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Santa Amalia S 0699555 UTM 4315358 Altitud 368 Santa Amalia es (era) una diminuta caseta que, pegada a la carretera a Navalón, todo el mundo conoce. Ahora bien, como es tan diminuta muy pocos pueden pensar que en su interior alberga un pozo y… ¡qué pozo! Tan importante ha devenido el pozo que mandara don Joaquín Sanchiz, abogado que viviera en la plaza del Síndico Martín Barrón, e hiciera allá por el año 1917 el tío Pepe López, conocido como “chato el espardeñero”, que nos va a servir de informador de cómo un pozo muerto, es decir, seco puede volver a la vida. Y así fue como, en esta época de mi vida en que, no sé si por causa del cambio climático, ha vuelto a ser pródigo en aguas de lluvia, me he planteado el origen de la cantidad de pozos muertos con los que me he encontrado en este peregrinar por los campos de La Vall. En efecto, lo primero que se me ocurre cuando me acerco a un pozo es tirar una piedra al fondo para saber si está o no vivo. Y, no sé por qué cuando no vivía el pozo pensaba que era a causa de la sequía; y, tal vez, fuera cierto en su causa remota. ¿Por qué digo esto? Atiendan a la historia siguiente, con núcleo en el pozo de Santa Amalia…

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Santa Amalia S 0699555 UTM 4315358 Altitud 368 Santa Amalia es (era) una diminuta caseta que, pegada a la carretera a Navalón, todo el mundo conoce. Ahora bien, como es tan diminuta muy pocos pueden pensar que en su interior alberga un pozo y… ¡qué pozo!

Tan importante ha devenido el pozo que mandara don Joaquín Sanchiz, abogado que viviera en la plaza del Síndico Martín Barrón, e hiciera allá por el año 1917 el tío Pepe López, conocido como “chato el espardeñero”, que nos va a servir de informador de cómo un pozo muerto, es decir, seco puede volver a la vida. Y así fue como, en esta época de mi vida en que, no sé si por causa del cambio climático, ha vuelto a ser pródigo en aguas de lluvia, me he planteado el origen de la cantidad de pozos muertos con los que me he encontrado en este peregrinar por los campos de La Vall.

En efecto, lo primero que se me ocurre cuando me acerco a un pozo es tirar una piedra al fondo para saber si está o no vivo. Y, no sé por qué cuando no vivía el pozo pensaba que era a causa de la sequía; y, tal vez, fuera cierto en su causa remota. ¿Por qué digo esto? Atiendan a la historia siguiente, con núcleo en el pozo de Santa Amalia…

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“… esto hace ya muchos años”. Tantos que José Saez “Saetes” quien me lo contaba, a la sazón, recién casado hoy ya no pasea a la pareja de nietos, que tanto disfrutó en plena plaza del Caudillo, digo del País Valenciano, digo: Comunidad Valenciana. Lo cierto y verdad es que sus padres les obsequiaron con el trabajo y, fruto de sus amistades y del trabajo, logró comprar los campos de la caseta de Santa Amalia, que le permitían el acceso a los suyos que tenía contiguos a aquellos. Una vez pagó y formalizó la compra, abrió el acceso para carro desde la carretera a los otros dos campos de más abajo y… “… como tú sabes lo impetuoso que siempre he sido, lo primero que hice fue pensar en hacer algo de verduras… para la tienda, ¡pero resulta que el pozo estaba seco! “Comentándolo en el bar con la pandilla, el tío Llebrero, sí, el que vivía en la portería de las escuelas del Convento; pues como te decía, me vio tan despagao que, al par de días, se me acercó y me dijo:

“- Si quieres verduras, las tendrás. “A lo primero pensé que era una broma que me quería gastar, porque ya sabes cómo era de bromista. Pero, no; era verdad que me quería echar una mano. A los pocos días, un domingo para ser más exacto, que ni yo abría la tienda ni salía con el carro, ocurrió algo que precipitó los acontecimientos.

“En efecto, al domingo, en compañía del tío Providencio López –sí, el abuelo de los de la Solana, del Montana, etc– tomamos el montante y nos fuimos a ver el pozo. “Antes de darme cuenta, ya estaba bajando p’abajo, apoyándose en una especie de agujeros que había en las paredes… A mí la camisa no me tocaba el cuerpo y ¡tenía una sudor chelá! “Al rato ví aparecer la cabeceta por el brocal, ¡qué alivio! Pero, antes de acabar de reponerme y como si allí no hubiera pasado nada, me dice:

“- Xiquet, esto en vez de un pozo parece una cuadra; hay trastos pa parar un tren; ché, ¡hasta bicicletas hay!

“Entonces habló con el tío José Sanz el “llebrero”, ¿te acuerdas?; sí, y como eran to’s ellos una piña… Total, que nos convoyamos los tres, ellos dos y yo, y preparaos de buen almuerzo y mejor acompañante líquido, allá que nos fuimos al pozo. “Yo me había preparao una buena carrucha y mejor maroma, que le compré al Chato de un rollo nuevo que tenía: ¡a mí no volvían a ponerme los pelos de punta viendo cómo bajaban al fondo apoyaos en los ujericos aquellos! Total, que atamos al tío Pepe Sanz por la cintura y chino chano… al fondo.

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“De pronto, chilló diciendo que subiéramos la cuerda. Así que, ¡ále!, p’ arriba. “¿Has dicho p’arriba? “Allí aparecieron pozales, ganchos, azadas, ganchetes de la piedra,… ché: de tó: ¡hasta dos bicicletas! “A todo esto, de comer nada y de beber menos ¡bonicos eran! “Cuando se terminó de sacar toda la porquería, nos pidió que le bajáramos los pozales con agua y los trapos que había traído. Así lo hicimos. “El tío Providencio y yo estábamos arriba. Pasó un cuarto; media hora… y nà; hora y media… y nà; hasta que cerca de las once y cuarto, le oigo que nos mandaba cambiarle el agua de los pozales. Lo hicimos y, al ratico, nos dice que tiráramos p’arriba de la cuerda. “Primero salieron los pozales con un agua que más parecía tarquín verde y a lo último él, que parecía salir de la balsa que tenía tu padre en el merdancho…

“Bueno, recogimos todo y se pusimos a almorzar como correspondía: bien. En esto, tú ya lo sabes, es en lo único que yo podía colaborar y lo hice como sé, además, ¡de la ilusión que tenía…! “La verdad es que yo no entendía nada de lo que estaban haciendo, pero mi compromiso era preparar un buen almuerzo y lo hice, porque podía, en aquellas fechas… ¡a ti qué te tengo que contar! “Estábamos terminando de almorzar y allí ninguno de ellos parecía acordarse del pozo, come que te comerás, aunque la verdad era que ¡más bien bebían que tomaban bocao! Pero, bueno, ellos eran los entendidos ¿no? Y yo tenía que cumplir mi parte que, como acabo de decirte, era el condumio y el bebundio… “De pronto, el tío Llebrero me dice:

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“- Tira al pozo el pozal, que ya habrá agua. “Yo disimulé lo que pude; pero creo que mi almuerzo lo acabaron las hormigas. “Cogí el pozal y la cuerda y lo hice bajar en un santiamén. “Con el corazón en un puño esperé oír el ruido de chocar el pozal y… tanto como se oyó, pero contra el agua. “Me refrené para no parecer lo que era: un incrédulo; pero las facciones de mi cara creo que me delataban; así que no me volví; actué como si lo que estaba haciendo hubiera sido meter el pozal en un pozo que siempre hubiera tenido agua. “Tiré de la cuerda. La carrucha volvía a sonar, aunque el peso del pozal era liviano. “Cuando llegó arriba, mi sensación era mitad y mitad; por un lado, era cierto: ¡había agua en el pozal!, por otro, lo que había en el pozal era más verde… “- No te preocupes chiquet, ya volverá a su color natural. “A los días en el bar me comentó alguien que le tirara cal, y lo hice; pero aquello no se podía beber. “Después de tantos años sin agua ¿qué más da un mes de más o de menos?

“- Espera y no dejes de pozar. A más poces, antes saldrá más normal el agua. “Así lo hice y ¿sabes qué? ¡que planté verduras y melonar! ¿Qué había hecho el tío Pepe? Limpiar las paredes, bueno y todo lo demás que estaba en el fondo. La explicación es lógica: el agua que, según el Chato, había sido mandada analizar por don Joaquín Sanchiz era muy rica en minerales, especialmente en potasio. Claro al dejar de pozar el agua, las sales incrementaron su concentración que se fue adhiriendo a las paredes. Según el Chato y el Llebrero los últimos metros del pozo eran una escorrentía. Si las sales se fueron adhiriendo a las paredes, acabaron haciendo una película impermeable que, mientras no se quitó, impedía que el agua manara, logrando que el pozo se secara. Moraleja: si tu pozo está seco lo primero es limpiarle las paredes en la franja por donde mana el agua y, segundo, no olvides que a más poces más agua manará. La recíproca también es cierta: a menos poces más peligro tienes de que exista concentración de sales y minerales en el agua, que acabarán por impermeabilizar las paredes y… secar tu pozo.

Pozo Perelló, en el Ral S 0699862 UTM 4316005 Altitud 342 Desde el enclave de las Garroferas de los peones, descrito anteriormente, tomamos la carretera en dirección al pueblo y a mitad del trecho, entre el cruce de la carretera con el camino Viejo de Vallada y la curva cerrada, tomaremos una pendiente que existe a la derecha.

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Al final de la subida nos encontramos con tres preciosos ejemplares de pino australiano o roble de agua, así como una construcción doble. Tras la puerta de la derecha se encuentra el pozo. Me dicen que debe ser un pozo “pobre de agua, dado que se alimenta del agua de lluvia”. Sin negar ni afirmar lo contrario, entiendo que el argumento no es concluyente toda vez que el de la casa donde vivo, en la Higüela, antes y ahora recogía las aguas de lluvia de los tejados y mi madre afirmaba que de este pozo, aún no siendo de mi abuelo, se surtían en épocas de persistente y aguda sequía para el servicio de casa, que era mayor que el general de una vivienda, pues incluía la limpieza de los cacharros propios de la venta de leche del ganado, que mi abuelo tenía.

Pocico Pizcorro S 0699218 UTM 4315817 Altitud 379 Esta pocico se encontraba en el alvéolo izquierdo del barranco de Benacancil, exactamente en la desembocadura del desaguador de la partida de la Higüela en aquel. Hoy sería el final del subidor al tercer campo de la propiedad pegada al margen izquierdo del Benacancil. Se trata de un campito de reducidas dimensiones, hoy plantado de oliveras jóvenes, pero que en su día debió ser el lugar donde cultivar las verduras para el autoconsumo, así como alguna tablilla de alfalfa para los animales domésticos y del corral.

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Recientemente el propietario de los campos en que se encontraba el pocico, aprovechando la llegada del sistema actual de regadío, lo tapió. Aunque lo curioso del caso es que, como se pude observar en la foto, el pocico se ha vengado y, además de ceder el terreno de lo que fuera el brocal, ha abierto un sumidero por el que las aguas vuelven a su antiguo redil. En todo caso, agradecer al propietario la delicadeza de mostrarnos y hacer público la existencia de este pocico que sirvió a la familia como reservorio en épocas de necesidad.

Pocico de las Puretas S 0699288 UTM 4316092 Altitud 310 Si llegamos por la Fonteta, tras pasar el puente, entraríamos por el campo situado en el margen derecho del barranco. Aguas arriba, tras subir por el ribazo al bancal, nos encontraremos con este singular pocico, pegado al barranco y bajo el ribazo transversal, que tiene un peral y junto a un membrillero.

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Digo singular porque es cuadrado, de dimensiones no superiores a 50cm de lado. Las paredes son de mampostería de la época y rematado con un pequeño brocal de grandes piedras labradas. Hoy todo ello está cubierto con una plancha de hojalata sobre la que colocaron un palet de madera como sujeción. Me contaba mi informante que el dueño del campo le comentaba que allí cultivaba verduras para casa, pues ese era su entretenimiento; con el incremento de su edad se hizo más cuesta arriba dichos cultivos y terminó por abandonarlo todo, no sin antes “tapar” el pozo. Por ello me avisaba que sería difícil encontrarlo, pues pensaba que estaría tapado con cemento. Pero, ya digo que es una alegría encontrar estas manifestaciones del trabajo de nuestros antepasados, especialmente cuando pensamos cómo pudieron hacer una excavación de tales dimensiones y, especialmente, cómo pudieron recubrirlo con piedra y materiales. Pienso que mi informante debía hacer referencia de oídas al pozo que debió existir en el centro del campo de encima de éste de las Puretas, pues la madre de la actual dueña recordaba haber oído a su abuela que, “en el campo de arriba y en el cuadro de las oliveras, había otro pozo. Pero ella no lo llegó a conocer”, añadía.

En cualquier caso, he disfrutado encontrando y gozando cómo nuestros antecesores fueron capaces de escarbar la tierra ante cualquier síntoma de humedad, de igual forma que quien, hoy en día, tuvo la delicadeza de hacerle una plancha y colocarle encima un elemento de sujeción. Lógicamente ambos, quienes excavaron y revistieron éste y otros similares allende el término, llevan genes de austeridad y trabajo bien hecho.

Pocico de la caseta de los Cera S 0699519 UTM 4316235 Altitud 328 Este pocico se encuentra dentro de la actual casa que, en el camino del Ral, es la última antes de llegar a la senda Mataovejas. En efecto, la propiedad queda lindante de entrambas rutas, formando escuadra; la proximidad de caminos no ha sido óbice para que la casa se edificara en el extremo de campo más cercano al pueblo. De mi infancia recuerdo entre nebulosas, las excursiones que hicimos los niños del coro parroquial a esta caseta del Ral. Dichas excursiones eran dirigidas por uno de los hijos de los dueños, concretamente por Jaime Barberán que era, a la sazón, director del coro parroquial y, con el tiempo, alcalde del pueblo. Dichas excursiones a merendar debían

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hacerse con motivo de las fiestas de Pascua o de Navidad, aunque apenas si lo recuerdo con exactitud.

Lo que sí recuerdo era que la caseta, dentro de la cual se encontraba el pozo en un rincón, era diminuta en comparación con la actual1. También recuerdo que el pozo, que he podido volver a ver gracias a la amabilidad del actual propietario, es rectangular y con brocal de unos cincuenta centímetros de altura y de ladrillos. El fondo del pozo, añade recordando la información que le pasara su padre –tras alguna de las bajadas para limpiarlo–, es una red de galerías que minaban la totalidad de la superficie del piso de la caseta.

Pocico Miguel Soler S 0699473 UTM 4316255 Altitud 317 El pocico se encuentra en la antigua senda Mataovejas. Hoy, con todo, habría que entrar por el puentecito que, desde el camino del Murre, se abrió para llegar al camino del Ral. Situados en este camino, a la derecha en sentido de la marcha y un campo antes de llegar al empalme de ambos caminos, tomamos el olivar que nos conduce, pegados al margen del campo superior, al mismo pozo.

1 En la foto se puede observar sus anteriores dimensiones atendiendo al zócalo.

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A fecha de hoy, el pozo está sin hornacina ni brocal, solamente le protegen las ramas de un inmenso zarzal. Lo curioso del caso es que, al margen de la prueba de la piedra, se le ve un pozo de una boca en torno al metro y medio de diámetro y, por el sonido de la piedra al chocar con el agua, el nivel de la misma debe ser muy alto. De este pozo no he podido obtener ninguna otra información, salvo que de su existencia me habló Alberto Briales y en la exacta localización me ayudara el actual dueño de la caseta de Cera. Al parecer, en la actualidad estos campos, y por tanto también lo debe ser el pozo, son de la Fundación ADISPEC, a quien llegó como donación de la familia Soler a la muerte del Maestro Soler en razón, pienso, de la profunda y sincera relación profesor – alumno existente entre él y doña Ángela Perales Server, alma de dicha Fundación y para mí amiga de la infancia, de la juventud, de la madurez y de la enfermedad. A fecha de hoy, el pozo está sin hornacina ni brocal, solamente le protegen las ramas de un inmenso zarzal. Lo curioso del caso es que, al margen de la prueba de la piedra, se le ve un pozo de una boca en torno al metro y medio de diámetro y, por el sonido de la piedra al chocar con el agua, el nivel de la misma debe ser muy alto. De este pozo no he podido obtener ninguna otra información, salvo que de su existencia me habló Alberto “Briales” y en la exacta localización me ayudara el actual dueño de la caseta de Cera. Al parecer, en la actualidad estos campos, y por tanto también lo debe ser el pozo, son de la Fundación ADISPEC, a quien llegó como donación de la familia Soler a la muerte del Maestro Soler en razón, pienso, de la profunda y sincera relación profesor – alumno existente entre él y doña Ángela Perales Server, alma de dicha Fundación y para mí amiga de la infancia, de la juventud, de la madurez y de la enfermedad.

Pocico de Leonoreta Pérez S 0699448 UTM 4316313 Altitud 305’5 Al pozo, que está dentro de la caseta que se ve desde el camino, nos podemos acercar bien por el camino del Ral bien por el del Murre. Si tomamos el sentido del camino del Murre, nos desviaremos en el primer puente, de reciente construcción, que cruza el barranco de la Fonteta o Benacancil, pues con cualquiera de ambos es conocido. Dicho camino termina cuando se encuentra con el del Ral. En este camino, subiendo desde el puente, en el lado derecho de la marcha, tras la doble curva, se observa una casita en medio de los olivos viejos. Dentro de la caseta está el pozo.

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Estos campos, que hoy son propiedad de JCVMAB2, fueron de Leonor Pérez, conocida cariñosamente como Leonoreta. Vivía en la calle san José, en la casa que hace cantonera a san Francisco entrando a la izquierda. Era hermana de la madre de Barberán, que fue esposa de uno de los primeros –si no el primer– alcalde al finalizar la contienda del 36, aunque la diferencia de edad entre ambas era significativa. Cuando le llegó el momento, casó con don Vicente Hernández, un médico aragonés que llegó al pueblo al ser dotada una segunda plaza de facultativo. Pues bien, antes y después de su matrimonio la recuerdo como una de las típicas mujeres bien de la Enguera de la primera mitad del siglo pasado: siempre de punto en blanco, mujer de su casa, de su reclinatorio y sus cofradías; todo ello sin que ninguna de las cualidades enunciadas sea demérito, si no todo lo contrario. Para ella, su hermana y sus respectivos esposos mi recuerdo.

2 Le pongo el acrónimo de su nombre que, completo, es del tenor siguiente: Julio César Víctor Manuel Álvaro Benavente Pla, del que desde niño me sentí admirador y siempre amigo.