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FIGURACIONES EN PROCESO

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© 1998, Fundación Social

www.fundadon-social.com.co Cl 72 No. 10-71 P. 11 y 12 Santafé de Bogotá, D.C. Tels. 621 8210-621 8312 Fax: 621 8342

© 1982, N o r b e r t Elias, del texto ¿Cómo pueden las utopías científicas y literarias influir sobre el futuro?

ISBN: 958-8049-01-6

Primera edición Santafé de Bogotá, j u n i o ele 1998

Traductores Erna von der Walde, artículos de P.R. Gleichmann, L. Maettig Helena Uribe, artículo de P. Spierenburg Jaime Cortés (Dpto. de Historia, Universidad Nacional de Colombia), artículos de Cas Wouters y La paradoja de la pacificación d e j . Goudsblom. Vera Weiler (Dpto. de Historia, Universidad Nacional de Colombia), artículos de N. Elias, F. Spier, W. Mastenbroek y La teoría de la civilización: crítica y perspeclixia de J. Goudsblom.

Portada Paula Iriarte

Coordinación editorial Daniel Ramos, UTÓPICA EDICIONES [email protected] www.utopica.com

Impreso en Colombia Printed in Colombia

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VERA WEILER

Compiladora

FIGURACIONES EN PROCESO

Norber t Elias

Johan Goudsblom

Peter Reinhard Gleichmann

Pieter Spierenburg

Wi l lem Mastenbroek

Cas Wouters

Lutz Maettig

Fred Spier

Universidad Nacional de

Colombia

Universidad Industrial de

Santander

FUNDACIÓN SOCIAL

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Contenido

Presentación Vera Weiler 9

¿Cómo pueden las utopías científicas y literarias influir sobre el futuro? Norbert Elias 15

La teoría ele la civilización; crítica y perspectiva Johan Goudsblom 45

¿Son capaces los seres humanos de dejar de matarse mutuamente? Peter Reinhard Gleichmann 75

La paradoja de la pacificación Johan Goudsblom 101

Violencia, castigo, el cuerpo y el honor: una revaluación Pieter Spie.enburg I 16

Negociaciones y emociones Willem Mastenbroek 152

Sobre la sociogénesis de una tercera naturaleza en la civilización de las emociones Cas Wouters 194

Teoría de los procesos y globalización Lutz Maettig 227

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La teoría del proceso de la civilización de Norbert Elias nuevamente en discusión. Una exploración de la emergente sociología de los regímenes Fred Spier 257

Los autores 299

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Presentación Vera Weiler

Figuraciones en proceso es un homenaje a Norbert Elias (1897, Breslau - 1990, Amsterdam).

En una acepción decididamente dinámica, las nociones de figuraciones y procesos son claves de la sociología históri­ca desarrollada por Norbert Elias. En ella, figuración viene a ser el concepto estructural más general que expresa bá­sicamente la idea de que los seres humanos siempre de­penden unos de otros y cumplen, unos para otros, unas funciones. Este hecho se considera fundamental para el estudio adecuado de todos los asuntos propiamente hu­manos. Si constituyera ya un lugar común en los estudios sociales, la sociología eliasiana se llamaría simplemente procesal o de desarrollo. Esto significa que los fenómenos sociales se estudian en su trayectoria. Esta idea conduce al reconocimiento del potencial explicativo que posee una perspectiva de largo plazo. Las situaciones momentáneas no ofrecen en sí mismas elementos suficientes de explica­ción. Estos, en cambio, aumentan considerablemente cuando se pasa a su estudio procesal. Por esa vía es posi­ble superar las limitaciones de principios cognitivos implí-

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Vera Weiler

chámente estáticos que ignoran que las cosas como son, son el resultado (transitorio) del proceso de su génesis, ellas mismas son proceso. El estudio de los asuntos huma­nos en términos de Figuraciones en proceso se convierte así en un principio de realismo cognitivo. Si se acepta la clasi­ficación general que Ernest Gellner estableció de las op­ciones del presente en materia de fe, los estudios figurado-nales de los procesos sociales se ubican en el campo del Fnndamentalisnio racionalista, es decir, a una distancia ine­quívoca del fundamentalismo religioso y, naturalmente, del relativismo.'

El presente libro —y el simposio con relación al cual sur­gió— originalmente estuvo pensado para la conmemoración del centenario del nacimiento de Elias. Pero dado el propó­sito que ambos persiguen, a la postre no resulta muy impor­tante que nos hayamos demorado un año más. Figuraciones en proceso está concebido como contribución a la divulga­ción de la obra y del estilo cognitivo de Norbert Elias, en primer lugar en Colombia. Quizás sea también de interés para el ámbito latinoamericano más amplio.

Después de que se hubiera consolidado el reconoci­miento de Elias en Europa y, con algún retraso, en Nor­teamérica, comenzaron a conocerse las traducciones caste­llanas de los libros de Elias. Pero en general ellos perma­necen más o menos desconocidos entre nosotros. Mientras tanto se ha consolidado una escuela internacio­nal de inspiración eliasiana.

Esta situación encierra unas posibilidades del tipo que en la historia se ofrecen, a veces, cuando se llega más tar-

Ver Gellner, E., Posmodernismo, razón y religión. Barcelona: Ed. Pai­dós, 1994. En una charla pronunciada en 1992 Gellner, empleó el nombre de puritanos ilustrados para hablar del mismo estilo cogniti­vo. Ver Gellner, E., "Ua unicidad de la verdad". En Antropología y Po­lítica. Revoluciones en el bosque sagrado. Barcelona: Gedisa, 1997, 19-28.

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Presentación

de que otros. Los trabajos que van más allá de Elias po­drían estimular, por ejemplo, una modalidad de apropia­ción intelectual de la misma obra de Elias distinta a aque­lla que en ocasiones tiende a asfixiar los aportes de pensa­dores importantes en procesos de juiciosa exégesis de múltiples peldaños. Los debates ya realizados en relación con la teoría de Elias y una serie de investigaciones inspi­radas en ella pueden estimular un acercamiento activo y dinámico.

La situación en que se enmarca nuestro esfuerzo ofre­ce otra ventaja local. El tono de los debates relacionados con la teoría de Elias, en general, es menos áspero hoy que hace apenas algunos años y no hay razón para una re­producción local de las fases iniciales. Los límites entre los partidarios y aquellos críticos que comparten con éstos ciertas premisas de cognición se han tornado más fluidos en algunos aspectos. El cambio de ambiente y sus benefi­cios se advierten de modo ejemplar en la más reciente de las introducciones a la obra de Norbert Elias." Su autor, el sociólogo australiano Robert van Krieken, invita a ir al en­cuentro con la crítica a partir de una actitud más genero­sa. No hay duda; tal actitud se revierte en un diálogo fe­cundo. En Figuraciones en proceso se presentan algunas de las líneas de un posible intercambio a través del artículo sobre críticas y perspectivas surgidas en los debates en torno a la teoría de la civilización del sociólogo holandés Johan Goudsblom. Esta es también la oportunidad para presentarlo en Colombia como figura pionera de la socio­logía eliasiana en Holanda y de la correspondiente comu­nidad internacional. Al igual que los demás autores reuni­dos en esta compilación, Johan Goudsblom ha contribui­do con sus propias investigaciones al desarrollo de la

Ver van Krieken, R,, Norbert Elias. Uondon: Routledge, 1998.

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Vera Weiler

sociología histórica más allá de Elias.3 Aquí, su presenta­ción persigue el propósito ya enunciado de establecer un puente vivo y creativo con el pensamiento de Elias.

Aunque creo que el lector puede acceder a los trabajos aquí reunidos directamente —dado que ellos hablan por sí mismos con suficiente claridad—, un breve comentario so­bre la elección temática tal vez sea pertinente.

Llamará la atención una cierta concentración en pro­blemas relacionados con el tema de la violencia. Ella se debe, en parte, al hecho de que se trata de una de las preocupaciones centrales de la teoría de la civilización de Elias. Si bien ella fue formulada con base en procesos eu­ropeos, es también una teoría que se presume com­prehensiva y abierta. Cabe entonces esperar de las ideas de Elias no sólo orientaciones para el estudio de los pro­cesos fuera del área inicialmente enfocada, sino que éstas, a su turno, pueden y deben contribuir a su desarrollo. Es posible que esto último exija, de alguna manera, la supe­ración de estrecheces terminológicas y conceptuales de la formulación original de la teoría. Hemos incluido el artí­culo del sociólogo holandés Fred Spier sobre la emergente sociología de los regímenes para ilustrar esa posibilidad y para mostrar una dirección de tales búsquedas.

La teoría de la civilización trata de identificar y de ex­plicar los cambios en los hábitos de los seres humanos en el tiempo. El estudio del desarrollo del control de las emociones se ha convertido en uno de sus ejes principa­les. El trabajo del sociólogo holandés Cas Wouters presen­ta algunos avances que al respecto se han producido en tiempos recientes. Es un terreno en que se ha llevado la teoría eliasiana a los procesos del siglo XX. Esto, a su vez,

Quisiera llamar la atención especialmente sobre uno de sus libros del cual existe traducción castellana. Goudsblom, J, Fuego y civiliza­ción. Santiago de Chile: Andrés Bello, 1994.

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Presentación

ha conducido al desarrollo de la teoría. La noción que te­nía Elias de las formas históricas del control de las emo­ciones, en particular del autocontrol, se ha enriquecido por una comprensión más diferenciada de la cambiante estructura del aparato psíquico de los seres humanos. El estudio sobre el desarrollo histórico de las formas y con­diciones de la negociación presentado por Willem Mas-tenbroek, que también viene de Holanda, está muy rela­cionado con la problemática del control de las emociones. Al mismo tiempo sirve de ejemplo de la relevancia prácti­ca del conocimiento de dicho terreno.

A las razones ya expuestas sobre la fuerte presencia del tema de la violencia en esta compilación, se agrega el su­puesto de que en Colombia podría darse una recontextua-lizadón del pensamiento eliasiano mediante su aplicación al tema que ha representado la mayor preocupación del país y de sus científicos sociales hace ya un buen tiempo. En efecto, Colombia se ha visto atrapada en una espiral de violencia. De ello es expresión la incidencia de formacio­nes militares de carácter privado amén del hecho de que un número considerable de personas porta armas y las emplea fuera de las organizaciones militares propiamente dichas. Grandes esfuerzos académicos se han dedicado al intento de describir y comprender estos fenómenos. Pare­ce conveniente que tales esfuerzos se vean fortalecidos en el encuentro con las experiencias de análisis de la escuela eliasiana. Podría verse enriquecido, por ejemplo, el debate sobre estrategias de investigación. Si se lograra una mayor atención para el largo plazo y una radical ampliación del horizonte comparativo, se habría dado un paso importan­te.

El cuerpo principal del libro lo constituyen textos que sirven de referencia a las conferencias centrales del sim­posio Norbert Elias y las ciencias sociales hacia finales del siglo XX (Bucaramanga 24-26 de junio de 1998), organizado por la Universidad Industrial de Santander y la Universidad

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Vera Weiler

Nacional de Colombia. De manera estimulante los autores han apoyado el proyecto de publicación, facilitando los textos con antelación a la realización del evento. Además han autorizando su publicación en la presente edición sin cobro de honorarios. El artículo de Norbert Elias se pudo incluir gracias a la generosa aprobación en iguales condi­ciones por parte de la Fundación Norbert Elias (Am-sterdam) y de la agencia Liepman AG Zurich que a su nombre administra los derechos sobre los trabajos de Elias. Fue decisivo para la materialización del proyecto de publicación en la forma presente y en plazos apremiantes el apoyo de la Fundación Social. Nuestra gratitud se ex­tiende a los traductores y al editor que con jornadas espe­cialmente intensas han hecho posible la materialización gráfica del proyecto.

Santafé de Bogotá, junio de 1998

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¿Cómo pueden las utopías

científicas y literarias influir

sobre el futuro?*

Norbert Elias

I

La pregunta que se me ha planteado no es tan sencilla como podría parecer a primera vista. Si la entiendo bien, creo que en su trasfondo se encuentra un razonamiento que presume que las utopías son anticipaciones de una condición futura de la sociedad, anticipaciones que en la mayoría de las veces vienen en la forma de libros de carác­ter científico o literario. La pregunta es: ¿pueden los libros de utopías tener alguna influencia significativa en el desa­rrollo de las sociedades? Partamos de un ejemplo obvio: si Marx nunca hubiera vivido, ¿continuaría el zarismo blanco gobernando en Rusia? ¿O acaso ya estaban preparadas las

* Ua base de esta versión castellana es: Elias, N., "What is the role of scientific and literary utopias for thefuture?", en: Netherlands Instilóte for Advanced Study in the Humanities and Social Sciences (ed.), Limits to thefuture. Wassenaar, 1982, pp. 60-80. Parala traducción fue consultada también la versión holandesa ligeramente revisada: "Hoe kunnen wetenschappelijke en litemire utopie'én de toekomst be'invloe-denV, en: De Gids,Jg. 147, ni. 1, 1983, pp. 3-17.

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Norbert Elias

dinámicas internas de la sociedad rusa para un cambio cuando los pupilos de Marx llegaron a la estación finlan­desa, de tal manera que la utopía literaria anticipatoria de Marx de un posible futuro mejor simplemente ayudó a re­forzar la corriente de los vientos de cambio hacia su pro­pia dirección ya prevista?

Mi punto es que al responder la pregunta ¿pueden las utopías ejercer una influencia significativa sobre el futuro? no se debe olvidar que toda sociedad —o grupo de socieda­des—tiene en un instante determinado un impulso propio presionando su condición presente, una dinámica de gru­po particular, inherente, que pueden ser bloqueados pero que, aun en este caso, son una parte intrínseca de su es­tructura. Desde luego, esto no significa que dicha dinámi­ca estructural esté fijada de una vez por todas en una di­rección determinada; significa que mientras que existe un variado espectro de futuros posibles, las posibilidades de desarrollarse de cada uno de ellos están claramente deli­mitadas, no son infinitas. Por lo tanto, si las utopías anti-cipatorias han de ejercer alguna influencia en el desarrollo del futuro, solamente pueden hacerlo en tanto estén sin­tonizadas con los futuros posibles propios de la estructura y el impulso inercial de la sociedad en esa etapa particular de su desarrollo.

Por supuesto, no siempre se puede decir en un deter­minado estadio del desarrollo cuáles futuros son posibles y cuáles imposibles. Pero la invención de futuros impro­bables o imposibles en forma de utopías también puede cumplir alguna función. Al igual que las descripciones de futuros posibles, ellas son expresiones de los sueños, de­seos y temores de los hombres en un determinado perío­do.

Quisiera indicar brevemente qué entiendo por utopía o, mejor, en qué acepción creo que se suele emplear este término y, en consecuencia, sobre qué voy a tratar. Una utopía es una representación fantasiosa de una sociedad,

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¿Cómo pueden las utopias...;

que contiene unas propuestas de solución a una serie de problemas sociales aún no resuelta. Puede tratarse de unas imágenes deseables tanto como indeseables. En una utopía también pueden confluir simultáneamente deseos y pesadillas. Por lo tanto, las utopías de generaciones pasa­das pueden servir a sus descendientes como un indicador fiel, acertado, de las angustias y esperanzas, de los anhelos y las pesadillas de sus grupos ancestrales, como las clases sociales, los grupos etáreos o de género, e inclusive de na­ciones enteras.

Piénsese en la Utopía de Tomás Moro. No hace falta señalar que Moro no fue el inventor de la utopía y del gé­nero de escritos que luego recibió esta denominación. Hoy en día se le ve a veces simplemente como alguien que, por su propio placer y por el de sus amigos, inventó una sociedad imaginaria, una especie de país soñado. Pero de hecho, él inventó una sociedad alternativa que en mu­chos sentidos fue una contraimagen de la sociedad exis­tente. Una de las cosas que le atormentaban era el cre­ciente poder del rey y del Estado en el período que retrospectivamente solemos llamar el período del absolu­tismo emergente. Mientras escribía su Utopía, Moro era humanista y como jurista ocupaba un alto cargo al servicio de la ciudad de Londres, y estaba estrechamente ligado con las casas mercantiles más poderosas. Es posible que algunos de sus miembros hayan compartido la visión críti­ca de Moro. Hay bastante certeza de que su amigo Erasmo de Rotterdam habría estado fie acuerdo con él. El que Moro en una fase posterior de su vida —y como destacado servidor de su rey— tuviera ideas más ortodoxas acerca de la Iglesia y del Estado, en nada afecta la óptica más crítica de la utopía escrita en su juventud.

También podemos considerar las utopías de la literatu­ra pastoril. En mi libro Die Hófische Gesellschaft (La socie­dad cortesana) estudié con algún detalle una de las nove­las pastoriles más grandes, Astrée, de Honoré d'Urfé. Ella

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Norbert Elias

ofrece un cuadro sorprendentemente claro y vivido de un país soñado en donde trató de escaparse una parte de la antigua nobleza guerrera francesa al quedar atrapada en la trampa dorada de la vida cortesana. Estas utopías tempra­nas solían representar sueños placenteros. Tenían el ca­rácter gratificante de deseos cumplidos. En tiempos más recientes, las utopías han asumido cada vez más el carácter de sueños sombríos y, muchas veces incluso, el de pesadi­llas. Por eso, una de las preguntas claves para hablar de utopías hoy en día es por qué es esto así, por qué la pre­ponderancia de utopías con carácter de sueños deseables ha cedido su lugar al predominio de utopías con carácter de sueños sombríos, es decir, de utopías negras a las cua­les en la actualidad se les llama a veces antiutopías, térmi­no que a mi modo de ver, no es acertado.

Soy consciente de que quizás no estoy interpretando la pregunta contenida en el título de la manera en que me fue planteada. Quizás ella tenía un sentido menos amplio como: ¿Tienen las utopías una utilidad práctica para la constitución del futuro? Pero en este caso tampoco hu­biera podido ofrecer una respuesta satisfactoria sin consi­derar el desarrollo de las utopías en el pasado y segura­mente sin pensar en el cambio misterioso del predominio de utopías-deseo a utopías-pesadilla. En el desarrollo de las sociedades humanas debió ocurrir algo decisivo como para que las utopías relativamente placenteras que pre­dominaban todavía en el tardío siglo XIX, como las de Edward Bellamy, Theodor Hertzka, William Morris y sus contemporáneos, ' dieran paso a unas utopías-pesadilla como Brave New World (1932) de Aldous Huxley y 1984 (1948) de Georg Orwell o, para no olvidar, aunque en este

Edward Bellamy, Looking Backward, 1888; Theodor Hertzka, Freiland, Einsoziales Zukunflsbild, 1890; William Morris, News from Nowhere, 1890.

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¿Cómo pueden las utopías...?

contexto se le olvide con frecuencia, Day of the Trijfids (1959). Si no se presta atención al problema que plantea este sorprendente giro, resulta difícil evaluar qué papel pueden jugar las utopías para la configuración del curso futuro de los eventos.

II

La obra de II.G. Wells, el escritor de utopías más produc­tivo y en muchos aspectos más prominente de finales del siglo pasado, puede ser considerada como característica del viraje de las utopías placenteras hacia las desagrada­bles. Los escritos de Wells en buena parte estuvieron atra­vesados por una vigorosa fe en la posibilidad de una so­ciedad mejor, en los beneficios que los hombres iban a sa­car de la ciencia, el avance tecnológico y la educación. Pero Wells también sostenía explícitamente que la ciencia genera no sólo beneficios para la humanidad. En la muy conocida historia de The Island of Doctor Moreau (1896), el buen doctor, anticipando técnicas genéticas contemporá­neas, empleó sus habilidades como cirujano para trans-plantar características humanas a animales. Así creó una especie de híbrido que ya no era animal pero tampoco en­teramente humano. La teoría de Darwin jugó un papel importante para la obra de Wells, no sólo como teoría bio­lógica sino también como modelo teórico que sirve como matriz filosófica para apreciar y pronosticar el futuro de la sociedad humana.

En la época de Wells, la teoría de Darwin era todavía muy controvertida y en este sentido de extraordinaria ac­tualidad. Hoy en día en las sociedades europeas más desa­rrolladas es aceptada ampliamente. Incluso los teólogos pueden tolerar la teoría de la evolución: se resignaron al hecho de que la teoría de Darwin existe y que tienen que

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Norbert Elias

dejar que el lobo y la oveja convivan pacíficamente de la mejor manera.

Pero en el tiempo de Wells, la afirmación de que los hombres eran descendientes de una especie de mono era para mucha gente una blasfemia insoportable. Tilomas Huxley, el maestro de Wells, que fue amigo de Darwin y un ardiente luchador por el reconocimiento de sus teorías científicas, tuvo que defenderse en una discusión pública ante una pregunta despectiva del obispo de Oxford. Éste preguntaba si era por el lado de su abuela o de su abuelo que Huxley se consideraba descendiente de un venerable mono. Huxley, muy sereno y cortés, replicó con la si­guiente frase famosa:

Si se me preguntara si prefiero ser descendiente de un pobre animal de inteligencia corta y espalda encorvada, que hace muecas y balbucea al vernos pasar, o de un hombre de grandes habilidades en una espléndida posi­ción, que emplea sus dones para aplastar y desacreditar a humildes buscadores de la verdad, no sabría la respuesta.

Wells, quien estudió con Huxley y heredó algo de su pasión por la ciencia, formó parte de una generación cuyo entusiasmo ya se iba templando bajo el peso de algunas dudas. Como sus utopías lo demuestran, su posición fren­te a la ciencia era ambivalente.

III.

Esta postura ambivalente de Wells frente a la ciencia anuncia el cambio del cual surgiría el carácter distintivo del clima intelectual dominante en el siglo XX. La amplia confianza en la ciencia y la racionalidad, la certeza de que traerían un futuro mejor para la humanidad en medio de un estándar de vida creciente, cedió paso a las dudas y de-

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¿Cómo pueden las utopías...?

silusiones. El ascenso de las utopías-pesadilla hacia una posición dominante fue sólo uno de los síntomas de este cambio.

Algunas razones son obvias. El hecho de que la ciencia y la racionalidad humana no fueron capaces de impedir que los hombres se lanzaran a la guerra contra otros hombres, el asesinato sin sentido de millones de personas en dos guerras, la barbarie de los campos de concentra­ción y de las dictaduras en general, seguramente tuvieron parte en el miedo creciente que se expresa en esas uto­pías.

También hubo otras razones, sobre las cuales se suele reflexionar y comentar menos, quizás porque son menos obvias. Tal vez sea útil señalar algunas.

En algunos campos los científicos han logrado levantar el velo de las fantasías con el que los deseos y las necesi­dades más espontáneas de los seres humanos han cubierto ante sus ojos las interrelaciones reales entre los eventos. Sin embargo, la imagen más realista del mundo que reve­lan los científicos con frecuencia está lejos de ser placen­tera. No sólo la teoría de la evolución de Darwin, sino mu­chos otros descubrimientos científicos también, reempla­zaron las imágenes fantasiosas del mundo en general —y de la humanidad en particular— que emocionalmente re­sultaban más gratificantes por otras que eran más realistas pero menos placenteras en términos emocionales. La lu­cha de Copérnico y Galileo contra una concepción ego­céntrica del universo inició la serie de desilusiones emo­cionales traumáticas que iban de la mano con muchos grandes avances científicos. Ver en la Tierra, y de este modo también en la humanidad, el centro del universo representaba una satisfacción emocional enorme. Esto ha­lagaba el Ego de la gente y, al mismo tiempo, tenía sentido como principio de ordenamiento del mundo. Pensar a la Tierra como un pequeño satélite del sol resultaba desilu­sionante y además no tenía sentido.

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Nuevos desarrollos de la cosmología científica han re­forzado cada vez más la visión del sinsentido duro y deso­lador del universo físico. Hasta ahora, los hombres no han sabido sacar conclusiones de la pérdida de sus ilusiones, consecuencia de los ciegos automatismos sociales del avance científico y de la representación más realista de to­dos los niveles del universo que resultó de dicho avance. Todavía no se han adaptado con el hecho de que solamen­te los seres humanos —y, hasta donde sabemos, solamente los humanos— son los únicos constructores de sentido en el mundo. Sus utopías-pesadilla reflejan el lento despertar de la desilusión con el mundo tal como es. En este punto, solamente pueden quejarse como si alguien les debiera un mundo mejor, con mayor sentido. El golpe traumático, el duelo por las ilusiones perdidas, aún bloquea la compren­sión del hecho de que nadie más que los hombres mismos puede hacer mejor este mundo y darle un sentido más profundo.

Más aún, los descubrimientos de las ciencias naturales son generalmente incorporados y apropiados por podero­sas corrientes del torrente social, generando así con fre­cuencia consecuencias no intencionadas ni previstas por los científicos mismos. En otras palabras, el uso social de los descubrimientos científicos depende de la estructura y, en particular, de las relaciones de poder de la sociedad en conjunto. Sin embargo, los hombres tienden a atribuir las consecuencias dañinas de los avances científicos y el su­frimiento humano que de ellas resulta exclusivamente a la ciencia, de tal manera que ésta no aparece ya como fuente de una vida mejor sino como origen de una pesadilla. Con frecuencia se ignora que estos efectos se deben en gran medida a la estructura de la humanidad y, en particular, a las tensiones y luchas de poder en el interior de y entre los Estados, es decir, a lo que solemos llamar política.2

Un ejemplo característico de esta extraña reducción de la imaginación es la figura del científico loco en la película Dr. Strangelove como símbolo del peli­gro que amenaza a la humanidad y, por ello, como foco del miedo humano.

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¿Cómopueden las utopías...?

En realidad, la mayoría de los avances científicos puede apuntar a direcciones diversas: la imagen de la cabeza de Jano puede ilustrarlo. Los procesos ciegos y no controla­dos de la sociedad amplia pueden llevar a que los avances científicos se traduzcan en medios de una vida mejor o en instrumentos de guerra y destrucción. 1.a idea fantasiosa de una ciencia que actuaría como vehículo invariable del progreso social y de una felicidad humana mayor, tal co­mo reinó en siglos pasados, estaba destinada a terminar en decepción. Y la decepción generada por una creencia social anhelada puede convertirse en un trauma que pue­de durar varias generaciones. Hay buenas razones para suponer que el derrumbe de viejas utopías sociales, entre ellas la fe en el progreso automático, en la necesidad de la humanidad del camino hacia la paz y la felicidad, ejerció un efecto traumático de ese tipo. El concepto de progreso ahora carga con un estigma nacido de la decepción de una creencia alguna vez muy estimada. Para muchos, la ciencia con su tendencia inherente hacia el progreso se convirtió en uno de los símbolos de las esperanzas perdidas y ahora esparcidas sobre el escenario europeo a finales del siglo XX.

Esto se refuerza por los temores ante el futuro, que — aunque de ello no se esté muy consciente— son miedos ante los caprichos incontrolables de los procesos sociales constituidos y mantenidos en movimiento por los hom­bres mismos. Puesto que la naturaleza de estos procesos sociales conformados y mantenidos en movimiento pol­los seres humanos mismos es para la mayoría de ellos un enigma, puesto que las personas no pueden tomar la sufi­ciente distancia de sí mismas para percibir los procesos que conforman entre sí, proyectan la amargura de las es­peranzas perdidas, el disgusto ante la desilusión, el miedo a un futuro del que no pueden creer que no coincida au­tomáticamente con sus deseos e ideales, en determinados símbolos de inconformidad con su propio tiempo.

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Con frecuencia se utiliza la ciencia como uno de estos símbolos. Y dado que los seres humanos pueden encon­trar cierto alivio de sus temores más realistas —de manera mimética si se quiere— en una imagen fantástica que des­pierta miedo, encontramos que el torrente de utopías del tipo ciencia ficción, o al menos parte de éste, cumple en parte dicha función; relajan así el miedo real ante lo que los hombres podrían hacerse el uno al otro, o lo que ten­drían que sufrir en relación con los avances posteriores de la ciencia y la tecnología a través de la anticipación imagi­nativa de tales posibilidades. Al igual que en otros casos, la mimesis con el miedo creada por una fantasía literaria in­dica la naturaleza de los miedos sociales reales y puede in­cluso producir un efecto catártico con relación a ellos, puede proveer —al menos temporalmente— algún alivio respecto a ellos.

Sin embargo, no se puede entender la profundidad de estas angustias sin tener en cuenta que el miedo y la des­confianza de los hombres frente a su propia capacidad de descubrir y de inventar no es nada nuevo. El castigo im­puesto a Adán por haber probado la fruta del árbol del conocimiento, o el que se le impuso a Prometeo cuando se atrevió a enseñarles a los hombres el conocimiento del fuego, así como otras historias míticas de carácter similar, sugieren que el miedo muy real de las personas hoy en día ante su propia capacidad de desarrollar el conocimiento humano es reforzado por el miedo proveniente de otro plano de la conciencia que hace aparecer a estos avances innovadores como un robo ilícito del acervo prohibido de los conocimientos de un dios —o de un padre—, como un intento punible por deprivar de su poder a un ser supe­rior.

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¿Cómo pueden las utopías...?

IV

Uno de los mayores dilemas humanos del siglo XX está re­lacionado con la extensión de interdependencias funcio­nales cada vez más estrechas alrededor del mundo. Las in­terdependencias globales, como la carrera armamentista mundial y la amenaza de una guerra global con armas nu­cleares y químicas, hacen que resulte cada vez más difícil controlar los procesos sociales, aun para los mismos parti­cipantes. Estas interdependencias dificultan cada vez más la comprensión de los procesos sociales por parte de quienes, a través de sus propias emociones y acciones los mantienen en movimiento y ayudan inconscientemente a determinar su dirección.

Al mismo tiempo, la expansión de la educación y la co­rrespondiente individualización refuerzan en los países más desarrollados la inclinación de la mayoría de las per­sonas a experimentarse a sí mismas como un pequeño mundo independiente, como un microcosmos individual más o menos independiente. El mismo proceso social, que vuelve a los hombres dependientes cada vez. más de los hombres en todo el mundo, acrecienta también —al me­nos en las sociedades más desarrolladas— la tendencia a la individualización de las personas y su inclinación a expe­rimentarse a sí mismas como individuos totalmente inde­pendientes, es decir, como entes individuales indepen­dientes a los demás seres humanos.

En la actualidad, no está del todo desconectada con es­ta situación paradójica de los seres humanos el hecho de que éstos todavía tienen grandes dificultades en asir y comprender las explicaciones de los sucesos sociales que afectan de manera directa sus propias vidas —como la po­sibilidad de terminar en una guerra nuclear o en recesio­nes económicas mundiales— en términos de procesos mul-tipersonales y de interdependencias planetarias funciona­les. Si estuvieran en condiciones de entender este enfoque

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figuradonal de explicación de la amenaza de guerra y de otras fuentes de sufrimiento y dolor, de hostilidad y pesi­mismo, podrían comprender más fácilmente que dadas las interdependencias mundiales, las acciones y sentimientos de todos juegan un papel en el decaimiento hacia la gue­rra y hacia otros destinos no planificados para la humani­dad que tienen razón de temer. Sin saberlo, ellos mismos son coautores de su angustia: ya nadie puede ser exculpa­do completamente por su contribución a ella.

Pero la explicación de conflictos, crisis y otras fuentes de preocupación humana en términos de procesos socia­les globales de largo plazo, en los cuales todos participan en mayor o menor medida, requiere un nivel de autocon­trol que, aún en el presente, no se alcanza fácilmente. Por lo general, la percepción de todos aquellos que con sus propias acciones y emociones sostienen los procesos socia­les no planeados —tales como las tensiones y los conflictos interestatales— no se guía por la dinámica de estos proce­sos como la explicación de los peligros que los amenazan, sino que lo hace a simples objetos cosificados —o personi­ficados, según el caso—, a una especie de pararrayos, a un fetiche temido u odiado que les puede servir a ellos como objeto para descargar sus agitadas emociones, su amargu­ra, su hostilidad o su miedo. En otras palabras, la percep­ción selectiva de los seres humanos tiende a no prestar atención a explicaciones en términos de la libre compe­tencia entre Estados, de la dinámica de los mecanismos rnonopólicos y de otros procesos sociales de largo plazo porque a pesar de que quizás son más realistas, emocio-nalmente son indiferentes y no sirven como objetos de descarga de intensos afectos.

Muchas utopías escritas en el siglo XX están sincroni­zadas con este tipo de necesidades, especialmente las que denominamos de ciencia ficción. En su gran mayoría, los autores tienen buenos conocimientos de física y tecnolo­gía modernas. Muy pocos entre ellos muestran un cono-

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cimiento comparable de la ciencia social y en especial de la naturaleza de los procesos sociales de largo plazo. El ti­po de imaginación que funciona en ellos, en consecuen­cia, aún dista bastante del que se requiere para una orien­tación anticipatoria sobre posibles tendencias futuras en el desarrollo de las sociedades humanas. Por lo demás, la mayoría de las utopías de ciencia ficción, si no todas, se encuentra en consonancia con el tipo de necesidades emocionales ya mencionadas. Ellas ofrecen símbolos de miedo convertidos en objetos o personificaciones. El más obvio de éstos es la bomba y, de modo más indirecto, la ciencia misma, que en el cuadro social de Estados-naciones que se combaten mutuamente es utilizado para la producción de la bomba.

Fue en relación con este tipo de imaginación que la ciencia —antaño el pilar de la esperanza humana en el progreso y la felicidad— se convirtió para muchas personas en fuente de infelicidad y miedo. Las utopías simplemente reflejan la atmósfera sombría del siglo XX y la postura pe-culiarmcnte ambivalente frente a la ciencia, que encontró en H.G. Wells a uno de sus primeros representantes. De hecho las ciencias naturales presentan en el siglo XX pro­gresos mayores que nunca antes. Pero al contrario de lo que muchos estudiosos del pasado esperaban, el desarro­llo de las ciencias naturales y de la tecnología no generó automáticamente la felicidad universal. En retrospectiva, se puede ver que la expectativa social tiene más su origen en anhelos y deseos soñados que en una evaluación acer­tada de la capacidad de los hombres de controlar los efec­tos no planeados de los procesos sociales de largo plazo producto de la incesante concatenación de sus actividades individuales. Pero la desilusión persiste.

Hasta ahora, los seres humanos no solamente han fallado en aceptar el hecho de que el universo físico no está he-

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cho ni según sus deseos ni de manera totalmente indife­rente a éstos, sino que tampoco han asimilado que a pesar de que los niveles humanos del universo —las sociedades que constituyen unos con otros— se mantienen en movi­miento gracias a ellos mismos, una y otra vez se mueven en direcciones completamente inesperadas, casi siempre opuestas a sus propios deseos y, en la actualidad, altamen­te incontrolables aun para quienes torpemente las man­tienen en movimiento con sus propias acciones.

La combinación que aquí se encuentra es sorprendente y en extremo característica de nuestro tiempo: el avance creciente y sostenido de las ciencias naturales y el corres­pondiente progreso del control humano sobre la natura­leza no humana van acompañados por el avance mucho más lento —inclusive en muchas áreas se presenta un es­tancamiento— de las ciencias sociales, con la consecuente baja capacidad —o incapacidad— de controlar los procesos sociales. Quizás sea en el plano interestatal donde esto se evidencia con mayor claridad. Esto es quizás más obvio en el caso de las crisis económicas ahora casi mundiales, en los conflictos de clase no planeados y frecuentemente in­manejables, o en el caso del crecimiento y decaimiento ca­si igualmente incontrolables de las grandes ciudades. Se puede pensar inclusive, desde una visión de largo plazo, que una de las características estructurales más significati­vas de las sociedades del próximo milenio será esta com­binación particular entre el avance de las ciencias natura­les y el control de la naturaleza no humana, con el atraso y la lentitud de las ciencias sociales —o humanas— y la falta de control de los procesos sociales.

Esta combinación también puede contribuir al predo­minio de las pesadillas en las utopías del siglo XX. Uno de sus temas recurrentes es el de unos hombres que, al mis­mo tiempo que emplean técnicas físicas y biológicas avan­zadas, en su práctica social se guían todavía por creencias precientíficas, casi mágicas. Las utopías del siglo XX tratan

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con frecuencia sobre hechos horripilantes cometidos por funcionarios de una dictadura que emplean el conoci­miento y los más avanzados logros científicos para mante­ner y apoyar las técnicas sociales primitivas de un régimen opresor.

Por esto, esas utopías contribuyen, con intención o sin ella, a la confusión a la cual me he referido. Ayudan a ali­mentar la idea de que la física y la biología per se son res­ponsables, en parte o totalmente, de la dirección del desa­rrollo social —independientemente de la elaboración de las tensiones y luchas aún más o menos incontrolables en el interior y entre los Estados—.

Los avances en el conocimiento humano son tan indis­pensables para lograr un mejor control sobre éstos y otros procesos sociales, como los avances en el conocimiento de la naturaleza lo son para lograr un mayor control humano sobre los procesos naturales. La dificultad radica en que tanto en el caso del avance creciente del conocimiento y el control sociales, como en el conocimiento y control cre­cientes de la naturaleza no humana en el pasado, el mo­vimiento es circular; en ambos casos, los avances en el co­nocimiento dependen del grado de control por parte del hombre, y los avances en el control, del nivel de conoci­miento. Así, el estado relativamente atrasado de las cien­cias sociales y la virulencia casi incontrolable de los con­flictos inter e intraestatales están funcionalmente ínterre-ladonados. Están entrelazados en forma de un enlace doble. Al igual que en otros casos, los progresos en el co­nocimiento dependen de un nivel conmensurable del con­trol social, y los avances en el control de un nivel conmen­surable del conocimiento social. Cada uno puede desace­lerar e, inclusive, bloquear el desarrollo del otro.

El concepto teórico que se tiene hoy en día del desa­rrollo social puede dar fácilmente la impresión de que la dinámica inmanente a los procesos multipersonales puede generar un movimiento continuo de cambios en una u

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otra dirección, a menos de que sea retardado o bloqueado desde fuera. Hasta donde yo sé, los modelos de procesos sociales no han logrado un reconocimiento general ni ex­plorado el significado teórico de los dobles enlaces socia­les que desaceleran o bloquean dichos movimientos desde dentro, a pesar de que de hecho tales dobles enlaces se presentan con frecuencia en el desarrollo de las socieda­des humanas. El hecho de que el conocimiento social y el control social puedan mantenerse en jaque mutuamente en un nivel relativamente bajo, es representativo tan sólo de un tipo específico de enlace doble. El enlace doble en que dos Estados rivales luchan el uno contra el otro por la hegemonía en una determinada área y tratan de ganar ventaja sobre su enemigo y quizás se impulsan mutuamen­te hacia un Imperio, como lo hicieron Roma y Cartago o Francia e Inglaterra, es un ejemplo de otro tipo de enlace.

En la actualidad no se tiene claridad acerca de que la capacidad humana para controlar procesos sociales conti­núa siendo muy limitada, pero esto no necesariamente tiene que seguir siendo así. Se tiende a tomar como natu­ral el que las luchas de poder entre y en el interior de los Estados transcurran de modo incontrolable y frecuente­mente de manera muy destructiva, y se presume que esto ha de ser así mientras existan hombres en la Tierra. Tal resignación se parece mucho a la que exhibía la gente en épocas pretéritas frente a la alta mortandad infantil o cuando sus chozas y casas eran alcanzadas por el rayo. Tomemos como ejemplo los mortales conflictos interesta­tales, más conocidos como guerras. En la actualidad se les ve como catástrofes inevitables. El advenimiento de cada conflagración es admitido como algo en cuyo caso es po­sible poco más que conjuraciones mágicas. Las manifesta­ciones por la paz expresan los propios deseos y, en este sentido, representan una satisfacción emocional, pero son tan poco efectivas como otras prácticas mágicas. Hay po­cos intentos, incluso a nivel del conocimiento, de llegar a

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la raíz del asunto y de determinar no sólo las ciegas diná­micas interestatales que impulsan a unos grupos humanos hacia una guerra específica, de descubrir, en un nivel su­perior de síntesis, aquellas características estructurales de las relaciones interestalales que conducen todas las veces de nuevo a grupos humanos a conflictos que se pueden resolver solamente matando recíprocamente un gran nú­mero ríe seres humanos. En la actualidad carecemos de teorías sobre la guerra que puedan ponerse a prueba y que son tan indispensables para el manejo del peligro bé­lico como lo fueron algunas teorías susceptibles de ser puestas a prueba sobre las causas de las epidemias para su gradual control y eliminación. No es admitida, ni siquiera como punto de partida, la idea de que con ayuda de la in­vestigación sociológica sistemática se puede determinar la naturaleza y dinámica de los procesos sociales que se mueven hacia el empleo de la violencia militar entre los Estados, y que se pueden elaborar modelos teóricos de es­tos posibles procesos de ser sometidos a prueba como una condición indispensable de su control.

Esta meta aún utópica puede ilustrar tanto el lento de­sarrollo hacia una síntesis de un nivel superior, como la trampa del enlace doble que puede frenar o incluso blo­quear dicho desarrollo. La naturaleza de este enlace doble no es difícil de entender: un bajo nivel de control de los sucesos en la praxis humana contribuye a fijar los conoci­mientos humanos en un nivel fantasioso alto; un bajo ni­vel de adecuación y síntesis de los medios de orientación, es decir, del conocimiento, tiende a fijar la capacidad de controlar el curso de los sucesos de modo más acorde con las necesidades humanas en un nivel bajo.

El nivel social de la capacidad de los seres humanos pa­ra controlar los procesos sociales es probablemente tan bajo como lo era el nivel social de las personas para con­trolar la naturaleza no humana en las épocas precientífi-cas. Quizás no resulte fácil admitir este hecho, porque

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puede que sobrepase el poder de imaginación el pensar que los procesos sociales pueden ser explicados y contro­lados en mucha mayor medida de lo que es el caso actual. Así, la gente del medioevo no se podía imaginar que los hombres, gracias al desarrollo de sus conocimientos, se­rían capaces en el futuro de controlar aspectos de la natu­raleza no humana para ellos mismos importantes, como rayos, inundaciones y pestes.

Quizás pueda servir a nuestra imaginación si nos repre­sentamos una sociedad utópica donde la ciencia social ha alcanzado un nivel de desarrollo comparable o incluso su­perior al de las ciencias físicas y biológicas en la actuali­dad. En tal sociedad, las mitologías sociales y nacionales habrían perdido la posición dominante que aún ocupan en el pensamiento de los hombres. Su lugar sería ocupado por el estudio más imparcial de la estructura y función de los procesos multipersonales, de las fuerzas motrices, la interdependencia subyacente de sus aspectos planeados y no planeados —y todo esto de acuerdo con el carácter no autoritario de la investigación científica—. El tabú aún muy arraigado contra la discusión pública de los aspectos de poder de todas las relaciones humanas, tanto en el nivel individual como en los niveles grupales, habrá desapareci­do. Las desigualdades en la proporción de poder de indi­viduos y grupos interdependientes no habrán desapareci­do. Resulta absolutamente imposible imaginar una socie­dad totalmente libre de relaciones de poder desiguales, por ejemplo, las relaciones entre padres e hijos, entre an­cianos y jóvenes, o entre diferentes grupos de profesiona­les especialistas. Pero las credenciales de personas que de­tentan un alto potencial de poder, especialmente su fun­ción para la sociedad y también su conducta en relación con determinadas personas igualmente poderosas, serán mucho más cuestionadas a partir de una teoría de los pro­cesos sociales que ya no va a tolerar el encubrimiento de los diferenciales de poder. Sobra decir que esto ocurrirá

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con diferenciales de poder entre Estados tanto como en su interior. Muchas de las diferencias de poder que hoy en día van de la mano con desigualdades permanentes entre los hombres serán, en este mundo futuro, pasajeras y transitorias. Aun la desigualdad entre Estados, que en la actualidad quizás parezca ser la más duradera e inmaneja­ble de todas las desigualdades, perderá su estrella, cuando un conocimiento anticipatorio o bien el efecto de una se­rie de guerras hayan demostrado claramente que en la Tierra es imposible una hegemonía duradera de un poder singular sobre todos los demás Estados-nación. Entonces se habrá reconocido que los regímenes militares mismos son un relicto anacrónico de tiempos de los príncipes guerreros, cuando el ethos dominante prescribía los gastos de estatus sin reparar en los ingresos. En sociedades don­de a la larga los ingresos sean definitivos para el nivel de los gastos, dichos regímenes serán mandados a recoger por esta sola razón. Con el tiempo, los regímenes militares en todos los países conservarán sólo una fundón ceremo­nial. El nivel uniforme de autocontrol que exige este tipo de sociedad será balanceado gracias a unas retribuciones libidinales y emocionales satisfactorias. Ya no habrá nece­sidad de utopías-pesadilla.

Aquí aparece bastante claro uno de los cambios com­plejos responsables del giro hacia las utopías pesadilla: la desilusión frente al progreso de la ciencia y la tecnología, que no se sostiene a través de un desarrollo equivalente de las ciencias sociales. Una poderosa creencia secular, acaso un deseo soñado, ligó el desarrollo en las ciencias naturales con el creciente bienestar de la humanidad. Len­tamente la gente ha ido cobrando conciencia de que el desarrollo de la ciencia no significa la felicidad creciente de la humanidad, y un ánimo de desaliento fue parte de su reacción traumática. Como resultado, el péndulo se movió hacia el extremo opuesto. A pesar de los progresos realmente inmensos de las ciencias puras y aplicadas a lo

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largo del siglo XX, el concepto de progreso se ha tornado extremadamente sospechoso. La sospecha no quedó con­finada a las ciencias naturales, sino que se pasó a las cien­cias sociales y obstruyó su desarrollo. La gente encontró difícil entender que no sólo los procesos naturales sino también los procesos sociales son fuentes de sufrimiento humano y que la principal condición de su control es un conocimiento más preciso de su génesis, estructura y di­námica. No sólo los líderes estatales y políticos, sino tam­bién quienes no son especialistas en política, en sus deci­siones políticas se dejaron guiar por un tipo específico de conocimiento. Dado que este conocimiento es inadecuado o falso y está alimentado por deseos y pesadillas más que por conocimientos basados en hechos, los resultados pue­den ser desastrosos. Es extraño que muchas personas piensen que justamente su vida social se determina exclu­sivamente por consideraciones racionales, mientras que en realidad ella está moldeada en buena parte por procesos sociales no planeados y apenas controlables de un modo en el cual conceptos como racional o irracional no pueden aplicarse; son procesos multipersonales cuya dinámica y dirección resulta del entrelazamiento no planeado de las acciones de muchos hombres y para los cuales no pueden aplicarse categorías unipersonales —es decir, apropiadas sólo para los individuos— como racional e irracional.

A lo largo de los siglos XIX y XX llegó a convertirse en una ¡dea ampliamente admitida que los hombres pueden influir sobre algunos efectos desastrosos de estos procesos no planeados. La demanda de hacer algo al respecto se volvió más insistente e impetuosa que antes, pero el cono­cimiento sobre cómo proceder todavía es muy rudimenta­rio. Las prescripciones para tratar con este tipo de pro­blemas aún representan una extraña fusión entre magia social secular, alimentada con deseos y miedos, y un cono­cimiento más realista de las tempranas ciencias sociales. Con frecuencia se puede observar el surgimiento de ondas

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tras ondas de prácticas sociales diseñadas para contrarres­tar los efectos no deseados de los procesos sociales incon­trolables. Se trata de prácticas que fueron necesarias como válvulas de escape de sentimientos de frustración y opre­sión pero que a fin de cuentas no lograron curar los males que debían remediar. Quizás contribuyeron a agravar sus peligros. Las experiencias de este tipo probablemente contribuyeron a la tendencia negativista de nuestro propio tiempo.

Quizás sea útil agregar que la vida con una perspectiva de pesadilla no es un rasgo exclusivo de nuestro tiempo. En la Edad Media, cuando las olas de grandes epidemias — además de las guerras intermitentes— se extendieron por vastos territorios del continente eurasiático y cuando Eu­ropa perdió una gran porción de su población, la verda­dera pesadilla de las tumbas de masas, de los moribundos y de los muertos que no tenían quién les diera sepultura, se mezclaba con la visión siempre presente del infierno. Nadie que haya visto los cuadros medievales del infierno y que sepa del papel que el miedo al infierno jugó durante parte de la Edad Media puede ver las pesadillas colectivas como algo enteramente nuevo.

En la segunda mitad del siglo XX, la visión de una Ter­cera Guerra Mundial, librada con armas cuya capacidad destructiva resultó ser tan grande que los establecimientos político y militar de los contrincantes más destacados quedaron perplejos ante el reto de anticipar una guerra nuclear y de elaborar los planes correspondientes, se con­virtió en el objeto más imponente de una perspectiva de pesadilla. Con una carrera armamentista y una lucha de posiciones sobre los extensos territorios propios y los del enemigo, se impulsaban mutuamente hacia una guerra que nadie quería en realidad. Sin saberlo, se veían obliga­dos a actuar de la manera en que siempre lo han hecho los poderes hegemónicos a la cabeza de una jerarquía de Estados desde que éstos existen. Fueron conducidos por

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la presión de un proceso social de monopolización que podía desembocar en un número limitado de figuracio­nes: en la hegemonía temporal de uno de los contrincan­tes, en la liquidación mutua y su regresión a un estadio más temprano del desarrollo social, o en la liberación de la trampa del enlace doble a través de la cuidadosa reduc­ción de la desconfianza recíproca y la renuncia explícita a todo proyecto hegemónico. Quizás este tipo de procesos pueda tomar otras direcciones. Pero independientemente de cuáles sean éstas, el ejemplo tal vez sirve para ilustrar la enorme fuerza impulsora de procesos sociales constituidos y mantenidos en movimiento por el permanente entrela­zamiento de las actividades y experiencias de los grupos humanos implicados. Este ejemplo también permite ver con mayor claridad la extraña situación de quienes consti­tuyen tales procesos y a quienes ya me he referido. Existe la fuerte sensación de que algo debe hacerse para someter tales procesos a un control humano más idóneo.

En comparación con siglos pasados, en el siglo XIX y en el XX, se extendió la creencia en la posibilidad de cam­biar el curso y la dirección de los procesos sociales. Pero el conocimiento de la naturaleza de tales procesos, el cono­cimiento de las ciencias sociales requerido para influir so­bre su curso y dirección de un modo más efectivo y acor­de con las necesidades humanas, no ha superado la fase de su infancia. Esta precaria situación ha sido agravada por el hecho de que quienes podían tomar la iniciativa po­lítica probablemente estuvieron dispuestos a conceder al­gún peso en sus decisiones a los resultados de la investiga­ción en las ciencias sociales, solamente en la medida en que ellos estuvieran de acuerdo con sus propias creencias previas y con los intereses de los grupos sociales que re­presentaban.

Esta ha sido la médula para establecer en qué medida las utopías pueden tener alguna función para el futuro. Aún en el caso de que las utopías presentaran previsiones

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altamente realistas del futuro, ¿es verosímil que los poten­tados de turno hagan uso de ellas?

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La vida de II.G. Wells ofrece un ejemplo didente para ilustrar este problema. Como ya he mencionado, sus escri­tos representan un claro hito. Wells aún les atribuía a las ciencias un papel para el progreso, pero al mismo tiempo reconocía que ellas guardaban en sí una pesadilla poten­cial. Por lo demás, él tenía un vivo interés en la explora­ción de los posibles usos que se podrían hacer de utopías científicamente fundamentadas para anticipar el futuro.

Al correr el velo del misterio que en el pasado encubría la magnitud de la ignorancia humana, el avance de la ciencia preparó imperceptiblemente el camino para una creciente desilusión. Hombres como Huxley hicieron lo mejor que pudieron para suavizar el golpe que represen­taba la creciente desmitificación —a través de descubri­mientos científicos— para la autoestima de los hombres y para su deseo de un mundo con sentido.

El descubrimiento de la ascendencia animal de los hombres fue uno de estos momentos. Thomas Huxley tra­tó de mitigar sus decepcionantes implicaciones señalando las facetas ennoblecedoras y las implicaciones éticas de la teoría de Darwin. Alabó la belleza de la lucha que condujo a la génesis de los seres humanos. Escribió en elevado in­glés Victoriano:

Considero una condición esencial de la esperanza fque la desgracia del mundo pueda ser abatida] que podamos desha­cernos de la idea de que el escape del infortunio y de la pena sea el verdadero objetivo de la vida.

Loward Dickson, H.G. Wells, New York, 1971, p. 30.

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Con esto Huxley fue uno de los pioneros de un esfuer­zo que amerita mayor atención de la que suele dedicársele en nuestro tiempo. El empezó a explorar el problema que implica la naturaleza —una vez que se revela como tal des­pués de ser descubierto el velo que oculta su mis ter io-para la conducta de los seres humanos en sus relaciones recíprocas. Dicho en otras palabras, él vinculó la biología con lo que entonces se llamaba ética. Su esfuerzo por miti­gar la decepción, embelleciendo la cruda y cruel realidad de la naturaleza a través de un lenguaje noble, puede vol­ver sospechoso su intento a los ojos de generaciones pos­teriores que ya no acostumbran usar la respetabilidad de­corativa de los intelectuales Victorianos. Pero como ya no pueden sentir mayor simpatía por la forma en que Huxley aborda el asunto, dejan la tarea sin terminar.

Déjenme volver a Wells, el pupilo de Huxley. El no só­lo presentó sin disfraces el potencial social negativo de los avances en la física y la biología, sino que también ofreció algunos ejemplos muy buenos del papel que las utopías pueden o no jugar como ayuda en la planeación del futu­ro. Wells, en realidad, estuvo intensamente preocupado por lo que él mismo llamó el descubrimiento del futuro. A es­te respecto él contó con una ventaja frente a nosotros. El aún no estaba impedido por lo que ahora es llamado el modo científico de predicción basado principalmente en el uso de métodos estadísticos y en la ayuda de computa­dores. Las indudables ganancias que éstos proporcionan a la predicción están ligadas a unas pérdidas específicas vi­vamente ilustradas por las predicciones no estadísticas de Wells. Si los métodos cuantitativos de predicción con ayu­da de conjuntos de variables no se guían por modelos fi-guracionales o, si se prefiere, multipersonales, sus resulta­dos —y la aplicación de estos resultados en propósitos prácticos— tienen un valor cognitivo muy limitado. Pues los datos sociales son esencialmente interdependientes porque se refieren a seres humanos interdependientes o,

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dicho en otras palabras, a figuraciones de personas. Los mé­todos cuantitativos y las máquinas para el procesamiento de los datos exigen la fragmentación de las figuraciones humanas en variables artificialmente aisladas y aparente­mente independientes, cuya dinámica tiene fuerza deter­minante para cualquier futuro posible. Es un método que puede producir alguna información auxiliar valiosa y que se puede proyectar hacia el futuro. Pero la significación de tales proyecciones puede ser conocida solamente si las va­riables aisladas se vuelven a integrar en modelos del pro­ceso en su conjunto, es decir, en el cuadro dinámico de las figuraciones humanas con sus interdependencias funcio­nales, sus diferenciales de poder y sus demás característi­cas irreductibles, en el cual las variables se han aislado ar­tificialmente. Las balanzas cambiantes de poder juegan un papel central en el estudio de las figuraciones humanas. Wells tenía ya alguna idea de este tipo de estudio mucho antes de que fuera estandarizado y descrito explícitamen­te. Lo empleó con buenos resultados para su predicción no estadística.

Wells usó dos caminos para presentar sus intentos por descubrir el futuro. Algunos de sus descubrimientos los pre­sentó en forma de narrativas utópicas. Las más conocidas son The Time Machine (1895) y The War of the World (1898). A otros los jun tó en un libro de ensayos que llamó Anlicipatious (1901).

Cuando casi 25 años después incorporó Anticipations en sus Collected Works escribió un nuevo Prefacio, donde decía:

[...] el autor se propuso elaborar con las herramientas a su alcance, de la mejor manera posible, las probables lí­neas de tendencias contemporáneas hacia el futuro. En lugar de un cuento quería escribir una predicción auténti­ca.

Esta predicción fue formulada hace exactamente 25 años, y lo más importante que noto al releerla es que nada

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ha perdido su actualidad. Muchas de mis especulaciones han sido ampliamente confirmadas: la Gran Guerra de 1914-18 se previo de forma bastante temprana, la caída de Petersburgo también, al igual que el renacimiento de Francia y la derrota de Alemania. El tanque aparece en una nota a pie de página, 60 años antes de penetrar en el pensamiento militar de cualquier país del mundo. Pero como saltará a la vista del lector, tuve excesiva cautela a propósito del avión, del que suponía que «probablemente llegará antes de 1950». Pero el autor mismo experimentó el placer de volar antes de 1910. Quizás, la parte más vivi­da del trabajo la constituye el análisis de la democracia y el estudio del desarrollo de nuevos elementos sociales en los capítulos segundo y tercero.

Quizás valga la p e n a m e n c i o n a r q u e u n a i m a g e n más

vivida d e la g u e r r a d e t a n q u e s apa rec ió más expl íc i tamen­

te e n el b r eve c u e n t o The L a n d Ironclads, q u e Wells publi­

có en 1903 en el Strand Magazine. Wells escr ibió s o b r e es­

to más t a rde al seña la r q u e se t r a taba d e u n a idea:

[...] que finalmente penetró en 1916, con la ayuda del señor Winston Churchill de Almirante, al pensamiento militar británico. El pensamiento militar es en todo el mundo lo mismo: para fortuna de los británicos, ningún otro ejército había estado tan alerta. The Strand Magazine reeditó el cuento en 1916, después de que los tanques ha­bían hecho su tardía aparición en el frente occidental. No obstante la manera poco imaginativa en que fueron em­pleados, lograron una considerable victoria, fue una victo­ria trivial en comparación con sus plenas posibilidades de sorpresa y penetración.

II.G. Wells, "Preface to thefourth volunte", en The Works ofH.G. Wells. Atlantic Edition, London, 1924, Vol. IV, p. IX-X. ' H.G. Wells, "Prefa.ce to volunte XX", en The Works ofH.G. Wells. At­lantic Edition, London, 1926, Vol. XX, p. IX-X.

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¿Cómopueden las utopias...?

Al parecer, Wells experimentó alguna influencia por parte de la literatura militar de su tiempo. Bloch, un ame­ricano, ya había lanzado la idea de un vehículo terrestre acorazado y esto lo había leído Wells. Como quiera, sin embargo, fue la vivida imaginación que muestran sus es­critos la que ayudó a convencer a Churchill. Y este puso de su parte al penetrar el pensamiento militar.

La capacidad de descubrir el futuro mostrada por Wells en este caso merece un reconocimiento mayor del que él mismo reclama. Como es bien sabido, el tanque fue uno de los medios con los que se esperaba superar el punto muerto de la guerra de trincheras en que había quedado atrapada la confrontación armada de 1914, porque en el ir y venir entre estrategia y tecnología defensiva y ofensiva, aquella había ganado ventaja sobre ésta.

En su libro Anticipations (1901) Wells había previsto no sólo el hecho sino también las razones por las cuales en la próxima guerra la defensiva iba ganar ventaja sobre la ofensiva. Él había señalado que:

La revolución que está en curso desde la guerra anti­gua a la guerra nueva [...] se caracteriza en primer lugar por el progreso permanente en el alcance y la eficiencia de los fusiles y de la artillería de campo (p. 158) [...] en lu­gar de las intermitentes nubes de caballería de antaño se da un gigantesco duelo a lo largo de todo el frente entre grupos de tiradores entrenados, que se relevan y refrescan continuamente desde la retaguardia (p. 160).

Este tipo de predicción, como puede notarse, difiere realmente de la predicción que se basa en grupos de va­riables cuan ti Picadas que en la actualidad se estiman como el medio más exacto y confiable de predicción.

' H.G. Wells, "Anticipations", en The Works ofH.G. Wells. Atlantic Edition, London, 1824, Vol. IV, p. 158, 160.

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La predicción que Wells formuló a propósito de la forma de la guerra futura, la cual resultó bastante exacta y confiable, fue una predicción en términos de una síntesis figuradonal. Aquí estoy empleando la terminología de mi propia teoría social. Realmente, la imaginación utópica de Wells es un buen ejemplo de un enfoque figuradonal.

¿Qué significa lo anterior? Wells conocía el desarrollo técnico de las armas de fuego, grandes y pequeñas, de su tiempo. Pero para él este desarrollo tecnológico no era un asunto aislado. Él se preguntaba por el significado del de­sarrollo de las armas para las relaciones entre los hombres comprometidos en la guerra. Esta reconexión de todos los aspectos aparentemente impersonales del desarrollo social con las figuraciones humanas —que constituyen la sustan­cia de estos desarrollos, así como con la balanza de poder entre las potencias agresivas y las defensoras—, es esencial para un enfoque figuradonal. No estoy afirmando que Wells haya tenido tal teoría. Como muchos otros, empleó un enfoque figuradonal avant la lettre. Él se representaba los cambios en la figuración de opositores humanos recí­procamente independientes que iba de la mano con cam­bios en el armamento. Veía que el desarrollo de las armas iba a llevar hacia una ventaja de la defensa sobre el ataque. La ofensiva iba a quedar atrapada, el resultado iba a ser un punto muerto y los ejércitos enemigos se iban a atrin­cherar en dos líneas paralelas. Dicho en otras palabras, Wells previo la guerra de trincheras. La describió de mo­do bastante realista como:

La presión, la incesante descorazonada presión con que se trata de quebrar su fuerza de resistencia [la del enemigo].

H.G. Wells, "Anticipations", en The Works ofH.G. Wells. Atlantic Edition, London, 1924, Vol. IV, p. 161.

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En 1901 describió con gran exactitud y plasticidad la figuración que se iba a producir más de una docena de años después:

Detrás de la estrecha línea de fuego, donde se da realmente el contacto con el enemigo, el territorio será limpiado y dispuesto para servir a la guerra muchas millas tierra adentro, graneles máquinas estarán excavando una segunda, tercera y cuarta línea de trincheras —necesarias en caso de que la primera resulte forzada a dar marcha atrás— y pasos transversales para el rápido movimiento la­teral de los ciclistas que estarán en alerta permanente para acudir en caso de repentinas presiones locales...

Por supuesto, Wells no pudo prever la guerra de trin­cheras con todos sus horrores, ni pudo prever que los re­gímenes militares de Alemania y de Francia y, siguiendo el ejemplo de éstos, el de Inglaterra también iban a quedar tan cautivos de su preferencia profesional por el duro y estridente ataque, ojalá llevado adelante por la caballería —de lo que el general francés Foch llamó la offensive á Voutrance—, de modo que resultaran completamente cie­gos al tipo de argumento que esgrimía Wells y que segu­ramente contaba con defensores en las fuerzas armadas mismas. Estuvieron ciegos a aquellos argumentos que se­ñalaban que sin un desarrollo técnico, como el del tanque, destinado a superar el empate, la ofensiva estaba conde­nada al fracaso.

Como es de conocimiento común, realmente fracasó. La ofensiva alemana, exitosa en un comienzo, finalmente fue parada y degeneró en el callejón sin salida de la guerra de trincheras, de la misma manera en que ya había ocu­rrido con la ofensiva francesa. En ambos casos el descala­bro se debía exactamente a las razones expuestas con tan-

Ibid.

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Norbert Elias

ta claridad por Wells. Pero antes que los líderes militares de ambos lados hubieran aprendido la lección, ya habían empujado a cientos de miles de jóvenes hacia la lluvia de balas provenientes de la defensa. Para dar una idea del costo que para una nación puede tener la ceguera de sus mandos militares: en los primeros 15 meses de la guerra de 1914-18 los franceses perdieron 2'425.000 hombres. Esto sucedió en la fase de los intentos desesperados pero vanos de pasar por las líneas enemigas. Aquello costó un número de víctimas similar al de los tres años de guerra que siguieron (2'541.000).

Ustedes me han pedido hablar sobre el papel que pue­den jugar las utopías para el futuro. Di una respuesta pre­liminar con la ayuda de un ejemplo específico en que un literato, formado como científico en biología, formuló unas predicciones bastante exactas, no del tipo cuantitati-vista sino de un tipo figuradonal. Esto significa que no es­taba más allá de la ingeniosidad de los hombres articular unas previsiones razonablemente precisas en sus utopías científicas o literarias. Me imagino que ustedes querían saber si sus predicciones pueden tener algún valor prácti­co. Pero como vimos, esto no depende de la buena gente cuya visión estuvo lo bastante fundamentada y creativa como para explorar posibilidades futuras y fijarlas en unas utopías. Esto depende de aquellas agencias establecidas que cuentan con las oportunidades de poder para hacer uso de estas predicciones y ponerlas en práctica. Con fre­cuencia esas agencias son ciegas. Frecuentemente son in­capaces de aceptar un conocimiento que parece amenazar sus fuentes de poder y que parece socavar su estatus y prestigio. Las peripecias experimentadas por la utopía rea­lista de Wells tienen el valor cognitivo de un paradigma empírico. Bien vale la pena recordarlo.

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La teoría de la civilización: y • . 1

critica y perspectiva Johan Goudsblom

En la actualidad El proceso de la civilización de Norbert Elias forma parte del repertorio estándar de la sociología, al menos en Europa Occidental. Aun los críticos declara­dos reconocen su importancia. El antropólogo alemán Hans Peter Duerr, por ejemplo, estuvo escribiendo duran­te varios años una refutación de la teoría de la civilización. Los cuatro volúmenes fueron publicados bajo el título Der Mythos vom Zivilisationsprozess (El mito del proceso de la ci­vilización). El tamaño de esta crítica es por sí solo una prueba de honor para Elias, quien incluso para Duerr es «tal vez el sociólogo más influyente y estimulante de la se­gunda mitad del siglo» (Duerr 1993: 11).

Otro crítico ha sido el sociólogo polaco-británico Zygmunt Baumann. Rara vez deja pasar una oportunidad para declarar que a la luz de todas las barbaridades que

Una versión anterior en Ainsterdams Sociologisch Tijdschrift No. 22, 1995, 202-82. Agradezco a Bram Kempers y Nico Wilterdink sus comentarios.

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Johan Goudsblom

han tenido lugar en el siglo XX, la teoría de la civilización resulta completamente insostenible. Pero aun así, Bau-mann habla de «el gran paso hacia la fama y el éxito re­pentino de la presentación de El proceso de la civilización de Elias» (Baumann 1989: 12). Y, casi a manera de aporte es­pecial a este éxito, Baumann mismo equipara la sociología más o menos con «la teoría de la civilización, de la mo­dernidad, de la civilización moderna» (Baumann 1998: 1).

Con sus comentarios Duerr y Bauman se inscriben en una larga serie de críticos. Desde su primera edición en 1939 en Suiza El proceso de la civilización junto con los elo­gios también ha cosechado críticas." Algunas de las reite­radas objeciones sostienen que la teoría desarrollada en el libro es a) ideológica, b) eurocentrista, c) ofrece un cua­dro falso de los desarrollos en Europa, y d) no concuerda con los desarrollos en el siglo XX que contradicen toda la idea de una progresivo proceso civilizatorio.

En el presente artículo voy a presentar unos comenta­rios a estas cuatro objeciones. Alguna anotación previa sobre el propósito y el contenido de El proceso de la civili­zación me parece pertinente. El contenido puede verse de dos maneras. El libro se puede leer como estudio de un determinado episodio en el proceso de civilización de Eu­ropa Occidental pero también como un aporte fundamen­tal para una teoría general de los procesos sociales. En ambos casos el núcleo de la teoría está en la asignación de una relación entre los cambios en el comportamiento in­dividual y los cambios en la estructura social, consideran­do además que juntos inducen a cambios en la personali­dad. Resumido en un fajo de palabras claves —que luego habrá que comentar más detenidamente—, El proceso de la civilización trata de la relación entre comportamiento y

Para mayor información bibliográfica ver Goudsblom 1987: 65-144.

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poder que halla su reflejo en el hábito, que a su vez influ­ye sobre dicha relación.

Desde este punto de vista voy a argumentar que la sin­dicación de teleología tal vez sea comprensible, pero que ciertamente se basa en un malentendido y que las restan­tes tres objeciones señalan limitaciones que pueden ser un estímulo para seguir la investigación empírica. En discu­siones con los estudiantes en los años sesenta y setenta, Elias solía decir que era hora de ir más allá de Marx. Ahora nosotros también tenemos que ir más allá de Elias. Su obra nos plantea una serie de desafíos. Está pendiente la identificación y superación de lagunas empíricas que la obra inevitablemente contiene. Lo mismo ocurre con la descripción más detallada y con la elaboración de concep­tos y tesis empleados en la teoría. La ampliación del estu­dio hacia otros tiempos y lugares también hace falta. Des­pués de mis comentarios a las críticas señaladas voy a pre­sentar al final de este artículo unas sugerencias para la aplicación y puesta a prueba de la teoría.

EL ALCANCE DE LA TEORÍA DE LA CIVILIZACIÓN

El proceso de la civilización está escrito a partir de la idea de que las maneras de actuar, de pensar y de sentir identifi­cadas usualmente como características de la civilización occidental, han surgido de un desarrollo que abarca mu­chos siglos y que este desarrollo se puede tanto registrar a través del estudio histórico como explicar mediante dis­cernimientos científicos. Como explica Elias en el prefacio de la primera edición, no fue su intención inventarse «una teoría general de la civilización». Se trataba más bien de conseguir —dentro de límites seguros— una idea más clara so­bre el desarrollo como tal y, en especial, sobre «el extraño cambio del comportamiento social» que se ha evidenciado

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a lo largo de un buen número de siglos en Europa Occi­dental (Elias 1982, 1: 18).

Los cambios en el comportamiento fueron descritos con amplia documentación en la primera parte de El pro­ceso de la civilización. Esta parte inicia con un extenso capí­tulo introductorio sobre la historia de los conceptos civili­zación y cultura en Francia y Alemania —un capítulo que deja ver que estos conceptos siempre han estado relacio­nados en gran medida con la posición social y con las am­biciones de quienes los emplearon—. Luego sigue como piéce de résistence la conocida historia de las maneras basada en el estudio de los libros de etiqueta pero inspirada tam­bién en la obra de historiadores de la cultura corno Johan Huizinga.

La segunda parte está escrita mucho menos como de una pieza. Se compone de dos secciones, tal como lo indi­ca el subtítulo: Cambios de la sociedad. Esbozo de una teoría de la civilización. Este subtítulo es históricamente mucho menos específico que los de la parte primera; él remite más a tradiciones intelectuales como la sociología de Max Weber para la primera sección, y el psicoanálisis con las respectivas consideraciones sobre la cultura humana de Sigmund Freud para la segunda.

No es exagerado señalar que los subtítulos son muy instructivos y resulta verdaderamente lamentable que en la mayoría de las traducciones (entre ellas la holandesa) hayan sido suprimidos. Así resulta menos claro que El pro­ceso de la civilización consta, en términos tipográficos, de dos partes pero que su contenido está estructurado en tres, cada una con su tema principal, y que las tres partes se distinguen también por grados de generalidad ascen­dientes. El primer capítulo trata de los cambios de con­ducta en las clases altas laicas en Europa Occidental en un período que va desde cerca del año 1300 hasta 1800. El segundo capítulo ubica estos cambios del comportamiento en el cuadro de los procesos más amplios de feudalización

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y formación estatal durante un período que se extiende más o menos del 800 hasta 1800. El tercer capítulo res­ponde a un diseño mucho menos histórico y contiene consideraciones tanto sobre desarrollos contemporáneos en el mundo del siglo XX como sobre problemas de la convivencia humana en general.

En el año de 1969 se produjo la primera reedición de El proceso de la civilización. Para esta edición Elias escribió una extensa introducción cuyo tenor diverge en dos as­pectos del prefacio original. En ésta, ubicó el libro dentro de una disciplina académica específica, la sociología, y también le atribuyó una trascendental importancia teórica:

Mientras trabajaba en este libro, me parecía obvio que, con él, se estaban poniendo los cimientos para una teoría sociológica no dogmática, empírica, de los procesos socia­les en general y de la evolución social en concreto. (Elias 1982, 1:293)

En la nueva introducción, Elias contrastó su propio aporte con el de Talcott Parsons, a la sazón el más desta­cado teórico en la sociología. Según su conclusión, el en­foque de Parsons estuvo diamelralmente opuesto al suyo propio: Parsons trabajó con un concepto de sistema au fond estático y no pudo, en consecuencia, hacer justicia al hecho básico, más elemental, de la sociología, (pie es la re­lación dinámica entre sociedad e individuo (Elias 1982, 1: 295-302).

Comparando así su propia obra con la de Parsons, Elias resaltó la importancia de la suya para la teoría sociológica y suscitó además una mayor atención en las conclusiones más generales en el segundo y, ante todo, en el tercer ca­pítulo. La identificación explícita con la sociología permite inferir que Elias se había despedido de la manera de plan­tear sus problemas sin pensar en una disciplina específica, que lo había caracterizado en 1939. En realidad, se trata de un caso de réculer pour mieux sauter (retroceder para

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saltar mejor), pues dentro de la sociología, Elias deman­daba una posición teórica de primer rango. A partir de ahí también podía dar luces sobre problemas de otras diversas disciplinas, como la historia y la psicología.

La insistencia con que Elias expuso sus pretensiones teóricas en la introducción a la segunda edición contribu­yó a que se le asignara a su obra una importancia para­digmática (Goudsblom 1987: 27-38), pero por el otro lado, también ayudó a despertar inevitables resentimientos y dio motivo para que algunas críticas que desde la primera edición habían surgido de vez en cuando, se expresaran más fuerte.

TELEOLOCÍA

Una objeción frecuente a El proceso de la civilización afirma que en la base del trabajo hay un evolucionismo unilineal o, peor aún, una manera de pensar que habría de calificarse como Ideológica. En una entrevista, el historiador nortea­mericano Charles Tilly se hizo portavoz, hace poco toda­vía, de esta opinión cuando enfatizó que del libro le mo­lestaba ante todo su fuerte aunque no muy bien articulada teleología, que dice que el proceso civilizatorio en cierto sentido tuvo que tener lugar. Es ideológico en el sentido de que unos sucesos posteriores explican sucesos anterio­res, que el final explica el proceso. La segunda cosa es que ésta como muchas historias unilineales —algunas de ellas ideológicas y otras no— en cuanto a que ignora todas las counterhistories. «A mí me parece que es una historia muy selectiva que imagina que todo lo que tuvo lugar desde el siglo XVII fue civilización» (Koopmans y De Schaepdrijver 1993: 55).

Con estas afirmaciones hechas a la ligera, Tilly da la sensación de tener poco sentido para la sutileza con que Elias trata los desarrollos de largo plazo que ha señalado.

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El problema que plantea no es que el proceso de la civili­zación haya tenido que darse de cualquier modo, sino que de hecho sucedió. Para abordar este problema es preciso ver que el proceso de la civilización forma parte de un or­den más general de procesos sociales que se originan en las acciones intencionadas de los individuos y conducen a efectos que no han sido buscados o siquiera previstos por nadie. El meollo del problema está en el entrelazamiento de las intenciones individuales, o sea, en la dinámica figura­donal (Elias 1982, 2: 170). «Es este orden de entramados el que determina el curso del cambio histórico; es este or­den el que está en el fondo del proceso de la civilización» (Elias 1982, 2: 240).

Esta manera de abordar las cosas no da lugar para la idea de que «unos sucesos que ocurren después de otros explican a aquellos». Al contrario, lo posterior surge de lo anterior y por esto nunca podría explicar lo que primero ocurrió. Lo que importa es que se investigue cómo surge lo posterior de lo anterior, en el marco de «la investiga­ción de cómo las cosas vinieron a ser como son», como lo formulara el historiador americano FJ.Teggart citado con ánimo aprobatorio por Elias (Elias 1982, 2: 367). Desde luego que para el tipo de problemas que se plantean y la manera de enfocarlos, lo posterior jnega algún papel. La mirada dirigida hacia lo ya sucedido está impregnada de presente. Empero, todo esto es bien distinto a la presenta­ción de lo posterior como explicación de lo previamente sucedido.

En su propia investigación de la formación estatal en Europa Occidental, Tilly llegó a unos discernimientos que en muchos sentidos consolidan las conclusiones de El pro­ceso de la civilización (Tilly 1975: 1990). Según parece, el hecho de que a pesar de esto se exprese de forma tan crí­tica acerca de Elias, se debe a una sospecha a propósito de la construcción teórica en el terreno en cuestión. Ante to­do, entre historiadores hay mucho temor de quedas teo-

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rías envuelvan el paisaje histórico en unas masas de nubes verbales que no dejan sino figuras vagas y uniformes. To­do lo que es específico y peculiar escaparía a la vista. De las teorías de las largas duraciones se presume además que en ellas el pasado es reducido a un simple preludio del presente. Lo que no cabe en este molde se saldría del cuadro y podría contar con alguna atención acaso a mane­ra de curiosidad.

Este tipo de razonamiento no hace justicia a la obra de Elias. Esta fue escrita justamente con mucha sensibilidad para las numerosas voces que se suelen pronunciar contra todo tipo de polifonía de la historia. El autor señaló en re­petidas ocasiones cuan distintas se presentaban las situa­ciones históricas a la vista de quienes las vivieron, en com­paración con nuestra perspectiva de observadores poste­riores. Nosotros conocemos el curso posterior de la historia, ellos no podían conocerlo. El estudio del curso de los sucesos no puede prescindir de ninguna de las dos perspectivas: la perspectiva de Nosotros de los implicados, que experimentaron la situación desde dentro de un modo tan inmediato como no les puede ser dado nunca a obser­vadores posteriores que están en condiciones de ubicar la situación como una etapa dentro de una trayectoria mu­cho más extendida. La combinación de ambos puntos de vista conducen a Elias a observaciones sobre el surgimien­to del Estado francés como la siguiente:

Sólo cuando uno se devuelve por un instante al paisaje social del pasado, cuando se ven los forcejeos de las muchas casas guerreras y sus necesidades vitales inmediatas, sus obje­tivos más próximos; en una palabra, cuando se tienen pre­sentes todos los riesgos de sus luchas y de sus existencias so­ciales, se puede comprender que era muy probable la consti­tución de un poder supremo y monopolice en esta zona, pero que era incierto cuál habría de ser su centro y cuáles sus fronteras. (Elias 1982, 2: 170).

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El señalamiento a la postre de la probabilidad más o menos grande de un desarrollo que efectivamente tuvo lugar, es un primer paso en la búsqueda de una explica­ción de este desarrollo (Ver también Elias 1982, 2: 107-8). Sabemos ahora que en Francia, entre una figuración de principados más o menos autónomos, surgió un Estado central con un monopolio bastante estable de la violencia organizada dentro de límites claramente fijados. El pro­blema que se plantea es cómo se gestó este monopolio y cómo luego se mantuvo (como resultado de fuerzas que frecuentemente jalaron en direcciones muy distintas y con respecto a las cuales se puede imaginar fácilmente que en cualquier otra proporción pudieron haber producido un resultado distinto al que conocemos). ¿Fue el desarrollo tal como efectivamente se dio realmente el más probable? y de ser así ¿qué fue lo que le confirió esta alta probabili­dad?

Siempre hubo lugar para unas contrahistorias. Pero des­de nuestra ubicación privilegiada en el siglo XX podemos constatar también que las posibilidades estuvieron limita­das. Finalmente, ningún príncipe francés parece haber es­tado a la altura del creciente poder del monarca; el meca­nismo de monopolización ofrece una explicación del porqué esto fue así. Nos ayuda a ver cómo las figuraciones poste­riores surgieron entre las anteriores o, visto desde el otro ángulo, cómo las anteriores llevaron a las posteriores. De este modo se señala una dirección, pero ningún telos o meta fija.

EUROCENTRISMO

El reproche de eurocentrismo no está separado del de te­leología. Según algunos críticos, El proceso de la civilización implica que sólo en Europa y en ningún otro lugar la civi­lización humana se ha desarrollado plenamente. Contra

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esta idea dirigen (con razón) sus objeciones. Sin duda Hans Peter Duerr es quien más ha trabajado sobre este aspecto.

De acuerdo con sus propias palabras, Duerr quiso «demostrar que Elias, con su alabanza de la moderna mo­delación de los instintos que sería "la característica distintiva y causa de la superioridad de Occidente", no tiene razón» (Duerr 1990: 8). Según él, la teoría de la civilización repre­senta un tipo de pensamiento evolucionista que glorifica a Europa y ofrece una justificación del colonialismo euro­peo.

Esta posición recuerda la opinión de Antón Blok quien enunciara, incluso antes de que Duerr se pronunciara al respecto, que Elias no debiera sorprenderse si se le acusa­ba de ser portavoz del racismo (Wilterdink 1982). Al igual que Duerr, Blok acusa a Elias de ignorar en qué grado los llamados primitivos son civilizados. En palabras de Blok: «Él [Elias] desconoce su auténtica humanidad» (Blok 1982).

Según parece, Duerr tropezó ante todo contra algunos pasajes del tercer capítulo de El proceso de la civilización. Con el fin de mostrar que Elias atribuyó el éxito de los co­lonizadores europeos no sólo a su superioridad militar si­no ante todo a «una superioridad de la estructura de los impulsos», los ha citado muchas veces. «Dicho sin maqui­llaje terminológico —prosigue Duerr— esto significa que Occidente pudo someter y explotar al resto del mundo, porque tiene la civilización superior» (Duerr 1993: 12. Las cursivas son del original).

Con esta manera de "citar", Duerr desfigura la posición de Elias. Éste en realidad señaló que los colonizadores eu­ropeos sacaron provecho de su civilización, pero lo hacía como parte de una extensa exposición que —lejos de ser un simple elogio a la civilización europea— ofrece un agu­do análisis sociológico del empleo de los modales y técni­cas de organización como fuente de poder (Elias 1982, 2:

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262-265). Este análisis no puede entenderse de ninguna manera como ideología colonialista.

Desde 1939, cuando Elias publicó su libro, ha visto la luz una gran variedad de trabajos que se preguntan a qué debieron los colonizadores europeos su superioridad téc­nica, militar, comercial e incluso en el ámbito de la reli­gión (como atestigua el éxito de las misiones y de la evan-gelización). La discusión sobre el trasfondo y el carácter de la hegemonía europea continúa; con toda seguridad, el aporte de Elias aún no ha perdido vigencia. Así lo hace pensar entre otros el uso que de él ha hecho el politólogo de origen sirio Bassan Tibi en sus estudios sobre el Islam (Tibí 1988; 1990).

Como rasgo más característico del desarrollo de las so­ciedades de Europa Occidental, Elias identificó:

El hecho de que aquí surgiera una división de funciones con un alcance tan grande, un monopolio fiscal y de la vio­lencia tan estable y unas interdependencias sobre territorios tan extensos y un número de hombres tan grande como nunca antes en la historia mundial. (Elias 1982, 1: 90).

Duerr difícilmente puede negar el hecho y hay otros puntos en que coincide con Elias, aunque sea de mala ga­na. Así, afirma que la civilización humana tiene al menos 40.000 años y que desde entonces hubo sociedad sólo en asocio con civilización. Esto concuerda plenamente con la idea de Elias de que es imposible asignar en el proceso de la civilización un inicio absoluto o un punto cero (Elias 1982, 1: 90).

Duerr tampoco quisiera negar que las sociedades hu­manas han experimentado profundos desarrollos. Está dispuesto incluso a hablar de un proceso dvilizatorio:

Por supuesto que no estoy afirmando que no haya habido un proceso de civilización en el sentido de un cambio de la macroestructura social, un desarrollo de la civilización en tér­minos técnicos y materiales, rupturas e innovaciones profun-

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das en la administración, en la policía y organización militar, en la organización obrera, el transporte, el aprovisionamien­to de bienes, la forma como se eliminan los deshechos, etc. Lo que niego es —por un lado— que este desarrollo haya con­llevado una intensificación del control social, y —por el otro— que haya proporcionado a los hombres una economía afecti­va totalmente distinta, un nuevo hábito psíquico que se distin­gue de hábitos anteriores poi barreras de pudor y de pena mayores, por una reducción de la inmediatez, espontanei­dad, agresividad y crueldad, así como por una intensificación y estabilización de la gentileza, etiqueta y consideración mu­tua. (Duerr 1993: 26).

¿No será un tanto rebuscado pensar que en todas las esferas señaladas por Duerr, desde la administración hasta el bienestar, se hayan dado cambios drásticos sin que estos cambios hayan impregnado de alguna manera el funcio­namiento psíquico de los hombres? Pero Duerr se atrin­cheró en una posición que afirma esto, y se niega a reco­nocer que el proceso de civilización en Europa haya expe­rimentado un giro particular en los últimos cinco a seis siglos. Él considera que Elias sobrestima enormemente los rasgos peculiares de la civilización europea. Para darle vi­gor a esta idea se sirve de ejemplos de la antropología que espera le revelen que los hombres en todas las sociedades han ejercido algún control mutuo y que han experimen­tado igualmente unas sensaciones de pudor. Sin embargo, el material recogido por Duerr muchas veces con más di­ligencia que sentido crítico no está en contradicción con el tenor de la teoría de la civilización (Ver también Gouds­blom y Mennell 1997). Lo que en esta teoría importa no es la demostración de la existencia de un control social y un pudor en sí, recurriendo a unas anécdotas sueltas. Se trata de interpretar y de explicar las diversas formas de control social y pudor a la luz de desarrollos sociales más amplios.

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Ya se han publicado varios estudios que aplican este enfoque a sociedades no europeas. Así por ejemplo, Elcin Kúrsat-Ahlers comparó los estadios tempranos de forma­ción estatal en el imperio otomano con el modelo esboza­do por Elias para Francia. También desde esta perspectiva, Johann Arnason sometió el desarrollo de la monarquía rusa a un análisis más global. Ambos casos atañen, al igual que la Europa preindustrial, a sociedades agrario-militares en una fase que Arnason denomina formación estatal secun­daria. Una situación similar fue estudiada por Eiko Ike-gami en The Taiuiug ofthe Samurai. El cuadro que surge en su libro sobre el acortesamiento de los guerreros en el Ja­pón, presenta sorprendentes paralelos con el desarrollo en Francia descrito por Elias.

Desde luego que la indagación sobre el curso del pro­ceso civilizatorio en sociedades sin Estado también es de gran importancia. Con razón, los antropólogos han pre­sentado objeciones contra la idea de que el concepto de civilización esté ligado sin más a la formación estatal, tal co­mo se dio en Europa (Ver entre otros Thodcn van Velzen 1982). En El proceso de la civilización se encuentran algunos giros que de pronto podrían ser interpretados en este sen­tido; pero la teoría más general esbozada también en este libro y seguramente su mayor elaboración en trabajos pos­teriores no dejan duda de que el concepto de civilización es aplicable a todas las sociedades humanas. En toda so­ciedad los hombres aprenden determinadas pautas de comportamiento, lo hacen en parte siguiendo sus propios impulsos, en parte bajo la coacción rigurosa o suave de otros. Procesos de civilización (es natural pasar aquí al plural) se revelan en todas aquellas partes donde unas maneras son traspasadas, seguidas y ajustadas. Muchas ve­ces las maneras cambiarán poco de generación en genera­ción; entonces el proceso de civilización presenta una fuerte continuidad. Pero cuando las relaciones humanas

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experimentan un movimiento, también las maneras cam­biarán y el proceso de la civilización toma un nuevo giro.

La mayor parte del material reunido por Elias en El proceso de la civilización tiene relación con las élites de una sociedad agrario-militar en un período de profundos cam­bios sociales que, entre otros, conducen a la formación de Estados cada vez más grandes y fuertes. Lo mismo es váli­do para los estudios ya citados de Kürsat-Ahlers, Ikegami y Arnason. En todos estos casos la investigación se centra en la relación entre civilización y formación estatal. La pre­gunta es cómo han transcurrido procesos de civilización en sociedades con otra estructura política.

Con eso entramos a los dominios de la antropología social y cultural cuyo objeto de estudio tradicional han si­do justamente las sociedades con una organización más o menos militar. Llevar a su campo el método sociogenético desarrollado por Elias, también representa un reto para los antropólogos. Me parece que éste propósito encuentra abundantes puntos de referencia en la obra de antropólo­gos de orientación fuertemente histórica, como Marvin Harris y Eric Wolf. Alguien que se ha dejado inspirar di­rectamente por Elias es Wim Rasin. Me refiero a su estu­dio sobre los cambios en el control social y el comporta­miento en una sociedad esquimal desde el segundo cuarto del siglo XIX. Rasing describe cómo la incorporación de los esquimales en el conjunto más grande del Estado ca­nadiense ha conducido en su propia comunidad al debili­tamiento de los lazos mutuos y del control social. Él llega a la conclusión de que la tendencia que se puede ver en este caso es distinta a la de los países de Europa Occiden­tal, donde:

Un creciente control de la violencia por parte de las instancias centrales se desarrolló en estrecha relación con el avance del autocontrol de los individuos, mientras que aquí [entre los esquimales] el proceso civilizatorio mostró una tendencia inversa. (Rasing 1994: 319).

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LOS PROCESOS DE CIVILIZACIÓN EN EUROPA

En relación con el desarrollo en Europa, a Elias se le acusa con frecuencia de haber atribuido un peso excesivo al proceso de formación estatal y al papel de la nobleza en el mismo, mientras que él habría subvalorado la participa­ción de otros procesos, grupos e instituciones sociales. Se considera que Elias habría prestado atención insuficiente en especial, al aporte de la iglesia, la religión, el cristia­nismo. En este sentido se pronuncie) Franz Borkenau ya en 1939 y la objeción ha sido reiterada desde entonces en numerosas ocasiones. Dilwyn Knox, por ejemplo, hace poco defendió la idea de que el proceso de la civilización no sólo en Europa recibió sus impulsos primarios «de cir­cunstancias religiosas o culturales antes que de unas de ti­po político» (Knox 1991: 109).

El estudio de Knox ofrece material interesante sobre el desarrollo de las maneras en la mesa y otras formas de control del cuerpo, que se complementa con la informa­ción reunida por Elias. No obstante esto, Knox presenta su trabajo no como un aporte complementario a la teoría sino como una refutación de la misma.' Él cree que para Elias los factores políticos tienen el primado en el desarro­llo, mientras él lo asigna a la religión.

Me parece poco fructífero devolver la discusión a un rígido debate sobre opuestos excluyentes, donde prima la búsqueda de un primer origen ante el esfuerzo por identifi­car unos desarrollos (Elias 1982, 2: 36). En la sociedad agrario-militar de la Europa preindustrial, la religión y la política estuvieron entrelazadas de múltiples maneras, así como también el clero y el Segundo estado, la nobleza; juntos constituían una figuración social que envolvía ade­más también al Tercer y Cuarto estados, los burgueses y el

Ver también nenes Buch von Goudsblom, capítulo 10.

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resto del pueblo. Con el fin de poder dedicarse sin estor­bos a la religión, el oficio de la guerra, el comercio o la agricultura, los hombres habrían buscado dentro de cada uno de estos estados cierta autonomía para su propio campo! Pero debió ser difícil sustraerse de forma duradera a la influencia de otros campos. Así lo quisieran o no, los diversos grupos eran interdependientes; y por lo tanto las líneas que cada uno representaba por sí solos en el proce­so de civilización también ejercieron una influencia mu­tua.

De la misma manera en que se puede ampliar la cober­tura de este cuadro de modo tal que los desarrollos en Europa aparecen como un episodio en un proceso mucho más amplio, el desarrollo europeo mismo puede verse también de forma mucho más diferenciada. El proceso de la civilización ofrece numerosos impulsos que señalan esta dirección. Según parece, el proceso civilizatorio de Euro­pa se desarrolló siguiendo distintas líneas de clase, Estado, religión y nación. En el libro se atiende ante todo este úl­timo aspecto; la comparación entre los desarrollos de Francia, Alemania e Inglaterra la atraviesa la exposición como una corriente de fondo.

En una serie de casos, la teoría de la civilización ya ha sido aplicada con beneficio al estudio de desarrollos cultu­rales e institucionales específicos, como la sociogénesis del matrimonio eclesiástico y burgués (Michael Schróter), el surgimiento del deporte y otras formas modernas de ocio (Elias y Eric Dunning), la formación del oficio de artista (Bram Kempers) y el desarrollo de diversos sistemas de

El concepto de campo aparece algunas veces en El proceso de la civi­lización (ver por ejemplo 2: 299-300), pero en la sociología de Pierre Bourdieu ocupa un lugar central. Valdría la pena estudiar con más detalle los puntos de referencia, las concordancias y las diferencias entre las ideas de Elias y Bourdieu.

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bienestar como la atención a los ancianos, la educación y la salud (Abram de Swaan). La relación entre comporta­miento, poder y hábito se ve nítidamente también en las investigaciones sobre la historia del delito, la justicia y las penas judiciales de Pieter Spierenburg, David Garland y otros.

Estoy indicando apenas una pequeña muestra de los abundantes estudios realizados en los últimos años con el propósito de conocer el cuadro de las diversas líneas his­tóricas del proceso de civilización europeo con más deta­lle. Otras investigaciones que se han producido mucho an­tes de la obra de Elias o que han surgido de modo inde­pendiente de ésta también parecen estar bastante de acuerdo con la teoría. El estudio de Tocqueville sobre el Antiguo Régimen es uno de estos ejemplos; Feasants into Frenchmen de Eugen Weber es otro más reciente.

Este último puede leerse en cierta medida como una continuación de El proceso de la civilización. El libro trata de un período posterior, de 1870 hasta 1914, y pone el fo­co sobre un grupo social que en el trabajo de Elias queda bastante rezagado: los campesinos. Cuando en El proceso de la civilización se mencionan los campesinos, casi siem­pre se hace referencia a informes de escritores pertene­cientes a otros Estados, que describen la vida campesina en términos poco favorables. Weber esboza un cuadro cuidadosamente documentado del aislamiento en que grandes partes del campo francés permanecen aún alre­dedor de 1870, lo mismo que de las duras condiciones en que vivían los hombres cpie dependían directamente de la tierra, del clima, de los cultivos y d d ganado y que eran presos de una fuerte jerarquía social. De este modo, su li­bro no sólo ofrece una ampliación del horizonte cronoló­gico de El proceso de la civilización, sino que también pro­duce un cuadro sociológico más agudo y, gracias a sus re­ferencias sobre los regímenes ecológicos en que han vivido los hombres, más amplio.

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DESARROLLOS CONTEMPORÁNEOS

Ante todo se supone que dos tendencias presentes en el siglo XX estarían en contradicción con la teoría de la civi­lización: se trata del relajamiento de una serie de normas sociales y formas de trato mutuo —la inforrnalización—, y del surgimiento y florecimiento de unos movimientos vio­lentos, como los Nazi en Alemania —un proceso de barba-rizadón o brutalización—.

La inforrnalización fue ampliamente comentada por Cas Wouters. En la discusión con otros sociólogos, Wou-ters ha expuesto —a mi juicio de manera convincente— que el relajamiento de algunas formas de trato se puede explicar muy bien en el marco de la teoría de la civiliza­ción — un punto de vista que Elias por su parte también ha aclarado (Wouters 1990; Elias 1989: 33-60)-.

Resulta curioso que las ideas de Hans Peter Duerr en cierta medida vayan en la misma dirección, aunque sea en términos bastante diferentes y con una intención crítica. Él señala que los hombres que viven en pequeñas comu­nidades tienen pocas oportunidades de sustraerse al con­trol social permanente de parientes y vecinos. La sociedad más diferenciada de las grandes ciudades, en cambio, ofrece a los individuos muchas posibilidades de evadir este control y, por esta vía, una libertad mucho mayor:

Seguramente hoy en día cada individuo se relaciona

con muchas más personas, pero en la interacción no se

encuentran tanto personalidades en su conjunto sino más

bien fragmentos de personas. En consecuencia, el conoci­

miento que se tiene del otro también queda mucho más

fragmentario. Pero esto significa que las infracciones de

normas y conductas incorrectas por lo general suscitan

menos consecuencias: la persona respectiva no pierde el

rostro, sino uno de sus rostros. (Duerr 1993: 28).

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Con razón Duerr emplea la forma comparativa: más fragmentario, con menos consecuencias. Así que admite que no estamos ante un vuelco de un estado a otro sino ante cambios que son sólo relativos. Pero a mi juicio él no va lo suficientemente lejos. Al hablar de infracciones de normas y mala conducta él sugiere que las normas como tales son fi­jas mientras que en la teoría de la civilización las normas (y así también el significado de lo que es la infracción) forman parte de los comportamientos sociales fluctuantes.

Por lo demás, Duerr tiene poco sentido para los com­ponentes de poder, que para Elias juegan un papel cen­tral. De acuerdo con éste, la creciente diferenciación so­cial forma sólo un requisito para la inforrnalización; otro, al menos igualmente importante, es la creciente fuerza de unos grupos menos privilegiados (marginados) en relación con las élites consolidadas. Para los tradidonahnente con­solidados se ha menguado el margen que tienen para po­der permitirse libertades en relación con los demás, para los marginados (en algunos casos quizás haya que decir: del pasado) este margen se ha dilatado (Elias 1989: 50).

Inforrnalización por cierto no significa libre juego para todos los impulsos. Al contrario: en su introducción a El deporte y el ocio en el proceso de la civilización escrito junto con Eric Dunning, Elias volvió a subrayar que la vida social en las sociedades de Europa Occidental se ha vuelto inne­gablemente mucho menos formal pero que cada día es más ajustada a la evasión casi automática de todo extremo emocional:

En otras palabras, la supervivencia y el éxito social en estas sociedades dependen hasta cierto punto de una coraza segura, ni demasiado fuerte ni demasiado débil, de autocontrol individual. Hay en tales sociedades sólo un marco comparativamente reducido para la exhibición de los sentimientos fuertes, las antipatías profundas o el re­chazo hacia otras personas, mucho menos para la ira can­dente, el odio mortal o el impulso irrefrenable de golpear

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a alguien en la cabeza. Quienes sufren fuertes perturba­ciones o son presa de sentimientos que no pueden con­trolar terminan en el hospital psiquiátrico o en la cárcel. Los estados de elevada excitación se consideran anorma­les en una persona, como un peligroso preludio de vio­lencia en una multitud. (Elias y Dunning 1986: 41; 1992: 55-56)

En El proceso de la civilización Elias también empleó la imagen de una coraza de comportamiento civilizado. Enfati-zaba entonces que esta coraza puede funcionar sólo bajo condiciones sociales específicas: se «desmorona muy rápi­damente» cuando «en relación con un cambio estructu­ral», la seguridad en que descansa el trato social se des­ploma (Elias 1982, 1: 232. Ver también neues Buch). No es difícil ver que aquí se alude a una segunda tendencia en el desarrollo contemporáneo, de la cual algunos críticos han afirmado con gran aplomo que la teoría de la civilización de Elias no la habría tenido en cuenta y que no estaría di­señada para incorporarla: la barbarización o brutalización tal como se ha manifestado intensamente en los excesos del nazismo.

Ante todo algunos críticos americanos y británicos han sindicado a Elias de haber esbozado un cuadro demasiado rosa del proceso de la civilización y de haber hecho caso omiso a los horrores de su propio época. Si creyéramos a estos críticos, El proceso de la civilización se habría escrito en una isla de las maravillas, lejos de las tormentas del si­glo XX. En palabras del antropólogo Edmund Leach: Elias habría formulado su teoría al mismo tiempo en que «Hitler estaba refutando sus argumentos centrales a una escala que era la mayor posible» (Citado en Mennell 1989: 228).

Parece un poco simple pensar que Elias haya sido tan ingenuo. Él escribió su libro en el exilio y a la segunda edición la antecede la sobria dedicatoria: «Dem Andenken rneiner Eltem Hermann Elias, gest. Breslau 1940, Sophie Elias,

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gest. Auschwitz 1941 (?)».* El pasaje ya citado sobre la vulne­rabilidad de la coraza del comportamiento no quedó solo; en muchas partes de El proceso de la civilización se encuentran referencias al desarrollo en Europa Occidental en los años treinta (Ver también Heerma van Voss y Van Stolk 1987: 53-62).

Más tarde, en Síudien über die Deutschen (Estudios sobre los alemanes) Elias volvió de modo más extenso sobre este asunto. Lo hizo ante todo en el ensayo Der Zusammenbnich der Zivilisation (El derrumbe de la civilización) cpie fue es­crito originalmente con motivo del proceso seguido a Adolf Eichmann en 1961. Elias lo mantuvo en reserva du­rante años. Curiosamente este ensayo parte de la misma idea que forma la base de Modernity and the Holocaust de Zugmunt Batimán. Ella apunta a que el nacionalsocialismo tal vez reveló de modo particularmente craso la condición de las sociedades actuales, las tendencias de la acción y del pensamiento en el siglo XX que se encuentran también en otras partes (Elias 1989: 395).

Una diferencia con Bauman se encuentra en el cuida­doso tal vez que Elias prefiere en este caso. Por cierto, no se le puede pedir ni a Elias ni a Bauman una explicación sa­tisfactoria del nazismo. Tal explicación aún no existe en ninguna parte. Disponemos tan sólo de una serie de co­nocimientos dispersos sobre el trasfondo y diversas cir­cunstancias que han contribuido a su surgimiento y flore­cimiento.'

Orig. alemán, A la memoria de mis padres, Hermann Elias, muerto en Breslau, 1940. Sophie Elias, muerta en Auschwitz, 1941 (?).

Uno de los mejores estudios sociológicos sobre el surgimiento del nacionalsocialismo sigue siendo Hetfascisme en de nieuwe vrijheid (El fascismo y la nueva libertad) de J. de Kadt que fue publicado ya en 1939. El autor partía explícitamente de la pregunta sociológica de cuál era la función positiva del nacionalsocialismo para sus partida­rios.

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Una acotación que está implícita en la teoría de la civi­lización, aunque Elias mismo no la formulara expresamen­te: en la medida en que los hombres van aprendiendo unos estándares de comportamiento y también van adqui­riendo una determinada competencia, su competencia en otros terrenos queda atrás casi inevitablemente. La lucha armada y el manejo de las armas representan un ejemplo muy ilustrativo. Las sociedades estatales modernas son bastante pacificadas internamente. La violencia organizada ahí está —para hablar con las palabras de Elias— acuartela­da en tan alta medida que sólo unos especialistas reciben entramiento en el manejo de las armas. Los demás necesi­tan la paz y son inermes frente a las amenazas de fuerza fí­sica. Es posible que una de las precondiciones del éxito del nazismo se encuentre en la incapacidad de responder a la violencia física, extendida entre sus adversarios y víc­timas. Para Thorstein Veblen se trataría de una trained in-ability (Veblen 1914: 193).

MATICES

Entre los pasajes mejor conocidos de El proceso de la civili­zación se encuentran las últimas páginas de la parte se­gunda, donde Elias esboza las condiciones en que los hombres podrían afirmar de sí mismos con alguna razón que son civilizados. Estas páginas han causado mucho des­concierto. Considero que ellas deberían ser leídas junto con las páginas iniciales de la parte primera, donde civili­zación es introducida como un concepto que expresa el sentimiento de superioridad occidental. En las líneas fina­les, el autor recuerda que la sociedad europea todavía está lejos de los ideales que se suelen relacionar con este con­cepto. Subraya de nuevo que sería una ilusión pensar que Europa ya esté civilizada en ese elevado sentido. El libro sobre el proceso de civilización en Europa fue escrito jus­tamente con el propósito de despojar al concepto de civi-

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lización de su aureola mística (Ver también Elias 1989: 401).

Como proceso, empero, la civilización no fue ni mucho menos un mito para Elias. Consideraba como innegable­mente reales los cambios en los hábitos que provenían de cambios en la conducta y el poder y que, por su parte, vol­vían a influir sobre éstos. Que en Europa estos cambios presentasen a lo largo de siglos una determinada direc­ción, representaba un importante descubrimiento para Elias. Atribuía una importancia al menos similar a la com­prensión general del carácter del proceso de la civiliza­ción, a la cual contribuyó con su estudio.

Considero como uno de los aspectos importantes de la teoría de la civilización de Elias la ruptura que representa en relación con la habitual oposición entre cultura y natu­raleza. La naturaleza humana es representada con fre­cuencia como adversaria rebelde e irreconciliable de la civilización: «El animal humano no puede ser domado a través de la civilización» constituye una apreciación apo-díclica que no deja campo para matices (Mestrovic 1993).

Pero justamente de matices se trata en la teoría de la civilización. Como Elias advirtió, ante todo en su obra tar­día, «el aprendizaje de autocontrol es un universal huma­no, una condición común de la humanidad». Por el otro lado las maneras en que se realizan los procesos de civili­zación son extremadamente variables:

Lo que puede variar, lo que de hecho ha cambiado durante el largo proceso de desarrollo de la humanidad, son las normas sociales de autocontrol y la manera en que se las hace funcionar y adaptarse al potencial natural en cada uno para retrasar, suprimir, transformar, en resu­men, controlar de diversas maneras las pulsiones elemen­tales y demás sentimientos espontáneos. Lo que ha cam­biado, para decirlo brevemente, son los agentes de con­trol formados durante el proceso individual de

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aprendizaje del niño, a los cuales hoy conocemos con los nombres de razón o conciencia, ego o superego (Elias y Dun-ning!986:45; 1992:61).

El término hábito sirve para referirse a las formas de control y regulación de los impulsos que los hombres se apropian en el curso de su vida y que determinan en gran medida su comportamiento. Por lo demás no se trata úni­camente de control y regulación de unas furias indiferen-ciadas, como indican las dificultades que pueden tenerse con impulsos aprendidos tan sencillos como el de fumar, de beber o jugar. En el caso de intensos sentimientos diri­gidos contra otras personas, como el amor, la envidia o la venganza, resulta aún más evidente que los impulsos emo­cionales se forman socialmente. La variación en los hábi­tos después de todo es muy grande. Esto sin embargo no significa que una teoría general de la civilización no sirva para la exploración de su sociogénesis.

PODER, HÁBITO Y COMPORTAMIENTO: SOBRE

LOS EXPERIMENTOS DE MILGRAM

La teoría de la civilización es parte de la más amplia teoría de las figuraciones humanas. La idea básica de la misma dice que los individuos que forman conjuntamente una fi­guración, son formados al mismo tiempo por esta figura­ción.

El e.xplanandurn más importante en la teoría de la civili­zación es el hábito, que comprende cambios tanto como continuidades. Esto es la variable dependiente que influye sobre las otras dos variables: comportamiento y poder.

En sus experimentos sobre autoridad y obediencia Stanley Milgram demostró de modo verdaderamente dramático la enorme dependencia del comportamiento en relación con el poder. Por orden de un experimentador, unas personas hicieron cosas que normalmente nunca ha-

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rían. ¿Por qué lo hicieron? Porque se encontraban en una situación en que pensaban no tener elección; la autoridad del experimentador se había convertido en orientación para su acción. Allí estuvieron sentados detrás de un bo­tón, y no podían de otra forma.

Milgram concluyó de esto: con frecuencia el compor­tamiento se define por la situación y no por el tipo de per­sona que es (Milgram 1974: 205). Dudo mucho que sea adecuado plantear las cosas en estos términos, creo que se está recurriendo a una oposición equivocada. Los hom­bres (personas) constituyen unos con otros figuraciones; son los seres humanos, las personas, quienes crean las si­tuaciones; de las figuraciones surgen las situaciones a las cuales los hombres adaptan su comportamiento de acuer­do con las relaciones de poder y según la apreciación que tienen de éstas.

La situación básica en los experimentos de Milgram fue una en donde los hombres no se dejaron orientar por su propia conciencia sino por las instrucciones del experimen­tador. Las órdenes condujeron a que las personas objeto del experimento dieran choques eléctricos cada vez más dolorosos a una tercera persona, la víctima, que quedaba invisible pero que por sus gemidos y lloriqueos manifesta­ba los dolores que le causaban los corrienlazos. La mayo­ría de las personas en prueba encontraba las órdenes del experimentador en extremo desagradables; algunos roga­ron que les dejaran ir, pero el experimentador no se dejó ablandar: tenían que pasar. Para la mayoría de las perso­nas objeto del experimento no había ninguna instancia in­terna a que se hubieran permitido acudir para ofrecer re­sistencia contra la orden. Por el breve lapso que duró el experimento, la situación obró por ellos, y lo hizo en una dirección descivilizadora en un sentido doble: en su acción no se dejaron guiar por su propio juicio sino por las órde­nes de otro, y el tipo de estas órdenes implicaba que no tuvieran en cuenta las sensaciones de quienes recibían los

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choques eléctricos. La relación de poder era tal que las personas objeto del experimento obedecieron ciegamente al experimentador, sin que consideraran el dolor que cau­saban a la víctima.7

(Por fortuna) también hubo personas que en determi­nado momento se negaron a continuar su colaboración. En cuanto a su hábito se distinguía visiblemente de los que continuaron colaborando; deberíamos interesarnos más por lo que les dio la capacidad de desobedecer, de dónde sacaron fuerzas para oponerse. Milgram varió la si­tuación experimental de distintas maneras; las condiciones sociales parecían de importancia decisiva. De ahí que creía poder concluir que muchas veces no son las personas sino las situaciones las que definen la conducta.

Pero de nuevo, esta es una oposición falsa. Quienes de­finen y hacen las situaciones son personas. Con la palabra hábito apuntamos, entre otros, a la manera en que una persona enfrenta las diversas situaciones —y la capacidad y disposición de desafiar determinados tipos de autoridad forma parte de esto—.

El hábito por su parte es resultado, residuo, de un sin­número de experiencias pasadas frente a situaciones socia­les en que la persona aprendió a comportarse de determi­nada manera.

El hecho de que se trate de aprender es más importante que una eventual interpretación psicoanalítica del proceso de aprendizaje. Un hábito es un una postura vital apren­dida, un conjunto de trained ahilities y trained inabilities. Las personas aprenden a manejarse en determinados tipos de situaciones; una consecuencia de esto puede ser su desconcierto ante otros tipos de situaciones. Este es un aspecto de la vida social que parece muy apropiado para

En relación con la teoría de la civilización llama la atención que el dolor era causado mediante un choque eléctrico. Entre las personas objeto del estudio y la víctima no se dio ningún contacto físico.

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un análisis al estilo de Erving Goffman: los hombres tie­nen un interés en la creación de un determinado tipo de situación, en la que ellos mismos se desenvuelven bien. Son situaciones en que importa saber hablar bien, o con­tar, o disparar, o negociar, agrandarse, achicarse, etc.

La situación en que Milgram colocó a las personas ob­jeto de su estudio, fue de corta duración y él hizo lo posi­ble para que el experimento no dejara huellas permanen­tes. De la formación de hábitos no se trató, sino más bien de lo que se presentó en los campos de concentración en tiempos de los nazis. Los libros de Primo Levi contienen buenas descripciones de los cambios en la conducta de aquellas personas que se vieron enfrentadas con relacio­nes de poder radicalmente modificadas. Levi también deja ver cuántos presos adquirieron nuevas aptitudes sociales que les permitieron adaptarse mejor a la vida en estos campos (Ver ante todo Levi 1987 y 1991).

C O D A

La teoría de la civilización ha recibido abundantes críticas. Estas ofrecen mucho material para la reflexión y para una explicación y elaboración más detallada de la teoría.

Un punto de la crítica podría ser que se hace todavía demasiado poco uso de las posibilidades de incorporar conocimientos sociológicos y psicosodales más recientes en esta teoría. El comentario sobre los experimentos de Milgram aquí presentado es un pequeño intento de avan­zar en esta dirección.

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La paradoja de la

pacificación

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La amenaza que supone el hombre para el hombre se somete a una regulación estricta y se hace más calculable gracias a ta constitución de monopo­lios de la violencia física. La vida cotidiana se libe­ra de sobresaltos que se manifiestan de modo repen­tino. La violencia física se recluye en los cuarteles y no afecta al individuo, más que en los casos extre­mos, en época de guerra o de subversión social. Por regla general esta violencia queda reducida a un monopolio de un grupo de especialistas y desaparece de la vida de los demás. Estos especialistas, es decir, toda la organización monopolista de la violencia, ejercen su vigilancia al margen de la vida social co­tidiana, como una organización de control del com­portamiento del individuo. (Elias 1989: 456)

«La violencia física se recluye en los cuarteles». Es una

imagen fuerte. El pasaje entero que cito de El proceso de la

civilización contiene en pocas palabras algunos de los ele­

mentos principales de la teoría de Elias sobre la monopo­

lización de la violencia organizada y sus consecuencias so-

dopsicológicas. También habla del gran sociólogo que fue

Elias, un observador y un teórico altamente perceptivo y

original, hábil formulando sus observaciones con frases

l ü l

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cautivantes que llaman la atención del lector y que se quedan en su mente.

Al mismo tiempo nos preguntamos hasta qué punto son válidas las conclusiones de Elias; hasta dónde se apli­can al mundo tal como lo conocemos. En el caso de mi país, Holanda, estoy seguro de que la violencia organizada a gran escala está efectivamente confinada a los cuarteles. Sin embargo, sería equívoco decir lo mismo sobre la vio­lencia física en general, que ciertamente no ha desapare­cido de las calles y los hogares. En otros países como Co­lombia, la idea de que la violencia física esté recluida en los cuarteles es, acaso, insostenible. Las circunstancias ac­tuales parecen alejarse de la idea de un Estado controlado firmemente por el monopolio de la violencia organizada.

¿Acaso significa esto que Elias desacertó completamen­te en sus conclusiones? No lo creo, prefiero indicar que el terreno de sus estudios en El proceso de la civilización era limitado. Y, por ende, el terreno de sus conclusiones era asimismo limitado. Lo que no desdice del valor de su mé­todo. Todo lo contrario, en El proceso de la civilización Elias desarrolló un método de pensamiento que permite inclu­so descubrir las limitaciones del libro mismo. Usando el método (o paradigma) eliasiano podríamos ensanchar el alcance de sus principales investigaciones.

Es lo que me propongo hacer en este ensayo, concen­trándome en el tema de la violencia organizada. De un la­do se trata de uno de los temas centrales de la teoría de Elias sobre procesos de civilización y, de otra parte, consti­tuye una de nuestras más grandes preocupaciones con­temporáneas como ciudadanos y como científicos sociales.

Comenzaré refiriéndome brevemente a algunas palabras, en especial a la palabra violencia. No quisiera discutir defi-

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La paradoja de la pacificación

niciones, pero no puedo ignorar que de hecho el concep­to de violencia es engañoso. En este ensayo limitaré el término a cualquier acción humana encaminada a aniqui­lar o lesionar a otros seres humanos o a destruir o estro­pear sus propiedades. La forma más extrema de violencia interhumana es el asesinato. Cuando varias personas se concentran en un intento coordinado de asesinar a otros, podemos hablar de violencia organizada. Estas formas de violencia organizada suelen estar dirigidas contra otro grupo, pero pueden también estar dirigidas contra un in­dividuo, como en el caso de la ejecución de una pena de muerte.

A pesar de que el mismo Elias no utiliza la acepción técnica del concepto de violencia, creo que es factible combinar esta acepción del concepto con su aproximación de Elias. Esta difiere significativamente de la de psicólogos evolucionistas como Martin Daly y Margo Wilson (1988). Su libro Homicidio es un estudio del asesinato humano ex­celentemente documentado y claramente expuesto: Daly y Wilson siguen una línea argumentativa sociobiológica que aún siendo muy esdarecedora tiene muy poco que decir específicamente sobre organizaciones sociales más allá del grupo de parentesco.

Daly y Wilson aciertan al declarar que la incidencia de la violencia no es casual sino estructurada, sin embargo al intentar explicar dicha estructura se apoyan excesivamen­te en la psicología evolucionista. Sin duda alguna la psico­logía evolucionista es muy útil para comprender las corre­laciones generales entre violencia, edad y género: donde quiera que haya violencia, sude haber hombres jóvenes involucrados. Pero esto no significa, sin embargo, que los hombres jóvenes tiendan a la violencia en todas las cir­cunstancias. Por esto, para entender la naturaleza y la in­tensidad de la violencia en instancias específicas hay que explorar otros niveles de realidad, además de la evolución biológica. Dos de estos niveles parecen particularmente

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relevantes: las figuraciones sociales de las que hacen parte los perpetradores y las víctimas; y el curso extenso de la historia humana en el que todas y cada una de estas figu­raciones sociales se han desarrollado.

Desde esta perspectiva se puede ver claramente cómo los actos de violencia humana, incluyendo la que podría denominarse violencia privada entre maridos y esposas o padres e hijos, se desarrolla en un contexto mayor de vio­lencia organizada que de ser movilizada sería mucho más poderosa que la violencia aislada de cualquier individuo.

En El proceso de la civilización Elias trabajó con un esta­dio particular del desarrollo de la violencia organizada: el periodo temprano de la formación de los Estados en la Europa medieval y moderna. Descubrió la operación de un mecanismo: el de la monopolización que actuaba en ese estadio y en esa región en particular. Mi tesis apunta a que siguiendo la aproximación de Elias podemos construir un modelo más comprehensivo diseñado ya no sólo para la historia europea, sino para la historia humana en gene­ral. Modelo que no invalida las conclusiones de Elias para la Europa del medioevo y la primera modernidad, sino que las sitúa en un contexto mayor. Además aclara el he­cho de que a través de la historia humana la violencia or­ganizada haya sido progresivamente más poderosa y que en este proceso un fenómeno se haya venido manifestan­do de forma recurrente: podríamos describirlo como la paradoja de la pacificación.

La paradoja ya está implícita en el mismo concepto de vio­lencia organizada. Existe una tensión inherente entre los dos términos que forman el concepto. La organización tiende a la coordinación y a la cooperación, sugiere algo constructivo. La violencia se refiere a todo lo contrario, es

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por naturaleza destructiva, destruye formas elevadas de or­ganización.

La tensión es obvia, al igual que lo es la tendencia de la organización y la violencia a unirse para formar una com­plicada coalición de interdependencia. La violencia orga­nizada sude ser de lejos mucho más efectiva que la violen­cia desorganizada, sin embargo sólo puede ser efectiva en virtud de un grado de pacificación. Aquellos que partici­pan en su ejercicio, no deben pelear entre sí, la paz debe reinar en los cuarteles. De otra parte, todo grupo organi­zado para el ejercicio de la violencia necesita del apoyo de otras personas que se ocupen de una gama de actividades productivas como la consecución de alimento. Al tiempo que aquellos quienes hacen parte d d trabajo de apoyo, necesitan protección contra la violencia. Las fuerzas de la producción y las fuerzas de la destrucción están pues liga­das en una configuración letal (Goudsblom 1995: 85-87).

En El proceso de la civilización Elias trabajó ampliamente con un estadio particular del desarrollo de la violencia or­ganizada. Su tema era la pacificación de los guerreros en el medioevo y la modernidad temprana en Europa. Ha­ciendo énfasis en el desarrollo francés pudo mostrarnos cómo una sociedad dominada por una dispersa nobleza de castillo fue transformándose gradualmente en una socie­dad dominada por la nobleza de corte bajo el poder cen­tral del rey.

Elias lo describió corno un proceso de formación del Estado, más específicamente como la formación de un monopolio fiscal y de la fuerza relativamente estable. Des­de su obra pionera de la década de los treinta, historiado­res y sociólogos han recolectado evidencias y han formu­lado nuevas ideas sobre la formación del Estado en aquel

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periodo. Ha comenzado asimismo la comparación siste­mática con procesos de formación del Estado en otras re­giones: desde Rusia hasta el Imperio Otomano, del Japón al Perú (ver Arnason 1993, 1996; Kürsat-Ahlers 1994, Spier 1993, trabajos que han ampliado el alcance de las investigaciones de Elias).

Estos trabajos nos permiten ensanchar tanto el área geográfica como el periodo histórico originalmente estu­diado por Elias. El concentró su atención en cinco o seis siglos, lo que es, en términos convencionales en la histo­ria, un periodo muy largo. Sin embargo, a la luz de la his­toria extensa de la humanidad, vendría a ser apenas un episodio al igual que Europa Occidental no es sino una pequeña fracción del mundo poblado.

Ampliar el marco de nuestras investigaciones puede ser el primer paso de un intento por incorporar el modelo teórico formulado por Elias sobre la formación del Estado en Europa a un modelo más comprehensivo de los esta­dios sucesivos en el desarrollo de la violencia organizada. En El proceso de la civilización, Elias se preocupaba por un estadio relativamente reciente en la historia de la humani­dad durante el cual las élites guerreras relativamente au­tónomas fueron obligadas a renunciar al monopolio de la violencia —que ejercían como parte de su dominio— para cederlo a las organizaciones del Estado central.

No hay que olvidar que ya en los inicios del periodo es­tudiado por Elias existía un monopolio de la violencia or­ganizada. Un monopolio ejercido por élites guerreras re­sidentes en castillos, capaces de regir tropas o bandas de hombres armados. Los miembros de estas élites guerreras podían luchar entre sí en combates armados; y más impor­tante aún era el ejercicio de su poder militar para someter al resto de la población: en primer lugar a las familias campesinas, luego a los artesanos, los comerciantes, a los aldeanos y a los vecinos de los pueblos.

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El dominio de los monopolios de la violencia por parte de un estrato superior de guerreros que se llaman a sí mismos nobles o aristócratas no es exclusivo de Europa en la Edad Media. Encontramos formas similares en otras circunstancias históricas, en diferentes épocas y en otras partes del mundo: África, Asia, América y Oceanía. El término sociedad militar agraria nos sirve como el denomi­nador común que describe las condiciones sociales que ri­gen en un mundo dominado por estas capas guerreras, con monopolio sobre la violencia organizada (ver Gouds­blom, Jones y Mennell 1996: 50-61).

Pero este estadio en el que la nobleza militar domina el monopolio sobre la violencia no era el primer paso en el proceso de monopolización de la violencia organizada. Es el resultado de un estadio anterior en el que la mayoría de los varones adultos de una comunidad ejercían un mono­polio de la violencia que excluía a las mujeres y a los niños (ver Glassman 1986). Podemos así distinguir por lo menos tres estadios en el desarrollo del monopolio de la violen­cia organizada:

El estadio en el que la violencia organizada se torna monopolio de los varones adultos, que excluyen del uso de las armas a mujeres y niños. Los ritos de iniciación y los tabúes sirven para defender el monopolio de los varones.

El estadio en el que la violencia organizada se torna en monopolio de especialistas: los guerreros, excluyendo ya no sólo a las mujeres y a los niños, sino a otros varones adul­tos también. El medioevo europeo es un ejemplo de estas sociedades militares y agrarias.

El estadio durante el cual las élites de guerreros relati­vamente autónomas fueron obligadas a ceder su monopo­lio de la violencia a las organizaciones de un Estado central, siendo este el proceso descrito por Elias en la formación del Estado en la temprana modernidad europea.

Los tres estadios son parte de un modelo procesal. No sugiero por esto que en algún momento un proceso de

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monopolización de la violencia haya sido consumado. Por el contrario, tiene más sentido asumir cjue, a través de la historia de la humanidad, los procesos de monopolización vienen acompañados de contratendencias que viran hacia el debilitamiento del monopolio establecido (Goudsblom, Jones y Mennell,1996: 15-30).

El modelo de tres estadios no pretende ser una conclu­sión final, más bien un principio heurístico. Tal vez nos conduzca a considerar la posibilidad de que la humanidad se encuentre en los albores de un cuarto estadio en el que muchos de los monopolios estatales se encuentran desgas­tados y se ven obligados a fusionarse en unidades mayo­res. En este ensayo, sin embargo, me limitaré a los esta­dios iniciales del proceso.

¿Cómo y cuándo se originó la violencia organizada? Los primaíóiogos y ios paieoantropóiogos hacen algunas suge­rencias. No creo que haya evidencias conduyentes aún, pero parece razonable asumir que alguna forma de vio­lencia data de la aparición de la vida en grupo (y por lo mismo de la aparición de la humanidad), y que la organi­zación de la violencia sea una de las fuerzas inaugurales d d vínculo social. Era lo que pensaba Elias cuando insistía en la importancia de las unidades elementales de ataque y de­fensa (ver también Mennell 1989: 217-20).

Al igual que en otros grupos de primates observados por los etólogos en nuestros tiempos, defenderse del enemigo exterior y atacarlo, así como poner fin a los actos de violencia en el grupo, parecen haber sido las funciones principales de la violencia organizada. Ya en este estadio temprano nos topamos con la paradoja de la pacificación: la violencia organizada surge como un medio para mante­ner a raya la violencia exterior y para desmembrar la vio-

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lencia al interior. Puede sonar extraño; sin embargo las observaciones de Frans de Waal y otros estudiosos de los chimpancés y los bonobos, nuestros familiares más cerca­nos en el reino animal, lo confirman (De Waal 1996). Las tendencias hacia la paradoja de la pacificación ni siquiera se restringen a nuestra propia especie.

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Dada la ocurrencia casi universal de la organización de la violencia, la siguiente pregunta es cuándo y cómo se volvió una prerrogativa de los varones adultos. El primer punto bastante obvio que puede considerarse es el de la fuerza física superior del varón adulto: un hecho biológico. Además existe una tendencia a los vínculos entre hombres que parece haberse desarrollado en la caza colectiva de grandes animales. Ambos aspectos pueden haberse refor­zado de forma considerable cuando el hombre comenzó a utilizar herramientas especializadas en matar: armas.

La literatura antropológica sugiere que tanto socieda­des recolectólas como agrícolas comparten una fuerte tendencia a que la manufactura de las armas, y aún más su uso, sean monopolio de los hombres. ¿Cómo se explica es­to? ¿Pudo surgir el monopolio masculino de las armas di­rectamente del biomorfismo biológico y de las ventajas de fortaleza física innatas de los hombres adultos respecto a las mujeres y los niños? ¿O es la continuación de formas más antiguas de vínculos masculinos que evolucionaron antes de que los humanos construyeran armas?

Estas preguntas son en sí mismas fascinantes, pero no nos deben conducir únicamente al examen de los rasgos innatos de los machos humanos, sean estos fuerza física o tendencia al vínculo fraterno. Más que buscar una explica­ción del monopolio masculino de la violencia organizada en un origen que se basa en rasgos genéricos esencial­mente invariables, pienso que sería aconsejable examinar

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la monopolización como parte de un proceso de mayor alcance. Esta aproximación está en sintonía con la pers­pectiva figuradonal de Elias.

Estoy pensando en dos procesos fundamentales de di­ferenciación: de un lado un proceso de diferenciación progresivo en el comportamiento, poder y hábitos entre los humanos y sus familiares cercanos en el reino animal: los otros primates y, de otro lado —y por lo menos igual­mente importante— un proceso de diferenciación progre­sivo entre seres humanos. La condición de fondo en los dos procesos es la excepcional capacidad humana de aprendizaje mutuo, de cultura. Esto le permitió a nuestros ancestros remotos actuar según el principio lamarckiano, y así hablar y poder preservar los rasgos adquiridos de comportamiento y conocimiento, trasmitiéndolos a las si­guientes generaciones. El control d d fuego es un ejemplo. Se trataba de una nueva forma de comportamiento (una mutación). Aquellos que se adaptaran podían derivar de ella una nueva fuente de poder —y que además implicaba un cambio de hábitos— respecto al fuego primero y, luego, respecto a las personas y los otros animales.

El fuego podía ser usado como una forma de violencia contra otros animales, al igual que otras armas. Los adver­sarios podían ser asaltados con palos y piedras. Paulatina­mente los hombres debieron comenzar a utilizar garrotes y proyectiles especialmente fabricados. Parece que a me­dida que las armas se volvieron más especializadas, su uso se hizo cada vez más limitado. Las mujeres y los niños fue­ron excluidos. Dichas prácticas de monopolización y ex­clusión parecen haber sido poco menos que universales.

La pregunta sobre cómo surgió el monopolio masculino de la violencia sólo puede ser discutida apelando a una se­rie de conjeturas. Nos encontramos en un terreno empíri-

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camente más firme respecto al problema de cómo estos monopolios, una vez establecidos, se mantuvieron. A pri­mera vista la cuestión anterior, la de los orígenes, puede parecer intrigante. La cuestión actual —lo que podríamos llamar la reproducción social d d monopolio usando un giro marxista— es por lo menos igual de interesante, tanto sustancial como metodológicamente.

Sustancialmente, la persistencia del monopolio mascu­lino por numerosas generaciones es un tema de impor­tancia vital que atraviesa casi todos los aspectos de la so­ciedad. Desde la perspectiva del método, este tema puede recordarnos uno de los hechos básicos de la vida social: que consiste en procesos. Tanto la continuidad como el cambio social son procesos. Como proceso, la persistencia de un monopolio de la violencia no es menos problemáti­co que su formación o su ocaso; ambos tipos de procesos necesitan ser explicados.

Como ya he dicho, en El proceso de la civilización Elias se concentró sobre todo en la formación del Estado en el Occidente Medieval y la temprana Europa Moderna. Si nos referimos al modelo de estadios en la monopolización de la violencia, Elias estudió la transición del estadio se­gundo al tercero, la transición durante la cual guerreros relativamente autónomos fueron obligados a ceder su monopolio y a unirse a una organización más fuertemente centralizada.

En la corte real, donde los guerreros fueron domestica­dos, es decir, incorporados a un régimen de pacificación y estratificación crecientes, esta combinación jugó un papel crucial en esta fase particular del proceso de la civilización estudiado por Elias. La nobleza anteriormente autónoma fue privada de sus prerrogativas para hacer la guerra y se halló a sí misma bajo el dominio de una jerarquía compe­titiva en la que no se competía por medio de la violencia.

Estos presupuestos de la pacificación y la estratificación no se limitaron a Europa Occidental; procesos similares

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ocurrieron en otras partes del globo. Los estudios a los que me he referido —de Arnason, Kürsat-Ahlers, Spier y otros— estudian a Japón, Turquía y Perú desde una pers­pectiva comparativa contribuyendo así a la descripción del panorama global de la historia de la humanidad y del de­sarrollo de la civilización humana.

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La monopolización de la violencia organizada ha sido un proceso de diferenciación, mientras unos —varones adul­tos, guerreros o miembros del establecimiento militar— se tornan expertos manejando los medios violentos, otros — la gran mayoría— se ven privados de cualquier experiencia o entrenamiento en el ataque y la defensa militar.

La incompetencia militar resultante de la mayoría de la población se ha vuelto una condición aceptada como normal en muchos países. Al igual que en las sociedades militares agrarias donde los vecinos estaban protegidos por murallas físicas alrededor de sus ciudades para man­tener la violencia a raya, la mayoría de los habitantes de los países industriales modernos viven más allá de las invi­sibles murallas que los protegen de la violencia. En un país corno Holanda, las formas más poderosas de violencia han desaparecido completamente del escenario público. Cuando vemos una manifestación del monopolio de la violencia controlado por el Estado (un policía armado o una brigada militar) sólo estamos viendo un pequeño re­flejo de la capacidad de violencia de la que dispone el Es­tado, apenas la punta del iceberg. La mayoría de las per­sonas ignoran lo que subyace escondido.

Casi todos hemos aprendido a rehuir a la violencia, a no enfrentarla individualmente, a aborrecerla y evitarla, a condenarla en el terreno moral. En lugar de recurrir a no­sotros mismos, sostenemos un aparato que mantiene un

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monopolio centralizado. Tenernos buenas razones para temer que la violencia se vuelva rampante en la eventuali­dad de que el monopolio central se debilitara... al tiempo que tenemos razones para temer que el monopolio central se fortalezca demasiado. Sentimos que hoy en día la ma­yor amenaza para la supervivencia humana la constituyen los grandes monopolios de la violencia organizada desga­rrándose entre sí.

Como decía Elias, en algunas ocasiones la violencia se sale de los cuarteles. Entonces podemos presenciar —y, en el peor de los casos, experimentar— su poder destructivo, darnos cuenta de nuestra impotencia al respecto corno in­dividuos.

En estos casos estarnos confrontados directamente con la paradoja de la pacificación. Podemos muy bien pensar que el mayor de los males es necesario para protegernos del menor de los males, y sólo nos resta desear que el ma­yor de los males esté bajo control.

Por supuesto la palabra mal no hace parte de nuestro vocabulario sociológico. El término apropiado en estos ca­sos es la violencia organizada, lo cual no debería confundir la relación existente entre procesos que se estudian en términos sociológicos y problemas que se experimentan en términos políticos y morales.

El modelo de estadios en la monopolización de la vio­lencia organizada esbozado anteriormente no se refiere explícitamente ni al tamaño ni al impacto potenciales de las armas. De forma superficial, la situación contemporá­nea de un país como Colombia puede acercarse al segun­do estadio: la monopolización de la violencia organizada por unos guerreros. Pero es indudable que globalmente el mundo se encuentra en un proceso de transición del ter­cer a un cuarto estadio aún muy confuso. Una de las ca­racterísticas de este período de transición es el rápido de­sarrollo y difusión de nuevas armas con un potencial des­tructivo sin precedentes.

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Hoy en día los problemas de la violencia organizada es­tán directamente relacionados con la supervivencia hu­mana. Corno alguna vez dijo Elias «los seres humanos son incapaces de abolir la muerte, pero no existen razones por las que no puedan abolir las matanzas mutuas» (Elias 1985: 90). Antes de desechar esta afirmación por ingenui­dad utópica, deberíamos darnos cuenta de que mientras la violencia organizada ha estado latente en la historia exten­sa de la humanidad (ver Keeley 1996), los combates siem­pre se han limitado a muy breves episodios (ver Collins 1990). La paradoja de la pacificación ha forzado aún a los guerreros más agresivos a restringir el ejercicio de la vio­lencia a gran escala. Una de los deberes de las ciencias so­ciales es encontrar cómo este principio puede ser aplicado más extensivamente y en forma más efectiva.

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Violencia, castigo,

el cuerpo y el honor:

una revaluación

Pieter Spierenburg

El principal objetivo de este trabajo es colocar los ternas contenidos en su título dentro del contexto de la teoría de la civilización de Elias y con ello discutir también dicha teoría. Existen varias razones para hacerlo. La primera es que en algunos estudios recientes sobre castigo, especial­mente aquellos realizados por Gatrell y Evans, se sostiene, implícita o explícitamente, que la evolución del castigo no encaja dentro de una teoría basada en Elias centrada alre­dedor de la privatización, la identificación y las sensibili­dades.' Segundo, algunos autores dudan de la validez del punto de vista de Elias sobre la violencia medieval.2 Terce­ro, es necesario plantear la pregunta de hasta qué medida el tema del honor, que llama cada vez más la atención de

Gatrell 1994; Evans 1996. Masur 1989, por otra parte, encuentra que sus datos sobre América están de acuerdo con mi tesis. Ver también, sobre Dubrovnik, Lonza 1997: 353-4.

Ver, por ejemplo, Gauvard 1991.

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Violencia, castigo, el cuerpo...

los historiadores, encaja dentro d d enfoque de Elias de la violencia.

CASTIGO: LIBROS NUEVOS, HISTORIAS VIEJAS

Permítanme primero anotar que mi tesis sobre la privati­zación del castigo se centra alrededor de dos desarrollos principales a largo plazo: 1. La desaparición gradual de las penas corporales y el viraje hacia la ejecución en recintos cerrados de la pena de muerte; y 2. La creciente promi­nencia de las reclusiones penales, especialmente el encar­celamiento, a partir del siglo XVII. El segundo compo­nente es relativamente irrebatible, fuera d d hecho de que algunas personas todavía creen, equivocadamente, ya sea que hayan sido conducidas al error por Foucault o no, que el encarcelamiento se inició en el siglo XIX. Es solamente el primer componente de mi tesis, con respecto a las eje­cuciones, que ha enfrentado crítica. Yo argumento que es­ta crítica se basa en gran parte en una mala interpretación.

Para este argumento, es crucial que explique mis pun­tos de vista sobre la explicación. Por lo general, encuentro poco satisfactorio pensar en términos de simples causali­dades. Si en algunos lugares ha habido disturbios y esto ha impulsado a las autoridades a llevar las ejecuciones en re­cintos cerrados, sería tonto decir simplemente que el dis­turbio fue la causa del cambio en el procedimiento penal. Por ello, yo nunca diría «el cambio de las sensibilidades fue la causa de la privatización de las ejecuciones» sino más bien «la privatización de las ejecuciones reflejó un cambio en las sensibilidades». Seguidamente, para nuestro

Se requirieron dos libros (Spierenburg 1984 & 1991), cada uno de los cuales presenta la mitad de la tesis (según lo anotado por David Garland en su revisión del segundo en el Journal of Modera History).

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Pieter Spierenburg

esfuerzo explicativo futuro, es importante anotar que también hubo tendencias de encubrimiento en otras esfe­ras de la vida social. Básicamente, acá estoy siguiendo las famosas admoniciones de Marc Bloch, anotando que todo rnedievalista escribió acerca del levantamiento de Estados en una región particular y que el levantamiento de los Es­tados fue un fenómeno de toda Europa que debe ser ex­plicado en términos generales. Para concluir, mi principal objetivo no es algo así corno «explicar por qué los castigos corporales desaparecieron y la pena capital vino a ser eje­cutada en recintos cerrados». Más bien es explorar en qvré forma los cambios en el castigo reflejan desarrollos más amplios a largo plazo en la sociedad; aprender, a través del estudio del castigo, cómo están interrelacionados estos desarrollos; averiguar si todo esto puede mejorar nuestra percepción de la estructura de mrestra sociedad y noso­tros mismos.

Gatrell, está entonces fuera de contexto cuando me acusa de hacer reivindicaciones infundadas acerca de que nuevos umbrales de identificación sean la principal causa del mejoramiento penal. Esta frase contiene por lo menos tres palabras mal seleccionadas: el término causa, como ya se argumentó anteriormente; el término principal porque jun to con el cambio de sensibilidades le doy el mismo én­fasis a procesos de formación de Estado; el término mejo­ramiento que implica un juicio personal acerca del cambio penal en lugar de un análisis académico. De esta forma, no es sorprendente que Gatrell concluya sus capítulos acerca de sensibilidades con una frase desprovista de con­tenido: «[...] al final fueron los escrúpulos y no la humani­dad los que ganaron la partida».'

La falla en reconocer que palabras tales corno humani­dad o humanitario son términos fonérnicos y no es como

Gatrell 1994: 226-7, 297

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Violencia, castigo, el cuerpo...

Ute Frevert, por otra parte, ha encontrado que la visión del mundo de los hombres burgueses en Alemania en esta época era militarista. Evans tampoco anota que Studien über die Deutschen es esencialmente un intento para expli­car la capacidad de destrucción humana d d Tercer Reich y que el planteamiento de similitudes con respecto a la pena capital en Alemania y en el resto de Europa no es el tema del libro.

Finalmente, cuando Evans no puede encontrar que los teóricos que él ataca estén equivocados bajo bases acadé­micas, trata de desacreditarlos por sus creencias políticas, reales o supuestas. No solamente Elias cae víctima de esto, también Foucault, quien es calificado como oponente de la Ilustración. Como Evans, yo no estoy de acuerdo con el argumento de Foucault de que la retórica de la Ilustración no fue más que una cortina de humo para el estableci­miento de las instituciones disciplinarias. Evans, sin em­bargo, pasa a expresar que los principios tales como el jui­cio abierto y el debido proceso son «derechos que vale la pena defender». Aparentemente, no cae en cuenta de que esto está enteramente fuera de contexto: que Evans, o cualquiera, los considere derechos que vale la pena de­fender, no nos dice absolutamente nada acerca del acierto o el error del argumento de Foucault. En una postura si­milar, Evans dice que Elias escribió su obra clásica sobre el proceso de civilización «en defensa de la idea liberal tradi­cional del progreso». Debido a que Evans, como él mismo lo indica explícitamente en su prólogo, no puede o no es­tá dispuesto a obtener una medida de separación de sus propios sentimientos, piensa que otros son también inca­paces de hacerlo. Lo que es aún peor, su teoría «justifica

Ver, entre otros, "The Taming ofthe Noble Ruffian: Male Vióleme and Dueling in Early Moclern and Modern Germany", pp. 37-63 en Spieren­burg 1998.

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implícitamente el racismo y el imperialismo»." Para susten­tar esta fuerte acusación solamente se refiere al informe acerca de una conferencia en la cual algunos otros, igual­mente sin fundamento, han expresado lo mismo. Está por demás decir que él no presenta ninguna cita de Elias que revele convicción racista alguna.

Todas estas declaraciones falsas acerca de la teoría de Elias ponen en seria duda la validez del argumento de Evans de que sus datos empíricos van en contra de esta teoría. A un nivel teórico, la obra tanto de Evans como de Gatrell son un paso gigante hacia atrás.

VIOLENCIA: UNA INTRODUCCIÓN

Un reto totalmente diferente para la teoría de Elias surge no de los malentendidos de ciertos académicos, sino de eventos reales: la violencia de hoy. Para introducir esta parte de la discusión, permítanme presentar alguna evi­dencia notable. En ios tranvías y buses de Amsterdam hoy día, ustedes pueden leer las advertencias oficiales prohi­biendo el porte de cuchillos y otras armas blancas. En los medios de comunicación hay informes acerca de estudian­tes que llevan cuchillos a las escuelas, mientras que mu­chos visitantes a discotecas parece que hacen lo mismo. Una investigación más sistemática es necesaria para de­terminar el alcance real de la posesión de dichas armas en la población holandesa. Un estudio reciente sobre pose­sión de armas blancas entre jóvenes de Curazao sugiere que por lo menos entre ciertos grupos la posesión de este tipo de armas es bastante común en la actualidad.' Proba­blemente es seguro decir que el porte de armas blancas

Evans 1996: 811 (primera cita), 891 (segunda cita), 892 (tercera cita).

San 1996.

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por parte de hombres jóvenes no es tan raro en Flolanda hoy en día corno lo era hace una generación.

Aunque faltan cifras exactas y confiables sobre la pose­sión de armas, es innegable que la violencia criminal ha aumentado durante los últimos veinte a treinta años. Los datos de diferentes fuentes —estadísticas judiciales, infor­mes de la policía y encuestas con las víctimas— coinciden al respecto. En contraste con la situación hace medio si­glo, las ciudades son tres veces más violentas que el cam­po." El surgimiento de la violencia durante las últimas dé­cadas es un fenómeno internacional; ha ocurrido casi en todas partes del mundo occidental. Las tasas de homicidio son el indicador máximo de esto. Sirven como base para comparaciones tanto internacionales corno diacrónicas del nivel de violencia. En Amsterdam (ligeramente con más de 700.000 habitantes) el número absoluto de homicidios ha aumentado de 10 a 20 por año en los setenta, a más de 40 por año a finales de los ochenta y los noventa.'

TENDENCIAS A LARGO PLAZO EN HOMICIDIOS

Acerca de los homicidios y el largo plazo debo ser breve, ya que la reseña básica es bien conocida. La tasa de homi­cidios comúnmente se define corno el promedio anual de asesinatos durante un período especificado por cada

Haan 1997; Hoogerwerf 1996: 7-13.

Me refiero a las series de tiempo presentadas por Slot (1997), con base en la rama de Ernslige Delicien de la policía de Amsterdam. Las cifras del Centraal Burean voor de Statistiek para el periodo 1979-1989 (promedio de 15 por año), que cito son, como lo explico, proba­blemente demasiado bajas (Spierenburg 1996: 87). Franke (1994: 84) por otra parte, presenta cifras para 1987-90, provenientes del Deparlamento de Estadísticas de Amsterdam, las cuales, para tres de esos cuatro años, son mas altas que las cifras de Slot.

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Pieter Spierenburg

100.000 habitantes en un área específica. Inglaterra fue el primer país para el cual se ha calculado una tendencia a largo plazo mediante un estimativo con base en datos de varias ciudades y regiones. De acuerdo con este estimati­vo, la tasa de homicidios de Inglaterra fue en promedio de 20 en 1200. Luego bajó a cerca de 15 a fines de la edad media, entre 6 y 7 (o de acuerdo con un investigador por debajo de 5) en el período isabelino, y luego bajo más aún (con la declinación más dramática desde finales del siglo XVII a finales del siglo XVIII), hasta que la tasa fue cerca­na a 1 alrededor de 1900.

Estas cifras, sin embargo, están basadas en parte en ta­sas de acusaciones en lugar de informes sobre inspección de cadáveres. Como consecuencia de ello, casi con seguri­dad subestiman el nivel de homicidios por lo menos hasta 1800. Evidencia dispersa para los municipios continentales a fines de la edad media dan cifras muy por encima de 20. La tasa de homicidio en Florencia fue de 152 durante los años 1352-5 y 68 durante los años 1380-3. En Freiburg im Breisgau en la segunda mitad del siglo XIV fluctuó entre 60 y 90; en Estocolmo en las décadas de 1470 y 1480, en­tre 32 y 45. En las ciudades holandesas de Utrecht y Am­sterdam en el siglo XV las tasas de homicidio fueron de 53 y 47, respectivamente."' Estas cifras sugieren que la curva declinante desde la edad media debe haber sido más pro­nunciada que la primera reconstruida para Inglaterra. La época, por otra parte, parece ser similar. De acuerdo con Eva Ósterberg, la caída crucial en la tasa de homicidios sueca ocurrió entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII." Mi propia evidencia para Amsterdam indica una marcada declinación entre 1725 y 1750." América, fi-

Spierenburg 1996: 63-6, 79-80; Ósterberg 1996: 44. Ósterberg 1996: 43-5.

' Spierenburg 1996: 82-4.

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nalmente, es una historia totalmente diferente. Las tasas de homicidio americanas casi siempre han sido más altas que las europeas. Sin embargo, en una revaluación recien­te, Douglas Eckberg concluye que las nociones anteriores de que el siglo XX era más violento que el XIX son erró­neas."

Para resumir: aunque las dimensiones exactas de la de­clinación a largo plazo en homicidios requieren investiga­ciones adicionales, la existencia de la tendencia es inequí­voca. Desde finales de la Edad Media hasta la mitad del si­glo XX, las tasas de homicidios en Europa sufrieron una baja secular. Esto es reconocido por todos los académicos, historiadores y otros que se ocupan del tema. Y casi sin excepción, plantean la teoría de Elias del proceso de civili­zación como el principal candidato para una explicación. Esto hace que la pregunta planteada por los datos actuales sea especialmente intrigante: las tasas de homicidio co­menzaron a aumentar en la mayoría de los países occiden­tales en las décadas del sesenta y del setenta; ¿indica esto una tendencia descivilizadora? Para responder a esta pre­gunta es imperativo que tomemos en consideración el ca­rácter de la violencia (homicida). En realidad, el argumen­to que sirve de guía en mis anteriores publicaciones es que aparte de establecer las cifras estadísticas concisas, los cambios en el carácter y contexto del homicida son un tó­pico igualmente importante de investigación.

VIOLENCIA Y H O N O R

Al tratar el contexto social y cultural de la violencia, los historiadores le han prestado mucha atención a los con­ceptos de honor y simbolismo del ritual. En muchas so-

Eckberg 1995.

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ciedades, incluyendo las de principios de la Europa mo­derna, el comportamiento violento estaba con frecuencia íntimamente relacionado con un código de honor mascu­lino, que obligaba a los hombre a mostrar fortaleza y crueldad y a exigir respeto. Ahora, del artículo sobre el Amsterdam de hoy, citado anteriormente, conocemos que los nativos de Curazao en la ciudad defienden un código de honor similar. El autor concluye: «[...] acuchillar es un delito en el cual el aspecto expresivo (valentía, honor, prestigio) es de importancia primordial. [...] Entre más su­fren los adolescentes de privación de estatus, mayor será la necesidad que sienten de proteger su honor y el de sus madres. Además, estos adolescentes tendrán mayores probabilidades de buscar situaciones en donde el honor esté enjuego».14

A primera vista, esto parece ser un déjá-vu de la socie­dad holandesa de hace trescientos años. Una palabra pe­culiar utilizada por la gente de Amsterdam en aquellos dí­as era voorvechter. Denotaba a un hombre que tenía una gran habilidad en las peleas con arma blanca y respetaba sus rituales. Entre sí, los voorvechters utilizaban el término hombre eerlijk corno un elogio para un luchador justo. Con un significado literal de hombre honorable, el concepto combinaba los aspectos de honor y género. Peleas a cuchi­llo honoríficas, o duelos populares corno yo las llamo, fue­ron muy comunes en Amsterdam en los siglos XVII y XVIII. En gran medida desaparecieron de la vida de las ca­lles después de 1720, lo cual fue una contribución mayor para la declinación de la tasa de homicidios de la ciudad. Vale la pena averiguar cómo se libraban estos duelos po­pulares. "

San 1996:476-7.

Para un análisis más elaborado ver el capítulo 4 de Spierenburg 1998.

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Un buen ejemplo es el caso de Claas Abrarns. En la no­che del 19 de diciembre de 1690 visite') un bar ubicado en un sótano (con frecuencia había lugares para beber a pre­cios módicos situados en el sótano de una casa), en donde se enfrascó en una discusión con una mujer llamada Jets. Claas tiró tres pedazos de una pipa en su cara a propósito. Ella lo llamó gauwdief (ladronzuelo tramposo) y luego se fue del sótano en compañía de otra mujer. Cuando Claas se levantó a perseguirla, un hombre lo detuvo en la puer­ta. Eso hombre y otros clientes varones lo detuvieron en el sótano durante un cuarto de hora y finalmente lo dejaron ir bajo la promesa de que no le hiciera daño a Jets. Olvi­dando rápidamente su promesa, Claas localizó a Jets en la calle Rusland y la siguió, sin hostigarla por el momento. En el puente Lommers, Jets tuvo la suerte de encontrarse con su cuñado, Abrarn Janse Smit. Este estaba acompaña­do de Freek Spanjaart, un famoso peleador de arma blan­ca. A pesar de su fama, durante el incidente que sigue, en el cual su amigo perdió la vida, Freek debía ser un espec­tador inmóvil.

Corno podríamos esperar, Jets se quejó a su cuñado acerca del hostigamiento anterior de Claas y del hecho de que éste continuaba persiguiéndola. Volviéndose hacia él, Abrarn sacó su cuchillo, pero luego dijo que no estaba in­clinado a pelear y siguió caminando. Claas no confió en las palabras del otro hombre. Además, Claas encontró inaceptable que alguien le sacase un cuchillo sin ninguna reacción de su parte. Así que se fue tras Abrarn con su propio cuchillo en la mano. Entonces Abrarn le preguntó a Claas dos veces si tenía intenciones de hacerle daño a Jets. Como no obtuvo respuesta, se presentó la lucha a cu­chillo. Durante el combate, Freek Spanjaart y Jets sola­mente observaban. En medio de éste, el cuchillo de Abrarn se rompió. Le pidió el cuchillo a su amigo Freek y lo obtuvo. Aparentemente, su adversario le dio un tiempo de espera para el intercambio. Esto no ayudó a Abrarn.

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Fue delicadamente acuchillado y llevado a la casa de los vendajes. Claas abandonó la escena. Más tarde esa noche, a solicitud suya, fue Jets quien fue a la casa de vendajes a ver a la víctima. En ese momento, Claas se estaba escondiendo en un sótano donde su hijo era cuidado. Jets volvió allá a la una de la mañana, reportando que Abrarn había muer­to. De inmediato, Claas escapó de la ciudad. Sin embargo, regresó y fue capturado unas semanas más tarde, lo que resultó en su decapitación en enero del año siguiente."

En ciertos aspectos este caso es ilustrativo no solamen­te de la violencia honorífica, sino de todos los homicidios juzgados por los tribunales de Amsterdam en los siglos XVII y XVIII. Por ejemplo, el encuentro se realizó en un ambiente de clase baja, lo que es igualmente creado para la gran mayoría de los casos de homicidio. Lo mismo que Claas Abrarns, la mayoría de los asesinos eran hombres. Los imperativos del código de honor se reflejan en la de­claración de Claas de que tenía que hacerlo; tenía que reaccionar de alguna forma al hecho de que Abrarn le sa­cara un cuchillo. La necesidad también obligó a Freek Spanjaart, el famoso luchador, a abstenerse de ayudar a su amigo. Si hubiese intervenido, se habría convertido en una vulgar riña o por lo menos en una pelea desigual y por lo tanto infame de dos hombres contra uno. La inter­vención era considerada honorable solamente si el fin era separar a los combatientes. Con dos contra uno, la repu­tación de Abrarn así como la de Freek hubiera sufrido gravemente. Para este último prestar su cuchillo a su ami­go estaba bien, porque nuevamente igualaba la contienda. Era un riesgo inherente, sin embargo lejos de inevitable, que un combate como este resultara en la muerte de uno de los protagonistas. Freek consideraba a Abrarn y a su honor más valiosos que la vida de su amigo. El asesino,

R.A. 336, fo. 129, 132, 138, 140; R.A. 596, fo. 177.

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también, al final perdió su vida debido a los dictados del honor. El habría podido salvarse de la pena de muerte; después de todo su adversario había sido el primero en sacar el cuchillo. No importaba, argumentó el schepenen (consejo de líderes) de Amsterdam, ya que Claas tuvo su oportunidad de escaparse cuando el cuchillo de su adver­sario se rompió. Naturalmente, eso hubiese significado un gran deshonor para él.

Otro caso semejante, procesado por el schepenen de Amsterdam, en realidad tuvo lugar en Den Bosch en el sur, sugiriendo que la cultura de peleas con armas blancas también florecía en otras partes de Holanda. El acusado fue otro Claes, apodado Srnidje ("herrerito"). En la feria de 1665 se encontró con su viejo enemigo, Jonker Bexe, quien estaba acompañado por su primo y dos mujeres. Los enemigos acordaron retirarse a un lugar tranquilo, pero se perdieron el uno del otro cuando trataban de evi­tar la guardia. Un poco más tarde, Claes oyó una voz decir «Sinidje, ¿dónde estás?». Contestó y notó que Bexe todavía estaba con su primo. «Ustedes son dos», protestó Claes, a lo cual el primero de Bexe dijo: «Sigan ustedes; yo no in­terferiré». Eso le hizo merecedor de un elogio de Claes: «Usted habla corno un tipo honorable». El combate co­menzó. Bexe moriría por sus heridas el día siguiente, pero para entonces Claes ya sea había escapado de la ciudad.'

Entonces, era una regla básica garantizar una pelea igual. Todo el mundo podía estar involucrado en los pre­liminares, pero cuando dos hombres comenzaban real­mente un combate, los demás por lo general se hacían a un lado. Los combates de un hombre contra otro no eran sólo choques indiscriminados. Rituales y códigos cultura­les dictaban en parte el curso de los duelos populares. El respeto a las reglas era compatible con el comportamiento

R.A. 318, fo. 31-32, 33.

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impulsivo y con la liberación de las pasiones. Las contien­das que precedían un combate ciertamente eran reales y la ira debía ser sentida hondamente. La combinación de ri­tual y sinceridad, una intriga para nuestras mentes mo­dernas occidentales, emerge claramente de las fuentes his­tóricas.

Junto con los rituales que funcionaban para estilizar la violencia, había rituales asociados con el repertorio de la humillación. Estos son revelados con más frecuencia en casos de violencia sin homicidio, la cual también estudié. Arreglárselas para cortarle la cara a alguien, por ejemplo, significaba mostrar la superioridad sobre el otro. Algunas cuchilladas estaban claramente dirigidas a humillar. Un ac­to peculiar de degradación era acuchillar el trasero de una persona (el cual también es una parte del cuerpo sin ór­ganos vitales ni arterias). En 1696, por ejemplo, dos mari­nos vieron a su antiguo timonel, quien los había castigado cuando estaban en el barco caminando por la calle con su esposa. Ansiosos de vengarse, lo siguieron a un callejón angosto en donde uno de los marinos le enterró su cuchi­llo en la nalga derecha a timonel.8 Un cierto Co apodado "paca de lana", que fue juzgado por varios actos de violen­cia en 1711 cuando tenía 20 años, negó los cargos. En su juventud él había pertenecido a un grupo de muchachos que merodeaban el Botermarkt (mercado de mantequilla), y que habitualmente peleaban con los muchachos del orfa­nato. Dos antiguos muchachos del orfanato acusaron a Co de haber acuchillado a uno de su grupo en su trasero. En otra ocasión, también en el Botermarkt, Co supuestamente lanzó su cuchillo al trasero de una muchacha. Su madre le había dado dinero a la muchacha para que la curaran.'0 En los casos que no involucraban homicidios, la mayoría de

R.A. 343, fo. 183, 204, 208, 210, 257.

' R.A. 363, fo. 92, 98, 131, 139, 151, 156. 171.

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las personas que eran acuchilladas en el trasero eran mu­jeres. Dichos rituales negativos fueron practicados también por personas que eventualmente se convirtieron en asesi­nos. Cortadas menores y cuchilladas no fatales resultan en las series de homicidios como cargos adicionales contra muchos acusados. Algunos hombres habían cortado a otros en la mejilla; otros le habían enterrado un cuchillo a un hombre en el brazo. Varios asesinos fueron acusados de haber acuchillado a una mujer, su novia o alguna otra mujer, en su trasero.

La gente respetable, por otra parte, se rehusaba a invo­lucrarse en peleas con armas blancas. Cuando eran ame­nazados o retados, trataban de protegerse del peligro por otros medios. Un palo era un arma de defensa típica. Con él trataban de luchar contra el cuchillo que les había saca­do su atacante o pegarle a él, o ambos. Algunas personas en forma rutinaria llevaban palos con ellos por la calle, probablemente usados como bastones en situaciones más pacíficas. Enjnlio de 1706, Servaas van der Tas, luego de haber visitado varios bares, hizo un comentario a tres hombres que se encontró en la calle. Ellos rehusaron su compañía: «Nosotros no hablamos con usted, amigado». Inmediatamente Servaas sacó su cuchillo y atacó a uno de ellos quien lo apartó con su palo."'" En muchos hogares respetables había un palo detrás de la puerta, lo mismo que algunos dueños de almacenes hoy en día pueden te­ner un bate de béisbol listo. Sin embargo, no fue una ayu­da para Pieter Fontijn en 1711; fue víctima por accidente. Su atacante, Arnbrosius Coerlsz, primero había estado en el bar debajo de la casa de Pieter. Cuando pidió otro trago a las 10:30 p.m., el dueño dijo que tan tarde no le servía a nadie. Se presentó una discusión, pero el dueño pudo bo­tar a Arnbrosius. Cuando este último regreso entre las dos

R.A. 356, fo. 100, 102. 129 vs.

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y las tres de la mañana, golpeó en la puerta equivocada. Pieter abrió y le preguntó con quién quería hablar. Arn­brosius contestó «a usted es al que quiero» e inmediata­mente lo agarró. Escapando de la mano de este hombre, Pieter entró y volvió con el palo y trató de golpear a Arn­brosius. Entonces éste sacó su cuchillo, se presentó un forcejeo y finalmente Pieter fue acuchillado dos veces en el pecho.2 '

Hubo más casos corno este. Sirven de ejemplo sobre en qué medida los habitantes de Amsterdam tenían que con­fiar en sus propios recursos para protegerse a sí mismos y a sus bienes. Debido a que la defensa con un palo es refe­rida en los registros en forma tan rutinaria, podemos su­poner que era una costumbre ordinaria y con frecuencia exitosa. Cuando un hombre apartaba a su atacante de esta forma y no había lesiones graves, era raro que fuese regis­trada.

Palo versas cuchillo: para el historiador es una herra­mienta fácil para distinguir dos grupos y sus culturas. La gente con cuchillos pertenecía ai segmento seini-respetable de las clases bajas. Como característica, fue anotado que Arnbrosius Coertsz tenía una concubina y dos hijos con ella. La gente con palos pertenecía al seg­mento respetable o era de clase media baja. Naturalmente que estos últimos también poseían cuchillos. Ellos aún podían llevar uno en sus bolsillos, esperando comerse una manzana en alguna parte, por ejemplo. Pero no estaban preparados a usarlo en una confrontación violenta. Es im­probable que Pieter Fontijn no tuviera ningún cuchillo en su casa, ni siquiera un cuchillo afilado de cocina. Él no quería verse envuelto en una pelea con arma blanca. Al­ternativamente, es posible que la gente con palos fuera tan mala para pelear que un cuchillo simplemente no le

R.A. 364, fo. 161, 187, 236.

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sería útil. Sin embargo, las fuentes transmiten la impre­sión de que la principal razón para la forma en que actua­ron fue que encontraron por debajo de su dignidad el permitir que otro los retaran, y que deseaban mantenerse apartados de la gente con cuchillos. En esta comunidad urbana el nivel de seguridad pública era tal que la mayoría de la gente tenía que estar lista para defenderse a sí mis­ma, pero las diferencias socioculturales representaban un papel importante en la selección del arma.

LAS CARAS CAMBIANTES

DE LA VIOLENCIA

La desaparición de la cultura de peleas con arma blanca es claramente visible en mi serie de casos de homicidios. Hasta aproximadamente 1720, los combates uno a uno es­taban visiblemente presentes. Después de esa fecha, toda­vía se reportaban acuchillamientos pero estos eran en la mayoría de los casos luchas desiguales. Comenzaban como peleas a puños, por ejemplo, en las cuales la víctima even­tual, tomada por sorpresa, no había sacado nunca un cu­chillo. Significativamente, en la segunda mitad del siglo XVIII, el único juicio que hacía referencia a un duelo po­pular tuvo lugar en la rnarginalidad relativa de una comu­nidad judía." Debido a que la tasa de homicidios — calculada de los informes de inspección de cadáveres— ba­je) después de 1725, podemos concluir que la incidencia de duelos populares debe haber declinado drásticamente en Amsterdam en el segundo trimestre del siglo XVIII. Las memorias de los peleadores con arma blanca deben haber permanecido en una generación o dos por lo menos. Aún al final del siglo XVIII, los participantes de la vida noctur-

R.A. 429, p. 79, 111, 156,233.

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na de Amsterdam consideraban seguro llevar un cuchillo para su protección. En 1761 un acusado dijo en la corte: «Más temprano ese día, había usado un cuchillo para co­mer pescado y lo había conservado conmigo por la noche, en caso de que pudiese ser atacado en la calle»/'

Debido a que mi serie de homicidios comienza en 1650, no tengo datos sobre la historia anterior de los due­los populares. Del estudio de Roodenburg de la disciplina de la iglesia, sin embargo, puede concluirse que hasta la década de 1630 aún los miembros de la Iglesia Reforma­da, esto es, gente considerada respetable, algunas veces se involucraban en peleas con arma blanca. La evidencia, en­tonces, señala la existencia de un desarrollo a mediano plazo: el proceso de marginalización de la cultura del cu­chillo. Los comienzos de este proceso se remontan a fina­les del siglo XVI, cuando el Concilio Reformado inició su campaña disciplinaria. La marginalización efectiva había sido lograda más o menos en la segunda mitad del siglo XVIII. Esta cronología se refiere a Amsterdam. Algunos estudios recientes sugieren que la cultura del cuchillo si­guió por más tiempo en algunos sitios rurales de Holanda. En el campo de Groningen, por ejemplo, los cuchillos to­davía parecen haber dominado el crimen violento a me­diados d d siglo XIX, pero hacia el final se fueron tornan­do menos comunes como arma/4 De esta forma, la margi­nalización de la cultura del cuchillo probablemente fue un desarrollo más amplio y su cronología varió con la región. En aras de la conveniencia, el año 1800 puede ser tomado como el momento de cambio promedio para la sociedad holandesa en general. Desde entonces, la violencia en las calles se ha tornado civilizada hasta cierto punto. Desde

R.A. 419, p. 500, 502, 538, 554; R.A. 420, p. 25, 88. MSleebel994: 264-74. Ver también Rooijakkers 1994: 401-3; Brink 1991: 102.

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1800 hasta bien entrada la década de los setenta la gente podía estar relativamente segura, aún atravesando áreas difíciles, de que máximo se vería involucrada en una pelea a puños.

La evidencia acerca de la marginalización de la cultura del cuchillo respalda la idea de los cambios cualitativos a largo plazo en el carácter de la violencia. Los desarrollos de Amsterdam significaron, entre otras cosas, que los elementos del ritual en la violencia perdieron importancia durante el siglo XVIII. Especialmente, una forma específi­ca de pelea con mucho ritual desapareció. En este punto, es relevante discutir mi noción de dos ejes de violencia y algunas reacciones a ello.

Para evitar una simple dicotomía de tipos de violencia —que con frecuencia son encontrados en la literatura so­bre el tema—, propuse en cambio un sistema de dos ejes relacionados pero distintos. El uno tiene como opuestos la violencia impulsiva contra la planeada (o racional); el otro tiene la violencia ritual o expresiva contra la instrumental. Los ejes son distintos porque se refieren a cosas comple­tamente distintas. El primero se refiere a lo que sucede en la mente de un homicida; a su personalidad o hábitos. Un asesinato cuidadosamente premeditado por celos o ven­ganza, por ejemplo, requiere un grado considerable de autocontrol, sin importar si el homicida es eventualmente capturado o no. Este eje es el que está más estrechamente asociado con la teoría de Elias y las observaciones sobre las cuales está basada. El segundo eje se refiere al signifi­cado del acto de un homicida en una secuencia de even­tos. Mientras que la violencia ritual está guiada por los có­digos culturales implícitos de la comunidad, su contrapar­te instrumental es principalmente un medio hacia un fin: por lo general explotar los bienes o el cuerpo de la vícti­ma. La palabra eje fue escogida deliberadamente, ya que tiene que ver con un continuo. Ningún ataque, por ejem­plo, es absolutamente instrumental o absolutamente ri-

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tual. En principio, todo incidente violento puede ser ca­racterizado por su posición en el eje, ya sea más cerca de un polo o de su opuesto. Lo mismo puede hacerse para el otro eje.

El modelo de dos ejes me permite integrar un enfoque más directamente basado en Elias (en el cual los grados de impulsividad o autocontrol serían aspectos centrales) con la descripción amplia preferida por la mayoría de los histo­riadores (en la cual se le presta mucha atención al honor y al ritual pero menos enfoque en el canrbio a largo plazo). En mi modelo, el cambio y el análisis profundo pueden ir juntos: si un incidente violento puede ser asignado a una posición en los ejes impulsivo-radonal y ritual-instrumen­tal, el promedio de cien incidentes puede ser graneado ahí también. Cuando el caráctei cualitativo de la violencia ha sido cuantificado de esta forma, los resultados facilitan un análisis diacrónico. Para el estudio de homicidios significa que, fuera de establecer las cifras absolutas, tenemos que recopilar evidencia contextúa! sobre el mayor número de casos que podamos. En vista del trabajo ya realizado, in­cluyendo el mío propio, la hipótesis parece justificar que las tendencias a largo plazo se desplazaron de una domi­nación de violencia impulsiva a una mayor participación de la violencia planeada y en dirección a una marginaliza­ción de aspectos rituales y a una mayor prominencia de los aspectos instrumentales/ '

En reuniones en donde este modelo fue discutido, en­contró crítica de varios lados. Por ejemplo, se argumentó que ritual e instrumental eran inconmensurables, debido a que la segunda, a diferencia de la primera, tenía que ver con motivo. Sin embargo, si se puede decir que una per­sona está motivada para usar la fuerza con el fin de obte­ner algo, es difícil ver por qué sería imposible decir, alter-

' Spierenburg 1994: 704-5 & 1996: 70-1.

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nativamente, que los motivos de alguien incluyen un res­peto por el ritual. Los motivos individuales no deben ser considerados separadamente de su interpretación por par­te de otros. Instrumental y ritual, ambas tienen que ver con significado y contexto en situaciones sociales específicas. Las dos se definen por lo general como opuestas una de la otra." Como una segunda crítica, mi pretensión de que el carácter de la violencia cambió con el tiempo fue cuestio­nado. El contraargumento de que toda la violencia está ri-tualmente codificada es insuficiente, ya que establecer un eje implica esto. Pero el eje también implica que los actos de violencia pueden ser clasificados en términos de con­llevar más o menos algún ritual y algunos críticos dudan si esto puede hacerse. Ellos sostienen que la violencia ritual es tan prominente hoy en día (o tal vez yo diría en los años cincuenta) como lo era hace algunos siglos y que so­lamente la modalidad del ritual ha cambiado. El problema es parcialmente uno de interpretación histórica, pero en últimas debe ser decidido por evidencia empírica. Es ad­mitido que algunos elementos de rituales de tiempos pa­sados continúan viviendo en nuestra violencia moderna de pandillas. Tal vez el proceso histórico se torna más plausi­ble cuando es visto desde el ángulo opuesto: usualmente, la violencia instrumental era menos prominente en la Eu­ropa preindustrial de lo que es en sociedades modernas.

LA ESPIRITUALIZACIÓN DEL H O N O R

La marginalización gradual de los aspectos rituales de la violencia está relacionada sin lugar a dudas con otro pro­ceso a largo plazo, el cual —desarrollando esludios ante-

' Ver, por ejemplo Burke 1978: 180. En donde yo uso la palabra instrumental, el usa la palabra utilitario.

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riores de Antón Blok— yo llamo la espiritualización del honor. El honor puede estar orientado hacia adentro o hacia afuera. Cuando está fuertemente asociado con el cuerpo, está vinculado en particular a la apariencia exter­na del cuerpo. El exterior es considerado que refleja las cualidades internas, de manera que la apariencia tiene primacía. Contrariamente, en su forma espiritualizada, el honor está vinculado principalmente a las virtudes inter­nas. Depende de una evaluación de la estatura moral de la persona o de su condición psicológica, en la cual la expe­riencia externa juega un papel mucho menos significativo. Hacia adentro y hacia afuera son dos polos opuestos de un continuo. Las concepciones de honor que prevalecen en una sociedad en particular nunca están situadas com­pletamente en un extremo u otro, sino siempre entre es­tos extremos. En Europa Occidental durante los últimos trescientos años aproximadamente, las concepciones de honor parece que se han desplazado en dirección hacia la espiritualización. Esto implica que su asociación con el cuerpo era más fuerte antes de que se realizara este pro­ceso de cambio.

Durante la mayor parte del período preindustrial el honor de los varones dependía de una reputación de vio­lencia y valentía. Un hombre honorable demandaba respe­to; corno propietario de un negocio protegía a sus dientes y trataba duramente al enemigo que se atrevía a inmiscuir­se en su propiedad. En las calles mantenía a los rivales a una distancia prudente, por lo menos a una brazada. Cuando era insultado, estaba preparado para pelear. Bien corrido el siglo XVII, estas actitudes eran manifiestas en casi todos los países europeos en donde el tema ha sido investigado. El cambio gradual en dirección a la espiritua­lización no solamente significó la reducción o remoción del elemento de fuerza del concepto prevaleciente del honor. El cambio también tuvo un lado positivo, en el sen­tido de que algo más tomó el lugar de la fuerza. De esta

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forma, ya en el siglo XVII, la solidez económica fue una fuente complementaria importante del honor para los hombres. Una reputación de hombre que se enreda en asuntos sucios disminuía en gran medida su honor; ladrón era una palabra de insulto común. Esto implica el surgi­miento de un nuevo ideal de comportamiento masculino y, en realidad, hasta ahora me he referido principalmente al honor masculino.

Los conceptos de honor tienen formas características según el género. Sin embargo, otro proceso observable a principios de la Europa Moderna es la convergencia gra­dual del honor femenino y masculino. Naturalmente, permanecieron distintos en alguna medida. El proceso de convergencia tenía dos aspectos principales: el contraste activo-pasivo en los papeles de los géneros se tornó menos pronunciado y los hombres, como las mujeres antes de ellos, tenían que tornar en consideración normas morales. El honor de las mujeres siempre había estado basado principalmente en aspectos de moralidad. Primero, de­pendía de una reputación de castidad, pero en los siglos XVI y XVII también era importante una historia limpia con relación a la brujería. Una mujer casta era una mujer modesta, leal a la demanda de pasividad. Para los hom­bres, por otra parte, el dominio del sexo originalmente significó actividad: la protección de sus mujeres de los acosadores y tratar de seducir a las mujeres de otros. Esta actitud no solamente prevaleció entre los hombres de la élite, sino también entre hombres de más bajos rangos so­ciales. Las costumbres populares dan testimonio de esto por lo menos hasta el siglo XVI. Cuando un marido enga­ñado era sometido al ritual de la cencerrada, por ejemplo, sus compañeros hacían mofa de él como perdedor, en lu­gar de ser cargado con ultraje moral. Las actitudes lenta­mente cambiaron durante el primer período moderno. Las exigencias restrictivas a los hombres, especialmente de moralistas religiosos, se tornaron más fuertes. Obviamen­te, el papel d d género masculino continuó implicando

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una postura mucho más activa que el femenino, pero la búsqueda de la aventura sexual estaba cada vez más pros­crita de él. Al llegar el siglo XIX el honor masculino tam­bién se había asociado con la autorrestricción sexual, por lo menos entre las clases medias.

Debemos evitar igualar la espiritualización del honor con su feminización. Esa sería una simplificación injustifi­cable. Por un lado, el honor femenino también parece ha­ber llevado alguna vez connotaciones físicas de manera más explícita. Puntos de vista de castidad y falta de casti­dad fueron difundidos con imaginería corporal. En la Ita­lia del siglo XVI, por ejemplo, existía una estrecha analo­gía entre el cuerpo femenino y la casa. Forzar la puerta de un extraño era lo mismo, simbólicamente, que perforar un himen. Los hombres y las mujeres compartían esas imágenes. Actos explícitamente físicos de difamación también ocurrían. Una mujer no casta estaba expuesta a que le lesionaran la nariz o aún a que se la cortaran. En la mayoría de los casos, esto era hecho por una mujer a otra mujer que había tenido una aventura amorosa con su ma­rido. La práctica real de esta costumbre ha sido reportada en Nürnberg alrededor de 1500, mientras que a principios del siglo XVII las mujeres de Londres únicamente amena­zaban con rajarle la nariz a las amantes de sus maridos, con la violencia real restringida a un rasguño en la cara llamado la marca de la ramera. Otras evidencias hacen que sea probable que, con el tiempo, las nociones de castidad femenina se interiorizaran cada vez más y menos vincula­das al cuerpo. Si ese era el caso, las mujeres también esta­ban involucradas, aunque en una menor medida que los hombres, en el proceso de espiritualización del honor.

H O N O R , VIOLENCIA Y ESTADO

Los académicos influenciados por la sociología histórica de Elias no pueden estar contentos con la sola descripción

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Violencia, castigo, el cuerpo...

de un proceso, no importa que tan larga sea. Los cambios en el significado cultural de la violencia deben estar vincu­lados a cambios más amplios en la sociedad. En este pun­to, debo regresar a la marginalización de la cultura del cu­chillo en Holanda. ¿Estaba relacionada a un proceso de formación del Estado o, para el caso, a desarrollos eco­nómicos? El estado actual de las evidencias solamente permite una respuesta preliminar. Esto comienza con una indagación de las actividades de la Iglesia y los magistra­dos. La campaña disciplinaria por parte del Concilio Re­formado ya ha sido mencionada. Aunque otras Iglesias Protestantes no han sido investigadas en detalle a este respecto, sabemos que ellas también ejercieron una disci­plina moral. Es evidente que los piadosos consideraban toda la violencia privada como pecaminosa. Otra evidencia adicional es proporcionada por las resoluciones aprobadas en sínodos provinciales de la Iglesia Reformada. Hubo un flujo continuo de resoluciones relacionadas con homici­dios y peleas con arma blanca. La Asamblea de Utrecht de 1606, por ejemplo, oyó quejas del ministro de Veenenda-al: por lo menos treinta personas había sido asesinadas en el pueblo desde su llegada; desafortunadamente no supi­mos cuánto tiempo estuvo en ese cargo. En las provincias orientales, entre 1590 y 1610, hasta algunos predicadores fueron sospechosos de homicidio/ ' En la década de 1630 el Sínodo del Sur de Holanda se pronunció contra las pe­leas con arma blanca en varias oportunidades. A partir de 1650, los esfuerzos de los sínodos se concentraron en los duelos. Ellos atribuyeron esta costumbre específicamente a los soldados; aparentemente consideraban a sus rebaños suficientemente pacificados.""

Reitsma y van Veen VI: 62, 133, 303; VIII, 69, 138-9.

Knuttel I: 477, 503; II, 69; III, 182.

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Pieter Spierenburg

Esta ofensiva de civilización por parte de los líderes de comunidades religiosas fue probablemente el principal factor en la primera fase de la marginalización de la cultu­ra del cuchillo: su caída de la respetabilidad. Para los ob­servadores externos, en los primeros períodos de la Re­pública la competencia entre varias denominaciones pro­testantes se extendió de la arena doctrinal a aspectos de la virtud de la comunidad. La abstención de la violencia era un medio para demostrar la virtud. La competencia entre denominaciones estimuló la campaña para reformar el comportamientos de los miembros de la iglesia." Para ellos las peleas con armas blancas no eran toleradas y, en consecuencia, estas peleas se convirtieron en un hábito re­servado a personas menos respetables. Desde finales del siglo XVII en adelante los concilios eran menos activos con respecto a la disciplina. Además, a la gente no respe­table "que portaba cuchillos" no les importaban tanto las conciliaciones. La desaparición de las peleas con arma blanca después de 1720 debe ser causada, entonces, no tanto por adoctrinamiento religioso sino por represión por parte del Estado.

En alguna medida, la iglesia y el Estado estaban entre­lazados. Fuera de corregir a sus miembros, la Iglesia ejer­cía presión sobre los magistrados. En la mayoría de las re­soluciones de los sínodos relacionadas con violencia los tribunales fueron llamados a tornar un posición firme. A finales del siglo XVIII era todavía común para las autori­dades judiciales permitir las reconciliaciones privadas en casos de homicidio. No interferían cuando un asesino ha­bía llegado a un acuerdo con la familia de la víctima; po­dían solamente imponer una compensación monetaria al primero. Los asesinos fugitivos eran condenados en au­sencia a destierro de la jurisdicción, que con frecuencia

Cf. Roodenburg 1981.

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Violencia, castigo, el cuerpo...

consistía de un puñado de poblaciones. «Con una sonrisa grande el condenado se pasea por la línea fronteriza», se quejaba el sínodo. Evidentemente, la Iglesia quería que el Estado ejerciera su monopolio de violencia a través del castigo. Los hombres de la Iglesia amonestaban a las auto­ridades seglares para que nunca perdonaran a los culpa­bles de homicidio y les prohibieran a sus seguidores im­pedir cualquier proceso penal. La influencia de estas amonestaciones eclesiásticas es difícil de medir. Es poco probable que fuese sólo la presión de la Iglesia la cpie cau­sara que los magistrados dejaran de reconocer los arreglos privados en casos de homicidios.

El momento del viraje hacia una acusación de oficio de los homicidios probablemente variaba según la jurisdic­ción. Sin lugar a dudas, los magistrados estaban inclinados a represar la cultura por lo menos a partir de 1650. En mis series no existe rastro de un punto de vista positivo, ni si­quiera neutro del duelo popular por parle de la corte. El combate honorable era ilegal sin ningún cuestionamiento. La única excusa legal para acuchillar a alguien era la de­fensa propia. Esta pretensión estaba unida a reglas muy estrictas, tales como una obligación inequívoca de retirar­se. La obligación de retirarse es clara en el caso de Claas Abrams, citado anteriormente en este escrito:" aunque la víctima eventual haya sido la primera en sacar el cuchillo, el schepenen de Amsterdam encontró que el asesino mere­cía la pena de muerte. Cuando el cuchillo de su adversario se rompió, afirmaron que Claas debía haber aprovechado la oportunidad para escaparse. La corte le dijo a otros acusados que argumentaban defensa propia que ellos se habrían podido refugiar en la casa de alguien. Los cam­bios en la infraestructura de la cultura del cuchillo fueron también un factor crucial. Mucha gente se rehusó a entre-

" Ver p. 125.

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gar a un homicida honesto y algunos otros —familia y ami­gos, pero también extraños— estaban preparados para de­jarlo escapar. Después de 1720 los registros de los tribuna­les ya no contienen referencias a esta infraestructura. Pueda haberse desvanecido con la propia cultura del cu­chillo.

U N A COMPARACIÓN C O N ESTADOS U N I D O S

El terna de una obligación de retirarse invita a una compara­ción con la situación en Estados Unidos, en particular con el Sur del siglo XIX. La del Sur era una sociedad clásica de honor y vergüenza, de todas esas sociedades tal vez la mejor documentada." Además, las élites blancas del Sur estaban relativamente inclinadas a la violencia en una forma que recordaba a la aristocracia europea medieval. Evidente­mente, el proceso de espiritualización del honor no se ha­bía afianzado allá. En el Sur anterior a la guerra, una fuer­te asociación con el cuerpo subyacía al concepto prevale­ciente del honor. El imperativo de su defensa violenta penetró la vida sureña. Se decía que los contemporáneos estaban de acuerdo con la frase de que era mejor morir que perder el honor. Podría perderse, por ejemplo, al no reaccionar a un insulto físico, corno que le halaran la nariz a uno. Los hombres blancos de todas las clases sociales compartían la cultura de honor y vergüenza (y sus mujeres la compartían por asociación, a menos que fuesen evangé­licas). Mientras que los hombres de clase media podían re­tarse a pelear a puños, siguiendo rituales o no, los hom­bres de la élite arreglaban sus asuntos mediante un duelo de pistolas. La élite campesina era por lo menos tan vio­lenta como sus inferiores sociales.

El siguiente pasaje está basado principalmente en mi introducción a Apierenburg 1998.

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La cultura sureña de violencia y honor debe ser vista en relación con el ritmo de formación de estados en el sub-continente norteamericano. Los procesos de formación de estados en Norte América eran bastante diferentes a los desarrollos europeos. En Norte América el proceso de monopolización de la violencia estaba atrasado en compa­ración con Europa, y a su vez el Sur estaba más atrasado que el Norte. El factor crucial es la falta de pacificación entre las élites en el Sur, ciertamente en el período ante­rior a la guerra. En los primeros tiempos de la Europa Moderna, por otra parte, la pacificación de las élites re­presentó una piedra angular del proceso de formación de los Estados. Las aristocracias de Europa pasaron, según palabras de Elias, de una clase de guerreros a una dase de cortesanos. La pacificación de las élites también caracteri­zó a la República Holandesa en sus primeras épocas. Sus patricios urbanos, ciertamente en la provincia de Holanda, no estaban acostumbrados a participar en violencia. Los duelos nunca habían sido muy comunes entre ellos. Como lo muestran los casos de los tribunales analizados ante­riormente, en Amsterdam alrededor de 1700 la noción de que el honor de uno tenía que ser defendido violentamen­te estaba restringida en gran medida a los estratos más ba­jos. Para esa época las élites y las clases medias holandesas estaban pacificadas en gran medida. Para los jueces patri­cios era evidente, aún sin una regla escrita al efecto, que cualquiera que fuese atacado tenía que resguardarse pri­mero, antes de que pudiese defenderse legítimamente.

En el Nuevo Mundo esto era totalmente diferente. La obligación de retirarse, heredada de la tradición legal bri­tánica, fue gradualmente convertida en su contraria de la ley americana. Naturalmente, la ley no dio forma simple­mente a normas de comportamiento. La tendencia gene­ral hacia el principio de no obligación de retirarse estaba re­lacionada sin lugar a dudas con la trayectoria pecnliar-mente americana de los procesos de formación de Estados. La monopolización de la violencia por una auto­ridad central fue algo que primero se logró en el noreste

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hacia finales del siglo XVIII. Antes de la Guerra Civil este proceso difícilmente llegó al viejo Sur. Los tribunales y los jurados en forma rutinaria exoneraban a aquellos acusa­dos de homicidio; era un acto de defensa propia disparar­le a su enemigo al verlo, debido a que él podría dispararle la próxima vez. El hecho de que el Sur anterior a la guerra era una sociedad de honor y vergüenza estaba relacionado con la relativa ausencia de un monopolio central de la vio­lencia. En contraste, los conceptos espiritualizados del honor, llamados gentileza o dignidad por los historiado­res, se extendieron en el Norte en el curso del siglo XIX. Un mayor grado de pacificación era una condición previa para esto. Sin embargo, en América en general el proceso de monopolización de la violencia siguió siendo parcial en comparación con Europa. La tolerancia de los americanos a la violencia privada era y es mayor que la de los euro­peos." Esto explica la amplia aceptación del principio de no obligación de retirarse.

Hasta ahora, hemos permanecido en el siglo XIX. Sin embargo existe una línea intrigante, casi ininterrumpida que vincula al viejo Sur rural con los barrios urbanos de hoy en día. Edward Ayers fue el primer historiador en no­tar esto. Una variante del código de honor tradicional, di­ce, encontró su camino a la población negra del Sur des­pués de la Guerra Civil. Dicho código incluía un rechazo a buscar el resarcimiento por medio de la ley en caso de conflictos dentro de su propia comunidad. Ayers continúa sugiriendo —aunque no expresándolo explícitamente— que la actitud de la defensa extralegal encontró su camino hacia el Norte en el siglo XX, asentándose en barrios ur­banos de clase baja independientemente de la raza o la et-nia.M Debe agregarse que la trayectoria Sur-Norte proba­blemente no fue la única. Los inmigrantes del sur de Eu­ropa, por ejemplo, pueden haber actuado a su vez como

' Compare con Tille 1990: 69. ' Ayers 1984: 234-5.

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mediadores culturales. Siguiendo la tesis de Ayers, Fox Butterfield en un libro que rastrea la historia de una fami­lia del Sur de finales del siglo XIX hasta los ghettos urbanos de finales del siglo XX, argumenta con firmeza que las no­ciones tradicionales de honor y ritual viven en la violencia de las calles de la América contemporánea."

El código contemporáneo de las calles es analizado en forma perceptiva en un ensayo por el antropólogo urbano Elijah Anderson. El observa dos orientaciones que compi­ten en los barrios urbanos pobres, las que el llama decente y calle. Una persona orientada a la calle constantemente tiene que ganarse y mantener el respecto y evitar ser irrespetado. Anderson relaciona este comportamiento con la relativa falta de pacificación: «El código de la calle surge en donde la influencia de la policía termina y donde se siente que comienza la responsabilidad de la seguridad propia»." El sociólogo francés Loic Wacquant lo pone en forma mucho más definitiva; él habla de una despacifica­ción en los ghettos norteamericanos, causada por un retiro total d d Estado y de las instituciones públicas y semipúbli-cas de estas áreas." Esta despacificación hace —nueva­mente de acuerdo con Anderson— que los habitantes de barrios pobres que tengan una orientación decente sean in­fluenciados, no obstante, por el código opuesto: usted puede querer ser decente pero tiene que sobrevivir entre aquellos que no lo son. Los americanos de las ciudades de hoy, en particular los hombres negros, tienen que basarse en su propia iniciativa para apartar los peligros y mante­ner el respeto. En esto, no son básicamente diferentes de los blancos en el Sur anterior a la guerra ni, realmente, de

Butterfield 1995.

Anderson 1994: 82. Le debo esta referencia a Willem de Haan .

' Wacquant 1997.

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una gran parte de la población de Amsterdam alrededor de 1700.

CONCLUSIÓN: PRINCIPIO

DEL PERÍODO MODERNO Y EL PRESENTE

Así que estarnos, nuevamente, en Amsterdam. ¿Mi análisis del cuchillo honorífico en la antigua Amsterdam nos pue­de ayudar a entender la mayor propensión a la violencia entre ciertos grupos de la sociedad holandesa de hoy? El estado actual de mi reflexión sobre este aspecto me per­mite hacer unas cuantas observaciones. En la publicación ya citada yo sugería que la violencia grave de hoy está con­centrada en islas sin pacificar, en donde la protección de otra forma garantizada por el Estado se ha derrumbado en cierta medida/7 Aunque esta observación se refiere a fortiori a los Estados Unidos, puede tener validez para las ciudades holandesas también. Sin embargo existe una di­ferencia importante: la sociedad holandesa no ha experi­mentado la línea ininterrumpida del pasado al presente, que caracterizó a la historia estadounidense. Corno se dijo anteriormente, Holanda fue testigo de un nivel relativa­mente bajo de violencia en las calles desde cerca de 1800 hasta la década de los sesenta. En esos años, faltaban islas sin pacificar. Para Holanda, entonces, y posiblemente para otros países europeos, el surgimiento de la violencia en décadas recientes representa una tendencia novedosa.

¿Puede ser esta tendencia interpretada como una de descivilización? De acuerdo con Stephen Mennell, los pro­cesos de descivilización pueden ocurrir cuando hay un aumento en las oportunidades de la gente de estar en una situación de mayor inseguridad. En dicha situación un

Spierenburg 1996: 95.

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temperamento diferente tiene un mayor valor de supervi­vencia.* Eso es lo que parece que sucede apenas surgen las islas sin pacificar. Para la Amsterdam contemporánea, sin embargo, deben hacerse por lo menos dos calificacio­nes: Primero, en el Amsterdam de hoy, una gran propor­ción de homicidios no se relacionan con el complejo de respeto-honor. Tienen lugar dentro del bajo mundo del crimen organizado. El número de liquidaciones de com­petidores, por ejemplo, ha aumentado en Amsterdam desde principios de los ochenta. Los homicidas y las vícti­mas con frecuencia son extranjeros. El crimen organizado internacional evidentemente representa una intrusión en los monopolios de violencia que han sido establecidos por los Estados en los cuales operan los respectivos grupos, pero tiene poco que ver con las islas no pacificadas dentro del entorno urbano. Además, las liquidaciones de compe­tidores son un ejemplo típico de la violencia planeada.

La segunda calificación se refiere a las armas de fuego. Aunque su difusión entre la población de Amsterdam es insignificante en comparación con las ciudades estadouni­denses, son mucho más prominentes corno armas homici­das de lo que eran hace trescientos años. La proporción de homicidios cometidos con una pistola ha aumentado en Amsterdam de aproximadamente 30% en los setenta a cerca del 60% en los noventa. La confrontación cuerpo a cuerpo de la lucha con cuchillo, que dominó los primeros homicidios modernos, ha perdido su prominencia en el mundo contemporáneo. En la Amsterdam de principios del siglo XVIII el promedio anual de acuchillamientos mortales era de 7 a 8 por 100.000 habitantes. Esto con­trasta marcadamente con una cifra obtenida de informes de inspección de cadáveres en cuatro ciudades de Alema­nia (Frankfurt, Hanau, Wiesbaden, Darmstadt) en los

Mennell en Goudsblom et al. 1996: 114-15.

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tranquilos años de 1963-1974: 144 acuchillamientos mor­tales, esto es exactamente 12 por año en una región con varios millones de habitantes/ ' Esto no debe sorprender. En la Amsterdam nuevamente violenta, sin embargo, el número absoluto de acuchillamientos mortales todavía es modesto en comparación con principios del siglo XVIII. Si tomarnos los últimos diez años, 1987-96, el número de homicidios cometidos con un cuchillo en Amsterdam promediaron 14 por año." Esto asciende a una tasa anual de acuchillamientos mortales de 2 por 100.000 habitantes. La cifra sugiere que, si la posesión y uso de cuchillos en realidad si se ha vuelto común nuevamente, las conse­cuencias son considerablemente menos letales que hace tres siglos. Posiblemente, los peleadores con armas blan­cas de hoy tienen una forma de violencia más controlada que sus colegas muertos hace tanto tiempo.

Mi conclusión final se refiere a la violencia y al honor. Me interesé en el honor porque soy historiador de la Eu­ropa pre-industrial y encontré que mis colegas descubrie­ron el terna y escribieron cosas interesantes acerca de él. Entonces el honor también surgió como un tema impor­tante en rni propia evidencia empírica. Sin embargo, No podría haberlo analizado en la forma que lo hice si el marco teórico proporcionado por Elias no hubiese estado disponible. La teoría de Elias y los datos discutidos en este estudio sugieren una conclusión preliminar sobre el ho­nor y la violencia: cuando el control del Estado es débil, las nociones de una masculinidad ruda y de una fuerte de­fensa del honor propio tienen a seguir siendo dominantes; la fortaleza del Estado, especialmente un monopolio esta­ble de violencia, facilita el desarrollo de una nueva mascu­linidad y de nociones espiritualizadas del honor. En las so-

Kaiser 1982: 12-13.

' Slot 1997.

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ciedades occidentales, durante los últimos cuatro o cinco siglos, ha habido esfuerzos recurrentes para transformar los conceptos de honor de la gente; para bajarle el tono a ese tipo de honor masculino que debe ser afirmado agre­sivamente. Con frecuencia, pero no siempre, estos esfuer­zos tuvieron una inspiración religiosa. Sin embargo, di­chos movimientos solamente tienen oportunidad de tener un éxito duradero si una situación de pacificación estable prevalece. Mientras nuestras ciudades modernas tengan is­las sin pacificar dentro de ellas, el viejo honor permanece­rá entre nosotros.

Espero haber aclarado que los cuatro elementos del tí­tulo de mi charla deben ser estudiados con una perspecti­va que considere sus interrelaciones. Particularmente, creo, mi énfasis en el honor puede servir para revitalizar un enfoque con base en Elias de la historia de la violencia.

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Negociaciones y

emociones Willem Mastenbroek

I N T R O D U C C I Ó N

El estudio de la sociogénesis de las habilidades de nego­ciación enseña la civilización de las emociones. El proceso de civilización cortesano tuvo su complemento en el pro­ceso en que disminuyó paulatinamente el uso de ia violen­cia, el engaño y la humillación también en las relaciones entre las distintas cortes. Las cambiantes maneras en que las personas aprenden a manejar las emociones son cru­ciales. Con el tiempo, los hombres se van haciendo más versátiles, van aprendiendo una gama más diferenciada de sentimientos y respuestas. Nuestra comprensión del pro­ceso de aprendizaje individual puede mejorar si se logra esclarecer el proceso de aprendizaje colectivo tal como se ha dado a lo largo de los últimos veinte siglos en Occiden­te.

Voy a describir cómo se vivían las negociaciones en el pasado lejano. Por fortuna, algunos autores antiguos ayu­dan a formarse una idea al respecto. Su testimonio enseña en qué dirección el comportamiento y las emociones subya­centes cambiaron a lo largo del tiempo. En algunas socie­dades, la negociación se ha vuelto una práctica común. Los

152

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Negociaciones y emociones

problemas actuales de la teoría y práctica de la negociación se entienden mejor si se conocen las pautas cambiantes del manejo de las emociones en el desarrollo de estas precarias habilidades.

LA PERSPECTIVA HISTÓRICA

Un temprano signo de controles y restricciones crecientes

Que yo sepa, el tratado de Bernard du Rosier (1404-1475), conocido en su época por la entonces más usada versión latina de su nombre, Bernardas de Rosergiola, es la más temprana publicación en Europa en la que la negociación ocupa un lugar importante. Bernard du Rosier entró a los 18 años al monasterio de la orden de los Agrrstinos. En 1445, bajo el papado de Eugenio IV, se trasladó a Roma. En 1447 se hizo obispo de Basa; tres años más tarde fue nombrado obispo de la diócesis de Monte Alba; en 1452 se hizo arzobispo de Tolosa.

Su tratado Arnbaxiator Brevi logas lo escribió en 1436, es­tando en la corte del rey de Castilla. En el texto equanimi­tas (la ecuanimidad) ocupa un lugar central. ¿A qué se re­fiere esto? Corno el término mismo lo sugiere, se refiere al control permanente de las emociones. Aquí algunos ejemplos:

[...] aun ofendido, supere estas injurias del corazón y elévese hacia las más altas actitudes [•••] suprima las emo­ciones y muéstrese bajo control. (Rosier, 1905: 15-16)

Si la oposición causa demoras en la negociación no se muestre irritado. (Rosier, 1905: 19)

Los enviados no deben dejar ver sentimientos perso­nales de su propia confusión ante extranjeros que pre­viamente se han formado una opinión positiva de ellos:

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Willem Mastenbroek

deje que el atropello se convierta en amigabilidad, la im­petuosidad en cordura, la rigidez en adaptabilidad y la rudeza en acceso fácil. La apariencia de los enviados ha de ser continuamente de distinción e insensible a aquellos cuyas respuestas resultan poco agradables o negativas, de manera que el futuro y los tiempos mejores estarán del lado de ellos. (Rosier, 1905: 20)

Para nosotros estas recomendaciones no suenan tan insólitas. Ningún enviado diplomático que se respete ten­dría problemas con ellas. Después de todo, estarnos ha­blando de gente acostumbrada a moverse en las cortes. Entonces ¿para qué derribar puertas abiertas? Pues bien, no siempre estuvieron abiertas. Evidentemente, Rosier se hallaba ante un comportamiento radicalmente distinto del que es corriente para nosotros. Al comienzo de su tratado esto queda claro, Rosier describe el tipo de conducta del que cree necesario prevenir a los enviados. Para él son conductas censurables:

^ El inflarse en desdeñosa y engreída arrogancia; ís. Un comportamiento tiránico y un modo pegajoso para

saludar; •s. El esforzar con desvergüenza y presunción el camino ele­

gido por uno; ís. Burlarse de asuntos religiosos; ís. Competir a través de juego sucio, poniéndose colérico o

malicioso; y ís. Buscar la fama basada en vanidades.

(Rosier, 1905:5)

Referencias tan vivas al tipo más bien salvaje de con­ducta aquí ilustrada no se encuentran en la reciente litera­tura sobre problemas de la negociación. Según parece, en nuestros días lo corriente es la contención de semejante encono.

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Negociaciones y emociones

L u c h a n d o con la v io lencia

dCórno e r an la in te racc ión y c o m u n i c a c i ó n e n los t i empos

de Rosier? El h i s to r i ador h o l a n d é s Huiz inga (1924) des­

c r ibe el esti lo n o r m a l d e la c o m u n i c a c i ó n d e aquel los días

con pa labras c o m o lamento, gemido, retorcerse las manos,

arrojarse a l suelo, aturdimiento, euforia indomada, pavoneante

ostentación, servil sumisión, ciego espíritu de venganza y atroz

violencia. Huiz inga p r e s e n t a las formas d e in te racc ión so­

cial d e e n t o n c e s e n los s iguientes colores :

Desde el siglo XIII en adelante surgen en casi todos los

países inveteradas disputas partidistas: primero en Italia,

luego en Francia, en los Países Bajos, Alemania e Inglate­

rra.

El orgullo de familia y la sed de venganza, la lealtad

apasionada por parte de los subditos, son entonces impul­

sos perfectamente primarios. (Huizinga, 1924: 13, 1994:

31)

El pueblo no sabe ver su propio destino y los aconte­

cimientos de aquel tiempo de otro modo que como una

sucesión continua de mala administración y rapacidad,

guerras y latrocinios, carestía, miseria y pestilencias. Las

formas crónicas que solía tomar la guerra, la continua agi­

tación de las ciudades y del campo por toda clase de gente

peligrosa, la eterna amenaza de un procedimiento judicial

duro y poco digno de confianza y, además de todo esto, la

opresión del temor a las penas del infierno, del terror a

los diablos y a las brujas, daban pábulo a un sentimiento

de inseguridad general, que era muy adecuado para teñir

de negro el fondo de la vida. (Huizinga, 1924: 21, 1994:

43)

N o hay d u d a d e q u e h u b o n o r m a s y a c u e r d o s formales

p a r a regu la r la in te racc ión m u t u a , p e r o u n a y otra vez

irrumpe la áspera rudeza a través de aquellas formas decorati­

vas.

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Willem Mastenbroek

En el banquete de gala que se da el día de la coronación

de Carlos VI, en 1380, Felipe de Borgoña siéntase por la

fuerza entre el rey y el duque de Anjou, en el puesto que le

corresponde como doyen des pairs. Sus respectivos séquitos

intervienen ya con voces y amenazas, para decidir la discu­

sión por la violencia, cuando el rey la acalla, accediendo al

deseo del borgoñón. (Huizinga, 1924:38-39, 1994:69)

De acuerdo con la descripción de un observador del Congreso de la Paz de Arras, en 1435, los oyentes se ha­cían caer al suelo, entre suspiros, sollozos y gemidos. (Huizinga, 1924:6, 1994:21) La vida relativamente refinada en la cor­te es caracterizada corno «continuo ruido y confusión, maldiciones y disputas, envidias y burlas y es la corte un cenagal de pecado, una boca del infierno». (Huizinga, 1924:38, 1994:70) Puede estallar una feroz lucha a cual­quier hora por cualquier cosa, sea esta un juego de ajedrez o una ceremonia funeraria. La autodisciplina y contención de las emociones e impulsos en aquellos días eran menos permanentes y uniformes. Los planes y las promesas eran fácilmente arrollados por las emociones del momento. Las reacciones inmediatas, impulsivas e irascibles eran más fuertes. Nada se sabía acerca de que la conducta apasio­nada y la agresión individual podían desembocar rápida­mente en una violencia de dimensiones mayores. A pesar de todas clase de promesas y juramentos, no se confiaba en la capacidad de autocontrol de la contraparte, ni se creía que la gente iba a retroceder ante el asesinato y la ce­lada. Formas más salvajes de confrontación y pruebas de fuerza son realmente las predecesoras de nuestra propia conducta co­rriente de negociación.

La violencia e intransigencia eran las tendencias domi­nantes en situaciones de conflicto. Ante intereses en con­flicto, los hombres difícilmente se podían imaginar solu­ciones distintas a la confrontación. En su código de honor no había lugar para el compromiso, su racionalidad era

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otra. Los estándares sociales dominantes permitían, y a veces demandaban, la subyugación, el castigo, el aniqui­lamiento y la revancha. Para Powelson (1994) esta es la ac­titud corriente en la mayoría de las sociedades a lo largo de la historia humana. En su impresionante revisión de la historia del cambio económico en casi todas las regiones del mundo, menciona sólo dos excepciones, Europa Occi­dental y Japón. Sólo allí se desarrolló un repertorio de conductas en que la subyugación o huida no eran las reac­ciones más naturales a cualquier tensión. Powelson se re­fiere a las interminables luchas entre guerreros, príncipes y tiranos; ellas engendraban y aún engendran un reperto­rio de conductas poco dadas a la negociación y el com­promiso. Él describe también la situación —corriente para largos períodos y en numerosas regiones— en que los po­tentados solían subyugar a todos sus rivales y forzaban armisticios despiadados y caprichosos, determinados por enormes diferencias de poder. En el noroeste de Europa y en Japón incluso los más fuertes potentados estuvieron constreñidos por diversos lazos de dependencia y esto marcó su condición excepcional. En la lucha con sus com­petidores, estos soberanos estaban obligados a encontrar caminos distintos de la explotación y el saqueo despiada­dos para conseguir recursos de sus subditos. Para los gru­pos de rango inferior era un recurso de poder real la po­sibilidad de aliarse con grupos de rango superior. Estuvie­ron en condiciones de hacer valer algunos derechos, pudieron limitar la arbitrariedad y las interferencias con respecto al comercio y a la producción.

Miles y miles de conflictos culminaron en una especie de empate en que ninguno de los grupos en conflicto logró im­poner su voluntad; cada uno aprendió a acomodarse a un es­tilo que no era el suyo original. Por esta vía se iban mol­deando y consiguieron un poder permanente, las reglas del mercado, de las empresas corporativas, del gobierno parla­mentario, el sistema financiero y las leyes del comercio. Re-

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sulta aún más importante el hecho de que unos grupos llega­ran a privilegiar metas de largo plazo ante unas de corto al­cance, y que aprendieran que la negociación y el compromi­so y no la confrontación y la violencia iban a ser las más apropiadas para alcanzar estas metas (Powelson, 1994:11).

Powelson (1994) llama a esto el proceso de difusión del poder; Elias (1994) se ha referido al mismo como demo­cratización funcional. Van Vree (1994) describe con deta­lle el ejemplo de los Países Bajos, donde se generaron unos códigos burgueses y unos tipos de conducta marca­dos por el compromiso y relaciones de confianza perma­nente más que por cualquier otra pauta. El que todos los soberanos hayan dependido de la colaboración de unos aliados para ofrecer resistencia suficiente a sus rivales o bien para someterlos, representa una particularidad euro­pea. Todos los países estuvieron rodeados permanente­mente de enemigos. La supervivencia dependía de las alianzas, y estas exigían unas bases más o menos sólidas. La traición, la falsedad y el soborno se mostraron inapro-piados para generar unas bases suficientemente sólidas. El tipo de dependencias señalado contribuyó a generar unas reglas de juego distintas. Aun así, empero, la continua vio­lencia parecía anteponerse a las opciones de compromiso todas las veces de nuevo.

La internalización de la valla de hierro

El día 10 de septiembre de 1419, el príncipe de Francia — y posterior rey Carlos VII— y Juan sin Miedo, duque de Bor-goña, se reunieron en un puente sobre el río Yonne, que fue construido especialmente para este encuentro. En la mitad, una valla con varas del grosor de un brazo atravesaba el puente de un lado al otro. La valla tenía una pequeña com­puerta que se podía bloquear o abrir desde ambos lados. Únicamente si ambas partes consentían se podía pasar. En el curso de las conversaciones, el duque abrió la compuerta,

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bien por incitación del Príncipe o por su propia iniciativa. Al otro lado también se abrió. Y, tan pronto Juan y sus tres hombres pasaron la puerta, se les dio muerte. (Schneider, 1977:15-17)

La reacción de los contemporáneos caracteriza los es­tándares comportarnentales de aquellos tiempos. Carlos no fue acusado como traidor o asesino. Al contrario, los contemporáneos consideraban que Juan había sido el res­ponsable de su propia muerte, pues en un total descuido, no había seguido adecuadamente las reglas de juego.

Llevar una negociación a través de una valla instalada especialmente con este fin en un puente puede parecer-nos un poco torpe. Pero el estudio histórico hace ver que se trata de un tipo de negociación ya altamente civilizada. Después del reinado de Carlornagno, desde el siglo IX hasta el siglo XIII, era bastante común que los feudos, tri­bus y Estados negociaran a través de los ríos. Voss (1987) ofrece las evidencias. Por supuesto que no resultaba de­masiado conveniente ni práctico vociferar encima del agua. Pero poco a poco surgieron arreglos más sofisticados para tratar con las condiciones de peligro físico de las negocia­ciones. Encuentros en barcos, puentes y pequeñas islas fueron algunos de ellos. Este tipo de solución no era nue­vo, se remontaba a una historia ya larga. Tácito (Historiae, V:26, Schneider, 1977:6) se refiere a la lucha entre el líder batavio Civilis y el general romano Cerealis en el año 71 AD. Ambos trataron de negociar un acuerdo en un puente marcado en la mitad, A cada uno le fue asignado su pues­to separado de la otra parte. Tácito describe también un incidente entre dos generales, Arminico y Flavio, en el año 9 AD. A pesar de que un río les separaba durante la negociación, faltaba poco para que se atacaran mutua­mente (Tadtus, Aúnales II; 9).1

Huizinga (1924) menciona el cambio en el tono y temperamento en la Edad Media. Sus predecesores, Tácito y Suetonio, escriben sobre la era romana. Su trabajo produce muchas veces la misma impresión del fun­cionamiento de las interacciones y del manejo de las emociones. De

(continúa en la página siguiente)

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De acuerdo con los reportes sobre negociaciones co­nocidos desde los inicios de la era cristiana hasta el siglo XV en Europa Occidental, las negociaciones estaban muy relacionadas con la violencia y el asesinato. En este con­texto se puede observar una sofisticación de los medios técnicos que va reduciendo poco a poco las oportunidades de ataques de frente y va obligando a tomar bajo control los accesos de cólera. Estas 15 centurias muestran, pues, algún desarrollo de la presión técnica hacia un compor­tamiento más civilizado. Muy paulatinamente se revelaron también unos cambios psicológicos: con el tiempo aquella valla de hierro se iba internalizando. Fueron necesarios siglos para que reconociéramos estas pautas cambiantes de los controles de las emociones en un número creciente de personas. Como abogado de la ecuanimidad, Rosier pare­ce predecir los cambios venideros en Europa. Cada vez más personas sentirían la obligación de abstenerse de sali­das violentas en sus diversas negociaciones, el nexo fatal entre las provocaciones y respuestas violentas desaparece­ría paulatinamente.

Enfrentando el engaño y la manipulación

Para su tiempo, las recomendaciones de Rosier eran en extremo refinadas. La arrogancia, traición y amenaza eran cosa común. En el Imperio Bizantino la falsedad alcanzó el estatus de un arte. Sus instrumentos habituales eran las conspiraciones, la corrupción, la intriga e incluso el asesi-

acuerdo con la descripción de Suetonio la vida en la corte era en extre­mo cruel, al mismo tiempo la caracterizaban estrechos lazos de fidelidad. Los cambios entre la ciega lealtad y la fácil traición son impredecibles. Pequeños incidentes suscitan reacciones de acelerado acaloramiento. Es exactamente como Huizinga lo describe. Entonces ¿hubo poco cambio a lo largo de 15 centurias? Obviamente la civilización del comportamiento y de las emociones no puede darse por segura. Períodos de estanca­miento y barbarización también forman parte del curso normal de los sucesos.

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nato. Los enviados de entonces eran espías, conspiradores activos que se servían de la mentira y del fraude, por el bien del Estado. Luis XI, rey de Francia de 1461 a 1482, dio claras instrucciones a los embajadores que envió a la Bretaña: «Si les mienten, traten de mentirles mucho más». Sin embargo, no hay que olvidar que comparadas con una violencia feroz y con los atacjues físicos directos, la conspi­ración, la corrupción y la intriga en todo caso implican un control y unas inhibiciones mucho mayores. Los estánda­res de la mentira y del engaño, por lo demás, también se fueron refinando. Por supuesto que no era cuestión de moral, sino de unas tácticas que mostraron ser más efecti­vas en condiciones de interdependencias crecientes. Lo que Rosier expresó fueron nuevos estándares de compor­tamiento diplomático relacionados con el surgimiento del sistema de ciudades-estados en Italia, cuya situación estaba marcada por fuertes rivalidades y estrechas interdepen­dencias a la vez. En la Italia de la segunda mitad d d siglo XV, las ideas de Rosier hallaron un suelo fértil. Sólo que este desarrollo fue temporal y estuvo confinado a los terri­torios del Norte. Los cambios en los estándares de la ne­gociación hacia una conducta más digna de crédito per­manecieron controvertidos. Hada finales del siglo XV, la estabilidad relativa de la Italia septentrional se fue rápi­damente a pique. Las intervenciones extranjeras destruye­ron el emergente sistema de poder y dependencia italiano. Las rivalidades entre las ciudades italianas escalaron. La Iglesia resultó inmersa en intrigas y coaliciones rápida­mente cambiantes. Cada vez más la negociación se orien­taba hacia la obtención de unas ventajas inmediatas. Los comportamientos específicos y los dispositivos emociona­les demandados por dichas circunstancias se conocieron bajo el nombre de Virtú. En su texto clásico sobre el desa­rrollo de la diplomacia, Nicolson ofrece una caracteriza­ción concisa de esta mentalidad:

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Conscientes de la precariedad de su existencia, estos déspotas y oligarcas sólo pensaban en resultados inmedia­tos; no tenían idea alguna del valor de unas políticas de largo plazo o de la gradual creación de una mínima con­fianza. El arte de la negociación se les hacía un juego de azar en función de altas apuestas inmediatas; lo practica­ban en una atmósfera de excitación y con aquella mezco­lanza de astucia, despreocupación y crueldad que alaba­ban como Virtú. (Nicolson, 1977:31)

Machiavello (1469-1527) también confiaba en la apa­riencia de la virtud del Príncipe. A pesar de que en su tiempo el sistema italiano de ciudades-estado ya se estaba desmoronando, Maquiavello aún se atenía a algunos es­tándares de lealtad y confianza. En una carta de 1522 formuló con su agudo sentido de poder los siguientes consejos para embajadores y emisarios:

Un representante tiene ante todo que esforzarse por una buena reputación, que consigue mediante acciones impresionantes que lo muestran como hombre capaz, de pensamiento liberal y honesto, en absoluto mezquino y doble y que no parezca creer una cosa y decir otra. Esto es muy importante; conozco a hombres que a pesar de ser muy listos y dobles, han perdido la confianza de un Prín­cipe tan completamente ¡que nunca más han podido esta­blecer una negociación con él! Y, si usted alguna vez tiene que encubrir algún hecho con las palabras, hágalo de tal manera que no llegue a ser descubierto o, si llega a saber­se, esté preparado para una defensa rápida y lista. (Maquiavelli, 1998:116)

Hace falta una perspectiva histórica de largo plazo para esclarecer patrones cambiantes. En el siglo XVI, el asesina­to ya no era visto como la mejor manera para deshacerse de un opositor, aunque los enviados de Venecia en oca­siones volvieron a servirse de él. Solamente personas ex-

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céntricas rechazaban el soborno. Pero, aun así, los están­dares morales que regían la corrupción también cambia­ron. Un pago único parecía más aceptable que una sub­vención permanente. (Nicolson, 1977:37) La mentira y el engaño todavía no dejaron de ser prácticas habituales. Sir Hcnry Wooton definió a los embajadores, aún en 1604, como «hombres que se envían al exterior para contar mentiras por el bien de su país». Mattingly (1988:206), un conocido experto en diplomacia renacentista constata que la mayoría de los contemporáneos de Wooton habrían aceptado sin más esta afirmación.

Muchos siglos se hizo esperar un nuevo desarrollo del mensaje de Rosier. Se hizo posible en los tiempos de Ir-chelieu (1585-1641), cuando la red de socios para eventua­les negociaciones comenzó a adquirir nuevamente una cierta estabilidad. Entre los Estados competidores se desa­rrolló un equilibrio dinámico de balanzas de tensiones si­milar a la figuración que surgió en el siglo XV en el norte de Italia, sólo que ahora a escala mayor. Hasta este mo­mento hubo estancamiento; también se podría hablar de regresión. En Diplomada renacentista, Mattingly (1955) re­coge la literatura sobre diplomada en un periodo de unos 200 años, desde Rosier hasta El embajador (1620), del au­tor español De Vera. Se trata de más de 40 tratados, en su mayor parte el trabajo de juristas que definen los derechos y deberes de los diplomáticos. Otro tema que paulatina­mente iba ganando en importancia eran las cualidades que un buen diplomático debiera de poseer, en el sentido de un retrato d d embajador perfecto. Ambos ternas, los asuntos legales y las virtudes recomendables, dominan la discusión por varios siglos. Las prácticas actuales se consi­deran sin rodeos. Pero, corno Gentili (1585:153), uno de los autores de la época, anota, «Yo dibujo a los embajado­res, no como son, sino corno deberían ser».

Reens-Soper y Schweizer (1983) ofrecen otro resumen excelente de la temprana literatura diplomática. Para

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ellos, el holandés Abraham de Wicquefort es el primer au­tor que se dedica más a las prácticas actuales de la diplo­mada. Wicquefort (1606-1682) escribió L'arnbassadeur et ses Fonctions (El embajador y sus funciones). Quería describir lo que hacían los enviados diplomáticos y exponer cómo debían comportarse. El libro se ubica en el umbral de un nuevo desarrollo y dio una nueva orientación a los escritos sobre la diplomacia.

Mayor moderación, menos violencia

Para los siglos siguientes, la nota en materia de aptitudes estándares de negociación la dio Francois de Calliéres (1645-1717). Él quería cultivar un estilo de negociación in­ternacional basado en la seguridad y estabilidad que Iri-chelieu trató de consolidar. Su trabajo fue utilizado como texto estándar sobre la negociación, a lo largo de siglos, incluyendo el XX. Como servidor civil de Luis XIV, parti­cipó activamente en un buen número de negociaciones. Fue uno de los principales negociadores de Francia en el Tratado de Rijswijk (1697) que terminó con la Guerra de los Nueve Años. Con profundo conocimiento de causa re­lacionó la necesidad de negociar con el desarrollo de in­terdependencias más densas en Europa.

Para entender el uso permanente de la diplomacia y la necesidad de negociaciones continuas, tenemos que pen­sar en los Estados que componen a Europa como amarra­dos por todo tipo de comercio necesario, de modo que pueden ser considerados como miembros de una Repú­blica y que no puede darse ningún cambio de alguna im­portancia en ninguno de ellos, sin que se afecten las con­diciones o se perturbe la paz de todos los demás. El desa­cierto del más pequeño de los soberanos puede echar a andar una manzana de discordia entre todas las potencias grandes, porque no hay Estado que sea tan grande como

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para no encontrarle utilidad a las relaciones con los Esta­dos más pequeños y para no buscar amigos entre los dis­tintos partidos que componen hasta al más pequeño de los Estados. Abunda la historia de los efectos de tales con­flictos que con frecuencia tienen su origen en sucesos in­significantes, fáciles de controlar o de reprimir en sus ini­cios, pero que, una vez crecidos en su magnitud, se vuel­ven causas de guerras largas y sangrientas que han asolado a los principales Estados de la cristiandad. (Calieres y Wyte, 1963:11)

La sensación de dependencia recíproca como se articu­la en esta afirmación es verdaderamente única. Para en­tonces lo fue también esa capacidad de actuar de acuerdo con él. Powelson (1994) documentó con mucho detalle la evidencia histórica de la tendencia de las élites de ampliar sus posiciones de poder a toda costa; la paz es, por defini­ción, temporal e inestable, porque es la paz del vencedor. Aunque habrá que tratar con beneficio de inventario las declaraciones de Calliére, en su tiempo el manejo de las emociones era tal que con frecuencia cualquier pequeño in­cidente escalaba en guerras prolongadas y sangrientas. La Francia de Luis XIV en definitiva no esquivaba las guerras sangrientas, pero allí también emergió un servicio diplomá­tico que generó el tipo de manejo de las emociones que era necesario para construir unas coaliciones sólidas y evi­tar escalaciones sin sentido. Calliéres fue un representante extraordinario de este desarrollo.

¿Qué aprendían los negociadores de punta en la época de Calliéres? ¿Comenzarían a manejar srrs impulsos pri­marios de un modo nuevo? Calliéres ofrece algunas res­puestas. Aquí hay unas cuantas de sus recomendaciones:

^ No se comporte de modo engreído; ía. No muestre desprecio; ís. No recurra directamente a la amenaza;

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"&. Absténgase de actitudes hostiles;

ís. No se deje llevar por accesos de cólera; y

ís. No muestre vanidad ni haga ostentación de sí mismo.

Calliéres también se ocupó de qué clase de personas no debieran facultarse como negociadores. La siguiente lista describe los rasgos personales que le parecían inacepta­bles para negociadores. Quedaban inhabilitados quienes eran:

ís. Jugadores;

ía. Bebedores;

ís. De temperamento fácilmente irritable y carácter apasio­

nado;

ís. Personas de conducta desenfrenada e irregular; y

ís. Personas que se inmiscuyen con gente sospechosa y que

se abandonan a distracciones frivolas.

Estas recomendaciones se parecen todavía mucho a las admoniciones de Rosier. Al parecer, las conductas eran casi las mismas de antes. Pero también es posible detectar los comienzos de un cambio.

Mayor control y sutileza

Calliéres es más articulado que Rosier. Sus consejos son más elaborados y su preocupación por el autocontrol y la disciplina le es rica en variados detalles:

Para resistir la tentación de hablar antes de pensar bien qué se debe decir, el buen negociador ante todo de­be ejercer un control sobre sí mismo. (Calliéres y Whyte, 1963:19-20)

Un hombre por naturaleza violento y fácilmente irrita­ble resulta inconveniente para la conducción de unas ne­gociaciones. (Calliéres/ Whyte, 1963:34)

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Negociaciones y emociones

... será tan poco confiable, que habrá momentos en que busca la satisfacción de sus deseos mal regulados y es­tará dispuesto a soltar los secretos más caros de su maes­tro. (Calliéres y Whyte, 1963:34)

Un hombre que se domina bien y que siempre actúa con sangre fría, tiene una gran ventaja sobre alguien que es de carácter emotivo y fácilmente inflamable. Se puede decir, sin embargo, que no luchan con las mismas armas; el éxito en este tipo de trabajo pide que se escuche más de lo que se hable: y el temperamento flemático, autorres-tringido, una discreción intachable y una paciencia in­quebrantable, son las herramientas del éxito. (Calliéres y Whyte, 1963:35-36)

...sería fácil probar a través de ejemplos modernos que las personas no actúan sobre la base de medios firmes y estables de su conducta; que, por lo común, son goberna­das por la pasión y el temperamento, más que por la ra­zón. (Calliéres y Whyte, 1963:47-48)

...y, por fin, él (el negociador) debe tener presente, que, si uno permite que sus sentimientos personales o atroces guíen la negociación, aunque sea solamente por una vez, uno queda enminbado en el camino seguro y di­recto del desastre. (Calliéres y Whyte, 1963:108)

La mayor ía d e esas r e c o m e n d a c i o n e s es válida, a ú n en

el p r e s e n t e . Pe ro hoy en d ía se las e n t i e n d e c o m o obvias.

Lo q u e l lama la a t enc ión es la can t idad d e referencias a

deseos mal r egu lados y sen t imien tos muy fuertes. Los au­

tores m o d e r n o s p r e s u m e n u n t e m p e r a m e n t o m á s disci­

p l i nado y n o r m a l . Es pos ib le q u e los n e g o c i a d o r e s n o

s i empre es tén a la a l tu ra d e es te cód igo d e c o m p o r t a m i e n ­

to, p e r o éste r e p r e s e n t a el e s t á n d a r n o r m a l . En la é p o c a

d e Calliéres, se neces i t aban unas expl icaciones y exhor ta­

c iones deta l ladas .

E leganc ia , a s tuc ia y s i m u l a c i ó n

P u e d e n r e sumi r se b r e v e m e n t e a lgunas r e c o m e n d a c i o n e s

más d e Call iéres:

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is. Mantenga reserva sobre sus verdaderos sentimientos, di­simule sus propios intereses;

ía No suscite la impresión de ser un hábil manipulador, esta faceta no debe salir a la luz;

ía Explote las debilidades del otro; ís. Sírvase de la adulación; y ía Aproveche el buen ánimo del vino.

Calliéres también enfatiza la importancia que tiene el estar familiarizado con la historia y cultura del oponente, lo mismo que con los modales cortesanos. Destacan sus reiteradas advertencias contra la conducta deshonesta. Le da mucha importancia a que se logre dar la impresión de ser una persona sincera y confiable:

...el negociador debe aparecer como persona agrada­ble, ilustrada y clarividente; tiene que cuidarse de la tenta­ción de presentarse de manera muy evidente como un manipulador astuto y listo. Lo que importa es esencial­mente la habilidad de disimularlo, y el negociador tiene que tratar de dejarle a su colega diplomático siempre la impresión de un hombre sincero que actúa de buena fe. (Calliéres y Whyte, 1963:124)

Los términos aparecer, de manera muy evidente, disimular e impresión son dignos de ser tenidos en cuenta. A pesar de todo, se puede hablar de un desarrollo hacia una con­ducta más honesta. La práctica común en tiempos de Calliéres estuvo más cerca de la mentira, la confusión, el engaño y el soborno. Sus directrices, empero, ya apuntan a unas conductas algo más refinadas de las típicas de fases anteriores. Así lo constata él mismo, en la siguiente frase: «Es un error capital muy extendido, pensar que un buen negociador deba ser un maestro en el arte del engaño». (Calliéres y Whyte, 1963:31)

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Mayor control, máscaras y apariencias, menos confrontación y engaño

Dos generaciones después de Calliéres, en la segunda mi­tad del siglo XVIII, otro autor francés, Felice, ofrece nue­vas orientaciones sobre el arte de la negociación (Felice 1778). Felice nació en Roma, en 1723. Como profesor de física amplió la obra de los enciclopedistas. En la negocia­ción Felice ve una habilidad reciente, relacionada con el desarrollo de crecientes interdependencias. Esto es impor­tante, porque al igual que las observaciones de Calliéres, las suyas también demuestran claramente que el desarro­llo de las habilidades de negociación está estrechamente relacionado con cambiantes redes de poder y dependen­cia. Su observación en el sentido de que las cambiantes in­terdependencias presionarían a la gente a negociar, resul­ta supremamente astuta.

Sólo en la Europa Moderna, cuyos habitantes están es­trechamente unidos por costumbres similares, una base religiosa común, frecuentes intercambios comerciales y una comunicación intelectual continua, la negociación se ha convertido en un arte con presencia permanente. (Felice y Zai tman, 1976:60)

Como quiera, la costumbre de la negociación sin inte­rrupciones o, en todo caso, la posibilidad de cpie se efec­túe en cualquier momento, le ha conferido una mayor complejidad a la negociación. La mayor demora que im­pone esta costumbre a la solución de los asuntos, deman­da una mayor firmeza y paciencia y un control de las pa­siones más seguro de lo que habrían exigido negociacio­nes más expeditas. El hábito de la negociación sin interrupciones enseña todas las artimañas que los políticos emplean para burlarse el uno del otro, y su lentitud da to­do el tiempo necesario para cansarse y sorprenderse recí­procamente. A toda hora hay ocasión para esculcar, exa-

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minar y abusar de los sentimientos de otros. (Felice y Zartman, 1976:60)

Al igual que Calliéres, Felice se refiere a la interdepen­dencia entre los Estados. Pero él es un tanto más explícito al señalar que no sólo se trata de contactos de tipo políti­co, sino de toda clase de contactos. Su observación de que «la negociación se ha convertido en un arte con presencia permanente» sólo en Europa, es notable. Más de 200 años más tarde, Powelson (1994), con base en extensos estudios y agregando sólo el Japón, iba a mostrar que Felice tenía razón.

Los aportes de Felice a estos estándares de negociación y compromiso contienen las siguientes lecciones. Un ne­gociador debe:

ís. Convertirse en conocedor de los móviles y las pasiones de

su oponente;

ís. Disimular unas emociones y fingir otras;

ía Ser sincero;

ís. Aprender a ver detrás de la máscara de otros;

ís. Evitar confrontaciones, actuar como si estuviera consin­

tiendo; no debe volver a la persuaden abierta: «el arte de

la insinuación»;

ís. No tomar la intriga por negociación; y

ía Conocer el papel de emociones tales como la ansiedad, el

miedo, la valentía, la duda, la pasión.

Especialmente notables resultan las referencias a las emociones.

Los hombres se mueven por unos sentimientos. Inclu­so acciones, qtre a primera vista puedan estar lejos de los que se suelen llamar actos emocionales, presentan algún motivo sentimental escondido. (Felice y Zartman, 1976:49)

Si queremos dominar las emociones de otros, tenemos que controlar las nuestras. De otro modo, nos alejaremos de nuestro camino, presos de falsas aventuras, incapaces

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de aguardar el momento apropiado o de aprovechar la oportunidad precisa. No estaremos en condiciones de usar insinuaciones gentiles ni palabras encantadoras. Nuestras emociones liarán que otros nos traten con pre­caución, nosotros mismos nos imaginaremos intereses que en realidad muchas veces no tenemos. Nos volverán cie­gos para la naturaleza de los recursos que debemos em­plear y para las maneras en que debernos hacer uso de ellos. En realidad, alguien que desea tener éxito en unas negociaciones debe estar en condiciones de encubrir sus emociones de tal manera que aparezca frío cuando esté abrumado por el dolor, y calmado cuando le estremece la pasión. Dada la imposibilidad de diminar todas las emo­ciones —en realidad, sería peligroso carecer de ellas por completo—, se tiene que aprender a mantenerlas margi­nadas y bajo control. Muchas veces resulta útil aparecer como estremecido por la pasión, pero la apariencia debe ser distinta a la de la pasión verdadera d d momento ac­tual. Un hombre apasionado da la impresión de estar ven­cido, mientras que una persona reservada pone a otros en guardia. De hecho, un hombre que finge unas emociones, distrae a los que están tratando de ganarle. Proceder de este modo es permitido y no contraviene de ninguna ma­nera el comportamiento apropiado...(Felice y Zartman, 1976:53)

Aquí se pueden discernir unas pautas. Estos escritos re­flejan una sociedad en donde el control de los impulsos primarios es aún más leve. La presencia de impulsos no regulados es más fuerte que en la actualidad. Todo el re­pertorio comportamental presenta menos inhibiciones y es menos complejo. En todo caso, un cambio tiene lugar. La lucha con los afectos primarios se está volviendo más intensa. A juzgar por los pasajes citados, se hacía sentir una presión social hacia la supresión de ciertos afectos por un lado y la simulación de unas emociones por el otro. Que se sepa que todos actúan de esta manera, confiere a

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las negociaciones algo de tornadera del pelo, al menos para el gusto moderno. Puede que este desarrollo en el trato mutuo presente un camino un tanto enrevesado y torpe. Pero en realidad, se trata de una fase d d proceso de aprendizaje del control de las emociones y de una conduc­ta muy apropiada y cultivada en aquella época.

Los tratados sobre las negociaciones de Rosier, Calliéres y Felice son parte de un desarrollo social más amplio en dirección de la contención de las pasiones y de unos estándares cornportamentales más refinados. Elias (1939) explica este desarrollo en relación con el creci­miento y la mayor densidad de las redes de interdepen­dencia hunranas. Las citas aquí aportadas sugieren que Calliéres y Felice llegaron a conclusiones similares.

El que las élites aristocrático-militares cultivaran una conducta de negociación para interactuar con otras élites sobre una base permanente constituye un hecho muy no­table. Las presiones que les impulsaron hacia este tipo de interacción nacieron sólo en parte en las relaciones de poder y dependencia intercstatales. Hubo grupos burgue­ses que pudieron ejercer alguna influencia en la misma di­rección, especialmente en Europa Occidental. A pesar de las considerables diferencias de poder, surgieron tipos de comportamiento que iban en dirección contraria a la obe­diencia servil. En algunos países europeos, también los gremios del comercio y de los artesanos se convirtieron en grupos provistos de una autoestima propia, con su propio código de comportamiento y con acuerdos mutuos para promover el comercio y la industria (Hoock y Jeannin, 1993). En algunos casos, estos grupos se volvieron tan po­derosos que entraron a formar parte de las élites gober­nantes. Surgió un código de comportamiento más uni­forme, una conducta más confiable. Aunque en otras so­ciedades surgieran grupos similares, en el Imperio Bizantino, el Imperio Otomano, la China y la India por ejemplo, allí nunca estuvieron en capacidad de desarrollar su poder y prestigio con una continuidad medianamente

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significativa, corno sí lo hicieron en Europa Occidental. Fueron subyugados por las burocracias estatales y explo­tados a través de la intervención autocrática del régimen. Además, a estos grupos con frecuencia se les tildaba de mercachifles, aventureros y usureros astutos. En compara­ción con las maneras cortesanas y los estrictos estándares de etiqueta cultivados en los palacios y las cortes, el rega­teo, la negociación y el compromiso representaban hábi­tos de clases inferiores. Las élites manifestaban enormes reservas, si no una postura arbitraria y opresiva, frente a cualquiera que no correspondiera a sus propios estánda­res de poder, estatus y prestigio. Es preciso recordar que este tipo de conducta más opresiva, en la mayoría de los países de Europa Occidental también se volvió corriente; sólo que allí no alcanzó el mismo grado de perfección y continuidad: el desdén hacia otros estándares de compor­tamiento no llegó a los extremos que alcanzó en la mayo­ría de los demás grandes Estados e imperios.

También surgieron diferencias sustanciales entre los Estados europeos. Powelson menciona a España como ejemplo de un vigoroso desarrollo estatal que tendía cada vez más hacia un régimen absolutista y totalitario, hacia un Estado que carecía de los arreglos políticos y de la cos­tumbre de pactar compromisos y de negociar, que son ne­cesarios para la construcción de una economía más vital. Impulsado por los otros países europeos (Powelson llama esto crecimiento reflejado), durante los últimos 30 años se dio una cierta revitalización al parecer aún precaria. La confrontación y violencia no han desaparecido de la cultu­ra occidental, pero como medio principal para la solución de conflictos, la negociación y el compromiso, han ido ga­nando terreno a lo largo de los siglos.

Cambiantes pautas del manejo de las emociones

Los escritores tempranos señalan la importancia de un ti­po específico del manejo de las emociones. Rosier,

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Calliéres y Felice son muy explícitos a este respecto: es­conda sus propias emociones, explore los afectos de otros; no sorprende a cuáles emociones se refieren: ataques de cólera, revancha, humillación, deseos mal regulados, me­nosprecio, arrogancia, miedo. Ellos abogan por la estricta supresión de estos impulsos. Esta exigencia no se limitaba a un determinado momento sino que tenía un carácter general. Era mejor evitar toda franqueza acerca de los sen­timientos reales y de las intenciones subyacentes. También era mejor guardarse las intenciones de tipo más formal a propósito de intereses fácticos y metas preferidas. Calliéres, y más aún Felice, ya escriben sobre unas impre­siones que era preciso suscitar acerca de cómo había que generar la apariencia de una persona cortés, agradable y honesta. La anotación de Felice en el sentido de que re­sultaba peligroso no mostrar emoción alguna, era muy su­til. La gente sospecharía de sus verdaderas intenciones o que pondría la guardia en alto. Así que mejor simule otras emociones, muestre alguna pasión, pero permanezca frío y calculador, póngase una máscara. Hoy día, este compor­tamiento puede parecer artificial y falto de autenticidad, para no decir falso, manipulador o incluso deshonesto. Tales juicios, sin embargo, son una expresión de nuestros recientes estándares de comportamiento más que un refle­jo de lo que en la época realmente ocurría. Para aquel tiempo, el comportamiento artificial representaba un mo­do de conducta muy refinado y civilizado. Demostraba que las personas eran realmente maestras de sí mismas, no había riesgo de ataques monstruosos, arranques de có­lera, irnpredecibles cambios de ánimo, virajes repentinos en la conducta. La gente que se comportaba de este modo controlado, se sentía más segura y relajada en sus contac­tos. Tal control personal, estabilidad y seguridad en el tra­to mutuo representaban una experiencia positiva y civili­zada. Especialmente en sociedades donde el amoldamien­to de los impulsos y el control más riguroso de los afectos

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todavía no era práctica común. La gente también se sentía mejor, más civilizada en comparación con otros, que eran menos hábiles a este respecto. Tales comportamientos, entonces, también eran un medio de distinción con res­pecto a otros grupos de la sociedad. Este fue otro estímulo para que las personas se impusieran mayores restricciones y se produjera un control más uniforme. De este modo, el ánimo de distinción agregó otro incentivo para una mayor diferenciación y variación en los modales cortesanos.

Interdependencia y manejo de las emociones

Estas pautas cambiantes del manejo de las emociones es­tán relacionadas con crecientes interdependencias. Los cambios no tienen nada que ver con una tendencia inhe­rente o natural hacia un comportamiento más civilizado y refinado. Las habilidades o cualidades particulares defen­didas por Rosier, Calliéres y otras grandes mentes, tampo­co representan un factor crucial. El impulso hacia un cambio de comportamiento está directamente relacionado con las cambiantes pautas de dependencia. El desarrollo de entramados más extensos con interdependencias más intensas y permanentes convierte los cambios de compor­tamiento en un asunto que está en el interés de la gente misma. Este proceso brotó de los nodos de las relaciones comerciales y políticas en nuestras sociedades tempranas.

El impulso también se dio en dirección contraria: la expectativa mutua de un mayor autocontrol contribuyó al desarrollo de unos entramados humanos más estables. Con frecuencia, estos entramados demostraban mayor fuerza política y económica. Para alcanzar posiciones de poder en tales condiciones, había que exhibir una conduc­ta más estable. De modo que diferentes niveles en el ma­nejo de las emociones condicionaban el desarrollo de unas interdependencias cada vez más fuertes, y viceversa: interdependencias más fuertes sustentaban pautas del

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manejo de las emociones más estrictas y diferenciadas. Elias (1994) describe con detalle cómo este proceso se ace­leró en la Edad Media tardía. Los cambios de tipo diverso se reforzaban mutuamente. En primer lugar estuvo la monopolización gradual de las dos fuentes de poder, la tributación y la violencia militar en algunos territorios de Europa. La pacificación interna de esos territorios y la concentración del poder político, financiero y militar en­gendraron la sociedad cortesana. El éxito social estaba ca­da vez más asociado con una carrera en la corte. Esto por su parte promovió la moderación de los afectos, el decre­cimiento de los contrastes, una mayor variedad y elegancia y el despliegue del arte del enmascaramiento y de la ma­nipulación sutil. Gracián (1646), un sacerdote que fre­cuentaba las élites cortesanas de su época, aporta un ejemplo típico de los estándares de comportamiento y de las habilidades emocionales que tenían que presentar las personas para poder consolidar y mejorar su posidón. Gracián codificó meticulosamente la conducta aguardada en dichos círculos.

ía La mejor forma de poder es el control de sus emociones,

que nos libera de impulsos básicos;

ía Mantenga a la gente en equilibrio y suspenso. Que uno

muestre sus manos no es tan elegante ni sirve de nada;

ís. Encuentre el lado débil de la gente; esto tiene que ver

con sus motivaciones primarias, que no siempre son las

más elevadas porque, después de todo, en el mundo hay

más sinvergüenzas que gente decente;

ís. Ofrezca ayuda —limitada— con frecuencia;

ís. Emprenda usted mismo las acciones que suscitan simpa­

tía, deje a otros el trabajo sucio; y

ía La mejor táctica es la de esconder todo lo que pueda pa­

recer táctica.

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El desarrollo de esta conducta táctica bastante sofisti­cada está estrechamente relacionado con la monopoliza­ción de las fuentes de poder en manos de poderosos go­bernantes. Las élites alrededor de tales soberanos desarro­llaron esta conducta más pulida como una especie de medida preventiva. La dependencia y los forcejeos y em­pujes en busca de favores, el temor de caer en desgracia y la rivalidad mutua moldeó este compon amiento en los distintos niveles de la pirámide de poder. El estar perma­nentemente pendiente del poder, aunque fuera de modo disimulado a través de un porte elegante y agradable, es el denominador común. Lo cuenta La Bruyére en su retrato del comportamiento típico en la corte de Luis XIV:

Un hombre que conoce la corte es maestro de sus ges­tos, de sus ojos y expresiones; es profundo e impenetra­ble. Disimula las maldades que comete, ríe a sus enemi­gos, reprime su mal genio, disfraza sus pasiones, niega su corazón, actúa contrariamente a sus sentimientos. (La Bruyére, 1922:211)

Se puede decir que este tipo de comportamiento y de manejo de las emociones es característico de las socieda­des cortesanas (Elias, 1969) tal como se establecieron en distintos períodos de la historia humana, en muchas par­tes del mundo. Lo descrito se parece, por ejemplo, a la conducta en las cortes de los imperios bizantino y chino.

En Europa Occidental este tipo de manejo de las emo­ciones se fundió con una gama de prácticas y pautas emo­cionales distintas. La diferencia puede ser explicada a tra­vés de la estructura única de interdependencias que surgió en Occidente. Los trabajos de Elias (1994), McNeill (1991) y Powelson (1994) me llevan al siguiente resumen de estas pautas distintivas:

1. Ninguna élite gobernante logró el dominio sobre to­da Europa. Por ejemplo, en el temprano siglo XV el em­perador chino pudo ordenar al almirante que regresara de

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las expediciones de exploración que estaba realizando en las costas orientales de África (en este tiempo China lleva­ba una gran ventaja sobre Europa en el terreno de la na­vegación y exploración; su tecnología, sus medios de co­municación, su industria y comercio también presentaban un nivel superior). Ningún gobernante europeo hubiera podido parar las expediciones desde Europa. Ningún rey o emperador en Europa tenía el poder absoluto d d empe­rador chino. Al contrario, el rasgo característico consiste en élites cortesanas y Estados que están compitiendo entre ellos. Esta rivalidad tuvo un efecto activador y estimuló el arte de la negociación. La competencia mutua no podía resolverse mediante la violencia, aunque se intentara hacerlo permanentemente. Las alianzas estables basadas sobre cierta igualdad mostraron ser una fuente de poder muy fuerte. Con las crecientes interdependencias entre los Estados, la constante negociación se mostró corno el vehículo premi-nente de lazos más estables entre éstos. Felice y Calliéres ven en la negociación una capacidad transnacional, desa­rrollada específicamente para las relaciones entre Estados.

2. La monopolización del poder en manos de una élite dentro de los Estados europeos queda atrás, en compara­ción con Bizancio o China, por ejemplo.2 El poder políti-

Elias (1994) describe la monopolización de la violencia y de la laxa­ción como un impulso mayor hacia la pacificación de amplios terri­torios y como condición para el comercio y el desarrollo económi­co. Powelson (1994) enfatiza la importancia de la difusión del poder entre los grupos sociales. Siguiendo su investigación y el trabajo de McNeill, se podría decir que la monopolización tiende a autoanular-se ¡en relación con el proceso civilizador! Si una élite se vuelve tan poderosa que no experimenta dependencia de ningún otro grupo, ella sí se inclina a sofocar el ascenso de cualquier otro grupo. El há­bito de comando y obediencia que acompaña a este tipo de figura­ción no genera las habilidades necesarias para contraer compromi­sos y realizar negociaciones. Las figuraciones que emergieron en Occidente eran una mezcla de monopolización y centros de poder

(continúa en la página siguiente.)

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co, militar, religioso y económico, en general, estaban re­lacionados con distintas élites: estos poderes no llegaron al grado de concentración que alcanzaron en la mayoría de las sociedades no europeas. Además, la competencia interna entre élites proporcionaba alguna ventaja a los grupos más débiles como campesinos, artesanos, financis­tas, mercaderes y pequeños comerciantes. A través de un eterno proceso de negociaciones verticales, ellos iban me­jorando su capacidad de promover u obstaculizar los obje­tivos de los grupos de rango alto. Corno la nobleza, los re­yes o la Iglesia competían entre ellos, grupos de campesi­nos o artesanos, por ejemplo, se podían aliar con cada uno de estos bandos, para demandar algunos privilegios o libertades en el caso de que su bando venciera.

3. La naturaleza relativamente inestable de la sociedad medieval representa una tercera distinción europea. Los estándares y códigos de comportamiento todavía no ha­bían sido tan internalizados corno para que hubieran po­dido bloquear unos cambios. La heterogeneidad de las éli­tes junto con cierta persistencia de unas tradiciones triba­les donde cada clan tiene su propio líder, representaban un contrapeso contra la tendencia hacia la formación de

múltiples. Sobra decir que el resultado no fue planeado por grupo alguno. Al contrario, los reyes y barones, sacerdotes y papas, maris­cales y generales, lodo grupo que llegara al poder siempre trataba de consolidarse en él. Tiranía, crueldad, opresión, aniquilamiento y fantasías ideológicas eran de uso corriente. Estas élites fueron me­nos exitosas que sus semejantes en casi cualquier otra parte del mundo. Así que, muy a pesar suyo, tuvieron que consentir en com­promisos para sobrevivir. El proceso en que aprendieron a negociar tomó siglos v fue anulado con frecuencia por el anhelo de una victo­ria total mediante la violencia y el engaño. Desde esta perspectiva el arte de la negociación se presenta como una ¡muy extraña aberra­ción!

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jerarquías rígidas de comando y control, comunes a los imperios y Estados durante toda la historia.

Las interdependencias distintas explican el desarrollo económico de Occidente desde la Edad Media en adelan­te. Éste también está relacionado con el desarrollo de la negociación. El rasgo dominante es la existencia continua de múltiples centros de poder en competencia, en los Es­tados tanto como entre ellos. Estos diversos centros de poder en competencia eran una peculiaridad no sólo de las relaciones políticas, sino también de las relaciones reli­giosas y económicas. Simultáneamente se desarrollaron los innumerables intentos por lograr un sobrepeso con medios vio­lentos y los también eternos procesos de aprendizaje de la nego­ciación y del compromiso. La continua competencia entre es­tas figuraciones estimulaba el desarrollo de las habilidades de negociación en favor de la regulación de la inestabili­dad inherente a este tipo de entramados: paso por paso la negociación sustituyó las continuas luchas de eliminación. El desarrollo de gobiernos parlamentarios y democráticos fue un paso definitivo hacia la regulación más estable de los conflictos. La negociación se volvió una habilidad más común para un número creciente de ciudadanos.

Los tratados de Rosier, Calliéres y Felice pueden ser vistos como complemento de los códigos de los modales cortesanos, como el redactado por Gracián. Son comple­mentos porque comenzaron a renunciar a la arrogancia, la manipulación, la intriga, la malicia y la decepción. Los ti­pos relativamente blandos de confrontación que se com­binan con la negociación son incompatibles con la intriga, la decepción y la humillación. Para que haya confianza y estabilidad en las relaciones entre socios más o menos iguales debe haber un comportamiento distinto a las riva­lidades por el favor de poderosos gobernantes o el control sobre subordinados altamente dependientes. La sociedad mediante órdenes no favorece los estándares de comporta-

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miento y el tipo de manejo de las emociones cercanos a las habilidades de negociar.

Después de siglos de ensayo y error vemos cómo, poco a poco, los cambios se van haciendo más claros. La guerra endémica y la disputa civil se convirtieron en guerras y contiendas periódicas. Al lado de la violencia, la huida y la subyugación, se desarrollaron cada vez más los estándares del control emocional, el compromiso y la negociación.

Algunos autores burgueses también tomaron parte en este desarrollo, aunque de manera muy distinta. Su parti­cipación no era de tipo político racional, sino que apunta­ba al comercio. En Europa Occidental se ven aparecer manuales para comerciantes y manufactureros (Hoock y Jeannin, 1993; Meuvret, 1971). Estos libros contienen numerosas instrucciones en relación con la conducta ade­cuada y las formas deseables de interacción. Bien conoci­do es Le parfait Négodant de Jaques Savary. Fue publicado originalmente en 1675 y reimpreso 20 veces en los si­guientes 125 años. El trabajo además fue traducido al alemán y al holandés. Hay un capítulo separado sobre la conducta (Savary, 1675, parte primera, libro 3, capítulo 2) donde se encuentran numerosas instrucciones a propósito de un comportamiento fidedigno, la discusión razonable y la negociación constructiva.

Estos manuales expresan el orgullo profesional y la au-toconciencia crecientes del grupo siempre en expansión fie mercaderes, comerciantes, empresarios y demás gente de negocios. Por supuesto que estos grupos estuvieron presentes también en otras sociedades, pero nunca desa­rrollaron un poder y prestigio comparable. Al contrario, su iniciativa e incipiente poder por lo común eran perci­bidos como una traición a los gobernantes. Además, los gobernantes tuvieron capacidad de mantener un riguroso control sobre las acciones empresariales, utilizando me­dios como la estricta regulación, arbitrariedades, una pe­sada carga tributaria y una actitud humillante.

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Así, se percibe un cambio en el uso de la negociación. En un inicio el control político y el empleo de la violencia son los terrenos primarios; diplomacia y negociación son casi sinónimos. Lo son hasta tal punto que Felice tiene que señalar explícitamente que la negociación puede ser aplicada también a otras esferas de la vida. Tiene toda la razón; un siglo antes de que él hiciera esta afirmación su compatriota Savary ya usaba el término en sus escritos so­bre mercaderes. Según parece, el dinero y la iniciativa empresarial estaban ganando importancia como fuentes de poder. Con miras a nuevas negociaciones políticas, tan­to Calliéres como Felice se refieren a las relaciones co­merciales y la importancia de la riqueza. Powelson (1994: 69) resume estos desarrollos de la siguiente manera: A lo largo de los siglos el poder no sólo se volvió más difuso, sino que también cambió su naturaleza. Las bases del poder se traslada­ron de las instituciones militares y religiosas hacia las económi­cas y políticas.

Las habilidades de negociar perrnearon un número ca­da vez mayor de terrenos de la interacción humana. En nuestro tiempo los libros de negocios que se ocupan de asuntos de la negociación, se han vuelto bastante popula­res. Recientemente esta literatura se ha enriquecido con numerosos elementos sociopsicológicos. Cuando la vio­lencia o el dinero ya no son decisivos, la personalidad se va convirtiendo cada vez más en un medio para ganar ven­tajas. La gran atención en el desarrollo de relaciones per­sonales positivas que influye sobre el clima de negociación y el absoluto rechazo de la violencia y de amenazas mate­riales directas atestiguan este proceso. Mecanismos psico­lógicos como el control del comportamiento relacionado con el poder y el descontrol controlado de las emociones determinan cada vez más las reglas de la interacción. Esto sólo es posible cuando las interdependencias recíprocas se van haciendo más fuertes y las diferencias disminuyen.

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Descontrol controlado'

¿Qué tan apropiadas resultan las recomendaciones de Calliéres y Felice hoy día? ¡No muestre emociones, simule otras, manténgase frío y calculador! ¿Son reglas de com­portamiento sensatas? Los negociadores modernos no siempre están de acuerdo con este punto. Como ya se ha anotado, los cambios en los estándares siempre han sido disputados y controvertidos, en nuestro tiempo también. Algunos pueden estar conformes con esta línea de acción. Otros pueden haber desarrollado los hábitos del rostro im­penetrable y ninguna emoción en público. Otros se presentan a sí mismos corno personas emotivas y muy abiertas.

La fase más reciente en el desarrollo de la negociación y del manejo de las emociones concierne a la transición hada un autocontrol más diferenciado, que permite una mayor flexibilidad y un mayor juego para los impulsos emocionales (pero mesurado, canalizado); se toleran y ex­presan mayores niveles de tensión en la balanza entre au­tonomía e interdependencia. Este estilo se expresa en tác­ticas como las siguientes:

ía Presente sus demandas con consideración para los intere­

ses de otros;

ía Sea amable sin rendirse;

>a Diseñe soluciones creativas m a n t e n i e n d o sus intereses en

pie; y

ís. Sea asertivo sin forzar su camino.

El término descontrol controlado remite al trabajo de Wouters (1990). La de­creciente importancia de la violencia y el aumento de la importancia de la personalidad como fuente de poder son puntos centrales en otra contribu­ción de Wouters (1992). Ver también Hochschild (198.3) con su concepto del trabajo emocional y la discusión entre Hochschild y Wouters (1989) acerca de este concepto. Para darle al lector una idea este concepto mixto de nego­ciación por favor observe las figuras que aparecen en la página 184.

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Perfiles de negociaciones. Aquí se presentan algunos elementos: negociadores efectivos diferencian su conducta en 4 tipos: I. Reconocimiento de los intereses de uno mismo. 2. Influir sobre la balanza de poder. 3. Promover un clima cons-tructivo. 4. Conseguir flexibilidad.

Figura I. El estilo competitivo

PERFILES DE NEGOCIACIONES

Intereses

benévolo

Ptider reverente moderado

Ambiente jovial personal

Flexibilidad explorador

duro

miento de (laminar

hostil formal

repetitivo elusivo

Estas cuatro actividades y las correspon­dientes tácticas están descritas en otro lu­gar (Mastenbroek, 1989, 1991, 1992). Para volver operacional el modelo las tácticas fueron ubicadas en cuatro niveles que se pueden usar también como retroalimenta-ción para el negociador. Un negociador ingenuo todavía no ha aprendido a dife­renciar entre su conducta y sus emocio­nes. Sus actividades se encuentran más agrupadas. Por ejemplo, cuando él se pega a sus intereses pretende ganar ventaja y tiende a seguir todas las veces de nuevo por la misma trocha. Finalmente su intran­sigencia resulta más dura de lo estricta­mente necesario. Este estilo jalona la es­calada y promueve la lucha continua.

Figura 2. El estilo cooperador

PERFILES DE NEGOCIACIONES

Intereses benévolo

reverente moderado

jovial personal |

Flexibilidad

explorador"

Intento de dominar

hostil formal

repeliuvo elusivo

Representa una alternativa más en el desa­rrollo de un clima de confianza y credibili­dad. Esto se combina fácilmente con una conducta exploradora. El poder ya no es visto como un asunto central. De nuevo, el negociador más ingenuo tiende a cierto contogio; Él se inclina hacia una actitud más indulgente y colaboradora incluso en el campo de los intereses. Este estilo provoca una conducta más ex­ploradora. Por el otro lado es muy fácil consentir en unas condiciones y explicarse la conducta del otro como necesaria, da­dos los propósitos y las peticiones cons­tructivos propios.

Figura 3. El estilo mixto

PERFILES DF. NEGOCIACIONES

inienlo de dominar

hostil ronml

Flexibilídaftíl

explorador repetitivo elusivo

El negociador capaz de diferenciar entre los cuatro tipos de actividades enfoca su tenacidad sobre sus intereses principales. Él registra que un ambiente de irritación no refuerza su posición; jal contrario! Además, la continuidad de la negociación hace que sea de su propio interés mante­ner el tono positivo y desarrollar la con­fianza. También se da cuenta de que el apego a sus intereses y el arrinconar a los otros nada tienen que ver con una nego­ciación. El negociador en este caso sabe explorar diversas opciones y alternativas sin rendirse.

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La literatura reciente producida por practicantes y teó­ricos abunda en tales máximas (Fisher y Ury, 1981; Kre-menyuk, 1992). La firmeza se combina con la amabilidad, las posturas asertivas no impiden la flexibilidad. Necesita­rnos unas capacidades que nos habilitan para tolerar una mayor tensión entre autonomía e interdependencia, entre asuntos más bien privados e intereses comunes.

En el nivel racional estas tácticas se entienden fácil­mente. Su puesta en práctica frecuentemente muestra di­ficultades mayores, porque la capacidad emocional de en­frentar impulsos opuestos aún no está plenamente desa­rrollada. Pasaron siglos para que la gente llegara a ser capaz de llevar el mensaje de Rosier a la práctica. La transmisión y diseminación de estas habilidades también tomarán su tiempo; además estarán condicionadas por las relaciones mutuas de poder y dependencia, tal como los involucrados las experimentan. La perspectiva histórica enseña las dificultades que atravesamos en el proceso de flexibilización de nuestras reacciones y ayuda a clarificar el desarrollo emocional específico, necesario para llegar a practicar unas tácticas aparentemente muy sencillas. Me refiero a pautas en el manejo de las emociones que pue­den absorber una variedad de impulsos, en ocasiones opuestos, simultáneamente. Los hombres aprenden a ma­nejar emociones mixtas. Esto es posible porque han aprendido a distinguir entre sus sentimientos y acciones. La conceptualización de estas orientaciones mixtas resulta extremadamente difícil. En la teoría de la negociación conceptos del tipo o lo uno o lo otro son los más frecuentes: distribuir versas integrar, ganar o perder son algunos ejem­plos. Varios autores han desarrollado conceptos macro para captar la naturaleza mixta de la negociación (Lax y Sebenius, 1986; Mastenbroek, 1989, 1991). Pero en todo caso, estos conceptos siguen siendo superficiales mientras no incorporen el proceso emocional subyacente. En mi propio trabajo traté de conceptualizar ese carácter mixto,

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distinguiendo entre cuatro procesos, cada uno de los cua­les tiene que ver con un aspecto relacional diferente. La capacidad de distinguir entre estos procesos y de combi­narlos en pautas mixtas favorece la negociación efectiva.

C O N C L U S I O N E S

Distintas fases de control

Las restricciones y los controles firmemente establecidos se ven en una fase temprana del desarrollo de las habili­dades de negociación. Un comportamiento muy reprimi­do de negociación, casi ritualizado, tiene una determinada función. Minimiza el riesgo de impredecibles arranques emocionales. Previene ataques de cólera, amenazas o sig­nos de debilidad que más tarde se lamentarían. También funciona corno una expresión y confirmación de diferen­cias de estatus y poder. La estricta supresión de los afec­tos, la simulación de emociones, la lisonja y el ocultatnien-to de los intereses en un estadio posterior no resultan tan adecuados, acaso contraproducentes. Generan inflexibüi-dad y suscitan sospechas.

Cuando el control emocional se vuelve más bien la se­gunda naturaleza y las diferencias de poder van decre­ciendo, disminuye la necesidad de técnicas de negociación de tipo ritualizado, formal y repetitivo. Éstas ciertamente dificultan un trato más directo, flexible y constructivo que se adapta mejor a las interdependencias más estrechas de nuestro tiempo. En la actualidad los cambios necesarios ya no se pueden pensar en términos de unas restricciones cada vez más rigurosas y numerosas; el cambio incluye también el relajamiento y un descontrol controlado, las conductas se van haciendo más abiertas, directas, creativas y persuasivas. Pero no hay que olvidar que un trato más abierto y directo entre las personas es posible sólo bajo la

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Negociaciones y emociones

condición de que ya existan pautas más estables y diferen­ciadas del autocontrol que esperan unos de otros. Sólo en­tonces los negociadores se sienten seguros de la disciplina de los demás. Así, un estadio en el desarrollo de las habilida­des de negociación crea las condiciones para el siguiente. Con el paso siguiente en este desarrollo surge la certeza de que nadie se va a resentir con otras personas porque, estas tengan opiniones e intereses distintos. En esta fase las personas saben apreciar la franqueza y una conducta informal. Ya no lo experi­mentan corno una provocación o amenaza, especialmente cuando esa actitud más directa y relajada se combina con el reconocimiento abierto de intereses distintos y con la búsqueda flexible de un compromiso. El tipo de negocia­ción se convierte en medio de confianza entre las perso­nas sólo en la medida en que esté empotrado en estrechas interdependencias y cuando una moderación de los afec­tos se vuelva completamente habitual.'

Este desarrollo no presenta líneas iguales en todas partes. Hay diferen­cias culturales substanciales. Un factor importante en la explicación de estas diferencias en Europa es el estatus de los grupos ai istocí ático-militares en las sociedades europeas. El ascenso de estos grupos en la sociedad alemana en el siglo XIX, por ejemplo, promovió un código de comportamiento específico. Este era muy distinto del código de tipo burgués, de los competidores de clase media, que estuvo en ascenso has­ta la unificación de Alemania. Elias (1996) describe esta lucha de clase entre la aristocracia y la clase media cuyas líneas se pueden trazar hacia atrás hasta la Edad Media. La unificación de Alemania por vía militar re­forzó sustancialmente a las élites aristocrático-militares. Cumplieron con el sueño compartido por todos los estamentos de poner fin a la plurali­dad de los numerosos pequeños estados en disputa. Los esfuerzos pací­ficos de las clases medias fallaron. Esto fue en extremo significativo para el desarrollo del hábito de la clase media alemana. La asfixia de modelos urbanos de clase media de negociación y la persuasión mediante mode­los militares de comando y obediencia fue una importante consecuencia. La guerra con Francia resultó en un nuevo impulso para el poder y prestigio de unos estándares más cortesanos y militares. «La victoria de

(continúa en la página siguiente)

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Willem Mastenbroek

Aprender a negociar

Es posible expresar el más reciente estadio en el desarro­

llo de la negociación en forma de recomendaciones del ti­

po haga y no haga. Aquí algunos ejemplos:

s . Combine tenacidad con tacto;

». No confunda la representación de sí mismo con la domi­

nación o con la imposición de sus puntos de vista;

ís. Sea flexible y vigoroso;

ís. Separe los asuntos enjuego de la persona; y

•s. La exploración de opciones alternativas no tiene nada

que ver con la rendición.

Esas recomendaciones indican cómo hay que tratar de

modo más efectivo con afectos mixtos y con impulsos en

conflicto. Nos dan algo para proceder, pero ellas pueden

los ejércitos alemanes sobre Francia fue al mismo tiempo una victoria de la nobleza alemana sobre la clase media alemana.» (Elias, 1996: 14)

Así, una débil figuración multipolar de numerosos pequeños Estados se convierte en una acantilada pirámide monopólica. Los conflictos y las negociaciones entre las cortes se transforman en intrigas intracortesa-nos; modelos de comando y obediencia ponen el tono. La competencia de los modelos burgueses de discusión, debate y negociación pierden fuerza y, especialmente después de 1871, las clases medias alemanas también adoptan modelos de comportamiento de tipo más militar. Esto puede explicar algunas características del hábito alemán común: «Muy notable en la tradición alemana es el grado de adaptación a unas estra­tegias de comando y obediencia —bastante a menudo a través del uso di­recto o indirecto de la fuerza física— y, hasta hace poco como herencia del largo período de gobierno absoluto o casi-absoluto, el nivel relativa­mente bajo de sus aptitudes para el debate. En Alemania aún en la ac­tualidad se encuentra una cierta incomodidad con el tipo de control de los afectos relativamente complicado -que es el necesario para la solu­ción de conflictos por vía verbal- por un lado, y algún conformismo con unas estrategias más simples de comando y obediencia, por el otro». (Elias, 1996: 450)

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Negociaciones y emociones

ser efectivas sólo cuando son internalizadas, cuando se in­tegran a la psicología del negociador, cuando se vuelven segunda naturaleza. Me refiero a una actitud básica, una es­tructura interna de tal grado de sensibilidad, que permite la presencia simultánea de una serie de impulsos a veces opuestos. Como he descrito en el presente artículo, este estilo de manejo de las emociones no es algo dado a los hombres por la naturaleza. Se trata de un aspecto ignora­do con frecuencia por la moderna literatura sobre la ne­gociación y también en los cursos de enseñanza y entre­namiento corrientes. Es como si el aprendizaje de la nego­ciación consistiera simplemente en aprender las fórmulas de haga y no haga. Tal supuesto no está lejos de un com­pleto sinsentido; estos haga y no haga presuponen un esti­lo emocional específico. No se puede separar el aprendiza­je de la negociación de este tipo de manejo de las emo­ciones.

El manejo de las emociones como fuente de poder

Esto me lleva a una intrigante pregunta. El estilo más fle­xible, directo e informal, en comparación con una con­ducta más rígida y hostil, funciona como una fuente de poder. El proporciona una ventaja sobre anteriores modos más formales de negociación. Y ¿por qué la gente no de­biera usar este estilo si con él puede progresar? En este sen­tido, el flexible estilo mixto, que en definitiva no apunta prima­riamente a la dominación y el poder; puede convertirse en un instrumento para ganar ventaja. ¿No es una extraña paradoja? ¿Cómo reaccionamos frente a esto? Por ejemplo, cuando estamos enfrentados a diferencias culturales en el estilo de negociar; te­nemos que conocer los efectos potencialmente adversos de un fle­xible estilo mixto. Si esto se ignora, la gente puede percibirlo co­mo una conducta blanda y melosa y resentirse. Dado que no es­tán en condiciones de responder con una flexibilidad similar, pueden experimentar una sensación de torpeza e igno-

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rancia, de inferioridad incluso. Posiblemente para ellos se vuelva difícil creer en la sinceridad de la otra parte. Pue­den verlo como un esfuerzo por envolverles de manera truculenta en un juego definido por unos grupos estable­cidos y desventajosos para ellos.

El pasado es el presente

A veces la historia lleva la voz cantante en relación con el pasado. Sin embargo, las ideas discutidas en este artículo están estrechamente ligadas con la realidad actual. La ha­bilidad de negociar no es una habilidad humana estableci­da. Unas luchas, el terror permanente o la fuga represen­tan en muchas sociedades las respuestas corrientes a los conflictos. Hay muchas figuraciones que no facilitan el de­sarrollo de las habilidades de negociar. A menudo el paso de las sinsalidas y de la escalada de los conflictos hacia abiertas hostilidades ejerce su atracción. Negociaciones torpemente llevadas pueden producir la escalada. Europa Occidental y Estados Unidos son llamados no sólo por su poder económico y político a actuar corno arbitro y me­diador en situaciones de conflicto como las del Oriente Medio. Las habilidades en la solución de conflictos son un escaso recurso. Las habilidades de mediar y negociar aho­ra se diseminan a través de los representantes de estas cul­turas a nivel global. Quizás ellos experimentarían menos decepciones sobre los limitados efectos de sus acciones si se dieran cuenta de que sus esfuerzos están basados en una experiencia de varios siglos y un aún precario proceso de aprendizaje de aptitudes de negociación. Ellos tienen que luchar contra comportamientos alternativos corno la amenaza explícita, la intransigencia y la polarización ideo­lógica, que tienen (y en nuestras sociedades alguna vez tu­vieron y a veces tienen aún) una mayor capacidad de atracción emocional. La negociación es todavía una apti­tud precaria.

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Sobre la sociogénesis de una

tercera naturaleza en la

civilización de las emociones

Cas Wouters

I N T R O D U C C I Ó N : C O N D U C T A S FRENTE A LOS

EXTRAÑOS

A finales de 1995, las autoridades en Vietnarn emprendie­ron una campaña nacional en contra de lo que fueron de­nominadas las influencias foráneas negativas. El imperialismo cultural americano, en particular, fue considerado corno una seria amenaza a la moral tradicional. En los años veinte y treinta muchas autoridades europeas solían expresarse en términos similares. Un comité del gobierno alemán, por ejemplo, alertaba sobre la americanización desmoraliza­dora en Europa. Esta amenaza provenía del sur de los EE.UU.: bajo la influencia de «los Negros y la música po­pular negra, podrían llegar a dominar, también en nuestro país, los sentimientos más primitivos».

En un país con una masa disgregada como en los EE.UU., los vínculos deben recurrir a la esfera de los ins­tintos, y esto determina la esencia de su cultura. Que los Negros establezcan el ritmo y el carácter en la danza y la música no es una coincidencia, pues en lo que concierne a su vida instintiva, tienen una máxima fuerza vital a su

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Sobre la sociogénesis...

disposición... [esta música] conduce fácilmente al bochor­no haciendo la vida fácil a aquellos cuyas costumbres les impiden desarrollar una concepción más profunda de la existencia. (Rapport 1931: 12)

Mientras que las autoridades en el siglo XX — recientemente en Vietnarn, antes en Holanda— vieron como una amenaza la vida, instintiva, muchos otros tuvie­ron una opinión contraria y la vieron corno algo vital y atractivo. En los años veinte y treinta, en Holanda por ejemplo, los negros eran contratados como músicos por su pasión natural por el ritmo, es decir, en tanto negros. Afi­ches anunciando el Dúo Negó o la Orquesta Negra, nom­bres de bandas de jazz como Los Diablos Negros y cafés de jazz como el Palacio Negro Mefistófeles, atraían a muchas personas. Precisamente por esta razón las autoridades te­mían un virus social que estaba amenazando a «nuestras jóvenes y nuestra moral». En 1936, un inspector en jefe en Amsterdam escribió en un reporte:

En particular, la actuación del líder de la banda hacía pensar a la audiencia que se trataba de un zoológico. Mientras que uno puede llegar a disfrutar las travesuras de los monos en el zoológico, aquel paraíso de animales, es desagradable verlos actuando en el Negro Kit Cat Club. Los extranjeros de color son un peligro para nuestras jó­venes blancas. Algunas han sido degradadas sexualmcnte por tales personas y nacen niños en unas relaciones que deben mantenerse a expensas de su pobre ley (Citado por Openneer 1995: 27).

Durante la guerra (a inicios de 1942), su sucesor escri­bió:

Juzgo que la presentación de estos músicos suriname-ses en lugares públicos constituye un gran peligro moral para las jóvenes de Holanda. En la actualidad está sufi­cientemente comprobado que estos surinameses son una

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influencia fatal para las jóvenes quienes, por un lado, son atraídas por su piel negra y, por otro, son arrastradas por su música bárbara. En acuerdo con el Alcalde de Amster­dam, he citado a los propietarios de los siguientes estable­cimientos para que despidan a sus músicos surinameses (citado en Openneer: 1995: 33).

El sociólogo alemán Hans-Peter Waldhoff abre su libro Fremde und Zivilisierung (Extraños y civilización, 1995) con un ejemplo similar de cómo la gente se relaciona con los ex­traños, discutiendo especialmente la relación entre los ale­manes y los gitanos. Como los negros en Holanda, los gita­nos en la Alemania nazi ejercían, por un lado, una cierta atracción pues representaban la libertad (o la independen­cia) con su naturalidad animal o instintiva (a flor de piel), y por las mismas razones generaban alarma entre las autori­dades (a las funciones que representaban las autoridades en la formación psíquica de los individuos). Oberarzt Robert Ritter, líder del rassenhygienische und volkerhiologische Forschungsstelle der Reichsgesundhdtsamtes (Oficina de Investi­gaciones del Ministerio de Salud del Reich para la higiene racial y la biología de los pueblos) solicitó, en sus palabras, «una eliminación de los primitivos, quienes están determi­nados por su predisposición» precisamente porque, según añadía, «estas criaturas todavía viven en completa depen­dencia de su naturaleza y destino [...] guiados por sus instin­tos heredados originalmente». Hans-Peter Waldhoff se la­menta: «Así es como se puede llegar a la rornantización y exterminación de un grupo». (Waldhoff 1995: 73)

Todos estos ejemplos ilustran la importante tesis de Waldhoff según la cual los patrones para relacionarse con extraños (producidos en procesos sociales) reflejan patrones (producidos en procesos psíquicos) para relacionarse con lo propio que nos es extraño, es decir, con la parte de uno mismo que se convierte en algo inconsciente y que es defen­dida desde la conciencia por temores interiores como la

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Sobre la sociogénesis...

vergüenza, por los contraimpulsos de la conciencia.1 Los alemanes en su relación con los turcos están confrontados con su capacidad para soportar y explorar continuamente sus propios sentimientos hacia lo extraño —esos deseos y miedos que en procesos de represión, negación y otras formas de defensa se han convertido en algo extraño para el yo. Esta capacidad se toma corno un criterio importante sobre el tipo y el nivel de civilización. De hecho, en muchos casos esta combinación de atracción y repugnancia revela en las personas la falta de confianza y el miedo a perder el propio control si admiten, incluso para sí mismas, ser ten­tadas por lo que es percibido como comportamiento peligroso: tienen miedo de mostrar el lobo o el tonto que hay en ellos mismos, le tienen miedo a la ocasión eme hace al ladrón. De hecho, las manifestaciones de superioridad al controlar es­tas tentaciones demuestra cuan pequeña y rudimentaria es la diferencia del control emocional (Wouters 1992; 242). Antes de discutir estas conexiones en detalle, parece nece­sario hacer una pequeña excursión a través de algunos pro­cesos sociales y psíquicos relevantes.

Waldhoff presenta este aspecto de los alemanes centrándose en las relaciones con los turcos. Muestra empíricamente cómo las corrien­tes migratorias internacionales no afectan solamente las relaciones sociales en las sociedades occidentales más complejas sino también las relaciones entre los Estados más fuertes económicamente y los más débiles, a lo cual se ha referido Wallerstein como El sistema mundial moderno, y además, las estructuras intrapsíquicas de las per­sonas comprometidas. En su tesis, los patrones para relacionarse con extraños reflejan los patrones de relacionarse con los propio que nos es extraño. La tesis ha sido tomada en su mayoría del etnopsi-coanálisis, de personas como George Devereux (1967) y Mario Erdheim (1988). Teóricamente, Waldhoff apunta a integrar la teoría del proceso de la civilización de Norbert Elias, al etnopsicoanálisis y la teoría crítica sobre la personalidad autoritaria de miembros de la Escuela de Frankfurt como Adorno y Horkheimer.

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¿QUÉ SUCEDE CON LAS EMOCIONES PELIGROSAS?

En la formación psíquica de los individuos, las emociones y los impulsos peligrosos —particularmente aquellos que pueden conducir a atacar y desembocar en violencia física o sexual— están conectados estrechamente con los senti­mientos de superioridad e inferioridad, y también con sentimientos de vergüenza. Sobre estas interconexiones Norbert Elias sugiere que la vergüenza se describe corno:

Una forma de disgusto y de miedo que se produce y se manifiesta cuando el individuo que teme la supeditación no puede defenderse de este peligro mediante un ataque físico directo u otra forma de agresión. Esta indefensión frente a la superioridad de los otros... se produce por el hecho de que los seres humanos cuya superioridad se te­me, se relacionan con el supeiyo de la persona indefensa y atemorizada, con el aparato de autocoacción modelado en el individuo gracias a la acción de aquellos de quienes él dependía y que ejercían sobre él cierto grado de poder y de superioridad... es un conflicto en su personalidad; es un conflicto en el que el propio individuo se reconoce como inferior. El individuo teme perder el aprecio o la consideración de otros cuyo aprecio y consideración le importa o le ha importado (Elias 1987: 499-500).

Aparentemente, ambas posibilidades, de ataque físico y de formación de la conciencia —comprendidas en térmi­nos de inferioridad y superioridad—, obedecen a la red de interdependencias. Desde la perspectiva de largo plazo, ambos impulsos —hacia el ataque físico y al temor de ese ataque por otros— han sido reemplazados ampliamente por temores sociales de vergüenza y repugnancia o turba­ción: esto es un proceso de civilización en sociedades cada vez más interdependientes y pacificadas internamente (Elias 1994). En estos procesos, no sólo las transgresiones como las explosiones de violencia física —y sexual— sino

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también otras formas de infligir humillación, han sido vis­tas cada vez más como manifestaciones intolerables de arrogancia o engrandecimiento propio, y por lo tanto han sido sancionadas con una vergüenza individual más fuerte y un repudio colectivo e indignación moral. Puesto que estas emociones e impulsos peligrosos provocaban tales sanciones de vergüenza, tienden a ser abolidos, reprendi­dos y negados. Idealmente, de acuerdo con el código de comportamiento y las emociones que se desarrollan, estos impulsos no deben aparecer en la escena social o en la mente individual. Igualmente, admitir públicamente el de­seo de experimentar emociones e impulsos peligrosos pro­vocaría vergüenza y ansiedad. Todo lo que es definido como peligroso o inaceptable es destruido al nacer, particu­larmente en los niños, de acuerdo con la convicción de que todas las personas podrían caer en la tentación, casi au­tomáticamente, si las emociones e impulsos inaceptables fueran permitidos en la conciencia. Esta vieja convicción expresa un temor que es típico del proceso de formaliza­ción de largo plazo, caracterizado en parte por las relacio­nes autoritarias y los controles sociales como también por una conciencia autoritaria. La tendencia de largo plazo de la formalización probablemente alcanzó su pico en la épo­ca victoriana. Junto con los gestos afectados, metáforas que indican una forma de autocontrol ritualizado que está fuertemente basado sobre una conciencia autoritaria del superego, funcionando de manera más o menos automá­tica como una segunda naturaleza. En el siglo XX el proce­so de inforrnalización ha llegado a ser dominante. Sin em­bargo, solamente en la segunda mitad del siglo, el modo predominante del manejo de las emociones aparentemen­te alcanza una fuerza y forma que le permite a la mayoría de las personas admitir para ellos mismos y para los otros, experimentar estas emociones peligrosas e impulsos violen­tos o sexuales sin provocar vergüenza, particularmente la vergüenza y el temor de perder el control y de dejarse lle-

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var. Por ejemplo, mientras que anteriormente había sido considerado peligroso desear la mujer del prójimo, hoy en día, desearla ni es percibido como peligroso, ni se experi­menta este anhelo —percibido como tal— si se respeta el principio de consentimiento mutuo. Tal tipo de autocon­trol puede llegar a ser dominante solamente en socieda­des con un relativo alto grado de interdependencia; sola­mente en tales sociedades el nivel de confianza mutua o de autocoerciones que mutuamente se esperan, crecen en tal grado que los riesgos de que estas emociones peligrosas los agobien están suficientemente controlados. La dismi­nución en las desigualdades de poder y la integración de los primeros grupos marginados en los Estados de Bienes­tar (Swaan 1989) han sido las condiciones necesarias para que se extienda el principio del mutuo consentimiento y para permitir este crecimiento en el nivel de la mutua confianza. En otras palabras, las integraciones más amplias de las clases bajas en la estructura social han permitido, y exigido tempranamente, integraciones más amplias de emociones o impulsos más bajos o animales dentro de las estructuras de la personalidad. Esta es una característica del proceso de inforrnalización (Wouters 1986). Solamen­te en esta fase del proceso de la civilización de las emo­ciones los intentos de relajar las coerciones mantienen la posibilidad de llegar a ser exitosos. De no ser así, el descon­trol de los controles emocionales sobre todo en relación con el hecho de provocar o desafiar emociones violentas, sería considerado corno insuficiente y también peligroso. Hasta los años cincuenta y sesenta, las emociones en general eran vistas corno una fuente de transgresión y de mal comportamiento. Desde entonces, los procesos de inte­gración y emancipación en varios países occidentales han alcanzado, aparentemente, un nivel que les permite a las emociones ganar aceptación como guías importantes para el comportamiento y el conocimiento (cf. Wouters 1992).

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Esta percepción de las tendencias a largo plazo de la formalización e inforrnalización como fases de los proce­sos de civilización, ayuda a esclarecer una característica común entre las autoridades alemanas durante el periodo comprendido entre las guerras y las autoridades vietnami­tas en los años noventa; ambas se percataron de una ame­naza a la moral tradicional tanto en el estilo de vida de las personas cpre pertenecían a las clases subordinadas, como también en el estilo de vida de las personas que pertene­cían a los Estados más poderosos (una americanización des­moralizadora). Ambas tomaron medidas disciplinarias para proteger a la población de una extranjerizadon en detri­mento de la tradición y de terminar siendo una unión de traidores del lado de los extraños. A este respecto, dichas autoridades estaban en una fase similar; lo propio que consideraban extraño era defendido por sus miedos y su débil conciencia de autoridad, lo cual se reflejó no sola­mente en el estilo de vida que parecía menos confinado a una jaula de hierro, sino también en un estilo de vida más informalizado con un autocontrol más flexible y un ego dominado. Usualmente, la amenaza más reciente se con-ceptualiza en términos de moral y se estigmatiza como de­cadencia. El ejemplo de las autoridades vietnamitas que en 1995 trataron de defender la moral tradicional muestra que, en el proceso de inforrnalización en el siglo XX, este tipo de defensa de segunda naturaleza, se ha expandido en Occidente a un nivel global, en contra de los peligros y problemas de una forma más reflexiva y flexible de la au­torregulación. Considerando que en los siglos precedentes las amenazas, la vitalidad o lo atractivo de la vida instintiva o de la grosera espontaneidad fue percibida e identificada únicamente en las clases más bajas y los marginados, como los negros y los gitanos, en el siglo XX ambas —esta amenaza y esta atracción— son también percibidas e identificadas globalmente en los grupos de extraños establecidos.

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LOS EXTRAÑOS Y LO EXTRAÑO EN ALGUNAS FASES

DE LA CIVILIZACIÓN DE LAS EMOCIONES

En su exposición sobre las conexiones entre la civilización de las emociones y las reacciones al experimentar lo extra­ño, Waldhoff se inclina a distinguir entre la formalización o fase disciplinaria, corno el prefiere denominarla, y una fase de inforrnalización en el proceso de civilización. En la fase disciplinaria, las coacciones sociales ejercen una pre­sión creciente a rechazar todo lo que parece salvaje, vio­lento, sucio, indecente o lascivo, para ejercer un mejor control o tener la fuerza suficiente contra estos impulsos y estímulos. En esta fase, la austera e inexorable represión de los estímulos y los afectos puede lograrse —tal corno parece— enfatizándolos de manera consciente tanto so­cialmente como individualmente, evitando toda reminis­cencia de ellos con un rigor similar a aquel que se reque­ría en los procesos originales de represión. Este proceso, en el que todas las formas de emociones y de comporta­mientos están dispuestas fuera de las escenas de la vida social, tiene una contraparte sociopsíquica en la produc­ción social de inconsciencia (y de los sentimientos del ho­mo clausus, como Elias los llamó). Al represar y sumergir estos estímulos e impulsos y emociones en el inconsciente se genera un desvio emocional. «Así —Waldhoff escribe— lo extraño y lo inconsciente han llegado a parecer como par­te del mismo jeroglífico incomprensible de una naturaleza intangible» (1995: 82). Esto se ajusta a una rígida forma de relacionarse con los extraños y con los propios sentimien­tos de extrañeza, lo que es característico de la fase de formalización a largo plazo en el proceso de civilización. Particularmente en esta fase, hay una fuerte tendencia a descargar los problemas inherentes al proceso proyectán­dolos en lo extraño, en un grupo social más débil, que por lo demás puede funcionar corno un indicador de la propia debilidad. A la larga esto explica por qué las líneas sociales divisorias que mantienen acorralados a las clases más débi­les y a otros extraños, son usualmente tan rígidas como las

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líneas psíquicas divisorias que mantienen acorraladas la propia debilidad y lo propio que no es extraño. En los momentos más extremos de la fase disciplinaria, los im­pulsos primarios y las emociones pueden llegar a ser ne­gados y colocados por fuera de la propia personalidad, con tal rigor, que los miembros de las clases más débiles pueden ser considerados incluso menos que humanos (cf. Elias and Scotson 1994a: xxvii). Todas las formas de humi­llación y aniquilación han ocurrido sobre la base de tal orientación: una ansiedad que domina y tur modelo de manejo de las emociones. Es posible sumar ejemplos a los ya mencionados al inicio de este ensayo: dejar a los negros sin medios de supervivencia en un caso y matar a los gita­nos en el otro. En la Europa del siglo XIX, por ejemplo, era indudable para la burguesía, incluyendo a la pequeña burguesía, que las clases inferiores debían ser evitadas tan­to corno fuera posible, no solamente por la gran suciedad considerada como tosca, ruda, mugrienta y hedionda. En este sentido, los temores sociales y psíquicos —por la pér­dida de estatus y la pérdida del autocontrol, respectiva­mente— fueron moldeados en términos físicos y transfor­mados en repulsión física.' Así, las clases más bajas fueron socialmente excluidas como extraños, al igual que los sen­timientos extraños (es decir, todo lo que no es mío) fueron excluidos de la conciencia.

Esta defensa psíquica también tiene que ver con la ne­cesidad de tener que vivir junto con extraños en una ex­traordinaria interdependencia y, como tal, también expre­sa resistencia a la expansión y diferenciación de las cade-

«...el secreto real de las distinciones de clase en Occidente [...] se resume en estas espantosas palabras [.,.) el olor de las clases más ba­jas. Y aquí, obviamente, se está ante una barrera impenetrable. No experimentar disgustos o simpatías es realmente fundamental como un sentimiento psíquico. Odio entre razas, religiones, diferencias de educación, de temperamento, de intelecto, incluso diferencias de código moral, pueden olvidarse; pero la repulsión psíquica no» (Orwell 1937: 112).

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ñas de interdependencia, pues estos cambios coinciden con la pérdida de privilegios como también con la intensi­ficación de la competencia, las presiones sociales y el es­trés individual. Por estas razones, Waldhoff observa que, «de todas las personas, los extraños son los más apropia­dos para funcionar como substitutos de lo sucio, de nues­tros propios afectos e instintos que experimentamos como sucios, de las imágenes reprimidas, de los sentimientos de inferioridad de los que necesitamos protegernos» (1995: 270/1) . Por lo tanto, en esta fase disciplinaria en el proce­so de la civilización se mantiene candente el sentimiento de los grupos establecidos de estar amenazados por los ex­traños y por otros marginados. Mientras los grupos de marginados mantengan un estilo de vida más disoluto, se­rán considerados como una amenaza para la autocoacción que funciona más o menos automáticamente, para el superego de los establecidos. Además, tanto más impecable se convierte el estilo de vida de los marginados, más ame­naza el propio ideal y la autoimagen de los establecidos.

Cuando las líneas divisorias de lo social y lo psíquico están abiertas y los grupos sociales así como las funciones psíquicas están siendo integradas en las redes de interde­pendencia en expansión, se abre paso la fase de inforrnali­zación en el proceso de la civilización. Esta fase se caracte­riza por la emancipación de las emociones y los impulsos que hasta ahora habían sido reprimidos, dando como re­sultado una autorregulación más reflexiva y civilizada. La defensa menos inflexible y militarista también está incor­porada en las personas como estándares extraños de auto­rregulación. Algunas personas, antes excluidas, vienen a ser reorganizadas de nuevo como seres humanos; de igual forma, algunos impulsos y emociones a los cuales se les había negado su carácter humano, vuelven a ser reconoci­dos como tales —esto es una desjerarquización social al igual que psíquica, abierta y niveladora—. En otras pala­bras, la emancipación e integración social requieren una

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emancipación e integración psíquica, así como una mayor autorregulación dominada firmemente por el ego. Esta forma de autorregulación implica que empujes, impulsos y emociones, incluso aquellos que puedan provocar vio­lencia física o sexual, han llegado a ser más accesibles, mientras que su control está mucho menos basado en una conciencia autoritaria, y funciona más o menos automáti­camente como una segunda naturaleza. Así como la con­ducta y las relaciones entre los grupos sociales llegan a ser menos rígidas y jerárquicas, lo mismo sucede en las rela­ciones entre las funciones psíquicas, y al mismo tiempo surge un espectro más diferenciado de alternativas y co­nexiones más fluidas y flexibles entre grupos sociales y funciones psíquicas. Esto es algo típico del proceso de in­forrnalización. En su curso, parafraseando y contradicien­do a Elias, lo consciente se convierte en algo más perrneado por los impulsos, y los impulsos se convierten en algo más perrneado por la conciencia. En las sociedades informaliza-das los impulsos elementales tienen nuevamente un acce­so más fácil a las reflexiones de las personas.'

En el m o m e n t o de escribir su libro sobre El proceso de la civiliza­ción, Norber t Elias n o percibió las características de la inforrnaliza­ción lo cual lleva a atribuir características de la fase de inforrnaliza­ción de largo plazo al proceso de la civilización:

«Lo determinante de cada ser humano no es ni el ello, ni el yo o el superyo, sino la relación entre estas funciones de autoorienta-ción psíquica que parcialmente son antagónicas y parcialmente complementarias. Sin embargo, estas relaciones de cada indivi­duo concreto, es decir, la configuración de su orientación impul­siva, y la de la orientación del yo y del supeiyo, se modifican en su conjunto en el curso del proceso civilizatorio en correspon­dencia con una transformación específica de las relaciones entre los seres humanos, de las relaciones humanas. A lo largo de este proceso, para decirlo en pocas palabras, la conciencia se hace menos permeable a los instintos y los instintos menos permea­bles a la conciencia. Son estas relaciones dentro del hombre, en-

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UNA DIFERENCIACIÓN EN LA TEORÍA DEL

PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN

Waldhoff ha presentado una diferenciación dentro de la teoría del proceso de civilización que ayuda a entender los procesos de inforrnalización en el siglo XX. Es una dife­renciación que tiene en cuenta el concepto Selbszwang (o autocoacción) de Elias. Waldhoff sostiene que Elias se centra principalmente en las ansiedades automáticas interio­res, y así en la mayoría de los casos se refiere a las coaccio­nes del superego cuando escribe sobre las autocoacciones. Además, Waldhoff sugiere distinguir entre dos tipos de personalidad dominadas por el superego e, igualmente, entre una personalidad autoritaria dominada por el supe­rego; se refiere al tipo de personalidad que ha sido descri­to con frecuencia por Elias como un homo clausus o un mir­lases Ich (un ego carente del nosotros) dominado por un nuevo supergo carente del nosotros. Como el tipo autoritario no es consciente de lo propio que es extraño puede ser proyectado sobre los extraños. En contraste, el tipo homo clausus no se permite a sí mismo esta solución simple. Si bien es ya guiado más fuerte por el ego que el tipo autori­tario, este tipo de personalidad sufre especialmente de

tre los controles y los afectos controlados y los agentes construi­dos de control, las que son transformadas por la estructura en el curso del proceso de la civilización, de acuerdo con el cambio de la estructura de las relaciones entre los seres humanos individua­les, al interior de la sociedad. En el curso de este proceso, la con­ciencia se convierte en algo menos perrneado por los controles, y los controles llegan a ser menos permeables por la conciencia. En las sociedades más simples los impulsos elementales, transfor­mados sin embargo, son más accesibles a las reflexiones de los hombres. En el curso del proceso de la civilización la compartí-mentación de estas funciones de propia conducta, aunque no de una manera absoluta, se convierten en algo más pronunciado» (Elias 1994 [1939]: 487, versión en español 1989; 495).

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egodebilidad al integrar funciones psíquicas antagónicas. Por consiguiente, Wadlhoff distingue cinco tipos de auto­rregulación dominante o manejo de las emociones (que denomina tipos ideales): 1. Personalidad dominada por empujes e impulsos; 2. Personalidad dominada por coac­ciones que provienen de otros (Fremdzwang); 3. Personali­dad dominada por una conciencia autoritaria o superego: una personalidad autoritaria con una fuerte inclinación o compulsión hacia la reducción, repetición, imitación, lim­pieza, ley y orden; y 4. Personalidad dominada por un no­sotros superego, el tipo homo clausus que trata desespera­damente de forzar una infracción en los muros de su vida emocional. Este intento señala un impulso hacia la infor­rnalización, y corno la fase de inforrnalización del proceso de la civilización gana impulso inercial y con ello más y más gente llega a ser 5. egodominada, desarrollando un ti­po de autorregulación que no es simplemente un control de los afectos más fuerte o amplio, sino un patrón dife­rente de control, un patrón que implica más flexibilidad, más individualidad maleable y un acceso más fácil a las emociones. Sobre la base de estas diferencias en la auto­rregulación, Waldhoff también hace una diferenciación en lo que Elias conceptualiza como el balance entre la coac­ción por otros (Fremdzwang) y la autocoacción (Selbstziuang) y conecta esta diferenciación con las dos fa­ses en el proceso de la civilización: en la fase disciplinaria o formalización la tensión central está entre las coacciones externas y las coacciones del superego (cambiando el Fremdzwang-Uberich balance dirigido hacia una personali­dad autoritaria superego dirigida), mientras que en la fase de inforrnalización prevalece la tensión en el balance entre el superego y el ego (cambiando el balance superego-ego). Al considerar la mayoría de los países occidentales, lo an­terior significa hasta el final del siglo XIX, un tipo de per­sonalidad autoritaria dominada por el superego que esta­ba en gestación y se estaba convirtiendo en dominante. La

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principal tensión en el balance estaba entre las coacciones externas y las represiones del superego. En el siglo XX du­rante el proceso de inforrnalización, más y más gente ha desarrollado un tipo de autorregulación que está más do­minada por el ego. En esta fase predomina el balance su-perego-ego; en este momento las emancipaciones globales y la integración de los grupos sociales más bajos en la socie­dad (occidental) permite y a la vez exige, la emancipación e integración de los impulsos y emociones más bajos de la personalidad (Wouters 1995a; 1995b).

DE LA SEGUNDA NATURALEZA A LA TERCERA NATURALEZA

Así como disminuyó la aceptación ciega —más o menos automática— a las disposiciones de las autoridades, el res­peto y el autorrespeto de todos los ciudadanos ha llegado a ser menos dependiente en forma directa de los contro­les sociales y más directamente dependiente de sus habili­dades de reflexión y cálculo y, por consiguiente, de un pa­trón particular de autocontrol en el cual también ha dis­minuido la ciega aceptación de los mandatos de la autoridad psíquica o conciencia. Así, hay una emancipa­ción de los impulsos y las emociones, un cambio de la conciencia a lo consciente (para usar ésta como una ex­presión taquigráfica), que significa el predominio del ba­lance superego-ego. Introducir el término tercera naturaleza puede iluminar estos cambios. El término segunda natura­leza se refiere al funcionamiento altamente automatizado de la conciencia y la autorregulación, y así se refiere al ba­lance entre las coacciones externas y las coerciones del superego. El término tercera naturaleza indica el balance entre esta segunda naturaleza de autorregulación y otra más reflexiva y calculadora. Esta última indica una estruc­tura de la personalidad en la cual las funciones del ego

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han llegado a ser dominantes, a tal punto que se han con­vertido en algo natural que percibe los estímulos tanto de la primera naturaleza como de la segunda, así corno los peligros y las oportunidades —de corto y largo plazo— de cualquier situación particular. El término se refiere a un nivel de conciencia y de cálculo en el cual son tenidos en cuenta todos los tipos de restricciones y posibilidades. Así surge un nuevo nivel de civilización reflexiva, que busca un piso más alto en «la espiral de la escalera de la con­ciencia» (Elias 1991).

Un desarrollo en esta dirección puede verse desde los años cincuenta en adelante. Desde entonces «la dirección interior —como Riesrnan llama a estos controles internos más bien arraigados— ha pasado definitivamente de ser una ventaja a ser una limitación; estos controles se con­vierten en algo muy rígido, firme y predecible. La sensa­ción de que hay un tiempo y un lugar para todo adquiere importancia mientras que ser siempre un caballero o una da­ma pierde significado en la vida social. La expansión y la intensificación de la cooperación y la competencia han puesto a las personas bajo la presión de calcular y de ob­servarse a sí mismas y a los demás, mientras muestran una mayor flexibilidad e inclinación por el compromiso. En es­te proceso, casi en todo Occidente las ideologías exaltadas y los grandes ideales de otros tiempos —y con ellos los grandes conflictos y guerras— han sido ampliamente reem­plazados por puntos de partida más pragmáticos y flexi­bles. Este proceso trajo consigo una continuación en la re-lativización de la identificación con el propio grupo, en otro tiempo bastante limitada y ciega —es decir, más o menos automática—. La familia, la religión, la nacionali­dad, la raza, la clase social y el sexo, han sido sustituidas por un círculo de identificación más variado y amplio. Así, en décadas recientes ha disminuido en forma significativa la sumisión tradicional de los intereses del individuo fren­te a aquellos de un grupo. Ahora, la mayoría de las perso-

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ñas en Occidente espera tener más medios individuales de

defensa a su disposición. El éxito social ha venido a de­

pender más fuertemente de una autorregulación reflexiva

y flexible, de la habilidad de combinar firmeza y flexibili­

dad, dirección y tacto. (Cf. Me Cali y otros. 1983; Masten­

broek 1989). Recientemente, la importancia de una auto­

rregulación reflexiva y flexible para el éxito social ha sido

señalada a la gran audiencia por el best-seller de Daniel Go-

leman, Ernotional Intelligence (Inteligencia Emocional

1995).1

No solamente en el donrinio del trabajo, amor o cuida­

do, sino también en el divertirse hay un incremento de la

necesidad de estar más abiertos a todas las formas extre­

mas y más profundas de impulsos y emociones. Tempra­

namente en los años cincuenta, Martha Wolfenstein ob­

servó:

Allí en donde antiguamente se experimentaba el peli­

gro, al buscar diversión uno podía dejarse llevar a las pro­

fundidades de la maldad, pero hoy en día hay un temor

reconocible de que uno no es capaz de desechar lo sufi­

ciente, y es posible que uno no se divierta suficientemen­

te. (Wolfenstein 1955: 174)5

Una comparación del libro de Golernan con el libro de Dale Carnegie (famoso suceso social) Cómo conseguir amigos y manejar las relaciones (1939) probablemente podría mostrar interesantes conti­nuidades y cambios en la segunda mitad del siglo.

En 1937, Emily Post añadió un nuevo párrafo a su conocido libro de etiqueta (únicamente para realizar la reedición de 1950). Se lla­maba Cuando las jóvenes no son particulares y contenía serias adver­tencias en contra de la moralidad alegre y la búsqueda de las emociones: «Continuas búsquedas de emoción y consecuentes ansias por más y más excitación que gradualmente producen el mismo resultado que produce la droga en los adictos; o, para usar otra metáfora, la pro­miscuidad, la multitud y el apiñamiento, las caricias y los abrazos amorosos tienen el mismo efecto vulgar como el que produce la

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Desde los años sesenta en adelante, muchas personas participan en experimentos sociales y físicos buscando los límites de su autorregulación y placer al olfatear los peli­gros al otro lado de las fronteras. Esta actitud provocativa y experimental, «búsqueda de la excitación» (Elias y Dun-ning 1986), es una característica de un nuevo nivel de in­tegración social y física; antes de los años cincuenta las au­toridades sociales y físicas podían catalogarlo como algo muy subversivo y peligroso. Esta búsqueda de la excitación, y sus riesgos pueden ser entendidos como productos direc­tos de la igualdad del Estado benefactor: la gran seguridad y confianza personal que se generó con el incremento de bienestar y la provisión de seguridad social por el Estado (Stolk y Wouters 1987). En un periodo relativamente lar­go de paz y de crecimiento de la seguridad, social y personal, la distribución de los cuidados asumidos por parte del Es­tado benefactor, fue tomada en forma creciente corno presupuesto. Esta paz respecto a lo material funcionó co­mo una base multiplicadora a través de la cual se arraigó mucho desasosiego, además de un aumento de la búsqueda de la excitación, de las tensiones y del riesgo.' En particular, la gente joven se fascina con nuevas preguntas corno ¿qué

manipulación de las mercancías desgastándolas y obligando a reti­rarlas de las vitrinas». (Post 1937: 355)

F"n los años sesenta y setenta se apeló al amplio uso de las drogas como una forma de exploración y expansión de la mente, y hoy, esta creencia todavía sobrevive. La siguiente cita es lomada de un artícu­lo periodístico sobre el crecimiento de las headshops en Holanda: «Los usuarios afirman que la excitación que producen los hongos alucinógenos está en su poder de ampliar e intensificar los sentimientos. La impresión general es aquella de una experiencia arrasadora, rea­lizada por personas que están preparadas y son capaces de ser con­frontadas con su más profundo ser interno. Los usuarios expertos describen la confrontación con ellos mismos como una experiencia curativa». (Aijen Schreuder, NRC Handelsblad, 2 de mayo de 1996).

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trae la libertad y la prosperidad? O ¿qué hay más allá de las ba­rreras que nos imponen la conciencia y la moralidad? La se­gunda pregunta es característica del desarrollo de la tercera naturaleza, un tipo de personalidad más ego-dominada.

En los años sesenta y setenta, la emancipación de las emo­ciones y el cambio de un tipo de personalidad de segunda naturaleza a una de tercera naturaleza, también contenía un ataque a la culpa y a los sentimientos de culpabilidad, co­mo se expresó ampliamente en el uso de las palabras guilt trip, o en exclamaciones como Don't lay that guilt trip on me, man! (No me eches la culpa). Este movimiento social estuvo reflejado en las opiniones cambiantes sobre la cul­pabilidad en la ley criminal y punitiva, en una crítica a la cuestión de la culpa como un medio de orientación (Benthem van den Berg 1986), y en la autopsicología de Kohut (1977). Los sentimientos de culpa vienen a ser ex­perimentados con más fuerza como un indicativo de una conciencia dirigida en una personalidad en crecimiento y, por consiguiente, como una ansiedad a la espera de ser amaestrada. Ellos parecen ser un símbolo y un síntoma de una conciencia autoritaria y un funcionamiento bastante automático. En comparación, los sentimientos vergonzo­sos se refieren más directamente a las otras personas, a las coacciones externas y, además también, al hecho de que la conciencia de uno está, por lo menos en parte, de acuerdo con aquellas. Desde esta perspectiva, llega a ser compren­sible por qué el paso de la personalidad dominada por el superego a una personalidad dominada por el ego coinci­de con el declive del estatus de la culpabilidad, como sen­timiento y corno concepto, o —para usar una expresión corta— coincide con el paso de la culpabilidad a la ver­güenza.

Esto parece ser una reversión del desarrollo de una cultura de la vergüenza a una cultura del delito, como ha sido sugerido extensa-

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A lo largo del mismo periodo, una característica impor­tante de inforrnalización y de desarrollo de una tercera, na­turaleza consistió en una sensible caída tanto de la censura social corno psíquica. Hasta los años sesenta y setenta, muchas ideas fueron tildadas generalmente corno peligro­sas por la convicción dominante de que podían desenca­denar casi automáticamente en una acción peligrosa. Por este inequívoco, la conexión de la segunda, naturaleza entre ideas y acciones, fue una práctica común con un alto gra­do de censura social y física. La censura rigurosa y violenta en los regímenes más estrictos y autoritarios demuestra hasta qué punto las autoridades y otros creen (y en verdad creían) en el peligro de las ideas, la imaginación o la fanta­sía. En la mayoría de los países occidentales, especialmen­te desde los años sesenta, el temor y el miedo a la fantasía o a la imaginación disidente, disminuyeron junto a el te­mor y el respeto por las autoridades estatales y la concien-

mente en varios libros; tal es el caso del estudio clásico de Ruth Be-nedict, The Ciyssanthemum and the Sword (1946). En el proceso de in­forrnalización del siglo XX, este desarrollo en la fase de formaliza­ción de largo plazo parece estar siendo revertido de una cultura de la culpa a una cultura de la vergüenza. Sin embargo, sería absurdo equiparar los patrones de la vergüenza tal y como han sido descritos como culturas de vergüenza, con el patrón de vergüenza en socie­dades informalizadas. Por consiguiente el término reversión está mal interpretado. En el momento en el que surge la inforrnalización en los años sesenta y setenta, muchos descubrieron que todas las formas de autocoacción eran de hecho coacciones de otros, o por lo menos basadas sobre coacciones externas (Wouters 1995c: 53). Ob­viamente, una distinción entre dos tipos de mecanismos de ver­güenza —o mecanismos para producir vergüenza— correspondientes al menos a dos tipos de coacciones externas (cf. Schróter 1997: 102-104) se necesitan tanto como una distinción entre dos tipos de cul­turas de la vergüenza.

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cia."Estas censuras han disminuido en el curso de la inte­gración de los grupos más bajos en las sociedades (occidentales) y la subsecuente emancipación e integra­ción de los impulsos y emociones más bajos de la persona­lidad. Con el desarrolló de la tercera naturaleza —patrón de autocontroles más dominados por el ego— particularmen­te en el campo de la imaginación y la diversión, hubo una tendencia significativa a no ocultar expresiones de insu­bordinación, sexo y violencia.

El precursor de estos cambios es el ensayo de George Orwell Raffles and Miss Blandish, en el cual compara dos tipos de novelas de detectives. La primera es una serie de historias, escritas a comienzos del siglo XX, sobre un caba­llero jorobado, Raffles, para quien «ciertas cosas —no es­tán hechas— y la idea de hacerlas surge con fuerza». (1994: 66) «Raffles... no tiene un código moral real, no tiene reli­gión, y ciertamente tampoco tiene conciencia social. Todo lo que tiene es una serie de actos-reflejo, el sistema ner­vioso de un caballero tal y corno fue. Al darle un golpe agudo en este o aquel reflejo (estos son deporte, amigo, mu­jer, rey del país y así sucesivamente) se obtendrá una reac­ción predecible» (1944: 79). Hay «muy pocos cadáveres, mal y sangre; no hay crímenes sexuales, no hay sadismo ni perversión de ninguna clase» (1944: 67). Sin embargo, to­do esto es central para la novela sobre un tipo de detective americano, Miss Blandish (No Orchids for) publicada en 1939. En este libro, la pretensión de poder es un motivo persuasivo, y «si uno finalmente se declara con la policía en contra de los gangsters, es solamente... porque, de he-

Después de la unificación alemana, muchos artistas de la antigua Alemania del Este han expresado su sensación de que en las nuevas condiciones se encuentran de frente con la indiferencia, mientras que bajo el régimen anterior eran tomados mucho más en serio. Una afirmación cómo «Claro, una dictadura es más colorida que la democracia» (Heiner Müller) es reflejo de esta nostalgia.

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cho, la ley es una confusión más grande que el crimen». (1944: 71) «En No Orchids todo está hecho desde hace mu­cho tiempo, todas las barreras han caído, todos los moti­vos están a la luz y abiertos... no hay caballeros y no hay tabúes. La emancipación es completa. Freud y Machiavelli han llegado a los suburbios exteriores» (1944: 75, 79).

Desde que Orwell escribió su análisis, de hecho ha con­tinuado la emancipación a la que él se refería como com­pleta. En los años setenta, un escritor y agudo observador describió la continuación como la gestación de una nueva forma de pornografía; la pornoviolenda:

La violencia es simple, la solución radical a los pro­blemas de competencia por el estatus, y al igual que los juegos de azar, la solución radical para la competencia económica. La vieja pornografía era la fantasía de los de­leites sexuales fáciles en un mundo en donde el sexo era inasequible. La nueva pornografía es la fantasía del triun­fo seguro en un mundo en donde el estatus de competen­cia ha llegado a ser muy complicado y frustrante. (Wolfe 1976: 162)

Unos ejemplos recientes de pornoviolenda son best-sellers, como el libro American Psycho (de Bret Easton Ellis); películas como Natural Born Killers y Pulp Fiction; o el Nin­tendo y otras expresiones de violencia y sexo en la realidad virtual. De la popularidad de esta clase de imaginación se puede deducir que la. búsqueda de la felicidad se ha tornado en una búsqueda de poder.

En general, este desarrollo implica que el temor inevi­table de dejar llevarse a las profundidades de la maldad puede ser enfrentado y controlado dando rienda suelta en estas imaginaciones peligrosas. De hecho, muchos de los estímu­los placenteros como leer o mirar estos productos se deri­van precisamente del enfrentar y controlar dichos peli-

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gros.' Esto también significa que las líneas divisorias, así como la creciente complejidad y las conexiones sutiles en­tre la imaginación y la realidad, han llegado a ser percibi­das de manera más aguda.

Pero hay algo más. Se percibe mucho menos que esta búsqueda imaginada del poder también permite la expre­sión de emociones que han llegado a ser tabú en la vida social actual, como los sentimientos de superioridad e in­ferioridad. A estos sentimientos solamente se les permite salir a la superficie en el dominio de la imaginación (y menos extensamente, en el deporte), es decir, en forma sublimada. En los triunfos rnirnéticos y en las derrotas, ya sea en el mundo del sexo o del dinero, se comprenden las presiones diarias que se enfrentan para reprimir y ocultar estas emociones. Aquí, en el dominio de la imaginación y la fantasía, la atracción por esta clase de extrañezas llega a dominar la repulsión que esta provoca. Esto nos conduce a la pregunta, ¿qué tan extrañas son estas emociones hoy en día?

¿QUÉ TAN EXTRAÑOS SON ESTOS SENTIMIENTOS?

La descolonización, la emancipación y la democratización caracterizan el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es un periodo de expansión de las interdepen­dencias y de incremento en los niveles de mutua identifi­cación, en los que los ideales de igualdad y mutua condes­cendencia se expanden y adquieren fuerza. Sobre esta ba­se, la evasión de comportamientos viene a estar cada vez

Por otra parte, el rechazo a esos sentimientos y a los comporta­mientos que pueden significar traición funciona como una condi­ción necesaria para que ocurran todas las formas de emancipación e inforrnalización.

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menos dirigida de manera rígida a los extraños, a la gente de las clases más bajas y a las emociones más bajas. En ge­neral, las alternativas de lo emocional y del comporta­miento se expandieron en la mayoría de los países occi­dentales. Hubo una excepción importante: los códigos so­ciales dictaron un rechazo a los sentimientos de inferioridad y superioridad. Así, hubo un refrenamiento adicional de las emociones en relación con la exhibición de la arrogancia o el autoengrandecirniento y la autohumi-llación. Ambos fueron proscritos del dominio de la imagi­nación y de los deportes, o colocados detrás de las escenas sociales y físicas. Exhibir tales sentimientos podría provo­car cada vez más indignación moral y vergüenza, y así da­ñar seriamente el propio estatus y la autoestima.' Esta ne­gación puede realizarse manteniéndola en secreto o ha­ciéndola inconsciente y automática, es decir, convirtién­dola en un producto de la segunda naturaleza. Sin embar­go, en el proceso de prohibición, está relacionado con el desarrollo de tal naturaleza la idea de que los sentimientos de superioridad e inferioridad son provocados por algún estatus de competición, tendió igualmente a ser proscrita, y lo mismo sucedió con la idea de que cualquier encuen­tro o agrupación es un tanteo de fuerzas, un poder y estatus de competición. De esta forma, durante el periodo en el que muchas emociones pudieron volver a emerger en la conciencia y en la vida pública, y en las que los hábitos de la segunda naturaleza fueron descubiertos y luego abando­nados a nombre de la tercera naturaleza, las emociones co­nectadas con los triunfos y las derrotas se convirtieron en algo extraño para el yo (cf. Wouters 1992).

La discusión moral sobre las figuras de MTV Beavis & Butt-Head, por ejemplo, demuestra que algunas de las exigencias de autorregu­lación, característica de sociedades informalizadas, son aceptadas por principio por los televidentes jóvenes de MTV.

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La proscripción de estas emociones de la vida social y de la escena física pueden ayudar a explicar por qué las fa­ses de desarrollo discutidas y las diferencias en el nivel de civilización entre las personas y los grupos provocan fá­cilmente reacciones negativas. En el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, fue aceptable pensar en térmi­nos de fases en el proceso de la civilización (individual) en relación con los niños, al igual que las consideraciones so­bre las fases de desarrollo corno las conciben Kohlberg o Piaget. En otros contextos, estas concepciones fueron (y son) rápidamente condenadas corno una demostración de sentimientos de superioridad, corno etnocentrismo y co­mo racismo. Estas palabras, etnocentrismo y racismo, su­gieren que las reacciones se disparan, por lo menos en parte, pues hablar en términos de fases y niveles de desa­rrollo está asociado con la última guerra, particularmente con el holocausto, y tal vez —e incluso más importante aún— está asociado con la era colonial. Sin embargo, hay niveles anteriores y profundos en los que se basan estas asociaciones y reacciones: pensar y escribir en términos de-fases para procesos sociales y psíquicos es también una fuerte reminiscencia del hábito de igualar las relativas di­ferencias de poder con las diferencias sobre el valor hu­mano (Elias y Scotson 1994a: xv). Dentro del espectro de la primera naturaleza y de la segunda naturaleza, este viejo hábito puede incluso estar más cerca de la primera natura­leza que de la segunda, porque se manifiesta tanto en la historia de la humanidad corno en la historia de cada ser humano. Hasta cierta edad, los niños parecen aceptar por principio que los más pequeños y menos fuertes son de valor secundario: el poder vae victis es correcto y las per­sonas con más poder son mejores personas. Para hablar de su lógica de las emociones habría que identificarlos con personas más fuertes y establecidas, y no con los débiles y subordinados. Hoy, en el crecimiento, la gran mayoría de los niños desarrollarán un tipo de segunda naturaleza de

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contrahábito, y así como este contrahábito se desarrolla, este antiguo hábito puede llegar a ser algo extraño para el yo. Sin embargo, a lo largo de todos los siglos de la fase de formalización de largo plazo, en todos los periodos de los grupos prevalece el supuesto de que los más débiles so­cialmente, también tienen necesariamente las característi­cas más débiles; que los ciudadanos de segunda categoría son personas de segunda categoría. Sin embargo, en todos los movimientos de emancipación este supuesto es ataca­do, y fue solamente en la Segunda Guerra Mundial que perdió su predominio. Esto ocurrió en un periodo de ace­lerada democratización (incluyendo la descolonización) e inforrnalización, un periodo en el cual muchos desvergon­zados se dieron cuenta de que la superioridad de los sen­timientos inherentes en su vieja suposición habitual había sido la base y un motivo para el aniquilamiento masivo ba­jo Stalin y Hitler, tales como la explotación, aniquilación y humillación de regímenes coloniales corno el de Churchill (Goudsblom 1992: 184/5; Lindqvist 1997). Esto fue un buen motivo para amonestarlos duramente, y hacer des­cender estos sentimientos a capas más profundas de la personalidad. Así, se fueron transformando en temores interiores más o menos dirigidos automáticamente por la conciencia de una persona, como la vergüenza y el miedo. En el desarrollo de este contrahábito, el antiguo hábito de igualar el poder social con el valor humano se fue tornan­do en algo extraño al yo, así corno toda reminiscencia suya llegó a ser rechazada con un rigor similar al requerido en el proceso original de eliminación. En Holanda, por ejemplo, hasta los años ochenta, fue virtualmente proscri­to discutir abiertamente los problemas que rodeaban la in­tegración de los inmigrantes de Surinarn, Turquía y Ma­rruecos. Los pocos que lo hicieron fueron tildados inme­diatamente de racistas, a menudo con justa razón. Sólo en la segunda mitad de los años ochenta este tabú fue gra­dualmente ignorado por las personas que no pertenecían

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al bando derechista. En 1986, un conocido periodista de izquierda publicó el libro Ethnic Difference as a Dutch Taboo (Vuijsje 1986), y unos años después, un líder político co­menzó a referirse a estos problemas. Luego se convirtió en un tema político en los años noventa. Sin embargo, hasta nuestros días no está permitido registrar los actos criminales en relación al grupo étnico; se trata de una me­ra estigmatización. En esta clase de actitud y reacción sa­len a la luz los temores internos de una conciencia autori­taria y los sentimientos de superioridad e inferioridad.

Hasta nuestros días, este tabú y los miedos interconec-tados a menudo conducen a acalorados ataques contra el racismo, el etnocentrismo o lo políticamente incorrecto. En estas instancias, la fuerza enceguecida de tales ataques pa­rece indicar que la lucha en contra del nosotros somos mejo­res, ellos son personas inferiores no solamente se lleva a cabo en el campo social sino también en el psíquico, en contra de una parte de uno mismo. La continuación de la batalla psíquica de los individuos en esta fase particular de disci-plinización en la civilización de las emociones, evita que cualquier discusión sobre sus relaciones con extraños —ya sea de nacionalidad, color de piel, clase o sexo diferente— vaya más allá de argumentos banales sobre multi-culturalidad como «ellos son simplemente diferentes, no­sotros no somos mejores». En estas instancias, las discu­siones en términos de fases en los procesos sociales y psí­quicos pronto llegarán a ser tensas y terminarán en una disputa de evaluación sobre los puntos ganadores y per­dedores. Por supuesto, el estudio del desarrollo y las fases de desarrollo no está dirigido a extender o balancear las desventajas de cualquier primacía en contra de las ventajas de cualquier soporte (cf. Coudsblom 1996). Tal preten­sión podría confundir el análisis con la evaluación. Sin embargo, esta clase de confusión en particular resulta muy a menudo de los trabajos de formaciones conscientes bas­tante autoritarias observando estas emociones. Parece tí-

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pico de un tipo de seguida naturaleza, de contrahábito, funcionar para combatir el antiguo hábito de igualar las diferencias de poder, cultura o manejo emocional con di­ferencias sobre el valor humano. Mi hipótesis es que en décadas recientes este tipo de formación de la conciencia ha sido más la regla que la excepción en países occidenta­les, y que el proceso de desarrollo en el que el contrahábi­to llega a ser dominante parece ser característico de este periodo desde los años cincuenta.

Muy temprano en este periodo, en 1976, Tora Wolfe observó que la emancipación de algunas emociones coin­cidía con la continua proscripción de otras:

Estamos en la era en que las personas confiesan más tempranamente sus secretos sexuales —mucho más tem­prano en algunos casos— que el estatus de sus secretos, ya sea en el sentido de las ansiedades y los triunfos o las hu­millaciones y la denotas (Wolfe 1976: 1989).

Esta observación está relacionada con una extendida brecha del discurso público. Al igual que el principio de procedimiento de mutuo consentimiento, las posibilidades de discutir sobre los impulsos sexuales y las emociones han crecido también, haciendo estas discusiones más abiertas y distanciadas. Las posibilidades de discutir sobre los impulsos y las emociones conectadas con los triunfos y las derrotas han llegado a ser más estrechas, más restricti­vas y más valorativas. Así como disminuyen las diferencias de poder, se intensifica la competencia por el poder y el estatus, y crece la sensibilidad a la desigualdad social, las demostraciones de la propia distinción se vuelven más in­directas, sutiles y encubiertas. Incluso escribir y pensar so­bre los sentimientos de superioridad e inferioridad — incluso sobre su sociogénesis y psicogénesis, particular­mente sobre la conexión entre los desarrollos de las rela­ciones de poder y estatus, en los desarrollos de los hábitos

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Cas Wouters

y la civilización— tienden a ser experimentados negativa­mente y —por lo tanto— moralmente condenables.

En su máxima expresión, los sentimientos de superio­ridad e inferioridad llevan a la violencia. Hasta cierto pun­to, los impulsos agresivos han llegado a ser reorganizados corno aspectos normales de la vida emocional y cada vez más personas se toman también la libertad de ventilarlos, llamándose entre sí con toda clase de nombres, y hacien­do alusiones a la violencia, en lo que podría ser denomi­nado la enemistad instantánea. Sin embargo, la expansión de las alusiones a la sexualidad y a la intimidad instantánea parece ser más amplia. Siguiendo el hecho de que a través del psicoanálisis y otras formas de psicoterapia, una rica tradición hacia redenominar c interpretar los impulsos se­xuales y las emociones ha llegado a la existencia y a espar­cirse sobre todos los caminos de la vida. En comparación, a duras penas hay una tradición de análisis e interpreta­ción de las emociones y los impulsos conectados con las luchas de poder y estatus, particularmente los sentimien­tos de inferioridad y superioridad.

Como es muy improbable que vayan a desaparecer de la vida social o emocional las emociones conectadas con los deseos y los triunfos, las humillaciones y derrotas (así como es improbable que desaparezcan los impulsos sexua­les y las emociones), el grado de aniquilación al cual van a llevar estas emociones dependerá —por lo menos en par­te— del nivel de control social e individual sobre ellas. Por consiguiente, tiene sentido explicar la labor de «trabajar a través de los sentimientos de extrañeza», como Waldhoff lo ha denominado, y particularmente dirigir este trabajo a través de los sentimientos de inferioridad y superioridad. En este contexto puede ayudar la incorporación del ra­cismo, el sexismo, la marginación generacional, el nacio­nalismo, el etnocentrismo, etc., a un nuevo marco concep­tual de superiorismo, pues este concepto estudia todos los isrnos en un alto nivel de generalización, dilucidando sus

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características comunes: igualar la superioridad de poder con la superioridad como seres humanos.

En los años ochenta y noventa, el nivel de control so­cial e individual sobre los sentimientos de inferioridad y superioridad ha adquirido importancia porque en la ma­yoría de las sociedades alrededor del mundo se han inten­sificado las tensiones en torno a los extraños y a esta parti­cular extrañeza. Esta intensificación parece estar relaciona­da con los cambios en el clima social y económico, los cuales ejercen presiones hacia toda clase de cortes presu­puéstales. Así como el auge social y colectivo de grupos enteros termina, la identificación colectiva con los grupos sociales que se encontraban en auge se transforma en una nueva identificación colectiva con los establecidos. Este cambio fue reforzado en los años noventa por las tensio­nes, conflictos e inseguridades asociadas con el colapso de la cortina de hierro. En efecto, las protestas sociales no se­rán dirigidas principalmente a los establecidos, como fue el caso en los años sesenta y setenta, sino hacia cualquier cosa que sea percibida como amenaza al orden estableci­do, incluidos los extraños y lo extraño. Es en este clima so­cial que ha crecido en los países más ricos la tensión alre­dedor de los inmigrantes y otros extraños. Esto puede lle­var a un temor encubierto y endurecido de los sentimientos de superioridad, que incrementaría los peli­gros de aniquilación y humillación. En ese caso, el nivel de civilización reflexiva de las autoridades sociales y físicas también continuará aumentando y reforzando el desarro­llo de un tipo de personalidad de tercera naturaleza.. Podría implicar que los sentimientos de inferioridad y superiori­dad serían además admitidos en la conciencia, mientras que, al mismo tiempo, vendrían a estar bajo control más fuerte (del ego), más estable y sutil.

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Cas Wouters

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Teoría de los procesos y

globalización

Lutz Maettig

En la actualidad, el terna de moda en Alemania es la glo­balización. Prácticamente todas las publicaciones periódi­cas han sacado ya una serie de artículos sobre el tema; en cualquier discurso ante el parlamento se oye esta palabra clave, casi todas las editoriales lian sacado por lo menos unos cuantos libros sobre el tema. La palabra G se ha con­vertido en este país en la palabra de los años noventa.

Tal como se puede comprobar con tantas palabras cu­yo uso se hace con frecuencia, en este caso sucede tam­bién que cuanto más se usa la palabra tanto más comienza a reinar una falta de claridad sobre el verdadero conteni­do del concepto globalización. Por lo tanto, antes de en­trar a mi verdadero tema, o sea, la contribución de la teo­ría de procesos de Norbert Elias a la comprensión de al­gunos aspectos de este fenómeno, quisiera indagar sobre lo que se entiende por globalización.

En el discurso público tiene mayor peso el contenido económico del concepto; la globalización se presenta co­mo un fenómeno de reciente aparición que va a cambiar

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Lutz Maettig

el m u n d o d e m a n e r a sustancial . Al c o n c e p t o d e globaliza­

ción se asocian sob re t o d o c o n t e n i d o s co rno los s iguientes :

ís. Un aumento de la inversión extranjera directa;

Í5. Desplazamiento de las capacidades de producción más

allá de las fronteras nacionales;

•& Una creciente importancia tanto de los mercados finan­

cieros como de las empresas transnacionales;

ís. Crecimiento más acelerado del comercio mundial que de

la producción mundial; y

•s. Fraccionamiento de la cadena de producción de valores

entre varias naciones.

El p royec to d e invest igación d e la F u n d a c i ó n Daimler-

Benz, Comprender y configirar la globalización, q u e está

s i endo real izado in t e rd i sc ip l ina r i amen te p o r invest igado­

res d e las á reas d e la admin i s t r ac ión empresa r i a l y la eco­

n o m í a , la política, la demogra f í a y la sociología, def ine seis

caracter ís t icas d e la global ización. Qu i s i e r a p r e s e n t a r b re ­

v e m e n t e estas seis caracter ís t icas , q u e se r e l ac ionan expre­

s a m e n t e con todas los aspec tos d e la soc iedad , o sea, la

e c o n o m í a , la polí t ica, la cu l tu ra (Fees e t al. 1998):

s, Desfronterizadón: una marca central y constitutiva de la

globalización es la disminución de la importancia de las

fronteras de todo tipo en todos los aspectos de la vida. La

diferencia entre adentro y afuera se desvanece. Esto con­

lleva, sin embargo, la posibilidad de que surjan nuevas

fronteras en otros lugares.

•&. Hetararquía: esto se refiere al proceso de disolución de las

viejas jerarquías y su sustitución por nuevas dependencias

mutuas. La coordinación horizontal gana en significación

sobre la dominación vertical.

ís. Movilidad de factores: un aspecto significativo de la des­

fronterizadón es la dimensión y el aumento de la movili­

dad, no sólo de bienes y servicios, sino también de los

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Teoría de los procesos v globalización

factores de producción como el capital y los saberes. No

obstante, la movilidad del factor trabajo está a la zaga de

la movilidad de factores como el capital monetario. El

desarrollo, entonces, no es sincrónico.

•». Erosión de la legitimidad: los procesos de toma de decisio­

nes tienen problemas de legitimación a causa de la falta

de claridad en las relaciones causa-efecto y de la disolu­

ción de campos de acción geográficos y de espacios de

participación política.

ís. Asimetría, pasado-presente: cada vez se hace más difícil con­

cebir el futuro como una prolongación lineal de las ten­

dencias que se han trazado en el pasado. Una transfor­

mación acelerada de lo fundamental se convierte en la

única constante.

•s. Multiplicidad de opciones: una consecuencia de la falta de

claridad en todos los ámbitos de las prácticas es la nece­

sidad de aprender a manejar la ambivalencia, la ambi­

güedad, la incertidumbre. Los patrones de comporta­

miento pertenecen en todos los ámbitos sociales al pasa­

do, ha. flexibilidad se convierte en la palabra mágica.

El origen de este desarrollo se ancla generalmente en dos campos: el de las reformas políticas y el de los desa­rrollos tecnológicos.

Lo que se entiende por reformas políticas es menos las transformaciones geopolíticas que se generaron a finales de los años ochenta en la antigua Unión Soviética alrede­dor de las políticas de Perestroika y Glasnost. Ciertamente estos cambios contribuyeron de manera fundamental a que el modelo capitalista pudiera llegar victorioso hasta el último rincón del planeta y que parezca que no hubiese una alternativa a éste. Aquí se trata mejor de las reformas políticas orientadas a posibilitar el libre comercio mundial y sobre todo la transferencia libre y sin impedimentos de capitales, cuya suma total —por lo menos así lo interpretan muchos autores— contribuyó a la caída de la estructura es-

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Lutz Maettig

tatal del socialismo real existente. La política de desarrollo y de liberalización del mercado que impulsan instituciones como el General Agreement of Trade and Fariffs, Gatt, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional —ante todo orientadas por los intereses e ideas de los Estados Unidos— ha conducido finalmente a una situación en la cual los Estados —que son los actores en el juego— pierden cada vez más poder y ceden su capacidad de negociación al mercado. Se habla con mayor insistencia del fin del Es­tado-nación, sobre todo ante la opción real de las multina­cionales para trasladarse a cualquier lugar, y emplear esta movilidad como mecanismo de presión al amenazar con el retiro de su inversión para emplearla en otro lugar.

Las condiciones tecnológicas de este desarrollo se ven, por un lado, en el campo de la rnicroelectrónica, cuyo fuerte efecto nivelador de las diferencias espaciales es ca­da vez mayor, sobre todo porque posibilita adecuar casi cualquier lugar corno lugar de producción; por otro lado, esto se relaciona directamente con la revolución en la tec­nología de transportes, no sólo de personas y mercancías, sino ante todo de datos e información. En relación con es­to, la política del Estado-nación está anclada geográfica­mente. Este desarrollo pareciera dejar a los diversos acto­res (partidos, socios, empresas, individuos, etc.) sin alter­nativas de negociación y los ata a «una inevitabilidad dada por la realidad de las cosas» (Sachzwánge). Este debilita­miento del Estado en las sociedades industriales desarro­lladas, que en una época pareciera omnipotente, como por ejemplo en Alemania, se hace visible a varios niveles.

Por un lado, con mayor frecuencia están presentándo­se ternas nuevos en el ámbito político que el Estado nacio­nal ya no parece estar en capacidad de procesar y regular. Problemas como la contaminación ambiental, la tala de las selvas tropicales, la expansión del área de los desiertos, el efecto invernadero y los daños a la capa de ozono en la atmósfera; también las crecientes olas de migraciones a

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Teoría de los procesos y globalización

través de las fronteras, así como la elemental problemática de los recursos finitos, que el Club de Roma ya en los años setenta había concretado en el concepto de los límites del crecimiento. Estos problemas son demasiado amplios como para que un Estado nacional pueda estar en capacidad de ofrecer soluciones duraderas, incluso en su propio territo­rio. Ciertamente, esto tiene que ver con el hecho de que la mayoría de estos problemas sobrepasan fronteras. La con­taminación del aire y del agua no se detiene ante el puesto de frontera. La situación se dificulta todavía más por el hecho de que los intentos nacionales de regulación (como por ejemplo el establecimiento de valores técnicos míni­mos estandarizados para productos corno autos, que con­tribuirían a evitar más contaminación, o la implantación de un impuesto a la energía, que habría de proteger tanto la atmósfera corno los recursos finitos), desde el punto de vista de los actores en el mercado, es decir, desde la pers­pectiva tanto de los productores como de los consumido­res, son poco atractivos y parecen menos importantes que el producto mismo. Con esto los gobiernos no sólo gene­ran animosidad de la gente, sino que se ven desafiados por la posibilidad de que los mercados se sitúen más allá de la frontera nacional. Los mismos productos se consu­men o producen en el país vecino, o puede suceder eme, por exceso de regulación y aumento de costos, los propios productos ya no se vendan en otros países. La regulación nacional cae en el vacío.

Por otro lado, el Estado-nación también pierde la capa­cidad de conducción de los viejos ternas. Así, en la mayoría de los Estados industriales desarrollados aparece como uno de los grandes logros sociales de finales del siglo XIX y comienzos del XX la conformación de los Estados nacio­nales de Bienestar. Los desarrollos de la economía global bajo las condiciones del libre comercio de mercancías y de capital inhiben la capacidad de negociación del Estado en esta área simultáneamente desde dos ángulos: tanto desde

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Lutz Mae.tt.ig

el lado de la recaudación de fondos como de su distribu­ción. Del lado de la recaudación, el Estado se enfrenta ca­da vez más con el hecho de que los consorcios multina­cionales o transnacionales, gracias a que su estructura empresarial se sitúa por encima de las fronteras, están en capacidad de tasar físcalmente sus ganancias en el lugar en el que la carga de impuestos sea menor. Así, por ejemplo, pudo el Commerzbank alemán a rrrediados de los años no­venta registrar ganancias muy por encima del promedio y repartir gruesos dividendos a sus accionistas sin pagar un solo marco de impuestos en Alemania. Al mismo tiempo, hay una presión de parte de la economía para reducir los impuestos todavía existentes tanto para las clases medias — que gozan de menos movilidad geográfica— corno para los consumidores de altos ingresos. Con esto se reduce más la posibilidad de gasto del Estado. Por otro lado, desde el punto de vista de la distribución y el gasto por parte del Estado, aumentan los problemas y con ellos los costos. El desarrollo demográfico —que presenta hoy en día un nú­mero creciente de pensionados—, ei cambio estructural de la economía y el resultante desempleo estructural en mu­chas naciones industriales desarrolladas —que proviene de la reducción de las relaciones normales de trabajo sobre las que se apoyaba el Estado social y que conduce a una flexibilización de estas mismas—, son factores que conlle­van a una agudización dramática de los problemas finan­cieros.

¿Será, entonces, que el Estado nacional, como conse­cuencia de la globalización de los mercados, se encuentra impotente ante los nuevos ternas, está muy viejo y muy débil para poder cumplir con sus viejas tareas ante la apa­rente inevitabilidad (Sachzwang) del ajuste de estructuras neoliberal?

Esta visión de las cosas corre el peligro de pasar por al­to el carácter social de todos los desarrollos en los que se basa la globalización. Son seres humanos quienes desarro-

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Teoría de los procesos y globalización

lian y utilizan las tecnologías; los Estados impulsan el de­sarrollo tecnológico y las empresas elaboran estrategias para su producción. En la historia se encuentran ejemplos de decisiones individuales o políticas en el momento de la irnplementación de una idea que han tenido consecuen­cias importantes en las tecnologías. De igual manera, una gran cantidad de condiciones políticas y socioculturales necesarias para que sean posibles —por ejemplo, las inver­siones directas—, o la creciente importancia de los merca­dos financieros internacionales, son obviamente produc­tos sociales, creados por personas y no determinados por el destino. Aquí se encuentran factores corno la garantía que brinda el Estado sobre la propiedad, las posibilidades de la transferencia de ganancias, la disponibilidad o ca­rencia de negociación de divisas y muchos más; estos fac­tores no siempre han sido regulados de la misma manera en todas las sociedades, así corno hoy en día no están re­gulados uniformemente en todas las regiones del mundo.

El análisis sociológico desenmascara esta inevitabilidad de las circunstancias (Sachzwang) y señala que se trata casi siempre de imposiciones ejercidas u ordenadas por per­sonas. Adoptando esta visión de las cosas —que desafortu­nadamente no se encuentra muy difundida en el debate público—, se abre la mirada hacia salidas posibles, también elaboradas por seres humanos. La tarea de la sociología debería ser, entonces, la de brindar una comprensión más exacta y ajustada de cuáles son, concretamente, las condi­ciones, las interconexiones y los efectos concatenados de la globalización, con el fin de poder desarrollar así alter­nativas pensables a aquella que en la actualidad se perfila como la ideología dominante y otnnicornprensiva del neo-liberalismo o, como la denomina el sociólogo Ulrich Beck, del glohalismo.

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El pensamiento sociológico no descuida en esto los procesos económicos sino que los incorpora a lo social en la observación del fenómeno de la globalización. Con la incorporación de elementos culturales, psicosociales, co­municativos, ecológicos y políticos, es decir, de todos los niveles de lo social, va más allá de la comprensión econó­mica —esbozada en el párrafo anterior— de la globaliza­ción. La mayoría de las teorías de la sociedad —por ejem­plo, la de Haberrnas sobre la acción comunicativa, la teoría de los sistemas, el análisis de los sistemas mundiales de Wallerstein— tienen conro punto de partida que la ten­dencia hacia una sociedad mundial es un fenómeno ya de vieja data que está entrando en una nueva fase, que puede ser la última, pero que de ningún modo se trata de una cancelación de la modernidad. Se entiende la historia de la humanidad como un proceso de integración que dura miles de años. Obviamente, este proceso de integración no marcha en línea recta, comprende también regresiones y procesos contradictorios de centralización y simultánea descentralización, pero permite reconocer una dinámica orientada hacia una sociedad mundial.

Se entiende por integración la creciente interdependen­cia mutua tanto de las capas y esferas sociales como de la unidades territoriales. Inseparable de esto se encuentra la creciente complejización interna de la sociedad (por ejem­plo, con la conformación de nuevos roles sociales) que surge a la vez como consecuencia y como causa de los im­pulsos de integración. Con esta mirada, la sociología lleva a enfocar más claramente algunos elementos culturales y sociales del proceso de la globalización. Esta perspectiva puede seguirse de manera especialmente clara con los ins­trumentos conceptuales de la teoría de los procesos de Norbert Elias.

Aquí les presentaré, entonces, los resultados del pro­yecto de investigación interdisciplinario que ya les men­cioné, Comprender y configurar la globalización, en el cual he

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Teoría de los procesos y globalización

trabajado junto con el profesor Korte en los últimos dos años, y por el cual —por así decirlo—, he sido invitado a es­te encuentro. '

Puesto que nuestro proyecto de investigación se ha ocupado de manera especialmente intensa de un aspecto del proceso de globalización, quisiera antes ilustrar bre­vemente el campo del problema: se trata de la pregunta por la identidad de los individuos, por la imagen de sí mismos en la época de la globalización.

A finales del siglo XX, una vez superado el conflicto Es­te-Oeste, y que la humanidad se encuentra técnicamente en la posición de arrojar una mirada sobre su propio pla­neta desde el espacio, se podría pensar que todos los pasa­jeros de la nave espacial Tierra han trazado lazos de soli­daridad, que se ven como parte de la comunidad global y que viven en paz y armonía.

La realidad es enteramente distinta. A finales del siglo XX tienen lugar todavía numerosos conflictos bélicos, pe­ro, a diferencia de épocas anteriores, los actuales, casi sin excepción, son internos, en lugar de ser conflictos entre Estados. En todas partes del mundo vuelven a surgir los nacionalismos, crece la importancia y significación de mo­vimientos regionales separatistas y religiosos fundamenta-listas. En lugar de juntar esfuerzos para proteger la atmós­fera terrestre para usar más económicamente los recursos, para mejorar nuestro medio ambiente, para preservar la biodiversidad, es dominante incluso en las sociedades in­dustriales más desarrolladas la ideología llamada Frog (Wbcsd 1997). Frog (rana) es el acrónimo de First Raise Our Growth (Aumentemos primero nuestro crecimiento) y quiere decir que el egoísmo de los individuos y los grupos se opone a una realización de la idea de Fhink globally, act

El autor se refiere al Simposio Norbert Elias y las ciencias sociales hacia finales del siglo XX, del que ya se habló en la presentación (N. del E.).

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locally (piensa global, actúa localmente). Claramente no se ha expandido una identidad global, una autopercepción del individuo como parte de una humanidad indivisible. ¿Por qué esto es así? ¿Por qué presenciamos desarrollos que parecen contradecirse corno son el de la globalización económica, cultural, de los transportes así como de la tec­nología de la información y a la vez el de la agudización de los separatismos, los racismos, etnocentrismos y funda-rnentalismos? Estos son interrogantes que quisiéramos contribuir a responder a partir del instrumental que nos brinda la teoría de los procesos de Norbert Elias.

En lo que aquí sigue aclararé algunos conceptos básicos del pensamiento teórico sobre procesos, cuyo conoci­miento no puede darse siempre por sentado. A los espe­cialistas en Elias les pido de antemano disculpas por las simplificaciones y los recortes a los que me obliga la cir­cunstancia. Para terminar, discutiré la contribución de la teoría de procesos para la comprensión de problemas de identidad.

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Hasta donde llegan mis conocimientos, Elias no utilizó nunca el concepto de globalización. Pero si se entiende la globalización como una fase del proceso de integración de la humanidad —del cual siempre se ocupó Elias— entonces es posible extraer de su trabajo una gran cantidad de su­gerencias y pistas que ayudan a comprender mejor aspec­tos del proceso de globalización así como su carácter en general. Quiero tratar de pensar el fenómeno actual de la globalización a partir de las reflexiones de Elias sobre las consecuencias de un impulso a la integración.

Impulso a la integración qttiere decir para Elias la fase de transición de un nivel de integración a otro nivel más alto de integración. Desde esta perspectiva, la globalización se

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puede entender y analizar como la fase más reciente de un proceso de integración progresiva de la humanidad en el que los comportamientos de las personas, así como las formas de organización de los grupos humanos — que además crecen no sólo en cantidad, sino que se extienden geográficamente cada vez más—, se ven sometidos a trans­formaciones específicas. En el interior de este proceso de integración pueden separarse analíticamente varios ele­mentos:

•¡s. La ampliación del radio de las acciones (generalmente como

consecuencia de las innovaciones tecnológicas); •¡s. El aumento de la interdependencia (como consecuencia

de una creciente diferenciación social); y ís. El crecimiento de la unidad social.

La ampliación del radio de las acciones de las personas suele estar asociado a las innovaciones tecnológicas. Espe­cialmente significativa es acprí, hoy como ayer, la tecnolo­gía de transportes. Al respecto dice Elias en su obra prin­cipal, El proceso de la civilización:

¿Cómo habrían podido establecerse relaciones de in­tercambio entre distintos lugares y regiones y una dife­renciación del trabajo más allá del campo local, si los me­dios de transporte hubieran sido insuficientes, si la socie­dad fuera incapaz de mover cargas más allá de cierta distancia? (1969: Vol. 2, 64)

Si en la edad de piedra los únicos medios de transporte eran marchar a pie o, en el mejor de los casos, montar a lomo algún animal domesticado, y por tanto el radio de acción era correspondientemente reducido, es posible rea­lizar así con las nuevas tecnologías ampliaciones específicas (según la tecnología) del radio de acción y por lo tanto se constatan en consecuencia impulsos de integración. Sin duda se amplié) considerablemente el radio de acción de

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los hombres que se vieron tocados por la invención de la rueda, el conocimiento del balseo por los ríos, o la cons­trucción de botes. Otros ejemplos pueden ser el invento de la máquina de vapor, del automóvil, del avión, así como en nuestro tiempo el desarrollo de los medios electróni­cos. En la discusión actual sobre globalización se enfatiza la significación del desarrollo en el sector de los transpor­tes para el impulso presente a la integración. En relación con la globalización, se resalta permanentemente la dis­minución relativa de los costos del transporte de bienes materiales así como las posibilidades de transporte de da­tos e informaciones, con una reducción del tiempo y de los costos a un mínimo asombroso.

Todos estos desarrollos tienen en común que con la ampliación del radio de acción aumentan los contactos con personas que viven en lugares muy lejanos del propio. De estos contactos pueden surgir conflictos bélicos causa­dos por la competencia por materias primas o lugares de asentamiento; igualmente pueden establecerse relaciones comerciales o el intercambio de habilidades y saberes. En términos generales, el resultado de estos contactos es una transformación en la sociedad. Por ejemplo, el descubri­miento de los sextantes mejoró las posibilidades de nave­gación de los marineros ingleses y los habilitó para nave­gar no sólo a lo largo de las costas, sino por los océanos. Además de las consecuencias económicas de este descu­brimiento, se observan a la vez efectos considerables en el orden social de la Inglaterra de la Baja Edad Media a cau­sa del ascenso social de los marineros. Este tipo de entre­lazamiento entre procesos de tecnifícación y otros desa­rrollos sociales se presenta en un gran número de campos.

Una fuente importante de la creciente interdependencia social —es decir de la dependencia mutua— se encuentra en la diferenciación funcional de una sociedad. Por su­puesto que hay una relación entre la diferenciación social y el radio de acción disponible. Otra condición importante

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para establecer la diferenciación social es la disponibilidad de dinero. El desarrollo de nuevos instrumentos para pa­gar puede considerarse también corno innovación tecnológi­ca. Una sociedad con economía natural tiene una posibili­dad mucho menor de diferenciación que una sociedad con una economía monetaria. En esta última se puede pa­gar por mercancía y servicios en espacios más distantes entre sí y en una diversidad de unidades económicas. His­tóricamente, a partir de esta lógica, se puede medir el in­cremento en la diferenciación social sobre la base del au­mento en el flujo monetario: «Lentamente, la creciente di­ferenciación y entrelazamiento de las acciones humanas, el aumento del volumen de los intercambios y trueques comerciales, incrementan el volumen monetario, y éste a su vez incrementa los otros factores,» dice Elias.

Como ya se señaló para el caso de la tecnología de transportes, la creciente significación de la economía mo­netaria tuvo también efectos sociales muy fuertes. El as­censo social de las burguesías citadinas y la paralela deca­dencia de la nobleza se explica justamente con este desa­rrollo. Los ingresos de la nobleza, amarrados a los rendimientos de la tierra, se quedaron a la zaga de los de la burguesía; con esta reducción de sus recursos económi­cos cambió también con el tiempo su posición social.

La creciente diferenciación o especialización social en­laza a cada individuo en un tejido especial de causas y efectos, cuya complejidad va en aumento. La diferencia­ción funcional y la expansión del campo de acción se con­dicionan mutuamente. Por un lado, la disponibilidad de ciertas materias primas, mercancías o servicios incrementa el atractivo de las conexiones comerciales y comunicativas interregionales. Por otro lado, los contactos interregiona­les requieren no sólo de la profesionalización de los espe­cialistas en contactos (comerciantes, diplomáticos, envia­dos), sino que producen una diferenciación entre las so­ciedades participantes, por ejemplo, a causa de una

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demanda mayor de ciertos productos o, en tiempos más recientes, por la distribución interregional del proceso de fabricación. De esta interrelación entre incremento de la diferenciación y la expansión del radio de acción se pro­duce de nuevo un aumento de las dependencias, ahora in­cluso en dimensiones que sobrepasan lo regional y por encima de muchos pasos intermedios. Así, sin contacto di­recto pueden surgir relaciones de causa-efecto. En el mar­co de su teoría de los procesos, Elias denomina esto cade­nas de interdependencia.

Elias explica el crecimiento de la unidad social a través del así llamado mecanismo del monopolio. De manera simpli­ficada, éste consiste en que de una constelación en la que compiten actores igualmente poderosos surge poco a po­co una constelación en la que sólo unos pocos cuentan con suficientes medios de poder para seguir compitiendo, hasta que finalmente queda un solo actor. Este proceso, que se estableció primero para procesos económicos, rige también en las sociedades.

E! motivo por e! cua! varias unidades menores se inte­gran en una unidad mayor (corno en el caso de la anexión militar de una unidad social por otra) se encuentra en las ventajas que se esperan que traiga esto a nivel del poderío militar y económico y por lo tanto en relación con la segu­ridad. Hay una gran cantidad de ejemplos de este impulso rntegrador en la historia; uno de los impulsos más signifi­cativos hacia la integración a niveles mayores fue la consti­tución de Estados nacionales. Hoy en día se encuentran algunas naciones europeas de nuevo en un proceso de in­tegración que posiblemente desembocará en un Estado europeo, el sucesor de la actual la Unión Europea. Simul­táneamente, este proceso se encuentra dentro de un im­pulso de integración hacia una sociedad global.

En resumen, desde una perspectiva de la teoría de los procesos, se puede entonces ver la integración de la hu­manidad como un complejo entrelazamiento de los desa-

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rrollos tecnológicos con la expansión del radio de acción y comunicación así como el aumento de la diferenciación funcional, todo lo cual puede conducir (pero no necesa­riamente conduce) a un crecimiento de la unidad societal. La globalización social designa entonces la última fase en el proceso de desarrollo de las condiciones tecnológicas, culturales y sociales, que los seres humanos crean para su convivencia y supervivencia. Las características actuales de este proceso son:

a. En el campo de la tecnología, sobre todo el desarrollo de

la microeleclrónica así como la disminución de los costos

de transpone;

b. En el campo de la economía, el creciente entrelazamiento

mundial de la economía, sobre lodo la expansión de un

mercado financiero mundial;

c. En el campo político, los intentos crecientes de resolver

los problemas existentes por medio de diversas formas de

cooperación internacional, en especial los esfuerzos por

liberalizar y armonizar los mercados mundiales; y

d. En el campo sociocultural, el creciente entrecruzamiento

intercultural con sus efectos parcialmente contradicto­

rios.

Esta conceptualización de un proceso evolutivo de in­tegración que abarca toda la historia de la humanidad no debe conducir de ninguna manera a una concepción se­gún la cual los procesos actuales son inevitables, a que és­tos se mueven en una sola dirección evolutiva. Se puede observar que en el pasado hubo significativos procesos de disolución. En estos procesos de desintegración se vio re­ducido el campo de acción de las personas involucradas, disminuyó la diferenciación social y se redujo considera­blemente el tamaño de las unidades sociales mayores. Elias muestra como ejemplo de esto la caída del Imperio Romano. Cuando fue imposible mantener el control tnarí-

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timo en el Mare Nostrum, el Mediterráneo, a causa del au­mento del poder de los árabes, se imposibilitó el uso del medio de transporte que sostenía la integración. Cierta­mente, los romanos disponían de una notable red de vías. Pero Elias señala que «durante toda la antigüedad el transporte por tierra, en comparación con el transporte por agua, siempre fue excesivamente costoso, demorado y pesado. Prácticamente todos los centros comerciales de importancia estaban a orillas del mar o en las riveras de ríos navegables» (1969; vol. 2, 65). Sólo con el uso de in­novaciones tecnológicas a lo largo de los siglos, como el desarrollo de mejores arreos para los animales de carga o las herraduras para los caballos, se fue haciendo más so­portable y conveniente el transporte terrestre de cargas pesadas; esto contribuyó a que se desplazara el centro de Europa de las costas hacia el interior y se crearan así las condiciones para un nuevo impulso de integración.

Así pues, desde la perspectiva de la teoría de la civiliza­ción no se entiende que el desarrollo de la humanidad ne­cesariamente tenga que conducir hacia una integración a nivel global. Es cierto que hoy en día hay varios indicativos de que en el futuro va a crecer aún más el entrelazamiento y que se va a extender la cadena de interdependencias. Pero se presentan fenómenos en contrasentido como los resur­gentes nacionalismos y regionalismos. Estos se fundamen­tan en momentos retardatarios de los individuos.

II

Según Elias, los impulsos hacia la integración tienen con­secuencias para los individuos que tienen que ser supera­das. En términos generales, los impulsos de individuación significan para cada individuo una reducción de las impo­siciones externas y su sustitución por las propias imposi­ciones, es decir, por imposiciones interiorizadas así como

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un fortalecimiento de la identidad del yo ante la identidad del nosotros. Elias se refirió a esto sobre todo en sus artí­culos La sociedad de individuos del año 1939 y Transforma­ciones en. el equilibrio Nosotros-Yo del año 1987.

Quiero aquí referirme en más detalle a tres consecuen­cias del impulso de integración:

1. La pérdida individual del poder; 2. La progresión de la individuación; y 3. La amenaza que recae sobre la identidad colectiva de las

personas.

En la transición hacia una sociedad a la vez más com­pleja y numéricamente más grande cambia la posición de cada individuo en relación con la unidad social que consti­tuyen entre todos. Una transformación fundamental se presenta en la pérdida de poder de los individuos en una so­ciedad en expansión. Cada proceso de integración está asociado a una pérdida de poder. Si a nivel de la familia, del clan o de la tribu existe todavía un contacto personal con los poderosos y (por lo menos en teoría) la posibilidad de influencia directa, ésta influencia se reduce considera­blemente cuando se pasa al nivel del Estado-nación. El mismo proceso se da hoy en día, esta vez en un espacio más amplio todavía. Elias decía acerca de esa fase tempra­na de la integración a nivel mundial, y que rige hoy aún más:

Que cada ciudadano individual [...] prácticamente no tiene la menor posibilidad de influir sobre los eventos a nivel de la integración global. Uno puede alegrarse de que aumente la integración de la humanidad. O no. Pero lo que sí es seguro es que aumenta la impotencia de cada uno en relación con lo que sucede en los ámbitos más elevados de la humanidad. (1987 222ss)

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Mientras que de un lado de la globalización social el individuo ha sido recortado en sus posibilidades, del otro lado experimenta una expansión de sus posibilidades. Pa­ra Elias cada impulso de integración es a la vez un impulso de individuación. De ahí que se presente un desplaza­miento en el equilibrio entre la identidad del nosotros y la identidad del yo a favor de esta última. Es decir, la identi­dad del yo cobra más importancia.

Para aclarar esta tesis de la progresión de la individuación quisiera recordar brevemente la concepción que tiene Elias del proceso de volverse adulto. Si se entiende la so­ciedad corno lo hace Norbert Elias, corno «la irrornpible cadena de padres e hijos, que a su vez se vuelven padres», en la que cada individuo nace dentro de un grupo de per­sonas, que ya estaba ahí antes que él y que lo influye, en­tonces queda claro lo siguiente:

Dependerá de la historia, dependerá de la constitución de las agrupaciones humanas en las que crezca, depende­rá de su desarrollo y del lugar que ocupe dentro de esta agrupación, cuál lengua ha de hablar, cuál esquema de regulación de los instintos y cuáles hábitos de la edad adulta surgirán para el individuo.

La configuración en la que vive el recién nacido, su en­torno social, difiere histórica y geográficamente. Por esta razón su individualización es diferente según el entorno temporal y espacial. Una sociedad mundial que ya estuvie­ra completamente globalizada ofrecería entonces un mar­co completamente distinto de individuación al que ofrece la sociedad nacional.

Para explicar esto con un ejemplo quisiera remitir al debilitamiento de la importancia de las fronteras naciona­les y a la reducción de la importancia de las distancias, gracias a los medios de transporte modernos. En la actua­lidad aumenta la movilidad individual a nivel mundial. Es­ta reducción del anclaje de los individuos lleva a una ex-

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pansión de las posibilidades de realización individuales. La movilidad geográfica no sólo es una condición para libe­rarse de imposiciones no deseadas o para elegir libremen­te el marco espacial de ia propia existencia. También brinda una mayor cantidad y variedad de contactos socia­les y con ello el telón de fondo de experiencias y aprendi­zajes sobre el que se recorta la individuación.

Ambos desarrollos, la pérdida de poder de cada cual y las posibilidades de individuación, no se pueden entender plenamente si separa el uno del otro. La disminución de posibilidades de realización a nivel global configura dispo­siciones corno el énfasis en la satisfaccic'm de necesidades individuales y el retorno a lo privado. El desinterés por la política y una disminución en la participación democrática transmiten una impresión sobre las expectativas de los in­dividuos en lo que se refiere a sus posibilidades de realiza­ción. Del otro lado, la utilización de las ventajas individua­les —como por ejemplo el consumo de bienes importados más baratos, o el aprovechamiento de mejores horarios del comercio en países vecinos— debilita la capacidad de conducción del Estado y contribuye a ejercer más presión para que se lleve a cabo una integración a un nivel supe­rior.

Paralelamente a la pérdida de poder, los individuos pierden la protección y la seguridad que brindaban las agrupaciones tradicionales. Al separarse de las agrupacio­nes tradicionales e integrarse cada vez más a nuevas agru­paciones, con los desplazamientos de las estructuras de re­laciones personales —que cambian durante los impulsos de integración—, los individuos están cada vez más a la de­riva. Elias llama a este aspecto de la pérdida de las viejas orientaciones la amenaza que recae sobre la identidad colectiva de las personas. En la sociedad actual, la identidad colecti­va de las personas, o la identidad del nosotros, es extre­madamente rnultifacética. Los adultos pueden encontrar una gran diversidad de espacios de pertenencia en:

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is. La familia;

ís. El vecindario o la zona que habitan;

ía. El lugar de trabajo (mi empresa);

1%. Tal vez un club;

ía. Una región;

ís. Un Estado-nación;

ís. Una integración continental como la Unión Europea.

O, incluso, la humanidad entera. Las personas se refie­ren a todas estas relaciones de grupo con un nosotros. Pero las diversas capas de la identidad no tienen el mismo peso. A la identidad nacional, dentro de las identidades del no­sotros, se le concedió en el último siglo un lugar de prio­ridad. Esto no tiene que ver tan sólo con los derechos po­líticos. La política de las partes integracionistas de los par­tidos de izquierda, es decir, la social-democracia, estuvo siempre enfrentada a sus opositores sobre la base de la igualdad de derechos ciudadanos de la clase trabajadora. El fracaso de la solidaridad internacional en las dos gue­rras mundiales señala claramente la inclinación nacional de amplios sectores de la social-democracia. No existe, to­davía, una identificación comparable con Europa ni qué decir con la humanidad. Al respecto dice Elias en Trans­formaciones en el equilibrio Nosotros-Yo:

Los lazos emocionales del individuo con su propio Es­

tado pueden ser ambivalentes; con frecuencia se manifies­

tan como amor-odio. Cualquiera que sea la forma, de to­

das maneras los lazos emocionales con el propio Estado

son fuertes y están vivos. Comparativamente son muy te­

nues o no existen en lo más mínimo en relación con las

formas previas de una unión de Estados europeos.

A partir de este retraso de la relación del nosotros en comparación con el estado real de la integración, qite se llama efecto de rezago en la sociología de la figuración, se

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pueden explicar una diversidad de dificultades que acom­pañan, por ejemplo, el proceso europeo de unificación. Los impedimentos estratégicos o económicos pueden su­perarse con la suficiente voluntad política a través de compensaciones o concesiones. La identidad del nosotros de las personas no se puede, en cambio, regular desde arriba, ni negociar con compensaciones. Esta identidad del nosotros es el sedimento de un largo proceso y por lo tanto se remite a eventos que yacen muy atrás en el pasa­do.

La transición hacia un nivel más elevado de integración amenaza la identidad colectiva de las personas afectadas. Cuando cambia la identidad del grupo, y con ello la ima­gen del nosotros que poseen, pierden sentido los logros y sufrimientos, las experiencias y los sueños de las genera­ciones anteriores; todo aquello que, según Elias, «hicieron y sufrieron las generaciones anteriores en el marco y a nombre de esas unidades de supervivencia» parece perder valor. Aparece la amenaza de una decadencia colectiva, in­cluso de un vaciamiento de sentido de grado superior. Esto ri­ge mientras el grupo integrado a nivel más alto no logra configurar un sustituto de identidad de igual o mayor va­lor. No basta, entonces, que las personas estén convenci­das racionalmente de las ventajas de la unidad de integra­ción mayor, sobre la base, por ejemplo, de mejores fun­ciones de protección o de un incremento en el bienestar. Hace falta que se produzca al mismo tiempo una convic­ción emocional. En general estos procesos de acomodación duran tres generaciones o más.

Aquí se presenta una diferencia fundamental en rela­ción con impulsos de integración anteriores. Hasta ahora era generalmente superfina la resistencia contra el impul­so de integración, las fuerzas que buscaban la creación de un Estado eran más fuertes a la larga que las fuerzas reza­gadas. Ahora, calcula Elias, la fuerza del efecto de rezago es mayor. La razón de esto reside en el hecho de que en

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todos los estadios anteriores de la integración, el senti­miento de identidad colectiva se desarrolló alrededor de la experiencia de amenaza al grupo por parte de otro gru­po. La agrupación de varios grupos pequeños en una uni­dad mayor de supervivencia alrededor de la lucha contra un enemigo externo contiene siempre un elemento de experiencia emocional de seguridad. La humanidad como totalidad es, desde los social, un grupo particular. Su parti­cularidad consiste en que todos los otros grupos se en­cuentran en contacto con otros grupos o individuos que se ubican por fuera del grupo propio. Sólo en el interior de ese grupo, la humanidad entera, se puede evitar una ame­naza desde fuera del grupo. La amenaza que es uno mismo (es decir, por sobrepoblación, degradación ambiental o la dinámica del armamentismo), la posibilidad de un mejor control de esta autoamenaza a través de una integración global, ha sido hasta ahora un proceso difícil de asimilar ernocionalrnente. Mucho más difícil, en todo caso, que la amenaza más inmediata y su control a un nivel inferior de integración como el que constituye el Estado nacional.

También politólogos alemanes corno Altvater y Malmkopf ven esta amenaza de la identidad nacional. Ellos señalan que con la pérdida de importancia de las fronteras nacionales y el aumento, por el contrario, de la importancia del mercado global, cambia la relación entre economía y política (Altvater y Malmkopf 1996, 580s). Puesto que la identidad política de los ciudadanos está di­rectamente relacionada con el Estado nacional, la identi­dad nacional suele ser por lo general una identidad políti­ca.

Mientras que se han discutido ampliamente los peligros que corren las democracias occidentales a causa de la ero­sión del radio de acción, especialmente para los Estados nacionales más pequeños, este análisis señala otro peligro para la democracia: si se cuestiona la identidad política de los individuos, se llega a una completa crisis de legitima-

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ción de las sociedades democráticas. Este es el momento en el que surge como terna la indiferencia ante la política y los partidos en las más viejas democracias europeas: la crisis de identidad de los ciudadanos afecta a! sistema de representación que se apoya en los partidos y otras insti­tuciones políticas (581). Parece una paradoja que esta cri­sis de legitimación justo se produzca en un momento en el que pareciera que las estructuras democráticas, después de finalizado el conflicto Este-Oeste, están a la vanguardia y en que la globalización —según sus más fuertes promo­tores— promete democracia para todos. Los análisis de las consecuencias individuales de los impulsos de integración, vistos desde la teoría de los procesos, permiten compren­der y seguir las conexiones que existen entre estos dos de­sarrollos aparentemente contradictorios.

III

En el análisis de los efectos de la globalización para los distintos grupos en una sociedad es importante tener en cuenta que no todos los miembros de una sociedad se ven igualmente afectados por las consecuencias arriba men­cionadas de la globalización. Así, por ejemplo, la pérdida de poder de los individuos se diferencia considerablemen­te. Mi tesis es que la gran mayoría de la población, y sobre todo aquellos que han sido excluidos del mercado laboral, sienten y experimentan la situación actual como amena­zante, porque se sienten impotentes. El impulso de integra­ción disminuye sus posibilidades de influir políticamente. Así, en Alemania, por ejemplo, se han reducido las áreas de competencia de las unidades políticas menores, lo que refuerza la política central. Y corno ya se dijo, la influencia del individuo disminuye con el aumento de la unidad so-cietal.

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Los responsables en política y economía remiten — como justificación de sus acciones— al crecimiento excesi­vo de los imperativos inevitables de la situación actual. Las reacciones que podemos observar son una reducción de la participación en las elecciones, un aumento de la disposi­ción hacia la violencia corno compensación del sentimien­to de impotencia.

Los individuos con más recursos se sienten menos afec­tados por esta situación. A causa de la falta de claridad que genera la globalización sobre cuáles son los campos de acción política, los que tienen un nivel de educación superior se ven parcialmente involucrados en procesos de toma de decisiones a través de, por ejemplo, comisiones de expertos, funciones de asesorías o presencia en los medios. De todas maneras, una disminución significativa de las posibilidades de influencia como consecuencia del impulso actual de investigación no es de esperarse. La éli­te político-económica, es decir, los políticos y los adminis­tradores, sentirá la pérdida de poder en dimensiones mu­cho menores, puesto que tiene una parte activa en e! pro­ceso de globalización.

Igualmente, las posibilidades de movilidad y la cantidad de contactos entre las personas han aumentado, sin duda. Pero, obviamente, esto no es igual para todos. Especial­mente se benefician de este desarrollo aquellas personas que cuentan con más recursos que otras. La investigación sociológica sobre estilos de vida ha trabajado sobre este punto sobre la base de la creciente diferenciación en esti­los de consumo. Sobre todo en las grandes ciudades —en donde se entrelazan funciones de control económico y po­lítico con instituciones educativas y los medios son el lugar en donde se concentran los grupos que más dinero tie­nen—, se pueden observar desde hace algunos años nuevas instalaciones para el consumo y los pasatiempos. La gran mayoría de la población puede participar en estas nuevas formas de la individualización de manera muy reducida.

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Existe, entonces, una relación directa entre los recursos de una persona o una familia y las posibilidades de benefi­ciarse del impulso de individualización que resulta de la globalización.

Como ya se pudo constatar en el caso de la pérdida de poder personal y el impulso a la individualización, pueden comprobarse diferencias específicas según los grupos en las amenazas que recaen sobre la identidad colectiva. Para la gran mayoría de la población, la frontera entre lo ale­mán y lo no alemán se borra cada vez más. Futbolistas o incluso parlamentarios con nombre turco y pasaporte alemán, jóvenes que hablan perfectamente el idioma, pero no tienen la nacionalidad alemana, inmigrantes de origen alemán que no hablan la lengua; hoy en día se hace difícil establecer con claridad el nivel del nosotros. A la vez, en una Europa integrada casi no es significativo ser alemán. En una época de dificultades económicas tal incertidum­bre es difícil de llevar.

Paradójicamente, la reacción a esta incertidumbre, a esta amenaza contra la identidad colectiva, se traduce en un fuerte énfasis de la identidad nacional a pesar de su ca­rácter nebuloso. Corno reacción a la amenaza de la ima­gen de colectividad se refuerza ésta de manera excesiva. Las fuerzas de la modernización que se dan por fuera del propio grupo se tratan con rechazo y odio. Los símbolos nacionales están a la orden del día. Las personalidades que sirven como reflejo de la identidad y permiten un sen­timiento de orgullo generalizado cuando tienen éxito go­zan de la mayor popularidad en Alemania. Esto es sobre todo cierto cuando se trata de deportistas individuales de éxito internacional, que se inscriben perfectamente en el impulso de individualización actual. Ante la verdadera in­tegración en los contextos más amplios, en la gran mayo­ría de la población se observa un gran efecto de rezago.

Los grupos sociales que cuentan con más recursos su­fren menos con este tipo de incertidumbre. La élite de los

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altamente educados y preparados desempeña aquí un pa­pel interesante y a la vez contradictorio. Por un lado, es ella la portadora de una conciencia global, de la noción de un mundo. Las actividades orientadas hacia la defensa de los derechos humanos, la protección del medio ambiente a nivel mundial o las iniciativas pacifistas provienen de es­te grupo poblacional. Por otro lado, se observa —especial­mente después de la así llamada reunificación a lemana-una pérdida de seguridad en lo que se refiere a la colecti­vidad nacional, especialmente en el caso de los escritores. En cambio, en la élite político-económica se observa desde hace un buen tiempo una desnacionalización que se ex­presa en la diciente frase de moda global player (actor glo­bal).

IV

La globalización trae consigo, además de las amenazas ma­teriales cuando por ejemplo e! lugar de trabajo se ve en peligro por la competencia en otras partes del mundo, una sensación de inseguridad en lo referente a la identi­dad colectiva para una gran parte de la población. En esta situación se continúa lo que Anderson en su famosos libro Comunidades imaginadas llama la construcción histórica de la nación como proceso de refuerzo de la identidad y exclu­sión del otro (Altvater y Mahnkopf 1996, 29). En estos procesos de exclusión se encuentran, además de los viejos y nuevos nacionalismos, los fundamentalismos religiosos así como los regionalismos. De estos últimos pueden dis­tinguirse dos procesos parcialmente complementarios. Por un lado, se observan, como en Italia, conflictos entre Norte y Sur, en Bélgica entre flamencos y valones o — hasta ahora el más sangriento de todos— en la antigua Yu­goslavia la desaparición de la nación a favor de microregio-nalisrnos dentro de las fronteras nacionales. Por el otro, se

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presenta la creación de rnacroregion.es como consecuencia de la integración de Estados y economías nacionales. Estos procesos inducidos de integración, que inicialmente son puramente económicos generalmente permiten rastrear en las personas una nueva conciencia de la identidad ma-croregional, corno en la Unión Europea, el Nafta o el Mercosur, con diferencias, claro está. Altvater y Malmkopf afirman al respecto:

Estas tendencias a la exclusión son la base del chovi­nismo de los más pudientes, del etnicismo y el racismo para una fragmentación de la sociedad mundial en naciona­lidades, etnias, religiones y culturas. El cierre étnico, na­cional y chovinista es de hecho la otra casa de la apertura global.

En resumen quisiera concretar que las consecuencias de la globalización a lo largo del eje recursos bajos versas al­tos son vividas de manera distinta por los distintos grupos humanos. En la mayoría de la gente, sobre todo para aquellas personas en peligro de descenso social, impera una sensación de inseguridad, amenaza e incluso impo­tencia. La reacción se presenta de maneras diversas en la construcción de nuevas pertenencias, o en el redescubri­miento de viejas formas. Al mismo tiempo es posible esta­blecer que para los grupos más pudientes un incremento en las posibilidades de individualización que conducen en algunos casos a reacciones de crítica (énfasis en el mundo único, solidaridad continua con la sociedad en su totali­dad, crítica de la lógica económica), en otros a reacciones celebratorias (falta de solidaridad, cuestionamiento de la nación, sociedad de élites mundiales), pero con frecuencia también a la instrumentalización de tendencias excluyen-tes a favor de los intereses de cada cual.

En mi opinión, es muy claro que los procesos de exclu­sión no aparecen tan sólo como una perturbación desde los cinturones de pobreza, como presión de la calle. Más

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bien se encuentran, en muchos casos, corno fuerzas pro­motoras entre aquellos que se ven muy poco afectados por las consecuencias de la globalización, como se señaló anteriormente. Muchos políticos, representantes del po­der económico e intelectuales de tendencias conservado­ras, neoliberales o con frecuencia abiertamente reacciona­rias buscan, por medio de la adopción y una consciente proclamación de actitudes excluyentes, imponer sus pro­pios intereses. El sociólogo británico Anthony Giddens de­signa las diversas formas de manifestación de la exclusión corno política de identidad.

Las relaciones que existen entre el proceso de integra­ción que se conoce ahora como globalización, por un la­do, y la psicogénesis de formas de comportamiento, que tienen su manifestación más grande en las tendencias de exclusión ya mencionadas, se hacen visibles con el instru­mental de la teoría de los procesos. Cuando se piensa a las personas como lo hizo Norbert Elias, es decir, cuando se imagina al individuo fundamentalmente inmerso en su en­torno social, entonces se ve claramente que los regiona­lismos, etnocentrismos, chovinismos de los mejor situa­dos, racismo y otras formas de comportamiento —todas ellas opuestas a la meta de coexistencia pacífica de todos los seres sobre el planeta— son diversas facetas de lo que aquí se ha denominado el efecto de rezago.

Una de las principales tareas de una sociología com­prometida es la de esclarecer estas situaciones y tenden­cias y elaborar estrategias para desarrollar una sociedad civil que pueda ser, de alguna manera, cosmopolita y estar adscrita a fines humanísticos. El aporte de la sociología de los procesos ha sido hasta ahora muy poco considerado en el debate público sobre la globalización y debería, en mi opinión, recibir más atención en el futuro. Es cierto que con frecuencia se escucha que justamente para un tema corno el de la globalización, la teoría de los procesos tiene muy poco en cuenta los aspectos económicos de la reali-

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Teoría de los procesos y globalización

dad. A mi parecer, el aporte especial de la teoría de los

procesos consiste en el vínculo que establece entre los

procesos rnicrosociológicos, como el de la pregunta por la

identidad colectiva, y los procesos macrosociológicos co­

mo el de la integración hacia una sociedad mundial. Aquí

la pregunta por el motor principal del proceso de integra­

ción, que dicho sea de paso es bastante polémico en la so­

ciología, puede ser menos importante para explicar por

ejemplo los movimientos de exclusión.

Espero haber mostrado esto con este trabajo, y con ello

haber despertado un mayor interés por la pertinencia del

pensamiento de Elias para la comprensión de este tema.

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La teoría del proceso de la civilización de Norbert Elias nuevamente en discusión. Una exploración de la emergente sociología de los regímenes*

Fred Spier

Sin duda que la tarea de toda teoría sociológica es explicar las peculiaridades que son comunes a todas las posibles sociedades humanas. (Elias, 1987: 15)

INTRODUCCIÓN

Con su teoría de la civilización, Norbert Elias ha conse­guido asiento entre los grandes sociólogos de nuestro tiempo. Sus ideas, sin embargo, no son incuestionables.

Este texto es una versión adaptada de un artículo en holandés con el mismo ululo (Spier 1995c). La primera versión fue Spier 1994b. Las ideas que aquí se presentan se formularon en una discusión con Mart Bax v Joop Goudsblom a lo largo de años y, de hecho, resulla imposible señalar con precisión quién ha pensado qué. Debo agradecer también los comentarios dejonathan Fletcher y de la redacción del Amsterdnms Sociologisch Tijdschrift, en particular los de Nico Wilterdink. Para la tra­ducción en español, le agradezco en especial a Vera Weiler, profesora de la Universidad Nacional de Colombia, no sólo por su excelente traba­jo sino también por su muy estimulante discusión.

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Por el contrario, la teoría de la civilización ha dado motivo para controversias que aún se prolongan (para una visión de conjunto ver: Goudsblom 1987, 1994, Mennell 1989: 227-250). En el presente artículo quiero dirigir la atención ante todo a aquellos tipos de crítica que me parecen inte­resantes. También voy a hacer unos comentarios sobre as­pectos de las réplicas que a mi modo de ver no facilitan un tratamiento fructífero de las objeciones planteadas. Luego me ocuparé de establecer en qué medida los problemas teóricos que quedan sobre el tapete pueden ser resueltos mejor con la ayuda de la emergente sociología de los regíme­nes.

EL PROBLEMA CENTRAL

La teoría de la civilización de Elias no es aplicable a la his­toria entera de la humanidad. Ella trata de hombres que constituyen Estados, de tipos de sociedades que han desa­rrollado instituciones centrales relativamente estables que han monopolizado el ejercicio de la violencia legítima. Elias formuló su posición en los siguientes términos:

La estabilidad peculiar del aparato de autocoacción psíquica, que aparece como un rasgo decisivo en el hábito de todo individuo civilizado, se encuentra en íntima rela­ción con la constitución de institutos de monopolio de violencia física y con la estabilidad creciente de los órga­nos sociales centrales. Solamente con la constitución de tales institutos monopolices estables se crea ese aparato formativo que sirve para inculcar al individuo desde pe­queño la costumbre permanente de dominarse; sólo gra­cias a dicho instituto se constituye en el individuo un apa­rato de autocontrol más estable que, en gran medida, funciona de modo automático. (1987: 453-454)

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La teoría del proceso ele la civilización...

Ahora bien, la formación estatal es, vista desde la pers­pectiva de toda la historia humana, un fenómeno bastante reciente. Los primeros Estados reconocibles como tales con alguna claridad se pueden detectar en varias par tes del mundo hace más o menos cinco mil años. La historia de la humanidad, en cambio, comprende un tiempo mu­cho más largo. Según algunos, tal vez lleva cien mil, o al menos cuarenta mil años, si se remontan al tiempo del surgimiento del Horno sapiens sapiens. Otros piensan más bien en un período de uno a dos e, incluso, de cinco mi­llones de años. Estas diferentes visiones están relacionadas con la cuestión sobre desde cuándo puede hablarse de se­res humanos en la rama de la especie Homo. Pero inde­pendientemente de lo que se piense acerca de estas dife­rencias, está claro que durante la mayor parte de la histo­ria los hombres han vivido sin Estado.

Surge entonces el problema de cómo debe analizarse la economía afectiva de seres humanos que no han confor­mado un Estado. ¿Habría que partir de que en general no se han comportado de manera civilizada? Y si presentaron formas de comportamiento socialmente reguladas que en sociedades estatales se caracterizarían como civilizadas, ¿cómo deben explicarse estas entonces? Mirando atrás no resulta del todo sorprendente que ese tipo de crítica haya sido formulado primero por los antropólogos. Sus estu­dios suelen ocuparse ante todo de unidades sociales bas­tante pequeñas. Aun cuando todas estas a los ojos de las élites nacionales e internacionales en la actualidad forman parte de los Estados, en la práctica a veces experimentan una influencia bastante limitada de esta pertenencia.

El antropólogo holandés ILU.E. Thoden van Velzen, quien estudió a los Dyuka de Surinam, observó que ellos muestran claramente formas de autocontrol, y concluyó que la teoría de Elias tenía que ser al menos incompleta (1982). Thoden van Velzen seguramente no fue el primer observador que haya registrado formas de cornportamien-

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to civilizado en la sociedad tribal. El antropólogo cana­diense Leslie Drew narró la siguiente descripción (1982: 24): El oficial de marina español Jacinto Caarnano, envia­do en 1792 desde la Nueva España hacia el norte para un viaje de reconocimiento a lo largo de la costa occidental de Norteamérica, reportó sobre la comunidad Heida (según el relato de Drew): «That ofall the Indians along the coas!, one couldn 't meet kinder people, more civilised in essen-tials or of better disposition» (Entre todos los indígenas a lo lar­go de la costa, no se encuentran otros más amables, más civili­zados en esencia o con mejor disposición). Y más recientemen­te, el antropólogo holandés W.C.E.Rasing (1994) trajo a colación unas descripciones en las que los esquimales que vivieron y siguen viviendo a lo largo de la ahora costa más nororiental de Canadá, son caracterizados en términos análogos. Aunque Rasing se sirvió de una perspectiva fi­guradonal, planteó a propósito de su estudio interrogan­tes con respecto al alcance de la teoría de la civilización (1994c: 278-279).

A mi juicio, la crítica de Thoden van Velzen y Rasing es acertada. Sus observaciones sin embargo no llegan a afec­tar la trama original de la teoría de Elias, es decir, su estu­dio del proceso de la civilización entre las élites seculares en Europa Occidental desde cerca del año 800 hasta el 1800. Pero las objeciones presentadas por los antropólo­gos dejan ver claramente que este proceso no puede ser visto como el modelo estándar de todos los procesos civi-lizatorios que se han dado en la humanidad.

Elias se defendió subrayando siempre que no ha habi­do sociedades sin alguna forma de civilización. El asunto del cual se había hablado era solamente el de distintos ni­veles de civilización. En todo caso, Elias nunca abordó sis­temáticamente cómo y por qué las sociedades no-estatales habrían alcanzado sus formas de civilización. Así, a la teo­ría de la civilización de Elias no se le puede atribuir una cobertura general, aspecto que subraya repetidamente el

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sociólogo holandés Goudsblom, el promotor más conoci­do de la obra de Elias.

Por su parte, Goudsblom enfrenta el asunto señalando que, corno parte de su tentativa de resolver los problemas de la sociedad, todos los pueblos —tanto grandes como pequeños— han tenido que aprender y transmitir formas de autocontrol, o sea, de comportamiento coercionado. Aun cuando el carácter y la intensidad de estas formas de civilización a lo largo de la historia presentaron marcadas diferencias, ellas pueden, no obstante, ser vistas como par­te de un solo proceso de civilización global (1992: 17-22).

Es importante subrayar en qué sentido se distingue la visión que Goudsblom tiene de procesos civilizatorios de la de Elias. Para éste, los procesos de civilización se están dando donde el autocontrol se va haciendo más extenso, donde éste va abarcando a todos los tipos de relaciones de modo más uniforme y más estable (Elias 1983b; 239-240; Israel et al. 1993: 14-15). El concepto de Goudsblom es más dilatado. Para él todas las formas de comportamiento controlado, si bien no responden a los criterios empleados por Elias, son parte del proceso civilizatorio.

Para mí es una cuestión aún no resuelta establecer en qué medida el abandono de las características de un pro­ceso de civilización como lo define Elias nos ayudaría a concluir la discusión satisfactoriamente. Si se describen todas las formas de comportamiento controlado corno ci­vilizadas, se corre el riesgo de una confusión aún mayor. ¿Cómo podríamos, por ejemplo, exponer de modo con­vincente que, en términos sociológicos, el manejo de los campos de exterminio en la Alemania nazi (que apeló cla­ramente a ciertas formas de conducta autodisciplinada) debería ser descrito como una forma determinada de civi­lización o como la transición de unas condiciones más o menos pacíficas a un estado de guerra civil, corno se ha podido observar en los últimos años en algunas regiones de América del Sur, África y Europa, caracterizadas por

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unas formas de conducta que la gente de sociedades muy pacificadas suele ver como bárbaras, o inhumanas inclusi­ve? ¿Qué hacer con comportamientos de hombres atrapa­dos en un proceso donde se impulsan mutuamente a ac­tuar de modo cada vez más cruel y donde no obstante ello surgen permanentemente nuevas formas de autocontrol, como el arte de manejar armas de fuego, por ejemplo? Pa­ra el antropólogo holandés Mart Bax, preguntas como es­tas han sido motivo para poner en discusión la convenien­cia del término barbarizadón (1993, 1995, ver también Elias 1989: 391 ss.).

Sin profundizar aquí más en esta discusión, me parece claro que el término civilización no es de una clase sufi­cientemente general como para permitir un análisis fértil de todas las complejidades del comportamiento humano. Para este propósito se necesita urgentemente un término más general y lo más neutral posible. En lugar del vocablo civilización, como término técnico general para todas las formas de comportamiento aprendido y transferido, yo propongo emplear ei término neutral complejo de regula­ción del comportamiento. Como una especie de abreviación del mismo podemos usar la expresión régimen mediante la cual me refiero a todos los complejos de regulación del comportamiento que muestran una cierta regularidad.

El término proceso de civilización podría ser empleado entonces de acuerdo con los criterios de Elias para referir­se al proceso en cuyo curso la autocoerción se va haciendo más general, uniforme y estable. Este modo de ver con­cuerda bastante con el empleo del término en el lenguaje cotidiano. A pesar de que no creo que por ese camino se resuelvan todos los problemas de aceptación, esta idea de proceso de civilización puede ayudar a evitar cierta confu­sión. Tal vez de esta manera también se pueda prevenir la idea de que para los sociólogos de los procesos todas las formas de comportamiento controlado sean civilizadas en

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el sentido en el cual se emplea la palabra en el lenguaje cotidiano.

REGÍMENES

El término proviene del latín régimen. Según Wolters Dic­cionario latín-holandés (Muller & Renkema 1986: 792-793) fue empleado en el sentido de: «1. Dirigir, por ejemplo, aparejar caballos; 2. Administración, comando, dirección y gobierno. El correspondiente verbo regó tenía el significa­do: 1. apuntar a algo, dirigir, gobernar; 2.a. Presidir, go­bernar, dominar (tanto el gobierno público corno las pa­siones); 2.b. Reprender, corregir (de errores y costum­bres); y 3. Gobernar».

Sería muy interesante hacer una comparación de las maneras en las cuales hoy en día se emplea el término ré­gimen en las distintas lenguas europeas occidentales y americanas modernas, corno inglés británico y norteame­ricano, español y castellano, francés, italiano, alemán, y holandés. Ya que faltan datos suficientes, no se puede de­cir mucho corr certeza absoluta. Pero mi impresión es que especialmente en holandés, regímenes cada vez más es utili­zado en un sentido que podría ser muy interesante para un posible uso sociológico. Entonces, tal vez valdría la pe­na reflexionar unos momentos sobre su uso en mi idioma materno.

En holandés, según el Gran diccionario de la lengua ho­landesa Van Dale (Geerts & Hecstermans 1992: 2498) el término régimen se emplea actualmente corr la acepciém de: «1. Sistema de gobierno, sistema estatal; 2. Totalidad de prescripciones con relación al servicio interno en mo­nasterios, internados, prisiones, etc.; 3. Dieta; 4. Ejercicio del gobierno; y 5. Tipo de corriente de un río».

En español, según María Moliner, Diccionario del uso del español (1990, II: 975), el término régimen, significa: «1.

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Conjunto de normas que reglamentan cierta cosa: "El ré­gimen de visitas en la cárcel. Régimen alimenticio. Régi­men de vida". Específicamente, conjunto de normas hi-giénicasf...] Modo regular o habitual de producirse cierta cosa: "Régimen de lluvias en una región"; 2. "Régimen po­lítico"; y 3. (gramática) Circunstancia de regir determina­das palabras tal cosa o tal preposición...».

Con base en esta pequeña comparación, se podría con­cluir que las diferencias entre el español y el holandés no son tan grandes. Pero más recientemente, en holandés se ha dado una dilatación del significado en dirección a «el conjunto de prescripciones que caracterizan una rela­ción». Así se habla, por ejemplo, de un «régimen más es­tricto de los vuelos nocturnos» alrededor del aeropuerto internacional de Amsterdam. No sería difícil añadir mu­chos ejemplos más de este tipo. En otras palabras, el signi­ficado del término régimen se está desarrollando cada vez más de gobierno hacia sistema regulado. Esto indudablemen­te refleja los cambios sociales recientes en materia de po­der y dependencias, descritos por el sociólogo holandés Abrarn de Swaan corno transición de una economía de mando hacia una economía de negociación.

No sólo en el idioma holandés diario se le puede ob­servar, sino también en el lenguaje sociológico. En los años ochenta Mart Bax (1982 et al.) y Abrarn de Swaan (1982 et al.) han introducido, independientemente el uno del otro, el término régimen en la sociología procesal con el significado de «sistema en determinada manera regula­do». Desde entonces, el término ha venido ganando im­portancia entre los representantes holandeses del enfoque figuracional. En la actualidad hay regímenes religiosos (Bax), regímenes intelectuales (Heilbron 1995), regímenes médicos, regímenes de atención social (De Swaan 1982, 1985, 1989), regímenes pedagógicos (De Vries 1993), re­gímenes de regulación de drogas (Gerritsen 1993), regí­menes ecológicos (entre ellos regímenes del fuego), regí-

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menes agrario-militares (Goudsblom 1989, 1992), y regí­menes de reuniones (Van Vree 1994).' Seguramente esta enumeración no es completa. No es coincidencia qrte ac­tualmente está decayendo en la sociología procesal el uso del concepto civilización basado en el trabajo de Elias.

Mientras en este círculo de sociólogos los regímenes parecen estar sólo al comienzo de su carrera, la situación en el circuito internacional de politólogos es notablemen­te distinta. El concepto de régimen se viene empleando en numerosos análisis politológicos desde hace ya más de diez años. A pesar de que se había partido de una acep­ción del término en el sentido de dirección y gobierno, a comienzos de los años ochenta entre politólogos también se ha producido un cambio de significado hacia sistema re­gulado. Los politólogos de regímenes disponen de un con­siderable volumen de trabajos donde hace ya al menos quince años se teoriza sobre el surgimiento y el funciona­miento de regímenes; ahora no faltan quienes consideran que los regímenes se han acabado (ver por ejemplo: Crip­ta et al. 1993; Haas 1980, 1989; Junne 1992; Krasner 1982, 1983; Young 1982, 1986, 1989).

Es de suponer que la razón de esta diferencia se en­cuentre en el hecho de que los politólogos antes que los sociólogos estuvieron en busca de un término apropiado para caracterizar toda clase de nacientes acuerdos y aso­ciaciones supranacionales. En la sociología la atención ha sido dirigida ante todo hacia los Estados nacionales como unidad de análisis, naturalmente con la figuración como término más general. A diferencia de los politólogos, en la sociología procesal el término régimen se introdujo para señalar agrupaciones dentro de los Estados. Para agrupa­ciones supraestatales, es decir para relaciones mundiales,

Según Heilbron, el término régimen intelectual ya fue empleado por el sociólogo Auguste Comte.

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algunos sociólogos figuracionales han desenterrado — siguiendo a De Swaan— el término stelsel, que no tiene equivalente en castellano pero cuya acepción es cercana a la del vocablo sistema (o régimen). Así se está pensando en sistemas de idiomas mundiales, un sistema cultural mun­dial y en un sistema deportivo mundial (De Swaan 1991; Van Bottenburg 1994), por ejemplo. Estos términos se ubican en la tradición del sistema mundial de André Gunder Frank e Imrnanuel Wallerstein.

Algunos sociólogos procesales de procedencia británi­ca, en especial Eric Dunning y Stephen Mennell, guardan algunas reservas frente al empleo del término régimen. Pe­ro en los últimos años, especialmente Mennell muestra cada vez más interés en la aceptación de regímenes —tal vez se puede decir que él se encuentra en proceso de adapta­ción a este nuevo régimen lingüístico—.

Historiadores y sociólogos norteamericanos trabajan en creciente medida con el término régimen aunque siem­pre de un modo laxo, al parecer casi no reflexionado. El sociólogo Thorstein Veblen hacia finales del siglo pasado ya hablaba de un régimen patriarcal (1953: 62) mientras que William Rathje y el periodista Colin Murphy (1992) presentaron un régimen de evacuación de basura para hablar del trato que los hombres dan a sus desechos. En otra parte me encontré con un régimen del uso de las tie­rras (W. H. McNeill 1978: 3) mientras J.R. McNeill más re­cientemente señaló un régimen demográfico (1992: 3). Y corno ejemplo final: en la Cátedra Wertheim (1995) el an­tropólogo político norteamericano James Scott habló de property, tenure y labor regimes (20 de junio 1995, Knaw Amsterdam).

A pesar de la fuerte y creciente popularidad del con­cepto régimen, hasta ahora la mayoría de los sociólogos figuracionales apenas se ha hecho cargo de las implicacio­nes analíticas del concepto. El tratado teórico de firma po-litológica Determinants of Regime Formation (Gupta et al.

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1993) no conoce equivalente sociológico alguno. En rni opinión los aspectos teóricos de la emergente sociología de regímenes han sido muy subestimados. Por eso quiero detenerme en este punto antes de exponer mis ideas acer­ca de las ventajas que ofrece el término régimen en rela­ción con la discusión sobre los procesos de civilización.

Los regímenes pueden ser descritos, entre otros, como conjuntos de estándares de comportamiento en cierta medida compartidos. Esto en el sentido más general com­prende tanto formas de conducta que los implicados con­sideran de cumplimiento obligatorio para otros o para ellos mismos, como otras formas de conducta que ellos u otros deberían abandonar. En otras palabras, los regíme­nes son complejos de coacción externa y de autocontrol.

No es suficiente caracterizar los regímenes sólo como complejos de coacción externa y autocontrol. En cada si­tuación social, la gente también experimenta formas de deseos, de inclinaciones de hacer ciertas cosas o dejarlas. Todos aquellos deseos son profundamente sociales, es de­cir, formados dentro de procesos continuos de coacción externa y autocontrol. Además, los deseos experimenta­dos por unos se traducen fácilmente en el ejercicio de ciertas formas de coaccicm sobre otros, o de autocontrol de su propia persona.

En términos muy generales, pues, se puede concluir que todos los regímenes sociales consisten en un constan­te juego entre deseos, coacción externa y autocontrol.

Al mismo tiempo ellos son conjuntos de relaciones de dependencia. Estas relaciones comprenden conductas que rigen realmente tanto las relaciones mutuas corno los comportamientos esperados. Tanto los comportamientos efectivos corno los esperados tienen relación con las ba­lanzas de poder como las que funcionan en estas relacio­nes. Sin embargo, las relaciones no pueden ser observa­das, las conductas en cambio sí.

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Algunos regímenes pueden ser delimitados muy clara­mente. La legislación nacional por ejemplo define en tér­minos formales un Estado nacional y así también la agru­pación que todos los hombres forman dentro del Estado. De hecho las reglas de cualquier organización fijan en medida significativa el comportamiento prescrito que dis­tingue a la respectiva comunidad de otras. Esto es válido por ejemplo para asociaciones deportivas, partidos políti­cos, universidades y empresas. Desde luego, en estas co­munidades hay muchos comportamientos que no han sido cristalizados en reglas escritas y los reglamentos escritos a veces no son observados —o sólo parcialmente—. Otros re­gímenes, sin embargo, no cuentan con estándares de comportamiento escritos o disponen de ellos en forma apenas rudimentaria. Esto ocurre por ejemplo en el caso del régimen pedagógico, es decir, del trato entre adultos y niños.

Los hombres en general forman parte de un gran nú­mero de regímenes. En otras palabras, los regímenes se traslapan mutuamente. Por ejemplo, siempre que ios hombres practican el fútbol se amoldan al régimen vigen­te en su club favorito. Cuando llegan a casa, allí se habla de otro régimen, mientras la situación laboral probable­mente se caracteriza por una gama más o menos amplia de regímenes diversos. Se puede constatar en general que el número de regímenes distinguible en una sociedad au­menta en la medida en que avanza la diferenciación de la misma. Este proceso de diferenciación de regímenes es muy largo, de hecho se prolonga durante toda la historia de la humanidad. Una consecuencia de esto consiste en el hecho de que mientras mayor es el número de regímenes de los cuales los hombres forman parte, más crece la ne­cesidad de disponer de un comportamiento flexible para que se pueda adaptar a las diversas condiciones.

Sin embargo, no todos los regímenes se traslapan. Has­ta hace poco en muchos países no era fácil, si no imposi-

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ble, tener dos nacionalidades. Este rígido deslinde recien­temente estuvo en discusión en los Países Bajos, de mane­ra que se puede preguntar por las razones de este cambio. Del mismo modo, los regímenes formados por las religio­nes mundiales tradicionales sólo se traslapan raras veces o nunca entre ellas. En la actualidad, por ejemplo, es impo­sible ser un cristiano declarado y un musulmán al mismo tiempo. Entonces surge el problema de cómo y por qué en el curso de la historia unos regímenes sí se traslapan mientras que con otros no ocurre lo mismo; cómo y por qué se distinguen unos de otros; y cómo y por qué esta si­tuación en el curso del tiempo cambia y luego permanece bastante estable (ver Spier 1990, 1994 a, b; 1995 a, b, c).

Los regímenes se distinguen no sólo en cuanto a su ca­rácter sino también por su tamaño. Mientras algunos re­gímenes entre grupos de recolectores y cazadores al pare­cer fueron de dimensiones muy limitadas, con las crecien­tes posibilidades de comunicación actuales, algunos regímenes se extienden por todo el mundo. Esto no sólo se refiere a organizaciones supranacionales como las Na­ciones Unidas. Se están formando también regímenes más informales de dimensión mundial, como el de Internet, donde determinados estándares de comportamiento fue­ron fijados e impuestos a pesar de que ahí no existe nin­guna autoridad institucional que haya asumido esta fun­ción. Aquí la imposición se produjo cuando se registraron infracciones contra determinados estándares de compor­tamiento (las pautas comerciales, por ejemplo, son un ta­bú en el correo electrónico) como el de hacer pasar rápi­damente las diversas noticias. Los infractores fueron bombardeados por otros usuarios del correo electrónico con un sinnúmero de furiosos mensajes de tal manera que de hecho resultaron desacreditados y excluidos de la red. Aquí vernos —dentro de una comunidad sin institución central que contara con un monopolio de la violencia y que pudiera tomar la decisión de condenar a los infracto-

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res a la pena capital social (exclusión de Internet)— meca­nismos tribales de coacción civilizatoria en acción a escala mundial.

Lo arriba expuesto ilustra que el término régimen es ampliamente aplicable. Tiene también un carácter mucho más distanciado que el del concepto civilización. Por lo menos en la Europa Occidental, el término regímenes se asocia mucho menos con un significado cotidiano de in­tenso colorido emocional que podría representar una car­ga contra la aplicación del término para el uso científico. Aunque el vocablo régimen con frecuencia es empleado en el sentido de régimen dictatorial, ésta seguramente no es su única acepción. Ciertamente se le asocia con coacción social, pero esto resulta conveniente. En todo caso no será necesario demostrar más detenidamente que el concepto de civilización de Elias presenta problemas mayores que el de regímenes, por su mayor divergencia con el sentido asociado en el lenguaje cotidiano con el término.

Otro competidor bien consolidado es el término cultu­ra, que parece haberse establecido exitosamente como un término científico neutral. En la conocida definición de Tylor, fa cultura comprende todo comportamiento apren­dido y trasmitido. Cabe preguntar, sin embargo, si el tér­mino cultura se emplea sistemáticamente también entre antropólogos en ese sentido. Entre ellos el concepto de cultura designa ante todo un comportamiento interioriza­do y una comunicación a través de símbolos. En el análisis de la coacción y el autocontrol en dicha comunidad se pone mucho menos énfasis. ¿Quién hablaría por ejemplo de la cultura del genocidio o sobre una cultura de cuadri­llas de ladrones? En casos como este último, el término subcultura intenta ofrecer solución. En todo caso queda claro que el término cultura de ninguna manera es libre de apreciaciones valorativas. Puede que la afirmación resulte un tanto lúgubre pero, en realidad, tanto un régimen de guerra como un régimen de fiesta suenan comparativamente

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descomplicados cuando se intenta reflexionar de modo más distanciado sobre cómo los hombres se comportan en circunstancias particulares. Y esto es muy necesario. Hay que estudiar justamente este tipo de regímenes —que sue­le evocar fuertes emociones— con la mayor distancia posi­ble, al menos si se quiere conseguir una idea más profun­da acerca de lo que en ellos ocurre.

Como consecuencia de lo arriba expuesto, el término régimen debería volverse una pieza central de la formula­ción teórica en las ciencias sociales; esto con mayor razón por cuanto mediante este término se pvrede establecer una relación entre vínculos de dependencia y estándares de comportamiento. Aquí hay un potencial que ni siquiera el término de figuración logra igualar, y que para el caso de otros términos que aluden a redes humanas resulta aún menos claro. Ello no significa que esos términos cpieden de una vez eliminados. Pero el término régimen también merece un lugar en el firmamento teórico de las ciencias sociales.

Girando se pretende entender cómo funcionan los re­gímenes, hay que enfrentar tres grandes preguntas: ¿cómo y por qué surgieron, se desarrollaron y desaparecieron los diversos regímenes?

La explicación del surgimiento de regímenes es senci­lla. Todos ellos se forman porque los hombres experimen­tan un problema y, en consecuencia, tratan de resolverlo desarrollando determinados estándares de comportamien­to. Para este mecanismo propongo usar el término defor­mación de regímenes orientada por problemas. El mecanismo aludido puede registrarse por doquier —con variaciones desde los problemas que se presentan en cualquier familia basta la formación de organizaciones internacionales co­rno las Naciones Unidas, por ejemplo—.

Como todos los aspectos de la existencia humana, los regímenes son compromisos, y esto significa que no con-cuerdan plenamente con los deseos de todos los implica­dos. Además todos los regímenes generan efectos no es-

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perados que pueden por su parte conducir a nuevas aco­modaciones. Este proceso explica el desarrollo de regíme­nes en el sentido más general. En la medida en que los re­gímenes continúan desarrollándose son cada vez menos el resultado planeado de esfuerzos por resolver problemas directamente experimentados.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte, Otan, ofrece un ejemplo apropiado para ilustrar por qué los regímenes pueden seguir existiendo aun cuando las circunstancias se modifiquen. Después de la caída del co­munismo en Europa Oriental, algunos comentaristas des­cribieron a la Otan como «una solución en busca de un problema». La creciente inestabilidad de algunos de los anteriores países comunistas, inclusive la guerra en la ex Yugoslavia, generó nuevos problemas y contribuyó de esta manera a la supervivencia de la Otan. Los problemas que aseguran la persistencia de un régimen entonces no son per se los mismos que estuvieron en la base de su forma­ción. Esta situación, ampliamente descrita en la sociología organizacional, puede caracterizarse mediante el principio formulado por Stephen Jay Gould corno el de continuidad estructural y cambio funcional.

Corno formulación más general se puede afirmar que los regímenes se desvanecen cuando desaparecen los pro­blemas en cuya función surgieron, y cuando estos no son reemplazados por nuevos. Esto merece mucha atención, desafortunadamente todavía no la atrae sino escasas veces. Los regímenes pueden deshacerse porque su conservación genera demasiados problemas. El caso del Pacto de Varso-via y la división de la Unión Soviética pueden ser descritos en estos términos. Ese tipo de disolución cuenta frecuen­temente con gran atención pública.

REGÍMENES ECOLÓGICOS

Norbert Elias afirmó que hay tres tipos fundamentales de problemas con los cuales todos los hombres tienen que

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ver, y en relación con ellos hay tres formas fundamentales de control: se refiere al control del entorno extrahumano, el control de las conexiones interhumanas, y el control de los hombres sobre sí mismos a nivel individual, es decir, la autorregulación (Elias 1982b: 189-190). En analogía con esta clasificación pueden distinguirse tres tipos de regí­menes: ecológicos, sociales e individuales (Ver Goudsblom 1992, 1994; Spier 1995a). Con esta tripartición se presenta la clasificación más fundamental de los regímenes.

Los regímenes individuales no tienen que ser de carác­ter social o ecológico. Las personas a veces adoptan for­mas de conducta que nadie les exige. Por supuesto que todos los regímenes sociales son también regímenes indi­viduales, pero no necesariamente tienen que ver con la naturaleza extrahurnana. Estos regímenes se desarrollaron en la corte española y francesa, por ejemplo (esta última ha sido ampliamente estudiada por Elias). Los regímenes ecológicos —todas las formas de comportamiento media­namente estables con que los hombres se enfrentan a la naturaleza no humana— son sin excepción también regí­menes sociales e individuales.

En el opus rnagnum de Elias, los regímenes ecológicos no han jugado un papel de importancia. Pero un mejor concepto de ellos puede ayudar mucho a aclarar las cosas en la discusión acerca de la pregunta por el origen y desa­rrollo de las formas de civilización en sociedades sin Esta­do y acerca de los cambios surgidos con la formación de Estados. Un análisis general del papel de los regímenes ecotógicos en la historia de la humanidad en su conjunto revela que el concepto régimen puede ser un instrumento analítico suficientemente general (Ver Goudsblom el al. 1989).'

" Mediante el término régimen —con un significado algo modificado— puede resumirse de manera sencilla incluso tocia la historia cósmica, de la cual la tierra, la vida y la humanidad apenas forman una parte limita­da (Ver Spier 1990).

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Los regímenes ecológicos son tan antiguos como la humanidad. En la fase primera y más larga de su historia los hombres vivieron como recolectores, cazadores y pes­cadores. Su régimen ecológico, es decir, su manera de en­frentar los problemas con el medio ambiente, estuvo en gran medida determinado y limitado por las posibilidades que les ofrecía su entorno; por los aspectos biológicamen­te establecidos de la naturaleza humana, su conocimiento y su experiencia. Esto último comprendía el conocimiento social, la forma y el grado de organización, al igual que el nivel del conocimiento técnico que ya habían alcanzado los hombres.

A lo largo de esta fase de nuestra historia todos los hombres estuvieron directamente implicados en el régi­men ecológico. Todos ellos tenían que conformarse con las estaciones y los efectos que de ellas derivaban sobre el entorno natural que les rodeaba. Esto quiere decir: ellos tenían que luchar por la comida, mientras la superexplo-tación del medio ambiente conllevaba el peligro de minar la base de la propia existencia. En comparación con poste­riores fases de desarrollo ahí había poca diferenciación social.

La introducción de la agricultura y la ganadería signifi­caba la transición a nuevos regímenes ecológicos al tiem­po que el régimen de cazadores y recolectores fue per­diendo importancia, mientras en muchos casos desapare­ció por completo. No es claro en qué medida los hombres portadores de este régimen se extinguieron o se trans­formaron en agricultores y ganaderos. Pero independien­temente de como haya transcurrido el proceso, no hay duda de que los portadores del nuevo régimen ecológico a lo largo de muchos milenios se volvieron dominantes en casi todas partes, mientras los cazadores y recolectores fueron cada vez más presionados hacia los límites del mundo habitable.

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En el nuevo régimen agrario, los hombres también se impusieron mutuamente y a sí mismos hacer algunas cosas y abandonar otros comportamientos. Goudsblom ha sub­rayado en otro lugar que para practicar exitosamente la agricultura y la ganadería los nuevos campesinos tuvieron que aprender nuevas formas de autodisciplina (1988: 104-131 y Goudsblom et al. 1989, 1996). No podían seguir consumiendo toda la comida disponible, corno en muchos casos lo solían hacer los cazadores y recolectores, por lo menos los ambulantes, ya que para ellos fue de primera importancia poder ir hacia donde había comida.

Por el contrario, el consumo desenfrenado de siembras y reservas para el comienzo de la siguiente cosecha con­duciría inevitablemente a desastres. Aquellos hombres te­nían que adaptarse en creciente medida al ciclo de la agri­cultura en desarrollo, en la que sembrar, desyerbar y co­sechar en el período preciso se vuelve de importancia vital. Se hizo necesario desarrollar métodos para determi­nar con alguna certeza estos momentos. El éxito en la ga­nadería necesitaba otras formas de autocontrol. Por ejem­plo, los hombres no podían sacrificar su ganado inmedia­tamente después de su nacimiento. Hubo que aprender-una mayor previsión y muchas otras formas nuevas de au­todisciplina. Todos estos nuevos estándares de compor­tamiento, resumidos por Goudsblom como régimen agra­rio, no eran innatos sino que había que aprenderlos.

En el mismo período, los tempranos agricultores y campesinos ganaderos pudieron aflojar las riendas del ré­gimen de los recolectores y cazadores, en particular el se­guimiento de plantas y animales según las estaciones. En la medida en que desapareció este problema como condi­ción central de la alimentación y, dado que éste no fue re­emplazado por otros que hubieran podido perpetuar el régimen, el de los cazadores y recolectores en buena parte iba desapareciendo. De esta manera, simultáneamente con

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la formación del régimen agrario se debilitó y eclipsó el régimen de los cazadores y recolectores.

En términos de Elias, este proceso de debilitamiento y eclipse de regímenes —que salta mucho menos a la vista que los procesos de formación y consolidación de regíme­nes— se puede describir como una tendencia hacia la des­civilización, o tal vez incluso, como un proceso de descivi­lización. Este tipo de procesos en general recibe poca atención académica pero, en mi opinión, una observación más detenida es esencial para conseguir un cuadro equili­brado de los cambios de la economía afectiva y de los comportamientos de los hombres, no sólo a través de la transición hacia una existencia agrícola, sino en principio siempre y en todas partes donde se estudian procesos de civilización.

Corno parte de estos desarrollos se incrementaron las diferencias en cuanto a las funciones sociales, los poderes y las pautas de prestigio. Especialmente el desarrollo de Estados tempranos condujo a una situación de creciente diferenciación social, donde cada vez más hombres resul­taban dependientes entre ellos y donde resultaban cada vez menos afectados directamente por el medio ambiente circundante. Príncipes y sacerdotes, comerciantes y arte­sanos tuvieron que ver en creciente medida con las rela­ciones interhumanas, mientras los campesinos experimen­taban la presión directa del régimen ecológico. Las capas superiores y medias comenzaron a perder de vista el ré­gimen ecológico. Asimismo, en este proceso se presenta­ron tendencias de civilización y de descivilización al mis­mo tiempo. La gran mayoría de la población —ante todo campesinos, pescadores y mineros— continuaron experi­mentando a diario la presión del régimen ecológico. Va­riando una caracterización de Goudsblom en relación con la «sociedad cortesana europea en su apogeo» (1994: 12) puede constatarse para muchas sociedades agrario-rnilitares que las capas medias de la sociedad sustentaban y

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formaban ante todo el régimen económico. El trato mu­tuo entre los cortesanos estuvo fuertemente orientado ha­cia la etiqueta, mientras los sacerdotes se convirtieron en expertos de la ética. Estos seguramente no eran los únicos regímenes de los cuales estos hombres formaban parte, pero tal vez eran los regímenes de los cuales derivaban la mayor parte de su identidad.

Todos estos hombres miraban la vida campesina desde arriba, y lo mismo ocurría con el régimen ecológico que los campesinos representaban. Trabajar la tierra y el traba­jo manual en general se tornaron profesiones con un bajo valor distintivo. La jerarquía de estatus resultó cada vez más determinada en la medida en que los hombres logra­ban conservar limpias sus manos y su vestimenta y, rela­cionado con esto, por ideas asociadas a la pureza y sucie­dad. Especialmente en la India, pero también en otras partes, la limpieza y el prestigio social llegaron a estar es­trechamente entrelazados. Hasta el día de hoy, mucha gente que no trabaja la tierra ve la vida campesina y el ré­gimen agrario como un modo de existencia propio de un estatus inferior.

A lo largo del último milenio se intensificó y expandió el régimen económico, especialmente en sociedades no-ratlánticas. Ante todo, la tercera gran transformación eco­lógica —el paso a un modo de vida industrial basado en el amplio uso de fuentes de energía principalmente fósiles— contribuyó fuertemente a ello. Las posibilidades ofrecidas por la industrialización y también el hecho de que cada vez más gente iba a vivir en grandes concentraciones ur­banas y no siguió trabajando el campo, estimularon un creciente sentimiento de independencia con respecto a la naturaleza no humana. En consecuencia, muchos hombres perdieron de vista cada vez más al régimen ecológico.

El surgimiento de la conciencia ecológica, —y con ella el de nuevas formas de regímenes ecológicos— se originó por la aparición de nuevos problemas, porque unos pro-

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blemas ya existentes se agravaron, y por una nueva sensi­bilidad frente a problemas antiguos. La creciente conta­minación del aire, del agua y del suelo y ante todo tam­bién la creciente percepción de los peligros que esto trajo consigo —el miedo al agotamiento de fuentes naturales consideradas de importancia vital, la extinción de familias enteras de plantas y animales y más recientemente la posi­bilidad de que el comportamiento humano cause daños serios al ecosistema terrestre entero— contribuyeron al surgimiento y desarrollo del actual nuevo régimen ecoló­gico. En este nuevo régimen los hombres en muchos as­pectos no dependen directamente de la naturaleza pero no obstante se han vuelto cada vez más conscientes de que su comportamiento puede producir grandes efectos sobre el medio ambiente natural, los cuales pueden afectarlos a ellos mismos así como pueden influir negativamente sobre las posibilidades posteriores de una vida en prosperidad y bienestar. Propongo denominar este tipo de régimen eco­lógico, que es nuevo en la historia de la humanidad, con el término de régimen ambiental (Ver Spier 1995a, c 1996). Como en todos los regímenes, también en éste los hom­bres experimentan deseos, hacen determinadas cosas y de­jan de hacer otras, y con esto también conforman y defi­nen una constelación de dependencia mutua. La difusión e intensificación del régimen ambiental puede ser inter­pretada como la ecologización de la sociedad (Ver Schmidt 1993; Gijswijt 1995, Aarts et al. 1995).

REGÍMENES Y PROCESOS DE CIVILIZACIÓN

La utilidad del término régimen en relación con la discu­sión sobre civilización y descivilización se encuentra entre otros en el mayor grado de abstracción con que pueden ser descritos procesos de comportamiento. Si un régimen se desarrolla en el sentido de Elias —es decir, en un auto-

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control más general, uniforme y estable—, entonces se puede decir cjue este régimen experimenta un proceso de civilización. Cuando se da el caso inverso, se trata de un proceso de descivilización. Y cuando los desarrollos sólo presentan algunas características, se puede hablar de ten­dencias de civilización y descivilización (Ver Fletcher 1994).

Dos de los criterios de Elias para procesos de civiliza­ción, el del autocontrol más uniforme y estable, parecen evi­dentes. El tercer criterio —que el autocontrol tiene que tornarse más generalizado— presenta problemas. A mi jui­cio este último implica entre otros cine el autocontrol se expresa en cada vez más aspectos de la vida social. En otras palabras, deben estar en juego cada vez más regíme­nes diversos. La pregunta que resulta entonces es: ¿de cuántos regímenes se trata, y de cuáles? Es decir: ¿en cuá­les situaciones se considera dominante el proceso de civi­lización, y en cuáles circunstancias se caracteriza por lo contrario (descivilización), dado que casi siempre estos procesos ocurren al mismo tiempo pero no en la misma medida? Para esto no he encontrado todavía una buena respuesta.

El estudio empírico de Elias de los procesos de civiliza­ción en gran parte tiene relación con el trato mutuo obli­gatorio entre las élites de Europa Occidental durante el período que va desde la Edad Media hasta la Revolución Francesa. A pesar de que Elias seguramente tuvo un sen­tido agudo por la manera de proceder de la nobleza en re­lación con los subordinados, ésta juega un papel pasajero en la presentación de su material empírico. En su trabajo técnico tardío, en cambio, a esto le concede un lugar des­tacado (1983a: 190-192, 1983b: 311-330). El comporta­miento noble frente a los dependientes fue con frecuencia claramente menos reservado que los intercambios fuerte­mente estilizados entre los cortesanos mismos. Y donde la postura frente a los inferiores se envuelve en una salsa de

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civilización, esto probablemente se debía más a condicio­nes circunstanciales en el círculo propio o en razón de es­tándares de comportamiento interiorizados y sentimientos generados por la coacción civilizatoria en la corte, que a necesidades o deseos de conseguir la benevolencia de los subditos.

En el período arriba comentado el proceso de la civili­zación señalado por Elias conoció, pues, una dimensión social limitada y seguramente no se extendió completa­mente y en igual medida sobre todos los regímenes vigen­tes entre los implicados. Elias mismo ha subrayado eso. Dicho episodio permite reconocer claramente un proceso de restricción y refinamiento de los regímenes en el com­portamiento entre las élites de Europa Occidental. Si — siguiendo a Elias— estas modificaciones se describen como un proceso de civilización —lo cual me parecería justifica­do— ¿dónde ubicar entonces los límites? ¿Cuándo habla­mos sólo de procesos de restricción de regímenes? ¿Y cuándo de tendencias o procesos de civilización?

Ahí surge el siguiente problema. Los procesos de res­tricción y debilitamiento de regímenes por lo común se presentarán de modo simultáneo y, a veces, incluso den­tro del mismo régimen. El surgimiento de un régimen de guerra, por ejemplo, puede demandar un creciente auto­control como es necesario para no ser alcanzado por balas o esquirlas de granada. Al mismo tiempo puede haber también una creciente presión para que se dé rienda suel­ta a las emociones y a la violencia. Esto es sin duda el caso de las guerras europeas del pasado y del presente, así co­rno del pasado más lejano. El surgimiento del régimen guerrero medieval, por ejemplo, se caracterizó asimismo por formas tanto de restricción como de debilitamiento de los regímenes.3

Todos los regímenes guerreros así como los regímenes que se prepa­ran para la guerra recurren a formas de autodisciplina. En el desarrollo

(continúa en la página siguiente)

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En el régimen cortesano francés, en cambio, la violen­cia en el trato mutuo era fuertemente censurada. En ra­zón del monopolio central de la violencia los cortesanos no se podían permitir alzar la mano entre ellos. La pelea se libraba con medios más refinados. Como ya se ha di­cho, la transición de un régimen guerrero medieval a un régimen cortesano se puede describir en parte como un proceso de restricción y refinamiento de regímenes. Pero se trató también de diversas formas de debilitamiento y eclipse de regímenes. Los cortesanos ya no tenían que preocuparse más por la etiqueta guerrera, la presión de la guerra o las reglas de los torneos. En consecuencia, po­dían abandonar formas de autocoacción y refinamiento del comportamiento que habían sido relacionadas con aquellas presiones (Ver Maso 1982: 321-322). Estos desa­rrollos deben considerarse en los términos ya señalados de debilitamiento y eclipse de regímenes y tal vez también como tendencias o procesos de descivilización.

La diferencia obviamente no consiste sólo en que du­rante el gobierno de Luis XIV haya habido menos guerras. No es tan claro. Pero lo cierto es que el régimen guerrero se modificó. Las guerras, entre otros, cobraron dimensio­nes mayores. La concomitante división de trabajo habilitó a los cortesanos franceses para delegar toda la presión del régimen de guerra a representantes especializados y, en consecuencia, también pudieron abandonar formas de comportamiento asociadas con la lucha directa.

de las organizaciones militares en el milenio concluido puede percibirse una clara tendencia en dirección hacia formas más universales, más uni­formes y más estables de coacción externa y autocoacción, es decir, de una tendencia civilizatoria o de un proceso de civilización. La presión que hoy en día se siente hacia una cierta reserva, junto con el desarrollo técnico que crea una distancia cada vez mayor para matar y herir ene­migos, forma parte de dicha tendencia.

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De modo comparable —si bien en menor medida—, es­tos desarrollos se presentaron de la misma manera en re­lación con el régimen ecológico. Si bien la nobleza medie­val probablemente pocas veces o nunca haya trabajado la tierra con sus propias manos, los guerreros tuvieron en todo caso un contacto mucho más directo con los campe­sinos que sus pares en la corte francesa. Estos últimos sin­tieron raras veces o nunca la presión directa del régimen ecológico. Los cortesanos se preocupaban ante todo por los esfuerzos de los subditos en el campo cuando estos les proporcionaban muy poca ganancia material. De esta ma­nera, el régimen ecológico había casi completamente de­saparecido del horizonte mental de los señores. Y cuando se percataban de él, lo consideraban con desprecio.

Si definimos al ya comentado proceso de restriccicin de regímenes como un proceso de civilización, ¿en qué me­dida podrían considerarse entonces los mencionados pro­cesos de debilitamiento y eclipse de regímenes como ten­dencias o procesos de descivilización? y ¿cómo denomi­narnos entonces el proceso en su conjunto? No sé las respuestas a estos interrogantes. Hacen falta criterios cla­ros. Tales pautas pueden resultar quizás de la discusión académica cuando vayamos a experimentar con estos tér­minos.

Las tendencias y los procesos espectaculares de descivi­lización europea son ante todo los que hasta el momento han llamado la atención académica europea, corno el sur­gimiento de la Alemania nazi y más recientemente el derrumbe del orden y de la autoridad en Bosnia-Herze­govina. Los problemas de violencia más agudos, más tem­pranos y más duraderos en América Central y del Sur es­caparon casi por completo a los ojos escrutadores de los estudiosos europeos, ya que ellos no fueron afectados en forma más o menos directa por sus consecuencias.

Las tendencias y los procesos de descivilización más co­rrientes y más pacíficos que se presentan con mayor fre-

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cuencia, en cambio, no han generado todavía la atención que merecen. Esto se debe al hecho de que no llama mu­cho la atención la desaparición de comportamientos que dejan de ser funcionales; significa también la desaparición de los problemas que formaban la base de los mismos. El surgimiento de nuevos problemas, en cambio —y con esto el surgimiento de nuevos regímenes—, atrae mucho la atención. Esto representa una lamentable deformación. Podemos conseguir un cuadro más equilibrado de los procesos de civilización tan sólo si los procesos de restric­ción y debilitamiento de los regímenes, tanto los más so­bresalientes como los más escondidos, son investigados sistemáticamente.

DIVERSAS FUENTES DE CIVILIZACIÓN

Según Elias, la formación de un monopolio central sobre el ejercicio de la violencia legítima fue la causa principal del proceso de civilización en Europa Occidental, lo cual iba mano a mano con una creciente diferenciación social, división de trabajo, etc. Este concepto aquí no está en dis-cusiém. Podernos preguntar, sin embargo, si Elias conside­ró en esta premisa todas las fuentes de procesos de civili­zación, incluyendo las formas de comportamiento civiliza­do en sociedades sin Estado que ya se ha señalado en los comentarios críticos de Thoden van Velzen y Rasing.

Aunque no pueda presentar aquí un catálogo completo de todas las fuentes posibles de civilización, rne parece claro que Elias no prestó atención sistemáticamente a los impulsos civilizatorios provenientes de regímenes ecológi­cos, es decir, a las maneras como los hombres se enfren­tan a su medio ambiente natural. Pero hay al menos un pasaje en la obra de Elias que indica que el viejo maestro seguramente tuvo ojo para los efectos civilizatorios del ré-

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gimen ecológico (1982: 190-191). Pero hasta donde yo sé él nunca elaboró el terna.

Vale la pena enfatizar que todos los regímenes ecológi­cos son también regímenes sociales. Todos ellos exigen formas de cooperación que representan formas de com­portamiento controlado. Regímenes ecológicos semejan­tes —como por ejemplo, los regímenes de cazadores y re­colectores, los regímenes de agricultores y ganaderos, el régimen industrial, los regímenes de pescadores y de mi­neros—, presentan cada uno determinadas características sociales. Así muchas, si no todas las sociedades de agricul­tores, tienen entre ellas más en común que con sociedades de cazadores y recolectores —que, por su parte, se parecen mucho entre ellas—. Lo mismo es válido mutatis rnutandis para todos los demás regímenes ecológicos. La misma cuestión se puede plantear también para subregímenes den­tro de regímenes ecológicos grandes. Por ejemplo: ¿qué tienen en común pueblos que viven de la agricultura a ba­se de irrigación? ¿Tienen más en común entre ellos que con otras sociedades agrícolas? ¿Hay regímenes semejan­tes para agricultores que construyen diques? ¿Qué formas de cooperación eran necesarias? ¿Qué formas de civiliza­ción surgieron corno resultado?

Quisiera elaborar un poco más un tipo de régimen eco­lógico como fuente de civilización. En general, la agricul­tura exigía un modo de vida más sedentario que el régi­men de cazadores y recolectores. Las inversiones que se hacían en los campos, las herramientas, la cosecha recogi­da y la siembra hacían incómodo el andar de un sitio a otro. En otras palabras, independientemente de si había un monopolio central de la violencia o no, la actividad de la agricultura ató a los hombres a la tierra y reforzó tam­bién los lazos entre ellos mismos. Quizá a esto se deba el que los pueblos campesinos se parecen más a las socieda­des cortesanas de lo que supondríamos a primer vista. Mi­remos al siguiente pasaje de La sociedad cortesana de Elias:

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[...] pues éste entabla en general, una relación durade­ra, de toda la vida, con cada uno de los demás miembros de su sociedad; todos estos hombres cortesanos están, sin posible escapatoria, en manos unos de otros, más o me­nos, según su posición en la sociedad cortesana, como amigos, como enemigos o como relativamente neutrales. Ya por esto necesitan tener siempre máximo cuidado en todo encuentro. Precaución o reserva es, en consecuen­cia, una de las dominantes más importantes de la cortesa­na manipulación de hombres. Justamente porque toda re­lación es, en esta sociedad, necesariamente una relación duradera, una sola expresión impensada puede tener efectos permanentes. (1982a: 149-150)

Cuando, después de mi primer estadía en el pueblo su-randino peruano de Zurite, leí esta descripción de regreso en Holanda, me atravesó un rayo de luz: esto yo lo había visto allí. Los campesinos andinos que en gran parte se au-toabastecen son entre ellos —en muchos aspectos— extre­madamente reservados y presentan toda clase de compor­tamientos estilizados que yo justamente con mucho es­fuerzo me había apropiado, por lo menos hasta cierta medida. Estas formas de civilización campesina entre ciu­dadanos establecidos con orientación hispanohablante en la cercana ciudad de Cuzco están ausentes casi por com­pleto y a veces incluso son desconocidas. El reservado comportamiento andino no puede explicarse del todo a partir del hecho de que Zurite y sus alrededores llevan si­glos bajo formas de autoridad estatal. La vida social en el Cuzco también fue parte del Estado colonial y después pe­ruano, y tal vez experimentó aún más sus presiones.

Este complejo de comportamiento campesino surge en primer lugar a partir del régimen ecológico y del régimen social vigente en los Andes, con éste relacionado. Ambos vienen ya siendo bastante estables desde hace siglos. Co­mo parle de este régimen, los campesinos y campesinas

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permanecen estrechamente dependientes entre sí desde su nacimiento hasta su muerte. Se necesita trabajar el campo en ayni, trabajo común, mientras se realizan tareas comunitarias casi siempre en una forma parecida, faina. Sin estos tipos de trabajo común no se puede sobrevivir en las circunstancias ecológicas tales corno rigen allí, da­dos ciertos niveles tecnológicos y sociales. Esto significa que es necesario evitar conflictos abiertos, ya que estos ponen en peligro la necesaria cooperación diaria. De ahí que estos campesinos guarden ciertas reservas entre ellos, y se comporten con fornras estilizadas.

Hay más razones por las cuales los campesinos se mue­ven así en sus pueblos, como por ejemplo el compadraz­go, el cual funciona como colchón social. De igual manera produce formas estilizadas de comportamiento, y tal vez más en el campo que en ciudades como Cuzco, ya que en la vida urbana siempre hay más escape, más espacio a donde puede irse sin ser controlado por otros.

En términos generales, los efectos civilizatorios del ré­gimen ecológico pueden servir para explicar las observa­ciones que llevaron a Thoden van Velzen a la conclusión de que los Dyuka de Surinam también presentan ciertas características civilizatorias. De la misma manera puede entenderse por qué, en el análisis de Rasing, los esquima­les canadienses presentaron todo tipo de comportamiento reservado. Este mismo hecho puede ayudar a comprender por qué Rasing pensaba reconocer tendencias de descivili­zación en razón de la incorporación de los esquimales en el Estado canadiense, pues al mismo tiempo feneció en buena parte el régimen ecológico hasta entonces vigente, al igual que el régimen social relacionado con éste. La presión civilizatoria por parte de las autoridades canadien­ses no tuvo la suficiente fuerza corno para mantener las riendas locales tan fuertes como había ocurrido en el caso anterior.

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No resulta extraño que Elias prestara relativamente po­ca atención a los efectos civilizatorios del régimen ecológi­co. Las élites sobre las cuales concentró su atención no es­tuvieron dilectamente afectadas por el régimen ecológico de su tiempo. En su proceso civilizatorio el régimen eco­lógico jugó un papel marginal y experimentó más bien un proceso de debilitamiento.

A esto se suma lo siguiente: en el período en que Elias escribió su gran obra en la sociología no era de buen tono prestar sistemáticamente atención a las relaciones entre los hombres y su entorno natural. Esto puede entenderse a partir del hecho de que el régimen ecológico escapaba de la vista para cada vez más hombres de nuestra socie­dad, y el estudio del mismo no gozaba de mayor prestigio. Pero a mediados de los años ochenta cobró fuerza la idea de que nuestras actividades económicas desenfrenadas conllevan efectos ecológicos no previstos, los cuales en creciente medida fueron considerados nocivos. Entonces, surgió una amplia atención para esta temática en la ciencia social.

CIVILIZACIÓN Y BARBARIZACIÓN

En su informe sobre los actos violentos en y alrededor del pueblo bosnio de Medyugorye (1993, 1995), Mart Bax ad­virtió que éstos estuvieron acompañados por nuevas for­mas de control y dependencia. ¿Cómo debe ser visto tal proceso en el cuadro de la teoría de procesos civilizatorios de Elias? ¿Se hablaba aquí sólo de un proceso de descivili-zaciém o incluso de un proceso de barbarización? o ¿podían percibirse también tendencias civilizatorias?

Los argumentos recientemente presentados por la científica social norteamericana Madeleine Fletcher (1995) pueden contribuir a comprender mejor esta cuestión. Pensando en lo que ella denominó la dicotomía, tribal-feudal

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afirmó que en sociedades tribales —que se caracterizan en­tre otros por la ausencia de un monopolio central sobre los medios legítimos de violencia— la seguridad de los in­dividuos se garantiza por el grupo al que él o ella pertene­ce. Esta relación a menudo se define en importante medi­da en términos de consanguinidad. Si te sucede algo, el grupo torna venganza en los miembros del grupo al cual considera que pertenece el autor, y no per se única y exclu­sivamente en el autor. En sociedades estatales, en cambio, quien ejerce el monopolio de la violencia asume la tarea de castigar a los autores por sus infracciones. Cuando, planteado en mis términos, se derrumba un régimen esta­tal —no importa por qué razones— puede el régimen tribal, y con él el mecanismo de la vendetta, surgir y llegar a pre­valecer rápidamente.

Tal vez ambos regímenes pueden encontrarse en mu­chas, si no en todas, las sociedades estatales, aunque en la mayoría de los Estados noratlánticos los regímenes tribales muchas veces son muy débiles y su presencia apenas se siente. La situación en Irlanda del Norte y en el País Vas­co, sin embargo, ofrece ejemplos de regímenes tribales re­lativamente fuertes en los Estados nacionales. También las pandillas callejeras —a veces muy violentas— que se pre­sentan en los centros urbanos norteamericanos, lo mismo que todo tipo de agrupaciones terroristas, ptreden ser clasi­ficadas bajo este denominador. La fuerza y dimensión de ese tipo de regímenes tribales presenta una relación direc­ta con la solidez del régimen estatal del cual forma parte.

Tal vez estos conocimientos puedan arrojar más luz so­bre el problema señalado por Bax. Con respecto a Bosnia, constataba el derrumbe de la autoridad estatal. Este estu­vo acompañado por el surgimiento y robustecimiento de regímenes tribales. Los clanes familiares se presentaron más estrechamente relacionados entre sí y sus miembros se vieron sometidos a pautas de comportamiento más ri­gurosas en su trato mutuo. Aquí se presentó un proceso

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de reforzamiento de un régimen tribal, una tendencia civi­lizadora, si se quiere.

Al mismo tiempo cambió radicalmente el carácter del comportamiento frente a quienes fueron considerados cada vez más como extranjeros. Había cada vez menos ne­cesidad de enfrentarse a los rivales de forma pacífica y re­servada. Según Bax, ante todo en la fase inicial los enfren-tamientos eran más fuertes regularmente. Pero ya pronto el conflicto se asumió de modo más calculado y discipli­nado. Las relaciones interétnicas —que en cierta medida fueron redefinidas— experimentaron entonces procesos tanto de debilitamiento como de restricción de regímenes.

Ahora, ¿cómo debe entenderse este proceso en su con­junto? Mientras entre los regímenes tribales se presentaba una creciente espiral de violencia, es decir, un proceso de descivilización o, quizás, un proceso de barbarización, se podían percibir también tendencias hacia la restricción del régimen. Asimismo, en cada clan se pusieron en marcha tendencias civilizadoras, es decir, que los respectivos miembros resultaron cada vez más dependientes entre ellos. En resumidas cuentas, los desarrollos entre los di­versos regímenes no se ajustan todos de igual manera a los criterios señalados por Elias para los procesos de civili­zación.

La confrontación en Medyugorye llegó a su fin cuando una unidad paramilitar croata con mano dura introdujo una autoridad supratribal y, así, los sucesivos conflictos entre los restantes clanes en gran parte fueron despojados de sus aspectos violentos. Ahí se trataba del mismo meca­nismo, pero con signos inversos. Tendencias de civiliza­ción y descivilización se presentaron aquí también de ma­nera simultánea. Hubo una espiral de paz bajo la coacción externa.

Esto plantea el siguiente problema. En situaciones de guerra, el comportamiento cruel frente a enemigos de­samparados tal vez no sea causado únicamente porque los

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hombres pueden soltar las riendas culturales. La fuerte presión hacia la solidaridad interna de los grupos en con­flicto también puede jugar un papel destacado en estos casos, pues todos los contrincantes están compenetrados porque su vida puede depender del grado de solidaridad que desarrollen sus copartidarios en situaciones de emer­gencia. En situaciones difíciles ellos son los únicos que pueden prestarles ayuda. Esto vuelve sobremanera riesgo­so el sustraerse de las crueldades cuando la poderosa ma­yoría de las propias filas se excede en la utilización de la violencia. Un comportamiento evasivo puede implicar una pérdida seria de prestigio dentro del propio grupo, lo cual reduce las propias posibilidades de supervivencia. En este tipo de situaciones puede desarrollarse entonces una fuer­te presión social hacia un comportamiento despiadado que no debe equipararse única y exclusivamente con la eliminación de estándares civilizados de comportamiento y la concomitante admisión de impulsos directos. Queda sobre el tapete la pregunta de por qué —en tales circuns­tancias— comportamientos sin compasión pueden conlle­var prestigio social mientras que cualquier intento de evi­tarlos puede afectar el propio estatus. Como sea, el surgi­miento de un comportamiento cruel puede ir de la mano con formas de creciente autocohesión, o sea, con restric­ción de régimen. Este fenómeno probablemente se pre­senta en todas las guerras.

Hablar de procesos de civilización o de descivilización depende también de la unidad de análisis. Como la aten­ción estuvo dirigida en primer lugar sobre la acción de al­gún clan, el derrumbe del Estado y el proceso de militari­zación sólo conllevaron a un proceso de restricción de ré­gimen interno. Esto tal vez deba describirse corno una tendencia de civilización. Las relaciones entre familias ampliadas, en cambio, experimentaron durante el mismo período tendencias tanto de descivilización como de civili­zación. Para denominar el proceso en su conjunto se re-

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La teoría del proceso de la civilización...

quiere establecer qué tendencia se considera como domi­nante. Queda la pregunta sobre cómo deben caracterizar­se entonces los desarrollos que comprenden tendencias de civilización y de descivilización a! mismo tiempo, sin que ninguna de las dos se revele como la dominante.

Un problema comparable surge cuando se quiere ana­lizar la situación de los campos de concentración alemanes en términos de civilización y de descivilización. Los guar­dianes de los campos podían comportarse en relación con los presos despiadadamente. Pero al mismo tiempo los je­fes desarrollaron determinadas formas de comportamien­to calculado, es decir, disciplinado en relación con los en­cerrados. La élite además dependía más que antes de sí misma, lo cual asimismo conllevó a determinadas formas de comportamiento controlado. Y una vez en esta situa­ción, también en este caso debió resultar difícil sustraerse a la presión de cometer crueldades. Este conjunto comple­jo de tendencias de civilización y descivilización en los dis­tintos regímenes hace también imposible calificar al pro­ceso en general inequívocamente sólo en términos de civi­lización, o descivilización, o incluso barbarización.

Estos problemas de ponderación surgen en alguna me­dida también para el período estudiado por Elias. Mien­tras la sociedad cortesana francesa del siglo XVIII cultivó las más diversas maneras de comportamiento refinado, las guerras y otras formas de violencia entre sociedades euro­peas eran el pan de cada día, posiblemente en razón del crecido poder del Estado francés en su conjunto. La dife­rencia con la situación en Bosnia se halla sin embargo en el hecho de que los cortesanos mismos no estuvieron afec­tados directamente por estos conflictos, lo cual los puso en condición de distanciarse de ellos. Todo esto formó parte de su proceso de civilización y estuvo directamente relacionado con el asunto de la creciente dimensión de las estructuras de interdependencias, sobre las cuales Elias tanto insistió.

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C O N C L U S I O N E S

El concepto de civilización no es de un grado suficiente­mente general como para describir satisfactoriamente el carácter y los desarrollos de todo comportamiento huma­no. A mi juicio el término régimen bien puede cumplir se­mejante función y sirve, empleado más sistemáticamente, para señalar complejos de estándares de comportamiento.

En los términos más generales, los regímenes surgen y se desarrollan como soluciones a problemas sociales, mientras desaparecen cuando los problemas que impulsa­ron su formación y desarrollo dejan de existir sin que se hayan presentado otros en su lugar. El proceso de forma­ción, desarrollo y eclipse de diversos regímenes debería investigarse en forma sistemática.

Pueden distinguirse tres tipos principales de regíme­nes: regímenes individuales, sociales y ecológicos. Ante todo los dos últimos tipos son fuentes de civilización y descivilización. La influencia civilizadora del régimen eco­lógico ha sido atendida por Elias sólo muy de paso, pero se le puede reconocer un papel importante. Con ello pueden explicarse particularmente formas de comporta­miento controlado en sociedades sin Estado. No estoy se­guro de que con la introducción de regímenes ecológicos todas las posibles fuentes generales de comportamiento civilizado estén cubiertas, pero hasta el momento no se imponen otros. Un problema elaborado todavía insatisfac-toriamente es la pregunta por la influencia mutua entre regímenes sociales y ecológicos.

Los conceptos de civilización y descivilización pueden servir como términos más específicos para indicar la di­rección en la cual se desarrollan regímenes o sistemas (complejos) de regímenes.

Para finalizar, quiero subrayar que se puede ver el auge del término régimen en Holanda y la concomitante dismi­nución del uso del de civilización como un indicio de la

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La teoría del proceso de la civilización...

presencia de dos regímenes académicos. De ambos, el

eliasiano más ortodoxo está perdiendo influencia, mien­

tras el otro continúa su ascenso. Dejo a los lectores o las

lectoras juzgar si en este caso se trata de procesos de civili­

zación o descivilización; o si la situación se comprende

mejor dejando de lado esta discusión y analizando estos

procesos simplemente en términos de regímenes.

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Los autores

ELIAS, NORBERT (1897-1990)

Científico social de origen judío alemán. En Heidelberg y Francfort se vinculó a la sociología. Pero en 1933 tuvo que abandonar Alemania, corno la mayoría de sus colegas. En el exilio londinense escribió la obra que decenios más tar­de fundamentaría su fama internacional, El proceso de la ci­vilización, publicada en 1939 por primera vez. y en 1969 por segunda vez. Durante la mayor parte de su vida traba­jó al margen de los establishments académicos. Desde la dé­cada de los setenta se le abrieron las puertas editoriales en Europa. Entonces comenzó a discutirse su pensamiento, especialmente entre los sociólogos. Su enfoque rescata la dimensión histórica para la sociología que para él debía ser histórica siempre. Elias insistía en que todo Estado y si­tuación social actual era comprensible en la medida en que lo era el proceso de su desarrollo. Un segundo rasgo distintivo de su manera de estudiar los asuntos humanos se identifica con las figiradones que constituyen los seres humanos. El término representa ante todo el hecho de las relaciones de interdependencia entre los hombres.

G L E I C H M A N N , PETER (1932)

Es catedrático de Sociología en la Universidad Técnica de Hannover. Gleichmann ha sido una de las figuras más comprometidas con la introducción de la obra de Elias en

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Los autores

el mundo académico de Alemania. Jun to con Johan Goudsblom (Amsterdam) y Hermann Korte (Hamburgo) organizó las primeras publicaciones colectivas dedicadas al debate sobre la teoría de Elias en Europa. En sus propias investigaciones, Peter Gleichmann ha llevado interrogan­tes dejados por los trabajos de Elias al terreno de los cam­bios en el comportamiento humano en el curso de los si­glos XIX y XX. El, además, le dio impulsos vitales a una nueva generación de científicos sociales cuyos trabajos trascienden, en definitiva, el marco geográfico y cultural original de la teoría de la civilización de Norbert Elias.

GOUDSBLOM, JOHAN (1932)

Fue catedrático de Sociología en la Universidad de Am­sterdam, de 1968 hasta 1987. Su inclinación hacia la teoría y el estilo cognitivo de Elias data de los años cincuenta. Goudsblom ha jugado un papel central en la generación de un clima intelectual propicio para la asimilación relati­vamente temprana de la obra de Elias y para el desarrollo de numerosas investigaciones inspiradas en ella. Es autor de una serie de libros y numerosos artículos sobre diver­sos ternas como El estado de la sociología (1977), El nihilismo y la cultura (1980), Lengua y realidad social (1988), para só­lo mencionar algunos. Particularmente importante resulta el libro Fuego y civilización (trad. cast. 1994), donde desa­rrolló ampliamente su concepto de los sistemas sucesivos socioecológicos en la historia de la humanidad.

M A E T T I G , L U T Z (1966)

Estudió sociología en la Universidad de Hamburgo. Se inició corno profesional con estudios sobre la estructura social de la ciudad de Hamburgo y sobre las necesidades

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Los cultores

culturales de la ciudad. Desde 1995 está vinculado a la Asociación para la Investigación Urbana, Regional y de Vivienda de Alemania, En 1996 Lutz Maettig ingresó al Instituto de Sociología de la Universidad de Hamburgo, donde está trabajando —junto con el profesor Hermann Korte— en una amplia investigación sobre los procesos de globalización, que cuenta con el apoyo de la Fundación Daimler-Benz. El progreso de dicho proyecto se encuentra documentado en una serie de publicaciones.

MASTENBROEK, W I L L E M F.G. (1944)

De formación es sociólogo. Sus numerosas publicaciones reflejan una amplia experiencia académica y práctica en materia del manejo de innovaciones y del desarrollo de las condiciones empresariales en las diversas organizaciones. Es consultor para management y cofundador del Holland Consulting Group en Amsterdam. Mastenbroek es, además, un reconocido experto en materia de manejo y solución de conflictos. En la Universidad de Amsterdam, Willem Mastenbroek ocupa la cátedra de Cultura Organizacional y Comunicaciones.

SPIER, FRED (1952)

Spier, quien en la actualidad está vinculado como docente investigador de la Universidad de Amsterdam, se destaca por un perfil disciplinario poco común. Primero esludió bioquímica, luego hizo una maestría en antropología cul­tural. Finalmente se doctoró con una tesis sobre Regímenes religiosos en Peni, que recoge extensos estudios de campo y de archivo en cercanías de Cuzco y que ofrece importan­tes innovaciones sobre las relaciones entre la formación de regímenes religiosos y los procesos de formación esta-

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Los autores

tal. Sobre esta materia giran sus primeros dos libros. Su más reciente libro The Structure ofBig History. From the Big Bang Until Today ha causado impacto internacional. Desde el mismo año de su primera edición (1996), Spier es el primer miembro no norteamericano de la jun ta ejecutiva del World History Assodation.

SPIERENBURG, PIETER (1948)

Es un historiador formado en la Universidad de Amster­dam, donde se doctoró, en 1978, con una tesis sobre La violencia judicial en la República de Holanda. Castigo físico, ejecuciones y tortura en Amsterdam entre 1650 y 1730. Desde 1977, el profesor Spierenburg está vinculado al departa­mento de Historia de la Erasmus University Rotterdam. El es además el secretario de la Asociación Internacional de Historia del Crimen y de la Justicia Criminal, lahccj, desde la fundación de este organismo, en 1978.

Spierenburg consiguió asiento en ia escena internacional con el libro The Spectacle ofSuffering. Executions and Evolution of Repression: from a Preindustrial Metropolises to the European Experience (1984),

W O U T E R S , C A S (1942)

Cas Wouters puede ser considerado como típico repre­sentante de la Escuela de Amsterdam, tanto en su forma­ción como en su producción científica. Su perfil integra una vasta cultura histórica y sociológica con amplios estu­dios empíricos de índole variada. Su interés prioritario se dirige al estudio comparativo de los cambios en el com­portamiento humano especialmente en el siglo XX. Los países integrados sistemáticamente en sus estudios son Holanda, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Cas

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Los autores

Wouters ha acuñado el concepto de inforrnalización para integrar los procesos psicogenéticos observados en las so­ciedades industriales especialmente desde los años sesenta y setenta en una teoría eliasiana sustancialmente ampliada. En sucesivos pasos llevó el concepto a una teoría de los procesos de inforrnalización y formalización en el largo plazo. Cas Wouters está vinculado a la Facultad de Cien­cias Humanas de la Rijksuniversiteit Utrecht.

VERA WEILER, COMPILADORA (1957)

Ph.D. de la Universidad Karl Marx de Leipzig. Profesora Asociada del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia (sede Bogotá). Compiladora del li­bro La civilización de los padres y otros ensayos —que contie­ne textos de Norbert Elias— publicado por Editorial Nor­ma. Coordinadora académica del Simposio Norbert Elias y las deudas sociales luida finales del siglo XX, evento pionero en la difusión de la obra de Elias en Colombia.

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Este libro se terminó de imprimir el 22 de jimio de 1998 en los talleres de Cargraphics S.A., Santafé de Bogotá, Colombia. Su composición tipográfica se realizó en caracteres New Baskerviile y Gilí Sans.

La edición es de 1.500 ejemplares.

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