tuneles 4- al limite

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Roderick Gordon Brian Williams Túneles 4 AL LÍMITE

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  • Roderick GordonBrian Williams

    Tneles 4

    AL LMITE

  • PRIMERA PARTE

    Revelaciones

  • 1

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    REPLACE_ME

    Olas de fuego, rojo en el blanco. El pelo se quema, la piel se encoje. Un impetuoso vendaval lanza su alarido y en ese instante desaparece todo el oxgeno del lugar. A continuacin, el agua estalla con la zambullida en la charca de Rebecca Dos, que arrastra a su hermana tras ella. Aturdido, apenas consciente, el cuerpo de Rebecca Uno est lacio como una mueca de trapo. Ni siquiera el agua helada consigue despertarla.

    Se sumergen bajo la superficie, por debajo del intenso calor.

    Rebecca Dos le pone a su hermana la mano en la boca y la nariz, intentando taparlas. A continuacin hace un esfuerzo por pensar. Sesenta segundos es lo mximo que podr aguantar se dice cuando empiezan a dolerle los pulmones. Y ahora qu?

    Observa el furioso infierno que se agita por encima de su cabeza, las olas de rojo carmes refractadas en las olas de agua. Prendida por las cargas de Elliott, la reseca vegetacin resulta engullida por una tormenta de fuego y termina obstruyendo la superficie de la charca con espesas cenizas de color negro. Y para empeorar an ms las cosas, Elliott, esa cerda mestiza, est all, vigilando y aguardando, dispuesta a matarlas en el instante en que se dejen ver. Cmo lo sabe Rebecca Dos? Pues porque eso es lo que hara ella en su lugar.

    No, no pueden volver a subir. No, si quieren contarlo.

    Hurga en el bolsillo de la camisa y saca de l una esfera luminosa de repuesto. Pierde en ello varios segundos,

  • pero es completamente necesario ver por dnde va. Tiene que decidirse pronto... Ya..., antes de que no

    sea posible decidir nada. A falta de otra posibilidad mejor, decide hundirse

    ms, arrastrando a su hermana bajo aquella luz turbia. Comprueba que Rebecca Uno est sangrando por la herida que tiene en el estmago: el rastro de sangre dibuja tras ella remolinos de cinta roja.

    Cincuenta segundos. Se marea: es el primer efecto de la falta de aire. Entre el tumulto de burbujas y la presin del agua en

    los odos, Rebecca Dos oye los gritos de su hermana. La falta de aire ha logrado despertar a la muchacha, que pronuncia palabras confusas, aterrorizadas. Forcejea dbilmente, pero Rebecca Dos le clava los dedos en el brazo, y entonces la hermana parece comprender y vuelve a relajar el cuerpo, permitiendo que la transporte por el agua.

    Cuarenta segundos. Resistindose al impulso de abrir la boca para

    respirar, Rebecca Dos sigue hundindose en el agua. El halo de luz proyectado por la esfera luminosa muestra una superficie vertical cubierta de algas. Un banco de peces diminutos avanza como dardos disparados a la vez. Sus escamas, de un azul metlico, brillan a la luz de la esfera con infinidad de colores.

    Treinta segundos. Entonces Rebecca Dos ve una abertura escondida en

    la penumbra. En el momento en que mueve las piernas para impulsar hacia ella su propio cuerpo y el de su hermana, su mente retrocede a otra poca de su vida: a las clases de natacin que haba tomado en Highfield.

    Veinte segundos. Ve que se trata de un canal. Hay una posibilidad

    se atreve a pensar, concibiendo esperanzas. Una posibilidad remota. El pecho le arde. No podr aguantar mucho ms, pero sigue nadando, penetrando en el canal,

  • observando a su alrededor al tiempo que avanza. Diez segundos. Est desorientada. Ya no sabe a ciencia cierta dnde

    es arriba ni dnde es abajo. Entonces ve el reflejo: unos metros ms all, una especie de espejo devuelve una imagen insegura y temblorosa. Con las fuerzas que an le quedan, empuja hacia all su cuerpo y el de su hermana.

    Las cabezas de las hermanas atraviesan la superficie del agua y penetran en la bolsa de aire encerrada en la parte superior del canal.

    Rebecca Dos infla sus convulsos pulmones, que agradecen que no se trate de metano ni de un compuesto de ningn otro gas daino. En cuanto sus toses y jadeos empiezan a ceder, se vuelve para ver cmo se encuentra su hermana. La cabeza de la muchacha herida est fuera del agua, pero cuelga hacia delante, inanimada.

    Vamos, despierta! le grita Rebecca Dos, agitndola.

    Nada. Entonces desliza los brazos en torno a las costillas de

    la muchacha y aprieta varias veces con fuerza. Nada todava. Le pellizca la nariz para taponrsela y le aplica el

    beso de la vida. Eso es, respira! le grita Rebecca Dos, y su voz

    retumba en el espacio cerrado, al tiempo que su hermana emite un leve gorjeo y vomita agua. Entonces llena de aire los pulmones, pero eso le hace atragantarse nuevamente y, presa de pnico, empieza a retorcerse.

    Calma, calma... le dice Rebecca Dos. Ya ha pasado todo.

    Al cabo de un rato, Rebecca Uno se calma y su respiracin, aunque superficial, se va volviendo regular. Se agarra el estmago, bajo el agua: es evidente que la herida le duele terriblemente. El rostro se le ha quedado blanco como el de un cadver.

  • No te irs a desmayar otra vez? pregunta Rebecca Dos mirndola con preocupacin.

    Rebecca Uno no responde. Las dos muchachas se miran la una a la otra, sabindose a salvo, al menos de momento. Comprendiendo que han sobrevivido.

    Voy a echar un vistazo dice Rebecca Dos. Rebecca Uno mira sin ver. Entonces hace un enorme

    esfuerzo para hablar, pero slo consigue formar una pe con los labios.

    Por qu...? completa Rebecca Dos, articulando las palabras que intenta pronunciar su hermana. Mira encima de ti dice, haciendo que se fije en aquello a lo que se haba agarrado de manera instintiva: son varios cables del grosor de una culebra, que estn fijados al techo del canal: viejos cables elctricos enrollados unos con otros, con el revestimiento desprendido, y el interior visible pero recubierto de una viscosidad herrumbrosa. Nos encontramos en una especie de excavacin. Podra haber otra salida.

    Rebecca Uno asiente exhausta y cierra los ojos, aferrndose dbilmente a su conciencia recin recobrada.

  • 2

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    Tras pasar ms de dos das sobre las aguas del ro subterrneo, Chester enfil la lancha hacia el largo muelle.

    Usa la luz! A ver qu hay ah! le grit a Martha por encima del ruido del motor.

    Martha levant la esfera luminosa, dirigiendo su luz a las oscuras estructuras de la parte de detrs del muelle. Al ralentizar la marcha y arrimar la lancha a la orilla, Chester vislumbr los edificios y la gra. Desde luego, aquel puerto era mucho ms grande que ninguno de los que haban encontrado a lo largo de la ruta, en los que haban parado para repostar y descansar un par de horas. A Chester le dio un vuelco el corazn al pensar que podan haber llegado al final del viaje.

    La lancha golpe de lado contra el muro, y Chester apag el motor. Martha se agarr a uno de los bolardos y at la amarra a l. A continuacin volvi a enfocar la luz, y Chester descubri un arco grande que se destacaba en la pintura blanca. Record que Will le haba dicho que haba una entrada al muelle tapiada, una entrada lo bastante grande para que pasara un camin. Tena que ser aqulla.

    Aunque estaba empapado y aterido de fro, lo embarg una alegra sin lmites.

    Lo he conseguido! Lo he conseguido, hostia!, grit para sus adentros mientras salan de la barca a tierra firme, pero no pronunci una palabra.

    He vuelto a la Superficie! Pero pese al hecho de estar ya prcticamente en casa,

    su situacin distaba de ser el paraso. Mir a Martha y la vio avanzar pesadamente por el

  • muelle, con andares de pato. Aquella mujer rechoncha, envuelta en varias capas de ropa sucsima, lanzaba gruidos como un jabal a punto de atacar. Eso no era nada nuevo (su comportamiento resultaba siempre bastante imprevisible), pero en aquel momento ella gir bruscamente la cabeza hacia la oscuridad y lanz una maldicin, como si hubiera visto a alguien all. Slo que no haba nadie.

    Chester lament que Will no estuviera con l. Will o cualquiera de los dems. Pero la suerte haba querido que se quedara con aquella mujer. Martha volvi a gruir, esta vez an ms fuerte, y a continuacin bostez, abriendo tanto la boca que Chester pudo verle las sucias muelas. Comprenda que tena que estar agotada del viaje, y tambin que la fuerza de la gravedad en su intensidad normal no haca sino agravar las cosas. Incluso l senta que algo tiraba hacia abajo de su cuerpo, as que era lgico que resultara mucho peor en el caso de Martha, que llevaba aos sin experimentar nada parecido.

    Y tambin comprenda lo extrao que aquel momento tena que resultarle:

    Criada en la Colonia, Martha no haba pisado nunca la superficie de la Tierra, y estaba a punto de ver el sol por vez primera en toda su vida. Desde luego, su vida no haba sido un lecho de rosas: ella y su marido haban sido desterrados por los styx a las Profundidades, a ocho mil metros por debajo de la Colonia. All se haban convertido en parte de la errante y descontrolada tropa de los renegados, que era tan fcil que se mataran unos a otros como que sucumbieran a los peligros de aquella tierra oscura. Por increble que pareciera, estando en las Profundidades ella haba dado a luz a un nio, Nathaniel; en tanto que su marido haba intentado matarlos a ambos arrojndolos por el borde del Poro.

    Aunque haban sobrevivido a la cada, Nathaniel haba muerto aos despus a causa de unas fiebres, tras lo cual Martha haba tenido que arreglrselas sola. Durante

  • ms de dos aos, haba vivido totalmente apartada de cualquier otro ser humano. Parapetndose en una vieja cabaa, haba sobrevivido tendiendo trampas para alimentarse de las extraas criaturas que abundaban por all.

    Cuando Will, Chester y Elliott, que estaba malherida, llegaron a aquel lugar, ella no tard nada en encariarse de los chicos, como si fueran sustitutos del hijo amado y perdido. De hecho, aquel cario result tan fuerte que haba preferido que muriera Elliott antes de poner en riesgo a los chicos: les haba ocultado el hecho de que exista un surtido de modernas medicinas en un submarino que haba resultado succionado por otro de los poros. Pero cuando Will descubri la verdad, ella se hizo perdonar llevndolos all a l y a Chester, y salvando de ese modo la vida de Elliott. Y los muchachos haban terminado perdonndole el engao.

    Pero aquello ya quedaba atrs. Y ahora Chester no tena ni la ms leve idea de qu iba a hacer a continuacin. En la Superficie tendra que cargar con Martha, adems de con la eterna amenaza de los styx, que lo perseguiran dondequiera que se dirigiera. No tena adnde ir y no tena a nadie que le pudiera ayudar, salvo Drake. Drake era su nica esperanza, su nico salvavidas.

    Por favor, Drake, por favor, aparece por aqu!, exclamaba Chester para sus adentros mientras caminaba por las oscuras suciedades del muelle, deseando que su amigo se materializara all mismo. Chester sinti impulsos de ponerse a gritar su nombre, pero no lo hizo, porque sin duda Martha se lo tomara mal si se enteraba de que haba tratado de contactar con l. Saba lo posesiva y sobreprotectora que era ella, y lo ltimo que le apeteca en aquellos momentos era ver que empezaba uno de sus duraderos enfados. Adems, no tena modo de saber si Drake habra recibido el mensaje que haba dejado para l en el servidor telefnico. Ni siquiera saba si seguira con vida.

    Sin hablar en ningn momento, Chester y Martha

  • siguieron las instrucciones que les haba dado Will y sacaron la lancha del agua. Estaban tan poco habituados a la fuerza normal de la gravedad que enseguida se encontraron sin aliento de puro agotados. No obstante, entre gruidos y maldiciones de Martha, consiguieron arrastrar la lancha hasta uno de los edificios vacos, donde la dejaron bien asentada.

    Inclinado con las manos en las rodillas para recobrar las fuerzas, Chester comprendi que lo nico que deseaba era ir a Londres para volver a ver a sus padres. No importaban los riesgos que tuviera que correr. Tal vez ellos pudieran arreglar aquel terrible embrollo. Tal vez pudieran esconderlo en alguna parte. No le importaba: el caso es que tena que verlos para decirles que se encontraba bien.

    Rebecca Dos regres nadando velozmente. Sinti alivio al comprobar que su hermana segua con los dedos aferrados a los cables elctricos. Rebecca Uno haba logrado mantenerse sobre la superficie del agua, pero las fuerzas la abandonaban. Apoyaba la cabeza sobre el brazo levantado, con los ojos firmemente cerrados. A Rebecca Dos le cost varios segundos despertarla. Era completamente necesario llegar a algn lugar seco y caliente antes de que se derrumbara del todo.

    Inhala todo el aire que puedas. Te voy a sacar de aqu le dijo Rebecca Dos. Ah arriba hay un sitio.

    Qu sitio? farfull lnguidamente Rebecca Uno.

    He seguido una va estrecha por el fondo del tnel respondi Rebecca Dos mirando un instante al agua, que les llegaba a ambas justo por debajo de la barbilla. Llegu a una seccin que no est inundada. Es ms grande que esta bolsa de ai...

    Vamos interrumpi Rebecca Uno. Respir

  • hondo y se solt de los cables que tena encima de la cabeza. Rebecca Dos llev a su hermana a remolque hasta

    que llegaron al lugar que acababa de mencionarle. Colocada boca arriba, Rebecca Uno se dejaba llevar, y Rebecca Dos tiraba de ella como un socorrista.

    Antes de que transcurriera mucho tiempo, llegaron a una parte menos profunda, en la que se haca pie y por tanto se poda caminar, aunque Rebecca Dos se vea obligada a ayudar en cada paso a su hermana. Avanzaron entre tropiezos y salpicaduras hasta llegar por fin a tierra seca.

    Rebecca Dos vio que las vas proseguan tnel arriba, pero por muchas ganas que tuviera de averiguar adnde llevaban, antes que nada tena que atender a su hermana. La tumb en el suelo y a continuacin, con mucho cuidado, le quit la camisa para examinar la herida. Tena un pequeo orificio a un lado del estmago, justo por encima de la cadera. Aunque la herida no pareca tan seria a primera vista, manaba de ella un alarmante flujo de sangre que tea el empapado vientre de la muchacha con una transparente pelcula roja.

    Qu tal pinta tiene? pregunt Rebecca Uno. Te voy a colocar de lado le advirti Rebecca

    Dos, y a continuacin levant con cuidado a su hermana para examinarle la espalda. Justo lo que me imaginaba dijo en voz muy baja al encontrar el orificio por el que haba salido la bala.

    Qu tal pinta tiene? repiti Rebecca Uno apretando los dientes. Dmelo.

    Podra ser peor. La mala noticia es que ests perdiendo un montn de sangre. La buena es que la bala penetr al lado del estmago, por la parte carnosa...

    Qu quieres decir con eso de parte carnosa? Me ests llamando gorda? refunfu Rebecca Uno, indignada pese a la debilidad en que se encontraba.

    Siempre has sido una vanidosa, verdad? Djame terminar dijo Rebecca Dos, volviendo a colocar a su

  • hermana boca arriba. La bala te ha atravesado de un lado a otro, as que al menos no tendr que sacrtela. Pero tengo que contener la hemorragia. Y ya sabes lo que eso significa...

    S murmur Rebecca Uno. De repente se puso como loca de la ira, y al cerrar los puos se clav las uas de los delgados dedos: No me puedo creer que ese alfeique me hiciera esto! Me ha disparado! Will me ha disparado! dijo echando chispas. Cmo ha podido atreverse?

    Tranquilzate dijo Rebecca Dos quitndose la camisa. Mordi con los dientes en el dobladillo hasta que pudo rasgar una tira de tela. Despus rasg varias ms.

    Rebecca Uno segua despotricando: Su mayor equivocacin ha sido no acabar

    conmigo. Tendra que haber terminado la tarea mientras tena la posibilidad de hacerlo, porque ahora ir por l. Y me voy a asegurar de que sufre este mismo dolor, pero un milln de veces ms fuerte.

    No te quepa la menor duda dijo Rebecca Dos, mostrndose conforme, mientras ataba dos de las tiras y doblaba el resto para formar compresas.

    A ese pequeo cerdo le har sangrar y lo mutilar, pero muy despacio..., muy despacio, durante das... No, durante semanas dijo Rebecca Uno, casi delirando de furia. Y nos ha robado el Dominion! Tiene que pagar por...

    Recuperaremos el Dominion. Pero ahora cierra la boca, por favor. Tienes que ahorrar fuerzas dijo Rebecca Dos. Te voy a poner compresas en las heridas, y despus las vendar muy apretadas.

    Rebecca Uno se puso tensa mientras su hermana colocaba las compresas de tela en los dos orificios de la bala. A continuacin, su hermana le pas la tira de tela alrededor de la cintura y apret con fuerza. Los terribles gritos de dolor de la styx resonaron en la oscuridad del

  • tnel.

    Date prisa, cielo apremiaba Martha a Chester, que estaba intentando decidir qu se iba a llevar con l. El chico no respondi, pero para sus adentros estaba a punto de estallar:

    Djame en paz!, quieres? Martha era una especie de ta metomentodo, que lo

    mimaba todo el tiempo y lo contemplaba con ojitos de cordero degollado. Adems, no haba parado de sudar copiosamente desde que sacaron la lancha del agua, y a Chester no le caba duda de que emanaba de ella un hedor acre.

    No tiene ningn sentido que perdamos el tiempo aqu, cario dijo Martha tiendo su voz de una dulzura empalagosa.

    No lo soportaba ms. No poda seguir aguantando aquella manera de estar encima de l. Siempre la tena un poco demasiado cerca, y eso le resultaba muy incmodo. Agarr al azar unas cuantas cosas, y las meti en la mochila encima del saco de dormir. Entonces la cerr.

    Listo anunci, echndose a propsito la mochila sobre el hombro con tal mpetu que oblig a Martha a retroceder un paso para evitar recibir un porrazo. Entonces empez a caminar a toda pastilla por el muelle, alejndose de ella.

    Pero Martha no tard ms que unos segundos en situarse otra vez a su espalda, como un perro vagabundo.

    Dnde est, entonces? pregunt Martha de repente, mientras Chester trataba de recordar las instrucciones de Will.

    El chico observ que a Martha le empezaba a costar trabajo respirar, como si estuviera molesta con l o con la situacin en que se encontraba. A Chester le irritaba su

  • comportamiento agobiante, pero con mucha frecuencia se revelaba otro lado de Martha: sin apenas aviso, se enfadaba y se volva muy desagradable. En aquellas ocasiones, Chester se asustaba de verdad.

    No lo s respondi l lo ms educadamente que pudo, pero si Will nos dijo que estaba aqu, tendremos que encontrarlo por alguna parte.

    Estaban mirando entre los edificios de una sola planta, que eran descarnadas estructuras de hormign, todas ellas carentes de cristales en las ventanas. No se saba para qu haban servido aquellos edificios, la nica marca que tenan eran unos nmeros pintados con pintura blanca sirvindose de plantilla. Haba algo en ellos que le produca escalofros a Chester. Se pregunt si en algn momento del pasado se habran alojado all soldados, viviendo en la oscuridad y el aislamiento. Pero el caso era que ahora los edificios no contenan otra cosa que escombros y restos de metal retorcido.

    Mientras Martha empezaba a resoplar, lo cual era el preludio de otro enfado, la luz que llevaba Chester incidi en la abertura que haba estado buscando.

    Aj! Aqu est! anunci rpidamente, esperando que eso acallara a la mujer. Miraron ambos el pasaje que haba abierto Will quitando unos cuantos bloques de cemento.

    S dijo Martha sin dar muestras de emocin. Chester tuvo la sensacin de que estaba

    decepcionada. Alzando la ballesta, como si temiera problemas, pas la primera. El chico no la sigui inmediatamente, y antes de hacerlo movi la cabeza hacia los lados, en seal de negacin. Por otro lado, se dio cuenta de que tena los pies hundidos en un agua apestosa, y que el hedor se haca ms intenso a medida que, al desplazarse, agitaban el agua.

    Qu asco! exclam frunciendo el ceo, pero consolndose al pensar que al menos as ya no tena que

  • soportar el olor de Martha. Distingui algunas tablas de madera medio sumergidas en el agua y despus varios bidones de petrleo oxidados. Uno de ellos estaba vaco y flotaba, tumbado. El agua, al agitarse, golpeaba contra la pared del bidn y produca un hueco sonido metlico, como una campana que sonara a lo lejos en el mar.

    Pero se oa otra cosa, un golpeteo constante. Chester distingui una lata de Coca-Cola Light que chocaba contra el bidn. La mir y se qued paralizado ante sus marcas rojas y plateadas, tan limpias, claras y modernas. Eso le anim. No caba duda de que la lata de Coca-Cola perteneca a la Superficie, y para l representaba algo de su propio mundo. Chester se pregunt si la habra tirado all Will, al volver con el doctor Burrows a aquel puerto subterrneo, justo antes del viaje de regreso al refugio antiatmico. Le gust la idea de que aquel objeto tuviera algo que ver con su amigo.

    Martha not que Chester se paraba a observar la lata y le gru para que avanzara: a ella la lata no le deca nada. Atravesaron una puerta y entraron en una estancia cuyas paredes estaban recubiertas de taquillas. En una pequea habitacin adyacente, exactamente donde haba dicho Will que estara, encontraron la escalera que les permitira salvar la escasa distancia que les separaba de la superficie. Martha comprob el estado de algunos de los peldaos que se hundan en la pared de hormign. A continuacin, movindose con lentitud, empez a subir.

    De verdad voy a salir a la superficie? No me lo puedo creer!, pens Chester, siguiendo a Martha en direccin a la luz. Aunque se protega los ojos, el brillo del cielo fue ms de lo que poda resistir, y sali por la trampilla con dificultad, completamente cegado. Cay a cuatro patas y se arrastr de aquel modo hasta un grupo de zarzas, entre las cuales ya se haba instalado Martha. Permanecieron los dos all ocultos mientras, poco a poco, los ojos de Chester se adaptaban a la luz diurna. En realidad, el da no era ni

  • siquiera luminoso: haban salido bien avanzada la tarde de un da sombro en el que el cielo estaba cubierto de nubes.

    Pues ya hemos llegado, cielo dijo Martha, por decir algo.

    Aqul era el gran instante, el instante en que regresaba al hogar despus de su estancia en las profundidades de la Tierra, despus de pasar all ms meses de los que poda recordar y despus de todo cuanto haba tenido que soportar. Pero estaba siendo muy decepcionante. Y eso, por no cargar las tintas.

    El hogar de los malvados Seres de la Superficie aadi Martha, en tono desdeoso. Chester observaba mientras ella se envolva la cabeza con una bufanda mugrienta, dejando tan slo una rendija para los ojos. Cuando ella intent mirarlo, el chico comprendi que a Martha le iba a costar un buen tiempo acostumbrarse a la luz.

    Le acudi una idea a la mente: La podra dejar aqu! Y si echaba a correr? Mientras los ojos de Martha

    siguieran sin adaptarse, no conseguira alcanzarlo. sta es la ma, se dijo, en tanto ella aspiraba con toda la capacidad de sus pulmones. Los mocos le sonaron como una trompeta y entonces levant una parte de la bufanda y empez a sonarse primero un agujero de la nariz y despus el otro, exactamente igual que si tratara de extraer del tubo el ltimo resto de pasta de dientes.

    Chester record el instante en que l, Will y Cal haban llegado a la estacin de los Mineros, en las Profundidades, y l haba hecho algo ms o menos igual de desagradable. O al menos lo haba sido para Will. Eso le hizo pensar en su amigo y en todo lo bueno y malo que haban pasado juntos, y comprendi que no podra volver a enfadarse con l nunca ms. No tena ni idea de si Will habra sobrevivido al saltar en pos de su padre al poro que haban llamado Jean la Fumadora. Ni de si habra

  • sobrevivido Elliott, ya que haba elegido seguir el mismo camino.

    Chester se estremeci. Se haban tirado todos, y tal vez estuvieran muertos

    y no volviera a verlos nunca. O tal vez estuvieran continuando la gran aventura en

    que se haban embarcado Will y l, en el stano de la casa de los Burrows, aquel da en que haban empezado a bajar por el tnel. Chester se dio cuenta de que acababa de referirse a aquello, dentro de su mente, como una aventura y sinti pena de estrsela perdiendo en aquellos momentos.

    Pens en ellos tres haciendo cosas extraordinarias... Will, el doctor Burrows, y Elliott... Elliott... Elliott... Se la represent con tal claridad que pareca que la tuviera delante, tal como estaba en el momento en que se haba bebido el jugo del ojo del lobo... Vio la sonrisa pcara y burlona con la que se haba vuelto en aquel momento hacia l y le haba invitado a probarlo. Chester no senta sino admiracin por ella. Si haban sobrevivido haba sido gracias a sus increbles habilidades. Pero, por encima de todo, era aquella sonrisa lo que persista en su mente, embargndole con una extraa sensacin de exclusin y prdida.

    Lanz un suspiro, pensando que se supona que en la Superficie iba a encontrarse mejor. Ya haba experimentado ms encuentros con la muerte de los que solan corresponder a varias vidas enteras... En la Superficie tendra que estar ms seguro.

    Al menos, eso era lo que intentaba decirse Chester mientras Martha lograba sacarse el ltimo moco de las narices y se limpiaba el dedo en la chaqueta, que ya estaba bastante asquerosa.

    Por favor..., pens Chester. O sea que la cosa era as? Haba elegido entre

    Elliott y... aquella vieja repulsiva?

  • S, ya estamos aqu le respondi por fin a Martha, apartando la vista de ella. Hemos llegado a la superficie, efectivamente.

    La luz se iba apagando rpidamente al avanzar la tarde y a Martha le iba resultando ms fcil ver. Desde donde se ocultaban, podan distinguir varios edificios de aspecto muy funcional y cuadriculado.

    Y as, al cabo de varias horas y ya bajo la proteccin de la oscuridad, decidieron salir de entre las zarzas. Anduvieron con mucho cuidado entre los edificios abandonados del antiguo campo de aviacin. Will le haba explicado a Chester que estaba en Norfolk, a unos doscientos kilmetros de Londres.

    Cruzaron lo que pareca un viejo patio de armas, un lugar misterioso e inquietante en el que creca la hierba por entre las grietas de la superficie de asfalto. Al pasar detrs de un camin que tena las puertas traseras abiertas, Chester le ech un vistazo. Por su aspecto, pens que pertenecera a algn tipo de albailes u obreros. Y comprob que no se equivocaba al respecto al ver andamiajes en uno de los edificios Evidentemente, algo haba ocurrido all desde que estuvieron Will y el seor Burrows: haban empezado alguna obra. Despus, a lo lejos, distingui una caseta prefabricada de las que se utilizan en las obras. De las ventanas sala luz, y haba un Land Rover aparcado al lado. Will le haba avisado de que haba guardias de seguridad que patrullaban el campo de aviacin. Aqulla tena que ser su base. Chester distingui el sonido de risas y voces potentes que llevaba el viento.

    Podramos pedirles ayuda sugiri l. No repuso Martha. No se molest en discutir con ella, pero cuando se

    alejaron de la caseta prefabricada, Martha lo agarr de repente:

    No vamos a pedirles ayuda a los paganos! Jams! exclam, sacudindolo. Los Seres de la

  • Superficie son malvados! Vale..., bueno, bueno acept l casi sin voz,

    totalmente desconcertado por aquella reaccin. Entonces, con la misma rapidez, su furia desapareci y en mitad de su cara regordeta apareci una halagadora sonrisa. Chester no saba cul de las dos actitudes detestaba ms. Pero a partir de entonces iba a tener mucho ms cuidado con lo que deca.

    Llevando a la espalda todo el peso del cuerpo de su hermana, Rebecca Dos dio gracias a la escasa gravedad al avanzar haciendo uso de toda su fuerza de voluntad por el tnel en cuesta. Aunque la muchacha herida haba vuelto a perder el sentido, Rebecca Dos segua manteniendo con ella una conversacin unidireccional.

    Encontraremos una solucin, ya lo vers. Vas a ponerte bien dijo. En realidad, estaba muy preocupada por el estado de su hermana. Aquel vendaje de urgencia pareca haber cumplido su misin y haba contenido bastante la hemorragia, pero Rebecca Uno ya haba perdido mucha sangre antes de que se lo pusiera. No le daba buena impresin.

    Sin embargo, Rebecca Dos no perda la esperanza, y llevaba su carga humana kilmetro tras kilmetro, hollando el polvo entre los herrumbrosos rales de la va. Aunque pas por delante de otros tneles ms pequeos, se mantuvo en la va del tnel principal, esperando llegar finalmente a la boca de la mina.

    Le alegr encontrar piezas de maquinaria vieja, ms restos de la civilizacin que haba sido responsable de aquellas obras subterrneas. No se par a examinar aquellas cosas, que parecan bombas y generadores. Aunque de diseo algo anticuado, dio por hecho que se trataba de variaciones de tecnologa de la Superficie utilizadas en

  • minera de profundidad. De vez en cuando encontraba tambin algn pico, alguna pala y cascos abandonados por el camino.

    Su prioridad absoluta era salir a algn espacio abierto, en parte porque ella misma empezaba a sentirse mal a causa de la falta de agua y comida. Pero adems quera cambiarle a su hermana aquel vendaje provisional y ponerle lo antes posible algo ms efectivo. Rebecca Dos ech una maldicin al recordar las vendas de soldado que haban quedado en la chaqueta que se haba visto obligada a abandonar durante el ataque de Will y Elliott.

    Tras varios kilmetros ms sin otra compaa que el constante ruido de sus botas, empez a ser consciente de otro ruido:

    Has odo eso? pregunt, sin esperar que su hermana le respondiera. Se detuvo para escuchar. Aunque era intermitente, pareca un quejido distante. Volvi a ponerse en marcha y, cuando por fin la va dobl una esquina, sinti que le daba el aire en el rostro. Era aire fresco. Embargada de esperanza, reanud el paso.

    El aullido se hizo ms fuerte y tambin la brisa, hasta que distingui un resplandor lejano al final del tnel.

    Luz diurna..., eso es lo que parece dijo. Entonces, al seguir la va por una parte del tnel an ms empinada, apareci el origen de la luz.

    La va continuaba, pero a lo largo de una pared del tnel, donde uno hubiera esperado encontrar roca viva, haba una luz cegadora. No daba la impresin de ser una luz artificial. Pero despus de pasar tantas horas a la oscuridad, sin otra luz que el leve resplandor verdoso que arrojaba su esfera, le resultaba difcil mirarla directamente.

    Te voy a dejar aqu un segundo le dijo a su hermana, y la pos con cuidado en el suelo.

    A continuacin, protegindose los ojos con el brazo, avanz hacia la luz. El viento soplaba con tal intensidad que le costaba avanzar.

  • Se propuso esperar pacientemente hasta que sus ojos pudieran soportar el resplandor y, al cabo de un rato, ya no tuvo necesidad de hacer pantalla con el brazo. A travs de la irregular abertura, distingui un cielo blanco. Combinado con el viento, la sensacin que produca era la de que se encontraba en un punto muy alto, cercano a las nubes, si hubiera habido nubes.

    As que... todo este tiempo... he estado subiendo por el interior de una montaa?, se pregunt.

    Se encogi de hombros y se acerc a la salida. Lanz un grito de asombro. Tienes que ver esto! Te va a encantar! le grit

    Rebecca Dos a su hermana inconsciente. A sus pies, a lo lejos, haba una ciudad, con un ro

    que la atravesaba por en medio. Al seguir el curso del ro con los ojos, vio que llegaba a una zona de agua que se extenda hasta donde alcanzaba la vista.

    El mar? se pregunt. Sin embargo, era la ciudad lo que realmente la

    sobrecoga. No slo era de inmenso tamao, sino que los edificios que contena tambin parecan enormes. Incluso a aquella gran distancia, era posible distinguir a simple vista lo que pareca un arco enorme, no muy diferente del Arco de Triunfo de Pars, con amplias avenidas que irradiaban de l. Aunque aquel arco era con diferencia el edificio ms considerable, haba muchos otros, todos de proporciones clsicas y dispuestos en manzanas regulares. Al alejarse del centro de la ciudad, se distinguan extensas zonas de edificios ms pequeos que supuso que seran casas.

    Y, desde luego, no se trataba de ninguna ciudad desierta y fantasmal.

    Si forzaba la vista, poda distinguir algo que parecan vehculos, que se desplazaban por las calles y la avenida, pero que a la distancia que se encontraba parecan ms pequeos que pulgas.

    Oy el ruido constante de un motor y vio un

  • helicptero que sobrevolaba la ciudad. Era diferente de cualquier helicptero que hubiera visto en la Superficie, con rotores a cada lado del fuselaje, en vez de a cada extremo.

    Qu ser eso?, se pregunt. Volvi a fijarse en el mar que apareca al otro lado

    de la ciudad. Si se protega los ojos, para tapar la zona en que el brillo de la luz borraba la superficie del agua, se distinguan todo tipo de barcos y pequeas embarcaciones.

    Pero lo que le produjo una impresin ms intensa fue el aura de orden y fuerza que emanaba aquella enorme metrpoli. Movi la cabeza de arriba abajo en gesto de aprobacin.

    Mi lugar ideal dijo.

  • 3

    Pese al cansancio, Chester y Martha caminaron toda la noche, atravesando pesadamente incontables campos y evitando cualquier carretera o edificio abandonado. Martha se mostr inflexible en que ella deba ir al frente, aunque estaba claro que no poda tener la ms ligera idea de adnde iba. Tampoco la tena Chester, y por eso decidi seguirla por el momento, puesto que no tena un plan mejor. Al menos no tena ningn plan que la incluyera a ella.

    Al caminar, iba pensando en Drake, y tom la decisin de intentar dejarle otro mensaje. Si no obtena respuesta, hara de tripas corazn y llamara a sus padres. Pero para hacer una llamada, la que fuera, necesitaba un telfono, y estaba dispuesto a esperar la oportunidad de hacerse con uno. Saba muy bien que Martha hara todo lo que pudiera para impedirle hablar con malvados Seres de la Superficie, as que tendra que zafarse de ella. Esa decisin le daba fuerzas para seguir caminando: ms que ninguna otra cosa en el mundo, lo que deseaba era separarse de aquella mujer.

    Cuando los primeros indicios de luz mancharon el cielo, se detuvieron en un claro, en el medio de una pequea zona arbolada y rodeada de prados. El trino de los pjaros estaba tan slo comenzando con el alba, y Chester no poda creerse lo abundantes y escandalosos que podan resultar aquellos pjaros. Se movan y cantaban por todas partes. Eso contrastaba fuertemente con el medio subterrneo al que ya se haba acostumbrado, en el que los animales se ocultaban, a menos que quisieran comerte, pues de lo contrario podras comrtelos t a ellos.

    Y, desde luego, tampoco haba visto nunca tal

  • profusin de pjaros en Highfield. Soy nio de ciudad, pens Chester, habitundose a aquel alboroto, pero enseguida lo puso en duda. Su vida en Highfield pareca muy lejana, y en realidad ya no saba qu demonios era l.

    Sin quedarse quieta un instante, Martha arrancaba ramas al borde del claro y las usaba para montar un par de refugios, uno a cada lado de un fresno talado. Esos dos refugios estaban demasiado cerca uno del otro para el gusto de Chester, pero l no tena all ni voz ni voto. Adems, estaba sumamente cansado y se mora de ganas de tumbarse a dormir. Martha y l haban cogido sendos sacos de dormir de la intendencia del refugio antiatmico, y Chester estaba sacando el suyo de la mochila cuando oy un bufido.

    Has sido t? pregunt cansado, sin molestarse en levantar la mirada.

    Silencio! orden Martha en voz baja. Qu has dicho? replic Chester. En cuclillas, la mujer se acerc a l andando como

    los cangrejos. El chico se acababa de volver para ver a qu se refera Martha, cuando ella lo derrib al suelo.

    Silencio. No te muevas. Silencio repeta ella, mientras caa encima de l y le tapaba la boca con una mano.

    Iluminado por el resplandor de la esfera luminosa, el rostro de Martha se hallaba a pocos centmetros del suyo. Chester se vio obligado a mirar de cerca los pelitos rojos y rizados que le salan de la barbilla.

    No! grit l, logrando quitrsela de encima. Entonces se encontraron uno al lado del otro, en el suelo, pero ella segua negndose a soltarlo. l gritaba y ella continuaba intentando contener con las manos sus gritos.

    Chester trataba de alejarla de su cara, y ambos jadeaban por el esfuerzo, mientras se insultaban el uno al otro. Se sorprendi de la fuerza que tena Martha. Los forcejeos derivaron en un intercambio de bofetadas, al tiempo que giraban sobre el suelo del bosque, aplastando

  • bajo ellos ramas y restos de hojas. Para ya! grit l. Tena el puo cerrado y el brazo preparado para

    lanzarle un puetazo, cuando el pnico cedi durante una fraccin de segundo. Record entonces las severas palabras de su padre:

    Jams le pegues a una dama. Chester dud: Una dama? murmur, preguntndose si se

    poda emplear aquella palabra para referirse a Martha. Pero tena que hacer algo para detener aquellos

    ridculos forcejeos. Le lanz el golpe y le dio en la mandbula. El golpe

    le gir hacia un lado la cabeza, y Martha lo solt de inmediato. Entonces Chester se dio toda la prisa que pudo en zafarse completamente de ella y ponerse en pie.

    Qu demonios te ocurre? le grit desde el borde del claro, temiendo que ella volviera a acercrsele. Le costaba trabajo respirar y an ms pronunciar las palabras: Es que te has vuelto completamente loca?

    Ella empez a acercrsele gateando, pero a continuacin se incorpor y se qued de rodillas. No pareca enfadada con l. Lo que mostraban sus ojos mientras se sujetaba la mandbula con la mano era una expresin aterrorizada. Levant la vista hacia la copa de los rboles que rodeaban el claro del bosque.

    No has odo eso? susurr en un tono de voz apremiante.

    El qu? pregunt Chester, dispuesto a echar a correr si ella se segua acercando.

    Ese ruido respondi Martha. Chester guard silencio un momento. Slo oigo los pjaros. Millones de asquerosos

    pjaros respondi entonces. Nada ms. Eso no era un pjaro dijo ella, tan asustada que

    casi no le salan las palabras. Segua mirando hacia lo alto,

  • observando el cielo gris entre los rboles. Era un relmpago. O cmo bata las alas. Uno de ellos nos ha seguido hasta aqu. Hacen esas cosas. Ya te cont que haba tenido uno detrs de m en las Profundidades. Cuando se fijan en ti, ya no te sueltan...

    Un relmpago? Eso es una tontera! interrumpi Chester. Lo que has odo habr sido un gorrin o una paloma. Aqu no hay relmpagos, maldita idiota.

    Ya estaba harto de aquellas ridiculeces. Los relmpagos eran unos depredadores con aspecto de enormes polillas y un incomparable apetito de carne, especialmente de carne humana. Aunque hubieran constituido una de las peores amenazas en los niveles ms profundos de la Tierra, donde viva Martha, no se poda creer que ninguno de ellos los hubiera perseguido hasta llegar a la superficie.

    No piensas con la cabeza! le grit. Ella se acariciaba la barbilla, all donde l le haba

    golpeado: Slo intentaba salvarte, Chester dijo con voz

    suave. Intentaba protegerte, para que, si descenda en picado, me llevara a m, no a ti.

    El muchacho no supo qu pensar. Lamentaba haberle pegado: si era cierto que ella crea que estaba a punto de atacarles un relmpago, entonces poda entender por qu haba actuado del modo en que lo haba hecho, y debera sentirse agradecido. Pero cmo iba a ser un relmpago? Sin embargo, no haba duda de que Martha estaba convencida de que era eso lo que haba odo. Su rostro volva a tener mal aspecto, un aspecto demacrado, como embargado por la angustia. Y al observarla, Chester vio que se comportaba de manera muy rara. Lanzaba la mirada de un lado a otro continuamente, como si viera cosas en lo alto de los rboles.

    Martha se puso en pie y se dedic a terminar de montar los refugios. A continuacin, empez a preparar algo de comida. Cuando estuvo lista, Chester la acept sin

  • pronunciar palabra: estaba demasiado hambriento y cansado como para discutir. Mientras coman en silencio, le daba vueltas a lo ocurrido. Con relmpago o sin l, decidi que no quera seguir con ella ni un instante ms de lo necesario. En cuanto pudiera, tena que hacerlo.

    Rebecca Dos sali a la luz tambalendose. No pos a su hermana inmediatamente, sino que se tom un rato para examinar el lugar en que se encontraba. Ante ella se extenda una estrecha meseta de roca, bordeada a la izquierda por una serie de picos en sierra. Los picos eran demasiado empinados para pensar en escalarlos, aunque el sentido de la orientacin le deca que la ciudad que haba contemplado se hallaba tras ellos.

    Justo delante de ella, la va prosegua varios cientos de metros, hasta terminar en una especie de edificio de poca altura. Tras l, sala un camino de tierra. Se pregunt si aquel camino bajara a la ciudad.

    Cuando se volvi hacia la derecha, el viento le ech el largo pelo sobre la cara.

    He ascendido una montaa, vale murmur, mirando por encima de las copas de los gigantescos rboles, que se extendan hasta el lejano horizonte. Ahora nos encontramos en una especie de cresta sobre la selva le explic a su hermana desvanecida, a la que sujetaba en sus brazos.

    Rebecca Dos no estaba demasiado sorprendida. Desde que viera la espectacular vista de la metrpoli, no haba dejado de ascender, y ya entonces se hallaba a una altura considerable.

    Se trata de seguir el camino, supongo dijo suspirando, sintiendo en la piel el calor abrasador. Continuaba bajando hacia el edificio por la leve inclinacin de la va. La meseta estaba completamente expuesta al sol, y

  • no haba en ella ni rastro de vegetacin. Tendr que buscarte una sombra le dijo a su hermana.

    Rebecca Uno profiri un dbil gemido. El edificio era muy sencillo, construido con madera

    descolorida por el sol y chapas de un metal que se deshaca. Pero al menos les sirvi de refugio contra el calor. Tras posar en el suelo a su hermana, Rebecca Dos empez a explorarlo. En un rincn haba unas vagonetas. Se acerc a la primera y cogi un puado del material que todava tena en su interior.

    Minera dijo, dejando caer piedrecitas de la palma de la mano. No haba duda de que en otro tiempo aquellas vagonetas se haban empleado para extraer las riquezas de la montaa.

    Examin rpidamente el resto del edificio, pero no haba all nada que le pudiera servir. Al acercarse a la puerta de la parte de atrs del edificio, derrib con el pie algunas botellas de cerveza vacas.

    Me conformara con un poco de agua murmur mientras las botellas dejaban de correr por el suelo de cemento.

    Volvi a salir al exterior. All descubri un viejo camin de tres toneladas. Alrededor de los cubos de las ruedas, la goma estaba hecha jirones. Toc la insignia del abollado radiador del vehculo: aunque se hallaba en mal estado, estaba esmaltada y pareca un anticuado cohete espacial. Debajo figuraba un nombre.

    BLIT...? ley en voz alta, pero el resto de las letras haba desaparecido. Junto al camin haba cuatro grandes depsitos de combustible de ms de mil litros cada uno: Gasolina decidi al aplicar la nariz.

    Sigui el camino de tierra con los ojos, hasta donde trazaba una curva, un poco ms all.

    Ah tenemos nuestro camino de bajada dijo. Tena razn: evidentemente, se trataba del nico modo de subir y bajar la montaa, ya fuera en camin o a pie.

  • Por encima del rugido del viento, oy que la llamaba su hermana. Las dos estaban deshidratadas y tenan una necesidad urgente de beber, pero, an ms urgentemente, Rebecca Uno necesitaba atencin mdica. De no recibirla, su hermana no se llamaba a engao: sera una gran suerte si sobreviva a aquella terrible experiencia.

    Rebecca Dos se estaba volviendo hacia ella cuando vio algo con el rabillo del ojo. Se qued completamente inmvil.

    Una bengala ascenda por encima de los rboles, en trayectoria vertical. Trazando una delgada lnea de color carmes, dividi el blanco perfecto del cielo en dos partes iguales, como el bistur del cirujano al hacer la primera incisin en la piel juvenil.

    No era slo que aquello fuera un signo de vida. No era ninguna bengala vieja, y el color revesta la mxima importancia para la muchacha styx.

    S! dijo, curvando sus resecos labios en una sonrisa. Tres..., dos... cont los segundos con impaciencia, casi incapaz de respirar a causa de la emocin.

    Uno! grit. Mientras la bengala recorra su trayecto, la lnea que

    describa se trasform del rojo al negro. A un negro pursimo. Entonces, en silenciosa explosin, brot en un instante para convertirse en una nube esfrica. La nube se dispers rpidamente, sin dejar traza de haberse hallado all nunca.

    Rojo y negro! exclam ella, juntando las manos. Bendito sea el POE. Se refera al Protocolo Operativo Estndar de los limitadores, porque lo que acababa de ver era una de sus seales.

    Sonri de oreja a oreja. All en la selva, en algn lugar, deba de haber al

    menos uno de aquellos soldados magnficamente entrenados y llenos de recursos, que tena que estar tratando de enviar seales a otros styx presentes en la zona. Los limitadores

  • operaban normalmente con perfil cero, y no pensaran jams en revelar su presencia, salvo en las circunstancias ms excepcionales. Y aquello era ciertamente una situacin excepcional. Rebecca Dos albergaba pocas dudas de que la seal iba dirigida a ella y a su hermana.

    Tena que responder de algn modo a aquella seal. Tena que indicarles su situacin. Busc desesperadamente, hasta que sus ojos fueron a parar a los depsitos de combustible.

    Eso es dijo. La decisin dio fuerza a su voz. Vala la pena intentarlo. Al observar el horizonte,

    vio un par de columnas de humo blanco que se alzaban sobre la selva desde fuegos corrientes, pero estaban muy lejos. Si consegua encender su propio fuego, valdra como respuesta.

    Pero entonces cay en la cuenta de que no llevaba con ella nada, tan slo lo puesto. Aunque quedara en los depsitos bastante combustible, cmo iba a encenderlo?

    Piensa, piensa, piensa! dijo a gritos. Al levantar la vista al sol, le vino una idea: Cristal! Las botellas! exclam.

    Entr corriendo en el edificio. Tienes que quedarte en algn lugar ms seguro

    le dijo a su hermana, llevndola a toda prisa por la va hacia la entrada de la mina. Regres sola al edificio y cogi una de las botellas de cerveza que haba derribado antes. Saliendo con ella al exterior, empez a inspeccionar los depsitos de combustible.

    El nico modo de acceder al combustible del interior de los depsitos era por la tapa de alimentacin que tena cada uno de ellos. Ayudndose con un palo, se subi al primer depsito, que cruji y a duras penas aguant el peso de ella. El xido se haba comido el metal, y pudo ver el interior. Todo el combustible se haba evaporado haca tiempo: no le serva de nada. Ech una maldicin.

    Salt el metro que la separaba del siguiente depsito.

  • ste pareca encontrarse en mejores condiciones, y no son a hueco al pisar sobre l. Intent girar la tapa del orificio de alimentacin, pero no ceda.

    Vamos! grit. Era esencial no perder tiempo: tena que responder a la seal lo antes posible. Golpe la tapa con el palo para aflojarla y despus volvi a intentar abrirla, pero slo al cabo de muchos esfuerzos empez a ceder. Al quitar la tapa, se oy un silbido, producido por la presin del interior del depsito. El olor de los vapores le hizo arrugar la nariz.

    Perfecto dijo antes de introducir el palo en el depsito y volver a sacarlo. El palo estaba empapado en combustible: se alegr de comprobar que el depsito estaba prcticamente lleno. Sumergi el palo repetidas veces, dejando que la gasolina se derramara alrededor de la abertura. A continuacin, baj de un salto.

    Una vez en el suelo, rompi la botella contra una piedra y eligi un trozo, concretamente el culo de la botella. Lo limpi frotndolo contra la camisa. Entonces se puso de rodillas con el palo. Busc la posicin del trozo de cristal, enfocando los rayos del sol al palo, que segua empapado de gasolina.

    Los rayos del sol tenan tal fuerza que, concentrados por el culo de la botella, prendieron la gasolina en cuestin de segundos. Rebecca Dos se puso en pie de un salto y, asegurndose de que su improvisada antorcha arda adecuadamente, se prepar. No poda fallar el tiro, tena que darle a la parte de arriba del depsito. Apunt y lanz el palo en llamas. Entonces se dio la vuelta y corri lo ms aprisa que pudo.

    Slo haba logrado recorrer veinte metros cuando el combustible ascendi como la gaseosa de una botella. Una milsima de segundo despus, se produca una explosin ensordecedora que arranc toda la parte superior del depsito, que ascendi por el cielo. La onda expansiva derrib a Rebecca al suelo. Sinti en la nuca el calor

  • abrasador, pero sigui avanzando. Se prendieron los otros dos tanques que estaban al lado. Ambos explotaron casi simultneamente, corriendo una cortina de llamas sobre el camin y el edificio.

    Cuando lleg donde haba dejado a su hermana, a la entrada de la mina, el camin y el edificio estaban envueltos en llamas y el humo empezaba a ascender a los cielos. Era un denso humo negro, que se distinguira bien de los humos de las hogueras de la selva.

    Rebecca Uno se haba despertado con el ruido de las explosiones.

    Qu es eso? pregunt, tratando de mirar el incendio.

    Refuerzos respondi Rebecca Dos. Eh...? murmur su hermana. Los nuestros saben que estamos aqu y nos han

    enviado ayuda le explic Rebecca Dos, rindose. Son limitadores!

    Los limitadores que haban trepado a los altos

    rboles de la selva para actuar de vigas, vieron el humo que sala de la lejana cresta de la montaa. El humo se elevaba en el horizonte como un oscuro moratn del cielo y era imposible que dejaran de verlo con sus potentes prismticos. Los tres vigas no gritaron para avisar a sus compaeros, sino que sealaron hacia el origen del humo, mirando durante varios segundos para asegurarse completamente. Aunque no se poda saber con seguridad quin haba originado el fuego, la cantidad de humo pareca aumentar, como si el incendio estuviera tan slo en sus principios.

    Los vigas intercambiaron seas y descendieron rpidamente al suelo, donde les aguardaba el resto del escuadrn. No pronunciaron una palabra mientras desataban los perros de presa de los bordes del claro, ni despus, cuando los cincuenta fuertes limitadores se pusieron en

  • marcha para atravesar los prados en direccin a la montaa. Hasta entonces no haban tenido ninguna pista. Los

    perros no haban podido encontrar el rastro de las gemelas por ninguna parte de la selva. Pero ahora haban visto aquella seal de respuesta y la seguiran hasta llegar al origen del incendio, en la montaa. Y ms all, si era necesario.

    Nada los detendra. Si hubiera habido alguien all, mirndolos, podra

    haber confundido a aquel grupo de hombres y perros que corran por los prados a gran velocidad con una espesa sombra proyectada sobre el suelo.

    La sombra de una negra nube de tormenta.

  • 4

    Dnde est esa maldita ciudad? rezongaba Rebecca Dos.

    Comprendiendo que no poda quedarse esperando hasta que llegara la ayuda, haba empezado a bajar la montaa. Calculaba que haba recorrido al menos unos cinco kilmetros por el camino de tierra que corra por el fondo de un desfiladero de paredes verticales. Esas paredes tapaban desde haca rato todo atisbo de la selva y, lo que era ms importante, le impedan ver cunto le quedaba todava por descender, o cunto le quedaba para llegar a la ciudad. Y la combinacin del implacable calor y el peso de su hermana le iba agotando las fuerzas.

    Estaba pensando en la imperiosa necesidad que tenan de encontrar agua, cuando vio que el camino se nivelaba e incluso ascenda ligeramente.

    No aguanto ms! exclam. Aquello le toc la fibra sensible a Rebecca Uno, que

    tan pronto estaba consciente como inconsciente. Will... dijo con voz ronca. Le voy a partir el

    cuello. Lo voy a matar. Eso est bien. Hay que pensar en cosas agradables

    la anim Rebecca Dos. Aunque los vendajes que le haba hecho haban contenido en gran medida la hemorragia de su hermana, no la haban frenado totalmente. Ya queda poco. La cosa va muy bien le minti Rebecca Dos, notando la pegajosa humedad que le empapaba su propia camisa.

    El camino describi una serie de curvas muy cerradas, pero Rebecca Dos se alegr de comprobar que volva a descender. Entonces, tan slo unos minutos

  • despus, el camino sali de aquel desfiladero, y ella pudo disfrutar de una amplia vista de la zona circundante.

    Se par de repente. El sudor le caa en los ojos. Mira eso! Haba llegado al pie de la montaa, pero no era eso

    lo nico que le alegraba. Ante ella tena una carretera: una carretera de

    verdad. Corra a lo largo de una pared tan alta que nadie hubiera podido escalarla, sobre la cual haba una maraa de alambre de espino. Y Rebecca Dos haba vislumbrado algo mucho ms importante an: al otro lado de la pared, haba una fila de enormes chimeneas industriales, muy cuadradas y regulares, que seguan durante mucho trecho.

    Tienes que ver esto! le dijo a su hermana. Ya estamos llegando!

    Con un gemido, Rebecca Uno levant la mirada por encima del pecho de su hermana e hizo todo lo posible por fijar la vista.

    Civilizacin... susurr. S, pero de qu civilizacin se trata? pregunt

    Rebecca Dos, que segua sobrecogida con el tamao de las chimeneas.

    No te preocupes... y date prisa, por favor le rog su hermana. Me encuentro fatal.

    Lo siento dijo Rebecca Dos, empezando a caminar por la carretera. La superficie no era de brea, que bajo aquel incesante sol hubiera estado pegajosa o completamente derretida, sino de un hormign de color claro. Con su aspecto de cal, resultaba completamente lisa y perfecta. Tal vez se tratara de alguna carretera de acceso sin importancia, de las que bordean las zonas industriales, pero se haban tomado el trabajo muy en serio. A los que la haban hecho, les gustaban las cosas bien hechas.

    Rebecca Dos empez a distinguir ms chimeneas en la distancia, y unos veinte minutos despus vio aparecer un nuevo complejo industrial. El sol se reflejaba en bulbosas

  • estructuras de acero inoxidable, entre las que haba esbeltas columnas y una intrincada disposicin de tuberas, igualmente de acero inoxidable muy brillante. Alrededor de la instalacin haba mltiples vlvulas de las que salan bocanadas de vapor o de gas blanco, que silbaban con tanta fuerza como si se estuvieran quejando de tener que trabajar con aquel opresivo calor.

    Capaz ahora de moverse ms rpido por la segura superficie, Rebecca vio que la pared terminaba justo antes de llegar a aquel nuevo complejo. Al llegar a la esquina, vio que a la izquierda sala una carretera mucho ms ancha. Era una especie de calzada de doble sentido, con palmeras que crecan en la mediana.

    El aire por encima de la caliza superficie de la carretera era tan caluroso que daba la sensacin de ser una brillante piscina de mercurio. Por ms que se esforz Rebecca Dos, no logr ver a nadie, tan slo lo que pareca un vehculo solitario aparcado a escasa distancia. Se dirigi hacia l rpidamente, comprobando que la carretera estaba limpia y libre de basura, y que la mediana estaba bien cuidada. Eso, y el hecho de que la planta industrial pareciera hallarse en actividad, significaba que no tardara mucho en encontrarse con gente. Y esa gente podra ayudar a su hermana.

    Es un coche dijo Rebecca Dos al llegar junto a l. Pero de qu clase?

    Posando a su hermana con cuidado en el pavimento, empez a inspeccionarlo.

    Se parece a un Escarabajo reflexion, aunque era ms grande y ms bajo que ningn Volkswagen que hubiera visto nunca en la Superficie. Y los neumticos eran mucho ms gruesos. Estaba pintado de color plateado, y aunque la carrocera no tena nada oxidado, tampoco pareca muy nueva. Ponindose la mano en la frente para protegerse del sol, mir por las ventanillas de cristal coloreado e intent ver el interior: era muy poco sofisticado, con un

  • salpicadero de metal pintado sobre el que estaban montados los usuales indicadores, el velocmetro entre ellos. Prob a abrir la puerta del conductor, pero estaba cerrada con llave, y al pasar por delante del vehculo se par ante el cap. Es un Volkswagen dijo al examinar la insignia cromada. Pero nunca haba visto ese modelo.

    Oy un estruendo y se volvi para mirar la carretera hacia delante. A travs de las reverberaciones que provocaba el calor, vislumbr un vehculo grande, tal vez un camin, que cambiaba de marcha y sala al cruce.

    Vamos, muchacha dijo cargando a su hermana, que murmuraba algo ininteligible. Rebecca Uno tena la cara tan blanca como el papel, salvo por las ojeras. Ya llegamos. Slo hasta ah le dijo Rebecca Dos, implorando, al llegar al final de la carretera, encontrar ayuda. Y sin tardanza.

    Muy despacio, Chester se desliz fuera del saco de dormir. Aunque haba salido el sol, no tena ni idea de qu hora poda ser. Al mirar por entre las ramas de su refugio, vio la postura que adoptaba Martha para dormir dentro de su saco. Su contorno recordaba el de un montn de ropa tirada all para echar a lavar, lo cual no estaba muy lejos del concepto que Chester tena de ella. La vigil durante unos minutos en busca de cualquier atisbo de movimiento.

    La vaca loca sigue durmiendo. Es el momento de pirarse, se dijo al final, recordando con meridiana claridad cmo se le haba echado encima con la disculpa de que haba un relmpago a punto de atacar. Eso haba sido la gota que colmaba el vaso y no estaba dispuesto a quedarse esperando otras muestras de su demencial comportamiento.

    En realidad, no estoy en deuda con ella, decidi, y poniendo el mximo cuidado en no hacer nada de ruido, termin de salir del saco. No me necesita: puede cuidar de

  • s misma. Chester volvi a asegurarse de que Martha estaba

    dormida. Su plan era sencillo: volvera a su casa de Londres, aunque tuviera que hacer a pie todo el recorrido. Y como no tena dinero, no tena ms alternativa que caminar, a menos que hiciera autostop. O a menos que se presentara ante la polica, cosa que no poda hacer, pues Will le haba advertido que los styx tenan agentes por todas partes. El futuro pareca gris e incierto, pero cualquier cosa sera mejor que seguir con aquella loca.

    Se not rgidas las articulaciones en el momento de ponerse la mochila y salir a cuatro patas por el bosque. Hizo una mueca al notar que las hojas secas crujan bajo su peso.

    Se encontraba ya a unos metros de distancia de los refugios, cuando decidi echar una ltima mirada para asegurarse de que ella no rebulla.

    Has dormido bien? le pregunt Martha con voz alegre.

    Al darse la vuelta, se le resbalaron las manos y casi se cae de bruces.

    Ella estaba a la sombra de las ramas de un saco. En el suelo, a su lado, haba montones de plumas que se llevaba la leve brisa y tres pjaros desplumados puestos en fila. Como una nia obscenamente grande que jugara con una mueca macabra, Martha estaba sentada, con las piernas abiertas, ocupndose de un cuarto pjaro. Por el tamao, a Chester le pareci que poda tratarse de una paloma torcaz.

    Eh..., s respondi l casi sin voz, vindola arrancar las ltimas plumas del flcido cuerpo.

    Estos animalitos de la Superficie son un poco tontos y se dejan atrapar dijo sin darle mucha importancia a la cosa y colocando la paloma con el resto. Y he encontrado championes aadi, sealando un pequeo montn junto a los pjaros.

    Prendi fuego y empez a cocinar las aves en l. Chester vio que no le costaba mucho esfuerzo adaptarse a su

  • nuevo entorno. Y se pregunt si habra comprendido que haba intentado abandonarla.

    Rebecca Dos sigui por la zona industrial hasta llegar ante un portn abierto en otro muro. No se trataba ni mucho menos del final de la calzada de doble sentido por la que haba ido caminando, pues sta prosegua, durante gran distancia, hasta el enorme arco que Rebecca Dos vislumbraba al final, pese a la bruma producida por el calor.

    Entr por el portn. Se oy un trueno, y en ese momento comenz a

    llover. Oy el golpeteo de las gotas al caer en el ardiente pavimento. Su hermana empez a mover la cabeza.

    Qu agradable susurr Rebecca Uno al notar las gotas en la cara. Abra y cerraba la boca repetidamente como si intentara beberse el agua que caa.

    Pero Rebecca Dos apenas era consciente de la lluvia, pese a que no tard en convertirse en un fuerte chaparrn. Permaneci en el portn, anonadada por lo que vea al otro lado.

    Filas de casas. Coches en la distancia. Gente. Santo Dios! exclam para s. Habra podido tratarse de cualquier ciudad europea.

    La arquitectura no era exactamente moderna, pero las filas de casas adosadas y las tiendas que haba a cada lado estaban limpias y bien conservadas. Introdujo a su hermana por el portn abierto, mirando a su alrededor desde el centro de la amplia avenida. De algn lado sala una voz de cantante de pera. Era una voz floja, estridente, como de msica reproducida por algn aparato elctrico, y a Rebecca Dos le pareci que poda identificar el punto exacto del que provena: una ventana abierta un poco ms all.

  • No necesitan luces se dijo, comprendiendo que las farolas eran innecesarias en aquel mundo permanentemente diurno.

    Se dirigi hacia el edificio ms cercano. Por su aspecto supona que sera algn tipo de oficinas, con las persianas bajadas en todas las ventanas. Junto a la puerta haba una chapa de cobre grabada, en la que haba un nombre y algo escrito:

    Schmidts ley. Zahnrzte. Nach Verabredung.

    Alemn..., un dentista susurr Rebecca Uno, entreabriendo un ojo. Para arreglarme los dientes rotos.

    Rebecca Dos estaba a punto de responder cuando se volvi para ver a alguien. Una mujer seguida por dos nios acababa de salir del inmueble que estaba junto a la consulta del dentista. Al bajar los peldaos de la calle, trat de cubrir a los nios con el paraguas. Llevaba una blusa de color crema, una falda gris hasta la pantorrilla y, en la cabeza, un sombrero de ala ancha. Daba la impresin de haber salido de un noticiario cinematogrfico de haca cincuenta aos. No se puede decir que vaya a la ltima, pens Rebecca Dos. Los nios no tenan ms de seis o siete aos, e iban vestidos igual, con chaqueta beis y pantalones a juego.

    Eh..., hola dijo Rebecca Dos tratando de resultar agradable. Necesito que me ayude.

    La mujer se volvi. Por un momento se qued con la boca abierta, horrorizada, mirndolas. Entonces lanz un grito y dej caer el paraguas, que una repentina rfaga de viento se llev calle abajo. Agarrando a los nios de la mano, sali corriendo, tirando de ellos con tal fuerza que casi los llevaba volando. Segua gritando, alarmada, pero los nios intentaban mirar hacia atrs, con los ojos completamente abiertos de asombro.

    Me parece que no vamos vestidas para la ocasin coment Rebecca Dos, comprendiendo que su aspecto deba de resultar desconcertante. Tenan la cara sucia y la

  • ropa quemada, rasgada y llena de barro y sangre. Qu ocurre? No vas a encontrar quien me

    ayude? pregunt Rebecca Uno con debilidad, mientras su hermana se sentaba en el peldao del inmueble que la seora acababa de abandonar.

    Ten paciencia respondi Rebecca Dos. Se asegur de que su hermana quedaba bien apoyada contra la barandilla que haba al lado de la escalera y fue hasta el bordillo de la acera. Observ cmo corra el agua por la orilla y penetraba en las alcantarillas. No tendremos que esperar mucho para que nos presten atencin aadi, apartndose de la cara el pelo empapado.

    Y, efectivamente, no haban pasado ni treinta segundos cuando las sirenas empezaron a sonar en la ciudad, con un pitido bajo que resonaba por entre los edificios. Una pequea multitud se haba congregado en un rincn para contemplar a las gemelas, pero se aseguraban bien de mantenerse a distancia.

    Un vehculo lleg metiendo ruido por la calle mojada y derrap al frenar. Era un camin militar, y al abrirse las puertas de atrs, descendi un pelotn de soldados, con los rifles preparados. Rebecca Dos calcul que seran unos veinte. Un soldado joven salt de la cabina del camin y se acerc a ella apuntndola con una pistola.

    Wer sind Sie? le grit a Rebecca. Quiere saber quin eres murmur Rebecca Uno

    . Parece que est alterado. S, lo s. Hablo alemn igual que t respondi

    con energa. Wer sind Sie? volvi a preguntar el soldado,

    esta vez enfatizando cada palabra con un movimiento del brazo.

    Rebecca se volvi de cara al soldado que se imagin que sera el oficial al mando. Se fij en su uniforme color arena, que se iba oscureciendo al empaparse de agua.

    Meine Schwester braucht einen Artz! dijo en un

  • alemn perfecto. S..., necesito un mdico murmur Rebecca

    Uno. El soldado se qued sorprendido ante la peticin de

    Rebecca Dos, pero en lugar de responder dio una orden y el pelotn se aline detrs de l, apuntando a las chicas con los rifles. Entonces, guiados por l, empezaron a avanzar lentamente.

    Se vio un relmpago cegador, seguido por el trueno. Entonces, de repente, los soldados se detuvieron. Rebecca Dos se dio cuenta de que haba dejado de

    orse aquella metlica msica de pera de la calle. Y si el soldado pareca alterado ya antes, en aquel

    momento pudo ver el miedo reflejado en su rostro. Y en el de todos los soldados.

    Un miedo autntico, desenfrenado. Einen Artz repiti ella, preguntndose qu era

    lo que produca en ellos semejante efecto. Oy un gruido y se volvi para mirar la calle a su espalda. Al avanzar, fue casi como si los hombres se materializaran all mismo, en medio del aguacero. Su camuflaje marrn pardo se funda perfectamente en el agua, haciendo que parecieran sombras humanas en movimiento.

    Impecable sincronizacin coment Rebecca Dos en el preciso instante en que se detena la brigada de limitadores. Eran cuarenta, colocados en todo lo ancho de la calle, apuntando con sus rifles a los soldados alemanes. Puestos a intervalos regulares a lo largo de la fila, los que llevaban los perros de presa se esforzaban por sujetarlos. Los perros bramaban de un modo que no pareca de este mundo, con aullidos graves que vibraban en sus gargantas, mientras las fauces, recogidas para mostrar los feroces colmillos, temblaban de ansia.

    Pero el joven soldado y sus hombres no miraban a los perros, sino que estaban paralizados por los rostros letales de los limitadores, cuyos ojos resultaban tan negros

  • que parecan vacos. No hubo movimiento de ninguno de los dos lados.

    Salvo por las gotas de lluvia que caan con fuerza, la escena pareca congelada.

    Rebecca Dos camin hacia el centro de la carretera y se detuvo en medio de las dos filas.

    Offizier? pregunt al soldado alemn. Se mostraba tan tranquila y relajada como si le estuviera preguntando a un polica de la Superficie por una direccin.

    l apart la mirada de los limitadores y, fijndose en la delgada muchacha con la ropa hecha jirones, asinti con la cabeza.

    Ich... empez a decir ella. Hablo su idioma perfectamente le interrumpi

    l, mostrando tan slo un poco de acento. Bien, entonces necesito... prosigui ella. Diga a esos soldados que se retiren volvi a

    interrumpir l. Rebecca Dos no le respondi, cruzando los brazos

    justo enfrente del oficial. Eso no va a ocurrir dijo con firmeza. No

    tiene usted ni idea de lo que tiene enfrente. Estos soldados son limitadores. Harn cualquier cosa que yo les pida. Y aunque es muy posible que no los vea, hay un destacamento de tiradores distribuido por los tejados. Si a usted o a sus hombres se les pasara por la cabeza disparar...

    No se molest en acabar la frase, consciente del ligero temblor de la mano que le apuntaba al pecho con una pistola.

    Voy a llamar a dos hombres dijo ella. Uno es un mdico para mi hermana, que se est muriendo por la herida que tiene en el estmago. Eso no es un acto de agresin, as que dgales a sus hombres que no disparen.

    El hombre dud y mir a Rebecca Uno, que estaba tendida contra la barandilla, donde la haba dejado su hermana. Con su pelo rubio y sus ojos azul claro, el oficial

  • alemn pareca la imagen misma de la salud; la piel del rostro y de los brazos, descubiertos por las mangas arremangadas, estaba bronceada.

    De acuerdo accedi, y entonces se dirigi a sus hombres para ordenarles que no dispararan.

    Gracias dijo amablemente Rebecca Dos, y levant la mano al tiempo que pronunciaba unas palabras en lengua styx.

    Dos limitadores se salieron de la fila. El primero fue directo hacia Rebecca Uno y la levant de la escalera para poder atenderla. El segundo se detuvo al lado de Rebecca Dos, a unos pasos de distancia, y se qued all esperando. Era un general, el mayor y de rango ms elevado de todos los limitadores que se encontraban all. Tena las sienes blancas y una cicatriz en forma de ese en la mejilla.

    Rebecca no le dirigi la mirada, sino que volvi a hablar con el oficial alemn:

    Dgame, cmo se llama esta ciudad? Nueva Germania respondi el alemn,

    deslizando los ojos hacia el Limitador General. Y en qu ao llegaron ustedes aqu? pregunt. Frunci el ceo antes de responder: El ltimo de nosotros se estableci aqu en... en...

    neunzehn... hm... vierzig... y termin callndose, buscando las palabras.

    Le ayud uno de los soldados de su pelotn: En el ao 1944 le indic. Antes del fin de la guerra. Me lo estaba

    imaginando coment Rebecca Dos. Lo sabemos todo sobre esas expediciones del Tercer Reich a los polos para investigar la teora de la Tierra Hueca. Pero no sabamos que les hubiera servido de nada.

    Nosotros no somos del Tercer Reich dijo categricamente el oficial alemn, mostrndose ofendido pese a la situacin en que se encontraba.

    Rebecca Dos prosigui sin hacer caso:

  • Bueno, quienesquiera que sean, supongo que dispondrn de una radio o de algn medio de comunicacin en ese camin. Y si usted y sus hombres quieren salir con vida de este punto muerto, le recomiendo que hablen con el oficial al mando. Pregntenle si tiene algn conocimiento de... Slo entonces se dirigi al Limitador General, que estaba en posicin de descanso, con el rifle preparado. Apndice sesenta y seis de Unternehmen Seelwe: Operacin Len Marino. Era el proyecto nazi para la invasin de Inglaterra, redactado entre 1938 y 1940.

    El oficial alemn no respondi. Tena la mirada clavada en el largo rifle del Limitador General, con su mira de visin nocturna.

    Significa algo para usted el nombre del Gran Almirante Erich Raeder? le pregunt el Limitador General.

    S confirm el oficial alemn. Y hay alguien de su personal en esta ciudad o

    alguien que conozca que tenga acceso a los documentos de sus operaciones en aquel entonces?

    El oficial alemn se sec el agua del rostro, como para ocultar el hecho de que aquello era ms de lo que poda asimilar.

    Esccheme atentamente, esto es importante prorrumpi el Limitador General, hablando al oficial alemn como si se tratara de un subordinado. Consulte con sus superiores sobre el apndice sesenta y seis del plan de invasin, en el que aparecern de manera destacada referencias a Mefistfeles.

    Somos nosotros: Mefistfeles era el nombre secreto para referirse a nosotros, los styx aclar Rebecca Dos. Secciones styx de Inglaterra y Alemania estaban trabajando con ustedes. Ya ven, entonces ramos aliados de Alemania, y ahora lo somos de ustedes.

    El Limitador General apunt con su mano enguantada al camin:

  • Vamos, hombre, dese prisa! Encuentre a alguien que tenga informacin sobre la Operacin Len Marino y el apndice sesenta y seis.

    Tenemos que resolver esta situacin antes de que mueran sin necesidad usted y sus hombres dijo Rebecca Dos. Lanz una mirada a su hermana, a la que haban colocado tumbada sobre una manta que el mdico limitador haba extendido en la acera mojada. Ya le haba puesto el gotero de plasma en el brazo herido, pero Rebecca Dos saba que sera necesario llevarla a un hospital. Es de vital importancia que se d usted prisa. Por la vida de mi hermana.

    El oficial alemn asinti comprensivo, y volvi a hablar con sus hombres antes de correr hacia el camin.

    Rebecca Dos sonri antes de intercambiar unas palabras con el Limitador General.

    Siempre es agradable recuperar a los viejos amigos, verdad?

    Chester no llevaba mucho tiempo dormido cuando lo despertaron unos violentos retortijones. Al principio eligi permanecer donde estaba, dicindose que ya se le pasaran. Pero no se le pasaron. El dolor fue empeorando poco a poco hasta que se vio obligado a salir a rastras de su refugio y correr hasta los rboles, entre los cuales vaci el estmago. Y no par de vomitar hasta que no le qued nada en l, pero las horribles arcadas prosiguieron hasta que la garganta se le qued en carne viva.

    Cuando por fin volvi a su refugio tambalendose, plido y sudoroso, Martha lo estaba esperando.

    Tienes mala la barriguita? Yo tambin. Quieres tomar algo a ver si se te pone bien? propuso. Sin esperar a que Chester respondiera, continu: Preparar un t. Te sentar bien.

  • Sentado con Martha en torno al fuego, Chester haca esfuerzos por sorber su t tibio cuando se repitieron los retortijones. Sali corriendo, pero esta vez adems de los vmitos experiment una espantosa diarrea.

    Cuando volvi, casi sin fuerzas para hablar, Martha segua ante el fuego.

    Me encuentro fatal le dijo. chate a dormir un poco. Seguramente no es ms

    que algn germen respondi ella. Mucho descanso y lquido caliente y te pondrs como nuevo.

    En total le cost casi dos das enteros superarlo. Olvid todos sus proyectos de huida, pues en el estado en que se encontraba no hubiera podido llegar muy lejos. Fluctuando entre sueos febriles y delirios, le costaba depender completamente de Martha, pero no tena alternativa. Cuando por fin pudo retener algn slido y empez a recuperar fuerzas, se dispusieron a reemprender su caminata sin rumbo.

    Martha, no podemos seguir mareando la perdiz de este modo. Qu vamos a hacer? pregunt Chester. Y ya estoy harto de comer esas palomas que cazas. De hecho, creo que es eso lo que me sienta mal.

    No siempre se puede elegir repuso ella. Y tambin a m me sentaron mal.

    Chester la mir con recelo. Pese a lo que deca de que se haba encontrado igual de mal que l, no la haba visto salir corriendo para esconderse entre los rboles, ni quejarse una sola vez de dolores en el estmago. Pero tambin era cierto que los ltimos das no haba estado en condiciones de fijarse en nada.

    Al anochecer reemprendieron el camino, pero Chester segua dbil y no fue capaz de seguir andando la noche entera. Y por eso, tras entrar en otro bosque unas horas antes del alba, acamparon. Y no se lo poda creer cuando, menos de media hora despus de haber comido, le empez a gorjear el estmago y regresaron los retortijones.

  • Esta vez fue an peor, y Martha tuvo que ayudarle a alejarse del fuego y meterse entre unos rboles, donde pudo encontrar un poco de privacidad en sus violentas convulsiones.

    Durante los das siguientes, ella se vio obligada incluso a darle de comer, porque a l le temblaban tanto las manos que no poda aparselas por s mismo. Perdi la nocin del tiempo y se fue aletargando a causa de la falta de nutricin, hasta que Martha lo despert una noche como loca, farfullando algo de que tenan que ponerse en marcha. l intent conocer el motivo, pero ella no explic nada. Entonces Chester se pregunt si no habra vuelto a or a su imaginario relmpago.

    Sin embargo, se dio cuenta de que se haba recuperado lo suficiente como para caminar un par de horas. Anduvieron por las orillas de los campos bajo la llovizna, hasta llegar a un granero destartalado. Aunque faltaban tejas del techo y el interior estaba lleno de mquinas y herramientas agrcolas oxidadas, Martha consigui despejar un rincn para los dos. Al menos all estaban al abrigo de los elementos y tenan la oportunidad de secarse.

    Adems de su persistente enfermedad, Chester ya estaba harto de estar todo el tiempo empapado: las piernas le dolan al rozar contra las perneras del pantaln y la piel entre los dedos de los pies haba adquirido un alarmante tono blanco y se le desprenda nada ms pellizcarla. Tanto Martha como l necesitaban cambiarse urgentemente de ropa y darse un buen bao. Chester se daba cuenta de que los ltimos das Martha no pareca oler tanto: tal vez su propio olor corporal tapaba el de ella.

    Sentado a su lado, cada uno metido dentro de su saco de dormir en un rincn del granero, Chester comprendi que ya no poda ms.

    Ya no aguanto esto le dijo, con la mirada perdida y agarrando el saco de dormir alrededor del cuello con sus manos sucias. Nunca me haba sentido tan

  • enfermo, y me temo que pueda empeorar. Martha, hasta aqu hemos llegado. Se call para procurar que no se le cayeran las lgrimas. Deca la verdad cuando aseguraba que ya no poda seguir as. Y si resulta que tengo algo realmente serio y necesito ver a un mdico? Me dejars que vaya a uno? Y, por otro lado, no estamos yendo a ninguna parte, a que no? No tenemos nada que se parezca a un plan. De hecho, Chester albergaba la sospecha de que iban viajando en crculo, aunque no tuviera modo de comprobarlo.

    Ella se qued un momento en silencio, despus asinti con la cabeza. Al levantar la mirada hacia el techo desvencijado, el tic del ojo se le empez a manifestar a lo loco.

    Maana le dijo ella. Ya veremos maana. Chester no tena ni idea de lo que significaba eso,

    pero despus de pasar el da en el granero salieron cuando comenzaba una noche apacible. Por una vez no llova, y eso anim al chico. Empez a parecerle que tenan que estar cerca de la costa: el aire ola de manera muy definida, y de vez en cuando daba vueltas sobre sus cabezas, graznando, alguna gaviota. Eso le record ntidamente las vacaciones en la playa con su familia, lo que le hizo pensar en que necesitaba separarse de Martha y regresar con sus padres.

    Caminaban bajo un cielo nocturno blanco como el cristal ms impoluto. Chester iba contemplando la cumbre de una colina y los miles de estrellas que colgaban sobre ella como un tapiz brillante y magnfico, cuando, de improviso, choc contra un seto. Haba perdido a Martha de vista, y no la volvi a ver hasta que una mano le agarr el brazo y tir de l a travs del seto.

    Avanz unos pasos tambalendose antes de recuperar el equilibrio. Entonces le impresion el cambio. Todo cuanto haba visto durante semanas eran interminables campos de cultivos y hierba, pero en aquel momento se encontraba sobre un csped muy cuidado. Resultaba

  • totalmente liso bajo los pies y la luz de la luna le proporcionaba el aspecto de una alfombra de fieltro oscuro. Observ a su alrededor y vio los arriates de flores y plantas cultivadas. Martha le indic entre dientes que la siguiera, y avanzaron los dos sigilosamente por la orilla del jardn, dejando atrs un invernadero y despus un cobertizo grande, delante del cual haba sillas de madera y una mesa. Martha cambi de direccin y se dirigi hacia el centro del jardn y Chester se encontr caminando entre dos filas de conferas, al final de las cuales haba una pequea puerta. Al atravesarla, agachndose para pasar bajo las ramas de un sauce llorn, los ojos de Chester se encontraron la oscura silueta de un edificio.

    Es una casita de campo susurr l, parndose al otro lado del sauce. Estaba bien cuidada, aunque no pareca habitada. No haba luces encendidas y las cortinas estaban descorridas en todas las ventanas. Al caminar por el lateral de la casita hacia la parte de delante, encontraron un pequeo prtico delante de la puerta, con un rosal trepador que creca en l, y una entrada de grava para los coches, pero sin ningn vehculo.

    Chester no intent disuadir a Martha cuando le dijo que se propona entrar. La casita estaba aislada, y no haba seales de ningn tipo de alarma contra ladrones en el edificio. Se dirigieron a la parte de atrs de la casita, donde Martha rompi un cristal de una de las ventanas de guillotina y, abriendo el pasador, la levant. Al entrar tras ella, Chester se sinti un poco incmodo por lo que estaban haciendo, pero ya haba tenido suficiente vida a la intemperie para mucho tiempo. Y, de manera inconsciente o no, los efectos de la gravedad normal de la Tierra seguan pasndoles factura, en especial a Martha. Necesitaban un lugar en el que pudieran descansar de verdad.

    Al descubrir que en la cocina haba un frigorfico y una despensa bien surtida, Chester declin el ofrecimiento de Martha de prepararle algo de comer. Se abri una lata de

  • alubias que se comi fras. En el piso de arriba contempl con ansia las camas hechas, con sbanas blancas bien planchadas. A continuacin, tras lograr encender el calentador, se dio una ducha.

    No poda creerse que el agua le doliera al desprender de su piel la mugre acumulada durante tantos meses. Despus, cuando su piel se acostumbr a la limpieza y empez a sentirse cmodo, permaneci bajo el torrente de agua, disfrutando su calidez. Empez a relajarse, sintiendo que no slo se le iba la suciedad, sino tambin los problemas. En cuanto se sec, asalt el armario de uno de los dormitorios y cogi unos vaqueros y una camiseta que no le quedaban mal. Se descubri mirando fijamente al interior de un cajn que haba en la parte de abajo del armario.

    Calcetines: no son ms que unos simples calcetines, se dijo a s mismo con una risita. Sin embargo, se sent en la cama para ponerse un par limpio. Despus se coloc las botas y movi dentro de ellas los dedos de los pies, con una amplia sonrisa en la cara. Ya se senta mucho mejor. Se senta capaz de enfrentarse a lo que fuera.

    S, calcetines limpios! proclam ponindose en pie.

    Regres al piso inferior y, buscando a Martha para decirle que iba a echarse una siesta en una de las camas, entr en el saln de estar. Se par en seco al ver un telfono a un lado.

    Ah estaba: la oportunidad que haba estado esperando.

    Poda volver a llamar a Drake, o incluso a sus padres. Pens en ellos. Tena que decirles que estaba vivo y que se encontraba bien. Llevaba meses sin hablar con ellos, desde aquella noche aciaga en que Will y l se haban metido por el tnel que sala de debajo de la casa de los Burrows.

    Conteniendo la respiracin, Chester cogi el

  • auricular y esper a escuchar el tono de marcado. Apenas poda contener la emocin al empezar a marcar el nmero de su casa. No poda esperar a hablar con sus padres. Hola, pap; hola, mam, ensay en voz baja, rogando que no hubieran salido de casa o, lo que sera an peor, que no se hubieran mudado.

    No!, se rega a s mismo. S positivo. Solo haba conseguido marcar unos cuantos dgitos

    cuando el telfono se le cay de la mano y perdi la conciencia a causa del golpe que recibi en la parte de atrs de la cabeza.

  • 5

    Drake abri los ojos de repente y al instante se levant de la cama y se puso en pie.

    Se encontraba en una habitacin oscura y completamente desconocida. Por muy acostumbrado que estuviera a despertarse en un lugar diferente cada maana, no consegua comprender cmo haba llegado hasta all. El aire en la habitacin era limpio y fresco: se dio cuenta de que sonaba el aire acondicionado.

    Le dolan los huesos de la cabeza. Se llev la mano a la frente y retrocedi, tambalendose, hasta la cama. En ese momento se dio cuenta de que, aunque estaba completamente vestido, no llevaba zapatos ni calcetines. Y bajo las plantas de los pies tena algo cuyo suntuoso tacto recordaba una gruesa moqueta.

    Dios mo..., dnde estoy? Aquello no se pareca en nada a los inmuebles o

    locales abandonados en que sola dormir. Recorriendo a tientas el lateral de la cama, choc con

    una mesita de noche y derrib la lmpara al suelo. Se puso de rodillas para encontrar la lmpara, y despus el interruptor para encenderla. Cuando la luz le dio en la cara, lanz un gruido y cerr los ojos.

    Will y Elliott se habran quedado muy sorprendidos si lo hubieran visto as: aqul no era el Drake que ellos conocan. Tena la cara hinchada, barba de una semana y amplias ojeras oscuras bajo los ojos cansados. El pelo, normalmente muy corto, haba ido creciendo libremente. Estaba aplastado a un lado de la cabeza, sobre el que haba dormido.

    Con la lmpara an en la mano, encontr el borde de

  • la cama y se ech sobre l. Se pas la lengua por el interior de la boca reseca, reconociendo amargos restos de alcohol.

    Vodka? se pregunt con voz ronca, casi con arcadas. Qu estuve haciendo? se respondi con otra pregunta, mientras intentaba recapitular lo ocurrido la noche anterior. Tena el vago recuerdo de que haba entrado en un bar, posiblemente en el barrio del Soho, con el firme propsito de beberse el bar entero. Eso tena sentido. La cabeza estaba a punto de estallarle.

    Pero el dolor que le produca la resaca no era nada comparado con la sensacin de vaco que lo embargaba, de vaco vital.

    Por primera vez en mucho tiempo, se encontraba completamente perdido. No tena meta, no tena ningn plan en el que trabajar. Haca aos que lo haba reclutado una organizacin clandestina cuyo propsito era luchar contra una raza de hombres, los styx, que vivan ocultos bajo Londres, en una ciudad subterrnea llamada la Colonia. Pero la influencia de los styx llegaba mucho ms all de la Colonia, y sus malvados propsitos invadan la sociedad de la Superficie como si se extendieran por el suelo las races de un hongo venenoso. Los styx llevaban siglos tramando desestabilizar el orden en la Superficie y debilitarlo lo suficiente para poder un da tomar las riendas.

    El ltimo intento de Drake contra ellos haba concluido en un desastre, una derrota absoluta. Su plan haba consistido en hacer salir a uno de los styx ms importantes, fingiendo que posea la nica ampolla del mortal virus del Dominion, y atraparlo. La entrega del virus iba a efectuarse en los terrenos comunales de Highfield, con la seora Burrows, la madre de Will, al frente para darle credibilidad. Pero, lejos de ser engaados por el plan, los styx haban tomado la delantera, y haban puesto fuera de combate a Drake, a Leatherman, su mano derecha, y al resto de sus pistoleros, con una especie de aparato subsnico.

    Drake dudaba sinceramente de que Leatherman o

  • cualquiera de los otros hubiera sobrevivido: los styx eran brutales y despiadados al tratar con aquellos que se les enfrentaban. Y tambin haba sido baja en la operacin la seora Burrows: slo caba pensar que tambin estara muerta. Por lo que saba, l era el nico superviviente, y eso slo gracias a una ayuda de procedencia completamente inesperada.

    Necesito beber algo murmur, tratando de quitarse esas ideas de la mente. No le pareca que mereciera seguir vivo. La terrible prdida de toda aquella gente, de la que senta que el responsable era l y solo l, lo superaba. Pasndose la lengua por los labios, pos la lmpara en la cama y se fue arrastrando los pies hacia la ventana de la desconocida habitacin.

    Qu demonios...? se pregunt al abrir las persianas. Arrug los ojos: al inundar la habitacin, la luz del da intensific el dolor de cabeza. Y se qued completamente desconcertado al contemplar la vista del otro lado de la ventana. Desde una altura de tres o cuatro pisos, estaba viendo el ro Tmesis. A lo lejos, el sol brillaba sobre el antiguo puerto londinense de Canary Wharf.

    Se gir para examinar la habitacin. Era espaciosa, y las paredes de color escarlata estaban adornadas con elaborados marcos dorados dentro de los cuales haba viejos grabados militares, la mayor parte de soldados de la guerra de Crimea. Y adems de la cama de matrimonio, haba una mesa de escritorio y un ropero, todo de madera oscura que poda ser caoba. Le daba la impresin de estar en la habitacin de un hotel, y una de las caras.

    He muerto y he llegado al Hilton murmur para s, preguntndose si habra un minibar escondido en algn rincn del cuarto. Necesitaba beber algo para anestesiarse, para interrumpir las continuas recriminaciones que se haca a s mismo por haberle fallado a tanta gente. Mir la puerta cerrada, pero no se acerc a ella, sino que se volvi hacia la ventana y apoy la frente en el fro cristal. Con un hondo

  • suspiro, sus ojos inyectados en sangre siguieron el recorrido de una lancha de la polica que se diriga ro arriba, hacia donde tena que hallarse el puente de la Torre.

    Llamaron a la puerta. Drake se puso derecho. Se abri la puerta y entr en la habitacin, con un

    vaso en la mano, el que haba sido su salvador en Highfield. Le haba dicho a Drake que era un antiguo limitador, uno de los soldados del regimiento de lite styx, que tenan fama de poseer una crueldad sin lmites.

    Era extrao ver a uno de aquellos asesinos delgados, nervudos y despiadados completamente fuera de contexto y vestido con chaqueta deportiva gris de cuadros, pantalones de franela y zapatos de color