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Opus 4.40, entre Jorge Eduardo y Don Flavio Machicado la música- afirma- es como todo arte, una búsqueda y hoy en día se está convirtiendo en una apoteosis del ruido “ (entrevista a don Flavio Machicado por Mery Flores Saavedra) En Sopocachi el viento que recorre las calles y levanta las hojas de los árboles, algunos secos, ya no es el mismo. La flora y fauna del barrio ha cambiado; como la moda en los últimos 50 años, se ha recortado las faldas, dejado las barbas, luego se ha puesto chaquetas de cuero, medias blancas, se ha dejado la camisa ancha, vestido de colores estridentes y ritmos reggetoneros que hacen contraste con los memorables acordes de Tango Illimani. Grafitis y taggs en las diversas paredes de las casonas de la zona, hacen de ellas una galería abierta al público, mientras que el reflejo de los faroles aún contrasta con las piedras de la avenida Ecuador. Es aquí, en esta calle, casi a la altura de la Belisario Salinas (más conocida como Belisario Cantinas) frente a un edificio de más de 11 pisos que alberga a la Fundación Simón y Patiño, donde podemos encontrar una casita en medio de los gigantes de cemento. Tiene la puerta abierta pero entre las vitrinas y coches a veces uno tiene que volver sus pasos para encontrarla. Es más fácil dar con ella por una pizarra negra que tiene adherida a una de sus paredes, la puerta está al lado. La mirada que este umbral abre es el de un pasaje detenido en el tiempo, a veces con sabor a pueblo por su camino de piedras bordeado de plantas verdes, pero cuando se llega a la cima uno se encuentra con una casa donde desde el segundo piso se escuchan acordes y

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Opus 4.40, entre Jorge Eduardo y Don Flavio Machicado

“la música- afirma- es como todo arte, una búsqueda y hoy en día se está convirtiendo

en una apoteosis del ruido “

(entrevista a don Flavio Machicado por Mery Flores Saavedra)

En Sopocachi el viento que recorre las calles y levanta las hojas de los árboles, algunos secos, ya no es el mismo. La flora y fauna del barrio ha cambiado; como la moda en los últimos 50 años, se ha recortado las faldas, dejado las barbas, luego se ha puesto chaquetas de cuero, medias blancas, se ha dejado la camisa ancha, vestido de colores estridentes y ritmos reggetoneros que hacen contraste con los memorables acordes de Tango Illimani.

Grafitis y taggs en las diversas paredes de las casonas de la zona, hacen de ellas una galería abierta al público, mientras que el reflejo de los faroles aún contrasta con las piedras de la avenida Ecuador. Es aquí, en esta calle, casi a la altura de la Belisario Salinas (más conocida como Belisario Cantinas) frente a un edificio de más de 11 pisos que alberga a la Fundación Simón y Patiño, donde podemos encontrar una casita en medio de los gigantes de cemento. Tiene la puerta abierta pero entre las vitrinas y coches a veces uno tiene que volver sus pasos para encontrarla. Es más fácil dar con ella por una pizarra negra que tiene adherida a una de sus paredes, la puerta está al lado. La mirada que este umbral abre es el de un pasaje detenido en el tiempo, a veces con sabor a pueblo por su camino de piedras bordeado de plantas verdes, pero cuando se llega a la cima uno se encuentra con una casa donde desde el segundo piso se escuchan acordes y melodías pertenecientes a algún compositor que en estos tiempos es considerado por muchos lejano, por no decir aburrido, especialmente un sábado por la noche.

Este lugar es ahora la Fundación Flavio Machicado Vizcarra donde, como hace 70 años, los sábados por la noche las puertas de la casa se abren para dar inicio a una nueva “Flaviada”. Estas son reuniones para escuchar música y con el tiempo han tomado forma de conserva, como si hubieran logrado tomar lo bello y conservarlo eternamente en un enlatado sin fecha de caducidad. Un fragmento escrito por un señor cuyo seudónimo era BUENA VISTA el 8 de octubre de 1949 en La Razón nos acerca a esto “Se llaman Flaviadas las noches de música en casa de Don Flavio Machicado. Bach, Mozart y Handel resucitan

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los sábados en casa de Don Flavio. Quisieran morirse otra vez cuando encuentran a ciertos oyentes, Don Flavio los conserva en el refrigerador de su casa”

Es interesante notar como en estas fechas el autor de dicha nota periodística nos dice “quisieran morirse otra vez cuando encuentran a ciertos oyentes” ahora esta afirmación se traslada a otros predios, a otros lugares, tal vez a la plaza Abaroa o a la casa de las gárgolas que se encuentra en la esquina de la Guachalla y Sánchez Lima, donde metaleros y otros van a chupar botellas y botellas de ese milagroso elixir llamado Boca Rica, que cuando salió al mercado costaba apenas unos 8 pesos, 10 con refresco… eran buenos tiempos. De todas maneras debido a la proliferación de centros culturales, restaurantes, bares, pub y discotecas, sobre todo bares; el concepto de escuchar música no puede ser asociado si no es con el buen consumo de alcohol y amigos con los cuales charlar, mientras la música ya no es el centro sino el fondo. Las personas buscan la oferta que más se adapta a ellas y a lo que la moda manda. El metal, el perreo, el hip hop, el rock, la bendita cumbia le ha ganado terreno a Beethoven y ha generado que ya no se escuchen afirmaciones como las que menciona este periodista en dicha nota “El nuevo aparato de don Flavio –exclaman señoritas y jóvenes- señoritas y jóvenes que van porque “es bien” ir a la Flaviada”

El nuevo aparato ya no interesa, tampoco ese “es bien” tiene el mismo sentido, la noche en Sopocachi ha tomado diversos matices. Los vitrales de Bach, Beethoven, Mozart y Wagner que todavía esperan a los fieles asistentes en la casa de las Flaviadas han sido sustituidos por equipos de sonido en autos tuneados, lucecitas de colores en discotecas de mala muerte, en el mejor de los casos en una buena amplificación con efectos láser y en el más modesto con luz tenue para ambientar cualquier lugar donde sirvan jarritas de licor. Pero no todo está perdido para la música, se tienen los boliches donde se pueden escuchar grupos en vivo, en el mejor de los casos jazz o blues como es el caso de Thelonious, pero que resulta tan caro que mejor es tomar algo afuera con los amigos para que el dinero alcance.

“El nuevo aparato de don Flavio”

Es sorprendente como todavía las personas se dejan encandilar por lo nuevo, lo más sofisticado, lo más “in” en tecnología. En estos primeros años de las Flaviadas el señor Flavio Machicado fue el primer habitante en Bolivia en poseer un equipo de alta fidelidad, pero a diferencia del Thelonious u otros lugares que presentan una excelente acústica, nunca cobró un centavo por compartir el producto de este aparato. Este aparato lo obtuvo a consecuencia “de los brillantes informes que llevó a Estados Unidos uno de los aficionados a estos conciertos, Machicado recibió una carta de R. Fhiser, quien fabricaba entonces un nuevo aparato; como resultado, Machicado poseyó el primer instrumento de

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alta fidelidad” (Americans, 1952). Es como si al dueño de algún lugar donde se coloque música electrónica le dijera el creador de Apple que escuchó sobre él y que ha decidido venderle su nueva creación de alta fidelidad, algo que no está en el mercado, pero que lo hace porque conoce el uso que le daría. Si fuera ese el caso estoy segura que en la puerta de ingreso de dicho local comenzarían a exigir entradas VIP u otras cosas para hacer más distinguida a la gente que ingresa al mismo, eso no sucedería jamás en las Flaviadas porque “Don Flavio es una especie de sacerdote generoso y tolerante, perdona los pecados de los oyentes buenos y malos, de los que van a oír y los que van a ser vistos y oídos. Y perdona así con el aparato viejo como con el nuevo, porque la música es infinitamente misericordiosa” (La Razón 8-10-1949).

Para los que no conocen la historia de las Flaviadas cabe decir que empezaron el año 1938 y hasta el día de hoy nunca dejaron de realizarse. Eran reuniones que empezaban a las 20:00 horas y duraban generalmente hasta las 24:00 cuando se servía té con masitas, después los asistentes hacían pedidos musicales a don Flavio Machicado de manera que éstas reuniones a veces se alargaban hasta las 3:00-4:00 de la mañana. Reunieron a muchas personas; grandes artistas, poetas, escultores, músicos, intelectuales, muchas personas se daban cita en esa salita que aún conserva su encanto tan particular. Con el tiempo Don Flavio llegó a recolectar alrededor de 10000 discos de 78 revoluciones y 2000 long play que compartió sin miramientos de personas. Don Flavio decía que la única revolución valedera sería aquella que permitiese a cada persona aprender música, tocar música y tener todo el tiempo del mundo para asistir al teatro.

A pesar que los espectáculos en espacios públicos son cada vez mayores, todavía es una lástima cuando se tiene todo el tiempo y no se tiene el dinero para ir al teatro. Sopocachi es uno de los pocos barrios que ofrecen desde los tiempos de don Flavio espacios dedicados al arte y la cultura, baile por aquí, poesía por allá, exhibiciones más acá. Sus plazas representativas y miradores hacen que sea un lugar de paseo y recreación ideal por las tardes, por las noches se vuelve más recreo que paseo o un paseo para salir de recreo. Los monumentos de las plazas como Eduardo Abaroa han sido constantemente afectados y repesados por los jóvenes de la ciudad, no faltó el que puso en la mano de Don Eduardo un vaso de plástico para que las personas que se acomodaban en los banquillos de la plaza puedan brindar con él, sin duda uno de los mejores gestos de patriotismo para mantener la historia viva. Hay que recalcar que en ese tiempo la Plaza Abaroa no tenía el retén policial que tan majestuosamente se construyó dentro, en una de las esquinas de acceso.

Esta vieja costumbre de afectar monumentos en plazas data ya desde los tiempos de don Flavio que en conmemoración al bicentenario del nacimiento de L. Beethoven regaló a la ciudad de La Paz un hermoso monumento con la figura del compositor, los diarios de la época rezaban de la siguiente manera:

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“Hoy sábado se efectuará en el parque del Montículo de Sopocachi la inauguración de un monumento construido en piedra comanche en el que se encuentra la imagen en alto relieve del compositor alemán” (El diario 15 de diciembre de 1970)

Lo curioso es que al poco tiempo de la inauguración del monumento, éste apareció dañado. Habían quitado los adornos en alto relieve de su traje y el detalle de su nariz. Se dice que fue por enemistades políticas que tenía en esa ápoca el hijo de don Flavio con la Alcaldía de La Paz, lo cierto es que los informes nos dicen que los autores nunca pudieron ser encontrados debido a la escases de hippies que empezó a afectar la zona

“Desde la semana pasada a la fecha se ha continuado con las investigaciones a fin de poder dar con los autores, los posibles no aparecieron por el parque primero por las inclemencias del tiempo y porque los hippies ya no paran en las noches” (original del informe, archivo FVMV)

De todas maneras este monumento ha sido tomado para configurar este nuevo espacio musical, incluso publicitado a nivel internacional gracias al video de Jorge Eduardo y los Opus 4:40 “Drácula” (www.youtube.com/watch?v=LPtzMlLghbM). En este video podemos observar a Jorge Eduardo cantar y bailar al lado del monumento, como si los colores fosforescentes de la cumbia vertieran en la figura del compositor alemán un nuevo aire, como si lo hubieran “refrescado”, poniéndolo a tono y vistiéndolo para llegar a las masas.

Esta aparente contradicción tal vez tenga algo que ver con que el monumento desde sus orígenes ha sido mestizo, el resultado de dos visiones de mundo opuestas que lo hicieron posible como lo mencionó en el acto de inauguración don Flavio Machicado “que sea la ocasión de recordarles. La obra que entrego ha sido ejecutada bajo la dirección del escultor, señor Hugo Almaraz Aliaga y por un modesto pero habilísimo tallador, don Hilario Mamani, a quien rindo mis más cálidos agradecimientos” (Conversaciones para una reflexión histórica la vida de don Flavio Machicado Viscarra)

La piedra de Comanche con la que fue hecho este monumento puede interpretarse como una visión unificadora de mundos, la modernidad llegando a la ciudad de La Paz, los primeros autos en convivencia con caballos, figuras hermosísimas en casas y esculturas producto de la imaginación artística, que en parte es la constructora de los espacios que conforman la sombra de lo que se entiende por Sopocachi. Esta piedra fue utilizada para un sinfín de esculturas, una de las artistas más reconocidas que hizo uso de ella fue Marina Nuñez del Prado (por cierto también fiel asistente de las Flaviadas) que fue increpada por un reportero de no ser la creadora de su obra, sino que atribuía la obra de Marina a un obrero apellidado Callisaya que la ayudaba en esta labor, sobre esto podemos afirmar que “en los hechos, Callisaya, que fue también obrero de la Cantera, no creaba,

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sino copiaba la creación de Marina… Así como el obrero Callisaya, existieron muchos otros obreros en la Cantera, como el maestro Pedro Vilca, Hilario Mamani, su yerno enrique Mamani, su nieto Paulino Mamani, o las familia de Francisco Montealegre, cuyos hijos Eusebio y Valentin se han acercado mucho más a la escultura. Todos ellos fueron talladores excepcionales y, posiblemente, mejores que los Callisaya” (Conversaciones para una reflexión Histórica de vida de don Flavio Machicado Viscarra). Pero más allá de que si copiaba o no su obra, es interesante notar como el trabajo en esta piedra es producto de esta doble visión, este doble enfoque que se deposita en ella.

Tal vez sea por esto que Sopocachi mantenga un aire de corrientes opuestas conviviendo en armonía. Como en sus inicios, cuando las lecherías convivían con el tranvía que daría lugar más adelante a la creación de la ruta del micro 2 o las grandes casas de familias burguesas que darían lugar a los muchos edificios que empiezan a poblar la zona. Esto tal vez pueda explicar lo que La Revista Travesía Urbana en el año 88 nos dice sobre Sopocachi “Las actividades que se realizan en el Montículo son diversas, pero hay dos que sobresalen. Una es la fiesta de la Virgen de la Concepción el 8 de diciembre que tiene como escenario culminante la plaza y en particular la iglesia donde los bailarines hacen sus promesas a la virgen. Otra actividad que se realiza periódicamente son las “Flaviadas”. Cada domingo por la mañana se puede escuchar una selección de música clásica que perteneció a don Flavio Machicado y que sigue sonando gracias a la iniciativa de uno de sus hijos y del párroco de la iglesia”

En este momento las diversas corrientes musicales recorren la zona en los miles de aparatos tecnológicos que los transeúntes utilizan en su diario vivir, pero en los años que las “Flaviadas” se realizaban al aire libre “Parecía increíble: abrir las ventanas de par en par y escuchar en cada rincón de las casas de Sopocachi, los acordes del Himno a la Alegría” (GESTA BÁRBARA III GENERACIÓN). Esta imagen resulta lejana, tal vez fue lejana desde antes, tal vez desde el advenimiento de las nuevas tecnologías que hacen del arte otro objeto de consumo en una sociedad que no está preparada para vivir lo sublime de esta manera, sobre esto un fragmento de una nota de prensa que habla sobre los discos de 78 revoluciones por minuto que se tocaban en las Flaviadas puede aclarar la idea:

“Entonces no agitaban a la humanidad las conmociones sociales, políticas y científicas con tanto rigor como hoy en día, ni se esperaba de súbito la aparición de escuelas extrañas y artefactos perfeccionados. El arte agrupaba a gentes devotas que se entregaban a las audiciones con amor, sumisión y deleite” (Alejandro Samuel, El Diario 3 de diciembre de 1960)

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Sopocachi ha cambiado, la vida misma ha cambiado, incluso don Flavio Machicado ya no está, pero la casa de las Flaviadas no ha cambiado. Todos los sábados se prepara una programación musical con la misma calidad que don Flavio hubiera seleccionado y se abren las puertas de la casa, se enciende el fuego de la chimenea que dibuja la línea de los sillones de la sala, que acogerán a los nuevos parroquianos amantes de la música. Es por esto que “ese hogar constituye, por lo tanto, en nuestra ciudad, no sólo una valiosa cátedra musical, sino, también, un delicado y plácido refugio del que han disfrutado, desde el día de su apertura hasta la fecha, un número incalculable de personas” (discurso pronunciado por Jaime Guzmán, fundador de la sociedad por la música, en la ceremonia de imposición de la medalla extraordinaria y el premio III generación Gesta Bárbara, 12 de febrero de 1954)

No obstante ya no es lo mismo, fueron más de 40 años ininterrumpidos de reuniones que ni la revolución pudo detener pero poco a poco las personas fueron disminuyendo, las distancias y variaciones de tendencias en los gustos musicales se hicieron presentes, incluso cuando don Flavio vivía. Quiero transcribir un fragmento de la entrevista del 29 de agosto de 1986 que Jorge Canela Saenz en el diario Última Hora hizo a don Flavio Machicado:

-¿40 años ininterrumpidos?

-En realidad sí, recuerdo que en los días de la revolución del 52 tuvimos una interrupción, pero aquí dentro y fue por falta de energía eléctrica, no porque la gente hubiera dejado de venir. Ahora es distinto como usted ve

-¿Porqué?

-No sé muy bien porqué. En parte debe ser la vida más agitada que tiene hoy La Paz. Ya no se dispone del tiempo para cosas tranquilas y sensibles. Además cualquiera puede tener hoy en día un tocadiscos o pasa cintas y oír su propia música. ¿Qué va hacer con todo un viaje para escuchar música en otra parte?

- ¿Sigue escuchando música?

Igual que siempre, con algunas limitaciones inevitables. Hoy aunque usted no lo crea, hay que cuidar el desgaste de la aguja, que no se las consigue tan fácilmente como antes. Y hasta hay que cuidar la luz…pero sigo y seguiré escuchando música todo cuanto pueda

Ahora es distinto como usted ve, por alguna razón esta frase está cargada de cierta tristeza, incluso algo de decepción. La decadencia de la sociedad ante lo sensible, la bohemia se convierte más bohemia, alejándose de las bellas artes para encontrar entretenciones rápidas, tal vez sin contenido perdurable en el espíritu, pero ¿por qué aún

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existen personas que asisten fielmente a estas reuniones? Es cierto que aunque pasen mil años siempre existirán personas aficionadas a la música clásica, pero creo que el verdadero motivo reside en que este lugar ha cobrado la forma del recuerdo, de la memoria viva, se ha convertido en ese espacio que permite conectarnos con Jaime Saenz, Yolanda Bedregal, Oscar Cerruto, Arturo Borda, entre otros muchos que transitaron y plagaron sus imaginaciones para empezar a esculpir una idea de Sopocachi como cuna de artistas. En este sentido tal vez la idea que más se acerca es la que plasma Jaime Saenz en un fragmento de la Piedra Imán referente a Las Flaviadas

“Usted disculpe; hay un gran misterio en este recinto, créame. Siempre que vengo aquí me encuentro con el que fui cuando vine hace treinta años, imagínese. O sea que, para decirlo en otras palabras, cuando yo vengo aquí es como si viniera hace treinta años, cosa extraña. En este recinto no cuenta el paso del tiempo. Aquí el tiempo se ha detenido, le dije. Esa es la cosa, me dijo. Si yo mismo tengo más de ochenta años y todavía soy joven, es porque realmente aquí el paso del tiempo no cuenta, como tú dices, me dijo”

Reflexiono y pienso que hay lugares que tienen ese sabor a silencio, canchas, plazas, casas abandonadas o a medio abandonar, lugares que se comprometen con el alma, que se dibujan como un periódico de 1938 haciendo referencia a un espacio trocado sonoro. Uno de estos espacios es sin duda la casa de las Flaviadas que a pesar del paso del tiempo mantiene en sus cimientos el sonido de un Sopocachi lejano pero que aún resiste en el tiempo, como piedra de comanche, como alma que tiene la facilidad de ser tiempo y ser espacio

“Más que espectáculos de españolerías lo que vimos son reflejos de viejas nostalgias dormidas, de canturreos distantes en el tiempo” (Carlos Gonzalo Sanabria. La Noche 30-9-1946)

Por Cristina Garrón