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Tensiones trans-generacionales: el retorno de lo represivo
Lic. Daniel Russo
La posibilidad de supervivencia de una especie se asienta primariamente en la capacidad de los
miembros adultos de procrear y garantizar el crecimiento de sus crías. No podríamos imaginar
un animal que asesine sistemáticamente a sus crías, la idea misma resulta un sinsentido.
Los humanos, en tanto una de las tantas formas de vida existentes, no escapamos a los
alcances de esta afirmación. No obstante, la idea de terminar con la vida de los recién nacidos o
los más pequeños del grupo está presente en numerosos relatos míticos, aún en aquellos que
refieren al origen mismo del mundo.
Este trabajo se propone estudiar la violencia como eje estructurante de las relaciones entre
adultos y niños.
Para ello, empezaremos nuestro planteo en la discusión respecto del surgimiento de la niñez
como objeto teórico. Presentaremos la perspectiva de Philippe Aries y Jacques Donzelot, paraquienes la niñez se configura históricamente a partir de la puesta en marcha de los mecanismos
de regulación de la vida instituidos en el surgimiento de los Estados modernos.
Posteriormente, plantearemos las tensiones presentadas por Lloyd deMause y Jacques Attali,
quienes identifican la existencia de la matriz conceptual y material de la niñez desde tiempos
remotos y la significan como una posición de padecimientos.
Concluyendo este recorrido, señalaremos algunas visiones donde se reconocen los orígenes de
la niñez en edades antiguas pero se la desagrega de la posición pasiva de recepción de la
violencia adulta.
En una segunda parte, este trabajo mostrará cómo la configuración del escenario post-neoliberal
produjo un nuevo actor social que lleva sobre sus hombros la pobreza como matriz estructurante
de su ser en el mundo.
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En el contexto de la crisis global del post-neoliberalismo, las desigualdades y las grietas de la
exclusión devastan infancias, empujando a niñas y niños a la marginalidad y a ser alcanzados
por los afanes represivos.
A partir de este análisis, nos proponemos reflexionar sobre la reaparición de la violencia hacia
los niños y niñas en la era de los derechos de la niñez.
Niñez, divino tesoro
La construcción teórica de los conceptos de niñez e infancia exige una revisión de perspectivas
diversas que entran en tensión. A continuación presentaremos un sucinto esquema de las
posiciones centrales sobre el tema y los intentos de configurar una clasificación histórica de las
relaciones entre adultos y niños.
Pueden señalarse dos modelos generales sobre la concepción histórica de la niñez 1: la primera
de ellas, sostenida por autores como Philippe Aries y Jacques Donzelot, entienden que la idea
misma de infancia no existía como tal en la Edad Media y su surgimiento se dio como resultado
de los procesos de control social en el nacimiento de los Estados modernos.
Esta perspectiva descansa sobre dos nociones: a) el niño es un adulto incompleto, por tanto
dependiente y b) la niñez no es una categoría ontológica natural sino una construcción social.
Tanto Aries como Donzelot, apoyados en diversos registros documentales de época, coinciden
en señalar el punto de inflexión histórica en el trato de la niñez: la emergente necesidad de
conservación de los hijos.
En este sentido, hasta el siglo XVIII “se engendraban muchos niños para poder conservar sólo
algunos” (Aries, 1987:64). Por su parte, Donzelot sostiene que la finalidad política de
1 Como el objetivo central de este trabajo no es revisar exhaustivamente las discusiones sobre esta
materia, se producirán simplificaciones teóricas, por tanto, injusticias con aquellos investigadores que
han dedicado años de trabajo en investigar y presentar el tema.
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conservación de la vida se sustentaba en el criterio utilitarista de aprovechamiento de fuerzas en
beneficio del Estado2.
Para entender el surgimiento de la “infancia” sería preciso delimitar las intervenciones de control
sobre ella. No existió “el niño” hasta tanto se destinaron esfuerzos -simbólicos e institucionales-
sobre éste. Por tanto, al no ser la infancia una categoría ontológica sino el producto de una
intervención estructurante de los mecanismos de poder, no existían diferencias lógicas entre la
niñez y la adultez (García Méndez, 1993).
Loyd deMause modifica el ángulo de análisis, centrando su atención en la vida cotidiana de las
personas. Al pasar del estudio de los grandes acontecimientos de la historia -y sus documentos-a lo que ocurría en los hogares de la gente común, pudo construir una perspectiva distinta
respecto de la concepción de la infancia.
El autor confronta la tesis de Aries, quien sostenía que los niños de tiempos antiguos
interactuaban felizmente con los adultos hasta que el dispositivo familiar moderno inventó la
infancia para ordenar el campo social. Asimismo, critica la falta de rigurosidad de las fuentes
elegidas y el régimen de invisibilidad al que somete algunas pruebas que refutarían sus
afirmaciones3,
Respecto de las consideraciones sobre un supuesto pasado en el que los niños disfrutaban de la
libertad, el autor presenta una visión claramente contrapuesta: “Cuanto más se retrocede en el
pasado, […] más expuestos están los niños a la muerte violenta, al abandono, los golpes, el
terror y los abusos sexuales” (deMause, 1975: 15).
En este mismo sentido, Jacques Attali (1981), en sus estudios sobre antropofagia, encuentra
numerosos registros en diversas latitudes que muestran cómo los niños se constituían comovíctimas preferenciales de sacrificios y actos de canibalismo (Devereux y Roheim, entre otros,
apud Attali, op.cit).
2 Donzelot toma como ejemplo la obra De Chamousset, quien se escandalizaba por la elevada tasa de
niños expósitos muertos, ya que esto representaba un desaprovechamiento de recursos, en tanto que
los huérfanos podían ser enviados a las colonias, a servir en la marina o en el ejército.
3 Aries afirma esta tesis a partir del análisis de las obras pictóricas de ese período.
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Las posiciones parecen tensionarse de manera irreductible. Buscando trascender la polarización
encarnada por Aries y deMause, Linda Pollock (1990) señala que hay autores que aceptan la
existencia de la niñez como concepto en la Edad Media y rechazan la idea del maltrato
generalizado a la niñez (Hanawalt y Kroll; Morgan y Macfarlane).
Más allá de las diferencias presentadas respecto de la comprensión del fenómeno de la infancia
a lo largo de la historia, existe un acuerdo general en señalar cómo la niñez fue ocupando
progresivamente, de la mano de la pedagogía, un lugar central en el campo de las ciencias
sociales, la psicología, la medicina y el derecho.
Durante las últimas décadas del siglo XX se produjo un claro cambio de signo respecto de la
consideración de los niños como personajes secundarios. “[…] por primera vez en la historia,
crece el clamor a favor de los derechos de la infancia y en contra de los daños que se le
ocasionan” (Delgado Criado, 1998: 10).
En este sentido, puede señalarse al año 1989 como el punto de inflexión en el reconocimiento de
los derechos de los niños y en la generación de mecanismos legales para la protección de éstos
a través de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (CIDN).
Cillero Buñol (1997) destaca que, además de los derechos fundamentales de toda persona, los
niños gozan de protecciones específicas que reconocen la necesidad de cuidados particulares,
entendiendo el proceso vital que implica el tránsito de la infancia:
“La CIDN […] no define a los niños por sus necesidades o carencias, por lo que les falta
para ser adultos o lo que impide su desarrollo. Por el contrario, al niño se le considera y
define según sus atributos y sus derechos ante el Estado, la familia y la sociedad”
(Cillero Buños, 1997: 5).
Este cambio de registro implica una transformación radical en la perspectiva histórica sobre laniñez: el pasaje de ser considerado un objeto de los adultos a constituirse como sujeto de
derechos. Sin embargo, este nuevo estatus desnudará una nueva circulación de la violencia
entre adultos y niños.
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El fin de los privilegios
La certeza de la movilidad social a través de la educación y el trabajo constituyó un pilar
imaginario de la sociedad argentina, especialmente en sus sectores medios. La pobreza se
entendía entonces como el resultado de la elección personal de aquellos que por falta de
iniciativa, o simple pereza, no asumían la tarea de avanzar en la escala social. Por tanto, ser
pobre era un fenómeno transitorio y reversible.
La crisis político-económica del año 2001, donde eclosiona el proceso de transformación de la
matriz productiva de la Argentina iniciado a mediados de la década de 1970, asentó una
configuración social inédita en estas latitudes. La pobreza se configuró como un elemento
estructurante y definitivo de la base social.
El inicio del siglo XXI muestra nuestra región en general, y Argentina en particular, con niveles
escandalosos de inequidad distributiva.
“El desequilibrio entre ricos y pobres alcanzó en nuestro país un carácter inédito. Como
ejemplo, basta señalar que el consumo de los hogares argentinos representa el
equivalente a ciento diez millones de canastas básicas, lo que hace ininteligible la
existencia de los niveles de pobreza e indigencia actual. En un país rico, el problema
parece radicarse en la distribución inequitativa de la riqueza” (Russo, 2011: 5).
La pobreza estructural dificulta la elaboración personal y colectiva de proyectos transformadores
de la realidad, en tanto genera una ficción que hace recaer en la propia biografía la obligación de
revertir un estado de situación de naturaleza macro-política4.
Este paisaje de desagregación social, hambre, hacinamiento y violencia, constituyó la argamasa
para la creación de un nuevo peligro para la sociedad: el pibe chorro.
La infancia en Argentina fue el espejo más dramático de la desagregación social resultante de la
crisis de 2001. Hasta el año 2003, 3 de cada 4 niños nacidos en nuestro país lo hacían en un
4 Sobre este tema existe sobrada producción escrita. Consideramos los aportes teóricos de Robert
Castel, entre otros, como clarificadores de un complejo cuadro de realidad.
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hogar pobre. Pocos meses antes del estallido del 19 y 20 de diciembre, el 23,3% de los menores
de 18 años se consideraban indigentes. En febrero de 2003, esa cifra trepó hasta el 44%5.
Estos números expresaban un cuadro de situación desesperante, donde 4 de cada 10 niños no
podía cumplir con las necesidades alimentarias básicas. Y así como familias hasta entonces
consideradas pobres caían en la indigencia, cada día, miles de hogares de los sectores medios
no alcanzaban a cubrir sus necesidades básicas de subsistencia.
Este cuadro de desestructuración social se ha visto potenciado desde entonces por dos vectores
que se enlazan y potencian: por un lado, la consolidación de organizaciones criminales que se
sirven de la marginalidad y la desesperación. Por otro, la acción militante de medios de
comunicación, los que seleccionan y amplifican las acciones delictivas cuando son cometidas por
niños y adolescentes.
Si bien no existe una correspondencia directa entre pobreza y delito, en los grandes centros
urbanos se produce una constelación de factores que da como resultado el aumento de delitos
asistemáticos, también llamados al voleo, caracterizados por la falta de planificación y
profesionalismo.
Estas acciones son presentadas por los medios masivos de comunicación como un fondo
constante de anomia, donde se enlaza la pobreza con el consumo de sustancias de alto poder
psicotóxico y la falta de “códigos”. No obstante, esos mismos voceros del temor, no señalan la
correspondencia directa entre las prácticas delictivas asistemáticas y las organizaciones que se
sirven de éstas: desarmaderos de autopartes, narcotráfico, traficantes de armas, entre otros.
Si bien es cierto que niños y adolescentes protagonizan a diario episodios que van desde
pequeñas incivilidades hasta la comisión de delitos violentos graves, en todos los casos, la
construcción de sentido desde los medios masivos de comunicación apunta a una única
respuesta: la retaliación.
En el país donde los niños eran los únicos privilegiados, se multiplican las voces que exigen la
equiparación de trato penal de éstos con los adultos. Esto significa la apertura a reclamos que
van desde la baja de la edad de imputabilidad hasta la adopción de la pena capital para
5 Informe presentado por el Comité de Seguimiento y Aplicación de la CIDN en el Foro Internacional de
Infancia, Sudáfrica 2003. http://www.casacidn.org.ar/leer.php/34
http://www.casacidn.org.ar/leer.php/34http://www.casacidn.org.ar/leer.php/34http://www.casacidn.org.ar/leer.php/34http://www.casacidn.org.ar/leer.php/34
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determinados delitos graves. En todos los casos se atiende a la culpabilización de los hechos
delictivos cometidos y no a la reparación de los derechos previamente enajenados.
Por supuesto que la existencia de niños y adolescentes que cometen delitos no es propiedad
exclusiva de nuestro tiempo. De hecho, vemos en la obra de Donzelot (op.cit) la preocupación
del incipiente Estado moderno por regular la conducta infantil cuando los mecanismos de control
parentales fallaban o resultaban insuficientes.
En este punto es donde confluyen dos lógicas diversas en un mismo momento histórico: la
respuesta punitiva en la era de los derechos.
Tal como hemos visto, la violencia de los adultos sobre los niños ha sido una constante que
hunde sus raíces en los primeros actos de nuestra especie. Si bien no hay una concordanciaplena de los autores sobre la valoración de la niñez en las distintas épocas y culturas, sí se
vislumbra una coincidencia en identificarla como la etapa vital más proclive a constituirse en
potencial víctima.
Ahora bien, cuando ese mismo niño presenta conductas que entraman riesgo para el orden
social, o afectan la propiedad privada o la integridad física de terceros, se produce un retorno a
la lógica del filicidio, sólo que esta vez, mediada por las instituciones racionales de la
modernidad.
Todos al diván (o al Agote, en su defecto)
Karl Marx, en su escrito “Teorías sobre la plusvalía” (1863), señala que el delincuente, además
de producir un hecho denominado delito, produce normativa, jueces y tribunales, expertos y
tratados, literatura policial, cárceles, trabajo. Igualmente, la niñez, y en especial los niños con
conductas “problemáticas”, producen actores, saberes y prácticas que luego actuarán en la
producción de la subjetividad niño/menor.
La complejidad del abordaje sobre el niño/menor es tal, que podemos colegirla en el llamamiento
que hace Winnicott (1990, 1994) a trabajar terapéuticamente superando los esquemas
tradicionales del propio marco teórico de referencia.
En su parecer los “niños antisociales” presentan características constitutivas que hacen fracasar
cualquier intento de análisis. La tendencia antisocial “no es un diagnóstico, ni admite una
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comparación directa con otros términos de diagnóstico tales como neurosis y psicosis”
(Winnicott, 1990: 146).
La especificidad de la constitución antisocial se asienta en la experiencia traumática de la
deprivación sufrida. En este sentido, el ambiente configura un aspecto central, ya que la
deprivación experimentada no es intra psíquica sino ambiental. De allí que las conductas del
niño tengan como objeto principal a su ambiente.
Sin embargo, lejos de considerar los actos antisociales de manera negativa, Winnicott, los
entiende como una expresión de esperanza, ya que éstos expresarían un intento de superación
de la característica principal de los niños deprivados: la falta de esperanza.
Cuando el autor analiza los niveles de respuesta necesarios para abordar esta problemática, suposición es terminante:
“[…] el psicoanálisis no es el tratamiento indicado para la tendencia antisocial. El método
terapéutico adecuado consiste en proveer al niño de un cuidado que él pueda
redescubrir y poner a prueba, y dentro del cual pueda volver a experimentar con los
impulsos del ello. La terapia es proporcionada por la estabilidad del nuevo suministro
ambiental” (Winnicott, 1990: 155).
Si bien la deprivación ambiental no remite exclusivamente a las clases sociales vulneradas,
encontramos que en ellas constituye la regla y no la excepción. En este sentido, debemos hacer
una aclaración: reducir la compleja experiencia humana a la pertenencia de clase implica una
postura reduccionista y una acción estigmatizante.
En este sentido, Mario Waserman entiende que “las diferencias de clase quizás no creen un
inconsciente diferente, no lo sabemos, pero tienen fuerza en el yo ideal, en el preconsciente y en
el ideal del yo […]” (Waser man, 2008: 163)6.
Esta afirmación nos permite enlazar el padecimiento encarnado en biografías particulares con la
dimensión social como instancia productora de subjetividades. Esos niños “antisociales” no son
sino víctimas de procesos masivos -políticamente planificados- de deprivaciones materiales
6 En este sentido, la pertenencia a una determinada clase social tendrá correlación con determinados
aportes nutricionales, una experiencia educativa diferenciada y valores propios.
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graves. “En esos niños, son las condiciones sociales extremas las que introducen los
padecimientos” (Waserman, op.cit.: 167).
La construcción de un mundo sostenido en la desigualdad condena a millones de personas al
sufrimiento permanente, y es ese padecer sin límites lo que instaura la deprivación como marca
subjetivante. En ese escenario, son los niños quienes cargan con la máxima brutalidad del
sistema. Por tanto, es de esperar que no siempre respondan civilizadamente a una propuesta
existencial incivilizada7.
Ahora bien, ante la emergencia de un cuadro de tal gravedad social, la respuesta que se
vislumbra es una suerte de retorno del filicidio, contenido esta vez por los avances en el campo
de la protección de derechos de la niñez, pero con una fuerza propia que parece nutrirse de las
raíces misma de la historia, cuando el trato de los humanos adultos hacia sus crías implicaba
hasta la disposición misma de sus vidas.
A modo de conclusiones
Las relaciones trans-generacionales constituyen un capítulo complejo en la trama de la
existencia de nuestra especie. De hecho, podemos colegir numerosos mitos fundacionales de
diversas culturas que presentan como marca de inicio de los tiempos la violencia entre padres e
hijos o adultos y niños. Baste señalar la acción de Cronos devorando a sus hijos recién nacidos y
el posterior levantamiento de Zeus contra su posición de dominio.
Uno de los elementos de mayor complejidad de esta trama lo constituye el hecho de que los
adultos en potencial contienda han sido niños. A diferencia de otro orden de tensiones, como
puede ser la interracial o religiosa, uno de los bandos en pugna ha vivenciado la experiencia de
ser el otro.
Hemos visto en este trabajo diversas perspectivas respecto del modo en que se ha comprendido
y explicado el fenómeno de la niñez como objeto de estudio.
7 Al respecto, vale destacar lo expresado por Delgado Criado, quien señala que un niño que experimentó
violencia y humillaciones “repetirá a su vez este mismo tipo de conducta no sólo con los niños que de él
dependan, sino con los adultos” (1998: 10).
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Podría trazarse una línea imaginaria de discusión que se inicia con la perspectiva de autores
como Aries y Donzelot, para quienes la niñez se construye en los mecanismos para su
regulación, durante la conformación de los Estados modernos.
A esta visión puede contraponerse la de investigadores como deMause y Attali, quienes
sostienen la existencia de una concepción de la niñez desde tiempos remotos y una consecuente
acción deliberada de los adultos sobre los niños, esencialmente marcada por la violencia.
Posteriormente, pueden señalarse posiciones que procuran trascender las antinomias
planteadas. En este sentido, Linda Pollock destaca la mirada de quienes documentan la
existencia del concepto niñez en las edades antiguas pero desarticulan la idea de la violencia
como único modo de vinculación entre las generaciones.
Hacia finales del siglo XX, el avance del marco normativo respecto de los derechos generales y
específicos de la niñez marcó una nueva era en las relaciones entre adultos y niños. Sin
embargo, este desarrollo en el campo jurídico se conjuga con el deterioro social y económico de
vastos sectores de la población.
Las consecuencias del programa neoliberal en nuestra región se hacen visibles bajo la forma de
la denominada “pobreza estructural”. Las condiciones de vida, el acceso a los servicios básicos y
el ejercicio de los derechos retroceden hasta replicar formas de habitar el territorio similares a las
de la Edad Media: hacinamiento, desnutrición, falta de acceso al agua potable, ausencia de
redes cloacales, violencias permanentes.
En este contexto, los niños asumen una forma de expresión particular de esa violencia. Siendo
víctimas primarias de las condiciones de existencia descriptas, se transforman en amenazas
para la integridad física y patrimonial de los adultos.
En la era de los derechos, estos niños despojados son objeto de nuevas formas de sacrificiosocial: reclamos de baja de la edad de imputabilidad, equiparación del tratamiento penal con el
de los adultos, eliminación física de “la amenaza”.
Las palabras con las que el Dr. Arnaldo Rascovsky concluye su obra “El filicidio” (1985)
adquieren hoy plena vigencia: la esperanza reside en el pasaje de un modelo de relación entre
generaciones que supere la lógica antagónica y construya un pasaje trascendente.
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