primeras paginas cuerpo expuesto

8/14/2019 Primeras Paginas Cuerpo Expuesto

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Advertencia

En 2005, Gunther von Hagens, el momificador ms

importante de la historia actual, dueo de la coleccin decuerpos humanos plastinados Bodies, fue acusado de haceruso indebido de cadveres de homnidos. El artista y cient-fico, que considera su trabajo un aporte al arte y a la medi-cina, ha dado instrucciones a la comisaria de sus exposiciones,Angelina Whalley, sobre la forma en que ser expuesto sucuerpo (dando la bienvenida a los visitantes), hecho que su-ceder en breve, dada la grave enfermedad que padece. Antelos ataques de autoridades jurdicas, mdicas y de miembrosde la iglesia sobre esta exhibicin del cuerpo humano, VonHagens ha declarado: La vida es slo una excepcin den-tro de la normalidad que supone la muerte.

Anatoly Moskvin, historiador ruso de cuarenta y

cinco aos, considerado el mximo experto en cementeriosde la ciudad de Nizhny Novgorod desenterr veintinuevecadveres de mujeres jvenes y las visti con ropas extra-das de las tumbas para su coleccin. Moskvin fue deteni-do en su casa cuando la polica acudi para consultarlosobre la profanacin. El historiador, experto en lingsticay hablante de trece lenguas, explic que extraa los cuerposy estudiaba sus vidas para descubrir al mundo cada histo-ria personal y evitar que se volvieran simples muertos.

George Church, reconocido bilogo de Harvard,plantea la posibilidad de que una mujer pueda alquilar suvientre para resucitar al Neanderthal mediante ingeniera


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gentica. Entre los beneficios encuentra que al tener ma-yor tamao craneal, estos seres podran ser ms inteligen-tes que nosotros. Cuando llegue la hora de enfrentarse auna epidemia, abandonar el planeta o lo que sea, es posi-ble que su forma de pensar nos resulte de ayuda. Quizpodran incluso crear una nueva cultura neoneanderthal yconvertirse en una fuerza poltica.

El autor de la historia que aqu se narra forma par-te de este grupo de coleccionistas.


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Cmo se han perfeccionado todas estas exquisitas

adaptaciones de una parte de la organizacin a otra o a lascondiciones de vida, o de un ser orgnico a otro ser orgnico?

Ch. D.


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Uno

Al hombre de los ojos tristes le parece que ltima-

mente el tiempo se adelanta. Es cosa de la edad, piensa.Llega un momento en que todo lo que haga ir con mslentitud y lo nico que puede oponer a ese hecho son susrutinas. Ese da se despierta sin luz, abre los ojos, qu esesto?, podra pensar, pero evita hacerlo, hay cosas peoresque esa sensacin de estar fraguado en un bloque ptreo.Sin dar tiempo a ms se levanta, a las siete, como cada ma-ana, se pone el abrigo sobre la ropa de dormir, abre elportn que da al sendero y la luz que empieza a colarse en-tre las ramas de los olmos lo anima un poco. Da su brevepaseo matinal. Nunca ms de media hora, nunca menos.De regreso a Downe House, abre el buzn. Ha hecho lomismo por aos y en cada ocasin le ha reconfortado ha-

llar las cartas de los amigos o incluso no encontrar nada.Ese da, en cambio, descubre el paquete. Amarillento ymaltrecho, no oculta que ha viajado de barco en barco porcuatro meses, como un nufrago. Por un instante, se afe-rra a la idea de que pueda ser algo familiar. Pero el remi-tente y los sellos no dejan lugar a dudas, el sobre viene deIndonesia y lo enva el naturalista Alfred Russel Wallace.Adems de una carta, hay un manuscrito. Lo sopesa. Pue-de ser una descripcin entomolgica o herbolaria que con-tribuya a completar su estudio. Ya lo sabr despus, cuandose siente a trabajar; por ahora deja el sobre a un lado y sedispone a concluir sus rituales matutinos.


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Tiene cuarenta y nueve aos, tiene un psimo esta-do de salud y no obstante se sobrepone. Se dirige al fondodel jardn y hace sus abluciones de agua helada en la du-cha exterior construida en su casa, como suele hacerlo des-de que comprob que estas prcticas en algo alivian su mal,aunque no logren erradicarlo. Nadie, ni siquiera l, tieneuna certeza sobre la enfermedad que sufre, pero los snto-

mas descritos en su diario no dejan duda alguna, est en-fermo. El mdico le pregunta qu siente y l responde:odio las visitas. Dice que no es capaz de tolerar mucha con-versacin porque le produce vmitos y fatiga extrema. Diceque cuando tiene que hablar ante la sociedad cientfica ledan temblores en todo el cuerpo. Si alguien solicita trataralgn asunto de un modo que no sea por carta se marea ysiente vrtigo. Explica que no sabe por qu. Pero eso no eslo peor, susurra. Lo peor son las palpitaciones, el dolor depecho y los problemas en el estmago. As que se incapa-cita en la cama por das. Lo ha hecho durante casi toda suvida matrimonial.

Cualquiera dira que un matrimonio largo y diez

hijos son suficiente razn para provocar arcadas y no le-vantarse ms de la cama. l no piensa as. Tampoco pue-de asociar la debilidad con el hecho de haber recibido elpaquete de Wallace y haber ledo el manuscrito del jovennaturalista con quien ha mantenido larga corresponden-cia. Pero tras la lectura han vuelto las arcadas y se ha pa-sado haciendo esfuerzos por no vomitar. Antes crey queese da no iba a necesitar someterse a las sesiones de sudo-racin ayudado por la lmpara de alcohol que le acercanen cuanto se levanta. Y que no tendra que meterse en labaera de agua fra ni darse friegas con las toallas heladasque le acerca Parslow, su mayordomo, quien lo ayud a


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construir la caseta para duchas con una cisterna elevadaque se puede llenar desde el pozo, y quien le pone en elvientre los paos helados que se deja todo el da mientrastrabaja. Pero ha ledo el escrito y es un hecho: se sientemuy mal. Qu me estar pasando?, podra pensar, perono lo hace. Eso s: teme que la fiebre vuelva de un mo-mento a otro y tenga que postrarse en la cama al lado de

su viejo compaero, el orinal.De reojo, mira el paquete. El ensayo en cuestin es

una propuesta sobre el origen de las especies bastante si-milar a la suya. En pocas palabras: Wallace ha llegado a lamisma conclusin. No es esa la causa de su decaimiento,se dice, porque, vamos a ver: puede engaar a su colega;el correo no es siempre puntual y los paquetes se pierden.Puede negarse a remitir el ensayo a Charles Lyell, su maes-tro y mentor, como le estaba pidiendo Wallace que hicie-ra. Slo que no har ni una ni otra cosa porque es unhombre honorable y porque de nada le valdra ocultar aho-ra lo que de cualquier modo se sabra. Y sobre todo, no lohar, y esta es la razn ms vlida para un acucioso obser-

vador de la naturaleza empezando por la suya, porque coneso no se sentira mejor: las nuseas repentinas lo persi-guen y lo atormentaban ya antes de abordar el Beagle eirse a su famoso viaje a las Galpagos.

Ha gastado grandes sumas para conocer las causasde su misterioso mal. Y aunque habr, como ese doctor,quienes digan que el dao empez en el momento en que

recibi el paquete, si en algo contribuye la opinin de losexpertos, l har constar que ya tena antecedentes de su-doracin, vmito y debilidad con los ms connotados m-dicos, todos de distintas disciplinas y todos aduciendosiempre razones diversas:


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Pero y el tiempo? aadi por ltimo Lyell oquiz slo lo pens. Cmo afecta al trabajo de un hom-bre el paso del tiempo?

Das despus, su mujer lo llama.El hombre de los ojos tristes observa el pecho de su

hija Etty, que sube y baja al toser. Se llama difteria, diag-nostica el doctor, es una enfermedad temible y est alcan-

zando proporciones de epidemia en Gran Bretaa. Hayotra enfermedad en la zona, tambin. Han muerto ya tresnios, y se espera que el brote se lleve a muchos ms. Se lla-ma escarlatina.

El 23 de junio, cuando la enfermedad alcanza al pe-queo Charles, su ltimo hijo, el hombre de los ojos tris-tes reconoce su derrota. El tiempo ha comenzado adevorarlo; tal vez lo ha devorado ya. Ese ltimo ao co-rri tan deprisa que el pequeo Charles, de diecinueve me-ses, no pudo caminar ni hablar.

Pero hay que sentirse agradecidos aconseja asu mujer y a sus hijos.

Cuando ellos le preguntan por qu, el hombre les

recuerda los agradables ruiditos que el nio haca de con-tento y la elegancia con la que gateaba desnudo por el sue-lo. Entonces se pone a cuatro patas en el piso y lo imita,con toda seriedad.

Durante las siguientes semanas, se levanta a las siete,da su breve paseo matinal, recibe duchas heladas, vomita.

Una maana cualquiera, sin que haya una causa es-pecial, escribe por fin a su colega John Hooker explicn-dole por qu fue una bendicin ver cmo la inocentecarita de Charles Waring recobraba su dulce expresin en elsueo de la muerte. Y no se vuelve a referir al envo del pa-quete. Al ser informado sobre la carta que Hooker acaba


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de recibir, Lyell sabe que su alumno dilecto se recuperar.Hooker, en cambio, tiene la certeza de que haber llegadoen segundo trmino a la conclusin de Wallace es, paraDarwin, el final.

Lo perdi la minucia dice Hooker a Lyell.Pero Lyell no le da la razn. Ahora comprende que

un defecto as puede obrar milagros en la ciencia.

Esa minuciosidad, tan desesperante, dice, es tam-bin, en cierta forma, la que hace de aquel alumno conquien l tiene una relacin de amor-odio, un inadaptado yun genio. O no es la que lo indujo a recolectar fsiles en elBeagle a fin de clasificarlos mientras sus compaeros de via-je se dedicaban al trazado de las costas y a realizar una cade-na de medidas cronomtricas alrededor del mundo? No fueesa tozudez la que lo llev a introducir a cubierta una serieinacabable de plantas tropicales, insectos, conchas y rocasque le tenan al capitn FitzRoy convertido el barco en bo-dega, y la que lo hizo empearse en introducir el fsil gi-gante de un gliptodonte a riesgo de que zozobrara laembarcacin? Y no era esa minuciosidad rayana en mana

la que lo llev a dirimir con el devoto FitzRoy hasta el lti-mo argumento a favor de su agnosticismo y la demostra-cin palpable de la imposibilidad de los milagros, situacinque hizo al capitn dudar de su interlocutor primero; con-siderarlo irritante ms tarde y odiarlo al final?

FitzRoy, convencido seguidor de las teoras fisiog-nmicas del sacerdote suizo Johann Caspar Lavater, seneg en principio a aceptar en su embarcacin al joven na-turalista a causa de su nariz. No revelaba energa y deter-minacin. Las narices romanas o aquilinas revelan vigor yfuerza de voluntad; las griegas, sensibilidad y tendenciamstica, cuando menos. Pero la nariz chata, adems de


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mezquindad y desfachatez, revela un carcter endeble.Ahora, FitzRoy se arrepenta de haber ledo a Lavater, dehaber embarcado al necio y de no haber arrojado por laborda todos los trastos que reuni.

Pero haba sido esa minuciosidad, tambin, la que lle-v a Darwin a leerlo a l, Charles Lyell, con un grado de aten-cin microscpica, decantando cada argumento, y a apoyar

sus teoras como nadie lo haba hecho ni lo hara, dijo.De ah (de ese gusto por la repeticin y la minucia)

vena el impulso que lo haca levantarse a la misma hora,todos los das, sin necesidad de reloj; registrar en su cua-derno cada penique que gastaba; detallar las primeras pa-labras y cuanta expresin surgiera de sus hijos y concluirsin prisa ni fanfarrias el estudio de los cirrpedos que le lle-v ocho aos. Odio a los percebes como ningn otrohombre los haya podido odiar antes, escribi al poner elpunto final. Y slo Lyell fue capaz de comprenderlo y con-moverse ante esta declaracin.

Saba que Darwin trabajaba sin descanso en sugran libro sobre las especies. Y que organizar su enorme

pila de notas, observar y experimentar con cada espcimenobtenido, comparar fsiles iguales slo al ojo del nefitoo el distrado, consuma ms tiempo del que caba en elreloj. No crea en los rumores que decan que Darwin man-tena su teora en secreto por temor a sus colegas, es decir:que sa era la verdadera razn. Habra quienes tomarancomo prueba de su miedo la cita a una carta a Hooker don-de afirmaba: las especies no son (es como confesar un ase-sinato) inmutables. Y aunque l no estaba de acuerdo conesta idea, inst a Hooker a exponer de inmediato un tra-bajo donde constara que desde 1844 Charles Darwin ha-ba llegado a la misma conclusin de su corresponsal.


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Hooker accedi a hacerlo.As que a peticin de Lyell, los trabajos de Darwiny Wallace se leyeron juntos en una reunin de la LinneanSociety de Londres. Ambos recibieron aplausos. Las obrasse editaron como un caso sin precedente sobre la teora dela evolucin por seleccin natural. No tuvieron el impac-to esperado. De hecho, no tuvieron impacto alguno.

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