tercer año de la vida pública de jesús 313 preparativos ... · tercer año de la vida pública...

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Tercer año de la vida pública de Jesús 313 Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año, Jesús será el Justo. Juan, Santiago, Mateo y Andrés han llegado ya a Nazaret, y. mientras esperan a Pedro, pasean por el huerto de Nazaret, jugando con Margziam o hablando entre ellos. No veo a ningún otro, como si Jesús faltara en este momento de casa y María estuviera ocupada en algunas labores (por el humo del horno, yo diría que está allí dentro. haciendo el pan). A los cuatro apóstoles se les ve contentos de estar en casa del Maestro, y lo exteriorizan. Hasta tres veces les dice Margziam: -¡Pero no os riáis de esa forma! Y, la tercera vez, Mateo nota la recomendación y pregunta: -¿Por qué, chico? ¿No es justo sentirse contentos de estar aquí? Tú has disfrutado de este sitio, ¿no? Pues ahora nosotros - y le da afablemente un cachetito. Margziam lo mira muy serio. Pero sabe callar. Regresa Jesús con sus primos Judas y Santiago, los cuales saludan efusivamente a los compañeros, de los que han estado separados muchos días. María de Alfeo asoma la cabeza desde el interior del horno, toda colorada y llena de harina, y sonríe a sus hijotes. El último en regresar es el Zelote, que dice: -He hecho todo, Maestro. Dentro de poco, Simón estará aquí. -¿Qué Simón? ¿Mi hermano o Simón de Jonás? -Tu hermano, Santiago. Viene a saludarte con toda la familia. Efectivamente, pasados pocos minutos, unos golpes en la puerta y una densa parlería anuncian la llegada de la familia de Simón de Alfeo, que es el primero en entrar, llevando de la mano a un niñito de unos ocho años; tras él, Salomé, rodeada por su nidada. María de Alfeo se apresura a salir del cuarto del horno y besa a sus nietos, contenta de verlos ahí. -¿Te marchas, entonces, otra vez? - pregunta Simón, mientras sus hijos estrechan amistad con Margziam, el cual, me parece, conoce bien sólo a Alfeo, el curado. -Sí, es hora. -Tendrás todavía días lluviosos. -No importa. Los días nos van acercando a la primavera. -¿Vas a Cafarnaúm? -Sí, iré también allí. Pero no enseguida. Ahora atravesaré la Galilea e iré allende sus confines. -Cuando estés en Cafarnaúm y yo lo sepa, iré a verte. Te llevaré a tu Madre y a la mía. -Te quedaré agradecido. Entretanto no la desatiendas. Se queda completamente sola. Tráele a los niños. Aquí puedes estar seguro de que no se vician... Simón se pone como la brasa por la alusión de Jesús a sus pensamientos pasados y por la ojeada que le ha lanzado su mujer como diciendo: «¿Has oído? Te está bien empleado». Y Simón cambia de tema diciendo: -¿Dónde está tu Madre? -Está haciendo el pan. Ahora vendrá... Pero los hijos de Simón no esperan y van al horno detrás de su abuela. Y una niñita, poco mayor que el curado Alfeo, sale casi inmediatamente, diciendo: -María está llorando. ¿Por qué? ¡Eh, Jesús!, ¿por qué llora tu Madre? -¿Está llorando? ¡Oh, querida mía! Voy con ella - dice Salomé solícita. Y Jesús explica: -Llora porque me marcho... Pero vendrás a hacerle compañía, ¿no? Te enseñará a bordar y tú alegrarás sus días. ¿Me lo prometes? -Vendré también yo, ahora que mi padre me deja - dice Alfeo mientras se come un bollito caliente que le acaban de dar. Pero, aunque el bollo esté tan caliente que casi no puede ser sujetado con los ledos, creo que está helado respecto al calor de vergüenza que asalta a Simón de Alfeo por las palabras de su hijito. A pesar de ser una mañana de invierno más bien fresca (debido a un ligero cierzo que b arre las nubes del cielo pero raspa la piel), Simón se cubre de abundante sudor, como si fuera pleno verano... Jesús hace como que no se da cuenta y los apóstoles aparentan m gran interés por lo que están contando los hijos de Simón; así se concluye el incidente, y Simón puede reponerse y preguntar a Jesús que por qué no están todos los apóstoles. -Simón de Jonás está para llegar. Los demás me alcanzarán en el momento oportuno. Ya está determinado. -¿Todos? -Todos. -¿También Judas de Keriot? -También él... -Jesús, ven un momento conmigo - le solicita su primo Simón. Y, separados ya hacia el fondo del huerto, Simón pregunta: -¿Pero sa- bien quién es Judas de Simón?

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  • Tercer ao de la vida pblica de Jess

    313

    Preparativos para salir de Nazaret, despus de la visita de Simn de Alfeo con su familia. Durante el tercer ao, Jess ser el Justo.

    Juan, Santiago, Mateo y Andrs han llegado ya a Nazaret, y. mientras esperan a Pedro, pasean por el huerto de Nazaret, jugando con Margziam o hablando entre ellos. No veo a ningn otro, como si Jess faltara en este momento de casa y Mara estuviera ocupada en algunas labores (por el humo del horno, yo dira que est all dentro. haciendo el pan). A los cuatro apstoles se les ve contentos de estar en casa del Maestro, y lo exteriorizan. Hasta tres veces les dice Margziam: -Pero no os riis de esa forma! Y, la tercera vez, Mateo nota la recomendacin y pregunta: -Por qu, chico? No es justo sentirse contentos de estar aqu? T has disfrutado de este sitio, no? Pues ahora nosotros - y le da afablemente un cachetito. Margziam lo mira muy serio. Pero sabe callar. Regresa Jess con sus primos Judas y Santiago, los cuales saludan efusivamente a los compaeros, de los que han estado separados muchos das. Mara de Alfeo asoma la cabeza desde el interior del horno, toda colorada y llena de harina, y sonre a sus hijotes. El ltimo en regresar es el Zelote, que dice: -He hecho todo, Maestro. Dentro de poco, Simn estar aqu. -Qu Simn? Mi hermano o Simn de Jons? -Tu hermano, Santiago. Viene a saludarte con toda la familia. Efectivamente, pasados pocos minutos, unos golpes en la puerta y una densa parlera anuncian la llegada de la familia de Simn de Alfeo, que es el primero en entrar, llevando de la mano a un niito de unos ocho aos; tras l, Salom, rodeada por su nidada. Mara de Alfeo se apresura a salir del cuarto del horno y besa a sus nietos, contenta de verlos ah. -Te marchas, entonces, otra vez? - pregunta Simn, mientras sus hijos estrechan amistad con Margziam, el cual, me parece, conoce bien slo a Alfeo, el curado. -S, es hora. -Tendrs todava das lluviosos. -No importa. Los das nos van acercando a la primavera. -Vas a Cafarnam? -S, ir tambin all. Pero no enseguida. Ahora atravesar la Galilea e ir allende sus confines. -Cuando ests en Cafarnam y yo lo sepa, ir a verte. Te llevar a tu Madre y a la ma. -Te quedar agradecido. Entretanto no la desatiendas. Se queda completamente sola. Trele a los nios. Aqu puedes estar seguro de que no se vician... Simn se pone como la brasa por la alusin de Jess a sus pensamientos pasados y por la ojeada que le ha lanzado su mujer como diciendo: Has odo? Te est bien empleado. Y Simn cambia de tema diciendo: -Dnde est tu Madre? -Est haciendo el pan. Ahora vendr... Pero los hijos de Simn no esperan y van al horno detrs de su abuela. Y una niita, poco mayor que el curado Alfeo, sale casi inmediatamente, diciendo: -Mara est llorando. Por qu? Eh, Jess!, por qu llora tu Madre? -Est llorando? Oh, querida ma! Voy con ella - dice Salom solcita. Y Jess explica: -Llora porque me marcho... Pero vendrs a hacerle compaa, no? Te ensear a bordar y t alegrars sus das. Me lo prometes? -Vendr tambin yo, ahora que mi padre me deja - dice Alfeo mientras se come un bollito caliente que le acaban de dar. Pero, aunque el bollo est tan caliente que casi no puede ser sujetado con los ledos, creo que est helado respecto al calor de vergenza que asalta a Simn de Alfeo por las palabras de su hijito. A pesar de ser una maana de invierno ms bien fresca (debido a un ligero cierzo que

    barre las nubes del cielo pero raspa la piel), Simn se cubre de abundante sudor, como si fuera

    pleno verano... Jess hace como que no se da cuenta y los apstoles aparentan m gran inters por lo que estn contando los hijos de Simn; as se concluye el incidente, y Simn puede reponerse y preguntar a Jess que por qu no estn todos los apstoles. -Simn de Jons est para llegar. Los dems me alcanzarn en el momento oportuno. Ya est determinado. -Todos? -Todos. -Tambin Judas de Keriot? -Tambin l... -Jess, ven un momento conmigo - le solicita su primo Simn. Y, separados ya hacia el fondo del huerto, Simn pregunta: -Pero sa- bien quin es Judas de Simn?

  • -Es un hombre de Israel. Nada ms. Nada menos. -No querrs decirme que es...! Ya est para acalorarse y levantar la voz. Pero Jess lo calma interrumpindole y ponindole una mano en un hombro mientras le dice: -Es como lo hacen las ideas imperantes y los que entran en contacto con l. Porque, por ejemplo, si aqu (y recalca mucho las palabras) hubiera encontrado solamente corazones justos y mentes inteligentes, no habra sentido inters en pecar. Pero no los ha encontrado. Por el contrario, ha encontrado un elemento totalmente humano, y en l ha asentado sin ninguna dificultad su yo muy humano, que me suea, me ve, trabaja por m, como rey de Israel, en el sentido humano del trmino; de la misma forma que me sueas y me quisieras ver t, y estaras dispuesto a trabajar t, y contigo Jos, tu hermano, y, con vosotros dos, Lev, arquisinagogo de Nazaret, y Matatas y Simen y Matas y Benjamn, y Jacob, y, menos tres o cuatro, todos vosotros de Nazaret. Y no slo los de Nazaret... Encuentra dificultades para formarse porque todos vosotros contribus a deformarlo. Cada vez ms. Es el ms dbil de mis apstoles. Pero, por ahora, no es sino un dbil. Tiene impulsos buenos, deseos rectos, amor por m (desviado en cuanto a la forma, pero amor en todo caso). Vosotros no le ayudis a separar estas partes buenas de las partes no buenas que forman suyo; antes al contrario, agravis stas cada vez ms aadiendo vuestras incredulidades y limitaciones humanas. Pero vamos a casa. Los dems han entrado ya... Simn lo sigue un poco apesadumbrado. Estn ya casi en la puerta, cuando para a Jess y dice: -Hermano mo, ests airado conmigo? -No. Es que intento formarte tambin a ti, como formo a todos los dems discpulos. No has dicho que quieres ser discpulo? -S, Jess. Pero las otras veces no hablabas as, ni siquiera cuando corregas. Eras ms dulce... -Y para qu ha servido? Antes lo era. Hace dos aos que lo soy... Unos, a costa de mi paciencia y bondad, os habis emperezado, otros habis afilado colmillos y garras. El amor os ha servido para daarme. No es as?... -Es as. Es verdad. Pero, vas a seguir siendo bueno? -Ser justo. Y aun as ser como no merecis, vosotros de Israel que no queris reconocer en m al Mesas prometido. Entran en la pequea habitacin, tan abarrotada de personas, que muchos han terminado en la cocina o en el taller de Jos. Y stos son los apstoles, menos los dos hijos de Alfeo, que se han quedado con su madre y su cuada. A ellas ahora se aade Mara, que entra llevando de la mano al pequeo Alfeo. El rostro de Mara presenta claros signos de haber llorado. Pero, mientras Mara est para responder a Simn, que le asegura que ir a su casa todos los das, por la callejuela serena avanza un carrito, con tanto sonido de cascabeles, que llama la atencin de los hijos de Zebedeo por la bulla que hace, y... mientras afuera llaman, -contemporneamente, dentro abren. Aparece el rostro alegre de Simn Pedro, que ha llamado con e1 mango de la tralla y est todava

    sentado en el carro... A su lado, tmida pero sonriente, Porfiria, sentada encima de cajas de

    tamao decreciente como si fuera un trono. Margziam sale corriendo y trepa al carro para saludar a su madre adoptiva. Salen tambin los dems, entre los cuales Jess. -Maestro, aqu estoy. He trado a mi mujer; con este vehculo, porque es una mujer que resiste poco caminando. Mara, el Seor est contigo. Tambin contigo, Mara de Alfeo. Mira a todos, mientras baja de su vehculo y ayuda a bajar a su mujer, y saluda conjuntamente al grupo. Quisieran ayudarle a descargar el carrito, pero l se opone enrgicamente. Despus, despus dice. Y, ni corto ni perezoso, se acerca a la ancha puerta del taller de Jos y la abre de par en par, tratando de hacer entrar el carrito como est. No pasa, naturalmente. Pero la maniobra sirve para atraer la atencin de los que han venido de visita y hacer comprender que sobra gente... Efectivamente, Simn de Alfeo se despide con toda su familia... -Oh, ahora que estamos solos, vamos a preocuparnos de nosotros...-dice Simn de Jons haciendo retroceder al burrito, que, cubierto como est de cascabeles, hace bulla por diez; tanto que Santiago de Zebedeo no puede contenerse de preguntar, riendo: Y dnde lo has encontrado tan enjaezado?. Pero Pedro est concentrado en coger las cajas que haba en el carro y pasrselas a Juan y Andrs, que se quedan asombrados, pues crean que iban a sentir peso y, sin embargo, las cajas son ligeras; y lo comentan... -Venga, id para el huerto y no os quedis ah como chorlitos! - ordena Pedro, mientras, a su vez, baja con una cajita que s que pesa, para colocarla en un rincn de la habitacin. -Y ahora el burro y el carro. El burro y el carro? El burro y el carro!... Esto es lo difcil!... Y tiene que entrar todo en casa... -Por el huerto, Simn - dice en voz baja Mara - Hay una valla en el seto del fondo. No lo parece, porque est cubierta de ramajes... Pero est. Sigue el sendero que va bordeando la casa, entre esta casa y el huerto vecino. Yo voy a mostrarte dnde est la valla... Quin viene a apartar las matas que la cubren? -Yo. Yo. Todos se dirigen presurosos hacia el fondo del huerto. Entretanto, Pedro se marcha con su rumoroso cargamento y Mara de Alfeo cierra la puerta... Trabajando con un hocino, queda libre el rstico vallado y abren un paso por el que entran burro y carro. -Bueno, bien! Y ahora quitamos todo esto. Me han roto los odos - y Pedro se apresura a cortar los lazos que mantienen sujetos los cascabeles a los jaeces. -Y por qu los has tenido, entonces? - pregunta Andrs. -Para que toda Nazaret me oyera llegar. Y lo he conseguido... Ahora los quito para que nadie de Nazaret nos oiga partir. Lo mismo, he metido vacas las cajas... Nos marcharemos con las cajas llenas, y nadie, si es que alguien nos ve, se sorprender de

  • ver a una mujer sentada a mi lado en las cajas. El que ahora est lejos se las da de tener tino y sentido prctico. Bueno, pues, cuando quiero, tambin lo tengo yo... -Perdona, hermano. Para qu es necesario todo esto? - pregunta Andrs, que ha dado de beber al burro y lo ha llevado al lado de la tosca leera que hay junto al horno. -Para qu? No sabes nada!... Maestro, no saben todava nada! -No, Simn. Estaba esperndote a ti para hablar. Venid todos al taller. Las mujeres estn bien donde estn. Lo que has hecho ha estado bien hecho, Simn de Jons. Van al taller. Porfiria con el nio y las dos Maras se han quedado en casa. -He querido que vinierais porque tenis que ayudarme a mandar fuera de aqu, muy lejos, a Juan y a Sntica. Lo tengo decidido desde los Tabernculos. Como habis podido constatar, no era posible tenerlos con nosotros, ni siquiera aqu, sin poner en peligro su paz. Como siempre, Lzaro de Betania me ayuda en esta obra. Ellos ya lo saben. Simn Pedro lo sabe desde hace pocos das. Vosotros lo sabis ahora. Esta noche dejaremos Nazaret. Aunque en lugar de la primera luna tuviramos agua y viento. Ya deberamos haber partido, pero supongo que es que Simn de Jons habr tenido dificultades para encontrar el medio de transporte... -No lo sabes bien! Ya perda la esperanza de encontrarlo. Pero, al final, lo he podido conseguir de un ruin griego... Ser til... -S. Ser til, especialmente para Juan de Endor. -Dnde est, que no se le ve? - pregunta Pedro. -En su habitacin, con Sntica. -Y... cmo ha recibido la cosa? - pregunta otra vez Pedro. -Con mucho dolor. Tambin la mujer... -Y tambin T, Maestro. En tu frente hay una arruga que no tenas. Y tienes mirada grave y triste - observa Juan. -Es verdad. Estoy muy apenado... Pero, hablemos de lo que tenemos que hacer. Escuchadme bien, porque luego nos tendremos que separar. Partimos esta noche, a mitad de la primera vigilia. Nos marcharemos como quien huye... porque son culpables. Sin embargo, nosotros no vamos con intencin de hacer ningn mal, ni huimos por haberlo hecho; nos vamos para impedir que algn otro lo haga a quien no tendra la fuerza para soportarlo. Partiremos pues... Iremos por el camino de Sefori... Haremos un alto a mitad de camino, en una casa, para partir al alba. Es una casa que tiene muchos prticos para los animales. En ella hay pastores amigos de Isaac. Los conozco. Me darn hospedaje sin pedir nada. Luego tenemos que llegar a Yiftael, necesariamente ese mismo da aunque sea de noche; all pernoctaremos. Crees que podr el animal? -Y mucho ms! Ese griego deshonesto me lo ha hecho pagar, pero me ha dado un animal bueno y fuerte. -Est bien. A1 da siguiente por la maana iremos a Tolemaida y nos separaremos. Vosotros, guiados por Pedro, que es vuestro jefe, y al cual debis obedecer ciegamente, iris por mar hasta Tiro. All encontraris una nave preparada para zarpar en direccin a Antioqua. Subiris y daris esta carta al patrn de la nave para que la vea. Es de Lzaro de Tefilo. Vosotros pasis por dependientes suyos enviados a sus tierras de Antioqua, o mejor, a sus jardines de Antigonio. Esto sois para todos. Sabed mostraos atentos, serios, prudentes y silenciosos. Cuando lleguis a Antioqua, id enseguida a ver a Felipe, el administrador de Lzaro, y le dais esta carta... -Maestro, l me conoce - dice el Zelote. -Muy bien. -Cmo va a creer que soy un subordinado? -Para Felipe no hace falta. Sabe que debe recibir y hospedar a dos amigos de Lzaro y ayudarlos en todo. As est escrito. Vosotros los habis acompaado. Nada ms. l os llama: "sus queridos amigos de Palestina". Y es lo que sois, congregados por la fe y por la accin que llevis a cabo. Descansaris hasta que la nave, acabadas sus operaciones de descarga y carga, vuelva para Tiro. De Tiro, con la barca, vendris a Tolemaida y desde all vendris a reuniros conmigo a Akzib... -Por qu no vienes con nosotros? - suspira Juan. -Porque me quedo a orar por vosotros, y especialmente por estos dos pobres. Me quedo para orar. As empieza mi tercer ao de vida pblica. Empieza con una partida bien triste; como el primero y el segundo. Empieza con una intensa oracin y penitencia, como el primero... Porque ste tiene las dificultades dolorosas del primero, y ms an. Entonces me preparaba para convertir al mundo. Ahora me preparo para una obra sin duda ms vasta y potente. Pero, escuchadme atentamente: habis de saber que, si en el primero fui el Hombre-Maestro, el Sabio que llama a la Sabidura con humanidad perfecta e intelectual perfeccin, y en el segundo fui el Salvador y Amigo, el Misericordioso que pasa acogiendo, perdonando, compadecindose, soportando, en el tercero ser el Dios Redentor y Rey, el Justo. No os asombris, pues, si veis en m formas nuevas, si en el Cordero veis el sbito fulgor del Fuerte. Qu ha respondido Israel a mi invitacin de amor? Qu ha respondido ante mis brazos abiertos a l y mis palabras: "Ven, Yo amo y perdono"? Ha respondido con embotamiento y dureza de corazn voluntarios y cada vez mayores, con el embuste, con la insidia. Pues bien, as sea. Lo haba llamado - sin excluir clase alguna al hacerlo - plegando mi frente hasta el polvo: Israel ha escupido encima de la Santidad que se humillaba. Le haba invitado a santificarse: me ha respondido entregndose al demonio. He cumplido mi deber en todo: ha llamado "pecado" a mi deber. He callado: ha llamado "prueba de culpabilidad" mi silencio. He hablado: ha llamado "blasfemia" mi palabra. Basta ya! No me ha dado respiro, no me ha concedido una sola alegra. Y la alegra para m era nutrir y formar en la vida del espritu a los recin nacidos a la Gracia. Les tienden insidias y debo arrancrmelos de mi pecho, produciendo en ellos y en m el espasmo de padres e hijos arrancados el uno al otro, para ponerlos a salvo del maligno Israel. Los poderosos de Israel, que se llaman a s mismos "santificadores" haciendo alarde de serlo, me impiden, quisieran impedirme, salvar y gozar de mis salvados. Hace ya muchos meses que tengo a un Lev publicano como amigo y a mi servicio: el mundo puede constatar si Mateo es motivo de escndalo o de emulacin. Pero la acusacin no cesa. Como no cesar tampoco para Mara de Lzaro ni para los otros muchos a quienes

  • salvar. Basta ya! Yo recorro mi camino, cada vez ms spero y regado de llanto... Yo camino... Ninguna de mis lgrimas caer intilmente. Elevan su grito a mi Padre... Despus elevar su grito otro humor mucho ms poderoso. Yo camino. El que me ame que me siga y se haga viril, porque llega la hora severa. No me detengo. Nada me detiene. Tampoco ellos se detendrn... Pero, ay de ellos! Ay de ellos! Ay de aquellos para quienes el Amor se hace Justicia!... El signo del nuevo tiempo ser una Justicia severa para todos los que se obstinan en su pecado contra las palabras del Seor y la accin del Verbo del Seor... Jess parece un arcngel castigador. Yo dira que tanto resplandecen sus ojos, que lanza fuego contra la pared humosa... Hasta su voz, que tiene tonos agudos de bronce y plata golpeados con violencia, parece resplandecer. Los ocho apstoles se han puesto plidos y estn casi encogidos de temor. Jess los mira... con piedad y amor. Dice: -No os lo digo a vosotros, amigos mos. No son para vosotros estas amenazas. Vosot

    ros sois mis apstoles, Yo os he

    elegido. La voz es ahora dulce y profunda. Termina: -Vamos all. Hagmosles ver a los dos perseguidos - y os recuerdo que piensan que parten para prepararme el camino a Antioqua - que los amamos ms que a nosotros mismos. Venid...

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    La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida

    Y ya lleg la noche. Otra noche de despedida para la casita de Nazaret y sus habitantes. Otra cena durante la cual la pena quita las ganas de comer a las bocas y pone taciturnas a las personas. Estn sentados a la mesa Jess, Juan y Sntica, Pedro, Juan, Simn y Mateo. Los dems no han podido: es tan pequea la mesa de Nazaret! Hecha realmente para una pequea familia de justos, que, al mximo, pueden invitar a sentarse al peregrino y al afligido, para ofrecerles un alivio ms de amor que de alimento! A1 mximo, esta noche, se hubiera podido sentar a la mesa Margziam, porque es un nio, y muy menudito, que ocupa poco sitio... Pero Margziam, muy serio y silencioso, est comiendo en un rincn, sentado en una banquetita, a los pies de Porfiria - para quien la Virgen ha reservado su silla del telar -, que, sumisa y silenciosa, come la comida que le han dado, mirando con ojos compasivos a los dos que estn para partir. Estos tratan de tragar sus bocados con la cabeza muy baja para esconder el rostro excoriado por las lgrimas. Los dems, o sea, los dos hijos de Alfeo, Andrs y Santiago de Zebedeo, se han instalado en la cocina, junto a una especie de hintero. Pero se les ve por la puerta abierta. Mara Santsima y Mara de Alfeo van y vienen sirviendo a stos y a aqullos, maternales, acongojadas, tristes. Y, si Mara santsima acaricia con su sonrisa - muy dolorosa esta noche - a aquellos a quienes se acerca, Mara de Alfeo, menos reservada y ms campechana, une a la sonrisa el acto y la palabra, y ms de una vez anima, aadiendo una caricia o incluso un beso, segn quin sea la persona favorecida, a ste o a aqul a nutrirse tomando los alimentos ms apropiados para su fsico y para el prximo viaje. Tanto se aplica a convencer al exhausto Juan - que en estos das de espera est an ms demacrado - para que coma esto o aquello, alabando su sabor y sus propiedades salutferas, que deduzco que, por amor compasivo hacia l, le dara de comer a s misma. Pero, a pesar de sus... seducciones, los alimentos se quedan casi intactos en el plato de Juan, y Mara de Alfeo se aflige por ello como una madre que ve que su lactante rechaza el pezn. -Pero as no puedes partir, hijo! - exclama. Y, movida por la maternidad de su alma, no reflexiona que Juan de Endor tiene ms o menos su edad y que el nombre de hijo est mal dado. Pero ella ve en l slo una criatura que sufre, y por ello, no encuentra sino este nombre para consolarlo... - Te va a hacer dao viajar con el estmago vaco en esa carreta tambaleante con el fro hmedo de la noche. Y, adems, a saber cmo comeris durante este horrible y largo viaje!... Eterna piedad! Por mar tantas millas! Yo me morira de miedo. Y costeando tierras fenicias. Y luego!... peor todava! Claro, el patrn de la nave ser filisteo, o fenicio, o de alguna otra nacin infernal... y no tendr piedad con vosotros... Venga, hombre, ahora que tienes todava a tu lado a una madre que te quiere!... Come: slo un trocito de este pescado bonsimo... Aunque slo sea por contentar a Simn de Jons, que lo ha preparado en Betsaida con mucho amor y hoy me ha enseado a cocinarlo de esta manera, para ti y para Jess, para que os d muchas fuerzas. No te apetece realmente?... Entonces... Ah, esto si que te lo comers! - y va ligera hacia la cocina y vuelve con una bandeja repleta de una humeante polentita. No s lo que es... Ciertamente un tipo de harina, o de granos cocidos en leche hasta deshacerlos: Mira, esto lo he hecho yo, porque me he acordado de que un da hablaste de ello como de un dulce recuerdo le tu niez... Es rico y bueno. Venga, un poco!. Juan se deja meter en el plato alguna cucharada de este blando manjar, y trata de tragarlo; pero las lgrimas descienden para mezclar su sal con el alimento mientras pliega an ms su rostro hacia el plato. Los otros reciben con muchos signos de alegra este alimento (quizs una gollera). Sus rostros se han iluminado al verlo. Margziam se ha puesto de pie... pero luego ha sentido la necesidad de preguntarle a Mara Santsima: -Lo puedo comer? Faltan todava cinco das para el final del voto...

    -S, hijo mo. Lo puedes comer - dice Mara con una caricia. Pero el nio vacila todava. Entonces Mara, para calmar los escrpulos del pequeo discpulo, consulta a su Hijo: -Jess, Margziam pregunta si puede comer la cebada monda por la miel, que hace que sea un plato dulce, sabes?... -S, s, Margziam. Esta noche te dispenso Yo de tu sacrificio, a condicin de que Juan se coma tambin su cebada con miel. Ves cmo lo desea el nio? Pues aydale a conseguir esto. Y Jess, que est al lado de Juan, le toma la mano y se la sujeta mientras ste se esfuerza, obediente, en terminar su cebada.

  • Mara de Alfeo ahora est ms contenta. Y vuelve al asalto con un buen plato de peras cocidas en el horno, humeantes. Entra, del huerto, con su bandeja y dice: -Llueve. Empieza ahora. Qu pena! -No, mujer, no! A1 revs! Es mejor! As no habr nadie por las calles. Cuando uno se marcha, los saludos hacen siempre dao... Mejor correr con el viento en la vela y sin encontrar bajos o escollos que le hagan detenerse a uno y moverse lentamente; y los curiosos son exactamente eso: bajos y escollos... - dice Pedro, que en toda accin ve la vela y la navegacin. -Gracias, Mara. Pero no como ms - dice Juan, tratando de rechazar la fruta. -Ah, esto no! Las ha cocido Mara. No querrs despreciar la comida hecha por ella? Mira qu bien las ha preparado! Con sus especias en el agujerito... con su mantequilla en la parte baja... Deben ser un manjar regio. Almbar. Para cocerlas tan doradas, se ha dorado tambin ella en el fuego del horno. Vienen bien para la garganta, para la tos... Dan calor y son medicinales. Mara dile cunto bien le hacan a mi Alfeo cuando estaba enfermo. Pero las quera hechas por ti. S, claro! Tus manos son santas y dan salud!... Benditos los alimentos que preparas t!... Estaba ms tranquilo mi Alfeo despus de comer esas peras... respiraba con ms suavidad... Pobre marido mo!... - y Mara aprovecha la oportunidad de la evocacin para poder por fin llorar, y salir a llorar. Quizs es un mal pensamiento mo, pero creo que, sin la pena por los dos que parten, para el "pobre Alfeo" no habra habido ni una lgrima de la consorte, esa noche... Mara de Alfeo estaba llena de llanto por Juan y Sntica, y por Jess, Santiago y Judas, que se marchan; tan llena, que abri una salida al llanto para no ahogarse. Mara toma su lugar ahora, pone delicadamente una mano en el hombro de Sntica, que est frente a Jess, entre Simn y Mateo. -Venga, nimo, comed! Queris marcharos aadiendo a mi angustia la de que os habis marchado casi en ayunas? -Yo he comido, Madre - dice Sntica mientras levanta su cara cansada y signada por el llanto de varios das. Y luego la baja hacia el hombro en que est la mano de Mara, y roza la mejilla contra la mano menuda para recibir su terneza. Mara le acaricia con la otra mano los cabellos y acerca hacia s la cabeza de Sntica, cuya cara ahora est apoyada en el pecho de Mara. -Come, Juan. Te vendr muy bien. No te puedes enfriar. T, Simn de Jons, te encargars de darle la leche caliente con miel todas las noches, o, al menos, agua muy caliente con miel. Acurdate. -Tambin yo me ocupar de ello, Madre. Puedes estar segura - dice Sntica. -Efectivamente, estoy segura. Pero lo hars a partir de que te instales en Antioqua. Por ahora se encargar Simn de Jons. Y acurdate, Simn, de darle mucho aceite de oliva. Por eso te he dado esa orza. Cuida de que no se rompa. Y, si le ves ms cerrado de respiracin, haz como te he dicho con el otro frasco de blsamo. Tomas la cantidad suficiente para untarle el pecho, la espalda y la parte de los riones, y lo calientas hasta que lo puedas tocar sin quemarte; luego le untas y le recubres enseguida con esas fajas de lana que te he dado. Lo he preparado concretamente para eso. T, Sntica, recuerda su composicin. Para volver a hacerlo. Siempre tendrs lirios, alcanfor y dctamo, resinas, claveles, laurel, artemisias y todo lo dems. He odo que Lzaro tiene en Antigonio jardines de esencias. -Y adems magnficos - dice el Zelote, que los ha visto. Y aade: No doy ningn consejo. Pero digo que para Juan ese lugar debera ser saludable, para el espritu y para el cuerpo; incluso ms que Antioqua. Est protegido del viento. Tiene una brisa ligera que viene de los bosquecillos de rboles de resinas arraigados en las laderas de un pequeo collado que hace de barrera al viento del mar, pero que permite a las sales marinas beneficiosas extenderse hasta all. Es un lugar sereno, silencioso, y, no obstante, alegre, por las mil flores y los mil pjaros que viven all en paz... Bueno, bien, vosotros veris lo que ms os hace al caso. Sntica es muy juiciosa! Porque en estas cosas es mejor ponerse en manos de las mujeres. No es verdad? -Por eso Yo confo a mi Juan al buen juicio y al buen corazn de Sntica - dice Jess. -Y yo tambin - dice Juan de Endor - Yo... yo... yo no tengo ya ninguna energa... y... ya jams servir para nada... -Juan, no digas eso! Si el otoo desnuda los rboles, no se puede concluir que no tengan ya vitalidad; al contrario, trabajan, con celada energa, para preparar el triunfo de los prximos frutos. T eres lo mismo. Ahora te ves empobrecido por el viento fro de este dolor, pero, en realidad, en lo profundo de ti, trabajas ya para los ministerios nuevos. Tu propio dolor te servir de acicate para la accin. Estoy segura. Entonces sers t, siempre t, el que me ayudars a m, que soy una pobre mujer que todava tiene mucho que aprender para llegar a ser algo para Jess. -Pero qu crees que puedo ser ya? Ya nada tengo que hacer... Estoy acabado! -No. No est bien decir eso! Slo el que muere puede decir: "Como hombre estoy acabado". Otro no puede decirlo. Crees que no tienes ya nada que hacer? Todava te queda lo que un da me dijiste: cumplir el sacrificio. Y cmo, sino con el sufrimiento? Juan, es necio citarte a los sabios a ti, que eres un pedagogo; pero te recuerdo a Gorgias de Leontina (o Leontine). Enseaba que slo con los dolores y sufrimientos se expa en esta vida y en la otra. Y te recuerdo tambin a nuestro gran Scrates: "Desobedecer a quien es superior a nosotros, sea dios u hombre, es un mal y una vergenza". Ahora bien, si ste era un justo modo de actuar ante una injusta sentencia emanada de hombres injustos, qu no ser, ante una orden emanada del Hombre santsimo y de nuestro Dios? Obedecer, por el solo hecho ya de que es obedecer, es una cosa grande; grandsima ser, entonces, prestar obediencia a una orden santa que juzgo - y t conmigo debes juzgarla igual - gran misericordia. T siempre dices que tu vida se acerca a su fin, y todava no sientes haber anulado tu deuda con la Justicia. Por qu no juzgas, entonces, este gran dolor como un medio para anular la deuda, y adems para hacerlo en el breve tiempo que te queda? Un gran dolor para conseguir una gran paz! Creme: vale la pena sufrirlo. Lo nico importante en la vida es llegar a la muerte habiendo conquistado la Virtud. -Me das nimos, Sntica... Hazlo siempre. -Lo har. Lo prometo aqu. Pero t faciltamelo, como hombre y como cristiano. La cena ha terminado. Mara recoge las peras que han quedado, las mete en un recipiente y se las da a Andrs, que sale, para volver luego diciendo:

  • -Llueve cada vez ms. Yo dira que es mejor... -S. Esperar siempre es ms angustioso. Voy enseguida a preparar el burro. Venid tambin vosotros, con los arcones y todo lo dems. T tambin, Porfiria, rpidamente! Eres tan paciente, que te has conquistado al asno y se deja vestir (dice exactamente esto) sin resistirse. Despus se encargar Andrs, que te asemeja. Venga, todos fuera! Y Pedro incita a todos a que salgan de la habitacin y de la cocina, excepto a Mara, a Jess, a Juan de Endor y a Sntica. -Maestro! Oh, Maestro, aydame! Lleg el momento de... sentir que se me desgarra el corazn! Ha llegado, s, el momento! Por qu, Jess bueno, no has hecho que muriese aqu, una vez experimentada la congoja de mi condena y hecho el esfuerzo de aceptarla? Y Juan cae en el pecho de Jess, llorando angustiosamente. Mara y Sntica tratan de calmarlo. Mara, a pesar de que siempre es tan reservada, lo separa de Jess, lo abraza y le dice: -Hijo amado, hijo mo predilecto... Sntica, entretanto, se arrodilla a los pies de Jess y dice: -Bendceme, consgrame, para quedar fortalecida. Seor, Salvador, Rey, yo, aqu, en presencia de tu Madre, juro y profeso que seguir tu doctrina y te servir hasta el ltimo respiro. Juro y profeso que me dedicar a tu doctrina y a los seguidores de ella, por amor a ti, Maestro y Salvador. Juro y profeso que mi vida no tendr ninguna otra finalidad, y que todo lo que significa mundo y carne ha muerto definitivamente para m. Y espero, con la ayuda de Dios y de las oraciones de tu Madre, vencer al Demonio, para que no me arrastre al error y no ser condenada en la hora de tu Juicio. Juro y profeso que no me doblegarn ni las seducciones ni las amenazas y que no tendr memoria lbil, a menos que Dios permita que suceda de otra forma. Pero espero en l y creo en su bondad, por lo cual estoy segura de que no me dejar a merced de fuerzas oscuras ms fuertes que las mas. Consagra a tu sierva, oh Seor, para que se sienta defendida de las insidias de todos los enemigos. Jess extiende las manos sobre su cabeza, con las palmas abiertas, como hacen tambin los sacerdotes, y ora por ella. Mara lleva a Juan al lado de Sntica y le hace arrodillarse, y dice: -Tambin a l, Hijo mo, para que te sirva con santidad y paz. Y Jess repite el acto sobre la cabeza inclinada del pobre Juan. Luego lo levanta y hace levantarse a Sntica, pone las manos de ellos en las de Mara, y dice: -Que sea ella la ltima que os acaricia, aqu y sale rpidamente para ir no s a dnde. -Madre, adis! No olvidar nunca estos das! - gime Juan. -Yo tampoco te olvidar, amado hijo. -Igual yo, Madre... Adis. Djame besarte una vez ms... Despus de tantos aos, me haba saciado de besos maternos!... Pero ahora ya no... - Sntica llora en los brazos de Mara, que la besa. Juan da rienda suelta a su llanto. Mara lo abraza tambin a l; ahora tiene - verdadera Madre de los cristianos - a los dos entre sus brazos, y toca apenas, con sus labios pursimos, la mejilla rugosa de Juan: un beso pudoroso, pero amorossimo. Con el beso queda el llanto de la Virgen en la flaca mejilla... Entra Pedro: -Est preparado. Venga, vamos... - y no dice nada ms, porque est emocionado. Margziam, que sigue a su padre como la sombra al cuerpo, se echa al cuello de Sntica y la besa; luego abraza a Juan y lo besa, lo besa... Pero llora tambin l. Salen: Mara, llevando de la mano a Sntica; Marziam de la mano de Juan. -Nuestros mantos... - dice entre lgrimas Sntica, y hace ademn de entrar en las habitaciones. -Estn aqu, estn aqu! Tomad, rpido!... - Pedro se muestra rudo para no dejar ver su emocin; pero, detrs de los dos que ahora se arropan en sus mantos se enjuga las lgrimas con el dorso de la

    .mano...

    A1 otro lado del seto, el farolillo trmulo del carro dibuja un cerco amarillo en el ambiente oscuro... Se oye el susurro de la lluvia entre el ramaje de los olivos, y su choque contra el piln rebosante de agua... Una paloma, despertada por la luz de las lmparas que llevan los apstoles amparadas bajo los mantos, bajas, para iluminar los senderos llenos de charcos, zurea quejumbrosamente... Jess ya est al pie del carrito, sobre el cual ha sido extendida como techo una manta. -Venga, venga, que llueve recio - incita Pedro. Y, mientras Santiago de Zebedeo sustituye a Porfiria en los ramales, l, sin muchas ceremonias, levanta del suelo a Sntica y la pone en el carro, y, todava ms expeditivamente, agarra a Juan de Endor y lo mete encima del carro; sube l, y da un fustazo tan enrgico al pobre burro, que ste, casi llevndose por delante a Santiago, empieza a correr inmediatamente. Y Pedro insiste hasta que llegan al camino propiamente dicho, bastante lejos de las casas... Un ltimo grito de despedida sigue a los que parten, que lloran inconteniblemente... Pedro para luego al burro fuera de Nazaret, para esperar a Jess y a los dems, que no tardan en darles alcance caminando ligeros bajo la lluvia que arrecia. Toman un camino entre las huertas, para ir de nuevo hacia el norte de la ciudad sin cruzarla. Pero Nazaret est oscuro y duerme bajo el agua glida de la noche de invierno... y creo que ni los que estn despiertos oyen el chocar de los cascos del asno, poco perceptibles contra el suelo de tierra empapado... La comitiva avanza con el mximo silencio. Slo se oyen los sollozos de los dos discpulos, mezclados con el rumor de la lluvia entre las frondas de los olivares.

    315

  • El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor Debe haber llovido toda la noche. Pero con el alba ha venido un viento seco que ha repelido las nubes hacia el sur, ms all de las colinas de Nazaret. Por ello, un tmido sol invernal se atreve a asomarse y a encender con su rayo un diamante en cada hoja de los olivos; mas es vestido de gala que pronto pierden, porque el viento agita sus frondas y las desnuda, y parecen llorar esquirlas de diamante que se desvanecen entre la hierba aljofarada o en el camino lodoso. Pedro, con la ayuda de Santiago y Andrs, prepara carro y burro. No se ve a los otros todava. Luego salen uno tras otro quizs de una cocina (porque dicen a los tres que ya estaban fuera: -Id ahora vosotros a tomar algo - y los tres entran, para salir poco despus, esta vez con Jess. -He vuelto a poner la cubierta, por el viento - explica Pedro. Si ests decidido a ir a Yiftael, tendremos de frente el viento... y punza. No comprendo por qu no cogemos el camino que va a Sicaminn, luego el del litoral... Es ms largo, pero menos escabroso. Has odo lo que deca ese pastor al que he logrado tirar de la lengua? Ha dicho: "Yotapata, durante los meses de invierno, queda aislada. Slo hay un camino para llegar a ella. Y no se va con corderos, no... No se debe llevar nada en las espaldas, porque hay pasos que se salvan ms con las manos que con los pies... Y los corderos no pueden nadar... Hay dos ros, llenos muchas veces, y hasta el propio camino es un torrente que corre por un fondo de rocas. Yo voy all despus de los Tabernculos, y en plena primavera, y vendo bien, porque entonces la gente se aprovisiona para meses". Eso ha dicho... Y nosotros... con este cacharro... (y da una patada a la rueda del carrito)... y con este burro... Mmmm!... -El camino que va de Sefori a Sicaminn era mejor. Pero lo utiliza mucha gente... Recuerda que conviene no dejar rastro de Juan... -El Maestro tiene razn. Podramos encontrar incluso a Isaac con otros discpulos... Y en Sicaminn ya no digamos!... - observa el Zelote. -Pues nada... vamos... -Voy a llamar a esos dos... - dice Andrs. Y mientras Andrs hace esto Jess se despide de una anciana y de un nio, que salen de un aprisco con unos cubos de leche. Llegan tambin unos pastores, barbados. Jess les agradece la hospitalidad ofrecida en la noche de lluvia. Juan y Sntica ya estn en el carro, que ahora, guiado por Pedro, emboca el camino. Jess acelera el paso para seguirlo; a su lado el Zelote y Mateo; detrs de l, Andrs, Santiago, Juan y los dos hijos de Alfeo. El viento corta la cara e hincha los mantos. La cobertura extendida sobre los arcos del carro cruje como una vela, a pesar de que la lluvia de la noche la haya hecho ms pesada. -Bueno, hombre, pues se secar pronto! - susurra Pedro mirndola - Basta con que a este pobre hombre no se le sequen los pulmones!... Espera, Simn de Jons... Se hace as - Y para el burro, se quita el manto, sube al carro y arropa muy bien a Juan. -Pero por qu? Ya tengo el mo... -Porque yo, tirando del asno, tengo ya tanto calor como si estuviera en un horno de pan. Y adems estoy habituado a estar desnudo en la barca, y cuanto ms tormenta ms desnudo. El fro es para m un acicate y me hace ms gil. Venga, arrpate bien! Mara me ha dado en Nazaret tantas recomendaciones, tantas, que, si te pones malo, no voy a poder presentarme a ella jams... Baja del carro y coge otra vez los ramales e incita al asno para que camine. Pero pronto debe pedir ayuda a su hermano y a Santiago, para ayudar al burro a salir de un sitio cenagoso en que se ha hundido la rueda. Y as van, empujando por turnos el carro para facilitar la labor al burro, que hinca sus robustas patas en el fango y tira - pobre animal! -, resoplando afanoso y espurreando vido (es que Pedro lo estimula a caminar ofrecindole unos pedazos de pan y unos tronchos de manzana, que le concede slo cuando hacen un alto en el camino). -Eres un engaador, Simn de Jons - dice bromeando Mateo, que observa la maniobra. -No. Aplico con dulzura al animal a su deber. Si no hiciera esto, tendra que usar la tralla, y eso me duele. Si no pego a la barca cuando hace caprichos, y es de madera, por qu debera pegar a ste, que es de carne? Ahora mi barca es ste... est en el agua... vaya que si est en el agua! Por tanto, lo trato como a la barca. Yo no soy Doras, eh! Sabis que quera llamarlo Doras, antes de comprarlo? Pero luego o su nombre y me gust. Se lo he dejado... -Cmo se llama? - preguntan curiosos. -Adivinad! - y Pedro se re bajo su barba. Salen los ms extraos nombres, y los de los ms cafres fariseos o saduceos, etc. etc. Pero Pedro siempre menea su cabeza... Se dan por vencidos. -Se llama Antonio! No es un nombre bonito? Ese maldito romano! Se ve que el griego que me lo vendi tambin tena sus resentimientos contra Antonio! Todos ren, mientras Juan de Endor explica: -Ser uno de los que obtuvo la libertad previo pago de una talla, despus de la muerte de Csar. Es viejo? -Tendr setenta aos... y debe haber hecho todos los tipos de trabajos... Ahora tiene un hospedaje en Tiberades... Llegan al trivio de Sefori con el camino de Nazaret Tolemaida. Nazaret-Sicaminn, Nazaret-Jotapata (hago la observacin de que la J la pronuncian como una "ye" muy sonora). El hito consular tiene escritas las tres indicaciones de Tolemaida, Sicaminn y Yotapata. -Entramos en Sefori, Maestro? -Es intil. Vamos a Yiftael. Sin detenernos. Comeremos mientras andamos. Es preciso estar all antes de que anochezca.

  • Marchan y marchan, atravesando dos torrentillos bien cargados, afrontando las primeras pendientes de un sistema de montes en direccin norte-sur, pero que forman al norte un nudo escabroso que luego se resuelve hacia el este. -All est Yiftael - dice Jess. -No veo nada - observa Pedro. -Est a septentrin. Por la parte nuestra hay pendientes a pico, y lo mismo a oriente y a poniente. -De modo que hay que rodear todo aquel monte, no? -No. Hay un camino junto al monte ms alto, al pie de l, en el valle. Acorta mucho, aunque es un camino muy empinado. -Has estado all alguna vez? -No. Pero lo s. Verdaderamente es un camino empinado! Tanto que, llegados a l se sienten desfallecer: parece como si uno, de tanto como se reduce la luz en el fondo de este valle, tan horrendo y escarpado que me hace pensar en las dantescas simas del octavo crculo, descendiera veloz al encuentro de la noche. Es un camino verdaderamente ahondado en el volumen rocoso; tan lleno de desniveles, que est dispuesto casi en escalones; un camino estrecho, agreste, encajado entre un torrente rabioso y una pendiente an ms rabiosa, que contina, con empinada subida, hacia el norte. La luz aumenta a medida que se sube, pero, como contrapartida, aumenta tambin el cansancio; tanto que aligeran de los talegos personales el carro, y baja tambin Sntica para que el carrito vaya lo ms ligero posible. Juan de Endor, que despus de aquellas pocas palabras no haba vuelto a abrir la boca sino para toser, querra bajarse tambin. No se lo conceden, as que se queda donde estaba, mientras todos empujan el carro y tiran del asno, y sudan cada vez que hay un desnivel. Pero ninguno se queja. A1 contrario, todos tratan de mostrarse satisfechos del ejercicio para no humillar a los dos por los que lo hacen (los cuales ya ms de una vez han expresado su pesar por este esfuerzo). El camino hace un ngulo recto, y luego otro ngulo, ms corto, que termina en una ciudad acoclada en lo alto de una ladera, o empinada que, como dice Juan de Zebedeo, da la impresin de que vaya a deslizarse hacia abajo con sus casas. -Sin embargo, es muy slida. Todo un bloque con la roca. -Como Ramot entonces... - dice Sntica recordndose. -Ms todava. Aqu la roca es parte de las casas, no slo base de ellas. Recuerda ms a Gamala. Os acordis? -S, y tambin de aquellos cerdos... - dice Andrs. -De all justamente partimos para Tariquea, el Tabor y Endor...- recuerda Simn Zelote. -Estoy destinado a daros recuerdos penosos y grandes trabajos... - suspira Juan de Endor. -De ninguna manera! T nos has dado una amistad fiel. Nada ms, amigo - dice impetuosamente Judas de Alfeo. Y todos se unen a l para confirmar ms claramente. -De todas formas... alguno no me ha amado... Ninguno me lo dice... Pero yo s meditar, s reunir en un solo cuadro los hechos diseminados. Esta partida, no, no estaba prevista, y la decisin no es espontnea... -Por qu hablas as, Juan? - pregunta dulcemente afligido Jess. -Porque es verdad. Alguno no me ha aceptado. He sido elegido yo, no otros, ni siquiera los grandes discpulos, para ir lejos. -Y entonces Sntica? - pregunta Santiago de Alfeo entristecido por esta luz que viene a la mente del hombre de Endor. -Sntica viene para no trasladarme a m solo... para celarme compasivamente la verdad... -No, Juan!... -S, Maestro. Fjate, podra hasta decirte el nombre de mi torturador. Sabes dnde lo leo? Me basta mirar a estas ocho personas buenas para leerlo! Me basta reflexionar en la ausencia de los otros para leerlo! El hombre por quien T me encontraste es el mismo que quisiera que Belceb me encontrara. Y me ha conducido a este momento - y a ti tambin, Maestro, porque T tambin sufres come yo, o quizs ms que yo - y me ha conducido a este momento para hacerme caer de nuevo en la desesperacin y en el odio. Porque es malo, es cruel, es envidioso... y ms cosas. El alma oscura en medio de tus siervos luminossimos es Judas de Keriot... -No hables as, Juan. No falta slo l. Todos, excepto el Zelote, que no tiene familia, faltaron durante las Encenias. De Keriot, y menos an en este perodo, no se viene en pocas etapas. Son casi doscientas millas de camino. Y era justo que fuera a casa de su madre, como Toms. Tambin he prescindido de Natanael, porque es anciano, y de Felipe, para que acompaara a Natanael... -S. Faltan otros tres. Pero... Oh, Jess bueno!... T conoces los corazones porque eres el Santo. Pero no eres el nico que los conoce Tambin los perversos conocen a los perversos, porque se reconocen en ellos. Yo fui perverso, y me he visto de nuevo, en mis peores instintos, en Judas. De todas formas, lo perdono. Solamente por una cosa le perdono el que me mande a morir tan lejos: porque precisamente por l vine a ti. Y que Dios le perdone todo lo dems... todo lo dems. Jess no intenta rebatir... Calla. Los apstoles se miran unos a otros mientras a fuerza de brazos empujan al carro por el camino resbaladizo. Est ya cerca la noche cuando llegan a la ciudad. All, desconocidos entre desconocidos, se alojan en una posada construida en el extremo sur del pueblo, el extremo sur: un risco, cuya pared est tan cortada a pico y es tan profunda, que lanzar hacia abajo la mirada por ella hace venir vrtigo; mientras en el fondo - ruido, slo ruido, en la sombra de pez que ya viste al valle - ruge un torrente.

    316

  • Jess se despide de Juan de Endor y de Sntica A1 da siguiente, perseguidos por un tiempo lluvioso y fro que dificulta la marcha, reanudan el viaje por el mismo camino (el nico, por lo dems, de este pueblo que parece un nido de guila en la cima de un pico solitario). Tiene que bajar del carro tambin Juan de Endor, porque el camino cuesta abajo es todava ms peligroso que cuesta arriba, y, aunque el burro por s solo no correra peligro, el peso del carro, fuertemente empujado hacia adelante por el desnivel, hace que el pobre animal vaya muy mal. Como van tambin mal sus conductores, que hoy tienen que sudar no ya para empujar sino para retener el vehculo, que podra despearse, provocando alguna desgracia o, por lo menos, prdida de la carga. El camino es, as, horrible hasta llegar a un tercio, aproximadamente, de su longitud (el ltimo tercio respecto al valle). Y se bifurca: un ramal, ms cmodo y llano, va hacia el oeste. Se paran a descansar y se secan el sudor. Pedro premia al borrico, que tiembla todo, de jadeo, y que sacude las orejas resoplando, ciertamente absorto en una profunda meditacin sobre la dolorosa condicin de los asnos y sobre los caprichos de los hombres que escogen estos caminos. A1 menos tambin Simn de Jons atribuye a estas consideraciones la expresin pensativa del animal, y, para subirle los nimos, le cuelga al cuello una saca de habas forrajeras, y, mientras el asno quebranta el duro alimento con vido placer, tambin los hombres comen pan y queso y beben la leche de que sus odres estn llenos. Termina la comida. Pero Pedro quiere dar de beber a mi Antonio, que merece los honores ms que Csar dice. Y va con un cubo que tiene en el carro a coger agua a un torrente que discurre hacia el mar. -Ahora podemos reanudar la marcha... Iremos incluso al trote, porque pienso que detrs de aquel collado es todo llanura... Pero nosotros no podemos trotar. De todas formas, caminaremos ligero. Venga, Juan y t, mujer, montad y vamos! -Yo tambin subo, Simn, y guo Yo. Todos los dems seguidnos... -dice Jess en cuanto suben los dos. -Por qu? Te encuentras mal? Ests muy plido!... -No, Simn. Quiero hablar a solas con ellos... - y seala a los dos que, como l, estn plidos tambin, intuyendo que ha llegado el momento del adis. -Ah! Bien. Sube, sube. Nosotros te seguimos. Jess se sienta en la tabla que hace de asiento para el conductor y dice: -Ven aqu a mi lado, Juan. Y t, Sntica, acrcate... Juan se sienta a la izquierda del Seor. Sntica a sus pies, casi en el borde del carro, de espaldas al camino, con la cara alzada hacia Jess. Colocada as, sentada sobre los talones, relajada como si soportara un peso agotador, abandonadas las manos en su regazo y unidas para mantenerlas quietas, porque tiemblan, la cara cansada, sus bellsimos ojos de color negro-violeta como empaados por el mucho llanto vertido, bajo la sombra de su velo y su manto - muy cubierta con ambos -, parece una Piedad desolada. Y Juan...! Creo que si al final del camino le esperara el patbulo estara menos turbado. El asno se pone al paso, tan obediente y juicioso que no obliga a Jess a estrecha vigilancia. Y Jess aprovecha de ello para abandonar los ramales y coger la mano de Juan y poner la otra en la cabeza de Sntica. -Hijos mos, os agradezco toda la alegra que me habis procurado. Este ao ha estado para m tachonado de flores de alegra, porque he podido tomar vuestras almas y ponrmelas delante, para no ver las cosas feas del mundo, y perfumarme el aire viciado por el pecado del mundo e infundirme dulzura y confirmarme en la esperanza de que mi misin no es intil. Margziam, t, Juan mo, Hermasteo, t, Sntica, y Mara de Lzaro, y Alejandro Misax, y otros ms... Las flores triunfales del Salvador, al que slo sienten como tal los rectos de corazn... Por qu meneas la cabeza, Juan? -Porque eres bueno y me pones entre los rectos de corazn. Per

    o yo siempre tengo en mi pensamiento mi pecado...

    -Tu pecado es el fruto de una carne azuzada por dos malvados. Tu rectitud de corazn es el substrato de tuyo honesto, deseoso de cosas honestas, desgraciado porque estas cosas te fueron arrebatadas por la muerte o la maldad, mas no por ello menos vivo aun bajo el cmulo de tanto dolor. Fue suficiente que la voz del Salvador se filtrara en las profundidades donde tu yo se marchitaba, para que saltaras y te pusieras en pie, liberndote de todo peso, para venir a m. No es as? Pues entonces eres recto de corazn; mucho, mucho ms recto que otros que no tienen tu pecado, pero que tienen otros mucho peores, que son pecados meditados y conservados vivos obstinadamente... Benditos seis, pues, vosotros, mis flores de mi triunfo de Salvador en este mundo, tardo en comprender y enemigo, que da de beber amargura y aversin al Salvador, habis representado el amor. Gracias! En las horas ms penosas que he vivido este ao, os he tenido presentes para recibir de vosotros consuelo y apoyo; en las horas ms penosas que vivir, os tendr todava ms presentes. Hasta la muerte. Y estaris conmigo eternamente. Os lo prometo. Os confo mis ms estimados intereses, o sea, la preparacin de mi Iglesia de Asia Menor. All no puedo ir porque aqu, en Palestina, est mi lugar de misin, y porque la mentalidad reaccionaria de los importantes de Israel me perjudicara con todos los medios si fuera a otro lugar distinto. Ya quisiera tener otros Juanes y otras Snticas para otros pases, de modo que mis apstoles encontraran arada la tierra para esparcir la semilla en la hora que ha de llegar! Sed dulces y pacientes, y al mismo tiempo fuertes para penetrar y soportar. Encontraris cerrazn y escarnio. No os descorazonis por ello. Pensad esto: "Comemos el mismo pan y bebemos el mismo cliz que bebe nuestro Jess". No sois ms que vuestro Maestro y no podis pretender mejor suerte que la suya. La mejor suerte es sta: compartir lo que es del Maestro. Doy una sola orden: que no os desanimis, que no pretendis daros una respuesta acerca de esta lejana, que no es un destierro como quiere

    pensar Juan, sino que es, antes al contrario, un poneros a las pue

    rtas de la Patria antes que a todos los

    dems, como a siervos ms formados que ningn otro. El Cielo desciende para vosotros, como materno velo, y el Rey de los Cielos ya os acoge en su seno, os protege bajo sus alas de luz y amor, como a los primognitos de la inconmensurable nidada de los siervos de Dios, del Verbo de Dios, que en nombre del Padre y del eterno Espritu os bendice para ahora y para siempre.

  • Y orad por m, el Hijo del hombre que se est acercando a todas sus torturas de Redentor. Oh, verdaderamente mi Humanidad est para conocer todas las ms amargas experiencias, que van a triturarla!... Orad por m. Tendr necesidad de vuestras oraciones... (Orad, por mPara evitar malas interpretaciones, explico: Orar es acordarse de un ser, bien Dios, bien sea el prjimo. Acordarse de uno quiere decir amarlo, Jess tena deseos de amor y consuelo por todo el odio que lo rodeaba. Tambin ahora, tiene deseos de que los hombres se acuerden de orar porque el mundo lo ame para obtener salud. Tendr necesidad de vuestras oraciones: necesidad no como puede tenerla un hombre cualquiera para sus ms variadas necesidades, sino para sentir en su espritu el consuelo del amor de sus discpulos, expresado con la oracin, a l y para El". Estas dos observaciones de Mara Valtorta pueden valer tambin para otros pasos de la Obra en que Jess pide amor y oracin para l) Sern caricias... Sern profesiones de amor... Sern ayudas, para no llegar a decir: "La Humanidad est hecha slo de demonios"... -Adis, Juan! Vamos a darnos el beso del adis... No llores de ese modo... Aun a costa de arrancarme jirones de carne, te habra tenido conmigo, si no hubiera visto todo el bien que esta separacin producir para ti y para m. Eterno bien... Adis, Sntica. S, besa si quieres mis manos, pero piensa que si la diversidad de sexo me veda besarte como a una hermana, a tu alma s le doy mi beso fraterno... Y esperadme, con vuestro espritu. Ir. Me tendris cerca de vuestros trabajos y de vuestras almas. S, porque, si bien el amor por el hombre ha encerrado mi naturaleza divina en carne mortal, no ha podido limitar su libertad. Libre soy de ir, como Dios, a quien merece tener consigo a Dios. Adis, hijos mos. El Seor est con vosotros... Y se deshace del abrazo convulso de Juan, que circunda con fuerza sus espaldas, y de Sntica, que se ha agarrado a sus rodillas; y salta del carro, hace un gesto de saludo a sus apstoles, y se echa a correr por el camino ya recorrido, rpido como ciervo perseguido. E1 asno, al sentir caer del todo los ramales que antes estaban encima de las rodillas de Jess, se ha parado; y tambin, atnitos, los ocho apstoles, mirando al Maestro que se aleja cada vez ms. -Lloraba... -susurra Juan. -Y estaba plido como un muerto... - dice en voz baja Santiago de Alfeo. -Ni siquiera ha tomado su talego... Ah est en el carro... - observa el otro Santiago. -Y ahora cmo se las va a componer? - se pregunta Mateo. Judas de Alfeo lanza toda su poderosa voz: -Jess! Jess! Jess!... Pero un recodo del camino absorbe dentro del verde de sus plantas al Maestro, sin que l se vuelva siquiera a mirar quin lo llama... -Se ha marchado... Lo nico que podemos hacer es ponernos en marcha tambin nosotros... - dice Pedro desolado mientras monta en el carro y coge los ramales para arrear al burro. Y el carro se pone en camino, con su chirrido, acompaado del rtmico sonido de los cascos herrados y del angustioso llanto de los dos, que, abatidos en el fondo del carro, gimen: -No lo volveremos a ver: Nunca, nunca...

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    La oracin de Jess por la salvacin de Judas Iscariote Jess est de nuevo al pie del macizo sobre el que se alza Yiftael. No en la calzada - llammosla as - o camino de herradura recorrido antes con el carro, sino en una senda, tan empinada, que se dira ser para cabras monteses, toda formada de grandes lascas, toda ella grietas profundas, pegada contra el monte, yo dira que excavada en la pared vertical del monte, como si ste hubiera sido rayado por una enorme uarada. La limita un tajo que se abre a pico a nuevas profundidades, en cuyo fondo espuma rabioso un torrente. Pisar en falso ah significa despearse sin esperanza, rebotando de una mata a otra, matas de zarzas y de otras plantas agrestes, nacidas no s cmo entre las fisuras de la roqueda y sin la disposicin vertical propia de las plantas, sino oblicua, o incluso horizontal, porque a ello las constrie su lugar de arraigamiento. Pisar en falso ah significa la laceracin a causa de todos los peines espinosos de estas plantas; quedar deslomado por los golpes contra los troncos rgidos que se asoman hacia el abismo. Pisar en falso ah significa desgarraduras con las piedras aguzadas que sobresalen de las paredes del tajo. Pisar en falso ah significa llegar sangrando y quebrantado a las aguas espumosas del rabioso torrente, y ahogarse, y yacer sumergido en un lecho de escollos puntiagudos, a merced de los ramalazos de las violentas aguas. Mas, a pesar de ello, Jess recorre este sendero, este araazo en roca, ms peligroso an por la humedad que sube del torrente, evaporndose; que rezuma de la pared superior; que gotea de las plantas nacidas en esta pared superior vertical (yo dira casi levemente cncava). Va lentamente, estudiando dnde pone el pie sobre las aguzadas piedras, algunas removidas. A veces, el sendero se estrecha tanto que se ve obligado a apretarse contra la pared. Para pasar puntos sobremanera peligrosos, debe agarrarse a las ramas colgantes de la pared. Rodea as el lado oeste y llega al lado sur, que es el lado en que el monte, despus de un descenso a plomada desde la cima, se hace ms cncavo, y da ms respiro en anchura al sendero, aunque se lo quita en altura: tanto que, en ciertos puntos, Jess tiene que caminar agachado para no golpear la cabeza contra las rocas.

  • Quizs tiene intencin de detenerse al llegar a un lugar en que el sendero termina bruscamente como por rocas desprendidas. Pero observa, y ve que hay debajo una caverna - ms que una caverna una grieta del monte -, y desciende a ella por entre las rocas cadas. Entra. Una grieta al principio; dentro, una amplia gruta (como si el monte hubiera sido excavado mucho tiempo atrs a golpe de pico, no s con qu finalidad). Se ve claramente dnde se han asociado a las curvas naturales de la roca las producidas por los hombres, 1os cuales, en el lado opuesto a la hendidura de entrada, abrieron con una estrecha galera, en cuyo fondo hay una franja de luz y una lejana vista de bosques que indican que la galera penetra de sur a este cortando el espoln del monte. Jess se mete por esa galera semioscura y estrecha, y la recorre hasta llegar a la abertura, situada por encima del camino que sigue con los apstoles y el carro para subir a Yiftael. Los montes que rodean el lago de Galilea estn frente a l, allende el valle; en direccin nordeste resplandece el gran Hermn vestido de nieve. Hay, excavada en la ladera del monte - aqu no tan vertical, ni hacia arriba ni hacia abajo -, una escalerita primitiva que conduce al camino de herradura del valle y tambin a la cima donde est Yiftael. Jess se muestra satisfecho de su exploracin. Vuelve para atrs al interior de la vasta caverna, y busca un sitio resguardado. All amontona hojarasca que el viento ha empujado hacia dentro del antro: una bien msera yacija, un velo de hojas secas entre su cuerpo y el suelo desnudo y glido... Se deja caer encima, y se queda as, inmvil, extendido, con las manos debajo de la cabeza, los ojos fijos en la bveda rocosa, absorto, yo dira aturdido, como quien hubiera soportado un esfuerzo o un dolor superior a sus fuerzas. Luego, lgrimas lentas, sin sollozos, empiezan a descender de sus ojos, y caen a ambos lados de la cara para perderse entre sus cabellos, hacia las orejas, y terminar ciertamente entre la hojarasca... Llora as, largamente, y sin decir nada ni hacer ningn movimiento Luego se sienta y con la cabeza entre las rodillas, alzadas y ceidas con sus manos entrelazadas, llama, con toda su alma, a su lejana Madre: -Madre! Madre! Madre ma! Mi eterna dulzura! Oh, Mam, cunto quisiera tenerte a mi lado! Por qu no te tengo siempre, nico consuelo de Dios? Solamente la gruta hueca responde a sus palabras, a sus sollozos, con un susurro de imperfecto eco; y parece que ella misma llore y solloce tambin, con sus salientes, sus rocas, y las pocas y todava pequeas estalactitas que en un ngulo penden (quizs el ms sujeto a labor de aguas internas). E1 llanto de Jess contina, aunque ahora ms tranquilo - como si el simple hecho de haber invocado a su Madre lo hubiera consolado, y, lentamente, se transforma en un monlogo. -Han partido... Y por qu? Y por quin? Por qu he tenido que dar este dolor, y a m mismo tambin, si ya el mundo me llena de dolor mis jornadas?... Judas!... Quin sabr a dnde vuela ahora el pensamiento de Jess, que levanta la cabeza de las rodillas y mira hacia adelante con ojos dilatados y el rostro tenso propio de quien est absorto en espectculos espirituales futuros o en gran meditacin! Ya no llora, pero sufre visiblemente. Luego parece responder a un interlocutor invisible. Para hacerlo se yergue en pie. -Soy hombre, Padre. Soy el Hombre. La virtud de la amistad, herida y arrancada de m, se lamenta y se retuerce dolorosamente... S que debo sufrir todo. Lo s. Como Dios, lo s, y, como Dios, lo quiero por el bien del mundo. Tambin como hombre lo s, porque mi espritu divino lo comunica a mi humanidad. Y tambin como hombre lo quiero, por el bien del mundo. Pero, qu dolor, oh Padre mo! Esta hora es mucho ms penosa que la que viv con mi espritu y el tuyo en el desierto... Y es mucho ms fuerte la tentacin presente de no amar y no soportar a mi lado a ese ser legamoso y tortuoso que tiene por nombre Judas, causa del mucho dolor que hasta la saciedad como y bebo y que tortura las almas a las que Yo haba dado paz. (Y es mucho ms fuerte la tentacin presente... Mara Valtorta comenta esta expresin con la siguiente nota autgrafa en una copia mecanografiada: Lucha entre las dos naturalezas unidas en Cristo. Como Dios, no poda sino amar. Como Hombre, no poda no sentir rechazo por el falso discpulo. Avindose hacia la meta de su misin redentora, ad-verta la preparacin a ese abandono paterno que sera total en las horas de la Pasin. El gran Solitario y gran Desconocido, como era el Verbo encarnada, venido a vivir en medio de los hombres, se sinti siempre "solo y desconocido". Slo su Madre lo conoci verdaderamente y fue su perfecta compaera. En los dems, a medida que iba acercndose la hora redentora, iba aumentando la incomprensin, el odio o el abandono. La pasin incruenta, pero pasin al cabo. Y, respecto a la oracin que sigue, aproximadamente una pgina despus, Mara Valtorta hace esta observacin: Que no sorprenda a los supercrticos esta oracin al Padre. Es evangelio que Cristo fue tentado "como Hombre" en el desierto y que sufri hasta sudar sangre en su lucha de Hombre, puro hombre, ya no sostenido por la Divinidad, en el Getseman, en la noche del Jueves Santo. sta es otra de sus horas de "autntico" Hombre, de totalmente hombre, sujeto al amor y al dolor humanos, en l perfectos porque era perfecto entre todos los hombres) -Padre, siento que te vas haciendo riguroso con tu Hijo a medida que me voy acercando al final de esta expiacin ma por el gnero humano. Se va alejando de m cada vez ms tu suavidad, y aparece severo tu rostro a mi espritu, que cada vez se ve ms apartado hacia las profundidades, donde la humanidad, padeciendo tu castigo, gime desde milenios. Me era suave el sufrimiento; suave el camino al principio de la existencia; suave, tambin, cuando, de hijo del carpintero, pas a ser Maestro del mundo, arrancndome de una Madre para darte a ti, Padre, al hombre cado. Me fue suave tambin, respecto a este momento, la lucha con el Enemigo en la Tentacin del desierto. La afront con el ardimiento del hroe que cuenta con todas sus fuerzas... Oh, Padre mo!... que ahora mis fuerzas estn debilitadas por la falta de amor de demasiados y el conocimiento de demasiadas cosas... Yo saba que Satans, una vez terminada la tentacin, se marchara; y as fue. Y los ngeles vinieron a consolar de ser hombre al Hijo tuyo, de ser objeto de la tentacin del Demonio. Pero ahora no cesar, una vez pasada la hora en que e1 Amigo sufre por los amigos enviados a un pas lejano, y por el amigo perjuro que lo perjudica de cerca y de lejos. No cesar. No vendrn tus ngeles a consolarme en este momento, ni pasado este momento. Antes al contrario, vendr el mundo con todo su odio, su

  • burla, su incomprensin; vendr y estar cada vez ms cerca y ser cada vez ms tortuoso y legamoso el perjuro, el traidor, el vendido a Satans. Padre!... Es verdaderamente un grito de congoja, de espanto, de invocacin; y Jess se estremece y me trae a la mente la hora del Getseman. Padre! Lo s. Lo veo... Mientras Yo aqu sufro y seguir sufriendo, y te ofrezco mi sufrimiento por su conversin y por los que me han sido arrebatados de mis brazos y estn marchando a su destino con el corazn traspasado, l se est vendiendo para ser mayor que Yo. El Hijo del hombre! Soy Yo, no es verdad, el Hijo del hombre? S. Pero no soy el nico que lo es. La Humanidad, la Eva fecunda ha generado a sus hijos, si Yo soy Abel, el Inocente, no falta Can entre la prole de la Humanidad. Y, si soy el Primognito, porque soy como habran debido ser los hijos del hombre, sin mancha ante tus ojos, l, el engendrado en pecado, es el primero de lo que vinieron a ser despus de que mordieron el fruto envenenado. Ahora, no contento con tener dentro de los fmites repugnantes y blasfemos de la mentira, la anticaridad, la sed de sangre, la avidez de dinero, la soberbia y la lujuria, se hace como el demonio para ser - hombre que poda hacerse ngel - el hombre que se convierte en demonio... "Y Lucifer quiso ser como Dios; por ello, fue expulsado del Paraso, y, transformado en demonio, habit el Infierno. Pero, Padre! Oh, Padre mo! Yo lo amo... lo amo todava. Es un hombre... Es uno de aquellos por quienes te dej... Por mi humillacin, slvalo... concdeme redimirlo, Seor Altsimo! S que es incongruente lo que pido, Yo, que conozco todo cuanto existe!... Pero, Padre mo, no veas en m por un instante a tu Verbo. Contempla slo mi humanidad de Justo... y deja que Yo, por un instante, pueda ser slo "el Hombre" en gracia tuya, el Hombre que no conoce el futuro, que puede forjarse ilusiones... el Hombre que, no conociendo el ineluctable sino, puede orar, con esperanza absoluta, para arrancar el milagro. Un milagro! Un milagro a Jess de Nazaret, a Jess de Mara de Nazaret, nuestra eterna Amada! Un milagro que viole lo signado y lo anule! La salvacin de Judas! Ha vivido a mi lado, ha bebido mis palabras, ha compartido conmigo el alimento, ha dormido sobre mi pecho... No sea l, no, no sea l mi demonio!... No te pido no ser traicionado... Debe suceder, y suceder... para que, por mi dolor de ser traicionado, sean anuladas todas las mentiras; por mi dolor de ser vendido, quede expiada toda avaricia; por mi congoja de ser blasfemado, reparadas todas las blasfemias; y, por la congoja de no ser credo, reciban la fe aquellos que no la tienen ahora o en el futuro; para que, por mi tortura, queden purificados todos los pecados de la carne... Pero, te lo ruego: no l, no l, Judas, mi amigo, mi apstol! Yo querra que ninguno traicionara... Ninguno... Ni siquiera el ms lejano habitante de los hielos hiperbreos o de los fuegos de la zona trrida... Yo quisiera que slo T fueras el Sacrificador... como otras veces lo fuiste, quemando los holocaustos con tu fuego... Mas, dado que debo morir a manos del hombre - y ms que el verdugo real ser verdugo el amigo traidor, el corrompido que portar en s ese hedor de Satans que ya est aspirando, buscando ser como Yo en cuanto al poder... as piensa en su orgullo y ansia -, dado que debo morir a manos del hombre, Padre, otorga que no sea e1 Traidor aquel a quien he llamado amigo y he amado como tal. Multiplica, Padre mo, mis torturas, pero dame el alma de Judas... Pongo esta oracin sobre el altar de mi Persona vctima... Padre, acgela!... El Cielo est cerrado y mudo!... Es ste el horror que tendr conmigo hasta la muerte? El Cielo est mudo y cerrado!... Ser ste el silencio y la mazmorra en que exhalar mi espritu? El Cielo est cerrado y mudo!... Ser sta la suprema tortura del Mrtir?... Padre, hgase tu Voluntad y no la ma... Pero, por mis penas, oh, al menos esto!, por mis penas, da paz e ingenuidad al otro mrtir de Judas, a Juan de Endor, Padre mo... l realmente es mejor que muchos. Ha recorrido un camino como pocos saben ni sabrn. Para l ya se ha cumplido todo de la Redencin. Dale, pues, tu paz plena y completa, para que Yo lo tenga en mi Gloria cuando tambin para m todo se haya cumplido para honrarte y obedecerte... Padre mo!... Jess, lentamente, ha ido arrodillndose. Ahora llora rostro en tierra, ora mientras la luz del breve da invernal muere precoz en el antro oscuro, y el grito del torrente parece ganar voz cuanto ms aumenta la sombra en el valle...

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    En barca de Tolemaida a Tiro

    La ciudad de Tolemaida da la impresin de que va a ser aplastada por un cielo bajo, de plomo, sin una rendija azul, sin una sola variacin en su lbrego aspecto. No. Ni una nube o un cirro o un nimbo que surquen aislados la capa cerrada del firmamento. Es una nica bveda cncava y pesada como una tapa que fuera a ser abatida sobre una caja; una enorme tapa de estao sucio, fuliginoso, opaco, agobiante. Las casas blancas de la ciudad parecen de yeso, un yeso spero, crudo, desolado, bajo esta luz... y el verde de las plantas siempre verdes parece empaado, triste; los rostros de las personas, lvidos y espectrales; los colores de los vestidos, apagados. La ciudad se ahoga en el cargante siroco. El mar responde al cielo con su mismo aspecto de muerte. Un mar sin lmites, quieto, desierto. No es siquiera plomizo, sera errado definirlo as. Es una extensin ilimitada, dira incluso sin repliegues, de una sustancia oleaginosa, gris como deben ser los lagos de petrleo crudo, o, mejor, si fuera posible, los lagos de una plata mezclada con holln, con ceniza, para formar una pomada. Tiene un especial brillo de lasca cuarzosa, y, no obstante, se ve tan muerto y paco, que no parece brillar. Su resplandor no se advierte sino con la molestia que sufren los ojos, deslumbrados por este cabrilleo de madreperla negruzca que cansa y no alegra. No se ve ni una sola ola hasta donde alcanza la vista. La mirada llega al horizonte, donde el muerto mar toca el cielo

  • muerto, sin ver movimiento alguno de ola, aunque, por su subyacente ondeo, apenas sensible en la superficie con el cabrilleo sucio de las aguas, se comprende que no son aguas solidificadas. Tan muerto, que en la orilla las aguas estn detenidas como agua de un piln, sin el ms mnimo indicio de ola o resaca. Y la arena est claramente marcada de humedad a poco ms de un metro del agua, confesando as que no ha habido movimiento de olas en la orilla desde hace muchas horas. Es la calma chicha absoluta. Las naves, pocas, que hay en el puerto estn completamente inmviles. Tan inmviles, que parecen clavadas en una materia slida. Los pocos paos tendidos en los altos puentes - enseas o indumentos, no lo s - penden inmviles. Por una callecita del barrio popular del puerto, vienen hacia la marina los apstoles con los dos que van a Antioqua. No s qu ha sido del burro y el carro. No estn ya. Pedro y Andrs llevan un arcn, Santiago y Juan el otro; Judas de Alfeo, por su parte, se ha liado a los hombros el telar, desmontado; Mateo, Santiago de Alfeo y Simn Zelote van cargados con los talegos de todos, incluido el de Jess. Sntica lleva en la mano solamente un cesto con comida. Juan de Endor no lleva nada. Caminan deprisa por entre la gente que, en general, regresa de los mercados con las compras, o que, si son gente de mar, se apresura en direccin al puerto, para cargar o descargar las naves, o repararlas, segn las necesidades. Simn de Jons camina seguro. Debe saber ya a dnde ir porque no mira a los lados. Todo colorado, sujeta de su parte el arcn, por una lazada de la cuerda, puesta como asidero; Andrs, de su parte, hace lo propio. Y se ve, tanto en ellos como en los compaeros Santiago y Juan, el esfuerzo del peso que llevan, porque se les ponen turgentes los msculos de las pantorrillas y de los brazos (y es que, para estar ms libres, llevan slo la prenda de debajo, corta y sin mangas); en todo, semejantes a los mozos de cuerda, que, giles, van de los fondaques a las naves, o viceversa, para sus operaciones. Por tanto, pasan completamente desapercibidos. Pedro no va al muelle grande, sino a otro ms pequeo, a travs de una pasarela chirriante: es un andn construido en forma de arco, que delimita como un segundo embarcadero, mucho ms pequeo, para las barcas de pesca. Mira y da una voz. Responde un hombre, alzndose del fondo de una barca fuerte y bastante grande. -Ests decidido a zarpar de verdad? Ten en cuenta que la vela hoy no sirve. Tendrs que ir a fuerza de remos. -As me caliento y se me abre el apetito. -Pero sabes de verdad navegar? -Pero qu dices, hombre? No saba decir "mam" y ya mi padre me haba puesto en la mano la sondaleza y las cuerdas de las velas. He amolado con ellas los dientes de leche... -Es porque... sabes?... esta barca es todo lo que poseo, sabes?... -Ya desde ayer me lo ests diciendo. No sabes otra cancin? -Lo que s es que si te vas a pique pierdo todo y... -Yo s que pierdo todo, que me dejo la piel ah, no t! -Pero esto es mi bien, mi pan, la alegra ma y de mi mujer, y es la dote de mi nia, y... -Uf! Mira, no me pinches ms los nervios, que tienen ya un calambre... un calambre... mucho peor que el de los nadadores! Te he dado tanto, que podra decir: "he comprado la barca". No te he regateado lo que me has pedido. T eres un barquero largo de uas, hombre. Te he demostrado que conozco el remo y la vela mejor que t. Ya todo estaba acordado. Ahora, si la ensalada de puerros que has cenado ayer - que te huele la boca como una sentina - te ha dado una pesadilla y ahora te arrepientes, me importa un bledo. El acuerdo se ha efectuado delante de dos testigos, uno tuyo, otro mo, y es suficiente. Baja de ah, cangrejo peludo, y djame entrar. -Pero yo... al menos una garanta... Si mueres, quin me paga la nave? -La nave? Llamas nave a esta calabaza despulpada? Miserable! Soberbio! De todas formas, te voy a calmar, para que te decidas: te voy a dar otras cien dracmas. Con stas y con lo que has pedido como alquiler te construyes otros tres topos de stos... Bueno, no... de dinero nada. Seras capaz incluso de llamarme loco, y luego pedirme ms todava, a la vuelta. Porque vuelvo, eh, puedes estar seguro! A lo mejor para quitarte la barba a tortazos, si me has dado una barca con los fondos defectuosos. Te dejo como sea el burro y el carro... No! Tampoco eso! No dejo en tus manos a mi Antonio. Te creo capaz de cambiar de oficio y pasarte de barquero a carretero, y escaparte en mi ausencia. Mi Antonio vale diez veces lo que tu barca. Mejor te dejo el dinero. Pero ten en cuenta que son como sea, y t me lo devuelves a mi regreso. Est bien claro? Eh, los de esa nave! Quin es de Tolemaida? En una nave cercana se asoman tres caras: -Nosotros. -Venid aqu... -No, no, no hace falta. Nos arreglamos entre nosotros - suplica el barquero. Pedro lo mira indagador, razona para s, y, viendo que el hombre baja de la barca y se apresura a cargar el telar que Judas haba dejado en el suelo, susurra: -Comprendo! Luego grita a los de la nave: -Ya no hace falta. Quedaos ah - y extrae de una bolsa pequea unas monedas, las cuentas, las besa y dice: Adis, amigas! y se las da al barquero. -Por qu las has besado? - pregunta ste extraado. -Un... rito. Adis, ladrn! Arriba, vosotros; t, al menos, sujeta la barca. Ya las contars. Vers que estn justas. No quiero tenerte como compaero en el infierno, eh! Yo no robo... Aaarriba! Aaarriba! Y embarca el primer bal. Luego ayuda a los otros a estibar el suyo, los talegos y todo, equilibrando el peso y colocando los objetos de forma que pueda estar libre para las maniobras; y, despus de las cosas, las personas. -Ves como s, vampiro? Suelta ahora y ve a tu destino.

  • Y, junto con Andrs, hinca el remo contra el andn para separar la barca. Una vez tomada la direccin de la corriente, deja el timn a Mateo mientras le dice: -Bueno, t, para sacarnos los hgados, venas a pescarnos cuando pescbamos, y sabes llevar el timn pasablemente. Luego se sienta en la proa, dando la espalda a la proa, en el primer banco, con Andrs a su lado. Frente a l estn sentados Santiago y Juan de Zebedeo, que bogan con ritmo regular y poderoso. La barca avanza - sin tirones, rpida, a pesar de ir bastante cargada - muy cerca del flanco de las naves grandes, desde cuya borda descienden palabras de alabanza por la perfecta boga. Luego, superados los espigones, el mar abierto... Tolemaida, al estar construida a orillas del mar y teniendo su puerto en el sur de la ciudad, desfila toda ante los ojos del grupo que parte. En la barca el silencio es absoluto. Slo se oyen los chirridos de los remos en los toletes. Pasado un buen rato, habiendo ya dejado atrs Tolemaida, Pedro dice: -Pero si hubiera un poco de viento... Pero nada! Ni un hilo!... -Con tal de que no llueva!... - dice Santiago de Zebedeo. -Mmm! Tiene muchas ganas de llover... Silencio y cansancio de remos durante largo tiempo. Luego Andrs pregunta: -Por qu has besado las monedas? -Porque se saluda a quien parte para siempre. No las volver a ver. Y lo siento. Hubiera preferido drselas a algn necesitado... Paciencia!... La barca la verdad es que es buena y fuerte y est bien construida. Es la mejor de Tolemaida. Por eso he cedido a las pretensiones de su dueo. Tambin para evitar muchas preguntas sobre el lugar adonde vamos. Por eso le he dicho: "A comprar al Jardn blanco"... Ay, ay, ay, que empieza a llover! Cubros, vosotros que podis hacerlo. T, Sntica, dale el huevo a Juan. Es la hora... Y a mayor razn porque con un mar as no se revuelve nada en el estmago... Y que me estar haciendo Jess? Qu estar haciendo? Sin vestidos, sin dinero! Y dnde estar ahora? -Sin duda, orando por nosotros - responde Juan de Zebedeo. -S, pero dnde?... Ninguno puede decir dnde. Y la barca da bordadas, con dificultad, pesada, bajo el cielo de plomo, en un mar de betn cinreo, en medio de un sirimiri fino como niebla y latoso como cosquillas prolongadas. Los montes, que tras una zona de llanura vuelven a arrimarse al mar, se acercan, lvidos en el ambiente neblinoso. El mar, de cerca, sigue produciendo molestia a los ojos con su extraa fosforescencia; ms lejos, se pierde en un velo brumoso. -En aquel pueblo nos detendremos para descansar y comer - dice Pedro, que boga incansablemente. Los dems asienten. Llegan al pueblo: un pequeo conglomerado de casas de pescadores al abrigo del espoln de un monte que penetra en el mar. -Aqu no se desembarca. No se toca fondo... - dice Pedro entre dientes - Bien, pues comeremos aqu donde estamos. Y as es: los bogadores comen con buen apetito; los dos exiliados, sin ganas. La lluvia, alternativamente, sigue o se para. No se ve a gente en el pueblo; como si estuviera deshabitado. Pero, vuelos de palomas de una casa a otra y ropa tendida en las azoteas dicen que hay gente. En fin, aparece en la orilla un hombre semidesnudo que va hacia una barquita sacada al margen. -Eh! T, hombre! Eres pescador? - grita Pedro haciendo embudo con las manos. -S. El s llega dbil por la distancia. -Qu tiempo har? -Mar tendida dentro de poco. Si no eres de aqu, te aconsejo que vayas enseguida ms all del cabo. All la ola es ms calma, sobre todo si vas bordeando la orilla. Puedes, porque es profundo el mar. Pero ve sin demora... -S. Paz a ti! -Paz y suerte a vosotros! -nimo, entonces - dice Pedro a sus compaeros - Y que Dios est con nosotros. -Est ciertamente con nosotros. Jess ciertamente ora por nosotros - responde Andrs mientras se pone de nuevo a remar. Pero la ola tendida, en efecto, ya se ha formado, y repele y aspira la pobre barca cada vez que viene; mientras tanto, la lluvia se hace cada vez ms tupida... y un viento rtmico se agrega para torturar a los pobres navegantes. Simn de Jons lo gratifica con todos los ms pintorescos eptetos, porque es un viento malo que no puede ser usado para la vela y que trata de empujar a la barca contra los escollos de1

    cabo ya cercano. La barca navega con dificultad en la curva de este pequeo golfo,

    ms oscuro que la tinta. Reman, reman, con dificultad, rojos, sudados, apretando los dientes, sin desaprovechar ni una miaja de fuerza en palabras. Los otros, sentados frente a ellos - yo los veo de espaldas - callan, mudos, bajo la tediosa lluvia. Juan y Sntica, en el centro (junto al mstil de la vela); detrs de ellos, los hijos de Alfeo; ltimos, Mateo y Simn, que luchan por mantener derecho el timn a cada golpe de ola. Doblar el cabo es empresa fatigosa. Por fin lo hacen... Los remadores, que deben estar extenuados, pueden gozar de un poco de paz. Se consultan sobre si refugiarse en un pueblecillo de allende el cabo. Pero se impone la idea de que se debe obedecer al Maestro incluso contra lo sensato. Y l dijo que se debe llegar a Tiro todo en una jornada. Y continan... El mar se calma al improviso. Notan el fenmeno. Alfeo dice: -El premio de la obediencia. -S, Satans se ha marchado porque no ha logrado hacernos desobedecer - confirma Pedro. -De todas formas llegaremos a Tiro de noche. Esto nos ha retrasado mucho... -dice Mateo.

  • -No importa. Iremos a dormir, y maana buscaremos la nave - responde Simn Zelote. -Y la encontraremos? -Jess lo ha dicho. Por tanto, la encontraremos - dice seguro el Tadeo. -Podemos izar la vela, hermano - observa Andrs - Ahora hay viento bueno. Iremos raudos. La vela, efectivamente, se hincha, no mucho, pero lo suficiente como para que sea mucho menos necesario remar; y la barca se desliza, como aligerada, hacia Tiro, cuyo promontorio - mejor: cuyo istmo - albea all, al norte, con las ltimas luces del da. Y la noche cae rpida. Y parece extrao, despus de tanta lobreguez de cielo, ver asomarse las estrellas a travs de un imprevisto claro, y titilar resplandecientes los astros de la Osa, mientras el mar se ilumina con los serenos rayos de luna, tan blancos que casi parece rayar el alba, despus de un da penoso, sin el intervalo de la noche... Juan de Zebedeo alza la cabeza al cielo, mira y sonre, y, al improviso, abre su boca al canto, acompaando el movimiento del remo con la estrofa y ritmando sta con el remo:

    Ave, Estrella de la Maana, Jazmn de la noche, Luna de oro de mi Cielo, Madre santa de Jess. Espera en ti el navegante, Te suea el que sufre y muere, Ilumina, Estrella santa y pa, a quien te ama, oh Mara!..." Canta feliz, a pleno pulmn, con voz de tenor. -Pero qu haces? Estamos hablando de Jess y t hablas de Mara? - pregunta su hermano. -l est en Ella y Ella en l. Pero si l est aqu es porque ha estado antes Ella... Djame cantar... Y pone ahnco y arrastra a los dems... Llegan as a Tiro. La arribada es cmoda en el puertecito ms pequeo, el que est al sur del istmo, velado por lmparas que cuelgan de muchas barcas. Los que estn all no niegan su ayuda a los recin llegados. Pedro y Santiago de Zebedeo se quedan en la barca para vigilar los bales. Mientras tanto, los otros, con un hombre de otra barca, se dirigen al hospedaje para descansar.

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    Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes Tiro se despierta entre rfagas de mistral. El mar es todo un cabrilleo de olitas, azul-blanco, esplendor agitado bajo un cielo azul y altos cirros blancos en movimiento (como abajo se mueve la espuma de las olas). El sol goza de su jornada de cielo claro despus de tanta oscuridad de mal tiempo. -Entendido - dice Pedro ponindose en pie en la barca, donde ha dormido - Es hora de moverse. Y "l" (y seala al mar que entra inquieto incluso en el puerto) nos ha proporcionado el agua lustral... Mmm! Vamos a consumar la segunda parte del sacrificio... Dime, Santiago... No te da la impresin realmente de que estamos llevando a dos vctimas al sacrificio? A m s. -Tambin a m, Simn. Y... le agradezco al Maestro la estima en que nos tiene, pero.., no hubiera querido ser yo el que viera tanto dolor; y nunca me habra imaginado que habra visto esto... -Tampoco yo... Pero... Sabes? Digo que el Maestro no lo habra hecho si el Sanedrn no hubiera metido el hocico... -Ya lo ha dicho... Pero quin habr informado al Sanedrn? Esto es lo que querra saber... -Quin? Dios eterno, hazme guardar silencio, haz que no piense! Es un voto que he hecho, para quitarme esta sospecha que me trepana. Aydame, Santiago, a no pensar. Habla de otra cosa completamente distinta. -Pero de qu? Del tiempo? -S, por ejemplo. -Es que no entiendo de mar... -Yo creo que vamos a bailar - dice Pedro mirando al mar. -No, hombre, no! Un poco de oleaje. Una cosa amena, nada ms... Ms feo estaba ayer. Desde encima de la nave ser bonito este mar agitado. A Juan le va a gustar... Har que se ponga a cantar. Cul ser la nave? Se pone de pie tambin Santiago, y observa las naves que estn en la otra parte; visibles, con sus altas superestructuras, sobre todo cuando la ola alza la barquita de ellos con un movimiento de sube y baja. Miran, estudiando las distintas naves, haciendo pronsticos... El puerto se anima. Pedro pregunta a un barquero, o algo parecido, que trajina en el muelle: -Sabes si est en el puerto, en aquel puerto de all, la nave de... espera que leo este nombre (y saca del cinturn un pergamino atado)... aqu est: Nicomedes Filadelfio de Filipo, cretense de Paleocastro... -El gran navegante! Quin no lo conoce? Creo que lo conocen no slo desde el Golfo de las Perlas hasta las Columnas de Hrcules, sino incluso hasta los mares fros, aquellos de que se dice que durante meses enteros es de noche! Cmo es que no lo conoces, t que eres marinero?

  • -No. No lo conozco, pero pronto lo conocer, porque lo busco de parte de nuestro amigo Lzaro de Tefilo, que fue gobernador en Siria. -Ah! Cuando yo navegaba - ahora soy viejo - en Antioqua estaba l... Hermosos tiempos... Tu amigo? Y buscas a Nicomedes el cretense? Ve seguro entonces. Ves aquella nave de all, la ms alta, con esos estandartes al viento? Es la suya. Zarpa antes de la hora sexta. No le teme al mar! ... -Efectivamente, no hay por qu tenerle miedo. No es nada del otro mundo - observa Santiago. Pero un rudo embate de una ola le demuestra lo contrario, mojando a los dos de los pies a la cabeza. -Ayer, demasiado quieto; hoy, demasiado agitado. Caramba, qu loco! Prefiero el lago... - refunfua Pedro mientras se seca la cara. -Os aconsejo que entris en las drsenas. Van todos, veis? -Pero nosotros tenemos que partir. Tenemos que marcharnos con la nave de... de... espera: Nicomedes, y todo lo dems - dice Pedro, que no logra recordar los nombres extraos del cretense. -No querris cargar la barca en la nave! -No, claro! -Entonces en las drsenas hay sitio para la custodia, y hombres de guardia hasta el regreso. Una moneda al da hasta el regreso. Porque supongo que volveris... -Claro, claro! Vamos y volvemos... una vez visto el estado de los jardines de Lzaro. -Ah!, sois sus administradores? -Y ms que eso... -Bien. Venid conmigo. Os enseo el sitio. Est pensado precisamente para los que dejan, como vosotros, las barcas... -Espera... Ah estn los otros. Te alcanzamos enseguida. Y Pedro salta al andn del puerto y corre al encuentro de los compaeros, que estn viniendo. -Has dormido bien, hermano? - pregunta solcito Andrs. -Como un nio en la cuna. Y no me han faltado ni el meneo ni la cancin... -Me parece que tampoco te ha faltado el chapuzn - dice sonriendo el Tadeo. -Tampoco. El mar es... tan bueno, que me ha lavado la cara para quitarme el sueo. -Un poco rudo, me parece - objeta Mateo. -Si supierais con quin vamos! Uno conocido hasta por los peces de los hielos! -Ya lo has visto? -No. Pero me ha hablado de l uno que me dice que hay un sitio para las barcas, un depsito... Venid, vamos a descargar los arcones y nos ponemos en marcha, porque Nicodemo, no, Nicomedes el cretense, parte dentro de poco. -En el canal de Chipre s que vamos a bailar bien - dice Juan de Endor. -S? - pregunta, preocupado, Mateo. -S. Pero Dios nos ayudar. Ya estn otra vez al pie de la barca. -Aqu estamos, hombre. Ahora descargamos estas cosas y luego vamos all, dado que eres tan bueno. -Nos ayudamos unos a otros... - dice el hombre de Tiro. -S, claro! Nos ayudamos, nos deberamos ayudar. Nos deberamos amar unos a otros, porque sta es la Ley de Dios... -Me dicen que en Israel ha surgido u