5. las a) la institucionalización de la kprofesiórc» a

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5. Las instituciones de la nueva política agraria A) La institucionalización de la KProfesiórc» a través del C.N,J.A. Esta élite, formada por la J.A.C. y encuadrada en el C.N.J.A., tuvo desde entonces las manos libres para estable- cer su dominio en el sindicalismo agrario francés. Su emer- gencia espectacular a nivel nacional no debe hacernos olvidar que su victoria descansaba también en una inversión súbita y sistemática de los principios organizativos que hasta enton- ces venían rigiendo en los niveles locales y regionales de las di- ferentes organizaciones e instituciones profesionales. La cate- goría de las medianas explotaciones familiares de producción ganadera pasaba a ocupar el lugar central en la política agra- ria. Una victoria tan rápida y completa resultó ser el fruto de una verdadera movilización de las masas campesinas: en la ma- yor parte de las regiones, y no sólo en el Oeste, los jóvenes agri- cultores consiguieron brillantes victorias en las elecciones a los cargos representativos de las distintas instituciones. Pero, al igual que todos los movimientos de masas, éste reposaba tam- bién sobre un equívoco deliberadamente alimentado por los propios jóvenes agricultores. Su fuerza de atracción sobre el conjunto de los agricultores era resultado de haber sabido po- ner su talento de agitadores y su energía militante al servicio de consignas generales y particularmente contradictorias. Aun- que tenían sus propias reivindicaciones y su propio programa de modernización, no por ello dejaron de mantenerse fieles a las «exigencias del mantenimiento de los precios agrícolas^>, que seguían siendo el fundamento más evidente de la pretendida «unidad del mundo agrícola». Numerosos pequeños agricultores de edad más o menos avanzada, que no tenfan sucesores y cuyas explotaciones esta- ban condenadas a desaparecer, no se sentían afectados por el tema de la reforma estructural, pero no tenían tampoco razo- 111

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Page 1: 5. Las A) La institucionalización de la KProfesiórc» a

5. Las instituciones de la nueva política agraria

A) La institucionalización de la KProfesiórc» a travésdel C.N,J.A.

Esta élite, formada por la J.A.C. y encuadrada en el

C.N.J.A., tuvo desde entonces las manos libres para estable-cer su dominio en el sindicalismo agrario francés. Su emer-gencia espectacular a nivel nacional no debe hacernos olvidarque su victoria descansaba también en una inversión súbitay sistemática de los principios organizativos que hasta enton-ces venían rigiendo en los niveles locales y regionales de las di-

ferentes organizaciones e instituciones profesionales. La cate-goría de las medianas explotaciones familiares de producciónganadera pasaba a ocupar el lugar central en la política agra-ria.

Una victoria tan rápida y completa resultó ser el fruto deuna verdadera movilización de las masas campesinas: en la ma-yor parte de las regiones, y no sólo en el Oeste, los jóvenes agri-cultores consiguieron brillantes victorias en las elecciones a loscargos representativos de las distintas instituciones. Pero, aligual que todos los movimientos de masas, éste reposaba tam-bién sobre un equívoco deliberadamente alimentado por los

propios jóvenes agricultores. Su fuerza de atracción sobre elconjunto de los agricultores era resultado de haber sabido po-ner su talento de agitadores y su energía militante al serviciode consignas generales y particularmente contradictorias. Aun-que tenían sus propias reivindicaciones y su propio programade modernización, no por ello dejaron de mantenerse fieles alas «exigencias del mantenimiento de los precios agrícolas^>, queseguían siendo el fundamento más evidente de la pretendida«unidad del mundo agrícola».

Numerosos pequeños agricultores de edad más o menosavanzada, que no tenfan sucesores y cuyas explotaciones esta-ban condenadas a desaparecer, no se sentían afectados por eltema de la reforma estructural, pero no tenían tampoco razo-

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nes para mostrarse hóstiles: de hecho, solicitando la I.V.D. (In-

demnité Viagére de Départ) establecida por la ley de 1962 a

sugerencia del C.N.J.A., aceptaron jubilarse con una módicapensión y«dejaron su sitio», liberando, así, la tierra en bene-ficio de los jóvenes agricultores modernistas. Mientras tanto,para ellos como para la masa de campesinos que no eran bue-nos candidatos a la modernización, el mantenimiento de los

precios seguía siendo la única garantía para conservar el nivelde sus rentas.

En lo que respecta a los jóvenes agricultores modernistas,«también ellos reivindicaban el mantenimiento de los precios»,porque era condición indispensable para el éxito de sus pro-

yectos de modernización. Poco les importaba que los precioselevados favoreciesen, al mismo tiempo, a los agricultores atra-sados, con tal de que la política agraria se dotase (y los dota-se) de los medios para realizar por otras vías la reestructura-ción del sector agrario y su inserción en la economía y sociedadmodernas. Ellos obtendrían satisfacción a sus demandas conel aplauso, además, de casi todos los sectores de la población.

Resulta particularmente curioso ver cómo, tras haber sidovencida y desarmada la oposición de algunas facciones con-servadoras, el conjunto de las fuerzas políticas saludaron conalabanzas unánimes la empresa de los jóvenes agricultores.

El apoyo más activo les venía de la nueva tecnocracia gau-llista, así como del centrismo demócrata-cristiano del que eran,además, miembros muchos de estos jóvenes. Incluso la izquierda

misma, sobre todo la izquierda modernista de los clubs, se en-tusiasmó también por ellos, y muchos intelectuales les dedica-

ron libros y artículos. Entre estos últimos, podemos citar, porser particularmente significativos, el libro de S. Mallet, Les

2baysans contre le passé (Mallet, 1962), o el libro muy apolo-

gético de F.-H. de Virieu, entonces cronista agrario de Le Mon-

de, La fin d'une agriculture (De Virieu, 1967). En un terreno

más específicamente universitario, J. Meynaud (1963) y G.Wright ( 1963) veían en el advenimiento de los jóvenes agri-cultores los efectos de una rebelión, el primero, y de una revo-

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lución, el segundo. Muchos observadores pensaban, pues, co-mo S. Mallet y F.-H. de Virieu, que el «campesinado consti-tuía (en Francia) la última masa auténticamente revoluciona-ria» (De Virieu, 1967, p. 176), y se podía ver al C.N.J.A. flir-teando con la «nueva» izquierda y con el «nuevo sindicalismo»de la C.F.D.T. Pero, ^de qué revolución se trataba? En pri-mer lugar, como lo había dicho entonces M. Debatisse, habíade ser una revolución «silenciosa». Pero, ^hacia donde esta re-volución iba a conducir al mundo agrícola? Resulta sorpren-dente comprobar hoy hasta qué punto todos lo ignoraban.

Para muchos, entre los que nos encontrábabamos (Gervais,Servolin y Weil, 1965), el modelo danés estaba ya superado.El impacto de la modernidad y de la «expansión» era tan vio-lento y desconcertante, tanto en el mundo agrícola como en

el conjunto de la sociedad, que nos llevaba a creer en la inmi-nencia de una «industrialización» de la producción agrícolaa las órdenes del gran capital, que penetraba masivamente enla «esfera agroindustrial». Anunciábamos para pronto unaFrance sans paysans, y H. Mendras, a su vez, esperaba La findes paysans (1967). Los jóvenes agricultores compartían, al me-nos en parte, estos análisis y buscaban fórmulas que permitie-ran «la modernización, pero sin proletarización».

Su visión del futuro de la agricultura, en esa época, fueexpuesta en documentos, tales como el Rapport Liaudon alCongreso del C.N.J.A. en 1964, titulado Pour une agricultu-re de grou1ie industrielle et commerciale. En la perspectiva deuna rápida industrialización de la agricultura, cada agricul-tor moderno debería crear un «taller industrial» especializa-do, siendo agrupados y coordinados estos talleres en torno aun «polo» de aprovisionamiento, de transformación y de co-mercialización. En esta agricultura de grupo «cada trabaja-

dor sería enteramente responsable de un taller, participaríaen la gestión^ de una unidad de producción formada por va-rios talleres, en la gestión de una cooperativa de base y en laorientación de una unión cooperativa». Así, los productoresagrarios podrían, al final, controlar el conjunto de las ramas

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en las que trabajaban, planificar la producción y los preciosy acceder al «poder económico».

En este proyecto se encontraban entremezclados el coope-

rativismo y una fe en la «planificación democrática», tomados

de la izquierda modernista de los años sesenta, que los jóvenes

agricultores incorporaban al viejo sueño corporativista -que

encontramos hasta nuestros días en la conciencia campesina -

de una gestión de la profesión por sí sola.

La «industrialización» de la agricultura así concebida no

es que fuese una idea dominante entonces entre los agriculto-

res, pero la especie de terror un tanto milenarista que su es-

pectro les inspiraba contribuía, en suma, a reforzar la influenciade los jóvenes agricultores. Un reflejo de todo esto se encuen-

tra en los diferentes tipos de medidas que éstos consiguieron

que los poderes públicos adoptasen. Pero, como lo veremos más

adelante, las nuevas instituciones, una vez instaladas, aban-

donaron rápidamente toda ambición industrialista y planifi-cadora para dedicarse a una empresa mucho más realista: la

selección y la constitución del agricultor francés moderno.

B) La «política de estructuras»

En este estado de cosas se planteó el problema de la tierra

y la «política de estructuras» de las explotaciones. Según la ley

de 1960, la tierra agrícola, en cada provincia, debía ser admi-

nistrada por una Société d'Aménagement Foncier et d'Etablis-

sement Rural (S.A.F.E.R.), que actuase en colaboración con

una Commission Départementale des Structures, emanada del

sindicalismo local. Además, cada S. A. F. E. R. , así como la fe-

deración nacional que las agrupase, debía contar con un con-

sejo de administración en el que la profesión estaría fuerte-

mente representada. '

En el espíritu de los antiguos «jacistas» y de los tecnócratasmodernistas de la Administración, estas instituciones debíancontribuir a asegurar una ampliación racional de las explota-

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ciones a modernizar, disminuyendo, al mismo tiempo, la carga

financiera representada por la adquisición de la tierra. Estasinstituciones debían, pues, preparar la evolución, que los jó-

venes agricultores deseaban, hacia una separación entre la ex-

plotación y la propiedad de la tierra; en opinión de estos jóve-

nes, el agricultor no tenía por qué ser más propietario de la

tierra en que labrase «que el marinero del mar en que nave-

gaba»; «la empresa agrícola» no debía seguir ligada al patri-

monio de una familia. Estas audacias, que hacían estremecer

a los agricultores en 1960, no condujeron a grandes revolucio-

nes. Las S.A.F.E.R. no introdujeron ningún cambio funda-

mental en los mecanismos del mercado de la tierra, ni siquie-

ra al nivel del precio de la misma. Los agricultores no encon-

traron ninguna categoría social que aceptase convertirse en pro-

pietaria de tierras agrícolas sin sacar ningún beneficio de ello,

y las diversas fórmulas de propiedad societaria de la tierra que

se propusieron no lograron seducir al público por falta de ren-tabilidad suficiente. La distribución económica y técnicamente

racional de la tierra no era más que un deseo piadoso. Sin em-

bargo, la política del mercado de la tierra en los veinte últi-

mos años conocería otros éxitos. Así, la política de jubilacio-

nes anticipadas de los viejos agricultores a través de la I.V.D.

afectaría a 645.000 agricultores, y dejaría libres para los jóve-

nes 11,44 millones de hectáreas, es decir, el 35 por 100 de la

superficie agrícola nacional; igualmente, en este mismo pe-

ríodo, las S.A.F.E.R. comprarían y volverían a vender 1,2 mi-

llones de hectáreas.

Las tierras así liberadas fueron naturalmente a parar a las

manos de los agricultores que tenían dinero para comprarlas,

que mostraban las mejores aptitudes para aplicar los progra-

mas de modernización y que estaban mejor situados en los di-

ferentes niveles del aparato organizativo de la profesión, con-diciones que, a veces, coincidían en las mismas personas. Es-

tas explotaciones se desarrollaron, contrariamente a los pos-

tulados iniciales, aumentando su patrimonio de tierras, lo que,

a fin de cuentas, correspondía a su verdadera naturaleza de

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explotaciones familiares y respondía a sus verdaderas necesi-dades, si se admite que el patrimonio es el fundamento mis-

mo de la explotación familiar, del mismo modo casi que el

capital es el fundamento de la sociedad por acciones. Todo

esto mostraría que la explotación agraria se moderniza no con-

virtiéndose en una «empresa como las demás», sino desarro-llando al máximo sus características originales (Servolin,

1972 a, p. 70-71).Sea lo que fuese, esta política tuvo efectos sumamente se-

lectivos, hasta el punto de que sus mismos promotores llega-

ron, a veces, hasta a deplorar que «el dinero (fuese) el que man-

dase en el mercado de tierras» (cita en el boletín del C.N.J.A.,

Jeunes Agriculteurs, de septiembre de 1974, en Alphandéry,

1977, p. 105). Por lo que ya hemos dicho, esta afirmación no

es del todo cierta: la pertenencia a las «élites de poder» agra-

rias que se formaron en todas partes y, sobre todo, a escalaprovincial, era un medio muy eficaz para acceder al mercado

de tierras, para obtener los préstamos necesarios y para ser can-

didato a adquirir las tierras de las S.A.F.E.R.

Resultaba, sin embargo, que muchos eran excluidos, par-

ticularmente entre los jóvenes candidatos a instalarse, espe-

cialmente cuando a partir de 1964 se estableció en cada pro-

vincia una «Superficie Mínima de Instalación» (S.M.I.), por

debajo de la cual el joven agricultor no podía beneficiarse de

ninguna de las ventajas que la legislación concedía a los re-

cién instalados: préstamos, subvenciones diversas, planes dedesarrollo... Retrospectivamente, se puede concluir que la po-

lítica fonciére (política destinada a influir en el mercado de

tierras) instaurada por los poderes públicos y por los dirigen-

tes profesionales modernistas, más allá de las intenciones ex-

plícitas de los diferentes actores, tuvo el poder de eliminar y

seleccionar a los agricultores según las exigencias del propio

proceso de modernización agrícola.

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C) La «economía contractuaG^

La política de instauración de una «agricultura de grupo»,

de una «economía contractual», en el curso de los años sesen-

ta condujo, también, a resultados semejantes.

Como hemos visto más arriba, esta política se presentaba

como una reácción contra las perspectivas amenazantes de una«industrialización» inminente de la agricultura, de su «inte-

gración» por parte de las industrias agroalimentarias d'amont

(fabricantes de piensos para el ganado) y d'aval (empresas trans-formadoras o de comercio integrado), que vendría a despo-

seer al agricultor de su cualidad de productor libre y a trans-

formarlo en una especie de «trabajador a domicilio», o inclu-

so en asalariado de granjas gigantescas. Estos temores se ex-

presaban con particular nitidez en el n. ° 31 de agosto-septiembre de 1961 de Paysans, la revista teórica del grupode M. Debatisse.

Estos temores eran también en gran parte alimentados por

los poderes públicos: los tecnócratas modernistas no creían de-

masiado en la modernización del mundo campesino por sí so-

lo, y pensaban que esta tarea sólo podría realizarse bajo el im-

pulso y la autoridad de una industria agroalimentaria tam-

bién renovada, concentrada y a la cabeza de las técnicas in-

ternacionales. Según el lema de la época, había que fomentar

la constitución de «Nestlés franceses» y recomendarles la or-

ganización de la producción agrícola.

De hecho, las industrias agroalimentarias conocieron, a par-tir de los años sesenta y hasta nuestros días, una expansión ex-

traordinaria, vinculada al crecimiento económico general y a

los cambios de los modos de vida y de consumo que provoca-

ban. Con frecuencia, el propio Estado intervino para apoyar

este esfuerzo. Pero dichas industrias no estaban en absoluto

interesadas en hacerse cargo de la producción, no entraba, por

tanto, en su proyecto. Para muchas de estas industrias, tales

como las fábricas de cerveza o de bizcochos, por citar algu-

nas, la prosperidad dependía de una buena política comer-

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cial, y las compras de productos agrícolas suponían una pe-

queña parte de sus costes. Aquéllas que tenían que comprar

productos agrícolas para transformarlos, acondicionarlos y ven-

derlos, se aprovisionaban en mercados casi siempre saturados

y, en algunas ocasiones, sobrecargados de excedentes: podían

adquirir, pues, a buen precio los productos que necesitaban,

sin tener que preocuparse, en absoluto, de hacérse cargo de

los productores.

En lo qŭe respecta a las industrias que vendían factores de

producción (sector d'amont), los lemas de la modernización

les eran favorables, pero una verdadera racionalización de la

producción apenas les interesaba; en general, una «moderni-

zación» irracional y desordenada les aseguraba excelentes mer-

cados para la venta de sus productos a los agricultores.

Sin embargo, aunque reposara en un análisis erróneo, la

denominada política de la «economía contractual» tuvo con-

secuencias sumamente importantes. Llevó efectivamente a los

jóvenes agricultores, en un deseo de adelantarse a los indus-triales, a reclamar, en 1962, una legislación que obligara a

los agricultores a disciplinarse. En este sentido, se aprobó, en

primer lugar, la ley sobre las «Agrupaciones de Productores»

(Grou^iements de Producteurs), seguida de las disposiciones

complementarias de 1964, de las cuales la más importante era

la que introducía «la posibilidad de extensión de las reglas de

disciplina»: cuando una agrupación de productores reconoci-

da se proponía organizar una producción determinada, en una

zona concreta, la ley hacía obligatorias las reglas de organiza-

ción de la producción en materia de cantidades, de calidades,

de reglas sanitarias, de venta... , incluso para los productores

de la zona que no fuesen socios de la agrupación, sin lo cual

no podrían seguir comercializando su producción. Rápidamen-

te florecieron estas agrupaciones: S.I.C.S., G.I.E., etc., pro-

movidas por los jóvenes agricultores en las ramas de produc-

ción de la carne de vacuno, pero sobre todo avícola y, más tar-

de, porcina.

Estas dos últimas producciones, revolucionadas en el trans-

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curso de los años sesenta por las técnicas de producción «sin

tierra», habían sido adoptadas por gran número de jóvenes agri-cultores, ya que les permitían complementar explotaciones de

superficies reducidas, mejorando rápidamente sus rentas y re-

novando sus capacidades de inversión. Estas agrupaciones eran

fáciles de constituir, eran estimuladas por la Administración

y no exigían un importante capital inicial. Pero eran tambiénfrágiles.

Los jóvenes agricultores no tardaron en introducirse en masa

en las cooperativas, particularmente las lecheras, que encua-

draban a gran parte de los agricultores y disponían ya de una

estructura industrial y financiera bastante desarrollada. Due-

ños de los consejos de administración, estos jóvenes incitaron

a la modernización, a la inversión y a la concentración del coo-

perativismo lechero.

En esta tarea, el Estado, que, como hemos señalado más

arriba, apostaba fuerte por la industria láctea, no les escamo-

teó su apoyo. Tanto que puede, incluso, afirmarse que el coo-

perativismo fue el principal beneficiario de esta ayuda (Hairy

et al., 1972, p. 351 s.). Las industrias lácteas de carácter pri-

vado recibieron menos ayuda, pero tampoco asumieron las mis-

mas responsabilidades; hasta nuestros días, éstas, si se nos per-mite usar la expresión, descremaron el mercado, limitándose

en todo momento a las producciones rentables, tales como el

queso, comprando a los productores la cantidad de leche que

necesitaban, al precio de mercado.

El cooperativismo fue el que asumió con mucha mayor fre-cuencia la tarea de gestionar la saturación de los mercados y

la sobreproducción, produciendo leche en polvo o mantequi-

lla destinada a los stocks de intervención europeos, o también

toda la gama de productos frescos indispensables para el con-

sumo pero poco rentables, dada la dificultad logística de sudistribución. El Estado, ya fuese directamente o por medio del

Crédit Agricole, les proporcionó los medios para continuar

cumpliendo estas tareas necesarias desde el punto de vista so-

cial, aunque de escaso interés económico. Del mismo modo,

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el cooperativismo fue estimulado (financieramente) a hacerse

cargo de lecherías abandonadas por el capital privado en bus-

ca de mayores beneficios, para evitar que los productores de

leche de la región se vieran privados del mercado.

No pretendemos decir que el cooperativismo no dio prue-

bas de eficacia económica: éxitos comerciales, como el de laorganización conocida por la marca Yoplait, demuestran lo

contrario. De manera más general, puede decirse que el coo-

perativismo contribuyó fuertemente, en muchas regiones y sobre

todo en el Oeste, a dinamizar y desarrollar la producción agrí-

cola, constituyendo, frecuentemente a partir de una coopera-tiva lechera, «polos cooperativos» polivalentes que proporcio-

naron el aprovisionamiento en medios de producción, favore-

cieron la introducción de nuevas producciones, aseguraron la

asistencia y el encuadramiento técnico y se encargaron de la

tranformación, almacenamiento y comercialización de las di-versas producciones.

Estos grandes grupos cooperativos se esforzaron, además,

por asegurar a sus socios cierta regulación de sus rentas, cons-

tituyendo fondos de estabilización o, incluso, compensaciones

entre ramas deiicitarias y excedentarias. En suma, la acciónde los antiguos jóvenes agricultores al frente del cooperativis-

mo fue muy importante. Abusando de la complacencia de los

poderes públicos, se aficionaron con demasiada frecuencia al

gigantismo, a la concentración y al crecimiento, sin preocu-

parse mucho por una gestión rigurosa. Por ello, muchos deestos grupos se encuentran, desde hace años, en una situación

tan desastrosa que únicamente la paciencia del Crédit Agri-

cole permite disimular: !el Estado no puede permitir el hun-

dimiento de la agricultura en provincias enteras!

Pero, a pesar de los errores cometidos, dichos grupos con-

tribuyeron a dirigir, a orientar y a remodelar a los agricultores,

apartando a los que no podían o no querían seguir la «vía de

la modernización», y proponiendo a los demás «modelos de des-

arrollo». Esto fue particularmente signiiicativo en el caso del

cooperativismo en el sector lácteo: éste excluyó a los pequeños

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productores, negándose a recoger su leche, de forma mucho

más rigurosa que las industrias lácteas privadas. Un reciente

estudio sobre las cooperativas lecheras del Oeste muestra que

éstas tienen menos pequeños productores y más grandes que

las empresas privadas de la región (I.N.R.A.-C.G.A.O.F.,1982, p. IX s.).

Pero hay que señalar que esta política, aplicada por las in-

dustrias agrarias (y particularmente la de los grupos coopera-

tivos) para seleccionar a los productores considerados como más

aptos, no era más que un aspecto de una tarea mucho másamplia, ambiciosa y multiforme, llevada a cabo conjuntamente

por los poderes públicos y los dirigentes profesionales bajo la

denominación común de «política de desarrollo» (le dévelo1i-

pement).

D) El Kdesarrollo»

Desde la fundación del Ministerio de Agricultura en 1881

hasta los conflictos de los años 1950-1960, la difusión del pro-

greso técnico, denominada «vulgarización», correspondió a losservicios agrícolas provinciales. Esa era la función del antiguo

«profesor de agricultura» y, más tarde, de los directores de esos

servicios agrícolas. Estos agentes del Estado trabajaban prác-

ticamente solos y casi sin medios, lo que era coherente con la

política agraria conservadora practicada en aquellos tiempos.

Asimismo, comunicaban su saber a los agricultores que se lo

pedían, preferentemente a los «notables^>, cuyas innovaciones

suscitaban la imitación de sus vecinos más humildes. Este mé-

todo se reveló totalmente insuficiente en el período de posgue-

rra, cuando, como se ha señalado, fue emprendida la renova-ción de la agricultura francesa. Los «servicios agrícolas pro-

vinciales» intensificaron sus acciones e incrementaron sus me-

dios. Obtuvieron ciertos éxitos y jugaron un papel importante

en la adopción de los progresos técnicos más sencillos y más

evidentes: mecanización, fertilización, nuevas semillas, etc. Para

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ir más lejos en la difusión del progreso técnico era necesario

proceder a una renovación de los métodos y a un fortalecimien-

to radical de los medios; incluso se pensó en la posibilidad de

que ese nuevo sistema fuera realizado por los poderes públicos

en el marco mismo de los antiguos «servicios agrícolas provin-ciales». Muchos agentes de estos servicios agrícolas habrían es-

tado, incluso, muy satisfechos de que se llevase a cabo dicha

posibilidad; en ese sentido, habían promovido la experiencia

de los Foyers de Progrés Agricoles, que pretendían apoyar su

acción en grupos de agricultores «de base». Sin embargo, los

«servicios agrícolas» serían disueltos y la nueva «vulgarización»

sería confiada a la profesión (todo este proceso está expuesto

de forma muy completa en la muy interesante tesis doctoral

de Pierre Muller, así como en su libro Grandeur et decadence

du 1irofesseur d'agriculture (Muller, 1978, 1980).

Desde los años cincuenta, los jóvenes agricultores moder-

nistas se habían lanzado, por su cuenta, a la constitución de

grupos de perfeccionamiento técnico, tales como los famosos

Centres d'Etudes des Techniques Agricoles (C.E.T.A.). En

1959, un decreto decidió basar todo el esfuerzo de difusión delprogreso técnico en estos grupos C.E.T.A. que se habían mul-

tiplicado por doquier a iniciativa de los jóvenes sindicalistas.

Según este decreto, todo grupo de base podía ser directamen-

te reconocido por un consejo nacional y recibir, en consecuen-

cia, una subvención pública sin tener que pasar siquiera porel nivel provincial. Estos grupos permitieron al progreso téc-

nico dar un verdadero salto hacia adelante (Muller, 1978,

p. 147).

Pero de esa opción privatizadora de la vulgarización se de-

rivó cierta anarquía y despilfarro, y una precariedad insopor-

table para los miles de consejeros técnicos que los grupos con-

trataban. Por otro lado, los agricultores miembros de los gru-

pos descubrieron rápidamente, bajo la dirección de los mili-

tantes instruidos en la reflexión por la J.A.C., que más allá

de los problemas puramente técnicos se planteaban cuestio-

nes más amplias y fundamentales: «^Qué tipo de economía agrí-

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Page 13: 5. Las A) La institucionalización de la KProfesiórc» a

cola queremos desarrollar? ^Cuáles serán en el futuro las es-tructuras dominantes de las explotaciones? tQué lugar ocu-pará el desarrollo de cada comarca en relación con las necesi-dades regionales, nacionales, europeas y mundiales?» (Mau-rel, 1966, p. 62; citado por Muller, 1978, p. 152).

Por ello, una mayor intervención del Estado vino en 1966

a ordenar esta profusión de grupos, a asignarle objetivos cla-

ros y a darle medios para «institucionalizarse». El decreto del

4 de octubre de 1966 consagró, pues, una noción de «desarro-llo» que, superando con creces la mera difusión del progreso

técnico, se proponía responder a las cuestiones planteadas por

los agricultores sobre el futuro de las explotaciones y del sec-

tor agrario en su conjunto.

Se fijaron, así, con claridad los objetivos del «desarrollo».El ministro de agricultura E. Faure, y después de él J. Chirac,

rompieron de una vez por todas con la temática de la indus-

trialización de la agricultura, afirmando, con toda nitidez, que

el Estado quería estimular el desarrollo de la «explotación de

responsabilidad individual», explotación familiar moderna, se-

gún el modelo «dano-holandés^>, por ser, verdaderamente y para

todo el futuro previsible, la forma de producción más eficaz

en las condiciones socio-económicas de Europa occidental.

Esta opción fue reafirmada y concretizada por la ley de

1966, llamada «ley de la ganadería» (loi sur l'élevage), que ponía

importantes medios al servicio de la selección animal y de la

modernización de las instalaciones ganaderas. Hemos estudiado

con detalle en otro lugar el «trabajo» de los poderes públicos

y de los dirigentes profesionales en la elaboración de la citada

ley, y la forma en que se institucionalizó (Coulomb, Nallet yServolin, 1978, p. 261 s.), por lo que no merece la pena repe-

tir aquí lo ya afirmado.

En lo que se refiere a las tareas prácticas del «desarrollo»,

sustraídas, como se ha señalado, a iniciativas desordenadas,

fueron ubicadas en el marco de las Cámaras Agrarias, que eran

instituciones dotadas ya de una infraestructura burocrática y

de un presupuesto financiado por tasas parafiscales, y que go-

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zaban de un estatuto para-administrativo. Constituían, pues,

un lugar de institucionalización mucho más sólido que un sim-ple sindicato.

La Cámaras integraron, pues, estas nuevas tareas bajo laforma de nuevos servicios: los «Serrrices d'Utilité Agricole et deDévelo^ipement» (S.U.A.D.) y los «Etablissements Dé^iartemen-taux de l'Elevage» (E.D.E.), estos últimos creados por la cita-da ley de la ganadería. Todo este sistema era financiado porla «Association Nationale pour le Dévelop1bement Agricole»(A.N.D.A.), administrada paritariamente por el Estado y laProfesión, y encargada de gestionar un «fondo» nacional cons-

tituido esencialmente por tasas parafiscales aplicadas a algu-nos grandes productos agrícolas y, en caso necesario, por sub-venciones públicas. La organización así creada funcionó y fun-ciona hasta hoy sin cambios importantes. Hay que señalar al

respecto, que fueron los poderes públicos los que resueltamenteentregaron a la Profesión las tareas del desarrollo (Muller, 1978,p. 156), limitando la intervención de la Administración a lagestión de la enseñanza agrícola de carácter público. Se pue-de entender ahora, tras un análisis retrospectivo, las razones

de esta elección. Los antiguos «servicios agrícolas provincia-les» habrían encontrado grandes dificultades, en tanto que re-

presentantes del Estado, para lograr que el mundo agrícolaaceptase todo el conjunto de perturbaciones, y sus efectos ne-gativos consiguientes, que inevitablemente se irían a producir

al aplicar la susodicha política de modernización y los progra-mas de «desarrollo». Su carácter de «servicio público», que les

obligaba a ponerse al servicio de «todos» los agricultores sindistinción, habría entrado en contradicción con la idea de apli-

car una política de «desarrollo» muy selectiva, destinada a for-mar la élite de los agricultores del futuro.

Las organizaciones profesionales, por el contrario, estabanen mejores condiciones de hacer que sus propias bases socialesaceptasen esa nueva política. Y sobre todo, sólo ellas eran pro-

bablementé capaces de adaptar las directrices generales de lapolítica agraria a la gran variedad de situaciones locales, y de

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determinar en las diversas zonas qué explotaciones debían serestimuladas y qué modelo de explotación había que proponerles(jincluso, imponerles!).

^Se trataba de un desmantelamiento del Estado, de unatransferencia de servicios que formaban parte de la Adminis-tración a las organizaciones privadas? P. Muller piensa que sí(Muller, 1980, p. 135 s.), siguiendo en ello la opinión del Tri-

bunal de Cuentas, que en su informe de 1963 reprobaba «lamultiplicación de organismos (...) con los más diversos estatu-tos que, sustituyendo a las autoridades y a las colectividadestradicionales, realizan tareas que normalmente competen al

servicio público». En nuestra opinión, no creemos correcto ha-blar de «transferencia» en este caso. La política de «desarro-llo» como tal y sus instituciones «no existían», sino que fueroncreadas «ex novo» al margen de los «antiguos servicios agríco-

las» sin sustraerlas a éstos. Aunque es cierto que el desarrolloagrícola es una «función de Estado», y que, de algún modo,fue subcontratado a organizaciones de derecho privado, nosparece que el papel del Estado no fue reducido, sino más bienque se conectó estrechamente con entidades que formaban«normalmente» parte de la sociedad civil.

La institucionalización de la política de «desarrollo» seríaacabada y coronada con la entrada en vigor, en 1974, de los«Planes de Desarrollo». A partir de esta fecha, todo agricultorque quisiera desarrollar su explotación y que solicitase ser be-

neficiario de los préstamos del Crédit Agricole, así como de

ciertas ventajas y subvenciones concedidas por el Estado, de-bía presentar, y conseguir que le fuese aceptado por el «pré-

. fet» de su provincia, un plan preciso y evaluado, que demos-trase la coherencia técnica del proyecto presentado y la capa-

cidad del mismo para conducirle a medio plazo a una mejoraimportante de la productividad de su explotación y de la ren-ta obtenida. Este procedimiento, aún vigente en la actualidad,es interesante para nuestro discurso por el hecho de revelarla existencia, a nivel de la provincia, de una especie de «tec-noestructura» agrícola, cuyos miembros sin excepción podían,

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y pueden, oficial u oiiciosamente, ser designados para dar su

opinión sobre las candidaturas presentadas a los planes de de-

sarrollo, es decir, para decidir sobre la supervivencia de los

candidatos en tanto que «agricultores modernos»: forman parte

de esta estructura de poder la Caja Provincial del Crédit Agri-

cole; la Cámara Provincial Agraria, así como sus diversos ser=

vicios y sus consejeros y técnicos; la Dirección Provincial de

Agricultura; las cooperativas y las industrias agro-alimentarias;

los sindicatos de productores por ramas (productores de leche,

de cerdos, etc.), y, por supuesto, el sindicato provincial de la

F.N.S.E.A. Puede verse, pues, en esta estructura todo un autén-tico sistema de control y encuadramiento que se ha venido im-

poniendo al agricultor, por poca ambición que tuviese de me-

jorar su situación, así como todo un conjunto de obligaciones

que ha estado limitando su propia «responsabilidad personal».

E) El sindicalismo y la creación de una nuevacategoría de agricultores

A1 analizar retrospectivamente la función del sindicalismo,tal como surge de la J.A.C. y del C.N.J.A., en la moderniza-ción del sector agrario francés, P. Muller (cf. Muller, 1980,cpa. XII) cree poder encontrar en él un campo de aplicación

paradójico pero privilegiado de las teorías de Gramsci sobrela hegemonía: «paradójico», porque la hegemonía del C.N.J.A.sólo puede y quiere afectar al sector agrario y no al conjuntode la sociedad como Gramsci se interesaba, y«privilegiado»,porque, según Muller, el C.N.J.A. jugó plenamerite el papelde «intelectual orgánico» en el seno del campesinado medio

modernizado. Esta interpretación parece haber seducido tam-bién, en un tiempo, a P. Coulomb y a H. Nallet (Coulomby Nallet, 1980, p. 27).

Así, el C.N.J.A. habría, de algún modo, «creado» una ca-tegoría social, el campesinado medio, que no existía antes másque en «estado naciente», dándole una ideología, una concien-

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cia de sí mismo y una «concepción del mundo» tan bien adap-tada a la situación del sector agrario francés en su conjunto

que le permitió adquirir la hegemonía sobre el resto de las ca-

tegorías de agricultores. Esta interpretación es ciertamente se-

ductora y describe bastante bien lo que ocurrió. Pero es, en

ciertos aspectos, incompleta. A1 olvidar el cara ŭter «sectorial»

del fenómeno estudiado, la tesis de P. Muller desprecia la im-

portancia de las intervenciones externas al propio sector: la

«concepción del mundo» fue, no lo olvidemos, ampliamente

tomada de los tecnócratas modernistas de la posguerra, y la

modernización de la agricultura fue una exigencia de la ex-pansión general del capitalismo francés.

Pero su interpretación se equivoca sobre todo al privilegiar

el aspecto propiamente ideológico, ya que, en nuestra opinión,

la «fabricación» del nuevo campesinado medio iba mucho más

allá de una toma de conciencia de sí mismo. Constituía una

verdadera tarea práctica, un trabajo multiforme de adapta-

ción de las especificaciones técnicas de las diversas produccio-

nes a las diferentes condiciones locales, así como de puesta en

marcha de las instituciones necesarias para el funcionamiento

de los nuevos modelos de explotación así constituidos. Pero estetrabajo institucional no tuvo lugar de una vez por todas, no

se limitó a crear la categoría de agricultores modernos explo-

tación por explotación, sino que continuó siendo indispensa-

ble posteriormente para el funcionamiento y la reproducción

de esas explotaciones.Fstas constataciones nos conducen a profundizar en el aná-

lisis de las organizaciones profesionales agrarias. Nos permi-

ten, en efecto, distinguir, o incluso oponer, en su seno, lo que

se denomina, en términos absolutos, «sindicalismo», y el con-

junto de organizaciones «funcionales» que aseguran tal o cual

función técnica en la reproducción socio-económica del sec-

tor.

Son estas últimas las que componen, en lo esencial, la «tec-noestructura» de la que hablábamos más arriba, las que sub-contratan el trabajo del Fstado, burocracia estable, numero-

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sa, cada vez más diversificada, que consolida su estatuto y que

se organiza «como una fábrica» (Marx).

Por su parte, el «sindicalismo» está compuesto, en el caso

francés, por sindicatos de agricultores, con su federación pro-

vincial (F.D.S.E.A.) y su federación nacional (F.N.S.E.A.). Este

sindicalismo tiene vocación general, a diferencia de los «sindi-

catos de productos», también llamados «asociaciones especia-

lizadas» o sindicatos sectoriales, que están estrechamente aso-

ciados a la gestión técnico-económica de las diversas produc-

ciones. Su función propia fue descrita en estos términos porF. Guillaume, entonces presidente de la F.N.S.E.A., y duran-

te varios meses ministro de agricultura en el gobierno de J. Chi-

rac (1986-1988) en su libro Le pain de la liberté (Guillaume,

1983, p. 80): «Las misiones del sindicalismo son múltiples: mi-

siones de consejo, de asistencia y de conciliación ante los agri-

cultores en ámbitos tan diversos como la técnica, la gestión,

la tierra, el derecho, la fiscalidad, la expropiación, la forma-ción; misiones de representación para negociar el sistema de

precios con los industriales del sector agro-alimentario, y pa-

ra establecer convenios con los servicios públicos D.D.E.,E.D.F., G.D.F. (...); misiones más generales de defensa, me-

diante la organización de acciones sindicales; misiones, en fin,

de orientación de las política de producción, con el apoyo y

la participación de la Cámara Agraria, del Crédit Agricole,

de la Mutualidad, del Cooperativismo, (...).» Su acción «fa-

vorece la creación de servicios adecuados, dirigidos por los agri-

cultores: Centre de Comptabilité et de Gestion, Maisons de

l'Elevage, Grouppements de Défénse Sanitaires, A.D.A.S.E.A.

(Association Départementale d'Amélioration des Structures

d'Exploitations Agricoles, etc.).

Como vemos, este texto muestra claramente al sindicalis-mo como algo diferente de los aparatos de gestión técnica dela agricultura, a los que se les llama en los medios agrícolaslos «aparatos de encuadramiento». El sindicalismo juega conrespecto a éstos un papel de animación, de orientación ...; po-dríamos caer incluso en la tentación de decir un papel de «co-

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misario político». Pero, al misto tiempo, sus miembros, sus mi-

litantes, no son en absoluto «exteriores» a estos aparatos, sinoque éstos están «dirigidos» por ellos mismos, por los propios«agricultores». Los «agricultores» (entiéndase, los socios y mi-litantes del sindicato provincial, en este caso de la F.D.S.E.A.)son, pues, a la vez, sujetos que dirigen los aparatos de encua-dramiento y objetos de la acción de éstos (Remy, 1982).

La fuerza de estos aparatos de encuadramiento, que no ten-drían si fueran aparatos de Estado «normales», reside en quepermiten a los «agricultores modernos» disciplinarse a sí mis-

mos. Las obligaciones que les son impuestas de este modo noson percibidas por ellos, en la mayoría de los casos, como me-didas vejatorias procedentes de un poder exterior, sino comoel efecto legítimo de una disciplina colectiva, como los sacrifi-cios que en tanto que individuos deben consentir para permi-tir el desarrollo de la categoría social a la que pertenecen. Losmás militantes fueron, y siguen siendo, los primeros en creary adoptar el «modelo de explotación» de su región, y, como

contrapartida, también son los primeros en beneficiarse de lasventajas de todo tipo que el «aparato», distribuidor de los me-dios de la política agraria, es capaz de atribuir.

Este tipo de productor aparece con toda claridad y de lamanera más tangible en el estudio ya citado sobre la produc-ción lechera en las cooperativas del oeste de Francia (I.N.R.A.-C.C.A.O.F., 1982, p. 128 s.). Entre los productores estudia-dos, los que tienen las explotaciones más intensivas y orienta-das a los sistemas de producción considerados en la región co-mo los más modernos (leche-ganadería sin tierra-cultivos dehuerta), son también los más comprometidos profesionalmente:más de una cuarta parte de ellos ejerce alguna responsabili-dad en una organización profesional.

J. Remy ha estudiado con detalle el conjunto de este pro-ceso en la provincia de la Sarthe (Remy, 1982, en particular

el t. III). Pensamos con él que la categoria de agricultores quese creó de esta forma, y que aún sigue creándose, procedenteen su gran mayoria de las filas del campesinado medio, cons-

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tituye un nuevo tipo social. Y como él, también rechazamos(Remy, 1982, t. III, p. 62) la tesis muy unilateral sostenida

en el trabajo, por lo demás muy interesante, de S. Marésca,

Les dirigeants paysans (Maresca, 1983), según la cual esta ca-

tegoría no sería sino la reproducción de la «burguesía agra-

ria»: pensamos que, incluso en los lugares donde ha tenido una

fuerte existencia, esta burquesía agraria sólo ha sido uno de

los componentes del movimiento.De lo que precede se puede concluir que los «aparatos» así

descritos juegan actualmente un papel de mantenimiento y dereproducción del estrato de agricultores intensivos modernos.

En cuanto a los que no forman parte de este estrato, los

que son demasiado pequeños, demasiado viejos, incluso los que,

pues los hay, no han aceptado adherirse al modelo y se man-

tienen, de una u otra manera, al margen de este proceso (cf.

Remy, 1982), ocupan, frente a estas organizaciones, una po-sición ambigua: las necesitan en ocasiones para obtener servi-

cios que solamente ellas ofrecen; las mantienen, llegado el ca-

so, con sus cotizaciones, y las votan en ciertas elecciones para

los organismos profesionales. Pero, al mismo tiempo, las con-

ciben como exteriores y las sienten como un poder que se ejer-ce sobre ellos, que, por otro lado, distinguen mal del poder

de la Administración propiamente dicha. Y en una palabra,

saben que estas organizaciones, al menos implícitamente, per-

siguen el objetivo de eliminarlos en tanto que productores agrí-

colas.

6. Las relaciones de poder en la gestiónde la política agraria: el «corporativismo»y sus límites

Como podemos ver, el sindicalismo de carácter general,órgano ideológico y político, ejerce lo esencial de su influen-cia, de su poder, a través del papel que juega en el funciona-miento de los aparatos técnico-económicos. Una organización

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