el cristo de las mieles

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EL CRISTO DE LAS MIELES Esta es una leyenda de mi ciudad, Sevilla (España). En el cementerio de Sevilla hay una tumba que resalta de las demás, es la tumba de un escultor de aquí. Esta en el centro del cementerio y como lápida tiene un Cristo enorme tallado en madera. Aquí es muy popular sacar en la semana santa a las imágenes en procesión y miles de personas vienen a ver la devoción que este pueblo tiene por su Dios. Pues el escultor que os digo tallaba imágenes, para las iglesias de Sevilla, pero el ultimo cristo lo tallo con las piernas al contrario, lo hizo con la pierna izquierda sobre la derecha, al contemplar la obra terminada vio el fallo, su negligencia se pagó con su muerte, le afectó tanto que se ahorcó, lo encontraron en su estudio colgado de una cuerda y sin vida. Todos creyeron que el mejor homenaje para aquel hombre de dios era enterrarlo en el centro del cementerio y como cruz o lápida, el Cristo que tanto tiempo tardó en tallar. Y así lo hicieron, unos diez años después el guarda del cementerio observó que el cristo lloraba, los responsables del Vaticano fueron a verlo y efectivamente lloraba, de sus ojos caían lagrimas de miel y todos se preguntaron por qué, era el escultor llorando su pena, dulce pena opinaban, ya que sus lágrimas eran pura miel de abeja. Al reconocer la imagen en profundidad se vio que el milagro la hacían una abejas, el escultor talló

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Page 1: EL CRISTO DE LAS MIELES

EL CRISTO DE LAS MIELES

Esta es una leyenda de mi ciudad, Sevilla (España). En el cementerio de Sevilla hay una tumba que resalta de las demás, es la tumba de un escultor de aquí. Esta en el centro del cementerio y como lápida tiene un Cristo enorme tallado en madera.

Aquí es muy popular sacar en la semana santa a las imágenes en procesión y miles de personas vienen a ver la devoción que este pueblo tiene por su Dios.

Pues el escultor que os digo tallaba imágenes, para las iglesias de Sevilla, pero el ultimo cristo lo tallo con las piernas al contrario, lo hizo con la pierna izquierda sobre la derecha, al contemplar la obra terminada vio el fallo, su negligencia se pagó con su muerte, le afectó tanto que se ahorcó, lo encontraron en su estudio colgado de una cuerda y sin vida.

Todos creyeron que el mejor homenaje para aquel hombre de dios era enterrarlo en el centro del cementerio y como cruz o lápida, el Cristo que tanto tiempo tardó en tallar.

Y así lo hicieron, unos diez años después el guarda del cementerio observó que el cristo lloraba, los responsables del Vaticano fueron a verlo y efectivamente lloraba, de sus ojos caían lagrimas de miel y todos se preguntaron por qué, era el escultor llorando su pena, dulce pena opinaban, ya que sus lágrimas eran pura miel de abeja.

Al reconocer la imagen en profundidad se vio que el milagro la hacían una abejas, el escultor talló hueco al cristo para que no pesara demasiado y unas abejas hicieron colmena dentro y de ahí las lágrimas, los ojos se tallaron tan finos que quedaron aberturas dentro de él y por ahí caía la miel.

Desde entonces fue bautizado con el nombre del cristo de las mieles y cada día 1 de noviembre, las gentes de Sevilla, van a recoger lágrimas de miel para recordar la dulzura de aquel escultor Sevillano.

Enviada por Noelia Dorado Diaz

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La leyenda del Sol y la Luna

Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en Teotihuacan.

-¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron.

Un dios arrogante que se llamaba Tecuciztécatl, dijo:-Yo me encargaré de alumbrar al mundo.

Después los dioses preguntaron:-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse para aquel oficio.

-Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era un dios feo, humilde y callado. y él obedeció de buena voluntad.

Luego los dos comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego.

Iban a presenciar el sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. entonces dijeron:

-¡Ea pues, Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio miedo y no se atrevió.Cuatro veces probó, pero no pudo arrojarse

Luego los dioses dijeron:-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se arrojó al fuego.Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se avergonzó de su cobardía y también se aventó.

Después los dioses miraron hacia el Este y dijeron:-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto.

Nadie lo podía mirar porque lastimaba los ojos.Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció Tecuciztécatl hecho Luna.

En el mismo orden en que entraron en el fuego, los dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna.

Desde entonces hay día y noche en el mundo

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La Cruz de los Milagros

 Hay en la Iglesia del Milagro, en Corrientes, una rústica cruz que es venerada con el nombre de "Cruz de los Milagros". Una curiosa leyenda justifica ese nombre.

 Cuenta la tradición que los españoles, cuando fundaron San Juan de Vera de las Siete Corrientes, llamado hoy Corrientes, después de elegir el lugar y antes de levantar el fuerte, decidieron erigir una gran cruz, símbolo de su fe cristiana.

 La construyeron con una rama seca del bosque vecino, la plantaron luego, y a su alrededor edificaron el fuerte, con ramas y troncos de la selva.

 Construido el fuerte y encerrados en él, los españoles se defendían de los asaltos que, desde el día siguiente, les llevaban sin cesar las tribus de los guaraníes, a los cuales derrotaban diariamente, con tanta astucia como denuedo. Los indios, de un natural impresionable, atribuían sus desastres a la cruz, por lo que decidieron quemarla, para destruir su maleficio. Se retiraron a sus selvas, en espera de una ocasión favorable, la cual se les presentó un día en que los españoles, por exceso de confianza, dejaron el fuerte casi abandonado.

 La indiada, en gran número, rodeó la población, en tanto que huían los pocos españoles de la guardia, escondiéndose entre los matorrales.

 Con ramas de quebracho hicieron los indios una gran hoguera, al pie de la cruz que se levantaba en medio del fuerte. las llamas lamían la madera sin quemarla; un indio tomó una rama encendida y la acercó a los brazos del madero; entonces, en el cielo límpido, fue vista de pronto una nube, de la cual partió un rayo que dio muerte al salvaje.

  Cuando los otros guaraníes lo vieron caer fulminado a los pies de la cruz, huyeron despavoridos a sus selvas, convencidos de que el mismo cielo protegía a los hombres blancos. Los españoles, que escondidos entre la maleza presenciaban tan asombrosa escena, divulgaron luego este suceso, que no cayó, por cierto en el olvido. En la Iglesia del Milagro, en Corrientes, se encuentra hoy la Cruz de los Milagros: se la guarda en una caja de cristal de roca, donada por la colectividad española.

Extraída de "Antología Folklórica Argentina", del Consejo Nacional de Educación, Guillermo Kraft Ltda., 1940.

Caía la tarde. El sol, como un disco de fuego, transmitía su

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color rojo al cielo, que cubierto de nubes  bordeadas de oro ofrecía los más variados tonos del índigo, del jacinto y del celeste en el crepúsculo estival.   Los indígenas  de la tribu de Guazú-tí, susceptibles a las bellezas de la naturaleza, atribuían este espectáculo maravillosos a la creencia de que el sol lucía sus mejores galas para recibir el alma del angelito que acababa de morir.   Se trataba de Miní,  el último hijo del cacique nacido hacía apenas tres lunas.   Cuando nada lo hacia suponer, una dolencia extraña había producido la muerte de la criatura.   Depositaron el cuerpecito del niño  en una urna de barro que colocaron en la oga guasú de los padres. A ella iban llegando hombres y mujeres, viejos y jóvenes,  para celebrar la muerte del angelito, cuya alma, por no haberse contaminado con los males y vicios de la tierra, estaba destinada a ocupar un lugar de privilegio en el reinado del sol. Subiendo por uno de los rayos que el astro envió con ese objeto, el alma ya había llegado al cielo.   En la tierra, en la casa de los padres, se dio comienzo a la fiesta con motivo de este acontecimiento.   Ya tenía Caranda-í y Guazú-Ti quien rogara por ellos junto a sus dioses.   Los festejos comenzaron. La chicha corrió en abundancia y cuando se empezaron a  notar sus efectos entre la concurrencia, se dio principio a los bailes y a los cantos entonados por los presentes.   En un claro del bosque, junto a la cabaña donde descansaba el cuerpecito del niño, se encendieron grandes fuegos alrededor de los cuales, acompañándose con gritos, mímica adecuada y movimientos de brazos, danzaban hombres y mujeres.   Toda la noche duró la celebración y continuó una vez enterrado el "muertito".

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  Guazú-tí y su tembirecó Caranda-í habían tenido varios hijos; pero todos habían muerto antes de llegar al eichú,  atacados por la misma rara dolencia que Miní.   Caranda-í estaba muy triste. Ella soñaba con tener una hija  que alegrara su vida y la acompañara a realizar las tareas propias de las mujeres de la tribu; le enseñaría a hilar y a  tejer algodón,  a labrar la tierra y a sembrar, a fabricar esteras, a tejer lindas chumbés... Hasta en su nombre había pensado. La llamaría Panambí porque iba a ser bonita y alegre, y como las mariposas iría de flor en flor...   Por su parte,  Guazú-tí deseaba tener un hijo fuerte y valiente como sus antepasados, que los acompañara en sus excursiones de caza, que manejara con destreza el arco y la flecha, que supiera construir y dirigir una canoa, pescar los mejores peces y defender  la tierra de sus antepasados con valor y con audacia. Él sería más tarde, a su muerte, el cacique de la tribu...   Pero contra estos deseos de ambos esposos,  estaban los designios del Sol que se negaba a concederles el ansiado hijo.   Días más tarde conversaron Caranda-í y Guazú-í llegando a la conclusión de que los dioses estaban enojados.   Decidieron entonces ofrecerles sacrificios y ofrendas que los reconciliaran  con ellos. Al mismo tiempo les pedirían el hijo soñado. Se hicieron importantes rogativas de las que participó toda la tribu. Las rogativas fueron oídas por el Sol. Un eichú después, en un día brillante, hacia mediodía, nació en el hogar del cacique una hermosa niña, hija de Caranda-í y de Guazú-tí a la que llamaron, tal como lo deseaba la madre, Panambí. Todos los cuidados les parecieron pocos para dedicarlos a la recién nacida, pensando siempre con temor, en que la pequeña, tal como sucediera con sus hermanos, podría contraer la grave dolencia que los había llevado a las regiones donde impera el Sol. Pasó el tiempo y la pequeña Panambí llegó a ser una hermosa criatura vivaz y juguetona. Sus ojos negros brillaban como dos cuentas de azabache y era muy gracioso oírla, en su media lengua, imitar el lenguaje de sus padres y de los niños que jugaban con ella. En todos los que la rodeaban, y sobre todo en sus padres, había quedado imborrable el recuerdo de la primera palabra

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pronunciada por la niña y que ellos escucharon estupefactos. Se hallaban junto a su oga, en una mañana de yasí-mo-coí, cuando la chiquita, levantando sus ojitos al cielo, hacia el lugar donde el disco del Sol lucía en toda su brillantez, dijo con suma facilidad, como si estuviera acostumbrada a pronunciarlo:                                       —Cuarajhí... Todos se miraron asombrados, creyendo haber oído mal, pues eran muchas las dificultades que ofrecía la palabra para quien sólo había balbuceado hasta entonces. Como para que no les quedara el menor asomo de duda, la pequeña Panambí volvió a repetir:—Cuarajhí... Desde ese momento, su lengüita de trapo no cesó en sus intentos de reproducir el lenguaje de los que la rodeaban, consiguiendo hacerse entender con medias palabras o con sonidos más o menos parecidos a los que trataba de pronunciar. Sólo una palabra surgía perfecta de su boquita a la que asomaban los primeros dientes:—Cuarajhí... La pequeña Panambí crecía sana y fuerte. Su carita mofletuda, de color cobrizo, era el más claro exponente de su buena salud; pero la madre, que vivía con el temor de que la pequeña, al igual que sus anteriores hijos, enfermara de pronto, multiplicó sus cuidados y la rodeó de innumerables atenciones. El invierno  había llegado con sus fríos intensos y con sus vientos continuos, que silbaban al pasar entre los juncos y las totoras, encrespando las aguas del río y agitando con fuerza las ramas de los zuiñandíes, de los aguaribais, de los chañares y de los piquillines. 

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Entonces se aumentaron los cuidados a la pequeña: se evitaba sacarla al aire, se trataba de que no tomara frío, terminaron no dejándola salir de la oga guasú, donde pasaba sus días y sus noches. El tiempo desapacible pasó y la ará-ivotí llegó con su aire tibio y perfumes de flores. Para la pequeña Panambí, sin embargo, la vida continuó como hasta entonces. En vista de los buenos resultados obtenidos merced a los cuidados a que se la sometiera durante esa temporada, decidieron continuar en la misma forma por temor de que el menor descuido fuera la causa de una enfermedad imprevista que les arrebatara a la hijita.Por esa causa, mientras todos los niños correteaban por la pradera cortando los jugosos frutos que les ofrecían abundantes el mburucuyá, el ñangapirí y el chañar, o recogiendo miel silvestre que gustaban con fruición, la pequeña Panambí, víctima de cuidados exagerados, estaba condenada a no salir de su oga guasú. Pasaron así varios años. Caranda-í y Guazú-tí, felices al haber conseguido conservar a su hijita que ya tenía seis años, vivían para cuidarla, evitándole el frío, el aire muy directo, el sol fuerte. La preciosa criatura que era Panambí cuando apenas contaba un año había sufrido un cambio por demás  notable. Era una chica alta, muy delgada, pálida y de aspecto enfermizo, callada, taciturna e inapetente. Pasaba su vida quietecita, sentada en un rincón de la cabaña, y al contrario de lo que sucede con los niños de su edad, ella jamás sentía deseos de jugar ni de reír. Día llegó en que no quiso levantarse del lecho formado por una armazón de ramas, cubierta con hojas de palmera. Con la vista fija en la pared que quedaba frente a ella y de la que colgaban el arco y las flechas de su padre, miraba sin ver. 

El padre y la madre, al comprobar el decaimiento de la niña, temieron que hubiera llegado la hora en que los dioses la llamaran a su lado y, desesperados, trataron de reanimarla, consiguiendo, después de muchos ruegos, que se levantara.

Poco duró la alegría que les produjo esta determinación de la niña, porque al poco rato se hallaba echada en una de las hamacas de algodón colgadas en el interior de la oga guasú.

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Convencidos de que el extraño mal había alcanzado a su hija a pesar de los cuidados prodigados, Guazú-tí mandó llamar al hechicero a fin de conjurar el mal que había atacado a su hija.

Fantásticas ceremonias realizó el hechicero frente a la hamaca donde descansaba la niña, hasta que por fin, con el rostro congestionado y la mirada ausente, dijo, dirigiéndose al padre:

—Tu hija se muere víctima de su encierro. Ella te fue enviada por Cuarajhí y tú la privas de sus rayos que son para la niña, la vida y la salud. Panambí necesita aire, luz y sol... ¡sol en abundancia! No hay medicina ni cuidados que curen a tu hija. Panambí se muere porque le falta sol. Él es el único que puede devolverle la salud perdida...

Calló el hechicero y Guazú-tí, dispuesto a seguir cuanto antes sus consejos, llevó una de las hamacas y la colgó afuera, entre dos chañares cubiertos de flores amarillas.

En los brazos transportó a su hija y allí la depositó con cuidado. La madre, que seguía ansiosa las reacciones de la pequeña Panambí creyó descubrir en su rostro una imperceptible expresión de alegría al contacto del aire y del sol, que acariciaron su carita delgada.

También el padre notó el cambio en el semblante de su hija y sintió que, tal como lo predijera el hechicero, la salvación de la niña sería Cuarajhí.

En ese momento un rayo de sol, filtrándose por entre las ramas florecidas, llegó hasta el pobre rostro de Panambí para trasmitirle su calor y su energía.

Desde ese instante la felicidad volvió a la oga guasu del cacique. La niña recuperó su lozanía y contrariamente a lo que hiciera hasta entonces, vivió en plena naturaleza, gozando  del aire y del sol que la tonificaron y le devolvieron las fuerzas y la salud perdida.

Tal como lo hacía cuando era pequeña, sus ojos buscaban afanosos el disco brillante del sol al que miraba sin pestañear, demostrando una disposición especial para resistir su potencia y su brillo enceguecedor.

Clavaba en él la vista con adoración, y en un tono dulce y arrobado, susurraba:

—Cuarajhí... 

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Poco hablaba con quienes la rodeaban limitándose casi a responder a las preguntas que le formulaban y sin demostrar mayor interés por nada que no se refiriera al sol. Al atardecer, cuando el astro se escondía en el ocaso, Panambí volvía a la cabaña de la que no salía hasta el día siguiente cuando los primeros rayos retornaban para iluminar la tierra. Durante los días nublados, nadie conseguía que la niña abandonara la oga guasú de sus padres. Corrió el tiempo. La dulce niña se ha transformado en una doncella hermosa y atractiva a la que pretenden como esposa los más valientes guerreros de Guazú-tí y de otras tribus vecinas. El cacique y su tembirecá temen ver llegar el día en que la cuñataí se decida a aceptar por esposo a alguno de los pretendientes y deba abandonar la oga guasú de sus padres. Panambí, en cambio,  parece no pensar en ellos, pues no  demuestra interés por ninguno de los jóvenes que desean hacerla su esposa.  Como siempre, los momentos más felices son,  para ella, los que le permiten gozar de la tibia caricia de los rayos que le envía Cuarajhí.Un día en que el sol, brillante y espléndido, dora la tierra, llega a la cabaña del cacique en busca de Panambí, Yasí-ratá, una jovencita de su misma edad con la que ha sido muy amiga desde pequeña. Viene la niña a invitarla para hacer un paseo al bosque cercano donde recogerán apetitosos frutos. Para llegar a él, deben cruzar el río, pues los árboles más hermosos, crecen en la otra ribera, un poco más al sur que las tierras del cacique Guazú-tí. Acepta Panambí complacida, y las dos, con los cestos de fibras de palma enlazados en sus brazos, se dirigen a la orilla donde está amarrada la canoa que han de utilizar para cruzar el Paraná. El sol brilla esplendoroso, reflejándose en las aguas del río que refulgen como espejo. Panambí, realmente feliz, levanta su cara al cielo y clavando sus ojos en el disco incandescente, recibe, con expresión complacida, la caricia de sus rayos. Suave se desliza la canoa sobre las aguas tranquilas, impulsada

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por los seguros golpes de pala que maneja con habilidad Yasí-ratá. Algo alejados de la costa, pasan los camalotes florecidos llevados por la corriente. Las altas riberas, bordeadas de ceibos cargados de flores rojas y de sauces cuyas ramas flexibles cubiertas de hojas angostas se inclinan sobre el río formando cascadas de verdor, se espejan en las aguas tranquilas. En el interior, los árboles se multiplican en tupidos bosques cuyas copas unidas entre sí por lianas florecidas, por hispíos y helechos, constituyen el jardín natural y maravilloso de las riberas de nuestro gran río en esa región. Cuando llegan al lugar propicio para  bajar, las dos amigas acercan la canoa a la costa, desembarcando con pericia y habilidad. Con cordeles hechos con fibras de hojas de caraguatá, la amarran a uno de los árboles que crecen en la ribera. Contentas, gozando de un día tan hermoso, llevando enlazados en sus brazos los cestos de fibras de palmera, se internan en el bosque por caminos cubiertos de enredaderas en flor, de lianas trepadoras que se enroscan en los troncos fuertes y en las ramas, cayendo luego en guirnaldas florecidas o formando glorietas naturales que las flores engalanan con el variado colorido de sus pétalos. El sol, abriéndose camino entre el follaje, consigue, aquí y allá, poner una mancha de luz en la umbría, alcanzando al mburucuyá y al taco de reina cuyas flores agradecidas le devuelven en colorido maravilloso el calor de sus rayos fecundos. Junto a ellas, el guaviyú de flores blancas y el isipó de hermosas flores purpúreas, embalsaman, con sus perfumes delicados y persistentes, el aire agitado por suave brisa. Panambí, al igual que las flores, busca la caricia del sol, y al conseguirla su rostro resplandece de felicidad. Llegan, momentos después, al lugar donde el ñangapirí, el chañar y el arasá les ofrecen sus frutos sabrosos que ellas recogen con placer, depositándolos en los cestos. Cuando terminan de llenarlos, resuelven volver. Panambí desea llegar cuanto antes a un lugar abierto donde los rayos del sol no encuentren obstáculos que intercepten su llegada a la tierra y pueda ella recibirlos sin dificultad.

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 Por eso se siente feliz cuando, sentadas en la canoa, vuelven a surcar las aguas del río. Hace unos instantes que navegan, cuando Yasí-ratá, atenta a los ruidos y a los acontecimientos, nota que una embarcación dirigida por dos apuestos muchachos, se acerca a ellas, como queriendo darles alcance. 

Panambí, por completo dedicada a mirar al sol, nada ha notado, ni se interesa siquiera cuando su amiga le dice:—Mira, Panambí... esa canoa se acerca. ¿Conoces a los que vienen en ella? La aludida, que continúa ensimismada, no la oye. Yasí-ratá se ve obligada a repetir:—Panambí... ¡escúchame! ¿Conoces a los que se acercan en esa canoa? 

Como de un sueño sale la cuñataí. Mira al descuido, y sin mayor atención responde:—No... no los conozco. De inmediato vuelve a sumirse en la contemplación de Cuarajhí, único "ser" capaz de despertar y mantener su interés. Instantes después, la otra canoa, dirigida por brazos jóvenes y vigorosos, se les pone a la par y uno de los mozos, deslumbrado por la belleza de Panambí, cuyas trenzas negras como el Jacaranda caen sobre sus hombros y cuya expresión de arrobamiento impresiona al joven guerrero, dirigiéndose a ella le pregunta: 

—¿Quién es el cacique dichoso que gobierna una tribu de mujeres tan hermosas?

Panambí ni le ha oído siquiera, tan ensimismada sigue en la contemplación del sol. Por eso Yasí-ratá se ve obligada a responder:

—Somos de la tribu del cacique Guazú-tí.—¿Quién es tu compañera? — pregunta a Yasí-ratá el

joven, notando el desinterés de la hermosa cuñataí.-Panambí es la hija del cacique que gobierna mi tribu-¿Panambí es su nombre?Inquiere el muchacho-Así se llama... 

Llegadas frente al lugar donde se levanta la toldería a la que pertenecen, las dos amigas tuercen su canoa en esa dirección, desembarcando instantes después en la orilla cubierta de sauces y de zuiñandíes.

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 Los dos muchachos han seguido en su igá, no sin antes dirigir una mirada de reconocimiento al lugar donde llegaron las dos cuñataís.Yasí-ratá, parlanchina y comunicativa, cuenta en la tribu el encuentro tenido en medio del río, y todos, especialmente las otras doncellas, sienten gran interés y curiosidad por conocer quiénes han sido los desconocidos admiradores de sus amigas. Varios días después Guazú-tí se ve sorprendido por la llegada de dos emisarios del cacique Corocho, acérrimo enemigo de su pueblo.Su sorpresa es mayor cuando se entera de que los guerreros llegan como amigos, haciéndole entrega de valiosos regalos, consistentes en una coraza de cuero de pécari, pieles de jaguar y de venado, y para la dulce Panambí, ofrecen una chumbé de color púrpura, de la que pende una falda de blancas plumas de garza. Este presente lo envía Pirayú, el hijo del cacique Corocho, quien, deslumbrado por la belleza de Panambí, a la que conoció días antes al encontrarse sus canoas en medio del río, desea hacerla su esposa. El padre, al suponer que si su hija acepta deberá abandonar la tribu para seguir al esposo a sus lejanos dominios, va a responder con una negativa, cuando pensando que ésa puede ser la felicidad de la doncella, despojándose de todo egoísmo, decide que sea la niña quien responda a la demanda. La felicidad de su hija es más importante para él que su propia ventura. Llama a Panambí, y en presencia de los emisarios de Corocho le hace conocer los deseos de Pirayú. Al ver que la doncella nada responde, agrega para instarla a contestar.

 —Panambí... los emisarios de Corocho esperan tu decisión. ¿Deseas ser la esposa de Pirayú? ¿Qué contestas, che tayira?

—Yo no deseo casarme y menos con un enemigo de nuestro pueblo. Respóndele que no acepto, padre.

Volvieron los emisarios con tan ingrata respuesta a los dominios de Corocho.

La ira dominó a Pirayú al conocerla, y enceguecido por el despecho y la imposibilidad de realizar sus deseos, dejándose

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llevar por su carácter dominante y belicoso, convenció a su padre para que declarara la guerra a sus odiados enemigos.  Una noche, cuando en la aldea indígena todos descansaban en sus toldos, llegaron a la orilla innumerables canoas repletas de guerreros que desembarcaron con presteza y cautela. Tenían el propósito de apoderarse de la bella Panambí, y en caso de ser descubiertos sin haberlo conseguido, presentar una lucha franca y decisiva que les permitiera lograr, para su jefe, la hermosa doncella de la que estaba enamorado. El oído aguzado de los guerreros de Guazú-tí, siempre alertas a las sorpresas desagradables, descubrió a los intrusos en momentos en que por la playa se acercaban a la toldería. Pronto cundió la noticia por la aldea indígena, entablándose un combate cruento y feroz entre los enemigos implacables.La lucha, cada vez más cruel y despiadada, tenía como único objetivoapoderarse de Panambí. Conocedor de esta finalidad y con la idea de salvar a su pueblo de enemigos tan crueles, Tatá, uno de los guerreros de guazú-tí busca a la hija del cacique proponiéndole que huya y ofreciéndose él mismo para ayudarla en la empresa. Convencida la doncella de la razón que asiste al guerrero, y considerando que su desaparición proporcionará la tranquilidad a su pueblo, se resuelve a seguir a Tatá, pero antes desea despedirse de sus padres por lo que siente inmenso cariño. Cuando llega a la oga guasú cree morir de desesperación, pues en su lecho de palmas yace su padre, herido de muerte por una flecha enemiga que le ha atravesado el corazón. A su lado , caranda-í y la hechicera, con infusiones, tisanas y pomadas, tratan de conjurar los efectos funesto de las armas enemigas. El cacique, valiente, se había batido con arrojo en una lucha cruel que terminó con su vida.  En un ultimo suspiro, cuando las palabras se negaban a brotar de sus labios, pudo con gran esfuerzo dedicar su postrer aliento a su hija tan querida, balbuceando apenas:-Panambí.... Se abrazó ella al cuerpo exánime de su padre y en ese momento se hizo el firme propósito de huir, siguiendo los consejos de Tatá, para salvar por lo menos lo poco que quedaba de lo que fuera la tribu del valiente Guazú-tí. Corrió desesperada tratando de borrar de su mente el triste y

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doloroso espectáculo al que acababa de asistir y que la sumía en la más cruel desesperación. Cruzó montes tupidos, atravesó grandes llanuras, corrió... corrió sin cesar, impulsada por una fuerza desconocida que le multiplicaba sus energías. No sentía cansancio, ni hambre, ni sed... Sólo deseaba alejarse... alejarse más y más... a un lugar donde se viera libre del asedio de su enemigo y en el cual hallara la paz para su espíritu. Ignoraba la pobre Panambí que, enterado Pirayú de su huida por uno de sus guerreros, la siguió muy de cerca durante la larga distancia recorrida, con el propósito, cada vez más firme, de hacerla su esposa, tal como se lo propusiera al conocerla. La noche tocaba a su fin. Por oriente un resplandor de oro anunció el amanecer. Las estrellas se fueron borrando una a una y las nubes comenzaron a teñirse de lila y de rosado. El sol se abrió paso entre ellas pintando sus bordes con filetes dorados. 

El trino de los pájaros, en armonioso concierto, despertó al bosque, y el sol llegó a la tierra con sus dardos de oro.

 En ese instante Pirayú estuvo muy cerca de Panambí. Ella,

dándose cuenta recién del peligro que corría, quedó, perdido todo movimiento, como clavada en el lugar donde se hallaba, el cuerpo tenso, los brazos caídos y una expresión de horror en su rostro hermoso.

 Sintiendo la caricia del sol sobre sus miembros desnudos, levantó Panambí los ojos al cielo, y en muda y desesperada plegaria pidió su ayuda al astro que jamás la había abandonado. Pirayú, tocado por el espectáculo que  tenía ante su vista, no pudo dar paso más. Panambí levantó sus brazos, mientras sus ojos, fijos en el sol, repetían el anhelante pedido de su alma:—¡Socorro...! Varios haces de luz deslumbrante envolvieron a la niña. Cuando la luz desapareció, con ella había desaparecido la dulce Panambí. En su lugar quedó, en cambio, una planta de grandes y anchas hojas verdes y fuerte tallo, en cuyo extremo lucía una flor que semejaba un rostro vuelto hacia el sol y que debía seguirlo en su paso por el firmamento como si no le fuera posible sustraerse a su constante atracción.  

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Así nació el girasol que, a pesar del tiempo transcurrido, continúa adorando al astro, al que sigue siempre fiel, en su paso por la tierra.    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estas leyendas fueron adaptadas de la Biblioteca "Petaquita de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda Perellón, Ed. Peuser, Bs. As. 1952 y de "Antología Folklórica Argentina", del

Consejo Nacional de Educación, Kraft, 1940.

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Vocabulario

Guazú-tí:Gamo

Mini: Chiquito

Caranda-i: palmera

Chicha:bebida fermentada

Oga guasu:Casa grande

Tembirecó: esposa

Eichu: Año

Chumbre: faja

Panambí: mariposa

Yasío-Mocoí: febrero

Cuarajhi: sol

Zuiñandí: Ceibo

Aguaribay: Molle

Ata-ivotí: Primavera

Cuñataí:Doncella

Yasí Ratá: Lucero

Caraguatá:Pita, Agave

Mburucuyá: Pasionaria

Guaviyo: Arrayán

Igá: Canoa

Corocho: Áspero

Pecari: Cerdo Salvaje

Pirayo: Dorado (pez)

Che Tayira: Hija Mía ( siendo el padre quien la nombra)

Jaguar: tigre americano

Tatá: Fuego.

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Narrativa:   Provincias   Argentinas | Leyendas

 

Creatividad e Innovación en la Educación

El Perro y Kakasbal13 Abr, 2004 - 08:32:00

Un hombre era tan pobre que siempre estaba de mal humor y así no perdía la ocasión de maltratar a un infeliz perro que tenía.

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Kakasbal [espíritu del mal], que está en todo, vio que podía sacar partido de la inquina que seguramente el perro sentía contra su amo y así se le apareció y le dijo:

—Ven acá y dime qué te pasa, pues te veo triste.

—Cómo no he de estarlo si mi amo me pega cada vez que quiere— respondió el perro.

—Yo sé que es de malos sentimientos. ¿Por qué no lo abandonas?

—Es mi amo y debo serle fiel.

—Yo podría ayudarte a escapar.

—Por nada le dejaré.

—Nunca agradecerá tu fidelidad.

—No importa, le seré fiel.

de encima, le dijo: Pero tanto insistió Kakasbal que el perro, por quitárselo

—Creo que me has convencido dime, ¿qué debo hacer?

—Entrégame tu alma.

—¿Y qué me darás a cambio?

—Lo que quieras.

—Dame un hueso por cada pelo de mi cuerpo.

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—Acepto.

—Cuenta, pues...

Y Kakasbal se puso a contar los pelos del perro pero cuando sus dedos llegaban a la cola, éste se acordó de la fidelidad que debía a su amo y pegó un salto y la cuenta se perdió.

—¿Por qué te mueves?— le preguntó Kakasbal.

—No puedo con las pulgas que me comen día y noche. Vuelve a empezar.

Cien veces Kakasbal empezó la cuenta y cien veces tuvo que interrumpirla porque el perro saltaba. Al fin Kakasbal dijo:

—No cuento más. Me has engañado pero me has dado una lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro.

Juan Tul y La Ardilla13 Abr, 2004 - 08:34:00Cierta vez el conejo Juan Tul sostenía con las manos el techo de una cueva.

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Pasó la ardilla, se detuvo y al verlo en tal apuro le dijo:

—¿Qué haces Juan Tul?

—Ya lo ves, sostengo el techo de esta cueva.

—¿Estarás cansado?

—Mucho.

—Si quieres yo te ayudaré.

—Me harás un favor porque te digo que ya no puedo más.

La ardilla tomó el lugar de Juan Tul y allí se estuvo horas de horas hasta que cayó en la cuenta de que se trataba de una broma. Bajó las manos y salió de la cueva.

A los pocos día encontró a Juan Tul y le dijo:

—Me engañaste con eso de la cueva.

Juan Tul, haciéndose el sorprendido, le contestó:

—Jamás he estado en la cueva que dices. Llevo meses en este zacatal. Por cierto, estoy que me muero de cansancio. ¿Por qué no me das una mano?

—Con mucho gusto— respondió la ardilla

Juan Tul le echó encima los hatos más grandes de zacate y escapó. La ardilla se rindió bajo el peso y como pudo se escurrió y luego pensó: "Otra vez me engañó Juan Tul".

En un camino volvió a encontrar a Juan Tul y le dijo:

—Ya no me engañarás más, Juan Tul. Con este bejuco te voy a dar una paliza.

—¡Qué cosas dices! Desde niño vivo junto a este árbol. Jamás me he alejado de él. No sé, la verdad, no sé de qué me hablas.

—De todas maneras te tengo que castigar.

—¿Y por castigarme así, vas a despreciar las piñuelas que están allí?

—¿Dónde?

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—¿No las ves, tonta? ¡Allí, a la orilla del camino!

Y mientras la ardilla buscaba las piñuelas, Juan Tul desapareció.

Una tarde, la ardilla tropezó con Juan Tul y le dijo:

—Oye, Juan Tul...

—Yo no soy Juan Tul. Yo acabo de salir del bosque que está del otro lado del camino.

—Entonces ¿me darás un poco de agua? ¡Vengo sedienta de tanto correr!

—¡Claro que sí! Aquí tienes mi calabazo lleno de agua. Bebe hasta la última gota, si quieres.

Sedienta como estaba, la ardilla bebió de golpe todo el contenido del calabazo y cuando tomó aliento cayó de bruces. Lo que había tomado era aguardiente. Entonces Juan Tul, muerto de risa, le dijo:

—Vieja borracha, ahora alcánzame si puedes. Y echó a correr.

Leyendas Mexicanas

El callejón de la Condesa Escrito por Desconocido

La Casa de los Azulejos, ahora mejor conocida como el Sanborn's de los Azulejos, tiene una fachada que da al Callejón de la Condesa. Su nombre se debe a que por ahí salían los carruajes de la Condesa del Valle, y ese callejón, llamado de Dolores, con el tiempo y hasta nuestros días se le conoció como el Callejón de la Condesa.

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Sólo a través de los siglos y en aras de la tradición, ha llegado hasta nuestros oídos una curiosa anécdota, referente al Callejón de la Condesa, que tomó su nombre de alguna de las del Valle. Cuentan las consejas que cierta vez entraron por los extremos del callejón, dos hidalgos, cada uno en su coche y que por lo estrecho de la vía se encontraron frente a frente sin que ninguno quisiera retroceder, alegando que su nobleza se rebajaría si cualquiera de los dos tomara la retaguardia.

Por fortuna, como asienta un grave autor, la sangre no llegó al arroyo ni mucho menos, ni si quiera hirvió en las venas de los dos Quijotes; pero a falta de cuchilladas salió paciencia a los hidalgos quienes estuvieron en sus coches tres días de claro en claro y tres noches de turbio en turbio. De no intervenir la autoridad, de seguro se momifican los hidalgos; el Virrey previno, pues, que los dos coches retrocedieran hasta salir, uno hacia la calle de San Andrés, y otro hasta la Plazuela de Guardiola.

Milagro del diluvio

La leyenda nos relata que por el año de 1718 cayó en la ciudad una lluvia torrencial que duró 40 días e inundó gran parte de esta localidad. En ese entonces, afuera de la ciudad hacia el poniente, vivía una India tlaxcalteca esposa de un zapatero, que guardaba en su casa una imagen de la virgen de La Purísima y cuando las aguas desbordadas del río llegaron a ese barrio, se dice que la piadosa mujer acercó con fé la imagen al borde de las olas. Casi de inmediato, la corriente perdió fuerzas y se salvaron de la inundación aquella barriada y la ciudad también. Este milagro influyó para que esa mujer construyera una pequeña capilla que llamó casa de la virgen, donde las mujeres de esa época iban a rezar todos los sábados, aunque el lugar estaba fuera de la ciudad. Actualmente el templo que se encuentra en ese lugar refleja la arquitectura religiosa moderna de la ciudad.

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Un 25 de Marzo, día de la Encarnación del año de 1930, llegó a la ciudad de Chihuahua al aparador de La Popular, La Casa de Pascualita, un maniquí que conmocionaría a propios y extraños por tener una imagen viviente y por el asombroso parecido con su propietaria, la señora Pascualita Esparza Perales de Pérez, y con su hermana Cuca, así como por la influencia de las películas de misterio que se proyectaban en aquella época. Se decía que era el cuerpo embalsamado de la hija de Pascualita. Ella nunca desmintió tales versiones, mismas que fueron publicadas por los diarios de la ciudad. Estas publicaciones eran afanosamente buscadas por la misma Pascualita, quien las exhibía en el aparador de Chonita, como originalmente bautizaron a la figura, por haber llegado el día de la Encarnación. En un auténtico imán se convirtió la leyenda de Chonita o Pascualita, como muchos le

llamaban, que fueron en verdad multitudes de la ciudad y de diferentes partes del estado los que en el transcurso de los días se aglomeraban en la acera para analizar cada detalle de la figura femenina, que más que artesanía era una obra de arte. Hubo días en que se reunió tanta gente que el tráfico vial de la calle Libertad, lugar donde inició La Popular, llegó a suspenderse en ocasiones. Pascualita recibía numerosas acusaciones por teléfono, por ir contra la moral, así como visitas a la tienda que ante el menor descuido clavaban sus uñas en el rostro del maniquí, dejándole huellas que durarían por décadas, por lo que Pascualita optó por hacer público que no se trataba de un cuerpo embalsamado.

Por ser un maniquí de cera, con cabello, cejas y pestañas naturales insertadas uno por uno, Chonita requería una serie de cuidados especiales, además de aquéllos propios de cualquier persona, como es el baño con champú. En una ocasión llegaron a la tienda, ya ubicada en la esquina de las calles Ocampo y Victoria, unos judiciales con la orden de hacer una investigación,Pascualita pidió a los policías que regresaran después, porque Chonita se encontraba en su baño, ante lo que los investigadores acumularon más dudas e insistieron en el caso.

Tanta fue la insistencia, que el maniquí fue sacado, envuelto en una bata y con una toalla cubriendo su cabello. Se les permitió revisar sólo el rostro, encontrando que era de cera con perfectos ojos de cristal. Sin una prueba del delito se marcharon aún dudosos. El hecho se difundió por los medios, lo que sólo logró acrecentar la leyenda. Con el paso del tiempo han surgido nuevas

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historias, como la que dice que el día de la boda de la hija de Pascualita le cayó un animal ponzoñoso en la corona de la novia, lo que provocó que muriera en el altar mismo y queriendo Pascualita inmortalizarla la embalsamó para tenerla con ella en su tienda, vestida para siempre de novia. Se dijo que camina por las noches en la tienda y que se cambia sola e incluso que derrama lágrimas en cierta época del año. En el libro El comercio en la historia de la ciudad de Chihuahua, publicado por la Cámara Nacional de Comercio en 1990, se da la versión de que en uno de sus viajes a la ciudad de México, Pascualita acudió a la prestigiosa tienda El Puerto de Liverpool, donde adquiría telas, azahares y ramos. Al salir del establecimiento, unas personas estaban arreglando un maniquí cuya belleza la cautivó, por lo que se devolvió y habló con el gerente para que se lo vendieran. El funcionario de Liverpool se excusó arguyendo que su venta sería imposible, pues la escultural dama acababa de llegar de Francia y era la novedad por su rostro y sus manos de cera. Pascualita insistió y casi suplicó, pero la respuesta en cada ocasión fue cortés aunque firme: "No está en venta el maniquí". A la tesonera Pascualita le quedaba un último y desesperado recurso para llevarse a Chihuahua el hermoso objeto: amenazó a su interlocutor con no volver a surtir más telas de El Palacio de Liverpool si el maniquí no le era vendido. El gerente hizo un balance mental rápido de todo lo que adquiría Pascualita en cada temporada y en su decisión pesó más lo relacionado a ventas que la belleza escultural, y además ganaría con la venta del maniquí. Así Pascualita trajo a La Popular a su modelo profesional para cautivar a los chihuahuenses.

El libro Leyendas bárbaras del Norte dice que Chonita fue traída de París a pedido exprofeso de Pascualita y se convirtió en punto de admiración entre los chihuahuenses, que curiosos día con día contemplaban aquel escaparate. Era tanta la admiración que causaba entre el público, que las fibras positivas y la magia de un poderoso gurú que llegó de tierras lejanas, quien pasó por el aparador y se enamoró de inmediato de Chonita, dieron vida al maniquí. El gurú vivió dos meses en la ciudad de Chihuahua y todos los días, al llegar las diez de la noche, esperaba a Chonita en la calle Victoria para hacerse acompañar de tan incomparable belleza, llevándola del brazo visitaba los mejores lugares de entonces, lo mismo el Hotel Hilton que la Cafetería de la Esquina o el Casino de Chihuahua.Por el año de 1988 acudió a La Popular una mujer

que platicó que hace años ella estaba en la esquina de la Ocampo y Victoria frente a la figura, en ese momento pasó su novio, que era extremadamente celoso y le disparó. Lo último que vio ella al ir perdiendo el sentido fue el rostro de Pascualita, como llamó al maniquí. Despertó después en el hospital con la certeza de que había sido ella quien la había salvado, por lo que desde entonces le reza en gratitud al milagro. Un sábado por la tarde en el año de 1993, se oyeron frente al aparador los acordes de un conjunto norteño que un admirador de la bella figura le llevaba para que no se sintiera tan sola. La música duró más de dos horas, lo que provocó la aglomeración de muchos curiosos que acompañaron al enamorado en su serenata.

De la leyenda de Pascualita se han realizado reportajes televisados en el ámbito local, nacional e internacional, como los trasmitidos en los programas Primera Edición de Televisión Azteca, Duro y Directo de Televisa, Primer impacto de Univisión y en la cadena de Telemundo. En medios impresos La Leyenda ha aparecido a nivel local en los periódicos El Norte y El Heraldo de Chihuahua, a nivel nacional en El Norte de Monterrey y a nivel Internacional en el Sol Latino de Santa Ana California.

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Actualmente los alumnos de las escuelas de la ciudad y del estado acuden a La Popular para pedir una copia de La Leyenda de Pascualita, la que estudian al tocar el tema de las Leyendas en la materia de Español. Los familiares de Pascualita hablan del particular sin que les moleste siquiera que la gente continúe murmurando sobre lo que podría ser un acto anti-religioso de Pascualita. Ante ello dicen: "es una leyenda bonita, que tiene poco de base en la realidad" Para ellos es una gran satisfacción que se recuerde a su tía Pascualita.Pascualita Esparza de Pérez ha pasado a mejor vida y a casi siete décadas de la llegada del maniquí la leyenda forma parte de la vida diaria de los chihuahuenses, que la trasmiten de padres a hijos.

Tomado del libro Nueve Leyendas de Chihuahua, Colección flor de arena, Difusión Cultural/UACH. Chihuahua, México, abril de 1998, reimpresión páginas 33-36

 

Pascualita Esparza Perales de Pérez

Fue Pascualita una realizadora de ilusiones, creadora de atuendos para eventos especiales y forjadora de toda una época.

Con experiencia, dedicación y creativo ingenio transmitió a cada puntada, a cada zurcido y a cada velo lo mejor de sus deseos para que incontables novias cristalizaran a partir de su boda, sus ilusiones. Cada vaporoso y albo traje nupcial que salió de sus manos fue tan especial como el gusto personal y las medidas exactas de la feliz desposada, vestuario que muchas veces llevaba implícito el último grito de la moda internacional o la más fina originalidad en diseños netamente chihuahuenses.

En Pascualita y su empresa siempre hubo un halo de misticismo, por lo que buenos augurios pudieron haber emanado de cada fibra de satín, seda y encaje respectivos de la romántica leyenda que se formó en torno suyo y al "maniquí

viviente".Sin haber sido chihuahuense de nacimiento, fue en Chihuahua donde hizo un nombre famoso y prestigiado que aún hoy en día continúa representando una grata fama. Pascualita Esparza de Perales, para la posteridad conocida como "Pascualita", nació en el año de 1887 en la localidad de Chalchihuites, Zacatecas. Fueron sus padres doña Pascuala Perales y don Tiburcio Esparza.

Conforme a las costumbres de la época, casó muy joven, a los 17 años de edad, en 1904, con don Enrique Pérez Loera, con quien procreó un hijo. La boda se efectuó en su pueblo natal.

En 1908 ella y su familia vinieron a Chihuahua. Cuatro años después se trasladaron a El Paso, Texas, donde establecieron una tienda de abarrotes que Pascualita atendía y en la que fue interiorizándose con el manejo administrativo. No de balde sus inquietudes en el ramo de la confección, regresó en 1917 a Chihuahua para abrir una tienda de telas y accesorios sobre la avenida Melchor Ocampo, entre las calles de la Libertad y de Guadalupe Victoria. Venía acompañada de su hermana Refugio, a quien le fascinaba coser y elaborar ropones de bautizo.

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A partir de entonces le vino la idea de diseñar también vestidos de novia.

Tiempo después trasladó su negociación a la calle Victoria en un local espacioso de una planta frente a la hoy Botica Central. En esa amplia casa ocurrió el lamentable deceso de su esposo Don Enrique Pérez.Años después mudó su tienda y hogar a un inmueble mandado a construir por ella en la calle Libertad 608 donde operó 2 años. Luego entró en sociedad con Doña Amalia Abbud Ochoa para reabrir la tienda en la Libertad y Tercera local donde estuvo durante 3 años.

Finalmente decidió dar sola sus pasos por el comercio y se separó de su socia. En 1945 Pascualita pudo comprar la propiedad con la que Chihuahua la conocería: la esquina de calle Victoria y avenida Ocampo. Sin embargo, fue hasta 1954 cuando se estableció definitivamente en dicho inmueble. Ya entonces su negociación se llamaba "La Popular" cuyo lema era "La casa de la novia de Chihuahua" o simplemente "La casa de Pascualita".Doña Pascualita trató a gran parte de la sociedad de antaño, ya que novias de todos los estratos económicos acudieron a la tienda a ordenar con anticipación atuendos a la medida y fueron pocas las que olvidaban invitarla a la ceremonia.

Tras haber cumplido como madre y como empresaria, Pascualita falleció el 31 de marzo de 1967, virtualmente al pie del cañón, porque su negociación alcanzaría otro logro póstumo. En mayo de ese año la Cámara Nacional de Comercio lanzó una convocatoria para el concurso de aparadores de las fiestas patrias, en el que "La Popular" obtuvo el primer sitio con un maniquí vestido de China Poblana. Doña Consuelo Mascareñas recibió el premio el 20 de septiembre de 1967 en ausencia de la querida Pascualita.

En resumen, fue Pascualita una comerciante de fama tan grande como la cauda de un vestido de novia. Una chihuahuense por adopción, de gratos recuerdos... como todo lo que significa, precisamente, cada emotiva ocasión en que una familia contempla el empolvado y guardado traje nupcial.

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"La Virgen del Valle"

 La imagen de la Virgen del Valle es venerada en todas las provincias andinas.

El día de su festividad acuden al santuario del Valle millares de creyentes, muchos de los cuales han tenido que realizar un largo viaje para llegar allí.

La tradición ha conservado el recuerdo de sus numerosos milagros, entre los cuales figura el muy conocido de "la cadena".

La santa imagen fue sacada de la Gruta de Choja (Catamarca), por el español Manuel Salazar, en el año 1618. Nadie sabe quién la llevó hasta ese punto y la escondió en la gruta de piedra, rodeada de peñascos, donde fue hallada por los indios, a principio del siglo XVII.

Estos la festejaban a escondidas, con danzas y fogones, creyendo que Dios mismo la había colocado allí.

Un indio, sirviente de Salazar, reveló a su amo el secreto de la Virgen, y Salazar, atento a las informaciones recibidas, encontró la imagen y la sacó de su nicho de piedra, a pesar de la oposición de los indios.

El español la llevó primero a Collagasta y luego a su residencia del Valle Viejo; pero durante aquella noche desapareció la imagen, y fue encontrada al siguiente día en el interior de la gruta. Salazar la llevó nuevamente a su casa, de donde desapareció por segunda vez. Los vecinos interpretaron estas ausencias de la Santa como una manifestación de su divina voluntad: la Virgen abandonaba la vivienda particular, porque no quería ser "patrona de pocos", sino de muchos y de todos. Entonces, convencidos de

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este deseo, los vecinos edificaron una capilla, y allí colocaron la imagen milagrosa.

Extraída de "Antología Folklórica Argentina", del Consejo Nacional de Educación, Guillermo Kraft Ltda., 1940.

La Leyenda de la Perla. Erase una vez, una mariposa que estaba muy triste y sola que no deseaba seguir viviendo.

Mientras que estaba posada, muy deprimida, a la orilla de la playa, pensando

en lo inútil de su vida, escuchó a su lado una voz suave y clara. “Buenos días. ¿Quien eres?”, la voz le preguntó. “Soy una mariposa, pero ¿quien eres tu? ¿Una piedra que habla? !No lo puedo creer!”. La voz le contesto. “No soy una piedra, ¡soy una concha! ¡soy una ostra! soy un ser viviente igual que tu”. “¿Te gustaría ser mi amiga?”, preguntó la mariposa. “No tengo amigos, y soy infeliz porque nadie me quiere. Deseo morir en el mar.” “No quiero que te mueras”, dijo la concha. “Yo estoy tan sola y triste como tu, y tampoco que conocido a alguien que me ame, pero, ahora ninguna de las dos estamos solas. Quédate conmigo, sé mi princesa alada y platícame de todas las cosas que has visto en el mundo; cosas que los ojos de una hija del mar nunca verá.” La mariposa se quedo al lado de la concha y creció el amor de la

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una por la otra, más de lo que cualquiera pudiera imaginarse. La mariposa había recogido todos los colores del mundo en sus alas y se los dio, como un ramo, a su amor, mientras que la concha le dio, como su regalo del mar, todos los susurros misteriosos del mar profundo. Su alegría fue breve, porque las mariposas tienen una vida más corta que las conchas, y cuando la mariposa murió, la concha la enterró en la arena. Entonces, lloro y lloro hasta que murió de tristeza, disuelta por sus lágrimas. A la siguiente mañana, en un montoncito de arena,

marcado por una cruz de coral, apareció la primera perla, hecha con las lágrimas de la ostra, con los colores de las alas de la mariposa y con su amor.

Al fin había descubierto el secreto. Su error había consistido en situar el elemento irritador entre la concha y el manto, en lugar de hacerlo en la propia carne; de este modo la ostra no había podido revestirlo uniformemente por todos sus lados.

En vista de ello, Mikimoto empezó a insertarlo directamente en el manto de las ostras de tres años. Había que hacerlo con sumo cuidado, ni demasiado profundo para no matar a la ostra, ni muy superficialmente para que ésta no se desprendiese. Cuando las ostras crecieron, Mikimoto encontró seis perlas esféricas de sorprendente belleza en las cien primeras que abrió.

Mikimoto causó una gran sensación en toda Europa cuando ofreció por primera vez sus perlas a una cuarta parte del precio corriente en aquellas fechas. A los compradores les costaba tanto trabajo distinguirlas de las naturales que tenían que recurrir a aparatos especiales de rayos x. La única diferencia que existía entre las perlas naturales y las de Mikimoto consistía en que mientras en aquellas la parte que no era perla (el diminuto grano central) se introducía de un modo natural mientras, que en éstas se hacía de un modo artificial.

Aunque algunos eminentes biólogos declararon que estas nuevas gemas eran auténticas, el rey de las perlas insistió en llamarlas perlas cultivadas nombre con el que se le conoce actualmente. Al expirar su patente de 1921, las aguas cercanas a sus dominio se poblaron con sus competidores. Algunos se dedicaron a cultivar perlas de calidad inferior. El 10 de julio de 1933, con el fin de demostrar que sólo vendía perlas de primera calidad, Mikimoto

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instaló un horno en una calle de Kobe y ante un público incrédulo redujo a cenizas 750 mil perlas de poca calidad.

Ahora lee cuentos y leyendas sobre perlas...

http://www.mikimoto.fr/es.contes.htm

Antología

Relatos y Leyendas

Tahiti siempre ha sido conocido como el paraíso perfecto, rodeada de islas y atolones de colores inimaginables. Es ahí donde se produce el nacimiento de la Perla Negra de Tahiti, simbolo de la pureza y perfección, el equilibrio perfecto entre la naturaleza y el ser humano.Mileranias civilizaciones han rendido tributo a esta joya del mar. Romanos creian que las perlas nacían de las gotas de rocio y que eran recolectadas por las ostras. La China imperial consideraba a la perla negra como un simbolo de nobleza y era protegida entre los dientes del dragón. Los persas creían que una perla imperfecta era consecuencia de los rayos de las tormentas

La mitología polinesica cita a las perlas de Tahiti como los primeros destellos de luz que fueron enviados por el Dios Tane, señor de la armonía y la belleza. Esto hizo que las bovedas del cielo irridiaran luz y brillo, creando así las estrellas. Este Dios se las llevo al Dios del Oceano, Rauatu, para que iluminara sus dominios.Oro, Dios de la guerra y de la paz, trabajando para Tane, elegía mujeres humanas para procear su decendencia, entregando las primeras perlas como simbolo de amor. Luego de triunfar por este trabajo, el les daba la ostra perlifera a los humanos en simbolo de su viaje a la Tierra. Esta es la creencia del porque la ostra Pinctada Margaritifera, tipo cumingis abunda en la polinesia Francesa.