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Manual de emancipación Una obra orientada a reflexionar acerca de por qué en muchos países industrializados, y a diferencia de lo que sucedía en épocas anteriores, la mayoría de jóvenes no pueden o no saben cómo emanciparse. ¿Es sólo un factor económico? Para el autor, las razones tienen algo más que ver con un proceso de reflexión, de adquisición de madurez y, sobre todo, de autoestima. edad....................................................................................................43 Irse de casa (p. 43)— El paso a la mayoría de edad (p. 55)— El trabajo o la vida (p. 68) ÍNDICE

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Norbert Bilbeny

EL FUTURO EMPIEZA HOY. MANUAL DE EMANCIPACIÓN

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COLECCIÓN SIGLO XXI: ÉTICA ACTUAL

PROTEUS

EL FUTURO EMPIEZA HOY.MANUAL DE EMANCIPACIÓNNorbert Bilbeny

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Dirección Editorial: Miquel Osset HernándezDiseño gráfico de la colección: CanalGràficDiseño editorial: Ana VarelaFotografía de la portada: Dennis Hill and friends.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «copyright»,bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra porcualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

Primera edición: marzo 2010

© Norbert Bilbeny© para esta edición: Editorial Proteus

c/ Rossinyol, 408445 Cànoves i Samalúswww.editorialproteus.com

Depósito legal:ISBN: 978-84-937720-5-5

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ÍNDICE

Punto de partida: la inquietud del yo.........................................................................................9

El yo mútiple de nuestro tiempo (p. 9)— A cada cual su generación(p. 27)

Objetivo: la mayoría de edad....................................................................................................43

Irse de casa (p. 43)— El paso a la mayoría de edad (p. 55)— El trabajoo la vida (p. 68)

Hoja de ruta: la emancipación y sus etapas.............................................................................83

Voluntad de independencia (p. 83) — El proceso de liberación (p. 97)— La autonomía personal (p. 107)

Equipaje: el dominio de sí......................................................................................................123

El factor responsabilidad (p. 123) — Autoconfianza (p. 138)

Lecturas para continuar..........................................................................................................155

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PUNTO DE PARTIDA: LA INQUIETUD DEL YO

EL YO MÚLTIPLE DE NUESTRO TIEMPO

«Yo» es una de las palabras más usadas. No nos cansamos dedecirla a cualquier edad. Ninguna, ni la juventud, tiene la exclu-siva. Excepto la infancia: cuando todo son cuidados y mimos,no decimos «yo», sino «el niño» o «la niña», «él» o «ella»,para referirnos a nosotros. Es el precio que hay que pagar porser tan felices. El mismo, después, por no recordar con los años,esa felicidad del bebé.

La cultura del yo

Al crecer nos tomamos la revancha y abusamos de la palabra«yo». Parece, más que palabra, lo natural antes de empezara hablar: «Yo digo que…». Hasta los más escépticos, los quedudan, se precian de dudar de todo menos de su yo, el quedice, por ejemplo, «Yo no creo» tal cosa o tal otra. Con suyo por delante, y lo demás importa menos. De modo que haypocas cosas en el mundo que estén mejor repartidas que elyo. Uno para cada uno, incluso para los no egocéntricos. Pre-gúntesele a voluntarios y altruistas por qué lo son, cómo seinició su causa, y la mención a su yo y a sus motivos será inme-diata y sin tapujos.

Al preguntarle al joven novelista Jonathan Littell quétenía él de parecido con sus propios personajes, respondiótan sólo: «No soy nada. Soy yo». Es decir, no importa qué

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es uno, si tiene o hace esto o lo otro. Sino quién es. Que seaél o ella, antes de ser identificados con un rasgo, un papel,una posición. Lo cual es bueno destacar en un tiempo en que,por lo contrario, se tiende a calificar a la gente por «lo quees», y no por «quién es», en su sentido humano, sin másseñales de importancia. A veces leemos en las esquelas de losperiódicos una larga lista de cargos y títulos bajo el nombredel fallecido. Corresponde a esa manera corriente de iden-tificar a la persona con su rango y actividades, que no aban-donamos ni al traspasar el umbral de la muerte, la gran igua-ladora. Pero aún en el caso de pensar en el yo de maneramenos posesiva, pensamos igualmente «con» el yo y«desde» éste. Estamos siempre «egocentrados», para bieno para mal.

El sistema productivo vigente, que une la política y la cul-tura con la economía, se ocupa por su parte de reservar unpuesto para el yo individual. Puede que para muchas cosas nose tenga en cuenta al individuo, al «sujeto». Pero en otrosaspectos sí interesa favorecer la idea de que el yo individualnos hace «libres» al tiempo que «responsables» frente a losdemás. Sin ese yo, ¿cómo repartir méritos y culpas? Pero tam-bién: ¿cómo hacer que cada uno se sienta parte y deudor deun todo en el que la educación y la ciudadanía se articulan conel mercado? Si a uno no se le persuade de que es libre y res-ponsable para elegir su destino, como profesional, elector ocliente, entre otros tantos cometidos, es más difícil que parti-cipe de ese gran engranaje y que lo haga con gusto o interés.

En otras palabras, gravita sobre nosotros la ideología delindividuo como «dueño de su destino» o responsable últimode su suerte. Lo cual, de paso, no le viene mal al sistema en unaépoca de incertidumbres y de bajo tono participativo. Así seexplica hoy la vuelta a una cierta moral de la autoinculpación(el fracaso o la inseguridad son, así, «nuestro problema»), lainsistencia en la autoevaluación permanente, y el éxito, en fin,de libros y terapias de «autoayuda».

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El yo en crisis

La realidad tiene otros rostros diferentes a éste del yo indivi-dual y a su poder de elegir en casi todo. Quizás pocos jóvenessuscribirían hoy la respuesta del escritor acabado de mencionar.Éste dice que él no es «nada» en particular. Sólo: «Soy yo».Otros dirían, al contrario: «Soy muchas cosas, pero no yo».

Conocemos nuestros papeles en la vida de cada día. Y loscambios de identidad que constantemente se nos exigen. Perode ahí a concluir que somos un yo, uno y permanente, haymucha distancia. La vida de hoy parece no estar hecha paracreer que somos un yo. Si la ideología es la del yo, la realidades la del no-yo. El joven, la persona, apenas tiene tiempo y estí-mulos para centrarse y descubrir su yo, y se vale mientras tantode ese otro yo social que bascula entre la ilusión y el fracaso enel vasto panorama del mercado. Se trata de hacerte ver queestarás emancipado sólo cuando dispongas de empleo yvivienda. Y que serás feliz cuando completes el cuadro con unbuen coche. Es el yo ajustado a nuestra condición de decisoresde bienes de producción y consumo, incluida la elección deuno mismo como productor y consumidor.

Pero el otro yo, el personal y propio de cada uno, ese se nosescapa. Huye con la prisa misma de cada día. Es cierto quedesde un punto de vista intelectual a este yo se le dedican hoymuchas críticas, por demasiado egocéntrico y pretencioso. Sedice que sigue representando al yo del individualismo econó-mico, de la visión machista de la personalidad, y hasta de unenfoque de la cultura, propio de Occidente, que desestimaríalos lazos del individuo con la comunidad a la que pertenece-mos. Pero estas críticas se quedan cortas frente a los efectoslaminadores que ejerce la realidad sobre ese yo más propio ypersonal. Me refiero a la realidad de las sociedades asentadassobre la economía capitalista y el negocio de las tecnologíasde la información. En ellas ha cambiado también el sentidode la identidad personal y el valor otorgado al yo y a la con-ciencia individual.

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Se precisa, por una parte, que los productores y consumi-dores seamos adaptables y flexibles, tanto en proyectos comoen capacidades. Éstas, por lo demás, deberán estar en «forma-ción contínua», reciclándose hasta morir. No se puede pen-sar, entonces, en una identidad personal única y continua enel tiempo, que de alguna manera podamos empezar a dispo-ner desde muy jóvenes. Antes eso era posible; ahora, muchomenos. Y, por otra parte, se ha pasado de unas formas de con-tacto humano presencial, en que la percepción directa del otroera fundamental para los valores y los motivos de vida, a otrasformas de relación tan sólo virtual, donde casi nada es lo queparece y todo sucede sin apenas dejar poso.

En este marco es difícil que prospere la idea de un yo cohe-rente y estable. Parece como aspirar a algo anticuado, comousar sombrero, tener buenas maneras o comer sin prisa.

La capacidad de encaje

Sin embargo, esa nueva condición de «nómadas morales», ypor descontado de «nómadas intelectuales» —quien se cie-rra, se queda atrás—, no parece ser vivida por los jóvenes conel mismo dramatismo que los mayores. No han conocido elmundo anterior, caracterizado por incentivos y respuestas pre-visibles, cuando uno o una se preparaba para ser una «personade provecho». Aunque, dentro de lo que cabe, es una ventajapara ellos, pues abordan la nueva situación del yo sin los com-plejos de otras generaciones. Ya saben, de entrada, qué contar,y no se comparan con patrones de otra época. Encajan conmenos ansiedad la dificultad del yo en el mundo actual.

Por otra parte, son los propios jóvenes quienes prefierenun yo variable y expuesto, frente a otro, como antes se nos ense-ñaba, más seguro de sí y capaz de ser el eje de la personalidad.Hay, como siempre, excepciones, pero la juventud actual, másaún que la de otros tiempos, no se deja etiquetar. En relacióncon el aprendizaje y la formación personal, se consideran conun potencial de partida de amplio espectro y que hay que rea-

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lizar sin prisas especiales. No creen demasiado en los planespreconcebidos, ni menos en una «vocación» que sacrifiqueel resto de oportunidades. Lo deseable es optimizar todas éstas.Para lo cual un yo o una personalidad de buen fuste, robustosy atentos siempre a su «identidad», serían un obstáculo.

Los jóvenes prefieren hoy ser complejos y polifacéticos;estar abiertos a lo que surja, y escoger lo más adaptado a susintereses. Y lo hacen a su manera, es decir, sólo captable entreellos, no por los adultos. Puede que otras generaciones se sin-tieran más seguras de sí mismas, pero no se recuerdan tan sofis-ticadas, quizás, como ésta del presente. Los jóvenes quierenser ellos mismos, aunque no les convence el valor de un yocoherente y definitivo. Y quieren experimentar, tener ante símuchas oportunidades y poder aprovechar alguna. Pero lesconvence menos la idea del esfuerzo o del riesgo para alcan-zar algo que no es de goce inmediato.

Se les reprocha poca capacidad para crear un mundo nuevo,pero por lo menos la tienen para encajar el actual y conocido.De éste saben exprimir lo que les interesa, evitar lo que les des-agrada y ponerse a mezclar todo lo demás. Lo cual no estáexento de imaginación y creatividad (y en lo moral hasta tienesu mérito), si bien a veces se cuela de paso el sufrimiento y elpeligro en sus vidas. Por ejemplo, con los modos impulsivosde relacionarse, en casa o en el trabajo, o con las conductasadictivas a la hora de divertirse.

Identidades dispares

Entonces, ¿hay que acusar a los jóvenes de «contradictorios»?¿No es incoherente vivir según tendencias opuestas? Tanpronto buscan la libertad como la seguridad; la vida respon-sable como la despreocupada. Y eso incide en su manera deentenderse a sí mismos. En su yo, fragmentado e incoherente.A menudo son los primeros en sorprenderse.

He aquí unos ejemplos reales, aunque con nombre cam-biado, de jóvenes que aparentan esta incoherencia:

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Enrique es un joven abogado que trabaja en una entidadde seguros, casado y de confesión católica, conservador, peroque se ha apuntado a un partido de izquierdas, donde ve laoportunidad de escalar y conseguir un cargo político. Teresa,de apenas veinticinco años, pertenece a una conocida familiade la ciudad. Es una militante de la antiglobalización y vistede modo hippie, pero vive de los recursos familiares, a pesarde llamarse a sí misma «inconformista». Xavier, en cambio,harto de su familia convencional, se ha retirado con su parejaa vivir en el campo, donde han tenido un hijo. Ambos, sinembargo, son acérrimos defensores de la religión y la familia.

Otros más. Marisa, que pasa de los treinta, no quiere tra-bajar, pero le gusta vivir bien. Tampoco se decide a acabar sutesis doctoral, aunque se siente y comporta como una intelec-tual. Pol, de algo más de veinte, proclama su anarquismo, peroes funcionario municipal y, con empeño, un buen gastrónomo.Carina es una radical de izquierdas que vive de manera muyaustera, pero invierte en bolsa y posee, por herencia familiar,varios apartamentos que alquila a un precio más que conside-rable. Ángel es lo que se dice un reaccionario en política, ymuy beato, pero es un entendido en arte y diseño de vanguar-dia. Cualquiera diría que es el típico «moderno». Nuria esuna ejecutiva con un buen sueldo. Vive sola desde muy joven,pero cambia cada dos meses de pareja y ha puesto varias vecesen riesgo su salud por causa de su promiscuidad sexual. Miguelconsigue buenos empleos en informática, pero es cada vez másun adicto a la cocaína, aunque es un asiduo del gimnasio y,dice, de la «vida sana». Amelia hace años que está en Áfricaen tareas humanitarias, pero no se habla con su madre, y suscompañeros dicen que es intratable. Jesús es técnico superioren el ejército, y colecciona con esmero armas antiguas, pero seha hecho budista y cree, pese a ser militar, en la compasiónuniversal. Y para qué continuar. Todas estas personas parecenrepresentar distintos personajes a la vez. Cuando es el turnode uno de éstos, a la hora por ejemplo de afrontar la respon-sabilidad familiar, ¿cómo se las arregla cada uno con el resto

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de sus voces? No es difícil adivinar que los personajes de eseescenario interior están enfrentados entre sí. El hecho es queunos jóvenes lo viven como un conflicto. Pero otros, no.

No obstante, acusarlos de «contradictorios» es algo quetiene poco fundamento y no lleva a ninguna parte. La acusa-ción puede volverse como un boomerang contra los mayores.Porque la incoherencia es tan parte de la vida y la conductahumanas como la alabada «coherencia». Otra cosa es que, porlo general, nos sintamos mejor con esta última y que le demosincluso un valor lógico. Contradecirse sería un error, o es sos-pechoso. Pero ser incoherente, en ciertas ocasiones, o para deter-minados asuntos de la experiencia, no es ni malo ni absurdo.

Puede que sea una forma de perseguir la misma coheren-cia, pero siguiendo otra especie de lógica. O simplemente deencarar una situación difícil mediante sucesivos tanteos deadaptación. En cualquier caso, no se puede recriminar a nadieel ser «incoherente» en lo personal. Si es una opción, allá cadacual. Si es una debilidad, la respuesta es ayudarle.

El yo coherente

En la juventud la incoherencia respecto al yo se ha de afrontarsegún todos estos ángulos citados. Y aún desde otro más, el másimportante: el tipo de sociedad en la que crecemos, que nosinduce a todo, excepto a ser coherentes. Por eso, además de hipó-crita, sería injusto reprocharles a los jóvenes ser incoherentes.

La sociedad actual está articulada sobre la economía delcapitalismo globalizado. Su industria, así como los valores deproducción/consumo, se sirve de las diversas tecnologías dela información, cada vez más impactantes en todos los órde-nes de la experiencia. De modo que estamos en la «sociedaddel conocimiento», la que en pocas décadas ha logrado trans-formar de modo inaudito los hábitos y las creencias de la gente.Pues bien, dentro de estas coordenadas, el sujeto, y notoria-mente los jóvenes, tenéis hoy que saber combinar las dos for-mas culturales básicas de esta sociedad. Veamos.

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Por un lado, avanza en nuestro tiempo la cultura del cono-cimiento y la competitividad. En sus pilares está la produccióneconómica, que es la responsable de promover, para sus pro-pios intereses, la idea de que cada uno, cada productor, ha deposeer un «proyecto de vida». Se entiende que es un proyectoen lo económico, básicamente, pero que arrastra los aspectosformativos y familiares del individuo. Involucra todas las esfe-ras de la «seriedad» o responsabilidad del individuo sobre ély los suyos, incluidos sus conciudadanos. Y se entiende, tam-bién, que sin dicho proyecto la producción retrocede o sealtera, cambia de sentido.

Dada la importancia concedida a la existencia de un pro-yecto de vida hay varios elementos a destacar que, todos ellos,inciden en el yo y la personalidad. En primer lugar, la personaes presentada siempre como individuo «agente», es decir,activo, con una actitud frente al mundo diferente a otra, porejemplo, más contemplativa, espiritual, o simplemente pasiva.Y, al mismo tiempo, el individuo es distinguido por su poten-cial «proyectivo»: la acción, se supone, se hace según un plano unos fines más o menos preestablecidos. Se actúa, así, pararealizar un proyecto que no puede quedar en sueño o en merasintenciones. En segundo lugar, se supone que la actividad decada uno se rige, más en concreto, por «necesidades» e «inte-reses». Eso alcanza a todas las profesiones y tareas de la socie-dad a las que la persona se enfrenta con mayor o menor logroobtenido en el trabajo. Todos, así, estamos «comprometidos»desde nuestra condición de productores.

Por último, damos un gran valor al hecho de «elegir»como pieza determinante en nuestro proyecto de vida. Si noacertamos, las consecuencias pueden ser fatales, y en cual-quier caso los causantes, los «culpables», seremos nosotrosmismos por no haber tomado la decisión adecuada en elmomento adecuado. Por eso se nos exige a la vez ser autóno-mos, ser dueños de nuestros actos, entendiendo siempre laautonomía como una especie de «autodeterminación».Ahora bien, ésta no es un obrar por libre capricho o, simple-

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mente, sin imposiciones. Cada uno debe poner de su parte.Lo cual nos remite al carácter y a la importancia de labrarnosuna «personalidad».

Sobre todos estos rasgos, la resultante es que cada uno tengaun yo coherente, sin fisuras ni contradicciones. Si uno agregaseen su curriculum «además, soy una persona llena de contra-dicciones», no le ofrecerían ninguna entrevista. La persona-lidad no puede reflejar diferentes y opuestas personas en unomismo; debe ser una, estar unida, y si es posible única, paradestacar entre las demás.

En otras palabras, con la identidad no se juega. Hay quequererla homogénea y estable. Porque sin esta base individual,coronada con el yo de una pieza («individuo» significa «in-divisible»), el sistema mismo de la producción se tambalea-ría. «¡Sé tu mismo!», pues, es lo mejor que pueden decirnos.¿O lo peor?

El yo fragmentado

La sociedad fomenta también que tengamos otra clase de yo.Uno más abierto y cambiante. O mejor, aún: que tengamosvarios «yos», coexistiendo en paralelo con el anterior, el yoenterizo de la responsabilidad.

La causa de este insólito acompañamiento está en el avanceuna cultura antagónica con la acabada de describir: la culturadel bienestar y del ocio consumista. El consumo, que cada vezmás forma parte de la vida diaria y de los ensueños de la mayo-ría, es por sí mismo diverso, fragmentario y aleatorio. Hay caside todo por consumir, pero nada vale por sí solo y todo casacon todo, como en una gran ensalada. Echemos un vistazo anuestro alrededor y a nosotros mismos. Somos pluriconsumi-dores cambiantes, y pocos o ningún producto nos bastan parano desear consumir otros. En una época vestimos bien, viaja-mos poco, pero leemos mucho. En la siguiente, consumimospoca literatura, gastamos menos en ropa, pero salimos más amenudo al extranjero.

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El mercado, en fin, nos pide vivir durante la vida varios«estilos de vida». El proyecto personal, del que antes hablá-bamos, apenas cuenta. Lo importante es estar en alguna ten-dencia, o mejor: en vivir para todas ellas. El más admirado seráquien sepa combinarlas mejor, antes y más rápidamente.Advertencia, pues: se requiere menos carácter, y más disponi-bilidad. Menos vueltas a la personalidad y más estilo. No pue-des blindar tu yo a la sucesión de tendencias. Porque, ¿quiénva a preferir un televisor en blanco y negro y con un solo canal,a otro en color y con docenas de opciones, aunque se nosgarantice la calidad, los mejores guiones, de la primera opción?¿O quién se atreve a ser genio y figura hasta el final, y renun-ciar a un referente en cada cambio de época o de temporada?

Se dice, en broma, que hemos pasado del homo sapiens alhomo zappiens, el que hace zapping. Pero la verdad es que amuchos les encantaría cambiar de vida y de situaciones conla misma rapidez con que manejan el mando a distancia deltelevisor y otros teclados varios. Véase, si no, en qué se divier-ten niños y jóvenes. No están obligados a detenerse ni unminuto en lo que a primera vista no les satisface, y saltan deuna experiencia a otra, impacientes, con sólo un leve movi-miento de dedos. De esa forma mágica, aunque inquietahasta la saciedad, se quisiera controlar la experiencia de lavida. Y tiene su lógica. Puesto que la cultura de bienestar yconsumo en la que estamos inmersos es la que alienta a quehaya individuos tan «receptivos» como ansiosos por «expe-rimentar lo nuevo». También es la que hace, a veces, que lavida y las actividades que llevamos a cabo se parezcan a nues-tros «deseos» o, al menos, a la «imagen» de nosotros mis-mos. Pues con sólo adquirir ciertos productos y servicios(una casa, un crucero, un concierto, un vestuario o unareconstrucción de mamas) ya nos sentimos ricos o distingui-dos, aceptados o «enrollados». Así, de paso, nos hacemosjusticia a nosotros mismos.

Cuando la que predomina es esta cultura del bienestar yel consumo, el énfasis ya no recae en elegir y tomar decisiones.

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Sino, cosa distinta, en la «multiopcionalidad» a nuestro alcan-ce, aquello que nos deparan las instituciones y el mercado acambio del voto o de un pago. Por consiguiente, también seda importancia a la autonomía personal, pero no en el sentidoético, sino en el estético de la «autoselección» entre todas lasopciones, para dar con nuestro «estilo» más adecuado, paraacertar entre todas las apasionantes «tendencias». De ahísurge el yo fragmentado, el que se realiza, o lo intenta, bajo elsigno de lo heterogéneo y cambiante. A éste nada mejor queanimarle con la consigna: «¡Aprovecha las oportunidades!»:el célebre Carpe diem! Si Horacio, que era parco y fácil de con-formar, levantara la cabeza…

La individualización se hace hoy a través de estas dos vías.La del yo coherente y la del yo fragmentado. Estructurado elprimero, oportunista y versátil el segundo. Con ambos tene-mos que crecer y hemos de aprender a controlarlos. El sujetoresultante es, así, lo más parecido a una «identidad de identi-dades», a un «yo múltiple» o poliédrico hecho de varios«yos», entre la unidad y la dispersión. Pero todos estos frag-mentos, al fin y al cabo, forman parte de una sola persona. Oasí debe ser, aunque cueste y sea nadar a contracorriente. Nosva en ello la salud y casi todo lo demás. Algunos lo llaman«destino», y es verdad, porque la muerte convierte a la vidaen un destino, aunque no se quiera.

Hacia una felicidad adulta

De la personalidad depende tu rumbo de navegación por lavida. Con ella has de tomar las decisiones más discretas, perode mayor alcance para ti y los demás. Elegir, por ejemplo, entrela valentía o la sumisión, la libertad o la seguridad, la origina-lidad o la copia, la «normalidad». Sin embargo, una alterna-tiva que pronto nos vemos obligados a tomar es la del trabajoo el dinero como factores de felicidad personal. Su plantea-miento y respuesta serán prueba de nuestra condición o no demayores de edad.

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De entrada, hay que relativizar la importancia del trabajoy el dinero. Hasta hace pocos siglos eran sólo necesarias de tresa cuatro horas diarias de lo que se llamaba «labor». En laactualidad, algunos pueblos no dependen tanto como otrassociedades del trabajo y la economía. Y a pesar de ello, pare-cen más felices. Por lo demás, en los países ricos también haygente que no relaciona la felicidad con su trabajo y renta. Noobstante, en nuestra sociedad las actitudes al respecto abarcanesta gama:

1.: Se es feliz sólo si se tiene trabajo y dinero;2.: ambas cosas no hacen la felicidad, pero ayudan a ella; y3.: no se puede ser feliz si carecemos de ellas.

Ya lo decía Aristóteles: el hombre feliz es «quien obra deacuerdo con la virtud, y dispone de bienes exteriores suficien-tes durante toda su vida». Y remataba diciendo que la felici-dad es «lo único que se elige por sí mismo», nunca por nadamás. Reconocía también que se puede tener fortuna y ser, a lavez, infeliz. Es decir, que la fortuna no da por sí sola la felici-dad, y que un rico que haya perdido la fortuna, pero tambiénla virtud, difícilmente podrá recuperar aquélla sin ésta. Enresumen, lo que deja bien claro es que si los bienes materialesno son suficientes, son al menos muy convenientes para la feli-cidad. Coincide, en fin, con el tópico más común hoy: trabajoy dinero no hacen la felicidad, pero ayudan a obtenerla. Ahorabien, el mundo de hoy es diferente. Para Aristóteles, sólo lafelicidad es buscada por sí misma; supera a la fortuna. Losbienes materiales son siempre medios para aquel fin superior,el de ser feliz. Pero, para nosotros, los medios pueden valertambién como fines en sí mismos. Así es, por ejemplo, paraquien vive para trabajar o es adicto al trabajo. O también paraquien vive y trabaja sólo para tener dinero, con derivacionesextremas como el ahorro compulsivo o la avaricia.

Volvamos a nuestro dicho: «El dinero no hace la felicidad,pero ayuda a obtenerla». Y acudamos ahora al sentido común.Así, ¿quiere el dicho decir que sin dinero no hay felicidad?

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Podemos responder que no: que hay otros medios para alcan-zarla. O también: ¿es siempre el dinero un medio para ser feliz?Y decimos que tampoco: lo material a veces falla. Por lo menoshay unos cuantos «pobres niños ricos», además de muchosconocidos futbolistas y famosos que se hacen ricos antes dehacerse adultos. Y hay algunos adultos ricos que se suicidan odependen de los barbitúricos. Dicho de otro modo: hay razo-nes y motivos para creer que la felicidad no depende necesa-riamente de la fortuna, y que ésta, a su vez, no siempre ayudaa la primera. También Aristóteles decía que si vinculásemosla felicidad a la fortuna, la mayoría de mortales nunca podríaaspirar a ser felices.

Estamos ahora más cerca de la idea de una felicidad adulta.La que depende, en último término, de la persona. No de loque ella tenga, sino de lo que ella es. De su calidad como per-sona y de su conducta. Se puede, pues, ser feliz sin dinero; porlo menos, sin demasiado dinero. Pero nunca sin cualidadescomo persona, por más dinero que se tenga.

La relación entre dinero y felicidad

Cuando decimos que el dinero no da la felicidad, pero queayuda a conseguirla, parece haber otro malentendido defondo: contraponer, de un lado, el concepto «dinero», y eltrabajo para conseguirlo, con, de otro lado, el concepto «feli-cidad». Pero, puestos a pensar, no es éste el dilema. Seríacomo oponer la gimnasia a la salud, o la policía a la justicia.En todos estos casos se trata de conceptos que, aunque rela-cionados, no son homologables. Dinero y felicidad, comopapel y literatura, son heterogéneos entre sí. Por más que hur-guemos en alguno de los dos, el segundo no aparece reflejadoen él. Son cosas diferentes.

Los dilemas serían de este otro tipo: ¿Prefieres ser feliz oinfeliz? ¿Quieres trabajar o no? ¿Te importa mucho el dineroo poco? Woody Allen dijo: «El dinero es mejor que lapobreza, aunque sea sólo por razones financieras». Pero de lo

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que se trata, al hilo de estos ejemplos, es de evitar que ,cuandodecimos que el dinero «hace» la felicidad queremos decir, ala vez, que «preferimos ser pobres». Y que cuando afirma-mos, por el contrario, que «ayuda» a la felicidad, queramosdecir que «es mejor ser rico». Es decir, se trata de evitar elejemplo extremo de tener que preguntarle a alguien: «Usted,¿qué prefiere: ser feliz y no ser rico, o ser rico y no ser feliz?»Sería una visión tan pobre y limitada del asunto como las ante-riores. El error, insisto, es hacer que vayan juntos, y con elmismo relieve, dinero y felicidad.

Fortuna y felicidad, aunque se relacionen, son muy dis-tintas. Son heterogéneas. Lo prueba, por ejemplo, que entrelas ventajas de la felicidad no se encuentra, necesariamente,el disponer de dinero o de un buen trabajo. Y que entre lasventajas de la fortuna y los bienes externos, el ser feliz es sólouna de ellas, y además ésta no es siempre segura. De hecho,parece que con el dinero a muchos les importe más tenerpoder adquisitivo, influir sobre otros o hacerse famosos. Aun-que también cabe ahí poder ser más independientes o vivira todo confort.

Pero la felicidad, o mejor dicho, los «medios» para ella,es sólo una de las ventajas del dinero, a juzgar por lo que lagente hace con éste. A veces lo material sólo procura una formamás agradable de miseria. El nombre de «dinero» recuerdalo que es: denarius, moneda. No lo compra todo, tampoco lafelicidad. Y pocos son, en realidad, felices.

Trabajo y dinero

Lo habitual es relacionar el dinero con el trabajo. «Nadie teva a regalar nada en la vida», suele decirse, y a continuación,lógicamente: «Quien no trabaja, no come». Lo excepcionales asociar dinero o renta con inactividad, ineficiencia, o, lle-vado hasta un extremo, con delito. Hasta los ricos critican el«vivir de renta». Porque el trabajo se toma como una ener-gía de vida, y el dinero como la medida de esta energía.

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En muchos países, principalmente los de religión protes-tante, no se discute el vínculo del dinero con el trabajo. Se espe-ran riqueza e inversiones sólo donde haya espíritu emprende-dor y productividad. La hormiguita ahorradora existe graciasa la abejita laboriosa. Mientras tanto, y para ejemplo de todos,el dinero de la primera es ungido con los valores de la «sobrie-dad» y la «previsión», y el trabajo de la segunda con las vir-tudes de la «vocación» y el «esfuerzo». Todo un desafío parael yo múltiple de nuestro tiempo, que no está para papeles tanclaros y efectivos, aunque se ha de reconocer el exceso de retó-rica que hay en todas estas llamadas al trabajo y al ahorro. Enespecial, la hipocresía y los falsos pretextos que acompañan hoya la especulación y a las formas engañosas de hacer negocio, lasque han conducido a la gran crisis económica del inicio de siglo.Pero, a pesar de todo, y para no desanimarnos, resulta por lomenos imbatible la afirmación de que «si se trabaja, se gana»,sea mucho o sea poco. Y si no se gana, lo más probable es quesea porque no se trabaja.

Por otra parte, cuesta igualmente separar la felicidad de esebinomio trabajo/dinero. O, si se quiere, de la imparable abejaen su colmena y de la obstinada hormiga en su nido. La ciga-rra canturrea al sol, pero es infeliz porque no sigue a ningunade estas dos. Por eso, por vivir bien, solemos juntar dinero ytrabajo, buscándoles una «proporcionalidad» en todos losaspectos. Desde el simple «el dinero por trabajar, bien ganadoestá», al más cuidado «a buen trabajo, buen precio», o almuy prevenido «cobrar antes de trabajar, es trabajar mal».Sin embargo, todo tiene su excepción, y algunas veces dineroy trabajo no muestran mucha relación. Por ejemplo, en las«amas de casa», que trabajan sin dinero a cambio. O, al revés,en los que obtienen dinero sin dar golpe.

En suma, damos por supuesto que la felicidad tiene un costeporque buena parte de sus ingredientes tienen un precio endinero. Y para sufragar éste, se requiere un esfuerzo en trabajo.«Coste», al fin y al cabo. Entonces, puedes preguntarte, comojoven: ¿por qué no aspirar a una felicidad sin coste? Una res-

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puesta es la que proviene de hacerse adulto: porque es igual-mente difícil pensar en una felicidad sin beneficio. Si se esperaéste, se presupone lo primero: que «cueste». El mayor de edadsabe que la felicidad no cae del cielo.

La importancia de desear

De hecho, mientras esperamos una felicidad con «benefi-cios» habremos de prepararnos para una felicidad con «cos-tes». La felicidad sería algo fácil si fuese únicamente un asuntode «conciencia». Lo complicado es que lo es también de«ciencia». Porque, ¿qué entender por ella? ¿Cómo lograrla?¿Y qué se puede esperar?

¿Cómo se las apañará, entonces, quien se vea tirado deuna mano por el «yo coherente» de la seriedad y la eficacia,y de la otra por el «yo fragmentado» del ocio y la experi-mentación? Pero científicos y filósofos no tienen una res-puesta unánime sobre la ciencia de la felicidad. Unos dicenque es un sentimiento; otros, conocimiento. Para algunos esuna forma de posesión: para otros, de liberación. Hay quienla ve como un asunto individual, y quien la ve como algocolectivo. La felicidad es vista desde la perspectiva materialy psicológica, o bien desde la espiritual o moral, como un«estado» o sólo una «actividad». El abanico de respuestases inabarcable.

No hay mucha base, sin embargo, para decir que la felici-dad es una actividad. La confundiríamos con las caracterís-ticas de ésta. Pero tampoco la hay para entenderla como unestado, sea físico o psíquico, como, por ejemplo un «estadode ánimo». La felicidad, mejor, parece ligada a las emocio-nes. Pero sin consistir sólo en eso, en pura emotividad o sen-timiento. La felicidad es una «percepción emocional». Y lopercibido así, mezcla de emoción y conciencia, es, en unapalabra, el deseo.

La felicidad percibe el deseo. Pero, fijémonos: no digo quela felicidad consista en la «satisfacción» de un deseo, que es

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una actividad. Ni en el mismo hecho de «desear», que es unestado. Es sentirse desear, la percepción emocional de que sedesea. O, si se quiere, algo más sencillo: que la felicidad es laautopercepción del deseo. Objeto y sujeto perceptor, el deseoy el yo que lo percibe, se funden en una misma experiencia,que se puede ver como mezcla, también, de un estado (porquees percepción) y de una actividad (porque sentimos el deseo).

Aun así, queda la pregunta: ¿qué clase de deseo? No cual-quiera, ni ninguno en concreto: sólo, pero nada menos, queel deseo de desear. Es feliz quien se ve con fuerzas de desear,sin importar mucho qué desea. Lo importante es poder deseary sentirlo así: deseando. Quien no tiene esta fuerza ya no seplantea nada que desear, ni siquiera la felicidad. En resumen,la felicidad puede ser entendida y vivida como la autopercep-ción del deseo de desear, que es el más durable y menos decep-cionante de los deseos. La persona feliz es aquella que no deseanada que no sea la fuerza misma de desear, sin importar demomento qué desea. Eso es secundario, y hasta peligroso, por-que nos puede quitar el deseo una vez conseguido lo que que-ríamos, o si lo conseguimos mal.

Y esa percepción de vida, la de estar «en pleno contacto»con la propia vida, es lo que nos mantiene felices, o por lomenos, contentos. Los más realistas pueden llamar a esa per-cepción: salud, plenitud. Los idealistas: aliento, espíritu.

No se trata de estar pendientes de tener o no tener un«estado de ánimo». El deseo siempre existe por algo. Está ennuestra naturaleza desear siempre una cosa u otra. Pero bastaque nos demos cuenta de eso para rozar ya la felicidad.

¿Éxito o felicidad?

El deseo es importante a la hora de trabajar. Nos hace prefe-rir el gusto, o la eficiencia, a la mera productividad (aunquetambién así se produce mejor). Y es igualmente importantepara la relación con el dinero: es preferible el tiempo de laespera al del gasto, que no tiene reparación.

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En suma, sentirse «acreedor» con el dinero, lo mismo que«creador» con el trabajo, nos llena de contento, porqueambas cosas hacen que nos sintamos merecedores por lo quetenemos entre manos. Quien ya lo ha experimentado algunavez, sabe que eso nos satisface personalmente mucho más quesentirnos «productores» de trabajo o «poseedores» dedinero. La obra acabada y el dinero disponible se disfrutanmucho menos que el estar a la espera de contar con ellos. Elriesgo y el esfuerzo cesaron; y, sobre todo, se acabó el deseo.

El tramo que precede al resultado es el más interesante: lospreparativos, el deseo. Por eso, para un joven con poca expe-riencia y a veces demasiada ambición, pensar sólo en los«resultados» de su trabajo, económicos y de otro tipo, lesupone a la vez un serio riesgo de sentirse insatisfecho o fra-casado a la primera de cambio. Te expones inútilmente a lafrustración. Basta que no consigas exactamente lo esperado,que se critique tu trabajo, o que un recién llegado destaquemás que tú, para que pronto te sientas hundido. Estabas dema-siado pendiente de los «logros».

En relación, pues, con el trabajo y el dinero, lo primero esconcentrarse en el enfoque de cada asunto. Importa, en espe-cial, el modo de afrontarlo y si uno se siente motivado o no paralo que está haciendo. También, por descontado, si lo aproba-mos y no se tienen reparos morales. En resumen, hay que valo-rar en qué grado se desea lo que se hace, al margen de si hace ono lo que se desea. Recuérdese que esto último es la clave deléxito, pero no de la felicidad, que está en lo primero, en el deseo.

Para la felicidad, es mejor poner el acento en el proyectode lo que queremos, y en el esfuerzo por conseguirlo, que enlos resultados, una vez obtenidos. Éstos son ya un hecho «con-sumado», una energía «consumida»: el pasado. Claro estáque nos debemos a ellos: los necesitamos y hay que obtener-los bien y a su tiempo. Incluso viviremos de ellos. Pero en lopersonal, disfrutaremos más del deseo y de los preparativosantes de alcanzarlos. Viviremos para ellos.

La felicidad depende de lo que pongas de tu parte. Dice

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un proverbio chino: «Todas las adversidades huyen de quienmantiene el sol en su corazón». Este sol se encuentra en tuyo, coherente y fragmentado a un tiempo, pero al que nadaimpide estar abierto a la percepción de nuestras propias fuer-zas y gozar de ello.

Heráclito dijo: «El sol es nuevo cada día». Para nosotros,esta renovación viene de sentirnos cada día con fuerzas paradesear. Y no hay éxito, ni juego, ni droga que sustituyan a esafelicidad.

A CADA CUAL SU GENERACIÓN

Si te digo «la vida es una carrera de relevos», ¿qué vas a res-ponder? Un amigo, filósofo, lo ve así: la vida, en efecto, comoun transcurrir de generaciones que se van pasando el testigounas a otras. «¡Tómalo ahora tú!», le dice el viejo al joven,cuando ya no puede más. Y éste, a su vez, hará lo mismo conquien venga detrás. Y así sucesivamente.

Una sucesión de generaciones

Una «carrera de relevos», y por si fuera poco, de «obstácu-los», porque la pista no es tan firme y lisa como la de un esta-dio. Tú ya lo sabes, aunque los adultos pensemos que nada osafecta. La mayoría de jóvenes ya han padecido diferentes epi-sodios de dolor, pérdida de familiares, experiencias de fracaso,y no pocas veces tristeza o depresión.

Cuando ese amigo me dijo que «la vida es una carrera derelevos» me pareció bastante pesimista. Me sonaba fatal, por-que es una frase fatalista: todo pasa, o los jóvenes se hacen vie-jos, y lo nuestro es pasar, o los vivos entierran a los muertos. Ysi algo queda, el que lo dejó ya no está. Pero tampoco estará elque ahora lo guarda. Fatal.

Me gustaría más pensar que con cada generación se abre yse cierra el mundo, dejando todavía un sueño por realizar, algo

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que la inmortaliza. Y no que el mundo va cambiando demanos, con cara de sorna y compasión hacia los pobres mor-tales que pasamos por él como «corredores de relevos». Pero,¿qué responderías tú? ¿Estás de acuerdo en ver la vida comouna sucesión de generaciones? Sería como en la canción«naces, creces, te reproduces y mueres», a varias voces y condiferentes entradas, como una fuga de Bach. Puede que tam-bién te parezca una visión pesimista. O, al contrario, exube-rante y vital, un canto a la vida. O, al menos, un enfoque «rea-lista» de la coexistencia entre jóvenes y mayores.

Pero la sucesión de generaciones existe. Y algo, bastante,se pasan unas a otras: genes, lenguaje, memorias. El relevogeneracional es un hecho. Las generaciones se transmiten lavida y la información unas a otras, con sus acuerdos o desacuer-dos después. Su recíproco conocimiento o ignorancia. El joventiende a ver en sus abuelos las cualidades que no ha sabido oquerido apreciar en sus padres, y cuando se hace mayor tam-bién ve en sus nietos el talento o las gracias que le costó iden-tificar en sus propios hijos.

Pero, en suma, mirando hacia atrás y hacia adelante, ve quecada generación se ha tomado «su parte» de aquella que leprecede. Es decir, una especie de herencia involuntaria. La quepermitirá, por ejemplo, que los nietos de mi generación, quealcanzarán el siglo XXII, puedan decir que sus abuelos cono-cieron a su vez a gente, nuestros propios abuelos, que nació enel siglo XIX, estableciéndose así un puente ¡entre tres siglos!Es asombroso.

La generación del Baby boom

Hoy el mundo no está en manos de los jóvenes, es evidente. Perosí de los que lo fueron hace casi medio siglo. Es la generacióndel Baby boom, de los nacidos poco después de la Segunda Gue-rra Mundial. Hoy el mundo es de ellos, de los baby-boomers,que representan en el Occidente moderno la primera genera-ción joven con mentalidad propia, la «cultura de la juventud».

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Prácticamente en ninguna época anterior había abundadotanto el calificativo de «joven» para abarcar desde cosas bana-les, como el peinado o la indumentaria, hasta las relacionadascon la política o la literatura, y en especial con el cine, la músicapopular y la moda, en todos sus aspectos. Los jóvenes de aque-llos años, los teenagers, tuvieron su adolescencia y período for-mativo entre los años 1960 y 1975, aproximadamente. Unaépoca de televisión en blanco y negro, teléfonos adosados a lapared, y desde luego sin ordenadores. En muchos hogares lasmadres permanecían en casa y el padre, cabeza de familia, ejer-cía aún un papel autoritario. Las drogas, por otra parte, noeran de consumo tan masivo como hoy.

Veamos más características de aquella generación que porprimera vez reclamaba tener una «cultura» propia, su hechocentral. En primer lugar, si hubiera que poner una fecha dereferencia ésta podría ser 1968, no sólo por las revueltas deestudiantes en París, sino por otros movimientos de jóvenesen Europa y América aquel mismo año. Con el tiempo se hallegado a mitificar esta fecha, pero eso ocurre con casi todoslos eventos que representan alguna novedad o punto de rup-tura. Por otra parte, el hecho social más generalizado del quefueron protagonistas aquellos jóvenes fue el «conflicto gene-racional», una dura revisión de los valores y costumbres delos mayores que en parte fue la causa del temprano abandonodel hogar familiar. «Nunca hay que estar bien con los padres»,me aconsejaba un compañero de trabajo aún menor de edad.Otros compañeros se casaron al cabo de poco y quien estoescribe ya esperaba su primer hijo a los veintidós años de edad.Era una generación lanzada, qué duda cabe. De ahí su estereo-tipo actual: es la generación que hoy ocupa el poder.

La cultura inconformista

Eran otros tiempos, aunque parece que fue ayer. La manera deacceder al mundo del trabajo era relativamente sencilla. Conganas de trabajar y seriedad era suficiente para obtener un

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empleo y abrirse camino. La suerte fue contar con lo que seha llamado «sociedad del pleno empleo»: trabajo para todos.Y con esta realidad de fondo se podía, así, asegurar que la per-sona se «realizaba» con su trabajo, y que disponer de untiempo libre era sólo un período extra de descanso, algo secun-dario.

La visión que los jóvenes tenían del futuro solía ser opti-mista: podían mejorar su situación con los años. Y se daba porsupuesto que cada generación viviría mejor que la anterior. Asípodían darse otros rasgos de tipo más personal, como la con-fianza en conseguir pronto la independencia y el hecho de queesto no fuera contradictorio con una cierta cultura del com-promiso social. Ante la autoridad, en efecto, el inconformismomerecía mejor valoración que el conformismo si se mostrabaque aquél era útil para una sociedad mejor. En cualquier caso,el desafío era la actitud más conocida ante las trabas y las con-tradicciones que provenían del poder fijado por los adultos.Estar «integrado» al sistema era un demérito y un motivo derechazo para la parte más progresista y «concienciada» de lajuventud.

Digamos que la juventud de los sesenta creía en el valor delesfuerzo libre y continuado de cada uno, aunque de ello no sefuese demasiado consciente, o no se quisiera serlo. Se tratabade no pasar por «individualista», que era el tipo de persona-lidad que más le convenía, por su parte, al sistema, el establis-hment capitalista de posguerra. La lealtad primera era, en cam-bio, a la cultura de la propia generación, que en buena medidaquería decir: al propio proyecto individual dentro de un marcosocioeconómico que lo favorecía. En lo cultural, los sesenta yprincipios de los setenta, época todavía de cine y prensa, per-tenecieron plenamente a los jóvenes.

Llenaron aquellos años no sólo de discos de vinilo, ensayoscon la marihuana y ensueños revolucionarios, sino con multi-tud de propuestas innovadoras en cine, arte y literatura, quequizás no han vuelto a tener un paralelismo en las novedadesde tiempos posteriores. Y como colofón a este cuadro de época,

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un film clave de entonces fue Easy Rider. James Dean quedabaun tanto atrás. Y un músico emblemático para muchos, pormencionar solo uno, fue John Lennon.

La «generación X»

Pero los jóvenes baby-boomers ya tienen en 2010 sesenta añosde edad o casi. Les habrá tomado entonces prácticamente elrelevo la generación siguiente, que rondará los cuarenta y cincoaños. Son los hombres y mujeres que nacieron a medidos dela década de 1960 y fueron, por tanto, adolescentes en losochenta.

Poco después se les empezó a llamar la generación X, eti-queta más que discutible (¿por qué asociarlos con una incóg-nita?), pero aún prevaleciente, para entenderse de algún modo.También, con otro convencionalismo, podríamos llamarla«generación de la postmodernidad», por coincidir y en ciertamanera crecer con la cultura de este nombre, regada de escep-ticismo hacia las ideas de la generación anterior. Su fecha clavepodría ser 1989, el año de la caída del muro de Berlín y el findel bloque comunista como antagónico del capitalista.

Los miembros de esta generación han tenido a sus proge-nitores trabajando ambos fuera del hogar. También han sidolos primeros en experimentar el debilitamiento de la familiatradicional. Se dice que es una generación más indiferente alpoder y al éxito que la precedente. En parte es así, pero la rea-lidad actual muestra que sólo es un cambio de modos. Sonmenos impacientes, y quizás no tan pretenciosos en sus obje-tivos. Pero en cuanto al poder económico, muchos no se andancon disimulos, en contraste con los «sesenta-y-ochistas» delgrupo de edad anterior.

Sus relaciones con el trabajo son también diferentes, dadoque el marco laboral padeció en su tiempo una fuerte «recon-versión». Se pasó de la economía basada en la industria pro-ductiva y con un mercado regional, a la que se rige por la eco-nomía del conocimiento, básicamente de servicios, y un mer-

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cado globalizado, mundial. Ello les hace replantearse el valormismo del trabajo —más precario y de futuro imprevisible—,mientras que aumenta la importancia del tiempo libre, tan apre-ciado como la actividad laboral. Asimismo, al tener menos opor-tunidades en esta economía cambiante, los jóvenes de esta gene-ración dudan de valores como el esfuerzo individual y el mérito,tan arraigados en la economía industrial anterior.

El pesimismo juvenil

Recordemos ahora algunos de los rasgos culturales de la«generación X», enmarcados en lo básico dentro de la expan-sión de la industria audiovisual. Aunque es una generacióncrecida, como la anterior, en torno al televisor, ha sido igual-mente influida por la novedad del video, los primeros juegoselectrónicos y el teléfono inalámbrico, que permitía a los jóve-nes hablar alejados del salón de su casa.

No obstante, aún estando mejor alimentada y entretenidaque la generación de los sesenta, ésta de los ochenta ha sido máspesimista en relación a los proyectos de futuro. Algunos hacíansuyo el lema punk de los setenta: «No hay futuro». El incon-formismo se ha vuelto decididamente «desobediencia», «obje-ción», con un componente más individualista que el inconfor-mismo de los baby-boomers, de corte más ideológico. El aleja-miento de los obstáculos se ve más practicable que la voluntadde desafiarlos. Por eso, el tener menos compromisos de ordenpolítico o colectivo es otro signo de esta generación. La «huída»tiene para muchos un atractivo como forma de conducta. Peroal mismo tiempo, se toma como distintivo generacional el valorde la solidaridad, la conciencia del medio ambiente y, para unanutrida minoría, el voluntariado por causas altruistas. Es la gene-ración que sigue, entre otros, a los cantantes Bono y Sting. Aun-que también es la pesimista de Blade Runner.

En resumen, casi nadie de la «generación X» se siente deésta ni de ninguna otra generación. Se borró la idea de cual-quier frente o cultura generacional, casi en la misma medida

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en que la lealtad a las ideologías, partidos o instituciones esta-tales se difuminaba sin proponérselo. Si hay que ser leal, sóloes al grupo o a la minoría. Empieza la reivindicación de la«identidad». El Estado, la confianza en la «estructurasocial», pueden haber sufrido con esta generación de escép-ticos, sin haberlo buscado así, un revés mucho mayor que elgolpe premeditado, pero efímero, que les asestó la juventudrebelde de los sesenta.

La «generación Y»

Por último —y por ahora—, hay que mencionar a la llamadageneración Y. Es otra etiqueta, a falta de imaginación, para refe-rirnos al grupo de edad nacido hacia 1980. Son los jóvenes quetuvieron su adolescencia y época de formación hacia finales delos noventa, o la «generación del cambio de siglo». En 2010tienen ya treinta años de edad y empiezan a dejar su juventudatrás. Si hubiera que pensar en una fecha de referencia comúnpara estos jóvenes sería, quizás, la del ataque terrorista a las TorresGemelas de Nueva York, el 11 de Septiembre de 2001.

Pero el hecho cultural central de esta generación es sin dudala «cibercultura»: ven el mundo a través de internet, o, mejor,el mundo viene a ser internet, la propia red. Hay otras caracte-rísticas de conjunto, como la emancipación tardía, y que seaconsiderada la generación de los niños mimados, se dice inclusoque «malcriados». Resultando de ello —se concluye también—una generación de jóvenes bastante apáticos y conformistas.Aunque un buen número de jóvenes «antisistema» y «alter-mundistas» desmiente que todos sean tan pasivos como se dice.

Su actitud ante el trabajo es diferente a la de generacionesanteriores. Deben estar dispuestos a los empleos de corto plazoy casi improvisados. Lo cual no deja de ser un mérito y de exi-gir cierto talento, el de mostrarse a la vez adaptables y creati-vos. Muchos adultos serían incapaces de tal versatilidad y capa-cidad de aguante en un mercado laboral, el de la «sociedadde la información», siempre cambiante e inseguro. El trabajo

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tiene ahora un valor puramente instrumental, mientras que eltiempo libre pasa a un plano principal. El «futuro», valoradoantes por otras generaciones, ya está aquí, en esta especie depresente contínuo del trabajo a término y la diversión «a tope»,persiguiendo «experiencias».

No es una generación optimista ni pesimista. En todo lopráctico, y en sus ideas también, es, sobre todo, relativista,siendo capaz de hacer compatible su desinterés por el tradi-cional objetivo de «labrarse un futuro» y su preocupaciónpor vivir de una manera autosuficiente y equilibrada en unentorno económico tan difícil. En sus límites, pues, son prag-máticos; han nacido tecnológos y consumistas, y para mante-nerse así, aunque no crean tampoco en el esfuerzo y el mérito,pondrán todos los medios de su parte. En otras palabras, sonexpertos en la «maximización de oportunidades». Parece,así, la más «previsible» de las últimas generaciones, pero es,quizás, la que da más sorpresas.

En lo cultural, no se puede olvidar que son los hijos delordenador personal y el teléfono móvil; de la Playstation y elMP3. Leen muy pocos libros, desconocen lo que es escribiruna carta, y su mundo de relaciones es más virtual que presen-cial. Como el protagonista del film Matrix. Son los hijos dela cultura digital, tan propensos a un individualismo con débilconciencia de individuo (Kurt Cobain no tiene la personali-dad de Jim Morrison), como a un comunitarismo con bajoperfil de comunidad.

Lo cierto es que sus círculos de lealtad se reducen almínimo. El grupo inmediato es el que cuenta, si bien se dicena la vez «cosmopolitas». Quizás por todo ello, pueden llegara ser intolerantes y desprendidos a la vez. O al revés: condes-cendientes y egoístas al mismo tiempo.

Cambio de expectativas

La juventud actual es quizás la mejor equipada entre las gene-raciones de jóvenes en Occidente hasta hoy. Es, en muchos

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países, la que disfruta de más salud, expectativas de supervi-vencia, previsión de longevidad, progenitores menos autori-tarios, educación pública y obligatoria, acceso a la informa-ción y la tecnología, medios para expresarse, conocimiento deidiomas, recursos sanitarios y sociales, instituciones partici-pativas, posibilidades de viajar, y un entorno contrario a laesclavitud, el racismo y la discriminación sexual.

No obstante, y a pesar de su preparación general, es la quese enfrenta a un mercado de trabajo más difícil, unos mediosde vida personal y familiar más costosos, así como a un entornofísico más amenazado por el terrorismo y la contaminación.En muchos aspectos, vive de manera más confortable; en otros,importantes, menos segura. Hoy un joven médico puedecobrar el mismo salario que una empleada de la limpieza. Yuna joven ingeniera, la tercera parte del salario de un conduc-tor de furgoneta. No todos se encuentran en iguales condicio-nes, pero ya se llama a esta generación la de los mileuristas(«génération précaire», se dice en Francia), la de quienes debensobrevivir al mes con sólo mil euros de sueldo.

Esa precariedad material, que se refleja también en el ánimomoral, es uno de los rasgos más destacados de la juventudemergente. Su queja, sin embargo, no es contra la generaciónanterior, sino por la desigualdad en la distribución de recur-sos económicos, que afecta a los jóvenes al igual que a otrasgeneraciones. Tampoco es una protesta con acritud, desde elresentimiento, cosa que dice mucho en su favor. Lo criticable,quizás, es que su rechazo no se presenta, como en la genera-ción de 1968, de forma activa y organizada, que lo haría másefectivo. Pero llevan a cabo movilizaciones ocasionales, porejemplo en defensa de su derecho a la vivienda o a la educa-ción.

Desde el punto de vista cultural los jóvenes de los paísesoccidentales también son más parecidos entre sí. Para empe-zar, lo son a la hora de declarar sus valores ideales y de valo-rarse, en términos realistas, a sí mismos. Según una encuestaoficial de la ciudad de Barcelona, en los primeros años del 2000,

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ese grupo de edad declaraba que sus aspiraciones básicas eran,por este orden: disfrutar de buenas relaciones personales, tantoen pareja como con la familia y los amigos; lograr una vidaafectiva y emocional plena y equilibrada; tener expectativasde futuro, en especial respecto del trabajo y la profesión; defen-der la democracia, la justicia social y el medio ambiente.

En Estocolmo, otro punto de Europa, pero distante delanterior, los jóvenes de la misma época se apuntaban a lossiguientes objetivos de vida, también por orden de importan-cia: mantener vínculos de amistad y familia; realizarse conlibertad en un proyecto de vida propio; vivir de forma saluda-ble y armónica con el grupo y el entorno natural; procurar unnivel de excelencia en la actividad profesional.

Experiencias y oportunidades

Como se ve, hay más coincidencias que contrastes en los dosgrupos de jóvenes, pese a lo que separa a ambas capitales euro-peas. Catalanes y suecos se sienten a la vez individualistas yfavorables a los lazos de comunidad. Defienden la autonomíapersonal al mismo tiempo que rechazan las actitudes egoístas.Están tan lejos de un «nosotros» del propio grupo por encimade todo, como de un «yo» monolítico y exclusivo.

En principio, no quieren ser ricos, ni les atrae el poder polí-tico, ni pretenden hacerse famosos. Así, en sus ideales al menos,muestran una sensatez desconocida por otras generaciones dejóvenes, si uno se remite al ideario de éstas en su época. Por-que tienen ideales, pero no creen en las grandes ideas; y por-que esperan ser amos de su vida, pero tampoco se forjan gran-des planes sobre ella. Se ajustan al presente y son sensatos res-pecto al futuro.

En su favor hay que decir, mientras tanto, que no son unageneración conformada ni decaída: quieren «experimentartodo cuanto se pueda desear» y tener el «mayor número deoportunidades» en la vida. En síntesis, una buena vida es parala juventud actual tener experiencias y oportunidades. Pero, a

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modo, ahora, de crítica, con lo primero son a veces demasiadotemerarios (el resultado más extremo es el alto consumo dedroga) y, con lo segundo, demasiado temerosos: es una gene-ración a la que le cuesta elegir entre opciones, decidir. Mani-fiestan que una buena vida es, principalmente, estar bien conamigos y familiares, salir de casa y conocer mundo, tener untrabajo interesante y que permita la promoción personal, rea-lizar actividades culturales y deportivas, colaborar en algunatarea social, saber cuidar de uno mismo y ser feliz, o al menosno infeliz, a pesar de los contratiempos.

Ven como algo positivo el poder decidir, disponer deopciones en la vida. Pero ya no la obligación de decidir y com-prometerse con la opción elegida; algo que, sin embargo,admiran de los adultos. Éstos, piensan, son aburridos, perotambién tienen cosas positivas, como ésta. Pero, mientrastanto, esa dificultad para escoger entre alternativas es evidenteque perjudica tanto a los de una edad como a los de otra. Semalogran o simplemente se pierden las oportunidades queteníamos.

Jóvenes y adultos

Pero no hay una generación mejor que otra. Ni una juventudmás juvenil que otra. Además, dentro de cada grupo de edad,las diferencias de costumbres y mentalidad pueden ser enor-mes. En la juventud de hoy, como en la de otras épocas, lo másfrecuente es lo más corriente: la mayoría más o menos «inte-grada» en las estructuras y con los modelos del mundo adultotambién mayoritario. Eso no quiere decir que estar integrado,formar parte, como se dice en Estados Unidos, del main streamo corriente mayoritaria, sea negativo, por demasiado comúno vulgar. Verlo así sería arrogante si en realidad no se cometenada malo por tener gustos y aspiraciones corrientes.

Y también como en otras épocas, en la juventud de hoyexisten muchos otros tipos, además del mayoritario: elitistas,bohemios, rockeros, okupas, skaters, militantes políticos, anar-

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quistas, fanáticos de los ordenadores, o de los deportes, cien-tíficos y artistas por libre, hip-hoppers, voluntarios, y otros. Porlo tanto, no hay que tomarse al pie de la letra lo que se diga decada generación. La imprecisión se da por descontada, es inevi-table, y es fácil incurrir tanto en juicios demasiado severoscomo muy condescendientes sobre sus ideas y conductas. Qui-zás los jóvenes de hoy enfocan sus listas de prioridades y susformas de decidir, o de no decidir, desde una óptica tan dife-rente a la de los adultos, que éstos no pueden evitar equivo-carse al juzgar la conducta de aquéllos.

Cada cultura ve la realidad según el color de su cristal. Lade Occidente ve el cuerpo, por ejemplo, en términos de sanoo enfermo; el sexo, en clave de hombre o mujer; la sociedad,en clases de integrados o de menos integrados; la economía,en factores de pérdida o ganancia. Y en cuanto a las genera-ciones, para nuestro caso, utilizamos el cronotipo o patrón con-sistente en la oposición, por lo general, entre «joven» y«adulto». Aunque la mayoría de jóvenes son ya, por edad,adultos. Y muchos de éstos son aún, por edad, jóvenes; o losienten de esta manera. Pero es el patrón del que más nos ser-vimos: si no se es «joven», se es «adulto», y viceversa.

Es una clasificación tan inexacta y esquemática como todaslas de la cultura, pero no es artificial. Tiene su fundamento.A pesar de que entre las generaciones hay un auténtico relevo—pura reproducción, tanto en lo biológico como en lo cul-tural—, la disputa generacional es un hecho, y lo será cada vezmás si la tecnología sigue modificando el control de las estruc-turas genéticas y morales de la humanidad que dábamos porasentadas hace apenas un siglo.

Algunas expresiones actuales de esta disputa son paradó-jicas. Así por ejemplo, se protege cada vez más a los niños,pero se les dedica menos tiempo; se busca el bienestar de losmayores, pero no se cuenta con su experiencia; se prolongala formación de los jóvenes, pero se ponen obstáculos para sumadurez.

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Imagen de la juventud

Unos ven a los jóvenes como a los integrantes de una «etapaplena» de la vida. Están en la cima de la salud, la felicidad yel desarrollo de las capacidades humanas. Hasta se les ve libresy autónomos. Parece, pues, que no les sobra ni les falta nada.Son un modelo de lo que nos gustaría ser, pero en el fondo delo que nos gustaría haber sido a su edad, y no fuimos, o pen-samos que no fuimos. Esta es, en una palabra, la visión juve-nilista o idealizada de la juventud, en gran parte fabricada poradultos nostálgicos o en fase de recuperación imposible de susaños y de sus sueños mozos. Esos padres acaban actuandocomo si fueran los hijos de sus hijos, dejándose llevar por ellos.

La otra visión es la adultocrática, la más típica del «poderadulto», que, por el contrario, ve la juventud como un meroproceso de transición a la edad madura («Ser joven se curacon los años», suele decirse), no como una edad satisfactoriaen sí misma. Sería una generación indefinida, además de nodefinitiva. Los jóvenes son vistos, así, como pre-adultos en casitodo: son pre-profesionales, pre-padres, pre-propietarios: comosi se tratara, en fin, de adolescentes rezagados, fuera de su edad.De ahí al paternalismo hay apenas un paso. Sea a la maneratradicional, autoritaria, que admite abiertamente el conflictocon los de joven edad. Sea al estilo progresista, «liberando»por un lado al joven, pero manteniéndole por otro apartadode las responsabilidades adultas, incluso para «evitar quesufran».

Este tipo de paternalismo camuflado, así como el «juveni-lismo» anterior, son posiciones que buscan a toda costa elconsenso con el joven y evitar o limar hasta lo absurdo todoconflicto con él. Para un verdadero entendimiento entre gene-raciones no parecen actitudes mucho mejores que el autorita-rismo, aunque sean más confortables que éste. Un joven estu-diante de filosofía me confesó que había marchado muypronto de su casa no por padecer en ella de mal ambiente, sino«por exceso de buen trato» y harto de reflexiones «compa-

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ñeristas». «Casi me pedían perdón por ser mis padres, cuandoera justo lo que yo quería», me comentaba, sonriendo, des-pués de haber recorrido medio mundo y publicado un libro,a sus veinticuatro años.

En esta sala de los espejos las imágenes pueden venir tam-bién deformadas por el propio espejo, no por la visión parti-cular de cada observador. Son los prejuicios y estereotipos, lasideas preconcebidas que las generaciones se hacen unas deotras y que cada individuo reproduce luego como si fueran decosecha propia, fruto de su experiencia y opinión al respecto.Es un prejuicio, por ejemplo, hacerse una imagen de los jóve-nes como poco dispuestos a trabajar, contrarios a contraer res-ponsabilidades, poco participativos socialmente, o sólo preo-cupados por ser famosos.

Por su parte, muchos jóvenes también poseen malenten-didos sobre los adultos. Por ejemplo, que todo adulto se con-sidera, a conciencia, de esta condición, o que está «orgulloso»de ella, como si tuviera la exclusiva de la madurez. O que par-ticipa, con el resto de adultos, de una «cultura establecida»hecha a la medida y conveniencia de su edad. Son otras ideaspreconcebidas.

Convivencia de generaciones

Sólo por un hecho inmodificable, por la coexistencia degeneraciones, vale la pena procurar también la con-vivenciaentre ellas. El relevo puede ser innovador, y hasta debe serlo,legando nuevos elementos al grupo subsiguiente. Pero no tienepor qué ser traumático, ni debe serlo. Para ello es fundamen-tal, a pesar del también inevitable conflicto generacional (cadageneración es una nueva manera de ver el mundo, «creamundo»), que se disipen al máximo las visiones erróneas osimplistas con que unos y otros falseamos tan a menudo la rea-lidad de otra generación.

Desde la perspectiva de los adultos, la adultocracia y el juve-nilismo antes mencionados, y en general las ideas preconce-

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bidas, hacen inviable la convivencia y la justicia intergenera-cional. Además, convierten innecesariamente en traumáticoel relevo generacional, afectado por el autoritarismo o por el«síndrome de Peter Pan». Hay que concluir, pues, que de lavisión que se tenga de la juventud dependerá la calidad éticay democrática de toda acción destinada a los y las jóvenes. Locual vale tanto para el trato personal con ellos como para las«políticas de juventud» en sociedades avanzadas.

El paternalismo o, por el contrario, la inmadura imitaciónde los modos juveniles, coinciden al final en acciones toma-das sólo «en nombre» de ellos, no con ellos. Pero cuando losjóvenes son tratados como sujetos (ciudadanos), no como obje-tos (clientes/consumidores) en interés de los mayores, la acciónemprendida a buen seguro podrá decirse que se ha hecho«con» ellos. Lo apropiado, en una palabra, es que los adul-tos sean interactivos con los jóvenes, sin imponerse ni tam-poco pedir disculpas por la edad y la experiencia.

Antes de actuar, bastaría preguntarse: «¿Qué quería yocuando era joven?». Y con un pequeño esfuerzo más: «¿Quéquerían los otros jóvenes?».

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