subjetividad e incertidumbre

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    Introduccin

    Eduardo Gutirrez (Departamento de Comunicacin. Pontificia Universidad

    JaverianaColombia)

    Parodiando al poeta Holderlin podramos interrogarnos para qu la

    comunicacin en tiempos de incertidumbre? Y desde all proceder a

    preguntarnos por el lugar que cobra la comunicacin a la hora de pensar el

    momento actual: es uno de los dinamizadores de la incertidumbre en

    medio de los flujos de informaciones y la nube de las interacciones y la

    hiperconectividad? Ms comunicados pero ms inciertos? Los dilogos que

    sucedieron hace unos meses en Bogot durante el Congreso

    Latinoamericano sirvieron para aproximarnos a este debate. Losinvestigadores y comunicadores latinoamericanos reciben el reclamo del da:

    que dice la comunicacin sobre la subjetividad, el poder y la incertidumbre

    hoy? Las respuestas tomaron diversas formas. Accesos y trnsitos entre

    los cuales las voces multilocalizadas de Chantal Moufe, Rosanna Reguiillo,

    Alejandro Grimson y Benjamn Arditi establecen puntos de referencia, ya

    que pretender coordenadas, es apostar por seas demasiado fijas y

    dominantes que no encajan con la escena que se reflexiona. Ahondar en la

    incertidumbre, extenderla sistemticamente a la poltica para reinventarla,

    volver a dibujar la escena meditica se figuran como apuestas, creaciones

    mltiples del sujeto ante el poder. Las ponencias presentadas en las mesas

    del Congreso mostraron el panorama de las tensiones mltiples en las que

    se juega lo comunicativo. Lugares en los que se exponen fuerzas que ms

    que oposiciones, formulan registros de la ambigedad que implica el

    abordaje de la incertidumbre. En pensar y comprender la

    comunicacin en (y desde) la incertidumbre, se integran algunas

    ponencias que toman el concepto y el fenmeno, reconocen las formas de

    habitarlo, giran en torno a su dinmica, proponen miradas, localizan a sus

    interpretes, figuran mtodos para su reflexin y definen ese mbito difuso

    que es la investigacin misma. La incertidumbre, mvil, se piensa desde lafluidez de lo comunicativo. Posteriormente en ser/actuar son las

    identidades y las acciones de los sujetos las que toman forma y se

    tematizan, a veces los jvenes, otras las mujeres o los migrantes, acaso los

    mismos periodistas o en cierto momento algo ms difuso: la gente. Ellos

    protestan, se escapan de las tramas dominantes, huyen y se integran pero

    sobre todo resisten y crean en medio de la incertidumbre. Para actuar

    comunican. Narrar/habitar. A pesar de todo, la gente se hace un lugar y

    a partir de sus propias tramas teje un sitio para sus sentires y sentidos, son

    los actores pero inscritos en sus maneras de narrarse, poniendo lo que son

    en las formas que emergen para su propia ubicacin. A veces son narradospor otros, por los medios especialmente, pero son, all en el fondo los

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    silencios o las voces de los que para sujetarse se integran a lo incierto, los

    que emergen de la trama difusa que intenta comprender la comunicacin en

    medio de la incertidumbre. Finalmente, la voz de Jess Martn-Barbero

    en la entrevista incluida en este nmero nos alerta sobre la limitacin del

    ejercicio actual desde la academia: no estamos pensando la incertidumbre o

    al menos no la estamos pensando tanto ni en los modos en los que

    podramos llegar a "comprenderla". Un viraje percibido: del agotamiento de

    los rdenes ms conceptuales a las formas ms narrativas. Necesidad que

    convoca la pregunta de fondo: cmo pensar la incertidumbre? El llamado:

    un retorno a la experiencia.

    Bogot, agosto de 2007.

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    Agitado y revuelto:del arte de lo posible a la poltica emancipatoria*Benjamn Arditi

    Agitprop, la palabra surgida de la contraccin de agitacin y propaganda poltica, sola ser parteintegral de las actividades de los movimientos radicales que buscaban cambiar el orden establecido.Consista en sacudir a las masas para llevarlas a la accin. Casi siempre se segua un mapa de navegacinpartidista que apuntaba al socialismo o en pos de diversas iniciativas anarquistas, aunque ms tardemovimientos fascistas y populistas tambin incorporaron el agitprop en su prctica poltica. Los activistashacan agitprop de distintas maneras: ya fuera ensalzando las virtudes de la lnea del partido entre lossindicatos, vendiendo peridicos de su agrupacin en las calles, publicando panfletos que atacaban tanto algobierno como a los ricos y poderosos o denunciando a la sociedad de clases como causa directa de lasituacin miserable de la mayora de la gente. Tal era su funcin pedaggica: educar a las masas para laaccin.

    Estos activistas tambin enfrentaban a sus adversarios, organizaban huelgas y manifestaciones y, a

    veces, se embarcaban en la as llamada propaganda armada, que consista en realizar acciones directascon un propsito ejemplar: el asalto a bancos, para financiar las actividades de la organizacin, o el ponerbombas en instalaciones gubernamentales, para amedrentar al enemigo y suscitar el entusiasmo entre susseguidores. Tal era la funcin poltica e ideolgica de la agitacin. Tanto los aspectos pedaggicos como losideolgico-polticos buscaban dar cuenta de la aptitud y capacidad del grupo para dirigir el movimiento y, ala vez, mostrar que un mundo distinto era posible y deseable. Todo esto haca que agitprop fuera una parteintegral de la poltica emancipatoria.

    Hoy por hoy, el trmino agitprop ha perdido mucho de su lustre. A excepcin de pequeos grupos enla periferia ideolgica de la poltica, la mayora de la gente prcticamente lo ha abandonado del todo.Sobrevive apenas como un trmino chic entre hacktivistas y escritores radicales de blogs culturales o en lasnarrativas de historiadores y antiguos simpatizantes del socialismo y el sindicalismo. El discurso en torno ala emancipacin, algo que fue central para la poltica radical desde 1789 hasta 1968, ha pasado a ser visto

    como una suerte de anacronismo en el marco del consenso liberal-democrtico imperante.

    La poltica radical y clasista ha dado paso a los partidos atrapa todo (catch-all parties), que buscanocupar el centro del espectro poltico. La agitacin ha sido reemplazada por charlas motivacionales y lapropaganda se ha convertido en mercadeo electoral de la mano de administradores profesionales decampaa. El ex presidente de Estados Unidos, Gerald Ford, describe el panorama poltico resultante detodo esto de manera nada halagea, al decir que nos encontramos hoy en un escenario dominado porcandidatos sin ideas que contratan a consultores sin convicciones para dirigir campaas sin contenido(citado en Carlson, 1999, s. p.). Ford exagera, o por lo menos as nos gustara que fuera, pero identifica unatendencia poltica que ahora incluye a organizaciones de centro-izquierda, que han aceptado la economade mercado y que no tienen reparos en postular una agenda de capitalismo con un rostro ms humano.

    Existen, claro, otras razones para explicar el aparente deceso de la agitacin poltica, por lo menos

    entre grupos de la izquierda. Una de ellas es que la brjula poltica que sealaba el camino al socialismo yano resulta ser tan clara como antes. El desencanto con el as llamado socialismo realmente existente de laantigua Europa del Este y China durante las dcadas de los setenta y de los ochenta y la ausencia deproyectos capaces de generar entusiasmo duradero tras el colapso de la mayora de esos regmenesmerm considerablemente el capital terico y emprico del socialismo.

    Hoy resulta difcil saber en qu consiste una poltica emancipatoria en un escenario dominado por lapoltica convencional y salpicada por ocasionales arrebatos de indignacin bienintencionada acerca delestado de cosas en el mundo. Aquellos quienes alzan su voz estn motivados por la expectativa de que otromundo es posible, pero se tropiezan con dificultades a la hora de articular cmo debiera ser ese mundo oqu debe hacerse para que ese mundo se haga realidad.

    Otra razn es el hecho de que una buena parte de lo que sola pasar por radicalismo poltico se ha

    desplazado de los movimientos de masa a los campus universitarios, especialmente en el mundoanglosajn. All, ese radicalismo encontr un cmodo nicho gracias a la respetabilidad acadmica que

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    adquirieron el posmarxismo y los estudios culturales. Esto ha creado una fachada de activismo poltico, unasuerte de activismo poltico en paralaje, dado que se manifiesta a travs de discusiones intelectualessofisticadas en torno a temas de moda como: el debate sobre el concepto de multitud, el tratamiento de laalteridad o el estatuto del poscolonialismo y los estudios subalternos.

    Por ltimo, durante los diez o ms aos en los que el tema de la diferencia (de gnero, sexo, raza oetnia) funcion como santo y sea de la poltica progresista, el radicalismo se mantuvo incmodamentecerca del moralismo de la poltica de la identidad y la correccin poltica que emergieron como efectosprogramticos de las guerras culturales de las dcadas de los ochenta y de los noventa.

    Lo sorprendente es que esto no significa que la agitacin poltica haya perdido relevancia para laspulsiones emancipatorias o que la razn cnica y la desilusin dominen de manera incuestionable. No haperdido relevancia ni imperan el cinismo y la desilusin. Lo que ha ocurrido es que ya no coincide con unafuncin especfica dentro de una organizacin (algo as como una seccin o secretariado de agitacin ypropaganda) y tampoco est sujeta a un estilo insurreccional de hacer poltica, de manera que cualquierrecuperacin del trmino implicar necesariamente una suerte de rompimiento con el sentido general quetena en su contexto original.

    Todava hay lugar para la agitacin o, si se quiere, para el agitado y revuelto mencionado en el ttulode este artculo, en alusin al riguroso modo de preparacin del cctel preferido de James Bond. Slo queaqu, en vez del famoso shaken, not stirred agitado, no revuelto del superagente, he optado por laconjuncin ypara resaltar la fuerza y actualidad de la agitacin en las polticas de emancipacin.

    La codificacin realista de lo posible

    Puedo empezar a indagar acerca de esta permanencia de la agitacin examinando el comentariohecho por Bismarck: la poltica es el arte de lo posible, frase que da a entender que uno debe optar por uncurso de accin que busque lograr aquello que en efecto es viable en una situacin dada o bajocircunstancias que no escogimos. Es difcil no coincidir con esta aseveracin, porque lo que realmente sequiere decir cuando se habla del arte de lo posible es que la poltica es un cdigo que slo puede ser

    descifrado por un lenguaje realista. Esto se debe a que, en poltica, los intereses predominan por sobre losprincipios.

    Para los realistas, el mundo est regido por la lgica de los resultados y quienquiera que juegue a lapoltica debe basar sus razonamientos en hechos y no en ideologas, debe anteponer los interesesnacionales o partidistas al bien comn y debe respaldar tales intereses recurriendo (o, por lo menos,amenazando con recurrir) al uso de la fuerza. Esto explica por qu consideran que la bsqueda de undeber ser normativo o el proponerse metas que no guardan proporcin con nuestros recursos es unempeo quiz bien intencionado, pero esencialmente ingenuo y generalmente ineficaz. En poltica, hacer locorrecto es hacer lo posible, cosa que por definicin significa tambin abrazar al realismo.

    El realismo se apropia de la aseveracin de Bismarck, entre otras cosas, porque l mismo crea queel arte de lo posible era un arte que los realistas desempeaban mejor; pero los realistas no son un grupo

    homogneo. El prncipe Salina, personaje en la novela El gatopardo, de Giuseppe di Lampedusa,representa el arquetipo de la variante cnico-conservadora del realismo, cuando alega que algo debecambiar para que todo siga igual. Esto describe lo que se conoce como gatopardismo, entendido como labsqueda de cualquier cosa que uno quiera lograr mediante compromisos y acomodos dentro del statusquo o el arte de mover las piezas de manera tal que los cambios en realidad no lleguen a afectar un estadode cosas donde los ricos y poderosos del momento tengan la sartn por el mango.

    En el gatopardismo no tiene cabida la poltica emancipatoria y en este la agitacin desempea unpapel puramente instrumental en las luchas de poder entre grupos de inters. El realismo tambin escompatible con un tipo de poltica menos conservadora. Si lo posible alude a lo que es viable, entonces uncambio radical por ejemplo, intentar cambiar el status quo si las circunstancias son propicias para ellodebe ser parte integral de la estructura de posibilidades que ofrece el arte de lo posible. En el mbito de laalta poltica de las relaciones interestatales, cambiar el status quo podra significar instituir algo similar alTratado de Westfalia, que cre el marco de referencia para el sistema interestatal de los siguientes 300

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    aos, o tambin puede ser entendido como un mero cambio de la posicin relativa de los distintos Estadosa travs de guerras y alianzas dentro del marco westfaliano.

    Lo primero es revolucionario, aunque no necesariamente emancipatorio; mientras que lo segundo esbanal, pues lo nico que hace es glorificar una perturbacin entrpica que simplemente reproduce el cdigo

    que gobierna un juego poltico el incesante cambio de la geometra del poder entre los Estados. Laagitacin, en el caso de que se hubiera dado, ocurra dentro de los lmites de un radicalismo conservadorque mantena el cdigo intacto. Los bolcheviques, por el contrario, ilustran una variante radical de lo posible,supuestamente desde una perspectiva emancipatoria. Esto se debe a que, en la coyuntura de 1917, ellos sedieron cuenta de que una revolucin era factible y procedieron en consecuencia. Para ellos, la agitacin eraun medio para precipitar la confluencia de la gente en un proyecto de cambio a travs de los mltiples yfrecuentemente discontinuos sucesos que hoy agrupamos bajo el rtulo de revolucin rusa.

    No importa por cul sabor del realismo nos inclinemos, igual quedan dudas acerca de cunconvincente es su concepcin sobre el arte de lo posible, aunque slo sea porque su criterio para identificarlo factible parece ser tan sencillo. Bastara con desembarazarnos de visiones normativas y de las asllamadas expectativas ideolgicas y estaramos listos para proceder. Pero, ser que en realidad todo estan sencillo? Me surgen no pocas reservas sobre esta manera aparentemente a-normativa y a- (antes que

    anti) moral de asumir la poltica, la menor de ellas es la decisin de evitar las visiones normativas, y lasexpectativas ideolgicas como cuestin de principios se convierten tcitamente en una suerte de criterionormativo subyacente del realismo.

    En primer lugar, tenemos el problema de la transparencia: es en extremo difcil identificar lo posibleen medio de una coyuntura, dado que con frecuencia slo llegamos a comprender lo que es o fue viable enretrospectiva. Lo posible nunca es un asunto seguro, lo cual explica en parte por qu suele haber tantodesacuerdo entre quienes deben decidir si algo es viable o no.

    En segundo lugar, se supone que las decisiones acerca de lo que es factible deben tomarse con baseen intereses antes que principios, pero es cuestionable si en efecto existe algo que pudiera llamarsedecisiones libres de toda normatividad. Si slo se puede definir este tipo de poltica a partir de los intereses,entonces el arte de lo posible no sera ms que una bsqueda de lo que se puede hacer slo porque se

    puede hacer. Esto constituye una visin muy restrictiva de lo que es la poltica. Condena la poltica realista ala entropa, como ya se seal al respecto de las luchas por el poder entre Estados, o convierte lo que sepuede hacer en otro nombre para un juego gobernado por la razn cnica.

    En tercer lugar, los realistas no siempre son consistentes en su crtica de las orientacionesnormativas o de las visiones ideolgicas de la poltica. Hicieron un hazmerrer del ex presidente deEstados Unidos, Woodrow Wilson, por haber pretendido hacer del mundo un lugar seguro para lademocracia, ya que esta declaracin de principios rea con un axioma de la realpolitik, a saber: los pasestienen principios e intereses, y a veces deben sacrificar los primeros en aras de los segundos. Con todo, losherederos de realistas, como Carl Schmitt y Hans Morgenthau, no ven contradiccin alguna cuando aleganque el criterio rector de sus decisiones polticas es el inters nacional y acto seguido invaden un pas paraderrocar a su dictador en nombre de la libertad y la democracia; dos objetivos ideolgicos motivados poruna concepcin del bien.

    En cuarto y ltimo lugar, la perspectiva realista de la poltica deja poco espacio para una polticaemancipatoria. Esto se debe a que la emancipacin conlleva una dimensin tica que no se puede reducir ameros intereses. Tal dimensin consiste en representaciones de formas alternativas del ser, que sirven paramotivar a la gente en apoyo de un grupo o proyecto particular. La tica nos brinda modos de articulacinentre las representaciones de aquello por lo que luchamos y las razones que justifican por qu vale la penahacerlo.

    Cooke llama a esto pensamiento utpico. Habla de utopa no porque dichas representaciones seanimgenes fantasiosas del futuro, sino ms bien porque tiene la capacidad para invocar imgenes ticasvvidas de una sociedad buena que sera realizable slo si ciertas condiciones actualmente hostiles sontransformadas, agregando luego que sin tales imgenes, una perspectiva emancipadora sufrira de undficit motivacional y justificador (Cooke, 2004, p. 419).1

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    Incluso si hacemos caso omiso de estas reservas, an queda una ltima objecin: una poltica de loposible descarta lo imposible con demasiada ligereza, al plantear que la posibilidad de lo factible excluye loimposible. Esto no me resulta convincente. Se trata de una visin maniquea que da por hecho que lasfronteras que separan lo posible de lo imposible son estables y se olvida, por lo tanto, de que lo que enefecto se puede hacer est en deuda con lo imposible.

    Cuando hablo de lo imposible, no me refiero a aquello que jams podra suceder y nunca va aocurrir, sino ms bien al efecto presente, actual, de algo que estrictamente hablando no es posible en uncampo dado de la experiencia, pero que impulsa a la gente a actuar como si lo fuera. Me parece que, apesar de algunas salvedades, puedo comparar el papel que desempea lo imposible con el entusiasmo enKant, con la fuerza mesinica dbilde Benjamin y el -venirde Derrida. Todos estos conceptos aluden aalgo que trasciende el razonamiento algortmico de lo meramente calculable trtese de un anlisis defactibilidad o de un clculo costo-beneficio y plantea la promesa de algo distinto por venir. Sin estaapertura hacia la acontecimentalidado eventualidad del evento, como lo llama Derrida, sin un esfuerzo porperturbar o interrumpir lo dado, el arte de lo posible no podra dar cuenta de una poltica emancipatoria y desu reivindicacin de que otro mundo es posible, o slo podra hacerlo de manera azarosa yretroactivamente.

    Podramos discutir hasta la saciedad si los bolcheviques hicieron un clculo razonable respecto a la

    madurez de las condiciones para la revolucin o si simplemente tuvieron suerte, pero de lo que podemosestar absolutamente seguros es de que el pueblo ruso no se lanz a las calles arriesgando sus vidas simpley llanamente porque sus lderes les dijeron que la revolucin se poda hacer. El pueblo decidi lucharporque pens que estara mejor precipitando la cada del rgimen zarista e intentando construir unasociedad distinta. Por eso digo que lo posible no trabaja en solitario. Sea como entusiasmo o anticipacinfrente a algo por venir o como imgenes capaces de darles consistencia y atractivo tico a dichoentusiasmo, la fuerza movilizadora de lo imposible ya estaba en juego en la puesta en forma de lo que losrevolucionarios de 1917 crean que se poda lograr y lo que el pueblo pensaba que era deseable hacer.

    Lo imposible como suplemento

    Es posible observar con mayor detalle el juego que se establece entre lo posible y lo imposible

    examinando dos casos. El primero es el juicio por rebelin que se le hizo a Auguste Blanqui, elrevolucionario francs del siglo XIX. Rancire cita un pasaje de su interrogatorio:

    Al solicitarle el presidente del tribunal que indique su profesin, respondi simplemente: proletario.Respuesta ante la cual el Presidente objeta de inmediato: Esa no es una profesin, sin perjuicio deescuchar enseguida la rplica del acusado: Es la profesin de treinta millones de franceses que viven de sutrabajo y que estn privados de derechos polticos. A consecuencia de lo cual el Presidente acepta que elescribano anote esta nueva profesin. (Rancire, 1996, p. 54)

    Rancire utiliza este intercambio para ilustrar lo que l entiende porproceso de subjetivacin, que noconsiste nica o simplemente en afirmar una identidad, sino tambin, y al tiempo, en rechazar una identidadque es dada por otros. Se trata de un proceso de desidentificacin o desclasificacin: cuando Blanqui seidentific a s mismo como proletario, estaba rechazando el nombre que las autoridades le haban asignado

    y asumiendo el de un paria: el nombre de aquellos a quienes se niega una identidad en un determinadoorden de polica (Rancire, 2000, p. 148).

    Los proletarios con los que Blanqui se identificaba no contaban, polticamente hablando, en la Franciade la dcada de 1830, de manera que aleg pertenecer a aquella parte a la que no se le haca justicia a laque se le infliga un dao, porque se le negaba participacin en dicha sociedad. El proletariado era laparte sin parte en aquella Francia eran los sin tierra franceses, por decirlo de alguna manera.Rancire tambin menciona otro calificativo para los parias: todos somos judos alemanes (2000, p. 149),consigna inscrita en los muros de Pars, en mayo de 1968, luego de que el gobierno deportara a DanielCohn-Bendit, un estudiante franco-alemn, quien fuera uno de los lderes estudiantiles de La Sorbona.

    Los ciudadanos franceses que coreaban dicha consigna manifestaban as su solidaridad para con uncamarada y al tiempo desestabilizaban el lugar/identidad que el status quo les haba asignado. Procedan adesclasificarse, de este modo, de lo que las autoridades definan como constitutivo de lo francs, alegandoestar tan desamparados sin tierra y sin patria en su Francia nativa como lo estaba el extranjero Cohn-

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    Bendit. Se estaban embarcando en un proceso de subjetivacin al declarar ser objeto de un dao y poneren entredicho el campo de experiencia existente.

    Estos ejemplos ilustran la distincin que Rancire hace entre polica y poltica. Por polica, no serefiere al cuerpo uniformado que se encarga de hacer cumplir la ley, sino lo que l denomina la particin de

    lo sensible, que establece la distincin entre lo visible y lo invisible y entre lo que se oye y lo inaudible. Paradicha polica, la sociedad consiste de grupos dedicados a modos de accin especficos en lugares endonde tales ocupaciones se ejercen, mediante maneras de ser que se corresponden a tales ocupaciones ya tales lugares (Rancire, 2001, s. p.).

    La sociedad no tiene vacos: todo el mundo tiene un puesto asignado y no hay remanentes porasignar. En el caso de Blanqui, el presidente del Tribunal no poda reconocer proletario como profesin,simplemente porque era incapaz de separar la idea de profesin de un trabajo reconocido como tal, yobviamente proletario no coincida con ninguno. Siglo y medio ms tarde, las autoridades no podanentender por qu los manifestantes franceses alegaban ser judos alemanes cuando en efecto la granmayora de ellos eran catlicos franceses. La poltica altera este arreglo y lo suplementa con la parte deaquellos que no tienen parte, con la parte que no cuenta; ella introduce el ruido de los parias dentro delorden de la polica. Proletario y judos alemanes, los nombres errneos que asumieron Blanqui y los

    estudiantes franceses, desafan la particin de lo sensible vigente. Le dan nombre a aquella parte que notiene lugar propio en el orden de la polica y demuestran que es posible crear otro mundo donde quienesasumen los nuevos nombres encontrarn su lugar o, para usar los trminos del propio Rancire, su disensomuestra la presencia de dos mundos alojados en uno solo.

    El segundo caso que quiero mencionar tambin implica un interrogatorio. Allport lo menciona en suclsico trabajo sobre el prejuicio intergrupal: Una mujer negra presenta una demanda en un caso en torno auna clusula restrictiva. El abogado por la defensa le pregunta: A qu raza pertenece? A la razahumana, contesta la mujer. De qu color es su piel? Color natural, replica la seora (1979, p. 135).

    Allport seala que la estrategia del abogado lleva la impronta de lo que l llama un mecanismo decondensacin, es decir, la tendencia a confundir el smbolo con la cosa que este representa en este caso,los signos visibles de ser una mujer negra y la consiguiente inferencia de que serlo implica un estatus

    inferior. No existe un nexo causal o entre el color de la piel y el estatus social, excepto a travs de estemecanismo de condensacin mediante el cual la gente termina confundiendo el signo con lo que estesignifica (Allport, 1979, p. 136). El prejuicio surge cuando alguien hace tal conexin. La clasificacin quehace el abogado siguiendo lneas raciales (y el hecho de que considera que el color de piel de la mujer esun asunto relevante en un tribunal) pretende particularizar a la mujer dentro de un modo de ser que coincidecon una particin racial de lo sensible.

    La respuesta de la mujer subvierte esta lgica. Se niega a identificarse en trminos raciales e invocauna igualdad que se le ha negado: igual que su interrogador, ella tambin forma parte de la raza humana, yel color de su piel, tal y como el color de la piel de su contraparte, es natural. La estrategia retrica de lamujer busca alterar la supuesta naturalidad de un cdigo racial jerrquico que se acepta ya sea como hechoo destino. Se trata de una estrategia anloga a la de Blanqui, en cuanto consiste en una desclasificacin,como ya se ha sealado, y de una subjetivacin simultneas: la mujer asume nombres errneos (ella es

    humana y natural), no porque tales nombres no tengan lugar en el orden existente, sino porque la particinracial de lo sensible le causa perjuicio al disociar igualdad y raza. Una vez ms, aqu se manifiesta unesfuerzo por crear otro mundo desde adentro del orden policial, esta vez sustentado no en la emancipacinde los proletarios, sino en la verificacin de la igualdad racial.

    Ambos casos dislocan la codificacin realista del arte de lo posible, en la medida en que articulan aeste ltimo con lo imposible. Hipotticamente, Blanqui hubiera podido responder a las preguntas de susinterrogadores en trminos que les fueran familiares a ellos. Sin embargo, opt por utilizar su juicio pararecordarles a todos los presentes en el Tribunal que l formaba parte de la mayora de la gente, que a suvez no haca parte de la sociedad francesa y que un mundo donde los proletarios ya no seran ms pariasse estaba gestando dentro de esa misma sociedad.

    La querellante en el ejemplo de Allport tambin hubiera podido respetar las reglas del juego, con laesperanza de que as mejorara sus oportunidades de ganarla, pero al describir su negritud como algoirrelevante, por la sencilla razn de que tal condicin era natural, y al aseverar que su raza era parte de la

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    raza humana y por ende universal, buscaba alterar un status quo racial en el que los negros no eranconsiderados iguales a los blancos.

    Gente como ella y como Blanqui bien pueden ganar o perder, pero ese no es el punto determinante.Lo que aqu importa es que otorgarles visibilidad a los proletarios en un espacio de aparicin que los

    excluye o postular la igualdad racial en medio de un orden donde los negros no cuentan, es actuarpolticamente, pero de una manera muy especfica: no haciendo aquello posible, sino ms bien redefiniendolo que se puede hacer. Blanqui y la mujer negra demostraron que la percepcin realista y del sentido comnacerca de la poltica como arte de lo posible no logra percibir que, cuando se trata de una accin colectivaparticularmente cuando se trata de una poltica emancipatoria, lo imposible ya est implicado en elpensamiento mismo de lo posible. Toda accin que busca lograr algo ms que un reposicionamiento dentrodel orden existente es decir, que en realidad busca transformar las condiciones dadas por ese orden sepropone metas que pueden parecer imposibles. Aquellos quienes toman parte en tales acciones estnmotivados por una promesa de algo distinto por venir.

    La agitacin como develamiento y traduccin

    Es posible utilizar los dos casos presentados en la seccin anterior para alegar que Blanqui y laquerellante tambin se embarcan en una tarea de agitacin, en el sentido etimolgico del trmino, dadoque ambos quieren poner algo en movimiento. Ellos agitan el status quo. Es cierto que esto no es suficientepara cambiar la particin de lo sensible, ya que las grandes transformaciones no ocurren a travs deacciones individuales, sino mediante la puesta en movimiento de colectivos humanos. El valor de su gesto,sin embargo, reside en su ejemplaridad. Lo ejemplar es extraordinario; se asemeja a la excepcin en elsentido schmittiano de un instante en el que el poder de la vida real, como l mismo lo llama, sacude elpatrn de repeticiones mecnicas que caracteriza a las pocas o los tiempos normales (Schmitt, 1985, p.15).

    Lo ejemplar tambin nos muestra la relacin fluida entre la accin individual y la colectiva. Lo queBlanqui y la querellante hicieron como individuos reverber ms all de la singularidad del caso personal, alconvertirse en fuente de inspiracin para generar impulsos de emancipacin entre sus contemporneos. Su

    accin contribuy a mantener abierta la promesa de algo distinto y posiblemente mejor por venir.

    Debemos decir algo ms respecto a este juego entre lo singular y lo colectivo, especialmente sobrecmo interviene en la disrupcin de lo dado. A diferencia de otras encarnaciones de la agitacin, aqu elaspecto institucional est relativamente ausente porque Blanqui y la querellante no actan en nombre de ungrupo poltico ni promocionan sus objetivos estratgicos. Pero al igual que en agitprop, sus acciones dedisenso tienen el valor pedaggico-poltico de un develamiento. Agitan el estado de cosas para hacer visiblela exclusin de proletarios y de negros, sea porque esta exclusin no es inmediatamente evidente o porquequienes la viven en carne propia confunden su condicin de desigualdad con la manera como funcionan lascosas. Su gesto individual de develar la inequidad presente y presentarla como injusta e innecesaria, nosinstruye en la promesa de una aparentemente imposible equidad por venir. Abre el camino para laemancipacin.

    Sera un error afirmar que tal develamiento y su apuesta por algo por venir supone unateleoescatologa o promesa de redencin final, como ocurre, por ejemplo, en el caso de la promesacomunista de una sociedad plenamente igualitaria. Esta es la manera clsica de concebir la emancipacin:se expone la causa y naturaleza verdadera de la opresin y luego se busca erradicarla por completo. Setrata de una visin problemtica no porque el deseo de suprimir la desigualdad sea objetable, sino porque lacreencia de que se puede acabar con ella, de una vez por todas, s lo es en la medida en que reproduceuna teologa de la salvacin, slo que con un registro secular. Lo hace imaginando una sociedadposhistrica, reconciliada consigo misma, dado que esta habr pasado de la igualdad formal delpensamiento liberal a la igualdad sustancial del comunismo mediante la supresin de la propiedad privada,que era la responsable de las relaciones de explotacin y sometimiento. Lo que quiera que est por venir,se convierte as en otro nombre para la metafsica de la presencia en este caso, se trata simplemente deuna presencia pospuesta: an no existe la igualdad sustancial, pero es un estado de cosas que tarde otemprano va a llegar.

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    Una manera ms interesante de pensar la actividad de develamiento sera una en la cual que serompa el nexo entre una promesa de algo por venir y la creencia en una redencin universal, lo cual implicadeshacernos tanto del telos como de la escatologa. De este modo, la pedagoga de la emancipacin ya nodependera de un marco referencial teolgico, y el develamiento se convertira as en una operacinpoltica en el sentido que Rancire la da a la palabra, es decir, la poltica pasa a ser concebida como

    manifestacin de disenso, como la presencia de dos mundos en uno (2001, s. p.).

    As, todo el proceso estara signado por la indecidibilidad, pero no porque no se pueda tomar unadecisin decidir es inevitable, sino porque, como dice Derrida, la indecidibilidad alude al hecho de quetoda decisin est expuesta de antemano a un riesgo elemental: los operadores del disenso podran estarproponiendo polticas de emancipacin, pero tambin cosas peores que las que hoy tenemos, por ejemplo,abogando por un mundo fascista o dictatorial.

    Precisamente por esto ltimo, alguien como Walter Benjamin podra aceptar la nocin de algo porvenir, pero interpretndola desde la perspectiva de su propio espejo idiosincrsico. Para l, el agitar yrevolver propios del develamiento juega con el valor de lo negativo: el develamiento aplica los frenos deemergencia del tren de la historia con la esperanza de que las cosas no empeoren o, para decirlo demanera ms dramtica, con la esperanza de interrumpir nuestro viaje al abismo. La metfora de Benjamn

    coloca a la emancipacin en un registro ms inquietante. En vez de insistir sobre cmo las cosas serndistintas (y mejores), nos dice que lo peor no es inevitable, siempre y cuando estemos dispuestos a haceralgo por detenerlo.

    Segn Lwy, con esto Benjamin describe una dimensin utpica frgil; es su manera de mostrarnoslas virtudes de la fuerza negativa de la utopa (Lwy, 2003, pp. 176-78). Esta fuerza frgil o negativacontribuye a reconfigurar la nocin de utopa. Ya no se tratara tanto de la bsqueda de una tierraprometida, sino ms bien de un llamado a actuar para detener o, por lo menos, para retardar nuestrodescenso al infierno. Es una manera de sealar que algo parecido a la tesis acerca de la muerte de Dios,propuesta por Nietzsche, se instala una vez que nos deshacemos de la esperanza de un dulce porvenir quenos promete un telos del progreso.

    Una vez muerto Dios o, si uno prefiere ser ms cauto y no pronunciarse respecto a este suceso,

    luego de la paliza que recibiera por parte de los modernos y sus sucesores, ya no podemos contar con elbeneficio de un mapa de navegacin que nos garantice un desenlace especfico. El asunto de si las cosaspueden mejorar (emancipacin) o empeorar (fascismo) es indecidible, as es que si no hacemos, algo nosvamos al diablo.

    Este develamiento pedaggico y poltico equivale a hablar de la traducibilidad ante la ausencia de unmundo transparente. El develamiento es necesario porque las condiciones de explotacin y opresin no soninmediatamente evidentes o, para no caer en el discurso paternalista de las vanguardias, el develamientoentra en juego, porque la gente no es ciega a sus circunstancias, pero puede percibirlas como el resultadode fuerzas ms all de su alcance. Traducimos una cierta interpretacin del mundo a otro lenguaje depercepcin para as poder plantear la posibilidad de otro mundo menos opresivo y explotador y paraimpulsar a la gente a perseguir ese objetivo. El develamiento como traduccin es una respuesta para bieno para mal a la falta de transparencia de nuestras condiciones, una actividad que busca alentar esfuerzos

    emancipatorios o prevenir una catstrofe. Si se quiere, es una manera de hablar de lucha ideolgica sincargar con el lastre connotativo que acompaa al trmino ideologa.

    Siempre cabe la sospecha de que toda traduccin es una traicin (como dicen los italianos:traduttore, traditore), especialmente si hacemos caso a las advertencias como la que Lyotard enuncia en sulibro La diferencia, cuando habla de la inconmensurabilidad de los regmenes de frases que buscan tratar undao. Es cierto que el riesgo de la traicin es innegable, as como tambin lo es la posibilidad demalinterpretar la situacin o presentar una visin manifiestamente engaosa del mundo. Sin embargo, estono puede convertirse en una coartada para justificar la inaccin o para optar por una vida contemplativa librede todo riesgo y peligro. Tenemos que convivir con el riesgo, porque de lo contrario nada podra realmenteocurrir.

    En lo que concierne a la inconmensurabilidad de Lyotard, Rancire con toda razn alega que quizno nos sea posible reparar un dao o una injusticia, pero s podemos, por lo menos, lidiar con este o ella atravs del desacuerdo, lo que quiere decir que el develamiento o la traduccin llevado a cabo por la

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    agitacin es parte del disenso o la polmica. Reconozcamos tambin que, al arrojar luz sobre una condicindesdichada, no nos cabe esperar llegar a alcanzar la plena conciencia de un ser verdadero que est listopara ser liberado del sometimiento. Tendencias posmarxistas, posmodernas, posfundacionales y otrastantas maneras pos de pensar la agitacin poltica y la emancipacin suelen desconfiar de significantestrascendentales como el ser verdadero, la emancipacin final o la transparencia absoluta. Antes bien, me

    parece que al abandonar argumentos basados en una supuesta esencia humana y al desligar laemancipacin de la influencia de narrativas sustentadas en un telos del progreso, descubrimos dos cosas:que el develamiento ya no puede significar mostrar el fundamento ltimo del ser y que la emancipacintermina siendo una tarea de Ssifo, es decir, no terminar nunca, y una y otra vez seremos llamados aintentarla de nuevo.

    Podramos sumarnos a la larga lista de gente que ha criticado la conocida tesis de Fukuyama, yalegar que nuestra manera de entender el develamiento nos ensea que la historia sigue su curso tancampante luego de su supuesto final. Prefiero ceirme a la sintaxis conceptual utilizada aqu y decir que eldevelamiento nos indica que la necesidad de traducir nunca termina. Y es esta precisamente la razn por lacual la agitacin es un suplemento y no simplemente algo que ocurre espordicamente en las polticas deemancipacin. La frmula taquigrfica para describir este vnculo estructural sera algo como no hayemancipacin sin agitacin! Con todo, si nos encontramos, como en efecto muchos alegan, con que la

    emancipacin rara vez surge en el orden del da, significar esto que la agitacin es tambin inusual?

    Benjamin se encuentra entre aquellos que creen en la naturaleza episdica de la rebelin. Plantea supunto de vista con gran lucidez y ms que una pizca de desasosiego en sus Tesis sobre la filosofa de lahistoria, un breve texto escrito en 1940, a la sombra de la derrota del movimiento obrero, del triunfo delfascismo y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. La inquietante brutalidad de Auschwitz, igual queHiroshima, el apartheid, Pinochet, Ruanda, Serbia y un largo etc., forman parte de la tempestad delprogreso que impulsa al ngel de la historia al que alude la Tesis IX hacia el futuro; todos estos desastreshacen parte de una nica catstrofe que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies[los del ngel] (Benjamin, 1969, p. 257).

    El horror siempre es atvico porque la catstrofe nunca ha dejado de ocurrir; est siempre en curso.Sin embargo, a pesar del lenguaje apocalptico que usa Benjamin, no hay aqu pesimismo, ya que tambin

    habla de la posibilidad de la redencin, de una posibilidadrevolucionaria en el combate contra el pasado deopresin (p. 263, Tesis XVII. Las cursivas son mas). Esta posibilidad que menciona Benjamn hace lasveces de la contingencia: las cosas pueden ocurrir de una manera, pero tambin de otra. Con esto nos estsealando que la redencin, de ocurrir, depende de que haya o no luchas, y por lo tanto es antittica a lacreencia en unas leyes naturales de la historia que nos garantizaran que el futuro es nuestro.

    Lwy afirma categricamente que, desde la perspectiva de Benjamin, slo podemos interrumpir lacatstrofe mediante la accin colectiva, si nos atrevemos a retar a nuestros opresores a travs de accionesrevolucionarias (Lwy, 2003, pp. 59-60). Sostiene, adems, que las interrupciones emancipatorias no sonms que breves episodios que agujerean la normalidad de la dominacin y que, por lo tanto, paraBenjamin, la tradicin de los oprimidos consiste en una serie discontinua conformada por los rarosmomentos en los que las cadenas de la dominacin se rompieron (p. 137).

    No es difcil ver por qu la manera como Benjamin concibe a la resistencia y la revolucin ayuda acontrarrestar las interpretaciones deterministas de la historia que fueron tan populares entre pensadoresprogresistas de su tiempo. Sin embargo, igual hay algo que falta cuando asocia el pensamiento sobre laemancipacin con la redencin revolucionaria del pasado. Benjamin probablemente se da cuenta de que laconstitucin de los oprimidos como actores polticos no ocurre espontneamente o, por lo menos, que suconfluencia espontnea ocurre muy raras veces, pues si fuera algo cotidiano, la normalidad de la opresinprobablemente sera mucho menos normal.

    La gente tiene que esforzarse para convencerse de la necesidad de actuar; adems, ese esfuerzodebe ser sostenido en el tiempo si se espera que la accin d fruto. Sin embargo, Benjamn guarda silenciosobre la mecnica de este proceso porque su idea de lo mesinico se concentra fundamentalmente ensituaciones excepcionales como la que menciona para ilustrar el Jetztzeito tiempo actual, del ahora. Nosdice que, de acuerdo con varios testimonios, durante la Revolucin Francesa la gente disparaba contra losrelojes de las torres de Pars para indicar que su objetivo era hacer estallar el continuo de la historia(Benjamin, 1961, p. 261, Tesis XV).

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    Potica, como puede ser la imagen de la interrupcin, elude la discusin de algo tan pedestre como loes unapoltica de la emancipacin con todo y su agitprop, su logstica, su temporalidad y sus participantesde carne y hueso reunindose para discutir, planear, decidir, probar y modificar el curso de accin en casode ser derrotados o si las cosas no salen como se esperaba. Lo que quiero decir al contrastar las alturas

    olmpicas de la emancipacin con algo ms pedestre como lo es la poltica emancipatoria, es que para quehaya tal poltica uno no necesita estar inmerso en el torbellino de los momentos excepcionales que nosinstan a convertirnos en un mesas colectivo y secular.

    La emancipacin, el revolucionar y la regin intersticial de la poltica

    Ahora quiero explicar lo que entiendo por emancipacin. Se puede hablar de ella cuando hay unadisputa acerca de si las condiciones actuales o si se prefiere, las relaciones sociales existentespromueven o daan la igualdad y la libertad, y acerca de si otro mundo es posible. La poltica emancipatoriaes la prctica que busca interrumpir el orden establecido y, por lo tanto, que apunta a redefinir loposible con el objetivo de instaurar un orden menos desigual y opresivo, ya sea a nivel macro o en lasregiones locales de una microfsica del poder.

    Esta definicin mnima tiene dos ventajas. La primera es que describe la emancipacin sinpreocuparse por la manera en la cual las distintas polticas emancipatorias caracterizan el presente eimaginan cmo seran las alternativas. La segunda es que no define los conceptos de igualdad y libertadcon referencia a un contenido especfico, sea ste abstracto, como en el enunciado de todos los hombresnacen libres e iguales, o concreto, como en la promesa de igualdad radical posterior a la abolicin de lapropiedad privada en una futura sociedad sin clases. Por el contrario, la definicin entiende estos conceptoscomo efectos de una actividad polmica. La igualdad y la libertad carecen de existencia poltica relevante sino se hace un esfuerzo por singularizarlas en casos especficos en los que se plantee (1) qu significahablar de cualquiera de ellas, (2) qu quiere decir que las condiciones actuales les son favorables operjudiciales y (3) si la posibilidad de un mundo distinto est o no en juego. Al margen de este tipo depolmica lo que tenemos es la poltica tradicional de siempre, que no es poca cosa, pero no una polticaemancipatoria.

    Afirmar que las condiciones que amplan la libertad y la igualdad son mejores que aquellas que lasrestringen es reconocer que la poltica emancipatoria tiene una dimensin normativa. Hacer un llamado ainvolucrarse en disputas sobre el estatus de dichas condiciones significa que tambin hay en ella una tica,un modo de subjetivacin por el cual nos negamos a aceptar la naturalidad del orden establecido y exigimosun mundo diferente. Sostener que slo podemos corroborar las orientaciones normativas y ticas de lapoltica emancipatoria en una polmica les confiere a ambas una dimensin existencial. La reflexin deSchmitt es til aqu. l propone una definicin operacional de este lado existencial al afirmar que lanaturaleza poltica de un grupo depende de su capacidad para diferenciar a sus amigos de sus enemigos,as como de su disposicin para enfrentar a esos enemigos en un combate.

    La dimensin existencial radica en este as como de la disposicin al enfrentamiento. Significa quequienquiera que apele a una poltica de emancipacin debe estar dispuesto a identificar a aquellos que

    daan la igualdad o la libertad, pero tambin, y ms importante an, debe estar preparado para tomarpartido y enfrentarse a ellos pblicamente en algn tipo de contienda. Si no hay enfrentamiento, o al menosuna voluntad de confrontar, lo que tenemos es un grupo de individuos bienintencionados que manifiestantener una visin moralmente decente es malo lastimar la libertad y la igualdad, pero no personas quetomen partido y asuman los riesgos de hacerlo.

    El argumento existencial de la oposicin amigo-enemigo planteado por Schmitt es, claro, bastanteconservador; no hay en l referencia alguna a la emancipacin, ya que la libertad y la igualdad no sontemas de su inters. El autor se contenta con ratificar un status quo centrado en el Estado. Por ellodebemos ir contra su conservatismo. Podemos hacerlo retomando algo que mencion, a saber, que adiferencia de la poltica de siempre, la poltica emancipatoria tambin y necesariamente buscainterrumpir el status quo demostrando que otro mundopuede surgir.

    La agitacin es un suplemento de esta demostracin, a veces, de naturaleza retrica y, otras,logstica o estratgica. Hace parte del ejercicio de perturbacin del orden establecido mediante el

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    develamiento, dado que este ofrece una especie de puesta en discurso de las condiciones actuales comofactores que obstaculizan la igualdad y la libertad. Como es de suponerse, este develamiento est plagadode dificultades. Puede resultar efectivo o puede simplemente desvanecerse en gestos grandilocuentes yexpresivos que no conducen a ninguna parte; puede incluso terminar siendo un mero irritante en supretensin de introducir ruido y disonancia en un mbito de intercambios polticos rutinarios. Adems, si

    bien el agitar y revolver propios del agitprop busca poner las cosas en movimiento, nunca hay garanta deque esto resultar exitoso, y es evidente que no siempre logran ser revolucionarias en el sentido clsico deinsurreccin, derrocamiento y reinstitucin (ms adelante amplo esta idea). Todo esto hace parte decualquier poltica de emancipacin que, evidentemente, es un esfuerzo sostenido en el tiempo, lo cualreconfirma lo que he estado planteando aqu: las pulsiones emancipatorias no tienen por qu serexcepcionales.

    Quiero aadir dos argumentos suplementarios para sustentar este planteamiento. Uno de ellos estrelacionado con una concepcin del radicalismo que no cie la revolucin a la perspectiva jacobina dederrocamiento y refundacin, y que desestabiliza simultneamente las fronteras entre poltica revolucionariay no revolucionaria. Y no es que las fronteras sean irrelevantes, sino ms bien son indecidibles su estatusno se puede establecer al margen de los casos que las singularizan en una polmica. Ser que elagujerearel continuo de la historiaen contraposicin a hacerlo explotar, como dira Benjamin puede ser

    considerado algo ms que un vulgar reformismo? Qu tan fuerte debe ser la explosin para que pueda sertomada como una genuina disrupcin (revolucionaria) de la continuidad? Es difcil decirlo. Laconceptualizacin de la revolucin tambin est contaminada por la metonimia de la parte por el todo.

    Confundimos una revolucin con los hechos sobresalientes que reemplazan el fenmeno la tomadel Palacio de Invierno, por ejemplo tal vez debido a que usamos la celebracin ritual de esos eventoscomo mecanismo para rememorar la ocurrencia de la revolucin. Pensemos en la Revolucin Francesa.Qu significa este nombre? Lo asociamos con la toma de la Bastilla, una sincdoque que toma un episodiocrtico poco ms que una postal histrica como indicador de todo un movimiento de masas. Nospodramos preguntar si los hechos del 14 de julio de 1789, efectivamente, pusieron fin al absolutismo ymarcaron el nacimiento de un sistema republicano. Por qu no cambiar la fecha y hacerla coincidir,digamos, con la promulgacin de la Constitucin en 1792 o con el regreso forzoso de Luis XVI de Versallesy su posterior decapitacin en 1793? Otros diran que la Revolucin slo tuvo su cierre, si es que se puede

    hablar de un cierre definitivo, con el fin del Rgimen del Terror y la decapitacin de Saint Just yRobespierre, en 1794. Episodios como estos son momentos icnicos que tienen el poder de transmitir elcarcter extraordinario de un evento que hace poca, as como de mitificar las revoluciones, hacindolasparecer rupturas omniabarcadoras que ocurren en un momento nico y glorioso.

    En segundo lugar, existe una confusin entre lo efmero y lo duradero, entre los actos deinsurgencia/rebelin que titilan y luego desaparecen y la permanencia de un nuevo Estado o rgimen. Estodisuelve el problema de entender la revolucin segn el esquema banal que contrapone el xito con elfracaso, el derrocamiento del bloque dominante y el establecimiento de un nuevo rgimen, por un lado, y elfiasco del exilio o, ms trgico an, la ejecucin de sus lderes visibles si las cosas salen mal, por elotro. Nos podemos preguntar qu sucede cuando algunos reivindican una suerte de fracaso al negarsedeliberadamente a tomar el poder o a instituir un nuevo Estado.

    Por el lado acadmico de esta negativa est gente como Virno y otros, quienes proponen un xodo,salida o desercin del Estado como base para una poltica de la multitud (Virno, 2003), o bien laperspectiva de Holloway (2002), quien habla de cambiar el mundo sin tomar el poder. Hakim Bey (1991)tambin habla de marginarse, de volverse nativo y optar por el caos regresando a un estado denaturaleza en el que no hay Estado en una Zona Autnoma Temporal (o ZAT). Bey entiende la ZAT comouna tctica de la desaparicin, que consiste en una sublevacin que no se enfrenta directamente con elEstado, una operacin guerrillera que libera una porcin (de tierra, de tiempo, de imaginacin) y luego sedisuelve para volver a formarse en otro lugar/otro momento, antes de queel Estado pueda acabar con ella(Bey, 1991, s. p.).

    La ZAT se inspira en la idea de rizoma de Deleuze y Guattari, y adems se asemeja a su vez a lo queestos dos autores llaman devenir minoritario. No hay que confundir este devenir minoritario con procesos deconstitucin de minoras y mayoras o con un deseo de volverse polticamente irrelevante; se refiere msbien a un rechazo a someterse a los cdigos dominantes y a un esfuerzo por inventar formas alternativas deser Rancire preferira hablar simplemente de la desclasificacin propia de los procesos de

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    subjetivacin. Autonoma es la consigna de este devenir minoritario; uno se vuelve revolucionario cuandoconjuga un cierto nmero de elementos minoritarios, porque al hacerlo inventa un devenir especfico,imprevisto, autnomo (Deleuze y Guattari, 1988, p. 106; tambin Patton, 2005, pp. 406-408).

    Por el lado ms prctico y operacional de esta adopcin del fracaso como estrategia encontramos la

    insurgencia del Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional y su negativa a centrar sus exigencias en la tomadel Estado, a pesar de su insistencia en la necesidad de construir un Estado distinto. Lo que vemos aqu esla paradoja de una visin revolucionaria de una actividad de revolucionar, que se niega explcitamente aconvertirse en un nuevo Estado, una manera de entender la revolucin por fuera de la matriz jacobina y dela oposicin binaria entre xito y fracaso.

    Podemos obviar el problema de la metonimia adoptando una imagen de pensamiento de la revolucinque refleje la descripcin que hace Foucault (1984) de la coherencia sistmica como una regularidad en ladispersin. Este autor usa esta nocin para criticar, entre otras cosas, el supuesto monismo identitario delsujeto: la unidad de este sera efecto de varios lugares de enunciacin que se articulan en una regularidadsistmica (Foucault, 1984). El sujeto no es ms que esa regularidad. Retomando este razonamiento, digoque la singularidad revolucionaria consistir no de un epicentro o punto de quiebre que trabaja en solitario,sino de una multiplicidad de lugares discontinuos desde donde se enuncian retos y desafos al status quo.

    Una revolucin nunca habr terminado, pues siempre estar comenzando a ocurrir a medida nuestraubicacin en esos lugares de enunciacin Foucault no habr tenido en mente a Spinoza cuando escriba,pero su regularidad en la dispersin le da cierta consistencia a la nocin de multitud (una pluralidad quepersiste como tal sin llegar a converger en un Uno) desarrollada por Spinoza y popularizada por gente comoHardt, Negri y Virno. La confusin acerca de la duracin de un cambio revolucionario desaparece tanpronto como se toma conciencia de que la revolucin no se puede reducir a un momento de inflexin en lahistoria de un pueblo, uno que sienta las bases para la construccin de un Estado futuro. En un sentido msamplio, es un performativo que designa la actividad de revolucionara travs de la cual una revolucin ya hacomenzado a ocurrir mientras trabajamos para ello aqu y ahora.

    El propio Gramsci sugiri algo similar a pesar de que su pensamiento se mantuvo dentro delparadigma de la revolucin como refundacin e institucin de un nuevo Estado. Rechaz el putschismo al

    plantear que Un grupo social puede e incluso debe ser dirigente aun antes de conquistar el podergubernamental (esta es una de las condiciones principales para la misma conquista del poder); despus,cuando ejerce el poder y aunque lo tenga fuertemente en su puo, se vuelve dominante pero debe seguirsiendo tambin dirigente (Gramsci, 1999, p. 387). Este liderazgo ex del que habla Gramsci explica por qupara l, como sostienen Laclau y Mouffe, una clase no toma el poderdel Estado, sino que deviene Estado(1987, p. 80).

    Este devenir no es ni puede ser reducido a un evento nico. La ZAT de Bey mantiene un parecido defamilia con esta visin, pero tambin funciona como contrapunto polmico a la lectura Estado-cntrica deGramsci, dado que las zonas autnomas temporales son parte de una revolucin continua de la vidacotidiana y, por lo mismo, de una revolucin que no se detiene a las puertas del Estado. Como lo expresaBey, la lucha no puede cesar siquiera con el ltimo fracaso de la revolucin poltica o social porque nada,excepto el fin del mundo, le puede poner fin a la vida cotidiana o a nuestra aspiracin por las cosas buenas,

    por lo Maravilloso (Bey, 1991, s. p.).

    Pero si ponemos estas diferencias en suspenso, el tipo de razonamiento desarrollado por Gramsci ypor aquellos que proponen la tctica de esquivar o puentear al Estado socava la pureza de la distincinentre actos revolucionarios y no revolucionarios (por ejemplo, la diferencia entre hacer explotar y agujerearel continuo de la historia) y transfiere el manejo de la distincin al terreno de la polmica. Tambin coloca alas acciones de agitar y revolver propias del agitprop su disrupcin de la poltica rutinaria, su develamientode las condiciones adversas para la libertad y la igualdad bajo el rtulo general de una polticaemancipatoria que se manifiesta en la actividad cotidiana del revolucionar.

    El otro argumento para validar las perturbaciones cotidianas del orden establecido es, de cierto modo,un corolario del anterior. Tiene que ver con la importancia poltica de la brecha o ausencia de coincidenciaestructural entre la inscripcin y lo inscrito, entre la institucin y lo instituido. Esta brecha nos muestra unaregin intersticial que no se caracteriza ni por la dominacin pura ni por la libertad absoluta; constituye, msbien, una zona gris donde los desafos y las transformaciones son sucesos posibles y frecuentes.

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    La distincin que propone Rancire entre polica y poltica nos brinda una manera de pensar en quconsiste esta brecha. Vimos algo de esto en la discusin sobre el juicio de Blanqui. La polica o particin delo sensible les asigna un nombre y un lugar a cada grupo, lo cual significa que para ella la sociedad sloconsta de partes identificables, mientras que la poltica es la institucin del disenso, un proceso

    caracterizado por la desidentificacin con el nombre asignado por otros y la adopcin del nombre querepresenta un dao, es decir, el de la parte que no tiene parte dentro de la particin existente.

    La poltica es impropia, porque no tiene un lugar propio y slo puede ocurrir slo puede tenerlugar en el territorio de la polica donde, segn Rancire, intenta demostrar que hay dos mundos alojadosen uno solo. Esto, obviamente, demuestra el fracaso de la polica, o su impureza, pues ella puede quererque haya un slo mundo el suyo en el que la inscripcin sea idntica a lo inscrito, pero la polmicaintroducida por la poltica abre una brecha en el interior de la particin de lo sensible. Esta brecha constituyeun punto ciego en el campo visual de la polica. Representa la no coincidencia entre la inscripcin y loinscrito o entre la norma y el acto y, por lo tanto, funciona como una condicin de posibilidad de un segundomundo que habita en el primero.

    El espacio abierto por esta brecha no es un espacio constituido, uno que ya existe y en el que luego

    se irn a manifestar una serie de pulsiones emancipatorias. Antes bien, dicho espacio se construye enpolmicas acerca de la igualdad y la libertad. Puedo decir que si la poltica es la prctica del disenso,entonces el punto ciego es un efecto de la desidentificacin y, por ende, de la liberacin, que hace suaparicin a medida en que actuamos por lograr la igualdad y la libertad, mucho antes de habernosdeshecho de los ltimos sinvergenzas que obstaculizan el desarrollo de una y otra.

    Foucault nos ofrece otro ngulo para pensar en esta brecha, al afirmar que no hay una relacin depoder sin resistencia, sin escapatoria o huida (1988, p. 243). Hay un encuentro continuo entre lasrelaciones de poder, por las cuales se entienden las acciones sobre las acciones de otros, con el propsitode estructurar el posible campo de accin de los otros (p. 239), y las estrategias de lucha oinsubordinacin, encuentro en el cual cada una de ellas, la relacin de poder y la estrategia deinsubordinacin, constituye la una para la otra, una especie de lmite permanente, un punto de inversinposible (p. 243).

    Este encuentro nos permite considerar la dominacin tanto en el sentido tradicional de una estructuraglobal de poder como en el sentido foucaultiano de una situacin estratgica entre adversarios. En unasituacin estratgica, el equilibrio sistmico, si existe semejante cosa, es de naturaleza metaestable, puestoque cambia continuamente de acuerdo con los combates recurrentes entre los adversarios. Esta situacinabre una regin intersticial o una zona gris donde los que mandan no logran estructurar plenamente elcampo de accin de los dems. Sin embargo, consiguen estructurarlo hasta cierto punto, y por eso elintersticio es un espacio de tensin y no una regin de libertad irrestricta donde los dominados puedenhacer lo que les plazca. Una poltica que busca interrumpir lo dado utiliza este intersticio para introducircambios en la particin de lo sensible; es un espacio para la puesta en escena de negociacionesconcernientes a la libertad y la igualdad en la vida cotidiana.2

    La conjuncin de la actividad de revolucionar con la regin intersticial invalida la creencia de que la

    emancipacin est siempre y necesariamente ligada a momentos excepcionales de disrupcin del ordenestablecido, y nos recuerda que no puede haber un orden que domine absolutamente, un orden dominantesin remanentes. El revolucionar y la regin intersticial le quitan fuerza a la interpretacin realista del arte delo posible al imaginar algo por venir un mundo diferente en el que podamos avanzar ms all de lalibertad y la igualdad que tenemos hoy y actuar para que ese por venir suceda. Ambos refuerzan elargumento acerca del carcter cotidiano de la prctica de la emancipacin y la agitacin.

    NOTAS:

    * Una versin previa de este artculo apareci bajo el ttulo de "Stirred and Shaken. A Symptomatology of the 'Art of the Possible'", enla revista inglesa de teora crtica Parallax, vol. 11, nm. 4, 2005, pp. 12-22. Quiero agradecer los comentarios de Alistair Rider y ados reseistas annimos que dictaminaron el artculo para Parallax. Esta es una versin revisada y expandida que ser incluida enmi libro Politics on the Edges of Liberalism (Edinburgh, Edinburgh University Press, 2007). Agradezco al Servicio de Traduccin del

    Departamento de Lenguas de la Facultad de Comunicacin y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogot,Colombia, por haber hecho una traduccin elegante y profesional. La revisin y correccin posteriores fueron hechas por el autor.

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    1. Est, tambin, la crtica clsica al realismo, a saber, que su pretendida superioridad epistemolgica suena vaca, porque da porhecho que su propio discurso describe las cosas tal como son. Barthes cuestiona esto en S/Z, mediante una lectura ingeniosa deun texto realista -la breve novela Sarrasine, de Balzac- que demuestra que la intertextualidad se encarga de socavar la pretensinrealista de que nos ofrece una mera trascripcin denotativa del mundo. En sus palabras: "La denotacin no es el primero de lossentidos, pero finge serlo; bajo esta ilusin no es finalmente sino la ltima de las connotaciones (la que parece a la vez fundar yclausurar la lectura), el mito superior gracias al cual el texto finge retornar a la naturaleza del lenguaje, al lenguaje como naturaleza:

    por muchos sentidos que libere una frase posteriormente a su enunciado, no parece decirnos algo sencillo, literal, primitivo: algoverdadero en relacin a lo cual todo lo dems (lo que viene despus, encima) es literatura?" (Barthes, 2001, p. 6).

    2. El topos del nmada de Deleuze y Guattari (1988) y la distincin que hace de Certeau (1984) entre estrategia y tctica son algunasde las representaciones ms fascinantes de esta regin intersticial. La ZAT de Bey es una imagen de esa regin.

    BIBLIOGRAFA:

    Allport, G. (1979), The Nature of Prejudice [1954], Cambridge, Mass., Perseus Books.Barthes, R. (2001), S/Z, Mxico, Siglo XXI.Benjamin, W. (1969), Theses on the Philosophy of History, en Arendt, H. (edit.), Illuminations, New York, Schocken Books, pp. 253-264.Bey, H. (1991), T. A. Z. The Temporary Autonomous Zone, Ontological Anarchy, Poetic Terrorism , Brooklin, Autonomedia, disponibleen http://www.hermetic.com/bey/taz_cont.htmlCarlson, M. (1999, 21 de junio), The Trouble with Pleasing Everyone, en Time.

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    Alteridades y subjetividadesen las ciudadanas contemporneasChantal Mouffe

    A travs de su ponencia en este evento, Jess Martn-Barbero nos da por tarea pensar en el ojo del

    huracn del momento contemporneo. Creo que esto es muy importante, pero necesita una buena base

    terica para ser hecha adecuadamente. Quiero contribuir en la elaboracin de esa base a partir de dos

    puntos: la naturaleza de lo poltico y las identidades colectivas polticas que estn en juego.

    El punto de partida de mi anlisis es nuestra actual incapacidad para percibir de un modo poltico los

    problemas que encuentran nuestras sociedades. Lo que quiero decir con esto es que, contrariamente a la

    idea que se acepta a menudo, las cuestiones polticas no son meros asuntos tcnicos destinados a ser

    resueltos por expertos; las cuestiones propiamente polticas siempre implican decisiones que requieren

    optar entre alternativas en conflicto.

    Considero que esa incapacidad para pensar polticamente, en la cual nos encontramos hoy en da, se debe

    en gran medida a la hegemona indiscutida del liberalismo. La primera parte de mi reflexin va a estar

    dedicada a examinar el impacto de las ideas liberales en las ciencias humanas y en la poltica. Mi objetivo

    es sealar la deficiencia central del liberalismo en el campo poltico y su negacin del carcter inerradicable

    del antagonismo.

    El liberalismo, del modo que lo entiendo en el presente contexto porque evidentemente hay varias

    maneras de entender el liberalismo es un discurso filosfico con numerosas variables, unidas no por una

    esencia comn, sino por una multiplicidad de lo que Wittgenstein denomina parecidos de familia. Sin duda,

    existen diversos liberalismos, algunos ms progresistas que otros, pero, con algunas excepciones, la

    tendencia dominante en el pensamiento liberal se caracteriza por un enfoque racionalista e individualista

    que impide reconocer la naturaleza de las identidades colectivas. Este tipo de liberalismo es incapaz de

    comprender de forma adecuada la naturaleza pluralista del mundo social con los conflictos que ese

    pluralismo acarrea; conflictos para los cuales no existe ni puede existir nunca una solucin racional.

    En la tpica comprensin liberal del pluralismo se afirma que vivimos en un mundo en el cual existen

    diversos valores y perspectivas que debido a limitaciones empricas nunca podremos adoptar en su

    totalidad, pero que en su vinculacin constituyen un conjunto armonioso y no conflictivo; por eso ese tipo

    de liberalismo se ve obligado a negar lo poltico en su dimensin antagnica. El desafo ms radical del

    liberalismo, as entendido, lo encontramos en el trabajo de Carl Schmitt, cuya provocadora crtica utilizo

    para confrontarla con los supuestos liberales.

    En su libro El concepto de lo poltico, Schmitt declara sin rodeos que el principio puro y riguroso del

    liberalismo no puede originar una concepcin especficamente poltica. Todo individualismo consistente

    debe negar lo poltico, en cuanto requiere que el individuo permanezca como el punto de referencia

    fundamental.

    El individualismo metodolgico que caracteriza al pensamiento liberal excluye la comprensin de la

    naturaleza de las identidades colectivas; sin embargo, para Schmitt el criterio de lo poltico su diferencia

    especfica es la discriminacin amigo-enemigo. Tiene que ver con la formacin de un nosotros opuesto

    a un ellos, y se trata siempre de formas colectivas de identificacin relacionadas con el conflicto y con el

    antagonismo.

    Un punto clave en el enfoque de Schmitt es que, al sealar que todo consenso se basa en actos de

    exclusin, se demuestra la imposibilidad de un consenso racional totalmente inclusivo. Ahora bien, como ya

    lo seal, junto al individualismo, el otro rasgo central de gran parte del pensamiento liberal es la creencia

    racionalista en la posibilidad de un consenso universal basado en la razn.

    No hay duda, entonces, de que lo poltico en su dimensin de antagonismo constituye su punto ciego. Lo

    poltico no puede ser comprendido por el racionalismo liberal, por la sencilla razn de que todo racionalismo

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    consistente necesita negar la irreductibilidad del antagonismo. El liberalismo debe negar el antagonismo ya

    que, al destacar el momento ineludible de la decisin y ac utilizo el trmino decisin en el sentido fuerte

    decidir en un terreno indecidible, lo poltico tiene que ver con ese momento de la decisin; entonces, el

    antagonismo revela el lmite de todo consenso racional. En cuanto el pensamiento liberal adhiere al

    individualismo y al racionalismo, su negacin de lo poltico, en su dimensin antagnica, no es una mera

    omisin emprica, sino una omisin constitutiva.

    El libro de Schmitt, El concepto de lo poltico, se public en 1932, pero creo que su crtica es ms relevante

    que nunca. Si examinamos la evolucin del pensamiento liberal desde entonces, podemos distinguir dos

    paradigmas principales. El primero de ellos, denominado en ocasiones agregativo, concibe a la poltica

    como el establecimiento de un compromiso entre diferentes fuerzas en la sociedad. Los individuos son

    descritos como seres racionales guiados por la exaltacin de sus propios intereses que actan en el mundo

    poltico de una manera instrumental. En realidad, la idea del mercado aplicada al campo de la poltica es

    aprendida a partir de conceptos tomados de la economa; los mismos tericos hablan de un modelo

    econmico de la democracia.

    El otro paradigma, el deliberativo, que se ha desarrollado como reaccin a ese modelo agregativo

    instrumentalista, aspira a crear un vnculo entre la moralidad y la poltica. Sus defensores quierenreemplazar la racionalidad instrumental por la racionalidad comunicativa. Presentan el debate poltico como

    un campo especfico de aplicacin de la moralidad y piensan que es posible crear, en el campo de la

    poltica, un consenso moral racional, mediante la libre discusin. En este caso, la poltica est aprendida no

    mediante la economa, sino mediante la tica y la moralidad; pero, en los dos casos, se deja de lado esa

    dimensin del antagonismo que he dicho, y en ese sentido estoy de acuerdo con el anlisis de Schmitt: es

    constitutiva de lo poltico.

    El desafo que le plantea Schmitt a la concepcin racionalista de lo poltico es, en realidad, claramente

    reconocido por Jrgen Habermas, uno de los principales defensores del modelo deliberativo, que intenta

    exorcizarlo afirmando que aquellos que cuestionan la posibilidad de tal consenso racional y sostienen que la

    poltica constituye un terreno en el cual uno siempre puede esperar que exista discordia, socavan la

    posibilidad de la democracia. A diferencia de Habermas, y de todos aquellos que afirman que tal

    interpretacin de lo poltico es contraria al proyecto democrtico, considero que el nfasis de Schmitt en la

    posibilidad siempre presente de la distincin amigo-enemigo y en la naturaleza conflictual de la poltica

    constituye el punto de partida necesario para concebir de manera adecuada los objetivos de la poltica

    democrtica.

    Esta cuestin, a diferencia de lo que opinan los tericos liberales, no consiste en cmo negociar un

    compromiso entre intereses en conflicto, ni tampoco cmo alcanzar un consenso racional de tipo moral. La

    especificidad de la poltica democrtica no es la superacin de la oposicin nosotros-ellos, sino el modo

    diferente en el cual esa oposicin se va a establecer.

    A mi modo de ver, la democracia requiere trazar la distincin nosotros-ellos, de modo que sea compatible

    con el reconocimiento del pluralismo constitutivo de la democracia moderna. Esa, me parece, es la tarea

    principal a la cual tenemos que confrontarnos: cmo crear y formar identidades polticas que son siempre detipo colectivo, de manera que sea congruente con el pluralismo.

    En ese punto debemos tomar distancia de Schmitt, quien era inflexible en su concepcin de que no hay

    lugar para el pluralismo dentro de una comunidad poltica democrtica. Segn la entenda, la democracia

    requiere la existencia de un demos homogneo, y esto excluye toda posibilidad de pluralismo interno. Por

    eso Schmitt vea una contradiccin insalvable entre el pluralismo liberal y la democracia. Para l, el nico

    pluralismo posible porque de alguna manera Schmitt era un pluralista era el pluralismo de Estados, no

    un pluralismo que sea interior al Estado.

    Entonces, evidentemente, como lo deca, debemos tomar nuestras distancias de Schmitt para pensar la

    poltica democrtica de esa manera; pero se trata de pensar con Schmitt-contra Schmitt, utilizando su

    crtica, que me parece muy acertada, al individualismo y al pluralismo liberal, para proponer una nuevainterpretacin de la poltica democrtica, en lugar de seguirlo en el rechazo de la poltica democrtica

    pluralista.

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    Desde mi punto de vista, una de las ideas centrales de Schmitt es su tesis segn la cual las identidades

    polticas consisten en un cierto tipo de relacin nosotros-ellos. La relacin que l llama amigo-enemigo y

    que puede surgir a partir de formas muy diversas de relaciones sociales, a partir de la economa, de la

    religin, de las etnias, de las naciones, es decir: la base de las relaciones sociales donde puede surgir la

    relacin amigo-enemigo es en realidad muy variada.

    Al destacar Schmitt la naturaleza relacional de las identidades polticas, anticipa varias corrientes de

    pensamiento como el postestructuralismo, que luego har hincapi en el carcter relacional de todas las

    identidades. En la actualidad, gracias a estos desarrollos tericos posteriores, estamos en situacin de

    elaborar mejor lo que Schmitt afirm taxativamente, pero dej sin teorizar. Nuestro desafo es desarrollar

    sus ideas en una direccin diferente y visualizar otras interpretaciones de la distincin amigo-enemigo,

    interpretaciones compatibles con el pluralismo democrtico. Me ha resultado particularmente til para tal

    proyecto la nocin de exterior constitutivo, ya que revela lo que est en juego en la constitucin de la

    identidad. Esa es una nocin que propuso el filsofo estadounidense Henry Staten, en su libro Wittgenstein

    y Derrida, para referirse a una serie de temas desarrollada por Derrida, en torno a una serie de nociones

    como suplemento, traza y differance.

    El objetivo es destacar el hecho de que la creacin de una identidad implica siempre establecer unadiferencia. Diferencia, como lo indica Derrida, que a menudo se construye sobre la base de una jerarqua,

    por ejemplo, entre forma y materia, blanco y negro, etc. Pero una vez que se haya entendido que toda

    identidad es relacional y que la afirmacin de una diferencia, es decir, de un exterior constituyente, es una

    condicin de la existencia de tal identidad, que la percepcin de otro que constituye su exterior es

    absolutamente central para que exista una identidad, pienso que estamos en una posicin ms adecuada

    para entender el argumento de Schmitt acerca de la posibilidad siempre presente del antagonismo y para

    entender cmo una relacin social que no era, de ninguna manera, una relacin antagnica se puede

    convertir en un terreno frtil para el antagonismo.

    En el campo de las identidades colectivas lo que me interesa aqu (el argumento de Derrida es, sobre

    todo, tipo de identidad y de objetividad, y estoy aplicando el concepto al campo de las identidades

    colectivas) se trata de crear un nosotros que slo puede existir por la demarcacin de un ellos, que es

    el exterior constitutivo del nosotros. Esto, por supuesto, no significa que la relacin nosotros-ellos sea

    necesariamente una de tipo amigo-enemigo, es decir, una relacin antagnica; hay muchas otras formas no

    antagnicas. Pero deberamos admitir que, en ciertas condiciones, existe la posibilidad de que una relacin

    nosotros-ellos se vuelva antagnica.

    Segn Schmitt, para que esa relacin nosotros-ellos sea poltica, en sus trminos, por supuesto, tendra que

    tomar la forma antagnica amigo-enemigo. Por eso no poda aceptar la presencia de tal relacin dentro de

    la asociacin poltica y, sin duda, tendra razn al advertir los peligros que implica un pluralismo antagnico

    para la permanencia de una asociacin poltica en otra asociacin de la misma especie. Si los grupos se

    ven en trminos de amigo-enemigo, evidentemente se va a llegar a la destruccin de la asociacin poltica;

    no obstante, lo voy a argumentar en un momento: esa distincin amigo-enemigo puede ser considerada tan

    slo una de las formas posibles de expresin de esa dimensin del antagonismo que es constitutiva de la

    poltica. Tambin podemos, si bien admitiendo la posibilidad siempre presente del antagonismo, imaginarotros modos polticos de construccin del nosotros-ellos. Si tomamos este camino, nos daremos cuenta de

    que el desafo para la poltica democrtica consiste en intentar impedir el surgimiento del antagonismo

    mediante una manera diferente de establecer la relacin nosotros-ellos.

    Antes de continuar desarrollando ese punto, quiero extraer una primera conclusin terica de las reflexiones

    previas, para que ustedes sean capaces de seguir fcilmente mi razonamiento: a esta altura podemos

    afirmar que la distincin nosotros-ellos condicin de posibilidad de formacin de las identidades

    polticas puede, en ciertas ocasiones, convertirse en el locus de un antagonismo, puesto que todas las

    formas de identidad poltica implican una distincin nosotros-ellos, debido a que siempre en la poltica

    tenemos que ver con identidades colectivas.

    La posibilidad de emergencia de un antagonismo nunca puede ser eliminada; siempre existe. Por lo tanto,es una ilusin creer en el advenimiento de una sociedad en la cual pudiera haberse eliminado

    definitivamente el antagonismo y creado un consenso racional. El antagonismo, como afirma Schmitt, es

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    una posibilidad siempre presente; podramos decir que lo poltico pertenece a nuestra condicin ontolgica.

    Ahora paso a otro concepto importante para entender lo poltico. Junto al antagonismo, el concepto de

    hegemona constituye el otro aspecto clave para tratar la cuestin de lo poltico. Considerar lo poltico como

    la posibilidad siempre presente del antagonismo, requiere aceptar la ausencia de un fundamento ltimo y

    reconocer la dimensin de indecibilidad que domina todo orden; en otras palabras, precisa admitir lanaturaleza hegemnica de todos los tipos de orden social y el hecho de que toda sociedad sea el producto

    de una serie de prcticas que intenta establecer un orden en un contexto de contingencia.

    Lo poltico se vincula siempre con actos de institucin hegemnica. En ese sentido, podemos distinguir lo

    social de lo poltico. Lo social se refiere al campo de lo que podramos llamarprcticas sedimentadas, esto

    es, prcticas que ocultan los actos originales de su institucin poltica contingente y que se dan por

    sentadas como si se fundamentaran a s mismas. Las prcticas sociales sedimentadas, lo que aparece

    como normal, son una parte constitutiva de toda sociedad posible, es decir, no todos los vnculos sociales

    pueden ser cuestionados al tiempo. Lo social y lo poltico tienen el estatus de lo que Martin Heidegger

    denomin existenciales, es decir, dimensiones necesarias de toda vida social.

    Todo orden es la articulacin temporaria y precaria de prcticas contingentes. La frontera entre lo social y lopoltico es inestable y requiere desplazamientos y renegociaciones entre los actores sociales, es decir, las

    cosas siempre podran ser de otra manera y, por lo tanto, todo orden est basado en la exclusin de otras

    posibilidades. En ese sentido puede ser llamado poltico, ya que es la expresin de una estructura particular

    de relaciones de poder. Eso es un elemento muy importante, pues demuestra que nunca podemos aceptar

    esas teoras que afirman que no hay alternativa; siempre hay una.

    Todo orden es la negacin de otras posibilidades y siempre puede transformarse. Esa reflexin que a

    primera vista puede parecer extremadamente abstracta y terica tiene consecuencias muy importantes para

    pensar la poltica. El poder es constitutivo de lo social, porque lo social nunca podra existir sin las

    relaciones de poder mediante las cuales se le da forma (aunque en un momento dado pueda ser

    considerado una cierta disposicin como el orden natural junto con el sentido comn). Eso siempre es el

    resultado de prcticas hegemnicas sedimentadas; nunca es la manifestacin de una objetividad ms

    profunda, externa a las prcticas que lo originan, as que la poltica siempre puede transformar esas

    relaciones de poder.

    En resumen, todo orden es poltico y est basado en algunas formas de exclusin; siempre existen otras

    posibilidades que han sido reprimidas y que pueden reactivarse. Las prcticas articuladoras a travs de la

    cuales se establece un determinado orden y se fija el sentido de lo que es natural, del sentido comn, es a

    lo que llamoprcticas hegemnicas. Todo orden hegemnico es susceptible de ser desafiado por prcticas

    contrahegemnicas, es decir, prcticas que van a intentar desarticular el orden existente para instaurar otra

    forma de hegemona.

    Respecto de las identidades colectivas, nos encontramos en una situacin similar. Las identidades son el

    resultado de procesos de identificacin y jams pueden ser completamente estables; nunca nos

    enfrentamos a oposiciones nosotros-ellos que expresen identidades esencialistas existentes a procesos deidentificacin. Adems, como ya lo he sealado, el ellos representa la condicin de posibilidad del

    nosotros, su exterior constitutivo. Eso significa que la constitucin de un nosotros especfico depende del

    tipo de ellos del cual se diferencia, ese es un punto crucial, porque nos permite concebir la posibilidad de

    diferentes tipos de relacin nosotros-ellos, de acuerdo con el modo en el que el ellos va a ser construido.

    Segn el anlisis que acabo de presentar, parecera que una de las tareas principales para la poltica

    democrtica consiste en distender el antagonismo potencial existente en las relaciones sociales. Si

    aceptamos que esto no es posible trascendiendo la relacin nosotros-ellos, sino slo mediante su

    construccin de un modelo diferente, surgen los siguientes interrogantes: en qu consistira una relacin

    de antagonismo que uno podra llamardomada? Qu forma de nosotros-ellos implicara? El conflicto, para

    ser aceptado como legtimo, debe adoptar una forma que no destruya la asociacin poltica. Eso significa

    que debe existir algn vnculo comn entre las partidas en conflicto, de manera que no traten a susoponentes como enemigos que deben ser erradicados. Eso es lo que ocurre en la relacin antagnica

    amigo-enemigo; sin embargo, los oponentes tampoco pueden ser considerados simples competidores,

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    cuyos intereses pueden tratarse mediante la mera negociacin o ser reconciliados por medio de la

    deliberacin racional, porque en ese caso eliminaramos el elemento antagnico.

    Si queremos sostener la permanencia de la dimensin antagnica del conflicto, el hecho de que nunca

    pueda ser eliminado, aceptando la posibilidad de que ese antagonismo sea sublimado o domado, debemos

    considerar un tercer tipo de relacin, y es ese el tipo de relacin que he propuesto denominaragonismo.

    Mientras en el antagonismo estamos frente a una relacin amigo-enemigo, en la cual no hay nada en

    comn, ningn marco simblico compartido entre las partes implicadas; el agonismo, a diferencia del

    antagonismo, establece una relacin nosotros-ellos, en la cual las partes en conflicto, si bien admiten la no

    existencia de una solucin racional a su desacuerdo, reconocen la legitimidad de sus oponentes. Eso

    significa que aunque en el conflicto se perciban a s mismos como pertenecientes a la misma asociacin

    poltica, es decir, que comparten un espacio simblico comn dentro del cual tiene lugar el conflicto, no

    estamos frente a una relacin de enemigos, sino de adversarios, caso que encontramos en el agonismo. Y

    por eso el adversario constituye una categora crucial para la poltica democrtica.

    El modelo adversarialdebe considerarse constitutivo de la democracia, porque, precisamente, le permite a

    la poltica democrtica transformar el antagonismo en agonismo; en otras palabras, nos ayuda a concebircmo puede sublimarse la dimensin antagnica gracias al establecimiento de instituciones y prcticas a

    travs de