande parte á per-sonas menos competentes, y hasta á las meramente prác-ticas , que la comprenden y emplean comunmente. Esto

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no obsta para que se conserven, en fuerza del uso tradi-cional, los nombres vulgares de los animales y plantas,que por cierto, y en particular los de las últimas, son muynumerosos en la lengua castellana, como en otras , sinexceptuar las provinciales de nuestra Península. Entre los

nombres vulgares se cuentan algunos menos constantes,segítn los tiempos y las localidades; pero en lo general seobserva notable fijeza, y ordinariamente mayor que la

supuesta por los poco inclinados al estudio de los términosque constituyen el vocabulario popular de las produccio-nes satúrales, y sobre todo de aquellas cuyas especialescircunstancias hubieron de atraer la atención general enépocas más ó menos distantes. Fueron siempre las plantasmiradas con predilección , porque en ellas desde luegohallaron los hombres menos civilizados una parte muyprincipal de sus alimentos y de los demás medios desatisfacer las primeras necesidades humanas , tanto en elestado de salud, como al intentar recobrarla, combatiendoen lo posible las enfermedades, ó curándose las heridas y

demás lesiones ocasionadas por frecuentes é inevitables

luchas. La Medicina y la Agricultura más ó menos rudi-mentarias se remontan al origen de las sociedades, y comoconocimientos indispensables figuraron desde los primerostiempos los relativos á las plantas , designándolas connombres espontáneamente formados en los respectivos

pueblos.Importa difundir la nomenclatura botánica como medio

de comunicación entre los hombres estudiosos y entre losprácticos instruidos de todos los países ; pero dentro decada uno de ellos no se puede prescindir de conocer y

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definir los nombres vulgares con que son designadas lasplantas que los hayan recibido por ser miradas con mayoratención, provenga esto de las utilidades ó daños que pro-ducen, ó dependa de la abundancia , belleza , crecimientonotable, ó cualidades verdaderas en unos casos é imagi-narias en otros, que se les atribuyan, Existen nombres deplantas que son debidos á la invención popular en cada

territorio , siendo algunos bastante ingeniosos ,vos, y hasta epigramáticos; pero los hay en grande númeroque proceden de idiomas antiguos , anteriores á los usua-les, ó fueron introducidos por exfrafias invasiones, aparte

de los importados de distintas maneras, habiendo tambiénno pocos que pasaron de los libros científicos de- la anti-güedad al lenguaje común, que no cesa de enriquecerse en

virtud de los actuales conocimientos. Entre los nombrespopulares de las plantas, los hay que expresan ser éstasbuenas ó agradables, y otros, al contrario, indican que sonmalas, siéndolo en realidad , ó teniéndolas por tales elvulgo. Supone éste que las aves y otros animales son por

instinto conocedores de las propiedades de algunos vege-tales, y de ello se originaron ciertos nombres que demues-tran la creencia en tales indicios , entendiéndose además,que las semejanzas más ó menos aparentes , que parecenpresentar diversas plantas con algo relativo á enfermeda-des, revelan que pueden curarlas, y así se manifiesta condeterminados nombres conservados pór la tradición. Fun-damento más razonable tienen las denominaciones comu-nes de las plantas que recuerdan usos medicinales, econó-micos , é industriales , como testimonio de la importanciaque hayan tenido ó tengan todavía, y nombres hay que les

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fueron aplicados en otros tiempos por el influjo de la mito-logía, las creencias religiosas, el culto y las leyendas, conmás ó menos oportunidad. Hay, por fin , semejanzas quela imaginación ayuda á reconocer, y que originaron diver-sas denominaciones vulgares , habiendo motivado otrasuna vistosa coloración y sus cambios , así corno diversosfenómenos capaces de llamar la atención de las personasmenos observadoras, y existen además nombres que indi-can los sitios en que crecen las plantas, y á veces la patria',que el vulgo no-desconoce en algunos casos.

Hay en la nomenclatura vulgar de las plantas algunosnombres genéricos bastante adecuados , siendo distingui-das, en tales casos, las especies con epítetos que no care-cen de significación y suelen ser oportunos. Reconocetambién el vulgo algunos grupos superiores más ó menosextensos , dándoles denominaciones , que si no revelansiempre completa exactitud en la apreciación de las afini-dades, demuestran la tendencia general á clasificar ó me-todizar cuanto se desea conocer y recordar, trascendiendoesto necesariamente al lenguaje común. Notable influjo haejercido y ejerce en el mismo la nomenclatura científica,

algo vulgarizada, tanto respecto de algunas plantas espon-táneas, como relativamente á las modernamente intro-ducidas en los jardines , donde con frecuencia se de-signan con el nombre científico del género más ó menos

alterado, ctiando llega á usarse por el vulgo. Dos pro-cedencias tienen efectivamente los nombres vulgares delas plantas, siendo unos de origen genuinamente popular,y otros trasmitidos por la ciencia antigua ó moderna,habiéndose generalizado por la comunicación de los pe-

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ritos en ella con las personas preferentemente prácticas.Entre los muchos nombres que tiene la lengua caste-

llana para distinguir las producciones naturales., y princi-palmente las plantas, los hay en grande número que son

sinónimos, y esto sucede también en cuanto á las denomi-

naciones locales y provinciales. Compréndese que hayanllegado á formarse diversos nombres populares espontá-neamente con aplicación á una misma especie ó variedad;pero la sinonimia en muchos casos depende de la coexis-tencia de palabras, que con igual significación procedende distintos idiomas, pudiendo citarse muchas denomina-ciones de plantas de origen griego 6 latino, que tienen

otras equivalentes, y debidas á la influencia de la invasión

y dominio de los sarracenoS. Los nombres de plantasderivados del árabe y los arabizados, que se introdujeronen. la lengua castellana y en los demás idiomas y dialectosde la Península, pasan de seiscientos, y muchos de ellos,que se oyen diariamente: más ó menos alterados , se en-cuentran con la pureza nativa en los escritos de los mé-dicos y agrónomos arábigo-españoles , tales como Ebnl3aithar y Abu .Zacharia, cuyas obras son bastante conoci-das, recordando la del último, prácticas agrícolas todavíasubsistentes entré nosotros.

Así como las voces técnicas que corresponden á diver-sas ciencias y artes, no se consideran propias del lenguajecomún, hasta que llegan á vulgarizarse mucho, exten-diéndose fuera de los primitivos límites', también sucedearlo de esto respecto de los nombres ,de las producciones

de la naturaleza, por más que tales denominaciones tengancon frecuencia un origen popular , siendo de ,uso más ó

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D. MIGUEL COLMEIRO. 19

menos general y algunas veces bastante limitado ó circuns-crito. Corresponde á los Diccionarios tecnológicos recopi-

lar y definir todas las palabras de las ciencias y artesrespectivas , procurando enriquecerlos tanto como seaposible, conforme á sus especiales condiciones; pero losDiccionarios vulgares de cada idioma , sin dejar de tenerun carácter algo enciclopédico , que se acentúa á medidaque la ilustración se difunde, deben limitarse á las vocesy frases de uso común, sea en el lenguaje vulgar ó en elliterario, sometiendo la elección y admisión de aquéllas á

un razonable criterio, que no peque de estrecho ni raye enexagerado. Existen en esto, no obstante , apreciacionesbastante diferentes, y no es de extrañar que haya críticospropensos á echar de menos muchas palabras realmentepropias de los Diccionarios especiales, que son los destina-dos á definirlas y explicarlas. Es en ellos donde las defini-ciones tienen que ser rigorosas, empleándose los términoscientíficos ó artísticos que sean más. adecuados , mientras

que en los Diccionarios vulgares , sin cometer inexactitu-des, es dable y hasta conveniente expresarse corno mejorparezca para no exceder los límites de la común inteli-

gencia.La ciencia y la literatura se ayudan é ilustran mutua-

mente , porque si el saber es el origen y fundamento delescribir con exactitud y recto criterio, no es menos cierta'la influencia de la forma para dar atractivo é importanciaá cuanto tienda directa ó indirectamente á la mayor pro.pagación de los conocimientos humanos. Tienen las obrascientíficas por su especial índole, la circunstancia de serparcas en cuanto á las galas del lenguaje; pero nada obsta

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para que éste sea correcto y castizo, debiendo además pro-curarse que el tecnicismo no se aparte de los principiosfilológicos, particularmente al castellanizar las voces mo-

dernamente formadas, y que si fuesen de origen griego ólatino , deben trasformarse conforme al genio de nuestroidioma. Así lo enseñaron respecto de los términos botáni-.cos Gómez-Ortega, Pálau, Cavanilles y Clemente , quefueron lingüistas á la vez que hombres de ciencia , distin-guiéndose el último por su profundo conocimiento delárabe literario y vulgar, que aplicó al estudio etimológicode algunos nombres de variedades de la vid y de otrosrelacionados con la Agricultura.

No es propio de las obras esencialmente • literariascontener grande copia de pormenores científicos , y sinembargo, las hay , tanto antiguas corno modernas, quepresentan interés bajo este punto de vista, y es de notarla

predilección que tuvieron algunos poetas por las plantas,demostrando conocer bastantes de las notables por sufrondosidad, belleza é importancia. Críticos muy compe-tentes conceden, no obstante, marcada . superioridad á los

poetas antiguos en este concepto , atribuyéndoles haberobservado la naturaleza con especial atención, y así loacreditan los • escritos de Homero y Teócrito entre losgriegos, y principalmente los de Virgilio entre los roma-nos. Publicó Du Molin en París una Flora poética anti-gua (1856), y antes había formado y dado á' luz Fée laFlora de Virgilio (1822) y la Flora de Teócrito (1832),siendo bastante rica la del poeta latino, que fué estu-diada por más de un erudito, venciendo con varia for-tuna. las dificultades que ofrece la interpretación de mu-

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StIattF,L COLMEIRO.••nnnn •••nnnnn•nn•n•-n••*.

chos nombres que no se hallan claramente definidos.Sería prolijo enumerar los poemas consagrados á las

plantas y sus propiedades, así como al cultivo de especiesimportantes, que fueron publicados en diferentes tiempos,más- 05 menos distantes de los presentes, confirmándose eneste sentido una reconocida tendencia á ensalzar y pintarcon bellas formas el rico y vistoso ornamento de la super-ficie terrestre, que es la alegría, cuando revive ó abunda,y la tristeza cuando se amortigua ó escasea, dando carác-ter propio y especial atractivo á cada región, y también ácada localidad , siendo así uno de los elementos quefomentan donde quiera la población y su permanencia.Entre todos los poetas que fijaron su atención en las plan-tas, distinguióse Goethe , cuya imaginación creadora nofué obstáculo á que desplegase como naturalista el talentode observar con acierto y exactitud, demostrándolo el En-

sayo sobre las metamórfosis de las plantas , que pudo

calificarse de fantástico ó tenerse por ideal en parte, y llegóá ser punto de partida de luminosas teorías, que célebresbotánicos establecieron conforme á hechos reconocidos,siendo el fundamento de la Morfología vegetal. Aunque elconsorcio de las ciencias y letras no llegue ordinariamenteá grado tan elevado, ni siquiera á _menos altura, es de indu-dable importancia la coexistencia de una y otra clase deestudios con el natural predominio de los más adecuadosá las condiciones y circunstancias personales , tendiendosiempre á la mayor difusión de los conocimientos sanos yútiles bajo la influencia de las más dignas y nobles aspira-

ciones.

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DISCURSO,DEL

EXCMO. SR. D. ANTONIO MARIA FABIÉ.

EN CON TESTACIÓN AL PRECEDENTE.

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SEÑORES ACADÉMICOS :

Difícilmente podré expresar los sentimientos que medominan al desempeñar el honroso encargo de dar la bien-venida, en nombre de esta Real Academia, á su nuevo in-dividuo el Sr. D. Miguel Colmeiro, que nos ofrece unaprueba más de sus merecimientos en el erudito y útil dis-curso que acabáis de oir, porque la satisfacción que eneste instante siento viene mezclada con la pena que meproduce el recuerdo del académico á quien el Sr. Col-meiro sustituye, pues si no tuvimos el gusto de verle to-mar, asiento entre nosotros, no por eso le dejaremos decontar como nuestro, y para mí su nombre recuerda losdías felices de la juventud, en los que, juntamente conAyala, con Selgas, con Florentino Sanz, para no hablarsino de los que ya no existen, se abrían los ojos de mi es-píritu á la contemplación de las bellezas de la poesía y de

la elocuencia.En este arte brilló el Sr. D. Cristino Martos con es-

plendor extraordinario, siendo quizá el más puro y correc-to de los oradores forenses y políticos de su tiempo, por lo

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ACADPIIIÁ PSPAÑOLA.

que no sin razón se ha dicho que, más que hablados, pa-recían sus discursos esculpidos en letras de oro.

Estos tristes al par que gloriosos recuerdos se com-pensan con el gozo inefable de dar testimonio ante estedistinguido auditorio de la gratitud que siento en mi almahacia el Sr. Colmeiro, que no sólo es uno de mis prime-ros maestros, sino que debí á su bondad y á la de suscompañeros, á quienes presidía el inolvidable D. AlbertoLista, los primeros premios académicos que alcancé en

mi alma mater, la insigne Universidad de Sevilla; satis-facción que no ha sido jamás igualada por cuantas he po-dido obtener en mi larga vida consagrada al estudio y alservicio de la patria.

Nunca se borrarán de mi memoria aquellas expedicio-nes por las orillas del Guadalquivir y del Guadaira , porlas colinas de Aznalfarache y de Alcalá, en que, acompa-ñando al Sr. Colmeiro, empecé á estudiar los seres orgá-nicos, especialmente las hermosas y variadas plantas quepueblan aquel bello rincón de nuestra Península. Tam-poco olvidaré nunca el pintoresco viaje que maestro y_ dis-cípulo hicimos poco después desde Sevilla á Extremadura,apartándonos por las trochas y senderos de Sierra Morenadel camino real por que marchaba el clásico carro de vio-lín que conducía nuestros equipajes, que no alcanzábamosde ordinario sino en las ventas y posadas donde, tras brevey desabrida cena, nos dedicábamos á • colocar en el herba-rio portátil las plantas que habíamos hallado entre lasfrondosas adelfas y los espesos y aromáticos jarales quecon las robustas encinas forman aquellos sombríos y ma-0

jestuosos bosques.

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D. ANTOMO MARÍA FABIÉ. 27

Había llegado el Sr. Colmeiro á Sevilla, procedente deBarcelona , en donde desempeñó la cátedra de Botánicadespués de brillantísimas oposiciones ; á aquella ciudadllevó el espíritu de la nueva legislación de instrucción pú-blica, debida al insigne primer Marqués de Pidal, que consus prescripciones sacó de una postración deplorable laenseñanza , dándole impulso fecundísimo, paralizado des-pués .con gran perjuicio de la vida intelectual de nuestrapatria.

Bajo el rectorado memorable del Sr. D. Joaquín PérezSeoane y el decanato del ya nombrado D. Alberto Lista,el Sr. Colmeiro contribuyó poderosamente al renacimien-to - de los estudios, especialmente al de la Botánica, apenasconocido en la capital de Andalucía, creando su Jardínbotánico y haciendo frecuentes expediciones, no sólo porlos alrededores de la capital, sino por diferentes lugaresde la provincia y por otros limítrofes.

Ya entonces empezó á manifestar el Sr. Colmeiro suafición á los estudios históricos referentes á la especiali-dad que profesaba, no contentándose con saber y con en-señar las doctrinas de Linneo, de Jussieu, de los De Can-dolle, que pueden considerarse los creadores de la Botánicamoderna, sino estudiando las obras en que se contienenlos orígenes, ó mejor dicho, los antecedentes de esteramo de la ciencia de la naturaleza, y sin duda á esto hubode contribuir la circunstancia de haber florecido en Sevillael insigne Monardes, escritor purísimo que se ocupó ensus opúsculos, entre otras cosas, del uso y virtudes de al-gunas plantas, y especialmente de las recienvenidas de

América.

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28 ACADEMIA ESPAÑOLA.

Al estudio de una , si bien no americana, consagró elSr. Colmeiro varios de sus primeros escritos , sin dudapor la fama que tradicionalmente gozaba en Andalucía, y,

sobre todo, en Sevilla; me refiero al alerce, que se creía

incorruptible, por lo que empleaban los árabes su ma•dera en las caprichosas labores de los techos de sus alcá-zares y mezquitas ; también la emplearon los célebresmaestros de imaginaria que hicieron el admirable retablode la capilla mayor de la Basílica metropolitana y de otras

iglesias, según opinión generalmente recibida.Diez años, poco más ó menos, residió el Sr. , Colmeiro

en Sevilla, durante los cuales recorrió en diferentes direc-ciones la región meridional de España, estudiando la ve-

getación que en ella se produce, y que comprende, desde

las especies tropicales, • que se dan fácilmente en sus cos-

tas, hasta las alpinas, que florecen entre las neveras de laAlpujarra.

La actividad científica. del Sr. Colmeiro se desarrollóluego en el más amplio teatro de la Corte, ocupando la

cátedra ilustrada por insignes naturalistas españoles en el

Jardín Botánico que creó Carlos III para salud y espar-

cimiento de los vecinos de esta villa, y que dirige y de=fiende hace años el nuevo académico, debiéndose á susesfuerzos que aún viva esa institución, glorioso testimoniodel renacimiento científico y literario producido por lasdisposiciones de aquel bien intencionado Monarca, acon-sejado por sabios Ministros.

Desde que el Sr. Colmeiro empezó á desempeñar sucátedra-de la facultad de Ciencias en el Jardín Botánico, ycomo fruto de sus trabajos y experiencia, fué creciendo,e1

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número de obras que ha dado .á luz desde 1842 en Barce-lona, que continuó en Sevilla, y que son de gran interéscientífico y literario.

Largo seria enumerarlas, y más propio de una bio7-grafía y bibliografía del autor, que tendría lugar •propiocomo apéndice y complemento de la que el mismo señorColmeiro escribió bajo el título de La Botánica y los bo-tánicos españoles, con la 'que alcanzó el premio que la.Biblioteca Nacional adjudica á este género de trabajos;pero ya que no todas, citaré, además de las que llevo in-dicadas, las que estimo más importantes , y claro es quela primera debe ser el Curso de Botánica con las que lesirven de complemento, de las cuales se ha hecho más deuna edición, porque se puede afirmar que estas obras sonlas que han servido y sirven de catecismo á cuantos sehan dedicado y se dedican en España á esta ciencia , des-.arrollando la afición á su estudio en la juventud, que acu-

- de á las aulas de la facultad de Ciencias en todas las Uni-versidades de la Península.

La obra fundamental del Sr. Colmeiro, la que ha lleva-do su nombre á todas las regiones del mundo, y la quelo conservará en las edades futuras, es la Enumeración y

revisión de las plantas de la Península hispano-lusitana é

Islas Baleares, que es, cómo su nombre indica, la exposi-ción y designación geográfica de todas las especies delreino vegetal , que viven en lo que pudiera llamarse laregión ibérica. Esta obra, compuesta de cinco gruesos vo-lúmenes, es el resultado de una larga vida consagrada ex-clusivamente al estudio de este ramo del saber , y eselemento indispensable para completar el grandioso cua-

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• ACADEMIA ESPAÑOLA..

dro que forman los seres orgánicos que pueblan la tierra.Brilla en ella la erudición al par de la ciencia , pues

precede á la enumeración de las plantas un estudio histó-rico-crítico de los trabajos relativos á la Flora hispano-lu-sitana desde los tiempos antiguos hasta el día , compren-

diendo los datos que suministran los escritores árabes, yun índice alfabético de los autores de todas las épocas, conindicación de sus obras; de este modo se establece la prio-ridad de las observaciones, resultando que ésta pertenece

muchas veces á los botánicos espaííoles. - -

Merece particular mención, entre otras razones, por laimportancia que tiene para los trabajos peculiares de

nuestra Academia el Diccionario de los diversos nombresvulgares de muchas plantas usuales ó notables del . Anti-guo y Nuevo mundo, pues como su título indica, en esa

obra se contienen con su correspondencia científica casi

todas las palabras con que se designan las plantas por losescritores castellanos y el vulgo.

Los opúsculos publicados por el Sr. Colmeiro so" n

muchos, empezando por el que dió á luz en Barcelonaen 1842, bajo el título de Ensayo histórico sobre los pro-gresos de la Botánica, y terminando hasta ahora con lasdos conferencias dadas en el Ateneo de Madrid con oca-sión del cuarto centenario del descubrimiento de América,

en que expuso de un modo magistral y elocuente lasPrimeras noticias acerca de la vegetación americana.Como se ve, medio siglo de actividad intelectual y cientí-fica. fecunda en provechosos resultados, abarca la vida delSr. Colmeiro. De ella han sido, entre otros justos premios;su elección para las Academias de Ciencias y de Medicina,

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y la de la Lengua aumenta hoy los laureles que ciñen suvenerable frente, dándole lugar merecido entre los que laforman. También ha sido justa recompensa de sus servi-cios prestados en la enseñanza pública el honroso cargo5

de Decano de la Facultad de Ciencias y el Rectorado dela Universidad Central , que con aplauso general hoy des-'empeña.

Conocedor profundo el Sr. Colmeiro de la literatura.científica española, y habiendo contribuido al aumento desu caudal en las proporciones que rápidamente he indica-do, no ha podido elegir tema más propio para su discurso,.que la influencia que los progresos del saber han ejercidoen la lengua castellana , desde su formación hasta nues-tros días, y la que deberán ejercer en adelante,

La ciencia, ó por mejor decir el conocimiento, es atri-buto y facultad propia del hombre , pues siendo espírituque vive en la naturaleza, las relaciones que existen entre-

el individuo humano y los objetos que le rodean , toman.conciencia en su sér mediante la actividad que le es inhe-rente. Estas relaciones producen , en primer. término,.efectos internos; pero en virtud de la disposición y esencia.del organismo, determinan una acción refleja en virtud de

la cual la impresión interna se exterioriza. La manifesta-

ción exterior de estas relaciones entre el individuo vivo y

los demás seres , es en general un movimiento que ya se

nota en algunas plantas, que se acentúa y determina en los

animales, áun en aquellos que ocupan lugar más inferioren la escala zoológica; en los que pertenecen á un ordensuperior, además del movimiento, producen fenómenosvarios y complicados, entre ellos, efectos de sonoridad

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que llegan, en el orden superior de los vertebrados , á de-terminar la voz , y que en el hombre alcanzan con lapalabra el grado más alto y concreto, siendo ésta , expre-

sión, signo y forma del pensamiento.Puede por tanto decirse que la palabra humana es el

primer elemento de la ciencia , y al par su instrumentoindispensable y eficacísimo ; pero es claro que al hablarde la influencia de las ciencias en el lenguaje, nos referimosmás especialmente á las ya constituidas , ó al menosal conocimiento metódicamente ordenado, al saber sis-temático de que sólo es susceptible el hombre. Puesbien; áun considerado el problema desde este punto devista, debemos notar que los primeros ensayos de siste-matización y de método en el conocimiento humano, sehan realizado por virtud de la palabra. Es posible que,según han sostenido algunos filósofos de todos los tiempos,la palabra haya empezado por la emisión de sonidos mo-

nosilábicos y onomatopéyicos , que como una acción

refleja, producen en el organismo las impresiones internas

ó externas; pero es indudable que estos sonidos, que porla naturaleza de los órganos propios del hombre, muypronto , si nó- desde el primer momento , llegaron á serarticulados, sirvieron para designar el objeto que pro-ducía las impresiones experimentadas , y se verificó asíuna operación mental que no puede menos de conside-

rarse como el primer momento de la actividad científica;cuando el conjunto de impresiones idénticas ó análogas

producidas por seres asimismo semejantes ó idénticos, semanifestaron por un sonido articulado que tenía que sersiempre el mismo, se produjeron espontáneamente las pa-

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labras colectivas, y se verificaron en el entendimiento las

primeras generalizaciones, las primeras abstracciones quetuvieron su expresión natural y propia en las palabrascorrespondientes con lo cual el hombre se encontró en po-sesión de las primeras nociones científicas y del únicoprocedimiento , que aplicándose en la sucesión de lossiglos con reformas y mejoras que no alteran su esencia,han producido y producirán, en la serie indeterminada delas futuras edades , las civilizaciones y los progresos cien-tíficos que van mostrando al hombre la naturaleza delsér y la rica variedad de sus manifestaciones , según lasleyes que le son inherentes, y esto es lo que constituirála ciencia definitiva, tal como puede alcanzarla el espírituen su determinación terrestre.

Ramo importantísimo, aunque no el que lo es más, detodos aquellos en que puede considerarse dividido y cla-sificado el saber, es el del mundo exterior, el de la natura-leza en -general, y subordinado á este concepto, es parael hombre ocasión vivísima de su curiosidad científica, yobjeto, por tanto , de su conocimiento inmediato al con-junto de seres que constituyen y pueblan la tierra. Entreellos ha ocupado lugar preferentísimo para el hombre la in-finita variedad de las plantas, que le suministraron desdeel principio de su existencia elementos indispensables parasu vida , contribuyendo en gran parte de un modo directo á su alimentación , dotándole de armas naturalespara su defensa , de abrigo contra la intemperie, y deesparcimiento y solaz para su espíritu con la belleza desus matices, con la fragancia de sus flores y con la apaci-ble frescura de su sombra. Además, por medio, de los ve-

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getales llegó el hombre, sinó á crear, á conservar el fuegopara sus usos , siendo este el primer paso y el más deci-sivo é importante que ha dado en la larga é indefinida

senda de sus progresos.Por esta causa las religiones primitivas ofrecen testi

monio de la 'admiración y de la gratitud que sentimospor los dones de la naturaleza, ofreciendo en holocausto ála Divinidad, juntamente con las víctimas animales, flo-res y frutos. En estos objetos , y de sus- maravillosaspropiedades , se ocuparon desde luego los poetas , intér-pretes de los sentimientos y de las ideas de la humanidaden las épocas primitivas de su existencia. Cuando lds

conocimientos empezaron . á diversificarse formando es-pecialidades científicas , fueron de las primeras que em-pezaron á constituirse las que tenían por objeto los seresnaturales ; y en fin, al principiar, en época anterior á lahistoria, á cooperar el hombre al trabajo de la naturalezacultivando la tierra, las plantas fueron especial objeto de suactividad, y son elocuentísima prueba de ello las semillas

que se encuentran en los palafitos que sirvieron de vivien-das á las tribus que habitaron durante la edad de piedradiferentes regiones del globo.

Transcurridos larguísimos períodos ,- cuando despuésde grandes y admirables progresos, "el hombre logrófijar en formas materiales sus ideas , para comunicarlas ásus semejantes , llegando á la invención prodigiosa de losalfabetos , con lo que pudo conservar la memoria de sus

hechos, poniendo los fundamentos de la historia, y facili-tando por medios eficacísimos los progresos científicos, elconocimiento de la naturaleza no podía menos de hacer

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rapidísimos adelantos, que recogieron luego en sus obraslos escritores más antiguos, especialmente los poetas y losfilósofos.

Viniendo á tiempos que, si bien nos parecen remotos,son sin duda recientes, dada la duración de la vida de la

humanidad, y fijándonos en la civilización de que la nues-tra es resultado inmediato y directo, quién no conoce lo

que el espectáculo de la naturaleza y el conocimiento de

los seres que la forman, fueron para Hesiodo y Virgilio,para Aristóteles y Plinio?

Hija de la latina nuestra lengua, nuestra cultura lo estambién de la que floreció en las orillas del Tíber, la cualheredó todas las riquezas intelectuales que había atesoradola Grecia, y, por consiguiente, puede afirmarse que desdelos albores del castellano, áun antes de que fuese vehículodel saber de los que empezaron á usarla para escribir enella las más altas lucubraciones científicas ó las más atil-dadas obras literarias, ya aparecen en ella los vestigios dela ciencia clásica. Fácil es hallar pruebas de este asertoen-los más antiguos monumentos de nuestra lengua, em-pezando por aquellos fueros y cartas-pueblas en que ladegeneración del latín llega á punto en que es difícil dis-cernir si están escritos en la lengua que hablaron los másrudos habitantes de Lacio, ó si es ya el dialecto que llegóá ser la lengua de Santa Teresa y de Cervantes. El poemadel Cid, que es sin duda el más antiguo testimonio delverdadero castellano, comprende en su vocabulario mu-chas palabras debidas á la ciencia greco-romana.

No ya de una . manera espontánea, sino reflexiva, la

influencia del lenguaje científico en el habla de nuestros

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ACADEMIA .ES-RAÑOLA

mayores se hizo sentir en la gran literatura del siglo XIII,y muy especialmente la influencia de las ciencias natura-les; bastarían para demostrarlo aquellas palabras con queempieza una ley de Partida: «Hipocras, dice el gran legis-lador, que era un gran sabio en esto de la física...» En efec-to; la pléyade de ilustres escritores que personifica el ReyD. Alonso, trajo al habla castellana con sus obras todoslos elementos científicos del saber de los filósofos y litera-tos griegos y romanos, ya directamente, ya por el con-ducto de los árabes y de los judíos, que durante la oscuri-dad de la Edad Media conservaron y acrecentaron los"

tesoros del saber antiguo.El segundo renacimiento científico y literario renovó y

aumentó la influencia de aquellos elementos de nuestra

civilización, perfeccionando y enriqueciendo nuestra len-

gua, con las ideas y con las palabras propias de las cien-cias físicas y naturales, dándose el caso de que algunos de

nuestros más antiguos clásicos fuesen, al propio tiempoque grandes literatos, físicos insignes: sirvan de ejemplo,para , no citar sino los más ilustres, el Doctor FranciscoLópez de Villalobos, que ya á fines del siglo XV dió á luz.en Salamanca La medicina en romance trovado, poema

didáctico en que, como su asunto requiere, abundan laspalabras y los conceptos propios de las ciencias de la vida.

Las mismas circunstancias ofrecen sus famosas coplas so-bre las pestíferas bubas , y sus no menos famosos Pro-blemas.

Todavía es, si cabe, mayor la parte que los elementosde origen científico tienen en el libro que escribió Cristó-bal Acosta sobre las plantas y drogas de las Indias, en la

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ya citada de Nicolás Monardes , y más que en ningunaotra obra, en la traducción de Pedacio Dioscórides Ana-.yarbeo, hecha por el Doctor Laguna, que es, sin duda, unode los escritores clásicos del habla castellana.

La cadena de escritores que desde entonces llega hasta

nuestros días, y que emplearon con acierto nuestra len-gua para tratar asuntos propios de las ciencias naturalesy físicas, influyendo de esta manera en los progresos yvicisitudes de aquélla , no se ha roto nunca; pero sonmenos conocidos los que florecieron en el siglo XVII. Bri-llaron egregios escritores científicos en el siguiente, man-teniendo la influencia en el castellano de la reciente tecno-logia de la Historia natural , bastando para justificar estaaseveración los escritos de D. José Celestino Mutis, deD. limón de Rojas Clemente y del insigne Cavanilles;heredero directo de la ciencia y de la gloria de estosescritores es el nuevo académico que, después de haberenriquecido, como he dicho, la literatura científica espa-ñola, traza en el discurso que acabáis de oir, con la auto-ridad que le dan sus numerosas producciones , las reglasque deben seguirse para que la lengua castellana, conser-vando su genio propio, pueda servir de vehículo á laciencia moderna, y determina en qué condiciones y formainfluirá ésta legítimamente y sin deformarla en el hablaque hicieron inmortal Calderón y Cervantes.

He dicho.

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