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JUAN BENIGNO VELA | El hombre, el periodista, el tribuno. 3

JUAN BENIGNO VELA

El hombre, el periodista, el tribuno.

Julio Enrique Balarezo Duque2018

Óleo sobre lienso, Atahualpa Villacrés 1943. Salón de la Ciudad Gobierno Autónomo Descentralizado Municipalidad de Ambato

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Por las letras tungurahuenses…[email protected]

JUAN BENIGNO VELA El hombre, el periodista, el tribuno.

Investigación documentalJulio Enrique Balarezo DuquePrimera Edición 500 ejemplaresPortada: Diseño Ing. Fabián Amaluisa. Óleo: Unidad Educativa Juan Benigno Vela Diagramación: Lic. Julio E. Balarezo D.Soporte Web: Ing. PhD. Julio Balarezo LópezLevantamiento de textos: Lic. Anita LópezDepartamento de marketing Universidad Indoamérica

Noviembre 2018Ambato – Ecuador

Ing. Saúl Lara Paredes M.Sc.CANCILLER

Dr. Franklin Tapia M.Sc.RECTOR

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JUAN BENIGNO VELA | El hombre, el periodista, el tribuno. 5

LA UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA INDOAMÉRICA RINDE HOMENAJE A

JUAN BENIGNO VELA

Casona UniversitariaUniversidad Tecnológica Indoamérica

La ínclita ciudad de Ambato en su rica historia, ha sido bastión y promotora de la cultura, el arte y fundamentalmente de la Literatura.

Juan Benigno Vela político y escri-tor es fiel representante de una producción intelectual inconmensurable, nació el 10 de julio de 1843, poseedor de una inteligencia

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y un talento insuperable, crítico, propositivo, cuestionador, que seguramente fue moldean-do su personalidad, por la amistad con su compañero de Colegio Luis Felipe Borja, que tuvieron el privilegio de contar como maes-tros a Don Simón Rodríguez y al Dr. Carlos Casares.

Abogado de la república que mantu-vo enhiesta su ideología liberal, porque des-de muy joven inició su valerosa y constante lucha en defensa de la libertad y los derechos ciudadanos. La decisión y el coraje se ma-nifiestan en sus escritos, que pasaron a la posteridad por su palabra certera, su aguda crítica a los gobiernos del Dr. Gabriel García Moreno, del Gral. Ignacio de Veintemilla, y, Plácido Caamaño.

En esa época confluyeron pensa-mientos y propuesta liberales con el ilustre Juan Montalvo y Pedro Carbo, los diferentes periódicos “El Espectador”, “El Guante” y “El Combate”, son evidencias de sus inclau-dicables posturas frente al abuso y prepoten-cia de los gobiernos de turno.

En esta ciudad cosmopolita nació la Universidad Indoamérica, cuya misión y vi-sión institucional se identifica con los más al-tos valores del humanismo, trayectoria límpi-da en la formación de profesionales de grado y postgrado, en la investigación científica y en la vinculación con la sociedad, testimo-nios de una labor académica pertinente, al constituirse en bastión por el desarrollo so-

cioeconómico de la provincia de Tungurahua y de la Capital de la república con su Exten-sión Universitaria.

Bajo estas consideraciones el Mu-nicipio de Ambato cada año hace honor al nombre y trayectoria de preclaros e ilustres ambateños, con su trilogía: el Panfletario, el Cantor de la Patria y El Ciego Tribuno, por las fiestas de la independencia de la ciudad. Al instituir las distinciones en el año 2018 a la Universidad Indoamérica y dos ilustres personajes, que han trascendido por su in-cansable labor y servicio a través de la cultu-ra, el arte y la educación.

Con este motivo la UTI, rinde ho-menaje con el lanzamiento del libro a Juan Benigno Vela, a través de su biografía, ac-ción y pensamiento, los mismos que deben ser perennizados por las actuales y futuras generaciones.

Basta recordar el epitafio que sinteti-za su proficua vida:

“Aquí yace el ciego Vela, que paso por la vida con la antorcha de la Democra-cia en una mano, la pluma encendida en la otra, y el amor al pueblo ecuatoriano en el corazón. Su palabra fue el verbo admonitor y estuvo al servicio de la justicia.

Que en paz descanse esta tercera persona de los Tres Juanes de Ambato, que son honra de la Patria y Gloria del género humano”

Ambato, 12 de noviembre del 2018

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POR LAS LETRAS TUNGURAHUENSES...

Es preciso iniciar resaltando esa gran verdad revelada por el escritor ambateño Edgar Castellanos Jiménez: “Para mi gusto, Pablo Ba-larezo Moncayo es uno de los poetas clásicos de más prosapia y altura que ha nacido en Ambato junto a Rodrigo Pachano Lalama, Jorge Isaac Ro-vayo y Alfonso Moscoso, cuya difusión jamás ha sido lo suficientemente amplia como para recono-cer sus méritos.

Es posible que luego de sus 93 años, es-peren su desaparición física para dedicarse a es-tudiar su obra, que es mucho más amplia en el Ensayo y la Historia que en la poesía, para en-tender la trascendencia de un hombre polémico y apasionado que ha defendido sus ideas con la te-nacidad y sensibilidad que pocos han logrado…” Por las letras tungurahuenses… iniciativa diseña-da por uno de los descendientes del poeta clásico, que pretende se traduzca en homenaje reverente a su padre, y a distinguidos caballeros ambate-ños, que en el transcurso de su existencia exterio-rizaron su amor a las letras, seres humanos que emprendieron el vuelo a la eternidad; cuantiosos escritos deben encontrarse en los archivos per-sonales, unos olvidados y otros, en manos de la desafección de familiares. Dr. Juan Benigno Vela

Fotografía 1893 - Casa Museo

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Por las letras tungurahuenses… conver-tido en proyecto en 2016, suscitado por la familia Balarezo López, cuenta con el aval de Casa de la Cultura Núcleo de Tungurahua, Casa de Mon-talvo, Sociedad Bolivariana -Ambato-, Sociedad Amigos de la Genealogía -Matriz Quito-, y Uni-versidad Indoamérica, convocados a publicar la obra de ilustres literatos ambateños, bien sea de manera tangible , o por medios digitales.

Una de las características más nobles del ser humano, es el discernimiento de la valía de los grandes hombres y el análisis de sus obras, que han influido en la alineación política de sus coterráneos y particularmente en las jóvenes ge-neraciones, apreciemos la concepción vertida por el escritor de raíces ambateñas Augusto Arias Robalino: “... La figura de Juan Benigno Vela se delinea con fuertes caracteres. La juventud admi-ra en ella al temple pertinaz del polemista, obsti-nado en su ideal libérrimo y recuerda el símbolo al que ni su ceguera le quitó la emprendedora ala-cridad de su anhelo y la rectitud de su esperan-za. Vela tuvo un retiro predilecto: La Quinta del Eucalipto. Eríjase allí una columna en honor del periodista de El Argos y El Pelayo que se mues-tre al fondo de un camino de eucaliptos, erguidos como su pensamiento, fuertes como su corazón en el que no hizo mella el venablo cotidiano, im-pasibles ante el huracán de las serranías, como su mirada sin luz, que se regaba sin embargo con claridades interiores, en su conciencia de lucha-dor impertérrito.”

Por las letras tungurahuenses…cumpli-mos una vez más los objetivos formulados, hoy, es la aurora para propagar la obra “Juan Benig-no Vela, El hombre, el periodista, el tribuno", un modelo de probidades, que mediante documen-tos del impetuoso señor, viril polemista y tribuno parlamentario, nos permite apreciar los rasgos

Dr. Juan Benigno Vela, figura cera, Casa Museo y Lic. Julio Balarezo Duque, autor de la obra.

de su vida: la energía periodística, sus dardos liberales, se clavaron en la conciencia sombría de políticos perjuros; y, además por sus discursos vi-brantes y llenos de lógica, brilló en el parlamento con su palabra.

Hoy, que celebramos el CLXXV aniver-sario del natalicio del Dr. Vela, el formidable Cie-go, es fecha de recordación para honrar al hidalgo ambateño.

Es el momento de estampillar el objetivo espiritual cumplido, con pasividad y sin apasio-namiento, se ha compilado y atesorado voces tes-timoniales de nuestro patrimonio espiritual am-bateño, cuya finalidad esencial, es cimentar bases evidentes, que motiven y orienten las conciencias juveniles enfocadas a la investigación de la vida y obra de uno de los grandes ambateños de finales del siglo XIX e inicios del XX, Don Juan Benig-no Vela Hervas.

Julio E. Balarezo D

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ACERCAMIENTO AL FORMIDABLE CIEGO

A la recoleta ciudad de Ambato, le corres-ponde el honor de haber aportado a la Paria con cuatro de las más altas cumbres del pensamiento en el siglo XIX: Juan Montalvo, Pedro Fermín Ce-vallos, Juan León Mera y Juan Benigno Vela.Los cuatro prohombres, cada uno en su faceta, brillan en el panorama intelectual y político del Ecuador a lo largo del siglo XIX, y, en el caso de Juan Benigno Vela, el último de ellos, cronológica-mente hablando, se prolonga hasta 1920, el año de su desaparición terrena.Los cuatro grandes de Ambato, pese a tener algo en común: su gran talento y patriotismo, son muy distintos por su quehacer intelectual con una sola excepción: el ejercicio del periodismo político en-tre Montalvo, Mera y Vela. Grandes polemistas los tres, combativos, de acerada pluma, luchan por sus ideas y principios doctrinarios, Montalvo y Vela por el Partido Liberal Radical; Mera, en la orilla opuesta, por el conservador.Del luminoso cuarteto de hombres insignes del Ambato Eterno, solo Montalvo será universal por su obra literaria, especialmente en el cultivo del habla castellana. Esta circunstancia

Óleo, Dr. Juan Benigno Vela del pintor ambateño Washo Martínez

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influye para que el conocimiento del Cosmopolita rebase las fronteras del pequeño País, en el que, también, es más conocido y estudiado que sus ilustres coterráneos.

No descubro el agua tibia cuando afirmo que, salvando los confines provinciales, y ello con generosidad, los méritos de Mera, Cevallos y de Vela, no están suficientemente valorados, y peor difundidos, la bibliografía de cada uno de ellos es escasa y, siendo así, todo está dicho.

Igual acontece con los valores intelectua-les de Ambato, pero ya del siglo XX, parecería que la abulia o el desinterés del inmediato ante-rior se hubiera enraizado y prolongado en el tiem-po, como una sombra destinada a ocultar aquello que se debería propagar con orgullo y con honor, este es un privilegio de los pueblos grandes. Ha-gámoslo!

Afortunadamente siempre se dan las excepciones. Julio Balarezo Duque, vástago del ilustre ambateño Pablo Balarezo Moncayo, ins-pirado poeta y hombre de exquisita cultura, ha emprendido en estos últimos años, una obra que merece el reconocimiento de Ambato y de sus instituciones.

Él, ha publicado ya una decena de libros, entre otros: "Admiradores e iconografía de Juan Montalvo", "Pablo Balarezo Moncayo, un espíri-tu combativo", y, "Conozcamos a Luis A. Martí-nez", tres obras que difunden in extenso el conte-nido bien expresado ya en sus respectivos títulos.

Con conocimientos y una mística formida-bles, Julio ha culminado ya la preparación de un cuarto libro: "Juan Benigno Vela, el hombre, el pe-riodista, el tribuno", una formidable recopilación de la producción política y literaria de Juan Benigno Vela, en gran parte inédita, pero especialmente, con enorme mérito, dedicación y esfuerzo, ha lo-grado exhumar de las hemerotecas las fulgurantes intervenciones de Vela, el más brillante legislador ecuatoriano del siglo XIX, en el Congreso Nacio-nal. El libro, que me honro en presentar, constituye un oasis en la yerma bibliográfica del Ilustre Ciego de Ambato.

El año antepasado, el I. Municipio de Am-bato, en actitud que lo exalta, como a su meritísimo Alcalde, el Ing. Luis Amoroso, tuvo ya el acierto de erigir y organizar la "Casa Museo de Juan Benigno Vela", un centro cultural que hace honor a la ciudad de la trilogía inmortal de sus tres Juanes.

Obra tan fecunda en lo cultural, podría cul-minar con la edición de este libro de Julio Balarezo Duque, que es una trascendental contribución para el mejor conocimiento sobre la vida y la obra de Juan Benigno Vela.

Hernán Vela Sevilla. Quito, 30 de agosto del 2018

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LA CIUDAD DE LOS TRES JUANES

En la serranía ecuatoriana, la andina hoya bañada por el río Ambato, custodiada por el activo volcán, eterno vigilante de la Provincia de Tungurahua, su capital, ciudad de noble linaje entona el himno de libertad e inspiración, ma-tizada con el ensueño de su río cantarino y sus huertos impregnados por el perfume de una natu-raleza múltiple; y su iglesia Matriz, ataviada con la divina luz los recuerdos de sus angostas calles y plazas.

El escritor ambateño Pablo Balarezo Moncayo, en su libro “Vida de Huracán”, descri-biendo a Ambato en su plenitud de maternidad, expresa: “Las ciudades son como las mujeres: prolíficas en general, con matriz apta y fecunda para la concepción materna.

Pero, también como la mujer, parecen ne-cesitar de indispensable descanso fisiológico para el alumbramiento de nuevos hijos robustos y sanos. Sólo que, en las primeras, los intervalos de recupe-ración para la gloria de parir hijos geniales son de medias centurias, de siglos completos y hasta de milenios cuando ya han tenido la primogenitura de la celebridad.

Para Ambato llegó la plenitud de su poten-cia simultáneamente constructiva de dos hombres

Montalvo, Vela y Mera, en lo alto de Ambato, Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Tungurahua. 2015

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recursos por la ansiada libertad, entre otros, Don Ignacio Verla apoyaba la lucha emancipadora con-tribuyendo con dinero y persona, para ver a la Pa-tria sin cadenas, fue Presidente del Cabildo ambate-ño cuando Sucre alcanzó la victoria el 24 de mayo de 1822 en las faldas del Pichincha.

Otro ambateño, Don Diego Vela, padre de político del Doctor Pedro Fermín Cevallos, quien habría de escribir su Historia, nexo de los dos frai-les historiadores: el colonial Juan de Velasco y el Arzobispo González Suárez de principios de siglo.

Recibieron su bautizo de ambateñismo, en 1832, con sólo el intervalo de 75 días: el escritor máximo e infatigable agitador de su medio y de su época, y el “talento más universal”, defensor fogoso del ideal democrático, D. Juan Montalvo; el uno, y autor de la expresión del símbolo de nuestro Himno Nacional, el segundo; autodidactas ambos, heroicos en su adaptación humana a un ambiente retrasado, luchadores por reaccionar contra el mismo y forjar-se un plano dimensional más alto para el cultivo de su ideal y la expansión de su espíritu.

Y allí también, para seguir sus huellas, vino al mundo, el 10 de Julio de 1843, el que más tarde sería doctor Juan Benigno Vela, para quien estaba reservada la fulguración de la fama en un aspecto del talento humano aún no superado por otro am-bateño: en la oratoria forense y parlamentaria, en la que su verbo tornábase rayo fulminador, y hasta la talla física del hombre se agigantaba haciendo tribu-na de su misma estatura....”

La ciudad jardín y afectuosa, caracteri-zada por el sentimiento de reverencia a sus valores espirituales, exterioriza el respetuoso sentimiento, a sus hijos de privilegiados talentos, que dilataron su pensamiento en diversos campos, constituyendo ejemplo de aprendizaje a las jóvenes generaciones.

Transcurridos aproximadamente cuatro

con la estructuración cerebral del genio, y de otros pocos con marcada línea infructuosa sobre la recta vulgar de los hombres comunes, en la primera mi-tad del siglo XIX.

Ambato era entonces, para decirlo con cru-da realidad, mínimo pueblo de incipiente cultura, sin Colegio de Segunda Enseñanza, con escuelas mediocres y ruines; sumido en la tristeza aldeaniega de sus casas pajizas y baja s y de sus calles solita-rias y estrechas; arrebujándose de murria y de frío en un rincón del Ande ecuatoriano. Mínimo pueblo metido, como el caracol en su concha, dentro del ambiente y las costumbres coloniales en el que pre-valecía, con más fuerza que ahora, el decrépito afán humano de la nobleza de sangre y de los rancios abolengos de familia.

Pueblo apenas con el prestigio de su inme-jorable pan amasado con la candeal harina de sus trigales, su grande feria de los domingos, su campi-ña bañada por su río artista que baña las bienolien-tes huertas, los jardines multicolores y las afanadas sementeras.

En la campaña libertadora de Quito en 1812, “Montes avanza siempre; los republicanos resisten: llega el 2 de septiembre y los patriotas se reconcentran en Mocha para la batalla definitiva, participan muchos soldados ambateños. Allí, ocu-rre uno de los más grandes fracasos del pequeño ejército liberador de Quito. El momento en que el ejército realista, en la plaza de Mocha proclama triunfo, aparece un viejo encorajado y armado de una escopeta de dos cañones, aparece disparando a los españoles, y gritando: “Viva la Patria!, abajo el Rey!”, inmediatamente es acribillado Don Joaquín Lalama, ofrendando su vida así, el bisabuelo mater-no de Don Juan Benigno Vela.

Aquellos tiempos, estaba en sus comienzos la terrible lucha por los principios de nación y de patria libre, muchos ambateños ofrecen sus vidas y

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lustros del siglo XXI, la Provincia Tungurahuense, es la segunda más pequeña en superficie, a nivel na-cional, mientras que su capital, se encuentra en el grupo de las ciudades más pobladas del país, Am-bato, es la cuna de grandes ciudadanos, la madre cariñosa y justa, la ciudad con grande riqueza cul-tural, turística y económica, razones estas para ser nominada Patrimonio Cultural Nacional.

En la urbe ambateña de los Tres Juanes vi-sitamos la primigenia parroquia Matriz de Ambato encontramos, la iglesia Catedra, el Parque y el mo-numento al escritor ilustre Don Juan Montalvo, su casa solariega junto al mausoleo; y, en el sector Las Palmas - Ficoa, localizamos la quinta originaria del Cervantes americano. A escasas dos cuadras de la iglesia Catedral, ubicamos la Casa Museo del Dr. Juan Benigno Vela, y a siete calles hacia el oriente, en la zona alta de la ciudad, en el sector de Los Jose-finos, llegamos al Parque y monumento del escritor Ciego; Hacia el occidente de la ciudad, cruzando el rio que atraviesa la ciudad, en la parroquia Atocha- Ficoa, hallamos en la quinta Atocha de Don Juan León Mera, y en el sector de Ingahurco en la sali-da norte apreciamos el Redondel de Cumandá, y el monumento del cantor de la Patria.

Ambato, ciudad de castizo espíritu y cris-

tiano corazón.Así titula el artículo publicado el año 1974,

en “Testimonio”, obra del Dr. Jorge Salvador Lara, escritor y hombre público, miembro de número de las Academias: Nacional de Historia y Ecuatoriana de la Lengua correspondiente a la de España, etc…, y comenta: “¿Cómo pudo florecer aquí, en Amba-to, ese sentimiento de hidalgo reconocimiento a España, mientras en el resto de Hispanoamérica aún alentaba el afán de desespañolización para progresar?

Yo sólo encuentro una razón, señores: el es-píritu y el corazón de esta ciudad. Ese sentimiento de casticismo que he visto, por ejemplo, en la fami-lia de los Mera, o que ha preconizado aún en París José Martínez Cobo, a quien también he visto y he oído defender allí con ahínco los valores de la raza hispánica y la validez del idioma castellano.

Esto ocurre porque Ambato es ciudad de abolengo hispánico. Gesto como el de ese viejo partidario de la libertad, Joaquín Hervas, que en plena plaza de Mocha sale solo a recibir al General Toribio Montes que acaba de vencer a los patriotas y, cuando ya está frente a él, con imperturbable serenidad, sabiendo que le sobrevendría la muerte, le dice: “¡Viva la Patria, abajo el Rey!”, es algo que

Fausto Holguín Vásconez, dice: “trato de recuperar para la memoria histórica, los valores espirituales e intelectuales de un grupo de ambateños cuya contribución al desarrollo hu- mano y productivo de esta Pro-vincia ha sido formidable ..." HOMBRES ILUSTRES, 2007Manuelita Sáez y Miraflores.

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recuerda la intransigente reciedumbre de los cas-tellanos viejos. ¡Sólo la impronta de España podía dejar tal espíritu en América!

Ciudad castiza es esta. No solamente por el castellano que sus escritores han usado, pleno de excelencias: Cevallos, Mera, Montalvo, Martínez, Vela. Lengua clásica, en donde se respira el equi-librio ático, la elegancia, la propiedad en el decir, lengua castiza, la de Ambato. Pero, además, lo es también porque los hijos de esta tierra hidalga son asimismo hidalgos, hombres de casta, no en el sen-tido mezquino de la mentida pureza de las sangres, que todas son iguales, sino en la incontrastable fuer-za del espíritu, en la solera señorial del bien obrar, en el castillo del convencimiento propio.

Castillo se llamaba, precisamente, un hijo de Ambato, prócer de 1809, que logró sobrevivir en la masacre del 2 de agosto: allí quedó tendido y lle-no de heridas su cuerpo, pero no muerto. Cuando los sicarios recorrían las mazmorras dando el gol-pe de gracia a las víctimas, probaban su vida o su muerte a filo de bayoneta. Si exhalaban un gemido, al punto mismo les remataban. Castillo, vivo aún y consciente, soportó los bayonetazos sin lanzar un ay, sin mover un músculo, fingiéndose muerto, y salvó sólo así la vida. Trasladados los cadáveres a la Sala Capitular de San Agustín -Tabor en agosto de 1809, Gólgota en agosto de 1810- los frailes vieron a la noche, horrorizados, levantarse de entre los cadá-veres un fantasma: ni cadáver ni fantasma era Ma-riano Castillo: patriota se proclamó, y estaba vivo: luchaba contra España pero su espíritu era precisa-mente castellano. ¡He allí el valor ambateño!

Otra muestra de la prosapia de Ambato, símbolo de su fortaleza hispánica, es el nombre con que don Juan Benigno Vela bautizara uno de sus

combativos periódicos: “El Pelayo. Portaestandar-te de la fe contra los infieles, hombre de una sola pieza, Pelayo fue el caudillo español que inició la reconquista contra los árabes, nada menos que en Covadonga, al pie de la Virgen. He allí la figura que sirvió de inspiración a ese ciego admirable, liberal de cepa, es cierto, pero enemigo de toda tiranía, ra-zón por la cual combatió inexorablemente a Eloy Alfaro.

Yo rindo homenaje al castizo espíritu de esta noble ciudad, que glorifica a la Patria con sus hijos, que se siente orgullosa de su castellanía. Sa-cudida por cataclismos terribles una vez cada siglo, destruida y reconstruida tras cada devastador terre-moto, Ambato ha sobrevivido a su propio dolor.

Corazón cristiano, el suyo, pues jamás ha renegado de Dios. ¡Rebelde con frecuencia, pero nunca blasfema, pues hasta Montalvo, cuando más hereje se le considera, alza su corazón al cielo, es-cribe versos a la Virgen, confiesa que adora a Je-sucristo y proclama no faltarle Dios a la hora de su muerte!

Ciudad altiva, dueña de su propio dina-mismo, luchadora y hacendosa, quijotesca y segura de su ideal, Ambato no permitirá que los broncos pasos del mal dejen su huella en su comarca. Ha rechazado y rechazará los sectarismos que quie-ren hacerle renegar de su alcurnia. Y mantendrá siempre enhiesta, como un símbolo renaciente de sus ruinas, la blanca torre de su catedral, que pre-gona su fe y su destino.

¡En esta celebración del Día de la Raza, permitid, señores, que un hijo de Quito deposite su tributo de admiración y amor a Ambato, ciu-dad de castizo espíritu y cristiano corazón!”

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ABOLENGO DE LOS VELA HERVAS

Me parece importante conocer los oríge-nes de los ciudadanos ambateños que residieron en estos parajes rodeados de majestuosos nevados y volcanes, prados fértiles que nos brindan el sustento diario, como también prodigiosos huertos y maravi-llosos jardines, que han permitido ser característica excepcional, para denominarla ciudad Jardín del Ecuador, complementada además, por personalida-des de cultura reconocidas nacional e internacional-mente,

Hoy, que nos encontramos comprometidos con especial ambateñía, para indagar los pormeno-res de la vida y obra del digno “Ciego Vela”, uno de los grandes ambateños del siglo XIX, llegamos a los umbrales de los Vela Hervas, familia ambateña, que aparece ya en la colonia, allá en el siglo XVI.

Todos, tenemos un árbol genealógico. Cada generación seleccionada para la investiga-ción, nos enlaza con personajes de nuestro medio y del el país. Conociendo las raíces familiares an-tepasadas, brindamos más luces para la historia biográfica de ambateños, tungurahuenses y natu-ralmente ecuatorianos. Dr. Juan Benigno Vela

Óleo en tela César Villacrés - 1935

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Genealogía los Vela Hervas

1. Don José GonzaloAntonio Vela y Peyro, a finales del siglo XIX, nace La Villa, Calatayud, Zaragoza, Aragón, España, hijo de Tomás Vela y Engracia Peyro; viaja al continente americano por el año 1720, decidiéndose por el Reino de Qui-to, para establerse concretamente en Llactacunga, nación poderosa y extensa como Quito, dedicán-dose meramente al comercio; Conocerá a quién será su espopsa la agraciada María Soto y Ortega, hija. del capitán Don Juan de Soto y Martínez y de Doña Isabel de Ortega y Soto; Procreando al-gunos hijos: 1.1. Tomasa Vela Soto -1731- cc Mte. Luis Fernando Toledo, dos hijos: 1.1.1.Don Seferino Toledo Vela cc María N. y Aráuz, cc Juan Ubaldo Toledo Vela -17841.1.2. María Ana Toledo Vela -1748, cc José Bernardo Vivero -1742, seis hijos: 1.1.2.1. Juan José Vivero Vela 1766-1816 1.1.2.2. María Antonia Vivero Vela 1767-70 1.1.2.3. Manuel José Vivero Vela 1768-1841 1.1.2.3. Juan Antonio Vivero Vela 1782-55 1.1.2.4. María Luisa Vivero Vela †1860 1.1.2.5. Mariano Ventura Vivero Vela 1780 1.1.2.6. Luis Fernando Vivero Vela 1790 1.2. Manuel Antonio Vela Soto 1737-1803, cc Teresa Valdivieso y Ruiz 1749 seis hijos: 1.2.1. José Vela Valdivieso -1770- casado con Josefa Puyol †1867, seis hijos: 1.2.1.1. Vicente Vela Puyol 1.2.1.2. Josefa Vela Puyol †1896 1.2.1.3. María de la Concepción Vela Puyol 1.2.1.4. Manuela Vela Puyol 1804- 1.2.1.5. Ramón Vela Puyol 1808-

1.2.2. Diego Vela Valdivieso, n 1772- Capitán de milicias, suscribe el Acta Adhesión de Ambato a la Junta Suprema Revoluciona- ria de Quito en 1809. cc Ma. Josefa Baca Baca, 10 hijos:1.2.2.1. María Antonia Vela Baca, n 1796 1.2.2.2. María Antonia Vela Baca, n 17981.2.1.3. Cecilio Vela Baca, n 17991.2.1.4. José Manuel Vela Baca, n 18001.2.1.5. Franc. Matías Fernando Vela, n 18021.2.1.6. Juan Tadeo Diego Vela Baca, n 18031.2.1.7. María Teresa Vela Baca, n 18041.2.1.8. José Joaquín Vela Baca, n 18071.2.1.9. Ma.Josefa Leonor Vela Baca, n 18101.2.1.10 Encarnación Vela Baca, n 1813

1.2.6. Ignacio Vela Valdivieso, en 1822 Presiden- te del Cabildo ambateño, 1806 cc María Dolores Endara y Freire, 5 hijos:1.2.6.1. Jose Salvador Vela Endara, n 18081.2.6.2.1. Carmen Vela Endara1.2.6.2.2. José Agustín Vela Endara 1.2.6.2.3. José Manuel Vela Endara 1.2.6.2.4. María Teresa Vela Endara

1.2.6.2.5. Juan Pio Vela Endara, n 1809, cc Mercedes Hervas Hidalgo, hija de un importante prócer de la independencia de Quito, el ambateño Don José Hervas López Naranjo y Doña Ignacia Hidalgo Granja, novena de diez hijos, n 1819, de la pareja Vela-Hervas, nacen 7 hijos: 1.2.6.2.5.1. Juan Benigno Vela Hervas, n 1843, m 1920; cc Mercedes Ortega Fernández 1853-1891, 7 hijos: 1.2.6.2.5.1.1. Cristóbal Vela Ortega n 1873, m 1920; cc Elena Barona, 4 hijos:

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Juan Francisco, Rodrigo, Gonzalo y Laura Marina.1.2.6.2.5.1.2. Corina Vela Ortega, n 1876- 1920; cc Julio Fernández, 2 hijas: Laura y María. 1.2.6.2.5.1.3.Laura Lucrecia, n 1878, m 1900. 1.2.6.2.5.1.4. María Mercedes, n 1880, m 18981.2.6.2.5.1.5. Atahualpa, n 1882, m 1899. 1.2.6.2.5.1.6. José Ignacio, n 1887, m 1929. cc Blanca H. Cobo, 2 hijos: Jimmy, Susana. 1.2.6.2.5.1.7. Víctor Hugo, n 1889, m 1961 Hermanos Vela Hervas:1.2.6.2.5.2. Ramón, 1.2.6.2.5.3. Benigno Gustavo 1.2.6.2.5.4. Ángel 1.2.6.2.5.5. Adelaida 1.2.6.2.5.6. Rosa 1.2.6.2.5.7. José Adolfo Los Hervas en el fondo de la ambateñía. El genealogista Fernando Jurado Noboa, afirma: “Se considera familia fundadora de Am-bato a la que llegó antes de 1.634, en ese sentido los Hervas no son fundadores, pero si gente con 3 siglos de dignidad, de querencia, de servicios y de amor a Ambato. En la Colonia nuestros viejos abuelos vivieron de rencillas, una altísima sensibilidad corroía el espíritu. Pero hubieron dos excepciones por lo menos: los Villacreses y los Hervas; a los prime-ros les consumió el amor por la música y por los goces estéticos. Durante 2 siglos los Hervas firmaron Herbas con la “b” labial y así se ve en las letras que nos ha dejado Don Manuel Herbas Hidalgo. Curiosamente para los españoles más valía la “b” que la “v”, por eso los Noboa o los Baquerizo,

aunque lo correcto es Novoa (por venir de Cayo Novoarium) y Vaquerizo, por venir del oficio. Los Hervas nuestros fueron pacíficos por natura-leza, desde 1.675 a 1.775 vivieron solo soñando en cultivar la tierra y el espíritu familiar. Apenas en 1.776 la viuda de Antonio Herbas le pediría al alcalde hacer una información sumaria para liqui-dar asuntos de la testamentaría de su marido.D. Joaquín el prócer fue el hombre más dulce y pacífico, el retrato que de él se conservas así lo manifiesta. Su hijo Don José, él si fue más tem-plado y a veces duro; en 1.826 tuvo litigios con la comunidad indígena de Quinchicoto (Tisaleo) por asunto aguas, pero lo cortaron enseguida. En el año 41 reclamó a José López por un incum-plimiento. Fue suegro muy querido para Don Ra-fael Vela, pero en cambio tuvo problemas con el otro yerno Don Juan Pío Vela. El asunto en 1.855 fue largo y desagradable, pues Don Pío se hallaba muy ajustado de dinero, así y todo, el abuelo fue queridísimo con sus nietos y el Gran Ciego fue su consentido y lo recordaba con gran afecto."

Mural, Don Juan Benigno Vela, Sector de El Sueño - Ficoa Las Palmas-

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ASI SE FORJÓ EL ESPIRITU 1843 - 1868

Habiendo transcurrido trece años de la naciente República, en la ciudad de Quito, en los meses de abril a julio de 1943, se reúne la Tercera Asamblea Constituyente, que consignará la lla-mada Carta de la Esclavitud, una vez más elige a Juan José Flores como Presidente de la Nación. Disponía que el Congreso se reúna solo cada cua-tro años; La duración del mandato presidencial y de la Cámara de Diputados ocho años, y los Senadores elegidos para periodo de 12 años.

Por aquellos tiempos, la casa Nº 704 de la calle de la Restauración -hoy calle Montalvo- y Rocafuerte, residencia de la familia Vela Hervas, en este hogar ambateño, el 9 de Julio de 1.843, nace el primogénito Juan Benigno, hijo legítimo de don Juan Pío Vela Endara y doña Mercedes Hervas Hi-dalgo; los abuelos paternos, Ignacio Vela Valdivie-so y María Dolores Endara, y los abuelos mater-nos José Hervas López Naranjo e Ignacia Hidalgo Granja.

El investigador Fernando Jurado, comple-menta con los siguientes detalles: “Don Pio se ha-llaba muy ajustado de dinero, así y todo, el abuelo fue queridísimo con sus nietos y el Gran Ciego fue su consentido y lo recordaba con gran afecto.”

Fotografía del Doctor Juan Benigno Vela, publicado en La Provincia de Tungurahua en 1928

Los Grandes ambateños del siglo XIX

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“…Doña Mercedes la madre del Ciego, vivió en cambio apuradas situaciones: viuda muy pronto y con tres hijos…”

Costumbre de aquella era el bautismo a pocos días del nacimiento de los niños, por esa ra-zón s, los esposos de virtudes cristianas, acuden a la iglesia Matriz con esa finalidad, así lo prueba la FE DE BAUTIZO, “El infrascrito Párroco cer-tifica en forma legal que en el libro 33 de partidas bautismales del Archivo Parroquial de Ambato, en el folio 92 a la vuelta, se halla la siguiente:

Juan Benigno Vela (Noble).- En diez de Julio de Mil Ochocientos Cuarenta y Tres años del Pe. Fr. Bernardo Jácome bautizó solemnemente a Juan Benigno, hijo legítimo del Sr. Juan Pío Bela y la Sra. Mercedes Hervas, fue su padrino el Sr. Dr. Pedro Fermín Cevallos, a quien advirtió su obligación y parentesco espiritual. Doy fé. Tomás Nieto, -hay una rúbrica-. Es fiel copia del original a que me refiero. Ambato, Abril 3 de 1943. El cura y Vicario, F. Amable Sosa G.”

El Pequeño e inocente Juan Benigno pasa su infancia en el tranquilo ambiente familiar, en medio de la patriótica sociedad ambateña. Fue en ese ambiente y con el auxilio de su madre doña Mercedes, donde se forma su tierna infancia con el uso de la razón y brillante talento, admirable memoria e interés por la lectura. Para su educa-ción primaria probablemente asiste a la primera escuela fiscal de la ciudad, creada a finales del año 1842 y localizada en la misma Casa del Pue-blo, se comenta que el niño sobresale por su inte-lecto y memoria. Manifiesta especial interés por su padrino el historiador ambateño Don Pedro Fermín Cevallos.

El Dr. Miguel Francisco Albornoz, en el año 1853, argumentando la libertad de estudios concretada por el general José María Urbina, con la anuencia del Cabildo y de modo particular,

abre un curso formal para dictar gramática, latín y ramas de filosofía. El adolescente Juan Benigno es uno de los primeros alumnos que asiste a la citada enseñanza, con las aprestos esenciales se encuentra dispuesto rendir sus exámenes en cual-quier colegio oficial.

Sus padres conocedores del prestigio del colegio Vicente León, creado en 1840 gracias a las gestiones del filántropo latacungueño don Vicente León, además de profesores italianos y maestros nacionales, cuenta con laboratorios y gabinetes. En 1859, Juan Benigno al igual que otros estudiantes de diversos lugares del país, concurren al mencionado plantel educativo.

En 1860 las élites locales y regionales ha-bían instaurado varios gobiernos, y el país afronta una posible disolución. En definitiva las élites en disputa logran un virtual acuerdo: la aristocracia terrateniente controla el poder pero realiza con-cesiones a los terratenientes de la Costa. García Moreno instaura un gobierno fuerte basado en el terror en nombre del “orden” y el “progreso”.

En 1861se aprueba una nueva Constitu-ción que eliminó la condición de ser propietario para obtener derechos ciudadanos, dio potestades a los gobiernos locales, eliminó la pena de muer-te por delitos políticos y creó el sufragio directo. Sin embargo, García Moreno no respetó a la car-ta Magna, lo que promovió la insurgencia de los liberales, y su ala radical”. Memorias de la Re-volución Alfarista. Montecristi, Manabí, Ecuador 2012.

Lamentablemente acontecimientos polí-ticos como la revolución de García Moreno, pro-voca un retroceso en el ánimo de los colegiales que se ven forzados a retornar a sus lugares de origen. Acontecimiento que se grabará en el espí-ritu del joven ambateño.

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El adolescente, ya a mediados del siglo XIX, muestra interés especial por las letras, nos relata estas vivencias: “Hasta el año de 1859 no existía en Ambato ni la idea siquiera de establecer un Colegio; y los jóvenes que no podían hacer sus estudios por falta de recursos, estudiaban Gramá-tica Latina con maestros particulares, habiendo sido el principal de éstos el notable jurisconsulto e insigne latinista señor doctor don Miguel Fran-cisco Albornoz, con quien, -habla el Dr. Vela-, estudié latinidad en 1858 y parte del 59 en que me mandaron al Colegio “León” de Latacunga, al cual por ser más cercano acudían los jóvenes ambateños, para poder así ganar los cursos de Humanidades rindiendo sus exámenes.

En Junio de 1859 -continúa el Dr. Vela- estuvo en revolución toda la República; y con motivo del combate acaecido en las faldas del Tumbuco, en el que fue derrotado el señor Ga-briel García Moreno, vino un desbarajuste en el Colegio “León” de Latacunga; y por esta causa como por otras de poca importancia sucedidas dentro del Colegio; los estudiantes de Ambato, en número de doce o quince, abandonaron el Cole-gio y se vinieron a su tierra truncando sus estu-dios, unos de Gramática y otros de Filosofía, y sin esperanza por lo mismo de ganar ese año, que ya fue perdido para ellos.

Entonces fue cuando el venerable ancia-no, señor don Joaquín Lalama, con una tenacidad y filantropía que hacen imperecedera su memo-ria, pensó en un Colegio y llevó a cabo su esta-ble- cimiento, aunque fuese de una manera pri-vada y aprovechando de la libertad de estudios que entonces había. El viejecito Lalama reunió en su casa a todos los padres de los estudiantes que habían abandonado el Colegio de Latacunga; les habló sobre la necesidad de establecer un Plantel

donde sus hijos podían cursar Humanidades y les ofreció que él haría personalmente todas las dili-gencias hasta conseguir del Gobierno que diese carácter nacional al Plantel que trataba de esta-blecer.

“Dicho y hecho; cada uno de los concu-rrentes ofreció la erogación de tres pesos men-suales; y con tan escasos fondos se fundó el Cole-gio de Ambato, en una casa vieja del mismo señor Lalama y bajo tan débiles auspicios que no era creíble hubiese subsistido por largo tiempo. Así comenzó el Colegio; nombráronse dos: profeso-res: al Presbítero don Juan Bautista Vaca para la enseñanza de Latinidad; y se lo trajo de Quito al señor doctor don Ignacio Saá para la de Filoso-fía. Yo, dice el Dr. Vela, fui el primer estudiante de este pobre Colegio, la primera piedra sobre la cual se fundó; y continué estudiando Latini-dad con el doctor Vaca, que aún vive; y como no podíamos rendir exámenes sino en un Colegio público, pasé de hecho a estudiar Filosofía con seis compañeros más, reservándonos para dar los exámenes de Gramática sea en Latacunga o bien en Rio: bamba, como así sucedió; pues ha-biendo ganado desde el año 59 al 60 el primer año de Filosofía, fuimos todos a rendir nuestros exámenes en el Colegio de Latacunga. Lo mismo hicimos cuando llegó el caso de dar los exáme-nes de segundo año en 1861; unos en el Colegio de Latacunga y otros en el de Riobamba; y gana-mos el curso. En este mismo año estaba reunida la Convención Nacional; y nuestro don Joaquín Lalama, tenaz en su idea de darle carácter público a su Colegio privado, suplicó y rogó a los miem-bros de aquella Asamblea y apoyado por el noble ambateño Dn. Miguel Francisco Albornoz, uno de los Diputados que representaba a la provincia de Tungurahua, de reciente formación, alcanzó el Decreto Legislativo declarando Nacional el Cole-

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gio de Ambato y bautizándole con el nombre de “Bolívar” y asignándole la suma de dos mil pesos anuales. García Moreno, en atención a la pobreza del Erario Público, objetó este Decreto; pero ha-biendo insistido la Convención, fue sancionado el 27 de Abril de 1861.

Grande fue el gozo de los ambateños al ver que por fin se establecía un Centro de edu-cación; y más grande el triunfo de don Joaquín Lalama que vio coronados sus afanes después de tantos y tantos obstáculos que le opusieron la in-diferencia y el egoísmo. Desde entonces siguió su marcha administrativa el Colegio “Bolívar” y más que con las erogaciones particulares de los padres de familia, con la perseverancia y tenaz porfía de aquel venerable anciano, quien no solamente se contentó con que se estudiase en el Colegio “Bo-lívar” Latín y Filosofía, sino que también llevó su filantrópico capricho hasta establecer la enseñan-za de Jurisprudencia y Agrimensura; pues, en el mes de septiembre de 1863, habiéndose cerrado la Universidad Central con motivo de la guerra con Nueva Granada, don Joaquín Lalama con-trató con el señor doctor don Carlos Casares; y pagándole seiscientos pesos anuales, se lo trajo al Colegio “Bolívar” para la clase de Jurispruden-cia. Dos años la conservó el doctor Casares, esto es, hasta julio o agosto de 1865; y algunos son los abogados que salieron del Colegio “Bolívar”.

Del señor Joaquín Lalama fundador del primer plantel secundario en la ciudad de Amba-to, el doctor Vela se refiere así: “Hombre de for-tuna y de escasa ilustración, ahorrando los gastos de su numerosa familia, fundando él mismo y a su costa el Colegio “Bolívar”, venciendo mil obs-táculos, luchando con los mismos paisanos ene-migos de la luz, sacrificándolo todo hasta los últi-mos días de su vida; ensanchando los horizontes de la Patria con una casa de educación; es grande,

heroico, sublime, verdadero civilizador. Altami-rano -fundador del Hospital- y Lalama son Oh!!! Ambateños nuestros grandes hombres; su gloria es inmortal; bendecidles y enseñad a vuestros hi-jos que no olviden a estos dos ilustres civilizado-res de la humanidad”.

Concluye don Juan Benigno señalando que el primer Rector del Colegio en 1861 a 1862, fue el presbítero doctor don Constantino Vásco-nez, cura entonces de la Parroquia de San Barto-lomé; y el primer Secretario del Establecimiento el mismo doctor Vela, hasta 1863, en que partió a Quito a estudiar Jurisprudencia… ” Esto es el Bolívar, Fundación del Colegio Nacional Bolívar. Editorial Atenas, Ambato, 1961.

Juan Benigno, en su flamante juventud, a pesar de la estrechez económica familiar, en 1863 se traslada a la capital, a fin de continuar sus estudios universitarios, reside en casa del Co-ronel Don Eusebio Conde esposo doña Ramona Vásconez, pariente de la familia del estudiante. “En este honorable hogar ocupó una pieza en el zaguán en donde se dedicaba con verdadero em-peño a su formación profesional. En la Universi-dad de Santo Tomás, cursa la carrera de Derecho, distinguiéndose por su capacidad y tensión. Con cariño añoraba a su profesor el eminente abogado Dr. Carlos Casares, que con especial afecto refe-ríase a su alumno como “mi predilecto discípulo”. Amante indomable de la lectura, muchas veces no le importó sacrificar sus pertenencias con el mero propósito de obtener algún anhelado libro.

En octubre de ese año, se origina un insólito movimiento político en la capital, se comenta acerca del Concordato celebrado entre García Moreno y el Pontífice Romano, y que el Congreso de ese en aquel tiempo deberá anali-zarlo para su aprobación o negación. Don Pedro Carbo ha levantado la voz valientemente desde

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la Presidencia del Concejo porteño, señalando lo inconveniente de ese Tratado internacional, re-solución que ha sido aprobada por el Cabildo y remitida al Congreso.

Por agosto de 1964, el Presidente García Moreno, ha sentenciado al General Manuel To-más Maldonado, a fusilamiento en la Plaza Gran-de frente al Palacio de Carondelet. El joven Juan Benigno, estudiante universitario perturbado ante la curiosa e impresionante experiencia, su-ceso que lleva a tomar la determinación de forjar su implacable personalidad liberal. “Conmovía la República, hasta los más alejados confines, el nombre del Tirano y la dominación garcíana se encontraba en su apogeo. Gobernaba el hombre del cerebro prepotente, y sin embargo, era un de-lito pensar con libertad y exponer el pensamiento sin ambajes; servía la primera magistratura una mente que era luz y fuego, y no obstante, el país vivía envuelto en la tiniebla de la incomprensión y la intransigencia, que solo iluminaba el rojo resplandor del fusilamiento y el cuartelazo. Am-bato era como un reducto, en el que la oposición demostraba que aún no había muerto la protesta y la rebeldía, la pluma de Montalvo, solitario en el destierro, acicateaba las voluntades y los cora-zones para cristalizar en bella realidad las ideas del maestro y llegar a filo de espada a todas las reivindicaciones”. La Apoteosis de un Maestro. Pablo Balarezo Moncayo, 1936, Ambato.

Proyectando una mirada a un tema signi-ficativo, se conoce de buena fuente que en mayo de 1865, llegaron a Ambato dos grandes cajones procedentes de Europa, contenían abundantes semillas de eucalipto que la Sociedad de acli-matación de París remitía al Presidente García Moreno, Don Nicolás Martínez fue encargado de abrirlos e iniciar la siembra, una de ellas se plan-tó en la huerta, ubicada en la calle Restauración

-hoy Montalvo- a cuadra y media de la Iglesia Matriz, pocos años más adelante pertenecería al Dr. Juan Benigno Vela, y finalmente pasaría a la señora Hortensia Mariño, quien ordenó tumbar el corpulento árbol.

Concluido el primer período garciano, en enero de1866, aparece Don Juan Montalvo en la arena política con las páginas de “El Cosmopolita” combatiendo al expresidente, el joven estudiante am-bateño, concuerda con aquellas acusaciones y desea saludar con su paisano de la palabra rebelde. Cumpli-do este anhelo, frecuenta sus visitas y se convertirá amanuense para reproducir los originales del escritor egregio.

El joven de 24 años de edad, revela ser ad-mirador firme de su coterráneo don Juan Montalvo, de quién cuando estudiante, fue digno amanuense de los escritos del Cosmopolita. Más adelante, gracias a su talento, a la probidad de jurisconsulto, y severa rectitud de conciencia, el distinguido estudiante, rin-de el grado de Bachiller en Jurisprudencia el 29 de octubre de 1867, y un año después obtiene el título de Abogado de la República, prendado por las letras y apasionado por los derechos del hombre.

Plumilla, fachada casa de la familia Vela Hervas, calle Restauración -Montalvo- entre Rocafuerte y Cuenca.

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ESPIRITU COMBATIVO 1869- 1894

El ser humano al llega mundo y con el pasar de los años comprende que no es una isla en un mar lleno de gente y se pregunta: ¿Qué soy yo sin los de-más? por ello obra bajo normas comunales; El joven e ingenioso profesional del Derecho, discípulo y se-guidor de la ideología de su paisano Don Juan Mon-talvo, que le permiten desempañarse como secretario del Cervantes americano, ideas aquellas divulgadas en las páginas de "El Cosmopolita".

De igual manera exterioriza su admiración por otro republicano de corte liberal, el Presidente del Concejo Porteño, el más valeroso opositor del Concordato, aquel pacto de esclavitud, no permite la democracia con libertad, igualdad y fraternidad, conquistada con la Revolución Francesa. Motivado por su admiración a los distinguidos ecuatorianos mencionados, dice “tener dos maestros fuera de la Cátedra, que le inspiran orientarse por los principios liberales.

Las crueldades del régimen garciano, su-mado a la cátedra de sus conocidos ideólogos libe-rales ecuatorianos, suscita en el Dr. Vela, una per-sonalidad liberal, la vida parecía sonreírle al joven talentoso, hombre virtuoso y generoso, pulcro en el vestir, en sus momentos de descanso rasgueaba la

Dr. Juan Benigno Vela. Galería de rectores Colegio Nacional Bolívar de Ambato 1883

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guitarra y entonada coplas de suave melancolía. Cariñoso de su natal Ambato, allí, abre su estudio profesional, gana fama y clientela, particularmente defendiendo a los más necesitados, además, em-presas comerciales de la Perla del Pacífico, requie-ren de sus servicios para cobranza de créditos a personas jurídicas morosas.

“En enero de 1869, fue nominado para

Presidente del Concejo Municipal el Dr. Juan Be-nigno Vela; pero no pudo posesionarse debido a una serie de intrigas de sus enemigos políticos y en su reemplazo fue nombrado el señor Francisco Naranjo Moya” Historia de la Provincia del Tun-gurahua, Prof. Gerardo Nicola L., Tomo VI.

El perspicaz abogado e indudable liberal,

tuvo manifiesta resistencia del gobierno conserva-dor dominante. La Nación presidia un “Hombre justo, inteligente y escrupuloso, observante de la ley; más por desgracia, le faltaban dotes de go-bierno”-dice el Académico de la Lengua Dr. Pablo Herrera-, el Presidente Javier Espinosa y Espinosa es acusado por el exmandatario García Moreno, alegando no tomar las medidas para para impe-dir una revolución de corte liberal, es así que el 19 de enero, es expulsado de su cargo, por revo-lución acaudillada por el Dr. García Moreno, pro-clamando su infamante dictadura, un manto negro oprimió la República. “García Moreno cambió la Constitución de 1861, restauró la pena de muerte por delitos políticos y se incluyó el requisito de ser católico para tener derechos de ciudadanía”. Me-morias de la Revolución Alfarista. Montecristi, Manabí, Ecuador 2012.

Por aquellos días Don Juan Benigno pre-senta serios problemas con su vista y preocupado por la posibilidad de quedar ciego viajó a curarse en Quito, allí conoce de la muerte en el destierro

de su amigo, el médico quiteño y notable liberal, Dr. Carlos Auz. Llevado por un generoso impul-so juvenil vibrante, pronunció la oración fúnebre en una Sociedad Patriótica reprochándole al dic-tador García Moreno, la dureza de su gobierno y cuando este pasó en marzo por Ambato, detuvo a Vela, lo trasladó a Quito y mandó que le dieran de alta como soldado raso en uno de los batallones de esa capital, que funcionaba en el antiguo edificio del Cuartel Real de Lima. Allí sufrió vejámenes, incomodidades y molestias en pocilgas inundadas durante siete largos meses, tildado de “bandido liberal” mientras su mal avanzaba y ante la posi-bilidad de que por ello cegara totalmente, el Dr. Nicolás Martínez obtuvo el indulto y el joven Vela pudo regresar al seno de los suyos, reintegrándose en noviembre a su estudio profesional, sin volver a intervenir en política, pero lleno de odio contra la tiranía y el despotismo.

La nueva Asamblea Nacional Constitu-

yente presidida por Rafael Carvajal, reunida en Quito, el 11 de agosto de ese año, promulga la oc-tava Constitución del Ecuador conocida como La Carta Negra, que convirtió al presidente Gabriel García Moreno en un dictador legal 1869-1875, con amplios poderes.

Aquellos antecedentes, impacienta al Dr. Vela, que aparece a los ojos de su pueblo como el portador de una inmensa luz, para enfrentar la presión de los abusos del régimen garciano, jun-to a los máximos preceptores de su personalidad liberal, Don Juan Montalvo y Don Pedro Carbo, dos grandes ecuatorianos liberales.

El historiador y abogado Galo Martínez Acosta, opina del ambateño: “La fulgurante plu-ma de Montalvo esparce lecciones de libertad, moral y de justicia, aconseja que la verdadera

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política es la verdadera filosofía, la religión ver-dadera; la falsa política es el error, la corrupción moral”. Condena al gobernante que abusa de la Ley, como también al joven humilde que se inclina reverente ante tiranos y tiranuelos” Cartas y lectu-ras de Montalvo. Ed. Industrias Gráficas CYMA, Quito.

Mientras que el investigador histórico-políti-co Elías Muñoz Vicuña, del respetable caballero dice: “… era ya una de las figuras más prominentes del mo-mento, y se había convertido “en el oráculo de la ciu-dad, educándola en la doctrina liberal al mismo tiempo que se mantenía dentro de la iglesia católica…”

En el primer trimestre del año 1869, se funda en Ambato la “Sociedad Literaria”, la idea de consti-tuirse en Entidad de cultura y autoeducación, con cla-ros objetivos, según pregona J. B. Vela: “consagrarse al estudio, a la difusión y a comunicar de algún modo al pueblo los conocimientos que ha menester, llevando así un pequeño contingente de luces y de patriotismo al gran altar de la fraternidad y progreso universales”.

El escritor tungurahuense Darío Gueva-ra, señala: “La idea de constituirse en Entidad de cultura y autoeducación, por voluntad de un gru-po distinguido de jóvenes, adquiere en Ambato la más entusiasta acogida. Y mientras García More-no asume el gobierno del país con mano férrea de déspota progresista, la “Sociedad Literaria” nace en la ciudad de los Cármenes, en el año memo-rable de 1869. La integran Rafael Guerrero-Presi-dente, Pio López-Secretario, Juan Benigno Vela, Joaquín Lalama, Teodoro Montalvo, Darío Mal-donado, José Daniel Urrea, Abel Sánchez, Juan B. Anda, A. Herdoiza, Francisco López, Manuel F. Moscoso, Juan José Andrade, Arsenio Suárez y Benigno Sánchez.

Los fines inmediatos de la Sociedad son netamente culturales y propenden al perfeccio-

namiento literario de sus miembros, quizás como camino hacia una escuela directora de buenas le-tras. La Entidades, precisamente, una escuela de aprendizaje en la que se imponen deberes de estu-dio y obligaciones de elaboración literaria para la censura y recíproca de esos trabajos por individuos del seno de la misma asociación. Para el caso se imponen la obligación de redactar sendos números de un periódico que lo denominan “El Joven Lite-rario”. El Nº 4, de junio de 1869, corre a cargo del señor Abel Sánchez, quien entrega el vocero a la crítica del doctor Juan Benigno Vela, que de ante-mano fuera designado para ese delicado cometido.

El principal artículo de ese periódico es un discurso titulado: “De las ventajas del estudio”. Vela refiriéndose a él con un elogio en favor de la sociedad promotora de tales entrenamientos y con otro elogio para el señor Sánchez por la oportunidad y acierto del tema. Luego en uso de la franqueza que le será característica en el resto de su vida, ex-presa: “Yo no me atrevería a censurar nada de este discurso, porque mi insuficiencia apenas me hace comprender lo bueno de él; pero una vez que ten-go que desempañar este enojoso encargo, diré con la franqueza que cumple a todo hombre que no se fía demasiado de sus propios méritos: el señor Sánchez ha andado muy perezoso en desenvolver un poco más su pensamiento relativo a las venta-jas del estudio; pues princi- piando lucidamente por el exordio, nos deja sin oírle la proposición y con-firmación, tales como debía haberlas manifestado desarrollando con tino el magnífico tema que se propuso; pero la conclusión o epílogo nos ofrece en cambio la idea agradable de que el corazón del autor arde en el deseo de estudiar estimulado sólo por ese instinto, si me permite la palabra, común a los pechos de la juventud dotada de nobles y elevados sentimientos. Verdad es que, según algunos

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autores, es permitido en ciertos discursos omitir la proposición y confirmación, pero sólo en ciertos casos, atendiendo a las circunstancias en que se encuentra el autor, y más en los discursos habla-mos que en los escritos, en los que debe seguir-se manteniendo ordenadamente los cuatro puntos que debe componerse”. Juan Benigno Vela, Titán del liberalismo radical ecuatoriano. Darío Gueva-ra. Imp. Municipal, Ambato 1949.

Los ambateños Juan León Mera y Juan Benigno Vela, residen en su tierra natal, demues-tran un rasgo notable, el primero conservador, Gobernador de Tungurahua, en la administración garcíana, y ante la rebeldía del periodista liberal, no ejercía represalias, a su vez éste, notorio enemi-go del gobierno, su paisano Juan Benigno a pesar de sus ideologías, admira al Gobernador por su talento y prestigio logrado en las letras dentro y fuera del país. En 1873, cuando Mera en nombrado Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, Vela lo aclama en su ca-lidad de Presidente de la “Sociedad Literaria” lo felicita y comunica que ha sido nombrado Socio Honorario de esa Entidad.

Es pública la tragedia del 6 de agosto de

1875, el asesinato al Presidente García Moreno, asumiendo el Poder Ejecutivo el Dr. Francisco Javier León. Perpetuando los exhortos de sus ve-races amigos: el guayasense Pedro Carbo y su co-terráneo Juan Montalvo, que respaldan la candida-tura del modesto republicano Dr. Antonio Borrero, el Dr. Juan Benigno Vela, luchó por el triunfo de la candidatura presidencial, “y la opinión declarada en su favor fue como esos torrentes que todo lo arrastran, porque es capaz de detenerlos”.

Uno de los aspectos del gobierno de An-

tonio Borrero fue la pulcritud en el manejo de los fondos públicos, se preocupó por la educación hizo cambios en el sistema legal. La oposición cada vez más aguda de militares y Urbanistas tenía mucha influencia en el ejército. Antonio Borrero salió del poder tras una rebelión el 8 de septiembre de 1876, la cual proclamó a Ignacio de Veintemilla como Presidente de la República.

Finalizando este año, y habiendo cumplido 33

años de edad, al Dr. Vela, ya con personalidad madura, únicamente le preocupa la disminución progresiva de su capacidad visual, decide formar su hogar con una bella e inteligente mujer, la dama ambateña Mercedes Ortega Fernández, hija de un hogar honorable respeta-ble y buen saber, quién a más de esposa cariñosa y ma-dre abnegada, será la secretaria del padre de sus hijos, Don Juan Benigno Vela, en los años más críticos de la vida. Doña Mercedes fue siempre su mano derecha, apoyándolo en todos sus proyectos y para la que siem-pre tuvo palabras de respeto y amor… Notas biográfi-cas del Dr. Juan Benigno Vela. Wilson C. Vega y Vega

“Durante la revolución de Veintemilla, el 24

de febrero de 1.877, el Ministro de lo Interior y Rela-ciones Exteriores, Pedro Carbo, liberal guayaquileño, designa al meritísimo Dr. Juan Benigno Vela, Inspec-tor Escolar de la Provincia de Tungurahua, mediante comunicación de 3 de marzo de ese año, agradece en estos términos: “ acepto agradecido, aunque por corto tiempo, el destino que se ha conferido…”, “El sueldo que la ley asigna a mi empleo invertiré con toda sa-tisfacción en las escuelas pobres, proveyéndolas de bancas, pizarras y otros útiles que necesitan; y sobre todo en la compra de libros para los niños que, por su pobreza no podían adquirirlos; pues por esta falta no concurren a las escuelas una gran porción de alumnos” El 8 de septiembre, Quito, Nº 2. , 17 de marzo de 1877.

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El Ministro Carbo advierte que “los actos del gobierno son contrarios a los principios libera-les y republicanos” renunció a sus funciones junto a sus colaboradores liberales, como protesta por el terror garciano que se avecina. La falange oposi-tora se halla comandada por la espada de Alfaro, la pluma de Montalvo, la rebeldía de Vela y las columnas de “La Candela” que dirigen en Quito Manuel Semblantes y otros liberales.

Su vista, presentaba dificultades, distin-

gue simplemente sombras, apenas había cumplido los 34 años de edad, la fuerza de su espíritu no le permite doblegarse, requiere la asistencia de su cuñada Zoila Vda. de Chiriboga, como también de su joven esposa Mercedes Ortega, para la lectu-ra y escritura de documentos judiciales, artículos periodísticos y otros; además, para sus desplaza-mientos sus allegados cumplían la función de la-zarillos, entre otros Nicolás Soria, lo manifestado aportaba más energía y seguridad.

En los últimos meses de 1877, la ciudada-nía ambateña se halla familiarizada con un hombre esbelto, y que, irradia disposición para su activi-dad de jurista, en el trayecto de la casa a su estu-dio, o a los Tribunales de Justicia, al Dr. Vela, se lo encuentra del brazo de su esposa, en compañía de algún allegado o conocido, porque su contorno lo percibe entre sombras, ya que la capacidad visual va acortándose paulatinamente. El Dr. Vela co-mienza su lucha titánica encarándose con la natu-raleza y con los hombres. Aquella le asalta con los achaques de forzados sacrificios. Estos, cuando no se somete a los interesados arbitrios, lo hieren con la calumnia o el atropello. Pero quien nace para apóstol de una causa, no puede renunciar la ruta hacía el Tabor.

Un día de esos en que Montalvo, vuelto del destierro garciano suele alegrar los espíritus con la

palabra luminosa del Maestro, Vela sale de la ciu-dad en viaje judicial concerniente a su profesión de abogado. Va en su traje usual a la jineta, caballero en un brioso caballo de esos que bracean con la elegancia de la buena raza. En otro animal lo sigue un acompañante que es guía, secretario y lazarillo en esas pruebas. Pero, no se sabe si a la vuelta o a la ida, la bestia suelta sus bríos, para las orejas cual lanzas de maledicencia ante un estímulo extraño y echa al suelo a su señor. El saldo de la caída es una pierna rota del Caballero de la Obscuridad.

Retornado a casa, en batalla reñida con-tra el dolor mortal, la cama lo retiene durante varios meses, hasta cuando empieza a dar pasos inseguros, como Montalvo en la mejoría de su polineuritis. Y para ese ensayo de restitución del derecho a las piernas libres, tiene, precisamente, esas muletas que sirvieron al Maestro para reco-brar su verticalidad física en los primeros días de la autocracia de García Moreno. Montalvo se las dió personalmente, como reliquias de una suerte pareada, y quién sabe si también como testimonio de un destino común.

Sordo, ciego y cojo aún está obligado a continuar su tarea de trabajar intensamente para el vestuario y la manutención de su mujer que le endulza la vida con sus cariños y lecturas y para los hijos que se alistan con la promisión del amor”. Juan Benigno Vela. Darío Guevara Im-prenta Municipal Ambato 1949.

Este es el accionar político del Gene-ral Ignacio de Veintemilla, el 8 de septiembre de 1876, se declara Jefe Supremo; más el 26 de enero es investido Presidente Interino; y, el 21de abril de 1878, la Novena Constitución del Ecuador, lo elige Presidente Constitucional, por un período de cuatro años. Finalmente, se declara Dictador el 26 de marzo de 1882 hasta enero de 1883.

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En enero de 1878, el pequeño grade perió-dico “El Espectador” notable medio de disputa li-beral, su Director el Dr. Juan Benigno Vela, acom-pañado del Dr. Adriano Montalvo excepcional colaborador. El Director fue de los más entusiastas y decididos enemigos de aquella administración. La circulación fue perecedera, pues en junio de ese año llega a la docena los números publicados.

La Constituyente se reúne en Ambato el 26 de enero de 1878, cuando ya ha circulado el primer número de “El Espectador”, la Constitu-yente se prepara a iniciar sus sesiones, Vela publi-ca el N°. 2 de su periódico, y bajo el título de “La Convención”, dice a los legisladores: “Sí en vues-tros pechos arde el fuego del amor patrio, si sabéis corresponder dignamente a quien os ha dado gran suma de poder y os ha investido de tantas faculta-des y dignidades, haceos dignos de llamaros re-presentantes, trabajad por la patria, desvelaos por ella. Firmeza, independencia, justicia, rectitud, virtudes son con que se impone respeto a los in-transigentes, miedo a los tiranos, amor al pueblo”.

En otro artículo condena la presencia de

los batallones armados en la ciudad de Ambato, a pretexto de resguardar a la Asamblea. Y demanda: “Retirar la fuerza armada del lugar donde se ha reunido el Congreso Constituyente es una medida prudente y conforme con la libertad e independen-cia de los diputados republicanos”

En la ciudad de Quito, el 16 de febrero de

1878, el Dr. Celiano Monge conjuntamente con Don Juan Montalvo y el Dr. Juan Benigno Vela, es-tablecen el periódico ocasional “La Candela”; ahí la frase hiriente de la pluma de Montalvo, la in-cansable rebeldía de Alfaro; el esfuerzo patriótico de todos, en franca y tenaz lucha, que fue tomando proporciones enormes, hasta llegar a formarse una

sola acción de fuerza, valor y energía, que dio por resultado la caída de Veintemilla.

Todas aquellas arbitrariedades y los des-potismos del gobierno veintimillista, y las malas políticas de la Asamblea, fueron reprendidas enér-gicamente por el ambateño inflexible, lo que mo-lestaba al gobernante, a tal punto que buscaban si-lenciar su voz, más el Dr. Vela publica en Quito un número extraordinario del mencionado periódico.

El 3 de junio circula en Quitó, el doceavo y último número de “El Espectador”, con el fenece por el acosamiento atroz del gobernante hasta ver-lo al Director redactor camino del exilio, lo mis-mo que a Montalvo y otros caballeros de la plu-ma. El Dr. Vela hace esta declaración pública; “Se han terminado las sesiones del famoso Congreso Constituyente que llamado en setiembre de 1876 a procurar la felicidad de los pueblos, ha hecho pre-cisamente lo contrario de lo que ellos desearon.

Por eso los jóvenes liberales de Ambato que hemos presenciado uno a uno los actos absur-dos de esa Convención; nosotros que hemos estado al corriente de todas las intrigas y ocultos manejos que se han puesto en juego para desconcertar la marcha progresiva de la nación, no debemos ser indiferentes al negro porvenir que nos aguarda. Una Convención viciosa, absurda y antirrepubli-cana, no puede conducir jamás a una regeneración social; y es por esto que nosotros que fuimos los primeros en levantar nuestra voz contra los actos primeros de la Asamblea, somos también ahora los que nos anticiparnos a protestar contra ella con toda la energía de nuestra alma, con toda la indig-nación de verdaderos republicaos: aquí dejamos un voto de censura a los diputados que han labrado nuestra desgracia oscureciendo con sus desatinos el sol de Setiembre”.

Y refiriéndose al obligado fin de su publi-cación, agrega: “Muerto este generoso campeón

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de la libertad y de los derechos sociales, nuestro sentimiento ha sido profundo; pero al propio tiem-po nos consolamos con la esperanza de que este periodiquito no será olvidado por todos los patrio-tas que estiman mucho la libertad y su honra. “El Espectador” con la generosa misión de combatir por ellas salió al frente de los déspotas y tiranos que han manchado con sus negras acciones el sol de nuestra independencia que fulguro en él glo-rioso 8 de setiembre; y esperamos que la juventud liberal no eche al olvido que su misión es la misma que la de “El Espectador”: primero Dios, y des-pués la Patria”.

El Dr. Vela, en esta edición escribe la ingeniosa e hiriente memoria política, dirigida especialmente a muchos diputados de aquella con-vención, lo que constituye la clave de su destino inmediato, el Testamento de “El Espectador”

“Se han terminado las sesiones del famo-so Congreso Constituyente que llamado en setiem-bre de 1876 a procurar la felicidad de los pueblos, ha hecho precisamente lo contrario de lo que ellos desearon. Por eso los jóvenes liberales de Ambato que hemos presenciado uno a uno los actos absur-dos de esa Convención; nosotros que hemos estado al corriente de todas las intrigas y ocultos manejos que se han puesto en juego para desconcertar la marcha progresiva de la nación, no debemos ser indiferentes al negro porvenir que nos aguarda. Una Convención viciosa, absurda y anti- republi-cana, no puede conducir jamás a una regeneración social; y es por esto que nosotros que fuimos los primeros en levantar nuestra voz contra los actos primeros de la Asamblea, somos también ahora los que nos anticipamos a protestar contra ella con toda la energía de nuestra alma, con toda la indig-nación de verdaderos republicanos: aquí dejamos un voto de censura a los diputados que han labrado

nuestra desgracia oscureciendo con sus desatinos el sol de Setiembre.

“Muerto este generoso campeón de la libertad y de los derechos sociales, nuestro sen-timiento ha sido profundo; pero al propio tiempo nos consolamos con la esperanza de que este pe-riodiquito no será olvidado por todos los patriotas que estiman en mucho su libertad y su honra. “El Espectador” cumplió con la generosa misión de combatir por ellas saliendo al frente de los déspo-tas y tiranos que han manchado con sus negras ac-ciones el sol de nuestra independencia que fulguró en el glorioso 8 de Setiembre; y esperamos que la juventud liberal no eche al olvido que su misión es la misma que la de “El Espectador”: primero Dios, después la Patria.

No dejaremos sepultado en el polvo de un archivo el documento que nos ha dejado “El Es-pectador” al tiempo he su muerte; pues él encierra todo un porvenir para la patria: en forma de testa-mento nos ha dejado el resumen de sus doctrinas y principios; y nuestros lectores gozarán con esta curiosa pieza: Héla aquí Mi última voluntad.

En nombre de la bajeza, de la ruindad y del empleo, diabólica y amable trinidad de los neo-li-berales, tontistas, mudistas, lacrimistas: Amén. Se-pan cuantos tuvieren la gana de saber y leer esta mi postrimera voluntad cómo yo don Bravo Especta-dor, joven hecho y derecho, natural y vecino de esta hermosa Villa donde por altos destinos y secretos misterios se reunió la nunca bien ponderada y nun-ca bien pisoteada Convención de 1878, hijo legítimo de mis padres legítimos que nunca se bastardearon con las infamias y cobardías; encontrándome gra-vemente enfermo con un achaque moral debido al grande amor que tuve a la difunta Convención, que fue el sustento de mi risa, la salsa de mis hambres, mi alegría de cuatro meses y la esperanza y caridad de los tontos y canallas; creyendo y confesando en

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el infalible dogma de la ruina y retroceso de mi patria y en otras cosas más que no quiero menear-las, vengo a ordenar este mi testamento como fin y remate de la misión que vine a cumplir en la tierra, y lo hago en la forma y manera siguientes: Prime-ramente ordeno que mi cuerpo sea colocado en el salón donde se reunió el Congreso Constituyente, a fin de que sirva de espectro amenazador a las almas de los diputados que antes de bajar a los in-fiernos, regresen a reconocer ese sagrado recinto que profanaron con sus vilezas y traiciones.

Mando que, con parte de mis pequeños recursos, se levante en ese mismo salón cuatro es-tatuas que representen la Sabiduría, la Justicia, el Pudor y la Libertad, diosas que fueron ultrajadas y pisoteadas por los viles que traicionaron la volun-tad de los ecuatorianos.

Encomiendo mi alma con todas sus ideas y principios a la juventud liberal de Ambato, para que teniéndola siempre presente, cumpla como ella con el deber de luchar por la libertad y honra na-cionales, combatiendo a los déspotas y desafiando a los tiranos que quieran alzarse con el poder de los pueblos.

Declaro que no he sido casado ni velado y que por lo mismo no dejo sucesión; y que aun cuando contraje esponsales con la linda señorita llamada “La Candela”, joven rubia, hermosa, lle-na de donaire y más valiente que el mismo dia-blo; mas nada se siguió de esa promesa, porque la muerte que nada respeta, la llevó, al cielo en estos últimos días; y apenas me es dado depositar una lágrima sobre su tumba y rogar a mis amigos no olviden que esa generosa joven descendiente de los espartanos, cumplió su divina misión de herir en lo más vivo a los que, burlándose de los pueblos, se han adueñado del poder.

Declaro que mis bienes: la franqueza, el honor, la vergüenza, la firmeza de carácter, la li-

bertad absoluta, el desinterés, un valor a toda prue-ba y unos cuantos pesos en dinero; todo lo cual paso a distribuir entre los menesterosos, a falta de herederos legítimos.

Conociendo que en el pobre Ecuador no hay otro sujeto tan respetable y tan digno, tan for-nido y tan hermoso, tan patriota y tan desprendi-do que mi querido Ignacio, el Artajerjes del ma-pamundi, mando y ordeno que la presidencia de la República vaya y se vincule en este generoso y honrado varón; mas ha de ser con la condición de que se case no sólo para que salga del pupilaje del Señor de la Lágrima, sino también para que sus hijos hereden el bocadito y se engullan de genera-ción en generación con la bendición de los pueblos y la mía, y que con su pan se lo coman y San Pedro con todos.

Mando que el famoso héroe de Zapote, es-pectro de la libertad, susto del tesoro, jeringa de la República, cáustico de los liberales, compañero de Medoc se le den un tantico de vergüenza, un peda-cito de arrepentimiento y treinta monedas en dine-ro para que cargado con estos dones haga el bien de marcharse más que sea al Egipto y deje libre a la Nación, tranquilos a los partidos, desagraviados a los liberales, satisfecho a todo el mundo y sin alas a sus tauras.

Declaro que siendo obligación de todo buen cristiano dejar real y medio a las casas de Jerusalén para redención de cautivos, me permito cambiar esta obligación y dejar ese real y medio a Javier Sincara, manda forzosa de todo gobierno y alma en penas del palacio presidencial; y Dios me perdonará este cambio en gracia de que mi socorro va derechito a calmar la sed de empleo de aquel desventurado.

Declaro que a Vespucio Desmoronado, poseedor de cien leguas de tierras en el Oriente, de doscientas leguas de vanidad en su alma y de cin-

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cuenta toneladas de ambición en su pecho, le dejo sólo lo que más le hace falta, a saber, una cuarta de modestia, y un jeme de silencio; con lo cual será regular patriota, medio liberal y medio atinado.

Mando que a don Julio el Abrigado se le regale una parte de mi biblioteca añadiendo al regalito “El Nacional” de 1870, “El Cotopaxi” y “La Autonomía Nacional” de Lima, “La Candela” y mis doce publicaciones. Encargo a mi legatario que lea y relea estas cositas, porque en ellas apare-ce grande, enero, no espadón, puro patriota, liberal y querido de todos: estos estudios no sólo le pon-drán a cubierto de su reputación sino también le dejarán empapado en sudor literario.

Declaro que a ciertos hombres se hace imposible encarnarles alguna virtud, visto que sus corazones protervos, sus crímenes y sus vicios les alejan de la dignidad, del amor propio y de la ver-güenza. Estos míseros condenados por la sanción pública, al escarnio y al desprecio, no merecen ya que los hombres de bien se acuerden de ellos. Por esta razón mando a todos mis amigos y ruego a todos los ecuatorianos maten con desprecio o con piedras a los infames que, como Arbolerdo, Lucho Jácome y González Duprat el tonto, Mancheno el estúpido y otros, han hecho de la diputación un trá-gico infame.

Ordeno que al Doctorcito Puntas, fría me-retriz del palacio, se le den doce pesos y un poqui-to de vergüenza a fin de que salga al frente a defen-derse del cargo de plagiario con que le acarició mi amada “Candela”.

Declaro que no teniendo necesidad los buenos liberales de ningún legajo para ser nobles y generosos, mando que a los ilustres sujetos como Carbo, Vélez, Batallas, Yerovi, Peña y los demás que compusieron la enérgica minoría de la suso-dicha Convención, se les guarde toda clase de res-petos y consideraciones en virtud de que ellos han

dejado satisfecha a la Nación, agradecidos a los hombres sensatos y alentados a todos los partidos; y yo “El Espectador” les envío un tierno abrazo en testimonio de mi ardiente gratitud y el voto que hago porque la posteridad les consagre en la histo-ria la página que ellos merecen.

Y para que se cumplan y obedezcan es-tas mis disposiciones testamentarias, nombro por Albacea de mis bienes al célebre cuarteroncito, escoba de la policía, torpe necrologista, tercero de palacio, traidor a su partido; pero que en cam-bio merece mi confianza desde que mis bienes no son cosas que al susodicho le agradan; y muero seguro de que sabrá respetar por interés propio mis disposiciones; pues en todo el dinero que so-bre le instituyo de heredero universal. Declaro que me encuentro bueno y sano de mi juicio, memo-ria, entendimiento y voluntad; y declaro también que por pereza de acordarme de otros canallas, no dispongo otras cositas que quedan en el tintero; y temo también que se extravíe este mi testamento o haya inconvenientes para que se publique. Con lo cual despidiéndome de mis amigos y derramando lágrimas por mi perdida Patria, pongo punto final a la misión que vine a desempeñar; y firmo en Am-bato a la media noche del 31 de Mayo de 1878”, “El Espectador” La Casa de Montalvo, Órgano de la Biblioteca de Autores Nacionales Nº 36, 37, Año XII, Ambato, 1943,

El Dr. Vela comprende que la última lanzada

de su periódico ha de merecer la ciega represalia del go-bernante. La víctima será él, personalmente, y en un reto de ironía se finge muerto y plasma su Epitafio al estilo de los griegos que pusieron el suyo en el Paso de las Ter-mópilas. Vea la sección poesía de esta publicación.

Veintimilla, ofrece un cargo oficial en Eu-ropa, para que pudiese atender la duración de su vista, rechazó tal ofrecimiento porque ya militaba

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en el campo de la oposición y prefería, aunque cie-go continuará luchando.

Uno de los investidos por el triunfo de la lista oficial es el Cnel. Luis Fernando Ortega por Tungurahua a la Convenció convocada por el dic-tador Ignacio de Veintemilla, el diputado dueño de una nariz colosal, es cuando su paisano el Dr. Vela que recuerda el primer soneto de las “poesías joco-sas” de Quevedo el gran satírico español del Siglo de Oro. Escribe y publica un folleto de poesía con la interesante composición poética A una nariz, dedicado a su paisano el Cnel. Diputado. Su texto y su arte causan sensación en los círculos políticos y literarios del país, -léalo en la sección poesía-.

En referencia al mencionado contexto li-terario, el escritor ambateño Don Celiano Monge, publica un soneto en “La Revista Literaria” de la ciudad de Ambato el año 1881, con dedicatoria para el señor Dr. J. B. Vela. Hoy, reproducido en “La Morriha” HERVAS, -tierra ancestral de los Hervas-, de Mauricio Pacheco Hervas.

SONETO A UNA NARIZ. Celiano Monge, 1877 Para luchar cual esforzado atleta amor de Patria el corazón te inflama no tu altivez que mártir te proclama al despotismo vil se vio sujeta.

En pos de Libertad, febril, inquieta, las alas tienden fulgurosas tu alma, y al cielo roba la divina llama que ilumina tus cantos de poeta.

Ora estés en prisiones sumergido, ora proscrito por el mundo errante, heroico ciego, tu dolor no olvido.

Quién no siente tus penas aceradas?solo el que lee tu nariz gigante tiempla su mal riendo a carcajadas.

“El Tungurahua”, otro medio de difusión

aparece el 20 de abril de 1880, cuyos colaboradores son los señores Gabriel Moscoso, Celiano Monge, Nicolás Martínez, Adriano Montalvo, miembros reconocidos por la sociedad. El último número del mencionado periódico ambateño 1º junio 1880.

El Presidente Veintemilla, pretendió atraerlo al Dr. Vela Hervas a su partido político, con objeto de silenciar a al vehemente crítico, ofre-ce un cargo oficial en Europa, con la excusa que por allá podrían curar su vista, propuesta que no fue aceptada. Por la negativa y las incesantes de-nuncias, el gobernante, ordena prisión y destierros al Perú y Centro América.

En un viaje a caballo realizado con fines profesionales sufrió una caída y la rotura de su pierna y permaneció varios meses postrado en cama. En aquel tiempo hizo circular en Quito el No.12 de “El Espectador”, último de ese periódico montalvino, pues, la dictadura, se había endureci-do. Juan Montalvo vivía oculto, Juan Benigno Vela le visitaba, y cuando viajó a Guayaquil en días de descanso y curación se dijo que “llevaba planes revolucionarios de Montalvo”. Después arreciaron las persecuciones y Montalvo se trasladó a Ipiales.

Don Eloy Alfaro afirma: “A principios de 1882 atravesaba el Ecuador uno de esos períodos de calma que, comúnmente, por indiferentismo, se llama de paz, en mi patria. La dominación consti-tucional de Veintemilla tocaba a su término, y la Carta Fundamental prohibía su reelección. Había, pues, en perspectiva, elecciones para nombrar al presidente sucesor. La opinión designaba al hon-radísimo ciudadano don Pedro Carbo, como can-didato popular. El triunfo de este eximio repúblico

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en el campo electoral se presentaba como inmi-nente, cuando el 26 de marzo Veintemilla se hizo proclamar dictador, con el objeto de perpetuarse en el poder…” Eloy Alfaro.- Narraciones Históri-cas, p. 211,

El Dictador Veintemilla, desconoce la

Constitución, desterró a cuantos hombres honra-dos podían serle opuestos, para mantenerse en el poder nombra a individuos de igual calaña, cóm-plices de sus maldades, Gobernador de la provin-cia de Tungurahua se hallaba un Coronel Luis Fernando Ortega, de triste recordación, quien para quedar bien con el dictador, hacía gala de perse-guir y tomar presos y enviarlos al destierro.

Una noche, el coronel del cuerpo mili- ta-

res, el Gobernador -el narigón Ortega-, y muchos gobiernistas festejan a un oficial, es la ocasión para que un grupo de trece jóvenes ambateños plenos de heroísmo se toman el cuartel de la ciu-dad, el 13 de Junio, los soldados huyen, abandonan las armas, y quedan los audaces jóvenes dueños del cuartel con cuatrocientos rifles. La ciudadanía acompaña con gritos: ¡Abajo el gobierno! Muera la dictadura!¡Muera el coronel Ortega!

“Ambato ha sabido cristalizar sus ideales con hechos prácticos: posee la noble locura del patriotismo y del triunfo de sus convicciones, ha luchado siempre como un buen liberal, como re-publicano ardiente.” -La Provincia de Tungurahua en 1928-

Entre los desterrados figuran respetables ambateños, entre ellos el Dr. Juan Benigno Vela, enviado al exilio por la frontera Sur. El viaje fue largo y penoso y al final arribaron a Cuenca, obte-niendo que les cambiaran de destino a Guayaquil y de allí partieron a Nicaragua, donde les trataron bien, con muchas atenciones. Semanas después

Vela pasó secretamente al Perú y de allí siguió a Colombia, donde lo esperaba su esposa y su suegra y disfrazados regresaron a Ambato.

Concluido el período presidencial del Ge-

neral Veintimilla, se hizo proclamar Dictador, a lo que reaccionó todo el pueblo, y apareció el mo-vimiento denominado Restauración, con el único propósito de derrocar al Dictador. Finalmente, el ejército gobiernista se rindió el 10 de enero de 1883.

El 27 de enero de 1883, en la ciudad de

Ambato, germina “El Combate”, periódico de lu-cha liberal, bajo la dirección del Dr. Juan Benigno Vela, y la colaboración de los reconocidos ambate-ños Dn. Anacarsis Martínez y Dn. Celiano Monje, publicación que se mantendrá vigente por más de cuatro años, tiempo en que aparecieron 92 núme-ros; en el primer número, en su editorial, saludan a los desterrados que regresaban al país. Además, aparece un artículo con el que inicia una pujante campaña contra la dominación conservadora de la Restauración de ese año al gobierno del Dr. Pláci-do Caamaño.

Prospecto del número primero“Los grandes sacudimientos que se ope-

ran así en el mundo físico como en el intelectual y moral, obedecen a un conjunto de causas secre-tas y misteriosas que nuestra limitada inteligencia no alcanza a comprenderlas, pero que se sienten y se explican por los resultados que tras de ellos sobrevienen; resultados que son otras tantas leyes precisas e invariables que responden a su vez a cierto poder irresistible, secreto también y miste-rioso: todo, pues, tiene en el mundo su razón de ser, todo se combina y enlaza obedeciendo a un plan providencial.

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Las violentas convulsiones que han agita-do y agitan constantemente a las sociedades huma-nas, siempre han sido para éstas señales evidentes de que alguna idea nueva, algún pensamiento atre-vido van a surgir de su fondo oscuro para despejar la atmósfera social y abrir paso a una nueva era, a un nuevo orden de ideas, a una nueva literatura; paso a la libertad y el progreso que, infatigables viajeros, no se detienen, rompen por donde quiera y marchan y marcharán incesantemente como los rayos de luz, hasta llegar a la meta que el Creador increado tiene dispuesta a la humanidad en el por-venir. Si las tempestades sociales, esas luchas san-grientas de pueblos contra pueblos y de partidos contra partidos, en las cuales el espíritu humano parece caer como anonadado bajo el peso abruma-dor de las ruinas cadáveres que las pasiones amon-tonan; esas luchas, decimos, con todo su cortejo de calamidades, nunca dejan de producir reacciones y reprensiones que hieren vivamente la inteligencia de los pueblos salvándolos del abismo en que se hundían; es que las grandes y elevadas concep-

ciones del entendimiento, nacen, crecen y se de-sarrollan rápidamente en las grandes y supremas necesidades. Por esto ha dicho Mr. de Lamartine: “el genio de las letras no se desenvuelve sino du-rante esas largas interrupciones del pensamiento a consecuencia de la guerra o de las revoluciones: las convulsiones civiles producen repercusiones, ejércitos e impaciencia de ideas en la imaginación de los pueblos”.

Y nuestra Patria, nuestra querida e in-fortunada Patria? qué parte ha tomado en el mo-vimiento civilizador de este gran siglo que todo lo trueca, todo lo ilumina, todo lo engrandece y sublima? Oh! encadenada y convulsa, cual nuevo Prometeo a los pies de tiranuelos sin corazón que se han sucedido por la fuerza del sable, angustiada por todas las pesadumbres de la guerra civil, pi-soteadas sus leyes, sin garantías, sin libertad para escribir ni pensar, ensangrentada por las pasiones de los bandos políticos que se han disputado la supremacía; desde 1830 hasta ahora su voz no ha sido más que el gemido del esclavo; sus gritos, un lamento; vida, una agonía prolongada. Por ventu-ra ¿estará el Ecuador condenado a quedarse atrás, envuelto en sus desgracias, mientras que sus her-manos de América, dando de mano a sus guerras fratricidas, afianzan la verdadera república demo-crática, entonan himnos a la libertad y se van en pos del porvenir que les está reservado? No, cier-tamente: el Ecuador lucha aún con su destino; pero de sus propias convulsiones han de nacer los gér-menes de su futura grandeza; cincuenta y dos años de existencia, son bien poca cosa para un pueblo; la Europa misma, en sus dos primeros siglos no fue lo que son hoy cualquiera de las naciones del nuevo mundo. Nacida nuestra Patria bajo el manto fúnebre del coloniaje y lanzada de repente en bra-zos del militarismo, era natural que su educación de cuartel tuviese mucho de viciosa y anárquica;

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mas, patria que cuenta con tan gloriosos preceden-tes, patria que tiene por fechas a un 10 de Agosto, a un 9 de Octubre y a un 24 de Mayo; patria que tiene por hijos a Me jía y Maldonado, a Olmedo y Rocafuerte, patria que esconde en su seno los más ricos elementos de prosperidad; por fuerza de razón ha de venir a ser grande, poderosa y feliz.

Sin ese calvario de cincuenta años, acaso el Ecuador no habría pasado de ser un pueblo in-consciente, esclavo de sus tradiciones coloniales; la lucha, el encarnizamiento de los partidos opues-tos, son a los ojos del filósofo abonos indispensa-bles para que germinen las grandes ideas.

La unión repentina de liberales y conser-vadores para dar en tierra con la dictadura del trai-dor y torpe Veintemilla, es la lección más elocuen-te que de su amor a las instituciones democráticas puede el Ecuador ofrecer a las demás naciones. Enervado, muerto parecía el espíritu nacional de nuestros pueblos: desunidos los ciudadanos, sin elementos para la resistencia, vigilados día y noche por los pretorianos, expatriados en todas direccio-nes, no era muy fácil sacudir el yugo que los opri-mía. Pero llegó la hora deseada; el soldado rompió con el pueblo y proclamó la dictadura; el pueblo comprendió su suerte, se acordó de sus fechas glo-riosas, olvidó sus odios de partido y confundiendo en una todas sus banderas se lanzó como un to-rrente impetuoso, arrastrando en su carrera cuanto el dictador creía tener de omnipotente, de fuerte y de satánico. ¿Dónde están las seis mil bayone-tas que le sostenían? qué hicieron los menguados satélites que le rodeaban? Ya veis, ecuatorianos, cómo de nuestras propias convulsiones ha nacido la idea salvadora de redimir la patria; ya veis cómo de nuestros antagonismos y rivalidades, ha surgi-do un pensamiento elevado el pensamiento de la unión-; ya veis cómo la unión produce los rayos que pulverizan a los déspotas.

Y he aquí el objeto de nuestra publicación. La hemos bautizado con el nombre de “El Comba-te”, porque efectivamente, nos proponemos com-batir la desunión, las pasiones de bandería; pero nuestra lucha será franca, razonada y caballerosa; no saldremos del terreno de la ley. Denunciaremos los abusos, pediremos el castigo de los que se han sobrepuesto a la voluntad nacional convirtiéndose en instrumentos de la dictadura. "El Combate” no será nunca órgano del caudillaje”.

La salud del combatiente ambateño, es frecuente preocupación de sus paisanos y fami-liares, la calidad auditiva deteriorada le llevará a médicos especialistas y exámenes para remediar aquella escasez.

Sinembargo, a partir dl 23 de febrero de 1883, el Dr. Juan Benigno Vela, ejerce el cargo de Rector del Colegio Nacional Bolívar de su natal ciudad. Esto es el Bolívar, Fundación del Colegio Nacional Bolívar. Editorial Atenas, Ambato, 1961.

Plumilla, César Alarcón Costta - 1999Diccionario Biogrñafico Ecuatoriano

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En el segundo trimestre del aquel año, aparecerán dos hojas suelas, la primera: Boletín para el pueblo, Serie 1 - Quito, 1883 - Núm. 1, Vernaza, Vela y Compañía.-

“Desde hoy día dará la juventud este bo-letín a sus hermanos del pueblo, y comienza por reproducir la carta de don Juan Benigno Vela, pu-blicada en el Nº 5 de “La Patria Colombiana.” Por ella se ha puesto en claro la hermandad, hoy medio disfrazada, de veintemillistas y radicales: ambos partidos buscan el apoyo de armas extranjeras, ambos quieren la vergüenza y el crimen, ambos son enemigos de toda honra: ambos son monstruos que debe pueblo vigilar, aborrecer y combatir.

Quienes son los asesinos del 14 y 15 de noviembre? Los radicales y los mudistas. ¿Quié-nes trajeron a La Rosa y Figueredo? Los radicales y los mudistas. ¿Quienes pretenden ensangrentar de nuevo nuestros campos, talar nuestras propie-dades, deshonrar a nuestras hijas por mano de una nueva intervención extranjera? Radicales y mudis-tas.

Abramos los ojos. Felizmente son dema-siado conocidos los enemigos del pueblo, los que han querido quitarle hasta el consuelo de sus prin-cipios religiosos. Los partidos parricidas están re-presentados en sus grandes y dignos corifeos: Cor-nelio Vernaza y Juan Benigno Vela. Pueblo alerta, arriba! Sabremos morir luchando, pero nunca per-mitir la mengua de la Patria ¡Viva el Ecuador, Viva el pueblo!

Señor don Manuel Losada de Plisé, Bogo-

tá.- Muy señor mío y estimado amigo: En mayo del año pasado me tocó la suerte de que el mal-vado Veintemilla me desterrara a Centro Améri-ca; pasé algunos días en León de Nicaragua; pero acordándome que tenía a Ud., Panamá, fui a esa ciudad en la que permanecí apenas dos semanas,

porque tuve noticia de que estaba usted en Bogo-tá, desempeñando el alto puesto de diputado en el Congreso Nacional. No teniendo amigos en aquel puerto, resolví un viaje a Ipiales, atravesando la maldita montaña de Barbacoas. Muchísimo desa-fiaba escribirle desde el lugar en mi destierro; pero desgraciadamente se alteró mi salud en Tumaco, y enfermo pasé en Ipiales hasta que pude volver a la patria, gracias a las repetidas victorias obtenidas contra el Dictador por la ardiente juventud ecua-toriana, que se levantó en todos los pueblos para dar un testimonio de que no estaba muerto en ella el espíritu nacional y el amor a las instituciones democráticas.

Ahora que ya estoy libre respirando en el hogar el aire de la patria, cumplo con el deseo de mi corazón escribiendo a Ud., y saludándolo con toda la decisión del buen amigo que sabe apreciar las virtudes de Ud., y que le aseguro al propio tiem-po que nunca he dejado de recordarle con gratitud; porque Ud., sin haber sido ecuatoriano, tomó sobre si el gratísimo encargo de combatir el despotismo de Veintemilla sufriendo por ello las persecucio-nes y el destierro. Cierto que para un verdadero liberal, como Ud., la patria es el universo; su idea única, la libertad; su pensamiento, el progreso; y tanto en Colombia como el Ecuador...” Fotocopia Casa museo Juan Benigno Vela.

Y la segunda Hoja suelta aparece, y dice:

Boletín del pueblo.- Serie 1 - Quito, 6 junio 1883 - Núm. 2.- J. B. Vela.

“He aquí uno de los prohombres del par-tido radical; uno de los amantes del Pueblo, pro- clamadores de la libertad, de la civilización y del progreso; uno de los eternos declamadores contra el despotismo, el fanatismo, el ultra montanismo. No se abrieron sus labios, al parecer, sino para combatir la tiranía en todas sus manifestaciones.

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Nunca habló ni escribió sin que sus palabras y es-critos arrancasen el aplauso de los libres e indepen-dientes. En una palabra, siempre fue el pretencioso apóstol de la libertad; pero el falso apóstol está vendido por su famosa carta publicada en nuestro primer número del “Boletín para el Pueblo” ¿Es posible que uno de los frenéticos defensores de la libertad, busque y quiera la esclavitud? ¿Es posible que uno de los amantes del pueblo, desee y ponga por obra todos los medios que en vez de conservar-le independiente y darle libertad, se dirijan, úni-camente, a aherrojarle entre cadenas, y a hacerle inclinar la cerviz bajo el peso del yugo extranjero? ¿Es posible que un abnegado dorador de la Patria, quiera verle esclava y abofeteada por extraños? Explicadnos estos misterios libérrimos don Benig-no, porque de no hacerlo mereceréis en adelante ser contado entre los parricidas de la Patria.

Nosotros sí lo explicaremos fácilmente; puesto que, en realidad de verdad, nada hay más claro para los que bien conoce a los hombres, que como señor Vela se convierten en voceros de la libertad, sin conocerla, ni tener miramientos por ella, cuando de su sacrificio resulta el triunfo de los bastardos intereses de bandería. No creáis ¡oh Pueblos! a estos hechizos republicanos, que no son sino sepulcros blanqueados, lobos que se disfrazan con la piel de cordero para engañaros, monstruos que debéis vigilar y combatir. Guardaos de ellos, aborreced y combatid sus artimañas y habréis sal-vado la soberanía nacional, y conservado incólu-me el pabellón de la República.

El 13 de Junio el Dr. Vela, arenga a la Ju-

ventud con motivo del 1º aniversario de la inten-tona golpista de Veintemilla, y fue respondido por los conservadores de Quito que lo calificaron de “falso patriota”. He aquí sus palabras:

A los ambateños: “Conciudadanos: Hoy hace un año a que once de nuestros denodados jóvenes acometieron una de las más atrevidas y heroicas empresas que registrará con asombro nuestra historia; un año sí, a que por esos libres volvió a resonar terrible e imponente la voz de la restauración que se había apagado en los campos de Yuracruz y Pisquer.

Ambateños: Fechas como esta son de imperecedero recuerdo y hacen el orgullo de los pueblos que las procuraron. Ambato, con su 13 de Junio de 1882, ha levantado muy alto su nombre y conquistado una brillante página para sus anales; su porvenir ya no puede ser dudoso, porque pue-blos que cuentan con héroes, tienen necesariamen-te que ser grandes y felices.

Jóvenes de Ambato! Vuestros esfuerzos por la libertad, han sido constantes y jamás des-mentidos; vuestros sacrificios han sido increíbles, como apasionado y ardiente vuestro amor a las instituciones democráticas.

Vosotros que, desafiando a los tiranos, ha-béis sobrellevado con valor las persecuciones y el destierro; vosotros que, protestando siempre contra la opresión y la tiranía, no habéis dejado nunca de echar en cara a los tiranos sus crímenes y vicios, sin que os amedrenten el temor de las bayonetas y la arbitrariedad; vosotros, jóvenes ambateños, sois dignos de este noble pueblo que meció las cimas de Montalvo, Mera y Cevallos.

Ambateños: Que el recuerdo del 13 de Ju-nio sea inmortal entre vosotros y que os sirva de elocuente lección para el porvenir. Repetidlo con orgullo a vuestros hijos, alimentad en sus corazo-nes los sagrados nombres de Patria y libertad; en-señadles a practicar las virtudes cívicas; ordenad-les la estricta observancia de las leyes; inculcadles el amor al orden y el odio a los tiranos; y enseñad-les que repitan con respeto y cariño los nombres

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de Arteaga, Naranjo, Darquea, Fernández, Villa-crés, Quirola, Vásquez, Banda, Sánchez, Carrillo y González.

Conciudadanos: ¡Viva Ambato! Viva el 13 de Junio ¡Viva la juventud

Ambato 13 de junio de 1883”

Este discurso es la oportunidad para agitar los ánimos ciudadanos liberales para proclamar una vez más los principios radicales su programa democrático de amplias libertades y jus-ticia social.

Aquella alocución altiva y contraria a los intereses conservadores, éstos por medio de la prensa, juzgan al Dr. Vela de “falso patriota”. Más el valiente Ciego, bajo el título de “A los peones del terror”, contesta:

“Me llaman falso patriota, sí: falso patrio-ta…; falso, patriota, porque en 1869 fui una de las víctimas de los ultrajes y desafueros de vuestro difunto, García el tirano; falso patriota, porque en 1877, y antes de estar ciego, puse al servicio de la República mi pobre pluma lanzando rayos contra el tirano y sus esbirros, y renunciando con indig-nación el Ministerio de la Corte de Guayaquil que me ofreció el ilustre Carbo, y renunciando después la Subdirección de Estudios de mi provincia con que quiso halagarme aquel monstruo; falso patrio-ta, porque mientras vosotros callabais por cobardía cuando se reunió la Convención de 1878, fui el pri-mero que me arrojé a la arena periodística, conde-nando en “El Espectador” todas las arbitrarieda-des del traidor Veintemilla, a pensar de los nuevos empleos con que éste quería atraerme a los suyos; falso patriota, porque eludiendo el ostracismo, vol-ví a mi Patria a recomenzar mi tarea de atacar la tiranía; falso patriota, en fin, porque desde enton-ces hasta 1882 no dejé pasar ocasión de lanzar mis

dardos contra el Dictador y sus cómplices a trueco de un injusto e incalificable destierro a las playas de América Central”.

El 9 de julio las fuerzas de la Restaura-

ción se tomaban Guayaquil. Posteriormente, el 10 de septiembre de aquel año, una Convención elige Presidente Interino de la República al Dr. Plácido Caamaño Cornejo.

Con ocasión del centenario del natalicio

del Libertador Simón Bolívar, la ciudad cuna de patriotas y hombres de letras, plasma el homena-je al paladín de la libertad americana, luego de la ceremonia religiosa, los concurrentes se trasladan a la plaza central, e intervinieron varios oradores. Seguidamente, dos autoridades locales, una de ellas el intelectual liberal que se desempeñaba como rector del establecimiento educativo de la ciudad, tomaron con sus manos el retrato del liber-tador y al compás del himno nacional, encaminar-se al plantel, para continuar el homenaje. Un cro-nista, El Centenario de Bolívar en Ambato, julio 1883. En Ambato, homenaje al Libertador

Luego de la ceremonia religiosa en la que se había pronunciado un sonado “panegírico del hé-roe” a modo de sermón, la concurrencia se trasladó a la columna conmemorativa que se había levantado para la ocasión en la plaza central, en donde se pre-sentaron varias intervenciones oratorias. Seguida-mente, dos autoridades locales, una de ellas era un intelectual liberal que se desempeñaba como rector del principal establecimiento educativo público de la ciudad, tomaron con sus manos el retrato del li-bertador y se dirigieron en procesión solemne hacia el salón del colegio, al compás del himno nacional, en donde continuaría el homenaje en la noche.

En la ciudad, hubo una serie de declama-

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ciones poéticas y discursos alusivos a la fecha, pre-parados por profesores y alumnos de las escuelas y colegios secundarios de la ciudad. Una de las presentaciones más aclamadas fue la del profesor Celiano Monge, un intelectual liberal quien años más tarde fue secretario personal del General Eloy Alfaro y luego un activo miembro de la Acade-mia Nacional de Historia. Aunque no he podido encontrar el contenido de la alocución de Monge, si en cambio hay un registro del discurso que dio Juan Benigno Vela, rector del colegio secundario en donde se desarrolló la velada de la conmemora-ción bolivariana en Ambato.

Homenaje al Patrono del Colegio Bolívar 1883 El Dr. Vela un notable educador que tam-

bién milita en el liberalismo, su discurso en home-naje al Libertador Simón Bolívar, revela la manera en que se fue construyendo la prosa patriótico-cí-vica desde ese ángulo político, así se dirigió al con-glomerado presente en la plaza:

Conciudadanos:“Este es el día más solemne para la Amé-

rica: cánticos de gloria resuenan por todas partes; todos los corazones palpitan a impulso de un mis-mo sentimiento; y todos los pueblos se levantan y todos corren en tropel al altar de la Patria ento-nando himnos de gracias al Dios de las alturas y pronunciando un mismo nombre.

Lo oís? El ángel de la fama recorre presu-roso desde el Orinoco hasta el Potosí anunciando a la virgen América la fecha gloriosa en que, hace un siglo, nació el héroe de los héroes; y su nombre lo repiten el poeta en sus delirios sublimes y el sa-bio y el filósofo en sus más bellas concepciones; repítenlo los vientos, murmúranlo los ríos, y las olas bramadoras del océano lo saludan, y los bos-ques y collados y el Sorata y el Chimborazo lo pro-

claman por doquier el mismo nombre, y en todas partes una voz que lo pronuncia y mil ecos que se encargan de trasmitirlo, y las ondas sonoras que lo arrebatan hasta apagarse en los azulados cielos del espacio.

Simón Bolívar! Eh ahí, ese nombre; nom-bre augusto y venerado, emblema de la paz y de la guerra, de la civilización y el progreso, de liber-tad y de luz, lazo misterioso que une con cadenas de oro el pasado con el futuro y las gene raciones del siglo XIX con las generaciones de los siglos que vendrán: Simón Bolívar, fruto de bendición, secreto emisario de la providencia, enviado como otro Moisés para rescatar a todo un mundo de la esclavitud e ignorancia en que gemía, para animar-lo con poderoso aliento y para empujarlo a la vida de libertad, de esperanzas y de porvenir: Simón Bolívar, nombre augusto y venerado, perenne ma-nantial de las más generosas inspiraciones, astro radiante que vivirá perpetuamente suspendido en el cielo de la joven América, presidiendo sus desti-nos y derramando sus benéficos rayos para fecun-dar el suelo de la libertad.

Oh, señores; ¿quién al pronunciar el nombre de Bolívar no siente henchido su cora-zón de los más tiernos y dulces afectos de amor, de reconocimiento y de admiración? ¿quién no se siente arrebatado y conmovido al escuchar la relación de su historia tan grande por su pro-pia grandeza, por sus triunfos y reveses, por sus glorias y sacrificios, por sus esperanzas y desencantos, por sus martirios y penalidades y hasta por sus propias dudas, por sus temores y fluctuaciones?¿quién es aquel que no lanza un grito de colérica indignación al recordar la in-gratitud con que la gran Colombia pagó a su Padre y Libertador arrojándole de su propio suelo, cargándole con la pesadumbre de tantas calumnias y maldiciones y obligándole a espirar,

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mísero y errante peregrino, en una solitaria playa del Atlántico? Ah!, señores; la virtud y el genio siempre fueron perseguidos en el mundo; recordad que Arístides y Foción, Camilo y los Gracos paga-ron con la muerte o el destierro sus sacrificios por la libertad y su ardiente amor a la justicia y a la Patria; y Colombia fué ingrata con quien la había hecho grande, libre, rica y feliz. Pero no, señores, no fué Colombia; fueron los ambiciosos y tiranos a quienes eclipsaban las glorias del grande hombre; no fué Colombia, porque Bolívar y Colombia, ha dicho un ilustre ecuatoriano, eran dos entidades que aparecieron y desaparecieron en un mismo instante, brillaron y se eclipsaron en un mismo día; como si Colombia no pudiese subsistir sin el brazo omnipotente que la sostenía, como si Bolívar no pudiese sobrevivir á la desmembración de la gran República. No fué Colombia, porque su historia era la historia de Bolívar, porque sus glorias eran las mismas, porque su destino era el mismo.

Más no es éste, señores el día de las acusa-ciones históricas, es el día de la apoteosis del gran libertador; guardemos silencio ante esas tumbas de un ingrato pasado, no levantemos el espeso su-dario que las cubre, y esperemos que la posteridad juzgue mejor a los hombres y los hechos: volvamos a Bolívar que es nuestro Padre y Libertador, y este su día magno; entonemos cánticos de regocijo a su memoria y tributémosle en el altar de la patria el homenaje de nuestra más profunda gratitud y ad-miración.

¡Oh Bolívar¡ Tu historia es la Ilíada ame-ricana, epopeya grandiosa y sublime en que nada falta más que un Homero que la cante: allí los acontecimientos más portentosos; allí lo grande, lo heroico, lo trágico, lo que arrebata y conmueve, lo que asombra y admira; allí los grandes sacrificios, los grandes pensamientos y los grandes hombres; y allí tu sobre todos, genio omnipotente, persi-

guiendo tu hermoso ideal y realizándolo en todo su conjunto é inclinando luego tu cabeza, cargada de glorias é infortunios, ante el rudo destino que te sorprendió en una desierta orilla; bien así como el coloso de Europa, cargado con el peso de tantos laureles y desengaños, exhaló su postrer aliento en-cadenado, cual nuevo Prometeo, al solitario peñón de Santa Elena. Cante la poesía tus alabanzas, oh, gran Bolívar; a nosotros nos basta tu nombre, sí; porque tu nombre es luz y progreso, amor de patria y de gloria, símbolo de libertad y esperanza; nos basta tu nombre, porque la América vivirá siempre de su recuerdo, porque tu nombre es la síntesis de todas las virtudes, porque tu nombre pertenecerá a todas las edades. Tu nombre basta: el tiempo lo trasmite del mundo de Colón para su gloria; resplandeciente sol de nuestra historia, eco que donde quiera se repite.”

El escritor tungurahuense Darío Gueva-

ra, razona la relación de dos caballeros políticos ambateños e imprime: “Hasta el comienzo de la hegemonía restauradora, la amistad entre Juan León Mera y Juan Benigno Vela no ha sufrido al-teración por sus opuestas posiciones doctrinarias; más, cuando el segundo Juan adopta su definida campaña de soldado de “El Combate”, en defensa de la causa liberal radical, el primero lo impugna desde las columnas de los periódicos conserva-dores.

El Dr. Vela, antes de embarcarse en la polémica obligada, un amigo se dirige epistolar-mente: “Nunca paró mi atención cuando la pren-sa se ocupa solamente de mi pobre personalidad; pues, conocido como soy en todos nuestros pue-blos por la firmeza de mi carácter, jamás caigo en la cuenta de que la injusticia me torne por blanco para herirme y denostarme; me defiendo con el

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desprecio y olvido hoy las injurias de ayer. Mas cuando se trata del partido liberal, de ese partido que, desafiando todo peligro, avanza todos los días en la conquista de sus generosas aspiraciones, soy intransigente, busco el sacrificio y el martirio, lu-cho por él como me lo permiten mis fuerzas, y me creo feliz cuando mis adversarios me toman por su víctima a causa de mis ideas esencialmente li-berales. Oh, cuán dichoso me considerara si para el triunfo de la democracia en el Ecuador fuese necesario derramar la última gota de mi sangre…”

Es algo curioso: los ataques de la prensa

conservadora de Quito contra Vela, son casi los mismos que Juan León Mera consigna después en sus cartas abiertas dirigidas al Redactor de “El Combate”. Al respecto, refiriéndose a los autores de esa prensa, el aludido dice en carta a un amigo: “Apenas nosotros lanzamos un rayo de luz al pueblo ignorante, allá se van ellos con-que los radicales de Londres, los comunistas de Francia y los nihilistas de Rusia están hablando por nuestra boca aconsejándonos la negación de Dios y la demolición de los templos. Pedi-mos una reforma, la supresión de un impuesto, de la pena capital u otra cosa: bandidos, here-jes, ateos, socialistas, ladrones; denunciamos un abuso, exigimos garantías, atacamos los vicios: mueran los rojos, abajo los malvados, viva Tapa-relli, viva la santa escuela de Cristo, viva nues-tro amo García Moreno: a la horca los liberales; pueblos desollad a los radicales como a San Bar-tolomé…”

Pero volvamos los ojos al Ciego Vela que

se aproxima a encararse con su paisano y amigo don Juan León Mera, cuyo arraigado conserva-dorismo y su fervorosa catolicidad colindan, en cierto modo, con la violencia intolerante.

El ilustre escritor de Atocha, al principio repara en la amistad que le liga a su paisano: más por aquello que ambos lo admiten las personas valen poco y mucho las doctrinas de sus parti-dos, en los números 22 y 23 de “La República” de Quito, Mera condena las ideas políticas que su to-cayo las difunde, sin escrúpulos, en las columnas de “El Combate”. El doctor Vela le contesta en los números 30, 31, 32 y 33 de su periódico, bajo el título de “Cartas liberales”, contrarrestando a su contendor parte por parte, en el tono hiriente de la polémica. Entre tantas cosas le dice: “Cree Ud. que la libertad y el orden no vienen del libe-ralismo? Pues entonces ¿de dónde vienen, si Ud. es servido? ¿Vienen del conservadorismo? No¡ porque el conservadorismo, de la manera que Ud. lo entienden y practican, consiste en vivir como vivieron los pueblos de la Edad Media: nada de adelanto, nada de progreso, nada de perfecciona-miento intelectual; el statu quo, el aniquilamiento de la inteligencia, el sueño perpetuo de la con-ciencia humana; he ahí el credo político y social de los conservadores”.

En su réplica se afirma como cristiano

y hasta expresa que es católico, como exige su presente histórico nacional; pero impugna al fa-natismo y le acusa al contrincante de que “quiere ser infalible en política”; le habla de la bondad del cristianismo puro, de las sublimes enseñanzas de Jesús en el Evangelio, de las epístolas de San Pablo, de la persecución que ejercitaron, papas, cardenales y obispos contra Copérnico y Galileo; en fin, para su cometido, vibra todos los resortes que sacan a luz cuando él juzga reparable por la fuerza de la civilización y la democracia.

Concretándose a la actuación política de

los conservadores, particularmente lo recrimina a

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su contendor y lo increpa en una pregunta: -¿Por qué Ud. no hizo frente a la Dictadura de Veintemi-lla? Luego, aproximándose más al personalismo, agrega: “Siendo Ud. Gobernador ¿qué hizo para ilustrar al pueblo? ¿Formó alguna sociedad lite-raria? ¿Pisó alguna vez el colegio y las escuelas? ¿Hizo algo para el mejoramiento de la provincia?”

La indignación de Mera sale ahora a flote.

Juzga que las líneas de un artículo periodístico o una carta son muy estrechas para lo que tiene que decir, y escribe un opúsculo que casi es un libro: “Varios asuntos graves. Otra Carta al Dr., D. Juan Benigno Vela”. Firma en Atocha el mismo año y lo publica a comienzos del siguiente.

La polémica entre Vela y Mera alcanzar repercusiones políticas, el primado eclesiástico doctor José Ignacio Ordóñez condena las opinio-nes políticas del Dr. Vela en “El Combate” a pro-pósito de las cartas de Mera. Es, precisamente, el Arzobispo de Quito, en unos años más condenará con pena de excomunión la lectura de los “Siete Tratados” de Juan Montalvo, quien frenéticamente escribiría la “Mercurial Eclesiástica”.

Sus términos, como el caso lo exige, son duros, quizás ajenos a su común manera de ser. Allí la ironía mordaz y la sátira burlesca; allí la condenación sarcástica del liberalismo de Vela; allí el adjetivo hiriente y la batida erudita, tal vez sofística, para concluir que su contrario es nada versado en el conocimiento de las sagradas escri-turas o de los artículos de la fé.

De aquí para adelante no cesa la lucha de los dos Juanes: el León asegurado de su talento y garra conservadora, y el Benigno blandiendo la lanza paradojal de su nombre en la campaña más viril que ha sostenido el liberalismo ecuatoriano. Así son y así serán estos dos temibles contendores: Don Juan León y Don Juan Benigno. De sus dos

apellidos no digamos nada…

Varias son las publicaciones que aparecen contra el Ciego Vela, entre ellas en 1883 encontra-mos: Por “Unos Católicos “de Quito y por el pres-bítero Fidel Banderas, cura de Quero, “Don Juan B. Vela condenado por el mismo” y Carta al Doctor Don Juan Benigno Vela”.

Tras el derrocamiento se establecieron tres

gobiernos seccionales Eloy Alfaro en Manabí y Es-meraldas, Pedro Carbo en Guayaquil y el Pentavira-to en Quito; el 10 de agosto de ese año se llamó a elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente. La Décima Carta Política del Ecuador, es proclama-da el 13 de febrero de 1884, la Nueva Carta Magna planteaba un Ecuador unitario y centralista en estas condiciones empezó gobernar al Ecuador, el período de cuatro años.

En el mes de marzo, una Hoja suelta en al-cance al periódico El Combate, circula en la ciudad de Ambato, su público malestar en estos términos: Denuncia

“Como ciudadano, como hijo de Ambato, tengo el derecho para levantar mi voz y denunciar al público uno de esos abusos tanto más escandaloso, cuanto que ha sucedido a ciencia y paciencia de las autoridades locales, sin que ninguna de ellas hubiese puesto la mano a fin de reprimirlo.

Con motivo de que el Sor. Arzobispo de Qui-to, trataba de plantear un colegio Eclesiástico esta ciu-dad, volviendo así por la civilización y mejoramiento de esta desheredada comarca; no han faltado personas egoístas que hubiesen puesto mil inconvenientes a tan laudable objeto, informando al Iltre. Prelado que sería mejor que aquel establecimiento fuese construido en el pueblo de Atocha, aldea miserable sin recursos, sin ha-bitantes, aislada y separada de Ambato por espacio de

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media legua; inconvenientes todos demasiado po-derosos para que se moralizador plantel no pudiera jamás realizar los altos fines que tiene en mira Sor. Arzobispo.

Pues bien; tocada la intención del Prelado Diocesano por apasionados informes, tenemos que Don Modesto Egüez Escalante, Sor. feudal de Ato-cha el instrumento de intereses especiales, ha tenido la filantrópica idea de regalar por escritura pública la plazuela de ese pueblo para que en ella se levante el edificio, y además, una de sus dos iglesias. Este es el abuso: si Egüez Escalante fue algún día dueño de los terrenos que ocupa hoy el pueblo de Atocha, hace veinte años que pasaron al dominio público; y ningún derecho le queda ya a ese buen señor, puesto que se despojó voluntariamente del dominio que allí tuviera; más, dichos terrenos nunca fueron de su pro-piedad y esto es lo evidente, ¿con qué facultad se nos viene Don Modesto disponiendo de bienes Naciona-les de que nadie puede disponer? Abuso raro que sólo puede acaecer entre nosotros que todo lo aguantamos y que todo callamos.

Pero ya es tiempo de que el Gobernador de la provincia, el jefe político del cantón y la Iltre. Municipalidad impidan enérgicamente desafuero tan escandaloso; a ellos me dirijo con la seguridad de que no serán sordos a la justa indignación que ha causado en todo el vecindario ese ultraje a las leyes, a la moral y al procomún.

El artículo 588 del código civil, ordena que para disponer de las calles, plazas, etc.etc., es nece-sario el permiso de la autoridad competente, y yo no sé si la Convención Nacional haya permitido a Egüez Escalante la facultad de disponer de la plaza, calles e Iglesia de Atocha.

Ambato, Marzo 29 de 1884; Juan B. Vela Imprenta de Salvador R. Porras

El Dr. Vela, escribió contra los diputados reunidos en la Constituyente, que discute, aprue-ba y expide la Ley Orgánica del Poder Judicial, la misma que prescribe una serie de cortapisas que categóricamente le inhabilitan para el ejercicio de su profesión de abogado.

En los incisos 1º y 3º del artículo 2º, se de-termina que no podrán ser Jueces de las Cortes de Justicia los ciegos y los sordos, y Vela es ambas co-sas, lo que hace entender que la Ley es casi exclusi-vamente con dedicatoria para él.

Por el artículo 7º “los jueces son ordinarios, especiales, y árbitros” y Vela no puede ser ni de estos últimos, o sea de los nombrados “por las partes para decidir una controversia”. Y vino la enérgica protes-ta por ese atropello, que le privara del sustento de su familia.

Este, en uso de sus legítimos derechos, diri-gió una comunicación al Presidente Caamaño en el sentido de que apoyase un nuevo decreto de la pro-pia Convención que, a solicitud de amigos del doc-tor Vela, se había presentado, anulando el anterior. Caamaño, en carta de Mayo 3 de 1884, le dice lo que sigue:

“Señor doctor Benigno Vela. Ambato. Muy señor mío: Me escribió Ud. en días pasados, indi-cándome que apoyase el decreto de la Convención, dando a Ud. derecho para ejercer su profesión, a pe-sar de su inconveniente físico.

Ya sabrá Ud. que la Convención no hizo a Ud. esta gracia: y sobre tal particular nada he podi-do hacer.

Pero como Ud. ha sido siempre escritor pú-blico, tal vez le convendría establecer en Ambato algún periódico; y para este caso, ofrezco a Ud. mi apoyo, si Ud. lo juzga necesario, u oportuno por lo menos. Desearía su contestación.

De Ud. Atto. S. S. J. M. P. Caamaño”.

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Rechazó el doctor Vela el ofrecimiento de Caamaño. Este Magistrado dirigióle el 16 de mayo del mismo año, una nueva comunicación, concebi-da en términos que pudieran hacer inclinar al doc-tor Vela a trasladarse a Quito y ponerse al servicio del Gobierno. Estudio biográfico del Sr. Dr. Dn. Juan Benigno Vela. José Adolfo Vela.

Vuelve El Combate“Luchando con todo género de dificul-

tades y más con la polvareda que levantaron los intransigentes y fanáticos contra nuestra hoja pe-riodística, conseguimos en el año pasado hacer llegar su publicación hasta el número 50, cosa que para muchos fue algo más que difícil y poco pro- bable para nosotros mismos. Allí la suspendimos, nuestro silencio obedeció a motivos de diversa ín-dole que no estaba en nuestra voluntad superarlos; y muy ligeros anduvieron los que pensaron que influyó en nuestro ánimo el temor de las censu-ras que se lanzaron contra “El Combate”, censu-ras que hoy en día han venido a ser ineficaces por el abuso que se hace de ellas, y menos ha podido atribuirse a falta de aliento de nuestra parte, pues que, acostumbrados como estamos a luchar con-tra ese torbellino de pasiones que siempre nos ha salido al frente pretendiendo hacernos retroceder, ningún caso hacemos de los obstáculos que nues-tros enemigos amontonan en el camino que reco-rremos. Nuestra lucha es noble y desinteresada, si ella es desigual, más gloria para nosotros, perse-guimos un ideal, el triunfo de las ideas liberales, es nuestro objetivo; lucharemos sin descanso; verdad y justicia, franqueza y patriotismo, han sido y se-rán siempre nuestra única divisa; y si por nuestra constancia, por nuestro sincero amor a la libertad nos viene el martirio y el sacrificio, los aceptamos con toda la sinceridad del alma que se cree inocen-te, del hombre que no busca empleos ni honores

sino la satisfacción del cumplimiento de un deber. Vivir es combatir… sea el rango y categoría de és-tos; defenderemos siempre la verdad y la justicia y levantaremos nuestra voz cuando veamos a que-brantada la Constitución y las leyes. Los actos de la Convención nacional de 83 y 84 serán asimismo objeto de nuestras apreciaciones; porque si tuvi-mos derecho para esperar mucho de bueno de ese cuerpo deliberante, tenemos también derecho para juzgarle con severidad por lo mucho malo que hizo dejándose llevar por el espíritu de partido y por una intolerancia política incalificable; las intran-sigencias no engendran más que intransigencias; y ya veremos más tarde como la tolerancia de la mayoría conservadora ofrece en la parte práctica serias contradicciones para el porvenir.

Declaramos una vez por todas que nuestro nombre responde por todos los escritos que apa-rezcan en “El Combate”; y encargamos a nuestros amigos y a cuantos nos salgan la honra de enviar-nos sus colaboraciones y remitidos, no para pongan sus firmas de responsabilidad en los manuscritos, sino en cartas separadas que se nos enderezaran directamente; de este modo habrá mayor secreto, y ni aún los cajistas tendrán conocimiento de quiénes sean los autores de los manuscritos que escriben.

“El Combate” saldrá cada semana, y se venderá por números sueltos en las agencias res-pectivas; y no se admiren suscripciones, porque no queremos contraer ningún compromiso con el público; pues podrá ocurrir que alguna vez sus-pendamos la publicación por otras ocupaciones de más peso para nosotros. Ambato, mayo 30 de 1884. Juan Benigno Vela”

De todos modos se mantuvo en la lucha política y doctrinaria. Los conservadores de Quito le endilgaron varios folletos de los que se conocen

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el firmado por “Unos católicos” y el del Presbíte-ro Fidel Banderas, Cura de Quero. Su amigo Juan León Mera también le refutaba desde “El Repu-blicano” y polemizaron agriándose los ánimos. En 1.884, Mera dio a la Luz el folleto “Varios asuntos graves. En otra carta al Dr. Juan Benigno Vela”, expresó su grosería.

El arzobispo Ordóñez también le atacó

censurando sus opiniones y en una Carta Pastoral le exigió una retractación pública, que el Dr. Vela supo escribir tan sutilmente en los términos que transcri-tos en las siguientes líneas, a continuación, que ter-minó la discusión sin dar su brazo a torcer. Expone:

“Ilustrísimo Señor Arzobispo: He oído leer vuestra carta pastoral dirigida al clero y fieles de esta Diócesis, en la que, después de manifestarles el deber en que estáis de conservar incólume el sa-grado depósito de la verdad que os ha confiado la Iglesia, concluís por condenar y prohibir el N° 32 de “El Combate”; porque en vuestro ilustrado con-cepto habéis juzgado que los cánones del concilio vaticano, reunido en 1870, han sido atacados por mí, que soy el redactor de aquella humilde hoja; razón por la cual me pedís una retractación en forma, ase-gurando que si no lo hago, me serán negados los auxilios de la religión.

Permitidme, Hmo, señor, deciros, con todo el respeto que os debo, que son tan claros y precisos los conceptos que emití en ese número de “El Combate” en lo que respecto a los dos cánones de aquel concilio, que sólo el exceso de celo en el cumplimiento de vuestro ministerio pastoral, ha sido talvez la causa que os ha determinado a adop-tar una medida tan severa como ajena a la lenidad que es propia de un pastor y Padre espiritual; pues de otra suerte, ni vos mismo, señor, encontraríais la más leve oscuridad en sus expresiones, si os dig-náis leerlas con la debida atención.

En efecto, mis palabras al señor Mera son éstas: “pero aquí tiene usted dos de los cánones del concilio vaticano que no son paparruchas sino definiciones dogmáticas y cuyo sentido no pueden mi inteligencia y escaso meollo concordarlo con las verdades reveladas por las ciencias naturales y con las leyes eternas e invariables que rigen el sistema de los mundos”. A nadie, mucho menos a vos, puede ocurrírsele que confesando allí que los dos cánones citados son definiciones dogmáticas, quiera al propio tiempo atacarlos de alguna mane-ra; pues que en aquellas frases no he afirmado ni negado su bondad o justicia; me limité a citarlos asegurando tácitamente que su sentido liberal me parecía contrario a las verdades científicas.

Vos no ignoráis, limo. Arzobispo, que los descubrimientos geológicos hacen montar la edad de nuestro planeta a millares de siglos cuyo origen se pierde en las tinieblas de los tiempos; y que últi-mamente un sabio geólogo, analizando un segmen-to extraído del fondo de una de las deltas del Nilo, quiere dar a la tierra una edad fabulosa; siendo así que la Iglesia ateniéndose al Génesis mosaico, ape-nas le da la de cuatro mil años. Pues esta contra-dicción real o aparente entre la ciencia y la Biblia, es la causa de que yo, como cualquiera otro que piense sobre el asunto, me hubiese reducido a decir al señor Mera que el sentido de que esos cánones es muy oscuro para mi inteligencia; mas esto no es, señor, negar la verdad que ellos tengan, ni ata-carlos ni rechazarlos; es un juicio puro y simple del que no puede deducirse ninguna consecuencia, a no ser la de mi débil razón se anda en vano que-riendo concordar principios tan encontrados, cosa en la que piensan todos los días los historiadores y los hombres de ciencia. Pero ni aun así tendríais, señor, fundada justicia para censurarme creyendo que la libertad con que pienso se dirige a impugnar las doctrinas sancionadas por el último concilio.

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Según la doctrina revelada sabemos que la creación del mundo se verificó en seis días; que la tierra es llana y centro del universo; que el sol gira en un movimiento de traslación alrededor de nues-tro globo; que las estrellas no son más que un ador-no para que el hombre lo contemple, y que sólo tiene por objeto separar el día de la noche y mar-car las estaciones. La ciencia, desde Copérnico, ha cambiado los anteriores sistemas; por ella sabemos que la tierra en su principio fue un globo de fuego; que después, por enfriamiento fueron cayendo’ las masas de vapores que la rodeaban, en lluvias, y solidificando cada vez más su superficie y refres-cando su atmósfera desarrollaron la vida orgáni-ca; que los gases de la materia incandescente, del fuego central reducido, rompieron la superficie en grietas para escaparse, y calcinaron las rocas y ele-varon las montañas, y abrieron los ríos, y elabo-raron las profundidades de los mares... etc. , etc.; que para ofrecer condiciones de habitabilidad al hombre, debió transcurrir por lo menos un período de trescientos mil años. La ciencia demuestra que la tierra es redonda; que el mundo que habitamos es una molécula imperceptible y despreciable en los espacios infinitos; que el sol es un millón y cuatrocientas mil veces mayor que la tierra; que la atracción mutua que ejercen entre sí los astros se encuentran en razón directa de su masa, y por consecuencia, que la tierra gira alrededor del sol; que las estrellas son otros tantos soles y mundos, donde existe la vida; que esas cinco mil manchas de nebulosas que con el nombre de Vía Láctea di-viden el cielo, son otras tantas miríadas de mundos en formación, etc., etc.

Ahora bien; si estos principios de la cien-cia son ya axiomas que nadie los pone en duda, si la misma Iglesia los reconoce, en su mayor parte, como hechos evidentes ¿qué razón hay, Ilmo. se-ñor, para que no tratemos de ellos con entera liber-

tad manifestando la oposición que existe entre el Génesis y la ciencia, cuando con esto no atacamos ningún dogma, y antes sí declaramos que para al-gunos sabios no hay contradicción sino armonía? Los cánones citados al señor Mera, no han sido por otra parte objeto de ninguna investigación en mis escritos; indicarlos solamente con el propósito de que dicho señor Mera vea más palmariamente que había existido alguna contradicción entre las verdades aceptadas por la Iglesia y las verdades aceptadas por la ciencia; no es, Ilmo. Arzobispo, atacar esos mismos cánones, ni oponernos a su au-tenticidad, ni afirmar ni negar la facultad que tuvo el concilio Vaticano para elevarlos a la categoría de dogmas; no. es, por último, romper la fe para quedarse a la sola razón. Si no discutimos, si no to-mamos la ciencia para comprobar nuestros asertos, respetando las doctrinas de la Iglesia ¿de qué ma-nera, señor, habíamos de contestar a un adversario que, encerrándose en su odio y egoísmo, allí nos sale al frente tratándonos de malvados y herejes y radicales e ignorantes?

Pudierais decirme que al citar aquellos cánones, hubo intención de mi parte de impugnar su tenor literal para sostener el principio de que el clero había hecho sombra al progreso, como que éste era el tema de uno de mis escritos al señor Mera. Bien podíais, limo, señor, suponer esta in-tención; pero ¿con qué derecho se me censurarían los íntimos secretos de mi alma? ¿por qué impedir que mi pensamiento investigue estas cuestiones, si de ello ningún daño resulta contra las verdades re-veladas? Nadie, señor, tiene facultad de juzgar las intenciones; y cuando vos me las habéis censurado, sin duda que, vuelvo a repetir, os dejasteis arrebatar por un exceso de celo, dando voluntariamente mar-gen para que ciertos enemigos míos propalen con-tra mí los más torpes absurdos y para que la gente sencilla, que no ha podido comprender el sentido

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de vuestra carta pastoral, crea buenamente que me habéis lanzado los rayos de la excomunión.

Por la sincera explicación que acabo de haceros, veréis, señor Arzobispo, que no tengo de qué retractarme, una vez que no es cierto que hubiese atacado los cánones mencionados; y que lejos de compelerme a una retractación, vos limo, señor, haríais un acto de justicia haciendo saber a vuestros fieles mi franca exposición.

Aceptad, señor, las consideraciones con-que soy, vuestro respetuoso S. S.- J. B. V.”

En 1884 en Quito, el presidente Francisco

J. Salazar, redacta la décima Constitución y a más de nombrar Presidente de la República a José María Plácido Caamaño, estableció el carácter gratuito y obligatorio de la enseñanza primaria, y remitió a los fondos públicos para la financiación de esa en-señanza y de la de artes y oficios. Pero la Conven-ción Nacional que aprobó el texto constitucional de 1884, que atrajo la crítica de algunos liberales, como Juan Benigno Vela, que le reprochaban su timidez para extender la instrucción universal a la mujer, como si eso equivaliera a “implantar en el Ecuador doctrinas revolucionarias y anticatólicas luego de la dictadura de Ignacio Veintemilla. Se eliminó la pena de muerte para delitos comunes.

En mayo de aquel año, el Presidente José

María Plácido Caamaño, promete apoyo económi-co al Dr. Juan Benigno Vela, para establecer un pe-riódico en Ambato. La contestación fue inmediata y muy educada:

“Ambato, Junio de 1884. Sr. Dr. Dn. José María Plácido Caamaño. Excelentísimo Señor: Tengo la honra de contestar la estimable carta que V. E. se ha servido enderezarme con fecha 30 de Mayo último diciéndome que, una vez que la

Convención Nacional me negó la gracia de poder ejercer mi profesión, no obstante mi ceguera sería bien que yo fundase un periódico en esta ciudad, contando para ello con el apoyo directivo de V. E.

Cierto, Excmo. Señor, que la Asamblea Constituyente me había negado, sin discusión al-guna, aquella gracia que yo la estimaba muy justa por varios respectos; mas es cierto también que esta desgracia, como todas las que me sobrevie-nen, la he recibido, señor, con toda la resignación de mi alma; porque si la Convención ha castigado a mis inocentes hijos por desafecto a mi persona, tengo a Dios que ve el fondo de mi corazón y me bendice enviándome sus mercedes todos los días.

Cuanto a la indicación de V. E. me hace de establecer un periódico en Ambato, debo decir a V. E. con la ingenuidad de que soy capaz, que no puedo aceptarla, porque mi carácter independiente rechaza toda idea de dependencia; y desde el mo-mento en que yo escribiera por el apoyo del primer magistrado de la República, me creería obligado a cercenar la libertad de mi pensamiento y a repri-mir los arranques de mi corazón; y esto por más que V. E. no me impone en su carta ninguna condi-ción sobre la índole y género de mis escritos; antes bien comprendo en ello cierta noble delicadeza de parte de V. E.

Desde niño he militado, señor, en las fi-las del partido liberal; y sin hacer un enorme sa-crificio de mis íntimas convicciones, no podría ahora contener mi indignación por la vuelta al poder de los mismos que sostuvieron con todas sus fuerzas la tiránica opresión de los gobiernos pasados. Por esto prefiero, E. S., mi pobreza y mala fortuna, antes que traicionar con mi silen-cio e indiferencia los principios y doctrinas que profeso.

Mientras mayores sean la altura y rango de los hombres a quienes uno se dirige, mayores

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deben ser la franqueza y sinceridad que han de em-plearse con ellos; y de aquí este mi lenguaje franco y leal para con V. E.; pues no debo en ningún caso ocultar mis sentimientos, y menos a V. E. que no me conoce sino de nombre.

Agradeciendo, pues, a V. E. por el servicio que ha tratado de hacerme, tengo a mucha honra suscribirme de V. E. su muy respetuoso y obedien-te S. S. Juan Benigno Vela”.

Una vez más el Dr. Vela, con ánimo sere-

no responde al Jefe de Estado, reafirmándose en sus declaraciones: Contestación de carta interesan-te, “Ambato, junio 18 de 1884.Excelentísimo señor doctor José María P. Caamaño. Quito.- Señor: Yo creo muy bien que cuando V. E. escribió la primera carta el 30 de mayo, no tuvo ciertamente, el ánimo de inclinar mis ideas de escritor hacia fines deter-minados, que fueron los móviles que V. E. Me in-dica en su segunda carta los que le impulsaron a escribirme; y es por esto que en mi contestación anterior me expresé diciendo que comprendía cier-ta noble delicadeza de parte de V. E.

Más, si mi perjuicio no fue errado, debo al propio tiempo confesar a V. E. Que por genero-sas y elevadas que sean las minas de un gobierno, por patrióticos y desinteresados que sean los sen-timientos que le muevan a fomentar el desarrollo periodístico dando la prensa toda su libertad de acción; creo difícil, si ya no imposible, encontrar toda la independencia, toda la energía toda la gran-deza de carácter en un escritor pensionado por el tesoro nacional; el más difícil todavía comprender un gobierno que pague un periodista que necesa-riamente de ser opuesto a sus ideas y sus hombres. Desde el instante en que un escritor busca el apoyo del primer magistrado de una nación, acepta todas las consecuencias y se coloca en la triste condición de ver, de oír y callar, y entonces ya no tiene inde-

pendencia; o en la de justificar todos los errores e injusticias, y entonces viene a ser un miserable.

Éstas fueron, señor Presidente, las razones que tuve en cuenta para no aceptar el apoyo que V. E. Se sirvió ofrecerme; el carácter no puede ave-nirse con nada de lo que pudiera hacerle vacilar en el camino que vengo recorriendo al través de tantos inconvenientes, desengaños y sacrificios; no puede avenirse con nada de lo que pudiera esti-mularme a obrar en contradicción con mis ideas esencialmente liberales; y en este concepto vuelvo decir a V. E. Que me mantendré en el puesto que le plugo a mi suerte colocarme; sufriré la pobreza y aún la miseria, pero conservando firmes mis con-vicciones y sacrificando todo por la libertad que anhelo para mi patria para mis hijos; sí señor, para mis hijos a quienes no tengo otra cosa que dejarles que buen ejemplo de honradez política, de patrio-tismo sincero y firmeza de ideas.

Estoy con V. E. en que una oposición justa y da lejos de estorbar la acción administrativa sirve más bien de pauta a un gobernante para proceder con acierto tomando dócilmente los sabios conse-jos que se le dan la prensa; y así, felicito sincera-mente a V. E. por las generosas intenciones que me manifiesta en su carta de tener como programa de su gobierno la libertad de imprenta, dando la todo el ensanche posible y procurando remover los obstáculos que se oponen a su completa libertad de acción. Este es, E. S., el mejor modo de proceder el periodismo de fomentar el cultivo de las letras y de apoyar a los escritores que, como yo, no pide a los gobiernos más de luz para su inteligencia, luz para el pobre pueblo que vive en la penumbra: luz más luz, como pedía Goethe.

Pero temo molestar a V.E. alargándome demasiado, y termino mi contestación ofreciendo a V. E. mis respetos y consideraciones. Juan Be-nigno Vela”

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El Presidente le contesta, entre otras cosas le dice que su propósito expresado en la carta ante-rior fue procurarle ocupación “en las nobles tareas periodísticas”, para que se gane la vida de esa ma-nera. Y agrega: “No crea Ud. que yo tema, ni me desagrade la libertad de pensamiento, expresado por la prensa, cuando éste se funda en la razón y la justicia…

La oposición decente y razonada, es, por el contrario, útil y provechosa para un gobierno que, exento de las aberraciones de bandería y de personales odios, sólo aspira al engrandecimiento de la República y a verse ayudado en sus labores administrativas, de hombres competentes y por ende, capaces de desempeñar con acierto los car-gos que se les confiere…”

El ilustre ecuatoriano Dr. Vicente Roca-

fuerte, fallece en Lima en el año 1847, sus restos permanecen en la capital peruana, la repatriación de los restos mortales se cristaliza mediante De-creto de11 de agosto de 1884, llegando a Guayaquil 30 de septiembre, depositados en la Catedral de Guayaquil y posteriormente trasladados al Mauso-leo del Cementerio General de la ciudad.

Aquel acontecimiento nacional, motiva al Dr. Vela, y exterioriza su beneplácito mediante la siguiente alocución:

Las cenizas de Rocafuerte: “Después de treinta y siete años de olvi-

do, de olvido criminal e incalificable por parte de nuestros gobiernos, Guayaquil acaba de pagar una deuda de gratitud y reconocimiento al ilustre Ro-cafuerte, trasladando sus cenizas de la capital del Perú y depositándolas en el panteón de sus mayo-res. La pompa y magnificencia con que ese pueblo culto ha manifestado su respeto y admiración a la

memoria del más grande de los ecuatorianos, no han sido meramente locales; en ellas estaban re-presentados el Ecuador, la gloriosa Colombia de Bolívar, la América entera; porque el genio no tie-ne patria, pertenece a todos los pueblos, porque el genio de Rocafuerte fue continental, sus virtudes reflejaron en todas las antiguas colonias de España y sirvieron eficazmente a su emancipación de la metrópoli.

Rocafuerte, bien así como Miranda, como Bolívar, como todos los varones excelsos destinados providencialmente para grandiosos propósitos, se preparó desde muy joven a las luchas democráticas que presentía fortaleciendo su espíritu con el estudio, los viajes y el trato de los grandes hombres del vie-jo mundo; se empapó en las buenas doctrinas de la filosofía moderna y amó en la Francia de 1789 los principios salvadores de la humanidad que ella había proclamado. Soñó desde entonces con la generosa idea de ver libre a la gran patria americana del afren-toso tutelaje en que había permanecido por trescien-tos años y en las almas vehementes y apasionadas como la de Rocafuerte, una idea concebida es idea realizada, por difícil, por imposible que parezca, y la de libertar a la América, era de esas que demandan inauditos esfuerzos, luchas titánicas, valor, perseve-rancia, heroísmo y sacrificios de todo linaje.

Así, apoyando Rocafuerte de una mane-ra eficaz el primer grito de libertad lanzado por los patriotas de Quito en 1809, gritos cuyos ecos repercutieron en todo el Continente; sirviendo luego a la emancipación de México, alcanzando con su talento e irresistible palabra que la Gran Bretaña reconociera la autonomía de este nuevo Estado; y prestando, finalmente, su inapreciable cooperación a la santa causa de la libertad de la heroica Colombia; Rocafuerte vio realizados sus hermosos sueños, su fama se hizo continental y su gloria inmarcesible como una de las más puras

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de cuantos adalides se habían sacrificado por la libertad de los pueblos.

El Ecuador, especialmente, debe al escla-recido Rocafuerte un corto, pero luminoso período de existencia: murió, y las brumas se condensaron en nuestro horizonte y se puso el sol para esta in-fortunada patria ecuatoriana, cuya vida desde en-tonces hasta ahora no ha sido más que una vida galvánica sin voluntad, sin conciencia propia, sin rumbo conocido, sin porvenir, sujeta siempre al capricho de los tiranuelos que se han sucedido, ul-trajada, escarnecida, puesta en pública almoneda como vil mercancía.

Enemigo terrible de todo lo que no fuera esencialmente liberal, Rocafuerte dio en qué en-tender al insolente militarismo de Flores; y acor-dando con éste una transacción inicua en la apa-riencia, sacrificó su prestigio y su nombre por la salud del Estado; más la filosofía y los hechos han absuelto al grande hombre del cargo de traidor a su glorioso pasado; y por esto ha dicho el sabio Mon-talvo que Rocafuerte subió al solio presidencial maldecido de los pueblos, pero que descendió de tan elevado puesto cargado con las bendiciones de sus conciudadanos. Magistrado sin igual, tribuno ardiente e ilustrado, patriota abnegado, alma noble educada al calor de las ideas liberales, Rocafuerte fue el sostén de la República, el verdadero padre de la patria, el que puso en ella los primeros cimientos de la democracia, que más tarde o más temprano triunfará definitivamente sobre el poder levantado por la fuerza; pues nada hay tan poderoso que re-sista a la mágica voz del progreso del siglo”.

El 9 de Octubre saluda a Guayaquil en su fiesta clásica. El Dr. Vela, recuerda el valor de la epopeya, relacionándola hábilmente con el presente político:

El 9 de octubre a los guayaquileños

“Si las pequeñas fechas de nuestra historia, esas que no son para los ecuatorianos más que el recuerdo melancólico y sombrío de las sangrientas contiendas fratricidas que hemos sostenido para que caiga una tiranía y se levante otra inmediatamente; si estas pequeñas fechas, como el 45, el 83 y otras, nos vuelven locos de contento hasta parecer que con ellas hubiera venido la paz y ventura de la patria; el 10 de Agosto y el 9 de Octubre, debieran exaltamos sobremodo, llevando nuestro entusiasmo hasta el delirio, porque el recuerdo de estas gloriosas fechas es tan puro y hermoso como la misma santa causa que en ellas se proclamó, porque no fueron la voz de los partidos políticos que se disputaban el poder, ni el eco de las pasiones de bandería mezquinas y esté-riles en sus resultados, ellas importan la existencia de todo el continente americano, su manera de ser social y política, sus esperanzas y porvenir. El 10 de Agosto de 1809 fue el grito de un mundo esclavo que ansia-ba quebrantar el yugo ignominioso que les sujetaba; el 9 de Octubre de 1820, fue el grito titánico de un mundo joven que rompiendo con las tradiciones de su vergonzoso pasado, quería remontar su vuelo por las regiones de la libertad y conquistar para sí gloria, felicidad, progreso y porvenir; el 10 de Agosto fue el prólogo de la gran epopeya americana; el 9 de Octu-bre, la última y más brillante página del gran libro de Colombia: el 10 de Agosto representa lo sublime, lo terrible, lo heroico de una idea proclamada a la ven-tura: el 9 de Octubre representa el valor, el esfuerzo, la grandeza de un pueblo que quería ser libre y feliz: la una fue el rayo de luz que alumbró toda la América meridional; la otra dando la última mano a la libertad de la Gran Colombia, fue el rayo de luz que alumbró a Bolívar y Sucre enseñándoles Pichincha, Junín y Ayacucho: ambas fechas serán, por lo mismo, como dos vivísimas estrellas suspendidas en el

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azulado cielo de nuestra patria para iluminar el ca-mino que debemos recorrer en pos de la libertad y de todas sus múltiples manifestaciones.

Nada es más natural, nada más justo, pues, que olvidar esa estrepitosa algazara con que acostumbramos solemnizar esas fechas so-bremodo raquíticas, sobremodo vergonzosas que nada han traído a la República sino es llanto, rui-na, sangre, miseria, abatimiento en todo sentido, postración moral e intelectual, aniquilamiento de todas las fuerzas, esclavitud de la conciencia, fa-natismo y ambiciones cada vez más crecientes, cada vez más inmorales y deslayadas. Pero nada más justo, nada más natural también que recor-dar los grandes días de la patria, como el 10 de agosto, como el 9 de Octubre y festejarlos y so-lemnizarlos con todo el júbilo, con todo el amor, con todo el entusiasmo patriótico, que en los pe-chos generosos suele inspirar la memoria de los grandes hechos, de los grandes sacrificios, de las grandes acciones; júbilo y entusiasmo, mezclados de respeto y admiración a los héroes y mártires que en esas gloriosas fechas escribieron sus nom-bres en el código de la democracia americana. Festejar estos días con la pompa que sus recuer-dos merecen, enaltecerlos, glorificarlos, es propio de pueblos que tienen en mucho sus anales que son dignos de los sacrificios de sus antepasados; pueblos que no se conmueven, que no exaltan, que no se manifiestan locos y delirantes de placer en las grandes fechas de su historia, son pueblos esclavos, pueblos ignorantes.

Hoy que dictamos estas cuatro líneas impresionados gratamente con los recuerdos de los patrióticos esfuerzos de Olmedo, Roca, Ji-mena y otros nobles guayaquileños que en 1820 desafiaron el poder español y proclamaron la li-bertad de la hermosa Guayaquil; unimos nues-tro alborozo al de nuestros hermanos de la costa

y hacemos mil sinceros votos por la ventura de ese nobilísimo generoso pueblo, acreedor por todos los respetos al más alto grado de prosperi-dad y grandeza. En el glorioso 9 de Octubre ten-gan siempre los guayaquileños no sólo la fecha que les recuerde su emancipación política, sino también un luminoso ejemplo para ser siempre libres, para odiar siempre a los tiranos y para no olvidar que en ese día memorable se ostentó la bandera azul, símbolo de la democracia ameri-cana.

En el último tercio del año, desde Lima se trasladan a Guayaquil los restos del invic-to Rocafuerte y ahora halla tema para ponderar los hechos del ilustre muerto y la gran valía de las doctrinas liberales. Recuerda que Rocafuerte adquirió sus ideas de libertad y democracia libe-rales en las fuentes prometeicas de la revolución francesa y que como liberal labró el progreso na-cional durante su Presidencia de la República”

El gobierno, en cambio, encerrado en su

castillo conservador, pide a gritos paz, paz, paz, creyendo que los periodistas de la oposición son los gestores de las revoluciones armadas. Mas el Dr. Vela, carece del don de callar la farsa, le con-testa sin rodeos sobre las causas y los efectos:

Hablemos claro “Los espíritus candorosos que, dejándose se-

ducir por su buena fe y por lo que acontece en otros pueblos, han dado en la flor de predicarnos la paz a los ecuatorianos, parten del principio de que Chile y la República Argentina deben a ella la riqueza y prospe-ridad de que actualmente disfrutan.

Nadie, absolutamente nadie sería tan osado para negar que la paz es el mejor bien que los pueblos pueden apetecer, como único medio de conseguir la realización de sus gloriosos destinos; y nada sería

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más lógico y racional que los ecuatorianos la bus-cásemos con todo el fervor de nuestras conviccio-nes, dando de mano a estas sangrientas luchas fra-tricidas que van agotando todas las fuerzas vitales de la nación, encrudeciendo más nuestras pasiones y retardando indefinidamente el progreso de esta infortunada comarca. Pero, señores: la paz que no es otra cosa que el estado de reposo público, ha de fundarse en la libertad, en el ejercicio igual de to-dos los derechos, en el goce igual de las garantías, en la confianza mutua entre gobernantes y gober-nados; mas no en el reposo forzado que nace de la opresión, del servilismo, de los privilegios de unos cuantos, de la intolerancia, de la esclavitud del pensamiento, de la muerte de la conciencia; esta paz la tienen ciertamente los pueblos asiáticos del gran turco, los pueblos que viven hacen miles de años a las orillas del sagrado Ganges, los pueblos del celeste imperio, cuyo eterno reposo ha ido a turbar ahora el cañón de los franceses; paz de los sepulcros, paz que no podemos desearla los hijos del siglo diez y nueve.

No son las constituciones las que ela-boran la paz y el progreso en un pueblo, sino los hombres que lo gobiernan: la Gran Breta-ña no ti ene Constitución, y sin embargo es el pueblo más libre y próspero de la tierra, gracias a los hombres progresistas que diri-gen siempre sus destinos; Chile, no obstante su defectuosa Constitución, es el pueblo más rico y feliz de nuestro continente; porque los hombres que lo han regido han sido liberales, es decir progresistas en toda la extensión de la palabra; y por eso Chile ha tenido paz y ha prosperado bajo la sombra de la libertad. La República Argentina ha llegado a colocarse en una gran altura de poder y de gloría, no por la libérrima Constitución que la rige, más aún por los hombres que como Mitre, Avellaneda

y Roca han fundado la paz a fuerza de genio y virtudes cívicas, ensanchando las libertades públicas y haciendo efectivos los derechos de la democracia.

El Ecuador ha tenido constituciones más o menos liberales como la del 35, la del 61, la del 78 y la del 83; y con todo, ninguna de ellas ha con-seguido establecer la paz en nuestro suelo; porque los gobernantes han sido un Flores, un García Mo-reno, un Veintemilla: Flores, soldado oscuro y am-bicioso, indiferente a la suerte de un pueblo que no era suyo, buscó la aristocracia como palanca de su poder, dominó despóticamente por quince años y cayó dejando en la República heridas tan profun-das que el tiempo no ha conseguido cicatrizarlas; García Moreno, hombre fanático e intolerante, ro-deándose del aborrecido y desacreditado bando de aquél, declara la insuficiencia de las leyes, esparce el terror por todos los ámbitos de la república y la domina con el látigo y el cadalso por tres lustros; Veintemilla, soldado torpe y sin honor, sigue las pisadas de aquellos dos maestros suyos, proclama la dictadura y despedaza y aniquila la república. ¿Cómo hubiera sido posible la paz entre nosotros? ¿ni cómo lo será mientras permanezcan en el po-der los hombres del terror, los hombres que tanto nos oprimieron como Flores y García Moreno?

Es preciso convencernos de que la paz de las naciones no es sino la consecuencia lógica del ejercicio de la libertad en sus variadas y múl-tiples manifestaciones, y que no existiendo esta libertad en el Ecuador, la paz es imposible toda-vía. Cerrad los puertos de la república, imponed trabas al comercio de importación y exportación ¿qué destino daríais a los productos que os so-bren, y qué haríais para adquirir los artículos que os falten? Pues del propio modo, prohibid el co-mercio de las ideas; seguid imponiendo trabas a las dos fuentes de la vida, que son el pensamiento

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y la conciencia; matad la libertad de todos y con-vertidla sólo en provecho de irnos pocos; conver-tidle al clero en elemento de fuerza sujetándolo a vuestro poder, haced burla dé la soberanía popu-lar, del sufragio directo y de todas las garantías de la democracia; repartid todos los empleos de la nación como ahora lo habéis hecho, entre vuestros hermanos, parientes y amigos; conceded honores y granjerías al favor y no al mérito; perseguid al talento y a la virtud; armaos hasta los dientes para haceros invencibles y dominar largo tiempo; ha-cednos, finalmente, siervos ahogando en nosotros toda la libertad; y decidnos ¿cuándo llegaréis a fundar la paz en este pobre rincón del mundo?

Nosotros que no tenemos por qué ocultar nuestros sentimientos, nosotros que hablamos siempre con el corazón en la mano, declaramos que, aunque nada valga nuestra aislada opinión, no aceptamos la idea de esa paz fundada en el gobierno de un puñado de hombres opuestos a toda reforma liberal, into-lerantes y retrógrados; seremos partidarios de las revoluciones justas, de las revoluciones del pueblo, hasta que el árbol de la libertad nos cobije con su sombra; la paz que nos ofrecen los terroristas, es la paz de los panteones”.

Por esta franca protesta ante el suplicio de

la democracia ecuatoriana, el Dr. Vela, es detenido y conducido a prisión el 15 de noviembre de 1884. Desde luego para proceder así, no se alude a su condición de periodista opositor, sino al recurso favorito de “alterador del orden público”.

Juntamente con el Dr. Vela, también siete ciudadanos liberales, son encerrados en la cárcel de Ambato y sumariados por el Gobernador de Tungurahua. Pero ante Ia falta de pruebas conde-natorias, todos son puestos en libertad, menos el Director de “El Combate”, lo que la víctima atri-

buye a “innobles venganzas lugareñas”, más que a su condición de luchador en la prensa antigobier-nista.

En esta situación, el Ministro del Interior General Agustín Guerrero, dispone el confinio del preso a Cuenca o que consigne en Tesorería la suma de dos mil .pesos como fianza. Vela no acepta ninguna de las dos conminatorias y solici-ta pasaporte al exterior por la ruta que él mismo deberá escoger. En ese oficio agrega: “Preferiría morirme de hambre en Colombia, en el Perú o en cualquier otro punto de América antes que vivir en un pueblo donde se me persigue constantemente por mis ideas esencialmente liberales…”

El Ministro no acepta esta libertad de exilio y ordena se le dé pasaporte para el Perú. Vela protesta por este atentado, arguyendo que no le competía al gobierno determinar la repúbli-ca a donde debía dirigirse, máxime si su voluntad era tomar la vía de Panamá y radicarse en Centro América.

El gobierno, empeñado en que se cum-pla su voluntad, no acepta el alegato del Dr. Vela, por más que éste recurre a las disposi-ciones del Código fundamental. Entonces ¿qué ocurre? El mismo preso declara en una carta dirigida al Ministro de Gobierno, el 26 de di-ciembre, desde la cárcel de Quito, dice:

“En la triste alternativa de elegir un confinio en él Azuay o un destierro en el Perú, opté por el segundo; y así fué cómo empren-dí mi viaje a Guayaquil, no sin graves padeci-mientos a causa de mi ceguera y los pésimos, caminos. Llegué a Guayaquil y cuando espera-ba que ninguna autoridad me pusiera obstáculo para salir de la República, me vi custodiado e incomunicado en el mismo vapor que me había conducido de Babahoyo, recibiendo a pocas horas la orden de contramarcha a esta ciudad de Quito, a

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donde llegué el domingo 21 del mes actual escolta-do como un criminal…”. Encarcelado permanece el Dr. Vela seis meses consecutivos hasta el mes de junio, con la salud resquebrajada, pero resig-nado a todo lo que le suceda, antes que manchar la recta de su conducta ni los limpios efluvios del sentimiento.

En Junio de 1.885 salió libre y volvió a

editar “El Combate”, alcanzando gran popularidad y llegando hasta el número 66. El Dr. Vela en su periódico escribe:“Carta a un amigo.

El juicio que sobre los últimos y terribles acontecimientos de Ambato se ha formado ese miserable redactor de “La Unión”, yo no lo hubie-ra sabido si usted no me lo comunica; me ha sido siempre tan repulsivo aquel menguado, que ni por curiosidad me he propuesto leer su periódico, fuera de dos o tres números de los primeros que publicó el año pasado. Yo no sé cómo atinan nuestros go-biernos a conseguir esta clase de rufianes, que a la verdad desempeñan el oficio a las mil maravillas; con cincuenta pesos mensuales está comprados la pluma y la conciencia de estos seres sin ventura cuya nica y suprema felicidad consiste en tener asegurado el pan de cada día, sin darse cuenta de lo que son y para qué sirven; perros fieles, hacen lo que se les ordena, ladra y muerden cuando el amo les azuza. García Moreno tuvo sus mastines feroces; viven aún y uno de ellos ha ladrado contra nuestro ilustre Alfaro, sin duda que el pobre dia-blo, que ha vivido hambreado muchos años, cuenta ya con este relevante mérito para obtener un em-pleíllo de amanuense: Veintemilla tuvo sus galgos y de la mejor raza; mordían a todos sin misericor-dia y encumbraban tanto al mudo que casi, casi nos hacían creer que era hombre de bien: el gobierno de los cinco varones tuvo también a su servicio

finísimos buldogs que aullaron, se enfurecieron y mordieron hasta que se les encajó el pan en la boca, y ahí los tiene U. comiendo que es un gusto en los mejores platos de la nación. Natural era que Caamaño buscara también sus perros entre los que vivían de corredores de oreja en Lima; uno de ellos es aquel escuerzo que tienen Us. Allá y de quién no hay manera de ocuparse sin quedar manchado: es tan despreciable su persona, tan depreciable su oficio… No le contestaré jamás, aunque me diga ladrón.

Pero ya verá U. cómo el bellaco se pone a llorar de arrepentido cuando sepa que Pablo Emilio Vásconez, el responsable de los asesi-natos que lamenta Ambato, no solo no ha sido liberal ni radical, sino muy al contrario un deci-dido terrorista, acérrimo enemigo de toda idea liberal; uno de los más furiosos apaleadores en el dos de septiembre en Quito; primo hermano de los Flores y pariente cercano de muchos aris-tócratas y altos magistrados de la República.

Lo cierto es, amigo mío, que nuestros ad-versarios los terroristas son tan cobardes como infames: procurando sacar partido de cualquiera suceso volviéndole contra nosotros; el pasquín inmundo es su arma favorita; de todas partes nos regalan con ellos; y aunque solamente son dos o tres los que escriben, pero siempre han de venir a nombre de alguna población; nobleza, hidalguía, jamás: nos sueltan sus perros, y ellos se esconden; son unos cobardes, y la discusión imposible con ellos. Pero vamos a otra cosa. Se maravilla U. de que los ambateños no hubiésemos elegido a Don Juan Montalvo entre los senadores para el con-greso del año entrante. Parece que no ha leído U. los números de “EL Combate” en que hablé de las últimas elecciones; y sin duda por esto no ha sabido que fuimos los ambateños los que hicimos

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la elección de senadores y diputados: el general Sarasti había firmado la lista, los empleados loca-les la aceptaron; ellos pues, hicieron la elección; y como en todo caso los elegidos tenían que ser los que figuraban en aquella lista, todo el mundo juzgó que habría sido inútil hacer la oposición. No es, por tanto, fundado el cargo que U. hace a mis conterráneos; si ellos hubieran tenido libertad de elegir, si Sarasti no hubiera impuesto su voluntad a estos pueblos; crease U. que nuestros diputados hubieran sido de lo mejor, escogidos entre tantos jóvenes ambateños dignos por mil títulos de ocu-par un asiento en las cámaras.

En días pasados nadaban por el pueblo de Baños unos frailes descalzos en sus apostó-licas misiones; y había sido cosa de oírse esos apostólicos sermones. Maldiciones sobre maldi-ciones a Castelar, a Montalvo, a Hugo, a todos los liberales habidos y por haber; y este humil-de servidos de U. no fue de los mejor librados; LLuviéronme maldiciones, injurias personales, calumnias de grueso calibres y groseros cos-corrones; maldijeron a mis clientes, persuadié-ronles de que ser defendidos por mí, era hacerse cómplices del pasto secreto que yo tenía con sa-tanás, pacto en virtud del cual ganaba una que otra cuestión que defiendo: vea pues, U. que el diablo no es tan malo como dicen; gana pleitos justos, luego es amante de la justicia; patroci-na a los desvalidos, luego es un sujeto amante de la caridad y de las demás virtudes. Estos fie-les no comprenden, amigo mío, que tratando de hacerme un mal reduciéndome por hambre con quitarme el recurso de mis defensas, me hacen adquirir mayor clientela; el litigante no quiere sino ganar su pleito ¿qué le importa pues, que yo tenga pacto con todos los diablos? Esos buenos sacerdotes, después de cerrar con nosotros, se habían desatado contra los colombianos: mal-

dita la casa que recibía colombianos; maldita la madre que daba la mano de su hija a un colom-biano; los colombianos son unos descamisados, unos facinerosos, unos impíos, unos malvados; malditos sean. ¿Y esto llaman los terroristas or-den, paz, libertad, catolicismo, progreso?”

Entonces Espinosa ordenó su enjuicia-

miento penal por injurias vertidas contra el Pre-sidente de la República. El Dr. Vela escribió una carta a Caamaño indicándole: “no cambiaré de tono, es mi lenguaje el rudo y severo de la verdad”. Esta viril actitud le granjeó la simpatía del país y el “Comité Patriótico de Liberales del Guayas” lo condecoró con Medalla de Oro, que hace eco a sus ideas liberales en los periódicos “El Espectador” y “El Combate”.

En “El Combate” reinicia su acometida

llena de fé y esperanza, y con estos dos atributos del espíritu optimista, el Dr. Vela toma su posición en la campaña, el periodista combativo confirma esta su ideología, cuando escribe:

Fe y esperanza: “Si porque hablamos, si porque denuncia-

mos por la prensa y con la libertad e independen-cia que nos son ingénitas, todos los abusos, todos los errores, todos los desatinos de los poderes pú-blicos, hemos de ser considerados como perpe-tuos perturbadores del orden, como demagogos, como fautores o cómplices de toda revolución; ya puede el supremo gobierno del terror prevenir estos terribles males ocurriendo nuevamente por nosotros y encerrándonos en una prisión, no du-rante seis meses como hasta ahora, sino durante uno, dos, diez años; y mientras permanezcan en su ser aquellos errores, aquellas inconstitucio-nalidades, todo aquel aparato de arbitrariedades

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y despotismo que nos hacen recordar los, más sombríos tiempos de la colonia: ya puede el go-bierno, si le place, dar órdenes a sus mamelucos de Ambato para que den con nosotros en un cuartel o nos avienten por Loja o Guayaquil camino del ostracismo, único medio de sellarnos los labios y de ahogar nuestro republicano coraje. Nuestra vida es de lucha, nuestra ambición el martirio; luchar y sufrir, es una triste necesidad pero indispensa-ble, pero esencial para nuestra existencia; sufrimos cuando no sufrimos; y jamás experimenta nuestra alma mayores y más puros deleites, que cuando es-tamos padeciendo por la verdad y la justicia de la santa causa que defendemos: es que nuestros días de juventud e ilusiones han corrido entre dolores y desgracias; es que en diez y seis años de constante combate por el triunfo de la libertad y la demo-cracia, hemos aprendido a sobrellevar sin disgusto las persecuciones, las calumnias, las prisiones y el destierro; por eso amamos la copa de cicuta; por eso bendecimos todo Calvario.

Serenos en la adversidad, tranquilos en medio de las bramadoras olas que levantan las pasiones de partido para impedirnos el paso; nosotros avanzamos y avanzaremos siempre en el camino que hemos emprendido, haciendo os-tentación de nuestras ideas liberales y llevan-do a la conciencia de los pueblos siquiera una chispa de esa luz infinita de libertad y progreso que irradia en todo el mundo; luz que jamás se eclipsa, luz eterna y esplendorosa, luz que tiene su foco en aquel ser invisible que derra-mó por los espacios millones de mundos des-tinados a progresar indefinidamente en la vida republicana, en la igualdad y la fraternidad de la más pura democracia. Hijos del siglo décimo nono, de este siglo monstruo cuyo comienzo fue un arranque Homérico, una alborada sublime, una impaciencia febril por el establecimiento de liber-

tad; participamos de su movimiento, de su sed de-voradora de progreso; y también de sus dudas, de sus vacilaciones, de sus dolores, de sus agonías, de sus impaciencias; pero a través de todo, una fe inquebrantable en los gloriosos destinos de esta infortunada Patria nuestra, nos sostiene y alimen-ta; una esperanza consoladora guía nuestros pasos en este viacrucis que recorremos, despreciando todos los inconvenientes, todos los abrojos y las coronas de espinas que pudieran desalentamos. Trabajamos para nuestros hijos, trabajamos para los que nos siguen; y si bien no podemos desco-nocer los riesgos y peligros que amenazan nuestra independencia de escritores libres, tampoco igno-ramos que sin combate no hay triunfo, como sin mártires no hay libertad; toda idea generosa, toda causa justa, demanda la sangre de sus apóstoles. Tal es, desgraciadamente, la historia de la civiliza-ción en todos los pueblos; el progreso humano no se realiza sino a costa de sacrificios, de lágrimas, de agonías, de sudores, de martirios y de sangre; y con mucha razón ha dicho el insigne Castelar: “la vida es complicadísima, y por lo mismo, se halla erizada de dificultades insuperables. Y así como hay los grandes contrastes en la naturaleza, los hay en la sociedad. Junto a cada profeta que anuncia el porvenir, se levanta el magistrado que tiene el ministerio de conservar lo presente y que persigue al profeta.

Junto a cada pensador nuevo, hay una asociación que se declara infalible. Junto a cada reformador hay la eterna copa de cicuta: parece que no pueden caer las semillas del bien sobre la tierra, si no se rompe el vaso que las contiene. Cada preocupación vieja se siente herida por la idea nueva, y la muerde. Cada privilegio persi-gue y calumnia a cada derecho que le contradi-ce. La sociedad es movimiento. Pero los que vie-nen a moverla, caen siempre aplastados bajo su

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inmensa rueda. La sociedad es renovación. Pero los que vienen a renovarla, mueren perseguidos por los viejos errores. No podréis aspirar a la ben-dición de los venideros sino teniendo la maldición de los contemporáneos. Los animales feroces no se van sino después de una peligrosísima caza. ¡Cuántos genios caen, cuántos se malogran, cuán-tos mueren y desaparecen como sombras en estas largas correrías necesarias para limpiar la tierra de monstruos! La mayor parte de las gentes creen que al arrancarles una preocupación o un error, a cuya sombra sus padres han vivido siglos y siglos, le arrancáis su alma y su Dios”.

Nuevamente el autor de El Titán de libe-

ralismo escribe: “Medidas sangrientas y otras re-presalias son ejercitadas por el gobierno de Caa-maño, contra los revolucionarios, mientras el Dr. Vela cumple su condena en la cárcel de Quito. Mas cuando éste ya se ve libre de la prisión y al alcance de su arma elocuente, “El Combate”, protesta con todas las potencias de su rebeldía de convencido liberal. Y no contento con el artículo que disparara contra la máquina del Poder, dirige su denuncia al Congreso y una carta de montalvismo acusador al mismísimo Ejecutivo”.

En la carta al Presidente Caamaño le dice:

“Cuando vos, señor, pusisteis vuestra firma en el acta del pronunciamiento de Guayaquil en el me-morable 8 de Septiembre de 1876, seguramente que no lo hicisteis por afectos personales y simpatías hacia el General Veintemilla, sino porque móviles más poderosos hablaban en el secreto de vuestro corazón: pensabais como entonces pensaban todos los buenos liberales, que era necesario impulsar. A nuestra querida Patria por un rumbo distinto del que había comunicado el doctor García Moreno en quince años de oprobiosa dominación; buscabais

con el partido liberal el camino del porvenir, que sólo se funda en la libertad, la igualdad y el pro-greso, y apoyando con todo vuestro contingente del buen éxito de aquella revolución, que no debía ser meramente política sino también social, seguis-teis vuestras íntimas convicciones y, lo que es más, el noble ejemplo de vuestro respetable padre. Os engañasteis desgraciadamente, se engañaron todos los liberales; porque el caudillo de Septiembre se alzó con el poder, burló al partido que lo .había encumbrado, se convirtió en déspota y mató las bellas esperanzas y las plácidas auroras con que todos soñaron en ese día de triste recordación”.

“Vos no tenéis la culpa, no la tiene el par-tido liberal: nadie es responsable de las desgracias que sobrevinieron; ni vos ni los liberales eran in-falibles; tales desgracias acaecen constantemente en todas las naciones aún en las más adelanta-das; ellas entran en el orden natural y lógico de los acontecimientos humanos. Mas, por lo que no tenéis disculpa, por lo que la posteridad no puede absolveros. es por ese cambio brusco que habéis hecho de vuestras convicciones liberales, aceptan-do sin rubor el apoyo del bando garciano que antes lo mirabais con profundo desprecio, que lo con-denabais como origen de los males de vuestra pa-tria, como causa del despotismo y arbitrariedades de ese gran tirano, a cuya funesta escuela habéis venido a parar empujado por la ambición de man-do, antes que por el absoluto sacrificio de vuestras ideas liberales, ideas que no podéis despojarnos por más que quisieseis, sin arrancaros un pedazo de vuestro ser; pues que ellas son la religión más pura, son el verdadero cristianismo, el evangelio de la democracia. Cierto, señor, que a nosotros no nos maravilla cambios como el vuestro, no, ellos acontecen a cada hora y a nadie sorpren-den, porque no todos tienen tal fuerza de volun-tad, tanta elevación de miras, capaces de resistir

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a las mayores tentaciones; lo que nos maravilla, lo que nos parece increíble, es que voz hubieseis sido el segundo presidente guayaquileño a quien había estado reservado el sobrepujar al primero en eso de llevar la ambición hasta el punto de sacrificar a ella: Constitución, leyes, respetos sociales, prece-dentes de familia y honra del pueblo del 9 de Oc-tubre y del 45. Sí, señor Caamaño; voz no habéis tomado por modelos a Rocafuerte y Roca, vuestros notables conterráneos; buscasteis las huellas san-grientas de García Moreno, y le habéis seguido en todo, menos en lo que ese tirano tuvo de grande, y hasta de sublime. Pudiendo detener a tiempo el brazo de los sicarios del despotismo, habéis visto desde las márgenes del Guayas correr a torrentes la sangre de indefensos prisioneros en Ia serranía y en la costa de la república; pudiendo con un reto con-tener los desmanes de vuestro gabinete, le habéis dejado encruelecerse en sus venganzas; pudiendo detener los excesos de los jefes que mandaban las fuerzas de mar y tierra, dejasteis que éstos inicuos abusaran de su cometido, mandando asesinar a vuestros hermanos, mandando saquear e incendiar poblaciones, y haciendo otros actos de verdadero salvajismo; actos propios de los esbirros de los quince años; y vos mismo, liberal ayer, partidario del terror ahora; vos mismo, desterrando de la Pa-tria a un buen número de ciudadanos, declarasteis de hecho insuficientes las leyes y os fuisteis por en-cima de la ley fundamental que jurasteis sostener y defender. Vos, pues, señor Presidente, sois el único responsable de las lágrimas y luto de las familias; responsable de la sangre derramada, de las arbi-trariedades cometidas, de los saqueos e incendios, de la violación de todo derecho… ¿Sobre quién, pues, debe pesar tan inmensa responsabilidad? So-bre vos, señor Caamaño; habéis seguido las huellas trazadas por García Moreno, habéis vindicado al dictador Veintemilla: y por esto os denunciamos

al Congreso del 85, os acusamos ante la opinión pública y ante la historia…”.

Bajan las tenciones de la protesta, y en buenas palabras el Dr. Vela le dice al Presidente: “Aún podéis ser hombre de porvenir con solo aten-der a los dictados de la razón y de la justicia, a la elocuente voz del progreso”. Y al mismo tiempo le recuerda la máxima de Soroastro: “Practica la virtud y conquista la inmortalidad”.

El Dr. Vela, una vez más le dice al Pre-sidente: “El paso que habéis dado, sobre ser es-téril en sus resultados y desdecir de la grandeza de un alto magistrado, viene a demostrarnos que vuestra retina es demasiado flaca para poder so-portar la enérgica luz de la verdad lanzada por un hombre independiente que jamás sé ha revol-cado en el cieno impuro de la lisonja y adulación a los poderosos, y cuyo objetivo no tiene otro objetivo que la defensa de la libertad, y con ella, la defensa del pueblo, la defensa de la democra-cia, la defensa de los fueros y garantías repu-blicanas. Sí, señor; diez y síes años hacen que venimos usando el mismo lenguaje rudo, auste-ro, terrible contra todos los que han pretendido tiranizarnos; y sí por ello, hemos sobrellevado con serenidad y altivez las prisiones ordenadas por García Moreno, la proscripción decretado por Veintemilla y seis meses de cárcel mandada por el actual gobierno; estos tropiezos y sinsa-bores no han sido parte, señor Caamaño, para quebrantar nuestro carácter republicano, menos para hacernos ceder el terreno que vamos con-quistando a fuerza de sacrificios y dolores; pues tenemos la íntima convicción de que sin ellos no fructifica el campo de la libertad y que es indis-pensable recorrer la vía crucis, con su pasión y su calvario, para que amanezca el Domingo de Resurrección”.

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Luego sigue un largo y razonado alegato contra la improcedencia del Presidente, basándose en que la acusación carece de fundamentos lega-les; en que las leyes y jueces tienen que inclinarse forzosamente al lado del acusador, sacrificando la inocencia del acusado; en que la pena que se im-pone no afrenta a los que “padecen persecuciones por la justicia”; en que lo dicho está ceñido a la ver-dad de los hechos; en que es deber de los gobier-nos admitir sus errores para corregirlos; en que la prensa libre debe “denunciar los abusos de los funcionarios públicos, denunciar las violaciones de la Constitución, pedir castigo de los infractores y la responsabilidad del Poder Ejecutivo, defender la libertad, bregar por el respeto de las leyes, sos-tener con decoro y nobleza los principios y doc-trinas liberales, atacar con dignidad los errores, preocupaciones e hipocresía del bando terrorista, decir siempre la verdad, la verdad pura y desnuda, marcar con el estigma de nuestra reprobación a to-dos los ambiciosos, a todos los ruines, a todos los aduladores y empleo maniacos”.

Mas como la querella está en trámite, a

cargo del abogado oficial, el Dr. Vela concluye la carta varonilmente; “No importa; “El Combate” no cambiará de tono; su lenguaje será siempre el lenguaje rudo y severo de la verdad; y así en la cárcel como en los calabozos, nuestra voz se deja-rá oír, señor Caamaño, libre y vibrante, pero dig-na y noble en todas circunstancias. Haced lo que queráis, de nosotros; la copa de la cicuta jamás ha sido amarga para los defensores de la verdad; presentádnosla, señor Caamaño; y veréis que la apuramos con la sonrisa en los labios y una dulce esperanza en el corazón”.

Esta actitud admirable y valiente del Cie-

go ambateño conmueve y emociona a todos los li-

berales del país. De todas partes le llegan aplausos al titán, juntamente con las adhesiones de los más prestantes correligionarios como Belisario Albán Mestanza, Lino Cárdenas y José Manuel García. Y el Comité Patriótico de Liberales del Guayas lo condecora con una hermosa y expresiva medalla de oro.

El tungurahuense Darío Guevara señala:

“Bajo la tempestad que amenaza fieramente, el Ciego Vela asume la voz de la opinión pública de sus corre-ligionarios y se bate sin reparar el freno áspero de las facultades extraordinarias del gobierno. Habla en “El Combate”, y “hablará de cuando en cuando, bajo su palabra de honor, como Dios fuese servido de pro-curarle recursos para el efecto y de alongarle los días de su mísera vida, para servirle a la patria sostenien-do sus ideas liberales y el buen ánimo “la libertad de imprenta y la libertad de pensar y escribir” estén proscritas del Ecuador, cuando en otras partes son las guías del progreso humano. Y, en un arranque de broma y de ironía, expresa; “El Combate”, no tenien-do en el Ecuador ley que lo garantice de combatir a los tiranos, se acoge desde ahora a la Constitución de Chile, en virtud de la cual todos en esa feliz república piensan y escriben con tan amplia libertad como en ninguna otra parte de nuestro Continente, Desde hoy en más somos, pues, chilenos, Excmo. Señor Caa-maño, porque corno usted nos tiene perseguidos sin querer darnos salvoconducto para volver a nuestro hogar, ni pasaporte para el exterior, tenemos por ne-cesidad que buscar patria que nos ampare y proteja; y haciendo de cuenta que estamos desterrados en Chi-le, a su Constitución nos sometemos en lo que atañe a pensar y escribir con libertad y energía”.

Al Dr. Vela, los sufrimientos por la per-

secución le han suministrado una buena dosis de buen humor, como al autor de “Don Quijote”, pues

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ahora, en paralelo oportuno, le compara al Presi-dente con “El Toro Gacho”, apodo de un sujeto que ayer fuera -el hazme reir- de los muchachos en la ciudad de Quito”, escribe: “No há largo tiempo vivía en la ciudad de Quito uno de esos infelices vejezuelos con quienes tienen mucho que entender y mucho que divertirse los muchachos de las gran-des poblaciones cuando les encuentran el flaco por donde resuellan su mal humor. Erase don Julián de genio iracundo, pronto de manos y listo de lengua; y lo mismo era que los pihuelos le gritasen al verle, toro gacho, toro gacho, el irascible viejo lanzarse por esas calles arrojando a diestra y siniestra pie-drecillas y huesos de aguacates, proyectiles con que llenaba sus andrajosos bolsillos como otras tantas anuas ofensivas y defensivas para su cuo-tidiana campaña; y toque a quien le tocare y llore quien llorare; nuestro hombre no se daba cuenta de nada. Así vivió don Julián en constante guerra con los chiquillos; y así su memoria vivirá en Quito por luengos años.

Si el señor Presidente de la República tiene algún parecido con el toro gacho en eso de lo iras-cible y pendenciero, no podemos decirlo, porque no es cosa averiguada; mas, estamos en lo cierto al asegurar que tiene algunos pujos del viejo don Julián en aquello de sacar de los bolsillos de la des-garrada constitución esos guijarros que se llaman facultades extraordinarias, con los cuales nos hace tales heridas nuestro buen señor que maldito si nos queda el antojo cuando menos, andando prófugos por los montes y collados.

No bien hubo “Fray Gerundio” venido al mundo para reírse de las cosas de estas buenas tie-rras, de sus viceversas, de sus absurdos políticos, de los garrafales errores de nuestro gobierno; de los contratos hechos por éste con los de su propia casa, y de otros tantos disparates de la laya; no bien hubo, decimos, comenzado ese gracioso picarue-

lo a desarrollar su chispa, llamando la atención de todos los hombres de ilustrado juicio; cuando le sobrevino una violenta muerte, a causa de tan descomunal cornada que le diera el toro gacho de palacio, que allí se está su yerto cadáver esperando una digna sepultura y la merecida apoteosis, por-que murió como bueno y en el campo de honor.

Parécenos que “El Perito” ejecutor testa-mentario de “Fray Gerundio”, le ha tocado igual suerte, pues que, habiendo llegado a su séptimo y muy encumbrado vuelo, ha desaparecido arreba-tado, tal vez como Elías, o ha muerto de muerte afrentosa, es decir, de otra cornada del bravo toro; no lo sabemos a punto fijo puesto que nosotros también apenas sí hemos podido escapar con vida de semejante testarada que nos encajara hace dos meses.

Nuestro pobre “Combate”, que no ha hecho ni dicho más que cosas y casos puestos en buena razón y ley, no se ha ido en zaga a sus colegas, pues aquí se está por estos andurriales maltrecho toda-vía del susto que le dieran desterrándole a Chimbo y obligándole a callar de grado o por fuerza. Pero como para el cuitado es un verdadero martirio esto de cerrar los labios en tiempos en que todos hablan y en que es más necesario habla, vuelve otra vez con la misma canción de siempre; y hablará de cuando en cuando, como Dios fuese servido de procurarle recursos para el efecto y de alongarle los días de su mísera vida, para servirle a la patria sosteniendo sus ideas liberales y el buen ánimo y mejor talante de sus copartidarios y amigos.

La libertad de imprenta y la libertad de pensar y escribir, son las mejores concepciones que han salido del entendimiento humano; sin ellas la civilización aún estuviera en su infancia; ni los pueblos de Europa nos deslumbran todavía con su creciente progreso, ni los pueblos de la América nos enviaran la dulce esperanza de que inundándose

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ellos mismos de la luz del progreso, pronto han de dejar escapar algunos de sus rayos para que alum-bren esta oscura región en que vivimos. Y si bien es cierto que las susodichas libertades se han es-crito en nuestra Constitución; pero escritas se han quedado sin llegar a practicarse; pues a la primera prueba, se abren como por encanto las puertas de la proscripción o de los cuarteles para los atrevidos que tratan de ensayarlas. Por esto “El Combate”, no teniendo en el Ecuador ley que lo garantice en su ruda campaña de combatir a los tiranos, se aco-ge desde ahora a la Constitución de Chile, en vir-tud de la cual todos en esa feliz república piensan y escriben con tan amplia libertad como en ninguna otra parte de nuestro Continente. De hoy en más somos, pues, chilenos, Excmo. Señor Caamaño, porque como usted nos tiene perseguidos sin que-rer damos ni salvoconducto para volver a nuestro hogar, ni pasaporte para el exterior, tenemos por necesidad que buscar patria que nos ampare y pro-teja; y haciendo de cuenta que estamos desterrados en Chile, a su Constitución nos sometemos en lo que atañe a pensar y escribir con libertad y ener-gía.

Y bueno fuera, señor nuestro, que usted también hiciera de cuenta que nosotros no perte-necemos ya al rebaño de mansas ovejas que usted guarda; que no somos ni sus prójimos; y si le place ténganos ya entre los finados; pues así se evitará usted mil disgustillos y nos evitará a nosotros las angustias que padecemos andando a salto de mata, lejos de nuestra familia, pensando siempre en sus mamelucos de Ambato y sin tener cómo trabajar para el pan nuestro de cada día.”

El Presidente José María Plácido Caama-

ño, tuvo que soportarlo libre al Dr. Vela, por algún tiempo más, pero en 1.886 fue confinado a San Mi-guel del Chimbo, allí debe sufrir por la falta de una

persona culta y de confianza, con la finalidad que mediante la lectura le informe la situación del país y del partido liberal, y además sea su secretario. Sensiblemente abandona aquella población llegan do a la capital. Presentándose en el despacho de lo Interior Dr. José Modesto Espinosa quien lo mandó al Panóptico, donde por lo menos recibió las visitas de su cuñada Zoila Ortega Chiriboga, que le leyó y sirvió de secretaria hasta que a fines de ese año volvió a gozar de libertad, pero en abril lo continuaron persiguiendo y tuvo que ocultarse en el campo.

El Combate y la calumnia Ambato, abril 15 de 1887.

“Mi generoso amigo el Señor Dor. Luis F. Borja, obtuvo gobierno mí libertad a condición de que yo no tomaría parte en una conspiración; y aunque esta promesa no consta por escrito, que-dó empeñada la palabra de mi ilustre amigo, y ella fue desde entonces tan sagrada para mí, que por fuertes que fuesen loa compromisos, estoy obligado a guardarla y respetarla, por más que de ello dependiesen mí buen nombre y mi vida. Pues bien; por mi propia honra y para satisfacer públicamente al Señor Dor. Borja, declaro ante Dios y la Patria que no solamente no he tomado parte directa ni indirecta en el movimiento revo-lucionario que estalló en Ambato el día 8 del mes actual, sino que por el contrario hice cuánto pude por evitarlo, hablando a mis amigos, protestando enérgicamente contra la revolución y enviando un mensajero al pueblo de Baños con súplicas a los que allí estaban, para qué no tomasen armas, para que no creyeran en los falsos ofrecimientos que a ellos se les hacía por ciertos ilusos, para que permanezcan quietos en aquel pueblo porque en ninguna otra provincia se apoyaría el movimiento que se trataba en la de Tungurahua, y en fin, para

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que confiaran en mis palabras y no en las de otro alguno, puesto que yo conocía mejor que mis jóve-nes amigos la verdadera situación del partido libe-ral. Todo esto hice y mucho más; escribí el número 91 de mi periódico con tanta buena fe y sinceridad, cuanto que mi objeto al rogar por la paz, la concor-dia y la conciliación, fue el de ver si por este medio conseguía frustrar aquella desgraciada revolución; y como por desgracia hacia cosa de un año que yo no había hablado con ninguno de los revolu-cionarios, ni podía hablarles, porque ellos llega-ron a desconfiar de mí conducta, comentándola desfavorablemente y creyéndome desalentado, y acaso maleado; nada pude hacer por frustrar aquel movimiento; mis esfuerzos se estrellaron ante mi impotencia, y la invasión al cuartel el día ocho me sorprendió de tal suerte, qué no podía yo mismo darme cuenta de lo que pasaba en esos terribles momentos; pues , nunca juzgué que tan avanzada hubiese estado la revolución.

Testigos de mis protestas y de mis cóle-ras, son todos mis amigos de Ambato; y sin con-tarlos de uno en uno, bástame ponerlos por delante á les más respetables, como son los Señores dor. Ricardo y Augusto Martínez, dor. Juan Ruiz, dor. A Montalvo, Manuel Anda V., Juan Rovalino, T. Chacón y otros y otros que no me dejarán por men-tiroso. Además, llamo también en mi apoyo a los mismos heroicos jóvenes que invadieron esta pla-za, y que libres y todos ellos mediante el indulto que se les ha concedido, pueden contestarme como caballeros a estas preguntas: ¿No es verdad, seño-res, que ninguno de ustedes ha hablado conmigo hasta el día 9 del mes que corre? No es verdad que ninguno de ustedes ha contado con migo para esta revolución? ¿No es verdad que en ella no he tomado parte alguna, porque ustedes y sus jefes habían desconfiado de mí, sabedores de mis pro-testas? ¿No es verdad que el Coronel García había

dicho que yo andaba desprestigiando la revolución, que no debían confiarme el secreto de ella, pues que había recibido cartas de Ambato en las que se aseguraba que yo sería el primero que protestara contra todo movimiento revoluciona- rio? ¿No es, verdad que alguno de ustedes recibió el recado que les mandé con el respetable anciano Señor José Borja, rogándoles qué no hiciesen armas y que no creyeran en las mentiras y ofertas que se les hacía? ¿No es verdad, por último que en el día de la inva-sión al cuartel, ni me vieron ustedes asomado á las ventanas de mi casa, ni menos que yo les hubiese aconsejado que maten a los empleados y quemen al Gobernador? Si alguno de los señores á quie-nes llamo en mi auxilio para vindicarme pudiesen desmentirme, me doy desde ahora por vencido y acepto todas las consecuencias; pero no, no habrá nadie quien me eche en cara ninguna imputación que deje colgada mi palabra de no haber tenido parte alguna en la jornada del SÍ y así, son infames y calumniadores los que han querido comprome-terme.

Yo bien entiendo que no se me persigue por la revolución; pues que el Gobernador y los empleados de Ambato están convencidos de mi ninguna participación en ella, y tanto que el Go-bernador mandó prenderme el 6; pero me oculté y no fui a servir de carnaza en el cuartel el día 8. Se me persigne por “El Combate” esto es todo; se me persigue por mi franqueza por las verdades que arrojo descubiertamente; se me persigue, porque en toda ocasión levanto mi voz para condenar los abusos del poder; se me persigue por mis ideas li-berales, porque para el partido dominante soy un hereje, un feroz radical, un nihilista, un infierno; se me persigue, para que el pueblo duerma el es-túpido sueño del esclavo y no escuche alguna vez la voz de un hombre libre. Escribí el “Combate”, rogué por la paz a mis amigos, por la concordia a

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mis copartidarios; este escrito fué leal, sincero, na-cido de mis íntimas convicciones más como había también la Carta al Señor Caamaño, no podía per-donárseme tanto atrevimiento y se mandó apren-derme antes de la revolución; me puse en cobro, salí de mi casa, estaba oculto dos días; viene el día 8, permanezco cuidando a mis hijos en un cuarto retirado de la calle voy y vengo acongojado y pe-saroso doliéndome por la suerte de cada uno de los intrépidos jóvenes invasores, llego a saber que és-tos se han tomado el cuartel después de ocho horas de heroico batallar, no hago de mi parte ninguna demostración, no salgo a la calle al día siguiente, recibo en mi aposento a dos o tres de esos jóvenes, ellos me echan en cara mi indiferencia, me dicen que han desconfiado en mí, yo les aseguro la buena fe con que rogué por la paz y la concordia; he ahí todo lo ocurrido; y sin embargo la calumnia se adelanta a comprometerme, y una escolta de diez o doce hombres escala las paredes de las casas ve-cinas, invaden la mía y la de mi madre política, y las allanan y violentan las puertas y registran has-ta los más secretos rincones del hogar; y yo salvo providencialmente arrojándome de una pared abajo, y yo soy el revolucionario, el autor, el motor principal del movimiento, el que debo cargar con la responsabilidad de hechos ajenos, el que debo estar siempre perseguido y preso, el que no debo gozar del indulto dado a todos, sino en cambio de fianzas, hipotecas, prendas, como si mi palabra no valiera más que toda seguridad, como si no fuera pública y notoria mi prescindencia en aquel triste acontecimien-to, como si yo no hubiera dado tan repetidas pruebas de franqueza, como si el número 91 de mi “Combate” no fuera la mejor prenda de mi sinceridad, como si la palabra del ilustre Borja no fuera para mí el nudo gordiano que jamás intentaré desatarlo.

Sed más francos, señores gobernantes; decidme que no escriba, y ro escribiré: quitad-me la imprenta que poseo y me habréis quitado la tentación de caer en el negro pecado de dis-gustaros con mis escritos; pero no me mezcléis en una revolución que quise y no pude evitar; no me creáis hipócrita y falso, suponiendo que mis escritos por la paz y el orden, fueron una capa con que quise encubrir la revolución; no, señores; juró que escribí de buena fe, juro que mis protestas contra todo movimiento armado, fueron nacidos de lo íntimo de mi alma, juro que no he roto la palabra de mi noble amigo Borja.

Con lo dicho, ya puede Ud. Señor Gober-nador de Ambato, atenerse a lo cierto: y advierta que yo no soy el que pido la muerte de nadie, por-que me horripila el cadalso, aún para los parrici-das, porque la sangre derramada me causa horror, porque soy liberal, liberal como nadie, porque no pertenezco al partido de la sangre y del cadalso. Si Ud. no me concede la libertad que he pedido, mande Ud. por mí, en mi casa me encontrarán sus soldados, no fugaré, haga Ud. de mi persona lo que más se le antojare: indulto no pido, porque no soy de los revolucionarios, porque Ud. Sabe más que nadie cual ha sido mi conducta en esta revo-lución. Ambato, abril 15 de 1887. Juan Benigno Vela”.

Post scriptum. Acaban de decirme que

un periódico pasquín-semioficial de Quito, achacándome la revolución de Ambato, me lla-ma traidor, maldito hambreado y otras tonte-rías; más yo digo: hermano pasquinero, herma-no azotado, perdone Ud. y vuelva de aquí a cien años por mi respuesta.

Sé también que habiéndose ido ayer a la gobernación el Dor. Adriano Montalvo por garan-tizar mi conducta, asegurando mi inculpabilidad,

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no le aceptó el Señor Gobernador diciendo que la orden de hacerme prender, es anterior a di-cha revolución y no por ésta, sino por “El Comba-te.” Loado sea Dios, y cuan efectiva es la libertad de imprenta entre nosotros, Señor Caamaño…!” Imp. De “El Combate.

Estas prisiones y persecuciones en su con-

tra le atrajeron la atención del país. Su titánica lu-cha doctrinaria unida a su grave deficiencia audio-visual le convirtió en héroe y mártir. “El Guayas” en su séptimo número pidió iniciar una suscripción en dinero para enviarlo a curar a Europa.

Escribió una carta al Director del perió-dico “El Guayas” el 1º de octubre de 1887, así se registra: Palabras del corazón.

“Octubre 1º de 1887. Sr Director de “El Guayas”, Guayaquil.- Señor: A una feliz casuali-dad debo la fortuna de haber leído el número 7 de “El Guayas”, estimable publicación de usted; pues oculto y prófugo como me encuentro, a causa de las nuevas persecuciones de que soy víctima desde Abril último, mi residencia en Ambato es difícil teniendo por esto que andar por los campos en bus-ca de aire y libertad personal. Ahora mismo dicto la presente “a un hermoso rincón de los Andes; y sabe Dios, señor mío, si en presencia de esta ri-sueña como salvaje naturaleza, no he derramado ardientes lágrimas de gratitud por esa mano des-conocida que ha llamado en mi socorro a los libe-rales de Guayaquil y del Ecuador entero, a fin de que contribuyan con los recursos que yo pudiera necesitar para emprender un viaje a Europa por ver si recupero la vista que perdí hace diez años.

Sí, señor; inmenso y eterno será siempre mi reconocimiento hacia el joven que con tanta ge-nerosidad se acordó de mi humilde persona, diri-giéndome los más honrosos calificativos y con un

objeto tan noble como el de excitar en mi favor la filantropía de mis amigos y copartidarios; y aun cuando no me sea fácil conjeturar siquiera quien fuese el hombre que así se interesa por mi suerte, yo reconozco en él un espíritu elevado; un corazón lleno de los más tiernos sentimientos; y le bendigo con toda mi alma, y mis hijos le bendicen; y con ellos hago fervientes votos al cielo por la felicidad de ese amigo, de ese desconocido, a quien estrecho la mano, valiéndome de Ud. señor Director.

La ceguera no es un mal, señor antes sí, para el hombre que tiene en nada esta sombra fugaz “que llamamos vida, ella es un bien positivo y de inmensa trascendencia; porque el corazón se abre a las más dul-ces esperanzas de una vida mejor más allá de la tumba, porque su inteligencia encuentra horizontes más dila-tados, regiones más serenas, ideales más sublimes y consoladores. Oh! si mis ojos tornaran a la luz, si la ciencia hallara medios de arrancarme de esta bendi-ta oscuridad en que vivo; por cierto que fuera yo muy desgraciado; disiparme acaso mis justas y racionales esperanzas, asaltárame la duda, mis pensamientos fue-ran por ventura mezquinos, rastreras mis aspiraciones, perecería en un instante todo el camino que he recorri-do en diez años de abnegación y dulce sufrimiento.

Verdad, señor, que en los primeros días de mi ceguera, tuve momentos de melancólica triste-za, de insólita pesadumbre; parecióme imposible la vida, imposible andar, imposible moverme, im-posible ilustrarme, imposible dictar mis escritos, imposible buscar con mi trabajo el pan de mis hi-jos, imposible todo: hallábame, además, en el vigor de mi juventud, contaba apenas con treinta y tres años de edad: y quedar ciego de repente, y perder todas las ilusiones del joven, y no ver más que ti-nieblas por doquiera, y no sentir más que la tem-pestad sobre mi cabeza; ah, señor! eso era horrible, había para desesperarse.

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Pero pronto vino la razón en mi auxilio, llamé a la filosofía, interrogué la historia de otros hombres que habían sido mucho más desgraciados que yo; y una consoladora sonrisa asomó a mis la-bios, y un tierno sentimiento de resignación, llenó todo mi ser. Desde entonces vivo contento, feliz en la santa pobreza, sereno en la adversidad; y ando y leo y escribo y me ilustro, y, lo que es más, trabajo para mis hijos haciendo honestamente mis defen-sas en el foro, no obstante los destierros, prisiones y persecuciones de que vengo siendo objeto desde 1882 hasta la fecha, y paréceme, pues, que mi espí-ritu es mejor de lo que antes era, que se eleva más y más ensanchando sus horizontes, y que mi pecho es más sensible a todas las grandes emociones.

No me quejo, por lo mismo, de la suerte que me ha cabido, ni tengo mi ceguera como una gran desgracia; no lloro por ello como tan amar-gamente lloró el divino ciego de Albión, ni acuso tampoco a los insensatos que se han reído de mí juzgando que Dios me había castigado; no pido luz para mis ojos, reclamo luz para mi inteligencia; y cuando llegue la hora de rendir mi espíritu al Crea-dor, bajaré contento al sepulcro; porque la muerte es el prólogo de la vida; porque más allá tendré la luz que aquí me ha faltado; luz infinita, luz que na-die me envidiará y que me hará olvidar las furtivas horas de amargura pasadas en la tierra.

Dígnese, señor, poner esta carta en manos de mi generoso desconocido, y aceptar Ud. mis sentimientos de aprecio y gratitud. Juan Benigno Vela”. La Ilustración ecuatoriana, 1909

En 1.888 retornó al Panóptico por “ser

sujeto peligroso” pero salió poco después y al fi-nalizar el periodo de Caamaño, se extinguió “El Combate”. Apareciendo unas hojas volantes con el siguiente texto:

“Los perros de palacio, Ambato, Junio 28 de 1888. Imp. de Salva-

dor R, Porras. “Herido en lo profundo de su vanidad, a

causa de los evidentes cargos que le hiciera el úl-timo número de “El Combate”; Don José M. Plá-cido, ha tenido la buena suerte de mantener fieles hasta su última hora a los perros de palacio; y en la imposibilidad de tomarse de propia mano la ven-ganza, ha ordenado al domador de fieras, que es el Tesorero fiscal, soltarse a los canes más hambrea-dos y les advirtiese que debían morder, desgarrar y matar y comerse al pícaro ciego de Ambato, autor de tantos desaguisados y de tantas revelaciones so pena de que se les privaría de oficio y beneficio en la próxima administración, si no cumplían lo que se les mandaba.

El domador no fue sordo; corrió de perrera en perrera, fuste en mano, desató cadenas y abrió las puertas; y dando a cada perro fuertes latigazos, les dijo, cuji cuji cuji, id, miserables, y cumplid fielmen-te con las órdenes de su majestad. Saltó el primero un espantable mastín de Rio verde, con su cara de tormento y trazos de chacal; y corriendo al zaguán de palacio, ladró y ladró, cosa de meter el ruido en toda la plaza y llamar la atención de los transeúntes y portaleras: estas y aquellos se acercaron por averi-guar lo que ocurría; pero viendo al feo animal que aullaba sin más razón, todos dijeron para su capote: “tiene hambre el miserable y aúlla por la pitanza”; y despreciándole, se retiraron.

Satisfecho el mastín de su tarea, voló para su amo y arrastrándose a sus pies, dióle cuenta de su cometido. Bien, contestó el gran Señor y que le has dicho al impío, le lastimaste, le desgarrarse, le matas-te? Sí, señor; le maté; y a la fecha está difunto. Pero qué cosas le has dicho? Le dije que era un difama-dor, y que su profesión había sido la de calumniar, y que le tenía muchísima cuenta eso de vivir preso y

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oculto, porque sus amigos le custodiaban la vida; y agregue no le acusaría, porque los amigos del blasfemo no le dieran recursos para la defensa; y así por este orden de dicho monstruosidades. Y nada más? Pues amo mío, no tengo que otra cosa decirle. Y lo dicho será cierto? No: le dije sólo por dar gusto a su merced; pues me consta que el ciego Vela habla siempre la verdad, y cara a cara; me consta que es muy regular abogado; que con esta profesión, ha tenido lo necesario para vivir con decencia, sin mendigar empleos ni humillarse como yo; me consta que en estos últimos cuatro años, ese ciego aparecido con altivez y serenidad las prisiones y persecuciones, soportando con re-signación sus desgracias; y tengo bien averiguado que nadie le ha socorrido; y aún sé que ha vendido sus muebles y hasta sus queridos libros para poder mantenerse sin humillación y bajeza. Hola, cana-lla! Y reconoces tú estas virtudes, y sin embargo, dice lo contrario? Señor yo no lo digo delante de la gente; y sólo a vuestra majestad debo hablarle sin empacho. Miserable; y con que ya no tienes que decirle otra cosa a ese malvado ciego? Pues señor repetiré la misma antífona, a fin de que su merced, quede servido, y para que se digne conseguir que el amo Flores me dé un implícito, siquiera fuese del vigilante, o como dice nuestro pueblo de cha-pa letrinas. Es un canalla; no mereces la atención del gobierno; pues que ya no tienes ingenio para inventar alguna otra cosa contra aquel que me ha herido en lo vivo. Señor; inventaré de lo que pue-da; pero debo advertir a su merced que el ciego tiene un arsenal de pruebas para desbaratarnos; y peor será menearlo; y viva la gallina con su pepita; pues que al buen callar, le llaman Sancho; y puede suceder que vayamos por lana y volvamos tras-quilados; y mientras más se barre, mas polvo se levanta; y no demos coses contra el aguijón. Basta Sancho indigno, Sancho desgraciado; vete de aquí;

y afirmándole un puntapié, le hizo su excelencia rodar las gradas al dictado chacal; y hasta ahora que está cojín cojeando el miserable desfacedor de agravios y enderezador de tuertos.

De esta calaña son los perros que me la-dran; ¡y vaya si los tales no son de los más ham-breados, de esos que jamás han podido vivir de otra cosa que no fuese del presupuesto nacional! Y nada más justo que ahora aúllen y ladren y pon-gan el grito en el cielo, para no es ser olvidados cuando el señor Flores comience a repartir em-pleos. El que aquí sale mal parado, es el Señor Don Plácido porque al encargar su defensa a semejan-tes perros, claro es que tiene que llevarse la peor parte. ¡Y cómo no cuando esos ruines no hacen otra cosa que injuriarme sin lastimar mi honra, sin desvanecer uno siquiera de los fundamentos de mi Combate! ¡Qué argumentos pueden ser en favor de Caamaño aquellos que no conducen más que a demostrarme!

Señor, que he vivido de la calumnia! ¡y por qué no me lo han demostrado acusándome en juicio o desmintiendo con pruebas mis es-critos! Que calumnio para que me pongan pre-so y me persigan, porque así especulo con mis amigos. Vaya qué brutos; pensar que había de abandonar mi socorrida profesión de abogado, y las dulzuras de mi casa y la grata libertad para vivir en el Panóptico y en los cuarteles! Que me socorren mis amigos durante mis lar-gas prisiones ¿no es este un cargo estúpido? Nadie me ha socorrido, ni a nadie le he pedi-do; y suponiendo que un noble amigo me hu-biese extendido su mano ¿De qué modo fuera esta una mancha que pudiera envilecerme?¿Por ventura, no recibía Sócrates los socorros de sus buenos amigos? ¿Acaso Cervantes no pedía con desenfado, durante su pobreza, auxilios de dinero a los que podían dárselo? ¿Zorrilla, el

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pobre viejo Zorrilla, no ha vivido del favor de las Señoras de Madrid? ¿Qué mucho fuera que yo, durante mi largo martirio, hubiera solicitado el favor de algún generoso amigo? Qué cargos, qué cargos los que se me hacen, Señor Caamaño!

Que salga nomás a la calle, que no me ande oculto, porque el gobierno me desprecia. Mu-chas gracias; a buenas horas me viene ese perro con la noticia; cuando ya me faltan más que pocos momentos para que concluya el gobierno de verdu-gos. ¿Y por qué no me despreció el señor gobierno desde ahora curto años? ¿Por qué, si me desprecia me ha martirizado tanto tiempo? ¿Por qué me ha reducido hasta el extremo de vender mis libros por vil precio para atender a las necesidades de mis hijos?

Se hace no más el hereje, el pícaro ciego; bien que reza calladito y bien que hace sus romerías a las Lajas. Auto en favor; pues los pícaros terro-ristas siempre se han empeñado en tenerme como hereje; más, he aquí que el reptil de Esmeraldas sale vindicándome; y ya no soy hereje. Gracias a Dios; y sepa el muy canalla que a nadie, ante nadie he negado mis creencias religiosas: cristiano puro, cristiano por convicción, dirijo mis plegarias al cielo, y el cielo me oye y me tiene de su mano; hago mis oraciones sin nadie me escuche; porque no soy como esos fariseos que confiesan y comulgan para que les vean las gentes, para obtener empleos, para ser siquiera síndicos y albaceas. Mi romería a las Lajas, verdad; y fuíme con ese otro hereje de Don Eloy Alfaro y con otros herejes también que por ahí se estaban en Ipiales proscritos de la Patria, y a fe mía, que desde lo íntimo de mi alma le dirigí una tierna y humilde plegaria al Dios de los des-graciados, no al dios de los palaciegos, al dios de los ruines, de los humillados, de los hipócritas, de los que viven cosidos el tesoro nacional.

Que he vivido del bolsillo de mis amigos, durante mis prisiones y persecuciones. ¿Quién le ha de creer a ese can? He vivido con los cortos ahorros hechos en los años anteriores; y después, vendiendo lo que he podido vender, hasta mis li-bros, empeñando mi imprenta por trescientos pe-sos, y haciendo ocultamente una que otra defensa en el foro: he vivido de lo que vive el pobre, esto es, de la Providencia que jamás se olvida del hom-bre de bien y de rectas intenciones; y sea dicho esto, no para satisfacer a ese mentiroso, sino para que se vea que los hombres libres, los que no so-mos eternos parásitos del tesoro, sabemos llevar en paciencia la santa pobreza, con tal de conservarnos exentos de toda infamia.

No he leído la carta que me ha enderezado el perro a quién contesto; noticias no más tengo de ella; pero me basta para darle un puntapié a ese despreciable de quien ni debiera ocuparme. Siga, pues, el protervo llenándome de improperios que no alcanzan a lastimarme en lo más mínimo; y si-gan también los otros perros de palacio y los rufia-nes de todas partes ladrando y aullando; cumplan su deber como buenos perros, su silencio en esta ocasión, sería causa de que no tengan empleos en el gobierno entrante: aullar es vivir para esos mise-rables; y por entre sus aullidos, yo me pasaré altivo y sereno.

Y vea usted, qué perro es el que ha salido a morderme; el perro más perro de todos los pe-rros; el perro sellado con el sello del Estado; el pe-rrísimo por excelencia, el muy perro cuya historia no ha sido otra que la de haber sido perro de todos los perros de nuestros malos gobiernos. Aúlla, ber-gante, aúlla; tal es tu oficio; y cuenta con que en un rato de buen humor, no me dé la gana de hacer lo que Alcibíades, cortarte el rabo y dejarte para perpetua crónica perruna y para risa de las bestias quiteñas. J. B. Vela”.

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Debemos anotar que el Presidente Caa-

maño pretendió imitar la actitud del Dr. García Moreno: fusiló muchos compatriotas y confinó a un sinnúmero de liberales, entre ellos al Dr. Juan Benigno Vela. Al finalizar el periodo para el que fue nombrado, el 10 de agosto de 1888, entrega el poder al Dr. Antonio Flores Jijón, abogado quiteño hijo del Presidente Juan José Flores. La flamante administración instituida y sostenida por el Pro-gresismo, actúa entre dos fuerzas políticas: el Con-servadorismo tradicional y el Liberalismo con sus caudillos Pedro Carbo y Eloy Alfaro.

Cabe mencionar que la administración del Presidente Constitucional corresponde de agos-to 17 de 1888 a junio 30 de 1892, llegó al poder luego de una elección, políticamente enrolado en las filas del Progresismo, mantuvo accesibles rela-ciones con personajes políticos, se respiraba paz y concordia.

Durante la presidencia del Dr. Antonio Flores Jijón, mantuvo accesibles relaciones del ejecutivo y personajes políticos, se respiraba paz y concordia, lamentablemente varios funcionarios cometen irregularidades que caldean los ánimos del pueblo; El Dr. José Peralta, escribe al Ciego Vela, comentándole “que el Obispo de Cuenca, condena bajo la pena de excomunión a La Linter-na y La Razón. Y que no se dejará amedrentar por la persecución eclesiástica” Cronología de José Pe-ralta.

La ideología y la pluma del ambateño in-signe reaparecen con mayor fuerza en la ciudad de Ambato, pues, el 15 septiembre de 1888, brota otro periódico, “La Idea”, llegando a editar 21 números , hasta marzo de 1889, el redactor responsable es el Dr. Juan Benigno Vela, en el Nª1, allí leemos el objetivo de la publicación:

Prospecto“Si es milicia la vida del hombre sobre la

tierra, por mucho que varíen las circunstancias de los tiempos en que respiramos, de forma, de nom-bre a lo más cambiará nuestro Combate, más no de naturaleza.

Para los lectores, pues de nuestra anterior hoja periódica, es harto conocido nuestro propósi-to: luchar sin cansancio por los fueros de la Repú-blica, por la prosperidad y recta dirección de los destinos de la Patria, por el bien y el perfecciona-miento de nuestros hermanos, esto es, por el triun-fo completo de la idea que es el alma del mundo americano, la democracia.

Sangrientos, pero relativamente cortos, atronadores, pero gloriosos fueron los combates que nuestros padres sostuvieron y llevaron a feliz remate, para constituirnos en la más noble y fe-cunda de las formas de gobierno; en la más ade-cuada con la dignidad v perfectibilidad de nuestra especie, la República. Más tenaces y porfiados, si

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bien largas y oscuras, más arduas y peligrosas han sido las luchas deparadas a sus hijos, en el campo de las ideas, para la realización, mantenimiento y prosperidad del grandioso fin, por el cual aquéllos, con la vida, todo lo inmolaron, en aras del glorioso porvenir de este Continente.

Pero en ninguna de las hijas de los Andes como en nuestra infortunada Patria, hace sosteni-do más vivo y a la par lento en sus felices resul-tados este combate por el triunfo de la verdadera República. Y ¿qué admirar, si constituida en es-cuela el hambre de poder y fortuna, todo el ahínco de nuestros gobiernos se ha concretado a la con-servación intacta, no siquiera de las virtudes, sino únicamente de to dos los vicios y deformidades legados por los tiempos de la colonia? Pero ante el influjo de la idea, anta su ineludible progreso, mirad el abismo que, en menos de un siglo, separa nuestra sociedad de aquella que dio vida a nues-tros Próceres! y no desde la eminencia del poder, no con el prestigio de la opulencia, sino en virtud unidamente de su divino vigor, de la verdad inque-brantable que la viste, de la radiante justicia que la cubre de majestad.. Destierros y mazmorras, torturas y cadalsos, nada contra ellas han podido. Habrán retardado más o menos su imperio, habrá multiplicado el número de sus mártires; pero es su placer, su gloria mayor uncir a su carro a sus pro-pios enemigos, cuando más derrotada la juzgaban, abrirse por medio de ellos mismos su sendero y seguir impertérrita derramando en todos esa luz y calor que la hacen invencible y le aseguran el porvenir.

La propagación pues de la idea de nuestros Padres, el triunfo de la República en el Ecua- dor, he aquí el lema con el cual siempre nos encontrará en la brecha.

Pero después de tantas amarguras y des-engaños devorados por la justicia, no faltará quien

nos mire, no ya con lástima sino con horror, al ver-nos otra vez, pobres obreros, arrimando el hombro a tarea entre nosotros casi descomunal, el periodis-mo, en defensa de la buena causa. Acusadnos de necios, de extravagantes, de lo que queráis; pero por ineficaz que sea la acción de nuestras débiles fuerzas, no nos veréis jamás ni entre los renega-dos por mezquinos intereses, ni entre esa turba sin nombre que, por baja indolencia y miserable egoís-mo, se constituyen en cómplices cobardes de todos los crímenes que han de la república una utopía en el Ecuador.

Brilla además una nueva aurora en el cie-lo de la patria: ¿tornaráse, como siempre aquí, en noche pavorosa, o seguirá majestuosa y serena hasta su oca so? No lo sabemos, más, pecaríamos, si después de tan infectas tinieblas, no aprovechá-semos de esta luz.

Sí, es otra la atmósfera que respiramos: la esperanza a lo menos de ver la razón y la ley en las alturas del poder, ha brotado como por hechizo en toda alma bien nacida, ha disipado no infun-dados augurios y prevenciones y sometiéndonos dulcemente el corazón, casi involuntariamente nos arranca este grito: quizás nazca el bien de donde menos lo esperábamos!

Por qué negarlo? Ominoso, de mal agüero juzgamos el nombre lanzado a los cuatro vientos por boca demasiado impura, y harta interesada en la ocultación de sus torpezas y nombre luego ven-cedor, no en la lucha, sino en la eterna farsa que con el nombre de elección viene…”

En aquel mes, encontramos publicado un

hermoso escrito de la pluma del humanista amba-teño Dr. Vela, es la manifestación de su corazón, la expresión de gratitud por el presente ofrecido a la esposa del Ciego benigno, del cuadro de la virgen Dolorosa, por el artista quiteño, dice:

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Stábat mater “Señor Don Rafael Salas. Quito, Setiem-

bre de 1888.- “Oh mi querido y respetado ami-go! Han sido tantos los transportes de alegría y entusiasmo con que mi esposa me ha dado la ex-plicación del preciosísimo cuadro, que usted se ha dignado obsequiarla; que yo también, recordando lo que tantas y tantas veces había leído sobre la incomparable belleza de las vírgenes de Urbino, he concluido por entusiasmarme y contemplar estáti-co la imagen de esta divina Dolorosa que a juicio de personas inteligentes de Quito y Ambato, es una de las más soberbias creaciones de usted, mi gran amigo, de usted, émulo digno de aquel admi-rable maestro cuyas obras, inspiradas en la pura fuente del sentimiento cristiano vienen causando la admiración de todos los siglos.

Sí; veo a María, la veo con los ojos de mi alma, y cada vez con mayor asombro y religioso respeto: veo ese infinito dolor pintado en el más divino rostro; veo esa boca ligeramente entreabier-ta, por donde parece que se escapan las más senti-das quejas, los acentos más amorosos, los cánticos más celestiales; veo esas ternísimas y lánguidas miradas que buscan por los espacios infinitos al hijo amado, que ya no está pendiente del ignomi-nioso madero; veo esa mano temblorosa tocando la corona de espinas empapada aún con la sangre del Cordero sin mancilla; creo ver ese corazón ma-ternal desgarrado por todos los dolores, por todas las angustias, por todas las agonías; veo esa cruz, enarbolada todavía, triste, sombría y como medi-tando en el horrendo sacrificio que sobre ella acaba de consumarse, veo la colina del Gólgota solitaria, melancólica, funesta, cubierta por las brumas de la tarde y velada por los misteriosos arcanos de lo porvenir; veo, en fin, el conjunto más patético y conmovedor, cual nunca pude contemplar cuando mis ojos tenían luz y se iban tras los sublimes es-

pectáculos de la naturaleza. Veo todo eso, señor don Rafael; y mi es-

píritu, remontándose en alas de la más pura ad-miración, vuela por las serenas regiones de la luz, olvida lo terreno y sólo piensa en las portentosas creaciones del genio; y Apeles y Urbino, Fideas y Miguel Ángel, Velásquez y Miguel de Santiago, Murillo y Rafael Salas, me abruman con sus di-vinos pinceles, y me hacen comprender el absolu-to del arte, último término a donde no llegan sino pocos mortales privilegiados. Si los maestros de la antigua Grecia y los del Renacimiento, son los as-tros destinados a brillar eternamente en la epopeya del arte, Miguel de Santiago y mi querido Rafael Salas, serán así mismo los dos luminares que han de vivir suspendidos perpetuamente en el límpido cielo de la hermosa Quito, para honra y gloria de todas las edades.

Yo gozo ahora por usted, amigo mío; le agradezco en lo íntimo de mi alma, por haberme dado momentos de verdadera felicidad, elevando mi espíritu a las más gratas contemplaciones; le quedo obligado para siempre y le estrecho la mano con todo el cariño de que soy capaz”.

Las cartas que a continuación se trans-

criben ponen de manifiesto el verdadero repu-blicanismo, el espíritu de tolerancia y una alta comprensión, tanto del señor doctor don Antonio Flores, como del Dr. Vela. He aquí esos notables documentos que pueden servir de lección a mu-chos políticos:

“Quito, a 10 de octubre de 1888. Señor doctor don Juan B. Vela.- Ambato. Muy señor mío y de mi aprecio. -Ayer fui a visitar a Ud. y tuve una verdadera contradicción al saber que tan pron-to había Ud. partido para Ambato; pero, ya que no personalmente, hablaré con Ud. por medio de ésta, y le contestaré su atenta del 7 del mes en curso.

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Dada la franqueza de su carácter, la independencia de sus ideas y el patriótico celo de Ud. por el bien del país, su esquela tiene para mí mucho de halaga-dor, tan espontánea y sincera como es.

Ya conoce Ud. mi programa de “Concilia-ción y Progreso”; estoy resuelto a llevarlo a cabo enérgicamente y para ello cuento con la coopera-ción de los buenos ciudadanos, en cuyo número me complazco en colocar a Ud. en primera línea.

Todos mis actos tenderán a la felicidad de los ecuatorianos y al progreso del país. Si ando descaminado, la imprenta que es el sol de los pue-blos, encendido por la Libertad en el horizonte, sabrá sacarme del errado sendero, porque siempre he rendido culto al Derecho y he respetado como el que más las indicaciones y exigencias razonadas de la opinión pública.

Muy cordialmente le agradezco el fino y valioso ofrecimiento de su adhesión y su afecto, que sabré corresponder siempre cual se merece.

Me será muy agradable recibir contesta-ción a ésta y saber que está Ud. de acuerdo con mis ideas.

Para concluir: el país necesita paz y tra-bajo para engrandecerse. Denme los ecuatorianos paz y les daré progreso.

Créame Ud. que me es muy grato ofrecer-le todas mis consideraciones y aprecio, y suscribir-me su muy atto., obediente servidor. A. Flores”.

El Dr. Vela contesta a la carta transcrita:

“Ambato, octubre 14 de 1888.- Señor doctor don Antonio Flores, Presidente de la República. Muy distinguido y respetado señor: Acuso recibo de su muy atenta carta, fecha 10 del actual, agradecien-do a Ud. en lo íntimo de mí alma por las honro-sas expresiones con que se sirve favorecerme, sin duda porque Ud.; ha comprendido la sinceridad de

mis ideas y que mi franqueza, si alguna vez raya en grosería, es siempre hija de mi carácter severa-mente republicano.

Yo, señor Flores, fui adversario de Ud., porque no le conocía, porque conceptuaba que Ud. y yo pertenecíamos a escuelas diametralmente opuestas, porque así me lo hacían juzgar los hom-bres de la pasada administración; y si bien dio Ud. muchas pruebas de lo contrario en la Convención de 1883, sin embargo, jamás me imaginé que en el mando supremo hubiera podido Ud. asumir un carácter tan elevado, presentándose ardiente de-fensor de las libertades públicas, decidido factor del progreso y en perfecto acuerdo con las ideas y espíritu de nuestro siglo. Soy ahora admirador de Ud.; me complazco en reconocer el error en que me hallaba; y mientras Ud. gobierne al Ecuador, poniendo en planta los principios liberales que ha jurado sostener, en sus dos bellísimas Procla-mas, yo, como todos los liberales, como todos los hombres de bien, apoyarán decididamente a Ud., porque todos pensamos que la libertad es la única poderosa palanca para levantar a la Patria del tris-te, lamentable apocamiento a que la han conducido los malos gobiernos.

Pide Ud. paz a los ecuatorianos, y les ofre-ce libertad y progreso. Muy bien señor Flores; en esas palabras están palpitantes, encumbradas, las miras de Ud.; habrá paz, no lo dude, a lo menos por parte de los liberales, sí, porque los liberales no hemos pedido otra cosa que libertad absoluta de sufragio, libertad de imprenta, libertad de asocia-ción, libertad para lo bueno, lo honesto, lo útil para todo lo que tienda al desenvolvimiento intelectual y moral de los ecuatorianos; garantías para todo, respeto a la ley y abolición de los impuestos que, como los diezmos, mantienen aniquilada nuestra agricultura.

Pues si Ud. promete cuanto los liberales

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hemos pedido, ya con las armas, ya con la plu-ma; ya en la tribuna; si Ud.; señor, conociendo las tendencias y necesidades de la época, procura al Ecuador los medios de prosperar y engrandecerse; ingratos, desnaturalizados fuéramos los liberales, si apeláramos a luchas sangrientas por conseguir lo mismo que podemos tomar pacíficamente en el campo legal. Habrá paz, señor Flores, y Ud. nos dará libertad y progreso; y todos le bendeciremos; y todos veremos que en don Antonio Flores palpi-taba un noble corazón, un espíritu despreocupado, una cabeza llena de grandiosas ideas.

He aquí, señor, satisfecho su deseo de co-nocer mi modo de pensar; quedaré contento si la franqueza con que acabo de expresarme, fuere del agrado del Presidente de la República. Nunca he mentido; digo lo que siento; y al hablar a Ud., mi lenguaje debe ser el mismo que he usado toda mi vida; mis errores, hijos serán de mi naturaleza; de la poca ilustración que tengo; pero en todo caso mis intenciones son rectas y puras.

Acepte Ud., señor Flores, el agradeci-miento de mi alma por sus elevados propósitos; y créame que soy el más humilde y respetuoso de sus admiradores. J. B. Vela”.

El 17 de enero de 1889, día señalado por el

destino, en París, muy distante de su Patria, em-prende viaje a la eternidad Don Juan Montalvo, símbolo de rebeldía noble, pendón de la libertad de los pueblos, grande escritor americano y gloria del Ecuador.

El Cónsul General del Ecuador en Fran-cia, comunica al Presidente Flores Jijón el sensible fallecimiento del superbo escritor ambateño, acon-tecido en la capital francesa, el “Diario Oficial” del gobierno, publica únicamente la noticia.

Darío Guevara dice: “El Ciego Vela, cari-ñoso discípulo de Montalvo, en desafío a la rancia

tradición de las castas lugareñas, levanta su mejor pendón de nobleza espiritual y humedece sus ojos de varón que otrora desafiara al dolor. Llora por el Maestro, y en palabras escritas con lágrimas, muestra patéticamente las desgarraduras de su co-razón”.

El Dr. Vela reprocha el silencio del gober-nante Dr. Antonio Flores Jijón, señalando que los ecuatorianos están de duelo y se dirige a la Madre común, en el penúltimo número de “La Idea”, a fines de aquel funesto mes, se dirige con estas re-flexiones:

A la Patria: “Era ya tiempo ¡veinte años de rudos sacudi-

mientos, de constante y horrísona tempestad, abaten y destrozan la más corpulenta encina; veinte años de tem-pestades en el alma, de infinita pesadumbre en el cora-zón, consumen y aniquilan la naturaleza del ser más fuer-temente organizado.

Oh Patria! el mejor de tus hijos, el que más hon-ra te había comunicado, el que glorias más puras deposi-tara en tus sacrosantos altares, acaba de caer agobiado por el peso de inmensos infortunios; y muere lejos de tí y lejos de sus amados lares apurando hasta las heces el cáliz de la amargura.

Oh Patria! tu duelo es infinito; las lágrimas que derramas, son lágrimas de desesperación; sientes un es-pantoso vacío que nada puede llenar; la majestuosa estre-lla que guiaba tus pasos en la negra noche a que te habían traído los tiranos, acaba de eclipsarse, se hunde en el oca-so, y ya no te quedan más que los reflejos de su gloria.

Oh Patria! tu duelo es una tristísima lamenta-ción, tu llanto es la flébil queja de la madre que no tuvo el consuelo de derramar sus tiernas lágrimas en la tumba de su hijo más amado.

Oh Patria! llora, llora; tos malos hijos son la causa de tu agonía; llora, porque ellos han bai-lado siempre sobare tus ruinas, ellos han abierto

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siempre tus profundas heridas; llora, porque eres infortunada, porque con la muerte de Montalvo, has perdido el brazo poderoso que te sostenía, y sólo te quedas con destrozadores gusanos que te devoran y te ultrajan; oh Patria! llora, llora, por tu hijo predilecto...!

Justo como Arístides, severo como Catón, desinteresado como Fabricio y republicano como Camilo, Juan Montalvo fue el orgullo de su Patria, la gloría del Continente. Su culto por la libertad y su ardiente fe en el progreso, palpitantes se hallan en sus maravillosos escritos; progreso y libertad fueron siempre el objetivo, el único fin de todas sus acciones: mártir de sus ideas republicanas, comba-tió por ellas en desiguales contiendas; sus triunfos fueron completos, sus derrotas gloriosísimas, y ningún revés fue parte para contener los sublimes arranques de su genio; era un titán que desafió a todos los tiranuelos, y luchó con ellos y los venció y los sepultó en un abismo de oprobio y humilla-ción.

Los envidiosos de tanta gloria, pretendie-ron abatirle; pero Montalvo era de esos seres pri-vilegiados en cuya cabeza ardía un volcán y cu-yos rayos abrasaban a los tiranos y anonadaban a los perversos. Sus sacrificios por la libertad de la Patria fueron verdaderamente extraordinarios: en veinte años de proscripción cualquiera habría su-cumbido; pero Montalvo no era hombre capaz de doblegarse a los embates de la fortuna; vivió pobre constantemente en el destierro; y sólo Dios sabe cuántas miserias, cuántas hambres, cuánta sed, cuántas privaciones devoraban el pecho de este sublime Apóstol de las grandes ideas; y siempre calló, nunca una queja, ninguna palabra, nunca un ay! que hubiera podido traducirse por flaqueza o desesperación. Grande siempre en el infortunio, admirable en la pobreza, heroico en todas sus ne-cesidades, ah! Montalvo era distinto del común de

los mortales: el engrandecimiento de la Patria era su todo: sus escritos son una corona de resplan-decientes estrellas que brillarán eternamente en el horizonte ecuatoriano para gloria de América, para orgullo y timbre de nuestra desolada Patria.

Conmovidos por el rudo golpe que aca-bamos de recibir, nuestro corazón se halla profun-damente desgarrado; ardientes lágrimas derraman nuestros ojos, una angustia mortal nos tiene como enajenados. ¿Qué palabras hemos de tener para expresar el negro dolor que nos devora? ¿Cómo hablar de Juan Montalvo, cuando en este momento no tenemos ni conciencia de lo que decimos, cuan-do nuestra cabeza se pierde en un mar de confu-sión y espanto, cuando nuestro pensamiento vaga sin freno, abismado en otras contemplaciones, en otros mundos que no son el nuestro?

Oh Patria! perdona si en tu inmenso in-fortunio, ni voz ni aliento tenemos para dirigirte una palabra de consuelo, perdona si no podemos ofrecer más que copiosas lágrimas a la memoria del sabio varón, del insigne publicista, del pro-fundo filósofo que acaba de sepultarse en la in-sondable, misteriosa eternidad: cante el poeta las glorias de Montalvo, y pase este ilustre nombre en inmortales páginas, a las más remotas edades, como modelo de virtudes cívicas, como ejem-plo de grandeza y admiración, como enseña de libertad. Y tú, oh gran Montalvo! tú que en los mayores infortunios jamás desesperaste del por-venir de tu patria; tú, que siempre la sostuviste, y defendiste hasta entregar tu vida por su libertad y honra; tú, espíritu inmortal desde las inconmen-surables regiones de la luz a donde te han elevado la grandeza de tu genio y tus raras virtudes, vela por tu patria, inspírala tus sabios consejos, ruega a Dios por su gloria. Oh querido Montalvo, los americanos no te olvidarán jamás...!”

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Una vez más, el Dr. Vela, vuelve a la tribu-na, para exteriorizar la oración más grande de su evangelio madurado en dos décadas de lucha por la libertad bajo la luz de su espíritu, con su pluma periodística batalladora, los confinamientos y con su salud mermada en la vista y oído.

En la cuna de Montalvo, la noticia de la muerte del superbo ambateño, riega sus ecos de positivo dolor. El Concejo Cantonal de la ciudad, que lo integra también el Dr. Vela, declara tres días de estricto duelo para la Ciudad. Y por iniciativa del mismo Cabildo y de la “Sociedad Republica-na” -con ideal liberal-, rama de la de Quito, se fija el 26 de marzo para efectuar las Honras Fúnebres en memoria del gran patriota y eminente escritor.

En luctuoso homenaje participan también el Colegio Bolívar y el pueblo representado por el cabildo. Varios oradores enaltecen la obra del Cosmopolita, entre ellos dos discípulos del extin-to: Celiano Monge que habla en nombre del pueblo ambateño y Juan Benigno Vela que expresa el sen-timiento de la Sociedad Republicana como miem-bro liberal de esa legión de notables ideólogos y fundadores de la Entidad Matriz.

El Dr. Vela, no cesa de difundir la gran va-lía del Maestro, y cuando la diatriba tradicionalista ataca al escritor eximio, su defensa y su protesta no se dejan esperar. Y en su pluma y en su pecho no cesa la exclamación ecuménica que mantiene viva la lámpara votiva: “El Cervantes del Nuevo Mundo ha muerto. Llorar por él!”. Juan Benigno Vela Darío Guevara Imprenta Municipal, Ambato, 1949.

Bajo su responsabilidad, el 17 febrero de 1.890 imprime “El Argos” periódico simbólico destinado al sostenimiento de los principios li-berales, defendiendo los intereses de los pueblos, siguiendo al gobierno en todos sus actos adminis-trativos, una publicación efímera, de apenas un

trimestre, redactor responsable Dr. Juan Benigno Vela. En el Nº 1, la inicial edición, imprimió las siguientes líneas:

“Descendiente legítimo de “El Combate”, y de “La Idea”, periodiquito que hoy ve la luz pri-mera, después de saludar muy respetuosamente a sus colegas de la prensa ecuatoriana y a todos cuantos se dignaren leerlo, declara sin rodeos que su programa es el mismo, ni más ni menos que el de sus progenitores, y que siendo hijo de tales padres, sostendrá y defenderá los mismos princi-pios y las mismas ideas que aquellos sostuvieron y defendieron con voluntad incontrastable. Cor-tos serán por ventura los días que El Argos tenga que recorrer el estadio de la prensa, porque viene bajo muy desfavorables auspicios; mas esto lejos de amedrentarle, le infunde muchos brillos, por cuanto mientras más difícil se presenta el comba-te, mayor es el mérito del que, rompiendo por todo obstáculo, sabe vencer o retirarse con gloria o mo-rir en el campo.

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Por lo dicho se vendrá en conocimiento de que cualquiera que fuese la suerte que el cielo nos depare, no dejaremos ni un instante de perseguir el hermoso ideal por el que venimos combatien-do, sin tregua ni descanso, desde los primeros días de nuestra contrariada juventud, tropezando aquí y cayendo más allá con todo linaje de martirios, de dudas, de desengaños crueles, y dejando a cada paso del agrio camino que hemos recorrido, una queja, una lágrima, un pedazo de nuestro cora-zón.

Pero así es preciso que suceda, para que las ideas salvadoras de los pueblos, se purifiquen y se dila-ten con las agonías y sacrificios de sus mártires y ten-gan derecho a la dominación del mundo, conteniendo en su grandiosa historia toda la luz y esperanza que ne-cesitan las generaciones de hoy y las generaciones de mañana, para vislumbrar los horizontes de lo porvenir y caminar hacia él con toda la fe y entusiasmo que sabe inspirar la idea de un próximo y seguro vencimiento.

El Argos, pues, destinado como todos nues-tros escritos, al sostenimiento de los principios esen-cialmente liberales, tendrá una vida de combate y de lucha contra todo cuanto se opusiere a la realización de sus nobilísimas aspiraciones: llevar siquiera un tenue rayo de luz a la conciencia de los pueblos oprimidos, defender los intereses de éstos, tronar contra quien tratare de levantarse sobre las leyes, pedir la estricta observancia de la Constitución, vigilar por la recta in-versión de los caudales públicos, denunciar a los agio-tistas, caer inexorablemente sobre los especuladores y empresarios que tienen aniquilada a la República, se-guirle al gobierno en todos sus actos administrativos, como la sombra al cuerpo, como la palabra a la idea, apoyándole en lo bueno y criticándole severamente en lo malo, dar a conocer el comercio escandaloso de artí-culos de lujo y de puro gusto que hacen ciertas comu-nidades religiosas extranjeras residentes en el Ecuador, con notable perjuicio del tesoro público y del comercio

nacional; he aquí los principales propósitos de nuestra humilde hoja. Ella no pide ningún favor al gobierno y no tiene mayores pretensiones; demanda solamente la cooperación de los buenos liberales y de los que, no siéndolo, tienen amor a la justicia y harto patriotismo para sostener el con orgullo y esplendor el nombre de verdaderos republicanos.

El Argos tiene cien ojos, nada se escapará a semejante centinela de la libertad; y si esto puede causar la risa de los malévolos, por el contraste que ofrece con la ceguera física de su redactor, no le hace; las obras responderán a la crítica, como han respondido “El Combate” y “La Idea,” como han respondido nuestros demás escritos en “La Reac-ción”. Por otra parte, no estamos solos; contamos con la colaboración de notabilísimos escritores que nos han ofrecido venir en nuestra ayuda, honrando las columnas de nuestro pequeño semanario con sus magníficos escritos; ellos verán lo que noso-tros no podamos ver; su luz será nuestra luz, sus ojos nuestros ojos; y si acontece que se suspenda El Argos o que desaparezca totalmente del escena-rio, no será ciertamente por temor y falta de fuer-zas; nosotros somos de aquellos que no se retiran de la arena del combate, sino cuando ya no hay enemigos contra quienes combatir o cuando nos sacan de él por la fuerza de las bayonetas; si calla El Argos, será por escasez de recursos pecuniarios y no por otra causa.

Agregamos para concluir, que por el sos-tenimiento de la paz de la República, bregará El Argos con todas sus fuerzas, poniendo de su parte cuantos medios legales estén a su alcance, mien-tras que el Excmo. Sr. Flores se mantenga firme en el alto puesto que…”

En el libro “Ecuatorianos Ilustres” por Pedro Fermín Cevallos. Reproducción hecha por Ernesto C. Monge, para el centenario del Autor,

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editado en la Imprenta La Juventud, Quito, 1912, entre otras cartas encontramos ésta, firmada por el Dr. Vela, destinada a su padrino de bautismo, el periodista, con una literatura elevada, exterioriza su pensamiento vertical al historiador, dice así:

“Ambato, Junio 22 de 1890. Sr. Dr. D. Pe-dro Fermín Cevallos. Quito-. Mi respetado padri-no: Ni el escritor, ni el ahijado, sino el ecuatoriano agradecido, fue quien dictó, para “El Siglo XIX,” aquellas cuatro palabras por las cuales se me mues-tra Ud. tan reconocido, en la apreciable carta con que se ha servido honrarme, y que la correspondo con la más viva satisfacción.

Cargo de conciencia se me hacía no llevar mi pequeño óbolo de respeto y amor al Padre de la Historia Ecuatoriana, al distinguidísimo amba-teño que ha vivido por la Patria la mejor parte de su vida, consagrándola todos los esfuerzos de su voluntad y de su claro talento y formando lo que cabalmente la Patria más necesitaba el monumento de su panado, como punto de partida para que las presentes y futuras generaciones, no se extravíen en el alborotado mar de las pasiones políticas.

He sido el último en presentar á Ud. el humilde tributo de admiración y respeto; alegró-me por ello, porque si hubiese sido de los prime-ros, nada digno de Ud. habría salido de mi pluma; como quiera que, en el unísono concierto de aplau-sos que Ud. ha recibido en toda la América y aún en España, la débil voz de un pobre ciego, habría sido nota discordante o perdida en el vacío.

La diferencia de opiniones, no han podi-do por manera alguna alterar mis sentimientos de amor y gratitud hacia Ud.: me rindo ante el mérito, dondequiera que lo reconozca; y en tratándose de un hombre ilustre, de un egregio americano como Ud., mucha ceguedad fuera en mí no inclinarme respetuosamente ante él, sacrificando mi deber á disparates de tan poco momento, como son nues-

tras diferencias políticas. El ahijado, antes que el radical; el ecuatoriano, antes que el libre pensador: entre Ud. y yo existe un parentesco espiritual, que mucho me honra, que lo considero como un tim-bre de gloria y que lo transmitiré á mis hijos, para que cuando ellos lean el nombre de Ud. grabado en nuestros anales, puedan decir con inocente or-gullo: “Don Pedro Fermín Cevallos, el Heródoto ecuatoriano, fue padrino de pila de nuestro pobre padre”.

Le agradezco de todo corazón por el ob-sequio que me hace de su interesantísimo “Resu-men,” y tan a tiempo me viene, cuanto que ya lo había pedido á Guayaquil. Tuve la primera edi-ción, que me casto bien cara; pero la vendí por quince pesos, en fuerza de la necesidad que tenía de dinero durante los cuatro años de martirio á que me sujetó el gobierno de Caamaño. Vendí entonces mis más preciosos libros, mis queridos compañe-ros en todas las desgracias de mi vida.

Concluye Ud. su carta, mi querido padri-no, compadeciéndome por mi ceguedad, ahora que Ud. se halla experimentando lo que es esa vida de perpetua noche. Cierto que al principio de mi des-gracia, sufrí lo que no es decible; pero a poco vol-vió la serenidad a poseerme; el estudio de la filoso-fía y mis reflexiones, sobre la corta duración de los padecimientos humanos, levantaron mi espíritu a otras regiones, donde la luz es infinita y eterna; y así me tiene Ud. contento y tranquilo en medio de estas horribles negras noches que me rodean. Cuando el ciego llega á comprender la luz de ul-tratumba, sin duda que es muy feliz, si cabe llamar felicidad a esta dulce esperanza de una luz sin fin más allá de la vida.

Adiós, mi respetado padrino; reciba Ud. el homenaje de profundo amor y admiración de este pobre ciego”.

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Entre las diversas refutaciones de escri-tores liberales, -todos conformes en reprobar con firmeza las tituladas Páginas del Ecuador Del Dia-rio de Avisos Nº 828, Diciembre de 1890, en seña-lar sus falsedades-, consideramos que la más auto-rizada es la pluma del Dr. D. Juan Benigno Vela:

Refutación de las páginas para la historia 1892

“No conozco a la Señora Marietta Vein-temilla más que por su nombre y por sus hechos. Cuando D. Ignacio Veintemilla dominaba al Ecua-dor con todo el peso de un poder discrecional, su sobrina Dña. Marietta, según la voz general, era el ángel malo que imponía el sello de su voluntad ca-prichosa en todos los acontecimientos deplorables que hicieron de aquella administración un abismo donde quedaron sepultadas, por seis largos opro-biosos años, honra nacional, justicia, leyes, dere-chos políticos, garantías sociales, libertad, todo.

No era de esperarse ciertamente que la autora de las “Páginas del Ecuador” narrase con imparcialidad los hechos del Gobierno que defen-día; imposible habría sido la severidad histórica, desde que la Sra. Veintemilla no podía por menos que dar rienda suelta a sus propias pasiones y con-tar a su antojo todos los acontecimientos principa-les en que ella misma y su tío fueron los actores más importantes. Pero dignidad siquiera, culto a la verdad y respeto al testimonio de todo un pueblo que depone contra sus verdugos y que no olvida ni puede olvidar jamás las ofensas inferidas a la Patria ¿cómo no exigir a quien toma la pluma del historiador, con la necia pretensión de trasmitir a las generaciones venideras memorias de un pasado por demás negro y desconsolador?

Mas no señor; Dña. Marietta rompe con todo; verdad y justicia, nada son para ella; y llevando su imaginación y el sentimiento de

mujer hasta lo novelesco, nos presenta a D. Ig-nacio Veintemilla como el dechado de todas las virtudes, como el campeón más esforzado de todas las libertades públicas, como el egregio ciudadano, timbre de su Patria, gloria del géne-ro humano. Ingratos ecuatorianos ¿por qué os levantásteis en masa contra ese generoso após-tol de vuestra civilización, contra el guardián de vuestras instituciones, contra la luz y norte de vuestro progreso?

Antes que cólera, risa me ha causado esto de verle al bueno de D. Ignacio, gracias a la so-ñadora imaginación de Dña. Marietta, metamor-foseado de la noche a la mañana, transfigurado, contrahecho, vuelto por arte mágico hombre ad-mirable, circundado de una aureola luminosa, esparciendo rayos vivificantes por donde quiera y llevando la felicidad y el progreso hasta los úl-timos rincones de la República. Nosotros no co-nocemos más que á un Veintemilla brutal en todos sus actos; pero henos aquí en presencia de un D. Ignacio sagaz, profundo estadista, encarnación de las encumbradas ideas, patriota sin tacha, liberal eximio, desprendido, desinteresado, filántropo, generoso, honesto, purísimo en el manejo de las rentas públicas, hombre, en fin, acabado, envidia-ble, enorme, fantástico, luminoso. Qué sarcasmo! ... ¿Se imagina la Sra. Dña. Marietta que su tío, así falsificado por ella, puede producir un cambio favorable en la conciencia americana, que ya pro-nunció su tremendo veredicto contra el verdadero tipo, retratado á maravilla en las admirables Ca-tilinarias del perilustre Montalvo? No, tal cambio no puede jamás verificarse: la historia es Tácito, profunda, inflexible…

No es mi ánimo por ahora entrar en el examen de cada uno de los capítulos del libro que vengo recordando. Más tarde, por amor a la verdad, y porque la historia del Ecuador no tome

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por ventura algunas de las muchas y garrafales inexactitudes que contienen las Paginas de la Sra. Veintemilla, presentaré al público un folleto docu-mentado y que nada tendrá de falso o novelesco como la obra que trato de analizar. La Sra. Vein-temilla ha tenido la imprudencia de remover las cenizas que estaban ya apagándose; y aunque su libro pudiera ser excusable, considerando que el derecho de defensa a nadie puede negarse, sin em-bargo, la Sra. Veintemilla ha traspasado los límites de ese derecho, tergiversando los acontecimientos, sacrificando la verdad y la justicia a los intereses de familia, mancillando reputaciones honorables, calumniando miserablemente a los verdaderos li-berales y dejando correr su pluma a merced del viento que agita su fantasía de mujer. Nos reta, nos llama al combate: sea, aquí estamos; y cargue la imprudente escritora con todas las consecuencias.

¿Pero cómo perdonarla, cómo callar, cuan-do en sus Páginas tiene el atrevimiento de vindicar a su tío, tratando de justificar el hecho más atroz, más estúpidamente salvaje, cometido en la persona de Miguel Valverde? Oh!, callar sería un crimen, no protestar contra Dña. Marietta, una mengua para el Ecuador.

“Bien pudo usted haber silenciado ese acto, el más negro de su tío; no era preciso recor-darlo en su mentiroso libro; y acaso ningún ecua-toriano hubiera hecho el menor caso de cuanto usted en él estampa; pero justificar una infamia, buscando palabras y ejemplos con que atenuarla, apelar a la vil calumnia y recriminar á la víctima para excusar al verdugo; oh, señora, este es el col-mo de la desvergüenza.” Juan B. Vela. Antonio Flores Jijón. 1892

A inicios del año 1.891, la digna com-pañera y amada esposa del Dr. Vela, señora doña Mercedes Ortega de Vela de treinta y ocho años

de edad, y a escasos tres lustros de constituido su hogar, y procreado siete vástagos: Cristóbal, Cori-na, Laura Lucrecia, María Mercedes, Atahualpa, José Ignacio y Víctor Hugo Vela Ortega, expira la heroína, dama inseparable de don Juan Benigno, la madre abnegada de sus hijos aún infantes y adoles-centes, ellos se consuelan unos a otros, pero será en esta circunstancia en que el padre exterioriza el temple de alma y la nobleza de sus sentimien-tos, logrando confortar sus vidas con una vigorosa familiaridad. Él supo sustentar a sus hijos con su trabajo personal.

El notable liberal expresaba: “A ella le debo lo que soy; ella formó mi espíritu para la lu-cha; en mis desgracias me alentaba con sus pala-bras de virtud y resignación; en mis empresas de política me estimulaba con la entereza de su carác-ter; y fue ella mi diosa egregia; mi secretaria, mi alma misma…” Ellos asisten a su padre saturado de soledades, y estarán siempre listos, como se-cretarios o lazarillos.

Es el momento más oportuno para pre-sentar al Dr. Vela, testimonio de afecto y recono-cimiento a su talento y patriotismo traducidos en periódico “El Combate”, mediante la pluma y me-dalla de oro, que sus amigos y admiradores libera-les de Bahía de Caráquez, concibieran la idea dos años atrás. El señor Celiano Monge, que desempa-ña las funciones de Rector del Colegio Bolívar, en febrero de aquel año, organiza una velada literaria en el Plantel, con la finalidad de entregar el obse-quio de sus incondicionales del cantón manabita.

Por medio de la prensa, el Dr. Vela mani-

fiesta una serie de conceptos publicados una carta dirigida al autor de la comedia:

Receta para viajar: “Ambato, Octubre 2 de 1892.- Señor don

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Francisco Aguirre G.- No se sorprenda Ud., caba-llero, al ver al pie de esta carta el nombre de un desconocido, que se dirige a Ud. sin el menor an-tecedente para ello; y sea disculpa para mí el bien intencionado objeto con que lo hago.

Por la fama pública, y muy especialmente por una de las cartas de mi honorable amigo Señor Doctor Don Luis Felipe Borja, tuve conocimiento de haberse representado en Quito, por dos o tres ocasiones y con un éxito brillantísimo, el precioso drama de Ud. “Receta para viajar”.

Como se trataba de un drama nacional, y el primero en su género que se había puesto en es-cena con un resultado feliz, vivísimo fue el deseo que tuve de leerlo, y a punto estuve de hacer un viaje a Quito, introducirme en casa de Ud. y supli-carle me lo leyese. A esto me obliga el interés que tengo porque la literatura ecuatoriana, rompiendo con la rutina de tomar de la española todas sus inspiraciones busque otro rumbo, inspirándose en nuestra hermosa naturaleza y poniendo las bases de una literatura propia, elevada, ideal, radiante, llena de color y vida; que nuestro Teatro sea el re-flejo fiel de nuestras costumbres, de nuestras ten-dencias, de muestro modo de ser social y político.

Por fortuna para mí, vino la Compañía Dalmau, de paso para Guayaquil, improvisó un escenario en la casa de Gobierno en esta ciudad y puso en escena aquel magnífico drama de Ud. La realidad superó a todas las ponderaciones y noti-cias recibidas; encantome la obra y rompí a cada momento en patrióticos aplausos. Sí, Señor Agui-rre; la Patria está de plácemes, decía yo en voz alta, la Patria está de plácemes, tiene una literatura pro-pia, todos los ecuatorianos somos los personajes de este drama; nuestras costumbres están ahí, no podemos desconocernos; la comedia se emancipa también de la madre España y se viene a nosotros a formar una República libre; y no es ya una co-

media de capa y espada; es una comedia social, corresponde a nuestro pueblo, a nuestra Vida ín-tima; es nuestra, nuestra, nadie nos la arrebatará, es nuestra, felicitémonos; él autor es un quiteño, un poeta inspirado, un observador inteligente y escrupuloso, un, crítico envidiable, posee el don de hacer reir al más escéptico, es un Juvenal que fustiga a todas las clases, sin ofender a persona de-terminada, sin herir despiadadamente, sin abusar de su inspiración y genio.

Todo esto decía yo, en el colimo de mi entusiasmo; y desde entonces he permanecido va-cilante entre escribir a Ud. o quedarme callado; y sólo el Señor Doctor Borja ha sido sabedor de mis impresiones. Pero rompo el silencio, Señor Aguirre; y sírvase Ud. aceptar la felicitación que le envío de lo último de mi alma. Soy profano en el arte, dígalo sin la menor sombra de modestia; más como una comedia social tiene encantos para todos, nada más natural que la de Ud. hubiese co-limado el anhelo mío.

Aprovecho de esta ocasión para estrechar-te la mano, ofrecerle mi amistad, y suscribir- me como su muy obediente y seguro servidor”. Con-ceptos de la prensa, Quito, 1892

El Presidente Dr. Antonio Flores Jijón,

concluye su administración tras diversos obstácu-los de una oposición exasperada. Entregó el po-der al Dr. Luis Cordero Crespo, escritor atildado Miembro de la Academia Ecuatoriana de la Len-gua. Gobernante de junio 10 de 1892 a abril 16 de 1895. En su régimen se dio el “Escándalo de la Bandera”, éste era un problema que se debió a que Chile apoyó a Japón con un buque para su guerra por lo cual fue destituido al permitir que éste bu-que atravesara con la bandera ecuatoriana.

En este año, el Presidente electo, de paso hacia Quito, visitó en su casa al “rebelde ciego”,

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como le conocían en todo el país. A finales de año fue electo Concejal del Cantón, y por votos de la mayoría de representantes edilicios, llega a la Pre-sidencia del Ayuntamiento ambateño. En la ges-tión municipal, imprimió mayor dinamismo y sus afanes de progreso tuvieron mayor amplitud. Es nombrado Procurador Síndico Municipal el distin-guido doctor Celiano Monge.

El Dr. José Peralta, escribe al Ciego Vela, comentándole “que el Obispo de Cuenca, condena bajo la pena de excomunión a las publicaciones de “La Linterna” y “La Razón”. Y que no se dejará amedrentar por la persecución eclesiástica”. Cro-nología de José Peralta. Su espíritu periodístico que le mantuvo latente, es cuando la ideología y la pluma del ambateño insigne reaparecen con mayor fuerza en la ciudad de Ambato.

Transcurrirán algunas semanas para reto-

mar el ideal liberal, con el seudónimo Silvio, el Dr. Vela remitía semanalmente artículos periodísticos relacionados con la vida del país, cuyos destina-tarios eran dos periódicos de la ciudad de Guaya-quil: “El Tiempo” y “El Radical”.

Correspondencia Especial.

Dirigida para El Radical, “Ambato el 21 de febrero de 1893. Mi estimado Sr. Director: Si los gendarmes literarios de la “Argolla”, obli-gados por la paga a defender todo lo inicuo y monstruoso de nuestros gobiernos, conservasen un resto de vergüenza en el alma; no tendrían ciertamente dónde esconder la cara al verse a cada paso cercados, sorprendidos y abofeteados por la a verdad de los hechos que ellos traían de ocultar con tanto aplomo y mala fe. Sostienen romo bueno y ventajoso lo que el buen sentido y la ciencia repulsan como perjudicial e inconve-niente; y deslumbrados ante las demostraciones

elocuentísimas de sus adversarios esto es, de los defensores de la legalidad, apelan al triste recur-so de la difamación y la calumnia; como si con medios tan reprobados pudiesen hacer noche so-bre cosas que todo el mundo ve y palpa; como si con esos gritos destemplados, consiguiesen aho-gar la voz de todo un pueblo que protesta enér-gicamente contra esos grandes malvados que le explotan y aniquilan, que le tienen en la miseria y el hambre, que lo roban el pan de treinta años, que comprometen su porvenir, que le escarne-cen y le cubren de oprobio é ignominia.

Y todavía me han de llamar calumnia-dor, no obstante la terrible bofetada que acaba de darles el Sr. D. Francisco Barona, con su magní-fico folleto “Silvio y el Dr. A. Flores” ¡pues qué dirán ahora los señores de la prensa progresista, al ver que el Sr. Barona me saca verdadero cuan-to afirmé la conversación que este Sr. tuvo en 1878 con el Sr. Flores, concerniente a la compra de bonos ecuatorianos! Nueva calumnia, dijo un tal Plinio, con asombrosa magistralidad; nueva calumnia, ruin calumnia, repitieron escritores mercenarios; torpe calumnia, la vendrían robusta repitió desde Madrid en mismo Dr. Flores; y no faltó diario de Guayaquil que dudase maliciosa-mente de mi veracidad, esperando con impacien-cia saber cómo saldría yo del apuro; y ese mismo diario me acusó de ingratitud para con el Dr. Flo-res. Ingratitud: ¿qué servicios personales le había merecido yo a este caballero, ni que vínculos me unían a él? ¿Acaso fui empleado ni por una hora durante su administración? ¿Por qué me llaman ingrato y desconocido? Como republicano honra-do, reconocí entonces y lo reconozco ahora que la libertad de imprenta, fue real y efectiva en tiem-po del Dr. Flores; como liberal honrado he dicho siempre que los primeros actos de esa administra-ción, como la libertad de los presos políticos, como

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los nombramientos de ciertos empleados y otros así por el estilo, me cautivaron y me llenaron de esperanza; mas, como liberal como republicano, deplore más tarde la debilidad de carácter del Sr. Flores, debilidad que nos trajo por consecuencia la imposición de la fuerza brutal para la elección de Presidente de la República, la carga abruma-dora del 10% sobre los derechos de importación y la inmensa pesadumbre del arreglo de la deuda extranjera, sujeto a condiciones tales, que pesarán sobre la infeliz República como la más desastrosa de todas las calamidades sociales. Si decir estas verdades, constituye un delito de ingratitud y des- conocimiento, desconocido soy ingrato, como lo son todos los ecuatorianos que se vuelven contra sus pérfidos conductores y le cubren de justas mal-diciones. Sublime ingratitud…!

Volviendo al folleto del Sr. Barona, es indis-pensable que lo sepa U. Y lo sepan todos los ecuato-rianos, que no han extasiado las cartas y los empeños desde Quito, y quien sabe si desde España, a fin de conseguir que mi amigo don Francisco me des mintie-se de cualquier modo la conferencia que tuvo en París con el Dr. Flores, al respecto de los bonos. Imagínese U. Cuán embarazosa había sido mi situación si el Sr. Barona, cediendo a las influencias de la amistad o de otras consideraciones personales, no hubiese respon-dido a la voz del deber y del patriotismo, escribiendo ese folleto, en el cual no suspenden la altivez de carác-ter, la ingenuidad, la buena fe, la convicción sincera y la elevación de miras: Barona, el ciudadano pacífico, el hombre laborioso que vive alejado de la política y entregado únicamente al trabajo de la agricultura; Barona, el que ha rehusado mil veces ser diputado a las cámaras legislativas, por no verse envuelto en las farsas infames de nuestros Congresos; Barona el ami-go del Dr. Antonio Flores, el que no quiso servirle a éste como gobernador de Tungurahua en 1888, por-que comprendía sin duda más que otro alguno las

antiguas tendencias y aspiraciones del Presidente sucesor de Caamaño; Barona, el hombre dotado de generosas virtudes sociales, Barona, digo, acaba de darnos un ejemplo bellísimo de nobleza y pro-bidad, presentándose de improviso en un campo donde él no ha pisado nunca, recogiendo con alti-vo desdén el guante que desde Madrid le arroja D. Antonio, y diciéndole este con varonil desenfado: “aquí me tiene U. caballero: soy yo en persona el amigo B…., de quien se ha ocupado Silvio en su Correspondencia a “El Tiempo”; U. me ha recono-cido y me ha llamado delator; no lo soy, no puedo serlo; he callado antes, porque no se había conver-tido en asunto personal la controversia de U. sobre conversación de la deuda inglesa; mas, ya que U. me toca con frases descomedidas o insolentes, sal-go a defender los intereses nacionales, no mi per-sonal; soy ecuatoriano antes que amigo de U.; Me duele la suerte que de mí infortunada patria; mi deber se impone a toda consideración personal, U. ha hecho la ruina de la República con un arreglo antieconómico y monstruoso; la conversión de la deuda externa pudo haberse consumado sobre ba-ses más ventajosas; cuando acumulando por algu-nos años el diez por ciento adicional sobre los de-rechos de importación, podía colectarse el capital suficiente para amortizar de una vez todos nuestros bonos; Colombia no paga el servicio de su deuda de la manera que U. lo insinúa, sino del modo que lo dice el Mensaje del Presidente de esa República, a fuerza de ahorros y de modificaciones al contrato con sus acreedores, sin importar a los colombianos onerosas contribuciones, sin abatir el comercio, sin destruir la agricultura; el Ecuador, según el con-trato reglado por U. Pagará durante años de años ingentes cantidades a los especuladores, sin alcan-zar jamás a cancelar su crédito, etc. etc. etc.”.

Estas y otras cosas dice el Sr. Barona con todo el ardor del patriota laureado, con toda la en-

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tereza del republicano que desprecia desde ahora las tempestades que han de armar contra él los horizontes de la “Argolla”. Pues vamos a ver qué contesta Sn. Antonio Flores; vamos a ver si vuelve a burlarse, con bufonadas de mal género, del ami-go B…. que así le sale al frente cuando menos lo esperaba.

Pero dirá Dn. Don Antonio que no ha leído al folleto del Sr. Barona, que lo ha arrojado con desprecio, como lo hizo con el del Sr. Dr. Dn. Clemente Ponce, que tiene asco de estos papeles, que todos ellos no son más que desahogos, inven-ciones, torpezas y calumnias de sus enemigos, que apela al fallo de la historia, que la posteridad le hará justicia.

No, Sr. Dr. Flores; hace U. muy mal de no leer esos papelee; ellos contienen cargos espanto-sos contra U., como que son el proceso sobre el cual se ha de escribir más tarde la historia de su vida pública, como Presidente que fué de un pue-blo cobardemente explotado por especuladores sin conciencia, impíamente burlado y escarnecido, por los mismos que tenían obligación de ampararle y hacerle respetar. No, Sr. Flores, no deje U., de leer los cargos que se le hacen siquiera fuesen tardíos y aunque se encuentre U. á millares de leguas de distancia del Ecuador: el folleto del Sr. Ponce, que U. arrojó a un rincón, contiene tantas y tan conclu-yentes sospechas contra U., que sí no las desvane-ce con documentos indubitables y con la misma fuerza de argumentación que su contradictor, ésas sospechas y no el silencio de U., serán el funda-mento de los que más tarde cargarán la mano sobre los contratos ahincadamente consumados por U. Y no piense, Sr. Dn. Antonio, que en el libro de la historia ha de pasar U. fulgurante, circundado de aureolas; ese gran libro no ha de ser escrito por im-púdicos cortesanos, por plumas asalariadas, como las que escribieron la historia de la Restauración,

el combate de Jaramijó y los encomios al sombrío Caamaño; esas plumas venales, pasarán, pasarán, Sr. Flores; vendrán otras que, a la manera de Tácito y Juvenal, impriman en la mejilla de los trafican-tes con la hacienda nacional, el hierro candente del uno y el látigo formidable de otro; y esta sí que será la historia, la verdadera historia, Sr. Dn. Antonio.

Poco importa que tenga U. por acá Pli-nios que le defienda; ¿acaso no los tuvo tam-bién su padre, acaso no los tuvo Veintemilla, acaso no los tienen García moreno y Caamaño? La conciencia pública, que es el más a gusto, el más infalible de los tribunales, está ya formada en el Ecuador; no hay un hombre de mediana instrucción que no comprenda las consecuen-cias desastrosas a que U. nos ha conducido con el contrato sobre conversación de nuestra deu-da externa; y no hay uno siquiera, fuera de los que forman el esparto partido progresista, que no conozca quiénes son y a que familia per-tenecen los especuladores, los tenedores de nuestros buques, los grandes ladrones que han arruinado la República.

Yo no le calumnié U. en mi Correspon-dencia a “El Tiempo”, dije mi opinión con la con-ciencia de que mi juicio estaba en armonía con el juicio de todos los ecuatorianos; y si no se los dije estando U. todavía en el Ecuador, fue porque mi opinión no estaba entonces diciendo que miente ilustrada; fue porque suelo aventurar mis juicios, por temor a ser contradicho, fue porque el cua-derno del Sr. D. Clemente Ponce, publicado des-pués de la partida de U., vino a ilustrarme, a in-fundirme mayor convencimiento, en una palabra, a fundar de tal modo el criterio, que la necesidad de desahogar mi conciencia del republicano, se hizo ineludible. Me engañe! Juro que lo había de-seado; mas por desgracia, todos los días es más profunda convicción. La carta encontrada segu-

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ramente entre los papeles del finado Sr. Dr. Dn. Pedro Cevallos Salvador enderezada a U. y publi-cada ayer no más por el mismo Sr. Dr. Ponce ¿no es por ventura, Sr. Flores, un agilísimo puñal que ha de herir de muerte la reputación de U.? Cómo! ¿No aparece U. en esa carta como un farsante, em-peñado en desvirtuar lo acordado y resuelto por el H. Consejo de Estado? Cómo! ¿No aparece allí el interés personal, el egoísmo de U. empeñado en cambiar los términos de los cablegramas que el Consejo ordenó que se dirigiesen a nuestro Cónsul en París? ¿Qué significa todo esto, sino que yo tuve razón en anticipar mis opiniones? Pues desmién-talas, Sr. Flores, desmiéntalas, que me holgaré de ello; pero cuide do leer los escritos del Sr. Ponce, el cuaderno del Sr. Barona y los números 1422 y 1423 del “Diario de Avisos”, correspondientes al 7 y 9 de enero último; pues en este Diario encon-trará U. dos admirables artículos intitulados “Un Cumulo de Contradicciones”, con los que queda desbaratada, pulverizada la Carta de U. a su amigo Plinio. No arroje estos pápeles; léalos, contradíga-los, sin andarse por las ramas, sin cortar por lo más débil, sin hacerse el bufón. En el mismo “Diario de Avisos”, números 1452, 1453 y 1454, que los he recibido por el correo de esta fecha, verá U. otros tantos artículos con el título de “Estaríamos mejor sin el Concordato y sin el Arreglo de la Deuda”, artículos magistrales, contundentes, axiomáticos, que deba U. leerlos, releerlos, y contestarlos; pues que ellos nos dan la medida de los errores de U. y de lo ruinoso del arreglo de nuestra deuda. Lea todo esto, Sr. Flores; no los mire con desprecio, no nos salga con sutilezas y sofismas; no nos venga con el adefesioso argumento de que el contrato, bueno o malo, fue aprobado por el Congreso y que U. no tenía que hacer otra cosa que ejecutarlo y llevarlo á cabo. Esto es risible, ridículo, porque na-die ignora que nuestros congresos son por lo gene-

ral juntas de grandísimos bribones al servicio del poder Ejecutivo además, si el contrato fue malo, nadie podría conocerlo mejor que U.; y entonces ¿por qué no lo objeto? No hubo ya tiempo, se con-cluyeron las sesiones, responderá U. Pero ¿quién tuvo la culpa? Pues U., U. y nadie más; porque, así como convocó Congreso sobre Congreso para solo el objeto de aquel arreglo, pudo haber convocado un cuarto Congreso extraordinario y sometido a su decisión las objeciones del ejecutivo. No lo hizo no le convenía hacerlo; consiguió que el contrato fuese aprobado como por asalto, como que ya le parecía a U. que la República se quedaba sin esta ganga; y nos viene ahora con que U. no fue más que el ejecutor de una ley monstruosa, infame, causa de inmensas desgracias. ¿No es esto cierto, Sr. Flores? Pues lea U. la carta que publico a con-tinuación, carta de un caballero que no es enemigo de U., que no inventa calumnias, que no dice más que lo que las actas del Congreso, lo que dirían todos los Senadores, lo que dice la nación entera, lo que dirá la historia, en la cual tanto confía U., Como si la historia, si en ello, hubiera de ser es-crita por los hombres de la tarifa oficial, por esos mercenarios que venden su pluma por un puñado de dinero.

En efecto, las actas del memorable Con-greso de 1890, relativo al arreglo de la deuda in-glesa contienen tantas pruebas en contra del Dr. Flores, que ellas serán un testimonio elocuente de la degradación nuestros padres conseriplos. Cierto que en esas actas abundan protestas enérgicas de unos pocos patriotas que hicieron tenaz oposición a los contratos, figurando entre ellos: en primera línea el Sr. D. Carlos Fernández Madrid, suje-to que merecerá la gratitud final por su honrada política por la vehemencia con que supo defender los intereses nacionales. El Sr. Fernández Madrid, no pudo por desgracia asistir a la sesión en la que

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se aprobó el monstruoso contrato nuestra deuda; pero al día siguiente, y a pesar grave enfermedad fue al Senado y cuando hubo escuchado la lectu-ra del acta de la sesión anterior, se celebra el des-ahogo en protestas desahogó en protestas viriles, terribles contra el Poder Ejecutivo, d dando con esto una prueba más de su probidad y alteza de carácter: al Sr. Fernández Madrid le hará justicia la posteridad, señalándole un lugar distinguido entre los mejores patriotas. Además el Sr. Fernán-dez Madrid fue estafado ruinmente de una fuerte suma por los mismos condes y marqueses que se vinieron a Quito para consumar el funesto arre-glo de nuestra deuda; siendo de notarse que estos famosos estafadores consiguieron su intento dan-do banquetes y saraos a costa de ese esclarecido y generoso defensor de nuestra honra y de nuestra hacienda. Consten estas líneas como un voto de reconocimiento que, aunque tarde, dirigimos al Sr. D. Carlos Fernández Madrid; pues jamás debemos olvidar á los bienhechores de la República.

Y bien, querido Sr. Director de “El Radi-cal”; para U. era esta Correspondencia, para U. que en la sombra picándolas preferencia; mas ya no irá ni por este correo ni por el otro; porque acabo de saber que los ejemplares que “El Radical”, venidos por el correo de ayer, así se están en la oficina de Ambato bien guardados encajonados y purgando delitos que no han cometido: el Sr. Gobernador de Tungurahua, obedeciendo órdenes superiores, me los ha hecho decomisar; como esto mismo ha de suceder en todos los correos de la República, tenemos que nuestro liberal y valiente periódico, se haya condenado a la clausura perpetua en es-tos infelices pueblos serraniegos, donde un obispo con un vicario valen más que la ley fundamental y más que ese pobrecito de D. Luis que, con haberse puesto humilde y devotamente al servicio del cle-

ro, que ella vive en la gloria y que su nombre ha de sonar con el olor de santidad. Verdaderamente, amigo mío, la situación de la República, no pue-de ser más desesperante: combatida la libertad de imprenta por los mismos que debieran sostenerla, ya nada más tenemos que esperar; una a una irán menoscabándose las garantías constitucionales; y entonces, ay de los vencidos!

Publicaré esta Correspondencia en Ambato; así me lo piden algunos amigos, por suponerla de cier-to interés actual. Mas, en todo caso, téngala por suya, para U. la dicté; y si en Guayaquil es aún tolerado “El Radicar, hónremela en sus columnas. Y adiós, caballe-ro; siempre es de U. este pobre ciego que protesta una y mil veces contra las arbitrariedades y torpezas de D. Luis Cordero”

Fallece en la ciudad de Quito, el 21 de mayo

de 1893, el escritor ambateño, Dr. Pedro Fermín Ceva-llos Villacreses, historiador y jurista, político y hombre público, cuyas doctrinas se identificaron con el Libera-lismo. Al distinguido caballero don Pedro Fermín y a don Juan Benigno, padrino y ahijado, les unía un lazo espiritual de fe bautismal.

El Dr. Vela, que desempeña las funciones de Presidente del Concejo Municipal, convoca a sesión a los miembros del Cabildo, a fin de poner en conoci-miento el momento triste que vive la ciudadanía por el fallecimiento del preclaro ambateño y luego de su análisis, acuerdan lo siguiente:

El Concejo Cantonal de Ambato,

Considerando:1º Que el fallecimiento del anciano venera-

ble, Sr. Dr. D. Pedro Fermín Cevallos, ha causado, una sensación de profundo pesar entre los habitantes de esta ciudad;

2º Que por tan triste acontecimiento el Con-cejo Municipal de Ambato, interpretando el sentimien-

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to popular, debe rendir un testimonio de condolencia como homenaje a la memoria de este ilustre ambateño;Resuelve:

Art. 1º El nombre del Sr. Dr. D. Pedro Fermín Cevallos, quedara inscrito en el acta de la sesión de este día consagrado únicamente a deplorar la muerte de uno de sus más beneméritos hijos de este suelo.

Art. 2º A las exequias que se celebraran en la iglesia Matriz el 10 de Junio próximo, concurrirán todos los miembros de esta Municipalidad de riguroso luto.

Art. 3º Durante ese día permanecerá izado a media asta el pabellón nacional en la casa del Ayunta-miento, en todos los establecimientos públicos y en las demás casas de la ciudad.

Art. 4 º En la noche, de ese mismo día tendrá lugar en el Salón Municipal una velada fúnebre, en la cual se pronunciaran discursos apropiados al objeto, tanto por el representante designado por esta Munici-palidad, como por todos, los que quisieren hacer uso de la palabra.

Art. 5º El Presidente del Concejo invitará oportunamente al Sr. Gobernador de la provincia para que concurra a la función religiosa y a la velada subsi-guiente, y para que, a su vez, se digne convocar a los empleados políticos y civiles de su dependencia.

Igual invitación se hará a los vecinos caracte-rizados de la ciudad y a los deudos más próximos del fallecido.

El Jefe Político queda encargado de la ejecu-ción y cumplimiento de la presente disposición.

Dado en el Salón de sesiones dela Casa Muni-cipal; Ambato, a 29 de Mayo de 1893.

Presidente, Juan Benigno Vela. Secretario, Francisco Moscoso.

Jefatura Política del Cantón. Ejecútese

Invitación pública Resuelta por el Concejo Cantonal de Ambato,

para la autoridad provincial, vecinos de la ciudad y fa-miliares del extinto historiador, dice: “Señor: El Ilustre Concejo Municipal que presido, acordó en su última sesión, honrar con exequias religiosas y con una velada fúnebre, la memoria del ambateño eminente y grande hombre de le-tras Sr. Dr. Don Pedro Fermín Cevallos, fallecido hace pocos días en la Capital de la Republica.

Con tal motivo, he recibido del Ilustre Conce-jo el honroso encargo de invitar a los sujetos distingui-dos de esta ciudad y a los parientes cercanos del finado, para que se sirvan concurrir a esas dos funciones, que tendrán lugar el sábado 10 del mes actual en la iglesia Matriz la primera y en el salón del “Colegio Bolívar” la segunda; debiendo reunirse todos los concurrentes en la Casa municipal a las 9 de la mañana de aquel día.

Dígnese U. aceptar la invitación del Ayunta-miento y los respetos de su muy atento S. S.

El Presidente, J. B. Vela, El Secretario Fran-cisco Moscoso, Ambato, junio 4 de 1893.

El Ilustre Concejo Municipal, acordó en su última sesión, honrar las exequias religiosas con una velada fúnebre, el Presidente de la corporación edili-cia, pronuncia la siguiente disertación:

Recuerdos a la memoria del Dr. Pedro Fermín Cevallos.

“Señores Concejeros Municipales: La pompa con que acabáis de honrar la memoria de un distinguido ambateño, por mil títulos acree-dor al reconocimiento de sus conciudadanos, es muy propia de una Corporación respetable que sabe interpretar el justo duelo de! todo un pue-blo, y es al mismo tiempo la manifestación de que abrigáis en vuestros corazones los delicados sen-timientos de amor, respeto y veneración por los varones egregios que, con sus talentos y virtudes, han ilustrado a su Patria, procurándola días; de ventura y engrandecimiento.

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! El Sr. Dr. Pedro Fermín Cevallos fue uno de esos hombres privilegiados, cuya prolonga-da existencia; provechosisima para la Republica, corrió serena y apacible, cultivando varios campos del saber humano y dejando frutos de bendición en el foro, en la literatura y en la historia; hasta que debilitada por el i trabajo y los anos, acaba de sumergirse en las eternas claridades de lo insonda-ble. ‘’ No de otra suerte las corrientes cristalinas de nuestro hermoso rio, recorren un trayecto dilatado, fertilizando los campos que toca y derramando la abundancia y la vida por dondequiera; hasta que, pobres y cuasi exhaustas, van a perderse en las on-das tumultuosas del caudaloso Patate.

Nació nuestro venerable conterráneo en el periodo más difícil de nuestra historia, cuando las convulsiones sociales traían conmovido todo el Continente, cuando la libertad y la democracia eran apenas un sentimiento vago, una esperanza lejana perdida todavía en .los celajes oscuros de lo porvenir; y fue el Dr. Cevallos testigo presencial de esas terribles tempestades políticas y de esos hechos asombrosos cuya narración debía hacér-nosla el mismo, cuando se hubiesen serenado los tiempos y desaparecido del escenario los hombres que desempeñaron un alto papel en la homérica epopeya de la emancipación del Nuevo Mundo.

Vivió el Sr. Cevallos como destinado por la Providencia para colocar en el altar de la Patria la primera piedra sobre la cual se va levantando el monumento grandioso dela Historia Ecuatoriana; y si otros títulos no atestiguasen los merecimientos de nuestro sabio jurisconsulto y filólogo, bastaríale el muy valioso de haber sido el primer historiador de la República, para que la posteridad le dedicase un monumento que perpetuase su memoria, para que su nombre fuese bendecido y para que todos los americanos le proclamasen como a uno de los mayores civilizadores del Continente.

Justísimo, pues, Sres. Concejeros, el ho-menaje de admiración que habéis rendido, a varón tan eminente: grandes fueron sus virtudes, gran-de la elevación de su espíritu, grandes sus mere-cimientos. ¿Tuvo por ventura defectos en su vida pública?

¿Por qué no, quien no los tiene? Pero los errores, pero las pasiones, pero las flaquezas se comen los gusanos en la tumba, y no sobreviven más, que las nobles acciones; pues, que solo la vir-tud es superior la muerte. Imitemos las virtudes del Dr. Cevallos, encarnémosles en el corazón de nuestros hijos y sea esta la manera con que pague-mos el tributo de gratitud que debemos al que fue gloria de la Patria, honra y prez del suelo que le vio nacer.

Señores Concejeros: Me ha cabi-do la suerte de presidiros en ocasión tan solemne; perdonadme la pretensión de que mis palabras se registren en el acta de este día; no lo pido por va-nidad, sino porque son sagrados los vínculos que me unían al venerando ciego de Ambato: fue mi padrino de pila; mi profesor en jurisprudencia, mi maestro en historia.

Señores! Declaro terminada la sesión”

El Ilustre ambateño, Miembro de la Real Academia Española de la Lengua, señor Don Juan León Mera, fallece en la villa de Ambato, el 13 de diciembre de 1894.

Hoy, en la segunda década del siglo XX, en la Casa Museo del Dr. Vela, encontramos la Hoja grabada en la Imprenta del Tungurahua de Teodomiro Merino, publicada el 27 de diciembre de 1894, y firmada por el Dr. Juan Benigno Vela, la misma titula: Juan León Mera

“La desaparición de este varón ilustre ha conmovido profundamente el corazón de cuan-

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tos veíamos en el Señor Mera, no un copartida-rio político, puesto que nosotros pertenecemos a otra agrupación distinta, sino al literato insigne, al laborioso y honrado ciudadano que fue honra y gloria del pueblo ambateño. Para hacer más nota-ble este sentimiento, reproducimos a continuación un fragmento de una Correspondencia de nues-tro compatriota Vela, publicada en el Nº 1985 del “Diario de Avisos”, ya como una prueba del mérito del fallecido, ya también como un brote de gene-rosidad de parte de un enemigo político, dice así:

P.D. Escrita y aún cerrada ya mi Corres-pondencia para el correo de mañana, vieneme la triste noticia del fallecimiento del señor don Juan León Mera, sucedida hace media hora no más en la quinta de Atocha. Con este motivo mi primera dili-gencia es dar aviso a U., por telegrama, el que aca-bo de consignarlo en la oficina, concebido en estos términos: “Letras ecuatorianas acaban de perder un literato notable: hoy falleció el señor Juan León Mera después de inmensos padecimientos. Siénto-lo sinceramente”. En verdad, señor Director, que siento de todo corazón la ausencia eterna de un personaje como el señor Mera, que tantos y tantos esfuerzos hizo durante treinta y cinco años, por dar a su patria una literatura original, una poesía nueva, apartando a los poetas americanos de ese prurito de imitación de la poesía española. Si lo consiguió el señor Mera, serán los críticos quienes lo decidan, pues no soy voto en la materia. Más, lo que se me alcanza, es que mi paisano fue poeta fecundísimo, que cultivó las letras con buen éxito, que tuvo bien sentada su fama y que hombres emi-nentes de España y América, recibían las obras del señor Mera con el mayor aplauso.

Fuera de esto, poseyó el señor Mera otras prendas muy recomendables: su vida privada no tuvo mancha, formó una familia respetable y fue un excelente padre; y esto para mí es lo que real-

za más la memoria de un hombre de bien. Si en la vida pública fue el señor Mera el enemigo más encarnizado de los liberales, y el sostén más pode- roso del partido ultramontano, obra fue de sus ve-hementísimas pasiones y de su fe invencible en la bondad de las ideas que sostenía.

Descanse en paz; la tumba se ha inter-puesto entre él y nosotros. Inclinémonos ante ella, olvidemos los rencores políticos que nos separaron del ilustre autor de “Cumandá” y guardemos silen-cio respetuoso ante este sagrado hogar cubierto en estos instantes de sombra desolación”.

A un año de finalizar el periodo presi-

dencial del Dr. Luis Cordero, son conocidos los incidentes relacionados con el alquiler de la ban-dera y el buque “Esmeraldas”, más al conocer el “negociado de la bandera”, el Dr. Verla, formó y presidió la “Junta Patriótica del Tungurahua”. El Presidente Constitucional, presentar la renuncia a la primera magistratura.

Junta Patriótica del Tungurahua. de 1.893José O. Cobo Flor, Dr. Juan Benigno Vela Hervas, Jorge Sevilla Suárez, y Modesto Chacón Cobo.

Fuente: Galo Vela Torres.

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Dr. JuanBenigno VeaPlumilla de Francisco Suárez. 2015

EL LEGISLADOR CIEGO 1895 - 1920

El 16 de abril de 1895, asume el ejer-cicio del Poder, el Vicepresidente de Estado el Dr. Vicente Lucio Salazar.

Además, estructuró en Ambato la “Di-rección General de la Guerra” y el batallón “Vengadores de la Patria” que puso a las órde-nes del Coronel Francisco Hipólito Moncayo, pero los liberales de Quito, lo desarmaron y disolvieron. Entonces ayudó a formar la “Co-lumna Tungurahua” que luchó en Gatazo con el comandante Carlos Fernández.

Como el pueblo está en contra de las acciones del efímero gobierno, los levanta-mientos revolucionarios detonan en la Serranía como en el Litoral, es así que el pueblo de Gua-yaquil proclama Jefe Supremo al General Eloy Alfaro el 5 de junio de 1895, y ante el avance de las tropas liberales después de los éxitos obte-nidos en el Centro del país, el gobierno se retira al Norte; la transformación política tan deseada la recibe el Dr. Vela, pletórico de alborozo con el anhelo de que los acontecimientos entren en mejor carrusel, para ir personalmente a Guaya-quil, y saludar al amigo Alfaro, como también para llegar a un cercano entendimiento con el gobierno de la revolución.

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Después de vencer muchos peligros con el apoyo de una pequeña comitiva, el Dr. Vela llega a Babahoyo, siendo recibido por autoridades que le ofrecen honores, y ponen a su disposición el vapor Chimborazo para trasladarse Guayaquil, llega el 1º de agosto ilustre liberal y periodista incansable de la buena doctrina, es merecedor de un apoteó-sico recibimiento en de parte del Consejo de mi-nistros que desea manifestar al Dr. Vela la gratitud del Jefe Supremo de la República, por los muchos e importantes servicios que tienen apostado a la causa de los pueblos.

Antes que desembarque el patriota am-bateño, es el mismo Subsecretario de Cartera del Interior don José de Lapierre, da la bienvenida:

“Señor doctor Juan Benigno Vela: Duran-te la prolongada lucha que vos habéis sostenido por el triunfo de las ideas liberales, sólo haber cose-chado inicuas persecuciones, por parte del gobier-no del Ecuador; más hoy fiel sol de la libertad luce esplendoroso para los ecuatorianos, mi gobierno o recibe en tributo y sintiendo el debido homenaje a vuestro levantados patriotismo…

En un nombre, pues, del gobierno del ge-neral Alfaro, tengo el honor de dar la más cordial y entusiasta bienvenida, y manifestaros, que abriga la seguridad de que, ora con vuestros sabios conse-jos, ora con vuestra brillante, magistral y enérgica pluma, ora con vuestra autorizada palabra, conti-nuaréis colaborando con la patriótica obra de la re-generación nacional. Venís a Guayaquil, donde se os ama, y seréis objeto de apoteosis que merecéis por vuestros honrosos antecedentes.. Está entre los vuestros; y por mi parte, como el más humilde de sus discípulos, me encuentro altamente honrado la con misión que cerca de voz vengo a cumplir. Que las brisas del Wireless lo sean propicias y que la Patria se salve”.

El Dr. Vela, emocionado manifiesta su

agradecimiento amable, dando su palabra de no cesar en la lucha por la consolidación del gobierno liberal, siempre que el programa no quebrante su recta trayectoria.

El Ministro Carbo, satisfecho por la aten-ción prestada “al ilustre patriota y esclarecido hom-bre público”, agradece a la Comisión y felicita sus componentes “porque les ha cabido la honra de ser los primeros en saludar al esforzado adalid de la li-bertad, de quien espera la patria felices días de glo-ria y bienaventuranza”

El 19 de agosto de 1895, es proclamado en votación popular Jefe de la República, el General Eloy Alfaro, y en la misma forma se elige al Dr. Juan Benigno Vela, Jefe Civil y Militar de la Provin-cia de Tungurahua. Apenas hubo llegado el general Alfaro a Ambato, en agosto de 1895, el 29 de aquel mes, fue conferido plenos poderes para que avan-zara a la capital, con el objetivo del aseguramiento del triunfo real de la causa nacional y del partido, a la vez que, el de consolidar definitivamente la paz.

Acercabase a los 52 años, de edad, el 12 de

septiembre se decreta la supresión de las Jefaturas Civiles y Militares. Más el Dr. Vela es nombrado Gobernador de Tungurahua, con potestades ex-traordinarias para encauzar la administración pro-vincial, como de sus principios normados por la jus-ticia. Alfaro considera: “con colaboradores de tanta valía, sólida ilustración y acendrado patriotismo, conseguiría, indudablemente, realizar los ideales de los buenos ecuatorianos:”

El escritor Pablo Balarezo Moncayo, en

su libro “La Apoteosis de un Maestro” transcribe: “Timbre de honor y de prestigio es, sin duda, que un personaje de la talla del Dr. Vela, cuya impar-cialidad y justicia son legendarias, reconociera sin reticencias la distinción de un profesional y le en-

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comendara la responsabilidad de un cometido, con fe en la bondad de su labor y la eficacia de sus re-sultados. Se me permitirá que transcriba las frases auténticas del documento que conservo, a cuyo pie se destacan firma y rúbrica con enérgicos rasgos, a pesar de que no guiaba la luz material a quien los trazara: “En el año 1895, siendo yo Gobernador de la Provincia de Tungurahua, establecí 1a Escuela Nacional de Ambato, escogiendo para ella los me-jores Profesores, entre los cuales don Rafael Lato-

rre y don Pedro Pablo Balarezo fueron nombrados en primer término, como que cada uno de ellos era ya muy conocido y de lo mejor. El señor Balare-zo se ha distinguido desde aquel año entre todos los Maestros de la Provincia, primeramente por su conducta intachable, y luego por sus buenos cono-cimientos pedagógicos y por la absoluta consagra-ción al desempeño de su cargo. (f.) J. B. Vela.”

Difícil se ha vuelto el sostenimiento de la primera dictadura liberal por las acometidas clericales desde los púlpitos y las incesantes sediciones de los conservadores. Para detener la acometida opositora, Alfaro decide volver al orden constitucional en la República, se re-quiere de la elección de diputados para el 6 de marzo de 1896, y decreta la convocatoria a la Asamblea Constituyente para el 9 de octubre del mismo año. Son electos los más destacados liberales del país. La diputación de Tungura-hua la conforman: Juan Ruiz, Octavio Álvarez, Juan Benigno Vela, Isaac Viteri y Alcibíades Cisneros.

En Quito, el Dr. Vela organiza el gobierno,

es informado de la protesta presentada por el En-cargado de Negocios de la Legación venezolana, por la ilegalidad cometida por el coronel Pedro Pa-blo Echeverría, quién vulnera la Legación en que se encontraba asilado el señor Vicente Lucio Sala-zar, ex Vicepresidente de la República, arrestando y llevado a la prisión, el Dr. Verla, Delegado del Jefe Supremo, reprueba aquel acontecimiento y en compañía del Encargado de Negocios, acuden a la cárcel, restableciendo la libertad del señor Salazar en la Legación.

Por aquella acción ejemplarizadora, el gobierno Venezolano, condecora al Dr. Vela, con el busto del Libertador, además el obsequio

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un bastón de carey, con empuñadura y borlas de oro, bastón que lo llevó el General Plaza el mo-mento de presentar la promesa en su primer perío-do presidencial.

El jurista ciego y notable político, que ha

influido muchas veces en la política nacional con-tribuyendo con patriotismo, talento y desinterés al resurgimiento del país en varios órdenes, por estos antecedentes, se expide el siguiente Decreto:

“El General Eloy Alfaro, Jefe Supremo de la República,

Considerando: Que es necesario preparar y facilitar los

trabajos de la próxima Convención Nacional, me-diante la organización de comisiones adecuadas que formulen los proyectos de ley en que aquella tenga que ocuparse;

Decreta:Art. 1º Comisionar al eminente hombre

público nacional doctor Juan Benigno Vela para que estudie el presente dicha asamblea el proyecto de constitución política, que sea más conforme con antecedentes, el modo de ser social y las tenden-cias del ecuatoriano.

Art. 2º. El mismo doctor Vela se encargará de la formación de los proyectos de leyes secunda-rias que oportunamente le indique el ministerio de justicia, a fin de que éstas, guarden armonía que debe con la ley fundamental.

Dado en Quito, 26 de marzo de 1896General Eloy Alfaro, Jefe Supremo de la República

El Dr. Vela, es designado miembro prin-cipal de la “Comisión Revisora de Legislación Ecuatoriana” para elaborar el proyecto de la Pri-mera Constitución Liberal, y que, las conquistas

de los liberales, logradas en una guerra interna de cuatro años, fueran legitimadas en un cuerpo jurí-dico acorde a sus postulados ideológicos, se deter-minan las siguientes resoluciones:

1º Elección de Presidente Constitucional, en la persona del General Eloy Alfaro;

2º Eliminación de la pena de muerte para delitos de asesinato y parricidio y estableció la li-bertad de culto y las leyes secundarias;

3º Declaración a la República como católi-ca, pero con libertad de cultos;

4º Son ciudadanos, los mayores de 18 años que sabían leer y escribir, pero ya no era necesario estar casado;

5º Abolición de la pena de muerte; Ade-más se declaró que las creencias religiosas no im-portaban para el ejercicio de los derechos políticos y civiles.

Más al poco tiempo, renunció, desconten-to con las confiscaciones del gobierno y para pro-testar por el perverso fusilamiento del periodista Víctor León Vivar.

El Dr. Vela, enterado de lo que intentan

hacer en la Constituyente, como también en el Go-bierno Provisional del General Alfaro, publica va-rios escritos, combatiendo la política del día, uno es hiriente: “De como los tiempos se parecen”

“No recordamos en este momento cómo se llamaba aquel famoso malvado de Roma que encontrándose en la última agonía y sabiendo a ciencia cierta que su muerte daría motivo a una general alegría, ordenó que en el instante fuesen degollados varios de los más respetables patricios: quiero, dijo el perverso, que mi ciudad amada llore mucho y haga mis funerales derramando acerbo Danto, Y así sucedió; Roma vistió de luto por los patricios decapitados; la consternación fue gene-

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ral, el pueblo maldijo al déspota y éste partió muy tranquilo de la tierra como si tal cosa le hubiera importado un ardite.

Entre nosotros, los funerales de miles de

hermanos que mueren en los campos de batalla, se practican al revés; porque todo nuestro prurito consiste en divinizar al tiranuelo que triunfa; le ha-cemos creer que es el más grande de los mortales, lisonjeamos sus pasiones, pervertimos sus buenos sentimientos y desvanecemos su cabeza con el in-cienso de una baja adulación.

Pues triunfa el caudillo, deja un montón de cadáveres insepultos y vuela a recibir los fes-tejos y las coronas que los pueblos le preparan; pero no porque los pueblos hacen estas ofrendas de un modo voluntario; pues que harto tienen que llorar por sus deudos y hermanos; sino porque así lo quieren los mandarines de grado o por fuerza.

Y lo más original es que llamamos fiestas de la Patria a todas nuestras hecatombes humanas y las hemos de festejar quiera Dios que no quiera para no caer en la desgracia del caudillo victorio-so. Mil víctimas fueron sacrificadas en Miñari-ca, pues allá va el Te Deum, la misa de gracias y el repicar de las campanas: es fiesta de la Patria. Vienen luego las matanzas de Galilahua y Pesi-llo: son fiestas de la Patria, las campanas a vuelo; las campanas son la vaca de la boda. Se fusila en Quito a Maldonado, se asesina en Jambelí a vein-te y siete ecuatorianos, se asesina en Guayaquil a Viola; pues Gloria in excelsis Deo, rómpanse las campanas: son fiestas de la Patria. Mueren más de mil hermanos en Galte, mueren centenares en las calles de Quito en 1887; mueren por centenares en todas las guerras de la restauración; sucumben por centenares en las batallas por la reivindicación na-cional; pues a reírse las campanas; son todas fiestas

de la Patria; los pueblos están obligados a demos-trar alegría; no pueden haber tristezas ni lágrimas cuando la Patria se ha salvado de los piratas, de los demagogos y de los herejes y de los curuchupas. Vuelve de Guayaquil el funestísimo Caamaño, vuelve triunfante después del incendio de Chara-potó, después de haber hecho asesinar a Sepúlve-da, Infante, Moncayo y otros cien patrio- tas y des-pués de dejar establecido ese monipodio, que tanta celebridad alcanzó con el nombre de argolla: pues vengan los arcos triunfales y las coronas de laurel y las misas de acción de gracias y los panegíricos de los curas y las loas y cánticos de las escuelas y colegios y despedácense las campanas vocingleras y viva Caamaño, viva el quinto o sexto padre de la Patria, ¿no somos unos bárbaros todavía?”

Telégrafo Nacional, “Ambato, 21 de junio de 1896.- Señor Celia-

no Monje.- Aviso Gral. Que una partida de jóvenes ambateños andan por Tisaleo y Mocha, recogiendo bestias para los revolucionarios. Son Rodolfo y Fer-nando Vásconez, un hijo de don José Páez, uno de los Buchelis y otros, hasta doce. No se toma aquí ningu-na precaución, predico en el desierto, soy de opinión que salga de Quito siquiera por unos días Gral. Alfa-ro; su presencia produciría efectos saludables y como no tiene jefes idóneos para la guerra de montoneras, Alfaro se hace necesario en el centro por la falta de energía y actividad, la situación va encrespándose; y envano grito y envano me muero de ira por tanta de-jadez. Contéstame tuyo. Juan B. Vela”

Una comunicación de 7 de septiembre, diri-gida al Dr. Vela, que dice: “Complazco en reconocer que U.S.H. Reprobó el atentado y asumió la actitud más resuelta en contra de él, al extremo de subir con varios caballeros y conmigo al panóptico, en avanza-da hora de la noche, para poner en libertad, sin pér-dida de tiempo, el señor Salazar y restituirlo a esta

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legación; comportamiento que aplaudí entonces, que aplaudo ahora, y por el que presentó a U.S.H. Mi más sincero agradecimiento.

El 26 de septiembre de 1.896, aparece el semanario “El Pelayo”, la circulación sabatina que llegará al Nº 8 del mes de noviembre, su perma-nencia corta debido a las realidades políticas, el redactor responsable Dr. Juan Benigno Vela, en el Nº 1 del periódico, presenta sus respetos a todos sus colegas de la República, e estos términos:

Otra esperanza pérdida.“Las fábulas mitológicas de la antigüedad

griega, contienen tantas y tan profundas enseñan-zas, que no parece sino que hubiesen sido inventa-das paja su aplicación un todas las pocas y en to-dos los lugares: su lenguaje figurado es mudo pero irresistible, tienen un espíritu, cuyos resplandores se abren paso por entre las tinieblas de los siglos y alumbran y se hacen sentir en todos los actos de la vida social y política de las naciones.

La fuerza y la Violencia enclavando á Pro-meteo en una roca, para impedir que el Titán robe al ciego un poco de ciencia y la reparta entre los hombres; las Danaidas empeñadas día y noche en una tarea estéril; Ixión tratando de abrazar a la dio-sa de sus ansias y encontrándose con una sombra; figuras son todas estas que con elocuencia abru-madora, nos vienen demostrando hora por hora y día por día cuán inmenso son los estorbos que los tiranos y déspotas de la tierra oponen al desenvol-vimiento progresivo de las sociedades y cuán su-premos son los esfuerzos de éstas por alcanzar su felicidad.

Si la Historia no nos enseñase que en la lucha perpetua de los pueblos contra sus opreso-res, la victoria se decide siempre en favor de la justicia y de la razón; por cierto que los generosos mantenedores de la causa de los oprimidos, des-esperados de sus grandes ideales, abandonaríanlos a la acción lenta de los tiempos, desconfiarían de la acción de la Providencia y darían de mano a sus tereas redentoras, exclamando con ese pesimismo de los espíritus desalentados: sie fata voluere.

A la verdad, el ánimo más esforzado se contrista y desfallece en situaciones dadas, cuando se considera que existen pueblos para los cuales no sopla por ningún lado vientos propicios que disipen las nubes de tempestad que permanecen amontonadas en sus horizontes, manteniéndolos en perpetua noche; cuando se considera que los sa-crificios y los dolores y las agonías de los héroes y los mártires de una idea grandiosa, pasan por ante los tiranos y por ante las multitudes inconscien-tes, corno un efecto de ambiciones bastardas y de impaciencias indebidas o como el resultado lógico y fatal de una voluntad invisible que preside los destinos de algunos pueblos, condenados a vivir sin luz y sin nombre en el espacio y en el tiempo.

Sin buscar ejemplos en otra parte ¿no es

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nuestra República el testimonio elocuentísimo de un pueblo por demás infortunado, víctima eter-na de todas las injusticias y de todos los rigores, enclavado por siempre en la roca de la ignorancia y de las preocupaciones más groseras, empeñado inútilmente en romper sus cadenas, juguete de por vida de la infidelidad y de los ultrajes de sus con-ductores? ¿Cuál ha sido y cuál es la suerte de los defensores de la libertad ecuatoriana desde 1833 hasta la hora presente? ¿No han sido todos ellos el ludibrio de los déspotas y de los tiranuelos que en su concupiscencia de oro y de poder, han des- pre-ciado y martirizado a los grandes repúblicos, se-pultándoles en los calabozos u obligándoles a men-digar el pan del proscrito en playas extranjeras, si es que no han pagado en los patíbulos el delito de haber sido patriotas y virtuosos? Holl, Moncayo, los Ascázubis, Rocafuerte, los Borjas, Riofrío, Maldonado, Mestanza, Piedrahita, los Gómez de la Torre, el venerable Carbo, el inmortal Montalvo y otros y otros mártires de la Libertad, ¿no fue-ron por ventura los más ilustres a la par que los más perseguidos por su vehementísimo anhelo de arrancar a su Patria del yugo afrentoso que la ha oprimido por más de medio siglo?

Y todavía nos combatimos y nos desga-rramos las entrañas: y todavía la República yace postrada, aniquilada, infamada, sin luz y sin nom-bre, despreciada en el exterior, abatida y exánime en el interior, Hasta cuándo?

Pretendiendo demostrar su independencia,

es cuando revelará la suspicacia que se arrastra por ciertos ambientes oficiales del gobierno de Alfaro, y expone claramente sus perennes propósitos: “A la manera de Ixión -dice-, los ecuatorianos abraza-mos siempre una sombra fugaz, nunca la diosa Li-bertad. Creímos alcanzarla con Rocafuerte, vana esperanza? creímos alcanzarla con Urbina, fué un

sueño; creímos alcanzarla con García Moreno, el tirano se burló de nosotros y remachó nuestros gri-llos; creímos alcanzarla con Veintemilla, este sol-dado soltó una carcajada; “creímos alcanzarla con Alfaro, si, con Alfaro, el hombre de los cruentos sacrificios, el hombre de los grandes padecimien-tos, el hombre de los grandes combates, el hombre que simboliza todas las esperanzas, los ideales su-blimes y el patriotismo más desinteresado; y Al-faro nos entrega una sombra; y la diosa Libertad se cubre el rostro, se avergüenza de nosotros, nos declara indignos de poseerla, no puede habitar en los campos de desolación y de muerte, desplie-ga sus alas y huye de la Patria infortunada... “Los soldados de la idea liberal, los que quedamos de la escuela de Pedro Carbo y Juan Montalvo, los que hemos padecido todos los martirios y todas las agonías del calabozo y del destierro, de la miseria y el hambre, los que hemos arrastrado con firme carácter las injusticias de los tiranuelos, los ultrajes de nuestros adversarios y el desdén y la calumnia de nuestros propios amigos; aquí estamos otra vez en la brecha, dispuestos a todo, listos al sacrificio... Llámennos traidores, tránsfugas o desleales, no importa; la posteridad nos hará justicia, el tiempo se encargará de hacer la defensa del ciego radical que desde 1868 ha permanecido en su puesto bre-gando con los tiranos, sereno en la adversidad, al-tivo en todas las ocasiones”.

De esta manera una nueva campaña co-mienza. Y no será únicamente el Jefe Supremo, que antes fuera su mejor amigo y correligionario, el que le ocupe en las columnas ortodoxas de “El Pelayo”, sino también los liberales que rodean al Magistrado y justifican la conducta del Gobier-no. En el número 3 del periódico, Vela recuerda amargamente que Alfaro dijo al asumir el Poder: “Mi Gobierno será de justicia y reparación”. En se-guida agrega: “¿Se ha cumplido esta promesa? No,

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por desgracia nuestra; porque habiendo decretado la confiscación de bienes, su Gobierno ha venido a ser de represalias y no dé reparación, de violencia y no de justicia”.

La opinión pública tanto de parte de la

izquierda como de la derecha, envuelve al redac-tor de “El Pelayo” con una aureola de fama nada común. Pero el Gobierno liberal de Alfaro, como es de suponer, no mira bien la conducta del perio-dista ambateño, y Manuel J. Calle, convertido en portavoz oficial, dirige a aquél una serie de car-tas políticas que, rebasando el nivel de la amistad, constituyen un desafío a polémica.

El Dr. Vela, electo Diputado a la Asam-

blea Constituyente, esta se reúne en Guayaquil, el Diputado ambateño, prefirió no concurrir, por ra-zones de salud, en este lapso surge nuevamente el gallardo batallador en Ambato, y desde las colum-nas de “El Pelayo”, es cuando Manuel J. Calle es-cribió en el periódico “El Nuevo Régimen” varias cartas, entrando en polémica con el parlamentario Dr. Vela, quien le remite esta Carta abierta:

“Sr. D. Manuel J. Calle, Ambato.- Ami-go mío: Son tan largas, tan largas las Cartas que Ud. se ha dignado enderezarme en “El Nuevo Ré-gimen” tan cortas, tan cortas las columnas de mi “Pelayo”, que pensar siquiera en una contestación a Ud. sería una locura.

No ignora Ud. que vivo de mi trabajo en el foro y que si no ando de aquí por, allí, de juzgado en juzgado y algunas veces de cantón en cantón, viérame muy apurado sin recursos para la vida. Me falta tiempo, me sobran ocupaciones; y siendo así, imposible leer las cartas de Ud., por más que los mal intencionados crean que rehuyo la discu-sión con el estimable periódico de Ud. Nada me

importará este juicio. Fuera de esto, habiendo resuelto concurrir

a la Asamblea Constituyente, que bien pronto rea-brirá sus sesiones en la Capital, tengo necesidad de multiplicar las horas de mi trabajo, a fin de quedar expedito para el viaje y exonerado de los compro-misos contraídos y de honorarios recibidos.

Digan, pues, lo que dijeren, es lo cierto que no puedo entenderme con Ud.; y lo repito, me faltan espació y tiempo.

Con algunos Diputados que, de paso para Quito, han permanecido cuatro días en Ambato, he conversado sobre dichas Cartas; y vea Ud. cómo:

Un Diputado.- Dice Calle que con el ma-yor sentimiento de su alma le considera a Ud. como un muerto, que ha presenciado sus exequias de cuerpo presente.

Vela.- Agradezco al amigo Calle porque me considera muerto para su política que no es la mía ni la de los buenos liberales; pues que me ten-ga por finado, que me siga cantando el De profun-dis y que mande decir algunos responsos por mi ánima y… requiescat in pace.

Otro Diputado. - Dice Calle que se van los Jefes y caudillos, y que Ud. es uno de los idos.

Vela.- Perfectamente; habiendo asistido el señor Calle a mis exequias de cuerpo presente claro es que soy de los idos y no de los venidos y como los difuntos aunque hubiesen sido desertores y traidores no vuelven jamás del otro barrio, téngame el señor Calle por ido eterno.

Otro Diputado. - Dice también que Ud. con su “Pelayo” está haciendo un mal gravísimo al partido liberal, una revolución formidable.

Vela. - No es cierto; el partido liberal ver-dadero nunca tendrá un defensor más abnegado que mi pobre “Pelayo”. Mas si el amigo Calle lo juzga de otro modo, defiéndalo como a él le agrade; haga

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otra revolución moral, física o matemática que acabe con la mía; no quedaremos a debernos nada. Revolucionario he sido siempre; pero con alteza de miras, guardando mi dignidad y sin esperar otra recompensa que la satisfacción de mi propia con-ciencia y el fallo de los liberales genuinos.

Otro Diputado. - Dice Calle que aún es tiempo de que Ud. vuelva sobre sí mismo dando un movimiento de conversión.

Vela. - Soy viejo, no acepto consejos que me deshonrarían; el movimiento que me pide Ca- lle, sería infamante; pues mi periódico no ha hecho otra, cosa que denunciar los crímenes, los abusos y escándalos cometidos a nombre de la Libertad por los sayones del Jefe Supremo.

Si todo esto es mirado como criminal, prefiero el papel de delincuente; ser víctima de la calumnia y de las interpretaciones apasionadas, vale más que pertenecer a la pandilla de calum-niadores y victimarios que siempre hánme salido al paso; y que éstos tuerzan mis intenciones y me despedacen y me chupen la sangre y me avienten a los infiernos, me importa tanto como la salud del Sultán de Constantinopla”. “Con que, Sr. Dn. Manuel, mi buen amigo; por la conversación anterior conocerá Ud. que su Carta primera ha merecido mi atención; sería Ud. injus-to si me cargase la responsabilidad de haber sido descortés y mal educado. Por lo demás, continúe Ud. dirigiéndome los cargos que guste y déjeme escribir como a mí me agrade; pues cada alma con su palma y cada cual con las ideas que há recibido y que piensa son las mejores.

Yo no escribo para complacer a ningún círculo, no tengo ya caudillo; mis ideales han des-aparecido; sabe Dios a dónde han ido a parar. Mis maestros Carbo y Montalvo me bendicen desde la eternidad; he seguido sus huellas como me ha

sabido dable; ellos me han sostenido en mi larga viacrucis, me han confortado; he oído su voz de aliento, por ellos no ha fallecido mi espíritu. Pero ya estoy fastidiado; mis últimos escritos seguirán siendo una patriótica protesta contra los errores, los abusos y los delitos que cometen diariamente los mismos a quienes he sostenido. Moriré con mis ideas; no espere Ud. modificación en ellas; así he sido y así seré, Si me aceptan como soy, bueno; si me llaman traidor, disociador o inconsecuente, buen provecho; ni pongo ni quito rey. Sostenga Ud. sus principios con lealtad y honradez, como los sostuvo en las más críticas situaciones de la Repú-blica, y siga su camino haciendo un gesto de desdén a los que le hieren; el desprecio es el arma de los buenos. Yo no me doy cuenta de los que me ata-can, sino cuando ellos son dignos de consideración y respetados en la sociedad. Con Ud. me entendiera con el mayor placer, como ha sucedido en otras oca-siones y cuando sus escritos han sido encaminados a generosos propósitos. Mas, si a la presente, no tra-ta Ud. sino de sostener el nuevo orden de cosas, no nos entenderemos, mayormente cuando, según me han dicho algunos amigos, las Cartas que Ud. me dirige, aunque dulces, sabrosas y espumantes como un riquísimo Champagne, encierran en el fondo, un buen porqué de acíbar bien amargo, muy amargo, Sr. Dn. Manuel; y siendo así, bien hecho que no las lea; no quiero apurar el cáliz del Arzobispo Checa”.

La Convención Nacional de 1896 cesa sus

sesiones en Guayaquil a inicios de diciembre, para el reiniciar sus labores en la ciudad de Quito el 9 de aquel año. Presente el Dr. Vela desde la primera se-sión en que se califica a los diputados que concurren por primera vez al Parlamento, el legislador ambateño, es aceptado en el seno de la Legislatura, por contarse entre los representantes que disponen de las creden-ciales de ley; lo que no ocurre con el General Ma-

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nuel Antonio Franco, Diputado por Esmeraldas y sindicado como responsable del fusilamiento del periodista Víctor León Vivar.

En aquella sesión se encuentran presentes diputados independientes y entre ellos tres am-bateños: Juan Benigno Vela, Julio Fernández y Celiano Monge. El señor Modesto A. Peñaherrera mociona, instar al General Franco la sesión del día siguiente, a la hora de la calificación definitiva, el Dr. Vela apoya esa moción, lamentándose por no haber sido él el autor de la misma.

En la sesión del 10, Fernández propone suspender la calificación del General Franco, hasta cuando recabe la Secretaría el informe acerca del estado de la causa iniciada con motivo del fusila-miento del Sr. Víctor L. Vivar”.

El Dr. Vela lo apoya y dice: “Ayer apoyé la moción del Sr. Dr. Peñaherrera, porque nada era más justo que estuviese presente en la Asamblea el Sr. Manuel A. Franco, par a contestar los cargos que debía hacérsele; ahora he apoyado la del se-ñor Fernández, porque ciertamente son necesarios los documentos que el proponente exige. Por mi parte habría propuesto llanamente que la Asam-blea Constituyente, por su propio decoro y por el respeto a la opinión pública, declare al Sr. Franco indigno de pertenecer a ella, por Ser convicto y confeso del crimen de asesinato perpetrado en la persona del Sr. Víctor L. Vivar…”.

En este momento le interrumpe la barra con una algazara infernal. Restablecido el silencio, Vela continúa:

Si, Sr. Presidente, sería indecoroso aceptar en el seno de esta respetabilísima corporación a un hombre manchado con un crimen tan cobarde; y faltaríamos a nuestro deber si desoyéramos la voz de todos los pueblos que le execran y maldicen. So-bre todas las leyes está la sanción moral; la Re-pú-

blica entera ha dado ya su veredicto, condenando al Sr. Franco como único responsable de aquel he-cho tan escandaloso que ha conmovido a los pue-blos y ha conculcado todos los principios de moral y de justicia. El Sr. Franco no ha sido juzgado hasta la fecha por falta de un Tribunal que vea la causa: el Tribunal Supremo se declaró impotente porque Franco gozaba de fuero militar; la Comandancia de Armas se ha declarado también incompetente, puesto que se trataba de juzgar a un superior; y de aquí que el crimen ha quedado impune, victorioso el delincuente, burladas las leyes y escarnecida la moral. Además, el Sr. Franco, dueño en Quito de la situación, por ausencia del Sr. Jefe Supremo, tuvo aduladores y serviles que hicieron ilusoria toda sanción legal, ahogando al mismo tiempo la san-ción moral…

Los ambiciosos y serviles, ha dicho un historiador, son la guardia pretoriana que sostienen por algún tiempo a los gobiernos déspotas e inmo-rales. Si no hubiesen viles y aduladores, o si éstos fuesen tratados con el desprecio que se merecen, los gobiernos que se imponen a los pueblos, valién-dose de la inmoralidad y de un proceder despótico, no podrían resistir por largo tiempo a las iras de la opinión pública conjurada. Pues, yo respiro, Sr, Presidente, que si el Sr. Franco no hubiese tenido tantos aduladores durante su despótica domina-ción en Quito, no se viera impune hasta ahora, no habría burlado la eficacia de las leyes, no habría podido evitar que cayese sobre él el peso abruma-dor de la opinión pública. Pero aún es tiempo de que la Convención Nacional, que está sobre todas las leyes, pronuncie su fallo, declarando indigno al señor Franco de formar parte de una corporación compuesta de hombres libres y obligados a inter-pretar el sentimiento de los pueblos…”

Nuevamente el público asistente inte-rrumpe al orador, sin hacer caso a las protestas, el

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mismo Dr. Vela y los diputados Julio Andrade y Gabriel A. Ullauri, califican de barra “compuesta en su mayor parte de individuos de la tropa disfra-zados de particulares”.

Pasarán quince minutos para que se reins-tale la sesión y el Diputado Julio Andrade expresa: “De qué servimos, si las bayonetas valen más que la Asamblea? Si el Sr. Presidente no sabe hacer cumplir el Reglamento y no manda despejar la ba-rra, protesto contra tal proceder…”. Transcurridos otros quince minutos de receso, habla el Dr. Vela:

“Es imposible toda discusión serena y ra-zonada en medio de la fuerza bruta de que esta-mos rodeados en este momento. Gran número de soldados disfrazados de paisanos, faltando al res-peto que deben a la representación nacional, me llenan de improperios, insultan a los diputados in-dependientes, nos amenazan y hacen escarnio de nosotros. Esto es inconcebible. ¿Y no se nos hace respetar? ¿Y se deja que esos esbirros traten de im-ponernos su voluntad? Estos gritos, estos ultrajes no me intimidan, Sr. Presidente; he denunciado frecuentemente a los déspotas y tiranos, los he de-nunciado barba a barba, jamás me han acobardado las consecuencias de mi atrevimiento; he desafia-do a mis perseguidores, les he disputado siempre el terreno; jamás me he abatido; y así voy llegando al final de mi vida, envejecido en el servicio de la libertad. Yo recuerdo, Sr. Presidente, como en la edad media, dominando los Visconti en Milán, sa-lían éstos por las calles, seguidos de perros bravíos para lanzarse sobre los enemigos. Pues aquí tene-mos a uno, como Bernabé Visconti, que arroja sus perros sobre mi persona para que me desgarren. Los desprecio; su gritería infernal no me intimida; nunca será parte para hacerme torcer el camino que vengo recorriendo. Acuso al Sr. Franco por el crimen que ya he hablado; y si por esta entereza de

mi carácter recibo los insultos y los ultrajes de sus esbirros, no me importa; estoy satisfecho; mi con-ciencia permanecerá tranquila; Dios y la Historia me juzgarán más tarde…”

Es notaria la grosera algarabía de los con-currentes, más el Dr. Vela señala: “No continúo, la barra me impide la palabra…”. El poder de la mayoría triunfa y el Diputado Vela se queda tran-quilo, en espera del juicio de Dios y de la Historia.

En la discusión de la Nueva Carta Política, el Dr. Vela, fiel a sus principios ideológicos y sin aferrarse a la ciega oposición, toma parte activa en las deliberaciones a partir del artículo 76. Así, cuando se trata de las atribuciones del Consejo de Estado para conceder al Ejecutivo las facultades extraordinarias, él niega su voto porque tales fa-cultades convierten a los Presidentes en déspotas y dictadores.

Su oposición de hombre que defiende la causa de las reivindicaciones sociales es clara, cuando se discute la ley de protección a la clase indígena, señala: “El tema de la emancipación de la raza indígena -expresa- es muy noble y elevado; pero si queremos procurarles un bien positivo, ha-gamos algo práctico en su favor; hagamos como lo hacían los romanos, quienes cuando querían salvar una situación desesperada apelaban a medidas ex-tremas: dictemos una ley aboliendo las deudas de los indígenas, declaremos insubsistentes esos one-rosísimos contratos que los tienen sumidos en la mayor miseria y esclavitud y habremos hecho algo por la rehabilitación”.

En la segunda mitad del año 1896, la opi-

nión ciudadana de izquierda como de derecha, re-conocen al redactor de “El Pelayo” con una aureola de fama, más cuando la Asamblea pasó a sesionar en Quito ocupó su curul, ayudado de un corne-

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tín auditivo al oído e intervino en las discusiones acusando el crimen cometido contra Víctor León Vivar. Pidió la abolición de las deudas de los in-dígenas, se negó a firmar la Constitución, votó en blanco para la elección de Presidente de la Repú-blica y obtuvo un acuerdo en favor de los rebeldes cubanos que luchaban contra España.

El documento del Proyecto de Constitu-ción Política del Estado, el 9 de octubre de ese año, es presentado para el análisis y aprobación por la Asamblea Nacional reunida en la ciudad de Rio-bamba. El 23 de diciembre de 1896, se promulga la décima segunda Constitución Política liberal del Estado, en la que se concretan los principios libe-rales, y además se proclama la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro, nombrándolo Presidente Constitu-cional.

Se establece la fecha del 12 de enero de 1897 para firmar la Constitución. El Dr. Vela, se niega a

suscribirla alegando de esta manera: “He dicho que no firmaré la Constitución porque va a ser peor que las que se formularon bajo el absolutismo de García Moreno. He apurado todas las diatribas, todos los in-sultos; se me ha llamado traidor, oposicionista; me amenazan porque como representante del pueblo he querido sostener y defender sus derechos. No im-porta, dispuesto estoy a ser víctima de mi deber y a sacrificarme antes que transigir con pretensiones ten-dientes a perder la República.

Antes que representante de un partido, soy representante del pueblo. Había resuelto separarme de la Asamblea, dando un manifiesto a la Nación; pero una vez que mi inteligente colega, el joven Julio Andrade, me ha conjurado, estoy resuelto a esperar la última resolución de mis amigos y llevar mi sacrificio hasta el triunfo.

Accediendo a la solicitud de los ami-gos de la Convención, al fin firma la Carta; más cuando llega la hora de elegir Presidente defi-nitivo de la República, él consigna su papeleta en blanco y firmada, negándose a la designación ya preconcebida en favor del General Eloy Alfa-ro.

Además, quienes estuvieron presentes en ese acto, afirman que expresó al entregar su cédula: “Voto por los espíritus inmortales de Pe-dro Carbo y Juan Montalvo”.

Una actitud que se podría creer contradic-toria es la que adopta el Dr. Vela, en favor de ciertos impuestos que se beneficia el clero. Pero ya lo dijo en otra ocasión que, por táctica política, no se debía adoptar medidas de precipitación en un país cegado por el catolicismo y el analfabetismo popular. Más para no poner en duda su credo político y su posición ante la religión imperante, confiesa: “Soy radical; digo más, soy anticatólico y no pertenezco a la co-munidad católica desde que el Romano Pontífice en 1875 se declaró Dios en la tierra; y no puede

Proyecto de Constitución Política Liberal del Estado, promulgada el 23 de diciembre de 1896.

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ponerse en duda mis principios, ni creerme in-teresado en los fueros de la iglesia; yo que tengo cincuenta años; yo que he visto y he sufrido los abusos del Clero; yo que he sido anatematizado y excomulgado, prometo, Sr. Presidente, que hablo con el corazón en la mano, sin desear otra cosa que esta Asamblea no dé ocasión a discordias, no au-mente elementos de venganza que quizás sepulten al partido y a la Nación”.

Es inevitable volver en el tiempo a la Pre-sidencia de J. M. Plácido Caamaño, cuando la Asamblea Constituyente de aquellas años, proce-de con venganza hacia el jurista Ciego, al expedir la Ley Orgánica del Poder Judicial, prohibiendo a los abogados ciegos profesar su profesión, ya sea como asesores o procuradores, disposición direc-cionada al Dr. Vela, en represalia a su oposición al Gobierno. Esta consigna legal pasó al Código de Enjuiciamientos Civiles, y la exclusión al Ciego continuó sin reclamo hasta la primera administra-ción liberal.

Más, la restitución para profesar la profe-sión del jurista Dr. Vela, procede de la Presidencia de la República, según parece es una petición del General Eloy Alfaro, amigo del Ciego Liberal, a pesar de recibir groseras inculpaciones de aquel, en las sesiones del Congreso. Preside la Asamblea Nacional Don Abelardo Moncayo, también acu-sado por el orador ambateño, sinembargo firmará este importante decreto, expedido en favor del Dr. Vela:

“LA ASAMBLEA NACIONAL, Decreta: Art. 1°. Habilitase a los Abogados ciegos

para ser asesores y procuradores.Art 2º. Las partes podrán, sin restricción

alguna, recusar a los asesores ciegos, siempre que lo hagan dentro del término prescrito en el artículo 916 del Código de Enjuiciamientos Civiles.

Art 3º. Quedan reformados el artículo ci-tado y el 49 del mismo Código así como el artículo 3o de la Ley Orgánica del Poder Judicial, en la par-te que fuesen opuestos al presente decreto, cuya ejecución corresponde al Ministro de Justicia. Dado, etc…” Abelardo Moncayo Presidente de la Asamblea Nacional

Este gesto del primer Magistrado y de la

mayoría de los representantes que se batieron con la oposición, despierta en el Ciego rebelde, un sen-timiento breve de reconciliación política con sus adversarios recientes. Mas esta gestión toma algu-na hondura cuando el conservadorismo amenaza con la esperanza de retornar al Poder, pues en las horas difíciles, el Dr. Vela exhorta a los liberales a mantenerse unidos para no ser víctimas de su pro-pia imprevisión.

En el compendio “Recuerdos a la memoria”

del Dr. Pedro Fermín Cevallos, editado en la Impren-ta Nacional Quito 1897, consta Carta del señor Dr. Carlos R. Tobar dirigida al Dr. Vela, que expresa:

“Puembo; 4 de Marzo de 1897. - Sr. Dr. Don Juan B. Vela. Quito. Distinguido amigo mío: La úl-tima vez que tuve el agrado de estar con Ud., le oí decir que el Sr. Dr. Don Pedro Fermín Cevallos había sido tío suyo; motivo por el que, y por ser Ud. notable hombre de letras, además de excelente patriota, dirijo a Ud. esta carta.

En una de las sesiones de la Academia, tres o cuatro semanas há -propuse- y mi propuesta fue acogida con entusiasmo, que la Corporación colocase en la tumba de su primer Director una lápida que conservase, al menos con la efímera inmortalidad del mármol, la memoria del inicia-dor de los estudios históricos del país, del decano de nuestros lingüistas y, lo que vale más que todo

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esto, del ciudadano probo, del modesto y laborioso obrero de la cultura pacifica, cierta, honorable, di-rélo así, de la Patria ecuatoriana.

Alberdi, si no me equivoco, expresa en-tre las causas de las frecuentes revoluciones de nuestras malaventuradas Republicas, la prodiga-lidad con que se erigen monumentos, se dedican paseos y calles a cualquier guerrero de heroísmo dudoso y de aun más dudosas virtudes, mientras, los hombres, de ciencia, de letras, los filántro-pos, los verdaderos benefactores de la humanidad se llevan consigo los propios nombres ascendidos sin duda por la misma evaporación luminosa de sus méritos: por esto en Sud-América, al contrario de lo que pasa en Europa y en Estados Unidos, no hay estatuas que recuerden sabios, ni sabios que merezcan estatuas, ya que no se les hace surgir de nuestras sociedades por alguno de los estímulos que todos necesitamos para no perdernos en el pol-vo común que huellan generaciones nacidas solo, al parecer, para aumentar en breve los granillos de ese mismo polvo.

!Que estimulo, que propulsor tan podero-so del progreso y felicidad de estas nuevas socie-dades no sería el dar los nombres de los sabios, de los buenos, de los patriotas honradamente pacífi-cos, a las escuelas, a los colegios, a las plazas, a las poblaciones, dejando para perpetuar los renombres militares, las casernas, los navíos blindados, los monitores y las torpederas! Habría además, algo de la justicia distributiva, algo en el premio de ade-cuado al trabajo. Tan impropio se encontrara que a un liceo no militar se denomine “Instituto Antonio Ricaurte” como que a una obra de fortificación se llame “Baluarte Andrés Bello”. Sin embargo, si en Sevilla hay un teatro “Cervantes”, en Quito hay un teatro “Sucre”. Como los niños continuaremos, quien sabe hasta cuándo, absortos ante los brillan-tes ropajes de la milicia.

Presido en la actualidad, Sr. Don Juan Be-nigno, el Comité para la erección de un monumen-to a los próceres del 10 de Agosto de 1809, Y creo completar mis patrióticas aspiraciones empeñán-dome en la obtención de lapidas, de recuerdos si-quiera modestos, dedicados a nuestros prohombres de la ciencia y de la literatura, de la beneficencia y del magisterio, del arte y de la industria. La huma-nidad, por otra parte, no se propone, al erigir mo-numentos, el estéril objeto de halagar el apellido de un muerto, ni enorgullecer la familia que de él des-ciende y que acaso de él ha degenerado: propónese el fin nobilísimo de estimular a las generaciones presentes y venideras; es más bien un símbolo de lo que necesitara un pueblo que de la perfección que alcanzó; es tanto un recuerdo a los vivos como un recuerdo de los muertos; es un llamamiento a las virtudes del patriota que vive o que vivirá, al mismo tiempo que la prueba de respetuoso cariño a un ciudadano que quizá los contemporáneos en-vidiaron por su mérito u odiaron como a Arístides por el cansancio de oír llamarle justo.

Pero, Señor Doctor, el agrado de conversar con Ud. y de hacer consideraciones acerca de los muchos puntos que merecen ser tratados por los educadores del patriotismo en el Ecuador, va ha-ciéndome olvidar el que ha motivado esta carta, a saber, el pedir a Ud. que, comunicando a los deudos del Sr. Dr. Cevallos la resolución de la Academia, se les insinué la compra de la tumba que guarda los restos de nuestro historiador, a fin de que no pa-semos por la amargura de que estén ya perdidos y cuando la Academia Ecuatoriana se encuentre en posibilidad de cumplir sus deseos, que será con lo primero que el Gobierno nos satisfaga por cuenta de lo que nos adeuda.

Sé que siquiera recordarle los merecimientos del Señor tío suyo, ‘trae a Ud. legitima satisfacción, y he querido proporcionársela, proporcionándome yo

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-vea si no soy egoísta- la de volver a suscribirme de Ud. atento servidor y afectuoso amigo”

En el compendio anteriormente indicado, hallamos Revista Especial para “El siglo XIX”, en la misma el Dr. Juan Benigno Vela, envía una nota que dice: Ambato, Junio 1ºde 1897. Señor Director, Guayaquil.- “Talvez en el Congreso ordinario, ten-drá favorable acogida la patriótica idea que tienen algunos Diputados de votar en favor del beneméri-to Sr. Dr. Pedro Fermín Cevallos una pequeña pen-sión mensual de cien sucres, como un testimonio de gratitud por los importantes servicios que ese nobilísimo, anciano ha prestado a la causa de la civilización y progreso de su Patria. La mitad de su vida la ha gastado el Dr. Cevallos en el más la-borioso de los estudios, en el de formar la Historia del Ecuador; y si bien esta obra dista mucho de ser perfecta en su clase; tiene en cambio méritos in-cuestionables, y será para siempre un monumento de orgullo para la Republica; pasando el nombre de su ilustre autor como uno de los más gloriosos e inmortales entre los bienhechores de la humani-dad. Y no solamente ha servido el Dr. Cevallos a la Patria como historia- dor, sino que también la ha ilustrado como notable literato, como profesor de jurisprudencia en la Universidad Central, como codificador, como Senador y como uno de los más distinguidos Ministros de la Corte Suprema. Tanto trabajo, tanta consagración al estudio, le han traído la ceguera; y allí esta ese venerable anciano res-plandeciente en las tinieblas que le rodean, derra-mando aun rayos de luz por todas partes y sirvien-do de vivo ejemplo a los que desean seguirle en su largo camino de virtudes y grandes cualidades. ¿No sería, pues, digno de los mayores aplausos que el Congreso de 1890 atienda a las necesidades de ese noble ciego, que ha pasado cuarenta años de su vida honrando a su Patria, sirviéndola con in-

terés y completa abnegación? Se premia a los que nada hacen; se ha votado gruesas sumas en favor de tales o cuales espadachines; se hacen ingentes gastos en pagar a los mismos que devoran al pue-blo; pues como no se ha de acudir al socorro de un varón ilustre que como el Dr. Cevallos necesi-ta descansar después de tanto trabajo, y ahora que tiene la desgracia de estar ciego y en los últimos días del invierno de su vida? !Oh Legisladores de 1890!; bendito sea vuestro feliz pensamiento: ha-ced este acto de justicia y recibiréis los aplausos de todos los ecuatorianos que ven en el Dr. Cevallos una honra, una gloria nacional!... Hasta otro co-rreo; soy de Ud., Sr. Director, su muy obsecuente servidor”.

Transcurren siete años del deceso de la amada esposa su “diosa egregia” y madre de sus sie- te hijos, el padre, Dr. Vela, enfrenta los dos últimos y fatídicos años del siglo XIX. Iniciando el 20 de octubre 1898, en la adoles-cencia aún, fallece María a los 16 años, la hija intermedia entre sus hermanos; Luego de un trimestre, apenado en el tiempo, llega el funes-to 23 de enero de 1899, perece en el campo de batalla su hijo Atahualpa con 17 años de edad; Pasan once meses, y otra fecha nefasta para el ciego ambateño, el 5 de febrero de 1900, muere Laura de 20 años, su tercera hija que iniciaba su juventud; su hija Corina con 22 años, asuma la responsabilidad de madre adoptiva, y jun-to a Cristóbal, Víctor Hugo y José Ignacio sus hermanos, acompañarán por dos décadas la so-ledad de su padre.

En el período legislativo de 1898-1900, el

Dr. Juan Benigno Vela, es electo Senador Suplente por su provincia, más cuando Don Abelardo Mon-cayo desempeña la Senaduría principal de la pro-vincia de Bolívar, el Dr. Vela asiste al Congreso en

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su reemplazo, su labor congresil es fecunda. Aflo-ra una amistad perdurable con el General Leóni-das Plaza Gutiérrez, que representa a su provincia y preside la nueva Cámara.

Las relaciones entre el Presidente Alfaro y el Senador Dr. Vela se han restablecido. Este con-curre al Congreso con los mejores propósitos en favor del Partido Liberal Radical, sobresale el Cie-go rebelde por ser un ideólogo rectilíneo.

Un asunto que parece contradictorio, es el

proyecto que firma el Senador Dr. Vela en favor de las Facultades Extraordinarias, que las combatiera por atentatorias a la democracia. Mas ahora, no es para la reprensión de los ecuatorianos, sino para contener la invasión que amenazan ciertos contin-gentes políticos del Sur de Colombia. Partiendo de esta referencia se valora el significado de este razo-namiento en favor de tales facultades:

“No puede ser más patriótico ni más ur-gente el proyecto. No cabe ya duda que la inva-sión se va a llevar a cabo con el auxilio de algunos desleales ecuatorianos y natural es declararlos pi-ratas como lo hicieron en tiempos pasados y sin causa justificativa los gobiernos de García Moreno y Veintemilla, con los que no quisimos someter-nos al tiránico dominio de esos déspotas. Yo tuve la honra de ser uno de esos piratas. Mas ahora la cuestión cambia de aspecto; no es un partido el que hace la guerra a otro; se trata de las hordas de Atila y Alarico que vienen a hacernos guerra de rapiña y devastación; guerra contra la honra de la Patria, la vida y fortuna de liberales y conserva-dores. Y hoy no hemos de hacer lo que con Rosas y Figueredo, darles dinero para que desocupen el campo: los ecuatorianos de ahora tenemos honra y no hemos de desalojar a esos facinerosos sino con la espada y el plomo. El partido liberal que es cus-

todia diligente del buen nombre de la Patria y los intereses de los ciudadanos, no ha de consentir, ni por un momento, que sufran menguas ni los unos ni los otros. Estamos pues, en el caso de que nos reunamos todos para salvar al país del peligro que le amenaza. Si no llega a pasar el Decreto, sería un baldón para nosotros, y quiero dejar constancia, por lo menos, de que estamos por él siquiera los que hemos tenido la honra de firmarlo”.

El caso de la Instrucción Pública Nacional,

que lleva el significado educativo, es para el Dr. Vela la base sustancial de la transformación liberal. En el Congreso de 1900 se discute un informe sobre las reformas que la Ley en cuestión, el Senador Cie-go lleno de luces, con la serenidad y valentía esboza sus puntos de vista con miras hacia el porvenir.

“Dándole al Poder Ejecutivo -dice- la facul-tad de nombrar profesores interinos y la de designar los textos de enseñanza, habremos hecho una obra patriótica, porque no podemos desconocer que, con excepciones muy honrosas para el partido liberal, las asignaturas de todas las universidades y colegios están ocupadas por hombres cuyas ideas son abso-lutamente contrarias a la libertad y a la democracia! así como tampoco podemos desconocer que los tex-tos señalados para la enseñanza son aquellos que le-jos de levantar la inteligencia de la juventud, la obs-curecen y la atrofian, cortando el vuelo del espíritu, pervirtiendo el sentimiento nacional y encarnando la prevención y el odio a la filosofía práctica del si-glo y a todos los grandiosos ideales que persiguen los pueblos justos...”

“Nosotros somos los revolucionarios, a nosotros no corresponde la tarea de remo-ver todos los estorbos que se oponen a nues-tra marcha; y .si para conseguirlo es preciso derrumbar hasta los cimientos del edificio caduco, no vacilemos, echémoslo, abajo: este

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es nuestro deber, por más que las preocupaciones y los odios de secta y de partido opongan mura-llas invencible a nuestras labores civilizadoras: la fuerza y la luz serán nuestras compañeras insepa-rables”.

En otro momento de la misma sesión in-cita a los representantes libérales para que piensen en formar escuelas y hacer que se afiancen y pro-paguen sus doctrinas, porque escuelas, colegios y universidades están regentados por hombres que forman en el bando contrario. Esta gran devoción por el mejor futuro educativo del Ecuador será tema inagotable en su vida proficua de Legislador.

“Desde el año 60 hasta ahora, se han adop-tado los mismos textos de enseñanza, y los profe-sores de la Universidad, con pocas excepciones, han pertenecido a la escuela de García Moreno. Con la filosofía del Padre Proaño y el Catecismo de Perseverancia, nunca podremos hacer Patria. Conviene, además, tener presente que estamos en una situación Anormal; que nosotros somos los re-volucionarios que venimos a echar por tierra las preocupaciones de antaño, que nosotros somos los descamisados y ladrones como ya algún Hble. Nos dijo al tratar del proyecto sobre los bienes de ma-nos muertas; pero los descamisados y no los ricos y nobles son los que han salvado al mundo...”

El revolucionario auténtico con ánimo ne-tamente social, Dr. Vela es un luchador que jamás soporta la injuria enemiga. Pues, al discutirse el mismo asunto de la orientación educativa del país, ante la impugnación de la minoría conservado-ra, responde a uno de esos representantes: “Mal hace el Hble. Larrea Genaro en temer dictaduras y tiranías. Lo que le gusta, como a todo conser-vador, es la tranquilidad putrefacta de los sepul-cros. Dice que mañana se acabará el gobierno del

General Alfaro; pero si Dios lo quiere le ha de suceder otro más liberal todavía que dé cuenta con el oscurantismo. Que han de venir revoluciones: en esos temores pueriles hanse apoyado siempre los timoratos para no intentar jamás una reforma; que vengan en buena hora las revoluciones; sabremos combatirlas. Los liberales, mal que los pese a los conservadores, nos hemos de sostener en el man-do, para redimir a este pobre pueblo. Yo, con ser ciego, veo mucho más que otros. Haré una confe-sión que hasta ahora no me he atrevido a hacerla: nosotros necesitamos todavía de la tutela del sabio, y el único hombre que ha de salvar al Ecuador, ha de ser el que penetre por esas selvas intrincadas del fanatismo donde reina la tranquilidad que quiere el Hble. Larrea; la espada en la mano y la antorcha de la civilización en la otra”.

A veces su verbo es profético: en ver-dad el sucesor de Alfaro será más liberal que el Viejo Luchador, y los liberales defenderán el Poder con denuedo hasta cuando los des-aciertos políticos condenados por Vela pongan en peligro las conquistas democráticas. Clau-surado este Congreso, preocupa al gobierno y a sus seguidores, la elección del sucesor del General Alfaro en la Presidencia de la Repú-blica.

La Imprenta guayaquileña La Concor-

dia, edita “Corona fúnebre”, a la memoria del señor Doctor Don Lorenzo R. Peña en cuya portada se lee: “Vengo ante, esta nueva tum-ba abierta, a saludar una grande alma” Víctor Hugo. Allí, entre otras aparece la pluma del Dr. Vela, con el mensaje “Condolencia ínti-ma” y “A la juventud”, y por el fallecimiento del caballero guayaquileño, hoy son reprodu-cidos aquellos renglones:

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Condolencia intima: “Ambato, Enero 9 de 1899. Sra. Dña. Ja-

cinta H. Peña de Calderón. Guayaquil. Amiga y hermana de mi alma: De acuerdo con mi amigó Sr. Dr. Luis Felipe Borja, escribí unas cuatro palabras en “La Nación”, correspondiente al 9 de Diciem-bre, palabras que no fueron sino el débil homenaje que el Dr. Borja y yo rendíamos al amigo predi-lecto, al abogado ilustre, a uno de los más grandes hombres que honró a la República. Deseo que esas cuatro lágrimas hayan sido leídas por tí, para que adviertas que en ningún caso estabas sola, sino que tu hermano te acompañaba con todo su corazón.

Es natural que el pueblo guayaquileño, no-ble siempre en todas sus manifestaciones y aman-te de sus glorias, traslade más tarde los restos de Lorenzo al cementerio de sus mayores y que haga éste acto con toda la pompa que se merece. Pues entonces, si Dios me conserva la vida, escribiré la biografía de Lorenzo; y para ello, me harás el favor de enviarme con anticipación cuantos datos pue-das tener de la vida entera de ese amado ser, cuyas acciones deben ser conocidas y justamente alaba-das. Considero como obligación mía muy sagrada ocuparme detenidamente en este asunto, como que me toca de muy cerca, dados los lazos íntimos que a él me unían.

Adiós, hermana mía; resígnate a soportar el vacío infinito de tu alma y cree que estoy siem-pre contigo en todos tus dolores. J. B. Vela.”A la juventud.

La publicación en un sólo cuerpo de las hermosas páginas con que ha sido honrada la memoria del Sr. Dr. Lorenzo R. Peña, á más de satisfacer las exigencias del afecto y las conside-raciones personales, como que ella es el último merecido homenaje de respeto y de admiración a tan preclaro conciudadano, es a mi juicio un pe-queño monumento destinado á perpetuar en la ju-

ventud ecuatoriana el recuerdo del que fué una de las mejores lumbreras de la Patria y cuyas virtudes y altos merecimientos, contribuyeron sin duda al-guna al progreso nacional, como quiera que estas riquísimas prendas, puestas al servicio constante de los intereses procomunales, produjeron siem-pre los resultados más felices en cualquier terreno donde el Sr Dr. Peña supo hacer ostentación de su envidiable talento y de todas sus grandes faculta-des. Nada más propio a levantar el espíritu de la ju-ventud, que mantener palpitante siempre en su co-razón el sentimiento de gratitud hacia los varones esclarecidos, por quienes alcanzaron los pueblos mayor suma de bienestar y prosperidad. Admi-rarles, bendecir su memoria y tenerles constante-mente presentes en el pensamiento y en el corazón, es un deber y una necesidad. Las naciones cultas jamás olvidaron a sus bienhechores; las estatuas y los monumentos erigidos en su honor, atestiguan cómo en todas partes y en todos tiempos la gra-titud nacional se ha encargado de perpetuar sus nombres y glorificar sus altos hechos, transmitién-dolos a lo largo de los siglos para enseñanza y estí-mulo de todas las generaciones.

Lorenzo R. Peña, espíritu ilustrado y vi-goroso, fué de aquellos pocos hombres que nunca sueñan con utopías ni detienen la imaginación en el campo de las especulaciones irrealizables. Su objetivo era la verdad; y por alcanzarla estudiaba y meditaba con serenidad y calma, escogiendo li-bros y apoderándose de los autores que más habían profundizado las ideas y doctrinas en las que Peña quería profundizar a su vez. La potencia de sus fa-cultades, reconocida y admirada por sus amigos y por cuantos llegaron a tratarle, servíanle de auxi-liar poderoso en sus trabajos intelectuales; y así, planteaba las cuestiones y resolvía las más espino-sas con tanta claridad y exactitud y con tal brillan-

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tez de conceptos, que siempre fueron escasos los adversarios capaces de paralizar con buen éxito la lógica irresistible, la fuerza toda de su argumenta-ción. Sus estudios en jurisprudencia fueron com-pletos, habiendo llegado a ser unos de los primeros abogados de la República; en sus defensas jurídi-cas ante los Tribunales, fue una águila; faltábale espacio para su vuelo. Distinguióse en la tribuna parlamentaria: palabra fácil y armoniosa, persua-siva y elocuente; imágenes felices, pensamientos admirables por su forma y corrección, hacían de Peña un orador notable y simpático; cautivaba a sus oyentes. Como Profesor de Derecho en la Uni-versidad de Guayaquil, adquirió justa nombradía y dejó discípulos que son a la hora presente la honra del Foro guayaquileño. En suma, Peña, poseyó po-sitivos conocimientos en diversos ramos del saber; fue hombre erudito, un inmenso talento capaz de haberlo abarcado todo: ilustró su época, honró a la República dentro y fuera de ella, fue un ecuatoria-no eminente.

Y he aquí por qué dije al comenzar que la publicación de los sentidos artículos conmemora-tivos del Dr. Peña, era un pequeño monumento le-vantado para perpetuar su nombre en la juventud ecuatoriana. Sí, el recuerdo de Lorenzo R. Peña vivirá eternamente entre los ecuatorianos; y la juventud guayaquileña, siempre generosa y agra-decida, no olvidará jamás a quien fué su maestro y su guía y que como tal perteneció a esa clase privilegiada de civilizadores de los pueblos, que, después de trabajar infatigables por el progreso de éstos, pasan dejando, a la manera de lluvia benéfica, frutos de bendición por dondequiera, é iluminando con los resplandores de su inteligen-cia los derroteros que han de seguir las humani-dades futuras en su penosísima peregrinación por la tierra. J. B. Vela”

El 23de enero de 1899, luchando en la ba-talla de Sanancajas contra los conservadores alza-dos en armas en el centro de la República perdió la vida su hijo Atahualpa que había dejado las aulas del Colegio “Bolívar” de Ambato e incorporarse al Batallón Vengadores Número Primero, cuyo Jefe fue el Coronel Flavio Alfaro. Ofrendó su vida el adolescente liberal, el cadáver fue sepultado en el cementerio de Ambato.

Al saber este doloroso suceso, el Dr. Vela sufre inmensamente, le consuela la cir-cunstancia de haber entregado una dulce pren-da en holocausto de una causa grande, es cuan-do escribe: “Bendigo la mano poderosa que me hiere. La sangre inocente de mi hijo bien ama-do, derramada en el último combate por soste-ner mis grandiosos ideales, era el postrer sacri-ficio que me quedaba por hacer antes de bajar a la tumba y en aras de la Patria. La sangre de mi Atahualpa, no reclama venganza? pide justicia, paz y progreso.

Salud, General Alfaro. Viva la Repúbli-ca!”

Por los lazos de amistad restablecidos

con el Viejo Luchador, el General Alfaro, para dar mayor significación a la condolencia, lo contesta oficialmente por medio del Vicepre-sidente encargado de la Vicepresidencia del Estado y del cuerpo de Ministros: “El Gobier-no participa del justo pesar que abruma a Ud. por la muerte del heroico Subteniente Atahual-pa Vela, sacrificado por salvar la República amenazada. Hale tocado a Ud., contribuir a la fundación de la verdadera República con todo género de sacrificios, aun con la noble sangre de sus hijos?, pero la Patria agradecida le ha discernido ya el glorioso nombre de Mártir de la Libertad. Sus amigos…”

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A este telegrama, el Dr. Vela contesta con este otro: “Señores Vicepresidente y Ministros: Os agradezco de lo más íntimo de mi alma por las generosas palabras con que me manifestáis la parte que ha tomado el Supremo Gobierno en el pesar que me acompaña, con motivo de la muerte de mi hijo Atahualpa, en el último fratricida combate.

En 1812 combatieron mis abue-los maternos, don Joaquín y don José Hervas, contra don Toribio Montes, en la plaza de Mo-cha, habiendo sido el primero arcabuceado en el mismo sitio. En 1869, cuando García Moreno trastornó el orden de la República, arrodilléme en la misma plaza y prometí derramar mi san-gre por la libertad de la Patria.

Mi promesa se ha cumplido: he derra-mado la sangre del Benjamín de mi casa.

“Quiera el Cielo que este mi postrer ho-locausto no sea infecundo y que yo descienda al sepulcro tranquilo y satisfecho, viendo rea-lizados los ideales que he perseguido desde mi primera juventud.

Como padre tengo desgarrado el co-razón, como liberal bendigo al poder sobera-no que ha sembrado mi camino de todo linaje de infortunios, para premiarme con la liber-tad de mi Patria.

Estamos libres. Viva la República! Viva el Partido Liberal”.

Escuchando la lectura de las notas de condolencia recibidas, el entristecido Dr. Vela, requiere de su secretario para transcri-bir esta ref lexión que es dictada:

“Día lunes 23 de enero de 1899 mu-rió mi Atahualpa con heridas que recibió en el combate del Chimborazo defendiendo la causa liberal al mando del General Rafael

Arellano. Su muerte ha sido Horada en toda la República y su nombre pasará a la histo-ria como que ha sido un ejemplo de uno de los pocos adolescentes sacrificados volun-tariamente al servicio de una grande idea. Murió en el campo de batalla combatiendo heroicamente según testimonio de los partes oficiales y de muchos compañeros del subli-me Batallón Vengadores de la Patria Número Primero, cuyo Jefe fué el Coronel Flavio Al-faro. El cadáver de Atahualpa fué traído el lunes por la noche y sepultado el martes en el cementerio de Ambato”.

Este es el noble espíritu liberal radi-

cal del Ciego Ilustre, que a pesar de su vida de sacrificio por las necesidades del hogar y con la rebeldía de su lucha de espíritu de ambateñía, en él se manifestó siempre el apa-sionado esposo y el tierno padre, el buen de-mócrata y sensible patriota...

En el Congreso, el Dr. Vela ha realiza-do una obra fecunda con su rectitud doctrinaria. Cuando se trata de la calificación del Senador electo por Cañar, el doctor Alberto Muñoz Ver-naza, complicado en la muerte de Vargas Torres, acusa como en otrora al General Manuel Antonio Franco que está presente en el Congreso. “A mí no me gusta increpar a la distancia -dice-, sino cara a cara, como quería el año pasado, que venga Muñoz Vernaza para decirle todo lo que debo, así en sus propias barbas. Ahora -1901-, la historia lo ha juz-gado, y Dios me perdone, yo creo que él es el único autor del asesinato que se cometió en Cuenca… Las manos de Muñoz Vernaza están tintas con la sangre de Vargas Torres; a Muñoz Vernaza le aho-ga la sangre de su víctima”.

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Actuación del Dr. Vela, en el parlamento.

Durante el Congreso de 1900, que impor-tante es remarcar el desenvolvimiento del Ilustre ambateño en el parlamento, para la reflexión, vie-ne la reproducción de diferentes debates cuando se introducen varias reformas a la Ley de Patronato, en la sesión del 29 de agosto de 1900, para el efec-to se nombra una comisión qué la integra el Dr. Vela. Cuando se discute el informe respectivo, se recuerda la petición del Obispo de Ibarra encami-nada a recabar la Hegemonía política del Clero y de la Iglesia. Entonces el Dr. Vela expresa su pare-cer valientemente:

“Es para mí una honra el haber firmado el informe que se discute: es el grito de un pueblo oprimido y vilipendiado que se opone a lo coyun-da de asquerosa esclavitud. Yo quise que se devol-viese la petición del señor Obispo de Ibarra por ofensiva y revolucionaria; en ella con expresiones tiernas y cariñosas se lanzan ideas que contristan: se nos priva del derecho de legislar y se quiere que deroguemos leyes que llama injustas. Suponiendo que lo fueran tenía que obedecerlas y respetarlas el doctor González Suárez y no declararse en abierta rebelión contra ellas. La ley es ley: dura lex sex lex decían los romanos. Leónidas sucumbió con sus trescientos espartanos, por cumplir la doloro-sa ley de su patria que los llevó a la muerte. Así debe ser, así lo han practicado los hombres gran-des, los ciudadanos virtuosos. ¿Qué paz quiere el señor Obispo si comienza por desconocer la Ley de Patronato, y encender así la tea de la discordia? Acaso no es ésta una ley suave en comparación de las que tienen Perú, Colombia y Venezuela? La de este último país es terrible, y no ha mucho me de-cía el Ministro peruano que en esa República están hasta los Obispos bajo -sí se me permite la expre-sión- la férrea mano del Presidente, y se les obliga

a ir al Palacio de Gobierno para que juren, sobre los Evangelios, sostener y defender la Constitución y Leyes del Estado…

En un artículo que escribí hace poco, pa-rodiando las célebres frases del Canciller Del Hie-rro, Alemania no irá a Canosa”, dije: el Ecuador no irá a Roma. Y todavía el doctor González Suárez quiere que entremos en componendas con Roma, que retrocedamos a los tiempos aciagos de García Moreno? El Gobierno del Ecuador no irá otra vez a postrarse de rodillas ante el Vaticano. Yo sostengo el informe y lo apruebo con toda el alma”.

El informe en cuestión es aprobado sola-

mente con tres votos en contra. Luego se discute la Ley sobre la nacionalización del Clero, de la que el Dr. Vela es ardiente partidario. Enfrenta al clero ex-tranjero y dice: “No dejemos que este clero humille al nuestro, ni lo corrompa, con su fatídico aliento. Anu-lémosle, pues, y levantemos al clero nacional… Así, pues, nunca estaré por la negación del aludido Pro-yecto; y si éste no fuera aprobado, quiero que conste siquiera mi grito de indignación contra esa falange de hombres perniciosos a la sociedad en que viven”.

La Ley de Nacionalización del Clero queda como una aspiración del Liberalismo. En cambio la del establecimiento del Registro Civil, apasionada-mente defendida por el Dr. Vela, se convierte en rea-lidad desde ese año.

Se discute la ley de patronato, En sesión del 29 de Agosto de 1900 “El

Hble. Vela Juan Benigno: Es para mí una honra el haber firma do el informe que se discute: ese grito de un pueblo oprimido y vilipendiado que se opone a la coyunda de asquerosa esclavitud. Yo quise que se devolviese la petición del señor Obispo de Ibarra por ofensiva y revolucionaria;

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en ella con expresiones tiernas y cariñosas se lan-zan ideas que contristan: se nos priva del derecho de legislar y se quiere que deroguemos leyes que llama injustas. Suponiendo que lo fueran tenía que obedecerlas y respetarlas el doctor González Suárez y no declararse en abierta rebelión contra ellas. La ley es ley: “dura lex sex lex” decían los romanos. Leónidas sucumbió con sus trescientos espartanos, por cumplir la dolorosa ley de su patria que los llevó a la muerte. Así debe de ser, así lo han practicado los hombres grandes, los ciudada-nos virtuosos. ¿Qué paz quiere el señor Obispo si comienza por desconocer la Ley de Patronato, y encender así la tea de la discordia? Acaso no es ésta una ley suave en comparación de las que tie-ne Perú, Colombia y Venezuela? La de este último país es terrible, y no ha mucho me decía el Mi-nistro peruano que en esa República están hasta los Obispos bajo -si se me permite la expresión- la férrea mano del Presidente, y se les obliga a ir al Palacio de Gobierno para que juren, sobre los Evangelios, sostener y defender la Constitución y Leyes del Estado.

Las palabras del Hble. Larrea, son pala-bras de un hombre honrado, de un caballero digno, pero desgraciadamente no podemos aceptarlas. ¡Ah! si la sombra de Rocafuerte nos cobijara con sus alas, cómo nos empujara y nos dijera: “Roma ya pagana, ya cristiana, siempre ha sido el tormen-to de la humanidad”.

En un artículo que escribí hace poco, paro-diando las célebres frases del Canciller Del Hierro, “Alemania no irá a Canosa”, dije, el Ecuador no irá a Roma. ¿Y todavía el doctor González Suárez quiere que entremos en componendas con Roma, que retrocedamos a los tiempos aciagos de García Moreno? El Gobierno del Ecuador no irá otra vez a postrarse de rodillas ante el Vaticano. Yo sostengo el informe y lo apruebo con toda el alma”

“El Hble. Vela J. B.: Lo más grandioso del informe es precisamente la parte que tiene de pro-testa contra las espantosas ofensas que se nos ha irrogado, tanto más graves, cuanto que viene de un Obispo. Con palabras almibaradas se nos. amena-za: “suspended -se nos dice- las discusiones reli-giosas, sino queréis más revoluciones”. Si desea-ba pedirnos algo ha debido siquiera cambiar de forma y tener en cuenta que somos los llamados por el pueblo para legislar sobre sus intereses. La paz, la paz de los ser pulcros, la paz con sangre es la que quiere el señor González Suárez ¿Declarar que no ha de obedecer la ley de Patronato no es incitar al pueblo a la revolución; no es decir al clero, a los enemigos del orden, no la obedezcáis tampoco y lanzaos a la guerra? El mismo confie-sa que la religión no es sino un pretexto para las revueltas políticas, y quiere que nos abstengamos de legislar por ese simple pretexto. Los mismos hombres han hecho guerra a las instituciones li-berales, desde la transformación de Junio y mu-cho antes de que se haya pensado siquiera en ex-pedir la ley de Patronato. La protesta siquiera es el recurso que le queda a la Cámara. ¿Cómo nos hemos de quedar cruzados de brazos? Con la pro-testa rechazamos las ofensas, y ella constituye la parte más valiosa del informe.

Se votó nominalmente el informe y estu-vieron por él los señores: Presidente M. B. Cueva, Game, Borja A. M., Franco, Lapierre, Vásconez, Arias, Valdivieso, Román, Ontaneda, Espinosa, Moncayo, Serrano, Noboa, Larrea, Vela J. B., Vela F. y Gangotena Domingo; y contra el informe, los señores: Borja L. F., Heredia y Gangotena Víctor”.

Discusión la ley de nacionalización del clero “El Hble. Vela J. B.: Con el respe-

to que debo a esta, H. Cámara, tengo el sentimien-to de manifestar que no creo inconstitucional el

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proyecto que se discute. Nunca estaré por la apro-bación del informe, porque ¿cuál religión se ataca en este proyecto? ¿Qué garantía constitucional, o mejor dicho qué garantía social se vulnera con él? Lo que con este Decreto se quiere, es simplemente detener ese laúd de frailes que desde el año 60 ha venido a entenebrecer nuestro horizonte; de frailes que como Schumacher, no han hecho sino corrom-per el clero y suscitar miles de calamidades.

Schumacher, es para el Ecuador, es para Colombia, es para todo lugar donde se halle, una amenaza, una tentativa de exterminio, una tea de incendio. Y como Schumacher son todos los frai-les extranjeros; luego no dejemos que este clero humille al nuestro, ni lo corrompa con su fatídico aliento.

Anulémosle, pues, y levantemos al cle-ro nacional. ¿Sabéis, señores, lo que debemos a nuestro clero, lo que éste ha sido? Pues sabed que el clero ecuatoriano ha sido siempre el defensor de nuestras libertad.es; sabed que nuestro cle-ro ha hecho guerra a los tiranos; sabed que con el insigne Rocafuerte se levantó contra el infa-me Flores, luchando por las libertades públicas en el memorable Congreso del 43. Nuestro clero de ahora años, fue un clero elevado, que siempre tuvo por delante el bien de la Patria. El estado ac-tual de degeneración en que se encuentra, débese sólo a la criminal corruptela de los extranjeros; a la propaganda de los malos clérigos que, como Schumacher, sólo propenden a destruir lo bueno y aniquilar esos nobles sentimientos de Patria y Libertad.

Así, pues, nunca estaré por la negación del aludido Proyecto; y si éste no fuere aprobado; quiero que conste siquiera mi grito de indigna-ción contra esa falange de hombres perniciosos a la sociedad en que viven”.

Acerca de la ley de Registro Civil “El Hble. Vela J. B.: Creo inútil la conce-

sión de la prórroga pedida por el Hble. Borja A. M., pues la comisión no puede formular otro pro-yecto, sino hacer ligeras modificaciones, ya por falta de tiempo, ya por carencia de conocimientos, que, por mi parte, lo declaro sin modestia no los poseo. Pero de todos modos es indispensable que se sancione esta Ley, pues si no la damos ahora, el pueblo murmurará con justicia.

No hace mucho que el señor Arturo Gar-cía, Ministro del Perú, bromeando con el señor doctor Luis Felipe Borja y conmigo, nos decía: “Es una vergüenza que el Ecuador sea la única nación del globo donde no se haya establecido el Registro Civil”, y el doctor Borja reía y confesaba la verdad. Por lo demás, no es indispensable que dicha Ley sea perfecta: nos justifica nuestra falta de expe-riencia en estos ramos incipientes en la República.

La ley será defectuosa; habrá muchos ar-tículos irrealizables en la práctica; pero más vale que la tengamos así, antes que no la tengamos de ningún modo; pues siquiera quedarán hechas las bases para que el tiempo venga luego a corregir las imperfecciones y a llenar los vacíos. Nosotros que ejercemos la profesión de abogados palpamos todos los días la falta que hace la Ley de Regis-tro Civil para comprobar el estado de una persona. ¡Cuántas ocasiones está alterada una partida de nacimiento, o de matrimonio, o no existen en los libros manejados por curas y sacristanes ignoran-tes! ¿Cuántas veces no quedan impunes críme-nes y delitos por ser imposible la identificación de un individuo? Las partidas de bautismo, de-función, etc., son objetadas en los juicios y que-dan sin garantía los derechos de los litigantes. Por esto opino que sea buena o mala la Ley se la vote, porque así habremos asegurado siquiera el estado civil de las personas”.

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Un asunto que parece contradictorio, es el proyecto que firma el Senador Dr. Vela en favor de las Facultades Extraordinarias, que las combatiera por atentatorias a la democracia. Mas ahora, no es para la reprensión de los ecuatorianos, sino para contener la invasión que amenazan ciertos contin-gentes políticos del Sur de Colombia. Partiendo de esta referencia se valora el significado de este razo-namiento en favor de tales facultades.

Proyecto de decreto, autorización de facultades extraordinarias

Sesión de 15 de Stbre. de 1900, “El Hble. Vela J. B.: No puede ser más patriótico ni más ur-gente el proyecto. No cabe ya duda que la inva-sión se va a llevar a cabo con el auxilio de algunos desleales ecuatorianos y natural es declararlos pi-ratas como lo hicieron en tiempos pasados y sin causa justificativa los gobiernos de García Moreno y Veintemilla, con los que no quisimos someter-nos al tiránico dominio de esos déspotas. Yo tuve la honra de ser uno de esos piratas. Mas ahora la cuestión cambia de aspecto: no es un partido el que hace la guerra a otro; se trata de las hordas de Atila y Alarico que vienen a hacernos guerra de rapiña y devastación; guerra contra la honra de la Patria, la vida y fortuna de liberales y conservadores. Y hoy no hemos de hacer lo que con Rosas y Figuere-do, darles dinero para que desocupen el campo: los ecuatorianos de ahora tenemos honra y no hemos de desalojar a esos facinerosos sino con la espada y el plomo. El partido liberal que es custodia dili-gente del buen nombre de la Patria y los intereses de los ciudadanos, no ha de consentir, ni por un momento, que sufran mengua ni unos ni otros. Es-tamos pues, en el caso de que nos reunamos todos para salvar al país del peligro que le amenaza. Si no llega a pasar el Decreto, sería un baldón para nosotros, y quiero dejar constancia, por lo menos,

de que estamos por él siquiera los que hemos te-nido la honra de firmarlo”. -Continúa la discusión del proyecto y rebatiendo al Dr. Borja L. F., dice el Dr. Vela-:

“Oído el razonamiento del doctor Borja L. F. voy a explicar el sentido del término em-pleado en el proyecto, según mi leal saber y en-tender. Verdad es que según el diccionario de la Academia y el Derecho Internacional, tiene la palabra piratas el significado de ladrones que navegan en alta mar sin pabellón alguno, o con bandera falsa. Pero el misino diccionario en su edición última, tiene una aceptación más exten-sa, cuando' dice que pirata es todo aquel que roba o se entrega al bandalaje. Según esta acepción, bien se puede calificar de piratas a esas hordas que sin bandera ni representación alguna, y que impelidos por el deseo del pillaje y la rapiña, amenazan desbordarse por la frontera Norte de la República.

Voy a manifestar también que los mismos autores del Derecho Internacional, han usado de la palabra pirata en este sentido lato. Bello Martens y Calvo, han confundido casi siempre a esta pala-bra con la de malhechores, facinerosos, bandidos, etc. Tanto que el primero en su brillante Tratado de Derecho Internacional, dice que cuando la pandilla de malhechores se engruese de tal modo que hay necesidad de rechazarla en guerra, sus prisioneros no tienen derecho a garantías, ni gobierno alguno puede oponerse al exterminio de esa falange de fa-cinerosos. Cuando el sabio Bello emitió la idea de que las presas hechas por esas cuadrillas no alteraba la propiedad; cuando Martens dice que los piratas son bandidos entregados al pillaje; como Calvo enuncia hechos piráticos, igualán-dolos a opios de bandidos; cuando dice que el negocio de esclavos se consideró como arte de piratería, sin embargo de no haberse realizado

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en alta mar, y las grandes” potencias como Francia y Rusia lo declararon así y dieron a la palabra tantas veces dicha el significado de malhechor, bandido, facineroso, y en este caso se encuentran los ban-doleros del Norte. Brait, da a entender lo mismo cuando habla del pillaje y la piratería; y por último no ha faltado historiador que califique de pirata al Duque de Alba por haber cortado veinte mil ca-bezas en los Países Bajos. Y en este sentido han empleado los Congresos anteriores el vocablo en referencia. El doctor Francisco Arias, Ministro de Veintemilla, hizo declarar piratas a los que vinie-ron a fracasar en Pisquer y Yuracruz, y no hemos de ser tan fatuos que creamos se hayan equivocado todos, hasta hombres importantes como el doctor Arias, y que nosotros únicamente estemos en la verdad. En fin, señor, éste ha sido el uso que se ha dado al término; y yo me adhiero a las opiniones ilustradas y que han tomado esa palabra en el sen-tido que acabo de indicar”.

El caso de la Instrucción Pública Nacio-

nal, que lleva el significado educativo, es para el Dr. Vela la base sustancial de la transformación liberal. En el Congreso de 1900 se discute un in-forme sobre las reformas que la Ley en cuestión, el Senador Ciego lleno de luces, con la serenidad y valentía esboza sus puntos de vista con miras hacia el porvenir.

Informe sobre la ley de Instrucción Pública,Sesión del 26 de Stbre. de 1900: “El Hble.

Vela J. B.: “Hble. Presidente: En la agitadísima vida del Ecuador, ninguna de sus leyes ha sufrido tantas alteraciones y cambios, ninguna ha sido más com-batida que la de Instrucción Pública, hasta el punto de que a la hora de hoy no es ella otra cosa que un conjunto heterogéneo de disposiciones absurdas, sin unidad ni armonía, y que no se compaginan con

las exigencias del régimen político actual, y no co-rresponden a las necesidades del progreso moderno. Los defectos de la ley vigente los han reconocido nuestros H H. colegas Miembros, de la Comisión de Instrucción Pública, opinión en la que nosotros es-tamos acordes; mas, no podemos conformarnos de ninguna manera con la de que dando de mano a las reformas discutidas y aprobadas por la Hble. Cáma-ra de Diputados, apruebe la del Senado el proyecto de que el Congreso nombre una Comisión especial para que presente a la Legislatura venidera una ley sobre la materia dejando en su ser la expedida por la última Convención Nacional.

Convenimos desde luego en el nombra-miento de tal Comisión, como que es indispensa-ble dar nuevo rumbo a la educación de la juventud, abriéndole nuevos horizontes y apartándole del camino trillado que ha venido recorriendo hasta el presente, envuelta en las oscuridades de un pasado sombrío y desconsolador, y del cual se han aleja-do para siempre todas las naciones, impulsando el progreso en todo sentido.

Pero entre tanto que el Congreso futuro llegue a expedir la nueva ley, es de todo punto ne-cesario que no pase la actual sin dejar siquiera co-menzada la ley vigente con las reformas propues-tas por la Cámara de Diputados. Estas reformas son convenientes; en un año que se las practiqué, puede conseguirse resultados benéficos, siquiera fuese removiendo ciertos obstáculos que en las universidades y colegios de la República son la causa eficiente de una buena parte de los males que deploramos.

Dándole al Poder Ejecutivo la facultad de nombrar profesores interinos y la de designar los textos de enseñanza, habremos hecho una obra patriótica, porque no podemos desconocer que, con excepciones muy honrosas para el partido liberal, las asignaturas de todas las Universida-

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des y Colegios están ocupados por hombres cuyas ideas son absolutamente contrarias a la Libertad y a la Democracia; así como tampoco podemos des-conocer que los textos señalados para la enseñanza son aquellos que lejos de levantar la inteligencia de la juventud, la oscurecen y la atrofian, cortando el vuelo del espíritu, pervirtiendo el sentimiento nacional y encarnando la prevención y el odio a la filosofía práctica del siglo y a todos los grandiosos ideales que persiguen los pueblos justos.

La Revolución del 5 de Junio de 1895, no la hizo el partido liberal por el solo propósito de elevar-se al mando de la República, hízole para cambiar las leyes tiránicas y opresoras, para entrar con la antor-cha civilizadora en esos antros tenebrosos donde la juventud ecuatoriana ha permanecido por muchos lustros recibiendo una educación monacal, para lle-var a la conciencia del pueblo el sentimiento de sus deberes para con la patria y la humanidad; y final-mente para hacer luz en este inmenso sepulcro donde se enterró a la República y con ella a toda esperanza de reforma social. Pues la Revolución de 1895 debe continuar su curso, Hble. Presidente. Nosotros so-mos los revolucionarios, a nosotros corresponde la tarea de remover todos los estorbos que se oponen a nuestra marcha; y si para conseguirlo es preciso derrumbar hasta los cimientos del edificio caduco, no vacilemos, echémoslo abajo: éste es nuestro de-ber, por más que las preocupaciones y los odios de secta y de partido, opongan murallas invencibles a nuestras labores civilizadoras: la fuerza y la luz serán nuestras compañeras inseparables.

Necesitamos unión, mucha unión entre nosotros, para hacernos invencibles; necesitamos investir al Poder Ejecutivo de las facultades que constan en el proyecto aprobado por la Cámara co-legisladora. Aprobémoslo y retirémonos satisfechos a nuestros hogares, dando principio a la revolución de ideas.

En el curso de la discusión el Hble. Vela continuó: “Desde ahora manifiesto que no estaré por el proyecto. En primer lugar quiero que el partido li-beral deje ya de estar atado de manos: es hora de que piensen en formar escuelas y hacer que se afiancen y propaguen sus doctrinas. La Cámara Joven nos ha dado ejemplo en pisar terrenos hasta hoy vedados por temores fútiles y cobardes contemporizaciones. El Ejecutivo está de espectador y aguarda que le de-mos facultades para poner en planta las ideas por las que tanto hemos luchado. Las Universidades y Colegios están regentados por hombres que forman en el bando contrario, y es tiempo de que acabemos con el oscurantismo. Se ha dicho que el proyecto de reformas es obra del gobierno; es obra de nosotros, señor Presidente, vos lo sabéis muy bien, vos que habéis intervenido en el punto conmigo y otros de-fensores de la causa. Se ha querido también esta-blecer una especie de dualidad entre el Presidente y el Ministro de Instrucción Pública, como si Mi-nistro hubiera que no fuera nombrado por el Ejecu-tivo y directamente dependiente de él en todos sus actos. No es contra el Ministro que se ha hecho la propaganda, es a la instrucción a quien se hace la guerra. Que se nombre en buena hora una Comi-sión, para que formule una ley completa e íntegra; pero que se hagan también por lo pronto algunas reformas necesarias para el partido liberal; ya que mucho puede alcanzarse en el espacio de tiempo que va de un año a otro. Que el Ejecutivo tenga facultad de nombrar Rectores interinos de los Co-legios y los profesores de todos los establecimien-tos de instrucción Pública, para que éstos dejen de ser focos de oscurantismo y centros de tenaz oposición al Gobierno. Hasta la paciencia se acaba, señor, cuando se considera que aún hay profesores que en toda una Universidad Central hagan rezar Padrenuestros y Avemarías antes de comenzar la clase. Yo no ataco a las creencias religiosas de

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nadie: pero quiero que el partido liberal sea prácti-co y dejando de andarse en contemporizaciones y miedos pueriles, entre de lleno en la vía de las ver-daderas reformas. La Cámara Joven nos da valor y debemos imitar su noble ejemplo.

Es una idea errónea el creer que se tra-ta de establecer el despotismo en el ramo de Instrucción Pública; lo que queremos es dar vigor al Ejecutivo, para que pueda llevar a cabo su obra de regeneración del país. Hemos venido al poder no por la ambición del mando y para cruzarnos de brazos, sino para que las ideas democráticas sean las que rijan y se pro-paguen en la Nación; y si no se comienza la labor por las Universidades y Colegios, nunca triunfará el Partido Liberal. Desde el año 60 hasta ahora, se han adoptado los mismos tex-tos de enseñanza, y los profesores de la Uni-versidad, con pocas excepciones, han perte-necido a la Escuela de García Moreno. Con la filosofía del Padre Proaño y el Catecismo de Perseverancia, nunca podremos hacer Patria. Conviene, además, tener presente que estamos en una situación anormal; que nosotros somos los revolucionarios que venimos a echar por tierra las preocupaciones de antaño; que noso-tros somos los descamisados y ladrones como ya algún Hble. nos dijo al tratar del Proyec-to sobre Bienes de Manos Muertas; pero los descamisados y no los ricos son los que han salvado al mundo”.

. Noboa a que se hagan siquiera algu-nas modificaciones en la Ley de Instrucción Pública. No tienen ninguna conexión con el Consejo las Universidades de Cuenca y Gua-yaquil. Si se prefiere al Rector del Instituto Mejía, es porque reside en Quito. Me mara-villa que los Hbles. Noboa y Tobar no tengan

presente que aun en las Repúblicas del Perú, Chile y la Argentina los profesores son nom-brados por el Ejecutivo, al que se le da en el ramo de Instrucción Pública, no una simple supervigilancia como lo determina nuestra Carta Fundamental, sino una intervención di-recta y activa. Nosotros queremos también que intervenga así, porque éste será el único modo de salir de esta atmósfera pesada de oscuran-tismo que hemos venido respirando desde los tiempos de García Moreno; sólo de esta mane-ra se podrán remover a los Rectores y Profe-sores que, perteneciendo en su mayor parte al bando oposicionista al Gobierno, son la valla insuperable que imposibilita la implantación y afianzamiento de las doctrinas liberales. No podemos serlo a medias y preciso es que per-damos el miedo a fantasmas que no existen. Si se ha reducido el número de los Miembros del Consejo, es para simplificar la acción ejecuti-va y darles mayores facilidades”.

El revolucionario auténtico de senti-do netamente social, Dr. Vela es un luchador que jamás soporta la injuria enemiga. Pues, al discutirse el mismo asunto de la orienta-ción educativa del país, ante la impugnación de la minoría conservadora, responde a uno de esos representantes: El Hble. Vela J. B.: “Mal hace el Hble. Larrea Genaro en temer dicta-duras y tiranías. Lo que le gusta, como a todo conservador, es la tranquilidad putrefacta de los sepulcros. Dice que mañana se acabará el gobierno del General Alfaro; pero si Dios lo quiere le ha de suceder otro más liberal to-da-vía que dé cuenta con el oscurantismo. Que han de venir revoluciones: en esos temores pueriles hanse apoyado siempre los timoratos para no intentar jamás una reforma; que ven-gan en buena hora las revoluciones: sabremos

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combatirlas. Los liberales, mal que los pese a los conservadores, nos hemos de sostener en el mando, para redimir a este pobre pueblo. Yo, con ser ciego, veo mucho más que otros. Haré una confesión que hasta ahora no me he atrevido a hacerla: nosotros necesitamos to-davía de la tutela del sabio, y el único hombre que ha de salvar al Ecuador, ha de ser el que penetre por esas selvas intrincadas del fana-tismo donde reina la tranquilidad que quiere el Hble. Larrea; la espada en la una mano y la antorcha de la civilización en la otra. El movi-miento del clero es el movimiento del Siglo XI y el que hoy necesitamos es el del Siglo XIX: de la ciencia y las luces. Desde el año 65 el Ecuador ha sido un cadáver, a cuyo sepulcro nadie ha osado acercarse por miedo, por puro miedo; y como no hay resurrección sin un mi-lagro, a la ciencia y al partido liberal les toca hacer el dar vida a ese cadáver, e imprimirle un movimiento armónico con las doctrinas y tendencias modernas”.

Informe recaído en el proyecto de Ley de Registro Civil

Sesión del 26 de Setiembre de 1900. El doctor Vela J. B.: “Señor Presidente: El Proyecto de Ley de Registro Civil, arregla-do primitivamente por tres de los principales jurisconsultos de esta Capital, Miembros de una Comisión Especial, para él efecto, es a nuestro modo de ver un trabajo cuasi com-pleto, que viene a llenar la necesidad inapla-zable de establecer cuanto antes en la Re-pública, semejante ley. Puede ser deficiente el proyecto, algo defectuoso talvez y puede ofrecer también algunas dificultades en la práctica; pero se trata de una ley nueva, H. Presidente, de un Código en el cual no puede

el legislador preveer todos los casos y llenar todos los vacíos; es el tiempo quien se encar-gará de descubrir todos los defectos que ella contenga; es la observación constante la que aconsejará todas las reformas que deban in-troducirse. Entre tanto toca al Congreso ac-tual aprobar el Proyecto presentado y no de-jar que otra legislatura se ocupe de un trabajo por el cual reclama, con imperiosa voz, el es-tado político y social que hemos alcanzado. Pocas son, señor Presidente, las modificacio-nes y reformas que hemos hecho al proyecto; y pocos también lo vacíos que hemos llenado tomando para esto de los Códigos que sobre la misma materia rigen en otras naciones de América. El Registro Civil de la República Argentina, parécenos la más completa, y más llena de previsión y sabiduría; se encuentra sintetizado en 102 artículos y no más; pues de él hemos sacado algunas disposiciones adoptables en nuestra condición civil. Dare-mos por bien empleados nuestros estudios y nuestros trabajos, si el Hble. Senado nos hon-ra con su aprobación.Quito Setiembre 19 de 1900. Firmado, Juan Benigno Vela, y Mateo Val-divieso”.

A veces su verbo es profético: en ver-

dad el sucesor de Alfaro será más liberal que el Viejo Luchador, y los liberales defenderán el Poder con denuedo hasta cuando los des-aciertos políticos condenados por el Dr. Vela pongan en peligro las conquistas democráti-cas.

En el Congreso de 1901 el Dr. Vela

ha realizado una obra fecunda con su rec-titud doctrinaria. Cuando se trata de la ca-

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lificación del Senador electo por Cañar, el doctor Alberto Muñoz Vernaza, complicado en la muerte de Vargas Torres, acusa como en otrora al General Manuel Antonio Franco que está presente en el Congreso. “A mí no me gusta increpar a la distancia -dice-, sino cara a cara, como quería el año pasado, que venga Muñoz Vernaza para decirle todo lo que debo, así en sus propias barbas. Ahora (1901) la historia lo ha juzgado, y Dios me perdone, yo creo que él es el único autor del asesinato que se cometió en Cuen-ca… Las manos de Muñoz Vernaza están tintas con la sangre de Vargas Torres; a Muñoz Vernaza le ahoga la sangre de su víctima”.

Con las referencias señaladas, en la sesión para calificar las votaciones para Pre-sidente de la República, el Dr. Vela se expresó en estos términos: “Permítaseme, señor Presi-dente que recomiende estas elecciones. Se ha dicho, aún por la prensa, que el Gobernador de Tungurahua ha cometido abusos, como amba-teño y liberal estoy en el deber de salir en su defensa. El resultado del escrutinio es su me-jor vindicación; en otras ocasiones la parro-quia Matriz ha dado hasta 2.000 votos; ahora constan 200. En algunas parroquias triunfó el señor García. ¿Dónde están los abusos, don-de la exageración? Es deber mío defender al Gobernador de Tungurahua, porque así como público fue su ofensa, pública debe ser la re-paración.”

Clausurado este Congreso, preocupa

al gobierno y a sus seguidores, la elección del sucesor del General Alfaro en la Presidencia de la República. Los ministros Moncayo y Pe-ralta, sugieren al Presi- dente Alfaro, que un grupo distinguido de liberales y el Senador

Dr. Vela, amigo del General Leonidas Plaza Gutierrez, logren que el General Alfaro deci-da en favor del militar. Por el anhelo de sus ponentes, el General Alfaro acepta al sucesor indicado.

Las elecciones se realizan y triunfa el ungido, con la ventaja de ser más liberal que su antecesor. Asumió la presidencia el 31 de agosto de 1901. Desde aquel año concurrió por cuatro años a las sesiones del Congreso, sien-do factor inf luyente en la expedición de la Ley de Elecciones, de Instrucción Pública, de Cul-to, de Registro Civil y el Código de Policía.

Tras un periodo de verdadero esfuerzo político de doctrina liberal, el General Alfaro concluye su primer Gobierno Constitucional. El General Plaza inicia el suyo el 1º de sep-tiembre de 1901, se impulsa al ideario liberal radical y se alcanza la expedición de la Ley de Matrimonio Civil con la consiguiente Ley de divorcio, participa el Dr. Vela, fogoso Senador por Tungurahua. Además, se le confía el Pro-yecto de Reformas a la Constitución, leído el informe son aprobadas las reformas, con limi-tadas modificaciones.

Proyecto de decreto por el cual se deroga la ley de Instrucción Pública

Dictada el año 1901. El Hble. Vela. J. B.: “Creo que el actual Congreso nombrará una Comi-sión para que al próximo se presente un Proyecto de Reformas a la Ley de Instrucción Pública, de acuerdo con el grado de progreso en que se en-cuentra la República. Por esto, me parece que no tiene razón el Proyecto que se discute. No debemos dar el escándalo de jugar como niños con pompas de jabón haciendo proyectos para poco después dar con ellos en tierra. Por otra parte, sea que se dero-gue o no la ley de Instrucción Pública, lo único que

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veo en ese proyecto es la dañada intención de dar un golpe contra el Gobierno que pasó y contra un Ministro que no puede hablar, que no puede defen-derse; así como el propósito de herir a los nueve u once Senadores que el año pasado aprobamos las reformas. Ya se dijo que el señor Ministro Peralta había sido el autor de ellas, con el fin de manifestar que habíamos procedido bajo la influencia del Eje-cutivo. Fui uno de los que con más ardor defendie-ron" las mencionadas reformas; pero jamás porque haya influido en mí el Gobierno, pues para proce-der de esta manera se necesita ser camaleón políti-co, o parásito del erario; y a Dios gracias nunca, he sido ninguna de las dos cosas. Sostuve el proyecto porque estaba de acuerdo con mis convicciones, y en gran parte fui autor de él. Protesto, señor Presi-dente, en nombre de mi dignidad ultrajada; el gol-pe que se me quiere dar, no me llega; pero protesto contra él; no creo que se esté en lo justo al aprobar el proyecto. Esperemos hasta el Congreso próxi-mo; ¿pues qué importa un año más? finalmente, se derogue o no la Ley reformatoria de Instrucción Pública, los Jesuitas no han de volver a enseñar, ni los clérigos a ser Rectores de los Colegios. Desde 1895 que entramos por el camino de las reformas, los liberales vamos adelante, sin retroceder un solo paso, y la juventud que se levanta viene con nue-vas ideas y no ha de tolerar que sean infructuosos nuestros esfuerzos por el adelanto de la Nación. No hago alusión a ninguno de mis colegas; digo lo que siento y tal como siento”.

En la misma sesión, El Dr. Vela: “Ahora es padrón de ignominia la Ley que se reformó el año pasado; y antes los ignomi-nios eran los Jesuitas para esos viejos libera-les que han claudicado. Tengo derecho para hablar con toda la energía de mis sentimien-tos; pues nunca he dado un paso atrás. Siem-pre había oído hablar al doctor Borja en el

sentido de que los Jesuitas han pervertido la República y de que ellos eran la causa de to-dos los males que nos aquejan; y me enorgu-llecía oyéndole hablar de esa manera, porque también era mi modo de pensar; pero ahora es padrón de ignominia el único paso que he-mos dado para quitarnos de encima a los Je-suitas; padrón de ignominia, porque prohíbe al clero la enseñanza; padrón de ignominia, porque no son Rectores de los Colegios; pa-drón de ignominia, porque se ha establecido el Instituto Mejía con un dignísimo Rector y con distinguidos profesores. Por todo esto es padrón de ignominia; pues entonces que se, redacte otra Ley; que vengan esas buenas disposiciones; y ya veremos cómo cuadran”.

En la misma sesión, el Dr. Vela: “Yo sé, señor Presidente, que mi voto es aislado, que mi voto no tiene eco en esta Cámara; pero quiero que conste la protesta de un ciu-dadano honrado, de un viejo liberal; y tal-vez somos dos, somos tres, somos cuatro los que formulamos nuestra protesta, aunque sea desatendida; bien sé que los señores Senado-res proceden con la mayor buena fe al que-rer derogarla ley expedida en el año anterior; pero el tiempo y la historia juzgarán y sabrán hacer justicia. Yo por mi parte pido que cons-te que ese trabajo de la legislatura pasada es el único paso avanzado hacia el liberalismo, que se ha dado desde 1895. Que la Ley tenga errores, lo concedo, mas no por eso debemos derogarla. Pero si así se procede, no importa, pues a cada idea le llega su Waterloo; mas, después se levantará como Lázaro del sepul-cro. Si la Ley de Instrucción Pública encierra una idea grandiosa, aunque ahora se la de-rogue, no importa, mañana se volverá a le-vantar y se pondrá en práctica. Yo tengo el

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íntimo convencimiento de que en esa Ley se encierra un grandioso ideal liberal: la reden-ción del pensamiento humano, la libertad de conciencia de los ecuatorianos. No tengo in-tención de ofender a los autores del proyecto, porque talvez han procedido, lo repito, con la mayor buena fe. En los combates de las ideas, toda reforma tiene su poniente, tiene su ocaso; pero después viene su oriente y entonces se eleva con mayor brillo y mejor pujanza”.

En el Congreso, el Dr. Vela ha realiza-do una obra fecunda con su rectitud doctrinaria. Cuando se trata de la calificación del Senador elec-to por Cañar, el doctor Alberto Muñoz Vernaza, complicado en la muerte de Vargas Torres, acusa como en otrora al General Manuel Antonio Fran-co que está presente en el Congreso. “A mí no me gusta increpar a la distancia -dice- , sino cara a cara, como quería el año pasado, que venga Muñoz Vernaza para decirle todo lo que debo, así en sus propias barbas. Ahora (1901) la historia lo ha juz-gado, y Dios me perdone, yo creo que él es el único autor del asesinato que se cometió en Cuenca… Las manos de Muñoz Vernaza están tintas con la sangre de Vargas Torres; a Muñoz Vernaza le aho-ga la sangre de su víctima”.

Cuando es preciso reconocer méritos, el Ciego está listo para ese reconocimiento. A raíz de la cesación de Alfaro en la Presidencia de la República, admite que el ex-Magistrado escogió a caballeros colaboradores para las carteras gu-bernamentales, como Peralta, Moncayo, Arellano, Gómez de la Torre, viejos combatientes del Libera-lismo en el Ecuador, y muy dignos de ser Ministros de cualquier Gobierno. Asimismo, cuando llega el ferrocarril a Alausí, ante el aplauso sugerido por el General Hipólito Moncayo en favor del General

Alfaro, el Dr. Vela apoya la idea, porque la estima justa. Y agrega: “Ahora, señores, se nos hace un deber apagar todos los resentimientos, hoy que es el día en que todos los ecuatorianos debemos en-viar una felicitación a ese viejo ilustre que, aunque parece caído, hoy mismo empieza su engrandeci-miento” -4 de septiembre de 1902-.

Con franqueza e hidalguía, el Dr. Vela procede siempre, como Presidente y Director de la Comisión de los proyectos de legislación y de las reformas a la Carta Política. Y no hay debate en que su intervención no sea activa, razonadora y enérgica.

Al General Plaza Gutiérrez le sucede en el Poder don Lizardo García, comercian-te distinguido, el 1º de septiembre de 1905, el Congreso lo posesiona, e inicia un gobierno guiado por una superficial popularidad. Esta conducta del Magistrado desagrada a una ma-yoría Liberal Radical, conducida por Alfaro, y, el 31 de diciembre se desconoce al Gobierno, desatándose la guerra en el Chasqui, triunfa la revolución, el 16 de enero de 1906 y pro-claman al General Eloy Alfaro, Jefe Supremo.

El Viejo Luchador vuelve al Poder,

se rodea de seguidores de probada competen-cia y amigos de confianza. Invita al Dr. Vela, alejado de las últimas acciones políticas, con-fiando como en la primera administración, la redacción del Proyecto de Carta Política de la República, fijando una mensualidad de cuatrocientos sures. Secretario se designa al doctor Luis Eduardo Bueno, quien, a su vez, cuenta con la ayuda de dos escribientes.

El político liberal ambateño de sesenta y

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tres años, Dr. Juan Benigno Vela, mediante Decre-to Supremo de 5 de febrero de 1906, firmado por el General Eloy Alfaro, Jefe Supremo de la Repú-blica, le designa comisionado para redactar el Pro-yecto de la segunda constitución política liberal de la República del Ecuador.

El Diputado por la Provincia de Tungura-hua, Dr. Vela, realiza aquella labor en cuatro me-ses, presentado a consideración de la Asamblea. La Constituyente de 1906 discute el Proyecto, artículo por artículo y al fin lo aprueba “casi sin modificaciones”.

En la capital ecuatoriana, el 10 de agosto de 1906, en significativo acto público, con presencia de autoridades nacionales y provinciales, se inaugura el monumento de los Héroes de la Plaza de la Independencia de la Quito, en el mencionado evento, la ciudad de Ambato estuvo representada por el Dr. Juan Benigno Vela Herbas.

La Constitución Política de 1906, se expide el 12 de enero del siguiente año, me-reciendo comentarios de personas versadas en la materia, tanto en el país como en el exte-rior, además, se oyen opiniones de diplomáti-cos acreditados en el Ecuador, manifestando el deseo tenerla en sus repúblicas. Mas dicha Constitución llegará a ser una especie de Ave Fénix, después de no pocas dictaduras irá re-sucitando como la más adecuada para los go-biernos de transición, que en tales casos se establecen, La inf luencia del Dr. Vela al co-mienzo de esta administración de Alfaro es decisiva y leal también en cuanto al manteni-miento de sus principios políticos.

El General Eloy Alfaro, designado por la

Convención Nacional Presidente Interino desde el 10 de octubre de 1906 a enero 1º de 1907, y como estipula la segunda Constitución Liberal de 1906, es electo Presidente Constitucional por un período de cuatro años desde el 1º de enero de 1907.

El historiador y subdirector de la Acade-

mia Nacional de Historia, Jorge Núñez, resaltó la importancia de la Carta Magna de 1906, porque permitió el inicio de la transformación del Ecuador en el siglo XX, con la aprobación de una serie de normas en beneficio de la ciudadanía y del país.

“La Constitución de 1906 es el fenó-meno más importante, tomando en cuenta que el General Eloy Alfaro al poco tiempo de haber triunfado como revolucionario y ejerció el poder como Jefe Supremo convocó a una Asamblea Constituyente que dictó la Carta Política de avanzada con disposiciones tales como: la separación absoluta del Estado y la Iglesia, la libertad de enseñanza, se con-sagró la educación laica, pública y gratuita, obligatoria en el nivel primario, la absoluta libertad de conciencia y amplias garantías in-dividuales. Así mismo se prohibió que sean electos legisladores los ministros religiosos de cualquier culto, se dictó una protección oficial a la raza indígena y una acción tutelar del Estado para impedir los abusos en su contra.

Sin duda, esta Constitución sirvió durante varios años, a tal punto que incluso el gobierno del doctor Isidro Ayora puso en vigencia la Constitu-ción de 1906, reconociéndola como una de las más avanzadas de la historia ecuatoriana.

Además, precisó que en esta Constitución también se garantizó el derecho de la libertad de conciencia de las personas, mismo que puede ser expresado de viva voz o por escrito.

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Es decir, por una parte se consagra la libertad de pensamiento expresado de palabra y por la prensa, pero por otra parte se deja abierta la posibilidad de enjuiciar la injuria y la calumnia, lo mismo que el insulto personal que fueran manifestados por la prensa porque tiene que haber responsabilidad en el uso de las libertades.”

Esta constitución propuso paz exte-

rior, viabilidad y ferrocarriles, desarrollo de las artes y ciencias, educación laica, fortale-cimiento del ejército, a más de las conquistas que se dieron en la Décima Primera Consti-tución y sin duda lo más importante la finali-zación de la construcción del ferrocarril que llegó a Quito el día 25 de junio de 1908 día de júbilo patriótico y regocijo nacional. Este ferrocarril cambiaba la suerte de los pueblos del Ecuador día en el cual se repararon dis-cursos, banquetes, actos, festejos entre otras cosas por este gran acontecimiento nacional.

Lamentablemente, transcurrido más del cincuenta por ciento del período presiden-cial, el gobierno afrontará una serie de inci-dencias que conllevan descontento popular, no solo de la oposición sino también de la opi-nión liberal.

En la página editorial del ma-tutino quiteño “La Prensa”, descubrimos el pensamiento y obra doña Zoila Ugarte de Landivar, intelectual ecuatoriana de fines del siglo XIX e inicio del XX, sus escritos apare-cen diariamente en la Columna Plumadas, que constituyen importante y vivo testimonio del acontecer político, social y cultural de aque-llos tiempos.

“Columna Plumadas Quito, a 7 de octubre de 1910.- D o s

convenciones:- El Dr. Vela no vendrá a la primera pero sí a la segunda.- Curiosos episodios.-

Los recesos del Congreso.“Cuéntanos un saleroso narrador, que allá

en la naos donde inciensa la mayoría, la imagen siempre presente, de quien les nombró pontífices magnos de su culto, pasan cosidas muy graciosas. Como olita suave que acaricia en día bonancible algún recodo de playa costanera, deslizan suave-mente algunos señores congresistas, frases insi-diosas que no dejan de dar luz para el porvenir, pero el eco de su voz dulzona escora contra la voz de borrasca del doctor Vela, que como todos saben no se anda en requilorios ni eufemismos y a la pata la llama les endilga aquello que merecen los enla-biadores padres conscriptos.

La figura imponente del ciego, no les ins-pira miedo a los congresistas, sino en plena sesión;

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en los recesos es accequible, picotero tal vez y pronto eso sí, a dar una contestación de filos cor-tantes como la arista de un canto recién arrancado de la cantera.

-Dr. Vela, Usted tendrá que venir a la próxima Convención-. Yo! A la próxima Conven-ción! No, vendrán los alfaristas, vendrán los esbi-rros, vendrán ustedes; yo, he de venir a la segunda, a la convención del pueblo; sí, me han de elegir para esa asamblea, porque soy honrado, indepen-diente y libre!

Esas tenemos, Sres. Congresistas! Ya ha-bláis de próxima convención? Qué va á sancionar ella? Otra como la del Chasqui? Dios nos guarde de los alboroques que nos reserváis! Simbad ya no puede con el viejo que lleva a cuestas y sin consi-deración le talonea, le aguija, le desespera sin darle punto de reposo, y aún os atrevéis á nombrar Con-vención! No os burléis tan cruelmente del pueblo que os ha encomendado su salud maltrecha y todo esas bromas son muy pesadas, aunque elocuentes, y no estamos para tolerarlas en paz.

En buen romance vuestra Convención, quiere decir reelección? Pobre Dr. Martínez, más le valiera no haber nacido.

No se hace gustar la breva para retirarla de sopetón.

En fin, hagan ustedes lo que les plazca, que lo que suene sonará, pues, tal la campana, tal la badajada, pero no tratéis de en doctrinar píca-ramente al Dr. Vela, porque él no tiene pelos en la lengua, y os ha de sambenitar sin dibujos ni requi-lorios, en frase clara y retumbante: es malo bro-mear con él.

Y ahora perdón señores congresistas de la mayoría, por haber echado a volar en esta como crónica, lo que se ruge en el Congreso, lo que la Causa pretende y lo que todos tememos.

¡Cuidado Dr. Martínez! Ojo al Cristo, que

es de plata y no quieren aflojarlo; no se olvide de lo que le pasó a Leónidas: no al de las Termopi-las doctor, al nuestro, á Placita, la pesadilla de don Eloy...”

La década del diez, inicia con la celebra-ción del centenario del Primer Grito de la Inde-pendencia de nuestra nación, con la declaración pública del valor de la paz nacional. Sin embar-go, los conflictos por la definición de la tenden-cia prioritaria dentro del liberalismo conducen a la división y confrontación militar ente civilistas, encabezados por Leonidas Plaza y Emilio Estrada, presidente, y las facciones radicales, dirigidas por Flavio Alfaro y el general Montero, que descono-cían a los civilistas y se abanderaban bajo el nom-bre del caudillo Eloy Alfaro...

El 26 de julio de 1911, El Presidente Alfa-ro congrega al Congreso Extraordinario y expone los peligros que, enfrentará la futura administra-ción de la República.

El Congreso delibera sobre la política del futuro gobernante. El Ejército y varios ciudada-nos se dirigen a la Legislatura, a fin de solicitar el nombramiento de generalísimo para el General Eloy Alfaro, en las cámaras legislativas se consi-dera este asunto y son muchos representantes que estiman de justicia la petición. No así el Senador Dr. Vela, que en sesión del 3 de Agosto de 1911 manifiesta:

El H. Vela J. B.: “Con la mayor sinceri-dad voy a expresarlo que yo he pensado desde hace muchos meses en que comenzó a hablarse por la prensa, en relación a este asunto; pues desde entonces he estudiado el punto con mucho dete-nimiento, con serenidad y calma. Todo lo que yo manifieste estará asegurado por mi franqueza y mi modo de ser en todos los actos de mi vida. No me

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mueve ninguna prevención contra el señor Gral. Eloy Alfaro, para que se crea que procedo apasio-nadamente al manifestar que la concesión de que se trata es absolutamente inconstitucional. Para eso me fundo no sólo en las razones que aduce la Comisión, sino también en la norma de conducta que nos ha trazado la Constitución de la República.

Al tratar de conferir este grado, hay que examinar dos puntos. En primer lugar la Carta Fundamental prohíbe todo empleo vitalicio, y pro-híbe también conferir otro grado que no sea el de General, al que considera como, superior de todos? tanto que, cuando habla la Constitución de los mo-tivos para la reunión del Congreso, dice en uno de sus números, “para nombrar Coroneles y Genera-les, a propuesta del Ejecutivo” así, pues, nuestro Código Político no reconoce más grado que el de General.

¿Cómo vamos a quebrantar disposiciones expresas para conferir a una persona grados más altos que el último que reconoce nuestra jerarquía militar? Que el General en Jefe es un grado mili-tar, no cabe duda, para lo cual llamo la atención al Código Militar, que dice casi textualmente “en el tiempo de campaña el Presidente de la Repúbli-ca nombrará el Comandante en Jefe del Ejército, quien tendrá las mismas preeminencias y prerro-gativas de este grado”.

Luego si bien el Código Militar reconoce el grado de General en Jefe, nuestra Constitución no puntualiza otro que el de General; he ahí nues-tra contradicción palmaria, cuyo resultado tiene que ser el predominio de la Ley Fundamental.

¿Cómo, además, podría el Congreso nom-brar un General en Jefe, poniendo así un personaje sobre el Presidente de la República? ¿No es verdad que las colisiones entre las dos autoridades serían frecuentes? Según la Constitución, el Presidente

de la República es el único que tiene derecho para disponer de la fuerza armada -así lo dispone una de las atribuciones del Ejecutivo-; pero si el Gene- ralísimo de los ejércitos tiene tan omnímodo poder sobre esta fuerza pública, ¿el Presidente de la Re-pública qué hará contra el Comandante en Jefe, y qué éste sobre aquél?; luego, el poder de uno de los dos tendría que desaparecer ante el poder del otro, y las dificultades que suscitaría esta colisión, acaso fueran de consecuencias lamentables para el País.

He aquí por qué creo correcto y estoy de acuerdo con los Hbles. Miembros de la Comisión para reconocer la ilegalidad de un nombramiento de esta especie; opinión que es preciso respetarla, porque ella está abonada por los conocimientos que de las leyes militares tiene el señor Coronel Palacios, el señor Coronel Torres y más personas con quienes he tenido el agrado de cruzar ideas al respecto.

Rebatiendo al señor Abelardo Pozo -Miembro de la Comisión que salvó su voto afir-mativo- el doctor Vela dice: “Las mismas palabras del señor Pozo están manifestando que se quiere dar una forma incorrecta a ese nombramiento de General en Jefe, pero antes de seguir con mi des-mañado discurso, pido que el señor Secretario se sirva dar lectura al título de Comandante en Jefe que trae nuestro Código Militar -se leyó-.

He aquí un grado militar al que, según lo dispone uno de los artículos leídos corresponden ciertos derechos y preeminencias. Además, es ya sabido por todos que el nombramiento de General en Jefe debe hacerlo el Presidente de la República, porque si no fuera así, señor, vuelvo a repetir ¿qué sería del Presidente de la República subyugado por el Comandante General o Generalísimo o como quiera que se llame? El General en Jefe tiene atri-buciones de mucho mando sobre los demás Gene-rales y pondría a éstos de aquí por allá, y cuando

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el Presidente necesitara sus Generales, sucedería que el General en Jefe talvez ya habría dispuesto de ellos.

He aquí por qué la Constitución ha preve-nido este caso de que no haya más grado que el de General, y si nuestro Código Militar habla del gra-do de General en Jefe, es para mejor organización, y por esto es que a quien corresponde nombrarlo de hecho y por derecho es al Poder Ejecutivo. No podemos, pues, nosotros hacer este nombramien-to, porque según el artículo 55 de la Constitución le es prohibido al Congreso ejercer las atribucio-nes del Ejecutivo. Sería preciso primero crear un empleo superior al de General, si se quiere dar un empleo mayor al señor General Alfaro; es decir, debemos empezar por reformar la Constitución de la República. Nos encontramos, pues, ante un escollo insuperable, porque, además, la Constitu-ción prohíbe todo empleo vitalicio. Luego, pues, de todos modos está manifiesto que no puede el Congreso invadir las atribuciones del otro Poder.

¿Cómo, pues, se pretende con reflexiones morales y teniendo el Código Militar por delan-te, hacer caso omiso de las disposiciones de éste, prescindir de la Ley Suprema de la República e irnos por un camino que se sale de nuestras atri-buciones? Yo no sé, pues, en qué pueda fundarse mi estimado amigo el señor doctor Pozo, cuyas doctrinas me agradan oírle, pero quien tiene es-peciales aberraciones. ¿Por qué no nos dijo ayer, cuando le suplicamos que tomase parte en nuestras discusiones? ¿Por qué no nos iluminó con los bri-llantes discursos que hoy está lanzando, que qui-zás le habríamos convencido con la Constitución en la mano, que sería un acto dictatorial dar un empleo desconocido en la República; o bien pudo convencernos él? Desde que el Estado ha tenido su Constitución Política, sólo hallamos el caso cuan-do las Cámaras elevaron a García Moreno al grado

de General en Jefe. El General Veintemilla respetó el Código Militar cuando se vio obligado a nom-brar a Urbina General de División. Tengo presente el oficio que le dirigió; decíale: “por los servicios prestados por usted en Galte, no tengo con qué pa-garle, y apenas me permito suplicarle que acepte el grado de General en Jefe”.

He ahí el Presidente de la República ejer-ciendo una atribución privativa, exclusiva de él. ¿Cómo vamos, pues, nosotros a dar un grado que la Constitución de la República lo prohíbe, como también a ejercer actos que no nos corresponde? Muchas veces he de insistir que no me mueve pa-sión alguna, pues cualquiera que sea el gobierno que suceda al Gral. Alfaro, siempre se verá en la necesidad de tenerlo a su lado como Comandan- dante, como Generalísimo, como quiera. Pero dar-le este título por el Congreso, sería crear un Dicta-dor y, entonces, qué cara presentaríamos nosotros ante la Nación entera, violando la Constitución e invadiendo atribuciones del Poder Ejecutivo? No, señor, yo no creo que la Cámara caiga en ese abis-mo. ¡Oh! no lo puedo creer nunca!”

La argumentación es larga y convincente, la opinión, se impone en el recinto senatorial como verdad irrefutable, y al fin es oída para la negación definitiva.

El 10 de agosto, el Dr. Vela, Senador tungurahuense, por la voluntad de sus electores, asiste al Congreso ordinario. Pero al día siguien-te se suscita un acontecimiento político casi in-esperado: una multitud, aposta frente al Palacio de Gobierno, pide agresivamente la renuncia del Presidente Alfaro que tiene diecinueve días para la trasmisión del Mando. El peligro es eminente y el Magistrado, solicita asilo en la Legación de Chile, renuncia el Poder luego, al fin trasladarse a Panamá.

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Los capitalinos miraban como el Dr. Vela, sin vista y sin oído, acompañado de su lazarillo recorría presuroso, por las calles de Quito, en las primeras horas que sonó la revolución del 11 de agosto de 1911, en busca del Presidente y Vice-presidente del Senado, para que no se rompiera, el orden constitucional y el país se librara de caer en una verdadera anarquía. Sus patrióticos esfuerzos dieron buen resultado; y consiguió que el señor Pe-dro Valdez M. se encargara provisionalmente del Poder, mientras lo hiciera el Presidente de aquella Cámara”.

Trabajosamente medió ante el Congreso para que no se rompiera el orden constitucional. Y recomienda: “Deje pasar la justicia de Dios, remita los presos a Quito,· no se enajene de la voluntad de los pueblos ... que caiga sobre ellos la sanción de la ley"; pero terminada la tragedia del 28 de ene-ro, el escritor, a través de un telegrama enviado al presidente de la República Freile Zaldumbide, des-de Ambato a Quito, manifiesta: “Todos estamos aterrados: casi no nos damos cuenta de lo que ha pasado: es un sueño, una pesadilla, que nos tiene enajenados. Mas ante estos hechos tan horribles, no es la muchedumbre fatalidad, sea lo que fuese, ha conducido estos acontecimientos, sin que noso-tros podamos explicarnos...

Entre tanto, el 14 de ese mes, el Congreso Nacional, aprueba la moción presentada por el Di-putado Francisco Andrade Marín, con el apoyando del Diputado ambateño Miguel Ángel Albornoz, la moción dice: “Que en las gradas de este Palacio, se coloque una lápida conmemorativa, que conten-ga esta leyenda: El 11 de agosto de 1911, el heroico pueblo de Quito y el ejército dieron fin a la tiránica dominación del señor General Eloy Alfaro. Este hecho sirva de ejemplo a quienes traten de envile-

cer al pueblo y a las Leyes”.

De acuerdo con la nueva Constitución en-cargase al Dr. Carlos Freile Zaldumbide, el ejerci-cio del Ejecutivo en la categoría de Presidente de la Cámara del Senado, ejerciendo el mandato del 11 de al 31 de agosto de 1911. Traspasa el mando al Presidente electo, Don Emilio Estrada, para un período de 4 años, desde el 1º septiembre, al 21 de diciembre, que muere en el ejercicio del Poder.

Tras el derrocamiento del presidente Ge-neral Eloy Alfaro, hallamos una carta abierta del Dr. Vela, dirigida desde Ambato, el 24 de octubre de 1911 al señor Manuel Moreno a propósito de su libro intitulado “Rasgos históricos del 11 de agosto de 1911”, el Dr. Vela: se dirige al autor manifestán-dole: “Felicito a Ud., por haber sido el primero en darnos a conocer los antecedentes y las circuns-tancias que vinieron preparando aquella fecha tan memorable, que sin duda hará época en nuestra desventurada historia política; y felicito le asimis-mo por la parte muy principal que ha tenido usted., En el desenvolvimiento de tan hermoso drama so-cial que puso fin a la tiranía del más funesto de los gobiernos”.

Una vez más, Presidente de la Cámara de Senadores el Dr. Carlos Freile Zaldumbide, asume el Mando de diciembre 22, afronta infalibles di-ficultades; con el afán de remediar tan difícil si-tuación, invita a su amigo y consejero Dr. Juan Benigno Vela, que viaja prontamente a la Capital y, tras de largas conferencias con el Encargado, al-canza el apoyo oficial en favor del General Plaza.

Regresando a los antecedentes Manabí y Esmeraldas el 25 de diciembre de 1911, es procla-mado Jefe Supremo de las Provincias al General

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Flavio Alfaro; mientras que, Guayaquil reconoce la Dictadura del General Pedro Montero, invita al General Alfaro que se hallaba en Panamá como pacificador de las fuerzas del litoral.

En el “Ensayo de un estudio biográfico del

Sr. Dr. Dn. Juan Benigno Vela”, de autoría de José Adolfo Vela, hallamos el pensamiento del Ciego tri-buno, reproducido a continuación: “Durante los días de estos trágicos acontecimientos, el Dr. Vela desde Ambato, expresa su parecer al encargado del Poder Ejecutivo, antes que la sangre se derrame en las calles de Quito. En telegrama expresa: “Ambato, enero de 1912, señor Encargado Ejecutivo.- Quito.- “Sin duda que todos los; pueblos piden a grito herido, lo mismo que el pueblo quiteño; sanción, escarmiento alguna vez con los malvados que han ensangrentado la Re-pública por concupiscencia de Poder. Pues nada más justo que obedecer la voz del pueblo; porque si el Go-bierno no procede en esta ocasión con toda la energía y entereza que reclaman la justicia y el deber, mañana estaremos nuevamente atormentando a los pueblos, formando ejército y mandándole al degüello.

En momentos tan difíciles como el pre-sente, no puede el Gobierno vacilar ni un instante; toda condescendencia sería criminal; y Gobierno que así procediese, debería caer en el momento. Yo estuve porque el Gobierno acepte algunas condi-ciones impuestas por los traidores, pero supuesto el caso de que no hubiera habido otro recurso para salvar nuestro ejército de la fiebre y la peste.

Más ya que el pueblo guayaquileño cas-tigó a los inicuos, sin necesidad de aceptarles una capitulación, perezca el mundo, pero cúmplase la justicia. No aceptó el Gobierno ninguna condición; luego su deber es enjuiciar a los malvados y casti-garlos con la Ley.

Pero sea ésta la que castigue y escarmien-te: más nunca esa que se llama justicia popular.

No estoy con ella, protesto contra ella; la conde-no. Escarnecer a los vencidos, hacer lo que se ha hecho con el General Montero y Torres, es buenamente criminal; es un acto inicuo y salvaje que ninguna moral puede aprobar.

Proceda Ud. con la entereza que le está colmando de aplausos y obedezca la voz de los pueblos, y no se ande Ud., con miramientos.- Su amigo que le admira más que nunca en estos mo-mentos. J. B. Vela”.

Este telegrama transcrito, se publica en “La Constitución”, pero suprimiendo injustamente la parte en que reprocha y crítica contra las ven-ganzas salvajes de la llamada “justicia popular”. No defiende la validez del tratado Montero Plaza, por considerárselo realizado fuera de la aproba-ción del Gobierno Constitucional.

Vendrán los combates de Huigra, Naran-jito y Yaguachi, dominan las tropas gubernamen-tales comandadas por los generales Plaza y Julio Andrade y entran en Guayaquil, allí son apresados el General Alfaro y sus tenientes. Con estos ante-cedentes, inicia la peor parte de la revolución na-cional que culmina con la violenta tragedia, el Ge-neral Montero es muerto y corren la misma suerte en Quito los generales Alfaro y sus compañeros, este acto es conocido como la hoguera bárbara.

El fatídico 28 de enero de 1912 Alfaro y sus lugartenientes fueron asesinados por una mul-titud delirante de odio; los arrastraron por la ciu-dad y los quemaron en la plaza El Ejido en Quito. La prensa extranjera dio trascendencia al hecho bárbaro como resaltan Eugenio de Janón Alcívar "el viejo luchador ha bajado a la tumba, víctima del populacho sediento de sangre y obcecado por la pasión política".

Por aquellos días de desastre que sufrie-ran las fuerzas del gobierno del General Plaza en

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Esmeraldas, amerita una convocatoria de liberales de todos los matices para consultarles lo siguien-te: "Ante el peligro del triunfo del Coronel Con-cha que amenaza con retaliaciones sangrientas, conviene aceptar el concurso conservador, para la común defensa?”

El Dr. Freile Zaldumbide, el marzo 5 de

1912, deja el Poder por el golpe revolucionario militar que proclama al General Leonidas Plaza Gutierrez. El Dr. Francisco Andrade Marín, Pre-sidente de la Cámara de Diputados, y una vez que ha sido depuesto en el Senado el Dr. Freire Zal-dumbide, aquel se encarga del ejercicio del Poder Ejecutivo, actuando desde el 6 de marzo al 31 de agosto de 1912.

Desde el asesinato de los Alfaros en este año, se anota la curva de descenso en la vida del liberalismo ecuatoriano.

Habiendo desaparecido en la tragedia los guerrilleros y el caudillo de la Transformación política del noventa y cinco, y cuando aún no se apagaban las piras glorificadoras de los "Egidas", ya en el Capitolio reaparecía descaradamente el clericalismo, exhibiendo sus programas mentiro-sos de un liberalismo sin ideal, mercantilista, que tiene en ruina al gran Partido que ostenta en “El Quiteño Libre” de Hall y de Moncayo su iniciación doctrinaria.

El programa del Dr. Carlos R. Tobar, es la muestra evidente, de que en el seno del Gobierno que cayó el 5 de marzo de 1912 se fraguaba una gran traición. ¿Y quién llevó al Sr. Tobar al Gabi-nete? ¿Qué base tuvo el Sr. Tobar para creer que podía ser aceptada e impuesta su candidatura de liberal moderado por el Gobierno de esos días?

Luego, del desastre que sufrieran las fuer-zas del gobierno del General Plaza en Esmeraldas, se comprueba el hecho de una convocatoria de li-

berales de todos los matices para consultarles lo siguiente: “Ante el peligro del triunfo del Coronel Concha que amenaza con retaliaciones sangrien-tas, conviene aceptar el concurso conservador, para la común defensa?”

El 1º de septiembre de 1912, el General Leonidas Plaza, asume la Presidencia de la Re-pública por segunda vez, pronto se encuentra con la resistencia de los mismo liberales inconformes con el orden de cosas. En seguida se pronuncia una revolución en Esmeraldas, dirigida por el Coronel Carlos Concha, y vuelve la sangre ecuatoriana a derramarse en luchas fratricidas. El Gobierno atra-viesa por una situación muy grave y hasta el mis-mo Partido Liberal se pone en aprietos porque los conservadores pretenden aprovechar de la confu-sión para la reconquista del Poder, el Dr. Vela sigue de cerca el desarrollo de los acontecimientos y no cesa de apoyar al Jefe del Gobierno con sus más oportunos consejos. Contestando a un telegrama del Presidente, el Ciego expresa en otro:

“Como Ud. bien dice, conservadores tra-tan de llevar el agua a su molino: están en su de-recho, solamente que Ud., es muy avisado para no abandonar la fuente cristalina de donde procede; no se dejará arrebatar de esa corriente envenena-da por donde correr una política insidiosa, mucho más gravé que el mal que Ud. trata de remediar. Conservadores exageran situación actual; para ellos el pequeño fracaso sufrido por nuestra es-casa fuerza en Esmeraldas, es tan horrible y tan único, que le ha puesto al Gobierno al borde de un abismo espantable. Nada más inexacto: son comunes los reveses en una guerra: errores mili-tares causados por impericia, falta de una cabeza directiva, falta de conocimientos locales, causas imprevistas que pueden ser reparadas con grandes ventajas. Mas para los conservadores, el mundo se ha venido encima; ni la redención de Metz, ni

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la caída de Andrianópolis; siendo así que lo que ha pasado en Esmeraldas no es un desenlace total, ni siquiera un desenlace irremediable. Tiene Ud. un buen ejército, la opinión pública en su favor, la justicia de su parte, todo el partido liberal que en la hora del peligro allí está en masa para rodear al Gobierno. Este partido no es un circuidlo reducido como piensan esos señores; es un gran conjunto de hombres sensatos e ilustrados que, desde el año 95, vienen empeñados en la lucha, desafiando al im-potente conservatismo. Claro está que los del par-tido histórico quieren engañar a Ud. entrando en el Gabinete, en las Gobernaciones, mandando el ejército y de aquí sus alharacas, la espantosa situa-ción. Pero Ud. no es Rafael Núñez, sombrío per-sonaje que ha de manchar su nombre y su limpia historia traicionando a su partido. Nada importa que Concha se halle en posesión de la más aparta-da de nuestras provincias; el General Navarro cae-rá sobre él y todo se habrá salvado; no hay razón, ninguna razón, para alarmarse creyendo irrepara-ble un pequeño revés, un error militar común. No conoce bien a los conservadores; no comprende cuan cultos y tenebrosos son los fenómenos de esa psicología colectiva, Ayer no más fueron ellos los que cambiaron en rencor y odio el afecto intenso que tenía a Ud. el doctor Freile Zaldumbide; ellos prepararon candidatura señor Tobar, engañando a esté respetabilísimo caballero; ellos in fluyeron en el espíritu débil de Carlos Freile y vino el trágico golpe del cinco de marzo; y por ellos se desenca-denó la tempestad sobre la cabeza de Ud. Y ahora son los mismos que están muriéndose, desvivién-dose por la paz y la fraternidad, por la buena salud y por la buena vida de Ud.; y le dan vueltas y le ríen, y le hacen carantoñas. Son hipócritas, no les crea, querido amigo mío: háblole la verdad, como lo hago siempre, con ruda franqueza; nunca le he lisonjeado; no le he pedido ningún favor personal

hasta ahora: empleos, dinero, otra cosa, nunca, ni para mí ni para mis hijos; a despecho mío dióle Ud. un Consultado a Cristóbal; yo no lo quise. Por esto mismo tengo obligación de hablar a Ud. cla-ro, seguro de que Ud. no condena mi franqueza. Repito lo que ya le dije en agosto pasado, esto es, que no compre la paz a costa del Partido Liberal: manténgase Ud. limpio, continué dando libertades y garantías a todo el mundo; esto le engrandece; imprima a su política un rumbo más decidido y fijo, sin vacilaciones, sin obscuridades; nada de contemplaciones y reconciliaciones; porque no es buena política levantar al enemigo y darle armas para que las vuelva contra Ud., mismo.

Perdone Ud. la llaneza de mi lenguaje; así soy, así seré hasta morir. Soy de los políticos tontos que no conozco el disimulo; hablo como pienso y como siento”.

Nada más que el Dr. Vela para conse-jero de Plaza y nadie más que él para sugerir o arbitrar medios en defensa de su doctrina po-lítica y del Partido Liberal. Cuando se trata de desnudar verdades, no se resiste a la pruden-cia de los cálculos avezados, y si el peligro se cierne sobre su cabeza, lo encara con el tronco erguido y la frente levantada en actitud titáni-ca. Nunca se enreda en componendas que no sean para salvar los principios de su causa o el honor nacional. Así se comporta siempre y no sigue otro camino en los cuatro años de la Administración de Plaza, ni en los años que si-guen de su Senaduría vitalicia. En el Congreso es más que nada, defensor de la democracia y de la justicia. Combate todo lo que cree opro-bioso para el país o una carga indolente para el pueblo. Fuera de la Legislatura, de preferencia, gasta su buen humor y mucha agudeza en las bromas con sus camaradas y amigos.

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Durante el cuatrienio de la Administra-ción de Plaza, la labor congresil del Dr. Vela es fecunda como en las anteriores. Propende a la de-puración de la burocracia y al respeto sumo a las leyes instituidas por el régimen liberal; combate los despilfarros oficiales y la intromisión de con-servadores de ninguna confianza en las funciones del Gobierno; protege intensamente por los pro-blemas vitales de la educación pública; reclama el fomento ininterrumpido de la agricultura, “fase de nuestra principal riqueza”; demanda la honradez legislativa mediante un trabajo disciplinado y or-denado; reclama protección efectiva para el indio y el proletario ecuatorianos; advierte que la colo-nización de Oriente será positiva sólo cuando se legisle adecuadamente sobre la cuestión y se pro-vea de vías y. otros recursos indispensables para tal empresa, etc.

El problema económico-social del pueblo le preocupa sobré manera. Se opone rotundamente al recargo de impuestos, porque no es posible gra-var “hasta sobre el aire que respiramos” y porque los legisladores están llamados no a la extorsión nacional, sino a velar por la mejor suerte del país.

Concretándose al impuesto que pesa sobre el pobre pueblo, en la sesión del 21 de septiembre de 1912, hace una declaración lapidaria, la misma que le sitúa en las mejores avanzadas ideológicas de su época. “El pueblo fue siempre víctima de en-gaños, dice; pues no se le habla jamás de lo que verdaderamente le interesa, ni se le presentan las cosas sino en la forma que acepte los gravámenes que se le imponen. Yo que soy el pueblo, que de él vengo y a él he de volver, trabajo verdaderamente en su beneficio”.

El Dr. Vela preside permanentemente la Comisión de Constitución y es su afán constan-

te introducir reformas en el Estatuto Político de 1906, de tal manera que la Carta vaya afirmándose sobre la unidad y armonía doctrinaria y política. Además, en aras del afianzamiento de la sobera-nía liberal-radical, se ve precisado a defender al Gobierno de Plaza dentro y fuera de las cámaras legislativas, no sin darle oportunamente sus con-sejos sabios al Magistrado,

El 2 de octubre de 1912, el Dr. Vela, en el Congreso, cuando la Cámara del Senado considera el caso de indulto a la muchedumbre del crimen del 28 de enero del año pasado, exterioriza su pen-sar acerca del Indulto a la muchedumbre del 28 de enero de 1912. Sesión ordinaria 2 de Octubre de 1912. El Hble. Vela J. B.: “Voy solamente a decir dos palabras de honradez y sinceridad.

Bien pudiera ser que el General Alfaro, si resucitara, perdonara a sus asesinos; pero nosotros no estamos en el caso de suponer que así fuera, sino en el de advertir que se trata de la acción de la justicia a cargo de un Poder independiente del Congreso, y que esa justicia está dejándose sen-tir en estos momentos solemnes. No estoy, por lo tanto, en favor del Acuerdo, porque él es incons-titucional. Y lo califico de esta manera, primero porque un indulto supone siempre con- sideracio-nes sociales y políticas excepcionales en favor de los indultados, capaces de restablecer derechos perdidos y de anular y dejar sin efecto los procedi-mientos judiciales; antecedentes todos que deben ser objeto de un Derecho Legislativo y no de un Acuerdo. En segundo lugar, el Congreso no puede conceder indultos generales por crímenes comu-nes, sino cuando motivos poderosos lo obligan a ello, porque de otro modo el Congreso estorbaría la acción de la justicia.

Que los crímenes que se persiguen son co-munes, no cabe duda, pues basta leer el informe

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del Juez Tercero de Letras venido a esta Cámara para convencerse que se trata en este caso de in-negables crímenes comunes. Podrá decirse que esos crímenes se cometieron como consecuencia necesaria de una situación política ya establecida; pero el cinismo del asesinato cometido en prisio-neros de guerra indefensos, que en donde quiera son respetados, es una circunstancia decisiva para calificar de crímenes comunes el conjunto de he-chos perpetrados el 28 de Enero de 1912. Todavía la historia no absuelve a Santander por el crimen de haber hecho asesinar a treinta y sie- te prisione-ros tomados en Boyacá; y así mismo tampoco la nuestra absuelve a García Moreno por las veinte y siete víctimas de Jambelí, porque los prisioneros de guerra son sagrados en todas partes, y no sigo escarbando más en este asunto para no remover cosas del pasado que deben quedar sepultadas en el olvido.

Yo no encuentro que, dando este indulto para los crímenes del 28 de Enero, se pudiera evi-tar alguna perturbación del orden público, ni que con la amnistía que se pretende se salven gran-des intereses del país; y al contrario juzgo de un proceder legal que dejemos que siga el curso de la justicia, convencido como estoy de que el Juez ha de absolver a estos cuatro o cinco infelices. La justicia podrá ser tardía, pero siempre es justicia. A los asesinos de Sucre después de mucho tiempo los fusilaron en Bogotá, a Murillo por ejemplo. La jus-ticia debe ser eficaz y debemos dejar que ella pro-ceda como le dicten las leyes, porque la impunidad no hace sino alentar al criminal. Yo creo que estos mismos que intervinieron en los crímenes del 28 de Enero se manifestaron reincidentes, porque pri-mero, asesinaron al General Torres en medio de la escolta que lo custodiaba, quedando ávidos de sangre para seguir adelante con los prisioneros del 28 de Enero. Luego dejemos que obre la justicia

y que se establezca alguna sanción, porque dada nuestra vida tumultuaria, posible es que se repitan estos crímenes para mayor vergüenza de la patria ecuatoriana”.

De este modo conocemos la intervención del Ciego ambateño, en torno a los fatídicos suce-sos del 28 de enero. Darío Guevara subraya: “De ningún modo se puede decir que las manos ni la conciencia de este político de grandes pasiones democráticas, se mancharon con la sangre de las víctimas. Sin embargo él fue testigo y actor en la vorágine…”

En la sesión plena de 22 de agosto de 1913, los honorables Belisario Quevedo, Alejan-dro Mosquera Narváez, César E. Torres y Alfre-do Sevilla -estos dos últimos de la Provincia de Tungurahua-, solicitan un voto de censura para el Ministro de Guerra y Marina, señor General Juan Francisco Navarro, acusándole de haber hecho declaraciones exageradas en una Memo-ria presentada a la. Nación. El Dr. Vela se opone a la demanda porque estima que el General Na-varro es “un hombre a quien el partido liberal le debe mucho, y a quien, lejos de darle un voto de censura debe dársele un voto de aplauso”.

El Dr. Vela, con razón, cree que el voto de desconfianza al Ministro de Guerra y Marina es un golpe asestado al mismo Gobierno de Pla-za, del que se expresa que “cumple sus deberes como puede, haciendo cuanto le es posible para dar impulso a todos los anhelos de la Repúbli-ca”. Por consiguiente, agrega, “mi voto ha de ser contrarío a la moción, porque el Gobierno que representa hoy al partido liberal, merece nuestra confianza”. Y termina su alegato; “Sí, Sr. Pre-sidente; viva el Gobierno; viva Plaza y viva el General Navarro”.

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Sus palabras son un eco estentóreo que golpea la ‘conciencia de todos los convencidos li-berales de la Legislatura, y la moción se la niega tras de discutirla en toda una sesión.

De las proposiciones que el Ciego Vela presentadas en los Congresos, seguidas de argu-mentaciones lógicas, persuasivas y convincentes, hay muchas que constituyen ponencias avanzadí-simas de la doctrina liberal radical, en relación es-trecha con las futuras aspiraciones de los pueblos libres y cultos. Por ejemplo, aquello del voto obli-gatorio que hace poco se estableció en el régimen del sufragio ecuatoriano, el Dr. Vela ya lo propuso en el Congreso de 1913. “Si las leyes no nos educan -dice entonces- no hay quien lo haga. Es necesa-rio establecer una pena para que los ciudadanos ejerzan el sufragio y no dejen que el ejército sea el único elector”.

Pensar en este propósito de ayer, en rela-ción con el ejercicio del sufragio actual, pese al voto obligatorio impuesto al burócrata o empleado del Estado, es naturalmente para desalentarse y estar seguro que otro fue el pensamiento del Dr. Vela. Este quiso que todos acudan a las urnas, porque el civismo no ha de invitar sólo al empleado públi-co. Y más todavía si quiso que no sea el ejército el único elector, no pensó jamás que los militares hubieran dejado de votar para dar paso a ejércitos de clérigos, frailes, monjas, seminaristas y novi-cios de las diversas comunidades religiosas. Acaso así se hace las democracias en países en donde la conciencia popular y femenina se halla absorbida por el confesor y el fanatismo confesional?

Las leyes nuestras, como lo advierte el Dr. Vela, pecan de utópicas o de ser hechas al margen de la realidad progresista. “La ley -dice él- para

ser buena ha de guardar perfecta armonía con la justicia y las conveniencias sociales”. ¿Es justo que se anule a un elector que tiene conciencia sobre los deberes laicos del Estado, para sustituirlo por otro cuya misión es esencialmente religiosa y hasta de renunciamiento a las cosas del mundo? ¿Está en armonía político-social eso de impedir a un buen sector de los electores del Estado Republicano para dar paso a los vasallos del Estado Pontificio o del Vaticano? Si resucitara el doctor Vela, con el fuego de su verbo admonitor y la fé radical de los princi-pios que guiaron su vida, sin duda diría, en alas de una viril increpación, que hemos retrocedido más de medio siglo en la justicia y la armonía del ejer-cicio cívico.

El 19 de octubre de 1913, el Presidente de

la Cámara de Diputados, Sr. Julio Fernández, su hijo político, “ese amado Julio -como le llorara el Dr. Vela- exhaló el último suspiro rindiendo culto a sus ideales y aconsejando la justicia y la honradez, que fueron siempre sus inseparables compañeras”.

Pio Jaramillo Alvarado, lojano ilustre, historiador, sociólogo ensayista, ha participado en la vida cívica del país, en su obra editada en Qui-to en 1924, “La Asamblea liberal y sus aspectos políticos”, la sección: Del liberalismo moderado, leemos: hallamos:

“…Luego, en los días del desastre que su-frieron las fuerzas del gobierno del General Pla-za en Esmeraldas, se comprueba el hecho de una convocatoria de liberales de todos los matices para consultarles lo siguiente: "Ante el peligro del triun-fo del Coronel Concha que amenaza con retalia-ciones sangrientas, conviene aceptar el concurso conservador, para la común defensa?”

El Comité que presidió el Dr. Alejandro Cárdenas para responder a esta interrogación del Ministro de Gobierno de esos días, contestó lacó-

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nicamente, No.Y de esa misma interrogación nos ha que-

dado esta respuesta fundamentada del Dr. Juan Benigno Vela, enviada al General Leonidas Plaza Gutierrez: "Telegrama de Ambato.-

Diciembre de 1913. General Presidente.- Quito.- Buenos días mi querido General. - Ano-che recibí atento telegrama, cuando acababa us-ted escuchar opinión señor Arzobispo -González Suárez- y otros caballeros -No parece sino que tales pareceres estaban de antemano preparados y bien calculados; todos concurren a un mismo propósito. Como usted bien lo dice, conservadores tratan llevar agua a su molino; están en su derecho, solamente que usted es muy avisado para abando-nar las fuentes cristalinas de donde procede; no se dejará arrebatar de esa fuente envenenada por don-de corre una política insidiosa, mucho más grave que el mal que usted trata de remediar.

Conservadores exageran situación actual; para ellos el pequeño fracaso sufrido por nuestras escasas fuerzas en Esmeraldas, es tan horrible y tan único, que le ha puesto al Gobierno al borde de un abismo espantable. Nada más inexacto: son co-munes los reveses de una guerra: errores causados por impericia, falta de una cabeza directiva, falta de conocimientos locales, causas imprevistas que pueden ser reparadas con grandes ventajas.

Mas, para los conservadores el mundo se ha venido encima; ni la rendición de Metz, ni la caída de Andrianópolis; siendo así que lo que ha pasado en Esmeraldas no es un desenlace toral, ni siquiera un desastre irremediable. Tiene usted un buen ejército, la opinión pública en su favor, la justicia de su parte, todo el Partido Liberal que en la hora del peligro allí está en masa para rodear al Gobierno.

Este partido no es un circulillo reducido

como piensan esos señores, es un gran conjunto de hombres sensatos e ilustrados que desde el año Noventa y Cinco viene empeñado en la lucha de-safiando al impotente conservadorismo. Claro está que los del partido histórico quieren engañar a us-ted entrando en el Gabinete, en las gobernaciones, mandando el Ejército y de aquí sus alharacas, la espantosa situación.

Pero usted no es Rafael Núñez, sombrío personaje que ha de manchar su nombre y su lim-pia historia traicionando a su partido. Nada impor-ta que Concha se encuentre en posesión de las más apartadas de las provincias: el General Navarro caerá sobre él y todo se habrá salvado; no hay ra-zón, ninguna razón para alarmarse creyendo irre-parable un pequeño revés, un error militar común. No conoce usted bien a los conservadores; no co-noce cuan ocultos y tenebrosos son los fenómenos de esa psicología colectiva.

Ayer no más fueron ellos los que cam-bia- ron en rencor y odio el afecto intenso que tenía a usted el Dr. Freile Z.; ellos prepararon la candidatura del Dr. Tobar, engañando a este respetabilísimo caballero; ellos inf luyeron en el espíritu débil de Carlos Freile y vino el trágico golpe del 5 de marzo; y por ellos se desencadenó la tempestad sobre la cabeza de usted.

Y ahora son los mismos los que están muriéndose, desviviéndose por la paz y la fra-ternidad, y la buena salud, y por la buena vida de usted, y le dan vueltas, y le hacen caranto-ñas. Son hipócritas, no les crea, querido amigo mío: háblole la verdad, como lo hago siempre, con ruda franqueza; nunca le he lisonjeado; no le he pedido ningún favor personal hasta aho-ra: empleos, dinero, otra cosa, nunca, ni para mí ni para mis hijos; a despecho mío dióle us-ted un consulado a Cristóbal; yo no lo quise.

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Por esto mismo tengo obligación de hablar a usted claro, claro, seguro de que usted no conde-na mi franqueza, Repito lo que ya le dije en agosto pasado, esto es, No compre la paz a costa del par-tido liberal, manténgase usted limpio, continúe us-ted dando libertades y garantías a todo el mundo; esto le engrandece; imprima a su política un rumbo más decidido y fijo, sin vacilaciones, sin oscurida-des; nada de contemplaciones y reconciliaciones; porque no es buena política levantar al ene- migo y darle armas para que las vuelva contra uno mismo. Perdone usted la llaneza de mi lenguaje; así soy, así seré hasta morir. Soy de los político tontos que no conocen el disimulo; hablo como pienso y como siento. Su viejo compañero.-.J. B. Vela"

En la ciudad se había constituido el Comi-

té “Montalvo”, el 15 de Marzo de 1916, Don Juan Benigno Vela, revela la idea de publicar algunos manuscritos inéditos del Egregio escritor, de quien fuera su secretario, la loable finalidad es recaudar fondos para la edificación del Mausoleo, para los restos de su querido maestro.He aquí su apología:

Juan Montalvo, De la Risa - Inédito- Ambato-Ecuador. Talleres Instituto Luis Martínez 1916

“Una explicación del editorHabiéndose organizado en Ambato el Co-

mité “Montalvo” con el objeto de allegar fondos con qué erigir un modesto mausoleo que guarde perpetuamente las cenizas de nuestro esclareci-do conterráneo Sr. Dn. Juan Montalvo, que yacen ahora en el Cementerio Municipal de la muy noble y generosa ciudad de Guayaquil; es deber mío con-

tribuir a la realización de tan patriótica idea facili-tando en lo posible la colecta de dichos fondos por un medio más práctico y de más seguro resultado, cual es el de publicar y poner en venta a precio razonable uno o dos de los pocos manuscritos in-éditos que del mismo Sr. Montalvo he conservado por largos años con religioso respeto y como re-cuerdo querido del maestro a quien tuve el honor de servirle de Secretario, mereciendo siempre su amistad y confianza.

Con el generoso concurso de mi inteligentí-simo amigo Dn. Miguel Ángel Albornoz, que costea conmigo la edición, publico primeramente el antiguo manuscrito intitulado “De la Risa”, precioso artículo que como todos los de Montalvo tiene el sello carac-terístico de un estilo peculiar e inimitable con bellezas literarias de inapreciable valía, profundo conocimiento del corazón humano y sabias enseñanzas morales que hacen e1 deleite de cuantos son los espíritus delicados que no se cansan do leer al admirable Cosmopolita.

Paréceme que el artículo “De la Risa” no quedó terminado, si se ha de juzgar por el primer número romano que lleva después del título, a me-nos que éste hubiese sido el primero de la serie de escritos que acaso pensó escribir el autor sobre los diversos sentimientos y las diversas pasiones del hombre; puesto que así parece indicarlo el título general de Fisiología con que encabeza el pliego. Mas, sea de ello lo que fuere, el tratadito “De la Risa” será del agrado de amigos y enemigos, de tirios y troyanos; porque felizmente para nada se mezcla en él esta malhadada política nuestra que extravía el criterio más sano; y todo lo pervierte y todo lo mancha y todo lo desnaturaliza, como sucede con las Catilinarias, obra sin rival según mi desautorizada opinión, lo mejor, lo más hermoso de cuanto salió de la envidiable pluma del autor de “El Regenerador” y de los, “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”.

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En la primera administración del señor General Plaza, mostró este magistrado bastante empeño porque se hiciese en Europa una lujosa edición de las obras de Montalvo, bajo la inmediata dirección del Sr. Dn. Roberto Andrade, quien debía trasladarse para el efecto a París o Barcelona. Con tal motivo cedí al Gobierno la colección completa de cuanto publicó el egregio ambateño; y agregué a ella los escritos inéditos: “De la Risa”, “La Casa del Duende”, “La Rústica Desdémona”, “Vísperas Sicilianas”, “El Arzobispo de Quito”, “El Papa y la Excomunión”, o sea contestación al crítico Dn. Ra-fael Merchán; y uno dos más cuyos títulos no re-cuerdo. De estos inéditos hice sacar sendas copias en previsión de que se perdiesen los originales; y tengo por seguro que en ellas ha de haber muchas faltas ortográficas y omisiones y cambios de algu-nas palabras; pues no tuve a tiempo una persona de confianza que se encargase de confrontarlas con los originales, los que seguramente deben reposar en poder del Sr. Andrade. Juan Benigno Vela. Am-bato, a 15 de Marzo de 1916.”

Año tras año, el Dr. Vela concurre a la le-gislatura como Senador vitalicio de su Provincia, de Senador y fue hombre fuerte en los regímenes de Leonidas Plaza Gutierrez y Alfredo Baquerizo Moreno.

Llega el año 1919, último en la senadu-ría, con su salud resquebrajada por sus 76 años de edad, con desilusiones políticas, con aflicciones familiares, con su hija Corina postrada, no tenía quien le diera lectura, ni a quien dictar una carta, constituyendo esto su mayor martirio.

Al iniciar la segunda década del siglo XX, la ciudad de Ambato, es asolada por una terrible peste de tifus, agravada por la falta de elementos sanitarios para combatirla. Y, para hacer más terri-ble su ensañamiento, pareció escoger sus víctimas en personajes de valía intelectual y de prestigio

moral. Febrero es un mes funesto, se convierte en

un calvario para la familia Vela Ortega, el 6 de este mes de 1920 Muere doña Corina Vela viuda del doctor Fernández, segunda hija del Ilustre ambate-ño, gentil dama con saberes similares a su padre, fue secretaria preferida de su padre, quien leía los expedientes y le ayudada en el despacho profesio-nal, Dr. Vela muy afligido, dijo: "Se acabó mi luz y mi guía y si es como dicen las gentes, en el cielo nos veremos…" la población ambateña se conster-nó con el acontecimiento.

“Cuatro días después el ilustre Ciego con admirable entereza escribía a un amigo: “Postra-do aún con una neuralgia que me atormenta, hace más de treinta días, mi salud está muy delicada, y no sería difícil que siguiese a mi Cora. Luz y guía fue mi hija para mí; muerta ella, mi existencia ha venido a ser un triste adefesio… Ya es tiempo de poner punto final a esta vida tan asendereada como la mía. Voy a tener 77 años; pues desocupe-mos el campo…”

Se exterminó un eucalipto cultural

“Cayó el árbol casi centenario del tribu-no ciego y sordo, a las dos y diez minutos de la madrugada del 24 de Febrero, y quedó huérfano y apenas como un símbolo de su existencia mortal el eucalipto de su Quinta, hiérato e inmóvil con sus ochenta metros de altura y su ciclópeo tronco.

Y Ambato se agitó convulso, pero en so-lemne silencio, como lo exigen las grandes trage-dias…”

“Se extinguió la vida del Gobernador de Tungurahua, don Cristóbal Verla Ortega, a las cuatro de la mañana del 25, y el pueblo tembló con el estremecimiento que deja lo sobrenatural y como señalado por el destino. ¡Fue, el Ciego Vela,

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como el árbol centenario que se derrumba al em-bate del huracán, llevándose en su caída un gran trozo de selva!...”

“Se iba a inhumar los restos mortales de un ex-Rector del Colegio, ex -Gobernador de la Provincia y ex-Senador de la República, en aque-llos funerales costeados por el Gobierno: eso todos lo sabían. Pero, lo que muy pocos acendraban en la meditación dolorosa de aquel minuto emocional era que; iba a enterrarse lo único que restaba de la última gloría viva de Ambato: al periodista comba-tivo, al luchador sin fatiga, al irreductible defensor del Liberalismo y de la Democracia!”

“Pero, la memoria de Juan Benigno Vela continúa incólume en el recuerdo de los ecuatorianos, porque de “sangre y de luz se compone la huella que dejó en el sendero”, mientras él sigue purificándose para ingresar a sitio que le corresponde en el Panteón de Ambateños Ilustres, porque, con sus mismas palabras para otro personaje egregio “gran-des fueron sus virtudes, grande la elevación

de su espíritu, grandes sus merecimientos. ¿Tuvo por ventura defectos en su vida públi-ca? ¿Por qué no, quién no los tiene? Pero los errores, pero las pasiones, pero las f laque-zas se comen los gusanos en la tumba, y no sobreviven más que las nobles acciones pues que sólo la virtud es superior a la muerte”. Vida de Huracán. Pablo Balarezo Moncayo, 1944

En su morada eterna, el siguiente epi-tafio que con justicia sintetiza la historia de su vida: “Aquí yace el Ciego Vela, que pasó por la vida con la antorcha de la Democracia en una mano, la pluma encendida en la otra, y el amor al pueblo ecuatoriano en el corazón. Su palabra fue el verbo admonitor y estuvo al servicio de la justicia. Que en paz descan-se esta tercera persona de los Tres Juanes de Ambato, que son honra de la Patria y gloria del género humano".

24 de febrero de 1920.

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RESONANCIAS LUCTUOSAS

DE AMBATO. Telegrama, a del 24 de febrero de 1920. “El Comercio”. Notando su interés por el estado del doctor Vela, tengo la pena de comunicarle que hoy a las tres de la mañana falleció, dejando un inmenso va-cío en la república, y con doble desgracia de que su hijo Cristóbal, meritísimo y tan ilustre como el padre, está en inminente peligro de seguirlo, Afmo. Gobernador Accidental.

La noticia difundida en las ciudades ecuatorianas acerca de la partida al viaje sin re-torno del Dr. Juan Benigno Vela, desde la ciu-dad natal del tercero de los Juanes de Ambato. La prensa nacional participaba: Acaba de verificarse la inhumación del cadáver del señor doctor Juan Benigno Vela. Asistieron numerosos concurren-tes. Hicieron uso de la palabra el señor Rafael Sal-vador, en nombre del colegio “Bolívar”; el doctor Teodoro Albán, en el del Cuerpo de Abogados; y el señor José M. Villota, en el de la Municipali-dad de este Cantón. El señor Celiano Monge echó sobre el féretro, la representación del Consejo Es-colar, y como amigo del difunto, las flores de un soneto. El Batallón “Zapadores Nº 2, hízole Fotografía del Dr Juan Benigno Vela, a días de la

muerte de su hija Corina y de su agonía en 1920

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los honores, los honores como a Senador que fue de la República, Ambato deplora la terminación del esclarecido talento del hijo suyo. Corresponsal.

Circulan voces de consternación, tanto en su terruño como en diversos lugares de la Pa-tria, varias de ellas, están transcritas a continua-ción:

La sociedad ecuatoriana, ante la sensible expira-ción del insigne caballero ambateño Dr. Juan Be-nigno Vela Hervas:

Alfredo Baquerizo Moreno,Presidente de la República,

CONSIDERANDO:Que el fallecimiento del señor doctor don

JUAN BENIGNO VELA, Senador de la Repú-blica, significa la pérdida de un patriota eminente por sus luces, sus virtudes cívicas, y su acendra-do patriotismo; y que el Liberalismo Ecuatoriano contará siempre al señor Vela entre sus más leales, constantes y abnegados defensores;

DECRETA:Déjese constancia del profundo pesar del

Gobierno de la República por la muerte de tan es-clarecido ciudadano, y, háganse los funerales del extinto por cuenta del Estado.

Dado en el Palacio Nacional, en Quito, a 24 de Febrero de 1920.

A. Baquerizo M.

Telegrama del Presidente de la República

Quito, Febrero 24 de 1920. Señor Presidente del Concejo Municipal., Ambato.

Presento al I. Concejo el testimonio de mi más sentido pésame por la muerte del doc-tor don Juan Benigno Vela, hijo esclarecido de la noble y libre ciudad de Ambato. Ha enmude-cido para siempre, uno de los más firmes voce-ros de nuestras libertades públicas y uno de los más ilustres mártires de esas rudas e implaca-bles luchas que abrieron luego, entre lágrimas y sangre, el ancho camino que seguimos ya, y que recorre esa misma libertad, junto a un progreso inspirado y sostenido por ella. Fue la suya una larga vida dolorosa, transformada al cabo en veneración para su nombre y en vene-ración para su memoria.

El manto azul que en la montaña la

modela, engrandece y hermosea, al mirarla y admirarla de lejos, vendrá a ser para el repúbli-co ilustre el amplio manto de los años, el cual, nos hará ver y admirar tan gallarda figura, lim-pia de asperezas desapacibles, de una vida de combates y dolores y rozamientos que llegan a empañar y hasta oscurecer a veces el puro y sereno esplendor de esos hombres de historia.

Atentamente.

Alfredo Baquerizo Moreno.

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El Consejo Escolar de la Provincia del Tungurahua

Considerando: Que el señor doctor don JUAN BENIG-

NO VELA, fallecido hoy en esta ciudad, honró a la República como escritor eximio y eminente pa-triota;

Que por sus ideas democráticas manteni-das con entereza en los periódicos, que fundó en Ambato, sufrió persecuciones, destierros y prisio-nes;

Que como Diputado y Senador de la Pro-vincia contribuyó al progreso de la Nación, fomen-tando principalmente la Instrucción pública; y,

Que como Rector del Colegio “Bolívar” desplegó sumo interés en organizarlo;

Acuerda:Tributar a su memoria el presente testimo-

nio de admiración y reconocimiento, denominan-do a la Escuela de la Sección de la Merced “JUAN BENIGNO VELA”, y depositando en su tumba una corona de inmortales, que lo verificará el Di-rector de Estudios con palabras de elogio para el ilustre finado;

Ordenar a todos los Directores de Escue-las den conferencias en el primer aniversario de esta fecha luctuosa, relatando los merecimientos del señor doctor Vela, que, con sus propios esfuer-zos y por su amor al estudio, llegó a ocupar puestos distinguidos en la Legislatura y en el Foro; y

Que este Acuerdo sea trasmitido a los deudos y publicarlo por la prensa.

Dado en Ambato, a 24 de Febrero de 1920.

Celiano Monge, P. Mera. Presidente Secretario

La Junta General de Superiores y Profesores del Colegio Nacional "Bolívar” Considerando:Que el señor doctor don JUAN BENIG-

NO VELA fue uno de los prominentes ecuatoria-nos por su clara inteligencia, grande erudición y virtudes cívicas;

Que prestó inapreciables servicios a la causa de la Libertad, de la Justicia y del Derecho nacionales, defendiendo, así, con toda entereza, los altos intereses de la Patria, en el Foro y en la Tribu-na, en la Prensa y en el Parlamento;

Que fue uno de los distinguidos Rectores del Colegio Nacional “Bolívar”;

Acuerda:Hacer constar que la Junta estima su muer-

te como deplorable pérdida para la República, y, especialmente, para la provincia de su nacimiento;

Designar al profesor señor Rafael A. Sal-vador para que haga uso de la palabra, en el mo-mento de la inhumación; Enviar una ofrenda floral a nombre del personal docente y administrativo del establecimiento; y,Transcribir este Acuerdo a los hijos del fallecido. Ambato, a 24 de Febrero de 1920

Víctor Manuel Garcés, Presidente.Julio Paredes, Luis Benítez,

Alejandro López, Rafael Salvador, Reinaldo Miño, Luis Chiriboga,

Antonio Montalvo, Arturo Cuesta, Cristóbal Naranjo, Segundo Chacón.

Alberto Troya.

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El Comercio Diario independiente, Quito - Ecuador. Miércoles 25 Febrero 1920.

SEÑOR DOCTOR DON JUAN BENIGNO VELA. + Ayer en Ambato. Ha cerrado sus ojos a

la vida, ya que por largos años lo estuvieron a la luz, para abrirlos en las serenas claridades, que no contemplan sino quienes rompen el velo impalpa-ble que separa el mundo real de lo desconocido. El ilustre Ciego de Ambato, último de los tres Juanes

que más renombre dieron a esa clásica tierra del talento y la altivez, se va también como los otros, cumplida su misión en la tierra, ansioso del des-canso supremo, después de una larga vida de labor intensa, en la que brilla con luz propia, los oros de no escasos merecimientos.

Entre ellos, y el primero de ellos, su talento, clarísimo como el que más, cultivado como pocos y acrecentado, pudiéramos decir, por esa vida pura-mente intelectual, impuesta por incurable ceguera, en la que llegó a conformarse de tal suerte que no quiso aceptar la intervención de la ciencia ni del generoso ofrecimiento de entusiastas jóvenes guayaquileños, empeñados en devolver la luz a sus pupilas.

Nadie, ni sus propios enemigos, que los tuvo numerosos a causa de las veleidades de la política, podrá desconocer el enorme, el vastísimo talento del Sr. Dr. Dn Juan Benigno Vela, talento ejercitado con maestría en la prensa y la tribuna, en el parlamento y donde quiera que lució sus dotes de escritor, castizo y brillante orador fogoso, que hacía buscar el aplau-so, al toque mágico de su palabra fácil, elocuente, de comprobada franqueza y será quizá de estudiada sin-ceridad.

Y esa, grande y bien cultivada inteligen-cia, puso el Dr. Vela, no pocas veces al servicio de la patria, en los diferentes cargos públicos que desempeñó con lucimiento siempre, y a los que re-iteradamente fue llamado, hasta el punto de poder decir que la mayor parte de su vida la pasó en esta forma, con ligeros interregnos, dedicados al ejer-cicio de su profesión de abogado, que lo fue y de los buenos, lo que equivale también a decir de los honorables.

Su largo, continuando el inseparable su-frimiento, en vez de hacerle odiosa la vida, como ocurre con las almas vulgares, retempló su carác-ter, inició el valor necesario contra todas las adver-sidades y le hizo maestro de conformidad. Abro-

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quelado pudiéramos decir con la filosofía estoica, los más graves dolores no hubieran añadido una cana más a su cabeza blanca desde hacía mucho tiempo, ninguna arruga a su frente tersa pensa-dora, pero el último, el presagio de su muerte, si fue de tal magnitud, que inclinó el viejo y robusto tronco y lo derribó para siempre: la muerte de su idolatrada hija Corina, ángel de bondad que tenía dulzuras y consumo de los infinitos para el amoro-so padre, fue sin duda alguna la causa principal del fallecimiento de éste.

Y ahora, sí, como él mismo dijo hace po-cos días, al contestar un telegrama de pésame por la muerte de su hija, la vida sin ella le era odio-sa para que, en efecto, si con ella desaparecía su único, verdadero y el altísimo consuelo para sobre llevar resignado todas las tristezas de la existencia. Conduciéndole de la mano, hasta los umbrales de la eternidad, ya que toda su vida le acompañó, sin descuidar los deberes de esposa y madre, hasta na-tural parece que le atrajera hasta si para no dejarle ni en las regiones del arcano.

Con la muerte del señor doctor Vela, nue-vos crespones añaden a su entristecido hogar, uno de los más honorables y distinguidos de la Socie-dad ambateñía, que también reviste de suelo; y la Patria pierde a uno de sus mejores hijos.

La provincia que parece agotar la durísi-ma prueba al que sujeta a sus criaturas, puede ser que aún agraven más la terrible, amarga situación de esa familia, arrebatándole a otro de sus miem-bros más queridos, que aún lucha entre la vida y la muerte, el señor don Cristóbal Vela.

Quiera Dios que tal cosa no suceda; pero entretanto derramamos las flores del recuerdo so-bre la tumba recién abierta del ilustre ciego amba-teño y esperamos que cuando sobre ella crezcan los cardos del olvido, la historia hará juicio sobre

su errores.

EL COMERCIO CENTURIALas noticias de los 100 años

“Un siglo de periodismo forma parte de la historia del país y, como tal, es producto del tra-bajo cotidiano y de la percepción de los aconte-cimientos mundiales desde la geografía nacional”.

Los primeros años de la vida del diario EL COMERCIO coincidieron con la violenta y compleja etapa de consolidación de la Revolución Liberal en el Ecuador…”

Las primeras páginas de un diario son el testimonio más idóneo del transcurrir de la histo-ria. Son percepciones inmediatas que obedecen a los sucesos de cada día, que son transmitidos a quien debe conocer lo que sucede en su ciudad, en el país y en el mundo, es decir al pueblo…”

Entre los hechos que marcaron la historia, ojeamos: El Comercio, Diario Independiente, Año XV, Quito - Ecuador Miércoles 25 de Febrero de 1920, Número 5.173. En primera página, y en dos columnas, publica el obituario de Juan Benigno Vela, muerto en Ambato el día anterior.

En la mañana del 25 de Febrero de 1920, un nutrido cortejo fúnebre acompaña la carroza que transporta el féretro cubierto con la bande-ra ecuatoriana y escoltado por los boy-scouts del Colegio Nacional “Bolívar” conjuntamente con el Batallón de línea que guarnecía la plaza, recorre las calles de la ciudad, su trayectoria el Cemen-terio Municipal, allí al ser depositado el ataúd en la bóveda de piedra, la detonación de una salva de fusiles, fue la despedida de los compatriotas al Ciego Vela.

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Ante la tumba del Señor Doctor Don Juan Benigno Vela

En el campo de honor del pensamiento fuiste el atleta heroico del COMBATE. ¿Quién hay que te dispute y te arrebate el lauro de tu noble vencimiento?

Y tus ojos sin luz... pero ¡oh portento! es el ARGOS tu espíritu que abate las murallas de sombras, al embate de tu pluma inmortal y tu ardimiento.

Al fin caíste como roble añoso al ímpetu implacable de la muerte a orillas de tu río rumoroso.

Tu nombre excelso guardará la Historia; que el sacrificio en gloria se convierte “Y es la gloria de mártires tu gloria”

Celiano Monge

Discurso del señor José M. Villota ante la tumba del Dr. Juan Benigno Vela

“Señores: En este funesto día, en este mo-mento solemne de verdadera prueba y de dolor in-decible, el sentimiento altamente social y cariñoso del pueblo ambateño que acaba de perder al escla-recido doctor Vela, formado y perfeccionado en la buena escuela de Montalvo, ve profundamente consternado el venerable cadáver de este notable polemista, de este viejo inteligente que vivió em-pleando su precioso tiempo en la provechosa labor de aconsejar con sus elocuentes escritos el respeto de los derechos del pueblo.

Pero la fatal sentencia llega, y rinde la jor-

nada de la vida; nos deja su imperecedera memoria del aprecio y simpatías que mereció por todos sus conterráneos, y la inevitable muerte viene a sor-prenderle en circunstancias de que en la próxima Legislatura, debía acompañar al nuevo Magistrado de la República, en circunstancias de que la Patria y el Partido, esperaban de él importantes y grandes servicios, como de ayudar, a cambiar mejores y provechosas leyes con la esfera de las defectuosas, entonces, en este día de luctuoso acontecimiento, pronunciase el nom plus ultra del Destino; y héle allí, que muere dejando herida nuestra Columna del Partido Liberal, porque harán mucha falta esas prendas singulares del político enérgico y activo, de este águila caudal, del honorable padre de familia, del verdadero patriota y distinguido Legislador, que con su pensamiento de fundado orgullo, señalaba los escalones del progreso, determinando la regene-ración de la gran obra, de la gran idea trazada por la causa de la verdad y la justicia.

Vela, en su vida pública ha sido un conno-tado ilustre, un hombre de hierro y de célica luz, patriota de las energías, que a veces saboreó el pan del proscrito, y bebió las aguas no siempre puras del viajero fatigado, experimentando también, en oca-siones, unos tiempos de dolorosa odisea.

Señores: La desaparición del doctor Vela, será cruelmente sentida por Ambato, lugar en donde nació, lugar que queda con un inmenso vacío.

La Patria le había coronado ya, con algunas hojas de laurel, pero le faltaba la corona que, desde la mole gigantesca de la altura, se la alcanza sólo después de la muerte.

Al benemérito hombre, sólo dos palmos de tierra bastan para separarle del mundo; dos palmos de tierra sobre un hombre atleta, son la eternidad!

Con todo, ante estas tristezas presentes, no perdamos el valor, y sí, con la fuerza espe-cial que se desprende de este ataúd que encierra

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los respetables despojos de nuestro inolvidable Ciego, levantando la cabeza, digamos que, con los funestos recuerdos de nuestro Viejo liberal, quede probado, una vez más, que donde quiera que ha llegado a su término, sea una nueva tumba ambateña que nos saque triunfantes en todo.

Descendientes del ilustre finado, aceptad mis expresiones de dolor como emanadas del ínti-mo afecto que yo guardé a los méritos de tan inol-vidable personaje, y convenceos, que con nuestras notas lúgubres con que hemos despedido al señor doctor Vela, talvez sirva de lenitivo a vuestro justo pesar, y que se mitigue un tanto tan inmenso dolor, ya que todo el pueblo ambateño y la multitud de corazones hermanos, extreman sus manifestacio-nes para rendir perenne culto al féretro que encie-rra por siempre estas preciosas cenizas.

Concurrentes, inclinemos la cerviz al colocar coronas y cipreses, con el esplendor que permite este luctuoso ceremonial, honrando los amados restos de este preclaro varón, que aunque siguiendo el rumbo del género humano, cae hoy victimado por el tremendo rayo de la tifoidea, y priva de su personalidad a los ambateños y a la Patria entera, dejando el doctor Vela una pérdida lamentable de toda lamentación.

Consternados lloremos sobre estos restos amados que deben tener la paz y el respeto que ellos merecen, restos notables que se sepultan en las bóvedas de nuestro propio Cementerio, y que Ambato siendo el fiel custodio de este venerado sarcófago, sabrá conservar por siempre, como una joya de inestimable valor.

El transcurso de los siglos, respetará la memoria de nuestro atleta del saber, que ahora se transforma en polvo; pero que el Tungurahua tendrá siempre muchas flores para la tumba de este sublime genio a quien saludo por última vez en nombre del Concejo Municipal, y del mío, mi doctor Vela, ¡adiós!

Escuela con el nombre del Orador Ciego En el último trimestre del año 1920, la es-

cuela del sector de la parroquia urbana La Merced, lleva el nombre del ambateño ilustre, además, los señores Directores de los Planteles de la ciudad, cumplir el primer aniversario de esta fecha luctuo-sa, en sendas conferencias relatan los merecimien-tos del Dr. Vela, que lo llevaron a ocupar cargos distinguidos en la Legislatura y en el Foro.

Memorias sensibles y ecos de ambateñía

Al conmemorar del primer año del infaus-to fallecimiento, el 29 de febrero de 1921, se pro-cede a la inhumación de los restos mortales tanto del Dr. Juan Benigno Vela, como también los de su hijo primogénito Don Cristóbal Vela.

El notable escritor cuencano Remigio Re-

mero y Cordero, Poeta coronado del Ecuador; en el año 1928, cantó a Ambato, a sus huertos, y por supuesto; a sus grandes valores.

Y luce de República indolatina a VELA... Mezcla de Puruhá con patricio romano, tuvo fuerza bastante para poner escuela de virtud, a las puertas del gran templo de Jano...

Sus ojos no veían la luz...Crueldad macabra le condenó al tormento de la tristeza bruna. Pero aquel hombre-noche tuvo un sol: la palabra; y un trono, en plena rota nacional: la bruna...

A veces, su oratoria parecía epopeya... Aplacábase, entonces, del pueblo el histerismo... Y la razón de ser de la roca Tarpeya racimos de traidores colgó sobre el abismo...

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Esta vital mentira de la Patria, este engaño, esta caricatura vulgar que el Mal perfila, ponían más nostalgia de los soles de antaño en la noche perpetua que él tuvo en la pupila...

Pobre Patria... Ya de ella solo quedan recuerdos ungidos por el óleo fatal de la desgracia... Margarita de América, hozada por los cerdos de la revolución y la canallocracia.

Sinembargo, la sombra de Juan Benigno Vela, mezcla de Puruhá con patricio romano, todavía conserva la patriótica escuela en el atrio del templo furibundo de Jano "

El I. Concejo Municipal del Cantón Am-

bato, en sesión de 8 de enero de 1933 resuelve establecer la Parroquia rural Juan Benigno Vela, ubicada al sur-oeste de la capital tungurahuense.

El 15 de enero de 1933, numerosos ciu-

dadanos solicitan al Consejo Municipal, la pro-longación de la calle Olmedo, hasta la línea del ferrocarril al Curaray -hoy av. 12 de Noviembre-. A finales del mencionado año, aquella calle se de-nomina Juan Benigno Vela.

El Dr. Tarquino Toro Navas, cuando niño

en casa de sus padres conoce al Dr. Juan Benigno Vela, y comenta “se me grabó la figura de este nota-ble ambateño..., siempre quise ocuparme de él..., por eso en 1935, a insinuación mía fue incorporado su retrato en la galería de Hombres Ilustres de la Casa de Montalvo.”

El Concejo Municipal, en sesión del 26 de

julio de 1938, resuelve que el día 10 de agosto, sean trasladados los restos mortuorios del tribuno am-bateño Dr. Juan Benigno Vela, desde el cementerio

municipal, al Mausoleo de Don Juan Montalvo.

El Concejo Municipal en sesión de 12 de noviembre, son analizados varios empeños, entre otras resoluciones hallamos: “2. Solicitar al H. Asamblea Nacional los fondos para necesarios para la comprar de la Quinta que morara el Dr. Juan B. Vela, en donde se levantará su busto…”

El 25 de junio de 1943, el Concejo Munici-

pal, resuelve constituir un Parque Infantil en los te-rrenos que habían sido expropiados anteriormente, en el sector de la Loma de Bellavista, sector este de la ciudad, a escasos metros al sur del Plantel edu-cativo de los Padre Josefinos. Parque que llevará el nombre de uno de los Tres Juanes ambateños, -Don Juan Benigno Vela-.

La Casa de Montalvo, en la Revista, Ór-gano de la Biblioteca de Autores Nacionales, en su edición de julio 9 de 1943, Nº 36 y 37, honra la memoria del Ilustre Ciego, por el centenario de su fallecimiento;

El 10 de julio de 1943, con motivo del cen-

tenario del natalicio del Dr. Juan Benigno Vela, la ciudadanía ambateña presencia la colocación de la primera piedra, base del monumento que se levan-tará en honor al ilustre ambateño, en el jardín mu-nicipal que llevará el nombre del distinguido “Cie-go Vela”. Cabe recordar que, sus despojos se hallan en la cripta de la iglesia del antiguo San Francisco -Medalla Milagrosa-.

Además, el pintor Atahualpa Villacrés, en-trega a la Ilustre Municipalidad, el retrato del Insigne Ciego, pintura que será situada en el Salón de la Ciu-dad junto a Montalvo, Mera, Martínez y Cevallos, con el propósito de que sus ideologías perduren en la

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conciencia ciudadana. De las publicaciones de la Casa de Montalvo,

edición Nº 1, de agosto de 1944, Imprenta Municipal, encontramos “Vida de Huracán” Esbozo Biográfico del Dr. Juan Benigno Vela, del ambateño escritor Ba-larezo Moncayo. En el último párrafo de la obra dice: “Pero, la memoria de Juan Benigno Vela continúa in-cólume en el recuerdo de los ecuatorianos, porque de “sangre y de luz se compone la huella que dejó en el sendero”, mientras él sigue purificándose para ingresar al sitio que le corresponde en el Panteón de Ambate-ños Ilustres..."

De acuerdo a la Constitución de 1945, el pri-

mer Alcalde de la ciudad fue designado el señor Alfre-do Coloma, de quién, Julio Castillo Jácome, dice: “El ciego Vela y Alfredo Coloma, son sin duda, los que mayor número de veces han asistido a los congresos constituyentes, asambleas o cámaras legislativas en re-presentación de Tungurahua”.

El Consejo Municipal, presidido por el señor Alfredo Coloma, primer Alcalde de Ambato, en sesión de 20 de mayo de 1947, resuelve adquirir la propiedad de la señorita Hortensia Mariño, Quinta que tres déca-das residiera el Dr. Juan Benigno Vela, la propietaria no acepta la oferta.

Juan Benigno Vela, Titán del Liberalismo

Radical Ecuatoriano, del escritor Darío Guevara, obra auspiciada por el I. Concejo del Cantón Ambato, edita la Imprenta Municipal el año 1949.

En el centenario de creación de la Provincia

de Tungurahua, Correos del Ecuador, emite el sello postal conmemorativo, con los siguientes detalles: colores salmón-negro “ECUADOR Aéreo, $1.30; las

imágenes Juan Montalvo 1832-1889, Juan León Mera 1832-1894, Juan Benigno Vela 1943-1920; 1860 PRO-VINCIA DE TUNGURAHUA 1960.

Encontramos una selección de artículos de la pluma de Dr. Juan Benigno Vela, inspirados y pu-blicados con el criterio fundamental de la edición Bi-blioteca Ecuatoriana Mínima, la colonia, los escritores y los políticos. Editorial J. M. Cajica Jr. S. A. Puebla - México. 1960.

Encontramos una selección de artículos de la pluma de Dr. Juan Benigno Vela, inspirados y publicados con el criterio fundamental de la edi-ción Biblioteca Ecuatoriana Mínima, la colonia, los escritores y los políticos. Editorial J. M. Cajica Jr. S. A. Puebla - México. 1960.

En el año 1963, sale a luz, “Índice de la poesía tungurahuense”, del Dr. Rodrigo Pachano Lalama, del Dr. Vela señala: Escritor de combate, gran tribuno, personaje, en su época, de la más alta significación política. En la publicación, aparecen epigramas y versos que aún se recuerdan y que le muestran como un espíritu fino de delicada sensi-bilidad y anegado de emoción.

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El 11 de noviembre de 1980, víspera del CLX

aniversario de la Independencia de la ciudad, el Ilus-tre Municipio, inaugura la efigie del glorioso tribuno “Ciego Vela”. El Alcalde, Dr. Luis Pachano, dice: “…Ambato estaba en deuda con su tercer Juan y había que pagarla. Pagarla con amor y con respeto, con orgullo y con alegría; devolver al paradigma del valor parlamen-tario, de la pluma refulgente y del espíritu indomable, todo lo que nos diera en el curso de una vida ejemplar y sin mácula...” En el mismo año, el I. Municipio de Ambato, publica el libro “Juan Benigno Vela”, de los escritores José Adolfo Vela y, Eduardo Samaniego.

El año 1985, se conmemora el LXLII aniver-sario del natalicio de Dr. Juan Benigno Vela, con este motivo, el Municipio de la cuna de los Tres Juanes, en el Salón de la Ciudad, organiza un Panel, bajo la con-ducción del Dr. Luis Pachano Carrión, y la participa-ción de los reconocidos escritores Dr. Ernesto Albán Gómez y Dr. León Vieira.

En el año 1993, rememorando el sesquicente-nario del nacimiento del abogado, político y periodista ambateño, Dr. Vela, Correos del Ecuador, formula el sello postal, policromado, conmemorativo ECUA-DOR, S/ 2000; imagen Juan Benigno Vela Hervas; 150 años de su nacimiento 1843-1993.

En el sesquicentenario del nacimiento del

Dr. Juan Benigno Vela, el 10 de julio de 1993. El escritor Rodrigo Peña Terán, publica “Semblanza del Dr. Juan Benigno Vela Hervas.

El Lcdo. Neptalí Gómez, Rector del Insti-

tuto Superior Tecnológico “Luis A. Martínez”, con el afán de enaltecer la memoria de escritores am-bateños, en 1998, resuelve plasmar retratos - mu-rales en las paredes hacia a los patios del Plantel.

Hoy, encontramos la obra de Marco An-drade, con la técnica de aerógrafo, pintu-ra mural de 4.5m x 2.5m, ubicada frente al patio central.

A fines del año 2012, en el Bo-letín de la Academia Nacional de Histo-ria, el Miembro de Número de la CSAG, el historiador José Mayorga Barona, desde la ciudad de Ambato, escribe: “La correspondencia de Eloy Alfaro a Juan Benigno Vela”

En la esquina de las calles Rocafuerte y

Vargas Torres, sector la Merced, en el frontis de la Unidad Educativa Juan Benigno Vela, apreciamos el mural del Patrono del Plantel, obra del pintor Mao Salas

Los Juanes, Montalvo, Mera y Vela, otro

mural en cerámica partida de Holguín Vásconez, originado en el año 2012, colocado en el frontis

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edificio del Ministerio de Transporte y Obras Pú-blicas, Subsecretaría Zonal 3, calles Mariano Cas-tillo y Simón Bolívar, frente Parque Montalvo.

El 10 de junio del 2016, en la Casa Patri-monial Pachano, el Departamento de Cultura de la municipal de Ambato, coordina el acto cultural por el 173º del natalicio de Dr. Juan Benigno Vela.

El GAD Municipalidad de Ambato, pre-senta la tercera edición de "Vida de Huracán" Es-bozo biográfico del Dr. Juan Benigno Vela, del escritor Pablo Balarezo Moncayo; Además, entre otras intervenciones, el artista de la plástica y re-tratista ambateño Dr. Francisco Suárez, expresa:

Ningún ecuatoriano, teniendo to-das sus cualidades físicas intactas ha sido capaz de luchar por su Patria, con la integridad que luciera Don Juan Benigno Vela. Cual, de nosotros, per-diendo la vista a los 33 años, y disminuido la audi-ción, en casi la totalidad, sería capaz de enfrentar y defender con total hidalguía, la libertad, el honor, la honestidad del pueblo ecuatoriano.

Es que el Dr. Vela, fue luchador incansa-

ble fue fundador, regente, editorialista, fustigó a los malos gobiernos de su época, por los atropellos inferidos a los humildes de nuestra tierra.

Desde "El Combate" periódico ambate-ño 1887. "La Idea" 15 de septiembre 1888- 16 de marzo 1889. "El Argos" 1 de febrero 1890- 19 de abril 1890. "El Pelayo" 26 de septiembre1896- 21 de noviembre 1896. "El Rayo X" 15 octubre. 1908- 25 diciembre. 1909. Editorializó, con profundidad, sapiencia y rectitud moral, es que fue hombre de pensamiento incólume, jurista sin tacha, polemis-ta, orador profundo, de palabra sonora, respetable y respetada siempre.

Luchador incansable, de temperamento ardiente, vehemente, rebelde, jamás claudicó pese a las inclementes persecuciones, vejámenes y des-tierros.

Retrato del Dr. Juan Benigno Vela. "No pido luz para mis ojos, reclamo luz

para mi inteligencia", dice Manuel J. Calle " y él va así por las ambateñas calles, alto, fuerte, ergui-do, majestuoso" "A donde marcha con la cabeza levantada el pecho tirado hacia adelante, y el ligero bastón bajo el brazo, casi como un DANDY, no le creerían un ciego. La edad ha vuelto amarilla su alta y noble frente, dándole el color de marfil antiguo, pero aun florecen rosas de otoño en sus no arrugadas mejillas, y si el abundante y marcial bigote de "granadero napoleónico" ya está níveo". "Es un guapo viejo, con sus quevedos elegantes y vestido con pulcritud de muchacho pretendiente".

Mi aporte plástico Tomando como referente este extraordi-

nario retrato literario y teniendo como guía un re-trato obscuro de la senectud del Dr. Juan Benigno Vela, procedí a realizar un estudio cefalométrico, y encontré que la relación central estaba desviada

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a lado derecho y que la dimensión vertical se en-contraba disminuida en varios milímetros, corre- gidas estas anomalías, pude obtener un retrato como podrá haber lucido a los 50 años de edad, el Dr. Juan Benigno Vela Hervás. He pretendico ubicarles en la misma edad a Juan Montalvo, Juan León Mera y a Juan Benigno Vela, para tener un referente plástico en su plenitud de vida.

El día Lunes 10 de julio del 2017, al con-memorar el 174º aniversario del natalicio de uno de los grandes ambateños, el Dr. Juan Benigno Vela, es inaugurada la casa patrimonial, ubicada en la esquina de las calles Rocafuerte y Castillo, con la presencia de las autoridades del cantón, concejales, familiares

de las calles Rocafuerte y Castillo, con la presencia de las autoridades del cantón, concejales, familiares del acreditado escritor y culta ciudadanía ambateña, el señor Alcalde Ing. Luis Amoroso Mora, resalta: “Dicho espacio no es una casa vieja para guardar cosas antiguas, sino un templo con vocación didác-tica, donde se transmitirá la cultura y se garantizará la creación de nuevos hábitos de lectura y redacción. La premisa básica de la Casa-Museo será la pues-ta en valor, protección, conservación y difusión, fundamentada en una continua investigación del legado de Don Juan Benigno Vela.” El día viernes 13 de julio del 2018, se efectúa el acto cultural, por haber transcurrido ciento setenta y cinco años, cuando naciera quien con el paso de los años sería llamado "Titan del liberalismo ecuato-riano", uno de los tres Juanes de Ambato. Presentes en la Casa Museo del Orador Ciego, sus familiares se dan cita a este magno evento a fin proceder a la entrega una serie de documentos históricos y perió-dicos del siglo XIX, así como también varias perte-necias personales del tribuno ambateño. Autoridades y ciudadanos de cultura asistentes, se convierten en testigos de aquella noble ación, que enriquece el pa-trimonio del museo del tribuno ambateño.

Dibujo a lápiz. Francisco Suárez 2015Intervención del señor Alcalde de la ciudad,

Ing. Luis Amoroso, en la inauguración de la Casa Museo

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LA PLUMA DEL CIEGO TROVADOR “Espíritu romántico por excelencia, tuvo in-quebrantable fe en los postulados de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, por los que tanta sangre generosa se ha derramado en el mundo. Esto le llevó al terreno político, dispuesto a ser siempre un cam-peón de las libertades públicas y de los inalienables derechos del pueblo. Su pluma de escritor o su voz de parlamentario, tuvieron, por eso, autoridad, dentro de las violentas luchas de nuestra democracia.” Juan Benigno Vela. Provincia de Tungurahua en 1928. Ed. Raza Latina. Ambato. En la obra Vida de Huracán, esbozo biográfico del Dr. Juan Benigno Vela, del escritor ambateño Pablo Balarezo Moncayo, en la sección Prisiones y destie-rros, la resignación del heterodoxo, dice: “Doliéndole más, no las privaciones materia- les, sino, la ausencia de la voz filial que le leyera el acostumbrado trozo cotidiano para alimento de su espíritu; en el calabozo inmundo pero que no afrenta, vióse obligado a orde-nar la pignoración de sus queridos libros para reunir algunos pesos para su subsistencia, y cantó altivo”

Oleo sobre tela. de 1.50 m x 1.00 m Francisco Suárez 2015

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EPITAFIO3 junio 1878 Revista Casa de Montalvo Año XII, Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinoza Pólit. Pasajero, aquí descansa un modesto ciudadano, liberal, republicano, que sin espada ni lanza hizo temblar a un tirano. La libertad fue su guía, Patria libre su ambición; tronó contra la traición de esa fantasma sombría que se llama Convención. Murió, pero su memoria bendecirá el Ecuador, y una página de amor y de gratitud la Historia dejará al “Espectador”

GRITOS DEL CALABOZO A MERCEDES. Guayaquil Artístico, Guayaquil, Nº 66, abril 30, 1903.

Ciego soy, pero dichosovive mi alma en su tormento,porque la luz esplendorosavida, porvenir y alientoen la tubería debe ansiosa.

Luz de mis ojos, queridacompañera en mi destino;lámpara siempre encendidapara alumbrar el caminoen el viaje de la vida.

Sin tu amor, Mercedes mira,una carga la existenciaodiosa, cruel me sería.Y acaso a la Providenciasin razón yo acusaría.

Cuando la rodea tormentadel infortunio conmuevemi corazón, y violentael largo sufrir remueve,de mi vida turbulenta.

!Ah! Mercedes, tu amor puroy la grandeza de tu alma,como un mágico conjurome levantan, y la calmaa grandes tragos apuro.

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SIEMPRE EN MI MENTE A MIS HIJOS Cárcel de Quito, 21 de diciembre de 1884

Siempre mi mente con vosotros vive, siempre mi pecho por vosotros late,Dios y vosotros consoláis mis penas, hijos de mi alma.

Vuestra es mi vida, por vosotros sufro; quiero mi nombre transmitiros limpio, ya que otros bienes, caprichosa suerte niégame avara.

Quiero que el tiempo, la severa historia si es que se ocupan de mi oscuro nombre, oh! nunca digan que revés alguno hízome indigno.

Digan que mi alma en generosa lucha, siempre en defensa del amado pueblo, luz demandaba, libertad, progreso, luz para el alma.

Digan que el odio a los tiranos pudo más en mi pecho que pasión alguna; que al despotismo combatí animoso, nunca cobarde.

Digan que siempre por la Patria mía ruines favores rechacé indignado; que en la pobreza conservarme pude noble y altivo.

Cuando vosotros repitáis mi nombre, hijos de mi alma, con orgullo sea; víctima he sido, pero no culpado mísero ciego.

ENFERMO EN LA CARCEL Dic. 30 1884 Quiero vivir, porque a la tumba hay algoDe noble que elevar, de generoso;Hay que dejar detrás alguna huellaDe heroico, de sublime, de grandioso.

Morir por la verdad y por el triunfoDe una idea brillante y redentora,Es un sueño que halaga mi existencia, La eterna aspiración que me devora.

Pero morir así sin dejar nada,Ni una luz, ni un esfuerzo, una memoria,Algo que me levante del olvidoY me traslade al libro de la historia;

Oh! No es morir cumpliendo los destinosQue Dios en sus arcanos nos confía:Vivir, es combatir por el progreso,Vivir, es combatir la tiranía.

¿Qué me importan destierros y prisiones,Pobreza, desengaños y tormentos,Si mi alma es esa escuela se acrisolaY es más libre, más puro el pensamiento? Luchas, abnegación y sacrificios,De nosotros la Patria necesita,Para triunfar aquí donde no irradiaLa luz de la verdad que está proscrita. Yo lucharé: mis débiles esfuerzos Son del partido de una gran idea;Triunfe la Libertad, muérame entonces…Del sepulcro la paz, bendita sea.

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A MI CALABOZO

El Panóptico - Quito, octubre 1886

¡Oh, tu, sombrío calabozo, espectro de las almas tímidas, tú, calabozo solitario, no eres un mal!.. Tú, escuela de la desgracia,enseñas con abrumadora elocuencia a comprender y respetar la desgracia.

Tus fríos muros, tú húmedo pavimento, pueden destruir, pueden aniquilar la materia; más el espíritu se vigoriza, se depura, se eleva a las celestes esferas y se acerca a su Dios; tú, no eres un mal…

Tú, esfinge amenazadora, le das al hombre pensador la resolución de muchos y grandes problemas; con tu misteriosa y melancólica palabra, le enseñas a padecer y sufrir; tú, calabozo mío, no, no eres un mal. Aleccionado desde niño en la escuela del infortunio; yo ciego infeliz y desvalido, aprendo entre tus cuatro paredes y en la horrible soledad que me rodea, a perdonar y amar a los que me persiguen: ah! tú no puedes ser un mal.

Tú triste mansión del dolor, eres un tormento para el criminal; más para el inocente eres un crisoldonde se purifica el espíritu y reverberan los purísimos rayos de la conciencia serena…

Quien ama es feliz; quien perdona es grande, es sublime: perdonar y amar, oh! es un consuelo infinito para el alma que llora; tú, melancólico calabozo, no eres un mal.

Pero ¿se puede amar, se puede perdonar a los verdugos de la idea, a los torturadores del pensamiento, a los martirizadores de la conciencia?

Sí, me respondes tú. Bien, ¿y las lágrimas que vierte aquí el afligido, y los daños que le causan a su familia, y las heridas que nos abren en el pecho? Sea; amemos y perdonemos.

Las tiranías pasanlas generosas ideas flotan con eterna claridad, las plácidas auroras aparecen en el horizonte de los pueblos; y entonces, hay! de los viola dores de la justicia, de las leyes, de la conciencia humana!… Oh!, tú, solitario calabozo, yo te bendigo, porque no eres un mal.

ABECEDARIO PARA CRISTOBAL El Panóptico, Octubre de 1887.

Ama a tu madre, hijo mío,con un amor tan profundo,que ella sea en este mundo tu culto, tu desvarío.

Búscate el diario sustento

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con el sudor que ennoblece; quien trabaja se enaltecey de infamias se halla exento.

Corrige con diligenciay modera tus pasiones;practica buenas acciones,no haya sombra en tu conciencia.

Dios ante todo, su nombre bendícelo noche y día;Dios es luz, sabiduría,todo bondad para el hombre.

En las desgracias, valor has de mostrar y grandeza, pues si inclinas la cabeza te va encima el deshonor.

Favor a ningún gobierno pedirás, hijo querido;el que pide es ya un vendidoy su baldón será eterno.

Guía de tu juventud sean siempre la franqueza,la modestia y la purezay el respeto a la virtud.

Habite en tu corazón la más tierna caridad;y tu amor a la verdad pruébalo en toda ocasión.

Ideas, las encumbradas,Las que engrandezcan tu mente;y nunca inclines tu frente ante ideas apocadas.

Jamás en tu pecho asilo tengan la infamia y el vicio, sé justo, y al sacrificio por serlo, vete tranquilo.

Luz, si la tienes, ufano al pueblo con ella alumbray verás de la penumbra surgir triunfante a tu hermano.

Llora con el desgraciado, sé compasivo y clemente;y tu mano ocultamente extiende al necesitado.

Mientras más independenciay trabajo te depara,conocerás que se aclara el cristal de tu conciencia.

No descanses un instante de ilustrar tu entendimiento; estudia como un sediento,con agonía incesante.

Observa desde temprano tus faltas; por este medio tendrán ellas su remedio,que más tarde será en vano.

Pon tu monta en conservar ilesa, límpida tu honra;el que una vez se deshonra,no se vuelve a levantar.

Quien con romana entereza no rechaza la opresión,es traidor; y con razón asco inspira su bajeza.

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Respeta la ley, en tanto que no impere el despotismo;si éste surge, ve tú mismo lo que en el caso es más santo.

Sé liberal, yo te mando,pero honrado y muy genuino;en política es mezquino quien se presenta oscilando.

Tu trabajo y libertad no dejes por los empleos;no imites a esos pigmeos que se hartan de liviandad.

Verdad di aunque infinito parezca el mal que te viene;el varón justo no tiene más que temor al delito.

Yo que por dura experiencia conozco el mundo, hijo mío, estos consejos te envío que harán feliz tu existencia.

A MIS HIJAS Quién os querrá como yo, dulces lazos de mi vida, bálsamo de mi alma herida, alegría de mi hogar.

Quién os querrá como yo, de mi noche luminares, blancos y puros azahares de mis recuerdos de amor.Quién os querrá como yo,

almas en mi alma vaciadas, claras prendas consagradas a serenar mi vejez.

Quién os querrá como yo, últimos suaves reflejos, de ese sol que ya está lejos, que se apagó para mí.

Quién os querrá como yo, con un amor infinito, amor paternal, bendito que no se extingue jamás.

A LUCILA Publicado Septiembre 20 de 1916

Nunca pasiones egoístas vuelotomen en tu alma. Generoso siempreguarde tu pecho sentimientos nobles, tiernos afectos.

Joven y hermosa tu jornada empiezapor entre flores y enlajes áureos;todos te anuncian venturosa suerte,días propicios.

Es oriente: los primeros rayosde un sol radiante tus pupilas bañan;lord que a las brisas juguetonase abre pura y fragante.

Pero no olvides que la tarde heladallega y marchita las alegres flores;y sólo quedan entre ruinas angustiastristes recuerdos.

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A UN MANANTIAL Machachi, Enero de 1896

Solitario manantial, perla en la breña escondida, fuente que llevas la vida en tu límpido cristal.

Pródiga siempre natura en su perpetua armonía, lenguaje dio y poesía a tu salvaje hermosura.

Del iris resplandecientereflejas los mil colores; y amante el sol sus fulgores derrama en ti dulcemente.

Tus linfas acariciadas por las náyades y ondinas van y vienen cristalinas por las brisas agitadas.

El suave aliento aromoso del áurea tus aguas mece, y el verde prado embellece tu conjunto majestuoso. El misterio te completa, tu soledad es grandiosa, fuente ideal, primorosa, bella visión del poeta.

La ciencia ya te ha descrito, la fama te ha proclamado, tu nombre está consagrado y será siempre bendito.

A UNA NARIZAlude al Coronel Luis Ortega, diputado por Tungurahua a la Convención de Ambato, 1877

Érase una nariz como el deseo Que tiene Lucho de poder y gloria;Dilatada nariz como la historia De Cantú, de Fermín; y que yo creo

No es nariz: es de Creta el laberinto,De los Andes cuchilla prolongada;Nariz monte; nariz encrucijada;De brujas y murciélagos recinto.

Pavorosa nariz; nariz tan honda Que diera horror a furias y gorgonas, Y bien pudiera ser que el Amazonas En ese narcisismo se esconda.

Nariz de hambruna; narizón torpedo;Nariz jirafa; retorcido cuerno;Negra portada del horrible averno;Nariz abismo que me causa miedo; Cueva de Montesinos do el Quijote, Valiente descendió; nariz gigante Que contiene los círculos de DanteY que en medio del mar fuera un islote.

Cuando lanzó Colón entusiasmadoEl grito salvador de tierra! tierra! Fue que allá divisó por esta sierra Tu gran nariz en forma de collado.

Nariz rabuda; narigón letrina Que infesta en doce leguas en contorno. Nariz piramidal, caldera u horno Donde todo un infierno se cocina.

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De todas las narices que a combate Entraron en Junín y en Ayacucho, Formóse esta nariz; y el fatuo Lucho Se cosió a ella como vil remate. Son nada, el Chimborazo, el Himalaya Ante este narizón interminable,Más largo que la vida perdurable,Y a cuyo aspecto mi valor desmaya.

Si en el espacio tal nariz vagara,Un infausto cometa pareciera,Mil horrores y guerra nos trajeran,Y a este triste planeta horripilara.

Oh!, terrible nariz! nariz tarasca,Fabulosa, hiperbólica, imposible;Nariz inquebrantable e infalible;Nariz que tiene dientes y que masca.

En confusión y solidez y altura La torre de Babel atrás se queda,Y a una trampa elefantica remeda La graciosa esbeltez de su figura.

Mil siglos de nariz; nariz eterna,Sin principio ni fin, indefinible Geroglífico, esfinge incomprensible, Insondable nariz; nariz caverna, Estupenda nariz que al sol ocultaY a la luna también, cuando pasea;Que deja un muladar cuando gotea,Y que más que nariz es catapulta.

Cañón Krup o nariz metralladora,Su estornudo a un relincho se asemeja,O al siniestro gritar de una corneja,O a una jauría de perros aulladora.

Nariz que vence a las narices todas, Narigón, nariguillas, nariguetas;Nariz de cocodrilo con aletas,Muy digna de un altar en las pagodas.

Nariz cómico-trágica, diabólica,Geográfica, geométrica, geológica,Sifilítica, báquica, architétrica,Herética también y anticatólica.

Nariz feroz, nariz que cuando ruge Las capas atmosféricas se agitan,Provoca tempestad, los vientos gritan; Gimen los valles, la montaña cruje.

Espantable nariz, a su presencia Las mujeres en cinta se estremecen; Misteriosa caverna, do acontecen Problemas que se escapan a la ciencia.

Narizón, que escapado del diluvio,Se mantuvo en las aguas voltejeando;Y que de tumbo en tumbo divagando, Llegó a servir de cráter al Vesubio.

Científica nariz, nariz que un díaDe los sabios será sublime asunto: Paquidermo talvez este conjunto,Ufana gritará la geología.

Ridícula nariz, que ni hecha adrede Adefesio peor salir podía;Nariz como la cara de una arpía, Nariz que en fealdad a todas puede.

Si esta nariz a Gestas se la diera Como pena en lugar del gran suplicio, Protestara y volara al sacrificio,Que deshonrado Gestas se creyera.

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Oh nariz! en la cual se reuniría De la actual Convención la omnipotencia, Dejando ancho salón para la audiencia, Plaza de toros, fonda y vinería.

Oh narilucho, tridens neptuniano,Que a ganguear dizque vais a la asamblea Soplad allí cual fragua de Vulcano,Para que el campo de Agramante sea.

Esta patria gangosa, que hoy en vano Por ser libre y feliz tanto ganguea;Y quede a tu ganguear la inmensa gloriaa tu nariz la espléndida victoria!!

Para la lucha que no es de frente, con todas las letras de la pila bautismal, Juan León Mera tiene el seudónimo de Pepe Tijeras, y Juan Benigno Vela, el de Silvio. Estos sobrenombres, le sirve para rom-per la severidad de la contienda y batirse en el cam-po de la sátira, la ironía y el desenfado, recurriendo a la crónica y la correspondencia, en los periódicos de Quito y Guayaquil principalmente.A propósito, en una glosa sobre “La Reina del Mun-do”, el Dr. Vela le acusa a Pepe Tijeras por sus fre-cuentes embestidas, en nombre de la Religión, y le suelta este quinteto alusivo. Quien estas líneas trazando ha ido entre burlas y veras, miente más que todos, cuando habla y escribe tonteras, cual propio Pepe Tijeras. Esta acusación se concreta más cuando alude al “Se-manario Popular” del hiriente de Mera. Que diga Pepe Tijeras si quitando el “Popular”, el “Semanario” no queda, de “Semanario Curial”. político - devotas.

VOCES DE FONDO La Biblioteca Ecuatoriana Mínima, y edi-

torial J. M. Cajica Jr. S. A. Puebla - México, ha acogido todas las posturas filosóficas, políticas o literarias de nuestro ancestro espiritual; para que con estas bases, el pueblo ecuatoriano oriente sus investigaciones por los caminos que a bien…

CARTA A UN AMIGO-Fragmento- “Muy equivocado se anda usted en sus

apreciaciones con respeto a nuestra política y a los hombres que la componen; y de su misma equivo-cación resulta que es un sueño el pensamiento de unión que usted me propone excitando mi patrio-tismo, mi cordura y abnegación, así como el des-entendimiento de las injurias y calumnias que me arrojan los apasionados periodistas de Quito.

Nunca paro mi atención cuando la pren-sa se ocupa solamente de mi pobre personalidad; pues, conocido como soy en todos nuestros pue-blos por la firmeza de mi carácter, jamás caigo en la cuenta de que la injusticia me tome por blanco para herirme y denostarme; me defiendo con el desprecio y olvido hoy las injurias de ayer. Más cuando se trata del partido liberal, de ese partido que, desafiando todo peligro, avanza todos los días en la conquista de sus generosas aspiraciones, soy intransigente, busco el sacrificio y el martirio, lu-cho por él como me lo permiten mis fuerzas, y me creo feliz cuando mis adversarios me toman por su víctima a causa de mis ideas esencialmente li-berales.

Oh, cuán dichoso me considerara si para el triunfo de la democracia en el Ecuador fuese ne-cesario derramar la última gota de mi sangre!

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CARTA A UN AMIGO Publicado en El Combate

“El juicio que sobre los últimos y terri-

bles acontecimientos de Ambato se ha formado ese miserable redactor de “La Unión”, yo no lo hubiera sabido si usted no me lo comunica; me ha sido siempre tan repulsivo aquel menguado, que ni por curiosidad me he propuesto leer su perió-dico, fuera de dos otros números de los primeros que publicó el año pasado. Yo no sé cómo atinan nuestros gobiernos a conseguir esta clase de ru-fianes, que a la verdad desempeñan el oficio a las mil maravillas; con cincuenta pesos mensuales está comprados la pluma y la conciencia de estos seres sin ventura cuya nica y suprema felicidad consiste en tener asegurado el pan de cada día, sin darse cuenta de los que son y para qué sirve; perros fieles, hacen lo que se les ordena, ladra y muerden cuando el amo les azuza. García Mo-reno tuvo sus mastines feroces; viven aún y uno de ellos ha ladrado contra nuestro ilustre Alfaro, sin duda que el pobre diablo, que ha vivido ham-breado muchos años, cuenta ya con este relevante mérito para obtener un empleíllo de amanuense: Veintemilla tuvo sus galgos y de la mejor raza; mordían a todos sin misericordia y encumbraban tanto al mudo que casi, casi nos hacían creer que era hombre de bien: el gobierno de los cinco varo-nes tuvo también a su servicio finísimos buldogs que aullaron, se enfurecieron y mordieron hasta que se les encajó el pan en la boca, y ahí los tiene U. comiendo que es un gusto en los mejores pla-tos de la nación.

Natural era que Caamaño buscara tam-bién sus perros entre los que vivían de corredores de oreja en Lima; uno de ellos es aquel escuerzo

Pues como ha de haber unión y concordia entre elementos tan heterogéneos, entre pasiones tan encontradas, entre la democracia y el fanatis-mo teocrático, entre la verdad y la mentira, entre la libertad y el terror entre los siglos medios y las doctrinas del siglo XIX? Los terroristas de Quito no tienen principios de política, convénzase usted; orgullosos y altaneros en sus escritos y cuando ya han pasado los peligros de la patria, son mezqui-nos.

Su arma favorita es la difamación, su ca-ballo de batalla, la religión; jamás se empeñan en una discusión razonable de principios y doctrinas políticas apenas nosotros lanzamos un rayo de luz al pueblo ignorante, allá se van ellos con que los radicales de Londres, los comunistas de Francia y los nihilistas de Rusia están hablando por nuestra boca aconsejándonos la negación de Dios y la de-molición de los templos.

Pedimos una reforma, la suspensión de un impuesto, de la pena capital otra cosa: bandidos, herejes, ateos, socialistas, ladrones; denunciamos un abuso, exigimos garantías, atacamos los vicios: mueran los rojos, abajo los malvados, viva Tapa-relli, viva la Santa escuela de Cristo, viva nuestro amo García Moreno: a la horca los liberales, pue-blos, desollad a los radicales como a San Bartolo-mé…

Y discuta usted con estos desventurados, y presente doctrinas, y forme patria y pidamos unión, concordia, abnegación y sacrificio. Nuestra política es de pasiones; cuando éstas hablan, la voz de la razón, del deber y de las conveniencias so-ciales, es importante, no encuentra eco en ninguna parte; pueblos ignorantes son poco menos que pue-blos bárbaros; y mientras no derramemos torrentes de luz sobre nuestras masas, no espere usted que el Ecuador sea libre.

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que tienen Uds. Allá y de quién no hay manera de ocuparse sin quedar manchado: es tan despreciable su persona, tan depreciable su oficio… No le con-testaré jamás, aunque me diga ladrón.

Pero ya verá U. cómo el bellaco se pone a llorar de arrepentido cuando sepa que Pablo Emi-lio Vásconez, el responsable de los asesinatos que lamenta Ambato, no solo no ha sido liberal ni radi-cado, sino muy al contrario un decidido terrorista, acérrimo enemigo de toda idea liberal; uno de los más furiosos apaleadores en el dos de septiembre en Quito; primo hermano de los Flores y pariente cercano de muchos aristócratas y altos magistra-dos de la República.

Lo cierto es, amigo mío, que nuestros adversarios los terroristas son tan cobardes como infames: procurando sacar partido de cualquiera suceso volviéndole contra noso-tros; el pasquín inmundo es su arma favorita; de todas partes nos regalan con ellos; y aunque solamente son dos o tres los que escriben, pero siempre han de venir a nombre de alguna po-blación; nobleza, hidalguía, jamás: nos sueltan sus perros, y ellos se esconden; son unos co-bardes, y la discusión imposible con ellos. Pero vamos a otra cosa.

Se maravilla U. de que los ambateños no hubiésemos elegido a Don Juan Montalvo entre los senadores para el congreso del año en-trante. Parece que no ha leído U. los números de “EL Combate” en que hablé de las últimas elecciones; y sin duda por esto no ha sabido que fuimos los ambateños los que hicimos la elec-ción de senadores y diputados: el general Saras-ti había formado la lista, los empleados locales la aceptaron; ellos pues, hicieron la elección; y como en todo caso los elegidos tenían que ser los que figuraban en aquella lista, todo el mun-do juzgó que habría sido inútil hacer la opo-

sición. No es, por tanto, fundado el cargo que U. hace a mis conterráneos; si ellos hubieran tenido libertad de elegir, si Sarasti no hubiera impuesto su voluntad a estos pueblos; creas U. que nuestros diputados hubieran sido de lo me-jor, escogidos entre tantos jóvenes ambateños dignos por mil títulos de ocupar un asiento en las cámaras

En días pasados nadaban por el pueblo de Baños unos frailes descalzos en sus apos-tólicas misiones; y había siso cosa de oírse esos apostólicos sermones. Maldiciones sobre maldiciones a Castelar, a Montalvo, a Hugo, a todos los liberales habidos y por haber; y este humilde servidos de U. no fue de los mejor li-brados; Llovieron maldiciones, injurias perso-nales, calumnias de grueso calibres y groseros coscorrones; maldijeron a mis clientes, persua-diéronles de que ser defendidos por mí, era me-cerse cómplices del pasto secreto que yo tenía con satanás, pacto en virtud del cual ganaba una que otra cuestión que defiendo: vea pues, U. que el diablo no es tan malo como dicen; gana pleitos justos, luego es amante de la justicia; patro-cina a los desvalidos, luego es un sujeto amante de la caridad y de las demás virtudes. Estos fieles no comprenden, amigo mío, que tratando de hacerme un mal reduciéndome por hambre con quitarme el recurso de mis defensas, me hacen adquirir mayor clientela; el litigante no quiere sino ganar su pleito ¿qué le importa pues, que yo tenga pacto con todos los diablos? Esos buenos sacerdotes, después de cerrar con nosotros, se habían desatado contra los colombianos: maldita la casa que recibía colombia-nos; maldita la madre que daba la mano de su hija a un colombiano; los colombianos son unos des-camisados, unos facinerosos, unos impíos, unos malvados; malditos sean. ¿Y esto, llaman los terro-ristas orden, paz, libertad, catolicismo, progreso?

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APOTEOSIS POÉTICAS AL ILUSTRE AMBATEÑO

En la obra “Hebras de lírica luz”, de Fray María Jara B., de Orden de los Predicadores, hallamos el soneto dedicado en el centenario del nacimiento del ambateño ilustre, en el revela la ética de su espíritu y la libre amplitud filosófica que gobierna su con-ciencia y sus acciones. Ambato 1943

JUAN BENIGNO VELA Del altivo Tungurahua en el gentil regazo nació, cual Prometeo, el regio peregrino;fué fúlgida cimera que enalteció su sino y para los protervos anatema y fustazo. Su cálamo y facundia en áureo y fuerte lazo pudieron trasuntar el genio montalvino; rival de los centauros llenó su gran destino: pugnar por el Derecho con su fulmíneo brazo. Por esto con orgullo y júbilo infinito, la cuna de Montalvo -de prez fiel centinela- de tu otro Veinte Lustros ufana conmemora.

La fama y la Justicia, en plinto de granito tu gloria han cincelado, oh ilustre ciego Vela, y, cual Homero o Milton, fué tu alma redentora!

Dr. Juan Benigno Vela José Suárez Abril. carboncillo, 55cm x 35 cm

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LUZ ENTRE SOMBRAS María Ester Cevallos de Andrade Coello

Una sombra cubrió la luz del día …Abismos de negrura en derredor van probando tu ecuánime valor, no obstante el cruel pesar que te invadía…

Vacilaste al sufrir total ceguera… Fue extraña tempestad no presentida, de fuerza superior sobre tu vida, que esparció las tinieblas por doquiera

¿Imposible es vivir?.... ¡Qué atroz bregar!... Clarea la razón dentro de tu alma.El filósofo triunfa... Nueva calmaen tu mundo interior se ve irradiar.

Honda tristeza nunca más te oprime: al cerrarse la lumbre de tus ojos, se dilata el prodigio de los rojos destellos Y tu ideal pronto redime!...

Por férrea voluntad hecha al embate,¡oh, escritor fulgurante y publicista,político tenaz y periodista!,tu verdad pregonando está “El Combate”.

Como en rauda ascensión, tu pensamiento, lejos de las rastreras mezquindades, defiende con ardor las libertades, en tu gaceta, libro y parlamento.

De la justicia el homenaje riela, orgullo y gloria de la Patria grande, astro de luz que desde Ambato expande fúlgidos lampos, pues Antorcha es Vela!..

RECORDATORIO Y OFRENDASergio Núñez Ambato 1943

El tercer Juan de Ambato, ejecutoria viva de bravo resignado y de peripatético, ciego y sordo a remate, pero más hombre a cuestas en medio de tinieblas y de hombres protervos.

El otro Juan de Ambato, errante por el mundo; con una ultra videncia, la que tienen los ciegos, ciertos ciegos ilustres, sin luz en las pupilas y con un sol ingente en el vasto cerebro.

Viene a aguzar mi verso, siendo el prohombre fuerte, capítulo de historia en quemazón de cielo. La obra de justicia del Ecuador comienza por el que fue la lava del Tungurahua enhiesto.

A este gran proscrito de la vida, eminente, orgulloso y rebelde contra el destino avieso, voy a acercarme ahora que en mi patria se encien-den luces fatuas en tantas retinas de mochuelos.

Le conocí en la cima y en el hosco escenario, siempre la testa arriba para soltar el reto; titán desposeído de sus fueros humanos, las entrañas afuera, cual otro Prometeo.

Le conocí en la cima -fustazo y anatema- de los falsos ideales en el consorcio abyecto; supo afilar el arma en el arma enemiga, supo rendir golpeando en el vientre del émulo.

El ciego Vela adusto y estoico de por vida, pero hijo de Epicuro con noble ministerio… ¿Quién le ha visto evadirse de cruenta lucha? ¿Quién ha visto ceder un palmo su denuedo?

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Y pobre, solo y sabio como héroe de Plutarco, vivió azuzando llamas con la prosa y el verso; gastaba combustible en el palenque airado; fue ironía sangrienta con sales de Quevedo.

Y siempre tumbo en marcha, y siempre disolvente, entre los lapidarios logró ser impertérrito, hubiera sido un Flavio en la primera Roma y un jacobino puro en el mil setecientos. . .

Inadaptado y recio, forjado en alta fragua, pasado el alfarismo, quedóse en el proscenio, el único jugándose su fiera independencia, meteoro desprendido de anubarrado cielo.

Y más valía el silencio que enlodazar la historia, cerrarse los oídos y amortiguar el trueno; ya surgían los viles en el viejo Senado, ya era el usufructo imperativo abierto.

Y ya se barruntaba la ruina de una Patria, señales evidentes de cívico descenso, porque pocos morían matando al aire libre, porque mentía el prócer, el de la diestra al pecho.

Ahora faltan dioses en donde sobran hombres; la arena tribunicia refugio de pigmeos, y en vez de la palabra se quiebra el ditirambo, ninguna voz rebrama en nuestro Parlamento.

Y el Ecuador se ha ido, periodista y tribuno, el que hasta ayer pedía retemplados aceros; fieras todos en medio del secular conflicto, y un holocausto humeante en jóvenes y viejos.

Se ha ido todo lo grande ¿verdad que a la vergüenza? Se ha ido todo lo santo ¿verdad que al menosprecio?¿Qué importa que en el fondo de tumbas venerandas estallen las cenizas y blanqueen los huesos?

Sin embargo, tu numen me hace gritar de furia, y esperar el retorno de los raros que fueron como tú el patriciado de la idea en creciente, y como espada tensa la eficacia del verbo.

Y porque ya no existes con la verdad al topey porque tu memoria se agranda con el tiempo, tienes razón demás para ser perdurable, y sin hablar pedimos tu recio basamento.

Y a la verdad Ambato, solar de incorruptibles, te lo levanta a prisa, como a los otros genios, con la piedra arrastrada por raudas torrenteras y a ras del tordo en llamas del Tungurahua en-hiesto.

AMBATO Y SUS GLORIAS Manuel Isaías Sánchez Ambato, tierra de mi alma, tan graciosa y tan querida, que tiene trinos, murmullos; donde es amable la vida, porque existe paz y calma, y demora adormecida Entre perfumes y arrullos.

Ambato, que tiene flores primorosas y fragantes, en sus Vergeles de Ensueño, ¡paraísos verdaderos! donde cantan, muy amantes, los mirlos y guirac-churos, los gorriones y jilgueros, en los viejos Capulíes, en los Membrillos y Peros, Viñedos y Durazneros, que son riqueza y primor;

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¡que guarda un dulce beleño!, cual el que deja algún sueño de las antiguas “Leyendas” de damas y caballeros!... Ciudad del Río parlero, que, a la par, con sus troveros, ¡Madrigalizan su amor!

Ambato, que es la promesa para un futuro bendito!... y que tiene la realeza impoluta y no mentida, de una gentil dogaresa, por su donaire y hechizo!:¡es la tierra prometida, por todos sus mil primores!...; ¡porque así, el Dios infinito la soñó… y, así la hizo!...

Es como un bebedizo,muy sabroso y hechizante,para el tierno peregrinoque visita sus alcores,quien se trueca en ciego amante;y, preso ya de dulces redes,¡no puede dejar sus lares, ni continuar su jornada!...; y, se queda prisionero del amor y su destino,¡En este Edén montalvino!

¡Porque es pulcra y generosa!; ¡porque es gallarda y altiva!; porque extiende bondadosa su mano al noble y al bueno, al romero que aquí busca, en su techo, pan y abrigo; por su cielo, tan sereno,

tan azul... y, tan risueño;¡por sus virtudes, su anhelo de ser mejor, cada día!: por todo esto es que cautiva, como un Idilio fragante, como Égloga rediviva, ¡Esta tierra, que es un cielo! Pues, esta tierra fue cuna de hijos tan grandes y nobles, a quienes, diosa Fortuna, puso Luz en sus cerebros, ¡y fortaleza de robles En sus pechos y en sus almas!

¡Tierra fecunda y graciosa!,¡cuán risueña eres, cuán bella!: en el Pensil de la Patria,¡eres la más linda rosa!; y, en el cielo de “Los Andes”, ¡La más refulgente estrella!¡Eres grande entre las grandes, por tu belleza y tus Hombres!; y, ¡no es ficción, ni quimera!: -¡serás más en el futuro!-, todo pecho así te anhela!: tu fama irá a los confines con la gloria de sus nombres; y, es al mágico conjuro de tu Montalvo, tu Mera, tu Cevallos, tus Martínez y tu ¡lustre Ciego Vela, tus Monges y tus Fernández, tus Castillos y tus Hervas!: ¡varones que te dan gloria, Y hacen más áurea tu Historia!

Y, es al ciego portentoso,¡tan múltiple en su grandeza!; ¡patricio a lo Catón, celoso

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con mucha Luz!... ¡con qué gloria, el varón que hubiera sido, en otro siglo mejor, ¡nuestro Milton ambateño!, faro nítido en la Historia, Y, ¡honra y prez del Ecuador!

ESCUELA JUAN BENIGNO VELA

Nuestra Patria tan rica y fecunda,Muchos óptimos frutos ha dadoY en la historia una huella profundaDel excelso Benigno ha quedado.

Solo el nombre de nuestro patronoSerá siempre la única meta,Si anhelamos llegar hacia tronoDe la fama el más grande planeta…

INDICE DE LA POESIA TUNGURAHUENSE

El Dr. Rodrigo Pachano Lalama, señala:El Dr. Vela, es un escritor de combate,

gran tribuno, personaje, en su época, de la más alta significación política.

En los breves momentos de reposo de su agitada vida, escribió epigramas y versos que aún se recuerdan y que le muestran como un espíritu fino de delicada sensibilidad y anegado de emo-ción.

La temprana ceguera que entenebreció sus días, fue más bien para él un determinante motivo que le impulsó a vivir, para sentir, pensar y batallar.

de la virtud y realeza de su doctrina de Amor, de Paz… Libertad y Unión…! de Democracia… y de Honor!..., que hoy consagro, fervoroso, Este mi Canto sencillo. ¡Al orador rudo y bravo, que fustigó sin piedad al miserable…, al esclavo de vil codicia y ruindad!... Al periodista de fuste, candente, porfiado y fiero, que, en su lucha, tesonero, ¡sin parar mientes en nada, ni en su temprana ceguera, ni en su angustiosa pobreza, ni en su dolor, tan profundo, que le llenó de amargura su alma tan noble y virtuosa,¡la muerte de su hechicera, de su Mercedes hermosa,de su tierna compañera!, en cuya fuente de gracia bebió “luz esplendorosa”… y, ¡atenuó su cruel desgracia!… va gallardo y combativo, al exilio... al Parlamento…, a la tribuna, o al Foro, sin que nada le detenga!... ¡Patricio de alma romana y de virtud-catoniana!: él rugió como el Maestro, sin claudicar en la lucha, con su pluma y con su estro, y, con su verbo, que incendia… ciego… y, con adusto ceño, siempre arrogante y erguido!,

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DISTINCIONES AL DEFENSOR DE LOS DERECHOS DEL PUEBLO

Carta del Comité Patriótico de Guayaquil “Guayaquil 16 de Setiembre de 1885. Señor doctor don Juan B. Vela, Ambato.Benemérito compatriota:

La defensa que por la prensa, y a pesar de la cruel enfermedad que os ha privado de la vista, venís haciendo de la causa de la libertad y de los principios republicanos; la entereza, la energía, la perseverancia, la abnegación, con que desde muchos años atrás venís sosteniendo vuestros pa-trióticos propósitos, sin que os hayan arredrado, ni las amenazas, ni las persecuciones, ni los des-tierros que la arbitrariedad y el despotismo os han hecho sufrir; todos estos honrosos antecedentes vuestros, os han atraído las simpatías de los bue-nos ecuatorianos, y hecho nacer en ellos el deseo de hacer grabar y dedicaros la medalla de oro que tenemos el alto honor de remitiros.

Aceptadla, pues, señor, como una débil muestra del distinguido aprecio y de la gratitud de nuestros conciudadanos y admiradores.

El Comité Patriótico de Guayaquil."

Fotografía, Biblioteca del Estudiante, Nº 7 "Cien Autores Ecuatorianos" 1958. Ministerio de Educación.

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Contestación"Ambato, Setiembre 28 de 1885. Honorables señores Miembros del Comité Patriótico de Guayaquil.Señores:

Las manifestaciones de aprecio y estima-ción que he recibido por segunda vez de todo un pueblo, y cabalmente del pueblo más culto y libre del Ecuador, son para mí de tan inmensa signi-ficación que por ventura pudieran ellas hacerme traspasar los términos de la modestia, tenién-dome por hombre de alguna cuenta, sino com-prendiera que hay una excesiva benevolencia de vuestra parte y una exagerada opinión respecto de mis servicios a la santa causa de la libertad de los pueblos. Buena fe, honradez política, despren-dimiento y confianza en el triunfo de las ideas salvadoras no me han faltado hasta ahora, cierto, ni me faltarán seguramente porque a los cuarenta años es difícil, si ya no imposible cambiarlas con-vicciones traídas desde niño; y Si esas virtudes son un título para vuestro cariño, vosotros, se-ñores y los Miembros del Comité “Liberales del Guayas", me habéis recompensado con largueza, haciendo ostentación de vuestro carácter republi-cano y de las simpatías que os inspira un escritor desgraciado cuyo único mérito consiste en la in-dependencia con que sostiene sus doctrinas.

El señor don Luis Costa, conductor de vues-tro oficio y de la valiosa medalla con que me habéis condecorado, ha sido testigo de la tierna emoción y profundo agradecimiento con que he recibido esas tan significativas prendas de vuestra libertad, y os juro, señores, que sabré guardarlas como cosas sagra-das pata mí y como un seguro testimonio del sincero afecto y admiración que me causan los hijos der esa querida Guayaquil, cuna de los grandes hombres y de los grandes hechos. Juan Benigno Vela."

HONORES AL DR. JUAN BENIGNO VELA

PREÁMBULOLa Comisión encargada de poner en ma-

nos del Dr. Juan Benigno Vela la pluma y meda-lla de oro remitidas por la Sociedad Liberal de Caráquez, resolvió publicar por la prensa todos los documentos relacionados con este importante asunto; no porque cree haber desempeñado cum-plidamente tan honroso cometido, sino más bien por poner de resalto el ejemplar civismo de los miembros de la expresada asociación. Así, pues, dando hoy a luz el contenido de las presentes pá-ginas satisface una de sus más grandes aspiracio-nes," al propio tiempo que cumple un deber de gratitud para con sus comitentes, una vez que se valieron de ella para ejercer el acto más espléndi-do de generosidad y estimulo.

Mil enhorabuenas para la bella capital del Cantón Sucre!.... premiando a un escritor nacional que se ha sacrificado por la causa de los pueblos, se ha colocado en envidiable altura, y ha dado a com-prender que simpatiza con todo lo noble, con todo lo que tiende al progreso y ventura de la Patria.

Caráquez, 25 de Febrero de 1891. Señores: Dr. Gabriel Moscoso, Isaac Viteri, Celiano Monge. Ambato. Respetados Señores:

Hace dos años que el denodado pueblo de Caráquez concibió la noble idea, de presentar al Señor Doctor Juan Benigno Vela una pluma y medalla de oro, como testimonio de afecto y reconocimiento á su nobilísimo talento y patriotismo que, tan notablemente están compaginados en el ilustre periódico que fundó y redactó, con el bien escogido y señalado nombre “El Combate,”

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Como este obsequio va a tener lugar, he-mos tomado en consideración el 2º y 3º artícu-los del acta que los señala; y, por unanimidad, ha recaído en el digno personal de Uds. el cumpli-miento de un encargo tan sencillo en su origen, como elevado y noble es el desempeño para tal fin.

Así, pues, deseamos que el simbólico obse-quio, como el pliego adjunto le sea, por Uds., puesto en manos del Sr. Dr. Vela.

Y para que esta ofrenda tenga mayor publici-dad en honor del ilustre personaje a quien va dirigida, deseamos que la entrega se haga en el lugar más aparen-te y en el tiempo, día y hora que Uds. lo tengan a bien.

Anticipándoles, por este señalado servicio, nuestros agradecimientos, quedamos, al mismo tiempo, obligados a igual reciprocidad.

Aprovechando esta ocasión nos suscribimos de Uds., atentos y SS. SS.

Gumercíndo Villacís, Presidente, José Cayetano Zedeño, Rosendo Santos, Rodolfo Estrada, Atanasio Santos M., Vocales. R. R. Rodríguez, Secretario

“En Caráquez y Capital del Cantón Su-cre, a los ocho días del mes de Noviembre de mil ochocientos ochenta y ocho años, a las siete de la noche del día jueves, se convocaron los Señores Gumercíndo Villacís, José Cayetano Zedeño, Ro-sendo Santos, Roberto R. Rodríguez y Atanasio Santos M., vecinos de esta ciudad, y acordaron presentar un obsequio sencillo, pero elocuente, de una pluma de oro y diamantes, con una medalla de oro también, como un recuerdo imperecede-ro de afecto, de respeto y gratitud, que los hijos de Caráquez, en su elevado criterio, destinan al esclarecido compatriota, al benemérito campeón y sublime Redactor de “El Combate”; al Señor Doctor Juan Benigno Vela.

Seguidamente se aprobaron los puntos siguientes:

1º Que la medalla lleve, por una de sus fases, La imagen de la LIBERTAD sosteniendo un legajo con esta inscripción: “El Combate.” Por la otra faz: “Los Liberales de Caráquez al Doctor Juan Benigno Vela.

2° Que este obsequio sea entregado en Ambato por personas dignas a quienes se les ofi-ciará con tal objeto.

3º Que se les envíe copia de esta acta.De esta manera quedó terminado nuestro

más ferviente deseo.Este simbólico recuerdo no es más que

el testimonio fiel de los que han sabido apreciar y distinguir el mérito tributado a quien lo merece; como una alta prueba de reconocimiento y adhe-sión a ese firme defensor de los Derechos del pue-blo; a ese que nos ha venido señalando las defec-tuosas manchas con que quedará teñida nuestra historia patria; a ese que viene difundiendo los buenos principios, no con el arma que mata, sino con el arma que ilustra; a ese proclamador de la libertad, la justicia y el derecho ajenos.

Manifestación es ésta grata y plausible que acaba de engendrarse en el corazón de un pueblo en honor de aquel, que con tanta constan-cia há depositado en el pecho de sus compatriotas no sólo el afecto sino sus altos sentimientos.

Sirva, pues, este obsequio de una prue-ba más de reconocimiento, entre las muchas que siempre recibe; y en su mano poderosa siga bri-llando ese gran buril con que cincela, en grandes caracteres sus grandes y sublimes ideas.

Gumercíndo Villacís, Presidente, José Cayetano Zedeño, Rosendo Santos, Rodolfo Estrada, Atanasio Santos M.,

Vocales. R. R. Rodríguez, Secretario”

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COMISION EN AMBATO“En Ambato a 21 de Marzo de 1891, reu-

nidos en el Salón del Colegio Bolívar los Sres. Dr. Gabriel Moscoso, Isaac Viteri y Celiano Mon-ge, comisionados por el Directorio de la Socie-dad Liberal de Caráquez para entregar al Sr. Dr. Juan Benigno Vela una pluma y medalla de oro, se constituyeron en Junta y acordaron primera-mente nombrar Secretario, cuyo cargo obtuvo el infrascrito. Entonces habiéndose dado lectura al oficio del Directorio en el cual se designa a la ex-presada comisión, manifestó el Sr. Monge, que el primer comisionado, como tal, debía presidir las reuniones así como el acto solemne en que tenga lugar la entrega del precioso obsequio. Acogida la indicación, el Sr. Viteri expuso, que sería con-veniente que todos los miembros de la comisión tomaran la palabra en el acto de ofrecer al Dr. Vela la pluma y medalla, manifestando a nombre de los comitentes la admiración y reconocimiento que abrigan por el ilustre Redactor de “El Com-bate”. Aprobado lo cual se designó el domingo próximo para que, tenga lugar esta espléndida manifestación de la gratitud y cívica virtud de uno de los pueblos más patriotas y entusiastas de la Costa. Terminó la sesión.

El Presidente Gabriel Moscoso, El Secretario Leopoldo Molineros”

INVITACION AL HOMENAJE“Señor:.. El domingo próximo va a tener

lugar la entrega al Dr. Juan Benigno Vela de una PLUMA Y MEDALLA DE ORO, con que los li-berales de Caráquez han querido manifestar su ad-miración y reconocimiento al ilustrado redactor de “El Combate”. Suplicamos a Ud., se sirva concu-rrir al salón del Colegio Bolívar a las seis y media de la noche a solemnizar este acto que redundará

no sólo en honor del agraciado, sino también del país que tiene la satisfacción de contarle en el nú-mero de sus mejores hijos. Ambato, Abril 3 de 1891. Isaac Viteri, Gabriel Moscoso, Celiano Monge.

SESION SOLEMNE 5 de abril de 1891.

“Reunidos en el Salón del Colegio Bolívar bajo la presidencia del primer designado Dr. Gabriel Moscoso, los señores comisionados Isaac Viten y Celiano Monge y un ilustrado concurso de personas de esta ciudad, cuyo número pasaba de cuatrocien-tas, entre los que se contaban también algunos hijos notables de Guayaquil y Quito, después de declara-da abierta la sesión se leyó el acta de la anterior, así como se volvió a dar lectura del oficio y acta del Di-rectorio liberal de Caráquez, a fin de que el público tuviera cono- cimiento de estos importantes docu-mentos. En seguida el Sr. Presidente nombró una co-misión compuesta de los Señores Dr. Juan Ruiz, Dr. Abel Pachano, Modesto F. Chacón y Enrique Albor-noz para que condujeran al Sr. Dor. Vela. En cuanto llegó el agraciado, el Sr. Dor. Moscoso le dirigió en nombre del directorio un elocuente y patriótico discurso. Reiteradas veces fué interrumpido por los entusiastas bravos del numeroso auditorio; y cuando hubo terminado, depositó en manos del Dr. Vela el precioso obsequio asignado por el Di-rectorio liberal de Caráquez. El Sr. Isaac Viteri, dejo oír su voz, y lo hizo en términos elocuentes y vigorosos y dió rienda suelta a sus republicanos sentimientos, que con razón mereció ardorosos aplausos. Inmediatamente tomó la palabra el Sr. Monge y en breve y entusiasta discurso enalteció las dotes del eminente redactor de “E1 Combate”. Arrancó el orador frenéticos aplausos del públi-co, cuyas simpatías tanto se acentuaron en pro

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del inteligente joven literato. Contestó después el Sr. Dor. Vela principiando por manifestar la tri-bulación de su alma y la fuerza viril con que ha sobrellevado tantos sufrimientos; comunicando de esta suerte al auditorio el sentimiento de que se hallaba poseído; y concluyó por manifestar su inmensa gratitud y reconocimiento a los señores del Directorio liberal de Caráquez por tan simbó-lico obsequio. Fue tal el arrebatador acento de su voz y la eficacia con que conmovió al auditorio que mereció el ilustre publicista sus prolongados aplausos.

En seguida tomó la palabra el Sr. Francisco Darquea profesor del Colegio, y pronunció un elocuen-te discurso con el acento de una voz musical, mere-ciendo también ser aplaudido. Por último ocuparon la tribuna los jóvenes estudiantes y miembros de “El Liceo”, señores José Mercedes Villota, Sergio Arias y Alfonso Moscoso: injustos seríamos si enalteciéramos el mérito de unos con detrimento de los otros, pues to-dos nos arrebataron por la gracia, propiedad y mesura de la declamación, superior a lo que podía esperarse en jóvenes de corta edad.

De esta manera terminó el acto con gran sa-tisfacción del público. El Secretario, Leopoldo Moli-neros”.

Discurso del Dr. Gabriel Moscoso.“Sr. Dr. Juan Benigno Vela: Perdonad,

ilustre amigo, porque perturbando vuestro llan-to é interrumpiendo las horas del profundo dolor que os posee, os hayamos conducido a este recin-to, en cumplimiento de una honrosa misión; a fin de poner en vuestras manos un emblema de honor bien merecido por las relevantes virtudes cívicas que os adornan; siendo así que, ese honor, es más aun nacional, que no personal para vos.

La gratitud de los pueblos hacia los hom-bres prominentes que los honran y benefician con

sus obras de bien; ora con el brillo de la profesión o del arte, ora con el valor, ora con la elocuen-cia, ora con la pluma, acto es de pura y cumplida justicia, augusto deber de humanidad y prueba inequívoca de grande nobleza de sentimientos. Esta gratitud, empero, no debe hacerse manifies-ta únicamente por el respeto y consideraciones sociales, no debe ponerse de relieve sólo en caso de muerte del ciudadano prominente; no es preci-so que sólo de la tumba salga la luz que ilumine el mérito en este mundo, sino pienso, que dada la ocasión propicia, es estricto deber, bien así para justa recompensa de los buenos y los grandes, como para estimulo provechoso, orlar su frente con insignias de honor y hacer públicas manifes-taciones en reconocimiento de sus virtudes. La culta Francia desfilando con paso triunfal a la vista del venerable viejo, del octogenario ilustre Víctor Hugo, en su cumpleaños, reconociéndole como al apóstol de la libertad, haciéndole que presencie su propia apoteosis; la ilustrada España laureando al ingenioso anciano Zorrilla y dedi-cándole una corona con el oro recogido en las are-nas del Tajo, pruebas son del deber que tienen las naciones para con sus hijos de pró en ocasiones dadas, y cuyo deber, por cierto, enaltece en alto grado al que lo cumple.

Para vos, Señor y amigo nuestro, ha llega-do esa ocasión: un grupo noble de ecuatorianos li-berales, cosmopolitas del deber, reconocen en vos, como nosotros, al noble y abnegado campeón de las libertades públicas, al impertérrito defensor de las garantías sociales, al infatigable enemigo de los déspotas, al elocuente propagandista de la idea del progreso humano, al mártir de la libertad ecuatoria-na; y, la simpática Caráquez, os envía esta preciosa pluma de oro, digna muestra de la que vos esgrimís con tanta gallardía, la cual tenemos la honra de po-ner en vuestras manos, junto con el pliego que la

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auténtica, como una prueba de reconocimiento de vuestro valer j vuestras virtudes republicanas.

Permitid, pues, que con vos nos congra-tulemos de todo corazón, por el timbre de alta gloria que acabáis de recibir de vuestros conciu-dadanos de Caráquez. He dicho”.

Discurso del Sr. Isaac Viteri

“Sr. Dr. Juan Benigno Vela: Como miem-bro de la comisión nombrada por el Directorio de la Sociedad Liberal de Caráquez, para entregaros la expresiva manifestación que os hace; cábeme la satisfacción de dirigiros la palabra y signifi-caros que: los desafueros perpetrados en vuestra persona por el tirano, a quien sus defensores y sus cómplices han dado en llamarle García el grande; las bárbaras misiones y destierros a que habéis sido condenado sin otro motivo que el ánimo fuerte con que habéis sostenido en “El Combate” las preciosas garantías consignadas en el Código de la democracia moderna; la serenidad con que habéis sufrido tantas y tan duras pruebas a que os han sometido nuestros déspotas, para doblegar vuestro vigoroso espíritu, títulos son más que su-ficientes para el reconocimiento de vuestros con-ciudadanos, que ven en vos, al esforzado escritor que jamás dejará de hacerles conocer a los exal-tados al primer puesto de la República, por la su-plantación de la voluntad de los pueblos; que, esas preciosas garantías, que a bien ha tenido la nación consignarlas, en nuestra carta fundamental, ni se burlan ni se borran sin caer en el crimen que los pueblos suelen castigar más o menos tarde.

No es del caso, señores, entrar en las apreciaciones de la índole y carácter de los que tales desafueros cometieron con vos, doctor Vela; ellos están como cómplices de la ignominia en que cayó el tirano, y como tales, señalados por el veredicto de los pueblos, que saben juagar de los

hechos generosos y magnánimos. Cuando las pa-siones encontradas hayan perdido el poder de la actualidad, calmándose por la acción del tiempo, y os juzguen las generaciones venideras, no sé si los que elevados a la primera magistratura de la República por la traición y la intriga, sean absuel-tos por la posteridad, ¿Y cómo lo han de ser, si ella, cual juez severo, ha de estimar las acciones de los unos y de los otros? Aherrojaros en inmun-dos calabozos como las cloacas de nuestros cuar-teles, de nuestro Panóptico, que entre nosotros, no llena el objeto que en los pueblos adelantados, cual es la de salvar a los criminales comunes de una existencia que si mala, puede la represión y el castigo regenerarla; aventaros al destierro, a vos, que lleváis entra vuestros ojos, las sombras de la noche, de esa negra noche en que la desgracia os ha sepultado; cosa es, señores, para desesperar de la humanidad, de la justicia y razón; y digo de la razón, porque no me explico cómo pudieron ha-berse cometido crímenes de lesa humanidad en nuestros días.

Cuando os contemplo gimiendo en una de las celdillas de nuestro famoso panóptico, tira-do allí, sin los cuidados de vuestra adorada espo-sa, sin las caricias de vuestros amados y tiernos hijos, y a pesar de vuestra ceguera, vigilado por un verdugo a quien la conciencia pública, lo tiene estigmatizado por la barbarie y crueldad con que trataba a las víctimas que le entregaba el despo-tismo; no sé si preferiría la ignominiosa vida del criminal europeo, que no la del defensor de las garantías y seguridad individual de los ecuatoria-nos, sea éste soldado o escritor público.

No llamaré por más tiempo vuestra atención y la de este distinguido auditorio que ha concurrido solícito al llamamiento del honor ambateño; al hablaros como comisionado, no podía omitir los fundamentos y consideraciones

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que la sociedad liberal de Caráquez ha tenido para manifestarse tan reconocedora de vuestros merecimientos. Doctor Vela, mientras viváis tan superior a los sufrimientos, tan firme y exaltado por la noble ambición del engrandecimiento de nuestra patria; tendréis admiradores, amigos y correligionarios que os ayuden en la grande obra de la regeneración de nuestros pueblos, que tanto han menester de su ayuda. Señores, si algo hay noble, grande y digno del reconocimiento de los pueblos, es sin duda alguna la gratitud para con sus defensores. He dicho”.

Discurso del Sr. Celiano Monge.“Sr. Dr. Juan Benigno Vela: Cómo ocultar

mi entusiasmo en el silencio, ahora que a nombre de nuestros hermanos de Caráquez se os tributa un homenaje digno do vuestros merecimientos! Por otra parte, mal desempeñaría la comisión de presentaros el simbólico obsequio, si a los con-ceptos elocuentes de mis colegas no añadiera una palabra más como intérprete fiel de los que me han concedido honra que tanto enaltece. En el curso de vuestra vida, larga ya si la medimos por vuestros infortunios y sacrificios, debéis lle-var cómo un triunfo el recuerdo de este día, pues nuestra presencia en este lugar, y la del numero-so concurso que solemniza el acto, manifestando están que vuestra abnegación y patriotismo son objeto de la gratitud popular. “Cuando se hiere al hombre brota la sangre, cuando se hiere a la ver-dad brota la luz” ha dicho un eminente escritor: y de sangre y de luz se compone la huella que vais dejando en vuestro sendero; no, sino qué significa el penoso destierro que ciego y pobre soportasteis con valor, y las prisiones y todo género de contra-riedades no abrieron hondas heridas en vuestro pecho! y esa pluma de oro con artísticas incrus-taciones de brillantes no es la imagen de aquella

que ha fulgurado en vuestra mano cuando a pesar de los obstáculos del despotismo fue el vehículo de vuestras ideas luminosas, el maravilloso con-ductor de la electricidad del pensamiento!

Oh! si siempre fuisteis el centinela avan-zado de las patrias libertades, permitid que apo-yándome en la última cláusula del documento que autentica el precioso regalo, y en donde encuentro un estímulo para vos, os suplique que apercibáis el arma que os ha dado tanta celebridad. En me-dio del movimiento armónico y progresivo de la paz que disfrutamos, asoman hoy discordantes tendencias oligárquicas que atentan contra la vida de la República; combatidlas con el ardor de vuestra convicción honrada y con la cons-tancia de la fe en los principios democráticos. Entonces la posteridad aplicará es vuestro loor, lo que ya se dijo del Dante: que nada bastaba a doblegar su alma en tratándose de la patria, porque era como el diamante que sólo es amella con su propio polvo. He dicho”

Discurso del Dr. Juan Benigno Vela “Señores y distinguidos amigos míos:

Tan rudo ha sido el golpe que el infortunio aca-ba, de descargar sobre mi cabeza, que, aturdido aún por tan, brusco sacudimiento, apenas si pue-do darme cuenta de lo que me acontece. Tengo enfermo el cuerpo, enfermo el espíritu; y es por esto, señores, que mi pensamiento no se penetra todavía de la altísima significación que tiene para mí el precioso obsequio que vosotros, con expre-siones que me enaltecen, acabáis, de poner en mis manos, a nombre de los generosos manabitas, mis queridos amigos de Caráquez.

Lo único que se me alcanza, en estos, momentos de dolor infinito de mi alma, es que la ley de las compensaciones, es verdaderamente, providencial. Con la sonrisa del desprecio había

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yo sobrellevado todas las contradicciones de mi vida: persecuciones, destierros, largas prisiones, martirios de todo linaje, nada nada fueron nun-ca parte a quebrantar la firmeza de mi carácter; aceptaba las tempestades, porque las fuertes, emociones han sido siempre una necesidad de mi existencia. Pero así como a los furiosos emba-tes del huracán, no puede resistir, tiembla y cae, hasta el roble más corpulento de la montaña; del propio modo, os lo confieso sin avergonzarme, yo no he podido resistir a la última horrenda prueba a que me ha sometido la fatalidad, separándome para siempre de la dulce compañera de mi vida, del ángel que, comunicándome el fuego de su po-derosa inteligencia, me conducía por entre las as-perezas de la tierra. Ante tan enorme calamidad, he doblado la frente; mi espíritu ha desfallecido, mi corazón se ha destrozado.

Mas, he aquí, señores, que cuando apu-raba a grandes tragos el cáliz de amarga deses-peración; cuando abrumado bajo la pesadumbre de tan inmenso infortunio, iba perdiendo hasta la fe en los gloriosos destinos que más allá de la tumba le están reservados al hombre que sufre y espera; esa misteriosa ley de las compensacio-nes, viene a sacarme de este como eclipse de to-das mis esperanzas. Desde el fondo del abismo en que me hallaba sepultado, escucho una voz que me alienta y anima; y es la dulce voz de la Patria que me habla y me sonríe por medio de ese nobilísimo grupo de distinguidos manabitas que me tienden su mano amiga desde las playas del Pacífico y me halagan con la perspectiva un horizonte de nuevas auroras, de nuevas esperan-zas.

¿Y con qué palabras traduciré ahora los sentimientos que en este instante se agitan en mi corazón? ¿cómo manifestaré mi ternura y re-conocimiento eterno hacia esos generosos y ab-

negados liberales que me honran con sus simpa-tías y me juzgan merecedor de una prenda como ésta, que sólo la merecen los hombres que, como Moncayo y Montalvo, rindieron su jornada en servicio de la Patria? Oh, señores! La situación excepcional en que tantas desgracias me han colocado, me tiene entorpecido; y en vano que-rrían balbucir mis labios una palabra más que exprese la emoción que estoy experimentando. Decid, pues, a vuestros comitentes que no tengo más que lágrimas, como único tributo de gra-titud que ofrecerles; decidles, que, acepto este presente, no porque lo merezco, sino porque él me servirá siempre de estímulo y de aliento; de-cidles que esta Pluma estará siempre consagrada al servicio dela democracia; que ella relampa-gueará como antes contra el fanatismo religioso que embrutece a los pueblos y contra la anar-quía militar que los corrompe y degrada; decid-les que yo, soldado de las grandes y generosas ideas, no abandonaré jamás mi puesto; que tan luego como pase de mis labios la copa de hiel que estoy apurando, volveré a la brecha a com-batir como bueno por la santa causa de la Liber-tad; y decidles, por último, que les estrecho la mano con toda la efusión de que soy capaz en estos supremos instantes de agonía, en que todas las amarguras de la vida, se hallan concentradas en mi corazón.

Y vosotros, distinguidos amigos míos, dignaos también aceptar el homenaje de mis respetos y mi más sincera gratitud, por las hon-rosas expresiones con que acabáis de elevar mi humilde personalidad y por la pompa inusitada con que habéis hecho más pública la manifesta-ción de simpatía de mis queridos hermanos de Caráquez. He dicho”.

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CONDECORACION BUSTO DEL LIBERTADOR

Inusitado incidente se produce en la Le-gación de Venezuela, incitado por el Coronel Pedro Pablo Echeverría, vulnera la Legación del nombrado país, para apresar al ya acogido señor Vicente Lucio Salazar, ex Vicepresidente ecuato-riano, y llevarlo preso a la Penitenciaría. Más, el Encargado de Negocios elevó la protesta por el atropello, el Dr. Vela, Delegado del Jefe Superno, responde en términos pacificadores, a la vez que reconvenía el hecho. Esa misma noche, el señor Salazar sale en libertad con dirección a la Lega-ción venezolana.

El Encargado de Negocios, Don Ramón Calvo, mediante comunicación de 7 de septiem-bre de 1895, dice: “Compláceme reconocer que U. S. H. reprobó el atentado y sumió la actitud más resuelta en contra de él, al extremo de subir con vatios caballeros y conmigo al Panóptico, en avan-zada hora de la noche, para poner en libertad, sin pérdida de tiempo, al señor Salazar y restituirlo a esta Legación; comportamiento que aplaudí en-tonces, que aplaudo ahora, y por el que presento a U.S.H. mi más sincero agradecimiento…”

El Presidente de Venezuela, por esta ac-ción condecoró al doctor Vela, con el Busto del Libertador y le obsequió un precioso bastón de carey, con empuñadura y borlas de oro.

POR LA HONRA DE AMBATO Reproducimos a continuación el hermo-

so artículo que “El Telégrafo” de Guayaquil, en su edición del 25 del mes actual, registra en sus columnas de honor.

No hacemos comentarios, porque la he-

roica muerte de Atahualpa, no los necesita, pero si queremos que todos los Ecuatorianos sepan de la sangre del hijo amado del ilustre Ciego de Am-bato está impresa, de modo indeleble, en la frente de todos los protervos que, directa o indirecta-mente, han contribuido a la injustificable revolu-ción que acaba de ser vencida entre torrentes de sangre y a las faldas del Chimborazo. Ambato, enero 30 de 1899 Amigos del Dr. Vela

Laureles y crespones, muerte de Atahualpa Vela

Hijo del doctor don Juan Benigno Vela.

Existe en la hermosa capital del Tungurahua un lu-chador invencible.

Todos los rigores de la suerte le han herido en el pecho, pero no le han doblegado. Huyó la luz de sus pupilas, y quedose envuelto en las tinieblas; pero voluntad de hierro no ha sido batida por las sombras.

Con mano segura empuña el estandarte del liberalismo y avanza con paso firme y rápido a la ca-beza del Partido.

Es un atleta en la campaña política; es un apóstol en la tribuna, es un héroe en sus luchas y es un mártir en sus desgracias!

Las borrascas políticas se han desatados so-bre su cabeza pensadora; las pasiones le han acosado como fieras salvajes; pero los pueblos asombrados le han visto siempre erguido en medio de sus triunfos y en medio de sus desastres.

Como atleta ha luchado mil veces; como apóstol ha formado escuela; como héroe se ha cu-bierto de laureles y como mártir se ha desgarrado entre las espinas de la adversidad.

Esta gran figura política se llama Juan Benigno Vela. Los pueblos le denominan el ilus-tre ciego del Tungurahua. Y no es raro que un cie-

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go ilustre, haya esparcido tanta luz entre la moderna generación que le rodea.

Su nombre se pronuncia con respeto, y en su presencia, todas las cabezas se descubren.

Se le ama y se le admira por todos los que rinden activo culto a la libertad. Se le odia y se le deprime por todos los sectarios del terror.

Ambos sentimientos, aunque opuestos, con-tribuyen al prestigio de una personalidad: el aprecio de los buenos y el odio de los malos.

La política, en nuestro país, tiene sus abis-mos y sus eminencias: a los primeros rueda toda la escoria que pretende elevarse; sobre los segundos as-cienden, con vuelo de águila, los hombres superiores.

Vela se levanta sobre una de estas cumbres.

Ha sacrificado por el Partido Liberal todo cuanto la abnegación ha podido inspirarle: libertad, fortuna, paz y afectos.

Cuántas veces se le ha presentado la a- mar-ga copa de las privaciones físicas o en las torturas morales, otras tantas le han apurado hasta las heces.

Pero la suerte implacable no se cansa de he-rir al viejo luchador, y hoy le asesta en el corazón el más rudo de sus golpes.

Su hijo Atahualpa, de doce años de edad, ha sucumbido en la revolución luchando contra los inva-sores del norte.

La muerte de ese niño ha causado una sen-sación dolorosa en toda la República, y las miradas todas se han vuelto hacia el ilustre padre para con-templarle en medio de su inmenso duelo.

Dejar correr las lágrimas del gran ambateño. La prueba ha sido esta vez demasiada cruel.

Todas las torturas palidecen ante esta pro-

funda herida; todos sus amargos recuerdos de ayer se extinguen ante la desgracia presente, y el atleta tiem-bla, y el apóstol calla; y el héroe arroja sus triunfantes

palmas, el mártir y llora. Dejarle llorar todos los que le amáis; dejadle

llorar todos los que le aborrecéis; pero des- cubríos los unos y los otros ante el dolor de su padre sobre el cadáver de su hijo.

Tregua por un momento en la terrible lucha. Venid los amigos; venid también los asesinos, y do-blar la rodilla ante la tumba de ese glorioso peque-ñuelo que ha vertido su sangre en el campo de batalla.

Cuatro balazos han atravesado el corazón de ese adalid infantil. ¡Cuánto diera Vela por des- correr el velo de sus ojos, y contemplar por la vez última el rostro yerto de su hijo tan querido!

Él era quien guiaba sus pasos; él quien ofre-cía el apoyo de su brazo al venerable autor de sus días; el quien veía por el padre ciego!

Vela ha perdido otra vez la luz de sus ojos, y las tinieblas son ahora más densas en medio de su dolor.

Pero, ¿quién ha matado a este niño? ¿Dón-de están los miserables infanticidas para abrumarlos con el anatema universal?

Allí los tenéis: es la vil falange de extranje-ros mercenarios, alquilados por diez sucres para ha-cer obra de exterminio en el Ecuador!

Las cuatro balas que han herido a Atahual-pa, están pagadas a un precio.

Así es como luchan los infames!

El golpe está ya dado! Como os regocijaréis, los miserables, en presencia de este duelo nacional?

Pero queda aún otro hijo de Vela en la cam-paña. Matadlo también, si es que no sabéis que el ilustre Ciego del Tungurahua, tiene el alma templada en el patriotismo.

Guzmán el Bueno Imprenta comercial de Salvador R. Porras.

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LA CASA DE MONTALVO, HONRA LA MEMORIA DEL DR. JUAN BENIGNO

VELAMediante la publicación de la Revista Nº

36 y 37 de 9 de julio de 1943, la Biblioteca de Au-tores Nacionales honra el nombre esclarecido de otro coterráneo, doctor Juan Benigno Vela, publi-cista de gran fuste, por haberse distinguido como uno de los mejores y más ardientes defensores de la Libertad y la Democracia.

Prólogo: “Después que hubimos dedicado el nú-

mero anterior de nuestra revista, a honrar la me-moria veneranda de nuestro don Pedro Fermín Cevallos; nuestro deber nos imponía dedicar el presente a honrar el nombre esclarecido de otro coterráneo, doctor Juan Benigno Vela, publicis-ta de gran fuste, no solamente por la casticidad de su estilo clásico, sino por haberse distinguido como uno de los mejores y más ardientes defen-sores que la Libertad y la Democracia tuvieran en el escritor valiente y de frase rotunda, para enfrentarse con la tiranía de una época luctuosa.

Al doctor Vela cúpole la suerte de enris-trar su encandecida pluma contra la perversión política de Veintemilla y de Caamaño y echarles en cara los escandalosos abusos que cometieran durante sus magistraturas de opresión y de cons-tante latrocinios; pues nunca los espíritus inde-pendientes como el de Montalvo y Vela podían ser indiferentes a los desafueros de aquellos go-bernantes: almas viriles, caracteres moldeados a la antigua, la franqueza en la lucha política fue propia de ellos: la protesta vivió siempre en sus labios condenando la iniquidad, y cada panfleto de aquellos hombres eran masas demoledoras que habían de destruir poderes mimos con la pujan-za atlética de sus plumas, sin claudicar ante los

martirios de las persecuciones, del presidio ni del ostracismo, que fueron gajes de su apostolado.

La apoteosis de los hombres que se han distinguido por su talento, patriotismo y carácter, suele imponerla su propia fama; la popularidad de los nombres subsisten consagrados en las lides de la política o del arte, y a pesar de que los escri-tos del Ilustre Ciego Ambateño son poco conoci-dos por las jóvenes generaciones de hoy, el nom-bre del gran escritor y del tribuno parlamentario, continúa brillando.

Con el fin de hacerlos conocer siquiera en una mínima parte, para que los lectores se formen una idea de quien fue el hombre, hemos dedicado una sección de nuestra revista, en la cual reproducimos algo de los diversos géneros en que espigó el autor de “El Espectador”, “El Combate”, “La Idea” “El Ar-gos” y “El Pelayo”; como un número de la fiesta del Centenario de su nacimiento, que el pueblo ambateño festeja; pues jamás fue este indiferente a la venera-ción de los varones que le han engrandecido con su talento; y digno es el doctor Vela de este homenaje.

Si sus escritos fuesen reproducidos en libros como de Montalvo y suficientemente conocidos en el mundo de las letras, seguros estamos de que su nom-bre elevaríase al monte de la fama y ocuparía en él, el lugar que le está reservado con los inmortales consa-grados ya del terruño ambateño.

La Redacción” Hombre no de los comunes, el ilustre Ciego. Desde la costa ecuatoriana, el caballero

guayaquileño de cultura y hombre público ecua-toriano, Dr. Alfredo Baquerizo Moreno, conoce-dor del homenaje en el centenario del natalicio del adalid del periodismo de combate y liberal le-gislador, se dirige al Director de la Casa de Mon-talvo, con el siguiente mensaje:

“Villamil, Abril 10 de 1943.-

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Señor don Carlos B. Sevilla, Ambato.- Muy apreciado señor y amigo: Con qué gusto correspondería a la mane-

ra antigua, a su amable llamamiento por acercar-se el Centenario del ilustre Ciego, del esclarecido ciego Vela; el de noble e inmenso corazón hecho para la Libertad y un clamor para el derecho y la justicia; ciega ésta también, pero recta y verdade-ra en la práctica del juzgamiento de buenos y de malos, en hombres, pueblos y naciones.

Más; ¡ay! señor y amigo; que no todo tiempo es igual, ni la suerte siempre la misma, lo advirtió Horacio siglos ha, y estoy por decir que lo siento ahora y lo comprendo en mí.

A su muerte, envié un telegrama de pé-same al I. Concejo de su ciudad natal; y antes cuando el Senador de la República, por cansan-cio, desengaños, o talvez oscuridades en la mente y la visión espiritual de otros, que en él eran la mente clara y la visión iluminada, se excusaba de asistir al Senado, le pedí en carta de mi puño y letra, que no abandonase el cargo; que a él, como a un Senador romano, la muerte debería hallarle, sorprenderle, sentado en su curul para honra de ese cuerpo y honra de la Patria que tan amante y consagrado a ella lo tuvo siempre. Quizá entre los papeles de familia se conserve esa carta todavía. No tengo copia, que de tenerla, iría aquí en todo o siquiera en parte.

Punto a ella, y adelante: Alto, fuerte, arro-gante; levantada la cabeza, como mirando al cielo, como requiriendo de él inspiración y luz para esas sus batallas de rebeldía contra los poderosos de arriba, en favor de los oprimidos de abajo.

Tras la muerte de Montalvo quedó el Cie-go en un fervor de lucha, decidido y valiente, de cara al sol, de cara a todo enemigo por temible y grande que fuere. Hombre de los no comunes, de los extraordinarios ciertamente; de los que al fin y

al cabo prevalecen y pesan como un monte, como un Tungurahua y sueltan la voz y mueven la plu-ma porque salte y corra de ellas el raudal de una elocuencia victoriosa que en cláusulas de fuego va y viene, y abraza y consume y condena el hacer y decir del malvado o tirano su contrario.

Me parece estar viéndole, estar oyéndole, en el silencio del Senado, cuando se levantaba a hablar con majestad y sinceridad de Apóstol, aus-tero y convencido, sin debilidades ni temores al desenfreno a veces de turba o barra alborotada. Un clarín de guerra, o un clarín de dianas vencedoras.

En su trato afable y cariñoso. Su voz de amistad de las inolvidables y persuasivas. Des-pués de él, nada ni nadie que se le parezca como adalid de acción y de palabra. Todo en uno y con solo un fin: la patria y su pueblo y su gobierno. Estamos huérfanos ya de aquel pensar, decidir y proceder en los que fundaron y consolidaron la República sobre cimientos de positiva e inconmo-vible democracia.

Este Ciego no pasará en el tiempo como el Ciego Homero o el Ciego Milton; pero vivi-rá con notoriedad perdurable, inextinguible, en cuanto abarca su solar nativo, en cuanto abarca el de toda su nación; y sonará como un acorde en tono mayor como expresión eterna de anhelos de libertad, confirmados en prisiones, confinios o destierros que le volvieron mártir, y como tal sagrado para toda fe liberal, para toda fe de igual-dad y fraternidad humanas.

No iba a tientas; iba siempre adelante, el paso firme y seguro por difícil y áspero que el sen-dero fuera.

Hombre de letras; y qué letras, de las que aparte el gozo en lo bueno y bello de ellas punzan y hieren hondo y largamente; de las de profecía y anatema; de las de combate en acciones me-

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morables; o las de un centinela oportuno, en los momentos de cuidado y guarda de los más caros intereses patrios, no raras veces descuidados, sin por ventura no atropellados. Colón descubrien-do un mundo que nadie veía, mar sin orillas, de profundidades insondables es ese que forman, alimentan y dilatan la inteligencia y la visión es-piritual del hombre. Oh! Ciego, Ciego, cómo eras tú de esos que ven e iluminan en las oscuridades del tiempo; que ven e iluminan en las oscuras le-janías del espacio.

Dios lo quiso, Dios lo quiso y cortó el estambre de una vida llena al fin de consideracio-nes, llena además, de merecimientos en toda su carrera de porfiado e invencible luchador, de glo-rioso y noble vencedor. Dios lo quiso, y se lo llevó de entre nosotros. Tuvo aflicciones, desengaños muchos; tuvo silencio, si no olvido, en los prime- ros años de su muerte; silencio, de estupor acaso, mas ahora, la misma muerte le prepara coronas entretejidas de frescas siemprevivas y recuerdos inmortales. Será ensalzado en la hermosura de su provincia, en la belleza de su patria y en la me-moria imperecedera de toda gente de libertad y corazón.

Cuando vivía, le admiré; leyéndolo y oyéndolo, me sedujeron y cautivaron, su altivez de espíritu y entereza de voluntad; y conservo de él, el gratísimo recuerdo de una leal amistad co-menzada en el crepúsculo lento, tranquilo de esa existencia tan agitada, tan singularmente doloro-sa y triunfadora.

Puede usted publicar esta carta de con-testación a la suya, siempre que juzgue que hace al caso o sea al propósito de la Casa de Montalvo; y, sobre todo, si no desdice del nombre y fama de tan gallardo e inolvidable Señor, que hace pensar en Montalvo y otros que la Naturaleza, o algo más alto, encumbrado y distante, provee magnánima-

mente para bien de los hombres y los pueblos y, en ocasiones para lección y hasta castigo de ellos. Alfredo Baquerizo Moreno”

MONUMENTO A JUAN BENIGNO VELADr. Luis Pachano Carrión, Alcalde.

En este sitio, balcón precioso de la ciu-

dad, nos hemos reunido para ser testigos y acto-res a un mismo tiempo a de un acto que tiene una plural trascendencia por cuanto reúne las facetas de una evocación, de un homenaje y del cumpli-miento de una deuda de alto valor cívico.

Aquí nos hallamos los ambateños de hoy para rendir homenaje a los ambateños de ayer, a los grandes constructores de una vigorosa personali-dad ciudadana que informa a nuestra patria chica, a los que en Ambato, como en pocos lugares de la patria, afloraron en el decurso de un corto lapso en calidad y en números extraordinarios; homenaje que lo hacemos en la persona y a la memoria de Juan Benigno Vela, porque es él, en cierta forma, la síntesis de los grandes ambateños del pasado si-glo; porque en él están vigentes por igual las con-diciones del polemista, del escritor, del maestro, del poeta, del tribuno, del político y más que nada, porque reúne en su ser los atributos más nobles del espíritu, que van desde el amor a la patria, la lu-cha permanente por la libertad, la defensa de los ideales, hasta el desinterés personal y el olvido de sus propios deseos e individualidades inquietudes; porque colocó por encima de sí mismo el derecho que defendió, la rebeldía que le inspiró.

No vamos a trazar un esbozo biográfico del ciego Vela; eso queda para los escritores que investigan asiduamente las páginas de la vida hu-mana; venimos a inclinamos reverentes ante su memoria y a iluminarnos con la diafanidad de su ejemplo; venimos a pensar en lo trascendente de

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una vida que encontró ante sí dolor e injusticia, que se empapó en el vía crucis de un pueblo que necesitaba todo, comenzando por su propia liber-tad; por un pueblo que sufría por encontrar un ca-mino que le permitiera transitar por rutas mejores y más justas. Venimos a evocar la limpia trayec-toria de un hombre que comprendió el papel que todos tenemos ante la vida y supo cumplirlo con tenacidad y estoicismo. No es inmortal quien ate-sora riquezas materiales y deja herencia de bienes para el provecho personal. Lo es quien edifica para la sociedad, constituyéndose en célula po-sitiva para ella; es grande el que entrega lo mejor de sí para llevar adelante una idea, para sembrar las bases del futuro, para allanar los caminos del porvenir olvidándose de sí mismo, olvidándose de egoísmos y emulaciones y buscando las gran-des satisfacciones solamente a través del servicio colectivo.

El Dr. Vela fue de esos iluminados. Vi-vió en una patria y en un momento en que todo estaba por hacerse. Cuando recién la libertad re-publicana nos había trazado el camino de la inde-pendencia, vino al mundo y se encontró con que la verdadera libertad no existía, que subsistían el sistema y las condiciones coloniales. Se inspiró en las ideas de la Francia revolucionaria y dedicó su vida a hacer realidad el tríptico romántico y humanista de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”; a ello entregó su esfuerzo desde la cátedra, des-de el periódico, desde la tribuna y desde la curul legislativa. Su palabra vibrante atronó en el con-greso como la de un quijote redivivo destrozan-do enemigos, forjando conceptos, proclamando ideas. Su pluma rebelde e inconforme refulgió en las páginas de “El Combate”, “La Idea”, “El Ar-gos” y “El Pelayo” con sabor de verdad, con furia de luchador romano, con ironía y exquisitez de un maestro del idioma.

Concebía la verdadera vida republicana como el súmmum de sabiduría, moralidad, jus-ticia y libertad. Por ello, frustrado ante el siste-ma, más que sistema, la modalidad ignorante y atrabiliaria de entonces, escribió en 1.878 “El Espectador” a manera de testamento, un mensa-je que ahora sobre todo debemos exaltarlo para cumplirlo: “mando que con parte de mis peque-ños recursos se levante, en el salón donde se reu-nió el congreso constituyente, cuatro estatuas que representen la sabiduría, la justicia, el pudor y la libertad, diosas que fueron ultrajadas y pisotea-das por los viles que traicionaron la voluntad de los ecuatorianos”, mensaje éste que sigue tenien-do permanencia urgente en el Ecuador de 1.980 y que retrata de cuerpo entero a un irascible denun-ciador de vicios cívicos y estulticias humanas.

Dice Albert Camus: “¿qué es un hombre rebelde?: un hombre que dice que no. Pero si se niega no renuncia; es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Cuando no

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puede más, acepta la última pérdida que le supo-ne la muerte, si debe ser privado de esa consagra-ción exclusiva que llamará libertad. Antes morir de pie que vivir de rodillas”.

Estas palabras de ese gran escritor fran-cés nos sirven a nosotros para hablar de Vela. Su posición, su insobornable forma de luchar, le valieron persecución y odios y fue a la cárcel, supo de la ira de los gobernantes y sufrió el veja-men, la prisión, la calumnia; pero se mantuvo de pie. La mendacidad de sus enemigos aprovechó la cándida ignorancia de la gente para acusarlo de enemigo de la religión, buena arma entonces para levantar en su contra el odio del iletrado y del fanático. Pero se mantuvo de pie. La mis-ma vida se ensañó cruelmente con su persona. Quedó ciego y sordo en sus mejores años. Pero se mantuvo siempre de pie. Ni odios, ni perse-cuciones, ni ceguera, ni calumnias, pudieron destrozar el cuerpo de roble y el alma de ace-ro de este ambateño, ni tampoco fueron óbice para que abandone su sitio de batalla y continúe con su concurso espartano en la brega de esos años duros de la patria que él ayudó a impulsar cuando afloró la algarada heroica revolucionan-do conceptos y sistemas. Fue testigo y fue sujeto del triunfo de la revolución liberal y de la en-tronización efímera, lamentablemente pasajera, de la proclama soñadora de libertad, igualdad y fraternidad.

Es un hombre -digo es, porque permane-ce su idea en plena vigencia- que se yergue como su estatua, viril y señera en el panorama de la his-toria ecuatoriana. Como el vigía que nos obliga a seguir sus pasos para no permitimos pisotear otra vez sus diosas tutelares de la democracia; se yergue con la digna modestia del hombre desprendido que ordenó, cuando fue Inspector de escuelas en nuestra provincia, que su sueldo sea invertido en la compra

de libros para los niños del pueblo, porque dijo que su pobreza no les permite adquirirlos, pues por esta falta no concurren en gran porción a la Escuela.

El Ilustre Municipio Ambateño cumple hoy con un deber insoslayable al erigir e inaugu-rar el monumento que perpetúa la memoria física de quien tiene ya su monumento en la conciencia y en el alma de los ambateños; entrega a la Ciudad y a la veneración de las generaciones la efigie del glorioso tribuno; lo hace con la conciencia del acto, con la profundidad de su simbolismo. En el bronce se hallan confundidos y unimismados los sueños de Vela; sus momentos de dolor y de lágrimas, sus instantes de triunfo y esperanza. En el silencio frío de la estatua bulle la idea, están presentes ese ayer sepultado en el recuerdo y la calidad humana de un prócer. Es un deber que el Municipio desde su ante-rior administración, cuando el Alcalde de entonces Arq. Pedro Vásconez y sus concejales concibieron la feliz idea y dieron los pasos para su materializa-ción, hasta cuando nosotros planificamos este bello escenario, teníamos que cumplirlo; esa fue nuestra inspiración. Montalvo, Mera, Cevallos, Martínez, tenían ya el escenario para su propia grandeza. Am-bato estaba en deuda con su tercer Juan y había que pagarla. Pagarla con amor y con respeto, con orgu-llo y con alegría; devolver al paradigma del valor parlamentario, de la pluma refulgente y del espíritu indomable, todo lo que nos diera en el curso de una vida ejemplar y sin mácula.

Así lo hacemos; desde este día y proyec-tándose en la historia, la efigie de Juan Benigno Vela dominará su Ciudad desde este lugar hermo-so consagrado a su nombre. Unido en el bronce, con la delicadeza de la flor, hermanado con el ár-bol y con el ave, cobijará a Ambato con su mensa-je permanente el espíritu del inmortal ciego.

Ambato, 11 de noviembre de 1.980.

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ESPÍRITU PERIODISTICO Y TRIBUNO LEGISLADOR

Una vez más anhelo desahogarme señalan-do que investido con espíritu de ambateñía, quiero posesionarme del grande compromiso de llegar a la conciencia nacional, mediante este aporte cultural moderado, con el sano propósito de ofrecer el per-fil periodístico del Dr. Juan Benigno Vela, para ello, con mucha paciencia y dedicación, he recopilado una serie de artículos periodísticos propagados por el Ilustre Ciego; Reproducción de diversos debates del Tribuno Liberal en el parlamento; y, Además ren-glones de reconocidos escritores nacionales del siglo pasado y contemporáneos, estudiosos del defensor de la Libertad y la Democracia, Dr. Juan Benigno Vela.

Desde muy joven inició su valerosa y constante lucha en defensa de la libertad y los de-rechos ciudadanos, con severa palabra y median-te su pluma fragua conceptos y pregona ideas, o también enfrenta y destroza a sus enemigos con coraje fundamentado en la verdad, todo aquello aparecería en las páginas de los periódicos que funda y dirige, son de tendencia liberal, siempre defendiendo la libertad nacional. Dr. Juan Benigno Vela, defensor de la Libertad y

la Democracia. Foto del óleo de César Villacrés.

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No hay duda de que Juan Montalvo y Juan Benigno Vela, fueron los más altos expo-nentes del periodismo del país. Por un lado, Montalvo como el periodista y panfletario más significativo de América Hispana y luchador más implacable contra las tiranías, indiscutiblemente sufrió constantes persecuciones por los gobiernos dictatoriales. Y por otro lado el ciego ambateño, hace de su vida y obra un misionero del liberalis-mo, tuvo en el parlamento sus más altos triunfos.

El destierro, la cárcel, y el confinamien-to fueron sus preseas como periodista marcó una época interesante para el periodismo liberal de Ambato, desde que 1883 empieza a publicar El Combate para oponerse a la dominación conser-vadora de la Restauración hasta 1887, ciertamen-te sufrió constantes persecuciones de parte de los gobiernos tiránicos. Edita La Idea que dura más de dos años. En 1890, con el periódico “El Argos” a encontrándose completamente ciego, establece una lucha implacable por acabar con la corrupción política y moral. Más tarde, edita “El Pelayo” en el que demuestra su absoluta inde-pendencia al criticar a Alfaro, por la forma como canalizaba la política a raíz de su reciente triunfo. Después del fusilamiento del periodista Víctor León Vivar, por Franco, Vela pide el castigo más ejemplar para los responsables. Como lo expre-sa Albuja en su libro: “El periodismo de Ambato fue una llamarada para el periodismo libertario ecuatoriano

Del parlamentario don Juan Benigno Vela, “Titán del liberalismo” aclamado así por el escritor Darío Guevara, anhelamos construir la silueta del humanista tungurahuense, quien perteneciera a la Edad de Oro de la Literatura ambateña de finales del siglo XIX, esta sección complementa la obra “Vida y obra de Juan Benigno Vela”, reúne apre-ciables documentos de la pluma del reconocido es-

critor, así como también opiniones de valiosos in-telectuales nacionales, documentos que permiten ampliar la comprensión de la rígida personalidad.

El objetivo de esta misión investigativa, es contribuir con información encaminada hacia la juventud ambateña, como nacional, propagando y nuevos saberes, para el análisis de los quehaceres desplegados tanto en la política, como en el perio-dismo, desde los inicios de la ideología liberal, en la tercerea parte del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo pasado, y registradas en la ac-ción parlamentaria del riguroso Ciego ambateño.

El pensamiento social ecuatoriano. El Dr. José Peralta, manifiesta: “Hablar

del Pensamiento Social Ecuatoriano y su desarro-llo a lo largo de nuestra Historia, significa nece-sariamente adoptar ciertos criterios de periodiza-ción, de etapas a lo largo de las cuales ha surgido. El pensamiento de los hombres refleja la realidad dentro de la cual, se desenvuelven y se encuen-tran inmersos, la estructura o fases de un sistema, en una sociedad determinada. Para su estudio, no hay que descuidar la naturaleza del discurso, de las ideas vertidas, de sus formas de relacionarse con otras y fundamentalmente el interés político que lleva implícito.

Todo pensamiento es el reflejo de cómo una determinada clase social o determinados gru-pos interpretan el momento histórico en el cual viven, así como los intereses que los animan, es por ello que partimos de la periodización históri-ca existente y aceptada en nuestro país, puntuali-zando eso sí que el pensamiento de los hombres siempre aflora en una multiplicidad de formas, lo cual hace aún más interesante este estudio.

“…La proximidad de Montalvo hacia profundos cambios en su pensamiento, se pueden apreciar en sus expresiones, pero en todo caso sin

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exagerar se ha dicho que mientras Montalvo fue la pluma, Alfaro fue la espada del liberalismo.

En este mismo esquema merece citarse a Juan León Mera, a Juan Benigno Vela, a Pe-dro Fermín Cevallos, Juan Murillo Miro, Rober-to Andrade, Celiano Monge, Manuel María Pó-lit, Benigno Malo, Honorato Vásquez, Antonio Borrero y Cortázar -“el Catón Azuayo”-, Pedro Carbo, Antonio Muñoz Vernaza, Manuel J. Ca-lle, Federico Proaño, Remigio Crespo Toral y tantos y tantos autores más; unos poetas, otros estadistas, políticos, periodistas, historiadores, prosistas; unos auténticamente liberales, otros directamente influenciados por el catolicismo y una religiosidad elocuente, alineados en el par-tido Conservador o “ultramontanismo” como se los calificó.”

Forma y espíritu del periodismo ecuatoriano

Del profesor universitario Jaime Chávez Granja, divulgado en NUEVA ERA, Revista Inte-ramericana de Educación y Cultura, “Tribuna de los líderes de la educación contemporánea”. Volumen XXI, Quito, año 1953.

La pluma de Montalvo, “…el hombre so-bresaliente del periodismo ecuatoriano… Su nombre tiene permanente eco o resonancia en la idea o en la emoción de los ecuatorianos. Y no puede ser de otra manera. Porque uno de los capítulos más importantes de nuestra historia gira alrededor de la obra montalvi-na; obra que en su mayor parte fue de periodismo… Periodismo inspirado ideológicamente en el libera-lismo, nacionalmente en las desventuras de la de la República y subjetivamente en su propio corazón de hombre culto a la vez que apasionado…”

Época del Liberalismo, “Las mejores in-teligencias, los talentos firmes, que nada tenían que ver con el oropel, se consagraron al periodis-

mo para el mantenimiento de los principios libe-rales, para la réplica incansable con el adversario y también para la crítica de sus propios hombres y de sus propias actuaciones. Entre otros podemos citar a Juan Benigno Vela y Abelardo Moncayo. Pero en general todos los valores intelectuales del liberalismo tuvieron acción decidida en las columnas de los periódicos que tenían como eje vital el de la política.”

El periodismo en la dialéctica y en la política ecuatoriana.

Publicado en Quito, el año 1979, obra del escritor imbabureño Alfredo Albuja Galindo, cate-drático, historiador, y periodista, en el capítulo “Re-conocidas figuras en el periodismo del Ecuador”, señala: “Otra figura destacada que influyó en el pe-riodismo ecuatoriano en la época liberal fue Juan Benigno Vela, enfatizado por su inclinación liberal y la democracia por delante formó parte también del parlamento y el Foro Nacional.

Oponiéndose a la dominación conservado-ra, Vela funciona como periodista doctrinario de Ambato desde 1883 donde saca el diario” El Comba-te”. Su oposición al Gobierno le trajo complicaciones, donde se ve obligado a suprimir este diario. Un año más tarde edita “La Idea” siendo éste la recompensa del anterior.

Hay que recalcar que este personaje por los años 1890 se encontraba ciego, pero no le importó y su lucha por sacar al país adelante ganó. En este año sacó un periódico simbólico titulado “Argos”, luego de seis años edita “El Pelayo” en donde demuestra su independencia política al criticar al viejo luchador.

En la época presidencial de Veintimilla fue desterrado a Perú y Nicaragua por publicar “El Es-pectador al igual que “El Regenerador” donde regre-só luego de la caída de la presidencia de Veintimilla. Otro logro periodístico fue publicar en el Gobierno de

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Caamaño “El Combate” que se caracterizaba por ser un periódico de violenta oposición. Caamaño tomó al periodista como una víctima del soborno y como no lo consiguió continuó una persecución continua”

“El periodismo de Ambato fue una llama-rada para el periodismo libertario ecuatoriano parti-da para el mañana. El mundo se debate en una crisis profunda y se desangra por los cuatro costados de las rutas de fé para los hombres y los pueblos, de todos los meridianos y latitudes. Sin embargo, todavía debe haber el valor y el coraje de retar al tiempo y la contingencia para que el periodismo ecuatoriano sepa salir airoso de las pruebas decisivas. No segu-ramente esgrimiendo el palo de ciego, tampoco sir-viendo a intereses y circunstancias transitorias, sino tratando de avisorar un mundo de ideas justas y de apasionamientos generosos.”

Su pensamiento se rescata en un escrito diri-gido a Manuel de Jesús Calle: “…Nuestra conciencia nos dice que somos hombres de bien, que persegui-mos nuestro ideal y que todo lo sacrificamos por él.”. De su vida profesional y del legado que obsequió al periodismo ecuatoriano hasta la actualidad, mani-fiesta: “es una figura interesante en el periodismo nacional, en el foro y en el parlamento, por su actitud cívica inquebrantable por la libertad y la democracia ecuatoriana...”

Juan Benigno Vela, un gran paso para la historia.

El historiador Alfredo Pareja Diezcanseco, señala: “Las duras realidades de la encrespada po-lítica de esos tiempos -1830-1895- harán que las lu-chas cívicas se conviertan en luchas armadas, y que las garantías ciudadanas no sean otra cosa que ga-rantías para conspiraciones profesionales y saltea-dores del poder político, su principal periodista fue Juan Benigno Vela, este era Ambateño cuyo perfil de su vida romántica hace de su vida y obra un mi-

sionero del liberalismo, como la más alta forma de la dignidad humana, de tolerancia, ideas y fe de los principios democráticos”

“Tuvo en polémica sus más altos triunfos, el destierro la cárcel y el confinamiento fueron sus presas como periodista, publicó El Espectador, El Combate, El Argos, La Palestra, El Pelayo y otros dejando la huella de su oratoria de elevada alcurnia mental en las actas del congreso. Vela marca con su celo una etapa en el periodismo doctrinario de Am-bato, es uno de los principales opositores a la do-minación conservadora de la Restauración de 1883 viéndose obligado a suspender en 1887.”

“En 1890 funda El Argos periódico simbó-lico de esa época, después de un accidente y quedar ciego decide terminar con la corrupción en el país, editando en 1896 El Pelayo, en el cual demuestra su absoluta independencia al criticar a Alfaro por la forma en como canalizaba su política a raíz de su reciente triunfo, pero después del fusilamiento del periodista Víctor León Vivar, por Franco, Vela pide el castigo más ejemplar para los responsables.”

Juan Benigno Vela “Soliloquio”

El la Publicación del Grupo América de la ciudad de Quito, aparece la edición AMERICA Nº 77, del año 1943, la dirigen los intelectuales Antonio Montalvo, Oscar Efrén Reyes y Julio Endara. Acertamos el artículo escrito por el ca-ballero quiteño, hombre público y prosista, Don José Rafael Bustamante, quién retrata la austera grandeza del Dr. Vela, el admirable proscrito de la fortuna:

Escribía “El Pelayo” levantando bandera, a guisa del infante español para combatir a los moros, contra la patulea bárbara y el caudillaje desaforado de los primeros tiempos de la domi-nación política que arrancó de la revolución del

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95. Eran él y otros la Gironda en la Convención, la Gironda, esto es, el grupo selecto de hombres libres y pensadores que sienten su ideal heri-do viendo cómo la revolución de la que fueron pensamiento y alma, se convierte en crimen es-téril para la libertad, fecundo para la anarquía, el atropello y el despotismo, junto al sublime cie-go Vela, en la Gironda estaban Modesto A. Pe-ñaherrera. Julio Andrade, Gonzalo Córdova. José Peralta, Julio Fernández. Francisco De P. Avilés. Gabriel Ullauri. Abel Pachano, Alejandro Villa-mar, Alcibíades Cisneros. Eran los girondinos, que no terminaron en el aparato de Gui-llotin. gracias a que nuestra revolución no alcanzó la ferocidad de la que proclamaba y consagraba los derechos del hombre que hoy yacen sepultados bajo la bola totalitaria después de recibir el pisotón aleve y canalla de los políticos demócratas, obra maestra, engendro admirable del genio revolucionario.

No recibieron la caricia de la guillotina nuestros girondinos, pero fueron derrotados y aho-gados como lo es siempre el grito libre y la voz ra-cional en el tumulto, en la revuelta, en medio de esta humanidad que si no es intrínsecamente mala como lo quisieron ciertos ingenuos estudiantes en un debate curioso, en la mayor parte de las veces, casi siempre, viéndola tan incapaz de orientarse, or-denarse y liberarse, desgarrándose y devorándose a sí misma, parece irremediablemente tonta y bruta.

El ciego de Ambato tuvo entonces rasgos de verdadera grandeza. Llegó a la cúspide de sí mis-mo, donde llegan tan sólo los hombres superiores y pudo desde allí contemplar el panorama triste y mísero de la política y la revolución. Descendió des-pués quizá de esa altura para transigir y ser huma-no y razonable y mezclarse en la corriente de los sucesos opacándose y deslustrándose, pero nada de esto puede amenguar la nobleza de su actitud

cuando ciego y sordo, y por lo mismo ensimismado, reconcentrado, ardiendo en su interior, despidien-do fulgor extraño, supo erguirse y elevarse, en las robustas alas de su pensamiento y de su corazón, para lanzar el apostrofe encendido, el anatema re-lampagueante, la protesta airada contra las tropelías de la fuerza y del poder que en el furor de la lucha y el arrebato de la victoria, desmienten y ultrajan todo lo que invocaron para cohonestar la violencia, esa estúpida virilidad que la política adora como su mejor arma, cifra y emblema, la política que es el macho en la historia, casi siempre más tonta y bruta que mala, como la humanidad misma.

Qué poder de sugestión tenía el ilustre ciego de Ambato! Nos parece verlo aun cuando llegaba de su tierra natal y bajaba de la diligen-cia y lo conducía del brazo un lazarillo y se iba por esas calles, vitoreado por la multitud, con su fi- gura airosa, su estatura prócera, alta, echada hacia atrás la cabeza, serena y altiva la expresión, noble y desenfadado el continente, el paso rápido, seguro y firme, que no parecía sino que era él y no su conductor, quien llevaba y conducía. Y lue-go, en el Parlamento, con su elocuencia, a veces exaltada y áspera como la de Mirabeau, o atrona-dora y brava como la de Dantón, o majestuosa y serena como la de Vergniaud, dominando el vo-cerío desgarrado, la grita salvaje de los garroteros que el Gobierno enviaba a la barra -¿cuándo los Gobiernos no tuvieron recursos grotescos?- para intimidar y acallar a los hombres que con sola su palabra, con la fuerza moral de la palabra, con-trarrestaban la ola tempestuosa y arrolladora de la tiranía revolucionaria.

Como Montalvo, admiraba la antigüedad grecorromana y sus actitudes tomaron las líneas y los relieves y los aires de los demócratas grie-gos y los patricios de Roma. Como Montalvo, venía luchando con su pluma. infatigablemente,

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en ‘”El Espectador”, “El Combate”, “El Argos”, “La Idea”, “El Pelayo”, por una pequeña dosis de libertad en esta tierra de los tiranos militares, de los tiranos teocráticos, de los tiranos liberales, donde se pregona democracia y se glorifica a los enemigos de ella y se tiraniza desde arriba o des-de abajo, desde arriba con el despotismo de los gobiernos que provocan y constriñen a la revolu-ción, y desde abajo con la revolución que incuba y genera los peores despotismos, círculo infernal, círculo dantesco, círculo mefítico donde necesa-riamente ha de asfixiarse todo espíritu libre.

Liberal de verdad, estuvo a la altura de los fundadores del liberalismo ecuatoriano. De Hall y Pedro Moncayo. Hall, el inglés, discípulo de Ben-tham, que traía el puro espíritu de ese credo, que es de cepa inglesa y que cuenta con filósofos como Locke Burke. Stuart Mili. Spencer, Hobhouae y politicos, como Glandstone, Campell-Bannemar, Grey, Asquith. Lloyd George. Y pedro Moncayo, que fue a morir en playas extranjeras despidién-dose de su patria con estas palabras: “Cuando la opinión pública, subyugada, arrastrada por los acontecimientos, llega a extraviarse y a perderse en el tumulto y desorden de las malas pasiones, no le queda al hombre de bien otro abrigo que la conciencia individual para salvar su responsabili-dad ante Dios y la patria, supuesto que la desmo-ralización y el crimen han hecho inútiles, por im-posibles, sus buenos y leales servicios.” Así Vela pudo también exclamar: “A la manera de Ixión, los ecuatorianos abrazamos siempre una sombra fugaz, nunca la diosa libertad… que se cubre el rostro, se avergüenza de nosotros, nos declara in-dignos de poseerla, no puede habitar en los cam-pos de desolación y muerte despliega sus alas y huye de la patria infortunada. Y lo decía porque no le era dable reprimir su indignación ante hechos que escarnecían las doctrinas y principios que él

había sustentado y defendido, padeciendo por ello persecuciones, destierros y martirios. Ideólogo de-bieron llamarle los políticos de acción a quienes estorban las ideas para su magna tarea de cimentar ¿qué cimientan? de construir ¿construir qué? de establecer y organizar instituciones, ¿dónde están? Magna tarea que el viento se lleva cuando no está informada y animada de principios ideales prendi-dos y arraigados en la conciencia social.

Vela fué de los pocos que comprenden y penetran la esencia y el espíritu del liberalismo. El mayor elogio que puede tributársele es decirle ver-dadero liberal. Porque, conviene recordarlo, dice un filósofo español, el liberalismo es la suprema generosidad, la forma que en política ha represen-tado la más alta voluntad de convivencia, el más noble grito que ha sonado en el planeta.” “Era in-verosímil, se ha dicho, que la especie humana hu-biese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra. Porque el liberalismo, se ha dicho también, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida, es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino.” Y el liberalismo, añadimos nosotros, es el arte primoroso de no molestar a otro ni con pre-texto de ayuda y protección, ni so capa de apos-tolado; el arte exquisito de no meterse en la vida ajena, no por egoísmo o indiferencia, sino por res-peto profundo de su valor autónomo. Pero la especie humana vuelve a sentir, agitarse el espíritu liberal en la hora presente y es ese espíritu el que enciende la cólera británica y flamea en las cuatro libertades del Presidente Roosevelt para derribar la potencia de la animali-

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dad y la fuerza. Es el mismo espíritu con que en las más vibrantes páginas de “El Pelayo se ensal-zaba a Inglaterra y Estados Unidos señalando a esos pueblos como paradigma y prototipo de ins-tituciones democráticas.

Bien merece un varón así que alguna vez se le dedique un recuerdo, que alguna vez se enaltezca su memoria, que se mantenga latiente la tradición de sus hechos e ideas, soterrados en injusto olvido, pero que guardan intacta su virtud germinal. En la aridez escéptica de nuestros años viejos, nos anima y entona la pura onda de emoción política, venida de tiempos distantes, que afluye a nuestra alma al recuerdo de un hombre que admiramos con fervor juvenil cuando en los momentos culminantes de su vida pública supo con voluntad superior vindicar la honra y encumbrar los ideales del liberalismo ecuatoriano.

Juan Benigno Vela, uno de nuestros valores auténticos

Del periodista ambateño Cristóbal Vi-llacreses, en la publicación “Ambato a través de la pluma de escritores nacionales y extranjeros”, editado en la Imprenta De Educación Primaria, en 1943, afirma: “Hablar de los hombres que nos honran con su nombre y enaltecen con sus méritos, no solo el lugar de su nacimiento, sino el presti-gio de toda la Patria, es reconocer el valor de su personalidad. Y, al mencionar estos valores, surge, sin lugar a duda, el nombre de Juan Benigno Vela “Nuestro Ilustre Ciego” como se le llama por an-tonomasia, y a quién cupo el honor de secundar en la obra del infatigable Cosmopolita. Es quién luchó con verdadero fervor desde la prensa y la tri-buna por el Ideal Libertario. Es en aquella época tempestuosa* donde plasma su espíritu en acción renovadora y combate desde las columnas de sus candentes hojas periodísticas toda tiranía fatídica que ensombreciera el horizonte de la Patria. Ne-

cesario fue un espíritu rebelde y altivo, como el de Juan Benigno Vela, para que inyectara en el pue-blo, aquel fervor patriótico que se torna en acción y encausa por el sendero de la Libertad. Y, en pos de aquellos derechos, vibra con voz de trueno la pa-labra de Juan Benigno Vela y vuela a través de las cámaras, cual rayo de luz que ilumina el obscuran-tismo retrogradante estacionario do aquella época.

Defender los más caros intereses de la Patria es su deber, y a ello va, sin vacilar, el Parlamentario ambateño, y cual Mirabeau, fustiga a los reaccionarios que pretenden hechar sombras a su labor reivindicado-ra. Y el “Ilustre Ciego”, es el nuevo “Homero” quién, con épica inspiración, enaltece las heroicas hazañas de nuestros próceres y libertadores Es el tribuno que legisla una Ley que debe regir el nuevo destino de la Patria, por eso, no seja un punto en su ardoroso empe-ño, hasta ver cristalizada la magna obra empezada por sus abnegados antecesores.

Imposible oponerse ante su ímpetu, porque el caudal de su palabra, afluye cual torrente que reboza de su cauce, es como un disparo certero que va contra el adversario que pretende interponerse ante su inque-brantable y decidida opinión de patriota convencido.

“El Pelayo”, es su arma y sus páginas circulan profusamente de norte a sur en el país, es la barricada de combate de todo espíritu pa-triota que anhela el triunfo de la Libertad, don-de el hombre pueda actuar de acuerdo con sus facultades, porque sólo así surge la ciencia y se manifiestan los genios que guían a los pueblos por el camino del progreso.

Es por eso que la personalidad de Juan Benigno Vela so destaca, cada vez más, através del tiempo y merece el justo elogio de las más altas personalidades del continente. Pero la Pa-tria que nunca olvida las buenas acciones de sus hijos, quienes con su ejemplar vida trazan la ruta que deben seguir todos los pueblos que aman su

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Libertad, sobre todo en esta época, donde el mun-do se debate en una lucha cruenta, por defender los postulados del derecho y la justicia, de aquel derecho conquistado através de infatigables luchas en los campos del honor, y que hoy se encuentra nuevamente amenazado, por la ambición de cier-tos gobernantes que, contra la opinión, general de todos los pueblos, quieren hacer del mundo un campo de esclavitud, es la Patria quién rinde ho-menaje a sus defensores.

Hoy que la América entera, unida a los de-más pueblos libres, afronta la guerra más cruenta que ha visto los siglos, la personalidad de sus hé-roes, surge con más brillo, inyectando fervor a todos sus luchadores.

El Ecuador, que es uno de los países de América, que tanto ha luchado por la causa liberta-ria, cuenta con sus ilustres hijos, siendo uno de ellos Juan Benigno Vela. Y, Ambato que tiene el privile-gio de ser su cuna, honra la memoria de uno de los tres Juanes, digno hijo de la tierra de Montalvo.”

Panorama de la Literatura EcuatorianaPublicado en Quito, el año 1948, por el es-

critor Augusto Arias Robalino, en analogía al esti-lo periodístico del Dr. Vela, hallamos el siguiente análisis literario: “Y asalta, alguna vez, el encuentro de la obra solitaria, aun cuando rienda a ser conste-ladora. Así los periódicos de Juan Benigno Vela, el polemista pugnaz: “El Combate”, “El Argos”, y “El Pelayo”, en los cuales se empinaba el dardo verbal aguzado por la corrección de la letra. De ha dicho que en “La Candela”, hoja sostenida por ese otro don Juan de Ambato, hay algunas de las pluma-das de Montalvo y sería interesante reconocer a Vela en una selección de clásica sátira y decir quevedesco, “A una Nariz”.

El pensamiento político y el romanticismo.

Apartado de la obra “Sentido y trayectoria del pensamiento ecuatoriano” del escritor ecuato-riano Carlos Paladines, publicado en México, en 1991, expone: “Junto a la obra de Montalvo, Pedro Carbo, y Abelardo Moncayo, no se puede desco-nocer también la lucha que ideólogos, periodistas, juristas, historiadores y conspiradores cumplieron, desde los más diversos frentes, en función de la revolución liberal, codo a codo con los políticos de aldea, maestros de escuelas, campesinos costeños o montubios, telegrafistas, ayudantes del pequeño comercio, juventud de provincia… Figuras como las de Pedro Moncayo 1807-1888, Julio Andrade -1861-1912, Juan Murillo Miró 1850-1912, Juan Benigno Vela 1843-1920, -Proyecto de Constitu-ción Política, presentado a la Asamblea Nacional de la República del Ecuador, Quito, Imprenta Na-cional, 1906. Confiteor Deor, Quito, Imprenta de Manuel Rivadeneira, 1881. Correspondencia de Silvio, Ambato, Ecuador, Imprenta del Tungura-hua, 1903. “De la Tinaja a la Estacada”, Imprenta de salvador Porras, s. f. De acuerdo con la costum-bre, en las postrimerías del siglo XIX”-, Miguel Oña, Luis Felipe Borja (1845-1912), Miguel Val-verde (1853-1920)… bajo la orientación política de Alfaro, conformaron el liderazgo requerido para desarticular el sistema ideológico del tradiciona-lismo conservador en los más diversos campos, in-cluso en los litigios internacionales sobre límites, haciendo así que su producción teórica no flote por encima de las contradicciones sociales sino más bien en la arena de sufrimientos y de luchas.”

Artes académicas y populares del EcuadorSimposio de Historia del Arte, Alexan-

dra Kennedy Troya, Quito, 1995. “… José Peral-ta, el más destacado ideólogo del liberalismo, en

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Juan Montalvo, Juan León Mera,Juan Benigno Vela,Dibujo publicado en el guayaquileño Diario “El Universo”13 de diciembre de 1994, Centenario de aniversariofallecimiento del Cantor de la Patria.

la Convención de 1897, afirmaba: “Estoy persua-dido que uno de los medios más eficaces de Rege-nerar la República es la emancipación de la raza india...” Otro político e ideólogo liberal Abelardo Moncayo, publicó reunidos, en 1895 bajo el título de “El concertaje de indios, desgarrada descrip-ción de la situación de los peones conciertos”. Juan Benigno Vela, en la Convención menciona-da propone: “Dictemos una ley aboliendo las deu-das de los indígenas, que los tienen sumidos en la mayor miseria y esclavitud, y habremos hecho algo por su rehabilitación”.- Luis Alfredo Mar-tínez, paisajista, autor de la novela “A la Costa”, Ministro de Instrucción Pública, en una confe-rencia dictada el mismo año en que restableció la Escuela de Bellas Artes -1904-, se pronuncia a fa-vor de los indios y por la abolición del concertaje. Simposio de Historia del Arte Artes Académicas y Populares del Ecuador.

La correspondencia de Eloy Alfaro a Juan Benigno Vela:

En el Boletín de la Academia Nacional de Historia, el Miembro de Número de la CSAG, el historiador José Mayorga Barona, el 20 de no-viembre de 1998, escribe:

“Un hecho es juzgado por un historiador de acuerdo a su posicionamiento. Se juzgan los he-chos por lo menos según cuatro factores. Según nuestra ubicación en la sociedad, nuestros valo-res éticos, religiosos y filosóficos que tengamos, nuestras experiencias pasadas buenas o malas y según nuestras intenciones. Estas intenciones ge-neralmente suelen ser ocultas. Recordemos que todo historiador siempre tiene un mirar interesado, que es parte de un mirar cultural y social” La co-rrespondencia divulgada consta de 24 telegramas: 1905 a 1902, y 8 cartas: 1902 a 1905.

El “Sublime ciego” al morir Montalvo tiene frases hermosísimas para él. Parafraseando algunos de sus pensamientos, repetiré aplicándolo a él mismo. “Justo como Arístides, severo como Catón, desinteresado como Catón, desinteresado como Fabricio y republicano como Camilo, Juan Benigno Vela, que el orgullo de su Patria, la gloria del continente. Grande siempre en el infortunio, admirable en la pobreza, heroico en sus necesida-des. ¡Ah! Vela, era distinto del común de los mor-tales. El engrandecimiento de la Patria era su todo. ¡Oh! Querido y Sublime Ciego, los americanos, los ecuatorianos y más aún los ambateños no te olvidarán jamás”.

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Tratamos de rescatar esas vidas ejemplares, que son nuestras raíces... ejemplos primarios por sus virtudes y valores... dice:José Rosas Nieto, Director de la Revista.

TESTIMONIALES VOCES LITERARIAS

Reconocidos escritores se dan cita, para con luz meridiana particularizar la personalidad y los hechos de la vida del Dr. Juan Benigno Vela, ambateño personaje admirado por sus paisanos, tungurahuenses y ecuatorianos. Preparemos para deleitarnos de aquellos conceptos evidentes que se transcriben:

Don Juan Benigno Vela, Viril polemista

El atildado escritor Augusto Arias, es uno de los más grandes valores nacionales, liga-do a la historia nacional a través de la literatura. “En elogio de Ambato” del año 1926, y en la sección Las Letras en Ambato, los viejos escri-tores “señala: “Pedro Fermín Cevallos tiene la triple aureola del historiador severo, del filósofo estudioso y del crítico acertado”; Montalvo lle-na el solar nativo con su presencia gigantesca y es para nosotros como un antiguo abolengo que hiciera fuerte y noble nuestra casa…”; “Mera, era un escritor fácil y preciso que combatiendo vicios nacionales dió a su frase el contorno clási-co; y, “Vela, cuyos dardos verbales dela más pura cepa castiza, lanzados desde las columnas de El Combate, El Argos y el Pelayo se clavaron en la conciencia algo sombrosa de tantos hombres de nuestra vida política…”

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“… la Quinta del Eucalipto fue el sitio predilecto de ese energético maestro de la rebel-día, Juan Benigno Vela, viril polemista cuyos dar-dos verbales de la más pura cepa castiza, lanzados desde las columnas de El Combate, El Argos y El Pelayo se clavaron en la conciencia algo sombrosa de tantos hombres de nuestra vida política. Su voz que tronaba desde una curul del Senado, claman-do por las libertades se hacía lírica y tierna cuan-do en sus paseos por los senderos de la Quinta del Eucalipto, rumiaba sus íntimas y conmovedoras Palabras del Corazón. Cuerpo de férrea contextu-ra y alma de limpieza cabal, su temprana cegue-ra le encendió en desconocidas luces interiores. Incansable asimilador de lecturas, no abandonó el estudio en ningún momento de su larga, vida. Con sistemático interés, la compañera y Secreta-ria del ciego ilustre, su dilecta hija, le daba lectura de los volúmenes que él mismo sabía conservar

ordenados admirablemente en su biblioteca escogi-da y repleta, varia y unánime, en donde vivían como en un templo venerado, desde el lírico Virgilio y el místico Fray Luis de León, hasta el moderno orfe-bre de los Nocturnos: José Asunción Silva; desde Justiniano hasta el comentador del Código Civil Chileno, desde Jenofonte y César Cantú, hasta su conterráneo Pedro Fermín Cevallos... Su espíritu dúctil, crecido a la sombra del ramaje clásico, no desdeñaba la flor moderna, de olor atrevido y de co-rola audaz. Fue un comprensivo y un íntimo cultor del sentimiento. No fue un descreído como le ha se-ñalado cierto comentario injusto. Antes bien, tuvo como nadie el culto de la verdad y hasta soñó en la luz eterna! que había de compensar la sombra de su peregrinación terrena. Fue un obstinado fanático de la libertad y en su obsesión de romper las tiranías un continuador de la obra de Montalvo.”

Los grandes ambateños del siglo XIX, Valores continentales y glorias nacionales

Es importante la obra la Edición ilustrada “La Provincia de Tungurahua en 1928, encontramos a Juan Montalvo, Juan León Mera, Pedro Fermín Ce-vallos, Luis A. Martínez, Juan Benigno Vela.

Revisando la obra de acertamos: “Son parti-culares glorias de Ambato los héroes y mártires con que ella contribuye a la independencia nacional; lo mismo que los insignes varones que, con decisión, patriotismo y gran inteligencia, intervinieron en la fundación y organización de la República y en la lucha exasperada por la imposición de las nuevas y mejores ideas políticas…”

Juan Benigno Vela, “…Distinguióse, so-bre todo, como escritor político. En su juventud fundó valientes periódicos para combatir el mili-tarismo, la arbitrariedad gubernativa y los abusos de toda clase. Como luchador y como polemista, alcanzó luego, gran prestigio, siendo uno de los

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más apasionados discípulos y admiradores de Montalvo, de quien llegara a ser confidente y se-cretario...”

“Castizo y muy bizarro periodista, nunca vaciló en enunciar las verdades más detonantes. Sus periódicos fueron: El Combate, La Idea, El Argos y El Pelayo....”

“El combate fue la única voz de protesta en la aciaga administración de Caamaño; y, reco-nociéndolo así, los liberales de la República apo-yaron decididamente esa publicación, tuvieron los más francos aplausos para el valiente periodista y le obsequiaron una artística pluma de oro. Los en-cargados para efectuar la entrega fueron distingui-dos liberales de Ambato, y quien llevó la palabra fue el señor don Celiano Monge, nuestro erudito colaborador….”

El escritor Rioence, Justino Cornejo, edu-cador, lingüista y editorialista del Diario El Telé-grafo de Guayaquil, se refiere al Dr. Vela en estos términos: Profético, bíblico, hierático en la mitad de su existencia, idénticos eran para él todos los caminos, iguales eran para él todas las distancias. Y así, crucificado, gritó su dolor profundo, su ren-cor contra el Destino, su protesta contra Dios. Fi-gura severa y hermosa, angelical y lóbrega, lenta y alada, única y universal, colocada a la vera de su senda, bajo la pompa fúnebre de un catafalco sin ofrendas ni cirios.

Pero el doctor Juan Benigno Vela amaba, sinembargo de sus terribles estallidos, de sus dra-máticas explosiones, de su desgracia taladrante y destructora. La Patria, ella sobre todo; su familia, ara y altar; su terruño, corona resplandeciente y madero dé infamación; amaba las garantías que Montalvo, su maestro, le había enseñado a amar; amaba el estudio, dulcísimo amparo de su pobre-za, de su vejez, de su tragedia sin parecido. Y por todas estas divinidades bregaba, padecía en su im-

potencia; y gozaba también, a ratos…Sí, gozaba también: cuando la política era

menos celada personal que servicio público; cuan-do los netezuelos se le subían, piernas arriba, hasta los hombros, para jugar con sus quevedos relucien-tes; cuando por el olfato, sabía que las vegas de su río habían desbordado en manzanas y capulíes, en fresas y mirabeles, en uvas y duraznos apetitosos; cuando los ciudadanos podían respirar en un am-biente de libertad, y cuando, antes de partir para la Eternidad, su Antología leíale, en alta voz, los periódicos, las revistas, los libros que en parvas in-agotables había siempre sobre su mesa de trabajo.

Y así, un día y otro día: ¡casi una centuria! De acero su voluntad indomable, Juan Benigno Vela quizá desesperaba de que fuese tan larga y fatigosa la jornada; y acaso lloraría en silencio, con aquellas lágrimas que van de los ojos a la recóndita oquedad del pecho… Abrazado a su infinito dolor, pasó largos años, desafiando todas las perturba-ciones: viudez, traición, confinio, falacia, miseria, enfermedad, prisión, abandono, calumnia…”

Tarquino Toro Navas

Galeno, docente y periodista ambateño fundador y director del Diario Crónica escribe; “El Dr. Vela, Periodista: Con el ejemplo de don Juan Montalvo, con su carácter recio y con su pluma vigorosa, pasea por los campos del pe-riodismo. Y es buen periodista. Porque tiene talento, conoce la gramática y estudia mucho. Para ser periodista necesitase ilustración, fecun-didad y oportunidad. Vela, es oportuno, fecundo e ilustrado. Su campo de acción es la lucha. No se aviene al periodismo pacífico e informativo... Todos sus periódicos son de combate, enviste fieramente a sus opositores y sale airoso por los caminos de la verdad, fustigando al necio, al fa-tuo y al politiquero.

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Escritos en diversos tiempos y con diver-sas oportunidades, parecía que debieran variar en algo. Nada de eso. Todo lo contrario. Se creería que hubieran seguido un mismo plan dentro de un mismo tiempo. Es que, Juan Benigno Vela, tenía en su mente una sola idea: la lucha por la defensa de sus principios doctrinarios; defensa vehemente, apasionada, a cada instante ahijada por el espolón del convencimiento y del fuego de la contienda.

Entré su variada producción literaria, co-nocemos: El Clarín, El Precursor, El Espectador, La Idea, El Argos, El Pelayo y El Combate. Perió-dicos, todos éstos, de lucha política y de combate eleccionario. En cada uno de ellos encontramos la fluidez del estilo, la galanura de la frase y el desen-volvimiento periódico de las ideas con espontánea facilidad. La lógica empleada es convincente, a ve-ces agresiva. Dueño de un gran caudal de vocablos castizos, juega con elegancia a la par que con senci-llez, en sus bien trazados artículos, cual los mejores maestros de Castilla. Conocedor de la historia ro-mana y griega, reluce en muchas de sus páginas ci-tas, reminiscencias y alusiones a los hechos de esos dos grandes pueblos que en la antigüedad llenaron toda una época con sus hazañas, con sus virtudes y, también, con sus defectos. Con persistencia se en-cuentran ejemplos o pasajes de Atenas y Roma.

Lector y discípulo de Montalvo, no podía abstraerse del influjo del Maestro. De ahí que algu-no de los artículos se ha querido confundir con los del Cervantes Americano. Sobre todo, en aquellos publicados en La Candela, periódico combativo, es-crito por varios intelectuales de la época. Parece que Montalvo, si escribió alguna vez en La Candela, no lo hizo sino con rarísima oportunidad.

Vela, no pudo dejar el hábito de tener un órgano periodístico de propaganda de sus ideas y

de puerta de escape del ímpetu espiritual que ardía en la hoguera de su pecho, atizada por el convenci-miento radical. Por esto encontramos, muchos perió-dicos, o por lo menos muchas hojas sueltas, en que de manera persistente, se quiere imbuir, al pueblo, los principios- liberales. Cada uno de estos periódicos duró poco tiempo. Y es fácil comprender. La razón salta a la vista y las causas son obvias de exponerse. En aquel tiempo la dificultad de impresión, el ningún acostumbramiento del pueblo a la lectura diaria, la escasez de materiales e implementos para una em-presa de esa clase, justifican lo efímera que podría haber sido la vida de un periódico. Sinembargo, se nota, el esfuerzo y la constancia para estar siempre sobre los tropiezos a cada paso, venciéndolos y triun-fando como lo atestiguan sus propios escritos que son los sostenes de su gloria y el esqueleto rígido de su monumento ante la posteridad”.

Alejandro Andrade Coello,

Destacado cultor de letras catedrático quite-ño, editorialista del Diario El Comercio, nos participa:

Marchaba con cierto apresuramiento, como sí disfrutase de rara agilidad y penetrante vista. Erecto iba, con la cabeza bien puesta so-bre los hombros, con aire de dignidad y orgullo fundados en comprobaciones indiscutibles. Su rostro, sereno y venerable, inspirando está respe-to. Los anteojos de gruesos" cristales miran al cielo; con el alma, también quien los lleva. El bigote poblado y cano, la apostura marcial, el pecho prominente como ofreciéndose con leal-tad a sus enemigos, destacaba su figura arrogan-te, prócera e inconfundible. Cuidado de su per-sona y correctamente vestido, caminaba casi de prisa, sin preocuparse mucho de los obstáculos del tránsito ni de su lazarillo, que generalmente era algún vivaz muchachito. En ocasiones iba de brazo de algún amigo”.

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En la Historia de la Literatura, obra publi-cada en Cuenca el año 1922, del escritor y estudio-so cuencano Alfonso Cordero Palacios, en la sec-ción Los ecuatorianos del siglo XIX, manifiesta su opinión acerca del Dr. Vela, el tribuno Ciego, el maestro Calle, apreciando al personaje, añadía: "El señor Vela es hombre muy político, muy vehemen-te y absoluto en sus opiniones y simpatías, que no se muerde la lengua en eso de soltarle una fresca al lucero del alba.

Antes solía escribir abundantemente y bien: a ello debe gran parte de su reputación; pero hace años que colgó su péñola de la vieja espetera donde puso la suya el imitador inimitable de Cide Hamete Benengeli....

Al Ciego Ambateño han solido engrande-cerle y amenguarle el don fatal de una sinceridad imprudente, azuzada por entusiasmos de secta- rio o de niño, y la escasez ineludible dé informaciones de primera mano, por culpa de los interesados, en engañarle, y a causa de su imposibilidad de ente-rarse de las cuestiones por sí mismo".

De este notable escritor y hombre público, que fué inteligente amanuense y secretario de Don Juan Montalvo, es el bien escrito y rabioso folleto intitulado La Asamblea Liberal ante la Historia”.

P. Reginaldo María Arízaga Religioso de la Orden de Predica-

dores, apartándose del campo de los credos, agrega por su parte: “Con la apostura de un senador romano, levantaba su voz grave, henchida de todas las palpi-taciones nacionales, para decir toda la verdad, por amarga que ella fuese, y abatir a sus contendores con el peso abrumador de su raciocinio claro, nítido y ma-jestuoso, como que tratara de sacar avante el honor de la República. Su verbo cálido y fulgurante, más de una vez, hizo el prodigio de consolidar todas las fuerzas vivas del País, para defensa de su libertad cí-

vica y moral, de su progreso económico y cultural, de su justo derecho de mantener incólume el patrimonio nacional.

“En su corazón de repúblico, el amor a su Patria se albergó profundamente, con aquel conven-cimiento de que no hay más sublime en este suelo que la evocación de su nombre sacrosanto, de su ban-dera luminosa, que presidiera cien gestas de gloria”.

Fue el sembrador y el maestro inolvidable. El arquetipo de la dignidad patriótica y de la protesta tribunicia y periodística”.

Roberto Andrade Idealista notable, la libertad fue su espíritu

de lucha eminente, la bandera fue su arma de lucha, opina: “La figura de don Juan Benigno Vela era, como de Montalvo, realmente excelsa y descollante, recta y cenceña. Le conocimos antes de su muerte. “Caminaba majestuosamente, con esa marcha ergui-da que es antropológicamente la primera excelencia del hombre, lo que permite a su inteligencia enfocar con gallardía al mundo. La verticalidad del cuerpo es también verticalidad de la conciencia”. El mismo lo dijo: “No acepto consejos que me deshonrarían… Yo no escribo por complacer a ningún círculo… Mis maestros Carbo y Montalvo me bendicen desde la eternidad; he seguido sus huellas; ellos me han sos-tenido en mi larga viacrucis, me han confortado; he oído su voz de aliento, por ellos no ha fallecido mi espíritu…”

En Ambato.- El almuerzo dado por Vela.

Vivencia del libro ¿quién mató a García Moreno? Autobiografía de un perseguido, SAG Quito, 1995, del periodista Roberto Andrade, hombre perseguido por los gobiernos conservado-res, del siglo XIX.

“Llegamos a Ambato, patria de Montalvo,

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donde casi toda la población era liberal. El Dr. Juan Benigno Vela, mi antiguo amigo y correligionario, se dignó atenderme, pero no visitarme: nadie lo hizo, por prohibición, a pesar de que el Gobernador era el Dr. Luis Felipe Amador Sánchez, generoso y bondadoso amigo mío. El sí me visitó:

- Te fusilan, me dijo. - Puede ser, le contesté, sereno, porque yo

no tenía tal idea. A Ambato llegó de Quito una escolta de 50

soldados, mandados de mi amigo Avilés de Gua-randa. El objeto de la escolta era reforzar a la que venía conmigo: temía un asalto, en el tránsito: esto demostraba que yo no era tan impopular. Llegó también de Quito el joven Julio Thomas, cuñado de mi hermano Julio, a reanimarme, con un recado del jurisconsulto. Dr. Luis Felipe Borja, hijo del Dr. Juan Borja, muerto en la prisión, en 1864: mandá-bame decir el Dr. Borja que él tomaría a su cargo mi defensa, que el Presidente estaba bien dispuesto y otras cosas consoladoras, Partimos.

Al Dr. Vela, quien me había mandado agasajar con un buen almuerzo, le vi, al salir, en la plaza, adonde había concurrido mucha gente. "¡Ro-berto!" gritó el noble ciego, y yo caminé mi cabal-gadura hacia él, y le estreché, enternecido, en mis brazos. Varios amigos me saludaban, a gritos; pero la escolta impidió que me acercara. En el camino encontré al Dr. Constantino Fernández, otro de los liberales insignes de Ambato. No me conoció por lo pronto: le di mi nombre, y me abrazó, con lágri-mas:

-Al momento voy a escribir al Presidente, me dijo: es mi grande amigo y hombre de bien. Ha de tener que sostener lucha con la familia Flores”.

Miguel Ángel AlbornozLiterato, poeta y escritor ambateño ex-

presa: “Más tarde, cuando surgió el liberalismo

tras lucha sangrienta pero fecunda y redentora, la colaboración del ciego ilustre en el nuevo ré-gimen fue tinosa, leal y franca. Varón recto, no dejó de impugnar con entereza las quiebras de las administraciones liberales, ya que ninguna entidad, por sabía que fuera, deja de incurrir en errores, como flaqueza inherente a la naturaleza humana.

Vela llevó una vida de tristezas íntimas y de lucha intensa. Su airosa figura infundía respeto.

En el parlamento, la palabra del excelso ambateño conmovía, enardecía y despertaba en el auditorio llamaradas de patriótico fervor.

Ciego como Milton, combatió a semejan-za de éste en la defensa de sagrados ideales: sus ojos vivían envueltos en sombra, pero su cerebro irradiaba luz. Esa terrible desgracia no le anonadó: “La ceguera, - decía- no es un mal: antes sí, para el hombre que tiene en nada esta sombra fugaz que llaman vida, ella es un bien positivo y de inmensa trascendencia; porque el corazón se abre a las más dulces esperanzas de una vida mejor más allá de la tumba; porque su inteligencia encuentra horizon-tes más dilatados, regiones más serenas, ideales más sublimes y consoladores”.

También sus oídos carecían de facultades: ni el consuelo de las voces amadas llegaban hasta él, ni las notas dulces, ni el arrullo musical No oían sus oídos, pero su espíritu' escuchaba la voz de la Verdad y el clamor del pueblo que pedía justicia. Y Vela, como apóstol de las doctrinas democráti-cas propugnaba la necesidad de alentar e ilustrar la conciencia ciudadana, disponiéndola a recibir con absoluta serenidad las sorpresas de la suerte”.

Carlos Aillón TamayoOtro intelectual ambateño y admirador

del Dr. Vela, Señala: “Su intelecto y su espíritu no envejecieron, pese a los años, hasta su muerte

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acaecida en 1920. Su alma noble y fresca estu-vo abierta a todas las emociones. Pensó, escribió, soñó y dio siempre muestras de un gran carácter. Deberíase vivir de su vida y de su obra, sacando beneficio de las excelencias de ésta y tomándola como ejemplo en lo que es puro nervio, mirándo-le desde dentro, en su dinamismo, en su pensa-miento y en su psicología.

Habría que dibujar el perfil de su existen-cia interior, en relación con el destino exterior de la misma, para aquilatar la fidelidad de su obra a ese destino y determinar así la autenticidad de su vida efectiva, escribimos en 1933 respecto de don Celiano Monge.

Esto mismo podría aplicarse al doctor Vela, porque en su vida y en su obra se encuen-tran enseñanzas tantas y/tan buenas, porque supo hacer doctrina con visión de porvenir, porque su calidad de tribuno y su fama de ideólogo y de hombre de acción ya están consagradas con jus-ticia, porque a medida que incrementó su cultura y templó las fibras de su espíritu tuvo concien-cia del papel ideal y de la misión real que le tocó cumplir y porque se encontró a sí mismo y, ha-llando o su destino, coincidió con lo que debía y con lo que quiso ser. Aurelio Soto Valdivieso,

Poeta, orador, político, se identifica con el Dr. Vela y narra: “A la noche anterior se había fusilado en Quito a un valiente escritor, sincero en sus ideologías y valeroso en su doctrina”.

Para el ilustre ciego la noticia fue un bombazo, vibró de iras centellantes, se puso en pie, y clavando sus cataratas en la sombra levan-tó sus brazos acerados en busca del verdugo; y clamó en la sombra y rugió en la tempestad en protesta y plegaria a la Justicia que no desampare a su Pueblo, que no desampare a su Patria, y sella-ba con su verbo la indignación del pueblo herido,

y rubricaba con fuego sobre planchas de acero la más fuerte de las protestas de su espíritu inflexi-ble, recto y valeroso hasta la muerte.

Titán de leyenda, Bayardo de las resis-tencias valerosas, pluma de oro, pluma de fuego, garras de león: sólo él podía contener en el apo-calipsis de la tragedia el tumulto de la vorágine incontenible: y sólo él podía ver con deleitación de héroe la caída en piruetas de las efímeras grandezas que vuelan por las cumbres sin honor y sin gloria.

Austero, respetuoso, su vida fue un silencio: una copa de buen licor alguna vez, rarísima vez, en círculo ennoblecido por la corrección y la decencia. A veces por la tarde un cigarrillo: quizá por veleidad de ensueño se figuraba la sinuosidad del humo; ligero y simbólico, diluyéndose en la romántica espiral: fra-gante, rítmico como de un incendio espiritual. Pero serio como él, austero como él, muy pocos hombres.

Se impone para el dolor un lenitivo, muchas veces se le quiere esfumar al infortunio en un aba-timiento de embriaguez: infortunios, desdichas irre-mediables se les corta por lo sano…

El, en su terrible ceguera, en su larga soledad, ni una palabra de protesta, nunca una blasfemia: honrado con los hombres y respetuoso con los dioses, qué ejemplo tan brillante y ennoblecedor del espíritu ambateño, del alma latina, de la patria misma ecuatoriana.

No hay disonancias en su personalidad magnífica, su talento es como su estatura: gallar-do, alto, robusto; su cabello es abundante y algo cano y flota con la brisa en ondulaciones temblo-rosas sobre su ancha frente; las gafas, únicamen-te como valor estético, acentúan su presencia de un español de Corte. Ministro de los hombres de espíritu y de las almas fuertes; qué prosa la del hombre cuando se yergue frente a sus amigos como un patricio del esplendor romano”.

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Carlos Bolívar Sevilla Escritor, Director de la Casa de Montalvo

y Cronista de la ciudad de Ambato, puntualiza la naturaleza del Dr. Vela: Tal como aconteció con Montalvo, con Vela y otros varones sin escrúpulos cobardes en aquella época nefanda de imposición de doctrinas, de imposición de ideas, de imposición de creencias, de ultrajes a la conciencia individual: de soberbia insoportable, de ostentación de fuer-za y privilegios en el clero: un país subyugado por los dos despotismos, las libertades ahogadas por la misma constitución y el alma nacional deprimida.

Cuando el derecho de pensar deja de exis-tir, digamos rotundamente, que la Libertad ha sido destruida por los rayos de una borrasca y no que-da en pie sino el nombre de una nación afrentada, sometida a guardar silencio, a envenenar su inteli-gencia, a matar en su espíritu sus sentimientos más nobles de independencia, y resignarse a su suerte; triste resignación, panorama moral de un pueblo que tiene los pronunciados matices de una esclavi-tud disimulada por la apariencia de su nombre de republicano y demócrata.

Aquellos hombres que pasaron a la inmor-talidad dejando estelas de luz con su inteligencia, ejemplos de virilidad de carácter y de conciencias rectas, nos enseñaron cuánto vale la libertad para los pueblos que saben amarla y admiran el poder de la idea cuando ésta tiene hombres que se entregan a su defensa como apóstoles y viven como mártires para conquistar su victoria.

Aquellos fueron los tiempos heroicos del liberalismo que ahora lo desconocen o lo niegan los otros partidos políticos; tiempos de luchas reñidas a pesar del fantasma del patíbulo que nunca logró aterrarlo y del odio clerical que no pudo intimidar su espíritu dispuesto siempre a la acción en atisbo de la ocasión propicia para obtener el triunfo.”

Aniceto Jordán M.Periodista ambateño Director de ‘La Tri-

buna”, desde la ciudad de Quito, Agosto 16 de 1943, envía este artículo acerca de los grandes ambateños: “Ambato: cuna de la Libertad y la Democracia, lo es también de la belleza y el pensamiento nuevos. De la amplitud y la altivez. Del estímulo y el homenaje.

Como Madre justiciera y cariñosa, ha te-nido la virtud de levantar, en su corazón, un pedes-tal para cada uno de sus hijos que, con sus acciones y sus obras, hubiesen dado lustre a las páginas de la historia. Ha creído, siempre, que los hombres avanzan hacia el perfeccionamiento de las activi-dades humanas impulsados por la fuerza motriz de la voluntad alimentada con el estímulo.

Que los pequeños triunfos se elevan a lo inconmensurable cuando llega, a tiempo, una do-sis de impulsividad; cuando hay una mano gene-rosa o una voz que resuena en los oídos del alma que arranquen del enervamiento en el que caen los artífices ante la presencia de los egoístas a indi-ferentes. Y es por eso que, Ambato, en las verdes campiñas del fragoroso Tungurahua, levanta sus altares laicos para exhibir en ellos las obras e imá-genes de sus grandes hijos y someter a la conside-ración de las futuras generaciones.

Así surgieron la venerable figura del his-toriador Pedro Fermín Cevallos; la del místico poeta Juan León Mera; la del luchador de Amé-rica, Juan Montalvo… Así surgieron entre negros nubarrones de humo en el fragor de las batallas y las blancas espumas del estímulo maternal, hom-bres de espada como Urbina, como Terán, como Holguín, como Reinoso… hombres de ciencia como los Martínez; patriotas como los Hervas, los Flor, como los Darqueas…; Magistrados como los Fernández, los Albornoz, los Sevilla… periodis-tas y parlamentarios como Juan Benigno Vela,

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como los Fernández, como los Pachano...; reli-giosos como Benítez, como Iturralde, como Rie-ra…; ciudadanos meritísimos como cien hombres más nacidos bajo el cielo tungurahuense, cuyos nombres repo san consagrados en la historia, son otros tantos astros que afirman su brillante cons-telación, al amparo del in flujo maternal de la tie-rra que los vio nacer.

Há pocos días, Ambato, rindió tributo a uno de sus grandes hijos, al cumplirse el primer centenario de su nacimiento. El Ilustre Ciego Vela, recibió la unión de su pueblo para unir su fi- gura a la de los ambateños inmortales. Para exhibir la calcina potencia de su vida en los vasos sagrados del Templo Montalvino, de aquella mansión que la Patria erigiera en donde, por primera vez, vio la luz del día, el Cervantes de América.

Ambato se vistió de gala para dar paso a la glorificación de su hijo predilecto; de aquel que en vida cerró sus ojos a las miserias humanas para mi-rar, únicamente, la ruta que conduce a los destinos magníficos. Las calles de su ciudad, exornadas del emblema patrio, miraban, reverentes, el nuevo paso triunfal de “El Pelayo”, llevado en procesión de lu-minarias. Los corazones emocionados abrían sus en-trañas para recibir, en los chispazos de luz, ráfagas de pensamientos, que los prohombres de Ambato nos están enviando desde lo inmutable, y nos están recor-dando cumplimiento e indilgando imitación.”

Diccionario de la literatura ecuatorianaLos intelectuales hermanos Franklin Barri-

ga López y Leonardo Barriga López, editado en la CCE Nucleo del Guayas, en el año 1980. En el tomo V, testifican: “Con Montalvo y con Mera, completa la trilogía de los grandes Juanes de Ambato. Hombre que sufrió avatares indecibles; quedó ciego y, así, pri-vado de la vista, continuó con mayor entereza en su causa admirable y sobresaliente.

De sí mismo y refiriéndose a su situación de no vidente corporal, dice: “La ceguera no es un mal, señor; antes sí, para el hombre que tiene en nada esta sombra fugaz que llamamos vida, ella es un bien positivo y de inmensa trascenden-cia; porque el corazón se abre a las más dulces es-peranzas de una vida mejor más allá de la tumba, porque su inteligencia encuentra horizontes más dilatados, regiones más serenas, ideales más su-blimes y consoladores.

Oh, si mis ojos tornaran a la luz, si la cien-cia hallara medios de arrancarme de esta bendita oscuridad en que vivo; por cierto que fuera yo muy desgraciado; disipáranse acaso mis justas y raciona-les esperanzas, asaltárame la duda, mis pensamien-tos fueran por ventura mezquinos, rastreras mis as-piraciones, y perdería en un instante todo el camino que he recorrido en diez años de abnegación y dulce sufrimiento” “La ilustración ecuatoriana”. 1909.

García Moreno le somete a la prisión, lue-go le acosa Veintemilla. En tiempos de gobierno de este último nombrado publica “El espectador”, periódico con contextura de radical protesta.

Cuando Caamaño se encuentra en el So-lio Presidencial edita “El Combate”, cuyo nombre indica la línea de manifestación que se siguió. Vela es recluido en la Penitenciaría Nacional, donde entabla estrecha amistad cotí otro admi-rable escritor, Julio Andrade. Luego vendrán “El Argos” y “La Palestra”.

Juan Benigno Vela Hervas fue un espíri-tu liberal, pregonador de esta doctrina, real prac-ticador de ella, Luchó para que el Liberalismo suba al poder, mas, cuando los excesos de la vic-toria hicieron que se tomen represalias “con palo de ciego” por parte de una turba macheteros que, en verdad, constituían el lado oscuro de esa gran promoción humana que aconteció en esa hora, se rebeló. Publica, entonces, “El Pelayo”, periódico

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de abierta lucha contra ese enorme caudillo que se llamó Eloy Alfaro.

Asistió al Parlamento Nacional, dejando sentado su nombre como uno de los más eminen-tes y respetados oradores que han ocupado esas curules. Su voz era de anatema o de reconoci-miento sincero para en mejor forma arrumbar los destinos de la Patria.

Ubicándose en la línea de Quevedo, el satírico español y refiriéndose a la nariz del Cnel. Luis Ortega, diputado por Tungurahua a la convención convocada por el dictador Ignacio de Veintemilla, escribió una importante compo-sición poética… Toda su expresión literaria y la crónica de la parlamentaria se encuentran desper-digadas en los periódicos v revistas que afloraron en esas edades tan sugerentes”

Siluetas de la ambateñía.

Serie de artículos publicados en Dia-rio Avance en 1982, del escritor Pablo Balarezo Moncayo, Líder de la ambateñía.

“Trazar el escorzo rápido y firme de si-luetas de la ambateñía, que no son las figuras ci-meras de los sesquicentenarios: el adalid de las libertades, y el “poeta indiano”, que así le plugo llamarse al escritor del agro idílico de Atocha?

Por qué no, si junto a esos varones de pro, hay dos o tres más que con ellos se hombrean, sin desmedro; y luego otros y otros, que viven en olor de fama y de recuerdos; si Ambato es lar fecundo en ilustres hombres y mujeres ilustres, cuyo ho-nor y prestigio alcanza, no únicamente a su solar de ensueño, sino, a toda la patria?

Que Ambato es llama encendida por sus hijos ilustres, los que han tenido el don privilegia del talento y la emoción: literatos, poetas, artis-tas, educadores, santos y héroes, en legión fulgu-rante y magnífica, según lo dijimos ya en ocasión

anterior, y lo repetimos ahora…El doctor Juan Benigno Vela es el tercer

Juan de Ambato, en la cronología de su nacimien-to. Quienes conocimos al Ciego Vela en su con-formación física de atleta, hemos de recordarlo en su actitud de gladiador herido, pero invicto. Alto y grueso, humano ejemplar de corpulencia no común, agigantaba su silueta con el chaqué de faldones amplios; de cuando en vez con los 20 centímetros brillantes del sombrero de copa; siempre con la arrogancia del pecho erguido y la cara al sol, quebrando su reflejo en las lunas diá-fanas, pero inútiles de las pequeñas gafas.

Confiado a la dirección física del brazo del lazarillo, su paso carecía de timidez y la len-titud casi claudicante que determina el caminar de los invidentes; por contrario, era enérgico y seguro, por el centro de la calle, en rara ocasión por rara ocasión por la acera mal adoquinada y estrecha de entonces.

Y mientras con la diestra manejaba su acostumbrado bastón, que parecía de caña frágil, aunque bien podía la acerada centella del estoque, sus pupilas, que desde muy temprano perdieron la luz y el brillo, pugnaban por mirar al frente, no con desolada amargura, sino, la majestuosa se-renidad que lo tienen los ojos de mármol de los antiguos bustos romanos, que parecía encarnar el Ciego Vela.

De Vela pudo decirse que un día perdió la vista, y el siguiente quedó sordo; el tercer día llegó la muerte para llevársele los seres más ínti-mos y queridos; sumiéndole después en la cárcel y sufrió las acerbitudes del destierro. Ciego y sor-do, inmerso en el silencio y las tinieblas de una noche profunda, vivió largos y tormentosos años.

Otro carácter, no acerado como es suyo, hubiérase doblegado. El siguió viviendo, traba-jando, combatiendo, estoico ante el dolor, impa-

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sible ante la lisonja, vertical en el estricto cumpli-miento de su deber, fustigador y acusador de las claudicaciones y los transfugios políticos.

Representa, para el honor ambateño, la gallardía y la entereza legislativa; la voz admo-nitoria en sus periódicos. "El Espectador”, “El Combate”, “La Palestra”, "El Argos”, "El Pela-yo… Ciego y sordo, fue antena vibrante de la opi-nión nacional, y su voz tuvo resonancia en el país, hasta el punto de ser temida y respetada.

Existía en Ambato un árbol de eucalip-to gigantesco, sin duda el que alcanzara dimen-sión desproporcionada para los gomeros azules de Australia. Fue el más alto y recio eucalipto en tierras del Ecuador. Se lo conocía con el nombre de Árbol de Vela, porque estaba en su quinta. Los ambateños lo amábamos como símbolo de nues-tro tribuno ciego. Por su altura y verticalidad. Por la acerada dureza de su carne vegetal en la que no entraba el hacha. Por su innumerable ramaje en que se enredaban las nubes, al compás de los vientos huracanados. Al Ciego Vela y a su árbol símbolo, solo pudo abatir y descuajar la muerte.

Una mañana infausta, la incomprensión humana hizo cortar el árbol gigantesco. Cuando el Alcalde de la ciudad se apersonó para impedir el asesinato -porque en verdad fue como un aten-tado contra la vida de un hombre- fue mal recibi-do y peor tratado, y se consumó la tragedia. Otro día… En la mañana del 23 de febrero de 1920, en la calle principal de Ambato, detrás de una carro-za de severo luto, caminaba numeroso cortejo fú-nebre. Pasó de largo por delante del templo de La Matriz, que parecía rezar un responso con la voz de bronce de sus campanas. Llegó al Cementerio, agobiado por el dolor de la pérdida del varón ilus-tre, que confrontaba la patria, y por la angustia popular que hacía más grávido el féretro.

Algún orador oficioso u obligado quiso

hacer la apología del extinto. Y el momento en que el cofre mortuorio ingresaba en la bóveda, con un ruido que parecía la llamada a las puertas de la eternidad, el estampido de una descarga de fusilería fue el más rotundo sollozo con que pudo despedirse al Ciego Vela, que dejaba huérfana de su verbo cálido, sincero y valiente -¡huérfana quién sabe hasta cuándo!- la curul senatorial tun-gurahuense del Congreso, que permanece toda-vía, con alguna relampagueante excepción, sumi-da en el silencio helado del sepulcro...

La memoria del tercer Juan de Ambato continúa incólume en el recuerdo de los ecuatoria-nos porque "de sangre y luz se compone la huella que dejó en el sendero”, mientras él sigue purifi-cándose para ingresar al sitio que le corresponde en el Panteón de ambateños ilustres, porque con sus mismas palabras para otro ambateño egre-gio-“grandes fueron sus virtudes, grande la eleva-ción de su espíritu, grandes sus merecimientos.

¿Tuvo por ventura defectos en su vida pública? ¿Por qué no, quién no los tiene? Pero los errores, pero las pasiones, pero las flaquezas se co-men, los gusanos en la tumba y no sobreviven más que las nobles acciones, pues que solo la virtud es superior a la muerte”.

Soberbio e irreductible Ciego Vela, ergui-do por fin en su estatua, pararrayos en medio de la tremenda tempestad de oposición, amenazas y ultrajes, que acusáronle durante su vida”.

Oscar Vela Descalzo Articulista del Diario El Comercio de la

capital, resume: Juan Benigno Vela: Quiero que el tiempo, la severa historia, si es que se ocupan de mi oscuro nombre, oh!, nunca digan que revés alguno hízome indigno. Digan que siempre por la Patria mía ruines favores rechacé indignado; que en la pobreza conservarme pude noble y altivo…”

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Juan Benigno Vela Hervas -Ambato, 1843, 1920-, fue un combativo político, escritor y abogado que defendió siempre la libertad y la democracia, espe-cialmente en contra de los gobiernos dictatoriales de Gabriel García Moreno e Ignacio de Veintemi-lla. Discípulo de Juan Montalvo, heredó no solo la escritura ácida y el fogoso temperamento del coterráneo, sino además aquella sangre rebelde que hervía ante las injusticias, los crímenes y los abusos del poder a los que se enfrentaron con la fuerza tempestuosa de sus palabras y con el peso irresistible de los ideales más justos. Así conocie-ron ambos al tirano, enemigo poderoso que los hizo objeto de ataques, venganzas, apresamientos, exilios y persecuciones.

El destino, en un incomprensible y repen-tino viraje, condenó a Juan Benigno a la cegue-ra cuando apenas contaba con treinta y tres años. Semanas después, en un hecho más extraño aún, Vela perdió también el oído. Se dijo por allí, en-tre salmos, liturgias y plegarias, que el joven libe-ral suscribía la herejía, el ateísmo, la masonería y el anticlericalismo, y que éstos “vicios” habrían desembocado en la sentencia divina que lo había arrastrado a la oscuridad perpetua y al silencio im-penetrable de los abismos.

Pero ni las limitaciones físicas ni los ba-rrotes lo amedrentaron, pues aunque Juan Benigno se había convertido en un viejo roble desprovisto de luz y música, siguió fustigando al despotismo y denunciando a los corruptos en manifiestos li-bertarios como “El Combate”, “La Tribuna” y “El Pelayo”. Y para muestra de la firmeza de sus con-vicciones, de su inquebrantable vocación demo-crática y de sus sólidos principios, a pesar de su vínculo ideológico y de amistad con Eloy Alfaro, lo acusó y lo atacó con vehemencia durante el pe-ríodo en que éste se convirtió en dictador tras de-rrocar al gobierno de Lizardo García. A propósito

dijo el ciego Vela cuando cayeron las críticas de sus compañeros liberales: “Yo no escribo por com-placer a ningún círculo, no tengo ya caudillo; mis ideales han desaparecido; moriré con mis ideas, no esperen ustedes modificaciones en ellas.” Falleció en 1920 víctima de una peste de tifus que asoló aquel año al centro del país. Veinte días antes había muerto por la misma enfermedad su hija Corina, y un día después del fallecimiento del ciego Vela, se fue también su hijo Cristóbal.

Si algún ejemplo nos queda de estos hom-bres es su entereza y decisión para combatir la ti-ranía aun a costa de sus vidas, su generosidad a la hora de enfrentarse al poder en nombre de la liber-tad y los valores democráticos, su valentía para se-guir luchando con el arma de la pluma y la palabra incluso desde el exilio, desde una celda solitaria, desde sus propias tinieblas…

Visión y revisión de la literatura ecuatoriana. Obra editada en Méjico en el año 2006,

por el escritor nacido en Azogues, Rodrigo Pe-sántez Rodas, en el tomo I, señala:

“Uno de los tres juanes de la solariega Ambato 1843-1920, representa el furor y el ful-gor del texto y del contexto ideológico-histórico más liberal y auténtico de su tiempo. La ceguera no fue sombras en su existir, sino llama que con más fuerza empujaba desde adentro a la palabra enardecida y fulgurante. Hizo periodismo com-batiente, polemizó con los mejores talentos ad-versarios de su tiempo y encontró en la confron-tación de la ideología y de la acción su razón de lucha. Desde El Combate cuestionó la adminis-tración de Caamaño, y en la lucha contra Flores dieron batalla El Argos y La Palestra. Su estilo se volvió virulento en El Pelayo cuando tuvo que atacar al caudillo Eloy Alfaro por haber traicio-nado sus ideales.

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Pero no sólo hizo cátedra en el periodismo, también se abrió a literatura y entonces, el furor se hizo ironía y el látigo, humor cuando pe retratar en cuerpo y alma la nariz del Coronel Luis Ortega, aliado Veintimilla y delegado a la Convención de diputados en Tungurahua, por dictador; emulando a Quevedo, nos entrega en endecasílabos rimados y con buen ritmo interior todo un mundo de hipér-boles andanzas lexicales de bue cepa castellana:

“Nariz rabuda; narigón letrina que infesta doce leguas en contorno; nariz piramidal, caldera u horno donde todo un infierno se cocina.”

Notas de un retrato y una radiografía del Dr. Juan Benigno Vela.

En el año 2016, el escritor e investigador tungurahuense Carlos Miranda Torres, Director de la Casa de Montalvo, nos presenta:

“En 1985, en Ambato, se celebró el Centési-mo Cuadragésimo Segundo (CXLII) aniversario del natalicio de Juan Benigno Vela, una de las auténticas cumbres humanas, con un singular acto académico, realizado en el Salón de la Ciudad. El panel estuvo conducido por el Dr. Luis Pachano Carrión, figura ju-rídica descollante en nuestro mundo cultural y social. Intervinieron los intelectuales: Dr. Ernesto Albín Gó-mez, jurista prestigioso, y el Dr. León Vieira, hombre polifacético en el arte y la cultura.

Coincidencia digna de recordarse: el Dr. Pachano Carrión y el Dr. Albán Gómez, ejercieron el Ministerio de Educación Pública y Cultura; y el Dr. Vieira fue Subsecretario del mismo Ministerio. Por su parte, el Dr. Juan Benigno Vela Hervas, ocu-pó la Visitaduría Escolar, el Profesorado, y el Rec-torado del Colegio Nacional Bolívar. Este panel, me recuerda hoy precisamente, porque se relieva con ponderada justicia al "Tercer Juan".

El Dr. Juan Benigno Vela: Jurisconsulto, polemista y tribuno, luchó con la vehemencia de su

temperamento rebelde contra el oscurantismo y la tiranía. Fue un destacado periodista, hombre de mu-cho temple, y de temperamento rebelde. Un hombre que combatió siempre y no se abatió nunca!...

La "vieja historia", la tradicional, que es, en resumen, una acción cognitiva y escri-ta de los hechos y acontecimientos históricos que consiste en reducir su explicación, inter-pretación y conocimiento a la narración tem-poral y secuencial de ellos y cuyas coordena-das fundamentales de su hacer historiográfico es la cronología y la narración, me sirve en este caso para el audaz intento de perfilar un Retrato, y compaginarlo con la radiografía del repúblico libérrimo, ambateño de cepa, adalid del naciente Liberalismo en la República del Ecuador.

Puede hacerse uno excelente, espiritual-mente hablando, de ciertos hombres, o de todos los hombres. Por supuesto, no es fácil esta pedagogía y arte de recoger los fragmentos, para luego descubrir-los o interpretarlos, del secreto mundo de carácter personal y de la órbita visible de las circunstancies, ya sean físicas, históricas o sociales, que los seres huraños van derramando sobre el accidentado itine-rario de su tránsito vital”. Retrato y radiografía. Ar-turo Molina. Diario El Comercio. Quito 1985

Juan Benigno Vela Hervas, fue la sapien-

cia jurídica "Mejor Amoblada de la Época", para imitar lo que dijera Miguel Otero Silva refirién-dose a Arturo Uslar Pietri. Efectivamente, él ase-soró la Constitución y él sólo, redactó en apenas cuatro meses la Constitución Política de 1906 por encargo del líder de la revolución liberal de 1895 Eloy Alfaro Delgado. Semejante documento "mo-derno" a la época, sirvió de referencia necesaria para muchas Cartas Políticas posteriores. Es que el formidable "Ciego", era un republicano "puro"

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y paladín de los derechos del hombre y de los pueblos!

¿Sus perfiles¿ En mi parvo conocimiento, estos bien pueden estar retratados, y en tecnicolor, en tres ensayos interpretativos extraordinarios: En lo físico y moral, el del "Príncipe" del periodismo nacional, Manuel de Jesús Calle; y el de Ismael Pé-rez Pazmiño, Fundador y Director de El Universo diario de mayor circulación nacional y en la “Vida de Huracán” del laureado vate Pablo Balarezo Mon-cayo, amén de otros juicios valorativos que luego diré en el curso y discurso de mi intervención.

Habla Manuel J. Calle: "Ambato tiene dos

monumentos: la estatua de Montalvo, y el Ciego Vela. La estatua es cualquier cosa dentro de un mal enver-jado y sobre un pedestal sin bajos ni altos relieves. Al Doctor don Juan Benigno Vela no hay quien lo conten-ga ni encierre, pues, pretenderlo, sería lo mismo que querer encadenar a las brisas y ponerle puertas al cam-po.

- Y él va así por las ambateñas calles, alto, fuerte, erguido, majestuoso ligeramente apoyado en el brazo de un lazarillo más conocedor del suelo que pisa que el Cura de la parroquia y los ingenieros del ferrocarril al Curaray.

- Qué adónde marcha? ¡Vaya usted a saber-lo. Se dirige a las escribanías y a las judicaturas de letras para abogar en estrados o presidir la recepción de pruebas testimoniales; a visitar a los amigos recién llegados, a los conocidos que están enfermos, o bien a cumplir con deberes sociales, a temar aire, y a des-vanecerse la cabeza charlando sobre cuanto se, puede enredar en este país de ideólogos y compositores y des-compositores de las cosas de Gobierno...

- Porque en primer lugar, el Señor Vela es hombre muy político, muy vehemente y absoluto en sus opiniones y simpatías, que no se muerde la lengua en eso de soltarle una fresca al lucero del alba.

- Antes solía escribir abundantemente y bien: a ella debe en gran parte su reputación, pero hace años que dobló su péñola de la vieja espetera donde puso la suya el imitador inimitable de Cide Hamete Benengeli. Y no por cansancio, ni porque las nieblas de la edad hayan enturbiado las clari-dades interiores de su atormentada existencia, sino porque, gracias a su beatífica bonachonería, se cree en la plenitud del ideal, y juzga que una vez alcan-zado el objeto a que se dirigían las antiguas pro-pagandas, no hay para qué temarse la molestia de añadir una línea más... Y sólo trabaja para adentro: es decir: Piensa y sueña.” Biografías y Semblanzas- Manuel J. Calle, Quito, 1921.

¿Que defendía el Dr. Vela? ¿Por quién lu-chaba? Era un Literal. Defendía con su pluma a los creadores del Partido, a sus creadores doctrinarios: Montalvo, Peralta, Moncayo, Valverde. Y esta lucha despiadada valió la pena? ¡Claro que sí! Oigamos a José Peralta en su Obra "Años de lucha": "No se-guiré este minucioso examen, dice; pero bastaría para conquistarle la gratitud de las generaciones ve-nideras: la libertad de conciencia y de pensamien-to, la secularización de la enseñanza y el estableci-miento de las escuelas normales, la reivindicación de los derechos del Estado sóbrela Iglesia, la aboli-ción de los tributos eclesiásticos que hacían peor la suerte del pobre, y la Ley de Registro Civil, base de todos los derechos de los asociados. ¿No son éstas conquistas del Gobierno Liberal?

Y no son de tal magnitud, que cada una de ellas ha costado largos y cruentos sacrificios en to-dos los pueblos ¿Por esto luchaba el polemista, el periodista formidable " que en 1883, sacó "El Com-bate" para oponerse a la dominación Conservadora, en la restauración de este año.

Vela sufrió constantes persecuciones y sufrimientos, por la hostilidad del oficialismo y la dureza del medio para recibir la lucha liberal

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liberalista, por lo cual vióse obligado a suspender "El Combate" en el año de 1887.

Al año siguiente, editó "La Idea", en reem-plazo de su primer periódico, durando el lapso de dos años en la lid. En 1890, siendo ciego de Laza-rillos, publicó el simbólico periódico "El Argos” como si en su espíritu inquieto tuviera cien ojos para ver todo lo que pasaba en su país, y acabar con tanta corruptela política y moral.

Por fin, en 1896, el 26 de Septiembre, editó "El Pelayo", en que demostró su absoluta in-dependencia, al criticar a Alfaro, canalizando su política, a raíz del triunfo del Viejo Luchador en su larga serie de guerras que enrojecieron los campos nacionales.

El siglo XIX es para el periodismo am-bateño un siglo de florecimiento. Pues, desde sus comienzos incrementó su periodismo con varias publicaciones y revistas literarias entre las cuales ha logrado sacar las mejores del país" Pensamiento Filosófico y Político de José Peralta. Banco Central del Ecuador, Corporación Editora Nacional, vol. XI.

El Dr. Vela sufrió el martirio. Como ocu-rrió con el Viejo de Montecristi. A Eloy Alfaro le faltaba también el martirio; su misión habría careci-do del sello grandioso sin el trágico fin de todos los benefactores del linaje humano.

Grande por sus ideas y propósitos, grande por sus hechos y servicios a la Patria, grande por sus virtudes personales, necesitaba el pedestal de los grandes hombres, sobre el que se yerguen y de-jan admirar por todas las generaciones posteriores.

Alfaro sin el honroso martirio del 28 de Enero de 1912, acaso se habría confundido con otras celebridades nuestras que, a pesar de sus méritos, no han conseguido conquistarse la primera fila en la historia de su país, pero los mismos que ansiaban exterminar y anonadar al Reformador y al Héroe, los mismos que profanaron su cadáver y lo redujeron a

cenizas, han contribuido eficazmente a la inmortali-dad del fundador del Liberalismo Ecuatoriano"

Alfaro, Montalvo, Vela, Pedro Carbo, Ju-

lio Andrade, Pedro Moncayo, Miguel Valverde, Manuel J. Calle y una veintena más de varones li-berales, permanecerán ocupando su puesto en la Historia Patria!

En Junio de 1943, Don Ismael Pérez Paz-miño traza una semblanza breve pero decidora del Dr. Juan Benigno Vela;

"Fue el sembrador y el maestro inolvida-ble. El arquetipo de la dignidad patriótica y de la protesta tribunicia y periodística.

Vela había sido desde el año 80, como un punto céntrico a donde convergían desde distin-tas direcciones, dos corrientes bien marcadas de encontrados sentimientos y de opuestas pasiones, de parte de los cultores de dos ideologías, de doc-trinas en pugna: los unos para deprimir el nom-bre y la obra del "Ciego hereje", del periodista combatiente, del tribuno rebelde, amontonándole inventivas, consejas demoníacas, cuentos invero-símiles que explicaban su ceguera como un cas-tigo providencial, maldiciones de sus adversarios en doctrina, y hasta tramitándole y fulminándole excomuniones por parte de la clerecía politique-ra y en derrota hostil y malévola: los otros, para ensalzarlo con respeto, para exaltar su nombre, envolviéndole en una aureola de admiración y de aplausos tributados al escritor y al tribuno".

“No pocos periodistas de hoy, entre los mi- llares de sus devotos, admiradores y sim-patizantes, de seguro, le cobraron amor a la profesión e incluso aprendieron a querer a su Patria, a batallar por la justicia y a odiar a los tiranos, leyendo y oyendo el verbo calcinante de Juan Benigno Vela, y el no menos candente de colaboradores suyos caro Aparicio Ortega,

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como José Peralta, Constantino Fernández y otros batalladores de aquel tiempo".

En 1916, concurrí a Quito a una de las barras del Congreso, llevado por la curiosidad de conocer al Gran Ciego, Senador de la República, a la sazón de conocerlo y oír su oratoria, cuya cele-bridad corría de boca en boca, desde veinte años atrás. Descollaba en su curul, cerrado de negro, acaso en situación de luto permanente por la muer-te de sus arados hijos, arrebatados a la vida todos ellos -pues eran varios- excepto uno, en diversas acciones de armas, en defensa del Partido Liberal. De pronto le vi ponerse de pies, dominando las curules con su estatura heroica y robusta, pedir la palabra y enhebrar el discurso en forma reposada y clara. Los acentos de su verbo, retumbaron en los ámbitos deI enorme Salón; palabra imponente y majestuosa, desnuda de arambeles retóricos, di-cha para desentrañar la verdad, para convencer a los contrincantes, no para lucirse con artificiosos y vacuos golpes efectistas. Era la suya la palabra orientadora, el producto de la ciencia y de la expe-riencia, de la sagacidad de la conciliación honesta de situaciones, no la palabra malabarista y ampu-losa vertida para armar tramoyas politiqueras, ni era el canto de la sirena para socavar las libertades y falsificar los fundamentos de la democracia" Pá-ginas periodísticas, Ismael Pérez Pazmiño, Diario El Universo, Guayaquil. 1972.

“No olvidemos las enseñanzas Del sem-

brador y maestro”. Simplemente bello es el " Esbo-zo Biográfico " del Dr. Juan Benigno Vela, que nos traza el escritor y Poeta Pablo Balarezo Moncayo.

“El hombre de los ojos de estatua”, es la introducción del estudio: Quienes conocimos al Ciego Vela, con su conformación física de atleta, hemos de recordarlo con su actitud de gladiador herido, pero invicto". “Para él estaba reservada la

fulguración de la fama en un aspecto del talento humano aún no superado por otro ambateño; en la oratoria forense y parlamentaria, en la que su verbo tornábase rayo fulminador y hasta la talla física del hombre se agigantaba haciendo tribuna de su misma estatura… "

“La tiniebla luminosa, palabras del cora-zón”, "La convicción política liberal de su doctrina, proclamada con valentía y profesada con sinceridad, había dado al Doctor Vela los títulos de ateo, hereje, anticlerical y masón con que le conocía el pueblo. Y como tal, su fobia religiosa de comer curas, habríale llevado a violar uno de los preceptos más solemnes del ritual católico".

¡Urdimbres del odio y la falsía, la temeri-dad y la calumnia! El Dr. Vela soportó impasible el dolor de su ceguera, y felizmente no oía el clamor desentonado y torpe del odio pávido de la muche-dumbre, que le acosaba como canes enfurecidos de hidrofobia. El, estoico, hombre superior al fin, decía:

"La ceguera no es un mal señor; antes sí para el hombre que tiene en nada esta sombra fu-gaz que llamamos vida, ella es un bien positivo y de la inmensa trascendencia; porque el corazón se abre a las más dulces esperanzas de una vida mejor más allá de la tumba, porque su inteligen-cia encuentra horizontes más dilatados, regiones más serenas, ideales más sublimes y consolado-res, ¡Oh!, si mis ojos tornaran a la luz, si la cien-cia hallara medios de arrancarme de esta bendita oscuridad en que vivo, por cierto que fuera yo muy desgraciado; disipáranse acaso, mis justas y racionales esperanzas, asaltárame la duda, mis pensamientos fueran por ventura mezquinos, ras-treras mis aspiraciones, y perdería en un instante todo el camino que he recorrido en diez años de abnegación y dulce sufrimiento. Verdad señor, que en los primeros días de mi ceguera tuve mo-mentos de melancolía, tristeza, de insólita pesa-

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dumbre; parecióme imposible la vida, imposible de andar, imposible moverme, imposible ilustrarme, imposible dictar mis escritos, imposible buscar con mi trabajo el pan de mis hijos, imposible todo; hallá-bame además, en el vigor de mi juventud, contaba apenas treinta y tres años de edad; y quedar ciego de repente y perder todas las ilusiones del joven, y no ver más que tinieblas por doquiera, y no sentir más que la tempestad sobre mi cabeza; ah, señor, eso era terrible, había para desesperarse.

Pronto vino la razón en mi auxilio, llamé a la filosofía, interrogué a la historia de otros hom-bres que habían sido mucho más desgraciados que yo; y una sonrisa asomó a mis labios, y un tierno sentimiento de resignación, llenó todo mi ser. Des-de entonces vivo contento; feliz en la santa pobre-za, sereno en la adversidad, y ando y leo y escribo y me ilustro, y lo que es más, trabajo para mis hijos haciendo honestamente mis defensas en el foro, no obstante los destierros, prisiones y persecuciones de que vengo siendo objeto desde 1882 hasta la fe-cha" Vida de Huracán, Pablo Balarezo Moncayo. Ambato 1944.

Semejante introspección espiritual no es un retrato abierto, mejor si se quiere, un radiogra-ma espiritual.

Y hora, escuchad al mejor biógrafo de Vela,

al Dr. Darío Guevara Mayorga, autor del "Titán del Liberalismo Ecuatoriano”: “Juan Montalvo, Juan León Mera y Juan Benigno Vela: He aquí tres nom-bres y tres que desfilan por la historia en rigurosa cronología y en gradación de alturas, partiendo del coloso mayor, y lo que es curioso: el Juan del medio es el hombre de enlace entre los Juanes de los ex-traños, no por el recurso gramatical, ni la ideología, sino porque se bate en campos opuestos con cada uno de los dos.

Mera lucha a garrotazos con Montalvo en

un día de la administración de Veintimilla y Mera encara a Vela con la polémica ruda en la adminis-tración del sucesor de Veintimilla.

Los Juanes de los extraños, son liberales convencidos y doctrinarios de combate. El primero sobresale por la ortodoxia cristiana y por los arres-tos arrebatadores de propagandista y defensor de la democracia amparada por la libertad. El segundo es muy dedicado a su profesión de abogado, de li-mitada producción literaria y de más revoluciona-ria convicción liberal. Es discípulo aprovechado de aquel y lucha más de cerca a los peligros sin temor a las cárceles que le abren sus puertas de par en par. Ambos van al destierro por la saña de los gobiernos intransigentes; más, el mayor se queda afuera para prestigiar a la Patria en el exterior, con una serie de libros de ilimitadas resonancias. El menor, arraiga-do profundamente a la familia y el suelo patrio, pro-cura estar siempre en el solar nativo y sin apartarse ni un momento de su cruzada de Quijote. En cam-bio a Mera, no le toca la Suerte del exilio y casi no conoce la infamante prisión. Le toca actuar al lado de los gobiernos conservadores y en alguna vez se constituye en dirigente de la política nacional.

Sus convicciones católicas y conservadi-tas son arraigadas, y, en las horas de campaña, no admite razones contrarias. Por eso mismo se ha enemistado con sus paisanos y tocayos, y por eso escribe las cartas panfletarias contra el cie-go radical y rebelde. La polémica entre Mera y Vela, adquiere repercusiones políticas de magni-tudes sin precedente. Contra el primero se lanza el gobierno civil y el gobierno eclesiástico, a se-mejanza del cuchillo regio y el cuchillo pontificio de que nos habla Gaspar de Villarroel y que de consuno amenazaban al pensamiento libre en los tiempos bárbaros de la Inquisición". Juan Benig-no Vela, Darío Guevara Mayorga, Imprenta Mu-nicipal Ambato, 1949

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No se ha reunido todo lo que escribió Vela

en sus batallas de prensa, sus cartas, telegramas, an-dan dispersos. Algunos se han perdido para siem-pre, en el piélago de las producciones nacionales de corta duración, especialmente, en el campo de la política que se sirve de circunstancias eventuales.

“En las actas de las Sesiones Congresiles y en los tonos de los diarios debates, constan algunos de los vibrantes discursos del Tribuno llano y vehe-mente, que levantaba su voz sin miedo a nadie, con el valor de la convicción y la energía de la honradez política acrisolada. Educó en la catoniana doctrina liberal a varias generaciones. Se mantuvo erguido, como una estatua ateniense, pulcra y sugestiva, elo-cuente en lecciones tangibles”, concreta Alejandro Andrade Coello. La Casa de Montalvo. Revista de la Biblioteca de Autores Nacionales, Año XII - Julio de 1943, Nº 36

Miguel Ángel Albornoz, pinta al varón ilustre, paradigma de patriotismo y ciudadano rec-to, "que nunca dejó de impugnar con entereza las quiebras de las administraciones liberales, ya que ninguna entidad por sabía que fuera, deja de incu-rrir en errores, como flaqueza inherente a la natura-leza humana; su clara inteligencia y su alma llena de energías, retemplada en las adversidades, le mantu-vo firme en la palestra: Fue Maestro y defensor de las multitudes. Cuando llegó la hora, Murió en su

ley, como mueren los convencidos" Su retrato, de cuerpo entero, puede apre-

ciarse en estas líneas de una carta suya a Federico Rivera: “Entienda usted una cosa, y es que el ciego que se llama Juan Benigno Vela, y que es el único redactor de "El Argos", es también de esos que sa-ben amarrarse los pantalones, y con él no hay ame-nazas ni tonterías”

¿No es una suficiente radiografía convin-cente y convencedora?

Justino Cornejo, el Académico de la Len-gua, en su estudio titulado " El Ciego Verla", ma-nifiesta: "De acero su voluntad indomeñable. Juan Benigno Vela quizá desesperaba de que fuese tan larga y fatigosa la jomada; y, acaso, lloraría en si-lencio, con aquellas lágrimas que van de los ojos a la recóndita oquedad del pecho.

Abrazado a su infinito dolor, pasó largos años desafiando todas las perturbaciones: viudez, traición, confinio, falacia, miseria, enfermedad, abandero, calumnia! ... Alto, canoso, rugiente, pé-treo y gallardo, era en Ambato, cual el mismo Tun-gurahua, su hermano y confidente. Pero jamás hubo cumbre sobre la cual se amontonasen tan oscuros nimbos, ni estallasen tan furiosas tempestades".

¡Qué retrato, que radiografía, digo yo!...

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JUAN BENIGNO VELA

EL HOMBRE

El escritor Augusto Arias Roba-lino, en su obra Panorama de la Literatura Ecua-toriana, publicada en Quito el año 1948, pág. 206, 207, afirma: “Para el retrato y la semblanza, motivos de ardua prueba en la literatura y el pe-riodismo, como es la figura en el ejercicio pictó-rico, Calle se mostró con cualidades acabadas. A la muerte del escritor se reunieran en Biografías y Semblanzas.” A continuación el retrato del ilustre ambateño escrito en 1914.

AMBATO tiene dos monumentos: la es-tatua de Montalvo y el Ciego Vela. La estatua es cualquier cosa dentro de un mal enverjado y so-bre un pedestal sin bajos ni altos relieves; al doctor don Juan Benigno Vela no hay quien lo contenga ni encierre, pues, pretenderlo, sería lo mismo que querer encadenar a las brisas y ponerle puertas al, campo.

Y él va así por las ambateñas calles, alto, fuerte, erguido, majestuoso, ligeramente apoyado en el brazo de un lazarillo, más conocedor del sue-lo que pisa que el cura de la parroquia y los inge-nieros del ferrocarril al Curaray....

Dr. Juan Benigno Vela. Plumilla. Francisco Suárez. 2015

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¿Qué a dónde marcha? ¡Vaya usted a saberlo! Se dirige a las escribanías y a las judica-turas de letras para abogar en estrado o presidir la recepción de pruebas testimoniales; a visitar a los amigos recién llegados, a los conocidos que están enfermos, o bien a cumplir con deberes sociales, a tomar aire, y a desvanecerse la cabeza charlando so-bre cuanto se puede enredar en este país de ideólo-gos y compositores y descompositores de las cosas de Gobierno....

Porque, en primer lugar, el señor Vela es hombre muy político, muy vehemente y absoluto en sus opiniones y simpatías, que no se muerde la len-gua en eso de soltarle una fresca al lucero del alba. Antes solía escribir abundantemente y bien: a ello debe gran parte de su reputación; pero hace años que colgó su péñola de la vieja espetera donde puso la suya el imitador inimitable de Cide Ha- mete Be-nengeli… Y no por cansancio, ni porque las nieblas de la edad hayan enturbiado las claridades interio-res, único refugio de su atormentada existencia, sino porque, gracias a una beatífica bonachonería, se cree en la plenitud del ideal, y juzga que una vez alcanzado el objeto a que se dirigían las antiguas propagandas, no hay para qué tomarse la molestia de añadir una línea más.... Y sólo trabaja para aden-tro; es decir, piensa y sueña.

Estas notas de gacetilla no tienen relación alguna con la política, y de ahí que no tratemos de enunciar la menor opinión acerca de la vida públi-ca de este varón digno de los tiempos de la repúbli-ca romana, la de los Gracos y los Catones, la de los Marios y los Silas. Sobre ella se ha escrito mucho, y casi siempre contradictoriamente; porque como Vela ha sido empujado a primera fila en todas las difíciles y sangrientas quisquillas del liberalismo ecuatoriano de los últimos treinta y cinco años, los puntos de vista han sido distintos, según el criterio banderizo y los resentimientos o la gratitud de los individuos.

En mí concepto, hay de todo, y es lícito condensar el juicio diciendo que al Ciego Ambateño han solido engrandecerle y amenguarle el don fatal de una sinceridad imprudente azuzada por entusias-mos de sectario o de niño, y la escasez ineludible de informaciones de primera mano, por culpa de los interesados en engañarle y a causa de su imposibili-dad de enterarse de las cuestiones por sí mismo. ¡Es tan fácil precipitar a un temperamento nervioso, a un carácter bravío!

¡Resulta tan hacedero no presentar toda la verdad en asuntos complejos a un hombre valetudi-nario, y ciego y sordo a la vez!...

De ahí sus equivocaciones; de ahí lo que se considera como su venalidad e inconsecuencia ¡cuando no tiene una peseta ni aspira a otra cosa que al final descanso en el pobre cementerio de su tierra!. Como sus muchos sufrimientos, su constancia en el dolor y el sacrificio y su preclaro talento le han dado autoridad, voz y voto en el juego de las fracciones liberales, a él acuden cuantos trastean alrededor de la silla presidencial, haciendo de potencia o de resisten-cia, y le encienden el espíritu con la vana poesía de libertad y progreso. Y él se entrega con generosidad; desempeña no pocas veces el triste papel de Arístides sin rumbo; y cuando despierta a la evidencia, confie-sa su error y se vuelve iracundo contra los que de tal manera le burlaron. Y así en adelante. ...

Verdaderamente, don terrible esa inge-nuidad, que es honradez y nobleza; pero que cuando constituye un temperamento deja de ser una fuerza para convertirse en una desgra-cia personal, por cuanto nada hay más ingrato y aún odioso que la expresión constante de la verdad sin miramiento a las personas ni apre-ciación de las oportunidades. Y Vela es de la clase de los impulsivos, y como, a fuer de sor-do, habla a gritos, y por ciego no ve delante de quien habla, se imponen los vecinos y malque-

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rientes sin necesidad de que las paredes tengan oídos. Y pasa tranquilamente, con un soberano desprecio del juicio de los demás, de una actuación a la contraria, elevando ídolos y rompiéndolos, y re-componiéndolos, y volviéndolos a romper....

Es una desventura de las terribles circuns-tancias que le acompañan; de ninguna manera una inconsecuencia. Así se comprende cómo el autor de aquel furioso folleto intitulado “La Asamblea Li-beral ante la historia”, no hubiese dejado pasar una cantidad de años igual a un evo, para gritar en pleno Senado y lo más extemporáneamente, lo más an-tiparlamentariamente posible: ¡Viva Plaza! entre la ira y las burlas de los circunstantes....

A dónde marcha? Su paso no es tardo ni pesado, y quienes no le conocen, al hallarle tieso y sereno en su camino, con la cabeza levantada, el pe-cho tirado hacia adelante y el ligero bastón bajo el brazo, casi como un dandy, no le creerían un ciego... La edad ha vuelto amarilla su alta y noble frente, dándole el color de marfil antiguo; pero aún florecen rosas de otoño en sus no arrugadas mejillas, y si el abundante y marcial bigote de granadero napoleóni-co está ya níveo, aún es negro su cabello, que apenas grísea sobre las sienes...

Es un guapo viejo, con sus queve-dos elegantes, y vestido con pulcritud de muchacho pretendiente... Raras veces la pesada levita amolda su esbelto talle y cubre su cabeza el ridículo cubilete llamado sombrero de copa; prefiere la americana de casimir negro o de color oscuro, y se da el lujo de usar pantalones de fantasía y guantes de finísimo previl; estrechamente calzado con botines de elásti-co o botas que hubiese envidiado Eduardo VII. rex et arbiter elegantiarum, sobre su venerable cabeza se yergue, puesto coquetamente a medio lado, un sombrero de paño suave, negro o café. Si no encon-tráis un defecto en los pliegues de esa indumentaria,

si no halláis una mota, un grano de polvo en toda ella, y os fijáis en la blancura del cuello y de los pu-ños, que parecen un espejo y en lo bien lustrados de los zapatos, en la corrección, en fin, del individuo, comprenderéis cuánto cuidado tienen de él manos amantes y filiales... Pero no os deis a engaño desde luego; porque si aquel cariño es un hecho innegable, lo cierto es que él también se cuida como niño boni-to. ¿Cuántos años tendrá? He ahí un problema.

Cuando se muera porque es legítimo supo-ner que ha de morir algún día, un Cuvier del porve-nir puede reconstituir y estudiar su osamenta para determinar si perteneció a la época ternaria o a la cuaternaria. Es uno de los humanos que no tienen edad. ¡Setenta, ochenta años? Puede que sí! Cuaren-ta o cincuenta! Efectivamente, no demuestra más; y es claro que el hombre tiene la edad que representa.

Una noche le preguntaba yo al doctor Adol-fo Páez, en una reunión casi solemne que, en casa del doctor Modesto Peñaherrera tuvimos los congresistas de 1912, para repartirnos los empleos del Poder Judi-cial que en aquel año quedaban en vacancia:

- ¿Cuántos años tendrá el doctor Vela? El doc-tor Vela estaba hablando a gritos en el sofá de al lado.

- Hombre!- me respondió el señor Páez:

- es difícil decirlo. Vela puede tener mil y qui-nientos años y aún, ser contemporáneo de Jesucristo y del judío Errante....

- Sin embargo, no 1o parece.

- Échele Ud. quinientos.- No bromée.... No demuestra arriba de cin-

cuenta y ocho, y eso....!- Pues, póngale Ud. treinta y seis, y da lo

mismo....- Entonces?

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- Entonces... ¿sabe Ud. mi amigo? Yo siem-pre le conocí al doctor Vela viejo, ciego... ¡y joven!

La información era disparatada; por mucho que viniese de un personaje de tantas campanillas, y acudí al doctor Vela.

Doctor! -le grité- ahí está el doctor Adolfo Páez que dice que Ud. tiene más de mil y quinientos años de edad, y que, si le apuran, es capaz de ase-verar, que Ud. es contemporáneo del Judío Errante.

El hombre se sonrió, y repuso plácidamente: -“Yo tengo la edad que tengo: pero sírvase

decirle al doctor Páez que cualquiera que ella sea, yo me reputo como un hijo suyo en tal cuestión, porque si yo soy del tiempo de aquel Judío, el nació, según el almanaque de Bristol, el mismo año que el Patriarca Matusalén…

El señor Páez soltó la carcajada…¡Dios! Y ambos estaban tan flamantes, que

nadie hubiese sospechado que, juntos, representaban cerca de dos siglos....

De estos hombres de fuerte barro cocido ya van desapareciendo hasta las muestras; hoy somos viejos a los cuarenta y tocamos retirada a los cin-cuenta, dentro de nuestra impotencia y de nuestro egoísmo.

-Lo que puedo decir, es que yo le conocí al señor Vela, allá por 1882, en un viaje de des-tierro que hacía él, merced a la intransigencia liberal de don Ignacio de Veintemilla y que le traté, por primera vez, en 1894, en una noche inolvidable en que él me guiaba por las calles de su Ambato, que yo no había visitado antes, de resultas de cuya dirección de un ciego a un mio-pe fuimos a golpear en una pared y de la puerta de al lado nos salieron ladrando unos perros, si-tuación engorrosa de que nos sacó su hijo don Cristóbal, que también no atinaba con la casa paterna...¡en las sombras de la noche! Y enton-ces el señor Vela era tan joven, o si queréis, tan

viejo como ahora. Ah, pero en esa época, no se había en-

sañado la vida con él y, cuando el caso ve-nia, era un alegre compañero, listo a romper un vidrio con aquellos a quienes amaba, deci-dor, campechano y muy popular entre los su-yos…

Dicen que era de verle con una guita-rra en las manos, puntear de lo fino, y entonar unas coplas de suave melancolía, a cuya mú-sica se lanzaban al ruedo chicos y chicas más o menos enamorados; y de aplaudirle cuando el mismo cogía su pareja, con instinto de viejo sabueso a quien le gustan las perdices tiernas y las pollanconas de trajecito a medio apear, y entregarse a las dulzuras de la danza, diciendo chicoleos a la compañera como un recién sali-do del Colegio!...

Pocos años bastaron para enervar el sentimentalismo de aquel carácter; más, ¡en qué forma! con qué golpes tan rudos! median-te cuántas desgracias irremediables!

Y hoy, por la fachenda y el entusiasmo aparente, para el Ciego de los buenos días; de los días de esperanza y despreocupación, aun en la negrura de su pobreza y desaliento; pero inquirid un poco dentro de esa alma profun-da, y hallaréis algo espantable; la desilusión, es muy poco decir; el cansancio, nada: una indiferencia letal, vagamente iluminada por relámpagos de entusiasmo, y el infinito des-consuelo por los hombres y las cosas....

Ciertamente, él podrá tener ochenta años; pero sus padecimientos cuentan por un siglo.

Se ha levantado una extraña y odiosa le-yenda respecto de esa vida a la vez tan atormentada y sencilla.

Niño era yo todavía cuando oí, referida por los viejos y por los curas políticos de mí barrio, esa

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singular historia:Ah, el Ciego Vela, el hereje, el impío Ciego! ¿Saben Uds. Por qué cegó? Pues sucedió

que, como es tan descreído, reunióse un día de Vier-nes Santo con una turba de amigos tan irreligiosos como él, y fuéronse todos de bureo por aquellos campos benditos del Señor. ¿Para qué?

Para embriagarse y comer carne de puerco.... en semejante día! Se hartaron los mal-ditos, y regresaron a la ciudad, dejándole a Vela borracho y en mitad de la vega...

En eso apareció la Justicia divina: el provocador roncaba con los ojos abiertos, y pasó por lo alto una golondrina, y defecó sobre las pupilas del sacrílego…; y, ya ven Uds. ciego se halla hasta ahora...

¿Quién resiste a la oleada de los prejui-cios populares? Durante más de treinta años esta absurda e indecente historia ha pasado como un artículo de fe en los bajos fondos del ultramontanismo; y sin embargo, había la verdad de una humilde vida tan a luz, con un cúmulo tal de desventuras y tristezas, con una honradez de tal modo plasmante, que hasta las fieras del bosque se habrían compadecido. Pero la política es más brutal todavía....

Y nada más llano, vulgar y corriente que esa vida. La pobreza y el Dolor le asistie-ron desde los comienzos; hijo del Pueblo, fué como tal, lleno de interrogaciones y rebeldías; y los prime- ros años de su labor estudiantil en un colegio de Latacunga, los debió a la protec-ción de generosos valedores.

Creció, fructificó, llegó a momentos históricos en que Montalvo le tomó por su se-cretario y amanuense, cuando se creía en la posibilidad de reacciones liberales bajo el aus-picio de viejas asquerosidades históricas....

Es el comienzo de su vida pública.

Montalvo no fue un político: fue un elocuente retórico: de vivir en esta época de mayor difu-sión de ideas y más grande expansionabilidad de aspiraciones, cuando los menores sabemos, en orden a cuanto nos interesa, más del doble de lo que debemos saber, y leemos tanto como D. Juan leyó en su vida, éste habría tomado otro rumbo y escrito de otra manera.

Hoy es un anacrónico, un clásico....Ahí estuvo el engaño. Porque el mon-

talvismo como ideal republicano es falso.Para esta clase de incomprensibles re-

acciones, basta el solo tipo creador. Montalvo escribió como le dió la gana, dentro de una egregia personalidad: ¿quién puede seguirle por ese camino sin temor a merecidas silbas?

Pero en Montalvo había otra cosa: algo que, por su talento, valor y representación, significa en la historia ecuatoriana de aque-llos tiempos, una franca aspiración liberal, civilizadora y progresista. Y ocurrió que los discípulos de aquel indudable e irrechazable Maestro, no se entretuvieron en pequeñeces de vocablos y de construcción y régimen, sino que se le fueron al fondo al Gobierno del Ge-neral Veintemilla, salido de sus mismas entra-ñas, y extendieron los hilos de la conspiración al día siguiente de la Convención de Amba-to!...

Inconsecuencia notoria, que Veinte-milla -un bárbaro de los tiempos de Alarico como era-, castigó con la cárcel y el destierro.

Montalvo salió a escribir en lugar se-guro sus atroces Catilinarias, y a Vela, ciego ya, le ahuyentaron a Loja, por montes, ríos y tremedales senderos, en un viaje espantoso....

Luego siguió el camino de la resisten-cia liberal al través de las dificultades de su existencia. Si Veintemilla cometió la imbeci-

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lidad de confinarle en la más profunda dis-tancia, Caamaño perpetró la cobardía de re-cluirle en el Panóptico y reducirle a una vida de tormentos, bajo un régimen inquisitorial, en d cual un rayo de sol y la cara de un amigo igualmente preso, constituían la felicidad…

¿Y qué había hecho Vela? ¡Nada!Escribir, protestar, indignarse!... El pueblo podía continuar creyendo en

el cuento de su ceguera por venganza divina; él que, desde su edad temprana, se mirara conde-nado a tinieblas por debilidad del órgano visual, se dedicó a hacer luz para ese pueblo, hablándo-le de libertad, progreso, bien...

Y ahí estuvo el daño; porque entonces mandaban los curas....

Y en la vida íntima, ¡cuántas angustias!En el viaje eterno, desfiló primero la

buena esposa, dejándole a cargo de una numero-sa familia; luego cayó uno de los hijos menores, fulminado en un turbión de fuego en uno de los campos de nuestras miserables contiendas intes-tinas; y otro día, el alma de su alma, la gentil Antígona, que era su secretario y su lazarillo, la más amante y tierna del vasto grupo doméstico, cayó para nunca más levantarse. La familia se dispersó, y la muerte de su yerno, el conocido y llorado hombre público don Julio Fernández, volvió a enlutar la casa y a entristecerla, como por la ausencia final del padre y Jefe…

Y la pobreza por todo consuelo, la irre-mediable pobreza; y el trabajo por refugio, en un círculo de inmenso tedio... A veces le hacen pro-pietario legados de píos corazones; ahora mismo tiene una quinta; la “quinta del eucalipto” en las inmediaciones de la ciudad; y, Cincinato ciego, suele retirarse unas horas a su posesión: ¿sabéis qué es la famosa quinta? Un gran eucaliptus,

que no da sombra ni frescura como todos sus congéneres y diez metros de suelo pedregoso, en torno…

Pero entremos a verle. Al subir la esca-lera de la lujosa casa de su señora hija, se halla el estudio: un amplio cuarto entarimado, alto de techo, al que inunda la luz que entra por el bal-cón. La gran mesa-escritorio está a un lado, y cubre las paredes seis cuerpos de biblioteca cu-riosamente defendidos por vidrieras y cerradu-ras con llave. Un sofá de paja, seis u ocho sillas de lo mismo, y juntó al escritorio una enorme butaca de muelles. Y nada más: ¿para qué cua-dros ni bibelots en la estancia de un ciego? Sobre la mesa un enorme tintero de cristal, dos o tres aparatos de audición para sordos, algunos pape-les, y un tomo descabalado del Quijote, de una vieja edición con estampas inverosímiles.

Y en el sillón nuestro hombre. Si hace frío, se pone de cara al sol o se arrebuja en los pliegues de una vieja capa. Permanece pensati-vo y con la cabeza alzada, atento a los vagos y confusos rumores que le llegan de fuera. Si está acompañado, trabaja: oye leer libros, periódicos y expedientes judiciales; dicta cartas o aboga-diles escritos, pregunta, se informa, discute.... ¿Quién le sirve de secretario?

Todos sus amigos; por tumo…Es su único consuelo; él dice que así se

gana la vida, y en cierta ocasión llegó a asegurarme que si no reuniera lo suficiente en el ejercicio de su profesión para ayudar a su propio sostenimiento... ¡se suicidaría! Es quizás un espectro: pero no quiere ser una carga para los suyos.

Dicta nerviosamente, copiosamente, sin vacilar ni detenerse, indicando con escrupulosidad la puntuación; y cuando acaba, se hace leer lo escri-to, y queda meditando con tristeza. Ello resulta im-provisación continua; pues, ¿cómo va a prepararse

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ni tomar notas?Se documenta de memoria, porque su me-

moria es asombrosa, y su instinto, casi infalible, A este respecto quiero referir una anécdota. Andaba hace días con el cuento de unos sucedidos cuando la batalla de Miñarica a propósito de las atrocida-des de Otamendi, y se lo narraba a todo el mundo. Me tocó la vez y hube de oírle con benevolencia y placer.

La historia era confusa, con los actores de aquella escena sangrienta, hasta el doctor Anto-nio Flores, el doctor Constantino Fernández, don Juan León Mera y la abuela del sastre Chiriboga... Como se empeñase en que yo había de sacar de la relación una leyenda histórica llena de amenidad y útiles enseñanzas, díjele cortésmente:

-Bueno; será cómo Ud. quiera; más, para refrescar la memoria con viejas lecturas y fijar el marco de los acontecimientos, ¿puede Ud. prestar-me el tomo quinto del Resumen del Dr. Cevallos?

- ¡Cómo no! Ahí lo tengo: en aquel estante del rincón dé la derecha.

- Deme la llave; yo lo buscaré.- No hace falta.Y se levantó, dirigióse con seguro paso al

señalado estante, abriólo, y sin titubear, entre los doscientos o trescientos volúmenes que contenía, cogió precisamente el mencionado tomó quinto, y me lo dio… -Con mi admiración, tentado estuve de rogarle me buscase el capítulo que trata de la revolución de los chihuahuas...; y ¡de seguro! Lo habría hallado...

Aquella es una biblioteca curiosa. Están casi todos los clásicos griegos y latinos traducidos al castellano; poetas, historiadores, filósofos y mo-ralistas; ahí Gibbon y Virey y aun creo que Volney con sus Ruinas y sus Lecciones de Historia, y una romanería que turba… En esto se advierte la in-fluencia de Montalvo, con sus extrañas aficiones

por la antigüedad greco-latina elevadas a prejuicio retórico... El dueño de esos libros, los ha leído to-dos, de cabo a rabo, y, acaso, en sus muchas horas de soledad, sueña con las Vidas Paralelas del buen Plutarco, se aíra con Suetonio contra los Césares romanos, piensa con Tácito, o sigue a Jenofonte en su maravillosa retirada por las montañas de Asia Menor…

Caen en derredor las primeras sombras: él no lo sabe, pero se entristece a medida que el día acaba, y se le dilata el rostro en bostezos de enorme fastidio.... Es el poder de la noche de la Naturaleza sobre la oscuridad de una vida condenada a la im-potencia y a las tinieblas.

Y he ahí que llaman a comer. Se despereza, alzase trabajosamente y se va derecho al comedor. Sin la menor vacilación avanza a su silla patriarcal, y se acerca el pan y desdobla la servilleta.

Se sirve en silencio y sin ayuda de nadie, cortando con mano segura las viandas, sin equi-vocar de vaso, sin verter ni mancharse; y, atando acaba, lo que no tarda en suceder, porque come poco y de prisa, se levanta majestuosamente, así haya convidados de respeto a la mesa; y vuelve a su cuarto; y allí, alza las patas delanteras de la butaca, recuesta el espaldar sobre la pared, y con las piernas superpuestas, la cabeza hacia atrás, permanece horas enteras.... pensando, soñando, recordando y padeciendo.... Las nueve! se levan-ta, echa la llave al aposento, y con tardo paso se dirige a su dormitorio…

Y así le ruedan los días; desde las cinco de la mañana en que está en pie, llenando la casa con sus gritos.

Se viste él mismo, él mismo limpia su ropa y la guarda, no permite que nadie le toque las pren-das interiores del vestido y las cuentas con la lavan-dera, las lleva en persona con un ingenioso medio de contabilidad de su propia invención y factura…

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Y cuando no es Concejal es Senador de la República, y en períodos de cesantía, se dedica con ardor a la política, manera como cualquiera otra de matar el tedio.

Le quieren poco en la ciudad natal, donde los asuntos de la política y el ejercicio de los car-gos públicos adquieren siempre las proporciones de querellas de vecindad y familia; pero están orgullo-sos contenerle.

Un ambateño habla con fanatismo de don Juan Montalvo, con unción, de Mera, Cevallos, Ur-bina, Martínez, Fernández, y acaba por decir:

-Y tenemos también al ilustre Ciego....Vedle: allá va; alto, fuerte, erguido, con la

cabeza desafiando al viento de las cercanas llanu-ras…

Si hace frío, lleva su gabán negro, y cuando no, su americana gris o café; y él palo en el brazo, y sobre los hombros el tubo de su corneta acústica....

A dónde se dirige? A matar el tiempo. No morirá: comenzará a solidificarse, estratificarse, y cualquier día amanecerá convertido en estatua de sí mismo, junto a la tumba de sus hijos y a la sombra del monumento de su maestro Montalvo.

Ambato, Mayo de 1914

SU PENSAMIENTO:

“La ceguera no es un mal, antes bien, para el hombre que tiene en poco esta sombra fugaz que llaman vida, ella es un bien positivo y de inmensa trascendencia; porque el corazón se abre a las más dulces esperanzas de una vida mejor más allá de la tumba, porque su inteligencia encuentra horizontes más dilatados, regiones más serenas, ideales más sublimes y consoladores…”.

"Bajaré contento al sepulcro. La muerte es el prólogo de la vida. Allá tendré luz que aquí me ha faltado.”

“No pido luz para mis ojos; reclamo luz

para mi inteligencia...” “No acuso tampoco a los insensatos que se

han reído de mí, juzgando que Dios me había cas-tigado...”

“Sólo a Dios y mi conciencia son mis jue-

ces a los cuales temo y debo mis actos”

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“Es periodista bien intencionado, es el ór-gano de la justicia, la voz de la razón, el intérprete de la verdad y la conciencia de los pueblos”

“Callar cuando se ultraja la verdad, no

arrojar un grito de colérica indignación cuando se trata de engañar miserablemente a los pueblos, es hacerse reo de traición ante la patria…”

“Mando se levante donde se reunió el Con-greso Constituyente cuatro estatuas que re- presen-ten: la Sabiduría, la Justicia. el Pudor y la Libertad, diosas que fueron ultrajadas y pisoteadas por los vi-les que traicionaron la voluntad los ecuatorianos.”

“¡Oh!, si mis ojos tornaran a la luz, si la ciencia hallara medios de arrancarme de esta ben-dita oscuridad en que vivo; por cierto que fuera yo muy desgraciado; disipáranse, acaso, mis justas y racionales esperanzas, asaltárame la duda, mis pen-samientos fueran tal vez mezquinos, rastreras mis aspiraciones, y perdería en un instante todo el ca-riño que he recibido en diez años de abnegación y dulce sufrimiento”

“Jamás consentiré en prestar servicio al-

guno, sea como abogado, sea como político, a un gobierno que profesa ideas contrarias a las mías. Mi carácter es así…”

“Yo no escribo por complacer a ningún cír-

culo… Mis maestros Carbo y Montalvo me bendi-cen desde la eternidad; he seguido sus huellas; ellos me han sostenido en mi larga viacrucis, me han confortado; he oído su voz de aliento, por ellos no ha fallecido mi espíritu…”

“Oh, cuán dichoso me considerara si para

el triunfo de la democracia en el Ecuador fuera ne-cesario derramar la última gota de sangre…”

“Ser víctima de la calumnia y de las inter-pretaciones apasionadas, vale más que pertenecer a la pandilla de calumniadores, y victimarios que siempre hánme salido al paso; y que éstos tuerzan mis intenciones y me despedacen y me chupen la sangre y me avienten a los infiernos, me importa tanto como la salud del Sultán de Constantinopla”

“Como padre tengo desgarrado el corazón,

como liberal bendigo al Poder Soberano que han sembrado mi camino de todo linaje de infortunios para premiarme con la libertad de mi patria”

“Revolucionario he sido siempre; pero con al-

teza de miras, guardando mi dignidad y sin esperar otra recompensa que la satisfacción de mi propia conciencia”

“Cuando todos los ecuatorianos sepan leer

y escribir, cuando todos sean ciudadanos, cuando todos lleguen a conocer los derechos que les acuer-da la sociedad y los deberes que a ella les ligan; entonces y sólo entonces se establecerá la igualdad republicana, se alejarán las influencias y torcidos manejos de los ambiciosos y demagogos"

“Los adversarios de la enseñanza gratuita y

obligatoria tienen razón de llorar lágrimas de sangre por el triunfo de las ideas redentoras; tienen razón, porque más tarde ya no podrán contar con esas ma-sas inconscientes para sus fines proditorios; ya no podrán lanzarlas a las esas eleccionarias para con-seguir el triunfo de su partido, ya no podrán arrojar-las, en nombre de Dios justo, sobre los verdaderos apóstoles de la civilización”

“Digan que siempre por la Patria mía rui-

nes favores rechacé indignado; que en la pobreza conservarme pude noble y altivo…”

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“El legislador ha de ser grande siempre, por dignidad propia y por decoro nacional; los di-putados a un Congreso, no deben jamás aceptar un empleo hasta después de un año, por lo menos, de haber dejado su asiento en la Cámara”

“Desde el instante que un escritor busque el

apoyo del primer magistrado de una nación, acepta to-das las consecuencias y se coloca en la triste condición de ver, oír y callar, y entonces ya no tiene independen-cia; o en la de justificar todos los errores e injusticia, y entonces viene a ser un miserable…”

“Prefiero morirme de hambre en Colombia,

en el Perú o en cualquier otro punto de América, antes que vivir en un pueblo donde se me persigue constan-temente por mis ideas esencialmente liberales.”

“Declaro que mis bienes: la franqueza, el ho-

nor, la vergüenza, la firmeza de carácter, la libertad absoluta, el desinterés, un valor a toda prueba y unos cuantos pesos en dinero; todo lo cual paso a distribuir entre los menesterosos, a falta de herederos legítimos.

"Yo que soy el pueblo, que de él vengo y a él

he de volver, trabajo verdaderamente en su beneficio" "Nos proponemos combatir la desunión, las

pasiones de vendería; pero nuestra lucha será franca, razonada y caballerosa; no saldremos del terreno de la Ley."

"Desde el instante en que un escritor busca el apoyo del primer magistrado de una nación, acepta to-das las consecuencias y se coloca en la triste condición de ver, oír y callar, y entonces ya no tiene independen-cia, entonces viene a ser un miserable."

"Repetirlo con orgullo a vuestros hijos; ali-mentad en sus corazones los sagrados nombres de Pa-tria y Libertad..."

"Pueblos ignorantes son poco menos que

pueblos bárbaros: y mientras no derramemos torren-tes de luz sobre nuestras masas, no espere usted que el Ecuador sea libre."

"Veo a María, la veo con los ojos de mi alma, y cada vez con mayor asombro y religioso respeto."

"Nadie, absolutamente nadie sería tan osado para negar que la paz es el mejor bien que los pueblos pueden apetecer, como único medio de conseguir la realización de sus gloriosos destinos..."

"Trabajamos para nuestros hijos, trabajamos para los que nos siguen; y si bien no podemos desco-nocer los riesgos y peligros que amenazan nuestra in-dependencia de escritores libres, tampoco ignoramos que sin combate no hay triunfo, como sin mártires no hay libertad."

"Paréceme, pues, que mi espíritu es mejor de lo que antes era, que se eleva más y más ensanchando sus horizontes, y que mi pecho es más sensible a todas las grandes emociones."

"Mi carácter independiente rechaza toda idea de dependencia; y desde el momento en que yo escri-biera con apego al primer magistrado de la República, me creería obligado a cercenar la libertad de mi pen-samiento y a reprimir los arranques de mi corazón..."

"Oh, cuán dichoso me considerara si para el triunfo de la democracia en el Ecuador fuese ne-cesario derramar la última gota de mi sangre..."

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"Solo los espíritus apocados carecen de fuerza de voluntad; más los espíritus fuertes, los co-razones templados al suave calor del patriotismo, lo pueden todo."

"Mientras mayores sean la altura y rango de los hombres a quienes uno se dirige, mayores deben ser la franqueza y sinceridad que han de em-plearse con ellos"

"La libertad de imprenta y la libertad de pensar y escribir, son las mejores concepciones que han salido del entendimiento humano; sin ella la ci-vilización aún estuviera en su infancia..."

PINCELADAS DE UN RETRATO

Creemos que el mejor pincel para copiar los rasgos físicos y espirituales de un hombre co-rresponde al artista de casa adentro, porque lleva en la sangre y en la intimidad familiar todos los toques que pueden pasar desapercibidos por los demás.

El autor de las pinceladas que aquí vienen es José Adolfo Vela, sobrino, secretario y lazarillo de nuestro biografiado. Él se expresa de su tío:

“Los que tuvimos la honra y la satisfacción de tratar al doctor Vela, toda nuestra vida, hasta los últimos instantes de ese amadísimo ser, a quien con-sagramos siempre nuestro cariño, nuestras conside-raciones y todos los anhelos de nuestra alma; que merecimos su confianza y aprecio, sus consejos y deferentes pruebas de afecto; que pudimos penetrar muy hondo en su corazón y en su pensamiento, cap-tando a todo instante las vibraciones de su espíri-tu; que le escuchamos en largas tertulias referirnos las amarguras y contratiempos de su agitada vida, las decepciones de su espíritu por la ingratitud de los que merecieron atenciones y prebendas mucho

tiempo y le voltearon las espaldas; que fuimos tes-tigos de sus anhelos patrióticos, de sus ansias por el afianzamiento de las doctrinas liberales; nosotros, en fin, que fuimos sus confidentes y compañeros inseparables, podemos sacar a relucir las virtudes privadas del señor doctor Vela.

Fué su vida un modelo de virtudes, distin-guiéndose como hijo, esposo, padre, pariente y ami-go. Noble en sus procedimientos; franco en su trato, leal y servicial en la amistad. Distinguido y culto en sus modales. Caballeroso en toda circunstancia.

Tuvo la rara virtud de decir Si o No, sin em-bustes, sin evasivas, sin temores, disgústese el que se disgustare. Por esta franqueza perduran hasta en su tumba resentimientos y prejuicios de espíritus pequeños.

Jamás mintió; dijo siempre la verdad des-nuda de toda ambigüedad; la dijo con ruda franque-za en público y en privado, por la prensa y en el Parlamento. Hablaba con el corazón en la mano, sin lisonjas ni temores.

Severo en sus costumbres, nunca dió el mal ejemplo a su familia ni a la sociedad. Mantú-vose siempre correcto, cumpliendo sus deberes con escrupulosidad, en las diferentes actividades de su vida; y, En el ejercicio profesional jamás dió ocasión para que se murmurase de sus actos: fue abogado probo, inteligente e ilustrado; juez incorruptible.

Toleró y respetó las opiniones y creencias extrañas. Jamás ni a sus íntimos, les impuso su criterio ni impidió que practicaran sus creencias cristianas. El mismo fue cristiano práctico, porque ejerció la caridad con todos, sin que nadie aper-cibiese de ello. Creía y amaba a Dios. “Sólo Dios y mi conciencia son mis jueces a los cuales temo y debo mis actos”, solía decir siempre. Cuando se trataba de una obra piadosa o pública de benefi-cencia, no escatimaba su óbolo: díganlo las HH. de la Caridad, de Ambato, si fue el doctor Vela

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el primero que contribuyó con una moneda de oro de diez sucres, para la construcción del Templo del Hospital, y cómo cada lunes que se acercaba la Hermana encargada de colectar fondos, recibía la dádiva del doctor Vela. Cuando pa-saban los infelices prisioneros de guerra, el año doce, a Quito, supo en la calle que uno de ellos estaba desnu-do, se quitó su gabán de magnífico paño, y recomendó a un amigo suyo que se lo diera a ese infeliz, para que cubriese sus carnes.

Cuando algún amigo caía en desgracia, era el doctor Vela de los primeros en acudir a él, sea con su palabra elocuente y confortadora, sea una dádiva; y compartía sinceramente las penas de su amigo. Y, en el trato familiar, era muy ameno; gustaba de chancear; y como sabia vida y milagros del género humano y tenía una vastísima ilustración en historia nacional y extran-jera, su charla resultaba de lo más amena e interesante; era una clase de historia.

Su memoria fue portentosa; era suficiente que se leyera una sola vez un libro o un alegato, para que quedase grabado en su memoria lo que había es-cuchado. Sus libros, tenía con señales y apuntaciones, y cuando necesitaba acudir a alguna cita, se acercaba, lo tomaba en las manos y lo iba hojeando hasta dar con la página, que deseaba consultar.

Dictaba con mucha facilidad y ligereza; nun-ca hacía borradores ni se hacía leer sus artículos. En-cendido el rostro, por la tensión nerviosa, fijos los ojos con los cristales apagados, como queriendo romper las densas sombras que opacaban la luz de sus pupilas, apurando en repetidos golpes un cigarro o cigarrillo y ceceando la última sílaba que había terminado de dic-tar, aguardaba impaciente que el secretario le repitiese la palabra final para continuar dictando. Era admirable la facilidad que tenía para concebir sus pensamientos y trasladarlos al papel. Si hubiera tenido a quien dictar sus memorias, lo habría hecho, porque eso fue su de-seo; pero sus hijos no podían hacerlo por sus ocupacio-

nes y malestar de su salud. Se privó el país de poseer una publicación tan importante, como habría sido la que tenía en mientes el doctor Vela. Cuántas y cuántas cosas hubiera revelado a la historia él que conocía a los hombres públicos con sus pelos y señales y que había terciado activamente en la vida pública del país más de cincuenta años.

Sus últimos años fueron de honda amargura, porque, postrada su Corina, no tenía quien le leyera ni a quien dictar una carta; fue éste su mayor martirio. Las personas que le rodearon muchísimos años, cuan-do el doctor Vela pudo servirlos y facilitarles empleos, se alejaron unas y volvieron enemigas otras.

Odiaba la bebida y el alcohol, especialmente a los que acostumbraban a tomar licor las mañanas. Despreciaba a los falsos políticos.

Apreciaba la franqueza de carácter y la sin-ceridad en los actos, así fueran sus mayores enemi-gos. Siempre reconoció el mérito en ellos y trataba de estimularles en toda ocasión. Cuando se trataba de elecciones de magistrados del Poder Judicial, su voto estuvo pronto no para el amigo, sino para el Juez pro-bo, ilustrado y recto, cualquiera que fuese la escuela política a la que perteneciera.

Violento en su carácter; pero pronto para olvi-dar y perdonar las ofensas; y sí tuvo frases duras contra tal o cual sujeto, ello obedecía a que muchas ocasiones se le suministraban falsas noticias acerca de aconte-cimientos sociales o políticos, o había apasionamiento en las referencias sobre determinadas personas.

En su vestido fue de una pulcritud exagerada; asistía a las sesiones del Congreso con zapatos de cha-rol, relucientes, pantalón de fantasía y chaleco y cha-quet negros. Siempre llevaba sobre su cabeza, echada hacia atrás, elegante sombrero de copa de seda. En una mano el cornetín acústico y en la otra el rico bastón de empuñadura de oro, dirigíase gallardo, apuesto, a cumplir sus deberes para con la Patria”.

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EN EL SENO DE LA AMISTAD

Darío Guevara, el perseverante estudio-so del hombre, el periodista y el tribuno, el viejo apóstol de la Nación, describe: “se sabe que con los amigos era muy afable este Ciego incompara-ble. Y cuantas personas amigas se acercaban a su casa o su posada, si no se convertían en secreta-rios o lectores suyos, se tornaban en testigos de los quehaceres de su vida cotidiana, no sin recibir de su parte las más justificadas explicaciones o disculpas de confianza.

Los amigos que guardan en su haber nu-merosos recuerdos anecdóticos de Vela, son tan-tos que tal vez sería enojoso reunirlos aquí con sus recados. Más por la altura de la amistad y cer-canía, recordemos estos nombres notables: Luis Felipe Borja, Lino Cárdenas, Carlos Freile Zal-dumbide, Manuel J, Calle, Miguel Valverde, Leó-nidas Plaza Gutiérrez, Alfredo Baquerizo More-no, Celiano Monge, etc., entre los más leales de la época del régimen liberal radical. Hay también otros amigos no menos notables que los nombra-dos, pero que del vínculo estrecho pasaron á la enemistad casi irreconciliable, no por egoísmos ni caprichos de la baja pasión, sino por no avenir-se el Ciego con los procedimientos seguidos por ellos en avatares de la vida política. Entre éstos se cuenta el General Eloy Alfaro, y fuera de él, con menor aferramiento: Abelardo Moncayo, Emilio María Terán y otros que vuelven a la reconcilia-ción en los días de obligada cohesión liberal ra-dical.

Enemigos si los tiene a cargas, Vela. Son todos los conservadores fanáticos que no transi-gen con la libertad de pensamiento, de prensa y de conciencia, o los que encadenaron la rebeldía liberal en los años de lucha, como Caamaño o

Veintemilla. De los mismos correligionarios, no son pocos los que lo embisten con la saña de mer-cenarios o esbirros de determinados regímenes. Pero para todos ellos, el Ciego es un olímpico alzarse de hombros, o una sátira cáustica, o una lanzada de Quijote, cuando no se ve obligado a los protocolos sociales

En las reuniones sociales y familiares, Vela reparte sabrosos chascarrillos; anécdota de su vida y de la ajena, y delicadas bromas que constituyen el deleite de los oyentes. Y si hay mú-sica en esas reuniones, baila con las chiquillas deshojándolas finas galanterías.

A propósito, Calle expresa: “Dicen que era de verle con una guitarra en las manos, pun-tear de lo fino y entonar unas coplas de suave melancolía, a cuya música se lanzaban al ruedo chicos y chicas más o menos enamorados”.

Y eso tenía que ser cierto porque los cie-gos adoran la música y la llevan en las yemas de los dedos y las cuerdas del corazón, y porque los sordos, al estilo de los grandes maestros del pen-tagrama, juegan con las notas de la escala cromá-tica en el país de las íntimas sinfonías.

En la casa Museo, la figura de cera del ambateño Juan Benigno Vela, rodeada por sus familiares. 2017

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CONTENIDO

Por las letras tungurahuenses 7Acercamiento al formidable ciego 9La ciudad de los tres Juanes 11Abolengo de los Vela Hervas 15Así se forjó el espíritu 1843 - 1868 18Espíritu combativo 1869 - 1894 23Prospecto del número primero El Combate 33En Ambato, homenaje al Libertador 38Las cenizas de Rocafuerte 49El 9 de octubre a los guayaquileños 50Hablemos claro 51Carta a un amigo 54Fe y esperanza 55El Combate y la calumnia 61Palabras del corazón 64Los perros de palacio 65Prospecto del número primero de La Idea 68Stábat Mater 70A la Patria 72Refutación a las páginas de la historia 77Receta para viajar 79Correspondencia especial 80Fallece el Dr. Pedro Fermín Cevallos 84Recuerdo a la memoria del Dr. Cevallos 85El legislador ciego 1895 - 1920 88De cómo se parecen los tiempos 91Telégrafo nacional 92Otra esperanza perdida 93Carta abierta 91Revista especial para el siglo XXI 101Condolencia íntima 104A la juventud 105Actuación del Dr. Vela en el parlamento 108Proyecto de la Constitución del Ecuador 119Columna Plumada - La Prensa 120

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Telegrama de Ambato 131Una explicación del editor 132Cayó un eucalipto cultural 133Resonancias luctuosas 135La pluma del ciego trovador 147Apoteosis al ilustre ambateño 158Distinciones al Ciego ambateño 163Espíritu periodístico y tribuno legislador 178El pensamiento social ecuatoriano 179Forma y espíritu periodismo ecuatoriano 180El periodismo en la dialéctica 180Juan B. Vela, un gran paso a la historia 181Juan B. Vela - Soliloquio 181Juan B. Vela, uno de nuestros valores 184Panorama de la literatura ecuatoriana 185El pensamiento político y el romanticismo 185Artes académicas y populares ecuatorianas 186Correspondencia de Eloy Alfaro al Dr. Vela 187Testimoniales voces literarias 187Dr. Vela, viril polemista 187Grandes ambateños del siglo XIX 188Justino Cornejo; Tarquino Toro Navas 189Alejandro Andrade; Alfonso Cordero 190P. Reginaldo Arízaga; Almuerzo con Vela 191Miguel A. Albornoz; Carlos Aillón 192Aurelio Soto; Carlos B. Sevilla 193Aniceto Jordán 194Diccionario de la Literatura ecuatoriana 195Siluetas de la ambateñía 196Oscar Vela; Rodrigo Pesantes 198Notas de un retrato y una radiografía 199Juan Benigno Vela, el Hombre 205Su pensamiento 212Pinceladas de un retrato 215En el seno de la amistad 217Bibliografía 218

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